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Sumario

1 Carlos Altamirano, Pierre Bourdieu, maître-à-penser

5 David Oubiña, Serge Daney: el cine continuo

11 Santiago Palavecino, Barthes y el cine. Reseñaparcial de La Torre Eiffel

16 Beatriz Sarlo, De nuevo y quizás por última vez,sobre Sebald

20 Ana Porrúa, Notas sobre la poesía argentinareciente y sus antologías

26 Sergio Chejfec, Sísifo en Buenos Aires(con textos de Daniela Soldano y César Aira)

Sociedad, estado, nación, democracia:la cuestión argentina

32 Hugo Vezzetti, Escenas de la crisis

37 Ricardo Sidicaro, Las desintegracionesinstitucionales argentinas y sus consecuenciassociales.

41 Hilda Sabato, ¿Democracia en agonía?

Revista de culturaAño XXV • Número 72

Buenos Aires, Abril de 2002ISSN 0326-3061 / RNPI 159207

Consejo de dirección:Carlos AltamiranoJosé Aricó (1931-1991)Adrián GorelikMaría Teresa GramuglioHilda SabatoBeatriz SarloHugo Vezzetti

Consejo asesor:Raúl BeceyroJorge DottiRafael FilippelliFederico MonjeauOscar Terán

Directora:Beatriz Sarlo

Diseño:Estudio Vesc y Josefina Darriba

Difusión y representación comercial:Darío Brenman

Distribución: Siglo XXI Argentina

Composición, armado e impresión:Nuevo Offset, Viel 1444, Buenos Aires.

SuscripcionesExterior: 60 U$S (seis números)Argentina: 24 $ (tres números)

Punto de Vista recibe toda sucorrespondencia, giros y cheques anombre de Beatriz Sarlo, Casilla deCorreo 39, Sucursal 49, BuenosAires, Argentina.

Teléfono: 4381-7229Internet: BazarAmericano.comE-mail: [email protected]

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Las ilustraciones de este númeroson obras de Norma Santoandré(Buenos Aires, 1947)

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Muchos aprendimos a pensar los pro-blemas de una sociología de la litera-tura en la obra de Pierre Bourdieu. Lasperspectivas que ella abría implicabanuna ruptura con lo que resultaba fami-liar hasta entonces, y no era necesarioquedar convencido de cada una de susafirmaciones, de sus ejemplos, de susanálisis, para extraer de la lectura desus textos, lectura laboriosa y muchasveces irritante, una nueva y más com-

Pierre Bourdieu, maître-à-penser

Carlos Altamirano

Uno de esos humanos raros, que regalan a sus lectores y a sus discípuloslentes mágicos con los cuales mirar el mundo, la sociedad, los individuos,las motivaciones...

Marco D’Eramo

pleja percepción de la literatura comoinstitución del mundo social. Contá-bamos, ciertamente, con los trabajosde Lucien Goldmann, de Arnold Hau-ser, de Theodor W. Adorno y, por su-puesto, con los de quien de un modou otro estaba en el comienzo de todosellos: Georg Lukács. Pero la obra deBourdieu no sólo ofrecía tesis, con-cepciones generales y estudios parti-culares, sino también preguntas e ins-

trumentos que incitaban a hacer la ex-periencia de la investigación.

¿Qué lecciones podía uno sacar desus escritos? La primera era que unasociología de la creación literaria no po-día no ser, simultáneamente, una socio-logía de las élites culturales y ésta sólopodía edificarse si se colocaba en el cen-tro, como foco de observación y de aná-lisis, ese microcosmos propio de las éli-tes culturales, lo que Bourdieu llamabael campo intelectual, que a veces desa-gregaba en diferentes subconjuntos(campo literario, campo científico, cam-po artístico...). La lección aparecía yaen “Campo intelectual y proyecto crea-dor”, que inició en 1966 lo que había deser un programa de investigación cuyosresultados recogería en Las reglas delarte. Génesis y estructura del campo li-terario (1992). Había que cambiar la pre-gunta de qué es un escritor, decía, poresta otra: ¿cómo se llega a ser escritorno genéricamente en esta sociedad o enesta época, sino específicamente en este“estado” del campo literario? A los ojosde Bourdieu, sólo se haría sociologíamecanicista, por refinado que fuera elanálisis de una obra individualmenteconsiderada, si se buscaba ponerla enrelación con la sociedad en general ocon la clase de la que supuestamenteemana, olvidando ese microcosmos, elcampo intelectual, que posee sus pro-pias tradiciones, sus propias institucio-nes y sus reglas de reclutamiento, suspropios debates, sus autoridades y susformas de reconocimiento, en fin, unahistoria incorporada a su funciona-miento.

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Asociada con ésta, iba otra lección:la de sospechar de la representaciónque los escritores y, en general, losintelectuales tienen de sí mismos. Sise observa el conjunto de lo que escri-bió sobre las élites culturales a lo lar-go de las décadas de 1970 y 1980, severá que uno de sus temas críticos re-currentes es lo que entendía como ide-ología carismática del artista y del tra-bajo artístico. Ideología corriente nosólo entre los escritores y los artistas,sino también entre quienes se ocupande su obra, es decir, los críticos dedi-cados a consagrarlos, incluso muchoscríticos de orientación sociológica, ellaconvierte en cualidad innata del crea-dor lo que son disposiciones y destre-zas socialmente adquiridas. Los hom-bres de la cultura, dirá en esa breveobra maestra que es la clase inauguralque pronunció en 1982, al asumir lacátedra de sociología en el Collège deFrance, “deben sus goces más purossólo a la amnesia de la génesis que lespermite vivir su cultura como un donde la naturaleza”. A esa hermenéuticade la sospecha no escapaban los dife-rentes modos en que los intelectualescultivan su diferencia respecto de losotros —las formas de la excelencia dis-tinguida—, ni los discursos opuestosacerca de lo que un intelectual debeser, discursos de legitimación cuyocombate debía ser objeto del análisissociológico.

Tampoco los sociólogos estabanfuera de juego, como si fueran obser-vadores soberanos, de acuerdo con laactitud regia y legisladora que Bour-dieu detectaba entre los intelectuales.Las proposiciones de la sociología,sostendrá en la lección inaugural yacitada, deben aplicarse a sus practi-cantes, que tienen en la sociología dela sociología uno de sus instrumentosindispensables. “Así, el sociólogo sur-gido de lo que se suele llamar el pue-blo y que ha llegado a lo que se llamaélite sólo puede alcanzar la lucidez es-pecial asociada con el extrañamientosocial denunciando la representaciónpopulista del pueblo que no engañamás que a sus autores, y la represen-tación elitista de las élites, hecha pre-cisamente para engañar tanto a los quepertenecen a ella como a los que estánexcluidos.”

El carácter abierto y múltiple de laobra sociológica de Bourdieu no esajeno a la atracción que ejerció tantodentro como fuera de Francia y, porcierto, el campo de la literatura repre-senta sólo una sección de ese vastoconjunto. Estudiante de origen modes-to, que había alcanzado en 1955 laagrégation de filosofía en la célebreÉcole Normale, Bourdieu tomó a fi-nes de esa década la ruta de las cien-cias humanas, una elección que no esposible desconectar del prestigio deque éstas comenzaban a disfrutar poresos años, un prestigio que el augeintelectual del estructuralismo no ha-ría más que consagrar. La ocasión pa-ra sus primeros trabajos, emprendidosen el terreno de la etnografía y la so-ciología, la ofreció su estadía en Ar-gelia, en cumplimiento del servicio mi-litar (1958-1960). Sólo uno de ellos,escrito en colaboración con Abdelma-lek Sayad, fue vertido al castellano,con el título de Argelia entra en lahistoria, 1965, traducción inofensivade un título más elocuente: Le déraci-nement. La crise de l’agriculture tra-ditionnelle en Algérie. Pero no fueronesos estudios primeros los que dieronresonancia a su obra, sino los que si-guieron: los análisis sociológicos delsistema escolar —Los estudiantes y lacultura (1964) y La reproducción(1970), que escribió con Jean-ClaudePasseron, son los más conocidos detodos—, de los museos, de la fotogra-fía, del gusto y los estilos de vida —Ladistinción, 1979—, del campo cientí-fico, de la universidad —Homo aca-demicus, 1984.

Todos estos títulos y temas, queson apenas indicativos, remiten a lasociología de la cultura y, en efecto,el análisis de las prácticas simbólicasse halla en el centro de la obra socio-lógica de Bourdieu. Ésta remató, sinembargo, en un libro colectivo singu-lar, La miseria del mundo (1993), queguarda una complicidad subterráneacon sus primeros trabajos. Mientras enéstos había mostrado los efectos delcolonialismo sobre la sociedad argeli-na tradicional, en La miseria del mun-do hará ver las coerciones despiada-das del orden neoliberal a través delrelato de personas que son, aun sinsaberlo, sus víctimas. Este libro a mu-

chas voces dirigido por Bourdieu,quien contó con la colaboración de va-rios de sus discípulos (Patrick Cham-pagne, Louis Pinto, Loïc Wacquant,entre otros), no es únicamente un li-bro sobre el sufrimiento social, sinotambién un libro de experimentaciónsobre el conocimiento social, en quela entrevista se reúne con la reflexiónsobre la entrevista y el entrevistador,es decir sobre la posición del sujetoque conoce. La novedad de La mise-ria del mundo no es de orden metodo-lógico ni conceptual, como señalabaAlejandro Blanco en una aguda notaescrita hace dos años en esta mismarevista. La innovación, observó en eseartículo, radica “en la estructura mis-ma del libro, en la puesta en formadel material y en el modo en que Bour-dieu problematiza el acto mismo queestá detrás del testimonio, de ‘dar lapalabra al otro’, y que pone en juegouna interrogación sobre el lugar delsujeto de la ciencia misma”.

La vigilancia epistemológica, seadel lenguaje teórico, sea de la cues-tión de los métodos y las técnicas deinvestigación, constituía un tema casiobsesivo de Bourdieu. No era otro elmotivo central de El oficio de soció-logo (1968), escrito en colaboracióncon Jean-Claude Chamboredon y Jean-Claude Passeron, donde se desarrolla-ban ya todas las posiciones epistemo-lógicas que en sus términos básicosBourdieu defenderá a lo largo de sucarrera. Esas posiciones llevan la mar-ca de los años en que maduró su vi-sión de las ciencias sociales. Por ejem-plo, su adhesión a la concepcióndiscontinuista del conocimiento cientí-fico, tributaria de la filosofía de Gas-ton Bachelard y George Canguilhem,y que, trasladada al terreno de la so-ciología, significaba que ésta sólo po-día constituirse como ciencia rompien-do con la “sociología espontánea”, esdecir, con las representaciones que losactores se hacen del mundo social yde sí mismos. A la misma orienta-ción respondía otro de sus principios,el de que el hecho científico no seextrae de la realidad sino que es pro-ducido por las operaciones de la cien-cia. A manera de consigna, El oficiode sociólogo hacía suya la fórmula deFerdinand de Saussure: “El punto de

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vista crea el objeto”. El enemigo teó-rico, al menos el principal, era el em-pirismo.

Según Marcel Gauchet las cienciassociales en Francia estuvieron domi-nadas, entre 1950 y 1975, por un pa-radigma, al que denomina “paradigmacrítico”. Éste ensamblaba una disci-plina modelo, la lingüística, dos disci-plinas reinas, la sociología y la etno-logía, y dos doctrinas de referencia, elmarxismo y el psicoanálisis. La obrade Bourdieu pertenece, sin dudas, aeste cuadro, al que corresponde tam-bién la hermenéutica de la sospecha ylas estrategias de análisis como deve-lamiento. Pero él exploró las posibili-dades y los límites de ese paradigmacon una productividad que acaso sólola obra de Michel Foucault, más bri-llante literariamente, pueda igualar.

La sociología es un deporte decombate fue el título afortunado de undocumental destinado a presentarlo enacción. El estilo de Bourdieu, aun elde las entrevistas, es siempre polémi-co, como si sólo pudiera desarrollarsus propias tesis en forma de antítesis.Y, siguiendo con la analogía del de-porte, pegaba con las dos manos. Enefecto, siempre definía su postura encontraposición a lo que considerabaantinomias ficticias, construidas sobreorientaciones igualmente descamina-das. Por ejemplo, la necesaria críticadel empirismo no debía alimentar elerror opuesto, el del teoricismo dequienes se niegan a ensuciarse las ma-nos en la investigación empírica; ni sepodía combatir el objetivismo queamenaza a las ciencias del mundo so-cial (la sociología como física social)

con el subjetivismo, sesgo que Bour-dieu detectaba en las corrientes de ins-piración fenomenológica, y así suce-sivamente. Muchas veces producía laimpresión de que planteaba esas lidiascontra las falsas antinomias de un mo-do que le permitía alcanzar las ganan-cias teóricas de las dos posiciones cri-ticadas, sin cargar con sus pérdidas.Sus combates no se reducían, por otraparte, al ajuste de cuentas con orien-taciones teóricas —objeto de sus po-lémicas eran igualmente posiciones enel campo intelectual—. Lo que llama-ba doxa “chic” o docta, que es la delos intelectuales, era uno de sus temasfavoritos.

A Bourdieu se le podría aplicar lateoría que construyó del campo inte-lectual, que definía como un espaciode lucha entre posiciones —algunasdominantes, otras dominadas— don-de están en juego intereses específi-cos, esto es, irreductibles a intereseseconómicos o políticos. Aquello porlo que se combate es el centro, el lu-gar de la legitimidad intelectual, y ven-cer es conquistar el centro o bien cam-biar su ubicación y dejar en la perife-ria a quienes estaban en posesión dela palabra intelectualmente autoriza-da. Con la clave de este esquema pue-den interpretarse los duelos constan-tes de este agrégé de filosofía contrala autoridad de quienes ocupaban elcentro del saber universitario en Fran-cia, los filósofos. “Me sucede efecti-vamente atacar a los filósofos, porqueespero mucho de la filosofía”, decíaen una entrevista de 1983. ¿Qué lescuestionaba? Su ambición hegemóni-ca, que se sostenía o bien en la afir-mación de la autonomía absoluta delpensamiento, desligado de las depen-dencias del mundo social, o bien en lapretensión de ofrecer el fundamentoúltimo a los conocimientos del mundoque proporcionaban las ciencias. Laestrategia polémica de Bourdieu fren-te a los filósofos, mejor dicho frente aquienes percibía en posición dominan-te dentro del campo filosófico, con-sistía en volver contra ellos las armasplebeyas de las ciencias sociales pararecordarles que el filósofo, inclinadoa pensarse inclasificable, sin lugar, sehalla, como todo el mundo, compren-dido en el espacio que pretende com-

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prender. Y, en un movimiento típicode inversión de las jerarquías entre lasdisciplinas, ofrecía los recursos de lareducción sociológica para liberar desus cegueras a los filósofos y al dis-curso filosófico. “Creo, dirá en Médi-tations pascaliennes, que la duda ra-dical que implica recordar las condi-ciones sociales de la actividadfilosófica, sobre todo por la libertadque puede asegurar respecto de lasconveniencias, las convenciones y losconformismos de un universo filosó-fico que tiene también su sentido co-mún, podría permitir quebrar el siste-ma de defensa que la tradición filosó-fica edificó contra la toma deconciencia de la ilusión escolástica...”

¿Qué representaba Jean-Paul Sar-tre, encarnación del “intelectual total”,según la denominación que acuñaríaen ocasión de la muerte del autor deEl ser y la nada, sino esa voluntadomnívora y fundante que atribuía a losfilósofos a la francesa? Pero éstos nofueron los únicos en atraer los golpesde Bourdieu, y sus críticos señalarían,no sin razón, que lo animaba una vo-cación hegemónica equivalente a laque atribuía a los filósofos: en sus for-mulaciones y por el poder de diluci-dación que le otorgaba en todos losdominios, la sociología aparecerá ca-da vez menos en la condición de unadisciplina capaz de ofrecer una pers-pectiva sobre el mundo social, paraasumir el rango del saber esencial, seapara las cuestiones estéticas o las deorden político.

Al ser elegido para ocupar la cáte-dra de sociología en el Collège deFrance en 1981, Bourdieu alcanzó ellugar de máxima consagración acadé-mica en su país. Para entonces no só-lo era enorme e intelectualmente in-fluyente lo que había escrito, indivi-dualmente o en colaboración, sino quetambién lo era su labor de editor. Des-de 1964 dirigía para la editorial Mi-nuit la colección “Le sens commun”,cuyos títulos dejarían ver la amplitudde sus intereses, desde la lingüística ala filosofía y la teoría literaria, ade-más, por supuesto, de la etnología y lasociología. Pero su acción editorialmás notable sería Actes de la recher-che en sciences sociales, que comen-zó a publicar bajo su dirección en 1975

y que había de convertirse en una delas grandes revistas de ciencias socia-les, no sólo en Francia. Tanto en lacolección “Le sens commun” como enlas Actes... podía comprobarse no só-lo el espíritu anticonvencional e inno-vador que Bourdieu introducía en elámbito de la sociología, sino tambiénsu política de alianzas. Un ejemplo loofrece la traducción del libro de Ri-chard Hoggart, The Uses of Literacy,en su colección de Minuit, o la publi-cación de trabajos de E. P. Thompsony Raymond Williams, en las Actes...,operaciones que reclasificaban a estosautores tenidos por empiristas en supaís de origen y hacía de ellos inter-locutores-aliados de la empresa inte-lectual de Bourdieu.

A lo largo de la década de 1980, elparadigma crítico del que había hechoun empleo tan productivo perdió su po-sición central (en 1984 moriría MichelFoucault, el otro gran lugarteniente deese paradigma). Ningún modelo gene-ral se emplazó en lugar del que habíadominado durante las décadas anterio-res y lo que siguió fue más bien otrohumor ideológico, más ecléctico. En-tonces, siempre a contracorriente, cuan-do parecía haber concentrado en susmanos todos los poderes del mandarínintelectual, Bourdieu le dio un giro asu participación en el espacio públicoa partir de la década de 1990. Lanzóun llamado a dar vida a una encarna-ción internacional del poder crítico delos intelectuales, un “corporatismo delo universal”. “Me dirijo —escribió enun lenguaje que recuerda el tono y elcontenido del magisterio moral— a to-dos aquellos que no conciben la cultu-ra como patrimonio, cultura muerta ala que se rinde el culto obligado de unapiedad ritual, ni como instrumento dedominación y de distinción, la culturaconsiderada como bastión y Bastilla,que se opone a los Bárbaros de adentroy de afuera, a menudo los mismos, hoy,para los nuevos defensores de Occi-dente, sino la cultura como instrumen-to de libertad que supone la libertad,como modus operandi que permite lasuperación permanente del opus ope-ratum, de la cultura cosa, y cerrada”(Las reglas del arte. Génesis y estruc-tura del campo literario, “Post-scrip-tum”). Lo que amenazaba la autono-

mía de la cultura y la creación culturalno era, como en el pasado, el autori-tarismo político o las censuras del po-der religioso, sino el mercado y el po-der económico. Poco a poco multipli-cará las iniciativas y las formas de sucompromiso público, asumiendo una fi-gura, la del intelectual dispuesto a lu-char por sus ideas y ponerse del ladodel movimiento social, figura que has-ta ese momento había sido sólo objetode su hermenéutica de la sospecha. Otrarevista, Liber, y varios panfletos, con-cebidos con el criterio de que su escri-tura fuera accesible para el lector pro-fano, surgirán de ese nuevo combateen que los instrumentos de la razón so-ciológica se ponían al servicio de lacrítica de la ideología del mercado glo-bal, los intelectuales mediáticos y loque llamaba concepción periodística delmundo. Esta lucha le ganaría nuevosadversarios, pero también nuevos einesperados simpatizantes.

Dentro y fuera de Francia, la gravita-ción de Bourdieu fue inmensa, equiva-lente a la de Foucault o Derrida, y se-guramente mayor que la de cualquierotro sociólogo francés desde Durkheim.También en América Latina su obraestimuló estudios importantes en el te-rreno de la sociología de la cultura, en-tre ellos varios trabajos de Néstor Gar-cía Canclini, quien escribió una exce-lente introducción a su obra en PierreBourdieu, Sociología y cultura (1990);el libro de José Joaquín Brunner y An-gel Flisfisch, Los intelectuales y las ins-tituciones de la cultura (1983); el en-sayo de Silvia Sigal, Intelectuales y po-der en la década del sesenta (1991) y,por supuesto, la larga serie de investi-gaciones que el sociólogo brasileño Ser-gio Miceli consagró al análisis de lasélites culturales en el Brasil, reunidosrecientemente en el volumen Intelec-tuais a la brasileira (2001). En fin, ladeuda con los lentes que Bourdieu en-tregaba a sus lectores aparece tambiénen algunos de los trabajos que escribíen colaboración con Beatriz Sarlo haceya muchos años.

Pierre Bourdieu murió el 25 deenero de este año. Con su desapari-ción no sólo Francia ha perdido a unode los últimos maîtres-à-penser, esaespecie en extinción.

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IEn el prólogo a La Rampe, su primerarecopilación de ensayos1, Serge Da-ney recuerda la experiencia del cineen su infancia. Ir al cine implicaba al-ternar el mundo fantástico de los filmscon los números teatrales del entreac-to. A Daney le aterraban esos come-diantes fracasados, los prestidigitado-

1. Con la publicación, en 2001, de La Maisoncinéma et le monde (1. Le temps des Cahiers1962-1981) (París, P.O.L.) ha comenzado laedición de la casi totalidad de lo escrito porSerge Daney (a excepción de las entrevistas,los textos colectivos, anónimos o conseudónimo). Se anuncian cuatro volúmenes, delos cuales La Maison cinéma es el primero, queperiodizan tres tiempos: el de Cahiers, el deLibération (1981-1991) y el de Trafic (1991-1992).2. Serge Daney, Perseverancia, El Amante,Buenos Aires, 1998, p. 26.3. Serge Daney, L’Exercise a été profitable,Monsieur, P.O.L, París, 1993, p. 33.

Entonces, cuando las luces se apagaban y comenzaban los títulos, yo aban-donaba el hall e ingresaba en el film como si volviera a casa. “En cuantocruzó el puente, los fantasmas vinieron a su encuentro”, uno de los inter-títulos de Nosferatu se convirtió, por lo tanto, en mi frase fetiche. ¿Cómono amar a esos fantasmas de un cine continuo, lejos de la crueldad delteatro social bajo las luces del intervalo?

Serge Daney

Serge Daney: el cine continuo

David Oubiña

res baratos y los cantantes patéticosque por un momento invadían el es-cenario. La película era la promesade un mundo más amable, que emer-gía de la oscuridad para dar refugioal pequeño cinéfilo una vez que esosartistas de cotolengo se batían en re-tirada.

Daney cita una frase de Jean-Louis

Schefer: “Las películas que miraronnuestra infancia”.2 Son aquellas quesaben de nosotros porque nos vieroncrecer, las que nos observaron para quepodamos reconocernos en ellas y nosgrabaron en su memoria para que lo-gremos recordarnos. En esas imáge-nes hay fragmentos de nuestra biogra-fía escritos en un código secreto quesólo tiene sentido para nosotros. Unretrato familiar en el que estamos au-sentes pero porque todo allí habla denosotros. “La infancia, decididamen-te. El lamento definitivo por no habersido secuestrado, raptado, por no ha-ber sido (deliciosamente) ‘robado’ porun hombre, un padre —mi padre— ve-nido desde el cine para buscarme (...)La infancia, en este momento, con es-ta Noche del cazador, el film ameri-cano más bello del mundo”.3 Porqueel cine, claro, es la infancia.

Si la infancia de Daney se resistea la típica historia de un niño abando-nado por el padre es porque su madrele ha contado que el hombre interpre-

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tó algunos papeles menores en pelícu-las de entreguerra y, entonces, el niñose pasará la vida buscando al progeni-tor entre los rostros secundarios de vie-jos films, sometido a la amenaza o ala esperanza de verlo retornar, algúndía, desde ese limbo de celuloide. Enla biografía que se da a sí mismo (di-gamos, en la novela familiar del neu-rótico Daney), su nacimiento coincidecon el año de Roma, ciudad abierta,es decir cuando algo de la inocenciadel cine clásico se había perdido irre-mediablemente. Rossellini es el padredel cine moderno, el cine desilusiona-do, pero también el cine que ha cono-cido los campos de concentración, elcine que sabe y que debe hacerse car-go. Del hijo del cine (ciné-fils) al ci-néfilo (cinéphile), Daney encuentra sugenealogía en el cine moderno y sucasa familiar en los Cahiers du ciné-ma. Allí lo espera su escena primaria:Kapo, la película de Gillo Pontecorvosobre los campos de concentración. Enverdad no es el film (que Daney con-fiesa no haber visto nunca) sino unplano del film; y no es una visión sinouna escena de lectura, la crítica queescribió Jacques Rivette para los Ca-hiers en 1961. Ese texto que quedaríagrabado en su memoria se titulaba “Dela abyección”: “Observen, en Kapo,el plano en que Riva se suicida arro-jándose sobre los alambres de púaelectrificados: el hombre que en esemomento decide hacer un travellinghacia adelante para encuadrar el cadá-ver en contrapicado, teniendo el cui-dado de inscribir exactamente la ma-no levantada en un ángulo del encua-dre final, ese hombre merece el másprofundo desprecio”.4

En Cahiers du cinéma, Daneyaprenderá a amar las películas porqueson justas y no porque son bellas. Omás bien: películas que son bellas por-que son justas. Se trata de una cues-tión de forma, sin duda, pero es quehay una moral de los procedimientosy es allí en donde se juega toda laverdad del cine. Pontecorvo es un im-postor porque pretende embellecer unaescena que sólo pide ser atestiguada yKapo es un film abyecto porque sóloprocura la elegancia de un movimien-to de cámara sin evaluar su necesidad,sin pensar responsablemente en la ade-

cuada distancia que debe mantener. SiDaney reconoce en Noche y niebla laforma correcta de abordar el mismotema es porque advierte en Resnaisun pudor y un temor ante el misteriode la muerte que están completamenteausentes en las imágenes de Pontecor-vo. Noche y niebla sabe que eso esirrepresentable, pero también sabe quela única justificación del cine es la em-pecinada decisión de golpearse la ca-beza contra esa imposibilidad. Es evi-dente que el film fracasará en su in-tento, pero es un fracaso luminoso.¿Cómo mostrar aquello que es, por de-finición, inimaginable? Cómo mostrar:para Resnais en eso consiste el pro-blema; Pontecorvo, en cambio, nuncalogra trasladar a sus imágenes la in-dignación ideológica que le producenlos campos de concentración. En esamínima distancia cabe toda la moraldel cine.

Para el huérfano Daney la salva-ción por el cine llegaría de la mano desu familia adoptiva en los Cahiers.5

La cinefilia no es tanto una relacióncon el cine sino una relación con elmundo a través del cine. Cahiers ducinéma es el origen emblemático del“hogar-cine” al que remite el título deesa monumental recopilación de suobra que es La Maison cinéma et lemonde y cuyo primer volumen, Letemps des Cahiers (1962—1981), seha publicado recientemente en Fran-cia.6 En efecto, durante sus años deformación, Daney encuentra en ese ho-gar heredado de Bazin la residenciaprivilegiada de los films que los am-para del mundo y los devuelve seme-jantes a su tiempo. Es lo que escribe,a propósito de We Can’t Go HomeAgain, de Nicholas Ray, poco antesde abandonar la revista. “Un cineastadesintegra y recompone aquello queconstituye la materia misma de su film.La pantalla se puebla de imágenes máspequeñas que vibran, coexisten, semezclan. Los gritos y las confesionesflotan sobre un fondo negro pero estefondo negro es tal vez la sombra deun hogar, con un techo, como el quedibujan los niños. No ya un hogar pa-ra los personajes sino un hogar paralas imágenes ‘que ya no tienen un ho-gar’: el cine. Ya no podemos volver acasa”.7

IIUn libro como La Maison cinéma etle monde —exhaustivo, abrumador,impiadoso— permite asistir a todas lasdudas y las oscilaciones de un pensa-miento que es el de Daney pero tam-bién el de Cahiers en los años quesiguieron al auge de la nouvelle va-gue: el macmahonismo y la fascina-ción por el cine norteamericano deprincipios de los 60; el subsiguienterechazo de la politique des auteurs yel viraje hacia los estudios teóricos yla militancia a finales de la década;los esfuerzos por sintonizar el cine conel contexto cultural francés post 68 (elcóctel de postestructuralismo, marxis-mo, semiótica y psicoanálisis); el re-greso a la cinefilia a fines de los 70;y los análisis del cine como parte deuna galaxia audiovisual a comienzosde los 80.8 Revela aquellos pentimen-tos que los años sucesivos cubrieroncon capas de nuevas elecciones críti-cas: hay allí películas y directores elo-giados que luego cayeron en el olvi-do, pero también ciertas iluminacio-

4. Perseverancia, pp. 21-22.5. Esa misma concepción de la revista comouna familia es la que pone en escena Le Ciné-ma des Cahiers, el film de Edgardo Cozarinskyque repasa la historia de la revista como si setratara de una crónica de varias generaciones,atravesada por mandatos paternos, herencias di-lapidadas, disputas filiales, traiciones y alianzasfraternas. Daney generó ese efecto-familia enlos grupos de colaboradores que nucleó a sualrededor. Sobre la manera en que esas familiasreaccionaron ante su muerte, véase el Numérospécial Serge Daney de Cahiers du cinéma, ju-lio-agosto de 1992, y la mucho más interesanteedición de Trafic nº 37, primavera 2001.6. Serge Daney, La Maison cinéma et le mon-de (1. Le temps des Cahiers 1962-1981), P.O.L,París, 2001.7. La Maison cinéma et le monde I, p. 309.8. Para un estudio detallado de la historia deCahiers du cinéma, véase Antoine de Baecque,Histoire d’une revue, Cahiers du cinéma, París,1996. Hay, también, una antología en inglés encuatro volúmenes, con textos representativos delos Cahiers y estudios introductorios sobre losdiferentes períodos que atravesó la revista: JimHillier (comp.), Cahiers du Cinema: The 1950s,Neo-Realism, Hollywood, New Wave; Jim Hi-llier (comp.), Cahiers du Cinema: 1960-1968:New Wave, New Cinema, Reevaluating Holly-wood; Nick Browne (comp.), Cahiers du Cine-ma, 1969-1972: The Politics of Representation;David Wilson (comp.), Cahiers du Cinema:1973-1978: History, Ideology, Cultural Strug-gle, Harvard University Press / British Film Ins-titute, Londres.

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nes tempranas, ciertas obsesiones quepersistirían a lo largo del tiempo. Esteprimer tomo muestra el pasaje de uncrítico cuyo discurso es producto deCahiers a un crítico que produce eldiscurso de Cahiers. En los años 70,la figura de Daney llegará a ser tanemblemática como la de Bazin en los50.

Los textos de Daney poseen ciertaurgencia, están escritos a velocidad, yson abiertos porque son provisorios.Como las notas de viaje de un pere-grino. Permanentemente testean ideasque, de acuerdo a su productividad,serán abandonadas o elaboradas en es-critos posteriores. Ese carácter gerun-dial le otorga continuidad a su pensa-miento y por eso sus libros puedenleerse como obras unitarias y no co-mo meras recopilaciones. Es que cadapelícula (cualquier película) le sirvepara continuar elaborando una disper-sa teoría cinematográfica. A la mane-ra de ¿Qué es el cine?, de Bazin, tam-bién aquí un grupo de textos circuns-tanciales se organizan para responderpor extensión a la pregunta por el ci-ne. En este sentido, La Maison ciné-ma et le monde puede leerse como unagran comédie humaine de cineastasque fluye a través de digresiones ci-néfilas y cuyos personajes podemosseguir a través de los años: los hayintachables y los hay irrecuperables;hay quienes traicionan un estilo peroa veces se reivindican; están quienesrealizan actos heroicos en nombre delcine y los que cometen crímenes de-leznables de lesa estética; pero final-mente todos deberán enfrentar su des-tino ante la historia del cine.

En esa comédie humaine cinéfilahay, por supuesto, buenos y malos.Daney es provocador, piensa por con-frontación, establece bandos: cineburgués vs. cine resistente, cine ame-ricano vs. cine francés, cine europeovs. cine americano, cine rico vs. cinetercermundista, Alain Tanner vs. Cos-ta Ga-vras, George Cuckor vs. Ni-cholas Ray, Glauber Rocha vs. JorgeSanjinés. Es el abolengo de Cahiers.El crítico conserva la violencia de los“jóvenes turcos” de la década del 50en cuya lectura se formó. Como ellos,a menudo puede ser brutal; pero (co-mo ellos) nunca es deshonesto: la lu-

cidez perentoria en las argumentacio-nes de Rivette, la agresiva eficaciade Truffaut, la erudición de Rohmer,el estilo aforístico de Godard siem-pre atento a las conexiones más im-pensadas y reveladoras. Si en esostextos Daney conocerá la politiquedes auteurs, será en cambio Jean Dou-chet, su mentor, quien le enseñará apermanecer fiel a los autores. Y seráfiel a esa carta magna de Cahiers,que es también la de la nouvelle va-gue, incluso cuando muchos de esoscríticos-cineastas hayan renegado deella. Por eso las películas de Garrelson su mejor punto de apoyo entrelos cineastas surgidos del 68 y poreso, también, Godard será hasta el fi-nal su única referencia obligada.

Pero será fiel a su modo. Bastacomparar la lista de sus diez mejorespelículas del año 1962 en la revistaVisages du cinéma (cuando hacía mé-ritos para ingresar a Cahiers al añosiguiente) con su lista de los films quemarcaron la década del 70 (poco an-tes de abandonar la revista de Bazin)para percibir hasta qué punto Daneyposee la sensibilidad de un sismógra-fo que acusa los cambios en ese terri-torio del cine.9 Estamos muy lejos delcine clásico, dirá; ya no sabríamos có-mo hacerlo, y por eso lo amamos. Sia fines de los 50, el cine clásico ame-ricano aparecía como la salvación delcine francés, a fines de los 70 ya nohay mucho que rescatar en los Esta-dos Unidos. Su voto de fidelidad va aparar a los pocos cineastas (europeos)que todavía resisten al margen deHollywood. Y así como los Cahiersamarillos habían decidido amar el ci-ne americano al revés, según sus pro-pias reglas, Daney reformulará la po-lítica de los autores para darle una nue-va dimensión, en un nuevo contexto ycon mayor solidez teórica.

