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Alexis Cordero C. ser testigos de la luz

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Una meditación sobre la misión de Juan Bautista Alexis Cordero C. básicamente los hay de dos clases: el ancho y el estrecho (Mt 7,13; Dt 30,15-20). La luz nos permite distinguirlos: el bien y el mal, la vida y la muerte, el egoísmo y la servicialidad, la comodidad y el sacrificio, la solitariedad (al

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Alexis Cordero C.

ser testigos

de la luz

Una meditación sobrela misión de Juan Bautista

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«Y este fue el testimonio de Juan». Así inicia el evangelio de San Juan una vez terminado el prólogo que hiciera sobre la encarnación del Verbo, que es la Luz que ha venido al mundo: Jesucristo, el Señor.Transcribamos el texto que queremos meditar (Jn 1,19-28):

Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron a Jerusalén sacerdotes y le-vitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?» Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo.» Y le preguntaron: «¿Qué pues?; ¿eres tú Elías?» Él dijo: «No lo soy.» – «¿Eres tú el profeta?» Respondió: «No.» Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, pa-ra que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?» Dijo él: «Yo soy ‘la voz del que clama en el desierto: rectificad el camino del Señor,’ como dijo el profeta Isaías». Habían sido enviados por los fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas si no eres ni el Cristo ni Elías ni el profeta?» Juan les respondió: «Yo bau-tizo con agua, pero en medio de vosotros es-tá uno a quien no conocéis que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle

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la correa de su sandalia.» Esto ocurrió en Bethabara, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

A manera de camino, planteémonos algunas preguntas que pueden ayudarnos a profundizar en él: ¿Quiénes son los actores de este encuen-tro?, ¿en dónde se desarrolla la escena?, ¿qué papel representa cada uno de los protagonistas?, ¿qué mensaje se nos quiere revelar? Intentare-mos contestar paso a paso y brevemente cada una de estas cuestiones.1. Los actores.En el verso 18 se nos dice que “los judíos envia-ron…”, y en el verso 24 se dice, asimismo, que “habían sido enviados por los fariseos”. Aun-que Juan suele utilizar la palabra judíos con dis-tintos sentidos, aquí emplea uno que, al parecer, resulta sinónimo de fariseos y que abarca, en general, al grupo hostil a Jesús, dentro del cual se debía contar a las autoridades religiosas de Israel en ese momento.Quienes van con la inquietud, como enviados, son los sacerdotes y los levitas. Es claro que es-tos solo son representantes del poder religioso y, en este caso, están encargados de llevar una pre-gunta para volver con una respuesta. Su figura

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de mensajeros queda contrastada con la de Juan, que también es mensajero.Por último, está Juan. Él ha sido enviado para dar testimonio, es decir, para ser testigo. Al pa-recer, su presencia ha levantado polvo y ha pro-ducido confusión. En su predicación proclama un bautismo de conversión para perdón de los pecados (Mt 3,3) y las autoridades quieren saber a tiempo de qué mismo se trata y a qué responde su aparición a fin de poner los remedios debidos si cabe el caso.2. El escenarioJuan está bautizando “al otro lado del Jordán”, en Bethabara. El escenario es muy simbólico. Primero porque es en Bethabara, el antiguo lu-gar en tierras palestinas, al norte del territorio de lo que después fue Perea, al lado oriental del Jordán, y por donde las tradiciones judías afir-man que Josué pasó con todo el pueblo hacia la tierra prometida (Jos 3) (No está demás decir que esa zona está frente a lo que era Samaria y un poco alejada de Judea y, por tanto, de Jerusa-lén: unos 65 km, y que es territorio prohibido para los judíos).Segundo, porque es en el Jordán. El río repre-senta para el pueblo, ya desde antiguo, la puerta

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hacia la verdadera libertad, el paso hacia la tie-rra prometida. Sumergirse en esas aguas era un símbolo de ruptura con todo lo que significaba el pasado.Tercero, porque estaba bautizando, es decir, ha-ciendo efectiva esa ruptura, pues bautismo no significa otra cosa más que sumergir en el agua (βαπτίζω en griego). Este bautismo penitencial preparaba al pueblo de Dios para pasar a la ver-dadera Tierra Prometida.3. Los papelesPor un lado, tenemos a los sacerdotes y los levi-tas. Ellos son los representantes de la ley, la ins-titución, la formalidad.Sabemos que sacerdotes y levitas estaban encar-gados del culto de Yahvé y eran los custodios del Templo. En ellos tenía que reflejarse, de al-guna manera, lo más puro de las costumbres y tradiciones religiosas de su gente; ellos tenían que observar, con la mayor radicalidad posible, todos los preceptos que, a lo largo de la historia de Israel, se habían establecido y que eran, a su entender, la muestra más vigorosa de la santidad del pueblo elegido. Sin embargo, dichos precep-tos habían servido de pretexto para dividir al pueblo en dos facciones radicalmente opuestas:

