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Actos del hablaJulio Olalla Mayor
Paper de Estudio • ACP 2014Guía n° 3
www.newfield.cl
LOS ACTOS DEL HABLA Por Julio Olalla Mayor
“Abre tus ojos y tu corazón a todas las inquietudes humanas.
Ninguna de ellas es ajena al coaching”. Julio Olalla
Hemos sostenido que a través del lenguaje no sólo describimos nuestro entorno sino que
también generamos mundos de posibilidades, hacemos que ciertos acontecimientos ocurran, modelamos nuestra identidad y coordinamos acciones.
La invitación de este documento es a revisar los principales Actos del Habla, con el fin de
generar nuevas posibilidades en nuestras conversaciones e intervenir en aquellos ámbitos personales o profesionales que estén impregnados de inefectividad y sufrimiento.
Al observar nuestra vida cotidiana podemos darnos cuenta de que nuestro quehacer
acontece en múltiples redes de conversaciones: pedimos un informe, establecemos un compromiso, cerramos un negocio, ofrecemos un producto, proponemos una solución, consolamos a nuestros hijos, declaramos nuestro amor, reclamamos a un proveedor, pedimos perdón, planeamos las vacaciones, hablamos por teléfono, saludamos o nos despedimos.
Como dice el biólogo chileno Humberto Maturana, "todo vivir humano ocurre en
conversaciones, y es en ese espacio donde se crea la realidad en que vivimos." Es eso lo que queremos destacar en este texto: nuestra vida diaria acontece en un mundo conversacional.
La perspectiva generativa del lenguaje nos abre un gran terreno de aprendizaje pues
transformando nuestra forma de comunicación podemos aumentar sustancialmente nuestra efectividad; la coordinación de acciones con otros; nuestro bienestar personal y nuestro poder personal.
Nuestra experiencia nos muestra que gran parte del sufrimiento y falta de efectividad en
nuestras vidas personales y/o profesionales tienen relación con dificultades o carencias en nuestros actos del habla: no sabemos pedir y entonces nos quedamos esperando que otros realicen acciones por nosotros; o no establecemos compromisos con claridad en los tiempos de cumplimiento y las condiciones de satisfacción necesarias; o nos cuesta perdonar o reclamar y entonces mantenemos conversaciones internas con nosotros o con otros, que sólo ocupan nuestro tiempo y energía sin generar los resultados que deseamos o esperamos.
Puede ser también que enjuiciemos sin fundamento o que nuestras afirmaciones no
resulten creíbles para los demás.
Si observamos ahora qué “actos del habla” realizamos en nuestra vida, descubrimos que básicamente ejecutamos cinco tipos de acciones: afirmamos, declaramos, pedimos, ofrecemos y prometemos.
Miren este ejemplo: La hija pide permiso para ir a una fiesta, afirma que es en casa de
determinada amiga, promete regresar a determinada hora y nosotros le ofrecemos ir a buscarla, ante lo cual ella declara su agradecimiento.
Todas las culturas, idiomas y organizaciones ejecutan, aunque de muy diversas maneras,
los cinco actos del habla. Puede que no sepamos japonés o desconozcamos el trabajo específico que realiza una determinada comunidad, y sin embargo podemos señalar que dentro de ambas culturas se afirma, declara, pide, ofrece y promete.
Creemos en el poder de acción que nos da el “reconstruir” las conversaciones y la
coordinación de acciones a partir de los actos del habla que están comprometidos. Consideramos que muchos de los conflictos y problemas que declaramos en la vida personal y del trabajo pueden ser resueltos a partir del perfeccionamiento de nuestra comunicación.
Por ejemplo el agobio puede estar vinculado a la falta de capacidad de decir “No” a los
pedidos que recibimos. El sufrimiento, a nuestra incapacidad para pedir ayuda o a nuestra incapacidad para ofrecernos como posibilidad. La falta de innovación a la ausencia de conversaciones de posibilidades; la resignación o la desmotivación a la falta de una declaración de misión que motive.
Dicho esto, veamos en detalle las promesas, los pedidos, las ofertas, las afirmaciones y las
declaraciones. LAS PROMESAS
Las promesas, junto con los pedidos y las ofertas, son los actos del lenguaje a través de los
cuales coordinamos acciones con los demás. Sostenemos que la vida social está fundada en los actos de pedir, ofrecer y en la capacidad de hacer y cumplir promesas.
Es probable que una conversación empiece con una oferta o con un pedido. “Hablemos de
este asunto”, o “Tráeme algo” o “¿Qué te parece si hacemos esto?”. La promesa va a surgir por lo tanto de dos espacios: de que tú aceptes mi pedido o de que tú aceptes mi oferta.
La promesa siempre supone un “compromiso manifiesto mutuo de acción futura”. Esto es
importante pues una petición sólo se constituye en promesa cuando la otra parte se compromete a llevar a cabo la acción que se le solicita. Asimismo, la oferta sólo se constituye en promesa cuando la otra parte acepta que realicemos la acción que estamos proponiendo. En definitiva, el acto de establecer una promesa se cumple sólo cuando el pedido o la oferta son aceptados por el oyente.
Una promesa es un acto siempre lingüístico que se constituye como tal cuando el oyente acepta la petición u oferta que le son formuladas.
Por el contrario, el acto de cumplir una promesa puede implicar acciones lingüísticas y no
lingüísticas. La promesa de dar la hora se cumple con un acto lingüístico “son las 12:05”; la promesa de construir un puente, o de llevar comida a casa se cumple cuando la obra está construida o el alimento está en el hogar.
El ciclo de una promesa termina cuando el que pidió o aceptó la promesa declara que se ha
cumplido a su satisfacción lo acordado; es el simple “gracias por pasarme a buscar a la hora convenida” o el término del contrato con la empresa que construyó el puente y su respectiva inauguración.
La falta de declaración de término en el ciclo de una promesa es fuente de permanentes
conflictos en las relaciones humanas. Como dijimos, toda promesa genera una acción futura que se llevará a cabo. Sin embargo,
ante el compromiso de la acción futura podemos iniciar acciones en el presente. En otras palabras, toda promesa da lugar a una compleja red o danza de compromisos, acciones, ofertas y peticiones.