Porque lo que que ha entendido esque esa intransigencia facciosa, queconstituía el aspecto más seductor dela politique des auteurs, es también sucostado más débil desde el punto devista teórico. En cierto modo, la polí-tica de los autores no hace otra cosaque invertir el canon cinematográfi-co.10 Tal como fue planteada en losaños 50, no constituye una verdaderateoría sino un catálogo de directores

que define inclusiones y exclusiones apartir del gusto personal. Lo cual re-sulta comprensible, ya que lo que in-teresaba a los futuros cineastas de Ca-hiers era diseñar una nueva genealo-gía que justificara las películas queellos mismos filmarían poco después.Años más tarde, Jean-Luc Godard co-mentaría que la expresión política delos autores fue malentendida ya quetodos habían destacado la palabra au-tor, cuando ellos pretendían hacer hin-capié en la palabra política.

Daney dice que la generación dela nouvelle vague rompió con dos ta-búes: que un crítico no puede hacercine y que los cineastas no son bue-nos críticos. Pero esa fórmula no seaplica a su propio caso; nunca fue undirector que escribía crítica porque aúnno podía filmar. Daney no quiere sersino un crítico. Su función en la his-toria de la revista será convertir la po-lítica de los autores en una teoría dela escritura cinematográfica. “Rivetteme enseñó a no tener miedo de ver, yDouchet, a no tener miedo de leer”.11

Lo que Daney sabe es que un film nose ve sino que se interpreta o, en todocaso, que ver es interpretar.12 El fin

9. Los diez mejores films de 1962: Advise andConsent (Otto Preminger); Le Caporal épinglé(Jean Renoir); Hatari! (Howard Hawks); TheFour Horsemen of the Apocalypse (VincenteMinelli); Merrill’s Marauders (Samuel Fuller);Vivre sa vie (Jean-Luc Godard); La Luxure (Jac-ques Demy); Experiment in Terror (Blake Ed-wards); King of Kings (Nicholas Ray); Guns inthe Afternoon (Sam Peckinpah), citados en LaMaison cinéma et le monde I, pp. 49/50. Losfilms claves de la década del 70: Tristana (LuisBuñuel); Dodes’ka-den (Akira Kurosawa), Pa-rade (Jacques Tati); Ici et ailleurs (Jean-LucGodard); Milestones (Stanley Kramer); Einlei-tung (Jean-Marie Straub); Au fil du temps (WimWenders); Le Petit Garçon (Nagisa Oshima);Des journées entières dans les arbres (Margue-rite Duras); Salò (Pier Paolo Pasolini); Six foisdeux (Jean-Luc Godard); Hitler, un film d’Alle-magne (Hans Jurgen Syberberg); La Région cen-trale (Michael Snow), citados en La Maisoncinéma et le monde I, p. 269.10. Eso fue lo que advirtió tempranamente Ba-zin cuando debió salir al cruce de la idolatríavehemente de sus discípulos para advertir sobrelos excesos implícitos en este tipo de planteoque destruye un sistema de consagración paraentronizar otro. Véase André Bazin, “De la po-litique des auteurs”, Cahiers du cinéma nº 70,abril de 1957 (hay traducción castellana de Fer-nando La Valle en Kilómetro 111 nº 1, noviem-bre de 2000).11. Perseverancia, p. 98.12. La Maison cinéma et le monde I, p. 326.

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de los 60 traza un giro desde lascuestiones de autoría a las de repre-sentación, lo cual supone el abando-no de la vieja cinefilia y, bajo la in-fluencia de la revista Tel Quel, laincorporación de la teoría (o, comodirá luego Daney, con severa auto-crítica, la “aplicación salvaje” deAlthusser y Lacan al análisis de pe-lículas): “Cahiers fue la primera re-vista que se precipitó en esa direc-ción, sin precauciones (...) introdujola teoría en el cine y al cine en launiversidad”.13 Ese desplazamientosupuso, en un primer momento, unaruptura con el idealismo baziniano ysus nociones acerca de la transpa-rencia de la imagen.14

Más tarde, vendría el arrepenti-miento, el rescate de Bazin. EscribeDaney: “Indudablemente, creímos enel cine. Es decir, hicimos todo lo po-sible para no creer en él. Esa es todala historia de los Cahiers du cinémapost 68 y de su imposible rechazo delbazinismo. Por supuesto que no se tra-taba de dormirse en los laureles ni dedescorazonar a Roland Barthes con-fundiendo la realidad con su represen-tación. Eramos, sin duda, demasiadosabios para no inscribir el lugar delespectador en la concatenación signi-ficante o para no ver las ideologíasque persistían detrás de la falsa neu-tralidad de la técnica (...) Esfuerzosloables y, en lo que a mí concierne,vanos. Siempre llega el momento enque, a pesar de todo, hay que pagar lacuenta en la caja de la creencia inge-nua y atreverse a creer en lo que seve”.15 Pero esa incursión por la teoríano es un paréntesis olvidable (y quedebería haberse evitado) tal como hu-biera querido la vieja cinefilia de loshitchcock-hawksianos y hasta el mis-mo Daney. Era necesario volver a Ba-zin, pero sólo desde la experiencia dela écriture; era necesario volver a Ba-zin, tanto como hacerlo ingresar en elcircuito de los discursos post 68. Esoes Daney en la década del 70: ya noentiende a la crítica como un pensa-miento sobre los films (como sucedíaen “Un art adulte: Howard Hawks, RioBravo” o en “Un rien sur fond de mu-sique douce: Jerry Lewis, The FamilyJewels”) sino que usa los films parapensar sobre el cine (como en “Johan

Van der Keuken, la radiation cruellede ce qui est”).16

Ahora se sabe que por detrás de lapolítica de los autores hubo siempreuna noción de escritura en donde en-tra en juego no sólo la calidad de unestilo individual sino, sobre todo, có-mo un autor procesa en cada momen-to las fuerzas históricas que actúan so-bre la imagen. Los grandes cineastasson, entonces, aquellos que intervie-nen sobre ese nudo conflictivo y lo-gran hacerlo resonar en sus films. Esoes Tati, pero también Ozu y Oliveiray Rossellini: cada una de sus pelícu-las desborda el momento individual deuna obra para inscribir un momentoen la historia del cine. Entonces, cuan-do los hermanos Lumière declarabanque el cine era un arte sin futuro, talvez querían decir que se trataba de unarte del presente. Ese criterio es el querige el proyecto de Histoire(s) du ci-néma de Jean-Luc Godard al que Da-ney estuvo fuertemente vinculado: unahistoria en presente. La imagen ya noes una configuración frontal plana einocente, sino una estructura de com-pleja estratificación que permite apre-ciar de un vistazo toda su historia he-cha de presentes acumulados como sifueran capas tectónicas en un cortetransversal.

Godard sostenía que los cineastasde la nouvelle vague fueron los pri-meros en saber que Griffith había exis-tido. No se trataba de una mera erudi-ción en abstracto: lo sabían sus films.Daney lo dirá con sus propias pala-bras: “La belleza del cine reside enque es un arte donde Garrel hace losmismos gestos que Griffith; hay unaespecie de memoria antropológica delos gestos”.17 Todo consiste en encon-trar esos pasajes en la superficie mis-ma de la imagen. Atreverse a ver es,también, atreverse a ver las relacionesde fuerzas históricas que interactúanen una imagen a cada momento. Noes un impulso sino un aprendizaje. YDaney es el último de los grandes crí-ticos que ha sabido pensar los filmsen esa perspectiva histórica.

IIISi el travelling de Kapo se convirtiótempranamente en el “dogma portá-til” de Daney es porque anticipaba en

miniatura todos los vicios contra losque edificará su ética de la imagen.La célebre injuria de Rivette pruebaser un argumento aluvional de máxi-ma productividad. De un artículo aotro, Daney rumia los términos de suaxioma, lo somete a una serie de ex-pansiones teóricas (Debord, Barthes,Althusser, Foucault, Deleuze) y se lopuede encontrar bajo su forma defini-tiva en los textos de la década del 80.“El amante o la ignorancia del cine”,a propósito de la película de Annaud,es, en este sentido, un texto emblemá-tico. Daney se concentra (como lo hi-ciera Rivette) sobre un plano, el planoaparentemente inofensivo de un zapa-to, la primera imagen que vemos delamante chino antes de que nos seamostrado de cuerpo entero bajando desu lujoso automóvil. Pero el plano estan largo, tan obtuso, tan subrayado,es tan grosero en su resonancia meto-nímica que pierde todo lugar dentrode una posible secuencia de imáge-nes. Es un plano sin memoria y sinproyección, una imagen solitaria, co-mo un spot publicitario que en lugarde introducir al personaje, pretendevenderlo como un objeto a consumirpor el espectador. Carece de todo mis-terio y eso lo vuelve insultante. “Elefecto —escribe Daney— es, por cier-to, deplorable. Pues al convertirse endueño, de punta a punta, de un filmque se le comunica imagen por ima-gen, el espectador cae en la trampa de

13. Ibid., p. 18. Sobre los desarrollos de la te-oría del cine luego del 68, véase David Rodo-wick, The Crisis of Political Modernism, Uni-versity of California Press, Berkeley, 1994.14. Véase, sobre todo, “L’écran du fantasme(Bazin et les bêtes)”, en La Rampe, Cahiers ducinéma, París, 1983 (Hay traducción castellanade Domin Choi y Fernando La Valle en Otro-campo nº 3, 2001).15. Perseverancia, p. 39.16. Entre 1973 y 1974, cuando se hace cargode la dirección de Cahiers, escribe una serie deartículos agrupados bajo el título “Función crí-tica”, en donde cuestiona el olvido en que cayóel análisis de films (“¿Cómo ‘intervenir’ sobrelas películas? ¿Cómo hemos considerado, enCahiers, la ‘critica de películas’, principal he-rencia del pasado de la revista?”) y al mismotiempo procura redefinir la crítica como unaactividad que debería permitir leer la ideologíaen los films. Véase la sección “Fonction criti-que” en La Maison cinéma et le monde I, pp.315-339).17. Perseverancia, p. 159.

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su pobre habilidad de consumidor-de-codificador. No tiene tiempo de reco-nocer nada más que lo que ya “cono-ce’, es decir, nada, o lo ya visto, lomal visto, la publicidad, el cromo, ellogo, lo visual, en suma: el lugar co-mún”.18

Daney dice “post-cine”, porque esun film que ya no sabe nada de lo queel cine supo alguna vez. De la abyec-ción en Pontecorvo a la ignorancia deAnnaud hay una línea continua que, alo largo de 30 años, suscita la mismaindignación en el crítico: es una éticay una política de la imagen que reco-rre su pensamiento de punta a punta,como una cadena de transmisión quearrastra todos los conceptos y los ha-ce avanzar hacia una misma idea delcine. ¿Qué derecho asiste al cineastapara filmar un plano y no otro? ¿Có-mo aproximarse a una imagen y hastadónde? ¿Cuál es la legitimidad de unprocedimiento? Tal como quería We-lles, un director de cine es un pilotode tormentas que debe tomar decisio-nes permanentemente y cuyo mayorpeligro es encallar entre los acantila-dos del espectáculo. Ese era el proble-ma que enfrentaba Apocalypse Now,obra ante la cual Daney se muestraambivalente. Coppola piensa como ungran cineasta cuando comprende queel viaje de Willard río arriba es unatravesía anárquica de show en show:la guerra norteamericana es “un vastoespectáculo sin metteur en scène”.19

El análisis de Apocalypse Now es bri-llante porque Daney logra ir y venirentre aquello que lo entusiasma yaquello que lo decepciona en Coppo-la, mostrando como diferencia lo quepermanece unido en la ambigüedadconstitutiva de la película. No le re-procha su vocación espectacular sino,justamente, que no haya ido hasta elfinal del espectáculo, que no haya con-vertido su megalomanía en un despil-farro irrecuperable por Hollywood, unpuro potlach: después de arriesgarse aconvertirse en el Kurtz de la industriacinematográfica durante el rodaje,Coppola ha editado el material parahacer con él un film casi obediente.

La guerra exacerba ese costado es-pectacular de las imágenes. Por eso esposible establecer una secuencia queva del libro de Debord a la Guerra del

Golfo según la CNN y cuya teleolo-gía fue desde siempre (incluso antesde que el cine fuera conciente de ello)la televisión.20 Annaud es hijo de latelevisión. Una misma conciencia in-moral ampara los planos obscenos deEl amante y las imágenes de niñoshambrientos entrelazadas con estrellasde la música pop mientras cantan “Weare the world, we are the children” enun conocido video clip. Y si en sufrivolidad cínica, la publicidad nuncase pregunta qué es un plano ni cuál esel sentido de una secuencia visual másallá de su efecto inmediato, el film deAnnaud es canalla porque pretende ha-cer pasar su torpe efectismo por unarte elegante. “Cada vez más —dijoDaney— es posible pensar en dos ti-pos de cineasta: aquellos que tienen lasensación de que todo ha sido ya fil-mado y consideran que su misión estrabajar con imágenes que ya están ahí,como un pintor que agregara una ma-no extra de pintura; y están los otros,siempre concientes de que lo que fil-man también existe afuera de la pelí-cula, que no es sólo material fílmicoen bruto. La moral empieza allí. Siem-pre supone la idea de riesgo”.21 ¿Có-mo se enfrenta, entonces, el cine a lasnuevas formas del simulacro?

El combate contra la sociedad delespectáculo reconoce dos enemigos: laproliferación de imágenes publicitariasy el academicismo. Pero lo que com-prende Daney luego de su experienciaen Libération es que se trata del mis-mo aburguesamiento de las imágenes:no son dos enemigos distintos que ase-dian a la imagen desde flancos opues-tos sino que la batalla se libra en unmismo frente, el de un cine que nomuestra sino que sólo promociona.Ese es el nuevo cinéma de qualité. Losnombres que recibe el enemigo vancambiando (a menudo, incluso, en for-ma arbitraria: es que también en estoDaney conservará la impronta penden-ciera de Cahiers). A veces son pelícu-las que presumen saberlo todo sobresí (“Joseph Losey, El mensajero delamor: ¿qué es hoy un film académi-co? O incluso: ¿cómo contar una his-toria en 1971 y ser amado en los fes-tivales?”), otras veces son películas de-masiado satisfechas consigo mismas(James Ivory, Los europeos) o, inver-

samente, películas que estetizan su ma-la conciencia (Volker Schlöndorff, Elocaso de un pueblo).22 Tal vez Loseyes demasiado conciente del manejo desus instrumentos allí donde Annaudpractica una ignorancia olímpica; pe-ro en cualquier caso se trata de pelí-culas abrumadas por la necesidad deseducir. Cuando Daney declara quenunca le gustaron las imágenes bellases porque esa coquetería elimina laatracción violenta que caracteriza a losgrandes cineastas, en beneficio de unfalso esplendor reconciliado consigomismo. La “no reconciliación”, escri-be Daney (traduciendo el título deNicht Versöhnt, de los Straub) es unamanera de entender la función del ci-ne desde el centro mismo de su for-ma: “Es el rechazo obstinado de todaslas fuerzas de homogeneización. Haarrastrado a Straub y Huillet hacia loque podríamos denominar una ‘prác-tica generalizada de la disyunción’.Disyunción, división, fisión, tomandoseriamente en cuenta el célebre ‘uno

18. “El amante o la ignorancia del cine”, re-producida en Punto de vista nº 44, noviembrede 1992, p. 26 (traducción de María Teresa Gra-muglio). Véase también Rafael Filippelli, “Adios(al cine) a la voluntad de forma”, en Punto devista nº 56, diciembre de 1996, cuyas ideas so-bre estos nuevos films de qualité están en con-sonancia con las de Daney.19. La Maison cinéma et le monde I, p. 237.20. Daney recogió sus textos sobre la Guerradel Golfo en Devant la recrudescence des volsdes sacs à main (Aléas, Paris, 1991). En 1981,había dejado Cahiers para hacerse cargo de lasección sobre medios audiovisuales del diarioLibération pensando que la televisión permiti-ría amplificar la consideración del cine en tantopráctica impura. “Daney fue el primer críticoreconocido y prestigioso que viró radicalmentesu propio sentido de la cinefilia y de la culturacinematográfica para confrontarse autocrítica-mente con el nuevo mundo de la publicidad, losvideo clips, la TV y los diversos eventos me-diáticos” (Adrian Martin, “Serge Daney (1948-1992)”, Continuum vol 5 nº 2, 1992, p. 5). Perocuando comprende que no hay nada que hacercon la televisión, abandona Libération y fundaTrafic para reubicar el cine en una perspectivahistórica que permita pensar la relación de fuer-zas que deberá mantener con las nuevas tecno-logías audiovisuales y las nuevas formas delespectáculo.21. Bill Krohn, “Les Cahiers du cinéma 1968-1977 (Entretien avec Serge Daney)”, en La Mai-son cinéma et le monde I, p. 29).22. El film de Losey y el de Ivory son comen-tados en La Maison cinéma et le monde I; elfilm de Schlöndorff en Ciné journal (volume 1/ 1981—1982), Cahiers du cinéma, París, 1986.

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se divide en dos’”.23 Los Straub, enefecto. Y Godard. Daney habla de un“cinéma-strobgodar” como si se trata-ra de una logia que conspira desde lassombras por el futuro del cine. Lo quepropone el manifiesto secreto de esalogia es (para decirlo con los términosbarthesianos que usa el propio crítico)rescatar en su más pura materialidadel “goce de la cosa-cine” frente al “pla-cer del efecto-cine”. La imagen nuncaes plana, y toda la relación de un ci-neasta hacia su material o de un es-pectador frente a un film se basa en lacapacidad para desagregar lo que veen sus componentes más elementales.Ir en contra de ese carácter asertivocon que se impone toda imagen y en-contrar sus puntos de sutura.

“Lo strobgodar es el monstruo quepreside el final del cine moderno (noes que la exigencia de modernidad ha-ya desaparecido pero es indudablemen-te en la televisión, el video y las nue-vas técnicas en donde se la debe bus-car y cada vez menos en el cine,devenido —es todo uno— cultural ynostálgico). Ellos creen todavía, sartre-anamente, en la comunicación. No co-mo una cosa que va de suyo, sino co-mo una experiencia”.24 Todo consisteen escuchar el modo en que los filmshablan del mundo; pero los films no seexpresan de manera directa, hay quehacerlos hablar, desmontarlos, eliminarlo que de reconciliado hay en la ima-gen. Allí donde algo resiste, algo secomunica; allí donde algo resiste, espreciso filmar. Frente a tantas pelícu-las hechas para no ser vistas (las queno agregan nada a lo que ya se sabe, el“cine filmado”), estas obras comuni-can, es decir muestran. Pero mostrarno es exponer inopinadamente aquelloque la cámara ha registrado; si es ungesto que permite ver es, justamente,porque obliga a ver. Ver un film esvolver a ver algo ya visto por otro. Porlo tanto sólo se ve realmente si se iden-tifica a conciencia ese privilegio de pre-sentificación que posee el cine.

Cuando es interpelado por la ima-gen, el director pierde todo derecho aser irresponsable. Pedagogía de Strauby de Godard, pedagogía de Rossellini.Si Rossellini es un gran cineasta es por-que se hace cargo de ese pecado origi-nal del cine que es su vocación de es-

pectáculo y acepta con estoicismo quefilmar es una manera de ser innoble.25

¿Cómo hacer del film un instrumentodel conocimiento sin ceder a la fasci-nación envolvente del espectáculo? Setrata de una ascesis, un arte del despo-jamiento reservado sólo a unos pocos.Daney lo entendió tempranamente. Co-mo le escribió Deleuze: “Usted ha man-tenido la gran concepción del cine per-teneciente a la primera época: el cinecomo arte nuevo y como nuevo pensa-miento. Sin embargo, en los primeroscineastas y críticos, ese espíritu está li-gado a un optimismo metafísico anteel arte total de las masas (...) Usted harescatado un optimismo que se ha con-vertido en optimismo crítico: el cineno estaría ligado ya a un pensamientotriunfante y colectivo sino a un pensa-miento arriesgado, singular, que sólosurge y se mantiene en su ‘impoten-cia’”.26 En efecto, la mirada de Daneytambién se define por ese gesto peda-gógico. Esforzada pedagogía que su-pone olvidar aquello que el ojo creíasaber para enseñarle a observar todode nuevo.

IVEl cine es esa tensión inevitable entreel que ve y aquello que ve. Es lo quesucede en las películas de Van derKeuken. Van der Keuken —comoStraub, como Godard— es un “cine-asta-viajero”. Y está bien, dice Daney,que el cineasta-viajero, “hombre defronteras y de umbrales, sea concientede lo que hace cuando se adhiere (‘ac-tivo, agresivo’) a lo que filma. Queinscriba alguna parte de lo que él es,en el corazón de esos espacios ame-nazados, atormentados, como un pa-sajero (un cuerpo y no solamente unojo) clandestino”.27

A Daney también le gustaba via-jar. A pie. Caminando, el paisaje seve de manera diferente: otro ritmo, otrarespiración, otra distancia. Curiosa-mente, la definición de lo furtivo alte-ra sus coordenadas cuando se trata delcrítico-caminante. “Lo esencial es nodejar huellas ni imágenes”, escribe:“ser clandestino en este mundo”.28 Delvoyageur al voyeur, aquí el viajero yel mirón se superponen. El sueño delcaminante es volverse transparente,una presencia invisible atravesada por

23. La Rampe, p. 79. Cuando Straub afirmaque le llevó veinte años aprender a ver un film—explica Daney—, “lo dice con la irritaciónde un obrero que detenta un saber difícil. ¿Quéquiere decir eso, en el fondo? Ver y entender loque es (visible y audible). Ver por ejemplo —de un solo vistazo— el plano de John Ford, elrodaje de ese plano, el caballo, el actor distintode su rol, el personaje distinto de su cuerpo, elser humano distinto de su función social (...) Esevidentemente un límite, pero es la única apro-ximación materialista posible” (L’Exercise a étéprofitable, Monsieur, pp. 23—24).24. La Rampe, p. 77.25. Véase, por ejemplo, en La Maison cinémaet le monde I, “Le pouvoir en miettes (RobertoRossellini, La Prise du pouvoir par Louis XIV)”,pp 61—65, y “Cinéma Espéranto (Roberto Ros-sellini, Le Messie)”, pp 177-178.26. Gilles Deleuze, Conversaciones, Pretextos,Valencia, 1995, p. 117.27. “Johan Van der Keuken, Le Printemps”, enLa Maison cinéma et le monde I, p. 200.28. Perseverancia, p. 118. El subrayado es mío.29. A Daney le gusta aplicar al cine la frase deJean Paulhan: “la literatura nos permite ver elmundo como si no estuviéramos allí” (“Rotter-dam 1980”, en La Maison cinéma et le mondeI, p. 448).30. Perseverancia, p. 151.

redes de movimientos que lo ignoran.Un puro ojo sin cuerpo que no dejahuellas ni se adhiere a ninguna ima-gen. (Daney, que viajaba sin cámarade fotos, documentaba maniáticamen-te todas y cada una de sus paradascon postales. La postal, es decir: elpaisaje sin el viajero.)29 Esa es, sinduda, la diferencia entre un cineasta yun crítico. Una diferencia de veloci-dad que impone una diferente relaciónfísica con el paisaje.

La crítica es un travelogue y el crí-tico es aquel que vuelve para contar loque vio. Un barquero que lleva mensa-jes de una orilla a la otra. Aun cuandosabe que siempre hay algo de la trave-sía que no se dejará convocar por eldiscurso. Ese resto inefable es lo quehace admirable su insistencia. Daneyha dicho que Godard siempre mostróel camino a seguir aunque, “en el gocede alguien como él, hay sin duda unaparte que no es comunicable. Para de-finir a Godard, Jacques Rancière usóla palabra passeur. El passeur es el quese reserva el placer de la última pala-bra”.30 Para ser justos, se debe decirque el camino del cine es el que Daneyvislumbró junto a Godard; y que asícomo Godard es el último cineasta, Da-ney se ha quedado con la última pala-bra de la crítica.

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Roland Barthes ha urdido todo tipo deatajos para explicitar primero, y argu-mentar después, su escaso gusto porel cine: ha inculpado al demonio de laanalogía, o a la imposibilidad estatu-taria del cine de presentarse como frag-mento, o al carácter mecánico que tor-na al discurso fílmico inasible, paraluego, en otros pasajes más o menosrecónditos, desdecirse a medias, ha-ciendo responsable a la lengua, esa cár-cel asertiva, o a su propia tendencia areferirse a los grandes temas sólo alsesgo, en términos nunca memorables.La reciente publicación por Paidós deLa Torre Eiffel no hace sino recordar-nos esta incomodidad.1 Sin embargo,

dicha recopilación contiene varios tex-tos que, de una u otra manera, enca-ran el cine. Como se trata de textosestrictamente contemporáneos conacontecimientos significativos de lahistoria del cine (y de la reflexión te-órica sobre él), resulta tentador ensa-yar un ejercicio arbitrario (y quizáspor eso adecuado, tratándose de unaescritura que se asume hecha, aun enlos textos de aliento más largo, de in-termezzi): aprovechar la sucesión pro-puesta por el editor (su ánimo crono-lógico, sus huecos) y recorrer la curvaresultante, sin intención de reconstruirun sistema que brilla por su ausencia,sino más bien de atisbar algunos reco-

dos de la novela de un intelecto irre-petible. Las sucesivas estaciones de eseperiplo se recortarán inevitablementecontra un fondo de reflexiones mássistemáticas o que, por lo menos, con-cedieron al cine algún estatuto no tansubalterno (Deleuze, Daney).

Nada nuevo en el orden del cono-cimiento surgirá al final de un viajeesencialmente parafrásico. A esta al-tura, la traducción de “nuevos” textosde Barthes no puede convocar más queconstataciones (cuya eventualidad es-tá quizás en el origen de la publica-ción del volumen: la admiración es hijade la aquiescencia). Se trata más biende dar cuenta de escrituras.

Si Deleuze, ambicioso, quería ha-cer trabajar los conceptos suscitadospor el cine, Barthes en todo caso ha-bló, de manera intermitente a lo largode su vida, a partir del cine. Como sila cuestión central fuera: qué se puededecir a causa del cine, qué enunciadosy, sobre todo, qué formas habilita; quépuentes pueden tenderse (y cuáles de-ben derribarse) entre la imagen fílmi-ca y el lenguaje.

En ese sentido, otro recorte se in-sinúa: si del volumen tomamos sóloalgunos textos sobre cine, ahora alte-

1. Roland Barthes, La Torre Eiffel. Textos so-bre la imagen, Barcelona, Paidós, 2001. Selec-ción y traducción de Enrique Folch González.Se trata en realidad de una recopilación de tex-tos bastante heterogéneos que incluye no sola-mente los que aquí trabajaremos, sino tambiénotros a propósito de fotografía o pintura, y elmagistral ensayo, publicado originalmente en1964 como libro independiente, que da título alvolumen.

Barthes y el cineReseña parcial de “La Torre Eiffel”

Santiago Palavecino

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raremos levemente (sin borrarlo) el or-den cronológico por atender tres gé-neros, o mejor, tres actitudes u orienta-ciones hacia el hecho cinematográfi-co: por un lado, las reseñas, dondeBarthes se pronuncia sobre estrenos(especialmente interesantes en la me-dida en que se trata de textos que enmayor o menor medida llevan implí-cito un cariz de acontecimiento); losartículos con vocación científica (yaque no científicos; en todo caso, po-dríamos llamarlos experimentales, enel sentido de Zola); y por último, untexto que mima el carácter privado deuna epístola (la subjetividad sobreac-tuada de una carta abierta). Nos tocahablar a partir de Barthes.

Bresson, Chabrol, Pasolini2

El volumen contiene tres reseñas equi-distantes en el tiempo; dos de ellasreferidas a óperas primas, y la terceraa un film póstumo. Las tres tienen quever con un recorrido, el del cine mo-derno; sin embargo, Barthes jamás seinteresó demasiado por una periodiza-ción semejante. El tono de la escrituraes siempre, más o menos claramente,el de una intervención; pero las cir-cunstancias son muy diferentes en ca-da caso. Sobre las tres sobrevuela, vi-gilante, la literatura francesa.

La primera data de 1943, y rees-cribe el primer largometraje de Ro-bert Bresson, Los ángeles del pecado.Situación de aislamiento doble paraBarthes, quien, por esos días de la ocu-pación, se encuentra internado en elsanatorio de estudiantes Saint-Hilaire-du-Touvet. De hecho la reseña fuepublicada originalmente en Existences,órgano del propio sanatorio, revista se-guramente secreta, diríamos terapéu-tica.

Leyendo desde hoy, desde lo quemarca el gusto contemporáneo porBresson y lo que, a partir del texto deAndré Bazin sobre el Diario de uncura rural,3 es el modo más habitualen que sus films han sido recibidos,resulta inevitable ubicar al artículo deBarthes en la lábil categoría de profé-tico. Barthes ve en Los ángeles delpecado todo lo que hoy reclamaría-mos que un film bressoniano nos pro-

porcione: actuaciones tendientes a laneutralidad, decorados que aspiran ala abstracción geométrica, diálogoscon intención musical antes que mi-mética, principios constructivos que re-únan materiales heterogéneos (básica-mente, imagen y sonido) en una vo-luntad formal más o menos unívoca,desdén por la narración. La imagenfinal es la de un film que debe sermirado como un cuadro desplegado enel tiempo y, sobre todo, escuchado co-mo una partitura.

Podría decirse que Barthes capta,pese a que jamás hace alusión a proce-dimientos de alguna especificidad ci-nematográfica más clara (montaje, en-cuadre), aquello que constituirá a Bres-son como una suerte de excéntrico tutorde las vanguardias sesentistas. Sin em-bargo, es probable que sus preocupa-ciones centrales fueran otras. Por unlado, Los ángeles del pecado fue unfilm de considerable éxito durante laocupación, y no es desatinado suponerque Barthes encontrara equívocas lasrazones de ese éxito. Quizás por esodeslinda los méritos de la puesta deBresson del argumento melodramático.En un momento de inevitables polari-zaciones, el film se encargaría en cam-bio de demostrar que los vínculos en-tre el Bien y el Mal son estrechos “co-mo en la vida”. Y es el acento en laforma lo que constituiría la dimensiónpolítica de Los ángeles del pecado.Barthes no debe sentirse cómodo fren-te a la poesía militante que Eluard oAragon ensayan por entonces, y buscaen el cine un sucedáneo de la “exen-ción del sentido” que lo deslumbraraen El extranjero. Finalmente, aludir ala cualidad musical de los diálogos im-plica opinar sobre su responsable, JeanGiraudoux, quien era en esos días unasuerte de fetiche en el campo intelec-tual francés, un faro de la Doxa res-pecto del cual se establecían los már-genes de novedad. Barthes deja claroqué aprecia y qué no en Giraudouxcuando dictamina que el film “solamen-te lo invoca por el talento, y de ningúnmodo por la manera”.

En el estrecho ámbito del sanato-rio, Barthes desea sin embargo sacu-dir algunas certezas, y literalmente re-escribe el film. De hecho, la reseñacomienza con una irónica síntesis ar-

gumental falsamente ingenua, que re-coge, distanciada, la versión de la Do-xa. Un detalle especialmente insidio-so de ese primer párrafo es que la his-toria se narra mencionando a loscaracteres por el nombre de las actri-ces que los encarnan: resulta así queJany Holt tiene “una frente terca, unaboca amarga”, pero también “acaba decumplir una pena en prisión, y de car-garse a un hombre”. Distanciando unhábito emanado del star-system, Bar-thes logra ubicar uno de los puntosclave del cine de Bresson: su aparta-miento de la retórica teatral.

Serge Daney metaforizará, cuaren-ta años después, en esta ruptura bres-soniana con el teatro, el momento enque el cine moderno de posguerra seaparta de la noción clásica de puestaen escena, por considerarla (afirma Da-ney mezclando a Benjamin con GuyDebord) subsidiaria del espectáculo delas puestas en escena estatales, cuyoespacio off eran los campos de con-centración.4 Pero, como adelantára-mos, Barthes no acompaña con escri-tura el camino que conduce del neo-rrealismo a la nouvelle vague, y suentusiasmo, por el contrario, tendráque ver con el descubrimiento, en1954, de Bertolt Brecht.5

La segunda reseña que encontra-mos en La torre Eiffel reúne ambascosas: el valor axiológico que ha co-brado para él Brecht, y un intento deponer en cuestión el optimismo van-guardista que gira alrededor de Ca-hiers du cinéma. Se trata en rigor deuna mitología acerca de El bello Ser-ge, primer largometraje de ClaudeChabrol, aparecida por supuesto enLettres nouvelles, en 1959. Barthes,que ya goza de cierto prestigio gra-cias, precisamente, a las Mitologías ya El grado cero de la escritura, sereconoce árbitro del gusto, y en ese

2. Trabajaremos en este apartado: “Les angesdu péché”, pp. 9-12; “Cine derecha e izquier-da”, pp. 21-26; y “Sade-Pasolini”, pp. 113-115.3. André Bazin, “El diario de un cura ruraly la estilística de Robert Bresson” en Qué es elcine?, Madrid, Rialp, 1990; pp. 129-150.4. Serge Daney, La rampe, Paris, Cahiers ducinéma-Gallimard, 1983; pp. 207-212.5. Sobre la relación Barthes-Brecht: BeatrizSarlo, “Introducción” a El mundo de RolandBarthes, Buenos Aires, CEAL, 1981; especial-mente pp. 16-20.

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sentido genera una escritura radical pa-ra exigir radicalidad a las nuevas van-guardias. Reproche con algo de aren-ga, encuentra las defecciones de Cha-brol allí donde Bresson había edificadosu logro: haber cedido al melodrama,al gusto burgués por una peripecia queel discurso fílmico no necesitaba. Re-conoce la novedad formal de Chabrol,pero la encuentra superficial, porqueestá disociada de la anécdota. Obliga-do así a separar forma de contenido,Barthes prodiga golpes binarios: “ennuestro país, el talento está a la dere-cha y la verdad a la izquierda ... Ésaes nuestra paradoja: que el arte ennuestra sociedad sea el extremo de unacultura y el inicio de una naturaleza”.

