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1 ^. LAS RELACIONES SOCIALES Y MEDIOAMBIENTALES DE LAS REGIONES AGRARIAS DE ESTADOS UNIDOS Margaret FitzSimmons

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LAS RELACIONES SOCIALESY MEDIOAMBIENTALES DELAS REGIONES AGRARIAS

DE ESTADOS UNIDOSMargaret FitzSimmons

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En los últimos años, los sociólogos rurales que se ocupan dela sociología de la agricultura han comenzado a analizar las rela-ciones de clase en este sector. Han investigado las circunstanciasque rodean la propiedad del capital y del trabajo, en la creenciade que ésta podría ser una vía eficaz para llegar a comprenderlos procesos sociales dinámicos de la agricultura capitalista, delmismo modo que sirvieron a Marx para su análisis de la indus-trialización. Este proyecto teórico se ha visto complicado por laconstatación de que la mayor parte de las empresas agrarias, in-cluso en las "sociedades avanzadas", no presentan la separacióntotal entre capital y trabajo que caracteriza a la industrialización:en la mayor parte de los casos, la explotación agraria pertenece auna familia, cuyos miembros trabajan en ella, con lo que la con-tribución del trabajo asalariado representa únicamente una pe-queña fracción de las actividades agrarias. Esta falta generalizadade estructuras de clase de tipo "capitalista avanzado" en la agri-cultura ha impulsado el actual debate sobre si la agricultura sedistingue de la industria en algún rasgo esencial, de tal formaque la producción agraria a pequeña escala pueda considerarsecomo estructuralmente estable (Friedman, 1978a; Davis, 1980),o si, por el contrario, lo ímico que sucede es que la agricultura seencuentra actualmente atrasada, e inevitablemente llegará a sertransformada por el cambio tecnológico en sus métodos de pro-ducción y por la creciente "mercantilización" de los factores deproducción agrarios (de Janvry, 1980; Goodman, Sorj & Wilkin-son, 1987). La investigación sobre la subsunción de la agricultu-ra por el capital industrial o por el capital en general comienzacon la explotación agraria familiar como unidad de análisis(Marsden, 1984; Marsden y cols., 1986a&b; Whatmore y cols.1987a&b) .

La nueva sociología de la agricultura se plantea por tantoesta cuestión a dos niveles distintos: por un lado la familia, y porotro las tendencias globales de la producción capitalista, en la

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medida en que restringen y conforman las actividades agrarias.Pero en general esta ciencia no se ha pronunciado acerca de lasinstituciones y relaciones sociales que intervienen en el proceso.Es preciso comprender mejor, sin embargo, las aparentes contra-dicciones entre la continuación de la producción de base fami-liar y las presiones del sistema capitalista dominante, prestandoatención a las fuerzas e instituciones que estructuran y mantie-nen los sistemas agrarios a un nivel intermedio, frecuentementeregional. En otras palabras, las relaciones de clase se for^nan y se de-fienden en deternzinados lugares, y no pueden ser completamente explica-das en función de las relaciones y tensiones internas de una empresa con-creta, ni tam^ioco ser deducidas de las formas puras con carácter univer-sal. Puesto que estos sistemas regionales constituyen expresionesrelativamente estables de la resolución histórica de conflictos po-líticos concretos, me referiré a ellos (siguiendo a Clark, 1986)como contratos de clase regionales. Sirven para relacionar la agricul-tura con la industria y el capital en general, a través de todo unconjunto de instituciones sociales complejas: mercados de traba-jo, mercados de factores de producción y de productos, merca-dos de capital y formas políticas.

Este capítulo desarrolla el argumento teórico precedente, so-bre la base de la experiencia de Estados Unidos, país que pro-porciona la oportunidad de examinar las fendencias espacialesde la agricultura capitalista de manera relativamente directa, porlas siguientes razones. Los patrones geográficos e institucionalesde la agricultura norteamericana han surgido en circunstanciasde producción generalizada de mercancías, sin estar constreñi-dos por los condicionamientos geográficos de períodos históri-cos anteriores. Los sectores principales de la agricultura nortea-mericana han estado influidos siempre por una producción des-tinada, no a los mercados locales, sino a los nacionales e interna-cionales, habiendo logrado el dominio de estos últimos al menoshasta la década de 1980. Finalmente, la estructura federal de lanación norteamericana ha proporcionado oportunidades parainstitucionalizar de manera eficaz las luchas políticas a nivel re-gional (subnacional). Lo sucedido en Estados Unidos puede seruna premonición de procesos similares en los restantes países in-dustrializados, particularmente si continúan las presiones en fa-vor de la integración internacional de los mercadós de capitalesy de trabajo (como es el caso de la Comunidad Europea y la fe-

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cha histórica de 1992) y en favor de de la erradicación de las sub-venciones agrícolas y de los aranceles proteccionistas (como ocu-rre en las negociaciones del GATT).

Por otro lado, la agricultura de Estados Unidos se encuentraactualmente en una situación de crisis. Esta crisis presenta sobretodo un carácter geográfico, no sólo porque se manifieste a nivelregional (y también sectorial), sino, lo que es más importante,porque supone una reestructuración drástica y catastrófica de unconjunto complejo de relaciones sociales y espaciales dentro de yentre los subsectores de productos básicos que definen las regio-nes agrarias; entre la agricultura y la industria, y entre lo "urba-no" y lo "rural".

Para seguir con estos temas será necesario analizar las inter-secciones y lagunas teóricas que presentan las aportaciones re-cientes en el terreno de la sociología rural y de la geógrafía: Miobjetivo aquí es proponer una teoría del cambio agrario en laque confluyan las respectivas visiones de estas disciplinas.

Regiones en la geografía

Newby y Buttel, en su introducción a %'he Rural Sociolonty of theAdvanced Societies, sugerían que la sociología rural se ha visto obs-taculizada por su incapacidad para resolver algunos problemasconceptuales fundamentales, y entre ellos, de manera destacada,el relativo al significado teórico del término "rural". Estos auto-res escribían lo siguiente, a propósito de la afirmación de Coppde que "no existen ni la sociedad rural ni la economía rural. Setrata simplemente de una distinción analítica nuestra, de un re-curso retórico":

Ha habido una bíisqueda, que al final ha resultado vana,de una definición sociológica de lo "ruralT, ^ma resistencia aaceptar que el término "niral^ es una categoría empírica másbien que sociológica, esto es, que se trata simfileutente de una "ex-liresióngeográfzcan. (1980, pág. 4, la cursiva es nues[ra).

Los geógrafos, comprensiblemente, no suelen contemplar sudisciplina como algo tan sólo empírico. Sin embargo, la mayoríade ellos estarían de acuerdo con la sugeren ĉ ia de estos autores:

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"La sociología rural precisa de una teoría que relacione lo espa-cial con lo social" (1980, pág. 5). Los recientes avances teóricosque han tenido lugar en el campo de la geografía quizás puedanponer los cimientos de este proyecto teórico común.

Una teoría más eficaz de lo rural (en la sociología y en las de-más esferas) dependerá, del mismo modo que la teoría de lo ur-bano, que transcurre de forma paralela y convergente, del reco-nocimiento de que la diferenciación entre sociedad urbana y ru-ral es una faceta del problema genérico de las regiones. A lo lar-go de los últimos cien años, los geógrafos que han iniciado elanálisis formal de las regiones han acabado por abandonarlo, yahora lo vuelven a plantear otra vez. Esto se debe en parte a que,como comunidad intelectual, no han llegado aún a un puntocrucial de nuestro proyecto científico: ^Se trata de intentar com-prender qué crea la geografía (como organización espacial), obien lo que la geografía crea? ^Debe la geograffa (y su expresiónregional) ser considerada como causa o como consecuencia delas acciones del hombre? La polémica en torno a estos temas hainfluido profundamente en lo que entendemos por "región".

