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2 CATECISMO ROMANO PROMULGADO POR EL CONCILIO DE TRENTO Comentado y anotado por el R.P. Alfonso Mª Gubianas, O.S.B. MANUAL CLÁSICO DE FORMACIÓN RELIGIOSA Necesario al clero y a los fieles, E indispensable, como catecismo de perseverancia, A las parroquias, familias cristianas Y colegios EDITORIAL LITÚRGICA ESPAÑOLA, S. A. SUCESORES DE JUAN GILI Cortes, 581. Barcelona. 1926

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CATECISMO ROMANO

PROMULGADO POR EL CONCILIO DE TRENTOComentado y anotado por el

R.P. Alfonso M Gubianas, O.S.B.MANUAL CLSICO DE FORMACIN RELIGIOSANecesario al clero y a los fieles, E indispensable, como catecismo de perseverancia, A las parroquias, familias cristianas Y colegiosEDITORIAL LITRGICA ESPAOLA, S. A. SUCESORES DE JUAN GILI Cortes, 581. Barcelona. 1926

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INTRODUCCIN AL CATECISMO ROMANONo siendo posible considerar las maravillosas excelencias de la obra inmortal de un Dios misericordioso, cual es la Iglesia catlica, sin que la ms profunda veneracin hacia la misma se apodere de nuestro nimo, ya se atienda a los hermosos frutos de santidad que han aparecido desde su institucin, ya a sus constantes esfuerzos para elevar al hombre, ya a su prodigiosa influencia en todos los rdenes de la vida, para la realizacin del reinado de Jesucristo en medio de la sociedad, cmo no deber aumentar ms y ms esta admiracin si nos fijamos en lo que ha hecho la Iglesia catlica para propagar las verdades revela-das por Jesucristo, de las que la hiciera depositaria, tesorera y maestra infalible? Que la Iglesia haya cumplido el encargo de su divino Fundador de ensear a los hombres toda la verdad revelada, lo estn pregonando los mil y mil pueblos que conocen al verdadero Dios, y le adoran; son de ello monumento perenne todas las instituciones cristianas encaminadas al auxilio de las necesidades de los hombres redimidos por Jesucristo. No solamente ha propagado la Iglesia catlica las verdades que recibi de Jesucristo, sino que, como la ms amante de las mismas, ha condenado cuantos errores a ellas se oponan. Cuantas veces se han levantado falsos maestros para negar las verdades evanglicas, cuantas veces el espritu del mal ha querido sembrar cizaa en el campo de la Iglesia, cuantas veces el espritu de las tinieblas ha intentado obscurecer la antorcha de la fe, ella ha mostrado a sus hijos, al mundo entero, cul era la verdad, en dnde estaba el error, cul era el camino recto y cul el que conduca al engao y a la perdicin. Desde las pginas evanglicas en que el Apstol amado demostr a los adversarios de la divinidad de Jesucristo su divina generacin, hasta nuestros das, en que hemos contemplado cmo el sucesor de San Pedro anatematizaba la moderna hereja, siempre ostenta la Iglesia, en frente del error, en frente de la hereja, su ms explcita y solemne condenacin. Este carcter de la Iglesia santa, esta su prerrogativa, esta su nota de acrrima defensora de la verdad, tal vez no ha brillado jams tan resplandeciente, quiz no la ha contemplado jams el mundo con tanto esplendor como en el siglo dcimosexto. Grandes fueron los esfuerzos de las pasiones para la propagacin del error, para su defensa, para presentarlo como el nico que deba dirigir la humana conducta, como el nico salvador y regenerador de la sociedad. No poda permanecer en silencio la Iglesia de Jesucristo en tales circunstancias, y no permaneci, segn nos lo demuestran clarsimamente cada una de las verdades solemnemente proclamadas en el Concilio Tridentino, cada uno de los anatemas fulminados por aquella santa asamblea contra la hereja protestante. Congregado aquel Concilio Ecumnico para atender a las necesidades que experimentaba el pueblo cristiano, no le fu difcil comprender la importancia y necesidad de la publicacin de un Catecismo destinado a la explicacin de las verdades dogmticas y morales de nuestra santa fe, para contrarrestar los perniciossimos esfuerzos de los novadores al esparcir por todos los modos posibles, aun entre el pueblo sencillo e incauto, sus perversas y herticas enseanzas. Tal podramos decir que fu el principal objeto de la publicacin de este Catecismo. Y con esto queda ya indicado lo que es el Catecismo Tridentino: una explicacin slida, sencilla y luminosa de las verdades fundamentales del Cristianismo, de aquellos dogmas que constituyen las solidsimas y esbeltas columnas sobre las cuales descansa toda la doctrina catlica. En primer lugar, lo que distingue a este preciossimo libro, a este monumento perenne de la solicitud de la Iglesia para la religiosa instruccin de sus hijos, del pueblo cristiano, es la solidez. Esta se descubre y manifiesta en los argumentos que emplea para la demostracin de cada una de las verdades propuestas a la fe de sus hijos. No pretende ni quiere que creamos ninguno de los artculos de la fe sin ponernos de manifiesto, sin dejar de aducir aquellos testimonios de la divina Escritura reconocidos como clsicos por todos los grandes apologistas cristianos, por los grandes maestros de la ciencia divina. Este es siempre el primer argumento del Catecismo; sobre l descansan todos los dems, demostrndonos cmo la enseanza cristiana, la fe de la Iglesia catlica, est en todo conforme con las letras sagradas. Este modo de demostrar la verdad catlica, adems de ensearnos el origen de la misma, era una refutacin de los falsos asertos de la nueva hereja, pues no reconociendo sta otra verdad que la de la Escritura, por la misma Escritura, se la obligaba a confesar por verdadero lo que con tanto aparato quera demostrar y predicaba como errneo y falso. Es tal el uso que de las Escrituras se hace para demostrar las verdades del Catecismo, que, leyndolo atentamente, no podemos dejar de persuadirnos que es ste el ms sabio, el ms ordenado, el ms completo compendio de la palabra de Dios. Al testimonio de las Sagradas Escrituras, aade el Catecismo la autoridad de los Santos Padres. Estos, adems de mostrarnos el unnime consentimiento de la Iglesia en lo relativo al dogma y a la moral, adems de4

ser fieles testigos de las divinas tradiciones, esclarecen con sus discursos las mismas verdades, las confirman con su autoridad y nos persuaden que asintamos a las mismas, tan conformes as a la sabidura como a la omnipotencia del Altsimo. Es tan grande la autoridad atribuida por el Catecismo a los Santos Padres, que, en relacin con la importancia y sublimidad de los dogmas propuestos, est el nmero de sus testimonios aducidos. As, para ensearnos la doctrina de la Iglesia relativa al divino sacramento de la Eucarista, no se contenta con recordarnos las palabras de los santos Ambrosio, Crisstomo, Agustn y Cirilo, sino que nos invita a leer lo enseado por los santos Dionisio, Hilarlo, Jernimo, Damasceno y otros muchos, en todos los cuales podremos reconocer una misma fe en la presencia real de Jesucristo en el sacramento del amor. Por ltimo, quiere el Catecismo que tengamos presente las definiciones de los Sumos Pontfices y los decretos de los Concilios Ecumnicos, como inapelables e infalibles, en todas las controversias religiosas. He ah indicado de algn modo el carcter que tanto distingue, ennoblece y hace inapreciable al Catecismo. Ms no se content la Iglesia con dar solidez a su Catecismo, sino que le dot de otra cualidad que aumenta su mrito y le hace sumamente apto para la consecucin de su finalidad educadora: es sencillo en sus raciocinios y explicaciones. Quiso el Santo Concilio que sirviera para la educacin del pueblo, y para ello ofrece tal diafanidad en la expresin de las ms elevadas verdades teolgicas, que aparece todo l, no como si fuera la voz de un orculo que reviste de enigmas sus palabras, sino como la persuasiva y clara explicacin de un padre amantsimo, deseoso de comunicar a sus predilectos y tiernos hijos el conocimiento de lo que ms les interesa, el conocimiento de Dios, de sus atributos, de las relaciones que le unen con los hombres y de los deberes de stos para con su Padre celestial. Si alguna vez se han visto en amable consorcio la sublimidad de la doctrina con la sencillez embelesadora de la forma, es, sin duda ninguna, en este nuestro y nunca bastante elogiado Catecismo. Este carcter, que le hace tan apreciable, nos recuerda la predicacin evanglica, la ms sublime y popular que jams escucharon los hombres. Esta sublime sencillez se nos presenta ms admirable cuando nos propone los ms encumbrados misterios, de tal modo expuestos, que apenas habr inteligencia que no pueda formarse de los mismos siquiera alguna idea. Como prueba de esto, vase cmo explica con una semejanza la generacin eterna del Verbo: Entre todos los smiles que pueden proponerse dice para dar a entender el modo de esta generacin eterna, el que ms parece acercarse a la verdad es el que se toma del modo de pensar de nuestro entendimiento, por cuyo motivo San Juan llama Verbo al Hijo de Dios. Porque as como nuestro entendimiento, conocindose de algn modo a s mismo, forma una imagen suya que los telogos llaman verbo, as Dios, en cuanto las cosas humanas pueden compararse con las divinas, entendindose a s mismo, engendra al Eterno Verbo. Otras muchas explicaciones de las ms elevadas verdades hallamos en este Catecismo, todas las cuales nos demuestran cunto desea que sean comprendidas por los fieles y el gran inters que todos debemos tener para procurar su inteligencia aun por los que menos ejercitada tienen su mente en el conocimiento de las verdades religiosas. De la solidez y sublime sencillez, tan caractersticas de este Catecismo, nace otra cualidad digna de consideracin, y es la extraordinaria luz con que ilustra el entendimiento, sin omitir de un modo muy eficaz la mocin de la voluntad para la prctica de cuanto se desprende de todas sus enseanzas. Despus de la lectura y estudio de cualquiera de las partes del Catecismo, parece que la mente queda ya plenamente satisfecha en sus aspiraciones, y no necesita de ms explicaciones para comprender, en cuanto es posible, lo que ensea y exige la fe. Mas no se contenta con la ilustracin del entendimiento, sino que, segn hemos ya indicado, se dirige especialmente a que la voluntad se enamore santamente de tan consoladoras verdades, las aprecie y se esfuerce en demostrar con sus obras que su fe es viva, prctica, y la ms pode-rosa para la realizacin de la vida cristiana, aun en las ms difciles circunstancias. Quines fueron sus autores Varios son los nombres dados a este Catecismo segn los diferentes respectos con que se le considere. Es conocido con el nombre de Catecismo Tridentino, por haberse empezado por disposicin de aquel Concilio Ecumnico; Catecismo de San Po V, porque fu aprobado y publicado por este Soberano Pontfice, y tambin Catecismo Romano, por ser el que la Iglesia Romana propone a quienes tienen el encargo de ensear su doctrina al pueblo como norma segura, exenta de error y la ms acomodada a la capacidad de la generalidad de los fieles. Para demostrar con cunta verdad se le da el nombre de Catecismo Tridentino, no tenemos ms que recordar lo establecido por aquella santa Asamblea en su sesin XXIV, cap. 7, por estas palabras: Para que los fieles se presenten a recibir los sacramentos con mayor reverencia y devocin, manda el santo Concilio a todos5

