achim mnmx primeros anhos

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ÍNDICE LA BATALLA POR LA ANTROPOLOGÍA EL LEGADO DE ALFONSO CASO Salvador Rueda DEL GABINETE DE ANTIGÜEDADES AL MNA LA IDENTIDAD DESENTERRADA Eduardo Matos LOS AÑOS DE PRUEBA LA HISTORIA INÉDITA DE UN ORIGEN Miruna Achim LA GALERÍA DE LOS MONOLITOS HISTORIA DE LA CREACIÓN DE LA SALA MEXICA Colette Almanza EL MUSEO OLVIDADO UN SUEÑO NATURALISTA Frida Gorbach LOS DIBUJANTES DEL MUSEO NACIONAL LA CONSTRUCCIÓN DE UN CONOCIMIENTO VISUAL Thalía Montes EL ESPEJO QUE RETRATA UN MODELO A MEDIDA: EL MUSEO DEL TROCADERO DE PARÍS Antonio Saborit LA UTOPÍA CONSTRUIDA EL MUSEO EN EL BOSQUE DE CHAPULTEPEC Ana Garduño RAMÍREZ VÁZQUEZ, EL ESTRATEGA LA ARQUITECTURA COMO HERRAMIENTA Frida Escobedo CRONOLOGÍA DEL MUSEO NACIONAL DE MÉXICO AL MUSEO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA (1825-1964) Claudia Barragán NOTAS DIRECTORES DEL MUSEO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA (1825-2014) María Trinidad Lahirigoyen y Ana Luisa Madrigal 28 52 72 94 116 126 158 168 188 220 269 273

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Breve historia del museo nacional mexicano durante sus primeros años de vida. Autora: Achim

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  • ndice

    la batalla por la antropologael legado de alfonso caso

    Salvador Rueda

    del gabinete de antigedades al Mnala identidad desenterrada

    Eduardo Matos

    los aos de prUebala historia indita de Un origen

    Miruna Achim

    la galera de los Monolitoshistoria de la creacin de la sala Mexica

    Colette Almanza

    el MUseo olvidadoUn sUeo natUralista

    Frida Gorbach

    los dibUjantes del MUseo nacionalla constrUccin de Un conociMiento visUal

    Thala Montes

    el espejo qUe retrataUn Modelo a Medida: el MUseo del trocadero de pars

    Antonio Saborit

    la Utopa constrUidael MUseo en el bosqUe de chapUltepec

    Ana Garduo

    raMrez vzqUez, el estrategala arqUitectUra coMo herraMienta

    Frida Escobedo

    cronologadel MUseo nacional de Mxicoal MUseo nacional de antropologa (1825-1964)

    Claudia Barragn

    notas

    directores del MUseo nacional de antropologa (1825-2014)Mara Trinidad Lahirigoyen y Ana Luisa Madrigal

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  • LOS AOS DE PRUEBALA hiStORiA inDitA DE Un ORigEn

    MiRUnA AchiM

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    E l primer medio siglo de vida del Museo Nacional de Mxico se conoce tan poco que ha dado lugar a especulaciones diversas. Hay quienes han querido reconocer en aquel pequeo museo, que ocup entre 1825 y 1867 unos cuantos salones y parte del patio de la cntrica Nacional y Pontificia Universidad de Mxico, un espacio para imaginar la identidad de la nacin mexicana, y quienes no han visto en la mezcla singular y bizarra de sus objetos sino un ensayo algo malogrado hacia la construccin de un museo nacional. Algunos historiadores han pensado los estantes y escaparates abigarrados del Museo como dispositivos para disciplinar el gusto, la mirada y el patriotismo del pblico, mientras otros han reparado en que el amontonamiento de objetos y el hecho de que el Museo permaneciera cerrado tan a menudo no servan para educar. Finalmente, hay quienes han recordado el museo de la primera mitad del siglo xix como un heroico paso original que culminara en el Museo Nacional de Antropologa (MNA) casi un siglo y medio despus.

    Aunque nada de lo que se ha dicho est del todo equivocado ni es del todo cierto, hace falta escribir la historia del primer Museo Nacional de Mxico no desde nuestras expectativas actuales, sesgadas por las ltimas teoras en boga, respecto a qu es y qu hace un museo, sino para reconstruir qu fue y qu trat de hacer el Museo en medio de circunstancias polticas, econmicas y culturales muy particulares. A grandes rasgos, la fundacin del Museo Nacional de Mxico que se debi en gran parte a la voluntad y capacidad de cabildeo poltico de Lucas Alamn, el joven ministro de Relaciones Interiores y Exteriores de la Primera Repblica mexicana refleja una tendencia generalizada entre los pases recin independizados de la Amrica espaola: la de crear museos nacionales o regionales. As, Chile tuvo su primer museo en 1822, Argentina y Colombia en 1823, Per en 1826, Bolivia en 1838. Fundar museos se segua de fundar naciones independientes. Pero si el Museo Nacional de Mxico era efecto del proceso de independencia de Mxico, tambin era legado del recin abolido virreinato. El ncleo de su coleccin lo integraban en aquel momento inicial objetos de historia natural, reunidos en gabinetes privados en las postrimeras de la colonia, y antigedades y reportes anticuarios recogidos por el capitn Guillermo Dupaix durante la Real Expedicin

    Anticuaria (1805-1808) y en sus viajes particulares. Por lo tanto, lejos de representar la ruptura con el pasado colonial de Mxico, el Museo Nacional vena a dar continuacin a prcticas y proyectos forjados en los espacios de sociabilidad y en las oficinas del virreinato.

