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DIRECTORIO

Eduardo MEdina Mora icaza

Procurador General de la República y Presidente de la H. Junta de Gobierno del inacipe

Juan MiguEl alcántara Soria

Subprocurador Jurídico y de Asuntos Internacionales de la pgr

y Secretario Técnico de la H. Junta de Gobierno del inacipe

gErardo lavEaga

Director Generaldel Instituto Nacional de Ciencias Penales

álvaro vizcaíno zaMora

Secretario General Académico

rafaEl ruiz MEna

Secretario Generalde Profesionalización y Extensión

citlali Marroquín

Directora de Publicaciones

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ÓsCaR wIlDE

INsTITUTO NaCIONal DE CIENCIas PENalEs

el hombre y la cárcel

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Primera edición, 2009

Edición y distribución a cargo del Instituto Nacional de Ciencias PenalesMagisterio Nacional 113, Tlalpan14000 México, D. [email protected]

se prohíbe la reproducción parcial o total, sin importar el medio, de cualquier capítulo o información de esta obra, sin previa y expresa autorización del Instituto Nacional de Ciencias Penales, titular de todos los derechos.

D. R. © 2009 INaCIPE

IsBN 978-970-768-109-5

se agradece a aguilar s. a. de Ediciones el permiso correspondiente para la publicación de los textos de Óscar wilde.

Diseño de portada: Victor Hugo Garrido Soto

Impreso en México • Printed in Mexico

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CONTENIDO

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Balada de la cárcel de Reading . . . . . . . . . . . . 85

Cartas escritas por Óscar Wilde a Roberto Ross. Desde la cárcel de Reading . . . . . . . . . . . . . 111

El caso del vigilante Martín. (Algunas crueldades de la vida en la cárcel) . . . . . . . . 131

La reforma de las cárceles . . . . . . . . . . . . . . . 153

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PRÓlOgOEl hombre y la cárcel

(el drama de Óscar wilde)

…el mundo nos había arrojado de su seno, y Dios, fuera de Su solicitud.

Óscar Wilde

El hombre Óscar wilde es encerrado en la cárcel, el espíritu de Óscar wilde es liberado allí. la Balada de la Cárcel de Reading es la llave con la que abre la puer-ta de su liberación, entrando al mismo tiempo en la inmortalidad literaria ya que se la considera su obra maestra y una de las más bellas baladas de la literatura inglesa. En efecto, logró la perfección en este género de composición poética de carácter lírico, dividida generalmente en estrofas iguales, siendo que su ori-gen provenzal le da un aire delicado, espontáneo y lleno de color aunque dramático en el caso. Hay un notable gesto de rebeldía artística y humana cuan-do wilde la publica en 1898, sin nombre de autor y sólo con la cifra con que fue inscrito en la cárcel: C.3.3. que lo presenta como un simple número, una ficha en el tablero de la burocracia penitenciaria y un ente deshumanizado, idea que bajo otras formas

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ha manejado Franz Kafka en sus novelas El Proceso y El Castillo. Compuesta en memoria de Charles T. wooldridge, antiguo soldado de la guardia Real de Caballería y ejecutado en la cárcel de Reading por haber matado a la mujer que amaba, wilde ve en él a la humanidad condenada a destruirse a sí misma. En este hecho criminal, sin duda, y bordando sus pa-labras con la maestría de sus versos, se inspiró para decir: “y sin embargo, cada hombre mata lo que ama, sépanlo todos; unos lo hacen con una mirada de odio, otros con palabras acariciadoras; el cobarde con un beso, ¡el hombre valiente con una espada!” y agrega: “No conviven con hombres silenciosos que los vigi-lan día y noche, que los espían cuando intentan llorar o cuando intentan rezar, que los vigilan por temor a que ellos, por sí mismos, arrebaten su presa a la cár-cel”. Juicio severo que hoy, en el campo de la ciencia jurídico penal, esgrimen las mentes más agudas y vi-sionarias. O sea, que mereciendo la cárcel conforme a las reglas establecidas por la sociedad, no la pisan nunca. lo cual me recuerda unos versos de profundi-dad sobrecogedora del gran poeta colombiano Porfi-rio Barba Jacob, en Un Hombre:

los que no habéis llevado en el corazón el túmulo de un dios ni en las manos la sangre de un homicidio…

¡Vosotros no podéis comprender el sentido doloroso de esta palabra:

¡UN HOMBRE!