los obispos que expliquen, segn la capacidad de los que los reciben, la eficacia y uso de los mismos Sacramentos, no slo cuando los hayan de administrar por s mismos al pueblo, sino tambin han de cuidar de que todos los prrocos observen lo mismo con devocin y prudencia, haciendo dicha explicacin aun en lengua vulgar si fuere menester y cmodamente se pueda, segn la forma que el santo Concilio ha de prescribir respecto de todos los Sacramentos en su Catecismo, el cual cuidarn los obispos se traduzca fielmente en lengua vulgar, y que todos los prrocos lo expliquen al pueblo. No habiendo sido posible terminar el Catecismo antes de la clausura del Concilio Tridentino, el Sumo Pontfice Po IV encomend este asunto al cuidado de algunos obispos y telogos para que preparasen la materia necesaria a tan til obra. Los principales a quienes eligi para esta importante empresa fueron Muelo Calina1, Leonardo de Marinis2, Egidio Fuscario3 y Francisco Foreiro4. Tambin cooperaron a la misma el Cardenal Seripando5, Miguel Medina6, y Pedro Galesino7. Reunido todo lo necesario para la composicin de la obra, escogi a Mucio Calino, Pedro Galesino y Julio Poggiani8 para que la ordenasen y compusiesen en estilo elegante y el ms acomodado a la sublimidad del asunto. Constando el Catecismo de cuatro partes, encomend las dos primeras, esto es, el Smbolo y los Sacramentos, a Mucio Calino; el Declogo, a Pedro Galesino, y la Oracin Dominical, a Julio Poggiani. Este emple los ltimos cuatro meses del ao de 1564 en la redaccin de la ltima parte del Catecismo. Cuando Mucio Calino y Pedro Galesino hubieron terminado el Smbolo, los Sacramentos y el Declogo en el ao de 1565, quisieron que Julio Poggiani revisara, corrigiera y enmendase cuanto haban hecho, dando a toda la obra uniformidad de estilo, como si fuese tan slo uno mismo el autor de ella. Muerto el Papa Po IV en el ao de 1565, le sucedi Po V, al que rog en gran manera San Carlos Borromeo la publicacin del Catecismo Tridentino. De nuevo fu revisado y perfeccionado por el cardenal Sirleto9, Mucio Colino, Leonardo de Marinis, Toms Manrique10, Eustaquio Locatello y Curcio Franco. Terminados todos estos estudios, y perfeccionada la obra por tan eminentes telogos y literatos, en octubre del ao de 1566 se encomend su impresin a Paulo Manucio, quien la public en Roma, con privilegio del Santsimo Papa Po V, en hermosos y ntidos caracteres, excelente papel, aunque sin las divisiones introducidas posteriormente.Mucio Calino, natural de Brescia, varn de mucha piedad y adornado de no vulgar ciencia, primeramente fu obispo de Zara, y ltimamente de Terni. Por mandato de Po IV y Po V, colabor en la redaccin del Catecismo Tridentino, Indice de libros prohibidos, Breviario y Misal. 2 Leonardo de Marinis, O. P., fu creado por Julio III obispo de Laodicea y sufragneo del obispo de Mantua; despus Po IV le hizo arzobispo. Enviado al Concilio Tridentino, se port muy dignamente, mereciendo ser alabado y admirado por aquella santa Asamblea. Los Sumos Pontfices le enviaron tres veces como Legado Apostlico a diferentes Prncipes. Finalmente, trasladado al obispado de Alba, muri en Roma el ao de 1578. Trabaj en la reforma del Breviario, Misal Romano y en la redaccin del Catecismo del Concilio Tridentino. 3 Egidio Fuscario, O. P., fu Maestro del Sacro Palacio en el Pontificado de Paulo III. El Papa Julio III le cre obispo Munitense. Fu en gran manera perseguido y acusado de hereja, pero calmada esta tempestad, y convencidos todos de la pureza e integridad de su fe, fu enviado por el Sumo Pontfice Po IV al Concilio de Trento, en el cual dio ilustres pruebas y el ms brillante testimonio de catlica fe, eximia doctrina y singular prudencia. Muri en Roma el ao de 1564. 4 Francisco Foreiro, O. P., insigne por sus estudios teolgicos y literarios, fu enviado por el rey de Portugal como telogo al Concilio Tridentino, en el cual brill en tanto grado por su ingenio, que, disponindose a partir de Trento, terminado el Concilio, pidi san Carlos Borromeo al rey de Portugal le dejase ocupar en la composicin del Catecismo. 5 Jernimo Seripando, natural de Npoles, cardenal de la Santa Iglesia Romana del ttulo de santa Susana, fu enviado por Po IV como Legado Apostlico al Concilio Tridentino. 6 Miguel Medina, O. M. C. Asisti al Concilio Tridentino como telogo enviado por Felipe II. Era muy erudito en las lenguas hebrea, griega y latina. Defendi con mucho valor la Iglesia Catlica, as con escritos como de palabra. 7 Pedro Galesino, de Miln, fu Protonotario Apostlico. Posea en grado superior las lenguas hebrea, griega y latina. Escribi, adems de otras varias obras, unas anotaciones al Martirologio. 8 Julio Poggiani, natural de Suna, naci el da 13 de septiembre de 1522. Se distingui por su pericia en la lengua del Lacio. Fu secretario de tres cardenales, Dandini, Truxi y Borromeo. Los Papas Po IV y Po V le confiaron este mismo cargo. Escribi las Actas del primer Concilio Provincial de Miln. Muri el ao de 1562. 9 Guillermo Sirleto, no fu noble por su cuna o riquezas, sino por sus virtudes y doctrinas. Habindose instruido en Npoles en las lenguas hebrea, griega y latina, vino a Roma, en donde fu muy amado de Paulo IV y del Cardenal Borromeo. Paulo IV le cre obispo y despus cardenal de la santa Romana Iglesia. El Papa san Po V le nombr revisor del Catecismo Tridentino. Muri el ao de 1581. 10 Toms Manrique, O. P. Espaol, descendiente de una noble familia, brill en tanto grado por su prudencia y erudicin, que fu Procurador de su Orden, y despus de pocos aos, el Papa Po IV le nombr Maestro del Sacro Palacio. Habiendo creado el Papa Po V una Ctedra de Teologa en la Baslica Vaticana, fu el primero que la regent. 61

Concilios y Sumos Pontfices que lo han recomendado En la imposibilidad de enumerar los Concilios Provinciales y Snodos diocesanos que recomendaron este Catecismo como el ms propio para la educacin religiosa del pueblo cristiano, tan slo apuntaremos los ms importantes. El primer Concilio Provincial de Miln, celebrado bajo la presidencia de San Carlos Borromeo, el alo de 1565, aun antes de la publicacin del Catecismo Tridentino, estableci que los clrigos, despus de haber entrado en los catorce aos, a fin de poder meditar de da y de noche la Ley del Seor, en cuya suerte se hallan, tengan, cuando no abundancia, a lo menos el necesario nmero de libros sagrados ; pero imprescindiblemente posean el Antiguo Testamento y el Catecismo que se publicar en Roma, tan pronto salga a luz. Adems de San Carlos Borromeo, asisti a este Concilio, Hugo Boncompagnus, miembro que fu tambin del Concilio Tridentino, y despus Sumo Pontfice con el nombre de Gregorio XIII; Nicols Sfondrato, obispo de Cremora y despus Sumo Pontfice con el nombre de Gregorio XIV; el cardenal Guido Fe rreiro, obispo de Vercelli; el cardenal Federico Cornelio, obispo de Brgamo, y otros muchos, ilustres por su virtud, piedad y doctrina, todos los cuales asistieron al Concilio Tridentino. En el Concilio Provincial de Benevento, celebrado el ao de 1567, siendo arzobispo de aquella Sede el cardenal Jaime Sabello, se orden a los prrocos y dems que tenan el cuidado pastoral: Por cuanto su principal cuidado debe consistir en instruir al pueblo que est a su cargo en los artculos de la fe que se contienen en el Credo, en los Mandamientos del Declogo, en los Sacramentos de la Iglesia y en la inteligencia de la oracin dominical, para desempear esta obligacin tengan continuamente entre manos el Catecismo que se ha publicado por disposicin de Po Pontfice, a fin de que as puedan ensear todas estas cosas segn la sana y eclesistica doctrina. De los diez prelados que asistieron a este Concilio Provincial, seis haban concurrido al Concilio Ecumnico de Trento. El Concilio Provincial de Rvena, celebrado el ao de 1568 y presidido por el cardenal arzobispo Julio Feltrio, en el cap. IV, tt. de Seminario, establece: Principalmente tengan los seminaristas de continuo entre manos el Catecismo que poco ha se public por disposicin de nuestro Santsimo Padre Po V. Este Concilio, al que asistieron quince sufragneos, fu aprobado por el Papa San Po V. El segundo Concilio de Miln, celebrado bajo la presidencia de San Carlos Borromeo el ao de 1569, y en el que se reunieron 13 obispos, ordena a los prrocos: Que, reunindose, traten, con frecuencia, alguna leccin del Catecismo Romano. El Concilio de Salzburgo del 1569, celebrado bajo la presidencia del arzobispo Juan Santiago, establece en la constitucin 26, cap. III: Cuando los prrocos hubieren de administrar los Sacramentos, como tambin los obispos cuando hubieren de hacerlo, deben explicar a los que estuvieren a su cargo, la virtud y uso de los Sacramentos en nuestra lengua vulgar alemana, acomodndose a la capacidad de los que los reciben, segn lo que se con-tiene en el Catecismo Romano, a la verdad utilsimo y en nuestros tiempos muy necesario, el cual, traducido tambin ahora en lengua alemana, todos le pueden adquirir por poco precio. Asistieron al mismo Concilio ocho obispos, siendo confirmado por el Sumo Pontfice Gregorio XIII, el da 5 de julio de 1574. El tercer Concilio Provincial de Miln, celebrado en 1573 por San Carlos Borromeo, manda: Que los prrocos usen en la administracin de los Sacramentos los lugares y doctrina del Catecismo Romano. Adems del cardenal Paulo Adressio, concurrieron trece obispos al mismo Concilio. Fu aprobado por Gregorio XIII. El Concilio Provincial de Gnova, celebrado en el ao de 1574 bajo la presidencia de Cipriano Palavicini, dispone: Que los prrocos reciten a los nios, palabra por palabra, alguna cosa del Catecismo Romano. Este Concilio fu aprobado por la Congregacin de los Cardenales, intrpretes del Concilio Tridentino el da 9 de octubre de 1574. El cuarto Concilio Provincial de Miln, celebrado por San Carlos Borromeo en 1576, ordena: Que el prroco muestre a la vista, cuando hiciere la visita, entre otros libros, el Catecismo Romano. Y en las advertencias a los clrigos: Trabajadores dice con el mayor cuidado, para tener presentes y bien considerados, segn la doctrina del Catecismo Romano, mayormente los cuatro lugares que son los doce artculos de la fe, los siete Sacramentos, los diez mandamientos y la oracin dominical. Este Concilio fu aprobado por el Papa Gregorio XIII. El quinto Concilio Provincial de Miln, celebrado en 1579 por San Carlos Borromeo, establece: Que en la enseanza de los misterios de la fe se siga principalmente la doctrina del Catecismo Romano, Tambin fu aprobado por Gregorio XIII. Adems, manda su lectura en los seminarios y que se pregunte a los ordenandos si tiene el Catecismo Romano, averiguando si poseen su doctrina.7