Veamos un ejemplo: Si arreglando mi casa establezco el compromiso con el pintor de que
éste se presentará el 20 de julio a las 10 de la mañana y que el trabajo estará listo el 22 en horas de la tarde, ante ese compromiso, yo puedo iniciar conversaciones con la empresa de alfombras para que inicie la instalación el día 23. Además puedo solicitar al carpintero que venga a instalar las repisas y muebles del escritorio el 24 en la mañana.
Al tiempo hago un pedido a mis hijos para que saquen de las paredes cuadros, afiches y
todo aquello que moleste para la pintura; me pongo de acuerdo con mi familia para no hacer vida social en casa durante esos días y, por último, programo el retiro de los fondos del banco para el día 23 en la mañana a fin de pagar al pintor por el servicio prestado.
En definitiva, ante una promesa de acción futura se genera un mundo de acciones posibles
que antes de la promesa eran imposibles. Como pueden darse cuenta, es tremendo el poder de acción y de coordinación de acciones
que nos abren las promesas. En sentido contrario, es posible observar el costo, la insatisfacción, la pérdida de energía, tiempo y recursos que produce el incumplimiento de las promesas o nuestra incapacidad para establecer compromisos efectivos.
Todos sabemos lo difícil y desagradable que es trabajar o coordinar acciones en culturas
organizacionales donde no se puede confiar en el cumplimiento de las promesas que se establecen y en el reducido poder de acción futura que tenemos en ellas, pues nadie puede iniciar otros compromisos hasta comprobar que la promesa se ha cumplido.
Consideramos que la identidad pública de las personas y organizaciones se construye en gran medida a partir de la capacidad que éstas manifiestan para realizar ofertas, aceptar pedidos y, por sobre todo, hacer y cumplir promesas.
Sostenemos que nuestra capacidad o incapacidad de hacer promesas define en nosotros
una forma de ser y el mundo de posibilidades que tenemos a la mano. El incumplimiento de una promesa por su no realización o por no cumplir con las
condiciones de satisfacción estipuladas da origen a un legítimo reclamo, pues la falta al compromiso ha provocado un daño en la coordinación de acciones en que se encontraba inmersa dicha promesa.
Sin embargo, en toda promesa que hacemos, al ser un compromiso de acción futura, existe
una probabilidad de no poder cumplirla, por motivos de “fuerza mayor”. En esos casos nuestro compromiso es revocar oportunamente la promesa y ofrecer una solución alternativa que no interrumpa la red de acciones futuras que se ven amenazadas por nuestra revocación.
Si el maestro que nos va a pintar la casa se enferma, su compromiso es llamarnos de
inmediato y ofrecernos otro pintor que pueda hacerse cargo de la tarea en los tiempos requeridos.
Si la empresa que nos prometió un modelo determinado de computadores para nuestra
organización no cumplirá su pedido por un accidente sufrido en el traslado de los equipos desde el exterior, asume el compromiso de avisarnos a tiempo, ofrecernos otros equipos o comunicarnos con otra empresa que pueda cumplir con nuestra solicitud.
• Los elementos de una promesa En todo acto de prometer están presentes los siguientes elementos: un orador, un oyente,
una acción a llevarse a cabo con sus condiciones de satisfacción, el tiempo de cumplimiento, un trasfondo de obviedad y la confianza.
Sostenemos que el grado de efectividad de nuestras promesas pasa por la adecuada
presencia de estos elementos. Veámoslos en detalle. Orador: es quien hace la oferta o el pedido para iniciar el acto de una promesa. Como
dijimos antes, las promesas son un acto lingüístico que involucra al menos a dos personas. Y el orador es quien abre la conversación que conducirá a que se establezca una promesa, sea que ofrezca algo o que pida algo.
Gran parte de los problemas para que se establezca una promesa efectiva deriva de la
incapacidad e inefectividad del orador para establecer de manera clara y precisa lo que está pidiendo u ofreciendo.
Puede pasar también que el orador formule peticiones u ofertas que no son escuchadas como tales y, por tanto, no dan origen a la acción futura que éste espera. Son peticiones como “me gustaría que me pases a buscar a las 3” o “si puedes, me entregas el informe a tal hora” u ofertas como “almorcemos un día de estos”. Todas ellas dejan un espacio a la ambigüedad y dejan abierta la posibilidad de que la promesa pretendida no se cumpla.
Hay una gran diferencia con “pasa por mí a las 3”, “entrégame el informe a tal hora” o
“almorcemos el próximo jueves”. Otro ámbito de problemas en el mundo de las promesas se origina cuando el orador busca
el cumplimiento de una promesa sin tener un destinatario preciso para su pedido u oferta. Todos conocemos el acuerdo de las reuniones que dice “para el próximo lunes es necesario
presentar el presupuesto en el comité ejecutivo”. En este caso es posible observar que la acción está clara, y sin embargo, no existe un responsable de que esta promesa se cumpla.
En otro ejemplo, seguramente, en algún momento todos hemos pronunciado las palabras
¡¡Teléfono!! o ¡¡Timbre!!, a la espera de que alguien en la casa se dé por aludido con nuestro pedido.
Oyente: es a quien va dirigida la petición o la oferta. Es en el momento que el oyente
acepta la petición o la oferta que se establece la promesa. Del lado del oyente pueden producirse problemas —y a veces grandes dosis de
sufrimiento— si éste acepta un pedido que hubiera preferido rehusar o del cual no tiene seguridad de poder cumplir. Igualmente, si no acepta un ofrecimiento que se le hace, bajo el supuesto de que es capaz de hacer todo o de que no quiere molestar a otras personas.
Cuando el oyente tiene problemas para rehusar pedidos, su agenda se ve atorada de
compromisos que no puede cumplir, trabaja en horas de descanso y sacrifica la excelencia por el mero cumplimiento.
Una acción a llevarse a cabo con sus condiciones de satisfacción: el orador y el oyente
establecen la acción comprometida bajo ciertos parámetros de cómo ésta debe cumplirse. Estas condiciones se establecen en el momento en que orador y oyente acuerdan la promesa.
El no establecer con claridad las condiciones de satisfacción es una fuente importante de
malos entendidos, descoordinaciones y conflictos en nuestras relaciones personales y laborales, y esto debido a la distinta idea que tienen las partes sobre cómo debe cumplirse la promesa que se ha establecido.
