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A CIEGAS JOSH MALERMAN

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A ciegas

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  • www.edicionesminotauro.comwww.planetadelibros.com

    JOSH MALERMANes el cantante y compositor de la banda de rock The High Strung. Vive en Ferndale, Michigan. A ciegas es su primera novela.

    PVP 20,00 10117581

    Diseo de la cubierta: Departamento de Arte y Diseo, rea Editorial del Grupo PlanetaFotografa de la cubierta: Shutterstock

    A C

    IEG

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    AN

    CORRECCIN: SEGUNDAS

    SELLO

    FORMATO

    SERVICIO

    MINOTAURO

    15X23

    xx

    COLECCIN

    Tapa Dura con sobrecubierta

    DISEO

    REALIZACIN

    CARACTERSTICAS

    CORRECCIN: PRIMERAS

    EDICIN

    CMYK

    no

    IMPRESIN

    FORRO TAPA

    PAPEL

    PLASTIFCADO

    UVI

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    Estucado

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    INSTRUCCIONES ESPECIALES: No

    DISEO

    REALIZACIN

    A. Iraita

    PRUEBA DIGITALVALIDA COMO PRUEBA DE COLOREXCEPTO TINTAS DIRECTAS, STAMPINGS, ETC.

    DISEO

    EDICIN

    A C I E G A S

    J O S H M A L E R M A N

    N O A B R A S L O S O J O S

    Hay algo ah fuera. Algo espantoso que hace que la gente enloquezca y se suicide ante su sola visin. Nadie sabe qu es ni de dnde viene. Cinco aos despus de que diera comienzo la pesadilla, los supervivientesviven refugiados en el interior de casas y edi cios, protegidos por puertas cerradas y ventanas con las cortinas echadas. Malorie, que ha conseguido sobrevivir en una casa abandonada junto a sus dos hijos, decide renunciar a la seguridad de su refugio para emprender un viaje por el ro hacia un lugar mejor. En esta peligrosa odisea a ciegas Malorie slo podr con ar en su instinto y en el entrenado odo de los nios, que no tardarn en descubrir que algo los sigue, pero qu es? Un thriller gil y adictivo,

    que disfrutarn los fans de Stephen King. Publishers Weekly

    Nunca ha habido una historia de terror igual. Un libro que se lee de un tirn.

    Hugh Howey

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    oug

    Coo

    mbe

  • JOSH MALERMAN

    A ciegas

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  • Primera edicin: enero de 2015

    Traduccin de Miguel Antn, 2015 Josh Malerman, 2014

    Editorial Planeta, S. A., 2015Avda. Diagonal, 662-664, 7. planta. 08034 Barcelona

    www.edicionesminotauro.comwww.planetadelibros.com

    Todos los derechos reservados

    ISBN: 978-84-450-0234-6Depsito legal: B. 26.670-2014

    Fotocomposicin: Vctor Igual, S. L.Impresin: Egedsa

    Impreso en EspaaPrinted in Spain

    No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su incorporacin a un sistema informtico, ni su transmisin en cualquier forma o por cualquier medio,

    sea ste electrnico, mecnico, por fotocopia, por grabacin u otros mtodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infraccin de los derechos mencionados

    puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Cdigo Penal).

    Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos) si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a travs de la web

    www.conlicencia.com o por telfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

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    Malorie, pensativa, de pie en la cocina.Tiene las manos hmedas. Est temblando. Nerviosa, tamborilea con el dedo gordo del pie en la baldosa rota. Es temprano; probablemente el sol apenas asoma por el horizonte. Contempla cmo la tmida luz suaviza la tonalidad oscura de las densas cortinas, y piensa,

    Eso ha sido la bruma.Los nios duermen en el saln bajo la malla de gallinero cu-

    bierta por tela negra. Tal vez la oyeron hace unos instantes cuan-do estaba de rodillas en el jardn. El ruido que hizo debi trans-mitirse a travs de los micrfonos, de camino a los altavoces situados junto a sus camas.

    Se mira las manos y repara en el brillo sutil que es reflejo de la luz de las velas. S, estn hmedas. Es la capa que ha impreso el roco de la maana.

