-candau- antropologia y memoria

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    Memorias y amnesias colectivas

    Jol Candau*

    Ya que el ttulo del captulo anterior es memoria y razn prctica, ste habra

    podido llamarse memoria y razn cultural, pues los aspectos funcionales de la

    memorizacin (ordenar el tiempo, transmitir un saber, encontrar un lugar en un linaje)

    le ceden el paso a los aspectos simblicos. Sin embargo, esta distincin es puramente

    retrica pues, como sabemos, razn prctica y razn cultural siempre estn

    ntimamente ligadas.

    1. Memoria e Historia

    Cules son las relaciones entre Mnemosina y Clo? sta es una de las

    preguntas ms actuales de la cultura occidental, en la que observamos

    simultneamente una pasin por la memoria y un inmenso esfuerzo historiogrfico

    alimentado por la ambicin por conocer el pasado integral de toda la humanidad.

    No puede existir historia sin memorizacin y el historiador se basa, en general,

    en datos vinculados a la memoria. Sin embargo, la memoria no es la historia. Ambas

    son representaciones del pasado, pero la segunda tiene como objetivo la exactitud de

    la representacin en tanto que lo nico que pretende la primera es ser verosmil. Si la

    historia apunta a aclarar lo mejor posible el pasado, la memoria busca, ms bien,

    instaurarlo, instauracin inmanente al acto de memorizacin. La historia busca revelar

    las formas del pasado, la memoria las modela, un poco como lo hace la tradicin. La

    preocupacin de la primera es poner orden, la segunda est atravesada por el

    desorden de la pasin, de las emociones y de los afectos. La historia puede legitimar,

    pero la memoria es fundacional. Cada vez que la historia se esfuerza por poner

    distancia respecto del pasado, la memoria intenta fusionarse con l. Finalmente, si no

    existen sociedades sin memoria ni sociedades sin historia, la Historia en tanto

    disciplina cientfica no es una preocupacin compartida de la misma manera por todas

    las culturas: en este campo, el abanico va desde el desinters total a la pasin

    * En: Candau, Jol. Antropologa de la Memoria, Capitulo V, Nueva Visin, Buenos Aires, 2002, pp. 56-86

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    absoluta. Estas son las primeras oposiciones que se nos aparecen cuando

    comparamos la disciplina histrica con la facultad de la memoria. Halbwachs distingui

    entre la memoria histrica, que sera una memoria prestada, aprendida, escrita,

    pragmtica, larga y unificada y la memoria colectiva que, por el contrario, sera una

    memoria producida, vivida, oral, normativa, corta y plural.

    Por su parte, Pierre Nora opone radicalmente memoria e historia.1 La primera es la

    vida, vehiculizada por grupos de gente viva, en permanente evolucin, mltiple y

    multiplicada, abierta a la dialctica del recuerdo y de la amnesia, inconsciente de sus

    deformaciones sucesivas, vulnerable a todas las utilizaciones y manipulaciones,

    susceptible de largas latencias y de sbitas revitalizaciones. Afectiva y mgica,

    arraigada en lo concreto, el gesto, la imagen y el objeto, la memoria solamente se

    acomoda a los detalles que la reaseguran; se nutre de recuerdos vagos, que se

    interpenetran, globales y fluctuantes, particulares o simblicos, sensibles a todas las

    transferencias, pantallas, censuras o proyecciones. En cambio, la historia slo se

    vincula a las continuidades temporales, a las evoluciones y a las relaciones entre las

    cosas. Pertenece a todos y a nadie, tiene vocacin de universalidad. Es una operacin

    universal y laica que demanda el anlisis, el discurso crtico, la explicacin de las

    causas y de las consecuencias. Para la historia todo es prosaico: en tanto que la

    memoria instala el recuerdo en lo sacado, la historia lo desaloja de all. Dado que

    memoria e historia se oponen totalmente, el criticismo destructor de la segunda se

    utiliza para reprimir y destruir a la primera. Podramos resumir la perspectiva de Nora

    con la siguiente expresin: la historia es una antimemoria y, recprocamente, la

    memoria es la anti-historia.

    Sin embargo, en muchos aspectos la historia toma ciertos rasgos de la

    memoria. Como Mnemosina; Clo puede ser arbitraria, selectiva, plural, olvidadiza,

    falible, caprichosa, interpretativa de los hechos que se esfuerza por sacar a luz y

    comprender. Como ella, puede recomponer el pasado a partir de pedazos elegidos,

    volverse una apuesta, ser objeto de luchas y servir a estrategias de determinados

    partidarios. Finalmente, la historia puede convertirse en un objeto de memoria como

    la memoria puede convertirse en un objeto histrico.

    Hay muchos ejemplos de una historia arbitraria en sus enfoques (historia de los

    acontecimientos, historia de las mentalidades, antropologa histrica, micro-historia),

    1 Pierre Nora, Entre Mmoire et Histoire, en Les lieux de mmoire. I. La Rpublique, Pars, Gallimard, 1984, pp. XV-XLII.

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    en sus categoras,2 en sus secuencias3 temporales y en la eleccin de trminos y

    conceptos. Por ejemplo, M. I. Finley seala que el trmino Griegos, utilizado en un

    enunciado histrico sobre la Antigedad, constituye una generalizacin engaosa que

    no considera las diferentes maneras de ser griego, variables en el tiempo, pero

    tambin segn las regiones, las clases, etc.4 Asimismo, la historia es simplificadora,

    selectiva y olvidadiza de los hechos. Finley siempre recuerda que el pasado slo se

    vuelve inteligible a partir del momento en que el historiador realiza una cierta seleccin

    en torno de uno o varios centros de inters. Los documentos y archivos son

    interrogados en relacin con el presente del historiador y no siempre en funcin de su

    contenido. Jeanne Favret-Saada, a propsito de la ciencia nazi, menciona que hubo

    que esperar hasta 1984 a que apareciera el libro de Mller-HilI (Tdliche

    Wissenschaft) para que se desarrollara una historia sobre el papel de los eugenistas,

    de los antroplogos y de los psiquiatras durante el perodo del nacional-socialismo.

    Esta historia fue tan tarda porque la prohiba un cierto estado de las fuerzas que

    organizan la memoria social, tanto en Alemania como en otras partes.5 Por lo tanto,

    como todo el mundo, los historiadores estn insertos en un trabajo de construccin

    social de la memoria, su produccin es solamente uno de los avatares posibles de la

    memoria social. El trabajo de esta memoria es el que hace que tal o cual objeto, en un

    momento determinado, sea pertinente para la disciplina histrica. Tzvetan Todorov

    desarrolla un punto de vista cercano, aunque menos radical, en una investigacin

    sobre los recuerdos sobre la Ocupacin que llev a cabo en Boischaut Sud

    (Departamento del Cher).6 De esta investigacin surge que, por una parte, la historia,

    en ciertos casos, tambin es parcial y, por otra, que la memoria es portadora de una

    verdad reveladora del sentido que compensa ampliamente su relativa ineptitud para

    establecer una verdad de adecuacin. Por esta razn, la memoria es indispensable

    para la historia.

    Quizs podramos decir que la memoria da cuenta naturalmente de una verdad

    semntica de los acontecimientos que no encontramos fcilmente en la verdad de los

    acontecimientos restituida por el trabajo del historiador. Pierre Vidal-Naquet insisti en

    esta aptitud de la memoria para hacer surgir detalles que comnmente le interesan al 2 Supra, captulo IV nota 7. 3 El historiador puede detenerse diez pginas en una jornada y deslizar dos lneas sobre diez aos: el lector confiar en l, como en un buen novelista y supondr que estos diez aos estn vacos de acontecimientos (Paul Veyne, Comment on crit lhitorie suivi de Foucault rvolutionne lhistoire, Pars, Seuil, 1971 & 1978, p. 23). 4 M.I. Finley, op. cit; p124. 5 Jeanne Favret-Saada, Sale histoire, Gradhiva, n 10. 1991, p4. 6 Tzvetan Todorov, La mmoire devant Ihistoire, Terrain, 25 de septiembre de 1995, p. 101-112.

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    novelista, no al historiador. A propsito de la memoria de la Shoah, seala que la

    historia necesita esta visin de novelista,7 lo que es posible verificar en el magnfico

    libro de Nicole Lapierre sobre la memoria de los judos de Plock.8 Incluso un testimonio

    errneo o alterado por el olvido puede permitir alcanzar el sentido de un

    acontecimiento que, con frecuencia, se sita ms all de la verdad de los hechos,

    razn por la que el testimonio se aparta de ella. Evidentemente, esta verdad factual

    debe establecerse previamente. De hecho, memoria e historia son complementarias y

    el peligro estara en sacarle la memoria a la historia, del mismo modo que es posible

    sacarle el encanto al mundo.

    Aunque algunos historiadores consideren que la historia debe combatir la

    memoria, hay muchos que admiten que la verdadera historia tiene el deber de no

    ignorar ni la memoria ni la historia oral. En realidad, lo hacen cada vez menos, en

    especial desde 1977, cuando La lgende des Camisards de Philippe Joutard apareci

    como un texto fundacional en Francia. Vidal-Naquet observa que una historia del

    crimen nazi que ignorara las memorias y sus transformaciones sera una historia muy

    pobre. Los asesinos de la memoria no se equivocaron: cuando niegan las memorias

    plurales de la Shoah quieren golpear a una comunidad en las mil fibras que todava

    duelen y que la ligan al pasado propio.9 De hecho, la irrupcin de la memoria en la

    disciplina histrica se volvi inevitable a partir del momento en que los que transmitan

    la memoria comenzaron a hacer historia, como sucedi con las vctimas del nazismo

    que se comportaron -y siguen hacindolo- como los archivistas de la tragedia.

