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XII Congreso Nacional de Educación Comparada Identidades Culturales y Educación en la Sociedad Mundial Huelva, Octubre 2012 IDENTIDADES MALDITAS (LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL OTRO) Carmen M. Aránzazu Cejudo Cortés Celia Corchuelo Fernández Antonio Daniel García Rojas Ramón Ignacio Correa García Universidad de Huelva A modo de introducción ¿Se puede construir socialmente la alteridad? Esto, obviamente, es una pregunta retórica y, además mal formulada ya que la alteridad siempre es una construcción social. Intentémoslo de nuevo: ¿Se puede construir socialmente la identidad del Otro de una forma negativamente sesgada y que prevalezcan los intereses de las clases dominantes? Ahora, mejor. La respuesta, para nosotros es rotundamente afirmativa. Habitamos un mundo ciertamente complejo, una nueva Torre de Babel sociológica donde el mestizaje cultural, étnico, religioso… es la tónica dominante. La comprensión de la realidad se hace difícil por el orografía sinuosa de la convivencia cotidiana, así como la orientación en la geografía variable de los grupos humanos y su permeabilidad entre las fronteras A lo largo de las páginas que siguen, hemos pretendido hacer una aproximación a tres hechos que configuran algunas de las identidades malditas que jalonan la Historia: los zoológicos humanos, la esclavitud y la inmigración. De aquellos sedimentos antropológicos, de aquellas circunstancias históricas, hoy quedan vestigios y ecos en 1

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XII Congreso Nacional de Educación ComparadaIdentidades Culturales y Educación en la Sociedad MundialHuelva, Octubre 2012

IDENTIDADES MALDITAS(LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL OTRO)

Carmen M. Aránzazu Cejudo CortésCelia Corchuelo FernándezAntonio Daniel García RojasRamón Ignacio Correa García

Universidad de Huelva

A modo de introducción

¿Se puede construir socialmente la alteridad? Esto, obviamente, es una pregunta retórica y, además mal formulada ya que la alteridad siempre es una construcción social.

Intentémoslo de nuevo: ¿Se puede construir socialmente la identidad del Otro de una forma negativamente sesgada y que prevalezcan los intereses de las clases dominantes? Ahora, mejor. La respuesta, para nosotros es rotundamente afirmativa.

Habitamos un mundo ciertamente complejo, una nueva Torre de Babel sociológica donde el mestizaje cultural, étnico, religioso… es la tónica dominante. La comprensión de la realidad se hace difícil por el orografía sinuosa de la convivencia cotidiana, así como la orientación en la geografía variable de los grupos humanos y su permeabilidad entre las fronteras

A lo largo de las páginas que siguen, hemos pretendido hacer una aproximación a tres hechos que configuran algunas de las identidades malditas que jalonan la Historia: los zoológicos humanos, la esclavitud y la inmigración. De aquellos sedimentos antropológicos, de aquellas circunstancias históricas, hoy quedan vestigios y ecos en los estigmas sociales que soportan esas identidades malditas.

El mundo global se enfrenta a la presencia ubicua del Otro, del extranjero. La diversidad de la especie humana se puede vivenciar desde dos enfoques radicalmente opuestos: a) Como un espacio de tolerancia entre iguales y b) Como un espacio de poder entre opresores y oprimidos. La Historia parece haber adoptado como norma la segunda opción: civitas/selvaticus para diferenciar a quienes no eran patricios romanos; ciudadanos/bárbaros, para distinguir en las ciudades griegas a los extranjeros; amos/esclavos… blancos/negros… Ahora vivenciamos generalmente esa diversidad de lo extranjero como una amenaza: sudacas, latinos, negros, moros, rumanos, gitanos, espaldas mojadas, sin papeles… eufemismos lingüísticos de rémoras sociohistóricas de aquel proceso colonialista del siglo XIX (aunque comenzó con la época de los descubrimientos) y que construyó identidades malditas de unos grupos humanos como seres diferentes y, sobre todo, inferiores, al hombre blanco, creado “a imagen y semejanza” del mismísimo Dios.