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ellos, los verdaderamente elegidos, y los amhaares, los pecadores, el resto del pueblo.Por otro lado, están los fariseos. Está demás de-tenerse en ellos porque Jesús habla mucho acer-ca de su condición (Mt 12,34; 23). Con todo, hay que saber que eran miembros de un grupo que consideraba como norma fundamental del judaísmo no tanto la Ley escrita dada por Moi-sés como la ley oral basada en la tradición.Jesús los descalifica rotundamente por hipócri-tas. Según el Señor, ellos dicen y no hacen; in-ventan cargas para los demás pero ellos no mue-ven un dedo para levantarlas; son los represen-tantes de una religión que vive de las aparien-cias y de lo superficial, pero que se olvida de lo fundamental, de una religión que se alimenta del statu quo y que ayuda a mantenerlo.Finalmente, está Juan. Se presenta, aparece, de pronto, en las narraciones de Mateo (3,1) y Mar-cos (1,4), luego de haber recibido una palabra de Dios según Lucas (3,2), para dar testimonio y preparar el camino al que debía venir (Jn 1,19). Es el primer mensajero de la presencia del Rei-no en medio de los hombres y es el último pro-feta del Antiguo Testamento. Su papel contrasta con el de los anteriores porque, de cierta mane-

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ra, representa lo informal; aparece como una po-sible amenaza al establishment no solo por las palabras con las que se dirige a la gente –autori-dades y pueblo– y por las denuncias que hace, sino por su mismo estilo radical de vida (Mt 3,4).4. El mensajeDevelar el mensaje es una oportunidad para re-lacionar los puntos anteriores y buscar y encon-trar alimento sólido (1 Cor 3,1) que robustezca nuestra vida espiritual. Vayamos poco a poco.Juan es abordado por el oficialismo religioso que busca conocer el por qué y el para qué de la presencia de Juan. Seguramente, había estado predicando desde hace algún tiempo y la gente, cada vez en número mayor, acudía a escucharle y a bautizarse. Sin él mismo pretenderlo, su nombre se había regado por la comarca que bor-dea la zona sur del Jordán (el desierto de Judea) y a su alrededor se habían reunido algunos se-guidores (Jn 1,35; Lc 7,18).Su mensaje era claro, contundente, directo: era un llamado a la conversión, un llamado a dar frutos y a prepararse para recibir a quien venía a limpiar la era y a recoger el trigo de su propie-dad; era un llamado que, en definitiva, invitaba

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a vivir una religión desde el interior y en la que la relación con Dios fuera personal.Por eso, Juan venía a ser una figura provocadora para quienes, acomodados al orden existente, te-nían planificado y garantizado su acceso a Dios a través de un ritualismo y unas observancias vacías y exageradas. Era un contestatario y el orden establecido no podía permitir jamás la in-tromisión de alguien que cuestione o perturbe ese orden.Obviamente, Juan no quería con su aparición decir sin más que el orden o la institución o la religiosidad sean malas de por sí; quería mostrar que se había perdido el rumbo y que la verdade-ra religión no es algo que los hombres hacen por Dios, sino más bien algo que Dios hace por los hombres. ¡Cuántas prácticas superficiales, mági-cas, rutinarias siguen vigentes porque tan solo se quedan a nivel de la afectividad humana, que es la zona más frágil y más manipulable! ¡Cuán-tas prácticas nos alejan de la verdadera devo-ción, que, al decir de san Ignacio de Loyola, es la facilidad de encontrar a Dios (Autobiografía 99) y acercarnos a Él! ¡Cuántas personas se que-dan estancadas en ciertas formas de religiosidad porque no se les ha brindado la oportunidad de

