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El Correo de Andalucía Miércoles, 13 de enero de 2016 El Correo de Andalucía Miércoles, 13 de enero de 2016 Más que palabras / cultura / 35 34 / cultura / Más que palabras C.R. {Entre los millones de cualida- des de los franceses está su don para convertir la vida en una for- ma de rebeldía, en particular si se trata de niños o adolescentes y más todavía si la acción se lo- caliza en una de esas barriadas de París que son auténticos baza- res humanos. Es el caso de Tres amigas, el cómic de Norma Edi- torial firmado por Sophie Michel y Emmanuel Lepage, donde ti- rando de ternura, sensualidad, dureza y un chorreón de morbo (una combinación también abso- lutamente francesa) se ofrecen unos retratos sublimes tanto de los personajes como de la socie- dad y de la ciudad misma. Los dibujos son delicados y expresi- vos, embellecidos por un colori- do soberbio capaz de precisar cualquier hora del día o de la noche, e ilustran un drama que combina el fin de la niñez, las tragedias de la adolescencia, los problemas familiares y económicos, el descubrimiento del sexo, las viejas y nuevas amistades... Para hablar de todo los autores se sirven de las vicisitudes de las tres pro- tagonistas: Agnès, con más dinero que amor de sus padres; Chloé, hija de madre soltera que sueña con la danza desde que es una niña y cuya madre se tiene que desvivir para pagarle las clases; y Leila, hija de inmigrantes árabes con toda la carga de prejuicios (hacia ellos y de ellos mismos) y de problemas de toda especie. Una preciosa obra para degustar despacio, pa- ladeando cada imagen. lecturas recomendadas CÓMIC Tres amigas / Sophie Michel y Emmanuel Lepage / Norma Editorial La provocación de crecer en un barrio cualquiera de París C.R. {La tremenda simpatía de este li- bro infantil tiene como artífices a un hombre y su gato Roni, que da nombre a la obra de Txabi Ar- nal y Julio Antonio Blasco publi- cada por La Guarida Ediciones. No hace falta amar a los animales en general ni a los felinos en par- ticular para apreciar el humor de este volumen en el que, con di- bujos esquemáticos cuidadosa- mente descuidados, como si los hubiera trazado y coloreado un niño, se informa de las travesu- ras amorosas del pobre Roni, tan agradecido a su dueño por sacar- lo de la perrera donde estaba me- tido que cada día de la semana se esmera (si esmerarse fuese el verbo) en darle una sorpresa dis- tinta a modo de prueba de grati- tud: los lunes le hace la cama (lo cual tal vez no hace muy feliz a su propietario, pero sí a la vendedora de sá- banas de la calle); los martes le quita el polvo de las lámparas (esta vez, quien más alegre se pone es el dueño de la tienda de electricidad del ba- rrio), los jueves plancha la ropa (con el imaginable resultado de una in- mensa satisfacción en el gremio de la sastrería)... y así todos los días, in- cluidos los del fin de semana. ¿Tendrá motivos para enfadarse este paisa- no cuyo gato se deshace en semejante catálogo de cuidados, mimos y agradecimientos? La respuesta está en esta breve historieta infantil que habla de amistad, de compañerismo, de amor por los animales y de esa forma de cariño llamada travesura. INFANTIL Roni / Txabi Arnal y Julio Antonio Blasco / La Guarida Ediciones Todo cuanto puede hacer un gato cuando está agradecido César Rufino SEVILLA {En la dedicatoria de Víctor Mora a la edición coleccionis- ta de El Capitán Trueno publi- cada en diez tomos por Signo Editores (y donde se reparan las barrabasadas que sucesi- vas reediciones cometieron con la obra), el padre del per- sonaje, uno de los autores más importantes del siglo XX español, escribía lo siguiente acerca de sus más de treinta años escribiendo para el va- liente y abnegado héroe dibu- jado por Ambrós: «Al princi- pio de nuestra amistad yo su- puse que nuestra relación sería una cosa efímera, pasa- jera, como ocurre muchas ve- ces. De hecho, como me ha pasado a mí mismo. ¡Pero no ha sido así! ¿Por qué? Me lo he preguntado a menudo y nun- ca he encontrado la respues- ta». No la encontró porque no existe. En el año en que nació El Capitán Trueno, 1956, y posteriores, había docenas de tebeos repletos de personajes y de series que nacían y mo- rían en busca del éxito, en una vertiginosa experiencia multi- tudinaria de ensayo y error. Muchas de ellas reunían cuali- dades dignas de aspirar a la longevidad, aunque muy po- cas lo lograron y de la inmen- sa mayoría apenas nadie se acuerda ya hoy. ¿Qué tenían de especial estas aventuras medievales? ¿Dónde estaba la clave del milagro? Antoni Gui- ral, el historiador que presen- ta esta impactante colección especial, atribuye en parte ese mérito a la humanidad del protagonista y de sus amigos Goliath y Crispín. Pero la ex- plicación se antoja insuficien- te. Nada justifica, más allá de lo providencial, que hasta 2010 se hayan estado publi- cando nuevos episodios de la serie, sin contar las constantes reediciones que llegan hoy. Más razón tiene Guiral cuando afirma que «se ha convertido en un icono de la cultura popular de este país. Un icono vivo en la memoria y todavía activo» que «ha hecho mella en nuestra crónica sen- UNA PAREJA PERFECTA «Se le encargó un