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y abro un paréntesis poético porque la sensibilidad exquisita de Barba Jacob me orilla a citar lo siguiente, de su Canción de la Vida Profunda:

y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos, que nos depara en vano su carne la mujer: tras de ceñir un talle y acariciar un seno, la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

la cárcel ha sido definida por Camilo José Cela como “la pena más honda y dolorosa y acongojadora que pueda caerle encima a un vagabundo; los golfos del siglo de oro —dice—, los ilustres padres de la ger-manía, llamaban angustia a la cárcel” (en Judíos, Mo-ros y Cristianos, viii). lo que pasa es que hoy todos los delincuentes, en algún sentido, pueden llevar puesta la raída vestimenta del errante y holgazán. la cárcel, qué duda cabe, está llena de vagabundos.

la Balada de wilde, que no tiene punto de com-paración y que es la más perfecta que se haya escrito en inglés, al par que uno de los más nobles poemas de ese idioma, gira alrededor de tres motivos fundamen-tales. El primero es una profunda piedad por todos los que sufren en la cárcel, sin distinciones meramente legales, más que jurídicas de fondo, en que predo-mina equivocadamente la objetividad con flagrante desprecio de la subjetividad. Me refiero a la clasifica-ción de primodelincuente, reincidente, multirreinci-dente, delito grave, caso urgente, etcétera; olvidando asimismo que la readaptación social del delincuente

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consagrada en nuestro artículo 18 constitucional alu-de a cualquier clase de sufridor carcelario, y que para calificar y graduar la culpabilidad no es imprescindi-ble atenerse a esa clasificación. wilde escribe: “cada prisión que edifican los hombres está construida con ladrillos de infamia y está cerrada con barrotes, por miedo de que Cristo vea cómo los hombres destrozan a sus hermanos”. El poeta pone en entredicho con tinta de su propia sangre la función punitiva del Es-tado, hoy sujeta a una seria revisión de parte de los que pensamos que el Derecho Penal represivo, ex-clusivamente represivo, no resuelve el problema de la criminalidad ni tampoco cumple con el postulado de humanización de la pena. Con qué gusto hubie-ra leído wilde, en medio de su dolor, las siguientes palabras de Francesco Carnelutti cuando en esa joya de libro, El Problema de la Pena, aborda el problema espiritual de la reclusión:

El problema de la reclusión es esencialmente un problema espiritual. Existe, ciertamente, también un aspecto físico o fisiológico del mismo, pero tiene, respecto de aquél, un valor de segundo plano. El fin a alcanzar no es so-lamente el de hacer vivir a un hombre, sino el de hacer revivir a una persona, lo que quiere decir dar al hombre su libertad.1

y luego, más adelante: “abandonado a sí mismo, el condenado es un náufrago destinado a hundirse.

1 Francesco Carnelutti, El problema de la pena, Ediciones Jurídi-cas Europa-América, Buenos Aires, 1956, p. 54.

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Para salvarlo es necesario que alguno, lanzándose al mar, lo alcance, lo socorra y lo traiga a la playa”.2 wilde trató por su parte el problema espiritual de la pena, engastado como una joya finísima en la montadura, reluciente de amor, de sus versos.3 Porque eso es su Balada, un canto de amor dolorido, un suspiro, no un lamento, lanzado a los cuatro vientos para orillar a los hombres a una reconsideración sobre el castigo. la fuerza espiritual de wilde se impuso a los barrotes de su cárcel. Es que el amor en sus formas tiernas, suaves, o volcánicas e impetuosas, o añorantes de pasión, es invariablemente redentor. Por eso Carnelutti dice: “lo que, junto al sufrimiento, le es necesario al reclu-so, a fin de que se convierta en libre, no es otra cosa que amor”.4 y amor a raudales, dolorido, dramático trágico, vertió wilde en su obra maestra.