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Los zoológicos humanos o la invención del salvaje

La mirada etnocéntrica del colonialismo europeo dio origen a la exhibición denigrante, como si de un espectáculo circense se tratara, de seres humanos de otras etnias, de otras latitudes y con otro color de piel… “diferentes”, en suma… e “inferiores”, por la lógica que incitaba aquella mirada. Personas de origen no europeo fueron mostradas impúdicamente como algo exótico, incluso como animales, en los zoológicos, ferias coloniales, Exposiciones Universales y hasta en congresos antropológicos al finalizar el siglo XIX y en las primeras décadas del XX.

La doble moral occidental encubría aquellos hechos alevosamente degradantes con la condición humana denominando como “Exposiciones Etnológicas” o “Ciudades de Negros” lo que eran nada más que actos racistas. El último zoológico humano fue el de la Exposición Universal de Bruselas en 1958, aunque desde la década de los 30 el fenómeno social de los zoológicos humanos iba perdiendo fuerza e interés. Aún así, la fotografía y el cine como documentos sociales siguieron perpetuando los estereotipos creados dentro de una concepción colonial más general perfectamente legitimada y aceptada.

Báez y Mason (2006) documentan la odisea de indígenas chilenos, mapuches y fueguinos. Los invasores blancos, sobre la década de 1880, hacían lucrativos negocios practicando el trueque de simples telas rojas por finas pieles (aunque en ocasiones había que mejorar la oferta añadiendo alcohol y pólvora). De ahí, pasaron al robo de seres humanos, al rapto de los indígenas para servir de espectáculo de feria en la ilustrada París, centro cultural del mundo civilizado.

Este oprobio sobre los pueblos indígenas chilenos alcanzó su mayor auge entre 1870 y 1939. Ya desde 1877 y hasta después de acabar la primera década del siglo XX, El Jardín de Aclimatación parisino, inaugurado por Napoleón III en 1860 para ser un inmenso animalario se convierte, además, en un zoológico humano donde nubios, zulúes, lapones, mapuches, bosquimanos… son encerrados en jaulas y contemplados como si fueran auténticas bestias.

En su Zoológicos Humanos, Báez y Mason detallan la cartografía de la diáspora indígena. En aquella París de 1889, que celebraba con gran pompa y boato el centenario de (su) libertad, (su) igualdad y (su) fraternidad, nueve aborígenes selk'nam, capturados por un ballenero, fueron exhibidos como alimañas exóticas (ver imagen 1).

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Imagen 1: Miembros del pueblo selk'nam de la Patagonia amerindia(también llamados onas) llevados a París en 1889

(fuente: www.wikipedia.org, consultada en mayo de 2012)

Después de más de ciento veinte años, ahora, en 2012 y en otra París (¿distinta?) de aquélla la Fundación Educación contra el Racismo (http://www.thuram.org/site/, consultada en mayo de 2012) que creó el exfutbolista internacional francés Lilian Thuram se intenta reescribir la Historia. En el museo Quai Branly puede ser visitada una muestra –L’invention du sauvage (La Invención del Salvaje)- con más de 500 secuencias cinematográficas, fotografías, carteles y dibujos que evidencian el despojo de toda dignidad a las personas de otras culturas durante el colonialismo. Esta exposición explica cómo el racismo es una construcción social y cultural (imagen 2).

Imagen 2: Cartel de la muestra L’invention du sauvage en el museo Quai Branly de París.

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El mismo Lilian Thuram descubrió que era negro, por la mirada de los demás, cuando llegó a París con nueve años. A los veinte comenzó su carrera profesional como futbolista de élite siendo una pieza fundamental en la Francia que alcanzó campeonato del Mundial de Fútbol de 1998 (imagen 3):

Imagen 3: Selección francesa, campeona del Mundo de Fútbol en 1998.

Aquella selección gala, un prodigio de técnica y fuerza, era una selección multicultural. Aunque la multiculturalidad, que hoy parece algo contingente a nuestra contemporaneidad, es un hecho que se ha producido a lo largo de la Historia y en todas las épocas. Ezensberger (2002: 74) afirma: “… cuanto más intensamente se defiende una civilización frente a una amenaza exterior, menor será lo que finalmente quede por defender. Y en cuanto a los bárbaros, no es necesario que esperemos su llegada; siempre han estado entre nosotros”.