    Para terminar con este tema, sealemos que la comparacin entre memoria e

    historia se dificulta a causa de la polisemia de esta ltima palabra. Marc Aug observa

    que la palabra historia tiene una triple acepcin, ya que designa simultneamente

    una disciplina, el contenido de un acontecimiento y una forma de conciencia colectiva

    e identitaria.10 Si nos referimos a la disciplina, a la Historia con hache mayscula, hay

    que admitir que la distancia con la memoria es considerable. Pero, como subraya Paul

    Veyne, esta idea de Historia es un lmite inaccesible o, ms bien, una idea

    trascendental.11 En la prctica, la historia, en sus motivaciones, objetivos y, a veces,

    mtodos, siempre toma algunos rasgos de la memoria, aunque sta maniobre todo el

    7 Pierre Vidal-Naquet, Les Juifs, la mmoire et le prsent, Paris, La Dcouverte, 1991, p. 392. 8 Nicole Lapierre, Le silence de la mmoire. A la recherch des Juifs de Plock, Pars, Plon, 1989, 292 p. 9 P. Vidal-Naquet, op. cit., p. 8. 10 Marc Aug, Pour une anthropologie des mondes contemporaines, Pars, Aubier, 1994 p. 21. 11 P. Veyne. op. cit., p. 29.

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    tiempo para protegerse de aqulla. Por esta razn es hija de la memoria.12 Por otra

    parte, ambas se conjugan en grados variables en toda memoria colectiva, nocin que

    ahora tenemos que precisar.

    II. La nocin de memoria colectiva

    Maurice Halbwachs es quien primero forj, y luego impuso, la nocin de

    memoria colectiva como concepto explicativo de una cierta cantidad de fenmenos

    sociales en relacin con la memoria. Lo hizo sobre todo en tres de sus obras: Les

    cadres sociaux de la mmoire (1925), La topographie lgendaire des vangiles en

    Terre sainte. tude de mmoire collective (1941) y La mmoire collective, publicada en

    1950 de manera pstuma (su autor haba muerto en el campo de Buchenwald en

    1945). En ellas encontramos la definicin sociolgica de la nocin de memoria

    colectiva.

    Esta nocin es difusa y, sin embargo, muy prctica. Es tan difusa como la

    nocin de conciencia colectiva (y, a fortiori, de inconsciente colectivo), como el

    concepto de mentalidades en historia, como las teoras de identidad cultural colectiva

    o como la fantasa de un alma del pueblo, si nos referimos a la Volkskunde alemana.

    De hecho es tan difusa como todas las retricas comunitarias, tan ambigua como

    todas las concepciones holsticas de la cultura, de las representaciones, de los

    comportamientos y de las actitudes (un excelente ejemplo en sociologa es la nocin

    de opinin pblica). Esto explica que la memoria colectiva haya podido ser

    considerada como algo misterioso. Jocelyne Dakhlia tropez con este misterio

    cuando al investigar la memoria colectiva de los habitantes de los oasis de Jerid, en el

    sur de Tnez, recibi sobre todo relatos de historia de los linajes y de historia privada

    poco conciliables con la evocacin de un destino comn).13

    Por otra parte, la nocin de memoria colectiva es prctica, pues no es posible

    ver cmo designar de otro modo que con este trmino ciertas formas de conciencia del

    pasado (o de inconsciencia en el caso del olvido), aparentemente compartidas por un

    conjunto de individuos.

    12 Op. cit., p. 15. 13 Jocelyne Dakhlia. Loubli de la cit. La mmoire collective lpreuve du lignage dans le jrid tunisien. Pars, La Dcouverte, 1990, 326 p.

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    Marie-Aime Duvernois describi de este modo un fenmeno curioso entre los

    Blancos de Bourgogne, minora religiosa anticoncordataria. Cerca de dos siglos

    despus del Concordato, este grupo sigue sufriendo ms marginalizacin, alcoholismo,

    depresiones nerviosas y enfermedades psicosomticas que el resto de la poblacin. Su

    conciencia exacerbada de malestar, origen aparente de estos males, podra basarse en

    la memoria trgica de la antigua oposicin entre Blancos y catlicos.14 En un registro

    diferente, Simon Schama mostr cmo podan contribuir los campesinos a la

    instauracin de una memoria compartida y, tambin, influir en el sentimiento de

    identidad nacional. De este modo, la tradicin potica de la dulce Francia remite tanto

    a una geografa (campos cultivados, vergeles, viedos, bosques y ros armoniosamente

    ordenados, etc.) cuanto a una historia, a mitos y a relatos legendarios relativos a tal o

    cual lugar en especial, siempre constituidos por varias capas de memoria.15 Lo mismo

    sucede con el lugar que ocupa el bosque germnico en la memoria colectiva y en la

    ideologa del Tercer Reich. Un ltimo ejemplo muestra cun difcil es no usar esta

    nocin de memoria colectiva: cuando se realiz un sondeo del otro lado del Rin en

    ocasin del cincuentenario del 8 de mayo de 1945, se formul la siguiente pregunta:

    Quin tuvo la responsabilidad mayor en el aplastamiento del nazismo? Alrededor del

    80% de los alemanes del Oeste respondi: Estados Unidos, pero el 96% de los

    habitantes de la ex RDA nombr a la URSS.16 La nocin de memoria colectiva da

    cuenta convenientemente de dos representaciones del pasado que separa en dos

    grandes categoras a la poblacin alemana.

    Por lo tanto, podemos admitir que la sociedad produce percepciones

    fundamentales (para citar una expresin de Diderot) que por analogas, por uniones

    entre lugares, personas, ideas, etc; provocan recuerdos que pueden ser compartidos

    por varios individuos, incluso por toda la sociedad. Pero esto significa concebir la

    memoria colectiva como una representacin autnoma del pasado que emergera de

    un conjunto de memorias individuales que funcionan de manera masivamente

    paralela, para usar la metfora informtica o, tambin, como una sedimentacin

    colectiva de los aluviones de memorias individuales si, esta vez, le pedimos prestado

    el vocabulario a la geologa? Incluso en este caso, aun cuando existiera un corpus de

    recuerdos constitutivos de la memoria colectiva de una sociedad dada, las secuencias

    de evocacin de estos recuerdos estaran obligatoriamente diferenciadas

    individualmente, simplemente porque los individuos no piensan todos las mismas

    cosas en el mismo momento. Nada indica que en algn momento la gente produzca

    14 Anne-Marie Duvernois, Le malheur rciproque. La stigmatisation dune minorit religieuse: les Blancs, dans le sud de la Bourgogne", Le Monde alpin et rhodanien, n 2-4/86, p. 115-137. 15 Simon Schama, Landscape and Memory, New York, Alfred A. Knopf, 1995, p. 15. 16 LExpress, 10 de agosto de 1995.

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    la misma interpretacin de un mismo acontecimiento, seala apropiadamente Frederik

    Barth,17 con lo que se une al neurobilogo Gerald M. Edelman, quien recuerda que la

    experiencia fenomnica es una cuestin en relacin con la primera persona y que,

    por esta causa, no puede compartirse con otros.18

    Sin embargo, ningn antroplogo puede discutir la voluntad de los grupos humanos

    para elaborar una memoria comn, una memoria compartida cuya idea es muy antigua.

    Los mitos, las leyendas, las creencias, las diferentes religiones son construcciones de

    las memorias colectivas. As, a travs del mito los miembros de una sociedad dada

    buscan traspasar una imagen de su pasado de acuerdo con su propia representacin

    de lo que son, algo totalmente explcito en los mitos sobre los orgenes. El contenido

    del mito es objeto de una regulacin de la memoria colectiva que depende, como el

    recuerdo individual, del contexto social y de lo que se pone en juego en el momento de

    la narracin.

    Pero, incluso en el caso del mito, qu es lo que efectivamente comparte el grupo que

    nos autoriza a hablar de memoria colectiva? En ltima instancia, las representaciones

    que acarrea y provoca el mito son objeto de variaciones personales, individuales, aun

    cuando sean elaboradas en marcos sociales determinados y aun cuando podamos

    admitir que la significacin que se les da a esos mitos es objeto de una focalizacin

    cultural que produce de esta manera una memoria tnica, para retomar una expresin

    de Andr Leroi-Gourhan.19

    Sin correr grandes riesgos, podemos afirmar que existen configuraciones de la

    memoria caractersticas de cada sociedad humana pero que, al fin de cuentas, en el

    interior de estas configuraciones cada individuo impone su propio estilo,

    estrechamente dependiente por una parte de su historia y, por otra, de la organizacin

    de su propio cerebro que, recordemos, siempre es nica.

    Adems, lo que denominamos memoria colectiva con frecuencia es el producto de un

    apilamiento de estratos de memoria muy diferentes; estas capas sedimentarias pueden

    sufrir cambios importantes si se producen temblores de la memoria. As, si bien

    podemos admitir que los lugares de memoria nos hablen de ciertas modalidades de la

    memoria colectiva (memoria-reino, memoria-Estado, memoria-nacin, memoria-

    17 Citado en M. Kilani, op. cit., p. 24. 18 G. M. Edelman, op.cit., p. 24. 19 A. Leroi-Gourhan, op. cit., p. 13, n. 14.

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    ciudadano, memoria-patrimonio),20 los lugares son, la mayor parte del tiempo, la

    condensacin de memorias plurales ms o menos antiguas, con frecuencia conflictivas

    y que interactan entre s. Los ejemplos son mltiples: los Tres Colores, el Panten,

    las celebraciones de la Revolucin Francesa de la Vende, el soldado Chauvin, el gallo

    galo o, tambin, los nombres de las calles. Lo que observamos en cada ocasin no es

    el trabajo de una memoria sino la obra de memoria, mltiples, a veces convergentes,

    con frecuencia divergentes incluso antagnicas. Por consiguiente, la memoria colectiva

    no es nunca unvoca.

