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  • Ismal Kadar

    El Palacio de los sueos

  • El control total del individuo, para una dictadura

    perfecta, no puede limitarse al reino de la

    realidad externa, de lo tangible. Teniendo como

    finalidad la administracin del poder absoluto,

    una dictadura perfecta necesita presentir,

    prever y contrarrestar, si hiciera falta, los

    movimientos de masa que podran nacer del

    estado de nimo del pueblo, un estado de

    nimo que, por temor, el pueblo esconde.

    Dnde se manifiesta libremente,

    irrefrenablemente el malestar de un pueblo? En

    la parte ms ntima de la mente de cada uno de

    sus ciudadanos, en su inconsciente. Y el

    inconsciente se expresa en sueos. Es natural,

    pues que una dictadura perfecta necesite

    conocer qu suean sus ciudadanos. Para ello,

    se crea un reparto oficial, una direccin

    general, un ministerio inmenso Palacio de los

    Sueos. Y, con l, se instaura una vastsima red

    de informacin, compuesta por una mirada de

    agentes que, surcando el territorio de un confn

    a otro, recogen los sueos de la gente los

    sueos inocentes y los culpables, los sueos

    afiebrados y los ms bonitos, las pesadillas y

    los parasos onricos. En cada uno de ellos

    puede enconderse un elemento, una pista

    significativa para el poder, por tenue que sea,

    por insignificante que parezca.

    Los sueos as recogidos confluyen en el

    Palacio de los Sueos, en donde un funcionario

    rigurosamente adiestrado los clasifica, los

  • selecciona, los interpreta y los eleva a las

    instancias superiores. Y los archiva.

    Pero los tcnicos ms avezados escogen

    peridicamente un sueo, el sueo que mejor

    refleja el estado de nimo popular, el que con

    mayor fiabilidad permite presagiar el futuro

    poltico del Estado. Y ese sueo llega a los pies

    del tirano quien, en funcin de su contenido,

    mueve sus huestes para favorecer o impedir

    que el sueo se haga realidad

    Ismal Kadar teje, a partir de esta idea

    diablica, una novela en la cual

    premonitoriamente, que plasmada la realidad

    escalofriante que ha caracterizado al hasta el

    da de hoy, no ya su propio pas, Albania, sino

    la historia poltica de nuestro siglo. Usar la

    palabra kafkiana parecera caer un un lugar

    comn. En realidad se podra hilar ms fino y

    decir: Kafka, s, pero no cualquier Kafka sino

    del El Castillo, el Kafka desesperado no tanto

    por la irracionalidad de un universo

    burocratizado sino, al contrario, por la

    racionalidad insalvable de la eficiencia tcnica.

  • Ismal Kadar

    El Palacio de los Sueos

    Traducido del albans por

    Ramn Snchez Lizarralbe

  • El Palacio de los Sueos

  • I

    La maana

    A travs de las cortinas se derramaba la luminosidad turbia de la

    maana. Como de costumbre quiso arrebujarse bajo el embozo para

    prolongar unos instantes ms la somnolencia, pero enseguida supo que no

    sera posible. El pensamiento de que el da que amaneca iba a ser

    excepcional para l bast para acabar de despabilarlo.

    Poco despus, mientras buscaba las pantuflas en el suelo, tuvo la

    impresin de que su rostro an abotagado ostentaba una suerte de sonrisa

    irnica. Abandonaba el sueo para incorporarse al trabajo en el Tabir Saray,

    el famoso organismo que se ocupaba del dormir y de los sueos, cosa que

    habra bastado para provocar en cualquiera que se encontrara en su lugar

    una especie muy particular de sonrisa. Slo que l estaba demasiado

    asustado para sonrer verdaderamente.

    De la planta baja de la casa ascenda el agradable olor del t y del pan

    recin tostado. Saba que su madre y su nodriza, ya vieja, lo esperaban con

    inquietud, as que se esforz por saludarlas con la mayor jovialidad.

    Buenos das, madre! Buenos das, Loke! Buenos das, Mark-Alem, cmo has dormido? En los ojos de ambas se perciba un jugueteo mental semejante al

    suyo, de algn modo vinculado con su nuevo trabajo. Quiz tambin ellas,

    igual que l poco antes, haban dado en pensar que aqulla era la ltima

    noche en que haba podido disfrutar el sueo humano comn y corriente. De

    ahora en adelante, sin lugar a dudas, algo cambiara.

    Desayun sin pensar en nada concreto, a pesar de lo cual su angustia

    creca por momentos. Volvi al primer piso con intencin de vestirse pero,

    en lugar de dirigirse directamente a su dormitorio, entr en el gran saln. El

    tapiz azul celeste pareca poseer cualidades tranquilizantes. Se acerc a la

    biblioteca y durante un rato (un largo rato, lo mismo que la noche pasada

  • ante la vitrina que haca las veces de botica) estuvo mirando los ttulos de

    los libros. Despus su mano derecha se extendi para coger uno de los

    volmenes, un pesado infolio encuadernado en piel marrn oscura, casi

    negra. Haca aos que no abra la crnica de la familia. En la portada, bajo

    las palabras Los Qyprilli desde sus orgenes, una mano desconocida haba

    escrito en francs: Chronique.

    Mientras lo hojeaba, su mirada lograba a duras penas concentrarse en

    los renglones, cuya escritura cambiaba segn las manos que la haban traza-

    do. Era perceptible que la mayora haban sido manos de viejo o, al menos,

    de personas en el crepsculo de su existencia o en vsperas de la desgracia,

    justo el momento en que surge por s solo el deseo de dejar testimonio.

    El primero de los nuestros, por tanto el fundador de la familia, fue

    Mehmet Qyprilli de Roshniku, Berat, de Albania Central, nacido en 1575.

    Fue gobernador de Konya, Trebisonda y Damasco. Ms tarde asumi el

    cargo de gran visir, a condicin de que el Sultn no pusiera obstculos a su

    tarea de gobierno.

    El hijo mayor de Mehmet fue Fazil Ahmedbaj. Igual que su padre

    ostent la dignidad de gran visir. Atac Creta, donde restableci el dominio

    otomano. Dirigi la campaa contra Hungra. Hizo la guerra a Polonia,

    por la que conquist una parte de Ucrania.

    Aspir profundamente. Su mano comenz a hojear otra vez el grueso

    volumen, pero sus ojos se detenan slo en los nombres de los visires y los

    generales. Todos Qyprilli, gran Dios!, se dijo. Sin embargo l, como un

    estpido, haba despertado presa del miedo a causa de su nombramiento. Un

    verdadero estpido, pens, incluso algo peor.

    Cuando su mirada top con las palabras Palacio de los Sueos supo

    instantneamente que haba estado buscando aquel nombre a la par que lo

    eluda. Pero ya era tarde para pasar la pgina:

    Las relaciones de nuestra familia con el Palacio de los Sueos han

    sido siempre muy complejas. Al inicio, en el perodo del Yildiz Saray, que

    no se ocupaba ms que de leer en las estrellas, todo haba sido ms

    sencillo. Fue ms tarde, al ampliarse y convertirse en el Tabir Saray,

    cuando las cosas empeoraron.

    La angustia, que poco antes haba disipado aquel cmulo de nombres

    y ttulos, volvi a condensrsele en la boca del estmago.

    Continu hojeando la crnica, pero ahora arrebatadamente y sin

    orden, como si de las yemas de sus dedos soplara viento.

    Nuestro patronmico no es ms que traduccin directa de la palabra

  • albanesa ura* (kpr o qypri) y procede de un puente de tres arcos situado

    en Albania Central, erigido en la poca en que los albaneses an

    pertenecan a los cristianos, y en cuyos cimientos haba un hombre

    emparedado. Fue un albail que haba trabajado en la construccin de ese

    puente, tatarabuelo nuestro de nombre Gjon quien, junto con el recuerdo

    del crimen, se llev consigo el apelativo Ura.

    Mark-Alem cerr con brusquedad el cuaderno y con el mismo mpetu

    sali del saln. Pocos instantes despus estaba en la calle.

    Caa una lluvia helada. Los edificios macizos, con sus grandes

    portones y ventanales cerrados, tornaban aun ms gris el comienzo del da.

    Se abroch el ltimo botn del abrigo cindose el cuello, observ los

    faroles de hierro de la calle y la escasa aguanieve que flotaba

    envolvindolos y sinti un estremecimiento.

    Las calles, como de costumbre a aquella hora, estaban repletas de

    funcionarios que se apresuraban para llegar a tiempo a su trabajo. Dos o tres

    veces le asalt la duda de si no habra debido coger un coche de punto. El

    camino hasta el Tabir Saray resultaba ms largo de lo que haba imaginado

    y, adems, poda dar un resbaln en el empedrado, cubierto por una ptina

    de nieve a medio fundir.

    Pasaba ante la Banca Central. Ms all se vea una larga hilera de

    coches de caballos envueltos en la bruma frente a otra edificacin igual de

    maciza; se pregunt qu ministerio sera.

    Alguien resbal delante de l. Mark-Alem presenci cmo en el

    ltimo instante lograba apenas recuperar el equilibrio para no acabar de

    caer, se incorporaba rpidamente maldiciendo entre dientes y, mirando ora

    su capa embarrada, ora el lugar del resbaln, continuaba su camino como si

    lo persiguieran. Cuidado, se dijo Mark-Alem, sin saber l mismo a quin

    diriga su advertencia, si al desconocido o a s mismo.

    En realidad no haba razn para inquietarse tanto. No slo no tena

    hora precisa para presentarse sino que ni siquiera tena la certeza de que

    fuera necesario que lo hiciera a lo largo de la maana. De pronto se dio

    cuenta de que no saba nada acerca de los horarios del Tabir Saray.

    En algn lugar hacia la izquierda, lejos entre la niebla, un reloj dio la

    hora con un sonido broncneo, como por su cuenta. Apret el paso. Haca

    rato que llevaba alzado el cuello de piel de la pelliza y, no obstante, su mano

    * Ura. En albans, puente.

  • traz el movimiento maquinal de levantarlo. La verdad es que el fro no lo

    senta en el cuello sino en algn punto entre las costillas. Meti la mano

    bajo el bolsillo interior y comprob que llevaba consigo la carta de

    recomendacin.

    Los transentes le parecieron de pronto ms escasos. Los funcionarios

    estn ya en sus respectivas oficinas, pens con alarma, pero se tranquiliz

    enseguida: a fin de cuentas, l no tena nada que ver con las prisas de ellos.

    An no era funcionario.

    Le pareci distinguir a lo lejos una de las alas del Tabir Saray. Al

    acercarse un poco ms comprob que no se haba equivocado.

    Efectivamente era el Palacio, con sus cpulas plidas, pintadas de un color

    que en otro tiempo debi de ser azul, o al menos azulado, y que apenas se

    distingua ahora entre el aguanieve que continuaba cayendo. Era uno de los

    laterales de la edificacin, de modo que la fachada principal deba de

    encontrarse en la calle adyacente.