Invocando a Sartre en la forma, aMarx en la moral y a Brecht en laestética, este artículo insiste en el va-lor normativo de la literatura france-sa: si en su comienzo el film pareceprometer una exención de sentido flau-bertiana, al ceder a la narración la sa-crifica y, sin embargo, tampoco lograser balzaciano. Barthes, a quien SusanSontag ve por momentos como un crí-tico dandy un tanto en la línea de Os-car Wilde,6 es muy duro con estos jó-venes dandys, a los que describe co-mo artistas ni-ni: a mitad de caminoentre el compromiso y “el desierto deun realismo sin significación”. Pero através del prisma de la literatura, yaunque muy oblicuamente, Barthes pa-rece entrever en esta reseña algunasparticularidades de la imagen cinema-tográfica positivas en relación con sugusto (y que ya se insinuaban en lareseña sobre Bresson). Y es que la po-sibilidad “flaubertiana” pertenecería dehecho y de derecho al cine, que poreso merece librarse de todo suplemen-to de anécdota. Una vez más, Barthes(pero esta vez con mayor repercusión)interviene sobre una novedad cinema-tográfica, de la que no traza un mapadetallado, pero a la que inequívoca-mente percibe, aun (o sobre todo) enel momento en que ésta se traiciona.De ahí que la profesión de fe brech-tiana con que el texto se cierra impli-que también una cuota programáticade deseo: “Lástima que estos jóvenestalentos no lean a Brecht. En él en-contrarían al menos la imagen de unarte que sabe hacer que un problema

parta del punto exacto en que ellos cre-en haberlo terminado”. Antonioni está,evidentemente, en este horizonte.

La tercera reseña incorpora unnombre italiano, pero se trata del dePasolini, y es a propósito de su últimofilm, Saló. Estamos en 1976, y, si se-guimos a Serge Daney, se trata del finde un viaje: el cine (moderno, el quenaciera con Bresson y el neorrealis-mo) ha comenzado a percibir su muer-te (ya que, objetamos, no a morir).7

La imagen electrónica y la televisión,eclipsando en su profusión al cine, tor-nan desconfiables las realidades cap-tadas químicamente. El propio Daneyreconoce que había sido Barthes quien

mera visualización de lo representadoen el pre-texto fuera una forma me-diada de ilusión analógica. Así comoBresson puede acertar con un melo-drama, Pasolini puede errar con Sade,porque saltea su escritura para natura-lizar lo que ella representaba y resig-nificarlo como fascismo: la ilusiónanalógica se reduplica. Una vez más,se inmiscuye impropiamente en el ci-ne la literatura como suplemento (bur-gués) de representación, de anécdota.Si en relación con lo real, la nieve quemata a Brialy en El bello Serge erafalsa por simbólica, en relación con laliteratura los cuerpos que fatiga Salóson falsos por literales.

6. Susan Sontag, L’écriture même: à proposde Barthes, Paris, Christian Bourgois Éditeur,1982.7. Serge Daney, La rampe, pp. 111-112.

por entonces restituyera los cuerpos ala teoría; de ahí que un cine de loscuerpos (cuerpos menguados en supresencia por el ocaso de la ontologíabaziniana) pudiera constituirse en unaverdadera herramienta política (y depolítica cinematográfica). ¿Qué mejorentonces que Sade a tal efecto?

Sin embargo, Barthes interviene enlos debates alrededor de Saló con undeceptivo artículo en, nada menos, LeMonde (es el fin de otro viaje, siem-pre de ida: el ascenso en la populari-dad y la influencia de Barthes, aquíademás a título oficial de sadiano).Nuevamente el problema no es tantoel cine como un mal uso por parte deéste de la literatura francesa; o mejor,es a la luz de ese uso que se puedeninferir cualidades de la imagen. Bar-thes considera que la opción pasoli-niana por la literalidad es errónea; co-mo si la adaptación en términos de

Pero más allá de estas objeciones,Barthes finaliza su texto con una pre-gunta sobre Pasolini que es, en rigor,un repliegue sobre sí mismo. Barthessomete a juicio la posibilidad de quela ingenuidad de Pasolini haya produ-cido, casi a su pesar, el reconocimien-to de ingredientes fascistas dispersosen Sade, lo que lo obliga a cuestionar-se su propio gusto y las razones de sumolestia. De algún modo, Barthes pa-rece sugerir que Pasolini se habría que-dado solo, igual que Bouvard y Pécu-chet, por culpa de su mirada corta,que perturba absolutamente a todos.En ese sentido, más allá de sus defec-ciones estéticas, Saló sería “un objetopropiamente sadiano: absolutamenteirrecuperable”.

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Tocamos con esta última reseña unlímite ausente de las otras: la propiaescritura se reconoce flotando en elvacío. Opiniones de amateur, las rese-ñas sobre Bresson y Chabrol confia-ban en reescribir y/o convocar un film,si no en su especifidad estética, al me-nos en los lazos que establecía con lossentidos de la Doxa (y hay Doxa tantoen los rincones de un sanatorio paraestudiantes como en los de un movi-miento vanguardista, en los optimis-mos de la Resistencia y los de la No-vedad). Pero cuando se mira un filmcomo artefacto, cuando la imagen seescabulle (litote que no escamotea, hi-pérbole literal, serían quizás sucedá-neos o analogías en la lengua), se ha-bla sobre nada, no hay sentido que ac-tualizar; el lenguaje no alcanza.

Bajo las formas respectivas de laironía, el binarismo militante y la re-ticencia frente al propio discurso, es-tas tres reseñas reaccionan ante otrostantos films de cineastas canónicos,poniendo a funcionar en cada caso dis-tintas retóricas, más o menos eufóri-cas o pesimistas. Así, más que objetosleídos, los films funcionan como dis-paradores; casi se diría que la escritu-ra es, si no su objeto, cuanto menossu efecto sobre un individuo.

El demonio de la semiología

El cuerpo central de La Torre Eiffel loconstituyen varios textos (papers, pre-facios, alguna entrevista) que abarcanprácticamente toda la década del se-senta. Todos son tributarios, en mayoro menor medida, de la pretensión cien-tífica de la semiología.8

Aquí, el cine moderno desapare-cerá provisoriamente del horizonte, notanto en virtud de la sobrevaluada“muerte del autor”; antes bien, lo queBarthes intenta es establecer algunosprocesos de significación en el cine(en cuyo caso se sirve de la norma, laDoxa del cine hegemónico) o estudiarlos efectos de la imagen cinematográ-fica sobre sus receptores (para lo queutiliza fragmentos fílmicos producidosen laboratorio).

Por supuesto, en el centro de estascuestiones se encuentra, explícito, elproblema de las relaciones entre cine

y lenguaje, en varios niveles. Por unlado, en la medida en que los valiososhallazgos en el campo de la lingüísti-ca sobredeterminan la aplicación de lasemiología a otros discursos; por otro,aunque en estrecha relación con lo an-terior, porque se busca determinar siel cine es o no un lenguaje (o unalengua, el esperanto audiovisual); y fi-nalmente, la pertinencia del lenguajepara decir la imagen no dejará de ator-mentar, más o menos soterradamente,los resultados de la semiología.

Barthes se hace cargo de todas es-tas dificultades, y sus trabajos, a fuer-za de trazarse límites y diluir la aser-ción, resultan hoy menos extemporá-neos que otros productos semiológicos.Al respecto, su decisión de hablar apartir de la asunción del trauma fun-damental que es el décalage entre imá-genes y lenguaje, otorga al deseo desistema que trasuntan estos artículosun matiz agónico de provisoriedad,precariza la enunciación recordándo-nos una vez más que se trata de otramáscara del personaje de novela RB.

Habiéndonos reencontrado así conBarthes-sujeto, vamos reconociendo elgrano de su voz en los intersticios dela estructura. Así, cuando Barthes ha-bla un poco sumariamente de “la sig-nificación en el cine”, podemos com-prender que no está buscando proce-dimientos específicos del lenguajecinematográfico (de hecho, en su opi-nión el cine no puede ser un lenguajeen tanto no es acreedor de una doblearticulación) sino que le interesa enqué medida el cine, vehículo y usinapor excelencia de la Doxa, actualizaclichés para poder ser inteligido. Así,la significación en el cine es un pro-ceso de orden ante todo mitológico, ysus unidades no son formales (plano,secuencia, raccord), sino analógicas:“los soportes generales del significan-te son el decorado, el vestuario, el pai-saje, la música y, en cierta medida,los gestos”. Entre estas líneas pode-mos reencontrar su programa brech-tiano por oposición: “el objeto de lasecuencia es de orden épico, es su pe-riferia la que es significante; podemosimaginar secuencias puramente épicas,a-significativas; no podemos imaginarsecuencias puramente significantes”.El cine hegemónico es más significa-

tivo que Bresson. Pero incluso hay for-mas de significar menos vulgares queotras: el comienzo de El bello Serge,aquello que había rescatado del filmde Chabrol, le servirá ahora comoejemplo de ello. A diferencia del grue-so de los análisis semiológicos, Bar-thes contempla, aunque fugazmente,el problema del valor estético.

Doble precaución: el lenguajesiempre dice más o menos que la ima-gen, por lo cual los efectos de éstasobre su receptor hablan más del suje-to que de la propia imagen; y ademáslas categorías emanadas de la lingüís-tica sólo sirven para pensar los proce-sos logomórficos en el cine, aquellosque miman la dinámica significante-presente-actualiza-significado-ausente,pero nada dicen de las cualidades in-trínsecas de la imagen en movimien-to. Por su cautela, Barthes se salvapor ejemplo del reproche de Deleuzea Christian Metz, quien emprendía unvalioso intento de dar cuenta de losprocedimientos que efectivamente ha-cían del cine un lenguaje, para luegolanzarse a pensar nociones de cambioestético. Pero, objeta Deleuze, paraello identificaba unidades formales delcine con enunciados (principio de ana-logía), a los cuales aplicaba categorí-as analíticas pertenecientes al lengua-je (los signos analógicos se “digitali-zaban”); en el camino, el cine (elmovimiento, el tiempo) se había per-dido irremediablemente.9 Barthes con-serva, al omitirla, la especificidad delcine. En el dominio de la (fallida) altaestética, Saló, ese objeto traumático,será irrecuperable, pero quizás comocaso extremo de algo inherente al ci-ne.

De modo que Barthes rápidamenteva desencantándose de estas investi-gaciones. El estudio de los efectos de

8. Nos referimos a: “El problema de la signi-ficación en el cine” (1960), pp. 27-34; “Las‘unidades traumáticas’ en el cine. Principios deinvestigación” (1960), pp. 35-45; “Civilizaciónde la imagen” (1961), pp. 47-49; “La informa-ción visual” (1961), pp. 51-54; “La civilizaciónde la imagen” (1964), pp. 81-83; “Visualiza-ción y lenguaje” (1966), pp. 87-93; y “Socie-dad, imaginación, publicidad” (1968), pp. 95-108.9. Gilles Deleuze, La imagen-tiempo. Estudiossobre cine 2, Barcelona, Paidós, 1986; pp. 43-50.

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la imagen sobre el receptor se revelainoperante y además peligroso (se ce-den al enemigo estrategias de mani-pulación, herramientas mitológicas, aligual que con la publicidad). Y reen-contrar la Doxa en el cine narrativosólo puede interesar durante un tiem-po limitado, por tratarse de un meca-nismo que luego se repetirá ad infini-tum, variando sólo los contenidos. Só-lo puede mantener algún interés, entodo caso, cuando sirva como provo-cación. Así, siempre desmarcándose,Barthes considera (justo en 1968) quela publicidad sí es un lenguaje. Trasesa insospechada dignificación, pasaa analizar la imagen publicitaria en tér-minos no tan diferentes de los que apli-cará, un par de años más tarde, al fo-tograma eisensteniano; sólo que en es-ta versión el famoso tercer sentido noes nada tan obtuso como el plus de laestética, sino el valor declarado: el di-nero.10 Finalmente, nos invita a trasla-dar a la esfera cotidiana el uso que losfilms de Godard hacen de la publici-dad: “pongamos sus obras entre comi-llas y vivamos la publicidad como unacita, y no como una fatalidad”.

En los intersticios del sistema, en-tonces, es donde aparece el Barthesauténtico, aquel que considera cual-quier ocasión como válida para gene-rar escritura, aquel que cree en el ma-trimonio entre estilo e idea. Algunasnociones de la semiología en relaciónal cine pueden parecernos caducas,apenas metafóricas o, mejor, analógi-cas; pero cuando se parte precisamen-te de esos límites se pueden acuñarverdaderas trouvailles. Por ejemplo,frente a un film mudo de laboratorioen que se ve a una mujer mayor y unhombre joven, Barthes (en una con-notación nada neutral para quienes co-nocemos el futuro pasado de La cá-mara lúcida, o la biografía de Calvet)lanza a modo de ejemplo el enuncia-do: una madre y su hijo, pero... Deallí, la máscara del concepto: “la len-gua no sólo le presta al significadofílmico sus unidades mayores (sustan-tivos y adjetivos), sino también las másfinas, las más móviles, las más abs-tractas, como en nuestro ejemplo, don-de se trata de la expresión puramenteparatáctica de una relación de adver-sidad (la conjunción pero)”. Es cierta-

10. En 1991, durante una entrevista con Philip-pe Roger, Serge Daney recuerda, no sin ironía,que en la época en que los Cahiers padecían el“baño” semiológico, frente a la pareja denota-ción/connotación se debía militar por el primertérmino, ya que la connotación era “la metoni-mia, la ideología, la publicidad, el mercado, elhorror...” (en Serge Daney, Devant la recrudes-cence des vols de sacs à mains, Paris, Aléas,1997; p. 105). Con respecto al fotograma ei-sensteniano, ver: Roland Barthes, “El tercer sen-tido” (1970) en Lo obvio y lo obtuso, Barcelo-na, Paidós, 1986; pp. 49-67.11. “Querido Antonioni...” (1980), pp. 177-182.

mente atractivo, y una lección de mé-todo; no agota el problema de la ana-logía, pero después de todo, siemprehay que decir algo, y en ese sentidoBarthes puede imaginar, ya en los se-senta, la relación traumática entre laprofusión de imágenes en la culturade masas y las estructuras del lengua-je, no como el comienzo del predomi-nio de lo audiovisual (la “civilizaciónde la imagen”), sino, por el contrario,como un nuevo desafío que precipiteal lenguaje en una suerte de madureza fuerza de sinceramiento: “hasta estemomento la humanidad ha vivido laprehistoria del lenguaje articulado yentramos por fin en una civilizacióndonde el lenguaje se conocerá y ex-plotará verdaderamente”.

La carta robada

La lectura de estos artículos conteni-dos en La Torre Eiffel dejaba inferirun programa: la prescripción brech-tiana para las vanguardias, las poten-cialidades flaubertianas que alberga laimagen cinematográfica, la pugna porla exención de sentido aun en un arteanalógico. Es inevitable pensar en An-tonioni, cuyo arte arranca justo des-pués de la peripecia, para lanzarse ala intemperie del vacío a partir de lapropia analogía. Y el volumen termi-na, precisamente, con una carta abier-ta a Antonioni, escrita por Barthes po-co antes de su muerte.11

De la primera persona de las rese-ñas, pasando por la “impersonal” ter-cera semiológica, arribamos a un tex-to en segunda en el que Barthes obse-quia a su destinatario, mediante tresargumentos, el estatuto de artista. Pre-visiblemente, encontramos aquí la con-firmación de la sospecha que nosacompaña a lo largo de todo el volu-men, vale decir que Antonioni es uncineasta casi hecho a medida de laspretensiones de Barthes: aquel que lo-gra ser “ni dogmático ni insignifican-te” (modalidad por esta vez positivadel ni-ni); no es extraño que en algúnmomento hayan planeado un proyectoconjunto. Además, se trata de otro ar-tículo que podríamos denominar pro-fético: la definición de la poética deAntonioni como arte del Intersticio,

cuyo héroe privilegiado es el que mi-ra largamente, será tomada casi al piede la letra por Deleuze en su versióndel surgimiento del cine moderno (lareescritura es un costado clave de loshiperdialógicos libros de Deleuze so-bre el cine).

Pero lo cierto es que no podemosdejar de toparnos con RB personajede novela: tanto es así, que esta se-gunda persona se nos antoja un des-doblamiento. De la mano de la enési-ma arrogación de amateurismo (“estasíncopa de sentido sigue unos cami-nos técnicos, propiamente fílmicos(decorado, planos, montaje), que nome corresponde analizar, pues no ten-go esa competencia”) se precipita laescritura, ese lugar de intercambio. Ya través de ella se nos perfila una fi-gura de artista que bien podría ser unautorretrato. Transitar las páginas deLa Torre Eiffel nos induce a recono-cer a Barthes como aquel que “no sa-be nunca si la obra que propone laproduce el cambio del mundo o elcambio de su subjetividad ... viajeroeisensteniano, nunca sabe si lo que semueve es el tren o el espacio-tiempo,si es testigo u hombre de deseo”.

Y es que en el ámbito, sólido eindeciso al mismo tiempo, de la escri-tura, Barthes ha acompañado casi cua-tro décadas revelando el mundo a fuer-za de retórica y tallando un estilo mer-ced a una inusitada lucidez. Así es quenuestro periplo nos ha permitido cons-tatar, aunque en forma parcial, ciertoscambios en los modos de referir el he-cho cinematográfico; pero también,inextricablemente ligado con ello, ellaborioso placer con que una subjeti-vidad se despliega como relato.

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Murió en noviembre de 2001. Pocoantes había aparecido en alemán y, en-seguida en inglés, Austerlitz.1 Haceexactamente un año publiqué en estarevista unos apuntes sobre Sebald (quefueron reproducidos, en diciembre, por

1. W. G. Sebald, Austerlitz, New York, Ran-dom House, 2001; traducción de Anthea Bell.El libro será publicado en español a mediadosde 2002.

De nuevo, y quizás por última vez, sobre Sebald

Beatriz Sarlo

Nosotros que nos fuimos y que nos encontramos, nosotros aquí bajo laestrella, nosotros los judíos, que caminamos, como Lenz, cruzando losmontes, tú Grande y yo Pequeño, tú el locuaz, y yo el locuaz, con nuestrosbastones, con nuestros nombres, nuestros nombres impronunciables, noso-tros con nuestra sombra, la nuestra y la ajena, tu acá y yo acá— yo, acá,yo; que puedo decirte todo esto, que hubiera podido decírtelo; que no te lodigo y no te lo dije... Yo con el día, yo con los días, yo aquí y allá, yoquizás acompañado —¡ahora!— por el amor de quienes no fueron amados,yo en camino hacia mí, arriba.

Paul Celan, Conversación en la montaña

Radar Libros), escritos con la inten-ción de aclararme, a mí misma, quépasaba cuando lo leía. ¿Por qué meimpresionaba de ese modo? ¿Por quétenía la sensación de que me habíafavorecido un golpe afortunado, eso

que sucede cuando se encuentra, sinbuscarlo y sin esperarlo, un nuevo granescritor?

Leí Austerlitz cuando Sebald ya ha-bía muerto, sabiendo que, probable-mente, fuera su último libro (no sé sidejó originales posteriores) y que yano habría una serie de libros en el fu-turo, nada que pudiera esperarse año aaño. Todo lo que se publique de Se-bald de ahora en más forma parte deun pasado que se ha cerrado. La pre-gunta, que muchos seguramente se hi-cieron, sobre cómo seguiría escribien-do Sebald, no tiene sentido.

Lo tenía, sin embargo, cuando só-lo se conocían sus tres primeros li-bros, cuando estábamos esperando laaparición de Austerlitz, porque podíapensarse que después de Los emigran-tes, Los anillos de Saturno y Vértigo,Sebald enfrentaba una apuesta de altoriesgo: el pathos de su literatura, poruna parte, y el procedimiento de im-bricación de sus historias, por la otra,habían llegado, por así decirlo, a sumáxima intensidad, a su perfecciona-miento. Sobre todo el pathos: ¿seríaposible sostener ese tono melancólicoy severo en el libro que se publicaríadurante 2001? El pathos es el tono másadecuado para despeñarse, lo sublimees una altura desde donde en generales más posible caer que mantenerse.La “alemanidad” romántica de Sebaldera un tono desacostumbrado hoy y

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sostenerlo, en una obra que se prolon-gara en el tiempo, daba miedo. Y encuanto al procedimiento, mientras es-peraba la llegada de Austerlitz me pre-guntaba, como cualquier lector de Se-bald, si no volvería reiterado como unamecánica, perfecta pero conocida y porlo tanto decepcionante.

Ahora Sebald ya no podrá repetir-se. Pero, en las semanas anteriores asu muerte, Austerlitz respondió a lasvagas preguntas que distraían mi im-paciencia por leer ese último libro.Hoy sabemos que Austerlitz es unaobra maestra y que Sebald ya no es-cribirá otra. Hay que leer, entonces,una obra interrumpida por la muertecon la que no se contaba.

Austerlitz es el apellido del perso-naje de este libro: Jacques Austerlitz,un compuesto de nacionalidades. Na-cido en Praga en 1934, su madre fueuna cantante de ópera, judía, y su pa-dre, de quien no heredó el apellido,un ruso socialdemócrata emigrado;ambos enloquecidos por todo lo fran-cés, y de esa pasión el nombre, Jac-ques. En 1939, su madre logra embar-carlo en el “tren de los niños”, unacaravana de chicos judíos que huíandel nazismo y fueron recibidos en di-ferentes casas de diferentes lugares deEuropa. A Austerlitz le tocó Bala, uninsignificante pueblo de Gales y le to-có allí, por razones que el desconociósiempre, la familia de un pastor calvi-nista. Desde los cuatro años y hastalos doce creyó que su nombre eraDafydd Elias y no tuvo ningún otrorecuerdo anterior a Gales, excepto lacara de una mujer que se inclinabasobre la suya y la figura de un hom-bre con sombrero. Su nombre de ori-gen le fue sumariamente restituido, alos doce años, por el director de unaescuela que le indicó que, en los exá-menes que iba a pasar para ganar unabeca, debía escribir no Daffyd Eliassino eso, que le entregaba escrito enun papel, sin otras explicaciones. Du-rante algún tiempo, siguió siendoDaffyd, incluso para sus profesores.Un día, su nombre, hasta entonces se-creto, cobró un sentido. En la clase dehistoria moderna, el profesor enseña-ba las guerras napoléonicas y, natu-ralmente, llegó el turno de la batallade Austerlitz. Suspendido en esa

coincidencia sorprendente, Austerlitzescribió sobre Austerlitz un ensayo quemereció una entrevista privada con elprofesor en su oficina. Felicitado e in-terrogado, el chico le reveló su verda-dero apellido. Para el profesor, un ama-ble excéntrico, todo se recolocó y a par-tir de ese momento se encargó deAusterlitz, cuya vida hasta entonces mi-serable dio un vuelco afortunado cuan-do ingresó en un college de Oxford.

De allí en más, Austerlitz será Aus-terlitz, pero de una forma sorda a todahistoria de este siglo. Durante casi cua-renta años evitó cualquier informaciónque pudiera ligarlo a la persecuciónjudía, al ghetto y al holocausto. Sunombre era completamente plano, sinresonancias, excepto la imaginaria ins-cripción de un pasado napoleónico ytolstoiano, algo tan restallante comoincomunicable con el presente. Sobreel nombre (que sabremos luego que esel de la madre), Austerlitz no quierepensar ni saber. Historiador de la ar-quitectura, evita cuidadosamente cual-quier objeto o suceso que pueda des-pertar una conexión con su nombre, alque durante varias décadas sigue atri-buyendo sólo esa coincidencia feliz conla gran batalla que decidió no sólo eldestino de Europa en el siglo XIX, si-no el suyo en una mezquina escuelagalesa en el XX. Austerlitz es un soni-do sin historia, o más bien, con unasola historia que no lo concierne.

Austerlitz, casi hasta los sesentaaños, no quiere saber. La empresa deno saber es tan difícil como la de lamemoria. Imagínense un hombre, pro-fesor en Londres, que viaja por casitoda Europa occidental, vive rodeadode libros, de grabados, de mapas, to-ma fotografías de edificios a los queconoce como crítico e historiador, ima-gínense que ese hombre no quiere sa-ber nada sobre su propio origen, quedesconoce completamente y sobre elque meticulosamente descarta cual-quier sospecha. Sin embargo sospecha,porque de sus conocimientos ha ex-cluido toda mención, toda lectura, to-da sombra de lo alemán, y ha logradohacerlo durante muchos años, ha lo-grado mantenerse en equilibrio en elborde de una frontera como si del otrolado supiera, de un modo inexplica-ble, que se descubrirá sólo horror y

muerte. Austerlitz elige ser un hom-bre sin memoria, sin nada que fundeuna identidad, aferrado a las únicasmemorias que se permite: la de la his-toria de edificios y territorios, la dealgunos objetos, fotografías, una mo-chila (que, sabremos luego, replica laque llevó como único equipaje en eltren de los niños judíos que huían deHitler). Austerlitz emplea su vida enun curso de resistencia al saber queacompaña, por debajo, sombríamente,todos los actos de construcción de sa-beres en los que se ocupa.

Las últimas han sido décadas de lamemoria. Austerlitz decidió vivirlascomo un prolongado acto de resisten-cia a la memoria, limitando un últimoespacio utópico en el cual se movíacomo si el hecho central del siglo XXno hubiera existido, negando su auto-reconocimiento en algún pasado queacompañara la búsqueda de pasado co-mo empresa colectiva. Verdaderamen-te, un espacio utópico donde transcu-rre un tiempo despojado de la cuali-dad que tiene para millones deeuropeos. Hay algo de heroico en esanegación de Austerlitz a pisar el terre-no de la memoria quedándose guare-cido, como en un campamento en me-dio del peligro, en el terreno más se-guro de la historia hasta fines del sigloXIX. Utopía y heroicidad condenadosde antemano porque, desde el princi-pio de la historia, oscuramente perci-bimos, en lo que Sebald narra segúnlo narró Austerlitz, que el conocimien-to está allí amenazante y que cualquiercosa puede desencadenar una actuali-zación de la memoria que se conver-tirá en el proceso de una vida.

Austerlitz se resiste a la memoriacomo narración restauradora de la ex-periencia (en el doble sentido de ha-cerla presente y cicatrizarla). Lo hacehasta que la necesidad de la memoriano se le impone. De chico, no buscóni quiso desarrollar, como si fuera unafoto que tuviera que ser revelada has-ta mostrar detalles ocultos, esa ima-gen única que conservaba de su pasa-do. Nada dice Sebald, nada le diceAusterlitz a Sebald, de una necesidadde saber. Más bien, todo lo que dicetiene que ver con una voluntad deci-dida de evitar el saber. Más que unavoluntad, o menos que una voluntad

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consciente: una insistencia, un cona-tus que le permite afirmarse en la pre-cariedad de una nueva vida. Auster-litz vive porque no sabe: pudo sopor-tar aquello que luego descubre sobresu infancia, su absoluta destitución, lascasualidades que son más temibles queun destino conocido, porque se preca-vió del saber, evitándolo durante dé-cadas hasta que, un día cualquiera, enuna librería de Londres escuchó la his-toria del tren de los niños y la inter-pretó como un llamado. Desde ese día,la vocación de saber empieza a repetirsu pregunta sobre el origen, sobre lospadres, sobre el milagro de salvarseque corrió paralelo a la condena queno pudieron evitar millones.

De la utopía del no saber, Auster-litz pasa, con la misma unilateralidad,el mismo carácter absoluto, a la uto-pía de la completa reconstrucción desu pasado. Empieza su segunda vida:de historiador de la arquitectura a me-morialista de la persecución judía. Suser, todo su ser, se va a definir de allíen más en relación a la búsqueda. Aus-terlitz ha sido sujeto de un acto de“memoria involuntaria”: las voces deun programa de radio comenzaron acorrer la lámina hecha de resistenciapura que lo separaba de su pasado másdistante.

En este punto, la historia de Aus-terlitz se “normaliza” porque comien-za a formar parte de una historia deeste siglo. Aunque la estrategia conque desarrollará su empresa de me-moria es hiperbólica y obsesiva, co-mo lo habían sido sus anteriores em-presas de conocimiento, el objeto bus-cado lo acerca al resto de los hombresque saben de una persecución, delghetto y del asesinato de masas. Co-mo a ellos, a los que fueron víctimas,no hay saber que alcance, no hay acu-mulación suficiente ni de precisionesni de detalles. Lo que antes fue evita-do con un conjunto infinito de pre-cauciones que aseguraban la integri-dad antimemorística de su identidad,ahora es buscado con la obsesión dequien ha perdido esa seguridad de nosaber nada sobre su propio origen.

El nombre Austerlitz deja de serplano, deja de ser esa palabra que re-cibió escrita en un desnudo bautismoburocrático perpetrado por el director

de una escuela rural, para adquirir lapromesa de un espesor que deberáconstruirse con capas de recuerdos aje-nos. El ser de Austerlitz, que antespareció completamente autosustenta-do, revela su desnudez: el dato de lapersecución lo convierte en el hijo deunos judíos perseguidos. De nadie (al-guien sólo equipado con los recursosdel presente), esta brusca irrupción in-voluntaria de la memoria lo convierteen alguien cuya identidad es muchomás frágil porque debe ser investiga-da y construida. El historiador Aus-terlitz debe cruzar el límite del sigloXIX que se había impuesto como zo-na de seguridad, para entrar en la zo-na de inseguridad del siglo XX. Dealgún modo, Austerlitz pasa a ser uncaso de millones. Antes era una extra-vagancia.

Entre estas dos cualidades (la quelo separa y la que lo une a un destinocompartido), se construye el persona-je y la narración de Sebald, en el pasode la utopía del no conocimiento radi-cal a la utopía de una reconstrucciónigualmente radical del pasado. De unolvido primero forzoso y luego volun-tariamente cultivado a una memoriaque comienza por casualidad y, de in-mediato, quiere ser memoria absoluta.Si todo Austerlitz es hasta los sesentaaños un no querer saber, todo él será,después de esa mañana en la libreríalondinense, un saber que no se atienea ningún límite. Su vocación de saberserá tan decidida como lo había sidosu resistencia a la memoria.

Como es evidente, este último li-bro de Sebald se coloca, de maneraanómala, en el espacio de una de lasgrandes cuestiones del último mediosiglo (que afecta no sólo a los europe-os, sino que nos afecta a nosotros res-pecto de la historia reciente: hijos dedesaparecidos que no quieren saber/hijos de desaparecidos para quienes to-da reconstrucción del pasado es insu-ficiente y tramposa). Y digo que suposición en este campo es anómalaporque Austerlitz, como todos los per-sonajes de Sebald, lleva las cosas has-ta su límite, escindido de modo radi-cal de la forma en que unos aconteci-mientos fueron vividos por la mayoríade hombres y mujeres, o mejor dichosordo al relato normalizado y acepta-

do que se hizo o se está haciendo so-bre esos acontecimientos. Los perso-najes como Austerlitz indican que so-bre esos acontecimientos no hay posi-bilidad de relato “normal”: no se puederecordar eso con la mecánica, la na-rrativa y la retórica que vale para elresto del pasado.

El acontecimiento que Austerlitzprimero no quiere recordar y luego secompromete a reconstruir absoluta-mente está en la infancia, en los pri-meros cuatro años de su vida, cuandosu lengua fue el checo de Praga, queluego se borró para ser reemplazado,como si no hubiera habido nada antes,por el inglés de Gales. La experienciade Praga, no tuvo una lengua para serdicha: “Lo inefable es, en realidad, in-fancia. La experiencia es el misterionque cada hombre instituye por el he-cho de tener una infancia. Este miste-rio no es un juramento de silencio yde inefalibilidad mística; es, por elcontrario, el compromiso que empeñaal hombre a la palabra y a la verdad”.2

Lo que le sucedió a Austerlitz fue do-blemente mudo. Por una parte, suce-dió fuera del lenguaje o en una lenguarecién adquirida y enseguida olvida-da, de la que no tuvo las palabras quehubieran podido acompañar esas som-bras de un rostro de mujer y una si-lueta de hombre en una despedida de-finitiva. Eso que Austerlitz sólo con-serva como sombras inaferrables(porque son inexpresables en la medi-da en que han sido amputadas de lalengua que podría intentar expresar-las) son lo que Giorgio Agamben con-sidera la experiencia, aquello queacontece antes de que pueda ser dichoy que funda la posibilidad y el deseode decir. Pero para que ese deseo sealenguaje debe haber una lengua y Aus-terlitz ha perdido el checo de Praga, ylo ha perdido tanto, de modo tan pro-fundo, que no recuerda haberlo perdi-do. Su experiencia no puede sino con-vertirse en completo olvido. Cuandocomienza a reconstruir su pasado, elcheco de Praga, esa lengua olvidadaque ni siquiera sabía que había sido la

2. Giorgio Agamben, Infanzia e storia, Dis-truzione dell’esperienza e origine della storia,Einaudi, 2001 [1978], p. 49.

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suya, vuelve en el transcurso de unospocos días, con sacudimientos y tor-pezas, como quien está reanimando uncuerpo que había permanecido inmó-vil durante mucho tiempo.

Por otra parte, esos hechos padeci-dos por Austerlitz son un límite delsiglo XX, acontecimientos monstruo-sos que caen, como los coloca la pre-gunta de Adorno, del lado en que lascosas desafían al lenguaje. En el or-den social, la deportación y el asesi-nato masivo de judíos peticionan lasexplicaciones de la historia. Pero tam-bién postulan que nunca podrían serexplicados del todo: son un límite don-de la política y la ideología tocaron lalocura, enloqueciendo y deshumani-zando a sus víctimas.

En el sentido de llevar las cosashasta su límite, Austerlitz es un loco,enajenado en el olvido o enajenado enla pura reconstrucción de una memo-ria. ¿Cómo puede escribirse despuésde Auschwitz? La pregunta clásica deAdorno, que respondió Paul Celan, fueretomada por Sebald: una forma posi-ble de escribir Auschwitz (no la úni-ca, como lo demostró Primo Levi) esmostrando que ese hecho sin fronterasmorales, la masacre judía, priva a lasubjetividad padeciente de sus propiasfronteras, la enajena porque la con-centra sobre lo que no puede olvidar-se, o la enajena porque la separa deese acontecimiento por la negación alrecuerdo. De este modo, Austerlitz estámoldeado sobre una anomalía que éllleva a su punto máximo, pero que encasi todos los personajes de Sebald esuna forma “normal” de la subjetivi-dad. Todos tienen algo de extravagan-tes, de desubicados, de inadecuados,todos practican alguna forma de la exa-geración (empezando por el propio Se-bald como personaje narrador de sustextos).

La extravagancia de Austerlitz al-canza una monomanía trágica. Su vi-da transcurre comprometida entre dosempresas imposibles por su ambiciónabsoluta: la del no saber extremo y lade la producción de un conocimientocompleto. Lo que Austerlitz quiere esimposible y no le ha sido dado a na-die. Entre esos dos polos se expandey se enriquece su tragicidad porqueestá condenado, a partir de esa expe-

riencia de infancia que no tuvo len-guaje para expresarse, a la unilaterali-dad. En él, el tiempo del olvido y eltiempo de la memoria no se mezclansino que se suceden: está dedicadocompletamente a no saber, primero; ydedicado completamente a saber, des-pués.