    Por otro lado, quienes se ocuparon en un principio de l eran hombres educados en las escuelas y seminarios de la Nueva Espaa. Ignacio Cubas, a cargo temporalmente del Museo durante su primer ao, haba sido miembro de la Junta de Antigedades creada por el virrey Jos de Iturrigaray para revisar los resultados de las expediciones de Guillermo Dupaix; Isidro Ignacio de Icaza, primer conservador del Museo, haba estudiado teologa en la Real y Pontificia Universidad de Mxico; Pablo de la Llave, el encargado de las colecciones de historia natural y, a partir de 1831, presidente de la Junta Directiva, haba sido ayudante en el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid en la segunda dcada del siglo xix; finalmente, Lucas Alamn, el ministro cuya oficina aprobaba los gastos del Museo y cuya correspondencia con prestigiosos naturalistas europeos asegur la entrada e intercambio de objetos entre el Museo Nacional de Mxico y varios gabinetes transatlnticos durante un tiempo, se haba educado en el Real Seminario de Minera.

    U n decreto dictado por el presidente Guadalupe Victoria en marzo de 1825 formaliz la fundacin del Museo Nacional y en 1831 el Congreso mexicano aprob el reglamento redactado por Icaza para su administracin. All se especificaba, entre otras cosas, que el establecimiento comprendera antigedades, productos industriales, historia natural y un jardn botnico, que quedaba a cargo de una junta directiva compuesta por siete individuos y que el gobierno dispona de 3,000 pesos para la compra de objetos. Adems del paso del Museo a la jurisdiccin de una recin formada Direccin General de Instruccin Pblica en 1833, estas decisiones oficiales resumen la historia legal del sitio en su primer medio siglo. Pero la ley nunca fue lo mismo que la prctica y, aunque el Museo obtuvo reconocimiento oficial, esto no significa que hubiera logrado visibilidad institucional o que contara siempre con el respaldo oficial y material que necesitaba para llevar a cabo sus actividades.

    Guillermo Dupaix, Descripcin de monumentos antiguos mexicanos, 1794.CONACULTA-INAH-BIBLIOTECA NACIONAL DE ANTROPOLOGA E HISTORIA

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    As lo manifiestan las peticiones de adquisicin de objetos por parte de sus encargados, a menudo pospuestas o desatendidas: fue el caso del mineral de plata de Batopilas, de los huesos de mamut de Texcoco, de las antigedades de Chiapas que Icaza adquirira para el Museo a finales de la dcada de 1820. En un pas dividido polticamente entre centralistas y federalistas, no era claro para todos por qu los objetos deban acabar en un museo en la capital del pas. Lorenzo de Zavala, jefe poltico del estado de Mxico, por ejemplo, se opuso al traslado a la Ciudad de Mxico de los huesos del mamut desenterrados en Texcoco. Para 1830, empezaron a aparecer museos pblicos y privados en otros estados de la Repblica, como el de Oaxaca y el de los padres Camacho en Campeche. Tampoco haba un consenso sobre qu objetos tendran que estar en el Museo. Por ejemplo, a una circular del ao 1827 del gobierno federal dirigida a los gobiernos estatales para pedirles que mandaran a la capital objetos de importancia, Chihuahua respondi enviando pedazos de plata, California remiti pieles de nutria y modelos de canoas de la baha de Kotzebue procedentes del comercio con las colonias rusas en Alaska, mientras que el jefe poltico de Yucatn respondi diciendo que en su estado no haba nada digno de atencin, ms all de algunos pjaros de bello plumaje.

    sucio y destructor [como] un animal puede ser un soldado mexicano.

    Aunque indudablemente tena algo de cierto (incluso mucho), la pintoresca descripcin de Tylor, como tantas otras crnicas de viaje, pretenda sobre todo justificar la exportacin de antigedades mexicanas por extranjeros al argumentar que los mexicanos, como los brbaros del sur de Europa, no se interesaban por, o no saban cmo, cuidar sus antigedades. En Mxico, como en la Grecia del siglo xix, existan, por cierto, leyes que impedan la extraccin de antigedades, pero en Mxico la ley, expedida en 1827, era difcil de hacer cumplir: conflictos entre intereses centrales y regionales, la psima condicin de los caminos, la misma topografa del pas, que aislaba la capital del resto de Mxico por medio de un crculo de montaas, y la corrupcin de los agentes de aduana hicieron ms fcil que un pesado relieve de Palenque saliera del pas por va martima, desde Tabasco, en lugar de ser depositado en el Museo en la Ciudad de Mxico. Si agregamos a sto que muchos de los contrabandistas en antigedades mexicanas eran a su vez agentes comerciales y diplomticos, es decir, gente que conoca muy bien el sistema comercial y poltico mexicano, entendemos por qu el trfico en antigedades mexicanas era prcticamente inevitable.

    treinta. Pero el edificio funga en aquel momento como cuartel para los soldados. En los cincuenta, el entonces director del Museo, Jos Fernando Ramrez, volvi a insistir y pidi unos salones en el Palacio Nacional sobre la calle de Moneda, donde el Museo fue finalmente trasladado en 1867, por decreto del emperador Maximiliano.

    Pero, si las autoridades federales no parecan siempre dispuestas a resolver los problemas del Museo, a veces incluso agravaban su situacin: por ejemplo, al convertir el edificio de la Universidad en cuartel militar. De la visita del futuro antroplogo britnico Edward Burnett Tylor al Museo en el ao 1856 tenemos el siguiente testimonio: Nos sorprendimos bastante cuando, al llegar a la puerta que abra al patio, nos par un centinela para preguntarnos qu queramos. La planta baja [del edificio] haba sido convertida en cuartel para los soldados. Como [este piso] se usaba para las piezas de escultura ms pesadas, la escena era bastante curiosa. Los soldados haban volteado algunos de los dolos ms pequeos cara abajo y, sentados cmodamente sobre sus espaldas, jugaban cartas. Con dolos y otras piedras esculpidas apoyadas contra la Teoyaomiqui [Coatlicue], la gran diosa de la guerra, un soldado emprendedor haba construido una conejera y criaba conejos all. Uno se puede imaginar el estado del lugar dejado a las anchas de un regimiento mexicano si sabe qu tan