    Atraves la plazoleta semidesierta donde se alzaba una mezquita con

    un minarete asombrosamente delgado. La entrada del Palacio estaba en

    efecto en la otra calle. Sus dos grandes alas se perdan entre la llovizna,

    mientras el cuerpo central pareca arrastrado hacia dentro, como si hubiera

    retrocedido ante algo. Mark-Alem sinti crecer la angustia en su interior.

    Una larga hilera de entradas se alzaban idnticas una junto a otra, mas al

    aproximarse comprob que no se trataba de entradas sino de portalones

    condenados con los batientes empapados, largo tiempo sin abrir.

    Camin en direccin paralela a la fachada, observando de reojo la

    hilera de portalones solitarios. Un hombre con la cabeza cubierta por una

    capucha pareci brotar junto a l.

    Por dnde se entra? le pregunt Mark-Alem. El hombre le seal con la mano hacia la derecha. La manga de su

    vestidura era tan ancha que no lleg a tomar parte en el movimiento del

    brazo. Oh, Dios!, todava estas vestiduras, pens Mark-Alem caminando en

    el sentido que le haba indicado la mano delgada extraviada en aquella

    manga monstruosa. Al poco rato oy de nuevo unos pasos junto a l. Era

    otra vez el hombre de la capucha.

    Por aqu le dijo. La entrada de los funcionarios es por aqu. A Mark-Alem le gust que lo tomara por funcionario. Por fin se

    encontr ante el acceso. Las hojas de la puerta parecan muy pesadas. Eran

    cuatro, todas iguales, con recios picaportes de bronce. Empuj una de ellas

    que, para su sorpresa, se abri con mucha ms facilidad de lo que esperaba,

    y penetr en una galera helada, cuyo techo altsimo le daba el aspecto del

  • fondo de un foso. Una larga sucesin de puertas apareci ante l. Las

    empuj una tras otra hasta que una de ellas cedi, dndole paso a un nuevo

    corredor, menos fro que el anterior. Detrs de una cristalera divis por fin

    gente. Estaban reunidos en crculo y deban de ser conserjes o, al menos,

    funcionarios destinados al servicio de recepcin, pues llevaban una suerte de

    uniforme color azul plido, semejante al de las cpulas del palacio. Le

    pareci incluso distinguir de modo fugaz en sus atuendos manchas

    semejantes a las que haba credo ver desde lejos en las cpulas, debidas

    acaso a la humedad. Mas no tuvo tiempo de fijarse bien en todo ello, pues

    los individuos uniformados interrumpieron la conversacin en la que

    estaban enfrascados y alzaron los ojos hacia l con gesto inquisitivo. Mark-

    Alem abri la boca con intencin de saludarlos pero, tan francamente se

    apreciaba en sus miradas el disgusto por la interrupcin que, en lugar de

    desearles los buenos das, pronunci el nombre del funcionario ante quien

    deba presentarse.

    Aj, eso es para un nuevo empleo dijo uno de ellos. Primera planta a la derecha, puerta once.

    Como todo aquel que traspone por vez primera el umbral de una

    oficina gubernamental importante, con ms razn l, que acuda con el

    corazn en un puo ante la incertidumbre de si lo admitiran o no, Mark-

    Alem habra deseado, antes de continuar adelante, intercambiar unas

    palabras con las primeras personas que encontrara, pero ellos parecan tan

    impacientes por reanudar la maldita charla interrumpida por su aparicin,

    que ech a andar hacia el corredor interior como si lo fueran empujando.

    Por all, a la derecha escuch a sus espaldas. Sin volver la cabeza, camin en dicha direccin y slo el aturdimiento y el temblor fro

    que le recorra el cuerpo le impidieron sentirse ofendido.

    El pasillo era largo y sombro. Las puertas desembocaban en l por

    decenas, altas y sin numeracin. Cont once y se detuvo. Antes de llamar

    habra querido preguntar para asegurarse una vez ms si era en efecto

    aqulla la oficina del hombre que buscaba. Pero en el largo corredor no se

    apreciaba presencia humana. Tom aliento, extendi la mano y llam muy

    quedamente. Del interior no hubo ninguna respuesta. Mir a derecha e

    izquierda y volvi a llamar, esta vez con ms fuerza. De nuevo sin

    respuesta. Tras la tercera llamada infructuosa empuj la puerta y, para su

    sorpresa, sta se abri sin dificultad. Aterrado quiso cerrarla de nuevo,

    incluso alarg el brazo para coger la hoja que continuaba abrindose con un

    chirrido plaidero, pero en ese instante sus ojos advirtieron que la estancia

    estaba desierta. Permaneci un rato dudando si entrar o no. Ningn

  • reglamento o normativa aplicable a un caso semejante acuda a su memoria.

    La puerta dej por fin de gemir. Con los ojos inmviles observ los largos

    bancos que se alineaban contra la pared en el despacho vaco. Esper an en

    el umbral, despus su mano toc la carta de recomendacin en el bolsillo

    interior, se arm de valor y entr. Al diablo, se dijo. Invoc en la memoria

    su gran mansin en la Avenida Real, su influyente familia, que se reuna con

    frecuencia despus de cenar en el gran saln con chimenea y, con un

    movimiento repentino, tom asiento en uno de los bancos. Por desgracia, el

    recuerdo de su casa lo abandon con rapidez, dejando su lugar a la angustia

    anterior. Sus odos captaron algo semejante a un rumor de voces de

    procedencia imposible de determinar. Mir en torno y observ que haba

    otra puerta en el interior de la habitacin. Las voces parecan proceder del

    otro lado. Aguard un buen rato aguzando el odo, pero el murmullo era tan

    confuso como al principio. Toda su atencin estaba ahora concentrada en

    aquella puerta, tras la cual le pareci que se estara caliente.

    Apoy las manos en las rodillas y permaneci largo tiempo as,

    inmvil. Comoquiera que fuese, se encontraba ya en el interior de un

    edificio donde escasas personas haban tenido la oportunidad de entrar.

    Hasta los ministros, se deca, necesitaban un permiso especial para llegar

    all. Volvi dos o tres veces la cabeza hacia la puerta de la que procedan las

    voces, pero senta que sera capaz de permanecer horas, incluso das enteros

    esperando, antes que levantarse para abrir aquella puerta. Esperara all

    sentado en el largo banco, bendiciendo al destino por haberle permitido

    encontrar aquella antesala. No haba imaginado que pudiera suceder de

    aquel modo, tan sencillamente. A decir verdad, tampoco haba sido tan

    sencillo. Pero bueno, se reproch a s mismo, un paseo bajo la lluvia, unos

    portales cerrados, unos porteros de uniformes verdosos en un vestbulo

    desolado, no era por cierto sencillo todo aquello?

    Sin embargo, sin saber por qu, suspir.

    En ese momento la puerta se abri y Mark-Alem se puso de pie.

    Alguien asom la cabeza, lo vio y volvi a desaparecer, dejando la puerta

    entreabierta. Se oy una voz desde el otro lado.

    Hay alguien en la antecmara. Mark-Alem no supo cunto tiempo dur su espera de pie. La puerta

    haba quedado entornada, pero a travs de la abertura ya no llegaban voces

    humanas, slo un extrao traqueteo. El hombre que sali por fin era de corta

    estatura. Llevaba en una mano un puado de papeles sobre los cuales, segn

    le pareci a Mark-Alem, se descargaba toda la atencin del funcionario. No

    obstante mir hacia l inquisitivamente. Mark-Alem sinti el impulso de

  • pedirle disculpas de algn modo por haberle hecho salir de su despacho, que

    sin duda estaba caldeado, pero la mirada del hombre bajito era tal que no se

    atrevi a abrir la boca. Con un movimiento parsimonioso se limit a extraer

    del bolsillo la carta de recomendacin y se la tendi. El otro alarg la mano

    e hizo ademn de cogerla, pero al pronto la retir como si temiera quemarse.

    Apenas acerc la cabeza al papel. Mark-Alem crey distinguir en sus ojos

    una chispa burlona.

    Ven conmigo dijo el funcionario y se dirigi a la puerta exterior. Sali al corredor seguido por Mark-Alem. Durante un trecho, ste se

    esforz por recordar el itinerario que seguan de modo que pudiera encontrar

    la salida a la vuelta, pero poco despus comprob que el empeo, adems de

    carecer de sentido, era imposible.

    El corredor result ser ms largo de lo que le haba parecido al

    principio. La iluminacin se expanda dbilmente desde otros pasillos

    laterales, por uno de los cuales doblaron por fin. El funcionario llam a una

    puerta y entr, dejndola abierta para Mark-Alem. ste se detuvo indeciso

    un segundo, pero su gua le hizo una sea de que lo siguiera, as que penetr

    en el despacho.

    Percibi el aroma del fuego antes de sentir su calor. Un gran brasero

    de cobre estaba instalado en mitad de la estancia. Tras una mesa de madera

    se sentaba un hombre de rostro ceudo, extraordinariamente alargado. A

    Mark-Alem le pareci que sus ojos estaban clavados en la puerta ya antes de

    entrar l, como si lo estuviera esperando.

    El hombre bajito, que ya le resultaba familiar a Mark-Alem, se acerc

    al otro y le musit algo al odo. Por la forma en que los ojos del rostro alar-

    gado continuaban mirando hacia la puerta, se dira que alguien estuviera

    llamando a ella sin cesar. Escuch los susurros del funcionario y murmur

    algo a su vez sin mover un solo msculo del rostro. Mark-Alem presinti

    que todo iba a irse al traste, que la carta de recomendacin y las interce-

    siones de su familia carecan de poder ante aquellos ojos que, por alguna

    extraa circunstancia, no tenan vnculos ms que con la puerta.

    Justo entonces le dijeron algo. Su mano, rozando de manera hostil la

    solapa del abrigo, extrajo la carta de recomendacin; de forma instantnea

    comprob que su gesto haba acentuado la lobreguez de la atmsfera y de

    inmediato se dijo que quiz haba odo mal, por lo que hizo ademn de

    volver a meterse la carta en el bolsillo; pero la mano del funcionario bajito

    se extendi precisamente hacia ella. Recuperado el nimo, Mark-Alem le

    tendi el papel, mas su alivio fue breve pues el funcionario, igual que la

    primera vez, no lleg siquiera a tocarlo. Su mano se limit a trazar un gesto

  • en el aire, como sealando el camino que deba seguir la carta para llegar

    donde deba. Completamente aturdido, Mark-Alem acab por comprender

    que deba entregarle la carta al otro funcionario, sin duda de rango muy

    superior al de su acompaante.

    Para su sorpresa, el alto funcionario cogi en efecto la carta y,

    apartando los ojos de la puerta (ya haba perdido la esperanza de que

    pudiera suceder nada parecido), comenz a leerla. Mientras lo haca, Mark-

    Alem no apartaba la vista de l, intentando descubrir algo en su rostro, pero

    lo que comenz a suceder en ese instante era terrorfico, ms que eso, era

    una especie de espanto sordo, semejante al que se origina por lo general con

    los terremotos. En realidad, tambin aquello guardaba relacin con cierta

    especie de sacudida; el funcionario del rostro sombro se incorporaba poco a

    poco de su asiento a medida que lea. Fue precisamente su movimiento, tan

    parsimonioso y uniforme, lo que aterr a Mark-Alem, pues le asalt la

    certeza de que nunca acabara y de que el imponente funcionario que tena

    en sus manos su destino, all mismo, ante sus ojos, iba a transformarse en un

    monstruo. Estuvo a punto de gritar: "Basta, ya no quiero el empleo,

    devulvame esa carta, pero haga el favor de no levantarse as"; sin embargo,

    en ese mismo instante el movimiento de incorporacin del funcionario lleg

    a su fin.