En una primera etapa, los geógrafos daban por sentada laexistencia de las regiones como conjuntos de fenómenos queconstituían por sí mismos unidades de análisis adecuadas. Cuan-do se lanzaban a hacer generalizaciones más amplias, solían con-templar la geografía como causa, haciendo uso de las variacionesdel medio ambiente (y en ocasiones de la tradición cultural)para explicar los elementos comunes y diferenciales entre regio-nes. A partir de ahí tenemos dos conceptos de región: la región fi-siográfica (en la que los patrones espaciales son el resultado delas variaciones climáticas y geológicas) (véase Baker, 1929; 1927-33) y el primer tipo de región funcional (zona cultural, de base te-rritorial y autosuficiente) (véase Grigg, 1974; Spencer & Hor-vath, 1963). Ahora bien, este concepto de región orgánica no re-sistió la creciente integración económica de estas regiones a^»io-ri, una integración que destruía la apariencia de autonomía re-gional e incentivaba un examen más sistemático de los procesosdiferenciales a través de los cuales se (re)forman las regiones.

Este nuevo análisis sistemático desafiaba al anterior postula-do ontológico que hacía de la región un todo funcional. Cuandolos diversos nexos formativos entre las regiones y dentro de ellasse convirtieron en objetos de análisis por sí mismos, la integridad

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de la región se disolvió, puesto que los procesos sociales configu-raban complejos modelos espaciales sin límites coincidentes.Esto llevó a muchos geógrafos a abandonar el estudio de las re-giones, prefiriendo analizar todo un cítmulo de geografías abs-tractas -geografía económica, social, política, cttltural-, cada unade las cuales aislaba un aspecto particular en la vida cotidianadel espacio vital geográfico multidimensional en que se insertaba(inspirándose, en su base teórica, en una disciplina colateral dis-tinta). Cuando en las obras de estas escuelas se menciona a lasregiones, se está aludiendo a ellas con un significado diferente,en el que las regiones representan una necesaria división del tra-bajo que las diferencia y al mismo tiempo las integra en un todosocial. En este segundo uso funcional del concepto región se ha-lla implícita la hipótesis de que las eficiencias de los intercam-bios de mercado establecen las regiones sobre la base de stts ven-tajas comparativas(1) (argumento neoclásico). En estos estudiossistemáticos desaparece el sentido de la geografía como causaprincipal (o incluso como factor de formación) del contexto; lageografía es una simple consecuencia, un epifenómeno espacialde los procesos sociales que conforman la actividad humana (vé-ase Garrison & Marble, 1957).

Ultimamente, algtuios geógrafos han sugerido que la geogra-fía debe ser contemplada al mismo tiempo como causa y conse-cuencia, y que la mejor forma de interpretar las regiones es ensentido relacional (Harvey, 1982; Gilbert, 1988; Soja, 1989). Laregión relacional surge a partir de la dinámica necesaria del capita-lismo, la cual

debe negociar, con tin margen suma^nente estrecho, entrela preservación de los valores correspondientes a los compro-misos asumidos en un deierminado tiempo y lugar, o su deva-luación con el fin de hacer hueco para la ulterior acumula-ción....Las contradicciones internas del capitalismo se reflejanen la incesante formación y transformación de los paisajes geo-gráficos. (Harvey, 1983, pág. 150).

(1) De la localización de los recursos naturales en el sector prima-rio }' de las eficiencias del mercado y características de la fueaa laboralen la fabricación.

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La región relacional no es una expresión del determinismomedioambiental de la región fisiográfica, ni del equilibrio estabi-lizado de la región funcional. Ann Gilbert sugiere que, en estosestudios geográficos recientes, la región se interpreta de tres for-mas distintas: como respuesta local a los procesos capitalistas,como foco de identificación y como medio conductor de la inte-racción social (Gilbert, 1988).

Attnque Gilbert descubre estas concepciones de la región endistintas (y divergentes) comunidades de geógrafos, es posibleintegrarlas todas como aspectos de una concepción única. La re-gión aparece así como un conglomerado de tres momentos en lavida contemporánea de las sociedades capitalistas, a las que alu-diré con los nombres de regionalización, regionalismo y regiona-lidad(2). La regionalización es el resultado del proceso dinámicoy caótico de integración y diferenciación espaciales dentro delcapitalismo, tal como la describe Harvey; el regionalismo surgeen la política y en la cultura política de reacción; y la regionali-dad se refiere a la historia espacial concreta del lugar, y a susefectos constructivos y constrictivos. Estos fenómenos adquierencategoría regional, y no solamente espacial, cuando para su esta-blecimiento y continuidad necesitan de un modelo complejo deinteracciones sociales relativamente ordenadas (como son los ne-xos económicos) y también de instituciones (como son las for-mas de estado, los mercados de trabajo regionales, o los modelosde reproducción del trabajo).

El desarrollo teórico de este enfoque en la ciencia geográficase ha centrado principalmente en la industrialización y en otrasactividades urbanas (véase Clark, 1986; Scott, 1988; Scott & Stor-per, 1986; Soja, 1989; Storper & Walker, 1989; Walker, 1985).Scott y Storper hacen hincapié en la importancia de los vínculoseconómicos entre empresas a través de la subcontratación y deotras formas de integración económica; Storper y Walker anali-zan la geografía, continuadamente dinámica, de la fabricacióncapitalista. Entre estos autores, tan sólo Clark (1986) y Walker(1985) relacionan explícitamente geografía y clase, y sólo Soja

(2) Berman (1982) hace esta misma distinción cuando diferencia lamodernización, el modernismo y la modernidad, y Soja (1989) demues-tra cómo puede ser aplicada provechosamente a la comprensión del es-pacio.

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enlaza su análisis de la dinámica de conformación espacial delcapitalismo con cuestiones políticas y culturales más amplias,aunque lo hace sobre todo a escala urbana. No obstante, esta es-trategia puede utilizarse también para el estudio de la agricultu-ra (FitzSimmons, 1986).

^Qué es una región agraria?

La urbanización, en cuanto proceso, construye tanto lo urba-no como lo rural, la ciudad como el campo, dando lugar a unageografía segregada y diferenciada como resultado de ese proce-so de conformación espacial. En este sentido, Buttel y Newby seequivocaron; el término rural es, evidentemente, una categoríasocial (que debería ser también sociológica), una abstracción ca-tegórica formada por el complejo proceso histórico-social de lasegregación de la agricultura y de la industria, la centralizaciónde la vida comercial y política, y la coordinación y concentraciónde la circulación y del consumo en el espacio urbano.

El capital agrario se enfrenta con restricciones concretas enrelación con la producción y los beneficios (Mann & Dickinson,1978, 1980; FitzSimmons, 1986), las cuales han estimulado la di-ferenciación espacial de la agrictiltura en Estados Unidos (comolo han hecho también en el comercio internacional), llegando aformar un conjunto de subsectores de productos básicos. Losrasgos básicos de esta diferenciación espacial aparecen muytempranamente (Baker, 1927-33; Murray, 1977; Cochrane,1980) y, al contrario que en Europa, los sistemas de productosbásicos diferenciados se extienden a lo largo de grandes áreas.Estos modelos productivos surgen de la integración de la econo-mía nacional y la producción para la exportación, proceso quecomienza en los albores de la historia de Estados Unidos y queprosigue confiriendo una cierta inercia regional a la producción(Spencer & Horvath, 1963). No es posible exagerar la importan-cia de la especialización de la agricultura norteamericana en de-terminadas materias primas agrarias (véase Friedland, 1980;Friedland y cols., 1981); las investigaciones que tratan de abar-car la agricultura en general (por ejemplo, Gregor, 1982) venlimitada necesariamente su capacidad analítica por la necesi-dad de comparar peras con manzanas. Las relaciones y tenden-

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cias concretas que caracterizan los procesos dinámicos de com-petencia y de reestructuración en la agricultura tienen lugar pri-meramente dentro de subsectores de productos concretos, pues-to que el valor se mide por el intercambio de determinadas mer-cancías antes de aparecer como característica fenoménica de lasmaterias primas en general (Elson, 1979).

