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Repaso Julio – Agosto 2015 | Respuestas
1. ¿Qué verdades que fortalecen la fe hallamos en la oración de Salomón, y qué provecho sacamos
al meditar en ellas? (1 Rey. 8:22-24, 28.) [6 de julio, w05 1/7 pág. 30 párr. 3.]
Salomón expresó profunda y sincera gratitud a Jehová, un Dios de bondad amorosa, Cumplidor de
promesas y Oidor de la oración. Meditar sobre la oración que Salomón ofreció en la inauguración
aumentará nuestro agradecimiento por estos y otros aspectos de la personalidad de Dios.
2. David anduvo “con integridad de corazón”, ¿cómo nos anima su ejemplo a hacer lo mismo? (1
Rey. 9:4.) [13 de julio, w12 15/11 pág. 7 párrs. 18, 19.]
Aunque David fue ejemplar en muchos sentidos, a lo largo de su vida cometió varios pecados graves
(2 Sam. 11:2-4, 14, 15, 22-27; 1 Crón. 21:1, 7). Sin embargo, en cada caso demostró su arrepentimiento.
Puede decirse que anduvo con Dios “con integridad de corazón” (1 Rey. 9:4). ¿Por qué? Porque
siempre trató de actuar en armonía con la voluntad divina.
A pesar de nuestra imperfección, podemos conservar el favor de Jehová. Con ese fin, estudiemos con
empeño su Palabra, reflexionemos en lo aprendido y actuemos con decisión según lo que hemos
guardado en el corazón. Así haremos nuestra la humilde solicitud que el salmista le hizo a Jehová:
“Enséñame a hacer tu voluntad”.
3. ¿Qué lección importante nos enseña el que Jehová enviara a Elías a la casa de la viuda de
Sarepta? (1 Rey. 17:8-14.) [27 de julio, w14 15/2 pág. 14.]
“Tan ciertamente como que vive Jehová tu Dios —contestó—, no tengo torta redonda, sino un
puñado de harina en el jarro grande y un poco de aceite en el jarro pequeño; y aquí estoy recogiendo
unos cuantos pedazos de leña, y tengo que entrar y hacer algo para mí y mi hijo, y tendremos que
comerlo y morir.” (1 Rey. 17:12.) ¿Qué podemos aprender de esta conversación?
Las palabras “tan ciertamente como que vive Jehová tu Dios” revelan que la viuda reconoció a Elías
como un israelita temeroso de Dios. Al parecer tenía algún conocimiento del Dios de Israel, pero no
lo suficiente como para decir “mi Dios” al referirse a Jehová. Vivía en Sarepta, una población de la
que se dice que pertenecía a la ciudad fenicia de Sidón, quizá en el sentido de depender de ella. Es
muy probable que la gente de Sarepta adorara a Baal. Pero Jehová había visto algo especial en aquella
viuda pobre.
Aunque vivía rodeada de idólatras, tuvo fe en el Dios de Israel. Jehová envió a Elías a su casa por el
bien de él, pero también por el de ella. Esto nos enseña una importante lección.
No todos los habitantes de la ciudad de Sarepta, donde se adoraba a Baal, estaban completamente
corrompidos. Al enviar a Elías a la casa de la viuda, Jehová demostró que se fija en las personas de
buen corazón que aún no le sirven. Así es: “en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto”
(Hech. 10:35).
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¿Cuántas personas como la viuda de Sarepta habrá en nuestro territorio? Aunque vivan rodeadas de
gente que sigue religiones falsas, quizá algunas estén buscando algo mejor. Puede que sepan poco o
nada sobre Jehová y por eso necesiten a alguien que les ayude a unirse a la adoración pura.
¿Tratamos de encontrar y ayudar a estas personas?