    C omo lo reflejan sus inventarios a lo largo de estos aos, el Museo acumulara antigedades prehispnicas y copias de algunas de las antigedades del Viejo Mundo, colecciones mineralgicas, conchas, animales disecados, muestras de carbn mineral, monedas, una copia de la Declaracin de Independencia de los Estados Unidos, los retratos de los virreyes de la Nueva Espaa y de la familia real de Francia, la armadura de Hernn Corts, un dolo de madera de Nueva Zelanda, un castillo de paja hecho por un reo en la crcel y hasta unos estantes con falsificaciones de antigedades mexicanas. Por extraa que parezca esta mezcla, el Museo Nacional de Mxico no era tan distinto de los dems museos de su tiempo, desde el de Londres hasta el de Filadelfia. Ms que la gran diversidad de sus colecciones, el problema era la falta de espacio para organizarlas y exhibirlas; dnde poner todos sus objetos fue un problema desde los primeros momentos despus de la fundacin del Museo, e Icaza pidi ms salones en la Universidad. Despus del fallido intento de acomodar la coleccin de Lorenzo Boturini en el Museo con la consecuencia de que los cdices ms representativos de Boturini acabaran en manos del coleccionista francs Jean Marius Aubin y, finalmente, en la Biblioteca Nacional de Francia, la Junta Directiva del Museo duplic sus esfuerzos, solicitando el antiguo edificio de la Inquisicin a principios de los aos

    Guillermo Dupaix, Antiquits mexicaines, Pars, 1834.CEHM, GRUPO CARSO, FUNDACIN CARLOS SLIM

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    Empezamos a vislumbrar en estas pocas pginas algunos de los retos ms apremiantes a los cuales se enfrent el Museo Nacional de Mxico durante las primeras dcadas despus de su fundacin: la falta de recursos materiales (desde fondos hasta espacios) y de apoyo gubernamental para obtenerlos; la competencia extranjera por ciertos objetos, especialmente antigedades; y una situacin poltica muy inestable que difcilmente conduca al fortalecimiento de grandes proyectos nacionales. Y, sin embargo, contra viento y marea, el Museo sobrevivi a su primer medio siglo. No fue el caso de todos los museos nacionales fundados en la Amrica espaola en la primera dcada despus de la independencia: algunos desaparecieron. Pero el flamante Museo Nacional que abri sus puertas en la calle de Moneda a principios de los aos setenta no haba sido improvisado de la nada. Para 1867, el Museo contaba con una coleccin mucho ms rica que aqulla con la cual haba empezado en 1823. No se trat, como veremos a continuacin, al recordar algunos episodios de su historia temprana, solamente de ensayar estrategias para acumular cosas sino, al mismo tiempo, de investirlas de valores simblicos, cientficos, polticos que justificaran su pertenencia a una coleccin nacional.

    E n una carta fechada el 7 de abril de 1829, Icaza informaba al Despacho de Relaciones Interiores y Exteriores sobre un trueque entre el Museo y el viajero francs Henri Baradre, venido a Mxico en 1828 a establecer una colonia francesa en Coatzacoalcos. Despus del sonado fracaso del proyecto de colonizacin, Baradre lleg a la Ciudad de Mxico y ofreci al Museo una coleccin

    compuesta de setenta pjaros de frica [y] diez y ocho de Mxico, disecados, armados y colocados en sus nichos, e igualmente otra de mariposas e insectos con marco y vidrio. A cambio de sus colecciones de pjaros y mariposas, Baradre recibi del Museo copias de los reportes de las expediciones anticuarias de Guillermo Dupaix, junto con ciento cuarenta y cinco dibujos de antigedades realizados por Luciano Castaeda, el acompaante de Dupaix. Del gobierno, Baradre obtuvo permisos para llevar a cabo excavaciones anticuarias en diferentes sitios, incluyendo las ruinas de Palenque y Mitla, y se comprometi a entregar al Museo la mitad de los objetos encontrados a cambio de una indemnizacin, en dinero o en especie: Baradre se llevara consigo a Europa la otra mitad, a condicin de que en el Museo hubiera duplicados u objetos muy parecidos. Baradre tambin prometa, al regresar de sus expediciones, armar para el Museo otros cuarenta y dos pjaros.

    Baradre nunca lleg a Palenque y tampoco regres a la Ciudad de Mxico. Para finales de 1829 se encontraba de vuelta en Francia, donde la coleccin de antigedades que haba adquirido durante su estancia de casi dos aos en Mxico y, sobre todo, sus copias de las expediciones de Dupaix, causaron gran sensacin entre las sociedades eruditas de Pars. Unos aos despus, Baradre publicara los manuscritos de Dupaix y las ilustraciones de Luciano Castaeda en una edicin lujosa de dos tomos, Antiquits mexicaines, donde participaban, entre otros, escritores de la talla del vizconde de Chateaubriand y algunos de los anticuarios ms clebres del momento: el estudioso de antigedades americanas David Bailie Warden y el decano de la egiptologa Alexandre Lenoir.

    Guillermo Dupaix, Descripcin de monumentos antiguos mexicanos, 1794.CONACULTA-INAH-BIBLIOTECA NACIONAL DE ANTROPOLOGA E HISTORIA

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    y el viajero francs constitua un contacto inicial entre el Museo y sus visitantes extranjeros, quienes apenas empezaban a interesarse por las antigedades mexicanas. En este sentido, no haba reglas ni protocolos sobre cmo actuar ante el inters de los viajeros, ni sobre quin era digno de confianza y quin no. Estas reglas se construiran poco a poco, y, de hecho, unos aos despus, Icaza dudara sobre si permitir o no que los extranjeros emprendieran excavaciones en Mxico.