El modelo geográfico de especialización por productos quepresenta la agricultura norteamericana, de donde proceden lasactuales regiones agrarias, es en parte resultado de situacioneshistóricas concretas de asentamiento en determinados territo-rios, en relación con las leyes que regulan el reparto de la tierra,pero también en relación con las economías productivas concre-tas de la agricultura de la época en cuestión y con las organiza-ciones de mercado a nivel regional, nacional e internacional. Deeste modo, el Sur refleja no solamente la preferencia del algo-dón por los veranos calurosos y el agua abundante, sino tambiénlas relaciones entre Estados Unidos e Inglaterra después de laGuerra de la Independencia norteamericana y antes de la Gue-rra de Secesión. Los campos de trigo de las Grandes Llanuras noson únicamente consecuencia del clima y del suelo, sino tambiénde la creciente demanda de trigo por parte de los mercados ur-banos, que al principio eran exclusivamente europeos (Morgan,1977). Y no es el cultivo específico lo que persiste, sino las rela-ciones sociales de producción: la agricultura californiana ha pa-sado de la ganadería al cereal y a los cultivos (intensivos) especia-lizados, y sin embargo ha seguido dominada por aquellos mode-los de propiedad de la tierra y control del factor trabajo que ca-racterizaron desde el principio su desarrollo (FitzSimmons,1983) .

Estas relaciones sociales de producción adoptan la forma decontratos sociales regionales característicos, es decir, de normasy formas aceptadas de organización social construidas alrededorde procesos específicos de trabajo y de relaciones entre trabajo ycapital, así como de multiplicadores y estructuras comercialespropias de la región. Estos contratos sociales regionales relacio-nan la agricultura con otras actividades regionales y la insertandentro del contexto regional, nacional e internacional, siempredentro de una estructura capitalista general. En sus modalidadesprimitivas, estos contratos sociales aparecen como iniciativas queestán relacionadas con determinados cultivos y que tratan de su-

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perar problemas concretos de la acumulación de capital en laagricultura, problemas que se derivan del papel que la naturale-za desempeña permanentemente en la producción agrícola.

La peculiaridad de la agricicltura

El capital agrario se enfrenta con problemas que no afectanal capital industrial. Estos problemas son consecuencia de la fun-ción permanente de la naturaleza, es decir, del dominio sola-mente parcial que ha conseguido el capital en el proceso de pro-ducción agraria.

La primera difictiltad relativa surge del hecho de que las eco-nomías agrarias tienen que mantener la fuerza laboral a lo largode todo el año, a pesar de que en los modernos sistemas de pro-ducción especializada los trabajadores son necesarios tan sólo deforma periódica, en las temporadas de siembra y de recolección.Marx identificaba esto como la diferencia entre el tiempo deproducción (período transcurrido entre el inicio de las inversio-nes en la producción de un cultivo y su culminación) y el tiempode trabajo socialmente necesario. Los sistemas agrarios tradicio-nales afrontaban este problema de distinta forma que los siste-mas capitalistas modernos: combinaban una variedad de tareasen la explotación agraria o en la comunidad agraria con objetode utilizar el trabajo durante todo el año; y no se veían tan fuer-temente apremiados por la competencia como para maximizarla producción en relación con los costes de reproducción de lafuerza laboral. Los sistemas regionales modernos han hallado di-versas soluciones a este problema. En las regiones cerealistas, lamayoría de las explotaciones agrarias dependen principalmentedel trabajo familiar (Friedmann, 1978a&b); la creciente capitali-zación del campo ha permitido adquirir máquinas cosechadorasy grandes equipos de siembra, complejos y especializados, de ma-nera que las empresas agrarias pueden emplear trabajadores asa-lariados solamente en determinados períodos. En los cultivos es-pecializados, por el contrario, los agricultores siempre han con-tado con numerosos temporeros, procedentes de las clases po-bres de Estados Unidos y del Tercer Mundo, que son proporcio-nados en cuadrillas por los contratistas de mano de obra, y de-^nzeltos a sus casas cuando concluye la cosecha. El primero de es-

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tos sistemas sigue siendo la agricultura familiar, mientras que elsegundo adopta claramente una forma industrial.

En segundo lugar, siempre ha resultado más difícil aumentarla productividad del trabajo en la agricultura que en la industria.Esto es cierto, a pesar de las estadísticas que parecen señalar queen los países avanzados solamente una pequeña fracción de lafuerza laboral se dedica actualmente a la agricultura; buena par-te de esta reducción de la mano de obra directa es consecuenciade la segregación de muchas actividades que en su día se realiza-ban en la explotación agraria, pero que no han sido adoptadaspor la industria, como es el caso de los factores de producciónagrarios, la fase de transformación y de toda una gama de activi-dades artesanales (Buttel & Gillespie, 1989; Goodman, Sorj y Wil-kinson, 1987). En cuanto a los cometidos de la explotación agra-ria como tal, son evidentes los impedimentos existentes para au-mentar la productividad del trabajo mediante las fórmulas habi-tuales de la industria: es difícil trabajar de noche (lo que signifi-ca que no pueden mantenerse turnos de 24 horas, con el fin dehacer un uso más eficaz de los capitales invertidos en maquinariay terrenos) ; el trabajador, en la mayoría de los casos, debe acudiral trabajo, y no se puede hacer que el trabajo vaya al trabajador,lo que impide la racionalización y control de gestión propios deuna cadena de montaje; y, finalmente, la agricultura dependeaún de procesos naturales continuos, que responden a su propioritmo y variabilidad, en ocasiones catastrófica.

En tercer lugar, la agricultura se enfrenta con problemas es-peciales relacionados con lo que Marx denominaba la velocidadde rotación de las inversiones. El ejemplo más fácil que se puedeaportar al respecto (aunque el concepto es más sutil y complica-do de lo que dicho ejemplo sugiere) se refiere a los ritmos inexo-rables de la agricultura, vistos como restricciones para la rota-ción del capital dentro de la empresa. Si un empresario invierteuna determinada cantidad en un proceso de fabricación, y es ca-paz de fabricar y de vender 20 veces al año el producto fabricadogracias a dicha inversión, su tasa de beneficio crece exponencial-mente como resultado de esta realización repetida del valor decambio; pero el agricultor, obligado por los ritmos de la natura-leza, compra cereal de invierno en otoño y no puede obtenerrendimientos hasta la recolección de primavera, ni reinvertir lasganancias de esta recolección hasta el otoño siguiente. Teniendo

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en cuenta que la agricultura se basa en procesos biológicos, es di-fícil acelerar esta circulación y la recuperación de inversiones, através de la venta de los productos. Por otra parte, el agricultorno puede responder con facilidad a las señales del mercado alampliar o reducir su producción: si los precios del ganado su-ben, el ganadero necesita dos años para aumentar su cabaña denovillas y para comenzar a vender más terneros.

Por último, la agricultura tiene que afrontar determinados lí-mites debidos a su extraordinaria dependencia de la tierra. Enuna economía en crecimiento, es probable que la disponibilidadde suelo para aumentar la producción sea escasa. Cuando se tra-ta de una economía en la que las aportaciones tecnológicas (co-sechadoras, grandes tractores) presuponen determinadas escalasde producción, el agricultor puede encontrarse con dificultadespara utilizar esta maquinaria de manera eficiente. El mercado dela tierra suele ser poco elástico en comparación con los de losrestantes factores. En muchas zonas, la fertilidad efectiva del sue-lo varía enormemente; se trata de un factor de producción alta-mente diferenciado, en modo alguno "estandarizado". Cuandoen 1973 se realizó la gran venta de cereales a Rusia (con la queaquel año se duplicaron los ingresos medios del sector), los agri-cultores norteamericanos, previendo un mercado expansivo, in-virtieron en ampliaciones, comprando maquinaria agrícola nue-va y más grande, y consiguiendo tierra de cultivo adicional. Elprecio de la tierra en las zonas cerealistas se multiplicó por tresdurante los años siguientes, como resultado de la competenciapor algo que de repente se había convertido en un factor de pro-ducción muy escaso.