Seguramente ustedes han escuchado estas frases: “Pensé que el informe lo requerías sin
los porcentajes de ventas por mes”, “Patrón, yo creí que quería el techo blanco”, “Yo supuse
que usted estaba enterado del costo del arreglo”, o “Pensé que querías quedarte en casa esta noche”.
El origen habitual de las diferencias en las condiciones de satisfacción se produce porque
no las especificamos con claridad al momento de formular la oferta o el pedido. Estamos en una situación en que el orador y el oyente están de acuerdo en que una
determinada promesa se hizo pero cada uno entiende de manera diferente lo que se prometió. Y al final las dos personas involucradas en la promesa comprobarán que la acción resultante no produce la satisfacción que se esperaba.
Tiempo de cumplimiento: Una de las condiciones claves para el adecuado desarrollo de
una promesa es su fecha de cumplimiento. Sin la determinación explícita de cuándo se dará cumplimiento a lo acordado, la promesa
puede existir pero está mal formulada, pues sin un tiempo no es posible generar otros compromisos de acción con seguridad y menos aún dar origen a un reclamo por su incumplimiento.
En nuestra experiencia en organizaciones nos ha tocado observar cientos de “supuestos
compromisos” adoptados por los grupos directivos o equipos de trabajo que al no contar con fechas de cumplimiento explícitos, duermen en el baúl de las buenas intenciones o, peor aún, se suman a la frustración organizacional.
Si en casa digo “Voy a arreglar esa puerta” y no especifico un tiempo, no se puede
considerar en rigor que sea una promesa. Trasfondo de obviedad: toda conversación se da en un contexto de significados
compartidos, es decir, se da por supuesto que todas las partes involucradas en la promesa saben en qué consiste lo que se está prometiendo.
Cuando Juan dice “prometo traer los libros para que estudiemos esta noche”, se está
operando sobre la presuposición de que Juan sabe, al igual que todos los concernidos, de qué libros se trata y dónde y a qué hora será la reunión.
Las culturas generan trasfondos de obviedad que permiten producir economías
importantes en los actos de hacer promesas: las siglas o sobrenombres de programas o productos, las presuposiciones compartidas de condiciones de satisfacción, los ritos que hay que seguir para que los pedidos sean efectivos o las ofertas escuchadas, la forma en que debemos presentarnos o comportarnos en determinadas ocasiones o los lugares en donde se da cumplimiento a la promesa.
El problema surge cuando ante personas u organizaciones que presentan otras culturas,
nosotros operamos como si ellos compartieran nuestro trasfondo de obviedad. Sólo en
algunos países entendemos lo que significa juntarnos “tipín 5”, “entre cuatro a cuatro y media” o “ahorita”.
En algunos países, por ejemplo, “ahorita lo hago” significa “lo haré ya mismo”, mientras
que “ahora lo hago” significa “lo haré más tarde”. Confianza sobre sinceridad y competencia: En las promesas asumimos que existe un
compromiso de confianza para realizar las acciones comprometidas. Esa confianza se da sobre dos elementos: la competencia y la sinceridad para cumplir con lo prometido.
Al hablar de competencia, confiamos en que la persona que hizo la promesa o uno mismo
cuenta con los recursos, habilidades y competencias necesarias para dar adecuado cumplimiento a la promesa.
En el caso de la sinceridad, confiamos en que la persona que hizo la promesa o uno mismo
realmente tiene la intención de dar cumplimiento a la promesa en la forma que fue pactada. Por ejemplo, podemos juzgar sincera una promesa que nos hace nuestro equipo de trabajo,
pero dudamos de su competencia para cumplir lo prometido en el tiempo pactado. O al revés. Es clásico que cuando necesitamos una reparación en casa llamamos a personas
de cuya competencia técnica no dudamos pero sí dudamos de su sinceridad al decirnos que se presentarán tal día a determinada hora.
Las dudas sobre la sinceridad o la competencia a la hora de una promesa generan un factor
de desconfianza, con altos costos de sufrimiento y pérdidas enormes de tiempo y credibilidad, entre otras cosas.
* * *
Las promesas implican un compromiso manifiesto mutuo. Si prometo algo a alguien, esa
persona puede confiar en ello y esperar que cumpla con las condiciones de satisfacción de mi promesa. Esto no es solamente un compromiso personal sino social. Nuestras comunidades, como condición fundamental para la coexistencia, se preocupan de asegurar que las personas cumplan sus promesas y, por lo general, sancionan a quienes no lo hacen.
En ambientes menos formales, el incumplimiento de una promesa nos da derecho a
formular un reclamo. La capacidad de hacer promesas nos permite incrementar nuestra capacidad de acción;
podemos lograr cosas que no nos hubieran sido posibles sin la habilidad de coordinar nuestra acción con la de otros. Basta mirar alrededor y observar nuestro mundo para comprobar que gran parte de lo que observamos descansa en la capacidad de los seres humanos de hacer promesas.
LOS PEDIDOS Hemos dicho que las promesas se inician con un pedido o una oferta. Veamos con
mayor detalle el tema de los pedidos. Un pedido es el acto que realizas para que a través de la acción de otros ocurra o pase algo
que de otra manera no va a pasar. Algo que en el curso normal de los eventos no iba a ocurrir. Desde el punto de vista estrictamente lingüístico, tiene esta estructura: “yo te pido que
hagas X en tiempo Y”. Es decir, “Yo te pido que hagas algo en tiempo tal”. El verbo pedir no es el único que existe para referirse a los pedidos, podemos decir por ejemplo “te ruego”, “te imploro”, “te ordeno”, “te exijo”, “te invito”, “te sugiero”. Todos ellos indican un pedido pero indican también una relación diferente entre nosotros.
Si yo voy por la calle y le digo a alguien “le exijo que me diga la hora”, es posible que pase
de largo sin hacerme caso. Diferente situación se presentaría si simplemente “le pido que me diga la hora”.
El pedido es una coordinación de acciones con mi interlocutor, donde se pone en juego una
promesa condicional, puesto que para que el pedido se transforme en promesa, la persona a quien pedimos debe aceptar.
Me interesa que vean que el verbo pedir ejecuta un milagro, y lo voy a decir así para
llamarles la atención de lo que estamos haciendo. Piensen en lo mágico que es esto: algo en el curso normal de los eventos no va a ocurrir y ejerzo esta magia de poder pedir, y porque pido eso, ahora puede ocurrir. Yo puedo decir a alguien “tráeme un vaso de agua” y si esa persona acepta mi pedido va a haber un vaso de agua milagrosamente al alcance de mi mano.