En la Roma imperial si eras un bárbaro (tracio, macedonio, hispano, egipcio, galo…) podías ser un esclavo o incluso comprar tu libertad siendo un gladiador. Y si eras un gladiador de fama, tendrías honores, riquezas y serías ensalzado por los poetas y el respeto y veneración de la sociedad romana. Desde Calígula y Cómodo, emperadores que fueron gladiadores hasta otros como Espartaco, Cornelio Escipión Africano, Marco Valerio Hispánico… todos bajo el mismo símbolo, la misma idea imperial: Roma, el centro del mundo conocido.

Los futbolistas de élite (y los deportistas en general) son los nuevos gladiadores de la civilización del espectáculo, aquélla que ha banalizado la cultura para ser objeto de consumo escópico y fines bastardos, desde la abyecta manipulación ideológica a la simple y llana motivación mercantilista (Vargas Llosa, 2012).

Del once titular de la Francia de 1998, al menos siete o más jugadores no eran franceses de nacimiento pero saltaban al terreno de juego para conseguir un ansiado triunfo bajo la bandera de una misma idea, como diría Roland Barthes, la “francesidad” (igual que para los gladiadores era la Roma imperial): Karembeu, nacido en Nueva Caledonia (Oceanía); Djorkaeff, francés de padres armenios; Lizarazu, español; Thuram, en la isla de Guadalupe en el Caribe; Desailly, africano de Ghana y Zidane, marsellés, de padres

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argelinos (sólamente hemos cambiado la arena del circo por el césped y los honores y admiración por el aura mediático y los contratos millonarios).

No hay que forzar mucho la analogía histórica para encontrar semejanzas entre los esclavos y los gladiadores de Roma, venidos de los más lejanos confines del Imperio y los inmigrantes (clandestinos o no) de primera o segunda generación que habitan en la banlieu parisina y en sus barrios más marginales y la selecta minoría que es capaz de ser una estrella del deporte o del espectáculo.

Apuntes (vergonzosos) sobre la esclavitud

Uno de los hechos más crueles de la Historia y que se refieren a la construcción social del Otro, la construcción social del salvaje y de las identidades malditas, fue (¿o es?) el de la esclavitud.

Cronológicamente anterior a los zoológicos humanos pero con la misma ética espuria, en la cuna de la civilización occidental, la esclavitud era un mecanismo sociológico asumido y aceptado en el mundo clásico, pero nosotros nos referimos ahora al comercio con seres humanos que Occidente llevó a cabo en su etapa de colonialismo imperialista.

El proceso histórico iniciado con el Renacimiento instauró en Occidente un régimen de residuos humanos hasta entonces inédito. La invasión colonial del mundo extraeuropeo, que nuestros antepasados se tomaron como un botín gratuito de espacios vacíos (pues sus pobladores ancestrales no entraban en la contabilidad del progreso), sirvió de cubo de la basura para que las nuevas naciones emergentes -España, Portugal, Francia, Inglaterra, Holanda- arrojaran allí sus excedentes humanos. No es ninguna metáfora que las crisis sucesivas del embrionario capitalismo europeo -incapaz de alimentar a todo el proletariado que iba creando con la progresiva industrialización- se resolvían por medio de oleadas de emigrantes hacia ultramar, con lo cual las castas superiores eliminaban de un plumazo en Europa a las masas que hubieran podido provocar graves conflictos sociales (Williams, 2011).

Aquellos emigrantes y colonizadores europeos eran la basura de la modernidad, como hoy lo son la chatarra, los plásticos desechables o los residuos nucleares. Dieron crédito a la leyenda de El Dorado, pero al no convertir en real el mito y encontrar vastos y ricos territorios con fuentes de incalculable riqueza distintas al oro, fueron los causantes directos del más gigantesco despojo de la historia universal: la usurpación y apropiación de las tierras de los indios, el expolio de sus riquezas, el genocidio sistemático a que fueron sometidos… una de las vilezas más abyectas que el ser humano ha infringido a otro ser humano sin que la tribuna de la Historia clame justicia. La ecuación era bien sencilla, solamente había que ponerla en práctica: “La fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las partes que lo forman, y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más dramáticas” (Galeano, 2003: 4).