    La Revolucin Francesa es una muestra excelente de las mltiples facetas que puede

    tomar la memoria colectiva y de su inscripcin en la larga duracin. En una obra

    dedicada a la transmisin de la memoria sobre 1789 de una generacin a la siguiente,21

    Grard Belloin demostr que la transmisin era siempre una reinterpretacin del

    pasado en el marco de recuerdos ms recientes (la lucha contra el fascismo, el Frente

    Popular, la Resistencia, la Liberacin), que contribua a la persistencia de memorias

    resplandecientes de la Revolucin. Pascal Ory se interes especialmente en las

    conmemoraciones de la Revolucin:22 Centenario, Sesquicentenario y Bicentenario.

    Cada una de estas retrospecciones reaviv y aliment mltiples memorias, pero la

    Repblica supo aprovecharlas para reforzar, con mayor o menor xito, la identidad

    nacional.

    Lo nico que los miembros de un grupo o de una sociedad comparten

    realmente es lo que olvidaron de su pasado en comn. Sin dudas, la memoria

    colectiva es ms la suma de los olvidos que la suma de los recuerdos pues, ante todo

    y esencialmente, stos son el resultado de una elaboracin individual, en tanto que

    aqullos tienen en comn, precisamente, el haber sido olvidados. Por lo tanto, la

    sociedad se encuentra menos unida por sus recuerdos que por sus olvidos. Es posible

    ver que existe una casi certeza en cuanto a los olvidos comunes de un grupo, de una

    sociedad, pero nunca es posible estar seguros en cuanto a los recuerdos, pues cada

    uno de ellos, incluso el histrico, recibe la impronta de la memoria individual. La

    ausencia es segura, las modalidades inciertas de la presencia quedan por determinar.

    M. I. Finley intenta soslayar elegantemente estas dificultades tericas al afirmar

    que despus de todo, la memoria colectiva no es otra cosa que la transmisin a una

    20 Pierre Nora, La nation-mmoire, en Les lieux de mmoire II. La Nation. 3. La gloire. Les mots, pp. 647-658. 21 Grad Belloin, Entendez-vous dans nos mmoires...? Les Francais et leur Rvolution, Pars, La Dcouverte. 1988, 270 p. 22 Pascal Ory, Une nation pour mmoire, 1889, 1939, 1989 trois jubils rvolutionnaires, Pars. Presses de la Fondation national des Sciences politiques. 1992, 276 p.

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    gran cantidad de individuos de los recuerdos de uno solo o de algunos hombres,

    repetidos muchas veces.23 Pero su definicin no es verdaderamente satisfactoria,

    pues estos recuerdos una vez transmitidos, pueden ser objeto de un procesamiento

    especial por parte de cada individuo receptor, lo que impide suponer la existencia de

    una memoria realmente compartida. Sin embargo, tiene razn cuando subraya que la

    persistencia de recuerdos comunes dentro de un grupo necesita la repeticin,

    contrariamente al recuerdo individual que puede despertarse de pronto, despus de

    aos de estar dormido, sin que se haya hecho nada para mantenerlo despabilado.

    Evidentemente, en la necesidad de la repeticin y de la presencia de un entorno

    favorable para la memorizacin aparece el rol de los marcos sociales o marcos

    colectivos de la memoria, sobre los que insisti justamente Halbwachs.

    Esta nocin de marcos sociales de la memoria es mucho ms convincente que

    la de memoria colectiva. Parece indiscutible que completamos nuestros recuerdos

    ayudndonos, al menos en parte, con la memoria de los otros.24 La reconstruccin de

    un recuerdo pasa por la de las circunstancias del acontecimiento pasado y, por

    consiguiente, de los marcos sociales o colectivos entre los que se encuentra el

    lenguaje, el marco social que mayores restricciones presenta: las convenciones

    verbales, Las simples palabras que la sociedad nos propone tienen un poder evocador

    y proporcionan el sentido de esta evocacin como, por otra parte, cualquier ideacin.

    Segn Halbwachs, cuando un individuo tiene afasia, la naturaleza de esta

    discapacidad (verbal, nominal, sintctica o semntica) se explica, en diversos grados,

    por una alteracin profunda de las relaciones entre el individuo y el grupo,25 es decir,

    por una ruptura con los marcos sociales de la memoria. Cuando la afasia se analiza

    segn los progresos realizados en bioqumica de la memoria, esta tesis es muy

    discutible pero, sin embargo, podemos retener la idea de que segn modalidades

    variables, esta facultad humana se ejerce siempre en marcos instaurados por la

    sociedad y que, en parte, la determinan No hay memoria posible fuera de los marcos

    que utilizan los hombres que viven en sociedad para fijar y encontrar sus recuerdos.26

    Estos marcos no son solamente un envoltorio para la memoria, sino que ellos mismos

    integran antiguos recuerdos que orientan la construccin de los nuevos. Cuando estos

    marcos se destruyen, se rompen, se dislocan o, simplemente, se modifican, los modos

    23 M. I. Finley, op. cit., p. 32. 24 Maurice Halbawchs, Les cadres sociaux de la mmoire, Pars, Albin Michel, 1925 & 1994, p. 21. 25 Op. cit., p. 69. 26 Op. cit., p. 79.

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    de memorizacin de una determinada sociedad y de sus miembros se transforman

    para adaptarse a los nuevos marcos sociales que habrn de instaurarse.

    En toda discusin sobre la nocin de memoria colectiva encontramos el viejo debate

    sobre las relaciones entre el individuo y el grupo, mal planteada cuando imaginamos

    que podemos pensar en uno de estos trminos y excluir el otro. Desde este punto de

    vista, Roger Bastide define de manera ms satisfactoria que Maurice Halbwachs la

    memoria colectiva: para l es un sistema de interrelaciones de memorias individuales.

    Si, como afirma correctamente Halbwachs, el otro es necesario para recordar, esto no

    sucede porque yo y el otro nos sumergimos en el mismo pensamiento social, sino

    porque nuestros recuerdos personales se articulan con los recuerdos de otras personas

    en un juego muy regulado de imgenes recprocas y complementarias. El grupo no

    conserva ms que la estructura de las conexiones entre las diversas memorias

    individuales.27

    De hecho, no existen ni memoria estrictamente individual, ni memoria

    estrictamente colectiva, observacin que fue hecha ya hace mucho tiempo por los

    psicoanalistas en relacin con el tema del surgimiento de la memoria. Cuando se

    produce una bocanada de memoria, sta implica el deseo del sujeto, pero slo puede

    expandirse en el tejido de las imgenes y del lenguaje28 propuesto por el grupo. La

    semilla de la rememoracin29 de que habla Halbwachs necesita un terreno colectivo

    para germinar. Por otra parte, es posible que cuando la germinacin no se logre,

    porque hay incompatibilidades entre el terreno colectivo y el trabajo personal de la

    memoria (poco importa aqu cul sea el sentido del rechazo), se llegue a los sntomas

    neurticos, a una memoria salvaje e inestable por estar mal arraigada en lo social.30

    El hombre desnudo no existe, ya que no hay individuo que no lleve el peso de

    su propia memoria sin que est mezclada con la de la sociedad a la que pertenece.

    Aunque pueda reprochrsele haber planteado una autonoma demasiado importante

    de la memoria colectiva en relacin con las memorias individuales, Halbwachs, sin

    embargo, tuvo el mrito de insistir en esa imposibilidad del hombre de usar la memoria

    fuera de la sociedad: los marcos sociales de la memoria encierran y relacionan entre

    s nuestros recuerdos ms ntimos. No es necesario que el grupo los conozca. Basta

    27 Roger Bastide, Mmoire collectve et sociologie du bricolage, Bastidiana, 7-8, julio-diciembre de 1994, p. 209-242. 28 Le Poulichet S., op. cit., p. 170. 29 Maurice Halbwachs, La mmoire collective, Pars, PUF, 1950. p. 5. 30 Para este tema tomamos el anlisis del dispositivo simblico que hace Richard Pottier, Anthropologie du mythe, Pars, Editions Kim, 1994. p. 179.

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    con que podamos encararlos de un modo que no sea externo, es decir, ponindonos

    en el lugar de los dems y que, para encontrarlos, tengamos que seguir el mismo

    camino que ellos habran seguido en nuestro lugar.31 Esta idea aparece nuevamente

    en su obra pstuma, cuando define la memoria individual como un punto de vista

    sobre la memoria colectiva,32 concebida como una combinacin de influencias de

    naturaleza social. En un momento o en otro, la memoria individual necesita el eco de

    la memoria de los otros, y un hombre que solitario se acuerda lo que los dems no

    recuerdan corre el riesgo de pasar por alguien con alucinaciones.33 Desde esta

    perspectiva, la memoria individual siempre tiene una dimensin colectiva, ya que la

    significacin de los acontecimientos memorizados por el sujeto se mide siempre segn

    la vara de su cultura. As, alguien que transmite la memoria puede verse investido de

    prestigio por el grupo cuando lo que recuerda est valorizado (es el que sabe) o, por el

    contrario, puede ser estigmatizado cuando la imagen del pasado que emite es

    rechazada por la sociedad (se convierte en aquel del que no se quiere saber nada).

    Esto equivale a decir que el estatus de custodio de la memoria que, en muchos casos,

    parece ser una funcin puramente individual, es inseparable de las acciones sociales.