En este mismo ao de 1579, el clero de toda la Galia, en la asamblea de Melun, ordena: Que aquellos que tienen cura de almas tuviesen continuamente entre manos el Catecismo del Concilio Tridentino. El Concilio Provincial de Ruan, celebrado en el ao 1581 bajo la presidencia del cardenal Carlos de Borbn, en el tt. De Curat. Officiis, manda: Para que todo prroco pueda cumplir con su oficio, tengan todos el Catecismo Romano en latn y francs, y, segn l prescribe, enseen la doctrina del Credo, de los Sacramentos, del Declogo y dems cosas necesarias para la salvacin. Fu aprobado por el Sumo Pontfice Gregorio XIII, el 19 de marzo de 1582. El Concilio Provincial de Burdeos, celebrado en el ao 1583 por Antonio Prevoste, en el tt. VIII De Sacramentis, ordena: A los prrocos que traigan continuamente entre manos el Catecismo del Concilio Tridentino, en donde con toda claridad se explica la virtud y eficacia de los Sacramentos. En el tit. XVIII de Parochis, dice: Todos los das de fiesta expliquen los prrocos al pueblo alguna cosa del Catecismo Tridentino (el cual, publicado ya por nuestra orden en latn y francs, les encargamos le tengan consigo), en orden a todo lo que el cristiano ha de saber, a fin de que as entiendan los fieles qu es lo contenido en los artculos de la fe y qu piden cuando rezan la oracin dominical y cul es el nmero, virtud, eficacia y efecto de los Sacramentos. Fue aprobado este Concilio por el Papa Gregorio XIII el da 3 de diciembre de 1583, y por los cardenales intrpretes del Concilio Tridentino el da 9 del mismo mes y ao. El Concilio Provincial de Turs, celebrado el ao de 1583 y presidido por el arzobispo Simn de Maille, en el tt. De proff. fid. tuenda, manda : Que todos los admitidos a or confesiones estn obligados a tener el Catecismo del Concilio Tridentino y a saberlo de memoria. Fue aprobado por el Sumo Pontfice Gregorio XIII, el da 8 de octubre de 1584. El Concilio de Reims, celebrado en 1583 por el cardenal arzobispo Ludovico de Guisa, en el ttulo VI, de Curatis, establece: Que los prrocos no slo vivan santamente, sino que, adems, tengan siempre en las manos algn libro que trate del modo de administrar los Sacramentos, o el Catecismo del Concilio Tridentino, ya en latn o en lengua vulgar, del cual saquen cada domingo lo que sea conforme al Evangelio y se deba proponer al pueblo. Fu confirmado por el Papa Gregorio XIII, como puede leerse en las letras que expidi el da 30 de julio de 1584. El Concilio Provincial de Aix, celebrado el ao, de 1585 bajo la presidencia del arzobispo Alejandro Canigiano, determina en el tt. de Parochis: Para que cada prroco pueda desempear su cargo, tenga el Catecismo Romano en latn y francs, y ensee la doctrina del Credo, Declogo, Sacramentos, oracin dominical y dems cosas necesarias para la salvacin, segn l ensea y prescribe. Y en el ttulo De Seminario: Este sea el uso perpetuo de todos los Seminarios, que el Catecismo Romano se lea primero y se explique con la mayor diligencia a los jvenes y no se deje parte alguna suya, de cuyas doctrinas no queden aqullos imbuidos con todo el cuidado posible. Fu aprobado este Concilio por el Sumo Pontfice Sixto V, el da 4 de mayo de 1586, y por los cardenales intrpretes del Concilio Tridentino el da 5 del mismo mes y ao, El Concilio Provincial de Gnesma, en Polonia, celebrado en 1589 bajo la presidencia de Estanislao Kankouski, en el tt. De Parochorum ofjicio, nmero VII estableci: Que todos los das de fiesta propusiesen los prrocos al pueblo alguna cosa del Catecismo Romano, el cual procuraremos adquiera en breve nuestra provincia, acerca de lo que todos han de saber para salvarse, para que as entiendan los fieles qu es lo que comprenden los artculos de la fe, qu es lo que contiene el Declogo, qu piden al decir la Oracin Dominical, cul es el nmero de los Sacramentos, su virtud y eficacia, cul su uso, y cmo deben estar dispuestos los fieles para recibirlos. Este Concilio fui aprobado por la Congregacin de los cardenales intrpretes del Concilio Tridentino, el da 6 de marzo de 1590, y por el Papa Sixto V, el da 9 del mismo mes y ao. El Concilio Provincial de Tolosa, celebrado el ario de 1590, siendo su presidente el cardenal arzobispo Francisco de Joyosa, en la part. 1, captulo III, De Parochis, nm. II, estableci: Para que ms fielmente puedan (los prrocos) cumplir con su oficio, tengan perpetuamente el Catecismo Latino-Francs de la Fe Romana, y expliquen al pueblo siempre que fuere necesario, las cosas que en l se contienen acerca del Credo, Declogo, Sacramentos y dems cosas necesarias para la salvacin. En la part. II, cap. I, nmero I: Nunca los obispos ni los prrocos pasarn a administrar los Sacramentos, sin que primero hayan explicado por el Catecismo del Concilio Tridentino, su provechoso uso y maravillosa virtud a los que los reciben y a los dems que oyen. En la part. III, captulo V, De Seminariis Clericorum: El Catecismo Romano se leer con la mayor frecuencia a los alumnos de los Seminarios en ciertos y determinados das. El Concilio Provincial de Tarragona, celebrado en 1581, siendo su presidente Juan Torres, arzobispo, recomienda que: Los prrocos lean y enseen con diligencia el Catecismo Romano. El Concilio Provincial de Avin, celebrado el ao de 1594 por el cardenal arzobispo Francisco Mara Taurusi, en el tt. De Officio Parochi, se lee: Tenga continuamente cada prroco entre manos el Catecismo8

Romano, para que con su auxilio pueda conocer bien el modo de administrar debidamente los Sacramentos y pueda imbuirse de sana doctrina para la predicacin al pueblo que est a su cargo. El Concilio Provincial de Aquileya, celebrado en 1596 por el arzobispo Francisco Barbaro, se expresa as: Deseamos que el clero de Eslavonia lea con frecuencia el Catecismo Romano, traducido ya en lengua eslavona por disposicin de Gregorio XIII, y tengan los obispos el cuidado de guardar en el archivo arzobispal un ejemplar muy correcto del mismo Catecismo, para que a su contexto se puedan en lo sucesivo reconocer y aprobar los dems ejemplares. Tambin fu aprobado este Concilio por los cardenales intrpretes de Concilio Tridentino. El Concilio Provincial de Burdeos, celebrado el ao de 1624, siendo presidente el cardenal De Sourdis, en el cap. XII, De praedicatione Verbi Dei, establece: Los que tienen cura de almas expliquen a sus parroquianos, desde el plpito, el Catecismo Romano. ltimamente, el Concilio de Cremona, celebrado en 1603 por Csar Spaciani, dice: Inspirados por el Espritu Santo aquellos Padres que presidieron el Concilio Tridentino, mandaron que se compusiese cuanto antes el Catecismo Romano, para que de l, como de fecundsimas fuentes de la santa Madre Iglesia, pudiesen todos los clrigos beber la suavsima leche de la doctrina eclesistica; por tanto, los clrigos destinados a la enseanza de los jvenes guarden inviolablemente de aqu en adelante, bajo pena de suspensin, la costumbre santamente introducida en nuestros Seminarios de explicar a todos los clrigos el Catecismo Romano, hacindolo cada da o por lo menos tres veces a la semana. Despus de tan ilustres testimonios, despus de tantas recomendaciones, despus que con voz unnime es proclamada la excelencia del Catecismo Tridentino, no creo sea posible que nadie deje de convencerse del mrito de una obra as alabada y con tantos encomios enaltecida. Y no solamente los Concilios reconocieron y confesaron sus excelencias, sino que los mismos Soberanos Pontfices, Maestros infalibles de la Iglesia, son los primeros en mostrarnos el aprecio con que debe ser tenido; ellos mismos procuraron su difusin y propagacin. El Sumo Pontfice San Po V, segn puede verse por el siguiente Breve dirigido a Manucio el da 26 de septiembre de 1566, procur adelantar cuanto le fu posible su publicacin. Deseando ejecutar, por razn de nuestro cargo, ayudados por la divina gracia con la mayor diligencia lo que fu decretado y ordenado por el Concilio Tridentino, hemos procurado que se compusiera en esta ciudad, por algunos escogidos telogos, el Catecismo, con el cual los prrocos enseen a los fieles lo que conviene conozcan, profesen y guarden. El cual libro, habiendo de ser publicado con toda perfeccin, con la ayuda de Dios hemos dado providencia a fin de que se imprima con la mayor diligencia posible11. En la Bula, de fecha 8 de marzo de 1570, establece que en todos los Monasterios del Cster se tenga este Catecismo, juntamente con la Biblia y las obras de San Bernardo. En otra Bula, publicada el da 30 de junio de 1570, ordena que en todos los Conventos de los Siervos de Mara se lea este Catecismo todos los das festivos. Finalmente, lo hizo traducir al italiano, francs, alemn y polaco, segn asegura Gabutio en la vida de este celossimo y preclaro Pontfice. Gregorio XIII, en un Breve del ao de 1593, afirma que por su mandato y con su aprobacin se public de nuevo el Catecismo; orden que fuese traducido en lengua eslava, y aprob con su autoridad suprema muchos Concilios Provinciales que recomendaron el uso del Catecismo Tridentino; todo lo cual claramente nos indica el aprecio y estima con que miraba el Catecismo Tridentino. La santidad del Papa Clemente XIII, en sus Letras Apostlicas de 14 de junio del ao de 1761, entre otras cosas, deca as para recomendar el Catecismo Tridentino: Este libro, que los Pontfices Romanos quisieron proponer a los Pastores, como norma de fe catlica y mximas cristianas, para que tambin en el modo de ensear la doctrina fuesen todos uniformes, ahora es cuando ms os lo recomendamos, venerables hermanos, y os exhortamos encarecidamente en el Seor mandis que todos cuantos ejercen cura de almas usen de l cuando ensean a los pueblos la verdad catlica, para que as se guarde tanto la uniformidad de ensear cuanto la caridad y concordia de los nimos. Para ensearnos el intento de la Iglesia en la publicacin de este Catecismo, se expresa de este modo: Despus que el Concilio Tridentino conden las herejas que en aquel tiempo intentaban ofuscar la luz de la Iglesia, y, como desvaneciendo la niebla de los errores, expuso con ms clara luz la verdad catlica, viendo los mismos predecesores nuestros que aquella sagrada asamblea de la universal Iglesia usaba de tan prudentePastorali officio cupientes quam diligentissime divina adiuvante gratia fungi, et ea, quae a sacro Tridentino Concilio statuta et decreta fuerunt, exequi, curavimus, ut a delectis aliquot Theologis in hac alma Urbe componeretur Catechismus, quo Christi fideles de iis rebus, quas eos nosse, profiteri et servare oportet, Pare, chorum suorum diligentia edocerentur. Qui liber cum Deo iuvante perfectus in lucen edendus sit, providen dum duximus, ut quam diligentissime imprimatur. 911