El narrador Sebald escucha las his-torias de Austerlitz y las trasmite: dijoAusterlitz, así le dijeron a Austerlitz.A lo largo de varias entrevistas sepa-radas por algunos años, recibe un le-gado de palabras y fotografías. El tex-to no suscita, como tampoco los ante-riores de Sebald, la pregunta sobre elcarácter inventado o real de sus per-sonajes. Se presenta como una suce-sión de relatos enmarcados (un esce-nario de hotel, o de estación de trenes,o de espacios urbanos abiertos, o debares sin cualidades) donde alguien lecuenta a alguien algo que será escritopor quien escucha esas narraciones. Lahistoricidad de los hechos narradosvuelve secundaria la pregunta sobre siAusterlitz es un personaje inventado aquien un narrador atribuye los hechos.Pongamos un ejemplo, donde el do-cumentalismo de la narración, sus mi-nucias y detalles presentados en enu-meraciones de intención fuertementedescriptiva, terminan reasignados a unlugar de evocación y de imaginaciónintensamente subjetivo: realismo y pe-sadilla fantástica, percepción materialy experiencia de alguien que se poneno sólo en el lugar desde donde semuestran los restos de las víctimas si-no que quiere ponerse en el lugar deesas víctimas. Del documento a la en-soñación.

Cuando Austerlitz se comprometeen su empresa de conocimiento total,visita Terezin, la ciudad donde su ma-dre fue confinada, en 1942, al ghettodonde vivían 60.000 judíos y de don-de partió hacia su destino final. La des-cripción de Terezin muestra de quéforma puede entenderse lo que se estáviendo. Austerlitz recorre, durante to-do un día, el museo donde se agrupanlos objetos más dispares, los registros,los nombres, los itinerarios, es decirlos restos del ghetto, que muestran, apesar de su carácter inerte y su des-membramiento, las ilusiones de quie-nes llegaron a esa ciudad barroca cre-

yendo que no los esperaba la muertesino un confinamiento quizás no tanpenoso. Al salir del museo, Austerlitzes asaltado por la impresión siniestrade que esos judíos del ghetto todavíaestán allí, moviéndose sin sentido nifuturo en el kilómetro cuadrado don-de vivieron. La actualización presentede estos hombres y mujeres asesina-dos convierte su historia pasada en unamemoria a través de la que Austerlitzre-vive la experiencia.

Por supuesto, esto sólo es posiblepor una inteligencia que no evita elpathos, sino que lo busca no comoefecto sino como textura de la rela-ción entre lo narrado y el relato, entreel narrador Sebald y su personaje Aus-terlitz, y también como dimensión in-tersubjetiva de los hechos históricos.La inteligencia patética es la verdade-ra dimensión crítica de Austerlitz, enla medida en que la historia debe sercomprendida y también vuelta a pade-cer. Nuevamente, el nombre de Wal-ter Benjamin es inevitable: el pasadoes un tiempo que debe ser redimidoen el presente para evitar su regresocomo eso siniestro que es lo siempreigual.

En este sentido, todo lo escrito porSebald es de una inteligencia sorpren-dente, más sorprendente incluso en susincidentales, en las descripciones queestán como un suplemento a la líneafundamental del relato. La nueva bi-blioteca nacional de Francia, los en-tretelones de Liverpool St. Station, vie-jos hoteles o paisajes destruidos apa-recen con la agudeza y la perspicaciade quien está convencido de que elmundo moderno encuentra una de susclaves en esa inercia de los objetos ylos edificios. La mirada de Sebald ysu escritura nunca son leves. Por elcontrario, el peso de las cosas, el pesode las palabras y de las imágenes esreiterado como una cualidad inevita-ble que la literatura, por supuesto, de-be tomar a su cargo. La mirada no esrápida sino intensa; la descripción noes fragmentaria sino obsesiva; el len-guaje busca su centro, aunque (comole sucede a Austerlitz) sepa de ante-mano que es inalcanzable. El esplen-dor de Sebald es un destello de la Me-lancolía, crítico, reconcentrado y pen-sativo.

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I

La primera antología de la nueva poe-sía argentina fue Poesía en la fisura deDaniel Freidemberg.1 El gesto era eldel muestreo, reconocido como parcial.Sin embargo, uno podría pensar queallí estaban casi todos los poetas quecomenzaron a hacer públicos sus tex-tos a partir de la década del 80, en dia-rios o revistas como Diario de Poesía,la efímera 18 whiskies, u otras más ar-tesanales como La hoja de Alicia, Latrompa de falopo y La Mineta; poetasque recién en los 90 sacaron su primerlibro, como es el caso de Fabián Ca-sas, Osvaldo Aguirre, Marilyn Briante,Eduardo Aibinder o Carlos Battilana.

Notas sobre la poesía argentina reciente y sus antologías

Ana Porrúa

También se descubren nombres quedespués, en plenos 90, comenzaron asonar con fuerza y, más avanzada ladécada, publicaron sus libros. Este esel caso de Martín Gambarotta, Santia-go Vega, Fernando Molle, AlejandroRubio y Sergio Raimondi, entre otros.Leída hoy, la antología también tieneexcesos, nombres que nunca más apa-recieron porque no han entrado a loscircuitos capitalinos, quizás, o porqueemigraron, o sencillamente porque ha-brán dejado de escribir como lo hacenmuchos adolescentes después de la ado-lescencia.

El criterio de selección tenía unprincipio objetivo, una gacetilla de laeditorial que se distribuyó por todo el

país y una cláusula que en realidad esuna forma aleatoria de cerrar el recor-te: los escritores no debían pasar los30 años. Luego, Freidemberg declara-ba haber optado por la diversidad ypor su calidad de lector que le permi-tió dejar poetas (no se sabe cuáles)más o menos conocidos fuera del li-bro, e incorporar otros ignotos, tenien-do siempre en cuenta la calidad y res-catando, cuando existía, “un tono per-sonal y un mundo propio interesante”.

De alguna manera, Poesía en lafisura construyó una totalidad, un fri-so de aquellos que estaban escribien-do poesía, y en la manera de destacareste proceso se borró la figura de au-tor (la mayoría de ellos son, se podríadecir o se podría leer entre líneas enel prólogo de Freidemberg, poetas quese están haciendo). Lo cierto es quepor mucho tiempo ésta fue la únicaantología de los poetas jóvenes y segestó antes de que internet se convir-tiera en un lugar fuerte de acceso a lasnuevas escrituras, a través de la proli-feración de sitios dedicados a la poe-sía como InterNauta (que luego setransformó en poesía.com), o —mu-cho tiempo después— Zapatos rojos,o el reciente sitio de La voz del erizo,con todas las conexiones (liaisons, coolsites) hacia otros lados, como Los ami-gos de lo ajeno o Vórtice argentino.Propuso una muestra, antes de queexistieran revistas que ya tienen ciertacirculación como Belleza y felicidad oLa novia de Tysson.

1 Daniel Freidemberg (selección y prólogo), Po-esía en la fisura, Buenos Aires, Ediciones delDock, 1995.

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II

En el número 60 de Punto de vista(abril de 1998) se publicó una nota deDaniel García Helder y Martín Prietoque amplió aún más el panorama, par-tiendo de “ciertos motivos temático-formales en las obras de unos cuantosautores nuevos, en su mayoría resi-dentes en la Capital Federal, a los quellamamos por comodidad ‘poetas delos 90’ o ‘poetas recientes’ y cuyosaños de nacimiento oscilan, con va-rias excepciones, entre 1964 y 1972.”

Aquí estaban todos, sin discrimi-nación. García Helder y Prieto no se-leccionaron sino que expusieron lo queellos conocían, como lectores del pre-sente. El gesto que antecede allí a lapresentación de cada poeta es descrip-tivo (casi la mirada de un entomólo-go) y habilita la ausencia de jerarquí-as. Entonces pueden aparecer en unmismo conjunto, Charly Feiling, Sil-vio Mattoni, Osvaldo Aguirre, MarilynBriante o Fabián Casas (que tienen unaserie de libros publicados, pero ade-más armaron o están armando una es-critura con densidad y característicaspropias) y Fernanda Laguna que hacede la banalidad un objeto precioso (sinque se sepa cuál es su relación con lobanal) en sus versos que dicen: “Xuxaes hermosa./ Su cabello es hermoso/ ysu boca dice cosas hermosas./ Yo creoen su corazón.”

III

Decía que mucho de lo que hoy se pu-blica está en la red, en sitios como po-esía.com o zapatos rojos. Desde los ini-cios del InterNauta se puede leer unproyecto que está asociado a lo nuevo.Durante mucho tiempo se mantienencuatro secciones, “Adelanto”, “Inédi-tos”, “Notas” y “Rescate”. En las dosprimeras se puede leer lo que está pa-sando en ese momento en poesía y, so-bre todo, los textos de poetas jóvenes.Así en el número 0, están Daniel Gar-cía Helder, Santiago Llach, AlejandroRubio y Laura Wittner. En el númerosiguiente, Martín Rodríguez, VerónicaViola Fisher y Fernando Molle. La sec-ción de “Inéditos” y la de “Rescates”arman a su vez una equiparación entrela tradición y lo nuevo. Fogwill, Ze-

larayán, Raschella, Leónidas Lambor-ghini, Perlongher o Viel Temperley semezclan con Oscar Taborda, Juan De-siderio o Silvio Mattoni.

Aquí es claro que se trata de poe-sía de autores: todos son consideradospoetas.

En este sentido, poesia.com se cons-truye bajo la lógica de una revista lite-raria. Usa las posibilidades que le da elsoporte virtual combinando palabra,imagen y sonido, pero consolida un es-pacio que intenta repeler la idea de trán-sito rápido porque publica poemas, no-tas y hasta libros completos. Sin em-bargo el paso suele ser indefectible.poesia.com tiene una edición en CD detodos los textos poéticos que se publi-caron y zapatos rojos editó, a fines delaño pasado, su propia antología en li-bro. Otro ejemplo concreto es que Vox,la revista de Bahía Blanca, hizo unaedición virtual, pero reserva para algu-nos números —por cuestiones econó-micas— su exquisito formato en papel,que incluye reproducciones de pinto-res, xilografías, etc.

Una de las perspectivas para pensareste pasaje es la de la convivencia dedistintos soportes que apuntan a distin-tos receptores; la otra —que me parecemás plausible— es que de algún modosiempre se busca la manera de ir contraciertas características de internet. Todotiene allí el carácter de lo efímero. Seimpone la lectura veloz (a no ser que sebaje en disco o, mejor, en papel, el libroentero). Cuando se apaga la máquinadesaparecen los textos: no se puede re-leer, o la relectura se convierte en unejercicio complejo que implica pasos téc-nicos, aperturas, búsquedas de sitios, ubi-cación de un poema recordado en uncontinuum informe, pautado por la vi-sualización parcial.

(la lógica del foro o la historia delisaymona)

En el número 14 de poesia.com apa-reció un caso proveniente del foro quetambién les pertenece. Ante la abru-madora cantidad de textos (800 poste-os en un mes) de una integrante delforo, lisaymona, y la cantidad y el to-no de las respuestas que recibió, la re-vista decide hacerse cargo de esta ex-traña situación y hace migrar parte delos poemas y las opiniones de los lec-

tores al cuerpo central. Lo primero quese podría subrayar es que la revista yuna de sus secciones, el foro, funcio-nan con un público diferente. En el fo-ro desaparece la figura del editor, perotambién están ausentes los poetas quepublican en el resto de las secciones.

El foro tiene cierta autonomía y seconvierte en la zona de la revista queno escapa a las lógicas de internet si-no que más bien se deja pautar porellas. La velocidad y la ausencia detiempo entre una y otra manifestación(al menos ese es el efecto) son las mar-cas más salientes de una práctica quese separa del resto de las escrituras dela revista.

lisaymona es, evidentemente, unseudónimo, y esto no es insólito en lared. Es además, un seudónimo risible,porque hay un ingrediente lúdico, aveces transgresor, en el anonimato. Deella se sabe (¿se sabe?) que es unamujer, que nació en Cuba y estudiómedicina, que se fue de su país y esama de casa. Sus poemas están plaga-dos de erratas, de malos usos del cas-tellano, pero además se presentan co-mo útiles, como transmisiones de expe-riencias que les pueden servir a otros. Elresto —diría lisaymona, que no se re-conoce como poeta— es literatura:

NO SOY IMPORTANTE

EN “NADA”Y NO ME ESTOY

MENOSPRESIANDO

ESCRIBO EN “MAYUSCULA”PARA DIFERENCIAR UN

ESCRITO DEL OTRO

“A MI NO ME INTERESA

SER IMPORTANTE”IDIOTAAAAAAAA”NO HAY QUE USAR

MAYUSCULA

NI HACER ESCRITOS

PROSAICOS

PARA SERLO

SIMPLEMENTE

ESCRIBO MIS PENSAMIENTOS

QUE CREO SON EDUCATIVOS

Y SIMPLEMENTE

ME IMAGINO

AYUDE A REFLEXIONAR

A LA GENTE COMO TU

QUE ESTAN BIEN PERDIDOS.

lisaymona escribe sobre Fidel, sobrela miseria, en contra de los testigos deJehová (texto que genera una respuestaque es, a decir verdad, un intento de

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catequesis, con citas de la Biblia inclui-das, al que ella responde: “mejor retira-te del foro/ no haces falta aquí/ ve a tuiglesia/ a rezzar un poco/ que es dondedebes estar”). Pero además, lisaymonaescribe sobre sexo, en una especie derelato autobiográfico (no necesariamen-te real); el lenguaje es directo o previsi-ble bajo ciertas figuraciones excesiva-mente tropicales, y sus textos generantodo tipo de respuestas de parte de otrosparticipantes del foro, por lo general, entono erótico.

Así se diseña un terreno más cer-cano al chat que a los foros de poesíay el anonimato adquiere su verdaderosentido: “y bueno dime/ que hago yo,a que me dedico?/ porque la verdadno me he enterado/ y dime/ soy ri-ca???/y no lo se/ tengo mucho dine-ro?/que bueno/ fijate que estoy tiesa”.El juego no es el de la poesía, sino eldel flirteo (mediado por la red).

El fenómeno lisaymona no mereceun examen en términos estéticos, ob-viamente. Pero sí puede ayudar a pen-sar en la ductilidad de la red, o en lared como un lugar sin ningún tipo dejerarquías, de pautas, cuando se trans-forma —como en este caso— en laúnica zona posible del escarnio anóni-mo, o en el lugar para expresar, con-tar una vida y hacerla pública, o sen-cillamente en el tejido perfecto parala bouttade.

IV

En el año 2001 Arturo Carrera fue elencargado de prologar y seleccionar,por solicitud de José Tono Martínez,“las voces que vienen” “para poblarel nuevo siglo con su mirada”. El re-sultado fue Monstruos. Antología dela joven poesía argentina,2 libro queen realidad estaba colgado en la red,en la página del ICI, desde 1998.

Al momento de definir la poesíajoven Carrera incorpora algunas ver-siones de Delfina Muschietti o DanielGarcía Helder (que se han ocupado delo nuevo también como críticos) y re-toma una frase repetida una y mil ve-ces por Leónidas Lamborghini, aque-lla de “asimilar la distorsión y devol-verla multiplicada” entre la risa y elgrotesco y mediante un acercamientoa “lo trivial de las hablas”, al “sermo

plebeius”. Sin embargo, salta a la vis-ta que no todos los poetas elegidospueden leerse bajo estos enunciados:sí los más jóvenes, Martín Gambarot-ta, Santiago Vega, Alejandro Rubio,Santiago Llach, Verónica Viola Fi-sher, Marina Mariasch e incluso a Fa-bián Casas o Daniel García Helder;pero Teresa Arijón, Guillermo Piro,Silvio Mattoni o Guillermo Saavedraresponden, evidentemente, a otros tra-tamientos de lo poético.

Si bien Carrera reconoce en el pró-logo la dificultad de toda selección,creo que la clave en este caso está endos de los ejemplos elegidos —nadaazarosos— para dar cuenta de la tareaque lleva a cabo: el ramo de floresperfecto que Antonin Artaud le ofrecea Paule Thevenin cuando sale del hos-picio y las prevenciones de Borges enel prólogo a Antología poética argen-tina sobre la vulnerabilidad que supo-ne antologar “piezas contemporáneasy locales”. Se elige a dos escritores ytambién dos instancias del hecho deseleccionar, la que se supone recoger—como el ramo de Artaud— todoaquello que representa al otro (al lec-tor, se podría decir) y la que duda so-bre la posibilidad de tal empresa. En-tre una y otra se sitúa el poeta ArturoCarrera y a ellas se refiere cuando ha-bla de “falsa cientificidad” y de reco-lectar “acontecimientos fulgurantes”.Bajo esta última definición puede pen-sarse mejor la diversidad que va delos poemas que apelan a lo oriental deArijón o aquellos de Mattoni que añe-jan la lengua, a las peculiares varia-ciones de las églogas clásicas de Ser-gio Raimondi o el lenguaje despojadoy directo de Fernando Molle, por darsólo algunos ejemplos.

Pero por sobre todas las cosascuando se lee “acontecimientos fulgu-rantes” es inevitable pensar en la po-esía de Arturo Carrera, en “El vesper-tillo de las parcas”, o en algunos ver-sos anteriores de “Splanch”: “Recuerdaque no hay contornos/ (olvido de unaposesión que/ desposee);/ sólo las tran-siciones oscilantes/ de un enjambre/de colores, sombras,/ vocecitas// pla-nos de inconsistencia/ donde nuestrapalabra/ se aisla.”

Monstruos —a diferencia de otras—es la antología de un poeta que se de-sentiende de la exaustividad, que lee

y selecciona la intensidad que escribe.No se trata de que los antologados es-tén en la estela de Carrera. No intere-sa la figura de Carrera como padreliterario o como crítico —que sí podíaser pensada en la antología de Frei-demberg— sino como un par de latribu poética, y aquí la premisa de To-no Martínez parece adquirir una ma-yor resolución. En la tribu, él es elque escribe y lee poesía, el que selec-ciona ciertos textos de la nueva poe-sía como “sorpresas de un pequeñoazar” y dice “pero ¿quién me quitaráel placer de estar entre tantos jóvenesplaneando la decisión de entrever ‘unefecto óptico’: el destello esperanza-do y único de un libro de luz que noespanta la alegría y que baila en unaimprobable vacación como el lezames-co ‘ángel de la jiribilla’, no lejos deacá, no cerca de todos modos?”.

El argumento no es el de un lectorcrítico, sino el de un poeta que puedereconocer a otros poetas. No hay nin-gún intento de armar líneas, de pensarrelaciones entre los escritores incluidos.Cada uno es un punto en el mapa dise-ñado por Carrera. Es su antología (dehecho muchos leerán esta autoría enMonstruos, como ya lo ha hecho RaúlAntelo en su nota “La Arturíada” pu-blicada en Página/12) y por eso no ne-cesita justificar ciertas inclusiones, quepara algunos son extrañas, como las dePablo Martín Betelu o Vivian Lofiego,ni las exclusiones, entre las que se po-dría mencionar, al menos, La zanjitade Juan Desiderio que es uno de losprimeros libros en el que se rescata unaoralidad con marcas generacionales, yla producción de Osvaldo Aguirre, queen su percepción minimalista de la na-turaleza plantea una poética ausente enla antología.

(la versión)

La presentación y el prólogo de Mons-truos se mantienen intactos en la edi-ción de F.C.E. La tapa y la diagrama-ción interior también. Es casi el mis-mo libro. Sin embargo, hay algunasdiferencias. La primera está en el títu-

2. Arturo Carrera (selección y prólogo). Mons-truos. Antología de la joven poesía argentina,Buenos Aires, F.C.E/ ICI, 2001. Presentaciónde José Tono Martínez.

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lo que en la versión virtual incluía amodo de despliegue del primer térmi-no, “el sueño de la poesía”. Pero elcontenido no cambia (a no ser por lainexplicable ausencia de Eduardo Ai-binder en esta segunda aparición), ymuchas de las variaciones tienen quever con la actualización (datos biográ-ficos o textos nuevos).

Pero hay una zona aún más intere-sante de esta puesta al día, y es la quetiene que ver con la reescritura. Desdela variación de un verso en GuillermoPiro, hasta la incorporación que Gui-llermo Saavedra hace en “El velador”de otro texto en cursiva —casi un es-tribillo— que se expande a sí mismoy se repite, que arma una relación conel poema en su totalidad pero tambiénpodría leerse de manera autónoma.También pueden rastrearse las meta-morfosis de “Seudo” de Martín Gam-barotta (que ya fue publicado comolibro), las nuevas titulaciones de poe-mas de Walter Cassara, o la elimina-ción de los títulos que hace García Hel-der, cuyos textos incluso se planteancomo parte de otro libro en proceso“Tomas para un documental” y no de“www.cualquiera.com”, que era el tí-tulo otorgado en la versión virtual.

Las artes poéticas, que fueron so-licitadas a todos los autores, siguenincompletas en la versión de F.C.E(aunque se agrega la de Pablo Pérez,por ejemplo); pero algunas de las yaexistentes varían. Gambarotta habíaelegido, ya en la antología virtual, lacita de autores y no la definición deuna práctica propia. La lista era larga:Leónidas Lamborghini, Juan ManuelInchauspe, Darío Cantón, Ricardo Ze-larayán, Fogwill, Arturo Carrera, Jor-ge Aulicino, Oscar Taborda, DanielDurand, Laura Wittner, Verónica ViolaFisher, Beatriz Vignoli, SantiagoLlach, Santiago Vega, Martín Rodrí-guez, Roque Dalton, Denise Levertov,Ezra Pound, Daniel García Helder yAlejandro Rubio. De este heteróclitoconjunto —en el que abundan los po-etas de su misma edad— quedarán enla segunda versión sólo los últimoscinco, a los que se le agregarán CarlRakosi y Louis Zukofsky. Antes sepodía pensar en una biblioteca del pa-sado y el presente; ahora, en cambio,pareciera que el ejercicio de síntesisapunta a describir una poética, ciertos

gestos de algunos escritores que su po-esía ensaya. Sergio Raimondi tambiénsintetiza su ars poética que antes teníael corte del relato y ahora queda resu-mida en dos frases, como si describirla propia escritura fuese un gesto im-posible: “Ah, bueno, no sé. La tonte-ría o, quizás, la violencia tonta quesupone la ilusión técnica de la pasión”.Fernando Molle es otro de los quetransforma su arte poética, la acorta,sacando frases que son importantes,como la referencia a que “Escribir se-ría un acto completo y de verdad tras-cendente si uno pudiera controlar ydiseñar los sentimientos que provocaen el lector”. Esta nueva versión esmenos asertiva, aunque mantiene loque dice en la anterior. Santiago Pin-tabona, en cambio, muta en su ars po-ética hacia un discurso más críptico,más teórico. Antes hablaba de la iro-nía y de que “los poemas no buscantransmitir un conocimiento sino tomarla forma de lo creíble” y ahora delpoema como “la perpetuidad en el vér-tigo de un centro controlado”.

En todos estos casos, se puede le-er en el pasaje de la red al papel lasnuevas escrituras de los poetas inclui-dos, los procesos de corrección de untexto, o los ajustes en la reflexión so-bre el oficio. Monstruos permite, en-tonces, echar una mirada a la cocinade la escritura de quienes así lo qui-sieron, o de aquellos a quienes se lespropuso hacer cambios. Y éste es unode sus costados más interesantes.

V

Monstruos, a diferencia de la antolo-gía de Freidemberg, no apuesta al con-junto, sino al acontecimiento aisladoy por eso Carrera hace entrar autoresde más edad (hasta 40 años) y poéti-cas muy disímiles. En ambas, sin em-bargo, la idea de la que se parte parahacer la selección está en el título. Fi-sura, en un caso; monstruo, en el otro.Monstruo en su doble acepción, comodice Carrera, “no sólo mostrar sinomostrar espectacularmente”. Una pri-mera entrada a la espectacularidad po-dría estar dada en las fotos de estudiode cada uno de los poetas antologa-dos. Hay allí algunas evidentes cons-trucciones de imagen y, en otros ca-

sos, una especie de contraste entre elgesto y el vestuario habitual y la teladrapeada que sirve como fondo. Quie-ran o no, los fotografiados exponensus cuerpos a la cámara y el resultadoes siempre llamativo.

¿De qué trata la otra espectacula-ridad, el otro rostro de lo monstruoso?¿Es la diversidad? (¿un monstruo demil, de treinta y seis cabezas?); ¿Ca-rrera elige aquellas escrituras que dancuenta de la poesía joven?. De las por-teñas, se podría decir, porque la anto-logía incluye —en términos estrictos—a un solo poeta “extranjero”, Raimon-di (y tal vez habría que meter en estecasillero a Lofiego, que vive y escribeen París). Aun dentro de este territo-rio —que no es cuestionable en sí mis-mo— las editoriales abren el abanicode lo diverso: están los que publica-ron en Bajo la luna nueva, Tierra Fir-me, Último reino, La Trompa de Fa-lopo, Siesta, Vox, Belleza y Felicidado Tsé-tsé y los que lo hicieron bajootros sellos menos específicos comoSudamericana o Norma. Creo, inclu-so, aunque no esté planteado de esemodo en Monstruos, que este es unode los modos de leer las distintas es-crituras de los 80 y los 90 porque setrata tanto de instalarse en lo ya dado,en las editoriales específicas que tie-nen su historia y son —en los 80—muy pocas, como de hacer el salto ha-cia editoriales “prestigiosas” que pu-blican poca poesía, o armar el circuitopropio de producción, como hacen lamayor parte de los poetas de los 90.

VI

Quizás tenga algún sentido imaginarotra antología de la poesía reciente, o“poesía joven”. Los límites de edadno serían tan importantes, pero sí aque-llo que despunta como nuevo en ladécada del 80, alrededor de ciertas re-vistas como 18 whiskies, La trompade falopo e incluso en algunas zonasdel Diario de poesía, y que luego sereplantea y asume formas diferentesen la década del 90. Más que los nom-bres importarían las cuestiones que ha-cen que los textos se lean como dife-rentes dentro de la poesía argentina—que fueron, por otra parte, muy biendefinidas por Carrera—. Más que el

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gusto personal por ciertas poéticas, se-ría interesante poder detectar similitu-des o, a veces, escrituras muy distin-tas alrededor de lo mismo. Parto de laconvicción de que la poesía recienteno puede presentarse más que comouna red abierta, una red en la que se-guro habrá vacíos.

La figura del monstruo recorre, ba-jo distintos ropajes, la mayor parte dela poesía de los 90 y se recorta contraalgo anterior. Desde el lugar de la enun-ciación casi programática, aparece ladefensa de la incorrección literaria:“Nunca leí el Quijote./ En todo casosueño con Alien/ escupiendo los hue-sos de Don Q. en el basural”;3 peroestos versos deberían articularse con elcapricho de Goya, “El sueño de la ra-zón engendra monstruos”, que el escri-tor recuerda en Punctum. Éste podríaconvertirse en el leit motiv de la poesíareciente. ¿Por qué?, porque se exponendeliberadamente las fisuras del sistemasocial y político: “El monstruo/ fue de-salojado/ del supermercado/ por tenermalos hábitos/ y ser improductivo/ pa-ra la Sociedad/ para la Gran EmpresaNacional/ de los Mendes”.4

Creo que este es uno de los ejesfuertes de la nueva poesía, en el quese inscriben Zelarayán de Cucurto,Punctum de Gambarotta, Música ma-la de Rubio, o un poema como “LosMickey” de Llach. Los cuatro textoshablan de la sociedad —en pleno pos-modernismo— en términos de claseo en términos raciales. Allí aparecenlos “negros”, los “cabezas”, los “bo-litas” y la versión del otro no es pia-dosa (no se podría pensar estos tex-tos como continuidad de la literaturade Boedo), sino más bien todo lo con-trario. Por supuesto, hay matices, quevan desde la presentación exageraday festiva de la violencia en Cucurto(cuando el salteño-boliviano viola ala hija de su empleador coreano), ola más descarnada de “Los Mickey”,“una banda de hijos de ricos,/ con-chetos y católicos” que sale “a cazarnegros/ cerca de la villa del bajo”,5 ala mirada inquietante (y estética, po-dría decirse) de Gambarotta, o la mássituada históricamente de Rubio querecupera, como una especie de fan-tasma cristalizado, ciertas figuras:“De las cenizas rescaté/ magras figu-ras: un gaucho,/ Perón sobre un ca-

ballo pinto,/ una negra barriendo lavereda”.6

En esta percepción de clase no estáausente el peronismo, aludido en todoslos libros (en el caso de Cucurto habríaque mencionar otro texto, que es “Co-sa de negros”). Pareciera que la violen-cia reinstala (en un momento históricoen el que la consigna ya no muestra,diría Carlos Altamirano, ninguna reper-cusión) la famosa frase de John Wi-lliam Cooke sobre el peronismo como“el hecho maldito del país burgués”.“Lo maldito”, “lo monstruoso” es elmenemismo, pero también es la puestaen letra de las denominaciones másocultas de la clase trabajadora. Porqueaquí es importante destacar que la nue-va poesía se apodera de la palabra delotro, dice lo que está silenciado inclu-so por la clase media, que también esnombrada —extrañamente— como bur-guesía. Estos textos sólo pueden serpensados como intervención, y por quéno, como provocación.

Tal vez, como declaración de prin-cipios, habría que anotar el capricho deGoya junto a algunos epígrafes o ver-sos de otros libros, como la cita bíblicaque abre Zelarayán, “Porque no pode-mos dejar de decir lo que hemos vistoy oído”, un verso de “Chancros año-sos...” de Rubio, “acá las cosas pasan,fato es este/ que la mitología no men-ta”, u otro —irónico— de Llach, “Nohablo de sexo ni droga ni política”.

Algunas de las escritoras que co-mienzan a publicar poesía en los 90parecen definir su imaginario como in-versión del masculino. Si allí hay “ne-gros”, “cabezas”, “dos bolivianos conropa de bailanta,/ zapatillas New Ba-lance o adidas” (Llach), o “una viejacon el tobillo sangrándole/ bajo la me-dia de nylon” (Gambarotta), en los po-emas de Marina Mariasch, Karina Mac-ció o Anahí Mallol, aparecen mujeres—casi siempre aniñadas— envueltas en“un vestidito turquesa”, en “un vesti-do/ de shantung negro”, con “moñosondulados” y “vestidos apuntillados”,o con un “tutú de tul”.7 Si allí se en-cuentran “Lugares calientes,/ hogaresdonde hubo cierto despojo” (Llach) o“una pocilga posmo” (Rubio), acá apa-recen “un planeta miniatura lleno debaby cactus que nosotras cuidaríamos”(Mariasch), la casa ojal o caparazón decaracol de Karina Macció, interiores re-

vestidos de broderies, sedas, almoha-dones con patch-work y tejidos al cro-chet. En este caso la poesía habla des-de un lugar de infancia y se hace cargosolamente de la miniatura, de lo pe-queño. El gesto es el del exceso y, eneste sentido, podría pensarse en un mo-do de intervención distinto, que con-siste en asumir la propia figura tal co-mo está en el discurso masculino, o talvez, adulto. Sin embargo, el efecto seenrarece (más allá de cierto tinte iróni-co) porque el lugar desde donde se di-cen las cosas es infantil (cerrado), qui-zás aquél de la orden que se le da a unniño: “váyase al rincón”.

Se enrarece, digo, porque lo quepermite leer la diferencia en la poesíareciente es la construcción de un lugardistinto para decir las cosas que la ra-cionalidad enmudece (y éste es su cos-tado ideológico vanguardista). Así, cier-tos poemas, como los de Martín Rodrí-guez, invierten las figuras paternas ymaternas, ponen la monstruosidad enel origen: “a cada animalito mamá, de-cía el niño,/ a la cotorra al tigre al loboa la tortuga/ le conocemos la saliva elasma la caricia./ los que más conoce-mos, respondía la madre,/ es la des-composición:/ cuando los ojos se levuelven amarillos/ y se devoran unoscontra otros”.8 Desde un lugar similarse escribe la poesía de Verónica ViolaFisher que habla de la sexualidad, ha-ciéndose cargo del discurso moral delotro: “Que mi hija es una mujer/ depelo en pecho/ nadie puede negarlo/ esfuerte/ como su padre así que/ guarda/con ella todas mis hojas/ de afeitar aun-que no sepa/ afeitarse sino/ afearse/ lle-

3. Martín Gambarotta, Punctum, Buenos Aires,Libros de Tierra Firme, 1996.4. Washington Cucurto, “Una mañana terrible”,Zelarayán, Buenos Aires, Ediciones del Diego,1998.5. Santiago Llach, “Los Mickey”, La Raza,Buenos Aires, Siesta, 1998.6. Alejandro Rubio, “Crisol”, Metal pesado,Buenos Aires, Siesta, 1999.7. Las dos primeras citas pertenecen al poema“6” y el poema “11” de postdata de Anahí Ma-llol (Bs. As., Siesta, 1998); la tercera y la cuar-ta a “Dejo mi figurita Sara Key para siempre”de Karina Macció, en Pupilas estrelladas, Bs.As., Siesta, 1998; y la última a “tres días sinPlurabelle” de Marina Mariasch, en coming at-tractions, Buenos Aires, Siesta, 1997.8. Martín Rodríguez, “a cada animalito ma-má,....”, agua negra, Buenos Aires, Siesta, 1998.

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na de tajitos.”9 Vanna Andreini tam-bién habla con la certeza de quien sesabe diferente, imagen incompleta uopuesta de las versiones ajenas, de supropio pasado: “Educada/ para entrete-ner/ pequeñas plateas/ suonatore am-bulante/ sin placer/en un acto de/extre-ma excentricidad/ resuelvo/ la sirenitacambia/ de forma o muere/amar en uno/anonimato tranquilizador/ liquida res-piro/ impune/ planeo un monstruo/li-neal/medieval y geométrico/ rápido einvisible/ algún día caerás/ mortal y pa-ra siempre”.10

¿Es un lugar generacional? En par-te sí, y se arma en los márgenes de la“cultura oficial” o de “lo políticamen-te correcto”; sus indicios, sin embar-go, ya estaban en algunos poetas an-teriores como Daniel García Helderque observa lo exterior y plantea elpoema como lugar de descripción mi-nuciosa de los objetos, o en CarlosBattilana cuya interrogación sobre loque sucede tampoco parece rompernunca esta barrera, o en el preciosis-mo de la mirada de algunos poemasde Villa (la morosidad sobre las cosasno desaparece en los poetas de los90).11 Lo que está ahí, lo que puedeobservarse, pero también la sensaciónde estar afuera, pueden pensarse co-mo antecedente de estos poemas don-de el afuera se pone en acción y don-de imagen y lengua no pueden dete-nerse. La poesía de Fabián Casas, autorde Tuca (1990) y El salmón (1996),articula de algún modo estas dos po-siciones; el que escribe está afuera yadentro de los sucesos como se lee enestos dos versos: “Está culminando unverano que no nos contempló” y “Pa-rece una ley: todo lo que se pudre for-ma una familia.”12 Y en 40 watt (1993)de Oscar Taborda, ya está clara la in-terpretación del presente como palimp-sesto del pasado, a partir de su relec-tura de la dupla sarmientina civiliza-ción y barbarie, y más aún de “Unaexcursión a los indios ranqueles” deLucio V. Mansilla.