    En conclusin, los fundamentos tericos de la nocin de memoria colectiva

    parecen poco slidos, contrariamente a los de los marcos sociales de la memoria. Si

    una teora es un enunciado que tiene cierto valor explicativo de la realidad, no

    podemos hablar realmente de teora de la memoria colectiva. En efecto, esta nocin

    es ms expresiva que explicativa. Expresa adecuadamente una cierta realidad: cmo

    ciertos acontecimientos parecen memorizados u olvidados por una determinada

    sociedad, cmo existen capacidades de memoria diferentes entre generaciones, entre

    clases sociales, entre sexos, etc. Pero no explica de qu manera las memorias

    individuales, que son las nicas que se han verificado desde el punto de vista biolgico

    (solamente los individuos memorizan efectivamente, nunca una sociedad), pueden

    aparejarse para constituir una memoria colectiva, de qu manera esta memoria

    colectiva puede conservarse, transmitirse, modificarse, etc. La nocin de marcos

    sociales nos ayuda a comprender cmo los recuerdos individuales pueden recibir una

    cierta orientacin propia de un grupo, pero el concepto de memoria colectiva no nos

    dice cmo orientaciones ms o menos prximas pueden volverse idnticas al punto de

    fusionarse y de producir una representacin comn del pasado que adquiere,

    entonces, su propia dinmica respecto de las memorias individuales. Ya hemos dicho 31 M. Halbwachs. Les cadres sociaux de la mmoire, p. 145. 32 M. Halbwachs, La mmoire collective. p. 33. 33 M. Halbawchs, Le cadres sociaux de la mmoire, p. 167

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    que, desde este punto de vista, la nocin de memoria colectiva es tan discutible como

    todas las retricas comunitarias. En sentido estricto, en tanto es como aqullas ms

    expresiva que explicativa de la realidad, podramos decir que esta nocin es ms

    potica que terica. Esta afirmacin no es de ningn modo crtica, pues no es

    imposible que las ciencias humanas pertenezcan ms al dominio de la expresin que

    al de la explicacin, al arte que a la ciencia.

    III. Derecho, deber y necesidad de memoria

    Conmemoraciones, celebraciones, aniversarios, devocin por el pasado, culto

    del patrimonio y otras formas rituales de fa reminiscencia: pareciera que la sociedad

    en su conjunto se esforzara por satisfacer el imperativo bblico Zakhor (recuerda!).

    Pierre Nora alude a una ola de memoria34 que se abate sobre el mundo por entero,

    otros certifican un deseo de memoria que procedera, especialmente, del miedo al

    vaco de sentido, explicacin para pensar la mayora de los fenmenos sociales

    contemporneos. Los nuevos monumentos que conmemoran la guerra o la

    Resistencia -Pronne (inaugurado en 1992), Caen (1988), Verdun (Centro mundial de

    la paz, abierto totalmente en el verano de 1995), Oradour-sur-Glane (donde se abrir

    un Centro de la memoria en 1997)- se convierten en apuestas polticas y econmicas

    y, en algunos casos, las colectividades locales organizan un verdadero turismo de la

    memoria. Las copiosas iniciativas de los militantes de la memoria, como por ejemplo,

    la organizacin de un tren de la memoria en 1992, para conmemorar la partida de

    Drancy del primer convoy hacia Auschwitz (27 de marzo de 1942), a veces son

    difciles de canalizar y no impiden un cierto deslizamiento hacia la conmemoracin-

    espectculo.35 Por otra parte, la puesta en escena de la memoria se reivindica con

    claridad en manifestaciones como la representacin del combate de Vende en Puy-

    du-Fou, la de la vida de Jaurs en Carmaux o, una menos conocida, la de los

    espectculos histricos en la ciudad de Meaux,36 donde un carnaval sui generis creado

    en 1980 fue presentado como la restauracin de una tradicin. En todas partes, y a

    veces hasta llegar a la saturacin, se manifiestan los signos de una superabundancia

    de la memoria, de una fiebre conmemorativa o de un productivismo archivstico para

    retomar una expresin de Pierre Nora.

    34 Pierre Nora, La loi de la mmoire Le dbat, enero-febrero de 1994, n 78, p. 187-191. 35 Annette Wieviorka, 1992. Rflexions sur une commmoration", Annales ESC, mayo-junio de 1993, n 3, p. 703-714. 36 Sylvie Rouxel, Quand la mmoire dune ville se met en scnetude sur la fonction sociale des spectacles historiques, Pars, La Documentation franaise, 1995, 228 p.

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    En Pars hay 1.553 placas conmemorativas, 658 de las cuales estn dedicadas

    a acontecimientos de la ltima guerra.37 Entre 1986 y 1993 se realizaron 305

    celebraciones nacionales que figuran en los anuarios difundidos por la Delegacin de

    celebraciones nacionales, que depende del Ministerio de Cultura (direccin de los

    Archivos de Francia). El anuario de 1994 registra 47, desde el trofeo de Augusto en La

    Turbie (Alpes martimos) hasta el Desembarco y la Liberacin, pasando por la

    Fundacin del Conservatorio nacional de Artes y Oficios o el descubrimiento de la

    Dame de Brassempouy. Toda Francia conmemora: si se acumulan todas las

    celebraciones de todos los aniversarios en todas las ciudades de Francia, se llega a

    un total de 1.571 celebraciones entre 1986 y 1993.38 Thierry Gasnier seala que las

    celebraciones nacionales tienden a no considerar los aniversarios con una fuerte carga

    de memoria (como la guerra de Argelia, el genocidio de los judos), como si el proyecto

    de la Francia conmemorativa -aunque tambin se podra hablar de los Estados

    Unidos39 o de la Alemania40 conmemorativos- fuera a imponer una memoria de la paz,

    una imagen consensual de s misma. De un modo general, la conmemoracin oficial

    pretende ser (con cada vez mayores dificultades, si tenemos en cuenta la batalla de

    las memorias) 41 un lbum de imgenes demasiado serias, una autocelebracin42

    organizada de manera tal que el pasado y la memoria no puedan cuestionar el

    presente. Desde este punto de vista, sera lgico interesarse tanto por lo que una

    sociedad no conmemora por lo que conmemora, pues una vez ms, la ausencia (el

    olvido) tiene tanta importancia como la presencia (la conmemoracin).

    Si consideramos un mismo hecho histrico, la celebracin establece una

    jerarqua de las memorias -materializada en los nombres de las calles, las placas conmemorativas, el emplazamiento de estatuas y monumentos-, algo que mostr

    Grard Namer en su estudio sobre las conmemoraciones polticas en Francia entre el

    26 de agosto de 1944 y el 11 de noviembre de 1945. 43 Estas permitieron darle una

    posicin dominante a la memoria de los integrantes de la Resistencia en relacin con el

    37 Mariana Sauber, Traces fragiles. Les plaques commmoratives dans Ma rues de Paris, Annales ESC, mayo-junio de 1993, n3, p. 715-727. 38 Thierry Gasnier, La France commmorative, Le dbat, enero-febrero de 1994, n 78, p. 93. 39 Inauguracin del Vietnam Memorial Hall, el 7 de noviembre de 1982; conmemoracin de la muerte de Martn Luther King desde 1986; bicentenario de la Constitucin en 1987, Columbus Day, el 12 de octubre, inauguracin del Holocaust Memorial Museum, en 1993. etc. 40 Quinto centenario del nacimiento de Lutero en 1983; conmemoracin de los setecientos cincuenta aos de Berln en 1987; mltiples celebraciones en 1994 y 1995 en relacin con el fin de la Segunda Guerra Mundial, etc. 41 Pierre Nora, Lre de la commmoration, en Les lieux de mmoire. Les France. 3. De larchive Iemblme, Paris, Gallimard. 1992, p. 985. 42 Pierre Sansot, Du bon et du moins bon usage de la commmoration, en H.P. Jeudy, op. cit., p. 284. 43 Grard Namer, Mmoire et socit. Pars, Mridiens Klincksieck, 1987, 242 p., p. 191-215.

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    resto de la poblacin. Cada conmemoracin puede ser definida, en vaco, por los

    blancos, los agujeros, las ausencias: olvido del recuerdo de los enemigos, de los

    STO, de los prisioneros, de los deportados no polticos. Entonces, la poltica de la

    memoria es una puesta en escena de smbolos que remiten a antiguas

    conmemoraciones (por ejemplo, el entierro de Vctor Hugo) y que, de este modo,

    apuntan a dar una visin unificada de una Francia combativa y eterna.

    Por lo tanto, es manifiesta la conciencia de un deber de memoria: se expresa

    en el seno de muchas asociaciones (ex-combatientes, integrantes de la Resistencia,

    deportados, crculos histricos, etc.) y en el ms alto nivel estatal. Da origen a

    numerosas publicaciones como el Mmorial des enfants juifs de France de Serge

    Klarsfeld, programas de radio o de televisin, monumentos, etc. Pero no basta con

    transmitir un recuerdo, que es lo que se hace en cada celebracin. Tambin tiene que

    haber receptores de ese recuerdo, o el mensaje se perder, temor que parece fundado

    si pensamos en ciertas formas de memoria del totalitarismo. La necesidad de

    memoria, que forma pareja con el deber de memoria, a veces parece faltar: si bien a

    fines de 1950 en Europa occidental se recogieron alrededor de dieciocho mil

    testimonios de sobrevivientes de los campos de concentracin,44 hubo que esperar

    cerca de veinte aos para que Francia se ocupara seriamente del papel que jug el

    rgimen de Vichy en el exterminio de los judos franceses o extranjeros y que se

    comprometiera, no sin problemas, con una historia de los campos franceses de

    reclusin.

    Deterioro de la memoria, recuerdos jerarquizados, oficiales o subterrneos,

    recuerdos ocultados, injuriados, resplandecientes, disgregados, heridos, mutilados, a

    la deriva o hundidos; tirantez entre una necesidad y un deber de hacer memoria: hoy

    observamos una especie de esquizofrenia de la memoria en la sociedad francesa, que

    duda entre la tentacin de una balcanizacin de la memoria y la voluntad de fundar

    una memoria que unifique la diversidad nacional.