“HAZME PRIMERO UNA PEQUEÑA TORTA”
Analicemos ahora la petición de Elías. La viuda le acababa de explicar que a ella y a su hijo solo les
quedaba una comida y que después de comerla tendrían que morir. Sin embargo, Elías le dijo: “No
tengas miedo. Entra, haz conforme a tu palabra. Solo que de lo que hay allí, hazme primero una
pequeña torta redonda, y tienes que traérmela acá fuera, y para ti y tu hijo puedes hacer algo
después. Porque esto es lo que ha dicho Jehová el Dios de Israel: ‘El jarro grande de harina mismo no
se agotará, y el jarro pequeño de aceite mismo no fallará hasta el día en que Jehová dé un aguacero
sobre la superficie del suelo’” (1 Rey. 17:11-14).
“¿Darle a él nuestra última comida? ¡No puede estar hablando en serio!”, quizá habrían pensado
otros en su lugar. Pero ¿cómo reaccionó la viuda? Aunque no sabía mucho acerca de Jehová, creyó a
Elías e hizo lo que este le había pedido. ¡Qué difícil prueba de fe... y qué buena decisión tomó!
Dios no la abandonó. Tal como Elías le había prometido, Jehová se encargó de multiplicar sus escasos
alimentos durante todo el tiempo que duró la sequía para que Elías, ella y su hijo tuvieran qué comer.
En efecto, “el jarro grande de harina mismo no se agotó, y el jarro pequeño de aceite mismo no falló,
conforme a la palabra de Jehová que él había hablado por medio de Elías” (1 Rey. 17:16; 18:1). Si la
viuda hubiera reaccionado de otra manera, la torta de pan que hizo con la poca harina y el poco
aceite que le quedaban probablemente habría sido su última comida. Pero ella actuó con fe: confió en
Jehová y alimentó primero a Elías.
[Epígrafe de la imagen: La viuda de Sarepta dándole de comer al profeta Elías]
La fe en Jehová, el Dios de Elías, mantuvo con vida a la viuda y a su hijo
4. ¿Cómo fortalece nuestra confianza en Jehová meditar en el relato de 1 Reyes 17:10-16? [27 de
julio, w14 15/2 págs. 13-15.]
Jehová recompensó la fe de la viuda de Sarepta
UNA viuda pobre abraza emocionada a su hijo, su único hijo. ¡No puede creer lo que ha pasado!
Hace solo unos instantes estrechaba en su regazo el cuerpo sin vida del niño. Pero ahora su pequeño
ha vuelto a vivir y le sonríe. Ella no cabe en sí de la alegría. “Mira —le dice el hombre que se hospeda
en su casa—, tu hijo está vivo.”
Esta conmovedora resurrección, que se relata en el capítulo 17 de 1 Reyes, tuvo lugar hace casi tres
mil años. El huésped era Elías, el profeta de Dios, y la madre, una viuda anónima de la ciudad de
Sarepta. ¡Cuánto debió fortalecer su fe la resurrección del niño! Veamos algunas lecciones valiosas
que podemos aprender de esta mujer.
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ELÍAS CONOCE A UNA VIUDA QUE TIENE FE
Jehová había decretado una larga sequía en el reino de Acab, el malvado rey de Israel. Después de
que Elías anunció la sequía, Dios lo escondió para protegerlo de Acab y lo alimentó milagrosamente
haciendo que unos cuervos le llevaran pan y carne. Entonces le dijo: “Levántate, ve a Sarepta, que
pertenece a Sidón, y tienes que morar allí. ¡Mira! Ciertamente daré orden allí a una mujer, una viuda,
para que te suministre alimento” (1 Rey. 17:1-9).
Al llegar a Sarepta, Elías se encontró con una viuda pobre que recogía leña. ¿Sería ella la mujer que le
daría de comer? ¿No era demasiado pobre para hacerlo? A pesar de las dudas que le pudieron surgir,
Elías decidió hablarle. “Por favor —le dijo–, consígueme un sorbo de agua en una vasija para beber.”