    En la cocina, Malorie respira hondo antes de apagar la vela de un soplido. Mira en torno de la habitacin, consciente de la he-rrumbre de los cacharros y los platos desconchados. La caja de cartn que hace las veces de basurero. Las sillas, que aguantan cogidas por alambre. Las paredes mugrientas. La tierra en los pies y las manos sucias de los nios. Tambin las manchas ms antiguas. La descolorida parte inferior de las paredes del saln, prpura oscuro que ha ido transformndose en marrn con el paso del tiempo. Eso es sangre. La moqueta del comedor tam-

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  • 8bin est descolorida, por mucho que Malorie se empee en fro-tar. En la casa no hay productos de limpieza que sirvan para limpiar. Hace mucho tiempo, Malorie llen en el pozo los cubos de agua y, utilizando la chaqueta, se puso a limpiar las manchas de toda la casa. Pero no hubo manera de quitarlas. Incluso sobre-vivieron las que no se mostraron tan resistentes, quiz no tan grandes, pero visibles an. Una caja de velas oculta una mancha en el recibidor. El sof del saln est colocado en un ngulo raro y esconde dos manchas cuya forma recuerda a Malorie las cabe-zas de dos lobos. En la segunda planta, junto a la escalera que lleva a la buhardilla, una pila de abrigos mohosos oculta unas marcas prpura, grabadas al pie de la pared. A tres metros de distancia se encuentra la mancha ms negra de toda la casa. El motivo de que no frecuente el extremo de la segunda planta de la casa se debe a que es incapaz de pasar por su lado.

    En el pasado era una bonita vivienda ubicada en un barrio tranquilo de Detroit. En el pasado estuvo acondicionada para acoger a una familia. Media dcada atrs, un agente inmobiliario hubiera podido ensearla sin mayores problemas. Pero esta ma-ana, las ventanas estn cubiertas con cartones y listones de ma-dera. No hay agua corriente. Un enorme cubo de agua descansa sobre la pila de la cocina. El ambiente huele a cerrado. No hay juguetes convencionales para los nios. Han tallado los restos de una silla para que representen personas. Les han pintado caras. Los armarios estn vacos. No cuelgan cuadros de las paredes. Hay cables que discurren por debajo de la puerta hasta los dor-mitorios de la primera planta, donde los altavoces alertan a Ma-lorie y a los nios de cualquier sonido que pueda provenir del exterior de la casa. As es cmo viven los tres. No salen durante largos perodos de tiempo. Y cuando lo hacen, se cubren los ojos con vendas.

    Los nios nunca han visto el mundo que se extiende ms all de su casa. Ni siquiera a travs de las ventanas. Hace casi cuatro aos que Malorie no abre los ojos fuera.

    Cuatro aos.

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  • 9No tiene que tomar hoy la decisin. Es octubre en Michigan. Hace fro. Un viaje de treinta kilmetros por ro sera duro para los nios. An son demasiado jvenes. Y si uno de ellos cae al agua? Qu hara entonces Malorie, con los ojos vendados?

    Un accidente piensa Malorie. Es terrible. Despus de tanto luchar, de sobrevivir. Morir a causa de un accidente.

    Malorie mira las cortinas. Rompe a llorar. Quiere gritar a al-guien. Quiere rogar a alguien capaz de escuchar.

    Esto es injusto. Es cruel, dira.Se vuelve para mirar la entrada de la cocina y el vestbulo que

    conduce al dormitorio de los nios. Ms all del marco sin puer-ta, los nios disfrutan de un sueo profundo, cubiertos por tela negra, a resguardo de la luz y de la vista. No se mueven. No dan muestras de estar despiertos. Sin embargo, podran estar aguzan-do el odo. A veces, despus de todo lo que ha llegado a presio-narlos para que escuchen, del peso que ha depositado en sus o-dos, Malorie los cree capaces de or cmo piensa.

    Podra esperar la llegada de cielos ms soleados, temperaturas ms suaves, condiciones ms adecuadas para prestar mayor aten-cin al bote. Podra informar a los nios, atender lo que puedan decirle. Podran hacerle sugerencias vlidas. Slo tienen cuatro aos, pero los ha entrenado para escuchar. Son capaces de ayudar a gobernar una embarcacin que se pilote a ciegas. Malorie no podra hacer el viaje sin ellos. Necesita sus odos. Podra tam-bin servirse de sus consejos? A los cuatro aos, podran tener una opinin formada sobre el momento adecuado para abando-nar la casa para siempre?