    Por otro lado, es muy probable que Icaza viera en Baradre una oportunidad para dar a conocer al mundo una de las joyas del Museo: la coleccin

    de manuscritos y dibujos de las expediciones de Guillermo Dupaix. No olvidemos que una copia de los reportes de las expediciones haba llegado a Espaa en 1820, donde fue guardada en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla hasta 1969, cuando el historiador Jos Alcina Franch la public finalmente. El proyecto del mismo ministro Alamn de publicar los manuscritos de Dupaix reunidos en el Museo nunca se cumpli. Como tampoco fructific ms all de tres nmeros, por falta de suscriptores, el proyecto del propio Icaza de una publicacin peridica con ilustraciones y descripciones de las antigedades del Museo Nacional.

    Para esos tres nmeros de la Coleccin de las antigedades mexicanas que ecsisten [sic] en el Museo Nacional, Icaza recurri al artista prusiano Jean-Frdric Waldeck, ya asociado con la ilustracin de antigedades mexicanas Waldeck haba colaborado en un libro sobre Palenque antes de llegar a Mxico y uno de los pocos hombres en el Mxico de entonces que saba manejar una prensa litogrfica. Durante los siguientes aos, la colaboracin del Museo con artistas extranjeros, como Maximilien Franck y Carl Nebel, entre otros, se estrechara. En este contexto, la decisin de Icaza de encargar una copia de los documentos de Dupaix, con el propsito de que se publicara en Francia, no es difcil de entender. Era una manera de dar visibilidad al Museo mismo, de presentarlo como participante en las incipientes redes donde se traficaban conocimientos sobre las antigedades americanas y, a veces, los objetos mismos. En esto, Baradre no le fallara a Icaza: en su prlogo al libro incluy un largo reconocimiento al Museo y la prediccin de que pronto se convertira en la institucin propia de un pas civilizado.

    Por otro lado, habra otra razn de peso en la decisin de Icaza de tratar con Baradre: en el Museo Nacional, que reuna antigedades y objetos de historia natural entre sus acervos, los pjaros exticos de Baradre tenan un atractivo particular. El presupuesto reducido del Museo impeda que emprendiera grandes expediciones, naturalistas o anticuarias, y, muchas veces, los objetos llegaban al Museo por canje o por donacin. Los pjaros africanos que Baradre ofreca no slo eran exticos y, por lo tanto, imposibles de adquirir de otra manera, sino que, a decir del encargado de la coleccin de historia natural, Pablo de la Llave, estaban bien preservados, en un momento en el que la taxidermia distaba mucho de la perfeccin. Efectivamente, al intercambiar pjaros por antigedades, Icaza pone de manifiesto que las antigedades mexicanas no tenan el valor simblico, comercial o cientfico que fueron adquiriendo a lo largo de los aos y a travs de intercambios como el que celebraron Icaza y Baradre. Pero, antes de que fueran apropiadas como objetos para la ciencia y para la nacin, era necesario que las antigedades mexicanas dejaran de asociarse a ciertas prcticas tradicionales, como por ejemplo los usos que seguan teniendo entre las comunidades y pueblos de indios.

    Junto con las ambiciosas publicaciones sobre antigedades mexicanas tituladas Antiquities of Mexico, editadas por Lord Kingsborough en Londres, el libro de Baradre dio un impulso importante al estudio del Mxico antiguo, y particularmente a las investigaciones sobre la relacin entre las antiguas civilizaciones de Mxico y las del Viejo Mundo. Y, aunque para el siglo xix las comparaciones entre el Mxico antiguo y Egipto, China o India no eran nuevas, la publicacin de las expediciones de Dupaix en ingls y en francs dio rienda suelta a especulaciones de todo tipo en torno a la naturaleza de estas relaciones. El Nuevo Mundo no era tan nuevo a fin de cuentas.

    En cuanto al Museo, no recibi los cuarenta y dos pjaros que le prometa Baradre a su regreso, ni su parte de las antigedades que ste reuni durante sus viajes por Mxico. Adems, las colecciones de pjaros que Baradre le haba cedido antes de irse cayeron presa de la polilla muy pronto. Aun si el francs hubiera respetado su parte del trato, desde casi dos siglos de distancia es difcil no pensar que Icaza se equivoc o se dej engaar al apoyar las condiciones del canje con Baradre. Cambiar documentos que relacionamos con la memoria de la nacin por una coleccin de pjaros disecados sera incomprensible en la actualidad.

    Hoy asumimos de antemano que los manuscritos y las antigedades no son transferibles y que la eleccin entre objetos arqueolgicos provenientes de pocas perdidas en la noche de los siglos o pjaros suplidos sin cesar por la naturaleza es un acto carente de sentido. Sin embargo, en su carta al Despacho de Relaciones Interiores y Exteriores, Icaza se jact de las ventajas del canje que celebr con el francs. Y claramente el Despacho tambin apreci el intercambio, porque lo aprob. Hay, como vemos, una evidente discrepancia entre los juicios de valor de los directivos del Museo Nacional y los de cualquier visitante del Museo mnimamente informado de hoy en da. Pero, ms que atribuir tal divergencia de opiniones a un grave error de entendimiento o de clculo por parte de Icaza, la tarea del historiador es explicar por qu y bajo qu lgica Icaza opt por los pjaros de Baradre y en qu contextos podra resultar notoriamente ventajosa la transaccin entre el Museo y el viajero francs. Qu nos dice este intercambio sobre el Museo Nacional en 1828? Ante todo, hay que reconocer que el trato entre el conservador mexicano

    Lord Kingsborough, Antiquities of Mexico (Cdice Kingsborough ), Londres, 1830-1848.CONACULTA-INAH-BIBLIOTECA NACIONAL DE ANTROPOLOGA E HISTORIA

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    Guillermo Dupaix, Antiquits mexicaines, Pars, 1834.CEHM, GRUPO CARSO, FUNDACIN CARLOS SLIM

    Guillermo Dupaix, Antiquits mexicaines, Pars, 1834.CEHM, GRUPO CARSO, FUNDACIN CARLOS SLIM

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    a ir all, enfrentando las aguas turbulentas de la laguna, para pedir lluvia. Garay reduce la magia a una explicacin geolgica: la isla emita un ruido fantasmal, como el sonido de campanas, cuando las piedras sienticas se golpeaban unas contra otras.