Los pedidos tienen elementos que son comunes a las ofertas y las promesas y que vimos en
el punto anterior. Es decir hay alguien que pide, a quien llamamos el orador. Y hay también un oyente, a quien se dirige el pedido. Después de eso hay una acción futura y un tiempo para cumplir el pedido.
Al igual que en las promesas, aquí intervienen los elementos de confianza sobre la
sinceridad y la competencia al momento de hacer un pedido. Si yo le pido a Catalina que escriba un programa de computación, estoy suponiendo que ella tiene la capacidad y la habilidad para hacerlo,es decir tiene las competencias para hacerlo.
O en el caso de la sinceridad, si le pido a alguien que vaya a buscarme algo, y esa persona
considera que mi pedido lo que en realidad pretendía era alejarla del lugar donde estoy, va a juzgar poco sincero mi pedido, y posiblemente vaya a fracasar.
También acá hay un trasfondo de obviedad: si yo le pido a Sebastián “tráeme ese libro de
tapa azul que está en la mesa de atrás”, existe la posibilidad de que tenga con Sebastián un
trasfondo de obviedad compartido, con lo cual no le tengo que explicar qué es el color azul, ni lo que es un libro, ni lo que es una mesa de atrás.
Al revés, cuando hablo con un cineasta que me pide que le traiga su steadycam, como no
comparto su lenguaje profesional, no voy a saber cómo actuar ante su pedido, pues en ese terreno no tengo con el cineasta un trasfondo de obviedad compartida.
He dejado para el final un elemento de extraordinaria importancia: imaginen que voy a un
restaurante y le digo a la persona que me atiende “tráigame un emparedado”, y la persona me dice sí, ¿tengo algún modo de saber qué emparedado voy a comer? No tengo ni idea ni tampoco el mesero, que me dijo que sí sin saber a qué me refiero. Y eso es porque a mi pedido le faltan mis condiciones de satisfacción.
Esto es muy importante: en la vida nos quejamos de condiciones de satisfacción pero
muchas veces en nuestros pedidos no establecemos qué es aquello que nos va a producir satisfacción. Entonces, retomando el ejemplo anterior, si digo “tráeme un emparedado de jamón con tomate y quiero que además le pongas un poco de mantequilla en pan negro”, lo más probable es que como establecí mis condiciones de satisfacción yo voy a recibir algo que me va a satisfacer no solo a mí sino a quien me cumple el pedido —si es que él lo aceptó como se lo hice— porque sabe lo que me tiene que traer.
¿Han visto esas reuniones en la oficina cuando el jefe llega de mal genio? El jefe cita a
Fernando y le dice “quiero ese maldito reporte para las cinco de la tarde. ¿Lo entendió claro?” Fernando, asustado, simplemente asiente ante el pedido del jefe. Cuando sale, todos en la oficina están pendientes. “¿Qué quiere el jefe?”. ¿Saben cómo se llama ese día en la oficina? Es el día de adivinar el pedido del jefe ¿y saben cuánto tiempo se pierde en nuestras organizaciones en estos juegos? El jefe no establece las condiciones de satisfacción y no tenemos ni idea de qué va a satisfacerlo.
Como ven, el pedir es un acto extraordinario más allá de cualquier cosa porque no sólo
tiene que ver con lo que he pedido sino que genera en el mundo una identidad de quién soy yo. Y fíjense en esto, el acto de pedir es muy duro para muchas personas. Ustedes reconocerán, o a lo mejor se reconocerán a sí mismos en un personaje que da vueltas y vueltas para pedir porque no se atreve. Y eso tiene un enorme costo en la identidad de quien soy y en la forma de relacionarme con los demás.
¿Se han dado cuenta de que en los pedidos ordinarios que hacemos en nuestras vidas
recurrentemente nos faltan dos elementos? ¿Se dieron cuenta cuáles son? Tiempo y condiciones de satisfacción. En otras palabras no sabemos qué nos va a satisfacer ni cuándo.
Así nos pasa en nuestra vida diaria. Cuando empezamos a mirar esto nos damos cuenta de
que nuestra forma de pedir puede ser muy poco efectiva. También tiene esto que ver con que muchas personas evitan pedir, le van dando vuelta y no se enfrentan al acto de pedir con todo el poder que esto significa.
Por último, es importante ver que en los pedidos la responsabilidad también está en quien acepta el pedido. Yo te puedo pedir a ti algo, y si tú me dices que sí, sin tener claras las condiciones de satisfacción, eres responsable conmigo de estar insatisfecho al final.
LAS OFERTAS Otra forma de iniciar una promesa es a través de una oferta. Una oferta, desde el punto de vista lingüístico, tiene esta estructura: “yo ofrezco hacer X en
tiempo Y”. Es decir, “Yo ofrezco hacer tal cosa en determinado tiempo”. El verbo ofrecer no es el único que existe para referirse a las ofertas: Podemos decir, por ejemplo “Me comprometo a” o “me propongo para hacer X”, o “te entregaré X”. Todos ellos significan formas de ofrecer algo.
La oferta es una coordinación de acciones con mi interlocutor, donde se pone en juego una
promesa condicional, puesto que para que la oferta se transforme en promesa, la persona a quien ofrecemos debe aceptar las condiciones ofrecidas.
Es decir, primero hay una oferta y cuando hay un acuerdo con nuestro interlocutor, se
transforma en una promesa, que termina cuando yo realice lo que prometí y el interlocutor considere que lo ofrecido cumple con sus condiciones de satisfacción.
Las ofertas tienen los mismos elementos que ya vimos en las promesas y los pedidos. Es
decir, un orador, un oyente, una acción futura con sus condiciones de satisfacción y un tiempo para que se cumpla la oferta. Igualmente, al momento de ofrecer estoy diciendo que tengo la competencia y la sinceridad para hacer lo que estoy ofreciendo y hay un trasfondo de obviedad compartida.
Es importante entender que mis ofertas sólo tienen poder cuando lo que yo ofrezco se hace
cargo de una necesidad o de un quiebre de los demás. Cuando yo ofrezco me estoy haciendo cargo de algo que le falta al oyente, al contrario de los pedidos en que me hago cargo de algo que me falta a mí como orador.