    Hundida en la silla de la cocina, Malorie contiene las lgri-mas. El dedo gordo del pie descalzo sigue tamborileando en el deslucido linleo. Levanta la vista lentamente hacia la parte su-perior de la escalera del stano. All habl en una ocasin con alguien llamado Tom acerca de un tal Don. Mira en direccin a la pila, el lugar al que a veces Don llevaba cubos de agua extrada del pozo. Temblando por haber estado fuera. Al inclinarse hacia delante ve el recibidor, lugar donde Cheryl preparaba la comida

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    de los pjaros. Y entre ella y la puerta principal est el comedor, silencioso y oscuro. Cuesta creer que all se acumulen los recuer-dos de tantas personas.

    Cuatro aos, piensa, deseando descargar un puetazo ca-paz de atravesar la pared.

    Malorie sabe que cuatro aos pueden convertirse fcilmente en ocho. Ocho se convertirn rpidamente en doce. Entonces los nios sern adultos. Adultos que nunca habrn visto el cielo. Nunca habrn mirado a travs de una ventana. Cmo afectar a sus mentes el hecho de haber vivido como reclusos durante aos? Malorie se pregunta si existe un punto en que las nubes del cielo se vuelven irreales, si el nico lugar donde podrn sentirse en casa ser tras la tela negra de sus vendas.

    Malorie traga saliva ruidosamente y se imagina cuidando de ellos hasta que sean quinceaeros.

    Sera capaz de hacerlo? Podra protegerlos durante otros diez aos? Podra cuidar de ellos hasta que ellos pudiesen cuidar de ella? Pero para qu? Qu sentido tiene protegerlos para lle-var una vida as?

    Eres una mala madre, piensa.Por no hallar el modo de hacerles comprender la inmensidad

    del cielo. Por no encontrar la manera de permitirles correr por el jardn, o la calle, o el vecindario de casas vacas y herrumbrosos vehculos aparcados. O por permitirles mirar una sola vez, slo una, al espacio, donde el cielo se vuelve negro, tachonado de hermosas estrellas.

    Les salvas la vida para que lleven una que no vale la pena vivirse.

    Malorie ve clarear las cortinas un poco ms a travs de la vi-sin empaada por las lgrimas. Si hay bruma no durar mucho. Y si puede ayudarla, si la oculta a ella y a los nios cuando se acerquen al ro, al bote, entonces tiene que despertarlos ya.

    Descarga un golpe en la mesa de la cocina y se seca las lgrimas.Se levanta para salir de la cocina, atraviesa el vestbulo y entra

    en el dormitorio de los nios.

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    Nio! grita. Nia! Levantaos.El dormitorio est a oscuras. La nica ventana est cubierta

    por tantas mantas que la luz del sol ni siquiera la atraviesa cuan-do alcanza su cnit. Hay dos colchones, uno a cada lado. Sobre ellos hay dos negras cpulas improvisadas. La malla de gallinero que sirve de sostn a las mantas fue utilizada para vallar un pe-queo jardn junto al pozo en el jardn de casa. Pero durante los cuatro ltimos aos ha servido de armadura, protegiendo a los nios no de aquello que pudiera verlos, sino de lo que ellos pu-diesen ver. Debajo, Malorie oye movimiento y se arrodilla para soltar el alambre asegurado con clavos al suelo de madera de la habitacin. Saca las vendas del bolsillo mientras ambos nios la miran con expresiones sorprendidas, somnolientas.

    Mam?Levantaos. Mam tiene que moverse deprisa.Los nios responden rpidamente. No hay quejas, no hay

    protestas.Adnde vamos? pregunta la nia.Pntela dice Malorie, ofrecindole una venda. Hoy

    nos acercaremos al ro.Los nios se atan las vendas alrededor de los ojos. Saben per-

    fectamente cmo hacerlo. Son expertos, si es que a los cuatro aos pueden ser expertos en algo. A Malorie eso le rompe el co-razn. Son nios, tendran que sentir curiosidad. Tendran que preguntarle por qu, precisamente hoy, van a ir al ro, un ro al que no han ido antes.

    En lugar de ello se limitan a hacer lo que ella les dice.Malorie an no se pone la venda. Antes quiere que los nios

    estn preparados.Coged las mantas. Y t el rompecabezas dice, dirigin-

    dose a la nia.Percibe una inquietud indescriptible. Rayana en la histeria.