    IV. Conflictos y manipulaciones de la memoria. Recuerdos plurales y en competencia.

    Raramente los recuerdos se mueven al mismo ritmo. En todas partes se

    enfrentan y esto sucede mucho ms ahora, ya que hay cada vez ms grupos e

    44 Lucette Valensi, Prsence du pass, lenteur de lhistoire, Annales ESC, mayo-junio de 1993, n 3, p. 494.

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    individuos que hacen valer sus pretensiones a hacer memoria. En las sociedades

    modernas, la pertenencia de cada individuo a una pluralidad de grupos hace imposible

    la construccin de una memoria unificada y provoca una fragmentacin de las

    memorias que beneficia enfrentamientos. A veces, el conflicto permanece dentro del

    sujeto, habitado por recuerdos plurales o luchando con su propia memoria, como

    Jorge Semprn que mantiene una singular lucha con la escritura que lo mantiene en

    la memoria atroz del pasado.45 Pero si carecemos del talento del escritor, las nicas

    batallas que podemos mantener son las pblicas que son muchas y que se renuevan

    permanentemente.

    El 19 de diciembre de 1995 se clausur una exposicin sobre la esclavitud en

    la Biblioteca del Congreso en Washington. Su ttulo era: Detrs de la casa del amo: el

    paisaje cultural de la plantacin y haba sido preparada por un antroplogo, pero fue

    irritante para la memoria de los negros. Ya en el otoo de 1994 haba estallado una

    violenta controversia en Estados Unidos acerca de la exposicin que el Smithsonian

    Institute haba dedicado al raid del Enola Gay sobre Hiroshima: los veteranos y la

    Legin americana (con ms de tres millones de adherentes) sintieron que la

    exposicin constitua una ofensa para su memoria y, finalmente, fue cerrada en enero

    de 1995. Las batallas por la memoria son una tradicin persistente en Estados Unidos.

    En 1992, en ocasin del quinto centenario del descubrimiento de Amrica, se

    opusieron dos tipos de conmemoracin de Coln: la tradicional recordaba la epopeya

    fundacional; la otra calificaba de holocausto a la masacre de los indgenas -que ahora

    se denominan pueblos locales-. Hubo quien, incluso, quiso rebautizar la Columbus

    Avenue, en Nueva York, como avenida del Genocidio.46 A fines de los aos 80 hubo

    debates muy crudos provocados por la new western history, que cuestionaban el mito

    y la memoria del Oeste y de la frontera.47 Existen permanentes tensiones entre

    negros y blancos con respecto a la historia de la esclavitud norteamericana. En este

    caso, en el control de la memoria histrica se ponen en juego al mismo tiempo lo

    poltico, lo social, o cultural, lo identitario: en contraposicin a un estudioso como Ulrich

    Bonnell Phillips que, a comienzos del siglo, se esforz por justificar el sistema

    esclavista, hoy se encuentran pocos historiadores que defiendan a los dueos de las

    plantaciones del sur pero, sin embargo, las conclusiones de sus trabajos son tan

    45 Jorge Semprn, Vous aver une tombe au creux des nuages, Pars, d. Climats, 1995, p. 94. Del mismo autor ver, tambin, Lcriture ou la vie, Paris, GalIimard, 1994. 322 p. 46 Denis Lacorne, Des Pres fondateurs IHolocauste. Deux sicles de commmorations amricaines. Le Dbat, enero-febrero de 1994, n 78, p. 80. 47 S. Peterson Charles, Speaking for the Past, en The Oxford History of The American West, New York-Oxford, Oxford University Press, 1994, p. 743-769.

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    diferentes como es posible pensar sobre casi todos los aspectos de este tema, ya sea

    sobre el carcter eficaz y rentable del trabajo servil, ya sea sobre la personalidad del

    esclavo, sus reacciones, su cultura, o las relaciones entre amos y esclavos48 Como

    siempre, las divergencias en la restitucin de la memoria histrica encuentran su punto

    de partida en desacuerdos sobre problemas contemporneos, con los que la memoria

    no deja de tener interferencias.

    Incluso en frica, una escuela de historiadores se esfuerza por movilizar el recuerdo de

    la esclavitud para explicar el subdesarrollo africano, al menos en las principales

    regiones de frica occidental, en la que se practicaba la trata de esclavos. Otros, en

    cambio, consideran que la trata tuvo efectos positivos al permitir la introduccin de

    crditos europeos en una economa poco dinmica. Por consiguiente, se instauran

    nuevas batallas sobre la memoria, que se plantean en trminos similares en todos los

    debates sobre el colonialismo. Es probable que una de las condiciones del xito de la

    poltica instaurada hoy en Sudfrica por el presidente Nelson Mandela consista en la

    superacin de los conflictos de memoria entre los antiguos beneficiarios del apartheid y

    los que no lo eran, sin que esta superacin implique el olvido, inaceptable para las

    vctimas del sistema de discriminacin racial.

    En Hispanoamrica, la Conquista primero y la Independencia despus

    provocaron rupturas en la continuidad de la memoria. Despus de la Conquista, en

    primer lugar existi el olvido o el rechazo del pasado de las civilizaciones y culturas

    precolombinas y luego, despus de la Independencia, la misma actitud se produjo

    respecto del perodo colonial.49 Estas rupturas explican an hoy ciertos

    enfrentamientos contemporneos entre lo que se recuerda, ya sea dentro de Amrica

    latina (entre las poblaciones de origen europeo y las de origen indgena o mestizo), ya

    sea entre los pases que hoy son soberanos y las antiguas potencias coloniales. En

    Mxico, por ejemplo, el malinchismo (que proviene del nombre de una princesa

    indgena, Malinche, que fue la amante de Corts) sigue produciendo memorias

    ambiguas y contradictorias.50 Para algunos, el recuerdo de Malinche alimenta un

    desprecio por todo lo que es mexicano, calificado de vulgar, y constituye la base de

    una preferencia por las sociedades occidentales, de donde provena Corts. Para

    otros, denunciar el malinchismo es no solamente la estigmatizacin del

    48 M.I. Finley, op. cit., p. 43. 49 Francois-Xavier Guerra, Mmoires en devenir, Amrique Latine, XVI-XX, sicle Coloquio internacional, Les enjeux de la mmoire, Paris, 1-3 diciembre de 1992, Association franaise des sciences sociales pour lAmrique Latine, Bordeaux, Maison des pays ibriques, 1994, p. 11. 50 Cambrezy, La mmoire trahie dune princesse indienne, en Cahiers des Sciences humaines, 30 (3) 1994, 497-511.

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    comportamiento de la princesa indgena acusada de haber traicionado a sus

    hermanos, sino tambin una manera de reafirmar la fuerza y el genio del pueblo

    mexicano.

    Las conmemoraciones de los bombardeos de Hiroshima y de Nagasaki

    revelaron un mosaico de recuerdos, no solamente entre Estados Unidos y Japn (algo

    lgico de esperar), sino tambin dentro de este ltimo pas. En las ceremonias

    oficiales, Hiroshima es mejor tratada que Nagasaki y, adems, las decenas de miles

    de irradiados no japoneses no son recordados. Adems, estas conmemoraciones

    reavivaron los debates sobre la naturaleza del conflicto y Japn tuvo dificultades para

    reconocer la realidad de una guerra de invasin en Asia durante la Segunda Guerra

    Mundial, sin que este reconocimiento provocara crticas dentro de la poblacin y de la

    clase poltica. En ciertos casos, lo que se busc fue atemperar las memorias, como en

    Okinawa: ni Japn ni Washington quieren revivir los terribles recuerdos de la

    primavera de 1945.

    En Francia, los antagonismos entre memorias tambin forman parte de la

    tradicin nacional, aunque ahora pueden parecer menos marcados que antes. Existe

    una infinidad de temas para que se enfrenten recuerdos y contra-recuerdos franceses,

    plurales y controvertibles: la Revolucin Francesa (Blancos contra Azules, el papel de

    Robespierre, la conmemoracin en 1987 de un contra-Bicentenario manifiesto: el

    Milenario de los Capetos); el bautismo de Clovis, Juana de Arco, la guerra de las

    religiones, los Camisards, la Comuna, Dreyfus, Ptain, la Resistencia (con una

    memoria diferente para la Resistencia interna y la de Londres, menos valorizada en el

    caso de las mujeres que en el de los hombres, etc.), la deportacin (memoria

    contrastada segn el origen de los de portados -judo, gitano o poltico-), la guerra de

    Argelia, los repatriados, los harkis, etc. As, por ejemplo, la memoria sobre la

    Ocupacin, sobre las delaciones y los arreglos de cuentas en el momento de la

    Liberacin son recurrentes en las campaas electorales.51 En este caso, el pasado no

    pasa y provoca heridas en la memoria, llagas cruentas ms o menos dolorosas. Es

    muy difcil reconocer que el campo de los Miles haba sido establecido antes de la

    derrota para encerrar ah a las vctimas de la legislacin francesa sobre los

    extranjeros enemigos, que luego fueron liberados cuando se aplic el artculo 19 del

    armisticio!52 Con frecuencia, al Estado le cuesta imponer un monopolio de la memoria

    51 Zonabend, op. cit., p. 306. 52 Alfred Grosser, Oublier nos crimes. Lamnsie nationale: une spcificit franaise?, Autrement, n 144. Pars. Autrement. abril de 1994, pp. 214-215.