consejo y de tanta moderacin, que se abstenan de condenar las opiniones sostenidas por la autoridad de los doctores escolsticos, quisieron que, segn la mente del mismo Sagrado Concilio se compusiese una obra que comprendiese toda la doctrina de que fuera necesario instruir a los fieles y estuviese muy lejos de todo error. Este fu el libro que imprimieron y publicaron con el nombre de Catecismo Romano, mereciendo con esto ser alabados por dos ttulos, ya porque en l juntaron aquella doctrina que es comn en la Iglesia y est lejos de todo peligro de error, ya tambin porque, con clarsimas palabras, propusieron esta misma doctrina para ser enseada pblicamente al pueblo, obedeciendo con esto al precepto de Cristo Seor, quien mand a los Apstoles que publicasen delante de todos lo que l haba dicho en las tinieblas, y que predicasen sobre los tejados lo que haban aprendido en el secreto del odo. El Sumo Pontfice Len XIII, en la Carta Encclica al clero de Francia, de 8 de septiembre de 1899, escribe as con relacin al Catecismo Tridentino: Recomendarnos que todos los seminaristas tengan en sus manos y relean frecuentemente el libro de oro, conocido con el nombre de Catecismo del Santo Concilio de Trento o Catecismo Romano, dedicado a todos los sacerdotes investidos del cargo pastoral. Notable por la riqueza y exactitud de la doctrina a la vez que por la elegancia de su estilo, este Catecismo es un precioso resumen de toda la Teologa dogmtica y moral. Quien lo posea a fondo, tendr siempre a su disposicin los recursos con cuya ayuda puede un sacerdote predicar con fruto, ejercer dignamente el importante ministerio de la confesin y de la direccin de las almas y refutar victoriosamente las objeciones de los incrdulos12. Finalmente, el Santsimo Papa Po X, en la Encclica Acerbo nimis, de 15 de abril de 1905, ordenaba lo siguiente: Ya que, principalmente en nuestros aciagos das, la edad viril necesita tanto de instruccin religiosa como la edad de la niez, todos los prrocos y dems que tengan cura de almas, fuera de la acostumbrada homila del Evangelio, que se debe predicar todos los das festivos en la misa parroquial, expliquen tambin el Catecismo a los fieles, en lenguaje sencillo y acomodado al auditorio, a la hora que estimen ms oportuna para la concurrencia del pueblo, exceptuando solamente la del Catecismo de los nios. Por lo cual deben seguir el Catecismo del Concilio de Trento, procurando al cabo de cuatro o cinco aos abarcar todo lo referente al smbolo, sacramentos, declogo, oracin y mandamientos de la Iglesia.13 Encomios tributados al Catecismo Romano Si bien con lo apuntado hasta aqu podemos formarnos el concepto ms elevado sobre la excelencia del Catecismo del Concilio de Trento, no queremos perder ocasin tan propicia para dejar consignados algunos encomios tributados al mismo por hombres distinguidos, despus de estudiar y admirar los tesoros de sabidura verdaderamente cristiana que en l estn como depositados para enriquecer la inteligencia de cuantos en sus hermosas pginas quisieran estudiar la doctrina de la Iglesia. Si el catolicismo no pudiera ostentar otros mil ttulos que le hacen acreedor a la admiracin y al amor de todos los hombres, este solo libro sera suficiente para colocarlo en el lugar ms eminente y superior al de todas las comuniones separadas de la Iglesia Romana. Cul de stas puede ofrecer un compendio tan sabio, tan ordenado y luminoso como el que nos presenta la Iglesia Catlica en el Catecismo Romano? Slo l contiene ms verdad y ciencia y ms espritu y uncin celestial y divina sabidura que los portentosos y abultados volmenes de todos los modernos reunidos. Jorge Eder. In praefat. ad partitiones Catechismi, anni 1567. Es como un compendio de todos los Catecismos catlicos, porque en l se ensea toda la teologa necesaria para la formacin de los prrocos e instruccin de los pueblos. Sus doctrinas fueron dictadas por el Santo Concilio Tridentino, inspirado por el Espritu Santo. Posevino. Bibli., libro VII, captulo XII.

Nous recommandons que tous les Seminaristes aient entre les mains et relisent souvent le livre d'or, connu sous le nom de Catechisme du S. Concile de Trente ou Catechisme Romain dedi a tous les prtres investis de la charge pastorale (Catechismus ad parochos). Remarquable la fois par la richesse et l'exactitude de la doctrine et par l'elegance du style, ce Catechisme est un precieux abrg de toute la Theologie dogmatique et morale. Qui le possederait fond aurait toujours sa disposition les ressources L'alde desquelles un prtre peut prcher avec fruit, s'acquitter dignement de l'important ministere de la confession et de la direction des ames, et tre de refuter victorieusement les objections des incredules. 13 Quoniam vero, praesertim hac tempestate, grandior aetas non secas ac puerilis religiosa eget institutione; parochi universi ceterique animarum curam gerentes, praeter consuetam homiliam de Evangelio, quae festis diebus omnibus in parochiali Sacro est habenda, ea hora quam opportuniorem duxerint ad populi frequentiam, illa tantum excepta qua pueri erudiuntur, catechesim ad fideles instituant, facili quidem sermone et ad captum accommodato. Qua in re Catechismo Tridentino utentur, eo utique ordine ut quadriennii vel quinquennii spatio totam materiam pertractent quae de Symbolo est, de Sacramentis de Decalogo, de Oratione et de praeceptis Ecclesiae. 1012

Lo que el Santo Concilio de Trento dijo sucintamente sobre las principales verdades de la religin, eso explica y propone ms difusa y distintamente el Catecismo Romano segn la mente del mismo Concilio. Por lo cual, veo que su doctrina es de tanta autoridad, que el contradecirla es manifiesta temeridad, ya porque la doctrina de este Catecismo es, en cierta manera, doctrina del Concilio Tridentino, ya tambin porque este Catecismo fu publicado por dos autoridades, a saber: la de un Concilio general y la del Sumo Pontfice, por lo cual, con justa razn, parece se ha de afirmar que fu compuesto con especia l asistencia del Espritu Santo. Juan Bellarini. In praef. ad lib. De doct. Cathol. Si por gran beneficio se suele estimar una obra que por dictamen particular de un hombre se publica para ilustracin de la fe catlica, cunto debemos apreciar este Catecismo, que, comenzado por dictamen de un Concilio general, y perfeccionado por los desvelos de los varones ms clebres de toda la cristiandad, ha sido confirmado por la autoridad de la Silla Apostlica, y, finalmente, publicado por mandamiento de San Po V, Pontfice tan prudente como el que ms en el gobierno de la Iglesia, y tan santo, que apenas le aventaja otro en estos tiempos en religin? Por ventura, despus de las santas Escrituras, hay otra obra que deba ocupar las manos de los Pastores con preferencia al Catecismo Romano? Andrs Fabricio Leodio. In praef. ad Catechism. Es tal este libro, que slo l equivale a todos, ya por cuanto consolida toda la jerarqua antigua de la Iglesia, ya tambin por el mtodo prontsimo con que ataja y extingue las peregrinas extravagancias que esparcen los herejes. Cualquiera que se familiarice con el estudio de este Catecismo, con su frecuente lectura, oir, no palabras de hombres que se deban examinar a la luz de la razn, o comparar con otros dictmenes de otros sabios, sino las mismas lenguas de los apstoles que hablan las grandezas de Dios. Alberto, duque de Baviera. Este Catecismo es antdoto contra el veneno de las herejas, piedra de toque e infalible norma a cuyo contraste se han de examinar todas las doctrinas, teniendo el primer lugar entre todos los escritos de los Doctores, porque expresa, no el pensamiento de un hombre particular, sino el juicio de toda la Iglesia, que es columna y firmamento de la verdad. Jaime Bayo. El Catecismo Romano es obra tan excelente, que, ya en lo relativo a la gravedad de las sentencias, ya por la elegancia de sus palabras, juzgan los hombres doctos que no ha salido otra ms ilustre desde muchos siglos, porque todas las cosas tocantes a la instruccin y educacin de las almas, estn explicadas en l con tanto orden, tal claridad y majestad, que parece no habla hombre alguno, sino que la santa Madre Iglesia enseada por el Espritu Santo, es la que instruye a todos. Agustn Valerio, cardenal y obispo de Verona. Los Pastores y dems encargados de la cura de almas deben traer entre manos da y noche este Catecismo del Concilio Tridentino, que goza en la Iglesia Catlica de grandsima autoridad, para que puedan imbuir de sana doctrina y educar con buenas costumbres el pueblo que Dios les ha confiado. Ignacio Jacinto Gravesn. Frutos que se consiguen con el estudio de este Catecismo Si por los frutos se conoce el rbol, necesaria-mente los que ha de producir este Catecismo han de ser copiosos y excelentes, ya que l es reconocido universalmente por su relevante mrito. El primer fruto que ha de producir su estudio es la renovacin de las ideas y enseanzas adquiridas en el estudio de la Sagrada Teologa. Por esta razn dijo el inmortal Len XIII de este Catecismo que era Un precioso resumen de toda la Teologa dogmtica y moral. Ahora bien, a quin no puede ser de sumo provecho despus de haber terminado el estudio de la ciencia sagrada, conservar siempre claro su recuerdo por medio de un precioso compendio de la misma? Es verdad que a muchos, por razn de sus ocupaciones, ni tiempo les resta para dedicarse sosegadamente a tan provechoso estudio; pero quin no podr hallar cada da algunos momentos para consagrarlos a una ciencia necesaria, y de tan gran provecho, as para nosotros mismos como para los confiados a nuestro cuidado? Y si bien existen muchos compendios de Teologa, cul como este tan sabiamente escrito, tan claro y de tanta autoridad? Adems, uno de los principales cargos de los que tienen el cuidado de los fieles es la enseanza catequstica. Esta es una obligacin ineludible, necesaria y de gran responsabilidad. Su cumplimiento exige preparacin, exige estudio, exige un conocimiento perfecto de las verdades cristianas, de las obligaciones propias de cada estado. No basta un conocimiento general y superficial de los divinos dogmas, si la enseanza catequstica ha de ser provechosa y fructfera. La necesidad de esta preparacin nos la recuerda el Papa Po X en su inmortal Encclica Acerbo nimis, con estas palabras: No quisiramos que nadie, en razn de esta misma sencillez que conviene observar, imagine que la enseanza catequstica no requiere trabajo ni meditacin; por lo contrario, los exige mayores que otra alguna. Es ms fcil hallar un orador sagrado que hable con11

abundancia y brillantez, que un catequista cuyas explicaciones merezcan en todo alabanza. De suerte que, por mucha facilidad de formar conceptos y expresarlos con que le haya dotado la naturaleza, spase que nadie hablar bien de Doctrina cristiana, ni alcanzar fruto en el pueblo y en los nios, si antes no se ha preparado y ensayado con seria meditacin. Se engaan, pues, los que, fiando en la inexperiencia y torpeza intelectual del pueblo, creen que pueden proceder negligentemente en esta materia; antes al contrario, cuanto mayor sea la incultura del auditorio, mayor celo y cuidado se requiere para acomodar la explicacin de las verdades religiosas (de suyo tan superiores a un entendimiento vulgar) a la dbil comprensin de los ignorantes, que no menos que los sabios necesitan conocerlas para alcanzar la eterna bienaventuranza.14 Esto supuesto, en dnde hallar un libro ms propio para la instruccin y formacin de aquellos que han de ensear la Doctrina cristiana al pueblo como el que ofrece a todos los prrocos la Iglesia en el Catecismo Tridentino? Este debera ser el libro favorito, el ms apreciado por los que tienen el deber de ilustrar la mente de los ignorantes en las verdades religiosas, por los que han de procurar la verdadera regeneracin de la sociedad cristiana mediante el conocimiento de las verdades de la fe, nicas que, enseando al cristiano sus deberes, su dignidad, su fin sobre la tierra, pueden hacerle feliz en este mundo, mostrndole el camino infalible de la verdadera dicha mediante el amor y la obediencia a su Padre celestial. Este debera ser el consultor y el maestro de aquellos que, por amor de Dios y del prjimo, se todo fruto sazonado, nada se halla en el intil, nada superfluo. Es modelo perfectsimo que todos deberamos imitar en la exposicin de las verdades religiosas. Cuantas veces lo leo, 'me admiro del modo ingenio-so con que sabe proponer los misterios de la fe para hacernos comprender la importancia de los mismos. He aqu, en confirmacin de esto, cmo empieza a tratar de cada uno de los Sacramentos: Del Sacramento del Bautismo. El que atentamente leyere al Apstol tendr por cosa cierta que el perfecto conocimiento del Bautismo es muy importante a los fieles, persuadindose de esto por la mucha frecuencia y gravedad de palabras llenas del Espritu de Dios con que el santo renueva la memoria de este misterio, recomienda su divina virtud y nos pone ante los ojos la muerte, sepultura y resurreccin del Redentor, ya para considerarlas, ya tambin para imitarlas. Del Sacramento de la Confirmacin. Si algn tiempo requiere en los Pastores gran cuidado para explicar el Sacramento de la Confirmacin, ninguno en verdad ms que el presente pide que se exponga con toda claridad, cuando en la Iglesia de, Dios muchos abandonan del todo este Sacramento y son poqusimos los que procuran sacar de l el fruto que deberan de la divina gracia. Del Sacramento de la Eucarista. As como entre todos los sagrados misterios que como instrumentos ciertsimos de la divina gracias nos encomend nuestro Salvador y Seor, ninguno hay que pueda compararse con el Santsimo Sacramento de la Eucarista, as tampoco hay que temer de Dios castigo ms severo de alguna otra maldad, como de que no se trate por los fieles santa y religiosamente una cosa llena de toda santidad, o ms i bien, que contiene al mismo Autor y fuente de la santidad.