Las diversas estrategias de reacción ante estas dificultadeshan servido para diferenciar los subsectores de productos básicosagrarios de diversos modos. Algunos sistemas de producción sehan mecanizado intensamente (caso del cereal), dependiendode grandes inversiones en tierras, las cuales sewirán como garan-tía para respaldar la financiación de los costes operativos de unaño a otro. Otros sistemas dependen de la mano de obra migra-toria y estacional, y se integran en la estructura del capital finan-ciero no a través de sus activos y de los préstamos de bancos loca-les, sino del crédito concedido por las empresas transformadorasy comercializadoras, a las que han vendido por anticipado sus co-sechas; o bien, cuando se trata de empresas grandes o de las mul-

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tinacionales agrarias, mediante la autofinanciación, complemen-tada con la participación en los mercados nacionales e interna-cionales de capitales. De todo este proceso de desarrollo y dife-renciación institucional surge un complejo de regiones agrarias(véase la figura 1.1).

El trigo de invierno es el cultivo dominante en las regionesde High Plains y Upper Great Plains, y fuente de un importantecomercio internacional. La producción de trigo exige grandessuperficies cultivables e importantes inversiones para poder man-tener a los empresarios agrarios y a sus familias en condicionesde producción excedentaria continua, subvencionada parcial-mente por el gobienio a través de los préstamos de la Corpora-ción de Crédito Agrario (Commodity Credit Corporation) yotros programas federales. Aunque el número de cultivadores decereal es relativamente elevado (436.250 en 1982) (3), y el valoragregado de la producción es considerable (cerca de 8.000 mi-llones de dólares en 1982), el comercio internacional (el que es-tablece en definitiva los precios) está controlado en gran partepor seis empresas (Morgan, 1977). La fuerza laboral asalariadafija de cada explotación agraria es de reducidas dimensiones(entre uno y tres trabajadores; véase la figura 1.2) y existe escasavariación estacional. Las cooperativas de agricultóres proporcio-nan factores de producción y canales de comercialización a lasexplotaciones de pequeño y mediano tamaño, pero las grandesempresas tratan directamente con proveedores y clientes(Klohn, 1988); en 1983, tan sólo el 38 por ciento de todos los ce-reales y soja se comercializaron a través de cooperativas agrarias(Marion, 1986).

El algodón es el tradicional cultivo de exportación del Surdesde la época de la Independencia norteamericana (Daniel,1985). El problema del exceso de producción, combinado con ladepresión económica general de la región, y con el poder de lossenadores y congresistas sureños, ha convertido a este cultivo enel artículo más subvencionado y regulado, con la única excep-ción del tabaco. Desde la Segunda Guerra Mundial, la mecaniza-ción del proceso productivo en este cultivo ha puesto fin al siste-ma de aparcería, desplazando a grandes cantidades de personas

(3) Todos los datos específicos corresponden al Censo agrario de1982, siempre que no se indique otra cosa.

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ma de aparcería, desplazando a grandes cantidades de personasdel campo a las ciudades industriales del Norte. Sin embargo,durante dicho período el cultivo del algodón se ha extendido alSuroeste, atraído por el regadío a buen precio y por las grandesempresas industriales, e impulsado por las persistentes plagasque azotan las viejas regiones algodoneras. Este cultivo presentauna organización regional relativamente estricta, en la que lapropiedad de las escasas plantas desmotadoras comerciales queestán al servicio de cada una de las grandes áreas de producciónse encuentra cada vez más concentrada; las cooperativas para lacomercialización del algodón controlaron en 1983 tan sólo el 19por ciento de las ventas del producto, frente al 23 por ciento re- .gistrado diez años antes (Klohn, 1988).

El ganado vacuno para carne es el nexo de unión entre las tie-rras abiertas del Oeste, de propiedad estatal, y las tierras de cerealy ciudades i ĉidttstriales del Medio Oeste y del Este. Esta produc-ción ganadera articula las actividades e inversiones de los ranche-ros del Oeste, de los especttladores ttrbanos, de los trabajadoresorganizados y reivindicativos de los mataderos y salas de despieceque se amontonan en torno a las cabeceras de los ramales ferro^riarios del Medio Oeste, y también de sus competidores, obreros malpagados y no sindicados sometidos al sistema de maquila(4). Aun-que en 1982 existían 618.555 explotaciones de vacuno para carneen Estados Unidos (y 84.961 parcelas de pasto), el 76 por cientodel vacuno para carne era sacrificado por las 20 primeras empre-sas nacionales del sector cárnico (de un total de 417); en cada unode los 21 estados federales con mayor superficie de pastos, las cuatro primeras empresas de dicho sector sacrificaban de promedioel 81 por ciento de todo el ganado (Marion y Geithman, 1986).

Los cultivos especializados constituyen la modalidad princi-pal en el Oeste y en el Suroeste, y también se dan en Florida, en

(4) Sistema de fábricas "gemelas" o de trabajo vinculado que permi-te a las empresas norteamericanas exportar determinadas fases del pro-ceso de producción, intensivas en mano de obra, a plantas de produc-ción que emplean a vabajadores mexicanos. El sacrificio }' enlatado dela carne de vacuno en México libera a las empresas cárnicas norteameri-canas tanto de las leyes laborales como de las normas medioambientalesque tendrían que aplicar en su territorio.

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los Estados de los Grandes Lagos y en Nueva Inglaterra. La pro-ducción de cultivos de este tipo necesita una gran cantidad detrabajadores desplazados para la cosecha y para algunas activida-des previas a la recolección. Los sistemas de cultivo especializa-dos se encuentran integrados y dominados por las empresas co-mercializadoras (algunas de ellas en forma de cooperativa deproductores) (FitzSimmons, 1985; Pfeffer, sin fecha), y los con-tratos a plazo (fonvard contracting) constituyen el principal méto-do de comercialización. Dentro de esta categoría también es po-sible distinguir teóricamente entre cultivos permanentes (dehuerta, viñedo) y de temporada (productos frescos dé mercado),por las distintas lógicas inversoras y de acumulación, así comopor la influencia de los incentivos fiscales previstos por las leyesfederales (Vogeler, 1981) . Aunque las cooperativas son impor-tantes para el proceso de comercialización de deterrriinados cul-tivos de este subsector, sus efectos estructurales deben ser anali-zados caso por caso; algunas de ellas (como es el caso de Sun-kist) tienen, a efectos de los medianos y pequeños cultivadoresque son miembros de las mismas, prácticamente la ^nisma consi-deración que si fuesen monopolios comerciales externos.

El complejo maíz/ganado porcino, al igual que sucede conlos productos lácteos, ha conservado con cierta tenacidad la fór-mula familia-explotación. Repartido a lo largo de los Estados delNorte y del Centro -Iowa, Ohio, Indiana, Illinois y zonas circun-dantes-, este complejo conserva la organización social del nú-cleo agrario tradicional, pero se enfrenta a la concentración demercado impuesta por la industria transformadora que tambiéndomina la producción de carne de vacuno. El modelo antiguode producción integrada de maíz y de porcino dentro de la mis-ma empresa desaparece a medida que se extiende cada vez másla producción industrial de porcino alimentado con piensos ad-quiridos comercialmente (Hayenga y cols., 1985). Las cooperati-vas tienen importancia en el suministro de factores productivosen este sector, así como en la venta de maíz destinado a la ali-mentación animal (Klohn, 1988).

