a la partida de irene

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PARTE I. A LA PARTIDA DE IRENE Donde Irineo describe sus sentimiento por la partida de Irene I. Te has ido pequeña Irene, con todo lo que tu conciencia trae. Te has ido con tus abrazos, con tus rabias, con tus pequeños senos… Te has ido por el camino de las peñas a encontrar la estación del tren que te llevara a la capital. Yo me he quedado viendo como esa recua de mulas te lleva con ese paso lerdo y yo y mis pies y mis cosas se han quedado inmóviles viendo como este mundo te separa. Sé que vas para el convento de las hermanas franciscanas a volverte una poseída por esas deidades tan abyectas y fútiles. No sé si tendré que morir en una cruz para volverte a ver o sufrir todo un viacrucis para que cuando este presto a morir enjuagues mi rostro y en tu toalla quede mi rostro para la posteridad. No sé si tendré que esperar a que tres clavos penetren mi carne para que comprendas que te amo con las fuerzas de un desvalido o con la rabia del rey del mundo. Pero en fin… Te vas. Y yo me quedo viendo cada atardecer desde la cima del ventiadero donde tantas veces te dije y te grite que te amo. ¿Qué tiene un convento que no tenga el ventiadero? Quizás podría ser el amor… Pero que amor puede dar el que se suicido para huir de su destino. Quizás la paz… La paz es un simple estado de la mente que se logra cuando hay el convencimiento de lo que somos. No mi pequeña… No sé por que demonios te vas de mi lado.

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PARTE I.A LA PARTIDA DE IRENE

Donde Irineo describe sus sentimiento por la partida de IreneI.

Te has ido pequeña Irene, con todo lo que tu conciencia trae. Te has ido con tus

abrazos, con tus rabias, con tus pequeños senos… Te has ido por el camino de

las peñas a encontrar la estación del tren que te llevara a la capital. Yo me he

quedado viendo como esa recua de mulas te lleva con ese paso lerdo y yo y mis

pies y mis cosas se han quedado inmóviles viendo como este mundo te separa.

Sé que vas para el convento de las hermanas franciscanas a volverte una poseída

por esas deidades tan abyectas y fútiles.

No sé si tendré que morir en una cruz para volverte a ver o sufrir todo un viacrucis

para que cuando este presto a morir enjuagues mi rostro y en tu toalla quede mi

rostro para la posteridad. No sé si tendré que esperar a que tres clavos penetren

mi carne para que comprendas que te amo con las fuerzas de un desvalido o con

la rabia del rey del mundo.

Pero en fin… Te vas. Y yo me quedo viendo cada atardecer desde la cima del

ventiadero donde tantas veces te dije y te grite que te amo. ¿Qué tiene un

convento que no tenga el ventiadero? Quizás podría ser el amor… Pero que amor

puede dar el que se suicido para huir de su destino. Quizás la paz… La paz es un

simple estado de la mente que se logra cuando hay el convencimiento de lo que

somos. No mi pequeña… No sé por que demonios te vas de mi lado.

No entiendo como adoras a un ser que te abraza con manos gélidas, con manos

de muerto, y huyes en espera sin dejar que estas manos de calor te abrasen. No

entiendo cómo le temes al qué dirán si no marchas a ese claustro en posesión de

un hijo en tu vientre sino en posesión de un amor que como el mio se muele de

ganas por poseer tu cerebro, por poseer tu cuerpecito y por tenerte una eternidad

hasta que la justa muerte reclame su botín.

Pero tu marchas, de seguro miraras por la ventana del tren el cañón del sinifana y

detrás de esas montañas donde queda la cañada, donde queda el pueblito del que

huyes estará este corazón latiendo por obligación pero no por qué quiere.

Te marchas y no habrán festines porque marchas a la boca del lobo; esa santa

devoción por quien te poseerá con un traje y cachirula no te traerá sino solo el

complique de lo que no es justo por demás sino tiránico e injusto. Solo la crueldad

de la cruz puede dictaminar que quien se arrodilla frente a ella no lo hace por

piedad sino por miedo de terminar con las manos abiertas y las partes púdicas

expuestas.

¿Me dejas? Eso parece. Y me dejas una nota donde me dices entre líneas que me

quieres, que no me deseas daño y que no me deseas mal alguno… Mentirosa.

Con tu partida me dejas destrozado… Los latigazos que le perpetraron al que

adoraras no son ni la quinta medida de lo que mis espaldas están desgarradas,

pero peor aún mi cuerpo. Mi vientre es un poso de alacranes, mis manos solo

escriben y ya mi cerebro es un nido de víboras. Tú eres la culpable de mi

destino… Si vas por la sangre de tu tal salvador, una sangre mítica y efímera, date

vuelta la mía baja por la ladera que va a las peñas; la recua de mulas camina

sobre ellas y no tienes que esperar a verme en una cruz o a estar en un

convento… Aquí me tienes Irene, presa de tu partida y de tu recuerdo.

No tengo la valentía de tu dios para suicidarme. Me entregare a la vida, me dejare

morir, y cuando ocurra prueba de ello la tendrás… porque así como el día se pone

gris y triste por tu partida cuando la mía ocurra veras un cielo rojizo como el primer

día en que camine hasta las puertas del salón americano y estabas allí. Sé que

siempre dijiste que no has creído en el amor a primera vista… Ilusa y tonta que

eres. ¿Acaso uno necesita saber quién es la madre para enamorarse o saber

quién es el padre para amarlo?

Tu te enamoraste de un ser tan inmaterial y ausente y en pago te vas para un

convento a encerrarte. Te perderás de la libertad, de las mañanas y de las noches

a mi lado… Los dos desnudos contemplándonos.

Vete… Ya te lo he dicho todo. Déjame aquí solo que yo daré cuenta de mi

dejándome morir Irene.