    A pesar de sus recelos y ante amenazas no especificadas por parte de los expedicionarios, los vecinos de San Mateo accedieron a atravesar la laguna, pero, una vez en la isla, no hubo conminacin que los hiciera subir el cerro para ayudar a colocar las seales. Los cientficos de la capital tuvieron que subir solos y regresaron con unos dolos de barro y un incensario, que depositaran en el Museo Nacional de Mxico.

    Aunque visiblemente sorprendidos al ver los objetos, los indios fingieron no saber nada de ellos y no contestaron preguntas sobre sus significados. Das despus, trataron de robar de vuelta los dolos, pero un miembro de la expedicin se los impidi. Era obvio que, al mover los dolos de su lugar, los expedicionarios haban provocado gran trastorno entre los lugareos y Garay pensaba que saba por qu: las estatuas conservaban pedazos de cera fresca, lo cual implicaba que los dolos todava servan como

    objetos de culto para el pueblo, con el consentimiento tcito de curas indolentes. Segn Garay, la agitacin de los locales delataba, por un lado, el miedo de quedarse sin sus dioses de la lluvia y, por el otro, la incomprensin de que unos espaoles trmino que empleaban los indios para hablar de todo extranjero hubieran escapado sin castigo tras profanar a los dioses de la comunidad.

    El incidente le sirvi a Garay como preludio de unos cuantos apuntes de corte etnogrfico: los habitantes de San Mateo eran tnicamente huaves y haban emigrado a Divanamar desde el sur. Garay pensaba que los huaves estaban emparentados con los indios del Per y que nada tenan que ver con sus vecinos zapotecas, el nico grupo indio que, para l, mostraba inteligencia, diligencia, jovialidad y poda ufanarse de tener un bello sexo. En cambio, los huaves formaban una raza fsica y moralmente degradada, de aspecto repugnante, que vivan en la barbarie ms grosera. Tan atrasados eran los huaves a ojos de Garay que ste no pensaba

    dolo de Tehuantepec, principios del siglo xx. Boletn del Museo Nacional de Arqueologa, Historia y Etnologa, 1913.CONACULTA-INAH-BIBLIOTECA NACIONAL DE ANTROPOLOGA E HISTORIA

    que hubieran fabricado los dolos del cerro de Manopostiac; para el jefe de la expedicin, los objetos eran seguramente de antigua manufactura zapoteca y los huaves, incapaces de explicar sus significados, slo los usaban en sus rituales trasnochados.

    A sus lectores de peridicos en la Ciudad de Mxico y a los inversionistas del otro lado del Atlntico, Garay ofreca una parbola de la lucha de Mxico por entrar en la modernidad, una parbola compartida tambin por la literatura anticuaria de sus tiempos. Haba en Mxico dos grupos de gentes: por un lado, proyectistas, escritores, inversionistas, quienes hablaban el lenguaje de las ciencias, de la ingeniera y de los negocios internacionales y socializaban alrededor de colecciones de antigedades; por el otro, indios degenerados, silenciosos, atrasados, quienes constituan un lastre para todo intento de modernizar al pas. La caracterizacin etnogrfica de los huaves y las antigedades que los desmentan como legtimos dueos se volvan en la narrativa de Garay

    E ntre 1842 y 1843, el empresario Jos de Garay y Garay llev a cabo un viaje de reconocimiento al istmo de Tehuantepec con el propsito de determinar la viabilidad y las ventajas de un canal interocenico a travs del istmo. El presidente Antonio Lpez de Santa Anna le haba concedido a Garay propiedad sobre los terrenos baldos de los dos lados del futuro canal y derechos exclusivos de construccin y de aduana, y Garay, deseoso de capitalizar las promesas del proyecto, se dirigi al istmo para coleccionar datos cartogrficos, topogrficos, meteorolgicos, botnicos, mineralgicos y etnogrficos. El resultado de sus reconocimientos fueron unos cuantos artculos en peridicos capitalinos y un libro de 188 pginas: Survey of the Isthmus of Tehuantepec, Executed in the Years 1842 and 1843, with the Intent of Establishing a Communication between the Atlantic and Pacific Oceans, publicado en Londres como carta de presentacin de Garay ante inversionistas extranjeros.

    La Comisin del Istmo de Tehuantepec empez sus trabajos en el sur del lugar, en el pueblo de San Mateo, sobre la orilla de la laguna de Divanamar, en medio de la cual se levanta, a unos trescientos metros sobre la superficie del mar, la isla volcnica de Manopostiac. Para los cientficos de la expedicin, la cima de la isla prometa ser un punto ventajoso desde el que llevar a cabo triangulaciones y formar as cartas topogrficas. Pero, al pedir ayuda a los indios de San Mateo para cruzar la laguna, stos se la negaron categricamente. La gente del pueblo, nos informa Garay, pensaba que la isla tena propiedades mgicas en zapoteco, manopostiac quiere decir cerro encantado y por lo tanto slo se arriesgaba

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    herramientas para medir la distancia entre los huaves y algn ancestro mucho ms ilustrado. Haba una insoslayable discontinuidad, genealgica e intelectual, entre los indios contemporneos y las antigedades prehispnicas en su posesin, y esta supuesta discontinuidad se convertira, a lo largo de todo el siglo xix, en la justificacin para despojar a los indios de sus dolos.

    En la narrativa de Garay, reclamar dolos era slo un paso previo a reclamar las tierras baldas de los dos lados del canal, y los dos actos tenan una coartada comn: los indios no saban cmo usar las tierras o las antigedades, o hacan uso equivocado de ellas. En nombre del progreso, las tierras seran reconocidas, estudiadas, transformadas en terrenos aprovechables. De la misma forma, el paso de los dolos de los huaves al Museo Nacional encerraba una promesa, la de asegurar la conservacin de los objetos, por un lado, y un acto de desencantamiento por el otro: los dioses de la lluvia, centro de devociones supersticiosas, se volveran objeto de los rituales ms racionales de las incipientes ciencias arqueolgicas. Es decir, seran medidos, pesados, descritos, descifrados, con ms o menos xito, para ocupar su lugar en series y colecciones de objetos similares en museos y gabinetes. Sus descripciones e ilustraciones circularan por medio de libros, peridicos y correspondencia particular entre anticuarios para reforzar las formas correctas de hablar de las antigedades y marginalizar toda otra forma de aproximarse a ellas.