Nolumus porro, ne ex eiusmodi simplicitatis studio persuadeat quis sibi in hoc genere tractando, millo labore nullaque meditatione opus esse: quin immo maiorem plane, quam quodvis genus aliad, requirit. Facilius longe est reperire oratorem, qui copiose dicat ac splendide, quam catechistam qui praeceptionem habeat omni ex parte laudabilem. Quacumque igitur facilitate cogitandi et eloquendi quis a natura sit nactus, hoc probe teneat, numquam se de christiana doctrina ad pueros vel ad populum cum animi fructu esse dicturum, nisi multa commentatione parafum atque expeditum. Falluntur sane qui plebis imperitia ac tarditate fisi, hac in re negligentius agere se posse autumant. E contrario, quo quis ruidores nactus sit auditores, eo maiore studio ac diligentia utatur oportet, ut sublimissimas veritates, adeo a vulgari intelligentia remotas, ad obtusiorem imperitorum aciem accomodent, quibus aeque ac sapientibus, ad aeternam beatitatem adipiscendam sunt necessarias. 1214

Del Sacramento ele la Penitencia. As como es a todos manifiesta la fragilidad y miseria de la naturaleza humana y cada uno luego la reconoce en s por experiencia propia, as ninguno puede ignorar lo muy necesario que es el Sacramento de la Penitencia. Y por esto, si el cuidado que han de poner los prrocos en cada argumento debe medirse por la gravedad e importancia del asunto que tratan, necesariamente debemos confesar que, por muy diligentes que sean en la explicacin de este Sacramento, nunca les ha de parecer suficiente. Del Sacramento de la, Extremauncin. Dndonos las Divinas Escrituras, este documento: "En todas tus obras acurdate de tus postrimeras, y nunca ms pecars", tcitamente amonestan a los prrocos que en ningn tiempo se ha de dejar de exhortar al pueblo fiel a que ande meditando continuamente la muerte. Y como el Sacramento de la Extremauncin no puede menos de recordar este ltimo da, es fcil comprender que se debe tratar de l con frecuencia, as porque conviene en gran manera descubrir y explicar los misterios de lo conducente a la salvacin, como tambin porque, considerando los fieles la necesidad de morir en que todos nos vemos, refrenen sus depravados apetitos. Del Sacramento del Orden. Si se considerare con cuidado la naturaleza y condicin de los dems Sacramentos, luego se ver que, en tanto grado dependen todos ellos del Sacramento del Orden, que, sin l, Apstol que cada uno tiene su propio don de Dios, uno de una manera y otro de otra, y adems de esto, estando el Matrimonio dotado de grandes y divinos bienes, de suerte que se cuenta verdadera y propiamente entre los dems Sacramentos de la Iglesia Catlica, y habiendo el mismo Seor honrado con su presencia la celebracin de las bodas, bien podemos comprender que se ha de explicar esta materia, mayormente si atendemos a que, as San Pablo como el Prncipe de los Apstoles, dejaron escrito en muchos lugares lo relativo al Matrimonio, no solamente en orden a su dignidad, sino tambin a su oficio. No es verdad que con tan pocas palabras nos ensea la necesidad que hay de explicar cada uno de los Sacramentos, indicndonos los motivos ms poderosos y que ms deben movernos a procurar que sea perfecta su explicacin? Pues bien, como los prrafos transcritos hallar muchsimos quien se resuelva al estudio de este precioso tesoro, pues verdadero tesoro es para todo cristiano ilustrado, para todo celoso catequista, para todo ministro de la divina palabra. Objeto de la nueva edicin Si son pruebas evidentes de la bondad de un libro sus repetidas y numerosas ediciones, ciertamente nuestro libro debe ser de los mejores, pues difcilmente se podrn contar las veces que ha sido editado, as en lengua latina como en otras varias. No siendo nuestro nimo estudiar esta interesante y curiosa cuestin, solamente queremos dejar consignado que la biblioteca de nuestro Monasterio de Montserrat posee ms de quince diferentes ediciones. La nueva que ahora nos decidimos a ofrecer al pblico, tiene por objeto la publicacin de un estudio ms cabal y perfecto del mismo Catecismo. Cuntos lean este libro, podrn observar cmo repetidas veces nos advierte e indica la necesidad de consultar los Santos Padres y Doctores de la Iglesia a fin de adquirir un conocimiento ms profundo acerca de los misterios propuestos; con mucha frecuencia aduce, como prueba de sus asertos, diferentes lugares de las Sagradas Escrituras, indicndonos tan slo que en varios lugares de la misma los hallaremos confirmados; las mismas virtudes enseadas por el Catecismo han sido de nuevo proclamadas por el magisterio de la Iglesia; a satisfacer, pues, los deseos e indicaciones del Catecismo, es lo nico a que aspira esta edicin. En ella hallar el lector algunos lugares de los Santos Padres reconocidos como clsicos para confirmar las principales verdades del Catecismo; en ella tienen lugar preferente las definiciones de los Sumos Pontfices y de los Concilios Ecumnicos, como pruebas e intrpretes infalibles de la divina revelacin; los diversos lugares de las Sagradas Escrituras, tan slo indicados, se podrn leer ntegramente. Adems, hemos hecho un estudio comparativo de los diversos smbolos o profesiones de fe para comprobar, as la antigedad, como universalidad de nuestras cristianas creencias.13

Finalmente, incluimos en nuestra edicin dos exposiciones hermossimas, escritas por el ngel de las escuelas, Santo Toms de Aquino, una del Smbolo, y de la Oracin Dominical la otra, como pginas bellsimas y luminosas que, sin duda, han de contribuir a la mayor inteligencia de las dos partes importantsimas de Catecismo: el Credo y la oracin del Padre nuestro. Quiera Nuestro Divino Maestro Jess bendecir estas humildes pginas destinadas al conocimiento y a la prctica de su celestial doctrina, nica que puede hacer verdaderamente feliz al hombre y a la sociedad. Real Monasterio de Ntra. Sra. de Montserrat. Festividad de Santa Gertrudis, O. S. B., del ao de 1924.

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ENCCLICA SOBRE LA ENSEANZA DE LA DOCTRINA CRISTIANAA nuestros Venerables Hermanos, Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y dems Ordinarios en paz y comunin con la Sede Apostlica. Po X, Papa Venerables Hermanos Salud y Bendicin Apostlica. Aciagos sobremanera y difciles son los tiempos en que, por altos juicios de Dios, fue nuestra flaqueza sublimada al supremo cargo de pastor universal de la grey de Cristo; porque es tal, en efecto, la diablica astucia con que el enemigo cerca y acecha al rebao, que no parece sino que, hoy ms que nunca, tienen acabado cumplimiento aquellas profticas palabras del Apstol a los ancianos de la Iglesia de feso: S que entrarn... lobos rapaces entre vosotros, que no perdonarn la grey15. Cuntos se sienten an animados por el deseo de la divina gloria, buscan las causas y razones de esta decadencia religiosa; y, en consonancia con sus diferentes investigaciones, eligen los diversos caminos que a cada cual dicta su parecer para el restablecimiento y conservacin del reino de Dios sobre la tierra. Nos, Venerables Hermanos, sin desconocer el mayor o menor Influjo de las dems causas, creemos que estn en la verdad los que piensan que, tanto la actual indiferencia y embotamiento de los espritus, como los gravsimos males que de aqu se originan, reconocen por causa primaria y principal la ignorancia de las cosas divinas; lo que admirablemente concuerda con lo que el mismo Dios dijo por el Profeta Oseas: ...Y no hay en la tierra ciencia de Dios. La maldicin, y a mentira, y el homicidio, y el robo, y el adulterio, todo lo Inundan, y la sangre sobre la sangre se ha derramado. Por esto caern el llanto y la miseria sobre la tierra y todos los que la habitan16. Y efectivamente, comunsimos son y, por desgracia, no injustos los clamores que nos advierten que en nuestra poca hay muchos entre el pueblo cristiano sumidos en la ms completa ignorancia de las verdades necesarias para la salvacin eterna. Y al decir pueblo cristiano, no nos referimos slo a la plebe o a los hombres de humilde condicin, cuya ignorancia hasta cierto punto es excusable, pues sometidos como estn a la dura ley de sus seores, apenas les queda tiempo para atender, a s mismos; sino tambin, y muy principalmente, a aquellos que, no careciendo de ilustracin y talento, como lo prueba su erudicin en las ciencias profanas, sin embargo, en materia de religin, viven con lamentable temeridad y con ciega imprudencia. Es increble la obscuridad que acerca de esto los envuelve y, lo que es peor, se mantienen en ella con la ms perfecta tranquilidad! Ni un pensamiento acerca de Dios, supremo Autor y Moderador de todas las cosas, ni una idea sobre la fe cristiana; nada saben, por tanto, de la Encarnacin del Verbo, ni de la perfecta restauracin del gnero humano, que fue su consecuencia ; nada de la gracia, principalsimo auxilio en la consecucin de los eternos bienes; nada del augusto sacrificio, ni de los sacramentos, por medio de los cuales recibimos y conservamos esa misma gracia. Cunta sea la malicia, cunta la fealdad y torpeza del pecado, jams se tiene presente para nada; de donde resulta el ningn cuidado por evitarlo o salir de l; y as se llega hasta el supremo da, y el sacerdote entonces, para no frustrar todo esperanza de salvacin, tiene que dedicarse a la enseanza sumaria de la religin los ltimos momentos de aquella alma, momentos que slo debiera emplear en excitarla a hacer actos de amor a Dios; y esto si no es que, como sucede con frecuencia, sea tal la culpable ignorancia del moribundo, que estime intil la obra del sacerdote y, sin aplacar en modo alguno a Dios, se atreva a entrar con nimo sereno por el tremendo camino de la eternidad. Por eso dijo con razn nuestro Predecesor Benedicto XIV: Afirmamos que una gran parte de los que se condenan, llegan a esta perpetua desgracia por la ignorancia de los misterios de la fe que es necesario conocer y creer para conseguir la felicidad eterna17. Siendo esto as, Venerables Hermanos, qu tiene de admirable que no ya entre las naciones brbaras, sino aun entre las mismas que blasonan de cristianas, sea tan profunda y tienda cada da a serlo ms la corrupcin de hbitos y costumbres? Es cierto que el Apstol San Pablo deca a los efesios: La fornicacin y toda inmundicia y la avaricia, ni de nombre deben conocerse entre