    Malorie recorre las habitaciones, comprobando cosas, objetos pequeos que podran necesitar. De pronto se siente incapaz, poco preparada. Se siente insegura, como si la casa y el terreno

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    donde se sustenta desaparecieran paulatinamente, exponindola al mundo exterior. Sin embargo, en el delirio del momento, se aferra al concepto de la venda. No importa qu utensilios pueda reunir, no importa qu objeto de la casa pueda usar a modo de arma, sabe que las vendas constituyen su mayor proteccin.

    No olvidis las mantas! les recuerda, oyendo cmo se preparan.

    Cuando entra en su habitacin para ayudarlos, el nio, que es pequeo para su edad, pero tiene una fuerza inusitada que enorgullece a Malorie, decide entre dos camisas que le vienen grandes y que pertenecieron a un adulto que muri hace tiempo. Malorie escoge por l y observa cmo su pelo negro desaparece bajo la tela, antes de asomar de nuevo a travs del cuello. A pesar de lo nerviosa que est, Malorie repara en que el nio ha crecido un poco recientemente.

    La nia, que tiene la altura normal para su edad, intenta in-troducirse el vestido por la cabeza, una prenda que Malorie le ayud a zurcir a partir de los restos de una sbana vieja.

    Hace fresco, nia. No bastar con ponerse un vestido.La nia arruga el entrecejo; tiene algo revuelto el pelo rubio

    porque acaba de levantarse.Tambin llevo el pantaln, mam. Y luego estn las mantas.Malorie siente ira. No quiere que nada se le oponga. Hoy no.

    Por mucho que la nia tenga razn.Nada de vestidos hoy.El mundo exterior, los grandes almacenes vacos, los restau-

    rantes, los miles de vehculos abandonados, los productos olvi-dados en los estantes de las tiendas, todo ello ejerce una especie de presin sobre la casa. Todo susurra y les aguarda.

    Toma un abrigo del armario empotrado que hay en la peque-a habitacin habilitada como dormitorio que se encuentra al otro lado del vestbulo. Despus sale. Sabe que ser la ltima vez que entra all.

    Mam dice la nia cuando se rene con ella en el corre-dor. Vamos a necesitar las bocinas de bicicleta?

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    Malorie llena de aire los pulmones.No responde. No vamos a separarnos. En todo el

    viaje.Cuando la nia vuelve al dormitorio, Malorie piensa en lo

    pattico que resulta que esas bocinas de bicicleta constituyan el mayor entretenimiento de los nios. Llevan aos jugando con ellas. Toda su vida, dando bocinazos por todo el comedor. El estruendo sola poner de los nervios a Malorie. Pero nunca lleg a quitrselas, ni las escondi. A pesar de los dolores y las dificul-tades que experiment en los primeros aos de maternidad, Ma-lorie comprendi que, en ese mundo, cualquier cosa capaz de arrancar una risa a los nios era buena.

    Por mucho que solieran asustar a Victor con las bocinas.Cmo echa de menos al perro. Al principio de criar sola a los

    nios, sus fantasas de ir al ro incluan a Victor, el border collie al que imaginaba sentado a su lado en el bote. Victor la habra alertado de la presencia de animales cercanos. Quiz podra ha-ber ahuyentado a algo.

    De acuerdo dice, su cuerpo gil se recorta en el marco de la puerta del dormitorio de los nios. Eso es. Ahora v-monos.

    Hubo momentos, tardes tranquilas, noches tempestuosas, en que Malorie les habl de que llegara ese da. S, haba mencio-nado anteriormente el ro. Les haba hablado de un viaje. Tuvo cuidado de no decir nunca que sa sera su huida porque no poda soportar que pensaran que sus vidas cotidianas fuesen algo de lo que hubiese que huir. En lugar de ello, les advirti que una maana, en el futuro, los despertara con prisas y les ordenara prepararse con el fin de abandonar para siempre la casa. Repar en que podan detectar su duda, igual que eran capaces de or cmo se deslizaba una araa por el cristal de una ventana cubier-ta por cortinas. Haca aos que una bolsita con alimentos des-cansaba en el armario, reservada hasta que se pudra, momento en que la remplazaba por otra, demostracin por parte de Malo-rie de que poda despertarlos una maana tal como haba dicho

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    que hara. La bolsita con alimentos del armario forma parte de un plan, pens mientras aseguraba las vendas.