“Como unos puercos hambrientos, ansíaban el oro” se puede leer en el Códice Florentino o en la Historia General de las cosas en la Nueva España, que escribió entre 1540 y 1585 el franciscano español Bernardino de Sahagún. Pero satisfecha la codicia

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del oro y otros metales nobles como la plata de Potosí, los colonizadores europeos (eufemismo etnocéntrico que a ojos de un indio americano aborigen significa “expoliadores” o “exterminadores”) se encontraron con una tierras vírgenes idóneas para la agricultura intensiva y el comercio posterior con la Europa matriz. Entonces, fieles al dictado de la ecuación que hemos mencionado más arriba y originando otra felonía al género humano para dar argumentos al Leviatán de Hobbes, quien estudiando la condición humana se hizo eco del adagio latino Homo homini lupus, los colonizadores reiventaron la esclavitud como un fin mercantilista y tras la perspectiva de un lucrativo negocio.

Entre mediados del XVI y la abolición a finales del siglo XIX, más de 14 millones de personas (sobre todo de África Occidental y el Golfo de Guinea) fueron arrancadas de sus comunidades de origen para ser deportadas a las colonias europeas del Caribe y el Sur de los EEUU.

Todo eso, como hemos apuntado, después del cautiverio y genocidio de los indios nativos de las Américas, practicadas por el Imperio español y continuada por el resto de las potencias europeas. Se robaban negros de África (fuente inagotable) para trabajar en las tierras robadas a los indios de América. Se cambiaba la quincalla por seres humanos para convertirlos en ganado negro que permitió roturar y cultivar las tierras (azúcar, tabaco y algodón)… factor decisivo para el progreso y desarrollo económico de un capitalismo ya mundializado (Williams, 2011).

Por aquel tiempo se decía que en Liverpool y Bristol no había un solo ladrillo en la ciudad que no estuviera mezclado con sangre de un esclavo. ¿Qué diferencia –nos preguntamos- hay entre aquellos seres humanos que secuestrábamos, los subíamos a un barco y los convertíamos en esclavos y estos otros seres humanos que nos llegan en cayucos o pateras?

El comercio de esclavos no fue abolido hasta la promulgación de una Real Orden de 29 de marzo de 1836 (en las colonias americanas, esta práctica ignominiosa se alargó hasta 1879). La posesión de esclavos durante los siglos XVI, XVII y XVIII en España era un signo evidente de prestigio social, ya que debido a su alto precio, no todo el mundo podía participar activamente en los mercados esclavistas. Según los precios de la época, un esclavo era más caro que comprar una casa o un viñedo con lo que se activaba el comercio de trueque. Marín (2008: 69) documenta el caso de un esclavo cuyo valor de mercado al ser puesto a la venta en 1680 fue pagado en especies: “Don Diego Pérez Barrientos de Cartaya vende un esclavo de 38 a 40 años de edad a Don Francisco Ramírez Barrientos de Gibraleón, por el valor y trueque en cambio de tres vacas paridas escogidas y más otras dos vacas paridas con dos añojos o añojos herrados de este año y una vaca horra …”. Capitanes, alguaciles, terratenientes, nobles, toda “gente de bien” disponían de ese “ganado negro” como servidumbre humana, incluso los miembros, acaudalados y con autoridad, de la Iglesia que podían permitirse ese dispendio (Gibraleón, localidad situada a catorce kilómetros de Huelva, cuna del Descubrimiento, mantuvo un mercado de esclavos hasta 1750).