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crecer espiritualmente o porque han hecho de su religión algo confortable, sin exigencias y, en definitiva, algo que no pasa de ser una adora-ción de ídolos y dioses inventados!A una forma religiosa que saca provecho de la gente y se coquetea con los poderes vigentes no le conviene ser cuestionada por ningún extre-mista. Por eso era necesario averiguar quién era ese Juan. Mas ese Juan que bautizaba en el Jor-dán y hablaba fuerte y sin tapujos, no respondía a las expectativas que los entendidos tenían de un Mesías: este debía ser grande, poderoso y fuerte guerrero, capaz de renovar con creces los prodigios del éxodo y traer la liberación defini-tiva a su pueblo; pero tampoco tenía las caracte-rísticas de un Elías, el precursor del día grande y terrible de Yahvé, tal como Malaquías lo había profetizado (3,23-24); mucho menos encajaba con la figura de Moisés, el profeta por excelen-cia.Era preciso preguntar a Juan sobre su identidad; así sería más fácil sorprenderle por blasfemo y quitarle del camino para que no estorbara la confortable vida de la oficialidad acomodada.«¿Quién eres tú?», y la Escritura dice que Juan “confesó y no negó”. A diferencia de quienes

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siempre buscan esconder la verdad o, mejor di-cho, vivir de las apariencias, Juan no teme decir que él NO es quien los otros, maliciosamente, quisieran que fuera. Quien vive en la verdad no tiene por qué esconder nada, es transparente; no necesita esconderse atrás de títulos ni de padri-nos para acrecentar el tamaño de su figura: es lo que es y no es lo que no es. Esa es precisamente la humildad (Santa Teresa decía que la humil-dad es la verdad: Sextas Moradas 10,7), y care-ce de adornos.Y es que la transparencia es la mejor manera de ser testimonio. En Jn 1,7-8 se dice que el Bau-tista vino para dar testimonio de la luz pero que él no era la luz. ¿Qué quiere decir esto? Ubiqué-monos en el contexto de aquel entonces.Normalmente, las casas judías estaban constitui-das por un solo ambiente; era una sola habita-ción en la que se repartían los espacios de la manera más adecuada y, por supuesto, al llegar la noche, cualquier mechero o celemín que se utilizara, debía colocarse en un sitio que pudiera alumbrar toda la habitación. La cuestión es sa-ber qué hace la luz en un lugar oscuro, cuál es su servicio. Dar una contestación a estas pre-guntas nos orientará a la comprensión de lo que

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es ser testigo de la luz.Es claro que entre las posibles respuestas surja una que es a toda vista inútil: sirve para alum-brar. Es inútil porque la experiencia nos dice a las claras eso y no se necesita ni tener una espi-ritualidad profunda ni haber recibido una ins-trucción especial para decirlo; cualquier persona con un adecuado sentido de la vista lo dirá. No-sotros vamos a inquirir en, al menos, cuatro as-pectos que nos ayudarán a entender el servicio que aporta la luz y el servicio que, por tanto, de-be brindar quien es su testigo, quien da testimo-nio de ella.1. La luz nos muestra el caminoTres cuestiones se derivan de esta afirmación:a) La vida es un tejido de caminos, pero bási-camente los hay de dos clases: el ancho y el es-trecho (Mt 7,13; Dt 30,15-20). La luz nos per-mite distinguirlos: el bien y el mal, la vida y la muerte, el egoísmo y la servicialidad, la como-didad y el sacrificio, la solitariedad (al decir del P. Larrañaga1) o la comunidad…b) Mientras no tengamos luz no solo que va-mos en tinieblas, sino que vamos como ciegos; 1 LARRAÑAGA, Ignacio. Sube conmigo. Quito, Librería Espiritual. 1990.

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más aún: puede haber luz, pero si no queremos ver lo que ella nos muestra, seremos ciegos y estaremos en grave peligro de perdernos en el hoyo (Lc 6,39).c) El ojo debe estar sano para poder percibir la luz. Uno puede estar bañado de luz y de pie en el camino correcto, pero si las intenciones (el ojo) no son claras, luminosas, nuestra vida irá a la deriva, ciega y perdida y el camino no servi-rá de nada porque no veremos las cosas como son, sino según la oscuridad de nuestra vista (Lc 11, 34-35).2. La luz nos ayuda a no tropezarEn lenguaje bíblico, tropezar tiene el sentido de equivocarse, tomar malas decisiones.Jesús estaba protegido; los ángeles cuidaban su paso para que no tropezara (Mt 4,6; S 91,11-12)Andar en la luz no es otra cosa que saber tomar las decisiones correctas. Pero el asunto no es tan simple porque no se trata de un mero discerni-miento humano. Este es necesario y hay que contar con él, pero lo que aquí importa y se nos quiere decir es que nuestras decisiones deben estar iluminadas por la luz de Dios.En la cotidianidad de nuestra vida, normalmente primero tomamos las decisiones que creemos