Cuando ella iba a buscar el agua, el profeta añadió: “Por favor, consígueme un pedacito de pan” (1
Rey. 17:10, 11). A la viuda no le suponía un problema llevarle un trago de agua, pero darle algo de
comer era otra historia.
“Tan ciertamente como que vive Jehová tu Dios —contestó—, no tengo torta redonda, sino un
puñado de harina en el jarro grande y un poco de aceite en el jarro pequeño; y aquí estoy recogiendo
unos cuantos pedazos de leña, y tengo que entrar y hacer algo para mí y mi hijo, y tendremos que
comerlo y morir.” (1 Rey. 17:12.) ¿Qué podemos aprender de esta conversación?
Las palabras “tan ciertamente como que vive Jehová tu Dios” revelan que la viuda reconoció a Elías
como un israelita temeroso de Dios. Al parecer tenía algún conocimiento del Dios de Israel, pero no
lo suficiente como para decir “mi Dios” al referirse a Jehová. Vivía en Sarepta, una población de la
que se dice que pertenecía a la ciudad fenicia de Sidón, quizá en el sentido de depender de ella. Es
muy probable que la gente de Sarepta adorara a Baal. Pero Jehová había visto algo especial en aquella
viuda pobre.
Aunque vivía rodeada de idólatras, tuvo fe en el Dios de Israel. Jehová envió a Elías a su casa por el
bien de él, pero también por el de ella. Esto nos enseña una importante lección.
No todos los habitantes de la ciudad de Sarepta, donde se adoraba a Baal, estaban completamente
corrompidos. Al enviar a Elías a la casa de la viuda, Jehová demostró que se fija en las personas de
buen corazón que aún no le sirven. Así es: “en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto”
(Hech. 10:35).
¿Cuántas personas como la viuda de Sarepta habrá en nuestro territorio? Aunque vivan rodeadas de
gente que sigue religiones falsas, quizá algunas estén buscando algo mejor. Puede que sepan poco o
nada sobre Jehová y por eso necesiten a alguien que les ayude a unirse a la adoración pura.
¿Tratamos de encontrar y ayudar a estas personas?
“HAZME PRIMERO UNA PEQUEÑA TORTA”
Analicemos ahora la petición de Elías. La viuda le acababa de explicar que a ella y a su hijo solo les
quedaba una comida y que después de comerla tendrían que morir. Sin embargo, Elías le dijo: “No
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tengas miedo. Entra, haz conforme a tu palabra. Solo que de lo que hay allí, hazme primero una
pequeña torta redonda, y tienes que traérmela acá fuera, y para ti y tu hijo puedes hacer algo
después. Porque esto es lo que ha dicho Jehová el Dios de Israel: ‘El jarro grande de harina mismo no
se agotará, y el jarro pequeño de aceite mismo no fallará hasta el día en que Jehová dé un aguacero
sobre la superficie del suelo’” (1 Rey. 17:11-14).
“¿Darle a él nuestra última comida? ¡No puede estar hablando en serio!”, quizá habrían pensado
otros en su lugar. Pero ¿cómo reaccionó la viuda? Aunque no sabía mucho acerca de Jehová, creyó a
Elías e hizo lo que este le había pedido. ¡Qué difícil prueba de fe... y qué buena decisión tomó!
Dios no la abandonó. Tal como Elías le había prometido, Jehová se encargó de multiplicar sus escasos
alimentos durante todo el tiempo que duró la sequía para que Elías, ella y su hijo tuvieran qué comer.
En efecto, “el jarro grande de harina mismo no se agotó, y el jarro pequeño de aceite mismo no falló,
conforme a la palabra de Jehová que él había hablado por medio de Elías” (1 Rey. 17:16; 18:1). Si la
viuda hubiera reaccionado de otra manera, la torta de pan que hizo con la poca harina y el poco
aceite que le quedaban probablemente habría sido su última comida. Pero ella actuó con fe: confió en
Jehová y alimentó primero a Elías.