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Inmigración: identidades culturales en sociedades mestizas

Para Enzensberger (2002), el egoísmo del grupo y la xenofobia son constantes antropológicas. Incluso en la lengua es posible advertir el trasfondo de esas ideologías. Cada tribu, cada grupo humano, se define a sí mismo como “seres humanos”, categoría a la que no alcanzan los extranjeros, que son “otra cosa”, pero siempre negativa. Así, los indios nahua denominaban popolaca (tartamudos) a las tribus vecinas y mazahua (que braman como los ciervos); para un ruso, todo alemán es un nemec (mudo); la misma palabra bárbaros, con la que los griegos llamaban a quienes no eran autóctonos, tendría los significados de “balbuceante, tartamudo…” y por extensión “inculto, rudo, cruel, violento, salvaje, cobarde, codicioso, desleal…”; los hotentotes, que en lenguas afrikaans viene a significar “tartamudos”, se denominan a sí mismos k’oi-n (los seres humanos)…

El sistema neoliberal ha generado profundos desequilibrios entre el Norte y el Sur y la distancia que separa a los países ricos de los pobres ha ido adquiriendo proporciones abismales. La libre circulación del capital ha arrastrado a mareas humanas en busca, como en aquel entonces, del mito de El Dorado e, invirtiendo a la vez aquellos flujos migratorios que los colonizadores imperialistas europeos comenzaron en el siglo XVI.

Ahora no somos los residuos humanos europeos los que nos trasladamos para realizar las tareas históricas que tradicionalmente hemos desempeñado: imperialismo, expolio de riquezas, genocidio, esclavitud… son los descendientes de aquellos grupos humanos que habitaban en nuestros espacios de conquista colonial los que vienen a reclamar unas migajas del banquete pantagruélico de Occidente.

El planeta globalizado neoliberal, que ahora produce parias en todas partes, ya no quedan zonas supuestamente vacías y son los antiguos vertederos tercermundistas quienes nos exportan sus copiosos excedentes. Por eso la Unión Europea (UE) ha cerrado las fronteras: la basura humana le resulta indeseable (recuérdese, por ejemplo, la polémica expulsión de gitanos rumanos de Francia en 2010, a pesar de ser ciudadanos de la UE y asistirles el derecho de libre circulación).

La regularización de unos cientos de miles de desheredados no solucionará el problema, pues se trata sólo de paños calientes y el cáncer capitalista sigue debajo. Como dice Bauman (2005) nos advierte que la producción de cuerpos superfluos, ya no requeridos para el trabajo, es una consecuencia directa de la globalización y la única industria próspera en los países tortuosa y engañosamente apodados “en vías de desarrollo” es la producción masiva de refugiados. Seguirán viniendo -¿no haríamos los mismo si fuésemos nosotros africanos?-, porque el señuelo de nuestra riqueza es demasiado atrayente para quienes carecen de toda esperanza: “La solución, desde luego, no es el racismo de la derecha, pero tampoco la caridad laica de la socialdemocracia” (www.manueltalens.com, consultada en junio de 2012).

Y de los que vienen y logran quedarse en la tierra de promisión que soñaron, se tienen que enfrentar hasta su total integración, si es que lo consiguen, a unos procesos sociales no exentos de discriminación y desventajas. Avtar Brah, ugandesa de ascendencia india, inmigrante en EEUU e instalada finalmente en Gran Bretaña, en su Cartografías de la

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diáspora (2011) denuncia cómo el racismo se percibe de forma diferente si eres hombre o si eres mujer. También el currículum oculto de las escuelas y otras medidas legislativas que se encontró en la década de los 70 cuando llegó a Londres: entre otras, la SUS (Search under Suspicion) o registro por sospecha, una ley del siglo XIX para la clase trabajadora que autorizaba a la policía a detener y registrar a cualquier sospechoso y que dirigió contra la comunidad de jóvenes negros inmigrantes o también la prescripción del medicamento Depo-Provera a las mujeres negras de la clase trabajadora para prevenir el embarazo, un inyectable que no había pasado los controles sanitarios y farmacéuticos prescriptivos y cuyos estudios se realizaron exclusivamente con mujeres del Tercer Mundo.