    Sorprendido, Mark-Alem comprob que era de mediana estatura.

    Tom aliento profundamente, pero su sensacin de alivio fue prematura. Por

    fin de pie, el funcionario comenz a moverse con el mismo movimiento

    rutinario. Se diriga al centro de la estancia. El empleado que haba guiado a

    Mark-Alem pareca conocer de antemano dicho movimiento, pues se haba

    apartado para dejar paso a su superior. Esta vez Mark-Alem sinti verdadero

    alivio. No era ms que el sencillo despliegue de un cuerpo agarrotado por la

    prolongada inmovilidad, porque padeciera de hemorroides o de artritis, y a

    l lo haba sacado de quicio. En verdad no estaba bien de los nervios

    ltimamente.

    Por vez primera en aquella maana, los ojos de Mark-Alem afrontaron

    con su aplomo habitual la mirada del otro. El funcionario tena an la carta

    de recomendacin en la mano. Mark-Alem esperaba que dijera: "Estoy al

    corriente de lo tuyo, vas a ser admitido", o, si no tanto, al menos algo espe-

    ranzador, una promesa para las prximas semanas o los prximos meses. No

    en vano sus numerosos primos llevaban dos meses y pico haciendo todas las

    diligencias necesarias para disponer aquel encuentro. Sin embargo l, Mark-

    Alem, se haba acobardado ante la sola presencia de aquel funcionario, que

    quiz estaba ms necesitado de mantenerse en buenas relaciones con su

  • poderosa familia, que el propio Mark-Alem con l. Mientras lo observaba

    senta tal sosiego que por un instante le pareci que la piel de su cara era

    incluso capaz de incubar una sonrisa. Y sin duda lo hubiera hecho de no

    suceder algo fatal e inesperado. De pie, ante l, el alto funcionario dobl con

    cuidado la carta de recomendacin y, justo cuando Mark-Alem esperaba sus

    buenas palabras, el otro la rasg en cuatro pedazos. Mark-Alem se

    estremeci. Abri la boca para decir algo, o quiz simplemente para afrontar

    la necesidad de oxgeno, pero por si no bastara la destruccin de la carta el

    funcionario dio un paso hacia el brasero y arroj los fragmentos en l. Una

    fugaz llama juguetona recorri un instante las brasas adormecidas, que

    parecan canosas por el velo de ceniza que las cubra. Despus se consumi,

    dejando en su lugar la carta carbonizada.

    En el Tabir Saray no se admiten recomendaciones dijo el funcionario con una voz que a Mark-Alem le record el sonido de un reloj

    solitario en mitad de la noche.

    Estaba paralizado. Ignoraba qu deba hacer, si permanecer all, irse

    inmediatamente, protestar o pedir disculpas. Como si fuera capaz de leer su

    pensamiento, el empleado bajito que le haba servido de gua sali con toda

    tranquilidad de la habitacin, dejndole a solas con el funcionario. Estaban

    ahora frente a frente, a ambos lados del brasero. Pero la situacin no dur

    mucho. Con idntico movimiento parsimonioso al efectuado para llegar

    hasta all, y que a Mark-Alem le haba parecido tan interminablemente

    largo, el funcionario se retir otra vez a su lugar tras la mesa, pero no se

    sent. Se limit a carraspear un poco como si tuviera la intencin de

    pronunciar un discurso y, mirando unas veces la puerta y otras a Mark-

    Alem, dijo:

    En el Tabir Saray no se admiten recomendaciones porque tal cosa, es decir, la recomendacin, contradice la esencia misma de esta Casa.

    Mark-Alem no comprenda nada.

    El fundamento del Tabir Saray radica no en la entrada de influencias exteriores sino en su obstruccin, no en la apertura sino en el

    aislamiento; as pues, no en la recomendacin sino en su opuesto. Sin

    embargo, desde hoy mismo ests admitido en este Palacio.

    Qu es esto? se dijo Mark-Alem. Como intentando asegurarse una

    vez ms, sus ojos contemplaron los restos del papel carbonizado sobre las

    viejas brasas adormiladas.

    S, desde ahora mismo ests admitido repiti el funcionario, que pareca haber percibido la mirada perpleja de su interlocutor.

    Tom aliento, apoy las dos manos sobre la mesa (slo entonces

  • observ Mark-Alem que el tablero estaba repleto de papeles) y comenz a

    hablar.

    El Tabir Saray o Palacio de los Sueos, segn se lo llama en el lenguaje actual, es una de las instituciones ms importantes de nuestro gran

    Estado imperial.

    Call unos instantes observando a Mark-Alem como si intentara

    averiguar en qu medida el recin llegado estaba en condiciones de

    comprender sus palabras. A continuacin prosigui:

    Hace ya largo tiempo que el mundo reconoci la importancia de los sueos y del papel que stos han jugado y juegan en los destinos de los

    estados y de quienes los gobiernan. Sin duda habrs odo hablar del Orculo

    de Delfos en la Antigua Grecia, de los clebres nigromantes romanos,

    asirios, persas, mongoles y otros. En los viejos libros se relatan los efectos

    beneficiosos de sus predicciones cuando sirvieron para evitar las desgracias,

    igual que el precio que hubo de pagarse cuando no los creyeron o lo hicieron

    demasiado tarde. En una palabra, se pueden hallar todos los acontecimientos

    vaticinados y cuyo discurrir fue o no modificado a partir de la interpretacin

    de sus seales. Esta secular tradicin fue, sin lugar a dudas, de gran

    importancia, pero resulta insignificante frente al formidable mecanismo del

    Tabir Saray. Nuestro Estado imperial ha sido el primero en la historia del

    mundo en situar a tan elevada escala la interpretacin de los sueos,

    adjudicndole rango institucional.

    Mark-Alem escuchaba embrujado la disertacin del funcionario. An

    no estaba bien repuesto de todo lo acaecido durante aquella maana, cuando

    esas frases, tan fluidas como enrevesadas, se le venan encima lo mismo que

    una avalancha para acabar de desbordar el vaso.

    Nuestro Palacio de los Sueos, creado por deseo expreso y directo del Sultn Soberano, tiene como misin clasificar y examinar no ya los sue-

    os aislados de personas individuales las cuales, por una u otra razn,

    constituan antes una esfera privilegiada y detentaban en la prctica el

    monopolio de las predicciones mediante la interpretacin de los signos

    divinos, sino el Tabir Total, dicho de otro modo, el sueo de todos los

    sbditos sin excepcin. Se trata de una empresa colosal, ante la que todos

    los orculos de Delfos o las castas de profetas y magos de antao resultan

    minsculos y ridculos. La idea concebida por el Soberano de crear el Tabir

    Total se apoya en el hecho de que Al lanza su sueo premonitorio sobre la

    superficie del globo terrqueo con idntico descuido con que arroja una

    estrella o un rayo, o acerca de pronto a nosotros un corneta extrado de

    quin sabe qu ignotas profundidades del cosmos. As pues, El arroja su

  • seal sobre la Tierra sin fijarse dnde cae, pues en las alturas donde l se

    encuentra no presta la menor atencin a estos detalles que para nosotros son

    vitales. Es tarea nuestra vigilar dnde cae ese sueo, buscarlo entre los

    millones y miles de millones de otros sueos, tal como se busca una perla

    extraviada en un desierto de arena. Porque descifrar ese sueo, cado corno

    una chispa perdida en el cerebro de una entre los millones de personas

    dormidas, puede prevenir la desgracia del Estado y su Soberano, evitar la

    guerra o la peste, hacer que germinen ideas nuevas. Por eso este Palacio de

    los Sueos no es una quimera sino uno de los pilares del Estado. Aqu,

    mejor que mediante ninguna clase de estudio, atestado, informe de

    inspectores, relacin policial o de los gobernadores de los bajalatos, se

    aprecia la verdadera situacin del Imperio. Porque en el continente nocturno

    del sueo se encuentran tanto la luz corno las tinieblas de la humanidad, su

    miel y su veneno, su grandeza y su miseria. Todo lo que se muestra confuso

    y amenazante, o lo que pueda llegar a serlo al cabo de los siglos, manifiesta

    su seal mediante los sueos de los hombres. No existe pasin o

    pensamiento malfico, adversidad o catstrofe, rebelin o crimen, que no

    proyecte su sombra en los sueos antes de materializarse en el mundo. Por

    eso el Badij Soberano dispone que ningn sueo, aunque haya sido visto en

    el ms apartado confn del Estado el da ms anodino o concebido por el

    ms insignificante siervo de Al, debe escapar a la vigilancia del Tabir

    Saray. El otro mandato imperial, aun ms importante si cabe, consiste en

    que el reflejo resultante de la reunin, ordenamiento y estudio de los sueos

    del da, de la semana o del mes, sea verdico y no deformado. Con ese fin,

    del enorme trabajo necesario para la elaboracin del material, reviste

    importancia primordial el mantenimiento del ms absoluto secreto. El

    hermetismo del Tabir Saray hacia el exterior. Sabemos a ciencia cierta que

    fuera de este Palacio existen fuerzas diversas que, por una u otra razn,

    estn interesadas en introducir su influencia aqu, de modo que sus

    objetivos, ideas o concepciones aparezcan despus como supuestas seales

    divinas depositadas por Al en los cerebros humanos dormidos. sa es la

    razn de que no se admitan recomendaciones en el Tabir Saray.

    Los ojos de Mark-Alem se fijaron involuntariamente en la hoja

    carbonizada que, una vez consumida, temblaba ahora como un espectro

    sobre las ascuas del brasero.

    Vas a trabajar en el departamento de Seleccin prosigui el funcionario en idntico tono. Habras podido comenzar en algn otro departamento de menor importancia, tal como suelen hacer los recin

    llegados, pero t empezars directamente en Seleccin, porque t eres uno

  • de nuestros escogidos.

    Uno de los ojos de Mark-Alem mir furtivamente el jugueteo de la

    hoja carbonizada, como si quisiera decirle: todava no te has esfumado?

    Debes saber que lo primero y principal que se reclama de ti continu el otro es que te atengas al ms riguroso secreto. Jams olvides que el Tabir Saray es una institucin completamente cerrada al mundo

    exterior.

    Alz una de las manos de la mesa y, separando un dedo de los dems,

    traz un gesto amenazador en el aire.

    Son muchas las personas y las facciones que han pretendido infiltrarse aqu, mas el Tabir Saray no se ha dejado nunca sorprender.

    Aislado, se mantiene apartado del ajetreo humano, al margen de las

    tendencias y de las disputas por el poder, cerrado a todos y sin implicarse

    con nadie. Puedes hacer caso omiso de cuanto te he dicho antes, pero hay

    algo, hijo mo, que debes observar siempre, que debes tener siempre

    presente: la absoluta necesidad de guardar el secreto. Esto no es un consejo.