estudio de los perso- najes y ya sus primeros dibujos nos convencieron plenamente», comentó Víctor Mora acerca de Ambrós. «Mi ad- miración por él aumentó cuando dibu- jó el primer guion que le entregué con su reconocida pericia, con ese grafis- mo aparentemente simple con el que capta la acción, el movimiento, senci- llamente la vida, con eficacia total». ¿PERO QUIÉN ES TRUENO? En sus 50 años de historia se ha podi- do intuir que su nombre era Guillem, hijo de un conde de Ampurias (Gero- na) y nacido en 1162, que renunció a sus derechos feudales para ir con su amigo Goliath a luchar contra la injus- ticia. La custodia de Crispín, hijo de los condes de Normandía –amigos de su familia– le quedó encomendada al morir la madre del muchacho. VÍCTOR MORA SOLO HAY UNO Comunista y muy vigilado por el régi- men, el guionista Víctor Mora (Barce- lona, 1931) escribió muchas de las me- jores historietas españolas, además de El Capitán Trueno, como El Jabato, El sheriff King, El corsario de hierro y otros títulos inolvidables. Destellos Vuelve el Capitán Trueno Una cuidada antología rescata de las garras del tiempo con su dignidad restaurada al personaje que durante 50 años fue emblema de la cultura popular española timental». Sin duda. Lo cual, no obstante, sigue sin explicar por qué el niño que llegaba al quiosco escogía el cuadernillo de El Capitán Trueno antes que otros de vaqueros, aven- tureros, viajeros espaciales, soldados, detectives... Estos puestecillos eran los templos de la infancia de la España franquista, y los tebeos, sus más sagradas formas, y el consumo era sencillamente frenético gracias a una feligre- sía sedienta de esos baratos gozos, a falta de otros entrete- nimientos y de otros medios. Fue en esos templos donde se obró el milagro desde el mis- mísimo comienzo: «El lunes 14 de mayo de 1956 apareció en los quioscos el primer nú- mero del cuadernillo apaisa- do de El Capitán Trueno, in- cluido en la colección Dan», recuerda el historiador. «El éxito fue prácticamente in- mediato: la primera tirada de 30.000 ejemplares se quedó corta». El éxito se veía venir desde meses atrás. La edito- rial Bruguera le había acepta- do a Víctor Mora sin rechistar su planteamiento del perso- naje y sus andanzas, y el dibu- jante Miguel Ambrosio, que firmaba como Ambrós, encajó como un guante con el pro- yecto y supo traducir a tinta el espíritu perfecto de la idea. Cuántos cientos de villanos habrá tenido que derrotar el Capitán Trueno al grito de ¡por Santiago!: Hirochi, el la- drón oriental; Zaira, la reina de los negreros; el bandido Erik el Fuerte, el conde Kraffa, el Capitán Krisna, el siniestro Kung... De su parte, los cita- dos Goliath y Crispín, más su amada Sigrid de Thule y oca- sionales personajes (no siem- pre humanos) como el mago Morgano, Zampalotodo, Wol- fi... Y qué honor para cual- quier autor el poder decir yo creé este universo. Sin embar- go, es curioso: el propio Mora se avergonzaba y firmaba es- tos guiones como Víctor Alcá- zar. Las razones las explicaba en un artículo que escribió pa- ra el número 30 de la revista L’Avenç (1980): «Aún creía que los cómics eran subcultu- ra, y reservaba el Víctor Mora para más grandes empresas... como novelas –género respe- table y respetado– que tal vez nunca tendrían la calidad de un cómic –género que provo- ca el rechazo de los elitistas– como Príncipe Valiente». Es triste que un inmenso crea- dor, autor de una de las obras más espectaculares de la cul- tura española de mediados del siglo XX, albergase seme- jantes recelos contra su propia genialidad. Por eso es especial- mente emocionante zambullirse en la memoria de to- dos estos años a través de esta edición colec- cionista en la que desde aquel primer cuadernillo, titulado ¡A sangre y fuego!, hasta los más recientes firmados ya por otros autores, restituye el en- canto y la fascinación que hi- cieron que las peripecias de El Capitán Trueno no tuviesen rival ni en las historietas ni en los quioscos. Para quienes crecieron y se criaron con este guerrero catalán rebosante de generosidad, humor y hones- tidad, verlo enfrentarse de nuevo a los murgraves y con- des, a las tribus africanas, a los vikingos y a los mongoles, a las plantas carnívoras y a los monstruos imposibles, a los dinosaurios y a las fieras, a las tempestades y a las traicio- nes, es tan emocionante co- mo rejuvenecedor. Es imposi- ble envejecer leyendo estos tebeos. «¡No te impacientes, bellaco!», le gritaba a su ene- migo al darle su merecido. «¡Es una trampa!», advertían cuando los peñascos se les caían sobre la cabeza al pasar por los desfiladeros. «¡Debí haberlo imaginado!», se la- mentaba para el héroe cuando el villano, derrotado, se alzaba a su espalda con una daga traidora. «¿No sabéis que me llaman el Cascanueces?», presumía Goliath cuando en- trechocaba estrepitosamente las cocorotas de sus pobres ri- vales en la lid. «¡Rezapateta!», se admiraba Crispín. Y la bella y por lo general secuestrada Sigrid, mientras tanto, se veía liberada de sus captores cuan- do su enamorado, a puñetazo limpio, exclamaba ante algún infeliz aquello de «¡muerde el polvo, esbirro!», señal inequí- voca de un final feliz. ~ Tomos de la edición coleccionista. / / / /