Al ofrecer, estamos poniendo en juego nuestra identidad pública, en la medida en que
seamos capaces de cumplir o no con lo que ofrecemos a otros. ¿Cuán competente soy en hacer ofertas? ¿Cuán consistente soy en hacer que se cumplan?
En nuestras relaciones personales —con nuestra familia, amigos o en el espacio de
trabajo— nos constituimos nosotros mismos como una oferta, aunque no seamos conscientes de que al comportarnos de determinada manera nos constituimos o dejamos de constituirnos en “oferta”, es decir para abrirnos o cerrarnos como posibilidades para los otros.
Les voy a poner un ejemplo: si Antonio es una persona que se queja permanentemente de
todo, que pone problemas para cada situación, difícilmente piense en él para que me
acompañe a tomar un café o para invitarlo a una fiesta. Dicho de otra manera, no será una oferta de mi agrado si pienso en salir a divertirme con alguien.
Por el contrario si Carlota en su trabajo muestra iniciativas más allá de lo que se le pide; si
muestra entusiasmo en lo que está haciendo o se preocupa por mejorar, se constituye en una oferta para sus empleadores, que le pueden abrir a ella oportunidades para una promoción o para un aumento de salario.
El constituirnos en una buena oferta puede generar oportunidades para acordar
invitaciones o promociones (siguiendo los ejemplos previos), transformándose este acuerdo en una promesa de que vamos a pasar una tarde agradable con alguien o que voy a ascender en mi empresa, por ejemplo.
LAS AFIRMACIONES
En la concepción que hemos venido desarrollando, sostenemos que las afirmaciones son proposiciones que hacemos sobre lo que para nosotros o una determinada comunidad constituye su realidad.
Nos parece importante dejar en claro, antes de seguir, que esta realidad a la que nos
referimos no corresponde a cómo son las cosas sino a cómo las observamos. Cada vez que afirmamos, describimos una propiedad, acción, cualidad o relación que
atribuimos a las distinciones que tenemos: “la puerta es de madera”, “está lloviendo en Santiago”, “la empresa tuvo una utilidad de mil millones”, “esto es un cuaderno”.
Desde esta perspectiva, podemos señalar que en una afirmación el lenguaje se acomoda
o sigue a la realidad. Dentro de una determinada comunidad lingüística, las afirmaciones pueden ser verdaderas
o falsas. Una afirmación es verdadera cuando podemos proporcionar un testigo o evidencia válida para mi comunidad que prueba que lo dicho coincide con nuestras observaciones.
Cuando un orador hace afirmaciones, lo que le concierne es definir lo que es verdadero y lo
que es falso. Esa es la inquietud del orador cuando hace una afirmación. Las afirmaciones por lo tanto viven en el dominio de la inquietud de los seres humanos por definir qué es verdadero y qué es falso.
Podemos decir que en una sala hay 300 personas o podemos decir que hay 15 personas, y
las dos son afirmaciones. Sabemos que las dos no pueden ser verdaderas, pero ambas son afirmaciones. Si ustedes son testigos, podrán determinar si alguna de las dos afirmaciones es verdadera.
Una típica afirmación es algo así como: “Yo afirmo que X es tal cosa”.
“Hay 22 grados de calor” es una afirmación que puede ser comprobada por medio del termómetro como evidencia válida para nuestra comunidad. “El informe ya fue entregado a Marco”, es una afirmación que puede ser corroborada llamando a Marco (como testigo válido) o pidiendo que traiga el documento (como evidencia). “Llovió en la Patagonia el primer día del año 3”, es una afirmación indecidible pues no contamos con testigo o evidencia válida en nuestra comunidad para determinar la falsedad o veracidad de dicha afirmación. “La empresa tuvo una utilidad de mil millones” es una afirmación, es comprobable con la auditoría independiente. “Ya pagué esta cuenta del gas” es comprobable con la boleta timbrada.
Las afirmaciones sólo tienen sentido dentro de un espacio consensuado de distinciones: la
afirmación “Papá Noel me trajo una bicicleta”, es verdadera dentro de la comunidad de un jardín infantil occidental, pero es falsa para la comunidad de los adultos y hubiera sido incomprensible para las comunidades precolombinas de América.
Las afirmaciones son muy simples cuando mi contraparte es testigo de lo que estoy
diciendo, como por ejemplo si estoy con esa otra persona y le digo “Hay sol”. Pero la mayor parte de las afirmaciones que los seres humanos hacemos no van seguidas de un testimonio presencial de lo que se dice, entonces el tema se resuelve con lo que conocemos como la evidencia.
Cuando un orador dice “yo tengo algo en tal parte”, pero nadie lo está viendo, seguramente
quienes escuchan pedirán evidencias de lo que se está afirmando, si es que la afirmación es importante para la relación de quienes hablan. Esto puede ser relevante por ejemplo en la venta de una computadora cuya promesa de venta es que tiene características especiales. En ese caso con seguridad pediremos que nos muestren la computadora para comprobar sus características, es decir pediremos una evidencia.
La palabra evidencia viene del latín videre (ver). Cuando los seres humanos afirmamos algo,
de acuerdo a la importancia de lo que afirmamos, nos exigimos evidencias. La evidencia es un acuerdo entre las partes.
Cuando hay una negociación laboral, el sindicato puede afirmar decir que “el costo de vida
subió un 7%”, mientas la organización patronal afirma que “subió el 3%”. Allí hay dos afirmaciones que no pueden ser verdaderas las dos y que, para una negociación, es fundamental precisar. En ese caso va a depender de la negociación de la evidencia. La evidencia puede ser el reporte del Ministerio de Economía, o de una empresa privada o de un instituto de medición independiente. La evidencia en este caso será aquella que el sindicato y la patronal acuerden o negocien como tal.
Puede suceder también que lo que hoy aceptamos como evidencia mañana no lo
aceptemos. La ciencia está llena de estos ejemplos. En la medida que ella avanza, las afirmaciones que creíamos válidas ya no lo son y surgen nuevas afirmaciones. En algún momento se consideraba verdadera la afirmación “la Vía Láctea es la única galaxia en el Universo”, y las evidencias en el siglo XX la desmintieron.