    Es el mandato supremo del Tabir Saray... Y ahora, al trabajo. En el corredor

    puedes preguntar dnde se encuentra Seleccin. Para cuando t llegues,

    estarn advertidos. Buena suerte!

    Todava estaba confuso cuando sali al pasillo. No se vea persona

    alguna a quien preguntar hacia dnde deba dirigirse para llegar a Seleccin,

    as que ech a andar al azar. An le zumbaban en los odos fragmentos de la

    perorata del alto funcionario. Qu me ocurre?, se dijo dos o tres veces, y

    sacudi la cabeza pretendiendo deshacerse de ellos. Pero en lugar de

    abandonarlo, el eco de las palabras continu persiguindole con obstinacin.

    Le pareca incluso que en aquel desierto de pasillos, al estrellarse contra los

    muros y las columnas, se multiplicaban y adquiran resonancias aun ms

    sombras. Vas a empezar directamente en Seleccin porque t eres uno de

    nuestros escogidos.

    Sin tener conciencia alguna de por qu lo haca, apresur el paso.

    Seleccin, se repeta una y otra vez aquella palabra y ahora, en la soledad, le

    sonaba ms extraa todava. Distingui una silueta en las profundidades del

    pasillo, sin alcanzar a saber a ciencia cierta si se alejaba o se diriga hacia l.

    Quiso decirle algo o al menos hacerle una sea, pero se encontraba

    demasiado lejos. Apresur entonces el paso aun ms y a punto estaba de

    echar a correr, de gritar, con tal de alcanzar a aquella persona, que se

    apareca ante l en ese instante como la nica tabla de salvacin en el

    corredor sin esperanza. Mientras avanzaba de este modo, casi a la carrera,

    en algn lugar a su izquierda escuch un murmullo insistente de pasos.

  • Aminor la marcha y prest atencin. Los pasos procedan de una galera

    lateral que desembocaba en el corredor principal. Su sonido era regular y

    amenazante. Volvi la cabeza y vio a un grupo de personas que caminaban

    en silencio, con grandes cartapacios en las manos. Las cubiertas de stos

    eran del mismo color azul plido que las cpulas del edificio y los

    uniformes de los porteros.

    Por favor, pueden decirme cmo llegar a Seleccin? pregunt Mark-Alem con voz temblorosa cuando el grupo pas junto a l.

    Vuelve por dnde has venido le dijo una voz ronca. Se ve que eres nuevo.

    Mark-Alem tuvo que esperar a que el otro diera fin a un largo acceso

    de tos para escuchar que deba regresar al cuarto corredor de la derecha,

    hasta encontrar las escaleras que lo conduciran a la segunda planta, donde

    tendra que volver a preguntar.

    Gracias, seor! No hay por qu darlas respondi el desconocido. Volvi a or la

    tos a sus espaldas, seguida de las palabras: Me parece que he pillado un buen resfriado...

    Necesit ms de un cuarto de hora para encontrar el departamento de

    Seleccin. Lo esperaban.

    Es usted Mark-Alem? le pregunt el primer funcionario que encontr all, sin permitirle siquiera abrir la boca.

    Mark-Alem asinti con un gesto de cabeza.

    Venga conmigo. El jefe lo espera. Camin dcilmente tras l. Atravesaron unas cuantas salas

    comunicadas entre s donde, sentados ante largas mesas, decenas de

    funcionarios se encorvaban sobre los legajos desplegados. Nadie evidenci

    la ms leve curiosidad por Mark-Alem y su acompaante, cuyos pasos

    resonaban haciendo crujir el entarimado.

    Igual que los otros, el jefe se sentaba tras una larga mesa, frente a dos

    cartapacios. El hombre que conduca a Mark-Alem se acerc a su superior y

    le dijo algo al odo. Pero Mark-Alem tuvo la sensacin de que no se

    enteraba de nada. Sus ojos continuaban sorbiendo la hoja escrita de uno de

    los legajos y Mark-Alem sinti la fugaz intuicin de que en el filo de

    aquella mirada, como una ola moribunda, brotaba la ltima hilacha de un

    espanto, cuyo origen deba encontrarse lejos.

    Esperaba que su acompaante se inclinara nuevamente sobre el odo

    del jefe y le repitiera el cuchicheo anterior, pero el otro no tena intencin de

    hacer nada parecido. Con toda tranquilidad esperaba a que su superior

  • apartara la vista del expediente.

    La espera dur largo rato. Mark-Alem tuvo la insistente sospecha de

    que el jefe no levantara jams los ojos de aquellos papeles y que ellos

    deberan permanecer all, de pie, durante horas y horas, quiz hasta que

    terminara la jornada de trabajo, tal vez ms. Continuaba reinando una pro-

    funda calma. Aparte del leve murmullo de las hojas al pasar, no se perciba

    sonido alguno. Not entretanto que el jefe ya no lea, su mirada permaneca

    como congelada, desenfocada, flotando sobre el legajo.

    Al parecer pensaba en lo que haba ledo. La meditacin dur tanto

    como la propia lectura. Por fin se frot los ojos, cual si pretendiera arrancar

    de ellos un ltimo velo y los alz hacia Mark-Alem. La moribunda ola de

    espanto haba acabado por extinguirse en ellos.

    T eres el nuevo? Mark-Alem asinti. Sin decir palabra, el jefe se levant y camin

    hacia el frente entre las largas mesas. Ellos dos lo siguieron. Atravesaron

    varias salas, algunas de las cuales a l le parecieron idnticas a las que

    haban recorrido antes.

    Distingui su lugar de trabajo desde lejos. Sobre una mesa, tras la cual

    no se sentaba nadie, haba un cartapacio cerrado. El jefe se detuvo junto a l

    y seal con el dedo un lugar entre la mesa y el asiento vaco.

    Aqu es donde vas a trabajar dijo. Mark-Alem observ el cartapacio cerrado de cubiertas azuladas.

    Seleccin dispone de muchas salas como sta dijo el jefe dibujando un amplio movimiento con el brazo derecho. El nuestro es uno de los departamentos ms importantes del Tabir. Circula la idea de que la

    esencia del Tabir Saray es Interpretacin, pero eso no es verdad. Los intr-

    pretes presumen de ser la aristocracia de la institucin. A nosotros, los

    seleccionadores, nos miran con cierto menosprecio, por no decir con desdn.

    Pero debes saber que su envanecimiento carece de fundamento. Cualquiera

    que tenga dos dedos de frente comprende que sin nosotros, sin Seleccin,

    Interpretacin no sera ms que un molino sin grano. Somos nosotros

    quienes les proporcionamos la materia prima para su trabajo. Su propio

    xito depende de nosotros.

    Hizo un nuevo gesto con la mano.

    En fin. Vas a trabajar aqu y podrs comprobarlo por ti mismo. Confo en que hayas recibido ya las instrucciones principales. No te voy a

    describir hoy toda la estructura de la tarea, no quiero abrumarte de

    antemano. No te dir ms que lo necesario para comenzar. El resto lo

    aprenders paulatinamente. Esta de aqu es la primera sala de Seleccin.

  • La mano del jefe volvi a trazar un movimiento semicircular.

    Entre nosotros la llamamos la Sala de las Lentejas prosigui, porque aqu se lleva a cabo la primera criba de los sueos. En una palabra,

    aqu es donde comienza todo. Aqu...

    Entorn los ojos como para recuperar el hilo roto de sus pensamientos.

    En fin dijo poco despus. Para ser ms exacto, debo decir que la primera purga la realizan los servicios de las secciones provinciales. Son

    alrededor de mil novecientas en todo el Imperio, cada una de las cuales

    posee sus propias subsecciones. Todas ellas, antes de remitir los sueos al

    Centro, los someten a una purga previa, que de cualquier modo resulta

    insuficiente. La verdadera seleccin comienza aqu. Tal como se separa el

    grano de la paja, as se separan aqu los sueos vlidos de los que carecen de

    valor. Es precisamente esta operacin de limpieza la que constituye la

    esencia de Seleccin. Comprendes?

    Su mirada se enardeca cada vez ms. Las palabras, que al principio

    pareca encontrar con dificultad, afluan ahora a su boca en mayor cantidad

    de lo que precisaban sus ideas y l aceleraba sin cesar su parloteo, como si

    quisiera aprovecharlas todas.

    sta es precisamente la esencia de nuestro trabajo prosigui purgar los expedientes de todos los sueos sin valor. Primero los sueos de

    inspiracin privada, que no tienen vinculacin alguna con el Estado.

    Segundo, los sueos inspirados por el hambre o el empacho, el fro o el

    calor, las enfermedades, etctera; en una palabra, todos aquellos ligados a la

    carne del hombre. Tercero, los sueos simulados, es decir los sueos que no

    han sido tales en realidad sino inventados por gente con nimo de hacer

    carrera, tramados por manacos embusteros o provocadores. Las tres

    categoras deben ser eliminadas de nuestros expedientes. Esto es fcil

    decirlo! Pero no resulta tan fcil distinguirlos. Un sueo puede parecerte de

    carcter ntimo, inspirado por causas banales como el apetito o el

    reumatismo, cuando en realidad puede poseer un vnculo directo con las

    cuestiones de Estado, ms incluso que el discurso recin pronunciado por un

    miembro del gobierno. As pues, para percibir esos matices son precisas

    experiencia y madurez. Un error en la evaluacin y todo se va al garete, me

    comprendes? En una palabra, al contrario de lo que pueda parecer a algunos,

    nuestro trabajo exige una calificacin especial.

    La burla cida en su tono de voz dej nuevamente lugar a un discurso

    ms sosegado cuando comenz a explicarle la actividad concreta que

    debera desempear. Slo en sus ojos perviva an una brizna del espanto

    primero.

  • Como has podido ver, existen otras salas adems de sta. Con el fin de que comprendas mejor la actividad que te incumbe, al principio pasars

    un da o dos en cada una de ellas. Despus del recorrido, cuando te hayas

    formado una idea de conjunto de lo que es Seleccin, volvers de nuevo

    aqu, a la Sala de las Lentejas, y entonces comprobars que el trabajo te

    resultar ms fcil. Pero eso no suceder hasta la semana que viene. Por el

    momento comenzars aqu.

    Se desperez sobre la mesa, aproxim con una mano el cartapacio y

    abri sus cubiertas azuladas.

    ste ser tu primer expediente. Se trata de un contingente de sueos llegados el 29 de noviembre. Lelos uno por uno con cuidado y sobre todo

    no te apresures. Cuando juzgues que existe la ms remota posibilidad de que

    el sueo no es inventado, djalo en el montn, no tengas prisa en

    desecharlo. Despus de ti lo examinar un segundo cribador, o controlador

    segn la nueva denominacin. Y tras l el siguiente, y as sucesivamente. En

    realidad, esta sala no se ocupa ms que de eso. De modo que... Buena

    suerte!