    Como la historia de los dolos de Divanamar hay muchas: a lo largo del siglo xix, pero tambin del xx, las antigedades del Museo Nacional llegaron a ocupar sus lugares en salones y vitrinas dejando atrs las huellas de sus usos pasados. La historia de las complicadas relaciones de clase y raza que constituyeron las antigedades mexicanas como objetos de la ciencia y de la nacin es todava una historia por contar. En cuanto a los dolos de Tehuantepec, no todos acabaron en el Museo: Garay y su gente dejaron algunas vasijas de barro en un barco y, durante la noche, stas se rompieron sin posibilidad de arreglo o de recuperar sus significados entre los pedazos rotos. El coleccionismo es tambin una forma de destruccin.

    P ara la dcada de 1850, el estudio de las antigedades mexicanas una empresa ms internacional que nacional a lo largo de las primeras dcadas del Museo recibi un importante impulso en Mxico. En 1856, Jos Fernando Ramrez retom su cargo en el Museo, despus de haberlo dejado durante unos aos, forzado al exilio por la ltima dictadura de Santa Anna. Ramrez pas gran parte de su exilio en Europa, de donde regres con copias de manuscritos y cdices mexicanos, mas apuntes y observaciones sobre las antigedades que vio en museos, gabinetes y colecciones en Londres, Pars, Turn y Viena. Armado de materiales nuevos o desconocidos, Ramrez emprendi la tarea de formar un inventario detallado que nunca llegara a completar de las antigedades del Museo Nacional. En 1856 present un adelanto en su Descripcin de algunos objetos del Museo Nacional de Antigedades de Mxico. Dicho trabajo formaba parte del clebre libro Mxico y sus alrededores, un lbum de treinta y una litografas de monumentos, trajes y paisajes evocativos de la vida nacional mexicana, publicado por la imprenta de Decaen. Ramrez empezaba su Descripcin con una crtica puntual: El terreno de la antigedad mexicana permanece todava virgen, no obstante los millares de volmenes histricos que han cado sobre l []. Muchsimos no son ms que hojarasca [] a la espera de que una mano diestra y paciente ejecute en [los estudios anticuarios] lo que ejecut la de Dios en el caos. Como ejemplo de lo ms pernicioso que se haba escrito en el campo de las antigedades mexicanas, Ramrez citaba el artculo de douard Pingret aparecido en el peridico parisino LIllustration.

    Entre 1850 y 1855, el pintor francs douard Pingret (1788-1875) haba vivido en Mxico, donde se gan la vida pintando escenas costumbristas y retratos, entre ellos, el del presidente Arista. Es muy probable que Ramrez conociera a Pingret en Mxico pero, si no, hubiera tenido la oportunidad de encontrrselo de nuevo en Pars, donde Pingret regres, como tantos otros viajeros, con una coleccin de antigedades mexicanas que pretenda vender al Louvre. Pero, cuando el conservador de la sala mexicana del Louvre, Adrien de Longprier, mand a dos expertos en antigedades mexicanas, Jean Marius Aubin y Brasseur de Bourbourg, a examinar la coleccin de Pingret, stos juzgaron que ms de tres

    cuartas partes de los objetos eran falsos! Despechado por los expertos, Pingret llev su caso ante la opinin pblica, presentando algunas de sus piezas en la litografa de LIllustration, que acompa con explicaciones bastante extravagantes en torno al tema del sacrificio humano en el Mxico prehispnico. En defensa de la autenticidad de sus objetos, Pingret alegaba que no haba en Mxico un verdadero inters en las antigedades y conclua, como lo haba hecho Maximilien Franck antes, que por lo tanto no exista un mercado de falsos. Aunque el artculo no tuvo mayor efecto entre los crculos anticuarios de Pars, las acusaciones de Pingret no podan pasar inadvertidas para Ramrez, cuya direccin del Museo haba coincidido en parte con la estancia de Pingret en Mxico. Para el mexicano no se trataba solamente de reparar el orgullo personal o nacional, ni de lanzarse contra un blanco fcil; segn Ramrez, el artculo de Pingret, donde la incorreccin del dibujo se disputa con la fantasa de las explicaciones, constitua un ejemplo ms de cmo la historia, la arqueologa y la etnografa de Mxico se escriban del otro lado del Atlntico. Era imperativo empezar a enmendar algunos de los errores ms comunes.

    L a Descripcin era el correctivo que Ramrez ofreca en una primera instancia, una pgina muy pequea y casi meramente descriptiva [en cursivas en el original] tomada de ese gran libro que aguarda tiempos ms bonancibles, tiempos que desafortunadamente nunca llegaran. En qu consiste el mtodo descriptivo de Ramrez? Desde el punto de vista visual, en una litografa que toma como modelo la litografa en el artculo de Pingret: el mismo espacio reducido, atiborrado de objetos, aunque, hay que reconocerlo, la rendicin de las antigedades del Museo es mucho ms detallada y cuidadosa que la de Pingret. La ilustracin de Ramrez viene acompaada de una serie de explicaciones, enumeradas de 1 a 42, que corresponden a objetos en la litografa. Los nmeros 8 y 26 merecen mencin aparte, bajo la categora de Armas y Divisas. Cada objeto es a la vez texto e imagen y rene un conjunto de datos sobre el aspecto formal de la pieza, su tamao (altura, latitud, espesor o dimetro), material de fabricacin, lugar de proveniencia y circunstancias de su descubrimiento. En s, esta manera de presentar la carta de identidad de una antigedad se haba vuelto normal desde la