El ganado vacuno para leche es el principal producto del"Viejo Noroeste": Wisconsin, Minnesota, parte de Michigan y deOhio, y también las zonas rurales del Nordeste. Tiene asimismoimportancia en la agricultura de las regiones del Noroeste situa-das en la costa del Pacífico, y también en California. La impor-

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tancia de la industria láctea para estas regiones ha estimtiladouna política federal de subvenciones directas y de regulación deprecios, que ha promovido una diferenciación de los productosen las categorías de leche líquida, productos de ciclo medio (he-lados, requesón) y productos de ciclo largo (quesos, mantequi-lla, leche en polvo). La producción de leche líquida se concentraalrededor de los grandes mercados urbanos, pero los productosde ciclo más largo presentan sobre todo una organización regio-nal, generalmente basada en cooperativas de agricultores. En1983, el 77 por ciento de la leche y los derivados lácteos se ven-dió a través de cooperativas (Marion, 1986). En la actualidad, laproducción láctea se realiza por medio de dos modalidades dis-tintas: la de tipo "Wisconsin", caracterizada por la explotación fa-miliar, los rebaños pequeños y la producción propia de pienso; yla de tipó "California", con grandes empresas, mano de obra asa-lariada, grandes rebaños y utilización de piensos comprados (Gil-bert & Akor, 1988). El sector puede experimentar una reestruc-turación radical por la posible retirada de las ayudas federalesque hasta ahora recibían los pequeños productores.

La diferenciación de la agricultura en subsectores especiali-zados de productos en respuesta a los cuatro problemas reseña-dos anteriormente, ha progresado lo suficiente para que sea dedudosa utilidad la comparación de las plantaciones de algodóncon las explotaciones ganaderas, o la producción de leche con lade cultivos especializados. La competencia se produce entre losproductores de artículos concretos. Las semejanzas que puedendarse entre los productos obedecen a las tendencias genéricas deestructuración propias de una economía capitalista, la cual seorienta hacia la concentración de capital, aunque no necesaria-mente hacia la concentración de empresas, y también a las for-mas institucionales que el capital construye alrededor de la pro-ducción, en particular modelos de transporte, de comercializa-

ción y de financiación, derechos legales concretos y estructuras

políticas.

La estrecclura de la agricultura

La función del trabajo directo en la agricultura se ha visto re-cortada de forma importante como resultado de la reestructura-

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ción del sector agrario, definida de forma amplia. La producciónde "inputs" agrarios y la centralización de los procesos de trans-formación y comercialización conforman la parte principal deesta reestructuración, por lo que la producción localizada en elcampo se encuentra atrapada entre un sector concentrado yaglomerado de productores de "inputs" y otro, igualmente aglo-merado, de empresas transformadoras y comercializadoras. Losagricultores tropiezan con monopolios en ambos extremos, y elgrado de concentración en los mercados de factores de produc-ción (input) y de productos terminados (output) puede llegar aser extraordinariamente elevado. En la mayor parte de las regio-nes de Estados Unidos, la preparación de fertilizantes a granelestá controlada por una o dos empresas (Liebenluft, 1981); ynueve empresas (entre 286) poseen el 45 por ciento de todas lasfábricas de productos fitosanitarios ( US Industrial Outlook, 1987).La comercialización, tanto de materias primas agrarias como deproductos transformados, muestra igualmente una gran concen-tración (Marion, 1986) y, debido al volumen o al carácter pere-cedero de los productos agrarios, los mercados presentan unamarcada organización espacial. Esto quiere decir que, dentro dedeterminadas regiones y subregiones de productos básicos agra-rios, los agricultores suelen tener muy pocas alternativas respectoa quién vender o comprar. Por eso puede que los monopolios re-gionales sean mucho más fuertes de lo que parecen indicar lascifras a nivel nacional, y que el grado diferencial de fuerza en elmercado de las empresas que venden factores de producción oproductos agrarios terminados, y que son importantes tanto a es-cala nacional como regional, resulte intensificado con ello, tantoen sentido genérico como específico.

Esto coloca a muchos agricultores en una posición vulnera-ble, ya que se encuentran atrapados por las industrias monopo-lísticas que les venden los factores de producción y les compransus productos, viéndose obligados a soportar por sí solos losriesgos de producción. La integración regional de los factoresproductivos, de la producción y de los mercados hace que seadifícil para los agricultores individuales afrontar los riesgos me-diante la diversificación, puesto que no pueden encontrar elmarco institucional que sería necesario para dicha diversifica-ción. Además, la agricultura se enfrenta a riesgos de produc-ción distintos de los industriales; en efecto, mientras que su de-

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manda es relativamente poco elástica, la oferta tiende a fluctuaraleatoriamente (debido al efecto de los procesos naturales,como el clima, las enfermedades y las plagas, sobre gran níime-ro de agricuttores que operan en regiones con el mismo tipo deculrtivos). La concentración espacial en la producción de deter-minados cultivos intensifica este riesgo para la empresa, para lafamilia que vive de la explotación agraria y para la economía dela región.

Las relaciones entre las explotaciones agrarias, los proveedo-res de factores de producción y las empresas de comercializaciónson complejas. En ellas intervienen diversos esquemas institucio-nales de flujos de materiales y de recursos financieros, y, en mu-chas regiones, intrincados sistemas de propiedad que se superpo-nen entre sí. Si bien la plena integración vertical es algo relativa-mente excepcional en la agricultura (incluso cuando una empre-sa agroalimentaria, como Tenneco, posee tierras, no le resultadifícil encontrar arrendatarios que las exploten como si fueranfincas individuales normales), las empresas agrarias y sus asocia-das están unidas mediante cooperativas (en algunos cultivos),mediante su participación en el Sistema de Crédito Agrario Fe-deral (institución cooperativa de crédito propiedad de los agri-cultores), o mediante el uso cada vez mayor de mano de obracontratada y la generalización del trabajo fuera de la propia ex-plotación agraria. Estas relaciones están presentes tanto en lapropiedad de determinadas empresas como en los complejos sis-temas de participación en el mercado de trabajo: a veces los agri-cultores realizan trabajos especializados contratados por otrosagricultores; las familias campesinas suelen tener a algunos desus miembros trabajando en la ciudad; y el trabajo fuera de lagranja (especialmente en el caso de las mujeres) puede ligar laagricultura con intereses situados tanto dentro como fuera deeste sector. Esta "pluriactividad" no es necesariamente una fuen-te de seguridad. En el Medio Oeste, los efectos sociales de la cri-sis agrícola posterior a 1980 se agravaron enormemente a causadel consiguiente colapso de la industria de aperos agrícolas. Ellocondujo a la eliminación de 60.000 empleos (el 50 por ciento deltotal de los puestos de trabajo fabriles) en esta industria, concen-trada regionalmente, y a su reestructuración, pues pasó de con-tar con siete empresas a tener solamente dos ( US Industrial Outlo-ok, 1980-88).

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Este proceso de diferenciación de productos y de nexos re-gionales ha estimulado dos momentos de respuesta política, dos"contratos sociales" distintos, dentro de determinadas regionesagrarias y entre la agricultura y el capital en general.

Las regiones agrarias como contratos sociales: populismoy "mercantilización"

Las regiones agrarias se vertebran, por tanto, sobre la basede la compleja relación existente entre los agricultores y las res-tantes instituciones del sector agrario, y entre la agricultura y elcapital en general. Esta relación entre la agricultura y el capitalindustrial ha llevado, a lo largo del tiempo, a subordinar la agri-cultura a la industria y el campo a la ciudad, a través de una com-plicada transferencia sectorial del valor procedente de las dife-rentes posiciones estructurales de ambos sectores, y de la necesi-dad de intercambios entre ellos. Esta subordinación no se haproducido sin luchas.