Otra de las instancias para pensar unrecorte de la nueva poesía está caracte-rizada por Carrera como “lo trivial delas hablas”, “el sermo plebeius”, es de-cir la conversación (o la murmuración eincluso las habladurías) propias del pue-blo, de la plebe y opuestas a los patri-cios. Pero pienso un pequeño desliza-

miento en este enunciado porque, en mu-chas de las escrituras de los 90, y a pe-sar de las figuraciones marginales, hayuna tensión entre lo culto y lo popular,o entre lo plebeyo y lo patricio. Así, enMedio cumpleaños (Editorial Municipalde Rosario, 2000) de Gabriela Sacconepuede verificarse un ejercicio denodadode desmitificación del lenguaje poéticoy en Mamushkas (Vox, 2000) de Ro-berta Iannamico, el lenguaje de la in-fancia se transforma en objeto estético.En Cuadernos de Lengua y Literatura(Vox, 2000 y 2001) de Mario Ortiz, laresolución es diferente y suele darse uncruce de teorías filosóficas o clásicosliterarios con un discurso cotidiano quesupone, por lo general, una descontex-tualización, como en el poema que ha-bla de Shakespeare, cuyos versos fina-les son: “cuanto más se levanta la mar/las vírgenes pulpas de los peces/ mássuben al muelle de Guaite”. Y en Phylumvulgata (Siesta, 1999) de Carlos MartínEguía, las nominaciones científicas delas plantas son incrustaciones o interrup-ciones de un texto claramente narrativo.

Esta inflexión se lee, además, enalgunos textos que trabajan desde unasintaxis barroca discursos que están fue-ra de la literatura. El preciosismo lin-güístico imprime un efecto de extrañe-za sobre lo plebeyo, como lo hace “gu-bia” de Omar Chauvie sobre el tango:“gubia/se arranca la boca/ las uñas/cuando se odia/ grucia/ no te esperes/otra suerte/ gruña”,13 o Diesel 6002 deMarcelo Díaz que retoma una noticiapolicial del diario Crónica y transfor-ma un hecho episódico en un largo po-ema de amor casi quevediano.

Sergio Raimondi, en sus “Eglogas”,hace el ejercicio contrario, porque re-crea una musicalidad y un ritmo clási-cos y banaliza el lamento amoroso:

Corydón¿Amaryllis?

AlexisPerdió una hebilla.

Corydón¿No tiene otra?

AlexisLo que no tiene es el vientocomo le gusta. Lo que no tieneson los rayos del soldel lado que le conviene.

La poesía de Osvaldo Aguirre es pe-culiar y se diferencia del resto. Sinembargo uno podría leer sus textos detema rural como pequeñas joyas. Si elcampo es lo plebeyo, conjeturo, en loslibros de Aguirre, dado el tratamientodel lenguaje —la puesta del detalle ydel fragmento discursivo— se trans-forma en el objeto patricio por exce-lencia: “Primero vio caer/ entre un gri-terío/ de urracas, una bola/ de plumasy hojas./ Después, alumbrado/ por unrelámpago,/ como manchitas blancas/en esa papilla de barro,/ pomelos ynaranjas./ Y cuando quiso acordarse/corría bajo la piedra/ —¿metéle, Fran-cisco,/ apuráte!—, que podaba/ el ro-sal para el que habías/ esperado losdías lindos/ de la primavera,/ el limo-nero, las calas/ y violetas”.14

Quizás estas dos variables no seansuficientes, la de lo monstruoso y ladel sermo plebeius. Sin embargo pue-den considerarse las cuestiones alrede-dor de las cuales se articula la poesíamás reciente, no como un conjunto deindividualidades sino como escrituracolectiva que produce efectos simila-res y que establece diálogos internos(no sólo relaciones personales). Lo di-ferencial estaría, justamente, en estaapuesta a la intervención, que no seleía hace años en la poesía argentina.

9. Verónica Viola Fisher, “Que mi hija es unamujer”, hacer sapito, Buenos Aires, Nusud,1995.10. Vanna Andreini, “Concertini”, poema to-mado de zapatos rojos. Andreini tiene un libropublicado en Siesta, bruciate/ quemadas, 1998.11. Daniel García Helder ha publicado El farode Guereño, Buenos Aires, Libros de Tierra Fir-me, 1990 y El guadal, Buenos Aires, Libros deTierra Firme, 1994. Carlos Battilana publicóUnos días, Buenos Aires, Libros del Sicomoro,1992 y El fin del verano, Buenos Aires, Siesta,1999. José Villa publicó Cornucopia, BuenosAires, Trompa de Falopo, 1996.12. El primer verso es del poema “El correr delagua” y el segundo de “Hace algún tiempo”,ambos en Tuca, Buenos Aires, Libros de TierraFirme, 1990. Fabián Casas también ha publica-do El salmón, Buenos Aires, Libros de TierraFirme, 1996 y Ocio, como un suelto del recitalde poesía organizado por la revista Vox el 26 deoctubre del año 2000.13. Omar Chauvie, Hinchada de metegol,Buenos Aires, Vox, s/f.14. Osvaldo Aguirre, El General, Buenos Aires,Melusina, 2000. Aguirre ya había publicado an-tes Las vueltas del camino, Buenos Aires, Li-bros de Tierra Firme, 1992; Al fuego, en la mis-ma editorial en el año 1994 y Narraciones ex-traordinarias, Buenos Aires., Vox, 1999.

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A quien viva fuera de la Argentina des-de comienzos de los 90, y vuelva aBuenos Aires cada uno o dos años, sele habrá hecho evidente que una seriede cambios, seguramente por la rutinade la vida cotidiana, se convirtieron pa-ra la gente en moneda común y comotales se sumaron naturalmente al pai-saje. Los habitantes de la ciudad en-tienden en general de qué se trata, perolas señales de la ruina social se haninstalado de tal modo firme y perma-nente que, o bien por la pesada cargade la evidencia o bien por su constan-cia, de hecho para muchos se han vuel-to invisibles. Así, entre otras cosas elvisitante observa la amplia degradación

y ve la naturalización que se ha apode-rado de ella hasta hacerla indistingui-ble del conjunto de las cosas de todoslos días, tanto para quienes la sufrende manera directa como para quienesla temen como si fuera una amenazareal. Entre los nuevos colores que vaadquiriendo la sociedad se producencontrastes inesperados, pero como lasorpresa está destinada en primer lugara los viajeros, a los que son incapacesde reponer la elipsis producida por lavisita, una gama continua de grises vacubriendo partes ocultas y reconociblesa la vez, transparentes en su capacidadde revelación e inapreciables en su ver-dadera naturaleza.

No hace mucho he tenido oportu-nidad de leer dos escritos de índolediferente, pero que a su modo hablansobre la ilusoria visibilidad de ese nue-vo mundo de marginalidad surgido conla crisis social, y la complejidad dedescribirlo. Uno es un texto que estáentre la confesión y la digresión so-ciológicas, son unas breves hojas don-de la autora vuelca los contradictoriossentimientos derivados de un trabajode campo con los cirujas del GranBuenos Aires. El otro texto es una no-vela, más bien algunos de sus frag-mentos donde se habla de cirujas delBajo Flores. Dirigidos a la comunidadque ve de manera distinta —a vecesoblicua, a veces incompleta, por mo-mentos ciega— lo evidente, en ambostextos los autores debieron subrayarla naturaleza novedosa del fenómenoy su inmediata invisibilidad, conjugan-do en una misma operación tanto lareacción del extranjero observador co-mo la del testigo participante. Textosde nativos-viajeros, o más bien de via-jeros en su propia comunidad —y porlo tanto no tan viajeros o no tan inte-grados—, se repliegan en un mediosilencio donde se calla lo innecesariode ser dicho, porque es sabido por to-dos, y también lo desconocido —por-que hasta allí no se arriesga ni aven-tura la comprensión.

Los escritos no son muy largos,por lo tanto es posible reproducirlosaquí. Leyendo ambos textos es casinatural vincularlos a otros del pasadoque intentaron en distintas épocas, pro-cediendo también de la literatura y la

Sísifo en Buenos Aires

Sergio Chejfec

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ciencia social, ordenar o fijar esas par-tes de la realidad colectiva que se re-sistían a la norma, incluso a la obser-vación y por supuesto a la integraciónimaginada desde los sectores dominan-tes e intelectuales. Pero en el caso deestos dos textos las posibles compara-ciones con aquéllos llegan sólo hastala asociación. Si estas descripcionesse apoyan en algún modelo científicoo literario, éste existe como residuoorgánico del pasado, que permite dis-tinguir el nuevo fenómeno pero a lavez impide comprenderlo en su totali-dad. A la vez, sería difícil reconocerun programa de ideas, en un sentidopolítico, en el que se apoyen estas ob-servaciones. Mientras Daniela Solda-no admite su impotencia para articu-lar el saber de su disciplina (inclusode las experiencias o valores reunidosen la propia idea de ciudadanía) conlas premisas y expectativas de los ci-rujas, César Aira representa el cirujeocomo una actividad primaria de reco-lección, de un nomadismo ajeno acualquier determinación individual osocial. La comprensión, que en Solda-no hace ilusorio cualquier diagnósti-co, en Aira es garantía de indiferen-ciación.

Una aclaración que puede parecerinnecesaria: cuando Camus reflexionasobre el mito de Sísifo no está pen-sando en los cirujas —como tampocoen los chiffoniers baudelaireanos o enlos surrealistas. Camus piensa en el“hombre contemporáneo”, una catego-ría hoy desaparecida y que en la Ar-gentina se extinguió sin llegar a gene-ralizarse. En su descripción mencionahasta a los obreros, quienes sobrelle-van el destino absurdo de realizar ca-da día la misma tarea, una carga quese convierte en trágica “en los rarosmomentos en que se hace conscien-te”. Camus se refiere a la alienaciónexistencial y es probable que tambiénpiense, como una desinencia naturalde ésta, en la alienación del trabajo enlas fábricas. Sísifo es el “proletario delos dioses”. A diferencia de los ciru-jas, Sísifo encuentra su realizacióncuando desciende de las cimas del in-framundo sabiendo que deberá subirde nuevo con la piedra; pero al igualque aquéllos, todo el tiempo debe vér-selas con un esfuerzo sobrehumano y

Proximidades y distancias.El investigador en el borde peligroso de las cosasDaniela Soldano

Los dioses habían condenado a Sísifo a rodar sin cesar una roca hasta la cima deuna montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pen-sado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil ysin esperanza.

Albert Camus, El mito de Sísifo.

I. En la primavera de 1999 fui invitada a trabajar en una investigación cuyo principalobjetivo era reconstruir el circuito de reciclaje de residuos sólidos urbanos, en la periferiadel área metropolitana de Buenos Aires. Mi tarea específica incluía, centralmente, dosactividades: por un lado, debía identificar a los actores involucrados en dicho circuito, porel otro, colaborar con la confección de un diagnóstico sobre la vulnerabilidad social enla que esos actores estaban inmersos.

En mi vida había muchos carros con cirujas rondando por las calles. Una búsquedavertiginosa en mi archivo mental arrojó imágenes que me acercaron a la experiencia delcirujeo. Recordé al “botellero” clamando por vidrios y objetos en desuso en los barriossuburbanos. Recordé a los “cartoneros” desarmando y apilando prolijamente las cajas quedesechaban los comerciantes al final del día. Y pensé: ¿por qué no? La estrategia con-sistiría en actualizar esas fotos, quitarles el polvo, restituirles sentido. La presencia de esta“familiaridad extraña” posibilitaría el acceso. No podía ser tan difícil.

II. Hacíamos tiempo en la entrada de una “chatarrera”, el sitio donde convergen losrecorridos de los cirujas al mediodía y al atardecer. El sol de octubre tornaba más con-fortable la espera en un contexto de pobreza extremadamente desolador. Con mis com-pañeros observábamos los movimientos de unos hombres que clasificaban materiales.Hierros, plásticos, vidrio. Lo que vale y lo que no. Lo que saldrá en el camión de la tarderumbo a la fábrica a la que le vende el “intermediario”. Lo que quedará apilado por añosen ese rincón de un depósito a cielo abierto.

Mirábamos con esa minuciosidad con pretensiones de herramental técnico. Se supo-nía que sabíamos lo que hacíamos. El halo de la investigación empírica controlada fun-cionaba como un escudo invisible a los ojos de los otros; potente para evitar cualquiertipo de ósmosis y, a la vez, con toda la permeabilidad que exige un trabajo atento a losindicios émicos. Nadie hablaba y nuestro interés por entrevistarlos, los y nos incomodaba.

Cuando ya no podíamos seguir esperando me encaminé hacia donde se erigía labalanza, en la cual se pesaban los materiales que los cirujas bajaban de los carros.

El pesaje es una de las instituciones centrales que articula y ordena este universo deprácticas. Se desarrolla con la solemnidad de una ceremonia cansina, informalmentereglada. El rito no admite polémica: “las cosas pesan lo que pesan y valen lo que diceel chatarrero”.

A unos metros de la escena, no podía creer la paciencia e impavidez de los cirujasque aguardaban durante horas a que llegara su turno. Me aturdía el silencio. Mientras elempleado de la chatarrera acomodaba los materiales y movía las pesas, los cirujas que-daban como fuera del tiempo. Yo pensaba: “podrían hacer otra cosa mientras esperan,charlar, comer, dormir”.

El pesaje genera una gran expectativa en el entorno y esa mañana nos vimos presosde esa ansiedad. Yo contemplaba la cantidad de cosas que habían arrastrado por las calles,me compadecía por el agotamiento del caballo, me alarmaba pensando en la calidad devida de esos niños flacos y sucios que habían estado rapiñando en la basura de la ciudady me sorprendía adjudicando un valor monetario a toda esa larga lista de injusticias.

Pero la explotación no tiene límites y en los márgenes del mundo su lascividad semuestra rayana a lo absurdo. El hijo mayor del Ñato se acercó al chatarrero y extendiósu mano. Dos pesos con treinta centavos. Lo vi correr en busca de su padre que ya habíadespabilado al caballo. Un ciruja se interpuso en su camino y le hizo un gesto de inda-gación. El niño le mostró las monedas.

III. Comenzaron entonces a resquebrajarse algunas certezas. El influjo del mito que diceque las formas de vida hipermarginales son “esencialmente” más simples cayó por el pesode sus propias inconsistencias.

La construcción de la tipología de actores entró en un cono de sombra y yo oscilabaentre la parálisis, la desazón y la ira. Pero algo sabía: a diferencia de lo que había creídoinicialmente, era muy difícil atrapar (plasmar, desagregar) en una construcción teórica ladiversidad inherente a ese micromundo.

IV. La casa de Clara se ubica a metros de un arroyo de color gris. El olor del ambientees una mezcla de efluentes industriales y guisos. Los niños juegan entre las montañas dehierros oxidados. ¿Cómo hablar del riesgo sanitario con quienes viven, literalmente, sobreun basural?

Las preguntas que formulábamos intentaban obtener información sobre la percepcióndel peligro, los cuidados que se toman en la manipulación de residuos cortantes, laprevención de enfermedades, el mantenimiento de los caballos, etcétera. Las respuestasnos hablaban de otro significado posible para la palabra “riesgo”. El problema no radica—como pensábamos nosotros— en la convivencia con la basura sino en no poder acceder

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sin recompensa. En la práctica, el tra-bajo de los cirujas carece de resulta-dos, es trivial, otro rasgo en comúncon Sísifo. Los dos pesos con treintacentavos que cobra el Ñato conmue-ven a Daniela Soldano no solamentepor la estafa impresa en la transac-ción, sino también porque muestrancuán irrelevante puede ser el trabajode algunos. Es como si la ausencia defrutos tangibles condenara las expe-riencias a la repetición y a la banali-dad, a un mundo donde las escalas noexisten o son arbitrarias. No importael tiempo que emplea Sísifo en su as-censo, porque de todos modos volve-rá a subir continuamente, como tam-poco les importa a los cirujas el tiem-po que deben esperar en la chatarreríaporque ya están naturalmente adapta-dos a la escala de los mínimos valoresposibles. Incluso podría postularse queaquellos dos pesos con treinta repre-sentan el valor primario, todavía sintrabajo humano agregado, de la mer-cadería vendida; literalmente, el costode “extracción” de esos objetos queacaban de dar su vuelta cíclica paravolver a ser materia prima.

Soldano gradúa los instrumentos deobservación antes de encarar la inves-tigación empírica; y también nos pre-

para a nosotros. Recurre para ello a lagenealogía gremial del ciruja, a la queen cierta forma también apelará Aira,afincada en la memoria de la gente:botellero-cartonero-ciruja. La investi-gadora presume que únicamente se tra-tará de actualizar las imágenes de es-tos antiguos oficios callejeros. Pero enel comienzo del párrafo se ha colado,quizá involuntariamente, la amenaza,cuando menciona haber visto a lo lar-go de su vida “muchos carros de ciru-jas rondando por las calles”. ¿Los ci-rujas ruedan o rondan? Con esta am-bigüedad sutilmente abierta con elmatiz, Soldano asume la descripciónde una rutina estigmatizada, hecha desospechas y humillación, muchas ve-ces también de oprobio, cuyos deta-lles le hubieran demandado largos pá-rrafos y quizá algunos aprietos. De estemodo, la gran escala de la comuni-dad, de la memoria colectiva, de lasmismas cuadras en indefinido ángulorecto que son el damero transitado porlos cirujas, esa escala mayor se verácontrastada con la escala menor delsolar chatarrero, la acción concentra-da en el rito por el que fluye el sen-tido de la actividad, o sea el pesaje yla cotización. La eternización de losmomentos previos —hacer tiempo, es-

tar a cielo abierto, la espera de loscirujas sin realizar actividad alguna—sirve como escenario contrastante delcobro, tan sumario como escaso.

Con la paga que recibe el ciruja seponen de manifiesto los motivos paraescribir el ensayo. Las propias certe-zas de Soldano, junto con los protoco-los de la disciplina, resultan inapro-piadas para asimilar la situación. Hayuna identidad social que no existe, uotra que sobra. Para decirlo en térmi-nos del mito, otro Sísifo reconoce sucondena. Como el Maxi de Aira, elinvestigador se enfrenta al solipsismode los cirujas, que resisten la interpre-tación y representación exteriores —ymás intangible aún, la visibilidad—blandiendo un solipsismo propio. Esel discurso que se trama con su propiainsolvencia una vez ajustada la sor-presa frente a los hechos y los con-trastes. Digo insolvencia porque la pe-sada carga del investigador no residetanto en la dificultad de desentrañarese mundo de reglas particulares co-mo de postular, aunque sea de manerahipotética, algún final visible para laestigmatización.

Por su parte, los cirujas de Airason una irradiación de la villa del Ba-jo Flores. Pertenecen a ella como una

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manifestación diaria y crepuscular. Sinembargo no son la única comunica-ción entre la villa y el barrio, ni lamás importante. Los vasos comunican-tes entre los dos espacios existen des-de mucho antes de que aparecieran loscirujas y, parece admitir la novela,continuarán cuando éstos cesen. Loscirujas son invisibles, lo que la genteprefiere no ver, y aparte son redun-dantes, el exceso inútil de su trabajoes directamente proporcional a su pro-pia necesidad: como una exhalaciónincógnita de la villa, cargan con lo quede todos modos se llevará el camiónde la basura. Si Soldano menciona lapresencia del Ñato y su hijo, y de Cla-ra y los suyos, Aira por el contrariosumerge a los cirujas en un colectivoanónimo, más bien genérico. No sola-mente los muestra debilitados y dimi-nutos, sino también empeñosos y taci-turnos. La falta de definiciones indi-viduales reclama rasgos grupales; ahíse produce una ambivalencia entre laobservación cultural y la típica des-cripción del comportamiento animal.Se señalan los roles del padre y de lamadre, las acciones de los más peque-ños dependiendo de la edad, inclusolas emociones espontáneas que modu-lan el movimiento del grupo. Los su-

a ella, en tanto es la fuente principal de recursos para la reproducción de la vida. Elpeligro no acecha en la manipulación de objetos “peligrosos” sino en la ordenanza mu-nicipal que prohíbe la recolección y en la policía velando intermitentemente por su cum-plimiento. El peligro es que otro ciruja se robe el caballo. El problema es que cada vezhay menos que levantar porque la gente consume menos.

Una vez más, la parafernalia conceptual mostró sus fisuras y nos vimos en la nece-sidad de revisar la calidad de la lente con la que pretendíamos dar cuenta de todo aquello.

Pero no sólo la categoría de riesgo sanitario debió ser calibrada a la medida de suspropias palabras y prácticas. El desafío mayor consistió en desentrañar los modos de vidade estos actores, en vislumbrar la naturaleza de la existencia personal, familiar y comu-nitaria que fluye por fuera y por dentro de un carro tirado a caballo o de una camionetadesvencijada.

Estas personas viven de lo que otros tiran. Organizan sus vidas en función de “levan-tar, acopiar, vender” los desechos resultantes de lo que otros consumieron. Viven, enton-ces, en un circuito en apariencia marginal al de los productores e integrados.

Luchando contra los impulsos por definirlos violentamente, es decir, a través de unamirada externa a sus propias autodenominaciones, dimos lugar a la complejidad. Apare-ció, entre otras cosas, el peso que en la construcción de identidad tiene la organizacióndel trabajo diario. Identificamos a aquellos que destacan la precisión y eficiencia de susrutinas, que consideran a lo suyo en términos de un “oficio”. Identificamos a los “cirujas”que, además de haber heredado el “saber-hacer”, idealizan el trabajo sin patrón y lalibertad que ofrece “quemar los días en el carro”. Identificamos a los que han caído encirujeo por dificultades para sostener otro tipo de inserción laboral y que, por esta mismarazón, “padecean” los recorridos, y la “deshonra” de ser tratados como marginales, ladro-nes o, simplemente, como “basura”.

Pero la polisémica definición de “ciruja” se produce al interior de una sociabilidadtambién multifacética. La vida en el cirujeo contiene códigos de cordialidad, lealtad,solidaridad y orgullo. Rige en ella cierto orden moral que establece el respeto por el otro(por “el que está en la misma”) sancionando, entre otras violaciones, la usurpación derecorridos.

Es así como se construye diariamente un imaginario de cordialidad que no sóloposibilita desactivar el conflicto, sino que también confiere un espacio de pertenencia queayuda a contrarrestar las vivencias de estigmatización.

V. Como Sísifo, los cirujas que recorren las calles y escudriñan la basura intentan con-jurar el maleficio al que los somete la inmediatez del hambre. Una y otra vez, la rocavuelve a caer. Una y otra vez, vuelven a arrastrarla hasta la cima. La extrema necesidaddel presente vuelve inútil y absurda la pregunta por el futuro.

Como Sísifo, el investigador transita en el borde peligroso de las cosas. Se aleja hastaun punto en el que todo carece de sentido. Se aproxima hasta perder la capacidad deproblematización. Pero es esa tensión irremediable, la que lo define.

En Apuntes de Investigacion del Cecyp N° 5, julio de 2000, Buenos Aires, pp. 103-106.

La villa (fragmentos)César Aira

Una ocupación voluntaria de Maxi era ayudar a los cartoneros del barrio a transportar suscargas. De un gesto casual había pasado a ser con el correr de los días un trabajo que setomaba muy en serio. Empezó siendo algo tan natural como aliviar a un niño, o a unamujer embarazada, de una carga que parecían no poder soportar (aunque en realidad sípodían). Al poco tiempo ya no había distinciones, y le daba lo mismo que fueran chicoso grandes, hombres o mujeres: de cualquier modo él era más grande, más fuerte, yademás lo hacía por gusto, sin que nadie se lo pidiera. Nunca se le ocurrió verlo comouna tarea de caridad, o solidaridad, o cristianismo, o piedad, o lo que fuera; lo hacía, ybasta. Era espontáneo como un pasatiempo: le habría costado explicarlo si lo interroga-ban, con las enormes dificultades de expresión que tenía; ante sí mismo, ni siquieraintentaba justificarla. Con el tiempo se lo fue tomando muy en serio, y si un día, o mejordicho una noche, no hubiera podido salir a hacer sus rondas por el barrio, habría sentidoagudamente que los cartoneros lo extrañaban, y se preguntaban “dónde estará, ¿por quéno habrá venido?, ¿se habrá enojado con nosotros?” Pero nunca faltaba. No tenía otroscompromisos que le impidieran salir a esa hora.

Llamarlos “cartoneros” era hacer uso de un eufemismo, que todo el mundo habíaadoptado y servía al propósito de entenderse (aunque también se entendía el nombre másbrutal de “cirujas”). En realidad, el cartón, o el papel en general, era sólo una de susespecialidades. Otras eran el vidrio, las latitas, la madera, y de hecho donde hay necesi-dad no hay especialización. Salían a rebuscárselas, y no le hacían ascos a nada, ni siquieraa los restos de comida que encontraban en el fondo de las bolsas. Al fin de cuentas, bienpodía ser que esos alimentos marginales o en mal estado fueran el verdadero objetivo delos trabajos, y todo lo demás, cartón, vidrio, madera o lata, la excusa honorable.

* * *

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jetos colectivos muchas veces son lavía adecuada para una mirada socialpanorámica y una evaluación más iró-nica. Para el sencillo novelista de co-mienzos del siglo XXI es la posibilidadde ennoblecer un género tan devalua-do como la novela, recurriendo a lasestrategias de narradores de génerosmás connotados, como el viajero o elantropólogo. Hay dos ejemplos clarosy nítidamente logrados en la literaturamás o menos reciente, bastante cerca-nos al mundo descripto por Soldano yAira: se trata de 40 watt de Oscar Ta-borda y La temporada de Esteban Ló-pez Brusa. Como en el caso de loscirujas, aquellas tribus, pueblos o sen-cillamente grupos no son “actores so-ciales” definidos; y en esto reside suventaja literaria, ya que si lo fuerantendrían unas posibilidades de repre-sentación de muy limitada eficacia. Porotra parte están al margen del peligroque podría amenazar a un personajeindividual, cargado de simbolismo yfácilmente trastocable en clisé. Obser-vando a los personajes colectivos esposible entender cuánto esfuerzo re-presenta hoy para los héroes literariosrecuperar la profundidad subjetiva quetuvieron sus pares del pasado. Es co-mo si no habiendo sido suficiente conlos cambios en la sensibilidad, la ero-sión de la vida social fracturara toda-vía más la subjetividad de los perso-najes, volviéndolos inservibles comotransmisores de significados genera-les. Algo parecido a eso vendría a serMaxi, joven de clase media y ayudan-te dedicado de los cirujas, cuyo traba-jo más difícil es luchar contra su men-te en blanco. A la vez, cuando Solda-no nos relata el pago que recibe elÑato, intervienen límites —y a la vezposibilidades— semejantes de repre-sentación. Junto a esos personajes su-midos en el silencio y la pasividad Sol-dano presenta a otro, ella misma, pre-parado para el desconcierto frente a ladoliente belleza de asomarse a un mun-do que tiene una complejidad propiay que, quizá sea más importante, ca-rece de apelaciones a la mano.

¿Cómo deben hablar los persona-jes reales? Casi no hay relato que notenga como obstáculo o desafío la re-presentación del habla. Por eso mis-mo sería un error pensar que a través

de lo dicho por los personajes el rela-to propicia una identificación con laasí llamada realidad. El habla de lospersonajes no es dimensión especial-mente privilegiada de una eventual in-tención realista, más aún en esta épo-ca, cuando los estilos coloquiales seencuentran fijados y sobredetermina-dos por la crisis y la cultura masivade la segmentación social, pero tieneun carácter excluyente para definir elsentido de la relación con la realidadque pretende establecer el autor. Co-mo Soldano relata el valor emocionalde una experiencia en definitiva pro-fesional, evidentemente puede haber-se sentido exceptuada de citar el ha-bla de los cirujas; al fin y al cabo re-produce lo necesario para advertir lacomplejidad y la autonomía del ciru-jeo: “quemar los días en el carro”, “elque está en la misma”, son frases quepertenecen a la superficie del habla,construcciones con las que se blandela identidad. Aira no elude el desafío,pero siendo fiel a las insondables re-glas de sus novelas, lo desplaza leve-mente: son los otros villeros, esos co-legas vecinales de los cirujas, los in-tegrados que mantienen lazos con elbarrio de Flores, los que hablan. Esque los cirujas vendrían a perteneceral peor de los mundos del Cuarto Mun-do encarnado en toda villa. (Y todavíamás, entre ésos Maxi prefiere a quie-nes carecen de caballo para tirar delos carros.) Aira pone en boca de losvilleros una respuesta automática: “Se-ñor, sí”; “Señora, sí”. Casi no hay diá-logo con los vecinos de Flores queno comience con esta réplica. Es unaverbalización del sometimiento que,incluso como tal, está negada al hablade los cirujas. No obstante, una vezproclamada la sumisión, los villerosse expresan con mejor acierto que losindividuos de clase media.

Cuando vemos estas descripcionesde los cirujas de Aira, como cuadrosdeshilvanados que se despliegan se-gún una demanda interna de “escena-rio novelístico”, llama la atención lapaulatina acumulación que producenestos hechos sencillos —que más bienparecen sencillos porque están descrip-tos con simplicidad. El carro recibelos objetos más diversos e inespera-dos, cambia de forma, naturalmente

de aspecto, y también se hace más pe-sado. La familia separa los distintoscomponentes del “botín”, debe apar-tar lo comestible, las cosas delicadaso de valor, etc. Una mirada externaseñala los pensamientos que probable-mente suscite la imagen: la acumula-ción de objetos y la altura del carrollevan a que la escena parezca una mu-danza. Es una cantidad de cosas hete-rogéneas en movimiento, y aparte lafamilia entera va caminando junto alcarro. De hecho, la clave emblemáticade esta escena reside en que no sólo aprimera vista, sino también en su sen-tido profundo lo que ocurre es al fin yal cabo una mudanza. Y de algún mo-do esta es una reflexión que Aira po-dría haber incorporado, entre tantasotra por el estilo que suelen verse ensus novelas. Sin embargo no lo hizo,presumiblemente porque algo lo detu-vo. Podemos presumir que la mismaescena se lo impidió. No tanto porquehabría sido un comentario redundan-te, sino más bien por extemporáneo:en ese momento la familia ciruja seinterna en las calles oscuras más alsur de la avenida Directorio, y ante elcambio de escenario se imponen otrasconsideraciones y una nueva regula-ción. Es como si la topología definie-ra la acción en microescenas sucesi-vas, que precisan de una ilación explí-citamente arbitraria para sostenerse. Siuno se fija, a cada momento Aira re-trocede de un modo que puede pare-cer enervante. Ajusta sus instrumen-tos de observación, comienza a des-cribir sin aditamentos —pero tambiénsin sobreentendidos— hasta que la es-cena, a través de las asociaciones quese han deslizado, está en el borde dela saturación. No es sólo el sentidosino la misma acción, a punto de abo-lirse, la que reclama un nuevo comien-zo. Y es entonces cuando el narradorretrocede, rebobina de nuevo.

Creo que este procedimiento no re-presenta solamente una opción estéti-ca, sino que también esconde un cier-to tipo de decepción literaria. Puedenencontrarse señales de este sentimien-to en la misma organización de variasde sus novelas, que tienden a anularlas razones sobre las que se levantandesde el momento en que acaban de-rivando, conceptual y constructiva-

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En fin, Maxi no se preguntaba por qué lo hacían, apartaba discretamente la miradacuando los veía revolver en la basura, y era como si sólo le importaran las cargas unavez que las habían hecho, y de ellas no el contenido sino sólo el peso. Ni siquiera sepreguntaba por qué lo hacía él. Lo hacía porque podía, porque se le daba la gana, porquele daba un sentido a sus caminatas del atardecer. Empezó en el otoño, en las siniestrasmedias luces del crepúsculo, y cuando se le hizo un hábito la estación había avanzadoy ya era noche oscura. Los cartoneros salían a esa hora, no porque les gustase, ni poresconderse, sino porque la gente sacaba la basura al final del día, y a partir de ahí secreaba una urgencia, por ganarle de mano a los camiones recolectores que limpiaban contodo. (pp. 9-10.)

La profesión de cartonero o ciruja se había venido instalando en la sociedad durante losúltimos diez o quince años. A esta altura, ya no llamaba la atención. Se habían hechoinvisibles, porque se movían con discreción, casi furtivos, de noche (y sólo durante unrato), y sobre todo porque se abrigaban en un pliegue de la vida que en general la genteprefiere no ver.

Venían de las populosas villas miseria del Bajo de Flores, y volvían a ellas con subotín. Los había solitarios, y con esos Maxi nunca se metía, o montados en un carro concaballo, pero la mayoría llevaba carros que tiraban ellos mismos, y salían en familia. Sise hubiera preguntado si aceptarían o no su ayuda, si hubiera buscado las palabras paraofrecerse, no lo habría hecho nunca. Lo hizo por pura casualidad, naturalmente, alcruzarse con un niño o una mujer embarazada (no recordaba cuál) sin poder mover casiuna enorme bolsa, que él tomó de sus manos sin decir nada y levantó como si fuera unapluma y llevó hasta la esquina donde estaba el carrito. Quizás esa vez le dieron lasgracias, y se despidieron pensando “qué buen muchacho”. Todo fue romper el hielo.Poco después podía hacerlo con cualquiera, hombres incluidos; le cedían el trabajo sinmosquearse, le señalaban el sitio donde habían dejado su carrito, y allí iba. A él nadale pesaba, podría haberlos cargado a ellos también, con el otro brazo. Esa gente enclen-que, mal alimentada, consumida por sus largas marchas, era dura y resistente, perolivianísima. La única precaución que aprendió a tomar antes de meter la carga en elcarrito era mirar adentro, porque solía haber un bebé. Los niños chicos, de dos años paraarriba, correteaban a la par de sus madres, y colaboraban a su modo en la busca en laspilas de bolsas de basura, aprendiendo el oficio. Si estaban apurados, y los chicos sedemoraban, antes que escuchar sus gritos de impaciencia Maxi prefería alzarlos a todos,como se recogen juguetes para hacer orden en un cuarto, y partía rumbo al carrito. Enrealidad siempre estaban apurados, porque corrían una carrera con los camiones reco-lectores, que en algunas calles venían pisándoles los talones. Y veían adelante, en lacuadra siguiente, grandes acumulaciones de bolsas muy prometedoras (tenían un olfatoespecial para saber dónde valía la pena detenerse); entonces se desesperaban, corríaentre ellos una vibración de urgencia; unos partían a la disparada, por ejemplo el padrecon uno de los hijos, el padre el más hábil en deshacer los nudos de las bolsas y elegiradentro, viendo en la oscuridad; la mujer se quedaba para tirar del carrito, porque nopodían dejarlo demasiado lejos... Ahí intervenía Maxi: le decía que fuera con su marido,él les acercaría el vehículo, eso sabía como hacerlo, lo otro tenían necesariamente quehacerlo ellos. Tomaba las dos varas y lo llevaba casi sin hacer fuerza, estuviera llenoo vacío, como un juego, y a veces estaba lleno hasta desbordar: lo que le sobraba defuerza le permitía evitar sacudirlo, cosa muy conveniente para su eje remendado, lasruedas precarias y la comodidad de la criatura que dormía adentro.