    dcada de 1830 pero, en la Descripcin, la informacin correspondiente a cada objeto ha crecido considerablemente, complementada por informacin de ndole histrica, iconogrfica y bibliogrfica. Tomemos como ejemplo la figura erguida en el centro de la litografa, identificada con el nmero 24: una estatua de prfido basltico, de 1.44 m de altura, que Ramrez describe como una divinidad mexicana, colocada antiguamente sobre un altar, en la cspide de la montaa de Tepepulco, hoy Pen Viejo o del Marqus, donde Corts tuvo una reida y sangrienta refriega. Encontrose derribada, mutilada y cubierta de tierra, al abrir las fortificaciones que all se construyeron en 1847. Un examen minucioso lleva a Ramrez a pensar que primitivamente [la estatua] estaba pintada de colores, distinguindose perfectamente el rojo, azul y negro. Sobre stas se dio una lechada de cal, ordenada, probablemente, por los primeros misioneros, para ms desfigurarla. Aunque Ramrez confiesa que la iconologa mexicana se encuentra todava muy atrasada para fijar de una manera precisa un nombre y atributos de la deidad para estudiarla iconogrficamente, la cara ennegrecida de la pieza que, aclara, no es un defecto de la litografa lo lleva a especular que se trataba de una deidad protectora del comercio y de la seguridad de los caminos: las manchas forman una costra de casi un milmetro de espesor, [debida] al humo de la turificacin. Cuntos aos han debido transcurrir se admira Ramrez para que sta se formara en una estatua colocada al descubierto, expuesta a todas las inclemencias, batida por vientos continuos. Su culto debi ser extraordinario.

    En otros casos, propone hiptesis mucho ms detalladas sobre los usos o significados de los objetos. De la pieza que ocupa el lado derecho de la ilustracin, designada con el nmero 26, vulgarmente conocida con el nombre de Piedra de los Sacrificios, Ramrez cuenta que haba sido estudiada previamente. Para Antonio de Len y Gama, quien escribi a finales del siglo xviii, la piedra era una especie de calendario solar, con el smbolo del sol tallado sobre su cara superior y treinta danzantes representando a los quince pueblos que veneraban el sol esculpidos sobre la circunferencia cilndrica.

    Por su lado, Humboldt pensaba que la piedra conmemoraba las conquistas de un rey azteca y funga

    pginas 88-89Antigedades mexicanas que existen en el Museo Nacional de Mxico, litografa de Casimiro Castro,

    publicada en el libro Mxico y sus alrededores: coleccin de monumentos, trajes y paisajes, Mxico, 1855-1856.ARCHIvO ARqUITECTO PEDRO RAMREz vzqUEz

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    como una especie de altar. Para Ramrez, ninguna de estas conjeturas [estaba] enteramente fundada, aunque en ambas [haba] algo de acierto: se trataba de un monumento conmemorativo, a la par que votivo. Por un lado, la piedra constitua una fuente histrica importante al proveer datos, que no se encontraban en ningn libro impreso ni manuscrito, sobre la campaa militar emprendida en 1482 por el sptimo rey de los aztecas, Tzoc (1481-1486), contra los pueblos figurados en la circunferencia del cilindro; por lo tanto, lejos de simbolizar danzantes, como supona Gama, estos personajes representaban grupos de vencedores y de vencidos, dispuestos de dos en dos, el uno llevando asido el cabello del otro y ste portando en la mano izquierda un haz de flechas con la punta hacia abajo, de la manera que se ven los relieves de su gnero en los monumentos egipcios y asirios. Detrs de la cabeza de cada prisionero un smbolo jeroglfico da fonticamente el nombre de su pueblo. Por el otro lado, explicaba Ramrez, la efigie del sol, grabada en alto relieve en el plano del cilindro, mostraba su calidad votiva. Como los romanos, los griegos y todos los pueblos famosos de la antigedad, los antiguos mexicanos entendan que las grandes acciones deban referirse siempre a la divinidad como causa primera y nica dispensadora de los beneficios recibidos y consagran el monumento al sol, una de las principales divinidades del imperio, en accin de gracias por la victoria obtenida.

    R amrez complementa la descripcin jeroglfico-histrico-iconogrfica con datos concretos. El monumento es de prfido de basalto, muy slido, de 2.67 m de dimetro, sobre 0.53 m de alto; los relieves del cilindro tienen 0.21 m de alto y la cara horizontal alza de su plano 0.025 m. Fue descubierto el 17 de diciembre de 1791 y enterrado de nuevo, de manera que la superficie plana quedaba a la ras del suelo, hasta el 10 de noviembre de 1824, cuando se traslad al Museo Nacional. Finalmente, Ramrez remite al lector interesado a un dibujo exacto de esta pieza en la hermosa coleccin de Carl Nebel. Ramrez presenta as una especie de biografa de la pieza, desde su creacin y sus posibles usos en la poca prehispnica, hasta sus percances entre finales del siglo xviii, cuando fue desenterrada y nuevamente enterrada, y principios del xix, cuando lleg al Museo.

    o de su equivalente en nhuatl es prueba de ello, Ramrez desdea sas y otras explicaciones semejantes [que] se hallan en los catlogos de otras colecciones que registr durante mi residencia en Europa; de aqu tantas ideas falsas, tantas interpretaciones violentas, tantas analogas imaginarias y tantos sistemas fantsticos, como se ven en la casi totalidad de los escritores de antigedades americanas, aptos solamente para recrear las dificultades y hacer ms densas las tinieblas que envuelven ese interesante y casi inexplorado departamento de la arqueologa.

    Aunque la Descripcin era sobre todo un intento de dar a conocer algunos de los objetos del Museo y muchos de las antigedades representadas all se volveran icnicas, al mismo tiempo pona de manifiesto el trabajo del curador del Museo. Al centro de este bodegn de cosas se encuentra indudablemente Ramrez, quien combina erudicin anticuaria y experiencia internacional con sus conocimientos como local para sopesar hiptesis, comparar especulaciones y proponer mtodos para el estudio de las antigedades mexicanas.