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El Correo de Andalucía Miércoles, 13 de enero de 2016

El Correo de Andalucía Miércoles, 13 de enero de 2016 Más que palabras / cultura / 35 34 / cultura / Más que palabras

C.R. {Entre los millones de cualida-des de los franceses está su don para convertir la vida en una for-ma de rebeldía, en particular si se trata de niños o adolescentes y más todavía si la acción se lo-caliza en una de esas barriadas de París que son auténticos baza-res humanos. Es el caso de Tres amigas, el cómic de Norma Edi-torial firmado por Sophie Michel y Emmanuel Lepage, donde ti-rando de ternura, sensualidad, dureza y un chorreón de morbo (una combinación también abso-lutamente francesa) se ofrecen unos retratos sublimes tanto de los personajes como de la socie-dad y de la ciudad misma. Los dibujos son delicados y expresi-vos, embellecidos por un colori-do soberbio capaz de precisar cualquier hora del día o de la noche, e ilustran un drama que combina el fin de la niñez, las tragedias de la adolescencia, los problemas familiares y económicos, el descubrimiento del sexo, las viejas y nuevas amistades... Para hablar de todo los autores se sirven de las vicisitudes de las tres pro-tagonistas: Agnès, con más dinero que amor de sus padres; Chloé, hija de madre soltera que sueña con la danza desde que es una niña y cuya madre se tiene que desvivir para pagarle las clases; y Leila, hija de inmigrantes árabes con toda la carga de prejuicios (hacia ellos y de ellos mismos) y de problemas de toda especie. Una preciosa obra para degustar despacio, pa-ladeando cada imagen.