    Observ un instante a Mark-Alem, le dio la espalda y se march. l

    permaneci inmvil durante un rato y despus, lentamente, esforzndose por

    no hacer ruido, movi un poco la silla, se desliz entre ella y la mesa y, con

    la misma cautela, se sent.

    Tena ahora el cartapacio abierto ante l. As pues, su deseo y el de su

    familia se haba cumplido por fin. Haba sido admitido en el Tabir Saray,

    estaba incluso sentado en una silla, ante su mesa de trabajo, era un

    verdadero funcionario del Palacio misterioso.

    Se inclin un poco ms sobre el expediente, hasta que sus ojos

    distinguieron las letras, y comenz a leer con lentitud. En la gruesa hoja de

    papel se indicaba el nmero de registro y la fecha. Ms abajo, la siguiente

    nota: "Recibido por Surkurlah. Contiene 63 sueos".

    Con los dedos agarrotados pas la hoja. Al contrario que la primera, la

    segunda la llenaba un texto denso. Los tres primeros renglones estaban

    subrayados con tinta verde y aparecan algo separados del resto del texto.

    Mark-Alem ley: "Sueo visto por el empleado Jusuf, de la oficina postal de

    Alaxhehisar, subprefectura de Kerk-kili, baja-lato de Qystendil, el 3 de

    septiembre del ao en curso, hacia el amanecer".

    Alz los ojos del texto subrayado. El 3 de septiembre, pens algo

    aturdido. Sera posible que aquello estuviera sucediendo realmente, que l

    fuera funcionario del Tabir Saray, se encontrara sentado a su mesa, leyendo

    el sueo del sbdito Jusuf, de la oficina postal de Alaxhehisar, de la

  • subprefectura de Kerk-kili, bajalato de Qystendil, para decidir su suerte, si

    su sueo haba de ser arrojado al cesto de los papeles o introducido, para

    continuar siendo analizado, en el formidable mecanismo del Tabir?

    La oleada de gozo le caus un estremecimiento en la columna

    vertebral. Baj la cabeza de nuevo y comenz a leer el texto: "Tres zorros

    blancos en el minarete de la mezquita de la sub-prefectura..."

    De pronto lo sobresalt el resonar de una campanilla. Alz la cabeza

    como si lo hubieran golpeado. Mir a derecha e izquierda y qued

    boquiabierto. Todas aquellas personas que hasta entonces parecan formar

    un solo cuerpo con sus asientos, hipnotizados por los expedientes que tenan

    ante sus ojos, se haban liberado repentinamente del embrujo y se haban

    puesto de pie, hacan ruido, hablaban, arrastraban las sillas con estrpito,

    mientras al tintineo de la campanilla continuaba recorriendo las salas de un

    extremo a otro.

    Qu es? exclam Mark-Alem. Qu sucede? El descanso de la maana le respondi su vecino. (Dnde haba

    estado hasta entonces?) El descanso de la maana repiti. Ah, pero t eres nuevo, an no conoces los horarios. No importa, enseguida los

    aprenders.

    Por doquier los funcionarios se levantaban, se movan entre las largas

    mesas en direccin a la salida. Mark-Alem quiso continuar la lectura, pero

    era imposible. Lo empujaban por todos lados, le rozaban la silla. No

    obstante, con cierta obstinacin, agach otra vez la cabeza sobre el

    expediente, que ahora lo atraa como un imn. "Tres zorros blancos..." Pero

    justo entonces sinti una voz junto a su odo:

    Abajo hay caf y salep* . Ven, te sentar bien tomar algo. No alcanz a ver la cara de quien le hablaba. Pero se levant de su

    asiento, cerr el legajo y se dirigi como los dems hacia la salida.

    En el largo corredor no haba necesidad de preguntar hacia dnde

    deba dirigirse. Todos caminaban en la misma direccin. Por los pasillos

    laterales aflua cada vez ms gente, que se agregaba a los que iban por el

    pasillo principal. Mark-Alem se meti entre ellos. Caminaban hombro con

    hombro. Pareca asombrosa la multitud de funcionarios del Tabir Saray.

    Eran centenares, puede que millares.

    El ruido de los pasos se increment en las escaleras. Tras descender

    una planta volvieron a recorrer un largo trecho, seguido por un nuevo

    * Salep. Bebida elaborada a partir del tubrculo del satirin, con agua y azcar.

  • descenso. Ahora, el murmullo de los pasos se tornaba ms apagado, las

    ventanas eran ms estrechas. Tuvo la sensacin de que se adentraban en el

    subsuelo. Caminaban prcticamente pegados unos a otros. Antes de llegar se

    percibi el olor del caf junto al agradable aroma del salep. Encontr en el

    aroma cierta semejanza con los desayunos de su gran casa, algo que le

    produjo una oleada de satisfaccin. Divis a lo lejos los largos mostradores,

    tras los cuales decenas de camareros servan las tazas de caf y los tazones

    de salep, an humeantes. Se dej empujar hacia all. A su alrededor

    resonaban las voces, se escuchaba el sorbeteo del caf o las infusiones, se

    distinguan toses, carraspeos, el tintineo de las pequeas monedas. Le

    pareci que una parte de la gente estaba resfriada, o que ya despus de

    varias horas de completo silencio tuvieran necesidad de aclararse la garganta

    antes de hablar.

    Situado por la fuerza en una de las colas, se encontr bloqueado junto

    a uno de los mostradores, sin poder avanzar ni retroceder. Se daba cuenta de

    que los dems lo pasaban, extendan las manos por encima de su cabeza

    para coger las tazas o entregar el dinero, mas no tena el menor propsito de

    irritarse. En realidad no le apeteca ni comer ni beber. Permaneca all,

    dejndose zarandear por las olas, slo por hacer lo mismo que los dems.

    As no vas a conseguir tomar nada oy una voz a su espalda. Djame pasar a m, al menos.

    Se apart de inmediato para dejar espacio al otro. ste, sorprendido al

    parecer por la celeridad de su respuesta, volvi la cabeza con aire de

    curiosidad. Era un rostro largo, rojizo, con enormes mejillas de buen

    muchacho. Por un instante sus ojos miraron con fijeza a Mark-Alem.

    Eres nuevo? Mark-Alem dijo que s con un gesto.

    Ya se nota. Dio an uno o dos pasos hacia el mostrador y volvi la cabeza hacia

    l.

    Qu vas a tomar, caf o salep? Estuvo tentado de contestar: "Nada, gracias", pero le pareci que

    resultara un poco inslito. No estaba all para hacer lo que todo el mundo

    y no llamar la atencin de nadie?

    Caf dijo en voz baja, exagerando la gesticulacin de los labios para que el otro lo entendiera.

    Buscaba las monedas en el bolsillo con una mano, pero entretanto su

    nuevo conocido ya le haba dado la espalda y haba llegado al mostrador.

    Mientras esperaba, los odos de Mark-Alem atrapaban sin querer frases

  • sueltas de las conversaciones de quienes lo rodeaban. Parecan fragmentos

    triturados por una gran muela de molino, pero a veces, entre el barullo,

    captaba palabras, incluso frases enteras que la muela todava no haba

    logrado pulverizar con su movimiento rotatorio, cosa que, sin duda, lograra

    al siguiente giro. Escuchaba absorto las frases que lo alcanzaban. No haba

    en ellas una sola referencia a los asuntos del Tabir Saray. Aludan a cuanto

    era cotidiano y banal, al fro de la calle, la calidad del caf, las carreras de

    caballos, la lotera, la gripe que se haba extendido por la capital, pero ni una

    sola palabra sobre lo que ocurra en el interior de aquel edificio. Se dira

    ms bien que aquella gente trabajaba en la oficina del Catastro o, quin

    sabe, en algn otro ministerio, pero nunca que fueran funcionarios del

    famoso Palacio de los Sueos, la institucin ms misteriosa del Imperio.

    Distingui a su recin conocido bienhechor, que sala de la cola

    sosteniendo cuidadosamente dos tazas de caf.

    Demonios, qu desagradable es esta coladijo y, sin entregar la taza a Mark-Alem, camin hacia delante con los mismos movimientos

    precavidos, en busca de alguna mesa libre, entre las decenas o centenares de

    ellas que se distribuan por el stano. Desnudas y desprovistas de asientos,

    no servan ms que para acodarse mientras se tomaba el caf y, sobre todo,

    para dejar las tazas vacas.

    El hombre se detuvo por fin ante una mesa libre con las tazas de caf

    en las manos y las dej sobre el tablero. Mark-Alem le extendi con azo-

    ramiento las monedas que haba mantenido hasta entonces apretadas en el

    puo. El otro hizo un gesto de rechazo con la mano.

    No es necesario dijo. Es muy poca cosa. S, pero... respondi Mark-Alem entre dientes, de todos

    modos...

    Ests invitado, no le des ms vueltas. Gracias ! Extendi la mano y cogi la taza. En la otra an sostena las pequeas

    monedas de cobre. Cundo has sido admitido? Hoy mismo. De verdad? Felicitaciones! Bueno, entonces, tienes suerte... no

    supo cmo acabar la frase y se llev la taza a los labios.

    En qu departamento? En Seleccin. En Seleccin? exclam el otro con sorpresa. Su cara se ilumin

    aun ms. Has empezado pero que muy bien. Habitualmente, al entrar se empieza por Recepcin, incluso ms abajo, por Copistera.

  • Mark-Alem sinti de pronto el imperioso deseo de saberlo todo acerca

    del Tabir Saray. Algo se haba quebrado en su comedimiento.

    Seleccin es un departamento importante, no es as? pregunt. S, bastante importante. Sobre todo para un recin llegado. Cmo? Quiero decir, sobre todo como comienzo para alguien nuevo, me

    entiendes?

    Y de manera general? No para alguien nuevo sino en general. S... desde luego... tambin en general es considerado un

    departamento bastante serio. Yo dira que de primera importancia.

    Ahora era Mark-Alem quien no le quitaba ojo.

    Por supuesto hay departamentos ms importantes. Interpretacin, por ejemplo? Sorprendido, el otro apart la taza de sus labios.

    Vaya, vaya, no eres tan novato como parecesle dijo sonriendo. Has aprendido muchas cosas para ser el primer da.

    Mark-Alem quiso responderle tambin con una sonrisa, pero

    enseguida comprendi que ese deseo era un lujo prematuro. La piel de su

    cara no haba podido desprenderse todava de la rigidez producida por

    aquella maana extraordinaria.

    Desde luego, Interpretacin es el fundamento del Tabir Saray dijo el otro. ... ste es el centro neurlgico, cmo decirlo, el cerebro, pues all adquiere sentido el trabajo que realiza el resto de los sectores, toda la

    preparacin, el esfuerzo...

    Mark-Alem escuchaba enfebrecido.

    No se les llama los aristcratas del Tabir? El otro frunci los labios pensativo.

    S, precisamente. Si no los aristcratas, algo parecido... Sin embargo...

    Qu? No vayas a pensar que no hay otros por encima... Y quines son esos otros? Mark-Alem se sorprenda de su

    propio arrojo.

    Su contertulio lo observ con serenidad.

    El Tabir Saray resulta ser siempre mucho ms de lo que parece. Quiso preguntarle qu sentido tena aquello, pero el temor a excederse

    lo contuvo.