    Como respuesta a los coleccionistas extranjeros que insistan en que las antigedades eran de quienes las estudiaban, Ramrez afirma que los mexicanos estudian sus antigedades. Unos aos despus, como miembro del gabinete del emperador Maximiliano, dar una respuesta similar al marqus de Monthalon, embajador de Francia en Mxico, cuando ste le espet que los mexicanos eran tan brbaros que no dejaban que los franceses se llevaran objetos del Museo para estudiarlos: Seramos brbaros si lo permitisemos.

    E l Museo Nacional inaugurado en la calle de Moneda en 1867 era el fruto del largo proceso de ajuste, aprendizaje y supervivencia del museo fundado en 1825 sin ms guin que el de coleccionar antigedades y objetos de historia natural. Durante las primeras dcadas despus de su creacin, aprendi a ser no tanto un museo nacional porque, adems, como proclam Mariano Otero, entre otros, ni la nacin ni el espritu nacional existan en esos aos de desacuerdo y guerra civil como un museo.

    Es decir, el Museo aprendi a competir por objetos con otras instituciones y a hacer visible su coleccin ante los ojos de mexicanos y extranjeros y, por lo tanto, a poner de manifiesto su trabajo como generador de

    conocimientos. A su vez, despus de la restauracin de la Repblica, los nuevos polticos aprenderan a dar significados nacionales a los objetos custodiados y estudiados por los curadores.

    Aunque la coleccin del Museo en su primer medio siglo era, como vimos, sumamente heterognea, se vislumbran en ella sin embargo algunas tendencias que seran reforzadas durante las ltimas dcadas del siglo xix. Primero, el olvido paulatino de la historia natural y la predileccin por las antigedades como objetos de una coleccin nacional por excelencia. As, mientras Icaza haba accedido a intercambiar antigedades para obtener pjaros emplumados, treinta aos despus Ramrez despedira al taxidermista que emplumaba pjaros en el Museo; la historia natural regresara al Museo en el porfiriato, pero no por mucho tiempo. Segundo, si los mexicanos defendan como lo haban hecho coleccionistas extranjeros que los objetos eran de quienes los estudiaban, se haca patente que las antigedades, custodiadas durante siglos por comunidades indgenas, perteneceran en adelante al Museo; cualquier otro uso de las antigedades sera olvidado a favor del valor del objeto como pieza de coleccin. Tercero, ms all de su espacio atiborrado de cosas, el Museo se haca presente tambin en sus colecciones de papel: fue a travs de sus publicaciones, ms que de sus colecciones abarrotadas, que pudo exhibir sus objetos y educar al pblico. En s, este ltimo punto encierra una leccin importante para el historiador: el Museo Nacional era ms que una coleccin de leyes y que unos cuantos salones en el edificio de la antigua Universidad. A lo largo de cincuenta aos, existi a travs de sus publicaciones, su correspondencia, sus relaciones con diplomticos, soldados, contrabandistas, coleccionistas nacionales y extranjeros, editores, artistas y comunidades indgenas. Es all donde hay que empezar a buscarlo.

    No se trata, sin embargo, ni en ste ni en otros casos, solamente de una historia material del objeto aunque Ramrez no escatima ancdotas sobre el descubrimiento o los paraderos de las piezas sino, sobre todo, de su biografa intelectual, es decir, de la historia de las explicaciones e interpretaciones a las cuales fue sometida. La Descripcin se lee, en parte, como un desfile de autoridades en materia de antigedades mexicanas, incluyendo a Francisco Javier Clavijero, fray Servando Teresa de Mier, Humboldt, Franck, Nebel, Dupaix, Brantz Meyer, Lord Kingsborough y los catlogos de varios museos europeos. As, en su mayora, los objetos seleccionados por Ramrez ofrecen al lector una especie de estado de la cuestin especfico para cada pieza y una oportunidad para comparar y contraponer interpretaciones e hiptesis en torno a su uso o significado. Su profundo conocimiento de estos estudios le permite intervenir en debates vigentes, como lo era la cuestin de la relacin entre las antigedades mexicanas y las del Viejo Mundo.

    Por ejemplo, Ramrez encuentra que la pequea figura sentada al lado izquierdo, identificada con el nmero 2, muestra gran semejanza con las antigedades egipcias que l mismo haba visto en Turn, Pars y Londres. Sin embargo, ms que postular un origen comn a estos objetos, explica que, en ambos casos, se trataba de una posicin reverencial, que se tomaba para orar o para hablar a un superior.

    Por otro lado, Ramrez est interesado en comprobar los lmites de la comparacin entre los objetos del antiguo Mxico y los del Viejo Mundo, y para esto se sirve de un pequeo objeto, en el piso, enfrente hacia la derecha, identificado con el nmero 37, que describe como un instrumento de barro muy duro, usado hasta hoy por las mujeres indgenas, con el nombre de malacate. En el Museo Nacional de Mxico, escribe, hay muchos objetos de esta clase, que varan en forma, adorno y material, segn la calidad de las personas a que pertenecan. Tambin los hay en los museos de Turn y de Londres, y Ramrez difcilmente puede escapar de la oportunidad de rechazar la descripcin de estos objetos en el catlogo del Museo Britnico como objetos cnicos perforados y ornamentados conelementos nativos, aparentemente empleados como botones.

    Explicando que los antiguos mexicanos no usaban botones y la ausencia de la palabra botn

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    Guillermo Dupaix, Antiquits mexicaines, Pars, 1834.CEHM, GRUPO CARSO, FUNDACIN CARLOS SLIM

    Guillermo Dupaix, Antiquits mexicaines, Pars, 1834.CEHM, GRUPO CARSO, FUNDACIN CARLOS SLIM

    p24-2572-93_Miruna Achin