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    legtima y Francia se balancea entre la amnesia colectiva o el deber de la memoria,

    como sucede, por otra parte, en otros pases europeos, como Alemania, Espaa,

    Italia, la Rusia poscomunista y, tambin, los pases liberados de las dictaduras

    militares, como Argentina y Chile. En Francia, incluso celebraciones que a primera

    vista parecan anodinas siempre fueron pretexto para batallas de la memoria: as, el

    trescientos aniversario de la muerte de La Fontaine, en 1995, dio lugar en su ciudad

    natal (Chateau-Thierry) a agudos enfrentamientos polticos entre los que consideraban

    que el escritor era un ptainista y los que acentuaban su carcter universal y

    popular.53

    Con frecuencia la memoria toma materiales de la larga duracin: en ambas riveras del

    Mediterrneo la memoria de las Cruzadas sigue teniendo peso en la fractura del Islam

    y la Cristiandad y sigue siendo un referente ideolgico, como se pudo comprobar en la

    expedicin de Suez de 1956, en la Guerra del Golfo en 1991 y tambin en el noveno

    centenario del llamado de Clermont. En el mundo rabe, Saladin-Nasser era

    comparado con l-, la cada de Jerusaln y su recuperacin, siguen nutriendo la

    memoria colectiva e Israel puede ser asimilado a un nuevo Estado cruzado.54 Por lo

    tanto, no debe sorprender que el integrismo musulmn a veces sea presentado como

    una Cruzada al revs, con lo que se mantiene el enfrentamiento entre las memorias de

    Occidente y del Islam.

    Dado que la memoria es ms anima mundi que imago mundi, dado que puede

    actuar sobre el mundo, los intentos de manipularla son permanentes. Personal o

    colectiva, la memoria se utiliza constantemente para organizar y reorganizar el

    pasado. Por qu los gobiernos, los partidos polticos, los grupos de presin dejaran

    de intentar que este proceso fuese en una direccin favorable a ellos? Conocemos el

    papel que jugaron las manipulaciones masivas de la memoria en la aparicin y

    mantenimiento de los sistemas totalitarios del siglo XX. En el conflicto irlands, los

    ingleses y ciertos intelectuales intentaron modificar la memoria sobre la gran

    hambruna de mediados del siglo XIX, utilizada por el IRA como un arma en contra de

    los ingleses. Hace muy poco, en el conflicto de la ex Yugoslavia, se produjeron

    manipulaciones sistemticas de la memoria con el objetivo de hacer olvidar el

    recuerdo de solidaridades anteriores.55 Por otra parte, los intentos de enturbiar,

    ensuciar o profanar las memorias se basan en estos casos en recuerdos mucho ms

    53 Le Monde, 3 de febrero de 1995. 54 Amin Maalouf, Les croisades vues par les Arabes, Paris. Latts, 1983, p. 304-305. 55 Cornlia Sorabji, Une guerre trs moderne. Mmoires et identits en Bosnie-Herzgovine, Terrain, 23 de octubre de 1994, p. 137-150.

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    antiguos, como los de los seculares desmembramientos histricos (reas de la

    ortodoxia, ocupacin otomana, etc.)

    La evocacin de la Shoah permite diferenciar bien las manipulaciones de la

    memoria del trabajo ordinario de la rememoracin. As, por ejemplo, la cifra precisa de

    las vctimas se convierte en un desgarrador trabajo56 de la memoria consistente en

    hacer admitir que la cifra de un milln de muertos en Auschwitz es una hiptesis

    mucho ms razonable que los cuatro millones de muertos que se nombran en una

    placa que hace un tiempo estaba colocada en la entrada del campo. Asimismo, el que

    hoy Serge Klarsfeld pueda tomar la iniciativa de restablecer la verdad histrica sobre la

    cantidad de integrantes de la Resistencia fusilados por los nazis en el Monte Valrien57

    representa la culminacin de un trabajo doloroso de la memoria que demand unos

    cincuenta aos. Por el contrario, el proyecto revisionista que intenta negar la realidad

    del genocidio no tiene nada que ver con una mayutica de la memoria pues, por

    naturaleza, consiste en la negacin de la memoria. De lo que podemos hablar en este

    caso es de asesinato de la memoria: antes de manipularla, la parte de verdad que hay

    en toda memoria es negada a priori.

    Las distorsiones de la memoria provocadas por estos conflictos nos ensean

    probablemente ms sobre una sociedad o un individuo que una memoria fiel. En la

    deformacin sobre el acontecimiento memorizado hay que ver un esfuerzo por ajustar

    el pasado a las representaciones del tiempo presente. En el caso de los grandes

    acontecimientos colectivos, se adivina el inters conjunto de historiadores y

    antroplogos por una bsqueda de la memoria: los primeros ayudan a los segundos a

    medir los deslizamientos de la memoria en relacin con la realidad histrica; los

    segundos proponen a los primeros una interpretacin de estos desplazamientos a la

    luz de lo que est en juego en el presente en lo cultural, en lo social y en lo simblico.

    Podemos adoptar el mismo enfoque en el caso de la dimisin de la memoria, el olvido:

    la amnesia colectiva no puede explicarse por completo sin la colaboracin de

    historiadores y antroplogos.

    V. Los abusos de la memoria, la necesidad de olvido y la amnesia colectiva

    56 Claude Lanzmann, citado en Pierre Vidal-Naquet, Les assasins de la mmoire, Paris, La Dcouverte, 1987, p. 185. 57 1.007 (cifra que ya es terrible) y no 4.500. sta es la cifra que aparece en la placa conmemorativa colocada en el monte Valrien (Hauts-de-Seine).

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    Un historiador afirm que todo culto del pasado es un abuso del pasado.58

    Puede ser abusiva la memoria? Para el cincuentenario de la Paz de 1945, el consejo

    regional de la Baja Normanda organiz, el 20 de mayo de 1995, en Caen, un coloquio

    sobre El deber de la memoria, la tentacin del olvido. Siempre hay que ver en el

    olvido una tentacin? Jules Renard escriba en su diario: Tengo una memoria

    admirable, olvido todo! Es tan cmodo!. Olvidar, es cmodo? La mosca mutante

    amnsica no deja de hacer el amor por haber olvidado que acaba de hacerlo.59

    Helena, hija de Zeus, haba obtenido de Polydamna, la mujer de Thon, el secreto de

    una droga que mezclada con el vino haca olvidar los males, el dolor y el

    resentimiento: El que tomaba esa mezcolanza no dejaba que las lgrimas corrieran

    por sus mejillas durante todo el da, aunque se hubieran muerto su madre y su

    padre.60

    Al regreso de Buchenwald, Jorge Semprn eligi una larga cura de afasia, de

    amnesia deliberada, para sobrevivir y evoca la felicidad loca, la beatitud obnubilada

    del olvido, la nada deliciosa que lo protegi durante un tiempo de la angustia de la

    vida, de las faltas de certezas desgarradoras de la memoria,de las metstasis

    fulgurantes del recuerdo.61 Cul fue el recuerdo que no pudo soportar Primo Levi,

    que se suicid en 1987, despus de haber contado su terrible experiencia en los Lager

    alemanes?62 Elie Wiesel seala que el ms trgico de los personajes bblicos es el

    profeta y el ms trgico de los profetas, Jeremas, pues sobrevivi a la tragedia y no

    pudo olvidarla.63 El placer, la felicidad o, ms grave aun, la supervivencia, pasan por

    el olvido, por la traicin a la memoria? En Bosnia-Herzegovina algunos locos

    manipularon la memoria para satisfacer sus objetivos de depuracin tnica. El olvido

    no permite en muchos casos evitar conflictos entre los recuerdos? Segn Nietzsche, el

    privilegio del nio reside en que todava no tiene de qu renegar de su propia vida y

    esto no sucede con el hombre que, ms tarde, se asombra porque no puede aprender

    a olvidar y sigue agarrado al pasado, aunque cada fiesta de Ao Nuevo pretenda ser

    un renacimiento pleno de resoluciones que traicionan el deseo de hacer tabula rasa

    con el pasivo de toda vida humana. Y agrega Nietzsche: toda accin exige el olvido,

    58 M. Finley, op. cit., p. 7. 59 J.D. Vincent, op. cit., p. 122. 60 Homero, La Odisea, canto IV. 61 Jorge Semprn, Lcriture o la vie, op. cit., p. 205, 210, 229 y 236. 62 Primo Levi, Si cest un homme, Paris, Julliard, 1987, 214 p. 63 Elie Wiesel, La mmoire comme rsistence, en mile Malet (bajo la direccin de), Rsistence et mmoire. DAuschwitz Sarajevo, Pars, Hachette, 1993, p. 33.

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    como todo organismo necesita no solamente luz, sino tambin oscuridad.64 La

    memoria puede ser una cadena, una traba para la accin y para la libertad? Algunos

    monumentos, como el Vietnam Veterans Memorial de Washington, fueron

    considerados como instrumentos de catarsis, por que permitan que la memoria

    colectiva se deshiciera del fardo de los recuerdos especialmente penosos. La

    conmemoracin es, a veces, un olvido disfrazado? Los grandes movimientos histricos

    no pudieron llevarse a cabo sin la voluntad de depurar, y hasta erradicar, toda huella y

    todo smbolo de los regmenes polticos anteriores. En ciertos momentos es preciso

    poner el pasado entre parntesis e, incluso, llegar a olvidar nuestros crmenes?65

    Pero, entonces, no nos perdemos a nosotros mismos en cuanto olvidamos?