Una lección que podemos aprender es que Dios bendice a los que tienen fe. Cuando encaramos una
prueba de integridad con fe, él nos ayuda. Se convierte en nuestro Proveedor, Protector y Amigo
para que podamos aguantar (Éx. 3:13-15).
En 1898, la revista Zion’s Watch Tower (La Torre del Vigía de Sión) señaló la siguiente lección del
relato de la viuda: “Si la mujer demostraba tener fe y obedecía, el Señor la consideraría digna de
recibir su ayuda a través del profeta; pero si no tenía fe, se podría hallar a otra viuda que sí la tuviera.
Así mismo sucede con nosotros. [...] Si ejercemos fe, recibimos bendiciones; si no, nos las perdemos”.
Cuando nos enfrentamos a una prueba, debemos buscar la guía que Dios nos da a través de las
Escrituras y las publicaciones bíblicas. Después tenemos que actuar en armonía con lo que Jehová nos
dice, aunque nos cueste aceptarlo. Podemos estar seguros de que recibiremos su bendición si
seguimos este sabio consejo: “Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio
entendimiento. En todos tus caminos tómalo en cuenta, y él mismo hará derechas tus sendas” (Prov.
3:5, 6).
“HAS VENIDO [...] PARA DAR MUERTE A MI HIJO”
Ahora bien, la fe de la viuda se puso a prueba de nuevo. “Después de estas cosas —continúa el
relato— aconteció que el hijo de la mujer, el ama de la casa, enfermó, y su enfermedad llegó a ser tan
grave que no quedó aliento en él.” Tratando de buscar una razón para lo ocurrido, la afligida madre
le dijo a Elías: “¿Qué tengo yo que ver contigo, oh hombre del Dios verdadero? Has venido a mí para
que se recuerde mi error y para dar muerte a mi hijo” (1 Rey. 17:17, 18). ¿Qué motivó esas amargas
palabras?
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¿Recordó quizá la viuda algún pecado que le pesaba en la conciencia? ¿Pensó que Dios la estaba
castigando con la pérdida de su hijo, y que Elías era el mensajero de la muerte? La Biblia no entra en
detalles, pero sí queda claro que la viuda no estaba acusando a Dios de ser injusto.
A Elías lo debió sacudir la triste muerte del hijo de la viuda, y también la idea de que su propia
presencia la hubiera causado. Después de llevar el flácido cuerpo del niño a la cámara del techo, Elías
rogó: “Oh Jehová mi Dios, ¿también sobre la viuda con quien estoy residiendo como forastero tienes
que traer perjuicio, dando muerte a su hijo?”. El profeta no podía soportar que Dios quedara
desacreditado por permitir que aquella amable y hospitalaria mujer sufriera aún más. Por eso
suplicó: “Oh Jehová mi Dios, por favor, haz que el alma de este niño vuelva dentro de él” (1 Rey.
17:20, 21).
“MIRA, TU HIJO ESTÁ VIVO”
Jehová lo estaba escuchando. La viuda había alimentado al profeta, había ejercido fe. Al parecer, Dios
permitió que la enfermedad del niño siguiera su curso porque sabía que lo resucitaría. Aquella
resurrección —la primera de la que habla la Biblia— serviría para dar esperanza a generaciones
futuras. Tras la súplica de Elías, Jehová le devolvió la vida al niño. Imaginemos la emoción de la
viuda cuando Elías dijo: “Mira, tu hijo está vivo”. Ella le contestó: “Ahora, de veras, sí sé que eres un
hombre de Dios, y que la palabra de Jehová en tu boca es verdadera” (1 Rey. 17:22-24).
El relato no dice nada más sobre esta viuda. Pero en vista de que Jesús hizo referencia a la buena
actitud que ella demostró, podemos concluir que sirvió a Jehová hasta el fin de sus días (Luc. 4:25,
26). Su historia demuestra que Dios bendice a los que tratan bien a sus siervos (Mat. 25:34-40).