lecturas recomendadas

CÓMIC Tres amigas / Sophie Michel y Emmanuel Lepage / Norma Editorial

La provocación de crecer en un barrio cualquiera de París

C.R. {La tremenda simpatía de este li-bro infantil tiene como artífices a un hombre y su gato Roni, que da nombre a la obra de Txabi Ar-nal y Julio Antonio Blasco publi-cada por La Guarida Ediciones. No hace falta amar a los animales en general ni a los felinos en par-ticular para apreciar el humor de este volumen en el que, con di-bujos esquemáticos cuidadosa-mente descuidados, como si los hubiera trazado y coloreado un niño, se informa de las travesu-ras amorosas del pobre Roni, tan agradecido a su dueño por sacar-lo de la perrera donde estaba me-tido que cada día de la semana se esmera (si esmerarse fuese el verbo) en darle una sorpresa dis-tinta a modo de prueba de grati-tud: los lunes le hace la cama (lo cual tal vez no hace muy feliz a su propietario, pero sí a la vendedora de sá-banas de la calle); los martes le quita el polvo de las lámparas (esta vez, quien más alegre se pone es el dueño de la tienda de electricidad del ba-rrio), los jueves plancha la ropa (con el imaginable resultado de una in-mensa satisfacción en el gremio de la sastrería)... y así todos los días, in-cluidos los del fin de semana. ¿Tendrá motivos para enfadarse este paisa-no cuyo gato se deshace en semejante catálogo de cuidados, mimos y agradecimientos? La respuesta está en esta breve historieta infantil que habla de amistad, de compañerismo, de amor por los animales y de esa forma de cariño llamada travesura.

INFANTIL Roni / Txabi Arnal y Julio Antonio Blasco / La Guarida Ediciones

Todo cuanto puede hacer un gato cuando está agradecido

César Rufino SEVILLA {En la dedicatoria de Víctor Mora a la edición coleccionis-ta de El Capitán Trueno publi-cada en diez tomos por Signo Editores (y donde se reparan las barrabasadas que sucesi-vas reediciones cometieron con la obra), el padre del per-sonaje, uno de los autores más importantes del siglo XX español, escribía lo siguiente acerca de sus más de treinta años escribiendo para el va-liente y abnegado héroe dibu-jado por Ambrós: «Al princi-pio de nuestra amistad yo su-puse que nuestra relación sería una cosa efímera, pasa-jera, como ocurre muchas ve-ces. De hecho, como me ha pasado a mí mismo. ¡Pero no ha sido así! ¿Por qué? Me lo he preguntado a menudo y nun-ca he encontrado la respues-ta». No la encontró porque no existe. En el año en que nació El Capitán Trueno, 1956, y posteriores, había docenas de tebeos repletos de personajes y de series que nacían y mo-rían en busca del éxito, en una vertiginosa experiencia multi-tudinaria de ensayo y error. Muchas de ellas reunían cuali-dades dignas de aspirar a la longevidad, aunque muy po-cas lo lograron y de la inmen-sa mayoría apenas nadie se acuerda ya hoy. ¿Qué tenían de especial estas aventuras medievales? ¿Dónde estaba la clave del milagro? Antoni Gui-ral, el historiador que presen-ta esta impactante colección especial, atribuye en parte ese mérito a la humanidad del protagonista y de sus amigos Goliath y Crispín. Pero la ex-plicación se antoja insuficien-te. Nada justifica, más allá de lo providencial, que hasta 2010 se hayan estado publi-cando nuevos episodios de la serie, sin contar las constantes reediciones que llegan hoy.

Más razón tiene Guiral cuando afirma que «se ha convertido en un icono de la cultura popular de este país. Un icono vivo en la memoria y todavía activo» que «ha hecho mella en nuestra crónica sen-

UNA PAREJA PERFECTA «Se le encargó un estudio de los perso-najes y ya sus primeros dibujos nos convencieron plenamente», comentó Víctor Mora acerca de Ambrós. «Mi ad-miración por él aumentó cuando dibu-jó el primer guion que le entregué con su reconocida pericia, con ese grafis-mo aparentemente simple con el que capta la acción, el movimiento, senci-llamente la vida, con eficacia total».

¿PERO QUIÉN ES TRUENO? En sus 50 años de historia se ha podi-do intuir que su nombre era Guillem, hijo de un conde de Ampurias (Gero-na) y nacido en 1162, que renunció a sus derechos feudales para ir con su amigo Goliath a luchar contra la injus-ticia. La custodia de Crispín, hijo de los condes de Normandía –amigos de su familia– le quedó encomendada al morir la madre del muchacho.

VÍCTOR MORA SOLO HAY UNO Comunista y muy vigilado por el régi-men, el guionista Víctor Mora (Barce-lona, 1931) escribió muchas de las me-jores historietas españolas, además de El Capitán Trueno, como El Jabato, El sheriff King, El corsario de hierro y otros títulos inolvidables.