Como hemos señalado, cada vez que realizamos un acto en el lenguaje asumimos un compromiso social ante la comunidad.
En el caso de las afirmaciones, nos comprometemos con la veracidad de nuestras
observaciones; es decir, asumimos el compromiso de que lo que decimos corresponde a lo que es realidad para nuestra comunidad. Es por el compromiso que asumimos al momento de afirmar que nuestra identidad personal y profesional se ve afectada, pues cada vez que afirmamos ponemos en juego nuestra veracidad.
Otro aspecto a considerar en las afirmaciones es su relevancia. Sostenemos que las
afirmaciones son relevantes o tienen valor para nosotros cuando ellas son significativas para el diseño, la ejecución o el sentido que damos a nuestras acciones. “Mañana habrá 33 grados en mi ciudad”, es relevante para determinar qué ropa me pongo, o qué tipo de labores debo realizar en mi huerto. “Mañana habrá 33 grados en Pakistán”, es una afirmación que no me es relevante, pues no tengo planificado estar en Pakistán mañana y no tengo ningún familiar o conocido viviendo allá.
Otro ejemplo: “La organización creció un 2,8% en sus ventas respecto al año anterior”, es
relevante si queremos planificar el año que viene. Queremos realizar una breve reflexión sobre las afirmaciones y la posibilidad de aumentar
el bienestar y efectividad en nuestra vida. Cuando recurrentemente actuamos con veracidad en nuestras afirmaciones, generamos
una relación de confianza con los otros que hace que simplemente “yo crea lo que tú afirmas por el solo hecho de que tú lo dices”. Este acto de confianza evita que nos quedemos con conversaciones internas de duda cuando, por ejemplo, nuestro hijo o nuestro equipo afirma algo; hace innecesarios infinitos mecanismos de control que hemos inventado para saber si es verdad lo que se nos dice; evita que preguntemos dos, tres y mil veces si es verdad que está el informe, llegó el pago o fue despachado un correo.
LAS DECLARACIONES
Si a través de las afirmaciones nuestro lenguaje se adecúa a lo que una comunidad
considera como real, con las declaraciones generamos una realidad diferente, transformamos el curso de los acontecimientos para que acontezca algo que no iba a suceder en el curso normal de la situación. Generamos contextos para que determinados eventos ocurran o adquieran sentido. A través de las declaraciones el lenguaje revela todo su poder de acción.
En breve, en las afirmaciones la palabra sigue al mundo y en las declaraciones el mundo
sigue a la palabra. Al declararse la guerra dos países o firmarse la paz, cambia radicalmente la relación entre
dos pueblos. Al declarar ante el juez civil “acepto a Andrea como esposa”, cambia mi identidad
pública y se abre un nuevo ámbito de acciones posibles ante mi comunidad. Una empresa que declara su misión genera un contexto que le permite discernir lo urgente de lo importante y planificar. Dar las gracias pone adecuado término a una relación de colaboración que ha sido satisfactoria. Pedir perdón o dar perdón nos libera de un hecho pasado que juzgamos causó daño a nosotros o a otros.
Cuando el gerente de una empresa le dice a un empleado que lo asciende a jefe de equipo
está creando una nueva realidad para este empleado y abriendo para él un nuevo ámbito de posibilidades de acción. Cuando el árbitro de fútbol declara la validez de un gol está generando una nueva realidad en el partido. Es el árbitro con su declaración quien hace posible el gol, pues si él lo considera inválido éste no existe pese a los reclamos de los jugadores o de los espectadores.
Cuando el profesor declara que un niño es “malo para las matemáticas”, y a otro como
“excelente alumno” y a un tercero como “desordenado”, está abriendo o cerrando un horizonte de posibilidades para estos niños y declarando una expectativa con relación a ellos.
El jefe que declara que Marina es la mejor empleada del mes, convierte con su declaración a
esa profesional en la mejor. El padre que impone un castigo a su hijo da existencia a la sanción a partir de la declaración. El juez que declara la culpabilidad y condena al acusado, con su acto declarativo lleva a este individuo a la cárcel.
Nos interesa destacar que la declaración genera un ámbito nuevo de posibilidades de
acción que sólo cobra existencia a partir del acto declarativo. Las declaraciones se relacionan directamente con el poder de acción, pues sólo tenemos la
capacidad de generar un mundo diferente si tenemos autoridad para declarar y si somos consecuentes con lo declarado. Consideramos que una parte importante de la insatisfacción, improductividad y sufrimiento personal y organizacional pasa por la incapacidad que mostramos en determinados ámbitos de actuar en consecuencia con lo declarado.
Si revisamos nuestra vida personal es muy probable que encontremos un sinnúmero de
declaraciones que nos hemos hecho y que sin embargo no ejecutamos: cuidar de nuestra salud, visitar a los amigos enfermos, dedicar más tiempo a nuestros hijos o a la recreación, por ejemplo.
Por el contrario, todos hemos experimentado satisfacción y bienestar cuando declaramos
algo y actuamos en consecuencia. Nuestra dignidad se ve reforzada cuando declaramos “hoy haré esto” y en efecto lo hacemos. O nos llena de alegría cumplir con la visita prometida a un pariente. Todos sabemos cómo se ve afectada la identidad pública de una persona o la nuestra cuando no actuamos en consecuencia con lo declarado.
El poder de ciertas declaraciones está relacionado con la autoridad que la comunidad ha
conferido a una persona para hacer las declaraciones que hace.
En este sentido decimos que las declaraciones son válidas o inválidas en función de la autoridad que se nos ha conferido para realizarlas.
Para que la declaración de culpabilidad o inocencia tenga poder, es necesario que la
comunidad me reconozca como juez o mediador de un conflicto. Para que la declaración de guerra mueva los ejércitos y dé inicio al conflicto con el país vecino es necesario que quien declara esté investido con la autoridad soberana.
Si Sandra es menor de edad, y va a salir del país en su viaje de promoción del colegio, se
necesita que sus padres la autoricen a ello. Son los padres los únicos con autoridad para que Sandra pueda salir del país, y lo hacen mediante una declaración escrita.
Así como en las afirmaciones asumimos el compromiso social de la veracidad, en las
declaraciones nuestro compromiso social está vinculado a tener la autoridad para declarar lo que declaramos y a actuar en consecuencia con nuestros actos declarativos.