También prueba que da lo necesario a quienes le son fieles, incluso en circunstancias
extremadamente difíciles (Mat. 6:25-34). Además, nos muestra que Jehová quiere y puede resucitar a
los muertos (Hech. 24:15). Sin duda, tenemos buenas razones para acordarnos de la viuda de Sarepta.
[Epígrafe de la imagen: La viuda de Sarepta dándole de comer al profeta Elías]
La fe en Jehová, el Dios de Elías, mantuvo con vida a la viuda y a su hijo
5. Elías superó los sentimientos negativos, ¿qué podemos aprender de su ejemplo? (1 Rey. 19:4.) [3
de agosto, ia págs. 102, 103 párrs. 10-12; w14 15/3 pág. 15 párrs. 15, 16.]
3 de agosto, ia págs. 102, 103 párrs. 10-12:
En su desesperación, el profeta le pide a Jehová que le quite la vida. “No soy mejor que mis
antepasados”, clama. Sabe que estos no son más que huesos y cenizas en la tumba, y que no pueden
hacer nada bueno por nadie (Ecl. 9:10). Elías se siente igual de inútil, por lo que llega a preguntarse
qué razón hay para seguir viviendo. Ya sin fuerzas para luchar más, implora: “¡Basta!”.
¿Debería sorprendernos que un siervo de Dios se haya deprimido tanto? En realidad no. En la Biblia
se mencionan varios hombres y mujeres fieles que llegaron a estar tan tristes que desearon morir,
entre ellos Rebeca, Jacob, Moisés y Job (Gén. 25:22; 37:35; Núm. 11:13-15; Job 14:13).
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Actualmente vivimos en “tiempos críticos, difíciles de manejar”, y por eso no es raro que el
desaliento invada a muchas personas, incluso a fieles siervos de Dios (2 Tim. 3:1). Si alguna vez usted
se siente así, siga el ejemplo de Elías: ábrale su corazón a Jehová. Recuerde que él es “el Dios de todo
consuelo” (lea 2 Corintios 1:3, 4). Veamos cómo Jehová consoló a Elías.
w14 15/3 pág. 15 párrs. 15, 16:
Pero el Todopoderoso veía las cosas de manera diferente. A sus ojos, Elías era muy valioso, y se
aseguró de hacérselo saber. ¿Qué hizo? Le envió un ángel con el fin de fortalecerlo. También le
suministró comida y bebida que lo sostendría durante su viaje de cuarenta días al monte Horeb. Y le
mostró con bondad que estaba equivocado al pensar que era el único israelita que se había
mantenido leal. Note además que Dios le encargó nuevas misiones, las cuales Elías aceptó. El profeta
se benefició mucho de la ayuda que Jehová le brindó y retomó su comisión con energías renovadas (1
Rey. 19:5-8, 15-19).
16 El ejemplo de Elías puede ayudarlo a comprobar que está en la fe y a adoptar una actitud positiva.
¿Cómo? Primero, piense en las distintas maneras en que Jehová lo ha sostenido. ¿Ha recibido el
apoyo de algún hermano, quizá un anciano u otro cristiano maduro, en un momento difícil? (Gál.
6:2.) ¿Se ha sentido reconfortado por la Biblia, nuestras publicaciones o las reuniones de
congregación? La próxima vez que se beneficie de alguna de estas maneras, piense que en verdad esa
ayuda proviene de Jehová, y diríjase a él para darle las gracias (Sal. 121:1, 2).
6. ¿Qué hizo Jehová cuando vio a Elías tan desesperado, y cómo podemos imitar a nuestro
amoroso Dios? (1 Rey. 19:7, 8.) [3 de agosto, w14 15/6 pág. 27 párrs. 15, 16.]
¿Cómo reaccionó Jehová cuando miró desde el cielo y vio a su fiel profeta tan desesperado? ¿Lo
rechazó por perder el valor y deprimirse? ¡Claro que no! Más bien, tuvo en cuenta sus limitaciones y
le envió un ángel. Este lo animó dos veces a comer para que el viaje que tenía por delante no fuera
“demasiado para [él]” (lea 1 Reyes 19:5-8). Como vemos, antes de darle instrucción alguna, Jehová lo
escuchó y tomó medidas prácticas para sostenerlo.