Con el tiempo llegaron a conocerlo todos los cirujas de la zona; era él quien no losdistinguía, se le confundían, pero le daba lo mismo. Algunos lo esperaban, los encon-traba mirando hacia una esquina, y cuando lo veían apuraban el trámite: les ahorrabatiempo, que era lo importante. No hablaban mucho, más bien casi nada, ni siquiera loschicos, que suelen ser tan charlatanes. (pp. 13-15.)

El grueso del botín estaba en las inmediaciones de la avenida Rivadavia, en las callestransversales y las paralelas, con su alta densidad de edificios altos, comercios, restau-rantes, verdulerías. Si no encontraban ahí lo que buscaban, no lo encontraban más.Cuando llegaban a Directorio, si habían hecho buen tiempo, podían alejarse y rebuscarcon más tranquilidad en los montones de basura, que se espaciaban. Siempre había algoinesperado, algún mueble pequeño, un colchón, un artefacto, objetos extraños cuyautilidad no se adivinaba a simple vista. Si había lugar, lo metían en el carrito, y ni nohabía lugar también, los ataban encima con cuerdas que llevaban para ese fin, y parecíanestar efectuando una mudanza; el volumen de lo que se llevaban al fin debía igualar aldel total de sus posesiones, pero sólo era la cosecha de una jornada; su valor, una veznegociado, debía de ser unas pocas monedas. A esa altura las mujeres ya habían sepa-rado lo que se podía comer, y lo llevaban en bolsas colgando de sus manos. Más alláde Directorio empezaba el barrio de las casitas municipales, vacío y oscuro, con suscalles en arco entremezcladas. Ahí había mucho menos que buscar, pero no les impor-taba. Volvían a apurarse, esta vez por llegar cuanto antes, tomaban las callecitas que losacercaran antes a Bonorino, por donde desembocaban en la villa. Pero estaban cansados,y cargados, los niños tropezaban de sueño, el carrito zigzagueaba, la marcha tomaba elaire de un éxodo de guerra. (pp. 16-17.)

Fragmentos de César Aira: La villa, Emecé, Buenos Aires, 2001.1. “Crónicas del post-boom. La nueva escri-tura” en La Jornada Semanal, 12/4/98, Méxi-co.

mente, hacia el puro procedimiento.En un ensayo de hace algunos años,1

Aira habla del procedimiento como elúltimo recurso del creador para cons-truir arte. El problema consiste en queal mismo tiempo resulta insuficientepara delimitar el campo de lo artísti-co. La mayor parte de los escritorestiende a reunir voluntariamente unaobra. Pero también para quien no selo proponga resulta muy difícil evadirese destino, cuando la literatura en ge-neral danza alrededor de la noción deautor. Este es otro aspecto frente alcual Aira plantea una excentricidad.Sus novelas proliferan gracias al olvi-do, lo contrario de la acumulación. Loslibros de Aira han tomado el caminode ser pequeñas tesis dirigidas a auto-anularse —si no como objetos sí co-mo obras— y de este modo a un per-petuo nuevo comienzo. Es entonces,pensando en la idea de “obra litera-ria”, que el sentimiento deceptivo pue-de interpretarse como una decisióndramática.

Quizá la enigmática conclusión deSoldano, cuando propone para el in-vestigador una colocación indecisa en-tre la distancia y la proximidad, sirvapara describir las novelas que se aso-man al quiebre social imperfectas eincrédulas como la única estrategia vá-lida para no cancelar su corta o largavida literaria. “El miedo era la matrizde los lugares. Lo que hacía que hu-biera lugares y que uno pudiera mo-verse por ellos”, advierte Maxi en unapenetrante laguna de su autismo mien-tras recorre la villa. Es así como cadaquien a su manera, pero los cuatro con-denados, Soldano, Aira, el Ñato y Ma-xi llevan sus pesadas cargas por el pa-ís que ha visto proliferar los Sísifos.Quizá estos modos de hablar y hacersilencio al mismo tiempo encubran unaforma de nombrar lo evidente, lo quemerece ser dicho en el tono menor delos murmullos antes de replegar la pa-labra tras el esfuerzo inútil, como unaforma de circunscribir lo vano.

Noviembre de 2001

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Primera escena. La imagen potentedel helicóptero que se llevaba a De laRúa de la Casa Rosada vino a plas-mar con entera facilidad la escena de

Sociedad, estado, nación, democracia:la cuestión argentina

un derrocamiento, esta vez protagoni-zado por una pueblada. Parece claroque en el desenlace inesperado, y enlo que vino después, se ha implantado

un clima de fin de época, aunque noes fácil precisar qué es lo que terminay de qué modo se mezclan, en la agi-tación del presente, los signos de lonuevo con ingredientes que admitenun tiempo de incubación mucho máslargo. En todo caso, en el remolino dela crisis confluyen diversos tiempos ydiversas escenas. En la escena del he-licóptero se ha evocado la irrupciónde la dictadura de 1976. La historia,puede decirse, habría proporcionadouna segunda oportunidad. Si esta ma-sa, la de diciembre de 2001, fue ma-yormente una expresión delegativa dela sociedad, ese protagonismo colecti-vo habría venido a corregir o repararla ausencia de una participación equi-valente en aquel derrocamiento que,como es sabido, ante la pasividad deuna sociedad paralizada y aun confor-mista, tuvo otros protagonistas y unterrible desenlace. Como sea, en lasreferencias al 76 predomina un retor-no que rectifica imaginariamente esepasado desde el clima de movilizacióncolectiva que se desborda en escra-ches y asambleas. En ese sentido, re-tornan otras movilizaciones y otrasPlazas marcadas por una exaltación deese poder colectivo; algo que puedeverse incluso en el reverso del repro-che de los que se preguntan dónde es-taban, en 1976 pero también a lo lar-go de diez años de menemismo, losque hoy protestan. En fin, una buenaporción del discurso en los medios ylas intervenciones de intelectuales sehan entusiasmado con el renacimientode esa potencia de la movilización que

“Hay siempre algo desmesurado, que va más allá de los límites” escribe HugoVezzetti, en el artículo que se publica, para referirse al caos de la crisis y lasreacciones que provoca. Ricardo Sidicaro analiza, en el siguiente texto de estasección, la desintegración económica, social y política. Finalmente, HildaSabato presenta un ordenamiento de los hechos que condujeron de la transicióna la recesión y la debilidad extrema de las instituciones.

Escenas de la crisis

Hugo Vezzetti

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sería capaz, por sí sola, de provocartransformaciones profundas del cam-po político.

Si se dejan de lado las variantesde una recuperación simplificada y au-tocomplaciente de las cualidades y ac-ciones de la sociedad, el colapso pre-sente y los signos más visibles de lasreacciones que provoca adquieren elcarácter de un síntoma intrincado. Yen principio es posible recuperar otrasescenas de derrocamiento y de fractu-ras, en las que una sociedad, que noes ajena a los males que denuncia, sa-ca a la luz sus opciones extremas. Loque se recorta es una serie marcadapor la anormalidad y el exceso. En losúltimos años, la Argentina ha sido re-conocida sobre todo por la brutalidadde una dictadura que llevó más allá detodo límite la violación de derechoshumanos y sociales, luego ha podidoser caracterizada por el desborde delendeudamiento, la extensión de la co-rrupción y la egolatría de un monarcaprovinciano bendecido durante una dé-cada por una mayoría significativa;más recientemente puede ser identifi-cada con las expansiones hiperactivasde un superministro que subordinabala economía a las proyecciones de susambiciones de poder. Hoy son los sa-queos, las cacerolas y la insurrecciónde los ahorristas dispuestos a entraren los bancos a martillazos. Hay siem-pre algo desmesurado, que va más alláde los límites; y probablemente en esasrepresentaciones del exceso radica lafascinación que esas imágenes de laArgentina despiertan en el resto delmundo. Es claro que hay un problemaa develar en la persistencia de una di-námica histórica hecha de rupturas,atajos acelerados, sacudimientos agu-dos. En todo caso, lo llamativo es queen las expresiones de la agitación pre-sente el anhelo de un país normal (quealguna vez fue una consigna política)parece ceder frente las visiones épicasde un futuro conquistado por la fuerzade la protesta social.

Segunda escena. Los signos visiblesde la protesta social son hoy la cace-rola, los escraches y la caza de brujascontra figuras visibles de la política.Por detrás de la agitación y la rebe-lión (contra la representación política,

contra la moneda, contra las obliga-ciones fiscales, según la síntesis ofre-cida por Natalio Botana)1 no faltan lasevidencias de un cuerpo social fisura-do por el cáncer de la desigualdad ylos efectos crecientes de disgregacióndel lazo social. Todo esto ha sido se-ñalado como consecuencia de proce-sos que llevan más de una década; ymás allá de las ilusiones plantea unobstáculo gravísimo al proyecto posi-ble de una reconstrucción de la repú-blica. Frente al tiempo rápido de laagitación, el paisaje de la miseria y lamarginación, la deuda social con mi-llones de argentinos ha pasado a for-mar parte de un estrato de tiempo máspermanente. ¿Es posible, en medio delas dificultades, que se asome un re-conocimiento de ese agujero en la so-ciedad como una afrenta para el con-junto? Es la pregunta que se abre fren-te al siguiente episodio. Una ahorristaque protesta contra los bancos en Ri-vadavia y Callao dice: “Quiero defen-der lo mío; si me lo sacan será juntocon los jirones de mi piel”. Mas ade-lante admite que sólo comenzó a pro-testar cuando le tocaron el bolsillo:“hay 14 millones de pobres por losque nunca salí a protestar”.2 Admita-mos que este descubrimiento de la mi-seria (este salto del interés privado aun germen de conciencia pública y so-lidaridad social) es representativo deun movimiento más amplio. Abramos,por debajo de los signos más notoriosde la fragmentación de intereses y lu-chas, una expectiva atenta a los efec-tos de revelación hacia los propios pro-tagonistas. Es claro que hay una gene-ralización posible de los reclamos enel universo de los derechos agravia-dos, del ideal de una comunidad deiguales tutelada por un Estado que ga-rantice el bien común. En verdad, hoy,existen pocas evidencias de que seaése el curso más probable.

Vale la pena repasar la experien-cia histórica. En la apelación a la jus-ticia, en las acusaciones al estado, hayalgo comparable a la irrupción de losderechos humanos en el despertar dela esfera pública, después de la derro-ta de las Malvinas. Frente a esa aho-rrista que encuentra a los pobres en elhorizonte de sus luchas, inmediata-mente surge una evocación de ese otro

“descubrimiento” por parte de la so-ciedad: los desaparecidos. En fin, nose trata de la simplificación que supo-ne ver en los pobres de hoy a los de-saparecidos de ayer ni se propone quela caída de la convertibilidad y susefectos son fácilmente comparables alos de la derrota en el Atlántico Sur.No quiero abusar de las comparacio-nes y las analogías, salvo en un pun-to: lo que una derrota es capaz de de-sencadenar, sin que por otra parte con-tenga en sí misma la dirección, elsentido, el alcance final de sus conse-cuencias. En todo caso, aquella derro-ta (que provocó también sus manifes-taciones callejeras de repudio y reac-ciones frente a la humillación y elengaño) fue efectivamente el comien-zo de un descubrimiento y abrió unciclo que anunciaba la implantaciónde la justicia y los derechos en la so-ciedad. Pero hubo otras condiciones:la existencia de las organizaciones dederechos humanos, la presencia de li-derazgos visibles y discursos capacesde construir una significación para esepasado; tanto como algunos valores yprincipios que debían orientar su efec-tiva liquidación. Finalmente, si en eseterreno hubo entonces una renovaciónque tuvo efectos sobre la sociedad yel estado, el espacio y el soporte deesa transformación estuvo en la polí-tica en el sentido más tradicional, co-mo gestión pública y como sistemainstitucional: la restauración del dere-cho, la investigación pública impulsa-da desde un estado recuperado, el Jui-cio a las juntas. No hace falta decirlo,la situación hoy es bien diferente; nosólo por el colapso del estado y el arra-samiento del sistema político, sino por-que del humor de la rebelión social nonace un movimiento o un consensofavorable a la reconstrucción del sis-tema político institucional.

Tercera escena. La asociación del es-tallido presente con la gesta de los de-rechos humanos ha quedado plasma-da en una imagen: una foto de La Na-

1. N.Botana, “Meditación sobre el derrumbre”,La Nación, 17/01/02.2. Lucía Vincent, “Los ahorristas se juntan paracompartir su desesperación”, La Nación, 25/02/02.

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ción (tomada el 20 de diciembre) enla que una madre de Plaza de Mayo,en primer plano, deambula sola por laplaza en una bruma de gases. Hay al-go de debilidad y extravío en su an-dar, de confusión incluso en el gestocon que se lleva la mano a la frentepara protegerse los ojos. Lo más lla-mativo, además del aire ausente, es elaislamiento de la figura central queparece dirigirse en sentido contrario alo que apenas se vislumbra en el fon-do y lejos: policías a caballo, algúnmanifestante rezagado y el resplandorde una fogata. Los que sabemos quela foto corresponde a la represión pos-terior a la manifestación contra De laRúa incluímos los sentidos faltantes:la provocación policial y los muertos.Como toda imagen, revela tanto comooculta y expone a la lectura una signi-ficación ambigua en la que emergen,se imponen y a la vez se extravían loslazos posibles del presente y el pasa-do. La foto fue premiada internacio-nalmente.3 No voy a insistir en el cos-tado emotivo que puede promover laidentificación con una madre agredi-da; tampoco en el impacto de una de-nuncia palpable de la desproporciónentre el despliegue policial y la pre-sencia pacífica, frágil incluso, de esamujer mayor que por el pañuelo blan-co en la cabeza encarna uno de lospocos símbolos indiscutidos de la Ar-gentina contemporánea. Si la signifi-cación política de las Madres ha esta-do cimentada en la fuerza del agrupa-miento, la lucha de una asociaciónreferida al imperio de la ley que fuecapaz de persistir hasta encontrar unacompañamiento de la sociedad, en es-ta imagen (que, como el helicóptero,evoca otros tiempos y otras escenas),en la representación destacada del ex-travío y el aislamiento veo la incerti-dumbre, la confusión incluso que con-trasta con el aluvión de las certezas enel poder colectivo imaginariamente re-cuperado en cacerolazos y asambleas.

Cuarta escena. Otras escenas, am-pliamente exhibidas o descriptas enla información cotidiana, se refierena agresiones sufridas por políticos decasi todos los partidos. Y es claro queno me refiero a las protestas pacífi-cas o las interpelaciones de ciudada-

nos que piden explicaciones o hacenescuchar su opinión. Hablo de vio-lencia contra las personas. En princi-pio, hay que destacar el papel activode los medios que contribuyen a brin-dar una tácita conformidad cuando noa impulsar las provocaciones y aconstituir a los políticos en generalen responsables de todos los malesque aquejan a la nación. Puede decir-se que esa agresión es también unademanda, deformada, de renovaciónpolítica; tanto como que expone almismo tiempo la fractura del tejidosocial y moral que está entre las cau-sas principales del mal contra el cualse levanta. Y lo grave no es tantoque haya episodios de violencia sinoque los mismos reciban el consenti-miento (cuando no la adhesión explí-cita) de una sociedad descreída de lasleyes y las instituciones.

En ese sentido, dentro de las pro-vocaciones descargadas sobre los po-líticos, las recibidas por el ex Presi-dente Alfonsín adquieren un caráctersimbólico indudable y se contraponencon las muestras de apoyo y solidari-dad que recibió cuando sufrió el acci-dente, hace pocos años. En aquellaocasión (al borde de la muerte, es cier-to), Alfonsín recibía un reconocimientoque se situaba más allá de las luchaspolíticas, que incluía a muchos oposi-tores y a quienes nunca lo votaron onunca volverían a hacerlo. En aquelmomento había razones para pensarque más allá de los errores, las clau-dicaciones o los fracasos había alcan-zado el estatuto de un símbolo fuertede lo que significó la conquista de lademocracia para los argentinos. Hoy,en cambio, parece claro que el derrum-be y la crisis arrasan con símbolos yexperiencias por igual. Es posible, en-tonces, pensar esa dimensión de la cri-sis en términos de los efectos sobre lamemoria social, un tópico al que to-dos se refieren y que, en general, haquedado revestido de una significaciónigualadora de las luchas de ayer y dehoy. En verdad, la memoria está he-cha de “facilitaciones” (una nociónfreudiana), es decir significacionesdensas, figuras, escenas, que estable-cen puntos de condensación y de an-claje hacia el pasado y forjan su valorejemplar, algo que no se da de una

vez y para siempre y que requiere deretornos confirmatorios desde el pre-sente. Indudablemente, en el ataque aAlfonsín (y, más en general, al siste-ma político) se consuma una fracturade otro orden, que condensa un balan-ce y un relato del ciclo de la democra-cia. Por supuesto, la crisis presente ter-mina de desnudar el fracaso de suspromesas, que situaban en el núcleode la justicia y los derechos humanosy en la recuperación ética del estadoun camino de integración social, equi-dad y ampliación de las libertades pú-blicas.4 No hay forma de disminuirlas graves responsabilidades del po-der político en este desemboque ca-tastrófico. Pero cuando el juicio di-recto que se expone en la agitaciónactual insiste en el insulto “Ladrones”,aplicado por igual a políticos y ban-queros, y pretende encontrar en esaigualación fácil la explicación últimade ese fracaso, hay que admitir algodesviado en el ánimo colectivo; o másbien, que esa intervención antes quedenunciar las causas hace palpable losefectos más perniciosos del derrumbe.De modo que lo primero que cabe ad-mitir en los síntomas sociales presen-tes es que la voluntad de cambios ra-dicales frente al fracaso intolerable nodeja de arrastrar los rasgos de ese mis-mo derrumbe; y esto tanto más cuantono sea reconocido en su verdadera na-turaleza.

Rebeliones. Los rostros cotidianos dela protesta incluyen ahorristas que nopueden recuperar sus ahorros en dóla-res, pesificados que resisten la inde-xación de sus deudas, no pesificadosque reclaman porque no quieren de-ber dólares, acreedores hipotecarios nobancarios que reclaman compensacio-nes que son resistidas por los deudo-res, agentes inmobiliarios al borde dela quiebra. Hubo, en el comienzo, mo-vilizaciones que reaccionaban directa-mente ante el centro del poder políti-co, en Plaza de Mayo; otras, en cam-

3. La Nación, 16/02/02, el fotógrafo premiadoes Carlos Barría.4. Ver “Argentina, una vez más: lo viejo y lonuevo”, BazarAmericano, http://www.bazarame-ricano.com/bazar_opina/, febrero 2002.

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bio, son convocadas por grupos pre-existentes (frentes, bloques, partidospolíticos de izquierda) o por gruposque embrionariamente buscan darseuna organización. Hay entidades quedesde antes tratan de resistir las con-secuencias de la penuria y la miseria(el movimiento piquetero, el Frentecontra la Pobreza) y cuyas prácticasmantienen características de la acciónsocial y política reivindicativa. Por otraparte, el clima de rebelión social in-cluye también a una extensa gama deorganizaciones empresariales y finan-cieras, de productores y comerciantesque disponen de otros medios de ex-presión e intervención. En fin, los re-clamos son bien diferentes y la cace-rola, en todo caso, es el símbolo den-so de la radicalización y el estallidode descontentos, la puesta en escenade un desamparo y el rechazo del or-den junto con la demanda y la bús-queda de alguna seguridad. Esa movi-lización se evidencia también, en unsentido diferente, en decenas de milesde presentaciones ante la justicia. Loque demuestra que las demandas tam-bién incluyen el reclamo por un mar-co institucional y una autoridad legí-tima capaz de intervenir reestablecien-do condiciones de estabilidad yamparo de los derechos.

Los medios han encontrado y cons-truido al ahorrista movilizado comola figura social representativa y radi-calizada de la protesta. En ese perso-naje exasperado parece concentrarseen efecto el fracaso de las promesas,que esos mismos medios alimentaronextensamente, de una modernizaciónprivatizadora de la vida social que te-nía uno de sus santuarios en el dólary en los bancos, en fin, de la conver-tibilidad. Muchos de esos ahorristasestuvieron entre quienes la respalda-ron hasta último momento y constitu-yeron la base masiva de apoyo a Ca-vallo cuando se presentaba, hace po-cos meses, como su salvador. Muchosseguramente hicieron votos por el éxi-to de las jugadas audaces, los atajos,las piruetas y las mentiras que Cava-llo desparramaba sin recato. En ver-dad, en el reclamo de los dólares seexpresa el reclamo por la convertibi-lidad y, como en todo síntoma social,se mezclan diferentes ingredientes. Es

claro que los ahorristas no se propo-nen demoler el sistema financiero y,en un sentido, hay que ver allí el re-clamo de una moneda estable, es de-cir un orden y un principio fundamen-tal de cohesión social. Pero al mismotiempo se incluye la denegación de lodefinitivamente perdido, es decir dela derrota de las ilusiones que, contratodas las evidencias, mantenían esa fic-ción del 1 = 1, la igualación imagina-ria de la Argentina al club de los paí-ses poderosos de la tierra. En fin, sialgo falta es el reconocimiento de esaderrota y ese colapso, en una situa-ción donde todos (casi) pierden; y don-de lo que emerge es la disposición apensar que el costo debe ser pagadopor otros. Hay que tomar en serio larepresentatividad del ahorrista priva-do respecto del conjunto mayor de larebelión. Aun admitiendo que puedaampliar el horizonte de sus luchas pa-ra incluir las de otros, queda pendien-te el problema de la efectiva partici-pación en la construcción de una vo-luntad colectiva que no puede serconcebida como una sumatoria de de-mandas. Es claro que la movilizaciónno es lo mismo que la ampliación yconsolidación de una esfera pública deciudadanos.

En un tiempo más largo que el dela devaluación y el congelamiento delos depósitos se amplían los escena-rios de fracaso. Sin duda el más im-portante, del lado del marco institu-cional, es la derrota de las promesasdel estado de derecho. Pero a la vez,si se mira del lado de la sociedad, enlas formas que adquiere la multiplica-ción de los reclamos, a menudo con-tradictorias, aparece el reflejo de esemismo colapso de un orden fundadoen la ley y el bien común. El estadode rebelión contra los restos del Esta-do no sólo embarga a manifestantes,piqueteros y ahorristas enfurecidos si-no que se manifiesta igualmente en laindisciplina fiscal de empresarios y co-merciantes o en las maniobras espe-culativas de exportadores e importa-dores. Es preferible desconfiar, enton-ces, de la imagen de una sociedad quesería ajena e inmune a las omisiones ydegradaciones del marco institucionaly de las dirigencias que han nacido yproliferado en ella. Sobre todo si se

tiene en cuenta que la sociedad se or-ganiza, se forma y se transforma a tra-vés de adhesiones, liderazgos, tramasasociativas, que dependen muy estre-chamente de ese mismo marco cuyadegradación se señala.

De allí que sea preferible tomardistancia de las representaciones deuna gesta popular colectiva que pon-dría en acción a un actor separado ymás o menos incontaminado frente alos males que denuncia en las dirigen-cias. Y esto no significa decir que to-dos somos igualmente culpables nidesconocer la necesidad de un papelcentral para la justicia, incluida esaCONADEP de la corrupción que algunavez fue prometida. Contrariar el hu-mor colectivo que impugna toda auto-ridad no significa que haya que bus-car en las bases de la sociedad las cau-sas mayores de la conmoción presente.Las responsabilidades del desquicioinstitucional y de la degradación éti-ca y administrativa del estado se or-denan de arriba hacia abajo; pero im-porta señalar que el derrumbe del es-tado como sistema de mediaciones ygarantías no deja en pie una sociedadintacta y virtuosa; y que el desordendenunciado, finalmente, no pudo serllevado a cabo sin la conformidad demuchos.

¿Cómo volver a plantear el pro-blema de los liderazgos, más aun re-construir un principio y un ejerciciolegítimos de autoridad? ¿Cómo recons-truir bases mínimas, ideas rectoras, nu-dos de problemas necesarios para ar-ticular demandas contradictorias? Es-tos son los problemas de una efectivapolitización de la crisis, que es algomuy distinto de la promoción del pu-ro acontecer de la protesta y la revuel-ta, que se sostiene en la idea de que ladesorganización y desestabilizacióndel orden dado crean espontáneamen-te nuevos sentidos y nuevos sujetosde la acción política. Tal parecer tieneun predicamento intelectual indudabley expone una suerte de populismo delacontecimiento colectivo exaltado ensu eficacia última. Y cuando al ingre-diente antipolítico se agrega el tópicode la “producción de subjetividad” yel lenguaje primario de la reunión y lacirculación de los cuerpos, el guiso re-sultante es francamente indigesto.

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Política y actores. La sensibilidad re-belde promueve una visión esponta-neísta de la política, a cargo de losafectados (o los “vecinos”) quienesdesde su experiencia directa se trans-formarían en actores lúcidos y sufi-cientes. No hay experiencia históricaque permita sostener esas ilusiones.Por ejemplo, más de una década demovilizaciones de jubilados no los hanconstituido en un actor político nacio-nal significativo. En el caso del fenó-meno nuevo de las asambleas segura-mente no se puede decir mucho endefinitiva, pero hay algunas distincio-nes que hacer. Por una parte, en elnivel vecinal o de la pequeña comuni-dad existen experiencias de participa-ción respecto de los problemas loca-les, algo que por otra parte tiene ante-cedentes, al menos en la ciudad deBuenos Aires, con innumerables agru-pamientos vecinales. Por otra parte, allídonde las asambleas quieren ocuparsede lo más general, según mi experien-cia, aparecen o bien las viejas consig-nas de la izquierda (del tipo de “nopagar la deuda externa” o “solidari-dad con el pueblo de Cuba”) o bien lapreparación del siguiente cronogramade protestas y escraches; con lo quese arriesga entrar en un movimientocircular sin fin: las protestas dieronlugar a la proliferación de asambleasque se dedican en gran medida a or-ganizar nuevas protestas.

Las formas agudas de la moviliza-ción callejera proclaman su voluntadde excluir a los políticos, quienes, enefecto, casi no pueden salir a la calle;algunos, los menos conocidos, tratande esconder sus rostros de la ira popu-lar y renuncian a aparecer en la TVque era, hasta ahora, el espacio mayorde construcción de una escena políti-ca. La consigna es terminante “Que sevayan todos”; y si no ha podido desa-lojarlos de sus lugares institucionalesal menos los ha corrido del espaciopúblico. Sin duda puede verse en esaimpugnación general las consecuenciasde una demanda de renovación de lapolítica que, en el ocaso del menemis-mo, depositó sus esperanzas en laAlianza, particularmente en el FREPASO.No quiero insistir en las cosas ya co-nocidas. Pero es preciso señalar que siuno de los reproches más fundados a

las formas de la política se refiere alencierro corporativo, la defensa de pri-vilegios, la escasa transparencia y laausencia del control de los ciudada-nos, hay que decir que los resultadosde ese rechazo, que asume la formade esa exclusión masiva de cualquierespacio de debate y participación, só-lo pueden agravar los males invoca-dos. En efecto, cualquier propósito derenovación de los partidos, o la crea-ción de otros, exige juicios más ajus-tados sobre sus responsabilidades (in-cluyendo las penales) y requiere de lareconstrucción (antes que la destruc-ción) de núcleos dirigente que puedanencarar un programa de crisis quenecesitaría, más que nunca, resortesbásicos de decisión y autoridad.

¿Es posible mantener la experanzaen la dinámica de las asambleas calle-jeras y pensar que de allí nacerán esosnúcleos capaces de restituir la políticay construir una voluntad colectiva dis-puesta a respaldar la dura empresa dedistribuir los costos de la crisis? Ojalápudiera creerlo. En todo caso, hay quetomar en su valor sintomático la pro-puesta, manifiestamente absurda, deconvocar una élite extranjera para ma-nejar los resortes de la economía, algoque, obviamente, no podría hacerse sinsubordinar o neutralizar al poder polí-tico. Vale la pena recordar que en elpasado la irrupción de las fuerzas ar-madas, convocadas y provocadas porsectores de la sociedad civil, teníaexactamente ese sentido: la interven-ción de una organización que se pre-sentaba como ajena a la sociedad y,sobre todo, a la política y sus males.Rotas esas ilusiones (ante todo paralas propias fuerzas armadas), la ini-ciativa más importante de reparacióninstitucional y definición de un pro-grama mínimo de salvación nacionalha estado a cargo de actores externosal sistema político, los obispos de laIglesia y funcionarios de la ONU con-vocantes de la Mesa del Diálogo Ar-gentino. Frente al colapso de la repre-sentación hay que destacar que esa in-tervención posee una legitimidadinobjetable y carece de los desvaríosmesiánicos que envenenaban las irrup-ciones militares. Pero al mismo tiem-po, parece claro que lo que allí se pro-pone despierta poco apoyo de parte

de una sensibilidad pública antiinsti-tucional, capturada por una visión épi-ca de las soluciones y las transforma-ciones deseables. Finalmente, lo preo-cupante no es el desconocimiento delas vías formales de renovación den-tro de un régimen democrático repre-sentativo sino la ausencia de una pers-pectiva de efectiva reconstrucción deuna voluntad colectiva. En todo caso,no se ve cómo pasar de la exaltaciónde la protesta a la instauración de unprograma mínimo capaz de contenery consolidar una mayoría suficente, so-bre todo considerando que lo que seabre para el futuro inmediato es, en elmejor de los casos, un reparto equita-tivo de las pérdidas, antes que una pro-mesa de beneficios.

Changarines contra piqueteros,deudores contra acreedores: más alládel clima general no han faltado sig-nos de la fragmentación y el estallidode intereses separados dentro del es-cenario general de la protesta. En esehorizonte roto no se vislumbra cómopodrían incluirse las víctimas mayo-res del cataclismo social. Las derrotasproducen efectos sin que necesaria-mente sean admitidas como tales y lascrisis no dejan de tener consecuenciasreveladoras. En efecto, una situaciónlímite como la actual pone a prueba ala sociedad tanto como al estado, lasinstituciones y las dirigencias; en todocaso, exagera y exalta rasgos ya pre-sentes. En ese sentido, es claro queaun admitiendo un potencial democra-tizador de las movilizaciones en la re-paración del tejido social, los fenóme-nos masivos arrastran también su cuo-ta de ilusión: la unificación y laidentificación inmediata en la masa oel grupo pueden producir alivios sub-jetivos pero difícilmente generan, es-pontáneamente, una construcción po-lítica de la acción. Por otra parte, notodo es nuevo ni todo es igualable enel escenario de la protesta social. Vi-siones de izquierda y de derecha en-cuentran en ella la ocasión de confir-mar sus convicciones más arraigadas.Mientras el izquierdismo de base es-tudiantil, visible en la movilización ca-llejera, se ilusiona con el auge de ma-sas y el avance hacia una situaciónrevolucionaria, las editoriales de LaNación evocan (o más bien alucinan)

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en los tumultos la violencia políticade los 70 y ven en cada asamblea laamenaza de una república de los só-viets.5

Finalmente, no hay dinamismo dela movilización que pueda borrar lasconsecuencias de un largo derrumbeque ha operado en el sentido de unadesagregación de intereses e identida-des políticas y sociales. Lo que quedaen evidencia, como se dijo, es el co-lapso del estado como dispositivo demediación entre derechos y obligacio-nes: el mismo estado incapaz de ga-rantizar la moneda y la propiedad deahorros y salarios, anulado como prin-cipio fundamental de orden, tolera queahorristas enfurecidos rompan los vi-drios de los bancos. En todo caso, enun tiempo más largo, ese fracaso y lafractura de instancias más generalesde inclusión social, junto con el dete-rioro de identidades más amplias, haproporcionado un marco particular alcrecimiento de diversos fenómenos deagrupamiento, desde grupos religiososy “tribus urbanas” de todo tipo hastaun extenso mapa de ONG. Desde lue-go, en tanto es un rasgo que acompa-ña la crisis general de la política no esun fenómeno solamente local aunqueentre nosotros adquiera rasgos parti-culares. Lo que me interesa destacares que la pulsión grupal no nace conel pico agudo de la crisis presente, yque en cierto sentido forma parte desus manifestaciones, aunque a la vezha podido impulsar formas de resguar-do y de defensa legítimas y capacesde interactuar e intervenir en el siste-ma institucional. La condición, en to-do caso, es que se admitan sus alcan-ces y sus límites, así como el horizon-te de carencias en el cual procuraintervenir. De lo contrario, puede di-luirse la alternativa de una acción efi-caz, borrada por la exaltación unifi-cante de la protesta. Más aun, en elclima de celebración de las moviliza-ciones, los signos de la carencia y elfracaso aparecen mágicamente conver-tidos en un triunfo. Pocas situacioneshan sido más reveladoras de esa dis-posición negadora que la patética ce-lebración del default como una victo-ria popular por parte del conglomera-do político y sindical que rodeaba aRodríguez Saa.