En este siglo, los conflictos han originado el desarrollo de unconjunto de formas políticas y de gobierno determinadas, forja-das por los intentos de proteger la agricultura frente al dominiodel capital industrial y financiero. Estas formas han adoptadouna estructura espacial, han surgido dentro de un espacio agra-rio previamente diferenciado, y han servido para defender a losdistintos sistemas agrarios de diferentes formas. La lucha de losagricultores por protegerse de las presiones impuestas por unaeconomía donde la industria manufacturera y el capital financie-ro urbanos eran cada vez más dominantes ha sido especialmenteintensa en las épocas de crisis agrícolas (véase la figura 1.3).

La primera fase de esta lucha -aparición de los movimientoscampesinos a finales del siglo XIX- se manifestó en la confronta-ción entre la agricultura y el capital industrial y financiero en lacosta oriental. Así se desarrollaron Grange, Farmer's Alliance y elPartido Populista, organizaciones que durante un breve períododesafiaron la hegemonía bipartidista de demócratas y republica-nos (McConnell, 1969). El propósito de este movimiento era ex-plícito: sus líderes y partidarios pretendían una democracia direc-ta, no solamente en términos de representación política, sino tam-bién de participación plena y abierta en el terreno económico,

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Cuadro 1.3 Principales épocas de conflictos en la agricultura

DEPRESION AGRARIA CAMBIO INSTITUCIONAL

1866-1890 Aparición de los movimientos campesinos. Oposiciónentre la agricultura y los restantes sectores delcapitalismo

(Grange, Farmer's Alliance, Partido Populista)Leyes de Escuelas Superiores Agrarias

Subvencionadas(Ley Hatch de 1887, Ley Smith-Lever de 1914)

Ley de puesta en cultivo de nuevas tierras (1902)

1920-Gran Instituciones sectoriales/subsectoriales organizadas aDepresión nivel regional:

Sistema de crédito agrario (Ley de préstamosagrarios de 1916, desarrollo del sistema de ladécada de 1920)

Ley Capper-Volstead de 1922Servicio de conservación del sueloInstituciones basadas en productos básicos:Ley de Adaptación Agraria de 1933 (y legislación

consiguiente de apoyo a los precios)

1949-1950 Instituciones sectoriales/subsectoriales organizadas anivel regional:

Programa Bracero (1943-1964 aprox.)

Crisis de exceso Instituciones basadas en productos básicos:de producción PL 480-Ayuda agraria

1952- Programa de cupones de alimentación.Programas de apoyo a los precios de los productos

donde existieran oportunidades para la gente corriente. Conse-cuencia de este movimiento fueron una serie de leyes estatales so-bre el "sistema bancario unitario", que redujeron a una sola las su-cursales bancarias autorizadas en casi todos los estados del MedioOeste y de las Grandes Llanuras, vinculándolas así más estrechamente con sus respectivas comunidades (Kaufman, 1983). Enotras regiones agrarias se permitió a los bancos un número limita-do de sucursales, y solamente en los estados costeros del Este y delOeste las entidades bancarias se vieron libres de las restricciones.

Entre las principales leyes federales promulgadas como res-puesta a estas reivindicaciones populistas se deben incluir las queestablecían la enseñanza superior pública gratuita, mediante elsistema de "escuelas superiores rurales subvencionadas^ (LandGrant College System), y la Ley de puesta en cultivo de nuevas tie-rras (Reclamation Act), de 1902, que decretaba la im^ersión del go-bierno federal en proyectos de regadío destinados a ayudar a los

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pequeños propietarios agrarios de las zonas áridas del Oeste, li-mitando explícitamente a las fincas pequeñas (160 acres) de resi-dentes en estas tierras los beneficios de las citadas inversio-nes(5).

La crisis agraria en la década de 1920, que precedió a los añosde lá Gran Depresión y se acentuó durante estos últimos, dio ori-gen a nuevas iniciativas, destinadas a proteger al sector frente alpoder capitalista en el comercio, las finanzas y la fabricación. El"sistema de crédito agrario" (Farm Credit System) estableció una redde entidades cooperativas de crédito propiedad de los agriculto-res, organizadas en doce distritos regionales, y garantizadas (aun-que no capitalizadas) por fondos federales. La Ley Capper-Volste-ad de 1922 eximió específicamente a las cooperativas agrarias dedeterminadas restricciones impuestas por la legislación antimono-polio, autorizando a los agricultores a agruparse para adquirir fac-tores de producción y comercializar sus productos, o para estable-cer acuerdos sobre las cantidades a producir de un determinadocultivo. El Servicio de Conservación del Suelo (Soil Conseroation Ser-vice) proporcionaba asesoramiento técnico y subsidios federalespara la puesta en cultivo de tierras, en aquellas zonas en que laerosión y otras formas de degradación de la tierra estaban comen-zando a afectar gravemente al entorno local.

Aunque todas estas instituciones estaban autorizadas (y hastacierto punto financiadas) por las instancias federales, su modeloorganizativo básico correspondía al concepto populista: demo-cracia directa de base local y regional, con plena participacióneconómica. Sirvieron, por diversas vías, para minimizar la com-petencia entre los productores de un determinado cultivo: alpermitir el acceso generalizado al crédito, a los factores de pro-ducción y a los mercados, se mitigaban las diferencias en la esca-la de producción y se desincentivaba la inmediata innovación en

(5) La verdadera historia de esta im^ersión, sin embargo, discurreen un sentido opuesto a los propósitos originales de la Ley de puesta encultivo de nuevas tierras. Aunque la mayor parte de las obras de regadíode los estados del Oeste fueron construidas con fondos federales, las es-tipulaciones sobre limitación de superficie de las fincas y sobre residen-cia contenidas en la legislación original nunca han sido aplicadas, deforma que los beneficios de la inversión pública revertido casi por com-pleto en las grandes empresas latifwidistas.

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tecnologías productivas ( lo que, en otro caso, habría devaluadorápidamente las inversiones en activos fijos de los productoresmarginales). Pero otra iniciativa federal de gran alcance en esteperíodo que significó tm cambio importante en la composicióny en las prioridades políticas de los defensores de la agricul-tura.

En 1933, durante los primeros a ĉios de la Gran Depresión, elCongreso promulgó la Ley de adaptación agraria (AgriculturalAdjustment Act), como parte del paquete de medidas legislativasde índole socioeconómica que caracterizaron al New Deal. Aun-que dicha ley fue finalmente derogada por el Tribunal Supremo,durante los dos años que estuvo en vigor introdujo un nuevo mo-delo de intervención federal en apoyo de la agriculnĉra: el des-plazamiento de las instituciones financiadas o gestionadas porlos agricultores, destinadas a apoyar la estructura democrática dela agricultura y a defenderla del poder cada vez más concentradode los demás sectores del capital, hacia la intervención íuiica-mente en el punto final, es decir, en el precio de los productosagrarios; se consideraba que, en todo lo demás, la agricultura erauna modalidad económica equiparable a la fabricación. McCon-nell (1969) atribuye este cambio al poder cada vez mayor de laOficina de Asuntos Agrarios (Farm Bureau), que representaba,con wia eficacia política creciente, los intereses de los agriculto-res más ricos como si fuesen representativos de los intereses ge-nerales de la agricultura.