¿Cómo podemos imitar a nuestro amoroso Dios? No debemos apresurarnos a dar consejos (Prov.
18:13). Es mejor que primero nos tomemos el tiempo necesario para escuchar con comprensión a
quienes piensan que son “menos honorables”, o valen menos, debido a sus circunstancias (1 Cor.
12:23). Eso nos permitirá saber cuáles son sus verdaderas necesidades y entonces ayudarlos.
7. ¿Por qué estaba equivocado el rey Acab, y cómo podemos nosotros evitar caer en un error
parecido? [10 de agosto, lv págs. 164, 165, recuadro; w14 1/2 pág. 14 párrs. 3, 4.]
10 de agosto, lv págs. 164, 165, recuadro:
MENTIRAS DIABÓLICAS SOBRE LOS PECADOS GRAVES
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Satanás difunde mentiras muy peligrosas sobre los pecados graves. A él le encantaría que los
cristianos las creyéramos, pero a nosotros no nos va a engañar. Conocemos muy bien sus
“maquinaciones” (Efesios 6:11). Analicemos tres de tales mentiras.
“Puedes ocultarlo.” Eso no es cierto, pues Jehová siempre ve lo que uno hace. “Todas las cosas
están desnudas y abiertamente expuestas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.”
(Hebreos 4:13.) Así que, si vamos a tener que responder ante Jehová, y él ya lo sabe todo, ¿para
qué empeorar aún más las cosas tratando de que no se enteren los siervos que él ha
nombrado? (Véase también 2 Samuel 12:12.)
“No puedes confiar en los ancianos. Mejor no digas nada.” En cierta ocasión, el malvado rey
Acab de Israel se dirigió a Elías en estos términos: “Oh enemigo mío” (1 Reyes 21:20). Pero lo
cierto es que aquel profeta de Jehová era quien podría haberle ayudado a recibir el perdón de
Dios. Hoy, Jesús nos proporciona “dádivas en [forma de] hombres”: los ancianos de la
congregación (Efesios 4:8). Aunque son imperfectos, “están velando por las almas” nuestras,
es decir, por la salud y bienestar espiritual de todos (Hebreos 13:17). Jamás los veamos como
enemigos, sino como lo que son: el medio por el que Jehová nos ayuda.
“Hay que encubrir a los amigos.” Si alguien peca y nosotros lo encubrimos, lo cierto es que no
le hacemos ningún favor. ¿Por qué? Porque los pecados graves son indicios de enfermedad
espiritual, y esconderlos es como ocultarle síntomas importantes al médico (Santiago 5:14, 15).
Puede que nuestro amigo tenga miedo a ser disciplinado, pero recordemos que la disciplina es
una expresión del amor de Jehová que puede salvarle la vida (Proverbios 3:12; 4:13). Además,
si el pecador persiste en su mala conducta, puede poner en peligro a otros cristianos. Y de
ningún modo queremos contribuir a que su mala actitud se extienda en la congregación
(Levítico 5:1; 1 Timoteo 5:22.) Por tanto, si sabemos que alguien ha cometido una falta grave, lo
mejor que podemos hacer es asegurarnos de que acuda a los ancianos.
w14 1/2 pág. 14 párrs. 3, 4:
Las palabras de Acab reflejaron su insensatez por dos razones. En primer lugar, al decirle a Elías
“Has vuelto a encontrarme”, demostró su ceguera espiritual. Jehová ya lo había encontrado. Lo había
visto hacer algo malo a sabiendas y alegrarse por el resultado del malvado plan de su esposa. Dios
examinó su corazón y vio que el amor a lo material había eclipsado todo sentido de compasión y
justicia. En segundo lugar, al decirle a Elías “enemigo mío”, demostró que odiaba a un hombre que
era amigo de Jehová, un hombre que hubiera podido ayudarlo a volverse de su mal camino.