15 Act., 16 Os.,

XX, 29. IV, I, 3. 17 Instit., XXVI, 18. 15

vosotros, como cumple a los santos; ni tampoco palabras torpes ni truhaneras 18 ; pero, como fundamento de tanta santidad y pureza, de ese pudor que sirve de freno a los desordenados apetitos, puso la ciencia de las cosas divinas: Mirad, hermanos, con cunta cautela debis andar; no como ignorantes, sino como sabios... No queris, pues, ser imprudentes, sino sabed primero la voluntad de Dios19. Y con mucha razn. Porque la voluntad humana apenas retiene ya algo de aquel amor innato a lo recto y honesto con que Dios mismo la haba enriquecido, y mediante el cual se vea como arrastrada por el verdadero bien. Depravada por la corrupcin de la primera culpa y casi olvidada de Dios, su Creador, todo su afn lo ha puesto en correr tras la vanidad y la mentira. Extraviada, pues, y obcecada por desenfrenadas concupiscencias, la voluntad necesita un gua que le muestre el camino y la enderece por los malamente abandonados senderos de la justicia. Ahora bien, este gua no est lejos; nos lo ha dado la misma naturaleza y no es otro que nuestra propia razn; y si ella se ve privada de la verdadera luz, es decir, del conocimiento de las cosas divinas, ser un ciego que gua a otro ciego, y, por consiguiente, ambos darn luego en el abismo. El santo Rey David, alabando a Dios por haber concedido al hombre la luz de la verdad, deca: Grabada est, Seor, sobre nosotros, la luz de tu rostro20; y para decirnos los efectos de este don, agrega: Has dado la alegra a mi corazn; esto es, aquella alegra que ensancha nuestro corazn para correr por el camino de los divinos mandatos. Y que no puede ser de otro modo, lo ver fcilmente cualquiera que piense en ello, en efecto, la sabidura cristiana nos da a conocer a Dios y sus infinitas perfecciones, con mucha mayor amplitud que cunto pidieran hacer las solas fuerzas naturales. De qu manera? Mandndonos al mismo tiempo que reverenciemos a Dios por medio de la fe, que pertenece al entendimiento; de la esperanza, que nace de la voluntad; de la caridad, que arraiga en el corazn; y as somete todo el hombre a su supremo Autor y Moderador, igualmente, la doctrina de Jesucristo es la nica que constituye al hombre en su verdadera y sublime dignidad, hacindole hijo del Padre celestial que est en los cielos, criado a su semejanza y partcipe con El de la bienaventuranza eterna. Pero, de esta misma dignidad y de su conocimiento, deduce Cristo que los hombres deben amarse entre s como hermanos, vivir en la tierra la vida de los hijos de la luz, no en medio de la gula y de la ebriedad, no en concupiscencia y torpeza, no en rivalidades y emulaciones21; nos manda tambin que pongamos toda nuestra confianza en Dios, que cuida de nosotros; nos manda dar a los pobres, hacer a los que nos odian y anteponer los bienes eternos a los caducos intereses del tiempo. Y, para no entrar en ms pormenores, no es, acaso, consejo y precepto de Cristo la humildad, fundamento y origen de la verdadera gloria? Aquel que... se humillare... ese ser el mayor en el reino de los cielos22. La humildad es la que nos ensea la prudencia del espritu para dominar con ella la prudencia de la carne; la justicia, para dar a cada uno lo que le pertenece; la fortaleza, para estar dispuesto a arrostrar con nimo sereno todos los padecimientos por la causa de Dios y por nuestra eterna salvacin; la templanza, en fin, para que, sin temor a ningn respeto humano, nos gloriemos en la misma cruz. En resumen, por medio de la sabidura cristiana, no slo adquirimos para nuestro entendimiento la luz de la verdad, sino que tambin se mueve y enfervoriza nuestra voluntad y elevndonos hasta Dios, nos unimos a El por el ejercicio de la virtud. Muy lejos estamos, pues, por cierto, de asegurar que la perversidad del alma y la corrupcin de costumbres no puedan ir unidas con la ciencia religiosa. Ojal no lo probaran cumplidamente los hechos! Sostenemos, sin embargo, que, con la mente envuelta en las tinieblas de crasa ignorancia, no pueden ir unidas ni la voluntad recta, ni las buenas costumbres. Es verdad que el que camina con los ojos abiertos puede voluntariamente apartarse del camino recto y seguro; pero al que camina ciego amenaza este peligro a cada instante. Ms an: la sola corrupcin de costumbres, si no se ha extinguido ya del todo la luz de la fe, deja al menos la esperanza de la enmienda; mas, si unir la perversidad de costumbres y la falta de fe e ignorancia, ya es casi imposible el remedio y slo queda abierto el camino de la ruina. Si, pues, juntos y tan graves males se derivan de la ignorancia de la religin; y si, por otra parte, es tal la utilidad y necesidad de la instruccin religiosa que en vano pretender cumplir con sus deberes de cristiano el que de ella carezca; ser ya oportuno averiguar a quin corresponde en definitiva disipar de las inteligencias esta perniciossima ignorancia, y, por consiguiente, ilustrarlas con la necesaria ciencia.Ephes. V, 3, 4. Ibidem., V, 15, 17. 20 Ps., IV, 7. 21 Rom., XIII, 13. 22 Matth., XVIII, 4.18 19

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Plantear esta cuestin es resolverla, Venerables Hermanos: esta gravsima obligacin incumbe directamente a todos los pastores de almas. Ellos son los que, segn el precepto de Cristo, deben conocer y apacentar sus ovejas; ahora bien, apacentar es, ante todo, ensear: Os dar, dice Dios por el Profeta Jeremas, pastores segn mi corazn, y os apacentarn en la ciencia y la doctrina23. Por eso deca tambin el Apstol San Pablo: No... me envi Cristo a bautizar, sino a evangelizar24, para dar a entender que la principal obligacin de los que de cualquier modo tienen parte en el gobierno de la Iglesia, consiste en dar a los fieles la instruccin religiosa. Intil nos parece ponderar las alabanzas de esta instruccin y cun agradable sea ante los ojos de Dios. La limosna que damos al pobre para aliviar sus necesidades es ciertamente muy grata a Dios; pero quin podr negar que han de serle mucho ms gratos el deseo y el trabajo con que nos consagramos, no ya al alivio de las miserias transitorias del cuerpo, sino de las eternas necesidades del alma, por medio de la enseanza y de la exhortacin? Nada puede haber ms deseable, nada ms agradable para Cristo, Salvador de las almas, que dijo de S mismo por el Profeta Isaas: A evangelizar a, los pobres me ha enviado25. Y aqu es del caso; Venerables Hermanos, dejar bien en claro que no puede haber para el sacerdote obligacin ms grave, ni vnculo ms estrecho que ste. Quin negar que en el sacerdote, a la santidad de la vida, debe: unirse la ciencia? Los labios... del sacerdote custodiarn la, ciencia26. Y en realidad la Iglesia la exige seversimamente en los que han de ser elevados al sacerdocio. Pero, por qu razn? Porque el pueblo cristiano espera de ellos el conocimiento de la luz divina, y porque Dios los destina para propagarla: Y de su boca aprendern la ley; porque es el ngel del Seor de los ejrcitos27. Por eso el obispo, en la sagrada ordenacin, dirigindose a los presbteros ordenados, dice: Sea vuestra, doctrina medicina espiritual para el pueblo de Dios; sean prvidos cooperadores nuestros; que, meditando da, y noche en su ley, crean lo que leyeren y enseen lo que creyeren 28. Y si no hay sacerdote alguno a quien esto no concierna, qu diremos de aquellos que, revestidos de la potestad de jefes, ejercen el cargo de rectores de almas en virtud de su misma dignidad y, podra decirse, de una especie de solemne pacto? Deben, en cierto modo, equipararse a aquellos doctores y pastores elegidos por Cristo para evitar que los fieles, como dbiles nios, sean arrastrados por los vientos de nuevas doctrinas inventadas por la maldad de los hombres, y para hacer que, adultos y fuertes en la verdad y en el amor, permanezcan en todo unidos a Cristo que es su cabeza29. Por esta razn, el Santo Concilio de Trento, al tratar de los pastores de almas, declara que su principal y ms grave obligacin es ensear al pueblo cristiano. Por eso les manda que, prediquen al pueblo en los domingos y fiestas ms solemnes, por lo menos, y durante el Adviento y la Cuaresma, lo hagan diariamente o, al menos tres veces por semana. Y, no contento con esto, agrega que estn obligados tambin los prrocos, por lo menos en esos mismos domingos y das festivos, a instruir a los nios, por s mismos o por otros, en las verdades de la fe, y a ensearles la obediencia a Dios y a sus padres. Y, si se trata de administrar los Sacramentos, manda que a cuntos los han de recibir se les d a conocer en lenguaje claro y sencillo su eficacia. Estas prescripciones del santo Concilio fueron breve y distintamente compendiadas y definidas en las siguientes palabras de la Constitucin: Etsi minime, de nuestro Predecesor Benedicto XIV: Dos cargas principalsimas fueron impuestas por el Concilio de Trento a los que tienen cura de almas: la primera, que prediquen al pueblo en los das festivos sobre las cosas divinas; la segunda, que instruyan a los nios y a todos los ignorantes en los rudimentos de la fe y de la ley de Dios. E hizo muy bien el sapientsimo Pontfice al deslindar estas dos obligaciones, es decir, la predicacin, enseanza de la doctrina cristiana; porque no faltarn tal vez algunos que, llevados por el afn de disminuir su trabajo, lleguen a persuadirse de que una homila ser suficiente catequismo. Lo cual es, ciertamente, un error bien manifiesto; porque la predicacin acerca del Evangelio est destinada a los que ya tienen suficiente instruccin religiosa; es como el pan que se distribuye a los adultos; mientras que, por el contrario, el catequismo viene a ser como aquella leche que, segn el Apstol San Pedro, deban desear los fieles del modo que la apetecen los nios en su ms tierna infancia. El oficio del catequista se reduce a esto: escogida una verdad, de fe o de moral, explicarla con la mayor claridad y extensin; y, como el fin de la enseanza es la enmienda de la vida, debe el catequista poner frente afrente lo que Dios manda hacer y lo que en la prctica hacen los hombres; en seguida, por medio 1 de oportunos ejemplos, elegidos con tino en la Sagrada Escritura, en la Historia Eclesistica o en la vida de los23 Jer., 24