El segundo motivo fundamental de la Balada es un verdadero estudio psicológico del sentenciado; del sentenciado resignado, debiéndose preguntar uno qué es la verdadera resignación. ¿Una virtud, tal vez un defecto o acaso una tregua del alma? Es una espe-cie de conformismo con la adversidad, de adaptación a ella. ¿será entonces una válvula de escape? wilde alude al sentenciado con frases melódicas y melancó-licas. “No retorcía sus manos —escribe—, ni lloraba y ni siquiera se entristecía; pero en cambio bebía el aire

2 Ibidem, p. 55.3 Y también en La reforma de las cárceles; véase, más ade lan te, las

pp. 75-78. 4 Carnelutti, El problema…, op. cit., p. 56.

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como si contuviera alguna virtud anodina; ¡bebía el sol a plena boca como si fuera vino!” apurar hasta la última gota del elíxir de la existencia era la obsesión de wooldridge. se diría que mataba el sol, que ma-taba el aire, en un frenesí desesperado por aferrarse a la vida; que en rigor fue la lucha constante de wilde, aferrarse a su vida, a su estilo de vida y a sus convic-ciones literarias producto de su ser. Por eso describe a la perfección al sentenciado a muerte: “Nunca vi a un hombre contemplar con mirada tan intensa ese toldito azul que los reclusos llaman el cielo y cada una de las nubes errantes que arrastraban su cabellera en-marañada”. admirable dominio de la idea entremez-clado a la palpitante realidad. la visión psicológica del poeta abarca un amplio espectro del sentenciado, que bien harían en apreciar los jueces sentenciado-res que en rara y excepcional ocasión vislumbran el tormento de la cárcel, hundidos en una meticulosi-dad legalista negadora de la vida.

El tercer motivo fundamental de la Balada es el definitivo, el que la caracteriza. Es una comparación ideal entre la justicia de los hombres que castiga despiadada y la Justicia de Dios que, convertida en misericordia, crea vida nueva de las ruinas. lo que evoca la frase de Don Quijote en sus consejos a san-cho Panza cuando fue a gobernar la ínsula Barataria: “aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la miseri-cordia que el de la Justicia”. lo cierto es que Cer-vantes no era licenciado en Derecho; su permanencia

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en salamanca lo hizo apreciar y estudiar otras cosas, porque a niveles profundos de la especulación jurí-dica es inconcebible la Justicia ideal, tanto como la real, sin la presencia de la misericordia beneficiadora y atemperadora. los formidables versos de la Balada brotan caudalosos contrastando en cada tono la ciega razón humana, de la que se vanaglorian los pigmeos del Derecho, con la sensibilidad plena de luminosi-dad y calor. yo siento que en el fondo de este tercer motivo fundamental alienta una idea de alcances me-tafísicos, a saber, que si al que peca lo salva la mano del Redentor, al que comete un delito lo debe salvar la mano de la justicia terrena. y wilde canta así, por-que es un verdadero canto triste y alegre:

¡ah, dichosos aquellos cuyos corazones pueden partirse y alcanzar la paz del perdón! ¿Cómo, si no, podría el hombre trazar su camino y purificar su alma del pecado? ¿Dónde si no en un corazón partido podría entrar nues-tro señor Jesucristo?

la invocación es magnífica y generosa. El wilde suplicante, atormentado, envuelve la cruda realidad con el velo transparente de la poesía.

la cárcel lo maltrató y lo vejó, la cárcel lo redi-mió. y cada gota de su poesía, igual que un diamante que irradia luces recónditas, es un mensaje dirigido al oprobio de la cárcel y de los carceleros. la pena hoy por hoy es insustituible, pero lo claramente sustitui-ble es su contenido y su objetivo. El crimen de wilde