Finalmente, el escenario de la cri-sis política y la extendida fractura so-cial no admiten un diagnóstico fácil yno pueden ser pensados en el tiempoacelerado de la movilización. No esposible abordar sus condiciones y al-cances sin reconocer el peso de un fra-caso más amplio y general que el quepuede localizarse en los políticos y losbanqueros y que encuentra su mani-festación condensada en una dimen-sión de las fallas del estado, más alládel aparato político y jurídico: sus fun-ciones como dispositivo de moraliza-ción de las costumbres, ante todo delas elites dirigentes. En una coyunturahistórica decisiva los tiempos se cru-

zan y se superponen. La violencia des-mesurada que culminó en la masacreconducida por un estado criminal en1976 exhibía el paroxismo de un de-rrumbe civilizatorio y revelaba proce-sos más largos en la sociedad y el esta-do. El proyecto democrático, que pa-ra muchos iba a dejar atrásdefinitivamente una etapa de barbarie,ha perdido casi su capacidad de reac-tivar la esperanza. El horizonte pre-sente puede ser también el de un reco-mienzo, cargado de temores e incerti-dumbres.

5. La Nación, 14/02/02 y 18 02/02.

Las desintegraciones institucionales argentinasy sus consecuencias sociales

Ricardo Sidicaro

IEl año 2001 será recordado, segura-mente, como el de las desintegracio-nes argentinas. Las opiniones y los én-fasis sobre las causas de lo sucedidose dividirán, pero será fácil encontraralgunos núcleos argumentales recu-rrentes. Unos subrayarán la incapaci-dad de los miembros de la clase polí-tica. Otros optarán por destacar nega-tivamente los opresivos límitesderivados de la deuda externa. No fal-tarán quienes objeten la voracidad delgran capital nacional y extranjero. Laincompetencia de los ministros y pre-sidentes tendrá, sin duda, un espaciono menor en la enumeración. Muy pro-bablemente, la falta de debates inte-lectuales a la altura de la catástrofeque se avecinaba dará tema a variastesis en universidades del hemisferionorte. Los formadores de opinión alservicio de los principales actores so-

cioeconómicos dirán, sin esfuerzo demeditación, que todo se debió al ex-cesivo gasto público. Luego de ese tri-vial comentario, otras voces se ani-marán a aseverar que “la culpa la tu-vieron las listas sábana y los salariosde los legisladores provinciales”.

Probablemente, cuando pase untiempo se afinarán más los criterios parabuscar responsabilidades. Se plantea-rán las preguntas sobre los economis-tas consultores a tiempo completo delos organismos internacionales o de lascorporaciones empresarias y, en otromedio tiempo, funcionarios de los go-biernos “progresistas” que implemen-taron o diseñaron políticas cuyos efec-tos desintegraron buena parte de la ac-tividad productiva y de la estructuraocupacional. Sus iniciativas hubiesensido simplemente materia de jocososcomentarios de sobremesa de no haberprofundizado la exclusión y la miseria

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de buena parte de los sectores popula-res. En el podio de los culpables secolocará la convertibilidad, las privati-zaciones y el usurario sistema banca-rio, transformaciones que en su momen-to fueron el espejo del éxito del mene-mismo. En virtud de sus afinidadesmúltiples con su predecesor, en ese mis-mo espejo quisieron contemplarse lasjerarquías de la Alianza, primero, en lacelebración exultante por haber despla-zado “al último presidente plebeyo”;luego, para tratar de eliminar de susrostros la incipiente mueca de la duda;más tarde, para recuperar la sonrisa yposar con Cavallo; pero, a la hora deltriste y solitario final, debieron evitarhasta el más prosaico espejito para fan-tasear que eran otros los que abando-naban los despachos.

IIDe las múltiples y variopintas desin-tegraciones argentinas de 2001, aquídedicaremos nuestra atención a las másrelevantes registradas en las estructu-ras y los comportamientos políticos.En los análisis de ciencias sociales denivel macro, la noción de desintegra-ción política suele remitir a dos tiposde fenómenos diferentes que no nece-sariamente se presentan juntos. En tér-minos generales, cabe distinguir losprocesos de división de sociedades na-cionales respecto de aquellas situacio-nes en las que se desintegran determi-nadas instituciones estatales y actoresespecíficos del sistema político, sinque se fragmente la unidad territorialnacional.

En las desintegraciones de los pa-íses, las guerras civiles han sido el mo-do más usual, pero no único, de dar aluz nuevas unidades políticas sobera-nas. Generalmente, sea que esas divi-siones se produzcan por consenso opor medios violentos, quienes impul-san los cambios conjugan los intere-ses de determinadas elites dirigentes ylos sentimientos y la movilización deimportantes sectores de la poblaciónque dejaron de creer, o nunca creye-ron, en lo que Benedict Anderson de-nomina la “comunidad imaginada” ala que formalmente pertenecían. Laotra gran modalidad de desintegraciónpolítica corresponde a la perdida de

las capacidades del sistema estatal yde representación política para mante-ner la confianza de los miembros desus sociedades y asegurar la legitimi-dad de las instituciones.

En la mayoría de las situaciones quecorresponden a la segunda modalidad,se observa un creciente debilitamientode los compromisos y de las lealtadesde los ciudadanos con respecto a lasinstituciones y el consecuente resque-brajamiento de los vínculos entre re-presentantes y representados. El repre-sentante amplía su autonomía y, sinmayores inhibiciones, se ocupa de de-fender sus propios intereses, labor quesiempre había hecho si bien la combi-naba con más esmero con las iniciati-vas destinadas a atender los requeri-mientos de sus representados. Es a par-tir de esa autonomía ampliada que cobrasu verdadero significado social la no-ción de clase política, de matiz ofensi-vo en otras circunstancias. El represen-tado, por su parte, se distancia lenta-mente de la ilusión representativa y lasencuestas electorales comienzan a re-gistrar proporciones mayores de abs-tencionistas y de los mal llamados “in-decisos” que optan, al fin, por el malmenor.

Es preciso aclarar que un rasgopropio de nuestra época, a la que conUlrich Beck podemos caracterizar co-mo Segunda Modernidad, es la exis-tencia de procesos que fragmentan ydiluyen los viejos actores colectivos yal mismo tiempo favorecen el incre-mento de la reflexividad social quepuede dar lugar a la gestación de nue-vas formas de expresión y de partici-pación, tanto individuales como gru-pales. En los países más desarrolladosde Occidente las identidades políticasde otrora ya pertenecen al pasado. Esoscambios, marcados por distintos gra-dos y manifestaciones de indiferenciahacia las peripecias de la escena polí-tica, en muchos aspectos se asemejana lo ocurrido en la última década en elcaso argentino. Sin embargo, las dife-rencias estructurales de nuestro paíscon respecto a las naciones más mo-dernas y desarrolladas, así como lasdisímiles posiciones ocupadas en elsistema de poder económico y políti-co mundial, aconsejan evitar las fala-cias homogeneizadoras.

En nuestro caso, desde hace una dé-cada los estallidos de indignación con-tra las decisiones de los gobiernos y derepudio a las dirigencias políticas mo-vilizan emociones fuertes, antipartida-rias a veces, pero profundamente pre-ocupadas por los asuntos públicos. Lasprotestas contra los aparatos estatalesse realizaron reivindicando la defensadel “interés general”, que se considerómenoscabado por el mal desempeño delos tres poderes del sistema democráti-co y republicano. Las exigencias de“más Estado, de más ley y de más equi-dad social” sólo por error podrían con-siderarse como una reivindicación anár-quica o meramente antipolítica. Las mo-vilizaciones expresaron las protestas dela opinión pública contra los modos defuncionamiento de los aparatos estata-les y del sistema político que todavíaconservaban niveles de legitimidad su-ficientes como para ser consideradosinterlocutores (semiválidos) de los re-clamos. Si la consecuencia de las pro-testas fue el incremento de la desinte-gración del reconocimiento y de la le-gitimidad de las instituciones estatalesy de los partidos, eso sucedió en virtudde que desde la sociedad se captó co-rrectamente que el maltrecho Estado ylos cuestionados partidos políticos op-taban por alternativas que favorecíanlos intereses de los actores socioeconó-micos predominantes. La sociedad so-lamente pedía un Estado que hicieracumplir las leyes y que asumiera la pre-servación del “interés general”.

IIINo corresponde formular profecías so-bre el futuro de las desintegracionesargentinas. Es posible, en cambio, re-conocer su continuidad en el tiempomás allá de su desenvolvimiento errá-tico y de sus ciclos. Nuestras ya pro-longadas desintegraciones políticas seubican en la segunda de las modalida-des generales antes esbozadas, afec-tan desde hace muchos años las prác-ticas de las estructuras e institucionesestatales, y sus efectos se expandenen otras esferas de la actividad social.

La memoria social de los inicia-dos recuerda todavía un discurso pú-blico de mediados de la pasada déca-da del 80 presagiando peligros de li-

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banizaciones; ese signo de alarma pa-reció formar parte de un ejercicio deexageración retórica. En nuestros dí-as, las respuestas tranquilizadoras alriesgo de una eventual guerra civil sesuelen resumir diciendo que ese estilode conflagración interna requiere laexistencia de, al menos, dos bloquesantagónicos bien definidos. Ahorabien, el grado de disolución al que lle-garon los bloques que en otros mo-mentos dividían a la opinión y crispa-ban la escena pública es, justamente,un observable empírico de un aspectoimportante de las desintegraciones ar-gentinas. La conformación de los ac-tores colectivos que en nombre de susidentidades y de sus intereses libraronlos conflictos políticos, sociales, eco-nómicos y culturales de otras épocas,revelaba niveles de integración denuestra sociedad notablemente supe-riores a los actuales.

Los estudios de opinión públicamuestran desde hace tiempo la pre-sencia de altos porcentajes de la ciu-dadanía que desconfían de la eficaciay de la labor del Poder Judicial, de laidoneidad y de la honestidad de loslegisladores, y, en fin, de la capacidady la decencia de los altos mandatariosnacionales y provinciales. Dichos es-tudios registran, sin embargo, que loscambios de gobierno despiertan, enuna etapa inicial, expectativas positi-vas, que luego declinan. Por lo tanto,no sería adecuado estimar que habríaen la ciudadanía una indiferencia y unpesimismo absolutos. Esos ciclos deconfianza ante las renovaciones mati-zan el problema. Es más, la desilusiónque produjo el bienio aliancista no po-dría explicarse si no se considera lafrustración de las esperanzas deposi-tadas en un principio en las posibili-dades de su gestión.

Desde hace varias décadas el Es-tado argentino demuestra que carecede capacidades burocráticas para con-trolar las acciones contrarias a las le-yes de los actores socioeconómicospredominantes. No consigue, o no sepropone, evitar las evasiones imposi-tivas, neutralizar las fugas de capita-les, hacer cumplir las legislaciones la-borales, y, además, le transfiere perió-dicamente a esos sectores propietariosfondos públicos por los más diversos

motivos. Las concesiones estatalesotorgadas a esos poderosos agentes pri-vados fueron un componente primor-dial del crecimiento de sus patrimo-nios, mientras que, paradójicamente,criticaban el intervencionismo del Es-tado en la economía.

La crisis de las capacidades esta-tales no son, pues, sólo una deriva-ción del burocratismo y del clientelis-mo de los gobiernos como suelen afir-mar los pensadores neoliberales. Esimposible explicar el debilitamiento delos aparatos estatales si se omite abor-dar la existencia de las relaciones defuerza adversas que los mismos man-tienen, desde hace muchos años, conlos grandes intereses propietarios na-cionales y extranjeros que gravitan so-bre las tomas de decisiones. Como sos-teníamos en un texto recientemente pu-blicado, “esos actores no conformanuna unidad o un bloque social, sólolos asemeja su interés por las ganan-cias y los negocios, objetivos para losque no necesitan instituciones ni sis-temas económicos y culturales proyec-tables en el largo plazo, que sean his-tóricamente viables y sustentables (...).Por eso, es coherente con sus prácti-cas pensar, como lo sostienen sus in-telectuales y voceros, que el Estado esun gasto, que la política es un costo yque la educación, la ciencia y la cul-tura no son rentables”.1

IVLa desintegración del “modelo” pudohaber abierto una crisis económica gra-ve, pero relativamente acotada, de nomediar la incapacidad del gobiernoaliancista para encarar alternativas se-rias y que distribuyeran con criteriosequilibrados los inevitables costos delfin de la convertibilidad uno a uno.Pero el poder económico consiguió ha-cer de la crisis un negocio, y el “co-rralito” fue el mecanismo con el quecaptó nuevas ganancias financieras.Así, el “salvataje” estatal a los bancosderivó en la desintegración del gobier-no aliancista.

Instalada la crisis política, el pri-mer interinato peronista se pulverizó enuna semana. La desintegración ideoló-gica y organizativa, que alcanzaba porigual a radicales y peronistas, desem-

bocó en la designación de Eduardo Du-halde. La nueva gestión evidenció muyrápido que desde las desintegradas ca-pacidades estatales se cedía a las orien-taciones que condicionaban e imponí-an los actores socioeconómicos predo-minantes. Las protestas, primero por ladefraudación bancaria, luego por la cla-ra afinidad de los gobernantes con losintereses de los principales sectores eco-nómicos, continuaron después con lasmúltiples manifestaciones de repudiomoral al tándem poder económico-go-biernos y se plasmó en la toma deconciencia pública de la desintegraciónde los elementos básicos del Estado deDerecho. Se encontraron, entonces, losreclamos de los más diversos sectoressociales, desde los “piqueteros” hastalos pequeños y medianos empresarios,incluidos las distintas categorías de aho-rristas y los acreedores hipotecarios par-ticulares, en una única reivindicación:que el Estado cumpliera con los com-promisos establecidos en las leyes.

Junto con las actuales protestascontra las decisiones tomadas por lasautoridades estatales, se manifestaronjuicios totalmente negativos respectode los grandes intereses empresarios,nacionales y extranjeros, que operanen el país. Cuando las agotadas finan-zas estatales se hicieron cargo de lalicuación de las deudas de los grandesgrupos económicos, a la vez que pro-tegían las ganancias especulativas delsistema bancario, se completaron, co-mo en las caricaturas de la prensa co-munista mundial de los años 20, lasimágenes sociales de los nexos, bienreales, que unían o subordinaban lasdecisiones de los poderes públicos alos “dictados del gran capital”.

Todos los indicadores empíricosdisponibles muestran que, con la agu-dización de la crisis económica y lacreciente desintegración de las capa-cidades estatales, declinaron los yacrónicos niveles deficientes de “nor-malidad” con los que operaban los sis-temas públicos de salud, de educación,de seguridad y asistencia social, así

1. La crisis del Estado y los actores políticosy socioeconómicos en la Argentina 1989-2001,Buenos Aires, Libros del Rojas-Universidad deBuenos Aires, 2001, p. 107.

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como los encargados de eventuales ini-ciativas para paliar los efectos del de-sempleo y otros problemas. Ningunade las carencias de las políticas públi-cas en esos temas son una novedad ysu persistencia ha producido numero-sos efectos de fragmentación de la es-tructura social. En el plano de la ac-ción de los gobiernos, las deficienciasde las funciones estatales fueron per-manentes factores de desgaste de sucredibilidad. Los usos clientelistas delos aparatos estatales se hicieron másnotorios por los vacíos “normales” de-jados en materia social en los ámbitosmás descuidados o abandonados.

Hoy ha cundido la certeza de quese carece de instituciones estatalesprevisibles y racionales, capaces depreservar el “interés general” y decumplir y de hacer cumplir las leyesy la Constitución Nacional. Desde ha-ce decenios, en múltiples oportuni-dades las acciones de los aparatos es-tatales argentinos no sólo no garanti-zaron el respeto a las legislacionesvigentes sino que, además, las viola-ron flagrantemente. Las protestas ylos reclamos no faltaban, pero tendí-an a quedar sectorializados. La nove-dad de 2001 residió en la generaliza-da conciencia del problema. La esta-dolatría, que impide en muchassociedades modernas reflexionar crí-ticamente sobre las diferentes dimen-siones de la práctica estatal, nuncahabía sido un velo ideológico dema-siado eficaz en nuestro país y las ide-as y actitudes de impugnación de lasinstituciones se hallaban difundidasen todos los sectores sociales. Perolo novedoso es la convergencia so-cial que esboza la eventual confor-mación de sujetos colectivos que unenlos pedidos del respeto a las leyescon las demandas de más equidad so-cial, designando adversarios en lascúspides del poder económico.

Con la condensación de los acon-tecimientos del año 2001, la pérdidade confianza en las instituciones esta-tales y la desintegración de sus capa-cidades políticas y burocráticas parapresentarse mínimamente como defen-diendo el “interés general” alcanzaronun declive inédito. Sería prematuroaventurar una conclusión sobre lasconsecuencias de la efervescencia so-

cial a la que se han sumado sectoresgeneralmente definidos por sus rasgosindividualistas. Un tanto paradójica-mente, las políticas neoliberales ter-minaron provocando inusitadas reac-ciones de furia en quienes debieronsuponer que sus consecuencias nega-tivas no los tocarían. La situación so-cial, económica y cultural de esos sec-tores de la población los había prote-gido relativamente de muchos de losefectos de la desintegración de las fun-ciones estatales. Pero, siguiendo uncrecimiento en sucesivos círculos con-céntricos, la crisis de las institucionesllegó a quienes parecían mantener to-davía una relativa confianza en ellas.Hoy, en las percepciones compartidaspor prácticamente todos los sectoressociales se ha desintegrado aún másla ya decaída confianza que conserva-ban en las instituciones.

Tal como lo dijimos, no nos inte-resa adentrarnos en reflexiones de ti-po prospectivo. En ese campo, casisiempre se formulan hipótesis equi-vocadas cuando los temas son real-mente importantes y participan mu-chos actores. ¡Quién hubiese antici-pado en 1981 los años de vitalidaddemocrática de 1983! Es cierto que,en 1999, los análisis sobre la debili-dad de las capacidades estatales, loscaudillismos sin metas de los parti-dos de la coalición triunfante, los ha-bitus mentales de los técnicos prove-nientes de los organismos internacio-nales y de las corporacionesempresarias, la estrategia discursivaque se especializaba en denunciar a“los que se quedaban con los vuel-tos” y se empeñaban en no abordarsistemáticamente la inmoralidad de laexplotación social, de la usura finan-ciera y de la expoliación imperialis-ta, y la lista podría continuar, eranelementos que permitían pronosticarla instalación de un gobierno queaceptaría, al igual que su antecesor,las imposiciones de los grandes inte-reses nacionales y extranjeros; y que,llegado a un punto, esa coalición de-jaría de ser funcional a quienes loshabían, sin mucho esfuerzo, ayudadoa creer en el “modelo” que les habíaproporcionado tantas ganancias. Esverdad que decirlo antes que la expe-riencia comenzara no encontraba fá-

cilmente audiencias, pues chocabacontra la ilusión social que, si bienobstaculiza los análisis, siempre re-sultará indispensable para lograr cual-quier transformación política queapunte a una sociedad más justa.

VLa tan criticada clase política parecehoy haber tomado conciencia de laurgente necesidad de que se recons-truya la confianza pública en las ins-tituciones estatales. La gran dificul-tad que, sin duda, encontrarán los go-bernantes que busquen ese objetivoradicará en el hecho de que la recu-peración de la confianza pública enlos aparatos estatales requeriría: 1)que tomen iniciativas en defensa delos intereses de las mayorías socialesperjudicadas por el proyecto neolibe-ral; 2) que afecten negativamente, demodo coherente y sostenido, los inte-reses de los actores socioeconómicospredominantes nacionales y extranje-ros que operan en el país; 3) que pon-gan límites a las imposiciones de losorganismos financieros internaciona-les que aconsejaron y exigieron laadopción de las políticas económicasque agravaron las múltiples desinte-graciones argentinas.

De poco les valdrá a los gobiernosla elaboración de proyectos denomina-dos de “reforma del Estado” si no setrata de pasar del Estado subordinado alos poderes económicos nacionales y ex-tranjeros a un Estado de Derecho que sehaga cargo de garantizar el “interés ge-neral” como lo define la ConstituciónNacional de 1994. Si todo esto pareceuna tarea tan difícil es porque los acto-res socioeconómicos predominantes hanrevelado disponer de una relación defuerzas a su favor que, por múltiplesvías, entre las que se destaca su conti-nua succión de los presupuestos públi-cos, empujaron a la desintegración a lossistemas educativos, de salud, de segu-ridad y asistencia social, para nombrarsólo los más importantes.

La reforma del Estado que supon-ga hacer burocráticamente más eficien-te y eficaz sus actividades, que asegu-re el cobro de impuestos, que proveade una justicia independiente, que ter-mine con las licitaciones amañadas,

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que contrate personal estatal idóneo yno tentado por la corrupción, es decir,una concepción moderna de los rolesde las instituciones oficiales, nunca fueuna demanda real de los dueños delpoder económico o de los organismosinternacionales, ya que de ser así di-cha reforma se habría concretado, aligual que casi todo lo que pedían. Se-ría de ciencia ficción imaginar a losconsultores y ejecutivos de IBM o alos vernáculos voceros de la “patriacontratista” requerir la construcción deaparatos estatales eficaces y capacesde controlar sus actividades.

En tanto que la relación de fuerzasexiste también en el plano ideológico,

los “intelectuales” y divulgadores deopinión al servicio de los grandes in-tereses les explicarán a los gobiernosque la reforma del Estado debe ser lacontinuación de los ajustes que lo de-jan sin presupuestos para retribuir de-centemente a sus empleados, para me-jorar la calidad de la educación públi-ca, para desarrollar la ciencia y latecnología, y para dar soluciones a laexclusión social. De imponerse esoscriterios, la reforma del Estado plan-teada desde la perspectiva de los ga-nadores del “modelo” sólo conduciríaa agravar las múltiples desintegracio-nes argentinas y sus consecuencias so-ciales.

¿Democracia en agonía?

Hilda Sabato

En diciembre de 1983 la Argentina ini-ciaba un proceso de transición a la de-mocracia representativa luego de ladictadura militar más brutal de su his-toria. Dieciocho años después, en di-ciembre de 2001, esa democracia tocófondo y aunque las instituciones lo-graron apenas resguardarse, el funda-mento mismo de su vigencia se habíaderrumbado. Hoy, el principio de larepresentación política está puesto encuestión y quienes lo encarnan, los po-líticos en cualquiera de sus expresio-nes, son diariamente denostados porel público.

La crisis de la democracia repre-sentativa no es una novedad argentinay en estos días, muchos —con buensentido— han buscado incluir nuestrodramático presente político en ese mar-

co general que afecta a todo el mundooccidental (y sus aledaños). Miradascon esa misma lente, las variadas yrelativamente originales formas de reu-nión y protesta desplegadas por dife-rentes grupos de gentes a lo largo y alo ancho de todo el país se han enten-dido como saludables reacciones deuna sociedad civil vigorosa, que se or-ganiza con autonomía y se decide aparticipar directamente en el espaciopúblico, eliminando los intermediarioscorruptos. De esta manera, se lograría—presumiblemente— articular unanueva vida política; esta vez sí, verda-deramente democrática.

Me temo, sin embargo, que el pro-blema de nuestra democracia represen-tativa sea bastante diferente que el queaqueja a los países centrales, aunque

tenga puntos en común con él. Ennuestro caso, la crisis de representa-ción no puede desligarse de otras di-mensiones de la débacle argentina: ladestrucción del Estado, la desarticula-ción de la nación, la quiebra de sueconomía y la falta total de autono-mía internacional. Se podrá decir quealgunos de estos procesos tienen tam-bién su correlato (algo mas light, sinduda) en ciertos países de Europa, pe-ro en ningún caso éstos se suman y secombinan como en el nuestro. No setrata, por lo tanto, sólo de una cues-tión de época, sino de una crisis polí-tica de magnitud sin precedentes en lahistoria nacional.

Una digresión histórica

Vayamos a los orígenes. Las formasde la representación política propiasde nuestras democracias nacieron es-trechamente asociadas a la fundaciónde los estados-naciones modernos. Sibien el concepto de democracia se re-monta a la antigüedad clásica, la no-ción de representación en el sentidoque hoy le damos tiene apenas algomás de dos siglos. Aunque su trayec-toria teórica es compleja, en la prácti-ca su difusión estuvo vinculada con elsurgimiento de un modelo nuevo decomunidad política, la nación, y conla entronización de la soberanía popu-lar como fundamento del poder. Estemodelo genéricamente llamado libe-ral —aunque sus fuentes de inspira-ción no fueron solamente las del libe-ralismo clásico— estuvo en el origenmismo de la Argentina, definida porla Constitución de 1853 como “repú-blica representativa”. Se fundaba en-tonces una comunidad política nueva,una nación, constituida por un pueblosoberano.

En este caso, como en tantos otros,nación y representación nacieron nor-mativamente ligadas. A los elegidospor el pueblo les correspondía repre-sentar a la vez que producir la volun-tad de la nación. Este sencillo princi-pio se apoyaba, sin embargo, sobre unsupuesto muy problemático, el de quela nación (el pueblo) es, en efecto, re-presentable. Y ponía en manos de loselegidos la responsabilidad de dar for-

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ma a esa voluntad, ya fuera ésta con-cebida como una e indivisible o comoresultante de una suma de voluntadesparticulares. Estos depositarios de lasoberanía popular no estaban, sin em-bargo, libres del control posterior enel ejercicio del gobierno: ese papel lecabía a la “opinión pública”, expre-sión de la voz del pueblo, en singularo en plural. Las figuras del público yde la opinión pública y las formas departicipación fundadas sobre ellas es-tuvieron, por lo tanto, conceptual e his-tóricamente vinculadas al surgimientode la soberanía popular y la repúblicarepresentativa. Unas y otras se asocia-ron, a su vez, a la constitución de unaesfera política relativamente autóno-ma de lo social; al desarrollo de unEstado que, de una manera u otra, he-gemonizado por uno u otro grupo, pre-tendía encarnar el interés colectivo onacional. En ese marco, frente a unasociedad civil donde diferentes clases,grupos y sectores se organizaban y ac-tuaban para perseguir sus intereses par-ticulares, para presionar sobre los go-biernos y sobre los otros grupos, y pa-ra controlar el ejercicio de la autoridad,correspondía a la esfera política laconstrucción y propuesta de alternati-vas para el conjunto, para la nación.

A lo largo de la tortuosa historiaargentina, estos principios e institucio-nes fueron una y otra vez defendidos,ignorados, violados, aggiornados omodificados, tanto desde arriba comodesde abajo. Las luchas por democra-tizar la vida política y social abrieronpaso a cambios importantes en ese sen-tido, muchas veces interrumpidos porregímenes fundados en el privilegio yla fuerza. Hubo períodos en los cualesla nación se fragmentó de tal maneraque hacía difícil pensar en un futurocompartido; otros en los que el Esta-do se imponía a pura coerción, y tam-bién otros en que una y otro estuvie-ron atravesados por la confrontaciónentre proyectos sociales diferentes. Pe-ro nunca como ahora, Estado y naciónestuvieron tan cerca de la disolución,de la desaparición lisa y llana. Y estodespués de dieciocho años de demo-cracia representativa…

¿Cómo llegamos a esta situaciónlímite? ¿Donde fueron a parar las ex-pectativas, los proyectos y las ilusio-

nes de refundación política en clavedemocrática que la sociedad desple-gaba en 1983? Se podría argumentar—y algunos lo hacen— que esas ilu-siones eran vanas y que el desenlaceera inevitable, vistos el punto de par-tida y las condiciones estructurales. Enefecto, el origen de la historia más re-ciente de destrucción del aparato pro-ductivo, endeudamiento endémico,fragmentación del tejido social y de-bilitamiento del Estado puede sin du-da rastrearse hacia atrás, en particulara las años de la última dictadura. Sinembargo, estos procesos se profundi-zaron e hicieron visibles durante losaños de la transición y afirmación dela democracia, por lo que es difícileludir el interrogante acerca de las im-bricaciones entre aquéllos procesos yesta democracia.

Ha habido, también, condiciona-mientos estructurales muy fuertes. Tu-lio Halperin Donghi muestra bien quela llegada de la democracia coincidiócon la última etapa de “la larga ago-nía de la Argentina peronista”.1 Lasociedad de la posguerra venía desin-tegrándose desde hacía tiempo y porlo tanto, su fin era inminente. Era pre-visible también que la Argentina ter-minaría adaptándose al mundo del ca-pitalismo global y a sus modelos pre-dominantes. Pero ¿cómo? ¿en quécondiciones? ¿con qué resultados? Ensuma, dadas las condiciones estructu-rales ¿era inevitable llegar a este nivelde destrucción?

Para buscar respuestas a esas pre-guntas es indispensable atender a ladimensión política, no porque crea quetodo lo que pasa se pueda explicar porla crisis de la representación, que lahay, ni por la corrupción de los polí-ticos, que también la hay, sino porqueentiendo que es en la esfera políticadonde se crean, construyen, negociany procesan o no proyectos y decisio-nes que afectan al conjunto, al presen-te pero también al futuro de la nación.Me propongo, entonces, hacer un re-corrido por el pasado reciente de laArgentina, para explorar cómo los go-biernos surgidos desde 1983 al 2001,en los cuales actuaron las principalesfuerzas políticas, contribuyeron a lacrisis actual y de qué manera las op-ciones que tomaron y las acciones que

llevaron adelante nos empujaron ha-cia ella. Se trata de un recorrido par-cial y selectivo, que no agota la pre-gunta sobre la dimensión política deesta crisis y aborda una sola de lasvarias facetas de un interrogante ma-yor que me persigue: ¿en qué medidala democracia realmente existente hacontribuido a su propia agonía?

Ilusiones I

El 30 de octubre de 1983 se celebra-ron las elecciones presidenciales quemarcaron el fin de más de siete añosde dictadura militar. Raúl Alfonsín ob-tenía el 51,8% de los votos, mientrasel peronismo era derrotado en las ur-nas por primera vez en la historia. Al-fonsín había sintonizado bien con elhumor colectivo que se fue creandoen el ocaso del régimen militar. Lademocracia era el motivo central desu discurso y el eje sobre el que pivo-teó la esperanza colectiva. Luego delargas décadas de indiferencia, cuan-do no de hostilidad o desprecio, hacialos marcos institucionales republica-nos, los argentinos encontraron enellos y en la reivindicación de la éticapolítica, la civilidad y el pluralismo,una consigna programática unificado-ra para remontar la salida de la dicta-dura. Era una fórmula que implicabauna crítica radical al régimen y a lavez ofrecía un camino alternativo cu-yos trazos básicos se encontraban enel propio pasado argentino, en su cons-titución y sus instituciones.

El discurso alfonsinista ponía enprimer plano la política y la democra-cia como condición necesaria para latransformación social (con ella, decía,“se come, se cura, se educa”). Los al-cances de esa transformación queda-ban, sin embargo, sin definiciones. Eldiagnóstico sobre los males argenti-nos se centraba más en el plano polí-tico cultural que en otras dimensionesde lo social. Los problemas estructu-rales, en cambio, no merecieron ini-cialmente atención alguna.

Es que a pesar de los cambios es-

1. Tulio Halperin Donghi, La larga agonía dela Argentina peronista. Buenos Aires, Ariel,1994.

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tructurales que habían sufrido la eco-nomía y la sociedad argentinas de ladécada del 70, pocos pensaron que setrataba de una situación irreversible.Más aún, algunos de esos problemaspodían atribuirse a las prácticas arbi-trarias de la dictadura militar, de lacorrupción que había corroído al apa-rato del Estado en todos sus niveles.Por su parte, los actores políticos pa-recían ser los mismos. Aunque no se-ría difícil señalar los cambios habidosen cada uno de los protagonistas —sindicatos obreros, asociaciones em-presarias, la Iglesia, los militares, losdos grandes partidos— lo cierto es queel escenario de mediados de los 80,mirado retrospectivamente, puede le-erse en continuidad con los de las dé-cadas precedentes. En el plano social,ocurre algo semejante: todavía la Ar-gentina podía mostrar una economíade cuasi pleno empleo, y aunque losniveles de pobreza habían aumentado,nada hacía prever la hecatombe socialactual.

En ese marco, el gobierno tambiénactuó “como antes”. Buscó encarrilarla economía recurriendo a viejas rece-tas, como si sólo se tratara de volvera encauzar las variables por la sendaprogresiva tal y como se la había en-tendido hasta entonces. Y los actoressociales reaccionaron de maneras se-mejantes a las del pasado, defendien-do sus intereses corporativos. Pero lascondiciones estructurales habían cam-biado y también había cambiado elmundo. La deuda externa crecía sola,el déficit fiscal aumentaba y la infla-ción no cejaba. La imposición de unplan de estabilización en 1985 (el PlanAustral) sirvió de paliativo tempora-rio pero no pudo dar con solucionesmás duraderas para los problemas defondo de la economía argentina.

En la atractiva hipótesis de Halpe-rin, estos problemas se inscribían enel marco más general de un orden so-cial, el que resultó de la revoluciónperonista, destinado y a la vez resis-tente a morir. En el cruce entre unaeconomía que no funcionaba y una so-ciedad atravesada por el conflicto en-tre grupos que reclamaban mantenersus posiciones relativas, una inflacióngalopante terminó por erosionar el res-to de poder que le quedaba al gobier-

no. Sólo como consecuencia de esatraumática experiencia de la hiperin-flación de 1989, la sociedad argentinaabandonó su resistencia a la transfor-mación del viejo orden y entró en elcamino de una nueva revolución pe-ronista, ahora de signo neoliberal, ba-jo la conducción del nuevo presiden-te, el Dr. Carlos Menem.

Frustraciones I

Me pregunto, sin embargo, si este de-senlace era inevitable. No porque quie-ra hacer un ejercicio de historia con-trafáctica, ni soñar retrospectivamentecon una Argentina sin Menem. Lo queme interesa, en cambio, es preguntar-me si las condiciones estructurales eranen tal grado determinantes y sus con-secuencias por lo tanto ineludibles. O,puesto de otro modo, interrogarme so-bre la instancia política y en particu-lar sobre la manera en que se llevóadelante el proceso de transición a lademocracia.

Hubo un terreno en el cual el go-bierno de Alfonsín se propuso una ta-rea fundacional para la nación: el dela construcción de una sociedad de-mocrática. En ese sentido, si bien eldiscurso inicial se organizó en tornoal motivo de la recuperación de lasinstituciones y de la cultura cívica,muy pronto hubo de incorporar un ele-mento innovador por excelencia, el delos derechos humanos. Este elementohabía estado en general ausente de laspreocupaciones políticas de los argen-tinos. Y si bien su introducción en elhorizonte local tuvo su origen sobretodo en la acción de los organismosde derechos humanos, la trascenden-cia política que adquirió en los añossiguientes no fue independiente de laacción del gobierno instaurado en 1983y en particular del Juicio a las JuntasMilitares.2

En ese plano, entonces, el progra-ma del gobierno ofrecía una novedadimportante, que se conectaba con unavoluntad colectiva, también nueva, deluchar contra el autoritarismo y de bre-gar por el establecimiento del estadode derecho en un marco de libertad ypluralismo. Sobre esa base, logró con-citar apoyos que, aunque lejos de ser

universales, se tradujeron en un con-senso amplio que alimentó los triun-fos electorales del 85. Ese consenso,sin embargo, no alcanzó a convertirseen un capital político duradero que per-mitiera al gobierno encarar las refor-mas que requería aquel programa ini-cial o las que hubiesen servido, mástarde, para evitar el derrumbe.