También advierte la autora, y nos remitimos a la introducción de este documento, a los brotes de neo-racismo que está teniendo lugar en Europa. Para Brah no existe un único racismo sino formas diferentes de ese mismo hecho focalizadas en grupos humanos: los judíos, los musulmanes, los árabes, los turcos, los africanos, los gitanos… A nadie escapa que las incertidumbres económicas y políticas son terreno abonado para brotes de racismo y xenofobia y su imposible articulación con los imaginarios nacionalistas. De ahí, pasando por leyes injustas e insolidarias con el Otro y por los medios que, en ocasiones, alimentan los estereotipos negativos de la población inmigrante, a materializar procesos de marginación y exclusión social, sólo resta un paso (después de ese paso, se comienza a pensar en “limpiezas étnicas”).

Esto puede servir como conclusión

Hemos visto como en diferentes épocas históricas, los zoológicos humanos, la esclavitud y la inmigración en la sociedad neoliberal, han construido esas identidades malditas y han dado pábulo a los estigmas sociales que han ido generando. En este estudio seminal hay un vasto campo de análisis al que no hemos hecho referencia: el papel fundamental de los medios de comunicación social (prensa, televisión, cine, radio, Internet…) y que son decisivos a la hora de interpretar sesgadamente, como en ocasiones lo hace, lo que entendemos por realidad social y que no es otra cosa que la realidad construida por los medios.

Pero la comprensión de estos hechos no puede hacerse desde ópticas simplistas. Creemos que uno de los problemas principales es el desconocimiento que se tienen de determinados hechos o de las interpretaciones de causa-efecto con las que pretendemos hacer una lectura interpretativa del mundo. El ejemplo lo hemos tenido y lo seguimos teniendo muy cerca: el pueblo gitano, tan cerca y tan lejos, pueblo nómada con todos los estigmas sociales a cuestas pero que, realmente, sabemos muy poco de sus creencias, de su cultura y de sus costumbres. El panorama investigador sobre los gitanos es escaso y son pocas las obras de referencia. Consignamos una, la de Teresa San Román (2010) que privilegia la óptica de hacer una interpretación alternativa del mundo gitano alejada de los estereotipos y superadora de prejuicios.

La marginación y la exclusión social que son inherentes a las identidades malditas son dos realidades lacerantes, a veces invisibles, de nuestra sociedad neoliberal.

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Convenimos como educadores y educadoras, en consecuencia, en la urgencia y necesidad de encontrar estrategias de intervención socioeducativas en situaciones de marginación y exclusión social que no sean meramente asistenciales y que tengan como objetivo fundamental que las personas sean capaces de transformar la realidad en la que viven.

También, como ciudadanos y ciudadanos que aspiramos integrar una sociedad librepensadora, tolerante, justa y solidaria, abogamos por lecturas críticas del mundo a través de la interpretación de la realidad social y de la realidad construida por los medios que nos conduzcan a interpretaciones de la Historia exentas de sutiles e inadvertidos ejercicios de persuasión y manipulación y que nos descubran las estrategias para crear, desde los intereses del poder y de las clases dominantes, las identidades malditas que fueron y han de ser.

Referencias

Báez, C. y Mason, P. (2006): Zoológicos humanos. Santiago de Chile, Pehuén Editores.Brah, A. (2011): Cartografías de la diáspora. Identidades en cuestión. Madrid,

Editorial Traficantes de Sueños.Bauman, Z. (2005): Vidas desperdiciadas. La Modernidad y sus parias. Barcelona,

Paidós.Enzensberger, H. M. (2002): La Gran Migración. Barcelona, Anagrama.Galeano, E. (2003): Las venas abiertas de América latina. Madrid, Siglo XXI.Marín De la Rosa, J. (2008): La esclavitud en Gibraleón (s. XVI a XVIII). Gibraleón,

Asociación Cultural.San Román, T. (2010): La diferencia inquietante. Madrid, Siglo XXI.Vargas Llosa, M. (2012): La Civilización del Espectáculo. Madrid, Alfaguara.Williams, E. (2011): Capitalismo y Esclavitud. Madrid, Traficantes de Sueños.

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