Destellos

Vuelve el Capitán TruenoUna cuidada antología rescata de las garras del tiempo con su dignidad restaurada al personaje que durante 50 años fue emblema de la cultura popular española

timental». Sin duda. Lo cual, no obstante, sigue sin explicar por qué el niño que llegaba al quiosco escogía el cuadernillo de El Capitán Trueno antes que otros de vaqueros, aven-tureros, viajeros espaciales, soldados, detectives... Estos puestecillos eran los templos de la infancia de la España franquista, y los tebeos, sus más sagradas formas, y el consumo era sencillamente frenético gracias a una feligre-sía sedienta de esos baratos gozos, a falta de otros entrete-nimientos y de otros medios. Fue en esos templos donde se obró el milagro desde el mis-mísimo comienzo: «El lunes 14 de mayo de 1956 apareció en los quioscos el primer nú-mero del cuadernillo apaisa-do de El Capitán Trueno, in-cluido en la colección Dan», recuerda el historiador. «El éxito fue prácticamente in-mediato: la primera tirada de 30.000 ejemplares se quedó corta». El éxito se veía venir desde meses atrás. La edito-rial Bruguera le había acepta-do a Víctor Mora sin rechistar su planteamiento del perso-naje y sus andanzas, y el dibu-jante Miguel Ambrosio, que firmaba como Ambrós, encajó como un guante con el pro-yecto y supo traducir a tinta el espíritu perfecto de la idea.

Cuántos cientos de villanos habrá tenido que derrotar el Capitán Trueno al grito de ¡por Santiago!: Hirochi, el la-drón oriental; Zaira, la reina de los negreros; el bandido Erik el Fuerte, el conde Kraffa, el Capitán Krisna, el siniestro Kung... De su parte, los cita-dos Goliath y Crispín, más su amada Sigrid de Thule y oca-sionales personajes (no siem-pre humanos) como el mago Morgano, Zampalotodo, Wol-fi... Y qué honor para cual-quier autor el poder decir yo creé este universo. Sin embar-go, es curioso: el propio Mora se avergonzaba y firmaba es-tos guiones como Víctor Alcá-zar. Las razones las explicaba en un artículo que escribió pa-ra el número 30 de la revista L’Avenç (1980): «Aún creía

que los cómics eran subcultu-ra, y reservaba el Víctor Mora para más grandes empresas... como novelas –género respe-table y respetado– que tal vez nunca tendrían la calidad de un cómic –género que provo-ca el rechazo de los elitistas– como Príncipe Valiente». Es triste que un inmenso crea-dor, autor de una de las obras más espectaculares de la cul-tura española de mediados del siglo XX, albergase seme-jantes recelos contra su propia

genialidad. Por eso es especial-mente emocionante

zambullirse en la memoria de to-

dos estos años a través de esta edición colec-cionista en la que desde aquel primer cuadernillo, titulado

¡A sangre y fuego!, hasta los más recientes firmados ya por otros autores, restituye el en-canto y la fascinación que hi-cieron que las peripecias de El Capitán Trueno no tuviesen rival ni en las historietas ni en los quioscos. Para quienes crecieron y se criaron con este guerrero catalán rebosante de generosidad, humor y hones-tidad, verlo enfrentarse de nuevo a los murgraves y con-des, a las tribus africanas, a los vikingos y a los mongoles, a las plantas carnívoras y a los monstruos imposibles, a los dinosaurios y a las fieras, a las tempestades y a las traicio-nes, es tan emocionante co-mo rejuvenecedor. Es imposi-ble envejecer leyendo estos tebeos. «¡No te impacientes, bellaco!», le gritaba a su ene-

migo al darle su merecido. «¡Es una trampa!», advertían cuando los peñascos se les caían sobre la cabeza al pasar por los desfiladeros. «¡Debí haberlo imaginado!», se la-mentaba para sí el héroe cuando el villano, derrotado, se alzaba a su espalda con una daga traidora. «¿No sabéis que me llaman el Cascanueces?», presumía Goliath cuando en-trechocaba estrepitosamente las cocorotas de sus pobres ri-vales en la lid. «¡Rezapateta!», se admiraba Crispín. Y la bella y por lo general secuestrada Sigrid, mientras tanto, se veía liberada de sus captores cuan-do su enamorado, a puñetazo limpio, exclamaba ante algún infeliz aquello de «¡muerde el polvo, esbirro!», señal inequí-voca de un final feliz. ~Tomos de la edición coleccionista.

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