    Adems del Tabir normal, existe el Tabir secreto prosigui el otro, que se ocupa del tratamiento de los sueos que la gente no enva por

  • s misma sino que el Estado debe procurarse por sus propios medios y

    mtodos. Comprenders que se trata de un departamento no menos

    importante que Interpretacin.

    Por supuesto dijo Mark-Alem, sin embargo... Qu? No terminan en Interpretacin todos los sueos, incluso los que el

    Tabir secreto se encarga de reunir?

    S. De hecho, el resto de los departamentos estn duplicados, es decir existen por separado en el Tabir legal y en el Tabir secreto, pero

    Interpretacin es nico para el Tabir Saray entero. No obstante, eso no

    significa que en la jerarqua se site por encima del Tabir secreto en tanto

    tal.

    Pero quiz tampoco por debajo... Puede ser dud el otro. En realidad existe entre ambos una

    suerte de rivalidad.

    En resumen, ambos departamentos son la aristocracia del Tabir Saray.

    Su interlocutor sonri.

    Ya que te gusta tanto esa palabra, puede decirse que as es. Sorbi una vez ms su taza aunque ya no haba caf en ella.

    Pero no vayas a creer que son la cumbre. Hay todava otros por encima de ellos.

    Mark-Alem alz los ojos para comprobar si se estaba burlando o

    hablaba en serio.

    Y quines son esos otros? Los que se encargan del Sueo Maestro. Cmo? Los encargados del Sueo Maestro o Supra-sueo, segn lo llaman

    ltimamente.

    Qu es eso? El otro baj la voz.

    Quiz no est bien que hablemos de estas cosas dijo. Aunque t, a fin de cuentas, ya eres un hombre del Tabir Saray. Por otro lado se trata

    de cuestiones relativas a la estructura, a la administracin y no creo que

    haya en ello ningn secreto, no?

    Eso creo tambin yo confirm Mark-Alem. Su deseo de conocer ms detalles era incontenible.

    Te lo ruego, cuntame algo ms dijo con delicadeza. Como t dices, ya soy de la casa: adems, mi madre es de la familia Qyprilli.

  • De la familia Qyprilli? El asombro en el tono de su contertulio no sorprendi a Mark-Alem.

    Era algo habitual, cada vez que alguien se enteraba de su procedencia fami-

    liar.

    En cuanto dijiste que te haban destinado directamente a Seleccin supuse que pertenecas a alguna familia prxima al Estado, pero confieso

    que no hubiera imaginado que fuera tan importante.

    Es mi madre quien pertenece a los Qyprilli precis Mark-Alem yo llevo otro apellido.

    Qu ms da. Viene a ser ms o menos lo mismo. Mark-Alem lo mir con atencin.

    Cmo era eso del Sueo Maestro? El otro tom aliento pero, como si calculara que tanto oxgeno era

    excesivo para el bajo volumen de la voz que iba a emitir, dej escapar una

    porcin de l antes de comenzar a hablar.

    Probablemente ya sepas que todos los viernes, de entre los miles y miles de sueos que nos llegan y son analizados aqu durante la semana, se

    elige uno, el que se considera ms importante, y se lo presenta al Soberano

    mediante una ceremonia sencilla, pero muy antigua. Es el Sueo Maestro o

    Suprasueo, al que me refera.

    Algo haba odo, pero muy vagamente, como si se tratara de una leyenda.

    Pues ya ves, no es leyenda sino realidad, y en ello trabajan centenares de personas, los encargados del Sueo Maestro. Durante varios segundos mir fijamente a Mark-Alem. Un Sueo Maestro... murmur poco despus. Podra imaginar alguien que uno de ellos, por la importante seal anunciadora que proporciona, resulta a veces ms til al

    Soberano que un ejrcito entero de soldados o que toda su legin de

    diplomticos?

    Mark-Alem qued boquiabierto.

    Entiendes ahora por qu los encargados del Sueo Maestro se encuentran tan por encima del resto de nosotros?

    Qu gigantesco mecanismo!, se dijo Mark-Alem. El Tabir Saray era

    realmente mucho ms de lo que podra imaginarse.

    No se los ve por ninguna parte prosigui su interlocutor. Incluso toman el caf y el salep en un local aparte.

    Aparte... repiti Mark-Alem. El otro abri la boca para continuar su relato cuando el sonido de una

    campanilla, idntico al que haba anunciado el inicio de la pausa matinal,

  • cort bruscamente las conversaciones.

    Mark-Alem no alcanz siquiera a preguntarle qu significaba aquella

    campanilla, pues qued claro en un instante. El sonido no haba cesado an

    cuando aquella masa de gente comenzaba ya a abalanzarse con presteza

    hacia las salidas. Quienes no haban llegado a tomarse el caf o el salep lo

    hicieron entonces de un trago; otros, que acababan de cogerlo del mostrador

    y no podan hacer lo mismo porque estaba demasiado caliente, lo dejaban

    intacto sobre las mesas y se marchaban a todo correr. El contertulio de

    Mark-Alem, despus de saludarlo con la cabeza, le haba dado la espalda

    dejndolo con la palabra en la boca. En el ltimo instante, Mark-Alem hizo

    un movimiento hacia l para detenerlo, para hacerle una ltima pregunta,

    pero entretanto lo empujaron por la izquierda, luego por la derecha y lo

    perdi de vista.

    Al salir, mientras se dejaba llevar por la corriente como un autmata,

    record que no le haba preguntado siquiera cmo se llamaba. Si al menos

    me hubiera enterado en qu departamento trabaja..., se dijo con pesadumbre.

    Luego se consol a s mismo con la idea de que le sera fcil encontrarlo al

    da siguiente a la misma hora y volveran a tener oportunidad de conversar.

    El flujo de funcionarios se iba reduciendo y Mark-Alem se esforzaba

    en vano por reconocer alguna de las caras que haba visto en Seleccin.

    Hubo de preguntar dos veces antes de encontrar su oficina. Entr con paso

    cauteloso, tratando de pasar inadvertido. En torno se extingua un ltimo

    murmullo de sillas arrastrndose. Casi todos haban tomado ya asiento tras

    las largas mesas. Caminando de puntillas se acerc a su puesto, movi la

    silla con precaucin y se sent. Permaneci inmvil unos instantes, despus

    baj la vista sobre el legajo y ley: "Tres zorros blancos en el minarete de la

    mezquita de la subprefectura...", pero al momento volvi a alzar la cabeza,

    creyendo escuchar una seal extraa, debilsima, casi llorosa, semejante a

    un pedido de auxilio o a un simple sollozo, llamndolo desde lejos. Qu

    es? Qu es?, se pregunt y este interrogante inund todo su ser. Sin que

    pudiera explicarse la causa, sus ojos fueron a parar a los grandes ventanales,

    cuya existencia descubra en ese preciso momento. Al otro lado de los

    cristales, como un ser conocido pero ahora extraordinariamente lejano,

    distingui la lluvia salpicada de copos de nieve. stos se arremolinaban

    atolondrados en el seno de la maana igualmente lejana, cual si

    pertenecieran a otra vida, de la que quiz le habra sido enviada aquella

    ltima seal.

    Con un vago sentimiento de culpa apart los ojos de all e inclin la

    cabeza sobre los papeles, pero antes de reemprender la lectura suspir

  • profundamente: Oh, Santo Dios!

  • II

    La Seleccin

    Era martes por la tarde. An faltaba una hora para que finalizara la

    jornada. Mark-Alem alz la cabeza del legajo y se restreg los ojos. Llevaba

    una semana trabajando y an no lograba habituarse a la lectura prolongada.

    Su vecino de la derecha se revolvi en su asiento, sin interrumpir la lectura.

    Sobre la larga mesa se oa regularmente el murmullo de las hojas al pasar.

    Nadie tena la cabeza levantada.

    Transcurra el mes de noviembre. Los expedientes se tornaban cada

    vez ms gruesos. Era el perodo habitual de incremento en el flujo de

    sueos. sta era una de las principales cosas que haba aprendido en el curso

    de la primera semana de trabajo. Siempre se tenan sueos y los sueos

    siempre eran enviados y as sera por los siglos de los siglos. Sin embargo

    haba perodos en que aumentaba su nmero, como tambin los haba en que

    disminua. La actual era una fase de afluencia. Llegaban por decenas de

    miles desde todos los rincones del Imperio. Y as seguiran hasta el fin del

    ao. Los cartapacios se hincharan e hincharan sin cesar a medida que arre-

    ciara el fro. Despus, pasado el Ao Nuevo, se producira un cierto reflujo

    hasta la primavera.

    Con el rabillo del ojo, Mark-Alem observ una vez ms a su vecino de

    la derecha y despus al de la izquierda. Estaran leyendo en realidad o

    aparentaban hacerlo? Se llev la mano a la sien y baj los ojos sobre el

    papel pero, en lugar de letras no vea ms que moscas, moscas perdidas

    entre la bruma. No, no es posible continuar leyendo, se dijo. Todos los que

    mantenan las cabezas bajas sobre los cartapacios ya no lean, sin duda

    alguna slo lo simulaban. Era verdaderamente un trabajo infernal...

    Con la cabeza apoyada en la palma de la mano se puso a recordar

    cuanto haba escuchado aquella semana de labios de los viejos trabajadores

    de Seleccin acerca de los flujos y reflujos de los sueos, sobre su

  • incremento y disminucin a merced del paso de las estaciones, la intensidad

    de las precipitaciones, la temperatura, la humedad o la sequedad del aire.

    Los veteranos de Seleccin conocan bien el tema. Saban del influjo de la

    nieve, los vientos o los rayos en el incremento de los sueos, lo mismo que

    conocan el de los temblores de tierra, las fases de la luna o la aparicin de

    los cometas. En Interpretacin habra sin duda prestigiosos maestros

    descifrando los sueos, verdaderos sabios que, ante visiones donde el ojo

    ordinario no perciba ms que juegos locos del cerebro, saban extraer

    sentidos secretos y sorprendentes. Sin embargo, en ningn otro

    departamento del Tabir Saray poda encontrarse a viejos zorros como los

    veteranos de Seleccin, capaces de prever la abundancia o la escasez de sue-

    os con la misma sencillez con que los ancianos anticipan los cambios de

    clima a partir de sus dolores reumticos.

    De pronto, Mark-Alem record al hombre que haba conocido el

    primer da. Dnde estara? Durante varios das, en el descanso de la

    maana, lo haba buscado con la mirada entre la multitud de empleados, sin

    lograr localizarlo en parte alguna. Quiz est enfermo, se dijo. O puede que

    haya marchado de servicio a alguna provincia lejana. Hasta era posible que

    fuera uno de los inspectores del Tabir, que pasaban la mayor parte del

    tiempo recorriendo el Imperio de un extremo a otro, quiz fuera un simple

    correo.