    Y ahora ha llegado ese da. Esta maana. Esta hora. Con la bruma.

    El nio y la nia dan un paso al frente y Malorie se arrodilla ante ellos. Comprueba de nuevo las vendas. Est satisfecha con ellas. En ese instante, paseando la mirada de uno al otro, Malorie comprende que por fin ha empezado el viaje.

    Prestad atencin dice, pellizcndoles la barbilla. Hoy vamos a subir a un bote con el que recorreremos el ro. Es posible que sea un viaje largo. Pero es crucial que ambos hagis todo lo que os diga. Entendido?

    S.S.Hace fro. Tenis las mantas. Tenis las vendas. Ahora mis-

    mo no necesitis nada ms. Me habis entendido?S.S.Bajo ninguna circunstancia os quitaris las vendas de los

    ojos. Si lo hacis os har dao. Comprendido?S.S.Necesito vuestro odo. Necesito que ambos prestis aten-

    cin como no lo habis hecho jams. En el ro, tenis que escu-char aquello que est ms all del agua, ms all del bosque. Si os a un animal en el bosque, decdmelo. Si os cualquier cosa en el agua, decdmelo tambin. Entendido?

    S.S.No hagis preguntas que no tengan nada que ver con el

    ro. T te situars delante dice, dando una palmada al nio, antes de drsela a la nia. Y t te situars detrs. Cuando lle-guemos al bote, yo os guiar a vuestros respectivos lugares. Yo estar en medio, remando. No quiero que caminis por la em-barcacin para acercaros el uno al otro, a menos que est relacio-

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    nado con algo que hayis odo en el bosque. O en el ro. Com-prendido?

    S.S.No pararemos por nada del mundo. Al menos hasta que

    lleguemos al lugar al que vamos. Os har saber cundo lo hace-mos. Si tenis hambre, comed lo que encontraris en esta bolsa.

    Malorie les hace tocar la bolsa.No os quedis dormidos. No os quedis dormidos repi-

    te. Hoy necesito que agucis bien el odo como no lo he nece-sitado jams.

    Llevaremos los micrfonos? pregunta la nia.No. Lo dice mirando primero a uno, y luego a otro.

    Cuando salgamos de esta casa, lo haremos cogidos de la mano y caminaremos por el camino que lleva al pozo. El camino al ro est muy descuidado. Quiz debamos agacharnos para palpar algn escaln, y si lo hacemos quiero que ambos os aferris a mi abrigo o entre vosotros. Entendido?

    S.S.Suenan asustados?Escuchadme. Vamos a un lugar nuevo para vosotros. Va-

    mos a alejarnos ms que nunca de esta casa. Hay cosas ah fuera que os harn dao, que harn dao a mam, si no obedecis mis rdenes esta maana.

    Los nios guardan silencio.Lo habis comprendido?S.S.Malorie los ha adiestrado bien.De acuerdo. Pues vmonos dice con un pellizco de his-

    teria en el tono de voz. Vmonos ahora mismo. vmonos.Pega su frente a las de los nios.Luego toma a ambos de la mano. Cruzan la casa rpidamen-

    te. En la cocina, Malorie, temblando, se seca los ojos y extrae su

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    propia venda del bolsillo. La ajusta en torno a la cabeza y el pelo largo y oscuro. Hace una pausa, la mano en el tirador de una puerta que da al camino que ha recorrido en busca de innume-rables cubos de agua.

    Se dispone a dejar la casa atrs. Le abruma la realidad de este momento.

    Una corriente de aire fresco alcanza a Malorie al abrir la puer-ta. Da un paso al frente, pensando aterrada en una serie de situa-ciones demasiado espantosas para hablar de ellas en presencia de los nios. Tartamudea al hablar, al borde de los gritos.

    Las manos. Los dos.El nio toma la mano izquierda de Malorie. La nia desliza

    los dedos menudos en la derecha.Salen de la casa, vendados.El pozo se encuentra a veinte metros de distancia. Trozos de

    madera, que en el pasado formaron parte de unos marcos, deli-nean el camino, colocados all para evitar que puedan salirse de l. Ambos nios han tocado la madera con la punta del calzado en incontables ocasiones. Malorie les dijo en una ocasin que el agua del pozo era la nica medicina que necesitaran. Debido a ello, Malorie sabe que los nios siempre han respetado el pozo. Nunca se han quejado por tener que acompaarla a buscar agua.