III, 15. Cor., I, 17. 25 Luc. IV, 18. 26 Malach. II, 7. 27 Ibidem. 28 Pontif.Rom. 29 Ephes., IV, 14, 15. 17

santos, persuadir a sus oyentes de la necesidad de reformar sus costumbres, mostrndoles como con la mano el modo de efectuarlo; concluir, finalmente, con una exhortacin al aborrecimiento y la fuga del vicio, y al amor y prctica de la virtud. No ignoramos, es cierto, que este oficio de ensear la doctrina cristiana es por muchos tenido en menos, como cosa de poca monta y tal vez inadecuada para captarse el aura popular; pero Nos creemos que slo pueden pensar as los que ligeramente se dejan llevar por las apariencias ms que por la verdad. No escatimamos, naturalmente, nuestra aprobacin y alabanza a los oradores sagrados que, inflamados por el celo de la divina gloria, se consagran a la defensa de la fe o a la glorificacin de los santos; pero esa obra exige un trabajo previo, el trabajo de los catequistas: si ste falta, falta el fundamento y en vano trabajarn los que edifican la casa. Atildadsimos discursos, aplaudidos como preciossimas joyas literarias, no logran muchas veces otro fruto que halagar gratamente los odos, dejando absolutamente fro el corazn. Por el contrario, la instruccin catequstica, aun la ms humilde y sencilla, es como aquella palabra de Dios, de la cual dice El mismo por Isaas: Ah como la lluvia y el roco que descienden del cielo no toman all, sino que alegran la tierra, la empapan y fecundan, y dan fruto al que siembra y pan al que come; as tambin ser la palabra salida de mi boca; no volver vaca, sino que har lo que Yo quiero y fructificar en la misin que le he confiado (16)30. De igual modo pensamos respecto de los sacerdotes que, para ilustrar las verdades de la religin, se dan a escribir gruesos volmenes: nada ms justo que tributarles por ello el ms cumplido elogio. Pero, cuntos son los lectores que saquen de tales libros un fruto proporcionado a las esperanzas y fatigas del autor? En cambio, la enseanza de la doctrina cristiana, hecha como es debido, nunca deja de producir utilidad para los oyentes. Porque, a la verdad (y lo repetimos para inflamar el celo de los ministros del Seor), hay un grandsimo nmero de cristianos, que va creciendo an de da en da, que o estn en la ms absoluta ignorancia de la religin, o tienen tales nociones acerca de Dios y la fe cristiana que, sin embargo de estar rodeados por la esplendorosa luz de la verdad catlica, viven como si fueran, idolatras. Cuntos hay, cuntos son los nios, y no slo los nios, sino tambin los adultos y hasta los ancianos, que ignoran totalmente los principales misterios de la fe, y al or el nombre de Cristo exclaman: Quin es... para creer en l31. As se explica que no tengan empacho alguno de vivir criando y fomentando odios, pactar los ms inicuos compromisos, realizar negocios altamente inmorales, apoderarse de lo ajeno mediante la usura, y tantas otras maldades de esta naturaleza. As se explica que, ignorando la ley de Cristo, que no slo condena las torpezas, sino hasta el deseo o pensamiento voluntario de cometerlas, aunque por cualquier causa extraa vivan alejados de los placeres obscenos, acepten sin reparo tales y tantos torpsimos pensamientos, que verdaderamente multiplican sus iniquidades sobre los cabellos de su cabeza. Y esto sucede es necesario repetirlo no slo en los campos o entre el msero populacho, sino tambin, y quizs con mayor frecuencia, entre las clases elevadas, entre aquellos a quienes la ciencia hincha, que, envanecidos por su falsa sabidura, creen poder rerse de la religin y blasfeman de todo lo que ignoran32. Ahora bien, si es intil esperar fruto de una tierra donde nada se ha sembrado, cmo pretender que se formen generaciones morales, si no han sido oportunamente Instruidas en la doctrina cristiana? De donde con razn deducimos que, si tanto languidece hoy la fe, hasta quedar en muchos casi extinguida, es porque, o se cumple mal con la obligacin de ensear la religin por medio del catequismo, o totalmente no se cumple. Sera, en verdad, muy pobre y torpe excusa la del que alegase que la fe es un don gratuito que a cada uno se nos infunde en el bautismo; porque, si bien es cierto que todos los bautizados en Cristo quedamos enriquecidos con el hbito de la fe, ese germen divinsimo no crece... y forma grandes ramas33 por s solo y como por virtud innata. Tambin el hombre posee desde su nacimiento la facultad de la razn; pero necesita de la palabra de su madre que la avive y la excite a obrar. No de otra manera acontece al cristiano, que, al renacer por el agua y el Espritu Santo, lleva en s engendrada la fe; pero necesita de las enseanzas de la Iglesia para alimentarla, robustecerla y hacerla fructfera. Por eso escriba el Apstol: La fe entra por el odo, y al odo llega la palabra de Cristo34; y para manifestar la necesidad de la enseanza religiosa, agrega: Cmo... oirn si no se les predica?35.

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Is., LV, 10, 11. Joan, IX, 36. 32 Jud., 10. 33 Marc, IV, 32. 34 Rom., X, 17. 35 Ib., 14. 18

Y, si con lo que hemos dicho queda probada la importancia de la enseanza religiosa, toca a Nos emplear la ms exquisita solicitud en que esta obligacin de ensear la doctrina cristiana, la ms til, como dice nuestro Predecesor Benedicto XIV, para la gloria de Dios y salvacin de las almas 36, se mantenga siempre en todo su vigor y, si en alguna parte estuviere descuidada, recobre su antiguo lustre. Deseando, pues, Venerables Hermanos, satisfacer a este gravsimo deber de nuestro Supremo Apostolado, y uniformar en todas partes el mtodo en cosa de tanta importancia; en virtud de nuestra suprema autoridad, establecemos y mandamos seversimamente que en todas las dicesis se observe y practique lo que sigue: I. Todos los prrocos y, en general, cuntos tengan cura de almas, instruirn a los nios y nias, en los domingos y das festivos del ao, sin exceptuar ninguno, valindose del catecismo elemental, y por espacio de una hora ntegra, sobre lo que cada uno debe creer y obrar para conseguir la salvacin. II. Los mismos, en determinados tiempos del ao, prepararn a los nios y nias para la conveniente recepcin de los Sacramentos de la Penitencia y Confirmacin, precia una instruccin de varios das. III. Igualmente, y con especialsimo cuidado, en todos los das de Cuaresma y, si fuere necesario, en los das siguientes a la Pascua, instruyan a los jvenes de uno y otro sexo, por medio de oportunas enseanzas y exhortaciones, de modo que puedan recibir los santos frutos de la primera Comunin. IV. Instityase en todas y cada una de las parroquias la asociacin cannica llamada vulgarmente Congregacin de la doctrina cristiana. Por medio de ella encontrarn los prrocos, especialmente donde sea escaso el nmero de sacerdotes, auxiliares laicos para la enseanza del catequismo, que prestarn este servicio, ya por el celo de la gloria de Dios, ya tambin para lucrar las numerossimas indulgencias concedidas por los romanos pontfices a los que se dedican a este magisterio. V. En las principales ciudades, y especialmente en aquellas que estn dotadas de universidades y liceos, branse cursos de religin, a fin de que pueda instruirse en las verdades de la fe y en las prcticas de la vida cristiana, esa juventud que asiste a los colegios superiores, donde para ; nada se hace mencin de la enseanza religiosa. VI. y ya que, principalmente en nuestros aciagos das, la edad viril necesita tanto de instruccin religiosa como la edad de la niez, todos los prrocos y dems que tengan cura de almas, fuera de la acostumbrada homila sobre el Evangelio, que se debe predicar todos los das festivos en la iglesia parroquial, hagan tambin el catequismo a los fieles, en lenguaje sencillo y acomodado al auditorio, a la hora que estimen ms oportuna para la concurrencia del pueblo, exceptuando solamente la hora del catequismo de los nios. Para lo cual deben seguir el catecismo del Concilio de Trento, procurando que, al cabo de cuatro o cinco aos, abarquen todo lo referente al smbolo, sacramentos, declogo, oracin y mandamientos de la Iglesia. Tal es lo que Nos, Venerables Hermanos, en virtud de nuestra autoridad apostlica, establecemos y mandamos: a vosotros toca procurar eficazmente que, en cada una de vuestras dicesis, se ponga sin demora alguna y totalmente en prctica; vigilar, adems, y hacer uso de vuestra autoridad, a fin de que nada de lo que mandamos se eche a olvido, o, lo que sera lo mismo, se cumpla a medias y con tibieza. Y para que efectivamente tal cosa no suceda, es indispensable que recomendis a los prrocos, insistiendo frecuentemente en ello, que nunca hagan su catequismo sin previa y diligente preparacin; que no usen el lenguaje de la humana sabidura, sino que, con simplicidad de corazn y con la sinceridad de Dios37, sigan el ejemplo de Cristo que, aunque conoca lo ms oculto desde el principio del mundo38, sin embargo, todo lo comunicaba por medio de parbolas a las turbas, y nunca les hablaba sin parbolas39. Esto mismo sabemos que hicieron los Apstoles, enseados por el Seor, y de ellos deca Gregorio Magno: Pusieron especial cuidado en predicar a las gentes rudas, cosas fciles y sencillas, no materias arduas y elevadas40. Y en lo que se refiere a la religin, la mayor parte de los hombres debe, en nuestra calamitosa poca equipararse a la gente ruda. No queremos, sin embargo, que, engaado por el deseo de esta misma sencillez, se figure alguno que, en esta materia, no necesita ningn trabajo ni preparacin; muy al contrario: es este el gnero que con msConstit. Etsi minime, 13. I, 12 38 Matth. XIII, 35 39 Matth. XIII, 34 40 Moral. I, XVII, Cap. 2636 37 Cor.,

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necesidad lo requiere. Mucho ms fcil es encontrar un orador grandilocuente y fecundo, que un catequista perfecto. Por muy admirable que sea pues la facilidad del pensamiento y expresin con que la naturaleza haya dotado a alguno, tenga siempre por cierto que, si no se prepara con larga preparacin y cuidado, nunca reportar frutos espirituales de la enseanza de la doctrina a los nios o al pueblo. Enganse muy mucho los que, confiados en la ignorancia y rudeza del pueblo, pretenden que, para instruirle, no se requiere ninguna diligencia. Al contrario, mientras ms rudo sea el auditorio, mayor esfuerzo y cuidado es necesario para amoldar a la capacidad de esas e incultas inteligencias esas sublimsimas verdades, tan superiores a toda vulgar comprensin, y tan necesarias a sabios como a ignorantes para conseguir la eterna felicidad. Sanos ya permitido, Venerables Hermanos, para concluir, dirigirnos a vosotros con las palabras de Moiss: El que sea del Seor, sgame41. Ponderad un momento, os lo rogamos y suplicamos, cuntos males puede acarrear a las almas la ignorancia de una sola de las verdades divinas. Muchas y muy tiles y muy laudables instituciones tendris, a no dudarlo, en vuestras dicesis, para bien de vuestra grey: no dejis, sin embargo, de procurar, ante todas las cosas, con todo el empeo, con todo el celo, con toda la solicitud de que sois capaces, que el conocimiento de la doctrina cristiana llegue a todos los fieles y se inculque profundamente en sus almas. Cada uno de vosotros -son palabras del Apstol San Pedro-, comunique a los dems la gracia en la medida que la haya recibido, como buenos dispensadores de la multiforme gracia de Dios42. Haga prspera vuestra diligencia y fecundo vuestro celo, por mediacin de la Beatsima Virgen Inmaculada, nuestra apostlica bendicin, que, como testimonio de nuestro amor y como feliz augurio de las gracias celestiales, a vosotros y al clero y pueblo a cada uno de vosotros confiado, otorgamos de todo corazn. Dado en Roma, en San Pedro, el da 15 de abril del ao 1905, segundo de nuestro pontificado. Po X, Papa.