    Trat de imaginar los miles de secciones del Tabir Saray, dispersas

    por la infinita extensin del Estado, cuyas humildes edificaciones, a veces

    en forma de barracas, albergaban a dos o tres empleados aun ms humildes,

    verdaderos infelices, miserablemente pagados, que se postraban hasta dar

    con el rostro en tierra en presencia del ms insignificante correo del Tabir,

    cuando ste acuda en busca de los sueos recolectados, y se tornaban

    serviles y balbucientes ante l por la nica razn de que proceda del Centro.

    En los confines ms ignorados, en las maanas de lluvia y barro, los

    pobladores de las subprefecturas se encaminaban, en ocasiones antes del

    alba, hacia aquellas tristes construcciones con el fin de dar cuenta de sus

    sueos. Sin molestarse siquiera en llamar a la puerta gritaban desde el exte-

    rior: "Haxhi!, tienes abierto?"

    La mayora no saba escribir, por eso acudan tan temprano, antes

    incluso de pasar por la taberna, para que no se les olvidara el sueo. Y lo

    describan de viva voz mientras el copista, con los ojos soolientos,

    maldiciendo aquel sueo y a su autor, transcriba sobre el papel lo que iba

    escuchando. Ah, ojal esta vez tengamos suerte, susurraban algunos al final

    de su relato. Llevaba largos aos circulando la leyenda de un hombre

  • miserable, vecino de una sub-prefectura ignorada, que por medio de un

    sueo haba salvado al Estado de una terrible catstrofe y, como

    recompensa, haba sido requerido a la capital por el Soberano, quien

    permitindole entrar en Palacio le haba dicho: "Elige entre mis tesoros lo

    que desees, y a la que prefieras como esposa de entre mis nietas, etc." Vaya,

    ojal que..., susurraba el hombre y se alejaba por el camino lleno de barro,

    sin duda hacia la taberna, mientras el copista lo segua con mirada burlona

    y, antes de que el otro hubiera llegado a la curva del camino, anotaba sobre

    la hoja: nulo.

    A pesar de la consigna terminante de no dejarse guiar por los

    prejuicios o las consideraciones personales en la evaluacin de los sueos,

    precisamente con esos criterios los funcionarios de los pequeos centros

    llevaban a cabo la primera purga del material. Conocan bien a los

    habitantes de su subprefectura y, sin que hubiera acabado de trasponer el

    umbral, saban si la persona en cuestin era glotona, borrachina o mentirosa;

    o si la atormentaba una lcera. Esto haba dado lugar a frecuentes proble-

    mas, hasta el extremo de que pocos aos atrs se haba llegado a adoptar la

    decisin de quitar a las secciones la atribucin de realizar esta primera

    purga. No obstante, la cantidad de sueos que llegaban directamente a

    Seleccin se increment de forma tan monstruosa que la disposicin fue

    derogada y, a pesar de los inconvenientes a que poda dar lugar la

    expurgacin por las secciones, sta fue adoptada como la nica solucin al

    problema.

    Mas los autores de los sueos no saban nada de esto. Acudan una y

    otra vez a preguntar desde la puerta: "Eh, Haxhi, hay alguna respuesta

    sobre ese sueo mo?". "No, an no hay ninguna respuesta", responda

    Haxhi. "Pero qu impaciente eres. Abdyl Kadir. El Imperio es grande y la

    administracin central, aunque trabaja da y noche, no puede examinar con

    tanta rapidez la multitud de sueos que se le envan." "Vaya, tienes razn",

    responda el interesado, dirigiendo su mirada al horizonte, all donde, a su

    juicio, deba encontrarse el Centro. "Qu vamos a saber nosotros de los

    asuntos del Estado." Y se alejaba sorteando los tocones del camino que

    conduca a la taberna.

    Todo esto se lo haba contado a Mark-Alem un inspector del Tabir con

    quien haba coincidido el da anterior tomando caf. El inspector acababa de

    regresar de una de las provincias asiticas ms apartadas y se dispona a

    partir de nuevo aunque en esta ocasin hacia la zona europea del Estado. A

    Mark-Alem le fascin su relato. Sera posible que aquello tuviera un

    comienzo tan insignificante? Pero el inspector, como si hubiera adivinado su

  • decepcin, se apresur a aclararle que no era en todas partes as, que a veces

    las secciones del Tabir Saray resultaban ser edificaciones imponentes, en

    ciudades formidables de Asia y de Europa, y quienes acudan a entregar all

    sus sueos no eran infelices ignorantes de provincias sino personas

    encumbradas y cultas, provistas de grados, ttulos y diplomas acadmicos,

    de ideas penetrantes y grandes ambiciones. El inspector se extendi un buen

    rato sobre el tema, en tanto que Mark-Alem senta cmo el Tabir Saray se

    restableca en su conciencia en toda su grandeza. El inspector se dispuso

    entonces a referirle ms pormenores de sus viajes, pero la campanilla

    interrumpi su relato y Mark-Alem intentaba ahora completarlo en su

    imaginacin. Pensaba en los pueblos que habitaban la parte oriental del

    Estado y en los que ocupaban la occidental, los pueblos que tenan muchos

    sueos y los que tenan pocos, los pueblos que los contaban de buen grado y

    los que lo hacan slo por la fuerza, como era el caso de los albaneses (a

    causa de su origen albans, Mark-Alem registraba involuntariamente cuanto

    se deca sobre aquel pas). Divagaba acerca de los sueos de los pueblos

    rebelados, de los que acababan de ser vctimas de grandes matanzas, de los

    que atravesaban perodos de insomnio. Estos ltimos en particular

    constituan la fuente de serias inquietudes para el Estado, pues tras la vigilia

    prolongada siempre era de esperar alguna reaccin brusca. De ese modo,

    cuando el Tabir Saray detectaba los primeros signos de insomnio, el Estado

    adoptaba medidas urgentes para anticiparse al mal. Mark-Alem observ

    lleno de asombro a su contertulio cuando ste le mencion el insomnio de

    los pueblos. "Ya s que te sonar sorprendente", le haba dicho, "pero debes

    concebirlo dentro de la lgica de lo relativo. Se considera que un pueblo se

    halla en estado de insomnio cuando su cantidad global de sueo ha

    disminuido de manera considerable, en proporcin a la normal. Y quin

    mejor que el Tabir Saray puede establecer esa proporcin?" "Tienes razn",

    le contest Mark-Alem, "as es en efecto". Record sus noches en vela

    durante el ltimo perodo, pero pronto pens que el insomnio de un

    individuo deba de ser radicalmente distinto del insomnio de todo un pueblo.

    De nuevo se puso a mirar de reojo a derecha e izquierda. Sus

    compaeros parecan enfrascados sin excepcin en sus cartapacios,

    hechizados por ellos, como si ms que papeles escritos fueran braseros

    donde ardiera un carbn cuyo efluvio intoxicara. Quiz tambin yo ir

    cayendo poco a poco prisionero de ese hechizo, pens con pesadumbre, y

    terminar por olvidarme del mundo y de todo.

    Aquella semana, tal como le haba indicado su jefe, haba pasado

    media jornada en cada una de las salas de Seleccin en compaa de un

  • viejo funcionario, a fin de familiarizarse con el mtodo de trabajo y adquirir

    alguna experiencia, y despus de haber recorrido por fin el ciclo completo

    de operaciones, haca ya dos das que estaba de regreso en su mesa, aqulla

    a la que lo condujeran el da mismo de su ingreso.

    Mediante el recorrido de sala en sala, Mark-Alem tom contacto con

    el funcionamiento general de Seleccin. Superado su examen en la Sala de

    las Lentejas, el cmulo de sueos sin valor empaquetado en grandes fardos

    se entregaba al Archivo, mientras los restantes eran clasificados por grupos

    segn la naturaleza de los asuntos con los que guardaban relacin: la

    seguridad del Imperio y del Soberano (complots, traiciones, rebeliones);

    poltica interior (esencialmente la integridad del Imperio); poltica exterior

    (alianzas, guerras); vida civil (grandes robos, abusos, corrupcin); indicios

    de posible Sueo Maestro; diversos.

    La agrupacin de los sueos en divisiones y subdivisiones no era cosa

    fcil. Incluso se haba discutido durante largo tiempo si esta actividad deba

    ser encomendada a Seleccin o si corresponda esencialmente a

    Interpretacin. En realidad se habra dejado en manos de esta ltima si no

    hubiera estado ya tan sobrecargada. Por fin se lleg a una solucin de

    compromiso: verdad es que la clasificacin de los sueos se le adjudicaba a

    Seleccin, mas su dictamen no sera considerado sino preliminar y con mero

    valor indicativo. De ese modo, en la cabecera de cada legajo conteniendo el

    material entregado no se escriba "Sueos relativos a X cuestin" sino

    "Sueos que pueden ser relativos a X cuestin". Adems, aunque Seleccin

    mantena plena responsabilidad para segregar los sueos vlidos de los

    intiles, en lo que atae a su clasificacin no tena ms que responsabilidad

    moral. De manera que, en realidad, el cometido esencial de Seleccin era la

    criba, la purga. sta era su base fundamental, de igual modo que

    Interpretacin era la base del Tabir Saray entero. "Comprendes ahora que

    nosotros controlamos desde aqu las vas de acceso por donde penetra todo

    el material?", le dijo el jefe de su departamento el da en que regres al

    puesto de trabajo inicial. "Probablemente t pensaras al principio que, dado

    que en el proceso de purga se inicia el trabajo de Seleccin y ya que te

    habamos adscrito a l, ste deba ser por lgica el ms irrelevante. Espero

    que ahora hayas entendido que ste es el fundamento mismo de toda la

    actividad y nunca destinamos a l a los principiantes. Si hicimos contigo una

    excepcin es porque t eres uno de nuestros escogidos."

    T eres uno de nuestros escogidos. Mark-Alem se haba repetido

    decenas de veces aquella frase, como si a fuerza de repetirla pudiera

    alcanzar a penetrar su contenido. Pero era de una condicin tal, hermtica

  • por todos sus flancos, enigmtica, pulida como un muro en el que no se

    encuentra punto alguno al que aferrarse para intentar saltarlo...

    Volvi a restregarse los ojos. Quera reemprender la lectura, pero se

    senta incapaz. Las letras le parecan rojizas, como un reflejo de fuego o de

    sangre.