    La amnesia de Matsyendranath, uno de los maestros yoguis ms populares de la Edad

    Media hind, le hizo perder su identidad y casi le cuesta la inmortalidad que slo pudo

    ser salvada por la anamnesis, asimilada a un despertar.66 Los hombres perfectos, que

    no pierden nunca la visin de la verdad, no necesitan la virtud de la rememoracin

    porque siempre estn despiertos: Buda es el que est despierto por excelencia y por

    eso posee, como Mnemosina, la omnisciencia absoluta. Hypnos es el hermano gemelo

    de Tnatos y si ambos nos asustan, no es porque ambos son portadores del olvido,

    uno de manera provisoria, el otro definitivamente? La vigilia no es olvido y, por lo tanto,

    no es la muerte: Gilgamesh no puede adquirir la inmortalidad porque no logra estar en

    vela seis das y seis noches. Segn el Dighanikaya (I, 19-22), los dioses caen del cielo

    cuando les falla la memoria y se les mezclan los recuerdos67 A causa del olvido, el

    alma puede dejar huir su contenido (Gorgias, 493 c), y de este modo se expone a las

    maldiciones: olvidaste las enseanzas de tu Dios, cuando sea mi turno me olvidar de

    tus hijos (Os, 4,6). Olvidar, no es tambin la prdida del otro? Olvidar un perodo de

    la vida, segn Maurice Halbwachs, es perder contacto con los que en ese momento

    nos rodeaban.68 Tambin es abandonar al otro, segn afirma desde hace ms de

    treinta aos una organizacin como Amnesty International, cuya misin es luchar

    contra el olvido.

    Todas las sociedades se plantean estas preguntas (y tambin todos los

    individuos), pero las respuestas no son siempre las mismas. Sin embargo, sera 64 Friedrich Nietzsche, Considrations inactuelles, II, en Oeuvres, Pars, Laffont, 1993, p 219-220. 65 Obra colectiva, Oublier nos crimes. Lamnsie nationale: une spcificit franaise?, Autrement, n 144, Pars, Autrement, abril de 1994, 282 p. 66 M. Eliade, op. cit., p. 145-146. 67 Op. cit., p. 147, 68 M. Halbawchs. La mmoire collective, p. 10.

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    demasiado simplista establecer una oposicin entre sociedades que olvidan y omiten,

    con lo que privilegian el cambio y la innovacin, y sociedades memoriosas, que se

    atan a la reproduccin y al mantenimiento de las tradiciones, y a la estabilidad de las

    jerarquas sociales, es decir, por un lado, sociedades autnomas y, por el otro,

    sociedades heternomas para retomar una distincin de Cornelius Castoriadis. El

    propio ejemplo de la sociedad francesa muestra que lo que se convino en denominar

    modernidad puede conjugarse sin dificultades aparentes con un apego muy marcado

    por el pasado. Groseramente, en el seno de una misma sociedad, es posible distinguir

    perodos en los que se valoriza ms el olvido y otros en los que se lo niega, ya que la

    dosificacin (consciente o inconsciente, semiespontnea o semivoluntaria) entre los

    recuerdos y su amnesia total es siempre una operacin sutil y delicada.

    Se sabe muy poco sobre el mecanismo biolgico que da origen al olvido, salvo las

    relaciones de causalidad que se pueden establecer entre casos patolgicos de lesiones

    o de cirugas cerebrales y ciertas formas de amnesia. Las informaciones que se

    olvidan se borran, con lo que su prdida seria irreversible o simplemente quedan

    ocultas; o se las borra en ciertos casos y se las oculta en otros? Acaso sabemos ms

    que San Agustn, para quien el olvido no es nunca total pues no podramos buscar un

    recuerdo perdido si el olvido fuera absoluto (Las confesiones, X, 19)? Por qu y por

    qu vas neuronales69 algunos acontecimientos, denominados ndices de recuerdo,

    inician la rememoracin y la reactualizacin de un estado interno antiguo, proceso que

    describe maravillosamente Proust cuando cuenta cmo una cucharadita de t en la que

    haba dejado que se ablandara una magdalena puso en movimiento su memoria? No

    sabemos ms que la emocin o los sentimientos que despierta en nosotros la lectura

    de En busca del tiempo perdido, lo que ya es mucho...

    El fenmeno del olvido colectivo es todava ms misterioso: como en el caso de la

    memoria colectiva, las hiptesis sociolgicas, antropolgicas o psicoanalticas sobre su

    posible origen son frgiles, pues los modelos tericos que proponen dejan de lado los

    problemas que plantea el pasaje del individuo al grupo y a la inversa. Del mismo modo

    que existen tantas memorias como individuos -lo que relativiza la nocin de memoria

    colectiva, como vimos anteriormente-, probablemente existan tantas formas de olvido

    como seres humanos. Adems, tomar en cuenta el olvido en un acto de memoria es

    tan difcil (y tan importante) como tener en cuenta lo no dicho en un discurso. Sin

    embargo, el olvido colectivo puede verificarse con mayor facilidad que la memoria

    colectiva. En efecto, si las modalidades del olvido varan entre individuos, el

    enmascaramiento o el borramiento de informacin desemboca siempre en el mismo

    69 La estimulacin elctrica de ciertas zonas del crtex provoca la reminiscencia de escenas relacionadas con recuerdos de acontecimientos pasados (experimento de Penfield, 1963, op. cit., p. 97).

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    resultado, observable en prcticamente la totalidad de los miembros de un grupo. De

    este modo, durante cerca de treinta aos la sociedad francesa olvid que el papel de

    Francia y de una gran parte de los franceses no siempre haba sido digno y honorable

    en la poca de la Ocupacin. De hecho, durante todo este tiempo la sociedad francesa

    intent olvidar que se haba olvidado, como se dice de un hombre que olvid porque no

    supo mantener su rango. As aparecieron recuerdos desplegados como en una pantalla

    que proporcionaban una realidad inaceptable: una Francia combatiente por entero, la

    negacin de cualquier participacin en el genocidio, etc. Recin con ciertos

    acontecimientos, como la realizacin de la pelcula Le chagrin et la piti, de Marcel

    Ophuls, en 1969, expresin de un largo trabajo subterrneo de la memoria, o la

    publicacin de la obra de Robert O. Paxton en 1973,70 se inici una rememoracin de

    esa poca histrica, con lo que se puso parcialmente fin a un fenmeno de olvido

    colectivo.

    Con frecuencia el olvido es trgico y cuando es total, como es en el caso de

    ciertas amnesias patolgicas, puede impedir llevar una vida normal. Lvi-Strauss

    seal la frecuencia del olvido en los cuentos y los mitos y sostuvo, con razn, que el

    olvido es menos un defecto de comunicacin con el otro que uno mismo: olvidar es no

    poder decirse a uno mismo lo que uno debera haber podido decirse.71 Sin embargo,

    sera un error definir siempre al olvido por la falta. Los olvidos son vacos llenos de

    algo, como sealaba E. Bastide. De sus trabajos surge que la cultura

    afronorteamericana se constituye tomando prestados sus materiales del pasado de los

    Blancos para llenar los agujeros de la memoria colectiva de la esclavitud. Esta plenitud

    de una ausencia tiene un sentido para el grupo que, cuando termine el arreglo, va a

    poder organizar una nueva configuracin de la memoria, con mucho ms futuro desde

    el punto de vista de los intereses del grupo considerado. Traki Zannad Bouchara

    seala que no existe olvido para una cultura, simplemente formas de sustitucin o, si

    stas no existen, formas de resistencia.72 La memoria olvidadiza no es siempre un

    campo de ruinas, tambin puede ser un lugar de trabajo. Por consiguiente, no hay que

    percibir obligatoriamente el olvido como una privacin, un dficit, expresin que le

    gusta mucho a la neurologa que, segn Sacks, tiende a centrarse sobre lo que falta

    en la funcin neurolgica: afasia, alexia, apraxia, ataxia, amnesia, etc. El olvido es una

    censura pero tambin puede ser una carta de triunfo que le permita a la persona o al

    grupo construir o restaurar una imagen de ellos mismos globalmente satisfactoria.

    70 Robert O. Paxton, La France de Vichy, 1940-1944, Pars, Seuil, 1973, 380 p. 71 Claude Lvi-Strauss, Anthropologie structurale deux, Pars, Plon, 1973, p. 230-231. 72 Traki Zannad Bouchara, La ville mmoire. Contribution la sociologie du vcu, Pars, Mridien Klincksieck, 1994, p. 24.

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    Kierkegaard plantea que el recuerdo no solamente debe ser exacto, tambin debe ser

    feliz.73 Incluso podramos decir que un recuerdo debe ser feliz antes de ser exacto, lo

    que supone la facultad de olvidar los aspectos ms penosos de un acontecimiento

    pasado. Hasta podemos llegar a desear olvidar el recuerdo de un acontecimiento feliz

    cuando simultneamente evoca el recuerdo de su prdida. A la inversa, en ciertos

    casos particularmente trgicos, negarse a olvidar un recuerdo doloroso constituye la

    nica razn para vivir.

    No existen letotcnicas, no hay un arte del olvido equivalente al arte de la

    memoria, arte que tambin sera til, aun cuando ms no fuera para dar

    decididamente la espalda todos los das a todo lo que estorba nuestro pasado. Sin

    embargo, nuestro cerebro se dedica a deshacerse de millares de informaciones

    intiles. Olvidamos ms de lo que recordamos, por suerte! La casi imposibilidad de

    olvidar que se observa en algunos sujetos dotados de una memoria hipertrofiada

    (hipermnesia o memoria incontinente) puede hacerlos caer en un universo catico y

    en una confusin alucinatoria que les impide poner en orden los acontecimientos

    memorizados o, ms grave aun, darle sentido a la propia vida. As, por ejemplo,

    Veniamin, el clebre paciente del neurlogo Alexandre Luna, nos hace pensar en el

    Funes de Borges:74 es capaz de asociar miles de datos memorizados con versos

    declamados en su presencia pero, al mismo tiempo, es incapaz de comprender el

    sentido del poema recitado.75 El agua de Mnemosina puede ser una fuente

    petrificante.