Tipos de Declaraciones Desde la perspectiva generativa del lenguaje, las declaraciones se pueden clasificar en
cuatro tipos: a. Declaraciones Efectivas: Entendemos como declaraciones efectivas a aquellas que dan origen o inician una
situación. El árbitro que con su pitazo (declaración) comienza el partido; el jurado que declara ganador del concurso a X persona; el gerente que declara contratado a cierto profesional; el padre que otorga un permiso; la mujer que declara ante el juez “lo acepto como esposo”.
b. Declaraciones Conclusivas: Las declaraciones conclusivas son aquellas que ponen término a una situación: el pitazo
final del árbitro en el partido de fútbol; la declaración de término de una relación sentimental, comercial o profesional; la declaración de NO ante una petición que recibimos; el acto de dar las gracias al recibir un servicio.
c. Declaraciones Resolutivas: Las declaraciones resolutivas son aquellas que resuelven un conflicto. Al juez que decide
que “esto” pertenece a una de las partes en disputa; el gerente que declara qué equipo realizará el trabajo o a qué empresa contratar para que brinde determinado servicio.
d. Juicios: Los juicios son un tipo particular de declaraciones por medio de las cuales emitimos una
apreciación o valoramos a las personas, cosas o situaciones: “Jaime es excelente profesional”, “Esta organización es la mejor del mercado en su rubro”, “Su hijo es flojo” o “María es confiable”.
Los juicios tienen una importancia capital en nuestra vida, y los veremos en detalle más adelante en este texto.
Algunas Declaraciones Fundamentales Independientemente de la validez o no de las declaraciones según la autoridad que se nos
ha conferido, hay declaraciones que realizamos en la vida diaria por el solo hecho de ser personas.
La Declaración de NO: La declaración de NO nos permite rehusar peticiones que otros nos hacen o cerrar las
posibilidades, positivas o negativas, que se nos ofrecen en el futuro. Por ejemplo el profesional que rechaza una petición de trabajo porque su agenda está copada o simplemente porque no le interesa. La mujer que dice NO a su “tradicional deber” de servir al marido, la persona que se niega a aceptar una presión que considera indebida.
Es en la posibilidad de decir NO y hacernos cargo de sus consecuencias donde
revelamos nuestra dignidad y autonomía como personas. La falta de la declaración de NO en la vida nos constituye en personas con poca autonomía, excesivamente dependientes e inseguras, con falta de propósito propio e incapacidad para poner límites.
Cada vez que queremos o debemos decir NO y no lo decimos, comprometemos nuestra
integridad. Es el caso si, por ejemplo, en el trabajo nos piden hacer algo contra nuestras creencias o nuestros principios éticos, y terminamos haciéndolo por no haber podido decir NO.
Cuando vemos a profesionales o personas atochadas de trabajo, con duplicidad de
compromisos, trabajando a horarios destinados al descanso, seguramente, detrás de ello hay una incapacidad para poner límites.
De igual manera, cuando decimos NO y no se nos presta atención, podemos considerar que
no hemos sido respetados. Podría ser el caso en una relación afectiva, cuando hemos señalado que no queremos determinada situación y nuestra pareja insiste en mantener esa situación pese a nuestra negativa.
Hasta acá hemos hablado de la falta de la declaración del NO. Pero en el otro sentido,
cuando nuestra vida se constituye a partir de un excesivo NO lo que nos sucede es que dejamos de existir como posibilidades para otros. Al amigo que por diversos motivos nunca acepta nuestra invitación a comer, dejamos finalmente de llamarlo.
La Declaración del SÍ A través del SÍ revelamos nuestra apertura y disponibilidad hacia las peticiones que nos
hacen los otros o hacia las posibilidades que nos ofrece el futuro. Al decir SÍ, estamos poniendo en juego nuestro compromiso y el valor de nuestra palabra.
El profesional que acepta una petición de trabajo; el padre que acepta la petición de sus
hijos de estar más presente en el hogar; la empresa que acepta el desafío de diseñar un producto especial para un cliente. El SÍ nos compromete a cumplir con lo prometido: hacer el trabajo, estar más en casa, encontrar la solución al problema planteado por el cliente.
El comprometerme con un SÍ y no actuar de acuerdo con esa declaración puede afectar
seriamente mi identidad. El exceso de la declaración de SÍ en la vida puede revelar una falta de autonomía, e incluso
a veces una excesiva actitud servil. Es el caso del profesional que termina haciendo todas las tareas dentro del equipo o el “trabajo pesado”, o el padre que cede reiteradamente a las peticiones de sus hijos sin la capacidad de poner límites.
Por el contrario, la falta de declaración del SÍ en la vida nos hace desaparecer como oferta o
posibilidad para otros o nos constituye en personas con posiciones rígidas en aquellas conversaciones que implican una negociación.
La Declaración del ‘No sé’ La declaración del ‘No sé’ nos abre al mundo del aprendizaje y la innovación. Asimismo nos
permite cuestionar interpretaciones sobre la experiencia y el mundo que no nos resultan satisfactorias.
Declarar “No sé” es el primer paso para decir “estoy dispuesto a aprender”. ¿Cuántas veces pensamos que sabemos sobre algo para luego darnos cuenta de que en
realidad no sabíamos? Uno de los problemas importantes del aprendizaje es que no sabemos que no sabemos y con ello nos perdemos la posibilidad de aprender.
Esta declaración nos permite también estar dispuestos a cuestionar la forma de entender
nuestras acciones y los mundos que generamos a través de ellas. Cuando Isaac Newton declara su ignorancia respecto al fenómeno del movimiento de los
astros, está sosteniendo al mismo tiempo, que las explicaciones generadas hasta ese entonces no le resultan satisfactorias para explicar su experiencia frente al universo. Cuando Albert Einstein se abre a pensar el fenómeno de la invariancia de la velocidad de la luz, está por su parte, declarando que la explicación newtoniana del universo no le resulta satisfactoria. En ambos casos da paso a innovaciones en la forma de concebir el universo.
La capacidad de declarar “No sé” está vinculada a lo que los griegos llamaron la actitud de asombro, es decir, a la capacidad de sorprendernos con el misterio y, especialmente, a la posibilidad de volver a deslumbrarnos con aquello que es común o se ha vuelto habitual en nuestra cotidianidad.