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ya no es crimen, su sociedad victoriana y llena de pu-ritanismo ha desaparecido, que no la sombra sinies-tra de unos barrotes ensangrentados y opresores de la dignidad humana. Frank Harris, autor de El Hombre Shakespeare, su incomparable amigo y notable biógra-fo, restaurador cuidadoso de los innumerables agra-vios que sufrió, se pregunta:

así, ¿dominaría la prisión a Óscar, entregándolo a la co-rrupción del remordimiento y del odio; o sería él quien, por el contrario, triunfase de ella, aprovechando su ex-periencia? Esto es: ¿martillo o yunque?5

En el famoso The Daily Chronicle, del 24 de marzo de 1898, apareció un artículo titulado “No leáis Esto si Queréis Estar Hoy Contentos”, firmado por “el au-tor de La Balada de la Cárcel de Reading”,6 en el que destaca lo siguiente:

El actual sistema penitenciario parece casi tener por fi-nalidad la ruina y aniquilamiento de las facultades men-tales… Privado de libros, de todo comercio humano, aislado de toda influencia humana y humanizadora, ve-dada toda relación con el mundo exterior, tratado como un animal ininteligente, brutalizado hasta quedar por debajo del bruto más inferior, el mísero que se ve reclui-

5 Véase Frank Harris, Vida y confesiones de Óscar Wilde, t. i, epí-logo de George Bernard Shaw, trad. del inglés y notas de Ricardo Baeza, Emecé Editores, Buenos Aires, 1944, p. 368.

6 Citado por Frank Harris, Vida y confesiones…, t. ii, op. cit., pp. 66 y ss.

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do en una prisión inglesa apenas si podrá, lógicamente, escapar a la demencia.

lo increíble es que en México, transcurrido más de un siglo de aquella fecha, algunos clientes míos encerrados literalmente en alguna “cárcel de alta se-guridad” cuentan lo mismo con similares o parecidas palabras. O sea, las penas morales de wilde, reflejadas no con tanta severidad y crueldad en La Divina Co-media de Dante, siguen siendo el pan cotidiano de un abominable sistema penitenciario que sólo se explica, que no justifica, por las sinrazones del pragmatismo penal, es decir, por lo práctico, lo eficaz, incluso a cos-ta de los valores humanos más preciados. Tendencia ésta que comienza con la violación frecuente, desde que se investiga un posible delito, de las garantías individuales y derechos humanos consagrados en la Constitución. wilde comenta en su artículo: “las reformas necesarias son muy simples. atañen a las necesidades del cuerpo y a las necesidades del espíritu de cada desventurado prisionero”. y clama, finalmen-te: “…humanizar a los directores de las cárceles, civi-lizar a los empleados y cristianizar a los capellanes”. Comentémoslo hoy ante un director de reclusorio o un alto funcionario de la administración penitencia-ria; la respuesta será una sonrisa irónica, equivalente a tildarnos de cándidos.

En una carta de Harris escrita a un amigo anónimo afirma que: “los vicios no son sino las sombras de las virtudes”. y en la introducción de su obra escribe:

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En este libro el lector encontrará la figura del artista-Prometeo clavado al gigantesco peñón del puritanismo inglés… inexorablemente, se le expulsó de la vida por-que sus pecados no eran los pecados habituales de la cla-se media inglesa. Realmente, el acusado era demasiado superior en nobleza y entendimiento a sus jueces.

