actitud religiosa de los grandes científicos a lo largo de la historia · 2015. 3. 10. ·...
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Actitud religiosa de los
grandes científicos a lo
largo de la historia
Juan Arana
Universidad
de Sevilla
«Entre los científicos se reproduce la diversidad que observamos entre las demás gentes: los hay cristianos, agnósticos, ateos, musulmanes, fervorosos, tibios, teístas sin religión particular, deístas...»
Hombres de fe entre los fundadores de la ciencia moderna
Hombres de fe en la ciencia decimonónica
«Hemos pasado revista, en los dos volúmenes a 432 nombres pertenecientes al siglo XIX. Quitando de este número los 34 cuya actitud religiosa nos es desconocida, quedan 398 que se reparten así: 15 indiferentes o agnósticos, 16 ateos y 367 creyentes.»
11.- «Es igualmente increíble que las sagradas moradas de
los dioses estén situadas en alguna parte del mundo. Pues la
substancia divina es muy tenue, muy lejos del alcance de
nuestros sentidos, y apenas cognoscible por la mente. Y
como escapa al contacto y al golpe de las manos, no debe
tocar nada que sea tangible para nosotros. Pues es incapaz
de tocar lo que sea en sí mismo intangible. Por tanto,
también sus sedes deben ser muy distintas de las nuestras,
sutiles como sus cuerpos mismos; lo cual te demostraré más
tarde con abundantes razones.» Lucrecio, De la
naturaleza..., V, 146-155, II, p. 79.
14.- «El universo fue creado en un
estado no totalmente completo, pero
fue dotado de la capacidad de
transformarse por sí mismo desde la
materia informe a un orden
verdaderamente maravilloso de
estructuras y formas de vida».
Agustín de Hipona, citado por
Martin Rees, Seis números nada
más. Las fuerzas profundas que
ordenan el Universo, Madrid,
Debate, 2001, p. 153.
15.- «La posición singular de Filoponus en la
historia de las ideas científicas la constituye el
hecho de que, por su intermedio, se produjo por
primera vez un enfrentamiento de la cosmología
científica y el monoteísmo.» Sambursky, El mundo
físico..., p. 227.
16.- «La naturaleza produce sus creaciones a partir de las cosas existentes, usando como
bases la materia y la acción, y no siendo capaz de ser u obrar al margen de ellas; sin
embargo, no hay necesidad de que Dios, que trasciende todo lo que existe, cree la
materia y la acción a una con las cosas existentes, porque así Él no contendría nada más
que la naturaleza. En realidad, Dios produce, no sólo las formas de las cosas
inmediatamente creadas por Él, sino que creemos que Él creó también la materia por sí
mismo. Las cosas que están por sobre el tiempo no pueden ser captadas ni expresadas
por los que usamos el lenguaje temporal. Porque así como Dios capta las cosas
temporales en forma intemporal, así también nosotros captamos las cosas que están por
sobre el tiempo en forma temporal.» Juan Filopón, citado por Sambursky, El mundo físico...,
pp. 242, 244-245.
Nicolás de Cusa
«...aunque con respecto a la infinita potencia de Dios, que es interminable, el universo puede ser mayor, sin embargo, por oponerse la posibilidad del ser o materia, que no es extensible en acto infinito, el universo no puede ser mayor, y así es ilimitado, no habiendo algo mayor que él en acto que le limite, y es, por tanto, privativamente infinito.» (Cusa, 1966, 108).
«Así pues, la tierra, la cual no puede ser el centro, no puede carecer de todo movimiento, pues es necesario que ésta se mueva de tal manera que siempre infinitamente sea posible que se mueva aún menos.» (Ibid. 154).
«Por lo cual, la máquina del mundo tendrá el centro en cualquier lugar y la circunferencia en ninguno, pues la circunferencia y el centro es Dios, que está en todas y en ninguna parte.» (Ibid. 158).
«La Tierra es, pues, una estrella noble, que tiene una luz, un calor y una influencia distinta y diversa de todas las demás estrellas, lo mismo que cualquiera de ellas difiere de otras en luz, naturaleza e influencia.» (Ibid. 160).
Un decreto
promulgado en
1277 por el
obispo de París
Étienne Tempier
condenaba la
siguiente tesis:
«Que la causa
primera no
puede hacer
muchos
mundos.» Duhem,
Le système du monde,
IX, p. 374.