Sin embargo, todos estos conflictos tuvieron un carácterfuertemente regional, y dieron origen a instituciones con formasregionales específicas ( Sistema de Crédito Agrario, Bancos fede-rales rurales, Asociación de Crédito a la Producción, Ley depuesta en cultivo de nuevas tierras, etc., e incluso, después de lasegunda Guerra Mundial, el programa Bracero). Aunque los pla-nes federales estaban organizados por tipos de cultivo y no porregiones, sus efectos inmediatos segtúan siendo regionales, debi-do a la especialización regional de los cultivos. Estas formas re-gionales quedaron plasmadas en las relaciones sociales de las co-munidades agrarias, antes de ser ampliadas }' protegidas por elEstado. Además, sirvieron no solamente para relacionar a losagriciiltores entre sí, sino también para establecer una relaciónregional permanente entre la ciudad y el campo, de forma quelas comunidades agrarias y los mismos agricultores pudiesen vi^^ir

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en paz a nivel local. Con esto se lograba la integración regional(y, en algunos casos, una fuerza laboral compartida) entre sec-tores (industriales) relacionados: aperos agrícolas en el MedioOeste, industria de semillas en las regiones cerealistas (a menu-do propiedad de las cooperativas de prodttctores en un primermomento), transformación y comercialización de lácteos enlos Estados de los Grandes Lagos, venta de productos frescosen el Oeste y en el Suroeste, desmotadoras (y fábricas de teji-dos) en el Sur (y posteriormente en el Suroeste), y así sucesiva-mente.

Esto es lo que Gordon Clark, en su obra acerca de la indus-tria atttomovilística del Medio Oeste (1986), denomina "contratosocial regional", surgido de una crisis y replanteado cuando lacrisis se presenta de nuevo:

La teoría de las crisis regionales debe tener en cuenta elconocimiento del sistema económico, del cambio continuadoy de la transformación económica discontinua. Debería teneren cuenta también el control local de los acontecimientos; lasclases tendrían que ser capaces de asumir el control de su pro-pia historia.

Las crisis regionales se resuelven mediante el desarrollo deuna nueva y"compleja negociación entre clases", en la que inter-vienen "relaciones comunitarias de clase", "modalidades de pro-ducción sociales y espaciales", así como estrechas relaciones en-tre patronos y obreros, o(en este caso) también entre los pro-pios agricultores y la estructura industrial en la que se hallan ins-critos.

Sin embargo, lo que se advierte en la actual crisis de la agri-cultura norteamericana es el desmoronamiento de todas estas es-tructuras compactas, dentro y entre subsectores, al igual que en-tre el sector agrario y la economía política en general. La crisis esmás profunda en el Medio Oeste, donde la posición política dela agricttltura familiar se ha visto sustancialmente debilitada; porel momento, los productores industriales de las regiones con cul-tivos especializados han sido capaces de mantener su relación es-pecial con el Estado.

En parte, esto es consecuencia de la evolución del segundomomento de la política agraria, el surgimiento de la "mercantili-

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zación" ("commodityism", segím la expresión de McConnell,1969). A medida que los mercados de los productos agrarios seextienden cada vez más, los sistemas productivos de las distintasregiones que anteriormente se hallaban separados se enfrentanentre sí en una pugna comercial. En Estados Unidos esto ha sig-nificado el enfrentamiento entre los sistemas de agricultura fami-liar del Medio Oeste y la agricultura industrial de los estados delOeste. La propiedad de la tierra y la producción agraria del Oes-te han estado mtry concentradas ya desde la primitiva coloniza-ción europea de la región, lo que derivó en una inversión y con-trol masivos de la tierra y de los recursos asociados, creándose nosólo una clase de agricultores capitalistas, sino también una clasede obreros asalariados en la agricultura. Aunque la orientaciónprimitiva de estas regiones estaba dirigida hacia los mercados in-ternacionales, en la actualidad compiten con los agricriltores delMedio Oeste en los mercados tanto nacionales como internacio-nales de determinados productos.

La agricultura de las regiones occidentales está mucho másconcentrada que la del resto del país, incluyendo el Sur (véase lafigura 1.4). Aunque en 1982 el porcentaje de explotaciones agra-rias con ventas superiores a los 250.000 dólares no mostrabagrandes variaciones (ascendiendo al 12,6 por ciento de todas lasexplotaciones en California y Arizona, y menos del 1 por cientoen Kentucky, Tennessee y Virginia Occidental), la cuota propor-cional de su producción dentro de la economía de cada estadovaría de forina importante, desde el 80 por ciento de todas lasventas, como es el caso de California y de Arizona, a menos del30 por ciento en Wisconsin, Minnesota, Ohio y demás estadoscentrales. Estas explotaciones agrarias disponen de recursos paragestionar las transformaciones necesarias en sus condiciones deproducción, tanto sociales como técnicas, lo que aumenta su po-der y el de los estados donde predominan, aportándoles un ma-yor nivel de protección en tiempos de incertidumbre y de rápidocambio tecnológico. En cierto sentido, esta circunstancia margi-na al sector agrario de regiones enteras, desde el momento enque los productos de tipo familiar se ven obligados a competiren el mercado con los de tipo industrial, y no se hace nada paraponer trabas al actual sistema de incentivos sociales a la agricul-tura industrial, a través de beneficios fiscales y de subsidios pararegadío.

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Las implicaciones a largo plazo que esto tiene para la estruc-tura y para las formas de producción agrarias (y, por consiguien-te, para la estructura de clase de la agricultura) pueden ser pro-fundas. En cada uno de los sistemas de productos básicos que he-inos examinado, los ingresos medios por explotación agraria enlos estados de agricultura industrial son tres o cuatro veces supe-riores al promedio nacional. En algunos productos (hortalizas,algodón), dichos Estados han arrebatado la cuota principal deltotal de la producción nacional a las regiones que anteriormenteostentaban el predominio. En otros productos (por ejemplo, loslácteos), no se ha resuelto aím el conflicto entre la forma de pro-ducción cooperativa y de base familiar de un Medio Oeste popu-lista y las modalidades de trabajo asalariado, de carácter indus-trial y de capital intensivo que son habituales en el Oeste.

Podemos percibir claramente la crisis que se avecina, perono la fórmula para su posible solución. En la actualidad se estándebatiendo las exigencias que la agricultura y las regiones agra-rias pueden plantear al Estado. Si la política federal sigue consi-derando la agricultura como "tuia industria cualquiera", con in-certidumbres en los precios pero sin diferenciación estructural,el proceso de industrialización (y el desarrollo de una estructurade clases plenamente capitalista en la agricultura norteainerica-na) probablemente continuará. Sin embargo, si los agrictiltoresdel Medio Oeste y sus defensores regionales son capaces de en-frentarse con éxito al concepto de que "no pasa nada" en la agri-cultura, como lo han hecho en otros tiempos, será posible pre-servar las formas familiares de empresa.

Para que un plan de este tipo alcance sus objetivos, será ne-cesario probablemente volver a alguno de los ^^iejos planteamien-tos populistas. La "mercantilización" permite que el capital fluyalibremente hacia las regiones de mayor eficiencia productiva, su-perando las incertidumbres y limitando los riesgos de concentra-ción industrial mediante subsidios a los precios y políticas federa-les de exportación agresivas. El "populismo", con su insistenciaen las relaciones sociales en la agricultura, y en las comunidadesindustriales y agrícolas integradas, ofrece una alternativa legíti-ma, aunque requiere prestar una atención consciente a la geo-grafía, y a la estructura de clases, de la producción agrícola.Puesto que no se ha producido un renacimiento efectivo del po-pulismo regional, es probable que la agricultura, especialmente

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la del Este, Sur y Medio Oeste, siga subordinada al capital en ge-neral y continúe adoptando sus mismas formas de clase.

Las regiones agrarias en cuanto contratos sociales:tecnología y medio ambiente

Es en este contexto de reestructuración y de intensa compe-tencia donde hay que analizar las polémicas de tipo industrial ypopulista sobre las implicaciones medioambientales de las tecno-logías agrarias. Cada vez es mayor la preocupación de la opiniónpública sobre los efectos medioambientales de los procesos agra-rios actuales y por la salubridad de los alimentos (EPA, 1987).También muchos agricultores, que al fin y al cabo están más ex-puestos que nadie a los riesgos planteados por estas tecnologías,se han hecho eco de la misma preocupación: en muchas regio-nes experimentan en la actualidad con alternativas menos peli-grosas (Consejo Nacional de Investigación, 1989). Al mismotiempo, como sugieren Goodman, Sorj y Wilkinson (1987), el ca-pital industrial sigue tratando de traspasar los cometidos del sec-tor agrario a los sistemas de fabricación no ligados al campo. Seacual fuere el resultado final, las etapas intermedias de esta lucharelacionan entre sí íntimamente los problemas de la tecnología ydel medio ambiente, a escala política tanto regional como nacio-nal.