    En Qu es una nacin?, conferencia pronunciada en La Sorbona el 11 de

    marzo de 1882, Renan aborda el tema del olvido. En un pasaje brillante que conviene

    citar por completo ya que es totalmente actual, se levanta vigorosamente en contra de

    la obsesin por la bsqueda de las huellas de pertenencia tnicas:

    No tenemos derecho a ir por el mundo palpando el crneo de la gente y luego

    tomarlos por la garganta y decirles; Eres de nuestra sangre; nos perteneces. Ms all

    de las caractersticas antropolgicas, estn la razn, la justicia, la verdad, la belleza,

    que son las mismas para todos. Pero miren que esta poltica etnogrfica no es segura.

    Ustedes hoy la explotan contra los otros; luego ven cmo se vuelve en contra suya.

    73 Soren Kierkegaard, en Vino veritas. Paris. Climats. 1992, p. 12. 74 Jorge Luis Borges, Funes el memorioso, en Ficciones, Buenos Aires. Emec. [ed. francesa, Pars, Gallimard, 1957 y 1965, p. 109-118] 75 A. Luria, op. cit.

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    Quin puede decir que los alemanes, que levantan tan alto el estandarte de la

    etnografa, cuando les llegue el turno, no vayan a ver a los eslavos analizando los

    nombres de las ciudades de la Saxe y de la Lusace, buscando huellas de los Wiltzes o

    de los Obotritas y pedir una rendicin de cuentas por las masacres y las ventas en

    masa que los Otones hicieron de sus antepasados? Para todos es bueno saber

    olvidar.76

    Y Renan agrega que el olvido es un factor esencial para la creacin de una

    nacin: La esencia de una nacin es que todos los individuos tengan muchas cosas

    en comn y tambin que todos hayan olvidado muchas cosas.77 Pero, este olvido

    necesario puede ser voluntario?

    El individuo puede hacer esfuerzos de memoria pero al olvido no se le dan

    rdenes: como seala John Brown,78 no parece disponer de ningn equivalente de la

    tecla que permite borrar en un grabador. Las entrevistas realizadas con los que

    huyeron del Gulag muestran que no logran olvidar ciertos detalles de la vida de los

    campos.79 Por el contrario, dentro de una sociedad, se puede decidir admitir el

    pasado, aceptar el olvido, amnistiar. En el ao 403 a.C., los atenienses juraron no

    recordar los males del pasado 80 despus de un perodo rico en enfrentamientos

    polticos y militares. Este olvido en la ciudad 81 estipula que nadie, excepto los Treinta

    Tiranos, podra ser perseguido por sus actos pasados. Por consiguiente, la ciudad

    ateniense fund su existencia poltica en una prdida de la memoria. Sin dudas fue la

    primera amnista, la primera prohibicin institucional de la memoria, que no hay que

    confundir con el perdn. En efecto, con la amnista, acto poltico y jurdico, se

    considera que el hecho no sucedi, se lo borra de la memoria que, deliberadamente,

    queda apagada. La amnista es radical, en el sentido en que se arranca la raz del

    recuerdo o es, en todo caso, lo que la sociedad se esfuerza en creer.

    Por lo tanto, es posible desear el olvido. Odio al comensal que tiene memoria, dice un

    proverbio griego, que de este modo recuerda las virtudes del olvido entre comensales

    que, bajo el efecto del vino, pueden hacer confidencias o ser indiscretos. En ciertas

    situaciones hay que saber olvidar, olvidar por ejemplo la memoria del dolor o de la

    76 Ernest Renan, Quest-ce quune nation?, Pars, Presses Pocket, 1992, p. 49. 77 Op. cit., p. 42. 78 Richard L. Gregory (bajo la direccin de), Le Cerveau un inconnu, Pars, Robert Laffont, 1993, p.939. 79 Irina Sherbakova, The Gulag in Memory, en Luisa Passerini (bajo la direccin de), Memory and Totalitarism, Oxford/New Cork, Oxford University Press, 1992, p. 103-115. 80 Jean-Louis Deotte, Ouhlez ! Les ruines, lEurope, le Muse, Pars, LHarmattan, 1994, p. 21. 81 Nicole Loraux, Loubli dans la cit, Le temps de la rflexion, Pars, Gallimard, 1980, p. 213-242.

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    muerte de un semejante. Si el olvido hace mal es porque sigue siendo una forma de

    memoria: la paz espiritual se logra nicamente cuando olvidamos que hemos olvidado.

    Esto es lo que pasa con los males de amor... Todos los recuerdos se evalan en

    funcin de su olvido posible y el trabajo de la memoria consiste precisamente en olvidar

    ciertos acontecimientos y en privilegiar otros. El olvido, lejos de ser la antinomia de la

    memoria, es la esencia misma y se le reservan ciertos momentos.

    Del mismo modo que se piden espacios libres, Pierre Sansot reclama

    duraciones libres en las que solamente sucedera el presente, 82 en las que el futuro

    sera irrespirable, es decir, un tiempo provisoriamente liberado del peso de nuestras

    acciones pasadas que tienden a saturar nuestras vidas. Al ponerse a favor de lo no

    conmemorativo, qu a nadie le preocupe olvidarse de un cumpleaos!, se acuerda

    de lo que dijo Claude Rivire sobre el rito: no puede ser vivido plenamente sin un

    cierto grado de olvido, sin ignorar las razones de su institucin. El peso de los

    recordatorios, el recuerdo demasiado insistente del carcter histrico de una fiesta,

    arruinan lo que tienen de vital. Estas preocupaciones son compartidas por Claudette

    Marquet que se refiere a la multiplicacin de las conmemoraciones protestantes: cada

    ao, cada mes, casi cada da, debo recordar un hecho pasado. Todo parece

    organizado para distraerme del presente y de sus imperativos.83 Bernard Crettaz,

    curador del Museo Etnogrfico de Ginebra se refiere una vez ms a la tirana posible

    de la memoria cuando se denuncia la memoria crispada y conservadora para

    aprender el indispensable olvido que ritualiza el duelo necesario y que permite

    pertenecer a su tiempo. 84

    Las sociedades modernas parecen tentadas por la capitalizacin al infinito de la

    memoria, huida hacia delante que las dispensa de inscribir el pasado en el presente

    para llevar a cabo el duelo. As, no hay ms forma presente de una memoria en

    funcin de expectativas hacia el futuro, sino un inmenso archivo que, en cierto modo,

    es vaco. Es una memoria literal, estril, a menudo hecha de resentimientos, prisionera

    del acontecimiento pasado que, para ella, sigue siendo un hecho intransitivo, que no

    lleva a ningn lado ms all de l mismo, al que Todorov le opone la memoria

    ejemplar, para la que el pasado, domesticado, se vuelve principio de accin para el

    82 Pierre Sansot, Du bon et du moins bon usage de la commmoration, en H.P. Jeudy, op. cit., p. 286. 83 Citado en Yves Bizeul, Identt protestante et rfrence au pass, Ethnotogie des faits religieux en Europe. Pars, CTHS. 1993, p. 420. 84 Bernard Crettaz, La beaut du reste. Confession dun conservateur de muse sur la perfection et lenfermement de la Suisse et des Alpes, Carouge-Genve, ditions Zo, 1993, p. 27.

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    presente.85 Esta memoria potencialmente liberadora su pone un trabajo de duelo que

    es posible realizar, aunque siempre sea peligroso:86 esto pas, por ejemplo, con el

    desfile de los carros alemanes por los Campos Elseos el 14 de julio de 1994, o con la

    presencia del Presidente alemn en la conmemoracin del cincuentenario del

    levantamiento de Varsovia del 1 de agosto de 1944 o, tambin, con la cadena de

    luces organizada en Berln la noche del 30 de enero de 1993, en respuesta al desfile

    de antorchas del 30 de enero de 1933 con el que se celebr la llegada de Hitler al

    poder.87 Sin esta asuncin del pasado, la memoria se dilata indefinidamente, a tal

    punto que pierde toda consistencia y toda significacin. El trabajo de duelo, seala

    Semprn, pasa justamente por Buchenwald.

    Toda vida humana es un aprendizaje de la prdida por el olvido activo de sta: prdida

    de la juventud, de la salud, de las ilusiones, de las ambiciones, de los amores, de los

    padres, de los amigos, hasta llegar a la fase ltima en la que la edad se lleva todo,

    incluso la memoria. Este aprendizaje parece ms difcil para las sociedades que para

    los individuos. Aqullas dudan entre la memoria total, sumisin sin imites al pasado, el

    olvido total, sumisin absoluta al futuro y dos formas bien diferenciadas del olvido

    parcial: una es el olvido activo, aceptado -que no hay que confundir con la falsificacin

    orweliana de la memoria o con lo que Primo Levi llam la guerra del Reich milenario

    contra la memoria: destruccin de documentos pblicos,88 retoques de fotografas,

    autos de fe, etc- que es una amnesia fundadora del futuro, porque este olvido es

    asuncin del pasado; el otro, el olvido pasivo, atenta contra la memoria de las vctimas

    (el olvido culpable de que habla Ren Char), ese signo de un encadenamiento con

    una historia reprimida, actitud exactamente simtrica de la repeticin machacadora de

    la memoria que manifiesta el encarcelamiento a un pasado obsesivo.

    85 Tzvetan Todorov, Les abus de la mmoire, Paris, Arla. 1995, p. 30-31. 86 Una prueba de ello es la emocin que provoc la participacin del presidente Reagan y del canciller Kohl en una ceremonia organizada en el cementerio militar de Bitburg en 1985. 87 tienne Franois, LAllemagne des commmorations, Le dbat, enero- febrero, 1994, n 78, p. 67. 88 Philippe Moreau describi falsificaciones de este tipo desde el siglo I a.C., en Obra colectiva, La mmoire perdue. A la recherche des archives oublies, publiques et prives, de la Rome antique, Pars, La Sorbonne, 1994, p. 121-147.

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    Memorias y amnesias colectivas