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correctas –lo cual está bien–, y utilizamos los medios que consideramos adecuados para que se realicen, pero muchas veces tales decisiones y tales medios solo responden a nuestros intere-ses y conveniencias; solo después y en el mejor de los casos recurrimos a Dios, sobre todo para que avale y confirme nuestras decisiones.El ideal cristiano, por el contrario, consiste en acudir primeramente al Señor para pedirle su luz a fin de que las decisiones que vayamos a tomar y los medios que vayamos a elegir respondan a su santa voluntad y sean para su gloria, aunque no necesaria o directamente tengan que ver con nuestros intereses.3. La luz nos ayuda a distinguir los ros-

trosUna de las experiencias más profundas que po-demos tener los humanos es mirar el rostro de nuestros semejantes y descubrir que es capaz de revelarnos algo del misterio que posee cada per-sona. Claro que no se trata de solo ver; se trata de una mirada que atraviesa la frontera física de la cara y es capaz de percibir el gozo o el dolor, la esperanza o la frustración, la dulzura o la amargura y el sufrimiento del otro, la paz o la turbación…

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Hay rostros con los que inevitablemente nos en-contramos y hay rostros que preferimos no mi-rarlos; están aquellos cuyas miradas nos cauti-van y están aquellos cuyas miradas evitamos. En cualquier caso, y desde el lugar de Juan Bau-tista, el cómo llegamos o miramos o evitamos el rostro de los demás es una cuestión que parece estar en nosotros. Es aquí donde el tema de la transparencia brilla por sí mismo.Cada uno de nosotros podemos mirar en nuestro propio corazón y descubrir las razones de por qué nos acercamos o evitamos tal y tal rostro. Y el Señor nos recuerda –y de una manera conti-nua en estos tiempos, a través de la predicación y acción de su Iglesia– que hay un rostro al que no le podemos dar la espalda porque es revela-dor de su presencia: el rostro de los pobres.Las referencias a los pobres en la Escritura son innumerables. Precisamente, por la importancia que adquieren en la Palabra de Dios, el rostro del pobre es una fuerte interpelación a nuestro compromiso cristiano. El ministerio universal de Jesús tiene como destinatarios especiales a los pobres; precisamente, en un momento dado, manda a decir a Juan, a través de los discípulos de este que “… se anuncia a los pobres la Bue-

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na Nueva” (Mt 11,4-7; Lc 7,22). En el sermón del monte exalta la pobreza como bendición al exclamar, según Mateo “bienaventurados los pobres de espíritu” (5,3), pero deja ver el contraste tajante en Lucas, donde los contrapone a los ricos y satisfechos (Lc 6, 20.24).Es verdad que todos somos pobres ante Dios, pero hay muchos, la mayoría, que sufren formas de pobreza y miseria –no solo material– que al-gunos no sentimos y que no podemos dejar de mirar ni podemos inventar pretextos que nos ex-cusen de hacerlo. La manera cómo respondamos a esos rostros interpelantes –se encuentren don-de se encuentren: familia, amistades, conocidos, la misma sociedad– dependerá de la vocación específica a la que cada uno hemos sido llama-dos; pero dicha vocación, si es cristiana, no pue-de no responder a su llamado.4. La luz esclarece los rincones oscuros La oscuridad, más que un símbolo, es una expe-riencia. Todos los que vivimos en esta carne buscamos cubrir aquello que ante nuestra con-ciencia aparece como malas acciones. Por su-puesto, habrá quienes objeten y pongan en duda el significado de la expresión “malas acciones”, pero todos sabemos que mientras haya en nues-