Estos conflictos adoptan formas regionales por varios moti-vos: surgen a partir de los espacios políticos de unos sistemas deproductos agrarios regionalizados y todavía regionalistas; a me-nudo se centran en la función que deben desempeñar las institu-ciones regionales establecidas en respuesta a las primeras etapasdel populismo agrario; y sus partidarios consideran más plausiblela lucha a nivel local y de Estado que con los organismos federa-les, debido a la distancia y la parcialidad de estos últimos.

Las manifestaciones del regionalismo que se inscriben en lasnuevas contra-instituciones de los movimientos agrarios populis-tas han merecido hasta ahora escasa atención por parte de los es-ttĉdiosos. Desde 1980 han proliferado las organizaciones ruralesno gubernamentales de autodefensa y autosuficiencia en todaslas regiones más directamente afectadas por la presente crisis.Muchas de ellas asocian la tecnología adecuada, el bienestar me-

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dioambiental y el carácter sostenible de la agrictiltura, desafian-do la subsunción (o apropiación) de la explotación agraria tradi-cional por parte de la industria agroalimentaria simultáneamen-te en todas sus manifestaciones. Buscan su legitimación políticaen la referencia a las tradiciones del populismo norteamericano,y encuentran aliados también entre los movimientos populistasurbanos (Boyte, 1989). Una de estas alianzas se está materializan-do con los ecologistas, preocupados por la creciente importanciade la biotecnología co^no estrategia empresarial destinada a am-pliar el mercado de los productos fitosanitarios y de las varieda-des de semillas resistentes (véase Goldburg y cols., 1990).

Estas alianzas apoyan asimismo a los movimientos agrariosregionales de corte populista en sus intentos de reconquistar de-terminadas instituciones estatales de estructura regional, forma-das inicialmente como resultado de los progra^nas populistas. LaLey de puesta en cultivo de nuevas tierras de 1902 y la Ley de es-cuelas superiores rurales subvencionadas (véase el cuadro 1.3)han sido el foco de estos conflictos. La primera de ellas de 1902autorizó las inversiones federales en planes de regadío para faci-litar la colonización de los áridos Estados del Oeste, pero exigíaque el agua subvencionada que se suministraba mediante estossistemas píiblicos de riego se destinase exclusivamente a los pe-queños propietarios, imponiendo para ello una limitación en lasuperficie de las fincas que tenían acceso al agua (160 acres pormiembro de la familia, hasta t ĉn máximo de 480 acres por explo-tación familiar). A pesar de los propósitos populistas de la ley, laslimitaciones de superficie impuestas nunca fueron aplicadas porel Departamento Federal del Interior; antes al contrario, estosrecursos hidráulicos subvencionados por el Gobierno federalhan sido utilizados para regar cultivos especializados intensivos,controlados por grandes empresas (FitzSimmons, 1983; Gottlieby FitzSimmons, publicado en 1991). Desde mediados de la déca-da de 1960, estas subvenciones a la agricultura desarrollada porgrandes empresas han sido el centro de famosas polémicas, enlas que el Sindicato de Trabajadores Agrarios (United Farnz Wor-

kers) se ha unido a los ecologistas urbanos que tratan de ponercoto a los planes hidráulicos con el fin de controlar la especula-ción y el crecimiento del suelo urbanizable.

La conexión que la política hidráulica del Oeste estableceentre la ciudad y el campo se ha visto reforzada por los nuevos

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temores respecto a los plaguicidas y a la calidad del agua. La con-taminación del agua por los productos fitosanitarios es un pro-blema cada vez mayor. Tanto los fertilizantes como los plaguici-das (insecticidas y herbicidas) constituyen un foco de preocupa-ción creciente . También en este punto las respuestas tienden aser regionales: la legislación más severa de California sobre losplaguicidas ya regulados por el Gobierno federal, o los intentosde los estados del Medio Oeste de gravar los fertilizantes nitroge-nados con el fin de desincentivar su uso excesivo y la concentra-ción de nitratos en las aguas subterráneas, de donde proviene lamayor parte del agua para uso humano (Roberts & Lig ĉ thall,1988). Estas iniciativas recurren a menudo a los esfuerzos investi-gadores de las escuelas superiores rurales subvencionadas, asícomo a los programas de ensayo y difusión de los planes de ex-tensión agraria del condado, que han fomentado la "moderna"agricultura química, y las innovaciones que transforman los siste-mas de producción agraria para hacerlos más simétricos con losde tipo industrial (Hightower, 1973; Browne, 1988).

Aunque estas luchas se produzcan a escala regional, puedenreflejar igualmente la competencia entre regiones que •ultivanlos mismos productos básicos con estructuras de producción di-ferentes. La campaña para limitar la utilización de la hormonadel crecimiento en el ganado bovino en los estados con granproducción de leche de Minnesota, Wisconsin y Michigan tienesus raíces en la fuerte competencia que los productores de lác-teos de dichos estados afrontan por parte de la industria láctea agran escala del Oeste, basada en la disponibilidad de agua (ytambién de alfalfa) subvencionadas. En este sentido, está sur-giendo una alianza entre los pequeños agricultores y las asocia-ciones de defensa del consumidor que cuestionan el uso de hor-monas en la agricultura.

Sin embargo, el discurso sobre la agricultura populista y sos-tenible también tiene sus límites. El informe Agrzcultura alternati-va, redactado por el Consejo Nacional de Investigación, los ponede manifiesto con claridad. El Consejo considera que los oríge-nes de los problemas medioambientales de la agricultura se si-tíian en dos áreas: por un lado, en la inadecuada comprensióncientífica (y tecnológica) que hasta la fecha se ha tenido de lanaturaleza de las actividades agrarias; por otro, en los efectos dis-torsionantes de las políticas federales en los productos básicos

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agrarios. Segítn este informe, aunque la ciencia ha soslayado lanecesaria complejidad de la agricultura, la auténtica raíz del pro-blema se encuentra en las subvenciones federales a la agricultu-ra, que: (i) priman los monoctiltivos (para proteger las actualesasignaciones de tierra); (ii) fomentan la producción excedenta-ria de determinados cultivos; y(iii) adoptan una postura militan-te en cont ĉ-a de los sistemas agrarios mixtos. Este análisis pasapor alto las relaciones sociales en cuyo contexto se materializanestas alternativas: las instituciones (píiblicas y privadas) que pre-tenden desarrollar aquellas tecnologías con las cuales se prevéobtener beneficios, y las limitaciones institucionales que constri-ñen la libertad de elección de los agricultores. Una intervencióneficaz debería basarse en un conocimiento más a fondo de laeconomía política y de la geograffa, de las que la agricultura estan sólo una parte.

Conclusión

La subsunción de la agricultura por el capital en general tie-ne lugar a través de procesos complejos, e implica la reestructu-ración de las relaciones, tanto internas como externas, de la ex-plotación agraria y de la agricultura en sentido estricto (Mars-den, Whatmore y Munton, 1987). Tiene lugar, por otra parte, enlugares específicos organizados de acuerdo con procesos regio-nales y espaciales: de regionalización (como proceso económi-co), de regionalismo (como respuesta política y cultural), y deregionalidad (como geografía histórica, constructora y limitado-ra del lugar correspondiente). El análisis de las relaciones de cla-se en la agricultura se beneficia de la atención prestada a estageografía relacional, que enlaza la dinámica de la familia con laeconomía a escala mundial del capitalismo en general.

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