Romero ha llamado “democraciaboba” a la que se perfiló en esos años,porque estaba basada en una valora-ción del consenso en torno de la recu-peración institucional pero eludía abor-dar “la discusión de programas y op-ciones, que necesariamente implicanconflictos, ganadores y perdedo-res…”.3 Aunque no me convence eladjetivo usado por Romero, creo quesu análisis apunta a un aspecto funda-mental del gobierno de Alfonsín: ladificultad para definir, enfrentar y re-solver los conflictos.

Como mencioné más arriba, losactores que primero jugaron en el es-cenario político eran viejos conocidos.En la campaña, Alfonsín había denun-ciado el pacto militar sindical, con granéxito en la opinión pública. Sin em-bargo, la lucha efectiva contra ambosactores corporativos resultó bastantemás difícil. Le fue imposible imponerla reforma sindical. En cuanto a losmilitares, con ellos sí hubo una pri-mera etapa de confrontación. A muypocos días de asumir, Alfonsín dispu-so por decreto procesar a los integran-tes de las tres primeras juntas milita-res, proceso que culminó con el Juicioa las Juntas. Pero cuando los pedidosde juzgamiento se extendieron para in-cluir a todos los responsables de loscrímenes cometidos por la dictadura,los militares se rebelaron y en 1987exigieron una “solución política”. Elescenario de esa Semana Santa fue pa-radigmático: la sociedad civil en ple-no (o casi) respaldó al gobierno y cien-

2. Ver José María Gómez, “Eclipse de lamemoria, política del olvido: la cuestión de losderechos humanos en una democracia noconsolidada” en Punto de Vista, Nº. 36, dic.1989. También Hilda Sabato: “Historia recientey memoria colectiva” en Punto de Vista, Nº.49, 1994.3. Luis Alberto Romero, Breve historia de laArgentina contemporánea. Buenos Aires, FCE,1994, p. 331.

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tos de miles de personas salieron a lacalle en manifestaciones de apoyo,mientras los militares acuartelados pre-sionaban por su causa. En respuesta auna tensión creciente, el presidente ter-minó negociando con los rebeldes, des-movilizando a la población y compro-metiéndose a evitar la catarata de jui-cios que se venía (aunque no a indultara los ya condenados). El efecto de es-ta decisión fue nefasto para la popula-ridad de Alfonsín. Y mostró la inca-pacidad (o falta de voluntad) del go-bierno para convertir el apoyo popularen un capital político a la hora de con-frontar con los poderes establecidos.

Alfonsín no había sido el candida-to predilecto de ninguno de esos po-deres, lo que le daba al gobierno unadebilidad inicial que buscó contrarres-tar a partir de la apelación a la ciuda-danía. Mucha gente se afilió a la UniónCívica Radical (y también a otros par-tidos) y hubo movilizaciones multitu-dinarias. Pero estas formas de inter-vención no desembocaron en la orga-nización de formas más efectivas departicipación política ni en la demo-cratización del funcionamiento de laUCR en los ámbitos partidario y parla-mentario. Alfonsín intentó controlarverticalmente al partido para evitar unfrente más de conflicto y terminó pa-ralizándolo; quiso poner en marcha un“tercer movimiento histórico” que con-tradecía los principios de la democra-cia plural y evocaba el viejo fantasmade la unanimidad política, y agotó a lagente en movilizaciones sin conse-cuencias.

Estas formas de hacer política mar-caron de manera decisiva el manejode la economía. Si cuando Alfonsínllegó al poder muchos creían que bas-taba con recurrir a viejas recetas desa-rrollistas para salir adelante, dos añosmás tarde estaba claro que no era así.Para 1985, el diagnóstico de los malesestructurales no era un secreto al me-nos para quienes se ocupaban de estostemas y la respuesta inicial del go-bierno fue el Plan Austral. Fruto deuna iniciativa autónoma del Estado, elPlan buscó la estabilización a partirde la aplicación de una reforma mo-netaria y del congelamiento de pre-cios y salarios, manteniendo los nive-les de empleo y de actividad. El obje-

tivo era detener la inflación inercialsin afectar los intereses particulares deningún sector, sosteniendo una espe-cie de “neutralidad distributiva” quele permitía eludir las opciones en tér-minos de ganadores y perdedores y,de nuevo, tratar de evitar el conflicto.

Las medidas tuvieron efectos in-mediatos muy positivos, pero de cortoplazo porque, como señalan los ana-listas, las causas de la inflación seguí-an presentes y a poco andar sus con-secuencias se hicieron manifiestas. Lapuja distributiva (el conflicto…) esta-ba instalada. Sin embargo, el gobier-no no adoptaba medidas de cambiomás profundo, que atacaran las cues-tiones estructurales; apenas si apelabaa “flexibilizaciones” del Austral queseguían su misma lógica no confron-tativa. Finalmente en 1987 se lanzóun plan de reformas, en un contextode crisis económica y debilidad polí-tica. Sin bases propias consolidadas,el gobierno buscó entonces apoyo en-tre sectores poderosos del empresa-riado. Para obtenerlo, tuvo que subor-dinar las políticas a los intereses másinmediatos de esos sectores. Así, sedio prioridad al objetivo de bajar elgasto fiscal desmantelando el Estado,en lugar de apuntar a su moderniza-ción y fortalecimiento. Y con ello, elgobierno renunciaba a darse los ins-trumentos necesarios para orientar ycontrolar los cambios proyectados.Cuando el conflicto social se agudizóen medio de la escalada inflacionaria,el resultado fue la ingobernabilidadque desembocó en la entrega anticipa-da del poder.

¿Por qué el gobierno no aprove-chó el capital político que parecía te-ner acumulado en 1985 para lanzarsea una operación autónoma en el terre-no de las reformas económicas? ¿Eraposible encarar esas reformas sobreotras bases y con otras característicasque las que finalmente se pusieron enmarcha? En todo caso, hacerlo hubie-ra implicado una estrategia política deconfrontación que no estaba en laagenda alfosinista.4 Adolfo Canitrot,ha sostenido que el gobierno tenía co-mo prioridad la reconstrucción demo-crática de la Argentina y, según la con-cepción que Alfonsin tenía de la de-mocracia, para alcanzar ese objetivo

“debía reunir la colaboración de to-dos”. Ello hacía necesario minimizarlos conflictos. Encarar una reforma es-tatal de fondo era incompatible conese propósito, aunque no encararla lle-vó al fracaso político.

Así terminaba el primer gobiernode la transición democrática, en me-dio de una crisis de autoridad cuyamanifestación más evidente era la hi-perinflación, de una licuación del po-der del Estado y de un fortalecimientode los poderes fácticos. Paradójica-mente, el presidente que había centra-do todo su programa en la construc-ción de una democracia plural y soli-daria, creaba las condiciones quehabilitarían a su sucesor a poner enmarcha mecanismos de exclusión ymarginación social sin precedentes.

Ilusiones II

El ascenso del Dr. Carlos Saúl Me-nem a la presidencia de la repúblicaen 1989 marcó el inicio de lo que pron-to sería la segunda ilusión: la de lamodernización económica que habríade permitir salir de la crisis y entrar,como auguraba el presidente, al pri-mer mundo. Menem había ganado susvotos a partir de un programa a la an-tigua, que prometía entre otras cosasun “salariazo”, y de la fuerza que ha-bía ido adquiriendo un Partido Justi-cialista aggiornado y fortalecido en laoposición a Alfonsín. Una vez en elpoder, sin embargo, muy pronto seorientaría en otra dirección.

Este segundo peronismo encararíala tarea de fundar una sociedad dife-rente. Para ello, el gobierno se propu-so hacer lo que Menem llamó “ciru-gía mayor sin anestesia”, que implica-ba llevar adelante reformas estructuralesen la senda marcada por el neolibera-lismo: Apertura y desregulación de laeconomía; flexibilización laboral; re-ducción drástica del gasto del Estadoa través del achicamiento de la admi-nistración, la disminución de las obras

4. Ver Vicente Palermo: “Programas de ajustey estrategias políticas: Las experiencias recientesde la Argentina y Bolivia” en DesarrolloEconómico, Nº 119, 1990, y el comentario deAdolfo Canitrot en la misma revista, Nº 121,1991.

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públicas y la privatización de todaslas empresas hasta entonces en manosestatales; una política monetaria res-trictiva. El punto culminante de estasucesión de medidas fue la Ley de con-vertibilidad dictada en 1991 que fijóla paridad del peso con el dólar y obli-gó al Estado a no emitir sin respaldo.El camino elegido se presentaba co-mo el único posible, la solución técni-ca a problemas que no admitían másque una respuesta, la de los econo-mistas en el gobierno emblemática-mente encabezados por Domingo Ca-vallo.

A dos años de gobierno, los éxitosde esta batería de medidas entusias-maron a muchos. La estabilización dela moneda y la caída de la tasa deinflación; la apertura de la economíay el crecimiento acompañados por unatasa relativamente baja de desocupa-ción y un aumento del consumo, y lasprivatizaciones de los servicios públi-cos, fueron datos contundentes sobrelos que se montó la nueva ilusión delos argentinos, la de la modernizaciónsin costos aparentes. Menem era el ar-tífice de la transformación. Con un es-tilo opuesto al de Alfonsín, el presi-dente había optado por un decisionis-mo que durante bastante tiempoconcitó un apoyo generalizado. Me-nem —sostenían muchos— “hacía”,ejercía su autoridad, en suma “gober-naba” y pocos se preocupaban por eldebilitamiento que sufría la institucio-nalidad republicana.

Desde el principio, el gobierno ha-bía estrechado filas con los sectoresmás poderosos de la Argentina, a lavez que se alineaba incondicionalmen-te con los EE. UU. Las medidas eco-nómicas satisfacían a los grandes gru-pos económicos y financieros, que fue-ron, además, los principales beneficiariosde muchas de ellas. Por su parte, mi-litares, sindicalistas y hasta la Iglesia,que no habían ocultado sus preferen-cias por Menem frente a Alfonsín, fue-ron firmes aliados de la gestión. Sinembargo, viejos actores corporativoscomo los sindicatos y los militares,fueron perdiendo fuerza en la nuevaArgentina, tanto por razones estructu-rales como por las políticas específi-cas adoptadas por el gobierno para de-bilitarlas.

Más complejos fueron los cambiosen el mundo empresario. El gobiernono ocultó sus afinidades con los gru-pos más poderosos de ese mundo, pe-ro en un principio logró el apoyo desectores más amplios que se entusias-maron con su programa. Para el capi-tal, parecía llegada la hora de recupe-rar tanto terreno perdido secularmentefrente al trabajo. También, la de repu-diar al Estado, del cual muchos em-presarios habían dependido para susnegocios, pero que, de alguna mane-ra, había puesto límites a la concen-tración. Este, por su parte, se retirabade sus lugares habituales de acción,hasta entonces ocupados con crecien-tes dificultades y deficiencias.

La ilusión que, como dije, era com-partida por una importante mayoría delos argentinos, duró poco. Pero hasta1994 se mantuvo en base a la nuevafe en el mercado y a los buenos resul-tados que ella parecía ofrecer para mu-chos. Este clima alimentó las ambi-ciones de Menem. Dados su populari-dad y sus éxitos, ¿cómo no aspirar apermanecer en el poder más allá delos seis años que estipulaba como lí-mite la Constitución nacional? Comen-zó así a diseñarse el proyecto de re-formar esa constitución para introdu-cir cláusulas que permitieran lareelección. Para ello, el presidente con-tó con un aliado inesperado, Raúl Al-fonsin, quien resignó la posibilidad detratar de impedir la reforma en el Con-greso para, en cambio, impulsarla pac-tando sus alcances en un acuerdo se-creto. El Pacto de Olivos, que así sellamó la negociación sellada en no-viembre de 1993, despertó adhesionesentusiastas de algunos y críticas fuer-tes tanto por su contenido como porsu carácter de secreto, firmado a es-paldas de los partidos, las institucio-nes y la opinión pública. Entre los crí-ticos, fue ganando visibilidad una fuer-za política nueva, el Frente Grande,con marcado perfil opositor, que reu-nía a disidentes del peronismo y a mi-litantes y dirigentes socialistas y de lacentro-izquierda y que partir de laselecciones para constituyentes de 1994se convirtió en la tercera fuerza de unescenario político caracterizado histó-ricamente por el bipartidismo.

Ese año 94 marcó, también, la con-

firmación del poder de Menem y suhabilitación para postularse para un se-gundo mandato, ahora de cuatro años.Pero al mismo tiempo, se complejizóel escenario político y pronto se com-plicaría también el panorama econó-mico. En ese plano, los costos de lareforma empezaron a hacerse visibles.La debilidad de la economía argentinacomenzó a manifestarse en toda sumagnitud. Cuando, a principios de1995 y como efecto de la crisis mexi-cana, se alteró el mercado financierointernacional y se interrumpió laafluencia de fondos externos, los ecoslocales fueron inmediatos: crisis fis-cal, aumento de la deuda y un incre-mento llamativo de la desocupación.Aunque se mantenía el crecimiento delproducto y la bajísima inflación, secomplicaron las cuentas públicas y seagravó la situación social. El gobier-no respondió con más medidas de ajus-te fiscal, más privatizaciones, más im-puestos indirectos. El éxito tempora-rio de esa reacción alcanzó para daraliento a la reelección de Menem, queobtuvo casi el 50% de los votos en laspresidenciales del 95.

En los años siguientes, sin embar-go, la vulnerabilidad se hizo cada vezmayor. Creció el endeudamiento y conello las exigencias de los organismosde crédito con respecto al manejo fis-cal. Sucesivas políticas de ajuste fue-ron resistidas por diferentes sectoresafectados, en un tira y afloje que des-gastó la capacidad política del Ejecu-tivo. La nueva y más fuerte crisis fi-nanciera de 1997, terminó de descala-brar la situación argentina. El flujo decapitales externos había sido el lubri-cante indispensable para mantener laeconomía en funcionamiento. Con laretracción de esos capitales, el produc-to cayó, el desempleo trepó al 18% yse desató una ola de protestas y recla-mos.

Los problemas ahora muy eviden-tes de la nueva Argentina habían lle-gado para quedarse. No se trataba so-lamente de aquello que se dio en lla-mar “los costos sociales del ajuste”,es decir, los “inevitables” que habíaque pagar para modernizarse y poneral país en el mundo de la globaliza-ción. El crecimiento no logró mante-nerse y más que modernizarse, nues-

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tra estructura productiva quedó enbuena medida destruida. El sector in-dustrial fue el más castigado, a medi-da que descendía su competitividad in-ternacional como consecuencia de lasobrevaluación de la moneda (forzadapor la convertibilidad) y los altos cos-tos del capital (tasas de interés altísi-mas y que subían al compás del en-deudamiento del país) y de los servi-cios (tarifas monopólicas). Laexcepción fueron algunos bolsones pri-vilegiados, que gozaban de condicio-nes mono u oligopólicas o de protec-ción selectiva, pero que de todas ma-neras no alcanzaron para articular unaeconomía más o menos dinámica. ElPBI empezó a caer desde el segundosemestre de 1998 y bajaron el consu-mo y la inversión. Las medidas adop-tadas para agilizar el mercado de ca-pitales, como la creación de los fon-dos de pensión y la disminución delos impuestos al capital, dieron ma-gros resultados desde el punto de vis-ta de la inversión. La deuda públicatrepó sin cesar: al finalizar el mandatode Menem en 1999, alcanzaba los U$S160.000 millones, duplicando así la de1990. La crisis fiscal se hizo cada vezmás grave, y unas cuantas provinciasquedaron, literalmente, al borde de laquiebra.

Y sobre todo, se terminó de des-truir el Estado. Como en el caso delaparato productivo, no se trató de unamodernización, de una transformaciónde un Estado dirigista a uno enmarca-do en los cánones del nuevo capitalis-mo global, sino lisa y llanamente, desu destrucción. Afectado por el vacia-miento y la corrupción, el Estado per-dió prácticamente toda capacidad deregulación y control.

Frustraciones II

Este era el panorama cuando conclu-yó el segundo mandato del Dr. Me-nem. Sin duda, había ocurrido unarevolución estructural: los restos ago-nizantes de la Argentina peronista dela posguerra eran sepultados por otrogobierno peronista. Pero ¿qué es lo queconstruyó en su lugar? Es difícil usarla palabra construcción en este caso,frente a los brutales resultados de este

intento por forjar, al calor del modeloneoliberal, una sociedad que respon-diera a las exigencias del mundo glo-balizado.

¿Qué pasó? ¿Era éste el resultadoinevitable de la aplicación de ese mo-delo en un país en los márgenes delmundo, dependiente y endeudado? Es-ta es la explicación preferida de quie-nes sostienen la tesis del todo o nada,es decir, la idea de que no hay cami-nos posibles que permitan cierto gra-do de lo que antaño se llamaba “desa-rrollo” dentro del sistema capitalistaactual. ¿Fue, en cambio, un problemade errores “técnicos” o tergiversacio-nes políticas en la aplicación de lasrecetas? Esta es la explicación de quie-nes sostienen que hay un solo camino,el que impone la ortodoxia del FMI ysus economistas, para crecer y ser via-bles. Ninguna me convence.

No pretendo encontrar respuestassimples a una situación que segura-mente responde a una combinación decausas. Pero quisiera explorar una deesas posibles causas, que remite a lapolítica, a cómo se decidió y se ins-trumentó la reforma. Y en este punto,las opciones tomadas por el Ejecutivoy, como señalan Novaro y Palermo, elestilo político decisionista adoptadopor el Presidente Menem tuvieron unpapel fundamental.

Hubo, por cierto y como ya vimos,un punto de partida que creó condi-ciones excepcionales: la hiperinflación/ingobernabilidad en que terminó el go-bierno de Alfonsín. En ese contextode crisis, fue relativamente fácil paraMenem imponer un estilo de gobiernopoco dispuesto a la deliberación pú-blica, que privilegiaba el ejercicio per-sonal de la autoridad y la concentra-ción de poder en el Ejecutivo. Esa fór-mula resultó, sin embargo, más difícilde consolidar de lo que parecía en unprimer momento. A pesar de la capa-cidad de Menem para monopolizar laautoridad durante los primeros años,las relaciones con el parlamento, conel propio partido justicialista y aún conel poder judicial fueron complejas. Esasituación generó situaciones reiteradasde “tira y afloje” que, si por un ladopusieron freno a la omnipotencia delEjecutivo, no funcionaron, en cambio,como mecanismos institucionales re-

gulares de consulta, deliberación, de-cisión y control.

El presidente y su equipo encara-ron las reformas a partir de sus pro-pias iniciativas: las medidas principa-les, como vimos, eran las que reco-mendaba la ortodoxia neoliberalimpulsada por los organismos inter-nacionales de crédito, los economistasde moda y los grupos empresarios.Fueron, en un principio, medidas drás-ticas para obtener efectos en el cortoplazo. El éxito obtenido a partir delsegundo año, durante el ministerio deCavallo, llevó al gobierno a insistir enla metodología: supeditar las reformasa los requerimientos de las coyuntu-ras. El supuesto: manteniendo baja lainflación y financiado el déficit fiscal,la economía real funcionaría sola y dela única forma posible, siguiendo lasleyes del mercado.

De hecho, sin embargo, el propiogobierno incidía de manera directa so-bre esa economía real y no solamentea través de las políticas. Dado el esti-lo decisionista de Menem y su opciónclara por los hombres del capital, lasnegociaciones directas entre éstos yaquél fueron moneda corriente y con-virtió a los grupos más fuertes delmundo económico y financiero (consus anclajes internacionales) en inter-locutores y beneficiarios privilegiados.Se desarrolló así una relación al mar-gen del control público, que no sólomarcó las políticas del gobierno sinoque también desembocó en privilegiosy prebendas para grupos privados, al-gunos de los cuales acumularon cuo-tas inéditas de riqueza y poder. La co-rrupción era, en palabras de Novaro yPalermo, “ parte de los resultados delas reformas…”.5

Todas esas opciones no fueron ino-cuas. Y si ellas fueron decisivas paraterminar de destruir la vieja estructuraeconómica de la Argentina, no produ-jeron una alternativa que generara unaeconomía con cierta estabilidad y cre-cimiento, sino “un zigzagueante pro-ceso de reformas sin término visible”.Eso es exactamente lo que ocurrió des-pués del 95. Pero con un agregado:

5. Vicente Palermo y Marcos Novaro, Políticay poder en el gobierno de Menem. Buenos Aires,Ed. Norma, 1996, p. 508.

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se trataba de un zigzag en espiral des-cendente, que se agravó a partir de1997 cuando, en un contexto crítico,el gobierno incrementó el endeuda-miento para sostener los gastos fisca-les. Estos, por su parte, engordabande manera perversa: mientras el Esta-do como aparato de regulación y con-trol era ajustado, se engrosaban losgastos nacionales y provinciales vin-culados al mantenimiento de circuitosclientelísticos y partidarios privilegia-dos. Con una economía real en rece-sión y una estructura impositiva ses-gada fuertemente hacia los impuestosal consumo, la salida que encontrabael gobierno era incrementar la deuda.

En la medida en que las decisio-nes estaban centralizadas, no había me-canismos institucionales que estimu-laran la búsqueda de caminos alterna-tivos al que de hecho tomaba elEjecutivo, aunque sí hubiera resisten-cias y se pusieran obstáculos a sus pro-puestas. Las principales fuerzas polí-ticas y corporativas, por su parte, co-mulgaron con la idea de una salidaúnica, la que proponía los profetas ne-oliberales, y se sumaron al exitismogeneral que invadió a los argentinosdurante la primera mitad de la décadadel 90. Sólo cuando el derrumbe sehizo visible, las críticas se multiplica-ron. Para entonces, sin embargo, dadala concentración creciente del podereconómico y financiero, los grados delibertad del poder político para incidirsobre “los mercados” eran cada vezmás estrechos. Si a eso le agregamosun Estado con su capacidad operativaprácticamente paralizada por vacia-miento y corrupción, vemos que lasposibilidades de orientar los cambiosfue disminuyendo sistemáticamente.

Sin ilusiones

Así se llegó a 1999, año de eleccionespara presidente y para renovación debuena parte del parlamento. La nuevaetapa se abrió con una nota optimista:la alternancia en la presidencia. Porprimera vez en la historia argentinaun presidente peronista entregaba elmando a otro que no lo era y que ha-bía triunfado en elecciones limpias. Lademocracia se anotaba un punto. Otra

novedad: había ganado una fórmulapropuesta por una alianza entre la tra-dicional UCR y el nuevo FREPASO. Lasexpectativas de la población, sin em-bargo, se mostraban algo flacas. Yano se vivía una nueva “ilusión”; ape-nas el alivio del fin del menemato, laapuesta a un cambio de estilo y deformas, la esperanza (débil) de una re-cuperación económica y de una rever-sión de las prácticas de corrupción yde los aspectos más brutales de la des-protección social.

Pero aun esas bajas expectativasresultaron totalmente defraudadas porel gobierno de la Alianza. La Argen-tina siguió en la caída libre de un es-piral de recesión cada vez más aguda.En dos años, creció el endeudamien-to, cayó más el producto y aumenta-ron la desocupación y la miseria hastalímites que resultaron socialmente in-tolerables. El país marchó al compásdel humor de los mercados financie-ros, mientras que la dependencia conrelación a los países centrales sedesdel capital y del poder mundial llegóa extremos de caricatura. Si bien eldecisionismo de Menem quedó atrás,ello no revirtió en la instauración demecanismos de decisión institucionalmás transparentes ni en la desarticula-ción de las prácticas de corrupcióndentro y fuera del Estado. Este, por suparte, terminó literalmente paralizado.

Esta situación no puede, sin em-bargo, explicarse exclusivamente apartir del pasado menemista ni de laherencia crítica que dejó. Los gradosde libertad para el nuevo gobierno eransin duda muy estrechos, pero no ine-xistentes. En lugar de aprovecharlos,o buscar crear nuevos espacios, esegobierno (todas sus partes, pero en par-ticular el Ejecutivo) terminó por anu-larlos, yendo de traspié en traspié,equivocando casi todas las políticas ydemostrando una incapacidad para go-bernar que desembocó en la crisis ac-tual.

Desde el comienzo, la Alianza des-perdició su capital político inicial, quepor más exiguo que fuera, daba unmargen para intentar al menos algu-nos cambios: los prometidos, vincula-dos al combate a la corrupción estatal,a la defensa de la institucionalidad re-publicana y a la reforma de la vida

política; los más perentorios desde elpunto de vista de los principios mis-mos que sostenían los socios de laAlianza, relacionados con la gravísi-ma situación social. Para actuar en esasdos dimensiones, sin embargo, era ne-cesario afectar intereses: los interesesde quienes acumularon riqueza, privi-legios y prebendas de manera sosteni-da y creciente durante los últimos años.Pero esto fue, precisamente, lo que elgobierno no hizo o peor, ni siquieraintentó hacer.

En el terreno económico, se apos-tó a la ortodoxia. Primero, se buscóenfrentar la crisis iniciada en 1997 concorrectivos destinados a calmar losmercados financieros y estimular la re-activación productiva. Pero cuando esofalló, debido a la continuada baja com-petitividad de la economía argentina ya las dificultades para atraer capitalesen un contexto de gran endeudamien-to, crisis fiscal y debilidad política, elgobierno recurrió al ajuste. Y con ellono solamente golpeó una vez más alos sectores más débiles —asalariados,jubilados— sino que profundizó la re-cesión, con lo que bajó aún más elconsumo, cayó la producción y subióla desocupación. Pero el déficit fiscalno se resolvió y la dependencia delmercado financiero llegó a límites in-sostenibles.

En el plano político institucional,las cosas no fueron diferentes. El go-bierno careció de iniciativa para enca-rar ningún cambio y menos aún paraafectar intereses existentes. Si actuóprimero tibiamente frente a algunos ca-sos de corrupción, a la primer resis-tencia dejó de hacerlo para empanta-narse en el terreno de las ambigüeda-des, una opción que pronto seconvertiría en sello del estilo De laRúa. Las internas de la Alianza (den-tro de la UCR, entre la UCR y el Frente,dentro del Frente…) se desataron sinfreno, lo que quitó fuerzas a la admi-nistración por un lado, pero a la vezneutralizó a los sectores más progre-sistas de la coalición, dejó solo al Pre-sidente y sus entornos, y —paradóji-camente— terminó concentrando máspoder de decisión en esa cúpula, porsu parte cada vez más aislada. Secto-res importantes de los dos partidos ysus principales figuras quedaron así co-

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mo opositores internos, obstaculizado-res del gobierno, pero incapaces deproponer alternativas, generar proyec-tos y llevarlos adelante. Mientras tan-to, el peronismo, dueño de importan-tes bolsones del poder nacional y so-bre todo de las provincias, defendíaesas porciones con ferocidad sin ofre-cer, tampoco él, propuestas de cam-bio.

El Estado siguió siendo desmante-lado y fue cada vez más inútil, no so-lamente por los cortes de presupuesto,bajas de salarios y otras políticas deajuste sino porque fue colonizado porfracciones partidarias más interesadasen competir por sus cuotas respecti-vas del magro botín estatal que encumplir con las funciones que les co-rrespondía. Sin Estado, sin políticosocupados en gobernar, el país quedólibrado a las fuerzas de los poderesfácticos y sobre todo, del capital fi-nanciero, que se entronizó como árbi-tro de la vida argentina. Y dadas lasinserciones internacionales de ese ca-pital, el resultado fue la pérdida de lapoca capacidad de autonomía que elpaís todavía mantenía durante la pre-sidencia de Menem.

En esas condiciones se llegó a lasdesesperadas medidas de Cavallo queterminaron de mostrar a un Ejecutivoencapsulado, arbitrario e incapaz. Des-de diferentes lugares sociales, la ex-plosión de protestas recorrió la Argen-tina en cascada, mientras el gobiernode la Alianza quedaba absolutamentesolo hasta terminar sus días de la peormanera posible para quien fuera ele-gido para representar (y “producir”)la voluntad del pueblo: despojado dela autoridad de la que había sido in-vestido como consecuencia de la mo-vilización y la protesta populares.

Llego así al final de este recorrido se-lectivo por la historia reciente de lademocracia argentina. Lo que sigue es-tá todavía demasiado cerca como parapretender hacer balances. Los cambioshabidos en la estructura económica ysocial de la Argentina son muchos ymuy profundos. Pero estamos a la de-riva y en quiebra: esas transformacio-nes no han desembocado en un mode-lo estable y viable de crecimiento (ymucho menos de distribución). La con-

centración del poder económico y ladependencia de los mercados finan-cieros y de los países del centro, enespecial los EE.UU., son cada vez ma-yores. El Estado, en cambio, está des-truido y cada vez son menores los gra-dos de libertad que tienen los gobier-nos para tomar decisiones políticas.

¿Y la nación? ¿Que quedó de lanación? La nación construida como co-munidad política, que a lo largo de sucontrovertida historia cimentó algunasformas identitarias fundadas sobre va-lores compartidos, está en vías de de-sintegración. Se han destruido buenaparte de las bases sobre las cuales sehabían ido forjando, a lo largo de va-rias décadas, algunas de esas formasde identidad colectivas que definieronla Argentina moderna. La integraciónsocial, un valor que en distintas va-riantes marcó los diferentes proyectoshegemónicos a lo largo de más de unsiglo, ha desaparecido del horizontede expectativas. Si bien la desigual-dad social, en dosis variables, fue par-te inherente a todos esos proyectos —siempre inscriptos en los marcos delcapitalismo occidental— también lofueron los mecanismos de inclusiónde diferentes tipos que abrieron espa-cios, reales e imaginarios, de integra-ción. Hoy, en cambio, no solamentecrecen día a día la polarización y lamarginalidad, la desocupación y la po-breza, sino que las realidades que esosfenómenos expresan y a la vez produ-cen y reproducen han creado brechasinconmensurables en el tejido social ydeshecho toda aspiración a algún fu-turo compartido. Para los más, este or-den de cosas sólo augura, hacia ade-lante, más de lo mismo. Mientras tan-to, los menos disfrutan de susprivilegios y se han desentendido decualquier vocación por construir he-gemonía (aunque no por ejercer su do-minación).

Estas son las condiciones en quese desenvuelve nuestra democracia ac-tual. José Nun ha hablado de “la pa-radoja latinoamericana”. A diferenciade lo ocurrido en las naciones exito-sas y hoy ricas del norte, donde la de-mocracia representativa se expandió encontextos de aumento generalizado delbienestar de la población, en nuestrospaíses se pretende alcanzar esa meta

en contextos “donde los regímenes so-ciales de acumulación… fomentan lamarginalidad y la exclusión, mientraslos Estados se achican y se revelanincapaces de lidiar con… la crisis”.6

Pero en la Argentina ese “contexto”no fue independiente de la forma enque se transitó hacia la democracia:No se trató de dos fenómenos parale-los, sino que estuvieron estrechamen-te imbricados. Los gobiernos de Al-fonsín, Menem y De la Rúa tomaron—como vimos— decisiones y opcio-nes políticas que contribuyeron al de-senlace crítico actual.

En suma, esta democracia realmen-te existente ha erosionado las condi-ciones de existencia de la democraciarepresentativa como forma de organi-zación política. Y esto no sólo por-que, como señala Nun, la forma enque ella “se presenta aquí como via-ble se está volviendo cada día menosatractiva para amplios sectores de lapoblación”.7 El problema quizá másserio sea que la vigencia misma de laslibertades y derechos civiles, políticosy sociales sobre los que se fundó nues-tra república representativa y más tar-de nuestra democracia se relaciona nosólo con las características del régi-men político sino también con las delEstado y las del contexto social gene-ral.8 Con el Estado disuelto, el tejidosocial roto, la autonomía nacional per-dida y la esfera política desdibujadacomo lugar de formulación de proyec-tos colectivos, los fundamentos mis-mos sobre los que se asienta la demo-cracia representativa están quebrados.Ésta se desdibuja así como horizontede sentido de la comunidad política ycomo ilusión nacional compartida. Yaunque hayan desaparecido las ame-nazas autoritarias tan comunes en otrasépocas, la perspectiva de una nuevaagonía, la de la democracia apenas na-ciente, se ha instalado en nuestro pre-sente desesperanzado.

6. José Nun, Democracia. ¿Gobierno del puebloo gobierno de los polÌticos?, Buenos Aires, FCE,2000, p. 151.7. Ibid, p. 153.8. Guillermo O'Donnell, “TeorÌa democrática ypolítica comparada” en Desarrollo Económico,No. 156, 2000.

Ciudad de Buenos Aires:Aldo Cangiani, Fac. Filo. y Letras.Baldomero, La Plata 129.Biblos, Puán 378.Blatón, Florida 681, Loc. 10.Cassasa y Lorenzo, Morán 3254.Clásica y Moderna, Callao 892.Cúspide, Florida 628.Cúspide, Santa Fe 1818.Cúspide, Village Recoleta.De las Madres, H. Yrigoyen 1584.Del Laberinto, Las Heras 3036.Del Mármol, Uriarte 1795.Del Virrey, Virrey Loreto 2407.Distal, Corrientes 913.Distal, Florida 528.Distal, Florida 914.Distal, Guido 1990.Gambito de Alfil, Puán 511.Hernández, Corrientes 1436.Jungla, Maipú 849.La Barca, Scalabrini Ortiz 3.La Crujía, Tucumán 1990.Letra Viva, Coronel Díaz 1837.Losada, Corrientes 1551.Losada, Corrientes 1736.Martín Carvajal, Fac. Sociales -

Marcelo T. de Alvear.

Martín Carvajal, Fac. Sociales -Ramos Mejía.

Mutual Estudiantil, Fac. Filosofíay Letras.

Nadir, Cabildo 1786.Nadir, Corrientes 5268.Nadir, Rivadavia 5260.Nadir, Santa Fe 4571.Norte, Las Heras 2225.Ojos de Papel, Santa Fe 2928.Paidós, Santa Fe 1685.Peluffo, Corrientes 4276.Penélope, Santa Fe 3673.Santa Fe, Alto Palermo.Santa Fe, Callao 335.Santa Fe, Santa Fe 2582.Santa Fe, Santa Fe 2376.Tiempos Modernos, Cuba 1921.

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La Plata:Capítulo II, Calle 6, 768.Centro del Libro I, Calle 7, 815.

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