    El terreno se vuelve desigual a la altura del pozo. Parece arti-ficial, blando.

    Aqu est el claro anuncia Malorie.Conduce con cuidado a los nios. Otro camino arranca a

    diez metros del pozo. El acceso a este paso es angosto y divide en dos el bosque. El ro dista menos de cien metros del lugar donde se encuentran. En el bosque, Malorie suelta momentneamente las manos de los nios para poder tantear la tenue entrada.

    Agarraos a mi abrigo!Tantea las ramas hasta encontrar un chaleco de lana, atado a

    un rbol en la entrada del camino. Lo at ella misma hace unos tres aos.

    El nio se aferra a su bolsillo y percibe que la nia se aferra a

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    su vez a l. Malorie les habla mientras camina, preguntando constantemente si permanecen en contacto. Las ramas de los r-boles le azotan el rostro. No protesta.

    No tardan en llegar a la marca que Malorie ha clavado en el suelo. La pata astillada de una silla de cocina, hundida en mitad del camino, en un lugar donde entorpezca el paso, donde trope-zar con ella, sirve de gua.

    Descubri el bote de remos hace cuatro aos, amarrado a cinco casas de la suya. Hace ms de un mes que no ha vuelto a comprobar su estado, pero cree que sigue all. Pese a todo no le cuesta imaginarse lo peor. Y si alguien se le ha adelantado? Otra mujer, alguien como ella, alguien que vive a cinco casas en otra direccin, alguien que ha hecho acopio de coraje a lo largo de los ltimos cuatro aos para huir. Una mujer que en el pasado top con esa misma resbaladiza ribera y sinti que haba alcanzado la misma posibilidad de salvacin, la punta de acero del bote de remos.

    A Malorie le escuecen los rasguos de la cara al contacto con el aire fro. Los nios no se quejan.

    Esto no es la infancia, piensa Malorie mientras los lleva hacia el ro.

    Entonces lo oye. Antes de alcanzar el embarcadero, oye cmo se balancea en el agua el bote de remos. Se detiene a comprobar las vendas de los nios, asegurndose de que ambas estn bien prietas. Los lleva hacia los listones de madera.

    S piensa. Sigue ah. Como los vehculos que siguen aparcados en la calle, a la entrada de su casa. Igual de vacos que las viviendas que bordean las calles.

    En el bosque, lejos de casa, hace ms fro. El sonido del agua es tan aterrador como excitante. Se arrodilla donde cree que est el bote, suelta las manos de los nios para tantear la proa en busca del remate de acero. Palpa hasta encontrar el cabo que lo amarra.

    Nio dice, tirando de la proa para acercarlo al embarca-dero. Delante. Sube y ponte delante. Lo ayuda. Una vez se

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    sienta, toma su rostro en ambas manos y dice, de nuevo. Es-cucha. Ms all del agua. Escucha.

    Ordena a la nia que permanezca en el embarcadero mien-tras desata el cabo antes de subir con cuidado al banco situado en mitad de la embarcacin. An medio incorporada, ayuda a la nia a embarcar. El bote sufre un fuerte balanceo, y Malorie aprieta con fuerza la mano de la nia. La nia no protesta por el dolor.

    Hay hojas, ramas y agua en el fondo del bote. Malorie revuel-ve el fondo en busca de los remos que ha guardado en el costado derecho. Los remos estn fros. Hmedos. Huelen a moho. Los coloca en las chumaceras forradas de hierro. Cuando se sirve de uno para apartar el bote del embarcadero percibe su fuerza, su robustez. Entonces...

    Se deslizan por el ro.El agua est en calma. Pero hay sonidos. Movimiento en el

    bosque.Malorie piensa en la bruma. Espera que sirva para ocultar su

    huida.Pero la bruma escampar.Nios dice Malorie, respirando con dificultad, escu-

    chad.Finalmente, tras cuatro aos de espera, de entrenamiento, de

    reunir el coraje necesario para marcharse, boga lejos del embar-cadero, de la orilla y de la casa que los ha protegido a los nios y a ella durante lo que se le antoja toda una vida.

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    aida.gimenoTexto escrito a mquinaSeguir leyendo