¡Cuidado! la observación es más que perspicaz; es profundamente sabia. Encierra una paradoja, sabia a su vez, de esas tan queridas y exquisitamente burila-das por wilde. El Diccionario de la Lengua Española, de la Real academia, define la paradoja como una figura del pensamiento retórico que consiste en emplear ex-presiones o frases que envuelven contradicción. Pero es más, mucho más. Por ejemplo, he aquí una perfec-ta y deliciosa paradoja wildeana, tomada del capítulo iii de El Retrato de Dorian Gray: “la única diferen-cia entre un capricho y una pasión eterna es que el capricho dura algo más”. Cuántas cosas que creemos capricho, a lo mejor son pasiones eternas disfrazadas de capricho. la vida es también paradójica. y la pa-radoja a la que me refiero líneas arriba, la relaciona-da con los jueces, se puede apreciar invirtiendo unos grados los términos: como el acusado es superior en nobleza y entendimiento a sus jueces, él debería juz-garlos. Pasa lo mismo que en la democracia. ¿acaso nos gobiernan los mejores? ¿acaso elegimos a los me-jores? Pero aunque lleguen al estrado de la justicia los jueces que no son los mejores, y en ocasiones los peores, ejercen un poder concedido por el Estado.

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Esto los faculta para instruir un proceso o dictar una sentencia. ¿Pero son capaces, verdaderamente doctos en Derecho? ¿Entienden la profundidad del acto de sancionar? Harris habla del puritanismo y de la ha-bitualidad en los pecados. lo cierto es que el grosero puritanismo, de suyo hipócrita y feroz, que pregona socarronamente las virtudes públicas y privadas, que se viste ostentosamente y disfraza lo farisaico, ha sa-crificado en la historia a los mejores hombres. y en lo que concierne a la habitualidad del pecado es la misma que la del delito. a sócrates se lo sentenció a muerte por algo que en la actualidad no es crimen y se pasó por alto en cambio una costumbre sexual, extendida en su tiempo entre los atenienses, que le costó la libertad a Óscar wilde. El mismo marqués de sade, “el Divino Marqués” según sus admiradores, cuya literatura pornográfica lo llevó a la cárcel, mere-ció a medias su castigo (no era por supuesto inocente de sus bárbaras sensualidades) dictado por un rencor social irascible e incontrolable.

y si sois un artista —escribe Harris—, la prisión será para vosotros todavía más: una experiencia singular-mente vital y nueva, sólo acordada a los escogidos. ¿Qué hacer de ella? ¿Cómo aprovecharla? Esa es la cuestión. Maravillosa oportunidad, realmente; pues, bien vista, una prisión es más vasta que un palacio; sí, más rica y, para un alma amante, una experiencia infinitamente más rara. Dad, pues, gracias al espíritu que gobierna a los hombres por la divina oportunidad que ha puesto a vuestro alcance. De aquí en adelante, la prisión será

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vuestro dominio; en lo futuro, los hombres no podrán pensar en ella sin pensar también en vosotros. Otros podrán mostrarles lo que los azares propicios y las cosas buenas de la vida hacen por uno; vosotros les mostraréis lo que puede hacer el sufrimiento, las horas de insom-nio, frías y henchidas de nostalgia, y la soledad, la mi-seria y la desolación. Otros enseñarán las lecciones de la alegría; en cambio, el ancho mundo subterráneo de la piedad y del dolor, del miedo y el horror y la injusticia, será vuestro reino. los hombres han echado sobre voso-tros las tinieblas a manera de cortina, envolviéndoos en la noche más negra; pero tanto mejor: así la luz que hay en vosotros brillará más clara. Con tal, naturalmente, de que esa luz no haya sido del todo apagada.

¿Martillo o yunque? ¿Cómo Óscar wilde tomaría el castigo? ¿Qué resultado sabría sacar de él?

He intitulado mi prólogo, con pretensiones de un pequeño ensayo, “El hombre y la cárcel (el drama de Óscar wilde)”. He elegido la palabra drama porque siendo el drama un suceso de la vida real capaz de in-teresar y conmover vivamente, y la tragedia un suce-so asimismo de la vida real, pero capaz de suscitar por su parte emociones infaustas, desgraciadas, infelices, wilde superó esto último mediante la transfiguración literaria, artística, de su dolor. Hay diferencia. El te-rrible ananké de los griegos no atenazó a wilde con su ira cósmica. En efecto, hoy no se piensa en la cárcel sin pensar en wilde, conforme a la acertada observa-ción de Harris. Pero sucedió un prodigio, su luz brilló más clara, potente y poderosa. El artista que era dudó

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