Leibniz
En varias ocasiones, durante su estancia en Roma,
Leibniz visitó la Biblioteca vaticana, donde vio
muchos documentos diplomáticos y crónicas que
incluían información sobre la reina Juana de Nápoles
(A 1 5, p. 665). El cardenal Casanata le invitó incluso a
convertirse en custodio de la Biblioteca (cargo que
usualmente ostentaba algún cardenal); pero Leibniz
declinó el cambio de religión requerido y la idea quedó
en nada. De sus primeros contactos con la Curia,
Leibniz sacó la impresión de que mostraban una
receptividad liberal hacia la nueva ciencia. Pues
algunos días, y a iniciativa del cardenal Barbarigo,
tenían lugar en el «Collegium propaganda fidei»
discusiones entre estudiosos en las que participó a
menudo y que versaban sobre los temas de
investigación más reciente en el campo de la ciencia
natural (A 1 7, pp. 495-9). E. J. Aiton, Leibniz. Una
biografía, Madrid, Alianza, 1985, 00. 222-3.
Le teología física
«El Señor Newton y sus seguidores tienen
también una opinión muy graciosa acerca de la
obra de Dios. Según ellos, Dios tiene necesidad
de poner a punto de vez en cuando su reloj. De
otro modo dejaría de moverse. No ha tenido
suficiente imaginación para crear un
movimiento perpetuo. Esta máquina de Dios es
también tan imperfecta que está obligado a
ponerla en orden de vez en cuando por medio
de una ayuda extraordinaria, e, incluso, a
repararla, como haría un relojero con su obra.
Sería así mal artífice en la medida en que
estuviera obligado a retocarla y corregirla.
Según mi opinión, la misma fuerza y vigor
subsiste siempre y solamente pasa de una
materia a otra siguiendo las leyes de la
naturaleza y del buen orden establecido. Y yo
sostengo que cuando Dios hace milagros, no
los hace por mantener las necesidades de la
naturaleza, sino las de la gracia. Juzgar esto de
otra manera sería tener una idea muy baja de la
sabiduría y del poder de Dios». Leibniz, La
polémica Leibniz-Clarke, Madrid, Taurus, 1980, pp. 51-2.
Pierre Simon de Laplace
«Una inteligencia que en
un instante dado
conociese todas las
fuerzas que animan la
naturaleza y la situación
respectiva de los seres que
la componen, [...] abrazaría
en la misma fórmula los
movimientos de los
mayores cuerpos del
universo y los del átomo
más ligero.» (Laplace,
1814, 2).
«...yo estaba muy poco inclinado a renunciar a mi creencia; estoy seguro de ello, pues recuerdo bien haber inventado
muchísimas veces fantasías sobre antiguas cartas en poder de romanos
ilustres, y manuscritos descubiertos en Pompeya o en cualquier otro sitio, que
confirmaban de la manera más asombrosa todo lo que estaba escrito en
los Evangelios. Pero cada vez me resultaba más difícil, dando rienda suelta
a mi imaginación, inventar una prueba que bastase para convencerme. De esta
forma me fue invadiendo el escepticismo poco a poco, hasta que me
convertí en un incrédulo completo. El proceso fue tan lento que no sentí
ningún dolor.»
«La certeza de que existe algo que no podemos alcanzar, nuestra percepción de la razón más profunda y la belleza más deslumbradora, a las que nuestras mentes sólo pueden acceder en sus formas más toscas..., son esta certeza y esta emoción las que constituyen la auténtica religiosidad. En este sentido, y sólo en éste, es en el que soy un hombre profundamente religioso.»
«...el científico está imbuido del sentimiento de la causalidad
universal. Para él, el futuro es algo tan inevitable y determinado como el
pasado. En la moral no hay nada divino, es un asunto puramente
humano. Su sentimiento religioso adquiere la forma de un asombro
extasiado ante la armonía de la ley natural, que revela una inteligencia
de tal superioridad que, comparados con ella, todo el pensamiento y todas las acciones de los seres humanos no
son más que un reflejo insignificante.»
Steven Weinberg
Abdus Salam
«¡Yo no tenía ningún deseo de compartir el destino de
Galileo, con quien me siento fuertemente identificado en parte por la coincidencia de haber nacido exactamente
300 años después de su muerte!»
Stephen Hawking