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Exod. XXXII, 26. I Pet., IV, 10 20

PRIMERA PARTEINTRODUCCIN AL CAPTULONecesidad de la fe y de la predicacin en general [1] La inteligencia del hombre, aunque puede, con mucho trabajo y actividad, conocer la existencia de Dios y algunas de sus perfecciones a partir de la creacin (Rom. 1 20.), no puede conocer la mayor parte de aquellas cosas por las que se consigue la salvacin eterna, a no ser que Dios le revele por la fe esos misterios. [2] Esta fe se recibe por la audicin. Por eso, Dios no dej nunca de hablar a los hombres por medio de los profetas, para revelarles, segn la condicin de los tiempos, el camino recto y seguro que conduce a la eterna felicidad. [3] Es ms, Dios quiso hablarnos por medio de su Hijo, mandando que todos le escuchasen. Y, despus de habernos enseado la fe, el Hijo constituy apstoles en su Iglesia para que ellos y sus sucesores anunciaran la doctrina de vida a todas las gentes. [4] Por lo tanto, los fieles deben recibir la predicacin de sus pastores, no como una palabra humana, sino como la palabra divina del mismo Jesucristo (Lc. 10 16.). Necesidad de la predicacin y de este Catecismo en los tiempos actuales [5] Esta predicacin, que nunca debe omitirse en la Iglesia, es mucho ms necesaria en los tiempos actuales, a fin de que los fieles sean fortalecidos con doctrina sana y pura; pues se han presentado en el mundo falsos profetas (Jer. 23 21.), que pervierten las almas cristianas con doctrinas falsas y perversas; y habiendo conseguido arrastrar a sus errores provincias enteras, que antes profesaban la religin verdadera, tratan de penetrar furtivamente en todos los lugares y regiones. [6] Y sabiendo que no pueden llegar a todos por la palabra, esos herejes tratan de difundir sus errores por medio de libros que combaten la fe catlica, y por medio de obritas de apariencia piadosa, para engaar las almas de los sencillos. [7] Por eso, el Concilio de Trento juzg conveniente, con el fin de remediar tan gran mal, dar un catecismo para la instruccin del pueblo cristiano; [8] catecismo publicado con la autoridad del mismo Concilio, y que diese a los que han recibido el cargo de ensear, la regla de exponer la fe y de instruir al pueblo fiel en todos los deberes de la religin. [9] Con esto, el Concilio no se propone explicar minuciosamente todos los dogmas de la fe cristiana, sino slo exponer a los prrocos aquellas cosas que pudieran ayudarles en la enseanza de esta misma fe. Qu deben tener presente los prrocos al predicar la fe En su predicacin, los prrocos deben: [10] 1 Ante todo, tener en mente un doble fin: el primero, dar a conocer al solo Dios verdadero y a Jesucristo, y ste Crucificado, pues toda la ciencia del hombre cristiano y toda su felicidad se encierran en este punto (Jn. 17 3.); el segundo, exhortar al pueblo fiel a traducir ese conocimiento en obras por la imitacin de las virtudes de Cristo, especialmente de la caridad hacia Dios y hacia el prjimo, pues en la caridad se resumen la Ley y los Profetas (Mt. 9 22.), es el cumplimiento de la Ley (Rom. 13 8.), el fin de los Mandamientos (I Tim. 1 5.) y el camino ms excelente para ir a Dios (I Cor. 12 31.). [11] 2 Acomodarse a sus oyentes, a su edad, a su capacidad, a sus costumbres y estado, a sus necesidades, a fin de hacerse todo a todos para ganarlos a todos para Cristo(I Cor. 9 22.), imitando en eso a nuestro Seor, que siendo la Sabidura del eterno Padre, no se desde en bajar hasta nosotros y acomodarse a nuestra capacidad para darnos los preceptos de la vida del Cielo. [12] 3 Sacar lo que deben predicar de la Escritura y de la Tradicin, en las cuales se contiene la Revelacin de Dios, ocupndose continuamente en su estudio y meditacin (I Tim. 4 13.), y distribuyendo la doctrina, como nuestros mayores, en cuatro partes: el Smbolo de los Apstoles, que contiene todas las verdades que se deben saber; los Sacramentos, que comprenden las cosas que son signos e instrumentos para recibir la gracia de Dios; el Declogo, que contiene los mandamientos de Dios; la Oracin Dominical, que encierra todo lo que los hombres deben desear, esperar y pedir. [13] 4 Finalmente, adquirir la costumbre de hermanar la explicacin del Evangelio con la del Catecismo, ya que todo lo que se ensea en los Evangelios de los domingos cabe en alguna de las cuatro21

partes en que se divide la doctrina cristiana. De esta manera, los prrocos ensearn a un mismo tiempo, y con el mismo trabajo, el Catecismo y el Evangelio.

PRELIMINARESDE LA NECESIDAD, AUTORIDAD Y DEBERES DE LOS PASTORES DE LA IGLESIA, Y DE LAS PARTES PRINCIPALES DE LA DOCTRINA CRISTIANA I. Necesidad de la divina revelacin para el conocimiento de la mayor parte de las verdades del orden sobrenatural. 1. Es de tal naturaleza la Inteligencia humana, que aun habiendo descubierto y conocido por s misma, despus de haber empleado grande aplicacin y estudio, muchas de las verdades que pertenecen al conocimiento de las cosas divinas, nunca pudo, con la sola luz natural, conocer o alcanzar la mayor parte de las verdades por las cuales se consigue la eterna salvacin, y para cuyo ltimo fin fue el hombre creado y hecho a imagen y semejanza de Dios. Pues, segn ensea el Apstol las perfecciones invisibles de Dios, aun su eterno poder y su divinidad, se han hecho visibles despus de la creacin del mundo, por el conocimiento que de ellas nos dan las criaturas43. Mas aquel misterio44 escondido desde los siglos y generaciones, de tal manera sobrepuja a la inteligencia humana, que si no hubiera sido manifestado a los santos, a quienes Dios quiso hacer notorias por el don de la fe, las riquezas de la gloria de este gran sacramento en las gentes, que es Cristo, ningn hombre podra aspirar a tan alta sabidura45. II. Por qu medio se alcanza, el don maravilloso de la fe. 2. Mas como la fe proviene del or46, es manifiesto cun necesaria ha sido siempre para conseguir la eterna salud, la solicitud y ministerio fiel del maestro legtimo. Porque es crito est: Cmo oirn, si no se les predica? Ni cmo predicarn, si no son enviados?47. Por eso el clementsimo y benignsimo Dios nunca, desde el principio del mundo, desampar a los suyos, antes bien, muchas veces y de varios modos habl a los Padres por los Profetas48, y segn la condicin de los tiempos les mostr el camino seguro y recto para la eterna felicidad. III. Cristo ense la fe, que despus propagaron los Apstoles y sus sucesores. 3. Pero como tena prometido que haba de enviar al Doctor de la Justicia para luz de las gentes49, y para que fuese su salud hasta los fines de la tierra, ltimamente nos habl por medio de su Hijo 50, mandando por voz venida del cielo desde el trono de su gloria que todos lo oyesen y obedeciesen a sus mandamientos. LuegoInvisibilia enim ipsius, a creatura mundi, per ea quae facta sunt, intellecta, conspiciuntur: sempiterna quoque eius virtus et divinitas. Rom., I, 20. 44 Mysterium quod absconditum fuit a saeculis, et generatiombus, nunc autem manifestum est sanctis eius, quibus voluit Deus notas facere divitias sacramenti huius in gentibus, quod est Cristus. Colss., I, 26, 27. 45 Cuanto nos ensea el Catecismo en este primer prrafo fu confirmado por el Concilio Vaticano con es tas palabras: La misma Santa Madre Iglesia tiene y ensea que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser ciertamente conocido con la luz natural de la razn humana por las cosas creadas, pues las cosas de El invisibles, se ven despus de la creacin del mundo, considerndolas por las obras creadas, pero esto no obstante, plugo a su sabidura y bondad revelar al gnero humano por otra va, y esa sobrenatural, a s mismo y los decretos eternos de su voluntad, pues dice el Apstol . Habiendo hablado Dios muchas veces y en muchas maneras a los padres en otro tiempo por los profetas, ltimamente en estos das nos ha hablado por el Hijo. A esta divina revelacin se debe ciertamente el que aquellas cosas del orden divino, no inaccesibles por si a la razn humana, puedan ser conocidas por todos, aun en el estado actual del gnero humano, fcilmente, con certeza y sin mezcla de error alguno. Mas no por esta causa se ha de tener por absolutamente necesaria la revelacin, sino porque Dios, en su bondad infinita, orden al hombre a un fin sobrenatural, es decir, a participar de bienes divinos que exceden a toda inteligencia de mente humana. De la Sesin III, cap. 2. , del Concilio Vaticano, celebrada el da 24 de abril de 1870. 46 Fides ex auditu. Rom., X, 17. 47 Quomodo audient sine praedicante? Quomodo vero praedicabunt nisi mittantur ? Rom., X, 14, 15. 48 Multifariam, multisque modis olim Deus loquens patribus in prophetis. Hebr., I, 1. 49 Ecce dedi te in lucem gentium, ut sis salus me usque ad extremum terrae. Isai., XLIX, 6. 50 Accipiens a Deo Patre honorem et gloriam, voce delapsa ad eum huiuscemodi a magnifica gloria. Hic est Filius meos dilectus, in quo mihi complacui, ipsum au dite. Petr. I, 17 2243

Jesucristo a unos constituy Apstoles51, a otros Profetas, a otros Pastores y Doctores que anunciasen la palabra de vida, para que no seamos como nios vacilantes, ni nos dejemos llevar de todo viento de doctrina, sino que, apoyados sobre el cimiento firme de la fe52, fusemos juntamente edificados para morada de Dios en el Espritu Santo. IV. Cmo deben recibirse las palabras de los Pastores de la Iglesia. 4. Y para que nadie reciba de los ministros de la Iglesia la palabra revelada por Dios, como si fuese palabra de hombres, sino como palabra de Cristo, supuesto que lo es en verdad, estableci nuestro mismo Salvador que se diese tanta autoridad a su magisterio, que dijo: El que os oye, me oye, y el que os desprecia, me desprecia53. Y esto sin duda quiso se entendiese, no slo de aquellos con quienes hablaba entonces, sino tambin de todos los que despus por sucesin legtima haban de ejercer el ministerio de la enseanza, a todos los cuales prometi que estara siempre con ellos hasta el fin del mundo54. V. Es necesaria la predicacin de la palabra, divina. 5. Aunque nunca debe dejarse en la Iglesia la predicacin de la palabra divina, en estos tiempos se debe ciertamente trabajar con el mayor desvelo y piedad para que los fieles sean sustentados y fortalecidos con la doctrina sana e incorrupta como alimento de vida55. Pues han aparecido en el mundo aquellos falsos profetas, de quienes dijo el Seor: Yo no los enviaba, pero ellos corran. No les hablaba, mas ellos predicaban 56, para pervertir los nimos de los cristianos con enseanzas falsas y peregrinas. Y en esto su malicia auxiliada con todas las artes de Satans ha hecho tales progresos, que parece no reconoce lmite ni trmino alguno, de suerte que si no estuviramos asegurados con aquella promesa del Salvador, quien afirm que haba puesto en su Iglesia un fundamento57 tan firme que jams las puertas del Infierno podran prevalecer contra ella, bien pudiramos temer por su existencia estando cercada ahora por todas partes de tantos enemigos, tentada y combatida de tantas maneras. VI. Las herejas se han propagado por muchsimas provincias. 6. Pues dejando aparte provincias nobilsimas que en tiempos antiguos retenan piadosa y santamente la verdadera y catlica religin que heredaron de sus mayores, y que ahora, apartados del recto camino, de tal modo les ha seducido el error que se gloran de profesar la verdadera piedad por el mismo hecho de haberse apartado muy lejos de la doctrina de sus padres, no puede hallarse regin tan remota, o lugar tan seguro, ni parte alguna de la repblica cristiana en la cual esta maldad no haya intentado introducirse ocultamente. VII. De qu manera se han propagado los errores. 7. Aquellos que se propusieron seducir las almas de los fieles, conociendo que en manera alguna podan hablar en pblico con todos, ni comunicar a sus almas las perversas doctrinas, emplearon otro medio por el cual propagaron los errores de la impiedad mucho ms fcil y extensamente. Pues, adems de publicar grandes volmenes con los que procuraron la ruina de la fe catlica, pero de los cuales fue fcil precaverse por contener herejas manifiestas, escribieron tambin innumerables lib