    Haba apartado unos cuarenta sueos que consideraba sin valor. La

    mayora le parecieron inspirados en las preocupaciones cotidianas, mientras

    una parte eran, a su juicio, inventados aunque no estaba bien seguro. Deba

    volver a leerlos? En realidad los haba repasado dos o tres veces uno por

    uno, a pesar de lo cual no alcanzaba a convencerse plenamente. El jefe le

    haba indicado que, cuantas veces albergara alguna duda, deba dejar el

    sueo para el siguiente expurgador, marcndolo con un signo de interroga-

    cin, pero ya haba hecho esa maniobra con gran nmero de ellos. A decir

    verdad haba desestimado muy pocos sueos como inservibles y, si no era

    capaz de decidirse siquiera en relacin con aquellos cuarenta, el jefe tendra

    derecho a pensar que, con tal de no arriesgarse, les pasaba todos los sueos a

    los dems. Ahora bien, l desempeaba asimismo esa funcin y, por tanto,

    su tarea fundamental consista en seleccionar los sueos y no en dejarlos

    para que otros decidieran. En efecto, qu ocurrira si todos los expurga-

    dores, haciendo dejacin de sus responsabilidades, dejaran pasar la mayor

    parte de los sueos a Interpretacin? sta acabara por bloquear la admisin

    o se quejara a la Direccin. Y la Direccin investigara las causas. Ah, qu

    dilema, suspir para s. Bueno, a fin de cuentas, que ocurra lo que tenga que

    ocurrir, pens, y con cierta irritacin, apresuradamente, como si temiera

    arrepentirse, escribi en la cabecera de cuatro o cinco hojas la anotacin:

    "sin valor" y bajo ella su rbrica. Mientras escriba sobre las hojas

    siguientes la misma calificacin senta un gozo vengativo pensando en

    aquellos lerdos desconocidos que, enfermos del vientre o de almorranas, lo

    haban torturado esos dos das con sus sueos descabellados, los cuales,

    quizs, ni siquiera eran productos de sus propias mentes sino que se los

    haban escuchado a otros. Idiotas, asnos, embusteros, los insultaba para sus

    adentros, mientras escriba la frmula condenatoria sobre las hojas

    correspondientes. No obstante, su mano se fue tornando progresivamente

    ms lenta hasta quedar por fin inmvil sobre el papel. Espera un momento,

    se dijo es que te has vuelto loco? No precis ms de un minuto para que su

    excitacin volviera a ceder su lugar a las dudas.

    En verdad no era tan sencillo: por culpa de aquellos estpidos

    desconocidos poda buscarse la ruina. Los funcionarios de todos los

    departamentos sin exceptuar a ninguno, pero, sobre todo, los de Seleccin

  • temblaban ante la sola palabra "verificacin". Haba odo decir que era

    frecuente que el autor de un sueo, enterado de algn acontecimiento real,

    escribiera al Tabir Saray pretendiendo haber profetizado dicho hecho por

    medio de su sueo. Se buscaba entonces el sueo, se lo hallaba por medio

    del nmero de registro que se adjudicaba en Recepcin, se extraa del

    Archivo y, si era tal como su autor deca, se buscaba a los culpables de que

    no hubiera sido tomado en cuenta. Poda ser que los responsables resultaran

    ser los intrpretes, pero tambin podan ser los seleccionadores, por haber

    desestimado el sueo como inservible y en ese caso su falta era considerada

    de mayor gravedad: el error de un intrprete que no logra descifrar con

    acierto la seal era ms disculpable que el del seleccionador incapaz de

    detectar la simple existencia de dicha seal.

    Maldito trabajo, se dijo Mark-Alem, sorprendido por ese arranque de

    rebelda de su conciencia. Despus de todo, al diablo! Escribi "sin valor"

    en una de las hojas, pero ante la siguiente volvi a detenerse. De forma

    maquinal, como no saba qu hacer con aquella hoja que le quedaba entre

    las manos, comenz a releer el texto escrito en ella: "Un terreno abandonado

    al pie de un puente; una especie de solar de sos donde se arrojan las

    basuras. Entre los desperdicios, el polvo, los pedazos de lavabos rotos, un

    pequeo instrumento musical, de aspecto inslito, que sonaba por s solo en

    medio del desamparo, y un toro que, enfurecido al parecer por el sonido del

    instrumento, bramaba a los pies del puente."

    Cosa de artistas, dijo para s Mark-Alem; algn msico resentido que

    se ha quedado sin trabajo. Comenz a escribir "sin valor" en la hoja. Slo

    haba escrito "si...", cuando su mirada resbal sobre los primeros renglones

    que le haban pasado inadvertidos y donde estaba anotado el nombre del

    autor del sueo, la fecha y la profesin. Para su sorpresa, el autor del sueo

    no era msico sino vendedor de verduras en la capital. Qu es lo que me

    sale ahora!, se dijo, sin poder apartar los ojos del papel. Venir un maldito

    mercachifle a confundirme! Y adems era de la capital, por lo que le sera

    fcil quejarse... Borr cuidadosamente lo que haba escrito y agrup el

    sueo con los vlidos. Idiota, murmur una vez ms para s, mirando de

    soslayo por ltima vez la hoja del sueo, como alguien a quien se hace un

    favor inmerecido. Moj la pluma en el tintero y, sin releer su contenido,

    escribi "sin valor" en varias hojas ms. Una vez extinguido su arrebato de

    irritacin recuper la mesura. Le quedaban an ocho sueos, de aquellos

    que en una primera consideracin haba calificado de inservibles. Los

    examin uno por uno con calma y, con excepcin del primero, que apart

    con los vlidos, dej el resto donde estaba. Haba que ser demasiado torpe

  • para no percibir su inspiracin en los conflictos familiares, el estreimiento

    o la continencia sexual forzada.

    La jornada pareca no terminar nunca. Aunque ya le escocan los ojos,

    atrajo varias hojas del cartapacio de los sueos sin revisar y las coloc ante

    s. Tena la impresin de que se fatigaba ms aparentando leer que

    hacindolo de verdad. Escogi las hojas que contenan los textos ms cortos

    y, sin prestar atencin alguna a su remitente, ley uno de ellos: "Un gato

    negro con la luna entre los dientes corra perseguido por la multitud,

    dejando en su huida el rastro sangriento del cuerpo celeste desgarrado".

    Vaya, ste s era un sueo del que mereca la pena ocuparse. Antes de

    incluirlo entre los vlidos, lo ley una vez ms. Era verdaderamente un

    sueo serio, cuyo anlisis sera gratificante. Pens que, fuera como fuera, el

    trabajo de los intrpretes, aun siendo en extremo difcil y delicado, estaba

    lleno de inters, sobre todo tratndose de sueos como aqul. l mismo, a

    pesar del cansancio, sinti cmo creca su deseo de interpretarlo. Incluso no

    le pareci demasiado arduo. A partir del hecho de que la luna es el smbolo

    del Estado y de la religin, el gato negro no poda representar sino una

    fuerza hostil que actuaba en su contra. Un sueo as tiene todas las

    probabilidades de ser declarado Sueo Maestro, pens. Se fij en el

    remitente. Proceda de una lejana ciudad del extremo europeo del Imperio.

    Es de donde llegaban los sueos ms hermosos. Lo ley por tercera vez y le

    pareci an ms atrayente y significativo. Un aspecto que le pareca en

    particular interesante era la presencia de aquella multitud, la cual lograra

    desde luego dar alcance al gato negro y le arrebatara la luna de las fauces.

    Sin lugar a dudas, algn da terminar por ser un Sueo Maestro, se dijo y

    contempl con una sonrisa la hoja de papel corriente en que estaba escrito el

    sueo, como quien mira a una muchacha por el momento vulgar, pero a

    quien aguarda un destino de princesa.

    Era curioso que experimentara alivio. Pens leer an dos o tres hojas

    ms, pero desisti para no borrar la placentera impresin que le haba

    proporcionado el sueo de la luna. Volvi la cabeza hacia las grandes

    cristaleras, tras las cuales estaba cayendo el crepsculo. Ya no deseaba

    ocuparse de nada ms. Su nica aspiracin consista en que finalizara pronto

    la jornada. Aunque la luz se debilitaba rpidamente, las cabezas de los fun-

    cionarios continuaban inclinadas sobre los cartapacios. Estaba casi

    convencido de que, aun cuando cayera la noche y con ella las tinieblas

    eternas, aquellas cabezas no se alzaran jams de all, sin antes or el sonido

    de la campanilla anunciando el final del trabajo.

    Al cabo termin por sonar. Mark-Alem recogi con presteza los

  • papeles. En torno se escuchaba el ruido de los cajones que se abran para

    guardar en su interior los legajos. Cerr el suyo con llave y, aunque fue uno

    de los primeros en abandonar la sala, todava precis un cuarto de hora para

    llegar al exterior.

    En la calle haca fro. Despus de atravesar los accesos en grandes

    grupos, los funcionarios se dispersaban en distintas direcciones. En la acera

    de enfrente, como todas las tardes, una multitud de mirones observaba la

    salida de los funcionarios del Palacio de los Sueos. Entre las grandes insti-

    tuciones estatales, incluyendo al Palacio del Seyhul-Islam y las oficinas del

    Gran Visir, el Tabir Saray era el nico que despertaba la curiosidad de la

    gente hasta el punto de que cientos de transentes se detenan a diario a

    esperar la salida de los empleados. En silencio, con las solapas alzadas para

    defenderse del fro, la gente observaba a los misteriosos funcionarios que

    tenan en sus manos el cometido ms enigmtico del Estado; los con-

    templaban con ojos perplejos como si intentaran descubrir en sus rostros las

    huellas de los sueos que se esforzaban en descifrar y no abandonaban su

    puesto hasta que las pesadas puertas del gran Palacio se cerraban chirriantes.

    Mark-Alem apret el paso. Las farolas de las calles an no

    alumbraban, pero sin duda lo haran antes de que llegara a la calle donde

    viva. Desde que haba empezado a trabajar en el Tabir Saray, las calles sin

    iluminar le producan cierto desasosiego.

    Las calles estaban llenas de gente. De cuando en cuando pasaban

    carruajes con las ventanillas cubiertas por cortinas. El pensamiento de que

    en ellas viajaban sin duda hermosas cortesanas que se dirigan a citas

    secretas le arranc un suspiro.

    Al llegar a su calle los faroles estaban efectivamente encendidos. Era

    una calle tranquila, residencial, una parte de cuyas construcciones estaba

    rodeada de pesadas verjas de hierro forjado. Los asadores de castaas se

    disponan a marcharse. Algunos haban metido ya en los sacos las castaas,

    los cucuruchos de papel y el carbn, y esperaban al parecer que los braseros

    de hojalata agujereada se enfriaran un poco ms. El polica de la calle lo

    salud con respeto. Su vecino, el oficial retirado Be bey, borracho como

    una cuba, sala del caf de la esquina en compaa de dos amigos. Al ver a

    Mark-Alem le murmur unas palabras. Cuando se cruzaron sinti sus ojos

    clavados en l con curiosidad temerosa. Apret el paso. Desde lejos

    comprob que haba luz en las dos plantas de su casa. Habr invitados, se

    dijo, y no pudo evitar un estremecimiento. Al acercarse un poco ms, vio

    junto a la puerta un carruaje ostentando el emblema de los Qyprilli, la Q

    tallada en las dos portezuelas de madera. Y, en lugar de tranquilizarlo, lo

  • inquiet todava ms.

    Le abri la puerta la vieja sirvienta de la casa, Loke.

    Qu hay? le pregunt Mark-Alem, sealando con la cabeza hacia las ventanas iluminadas del primer piso.

    Han venido tus tos. Es que ha sucedido algo? No, nada. Han venido de visita. Respir aliviado. Qu me est pasando?, pens mientras caminaba a

    travs del patio hacia la puerta interior. Siempre le haba inquietado

    encontrar su casa con todas las luces encendidas cuando regresaba tarde,

    pero nunca se asust tanto como aquella noche. Debe de ser por el nuevo

    trabajo...

    Han venido a verte esta tarde dos amigos tuyos le deca Loke caminando tras l.