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tras vidas acciones que queremos ocultar es por-que, de una u otra manera, no son buenas.Pero no solo las malas acciones. En el camino de la vida hay polvo que se acumula en los res-quicios y escondites de nuestras mentes y cora-zones o que solemos esconderlo bajo la alfom-bre de las apariencias. La luz nos permite mirar esos rincones y nos hace concientes de las su-ciedades que en ellos se acumulan urgiéndonos a sacarlas, a limpiar aquello que, imperceptible-mente, se va amontonado y que, si no actuamos a tiempo, se puede transformar en una costra ca-da vez más dura de arrancar, con el peligro de que quede permanentemente sucio. La luz, tarde o temprano –dependiendo de nuestras disposi-ciones– revela las causas del entorpecimiento de nuestras acciones y relaciones.La luz, entonces, nos ayuda a ser honestos con nosotros mismos y con los demás. Dios, que nos conoce, quiere que haya claridad, transparencia, en cada rincón de nuestro ser y en nuestras rela-ciones; quiere que nuestros pensamientos, pala-bras y acciones sean portadores del brillo que su luz produce y revelen su límpida presencia; quiere que nuestras sombras y oscuridades se disipen, que nuestros pecados desaparezcan y

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que no haya rincones en los cuales su presencia sanadora y santificadora deje de actuar.ConclusiónJuan decía que era la voz que clama en el de-sierto, aquel que venía a preparar los caminos del Señor, según lo había anunciado la profecía de Isaías (Is 40,3).Juan no era el que convertía a quienes acudían hasta él; solo hacía una invitación a que hom-bres y mujeres se convirtieran y se arrepintieran de sus pecados. Juan sabía que la decisión defi-nitiva estaba en el corazón de cada ser humano, pero también sabía que su misión era anunciar la llegada de aquel que bautiza con Espíritu santo y fuego y a preparar sus caminos. Obvia-mente, sabía que no todos iban a responder o que lo harían de diferentes maneras y que, más aún, muchos lo rechazarían y hasta querrían su muerte (ese había sido el destino trágico de mu-chos profetas: Mt 5,12). Pero así como él había aceptado la misión, todos a la larga tendrían que aceptar o rechazar el mismo desafío. Por eso, Juan sabía que era una voz en el desierto.De alguna manera la misión continúa siendo la misma para todos los cristianos: somos precur-sores del Señor Jesucristo, que ya vino y vendrá

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nuevamente en gloria, y tenemos que anunciar su mensaje. Pero, asimismo, nuestra voz debe seguir alzándose en el desierto, posiblemente con toda la tremenda sensación de inutilidad que eso suponga.De hecho que resulta gratificante, en cierto mo-do, poder levantarla en espacios donde sabemos que, en mayor o menor medida, todos o casi to-dos acogerán el anuncio de la Buena Noticia del Reino. En este sentido, siempre es más fácil ha-blar en una iglesia o en un grupo de oración o de lo que sea, porque son contextos en los que, la gente que acude, espera un determinado men-saje, y se ha trabajado para crear condiciones que ayuden a acogerlo y a vivirlo.Sin embargo, no todo es así: allí está el desierto de nuestra familia, de nuestro trabajo, de nues-tro vecindario; desiertos tanto más áridos cuanto que se trata, al menos en nuestros ambientes, de bautizados que necesitan ser nuevamente evan-gelizados, aunque ellos consideren que no o no lo sepan; de personas que se han dejado atrapar por las corrientes del mundo sin ni siquiera te-ner la posibilidad de discernir los caminos que hoy consideran comunes y normales; de amigos, parientes, hermanos que, por carecer de mode-

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los y buenos ejemplos, por haber crecido en me-dio de situaciones conflictivas o contextos mol-deados por meras costumbres y tradiciones, han ido en busca de alternativas que han generado estilos de vida contradictorios con la “fe” que dicen profesar, pero que, en realidad, jamás ha madurado, o peor aún, han provocado actitudes abiertas de rechazo, alejamiento e incredulidad.Esos son los desiertos en los que hoy tenemos que anunciar a un Dios que ha venido a traernos vida y vida abundante (Jn 10,10) y cuya luz si-gue brillando delante de todos los hombres.Precisamente, nuestro desafío consiste en ser testigos de esa Luz, como Juan Bautista, y anun-ciar a esta generación el mensaje único de salva-ción en la confianza de que el Señor obrará a través de su santa Palabra y tocará los corazones de tantos hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que se han dejado seducir, conciente o inconcientemente, por las vanas y engañosas lu-cesitas que titilan en la noche del mundo.

A. M. D. G.

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