Tenemos mucho que aprender de la insensatez de Acab. Nunca debemos olvidar que Jehová lo ve
todo. Él es nuestro Padre y nos ama. Por eso desea de corazón que retomemos el buen camino si nos
hemos desviado de él. Nos ayuda por medio de sus amigos, hombres fieles como Elías a quienes
utiliza para transmitir sus palabras. Sería un grave error verlos como enemigos (Salmo 141:5).
8. ¿Qué aprendemos de la petición que le hizo Eliseo a Elías, y cómo nos ayuda esto cuando
recibimos una nueva asignación de servicio? (2 Rey. 2:9, 10.) [17 de agosto, w03 1/11 pág. 31 párrs.
5, 6.]
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Como sabía que conceder tal petición no estaba en su mano, ya que solo Dios podía hacerlo, contestó
modestamente: “Has pedido una cosa difícil. Si me ves cuando sea quitado de ti, te sucederá así” (2
Reyes 2:10). Y así le sucedió, pues Jehová permitió que Eliseo viera a Elías cuando ascendía en una
tempestad de viento (2 Reyes 2:11, 12). La petición de Eliseo fue concedida: Jehová le dio el espíritu
necesario para emprender su nueva misión y afrontar las pruebas venideras.
Este relato resulta muy animador para los cristianos ungidos (denominados a veces “la clase de
Eliseo”) y para los demás siervos de Dios de la actualidad. Es posible que en ocasiones nos sintamos
abrumados e incapaces ante una nueva asignación, o tal vez estemos perdiendo el valor para
continuar predicando el Reino ante el aumento de la indiferencia u oposición en el territorio. No
obstante, si rogamos a Jehová que nos apoye, él nos dará espíritu santo a fin de afrontar las
dificultades y las nuevas circunstancias (Lucas 11:13; 2 Corintios 4:7; Filipenses 4:13). Por lo tanto, tal
como Jehová fortaleció a Eliseo para asumir responsabilidades más importantes, también nos
ayudará a todos nosotros, seamos jóvenes o mayores, a efectuar nuestro ministerio (2 Timoteo 4:5).
9. ¿Cómo pueden los jóvenes imitar la fe y el valor de la niña israelita mencionada en 2 Reyes 5:1-
3? [24 de agosto, w12 15/2 pág. 12 párr. 11.]
En el siglo X a.e.c., las valientes palabras de una niña israelita resultaron ser una bendición para un
hombre que padecía lepra. Esta jovencita había sido secuestrada por una banda armada y ahora era
sirvienta de la casa de Naamán, comandante del ejército sirio, que era leproso. Conociendo los
milagros que Jehová había realizado mediante Eliseo, le dijo a la esposa de Naamán que si este iba a
Israel, el profeta de Dios lo curaría. Naamán hizo caso, fue sanado milagrosamente y llegó a ser
siervo de Jehová (2 Rey. 5:1-3, 10-17). Si eres joven y amas a Dios igual que aquella niña, puedes estar
seguro de que él te ayudará a predicar sin temor a tus maestros, a tus compañeros de clase y a otros.
10. ¿Qué cualidades de Jehú hacemos bien en imitar todos los siervos de Jehová en el tiempo del
fin en el que vivimos? (2 Rey. 10:16.) [31 de agosto, w11 15/11 pág. 5 párr. 4.]
Seguramente, como cristianos nos enfrentamos a circunstancias que exigen de nosotros cualidades
como las de Jehú. Por ejemplo, ¿qué hacer ante la posibilidad de participar en algo que Jehová
condena? Debemos rechazar la tentación con decisión, valor y prontitud. En lo relacionado con
nuestra devoción a Jehová, no podemos tolerar ninguna rivalidad.
Lea las respuestas, resúmalas y prepare un comentario en sus propias palabras.