La capacidad de hacer preguntas y mantenerse en la incertidumbre que ello provoca es
clave para desarrollar la actitud de aprendizaje. Quien vive en el mundo de la certeza permanente o no resiste el mundo de incertidumbre que una pregunta genera, se le hace muy difícil entrar al terreno del aprendizaje.
Uno de los problemas que se nos presenta para adaptarnos a los cambios e innovar, es vivir
bajo el supuesto de que lo sabemos todo o de que constituye una grave pérdida de identidad profesional el acto de declarar “No sé” al interior de los equipos de trabajo.
Agradecimiento En la declaración de agradecimiento podemos al menos hacer tres distinciones: i) El agradecimiento como declaración que pone término a una relación satisfactoria:
por ejemplo, el padre que agradece al hijo por el favor realizado; el jefe que agradece o felicita a su equipo por la tarea cumplida; el cliente que agradece la atención brindada por el vendedor. Aunque parece una acción menor, la falta de agradecimiento en las coordinaciones de acciones deja abiertas un sinnúmero de conversaciones en las personas u organizaciones a quienes les hemos solicitado algo; “¿Le habrá gustado?”, “¿Estará conforme?”, “¿Será lo que esperaba?”…
Asimismo, sostenemos que la falta de gratitud genera una identidad pública nuestra de
“mal agradecidos” y muchas veces da origen al resentimiento. ii) El agradecimiento como declaración de reconocimiento de los otros: Otro matiz que
presenta el agradecimiento es la capacidad que nos da de reconocer a otros por el servicio que nos brindan, por la excelencia de su trabajo, por el cariño con que nos tratan o por lo bien que realizan lo que hacen. El marido que agradece a su esposa por el amor que ha recibido, el jefe que agradece a su equipo el apoyo que le han dado durante el desarrollo del último proyecto, el hijo que agradece a su padre la formación recibida.
iii) El agradecimiento como acto de gratitud: Un tercer matiz que presenta esta
declaración es la de agradecer “gratuitamente” a la vida por lo que ella nos ha regalado; la familia, la Naturaleza, ese momento de felicidad, la buena conversación, el cariño recibido, mi ser... A este acto de agradecimiento nosotros llamamos gratitud. Nos causa admiración la persona que en un momento de oración o de encuentro espiritual agradece por el acto de existir, por la belleza que lo rodea. Nos emociona el profesional que agradece a su equipo por el solo hecho de haberlo recibido, por “ser como son”, por la “maravillosa casualidad de estar trabajando juntos”.
Es posible que la falta de gratitud en la vida se pueda relacionar con la soberbia, con el juicio de que la vida nos debe algo o no nos ha dado lo que merecemos. O simplemente puede tratarse de una falta de consciencia sobre lo que la vida o los demás nos han dado.
La Declaración de Perdón La declaración del perdón nos lleva a asumir ante otro u otros nuestra responsabilidad por
el incumplimiento de un compromiso contraído o por alguna acción que él o ellos juzgan les ha provocado un daño o perjuicio.
Tal vez una de las acciones que más nos cuesta en nuestra cultura occidental es el acto de
pedir perdón. Es fácil descubrir cuánta energía invertimos en evitar la declaración de perdón dando complejas explicaciones de por qué no era posible cumplir lo que habíamos prometido, argumentando que en verdad “no fue mi responsabilidad sino la de otros” o “que en el fondo, el daño producido no es tal”.
También nuestra incapacidad de pedir perdón nos hace, muchas veces, sentirnos
permanentemente en deuda o evitar relaciones con aquellos a quienes juzgamos que hemos perjudicado.
Además del reconocimiento del incumplimiento o del daño provocado a otros, la
declaración de perdón implica la voluntad de reparar la falta cometida si es que es posible hacerlo.
Otras veces sucede que nosotros nos vemos afectados por el incumplimiento de un
compromiso o nos sentimos dañados por la acción de otros. Cuando además la persona o personas que nos causaron el daño no asumen su responsabilidad, sentimos que hemos sido víctimas de una injusticia, lo que nos produce diversos grados de resentimiento.
El resentimiento opera como una conversación pública o privada de queja
permanentemente por el daño producido y sus consecuencias. Si observamos bien, el resentimiento es una emoción que nos lleva a un tipo de conversación que nos deja “atrapados” a la persona que nos causó el daño: la mujer que mantiene durante todo el día conversaciones privadas sobre lo que juzga es una falta cometida por su marido; el gerente que permanentemente mantiene quejas privadas con su equipo de trabajo por las posibles faltas cometidas, el hijo que secretamente mantiene enjuiciamientos a las acciones de su padre o madre que le causaron, a su juicio, daño.
Perdonar es una declaración que nos libera del resentimiento que hemos mantenido a
partir de lo que juzgamos fue una falta del otro y por tanto, pone término a las conversaciones de quejas o enjuiciamientos en que estamos atrapados y que nos han producido un sufrimiento adicional a la falta provocada.
Al perdonar declaramos que no usaremos en la relación futura el juicio que tenemos de daño o falta cometida por el otro. En otras palabras, volvemos a generar un espacio de confianza que hace posible mantener la relación para acciones futuras o le damos término a la relación sin generar resentimiento. Acá es importante señalar que puede haber ocasiones en que podamos perdonar pero no olvidar. El olvido no es algo que esté en nuestras manos. Pero el perdonar, sí.
Hay un elemento más en esta declaración y tiene que ver con el perdonarnos a nosotros
mismos por lo que juzgamos como faltas que hemos cometido con otros o con nosotros mismos. Cuando nos perdonamos a nosotros mismos, ponemos término a una conversación de recriminación personal que nos mantiene atados al pasado que no podemos cambiar y que nos produce sufrimiento en el presente.
El perdonarnos a nosotros mismos puede partir del reconocimiento de que en pasado
actuamos bajo circunstancias diferentes a las que tenemos actualmente. Muchas personas cargan durante años con culpas, olvidando que determinadas acciones se llevaron a cabo en contextos diferentes, por ejemplo de mayor inmadurez, bajo ciertas presiones o sin tener claras consecuencias de ciertos actos.
Como en los otros casos, el perdón a sí mismo tiene un gran efecto liberador.
LOS JUICIOS
Los juicios pertenecen a los actos de lingüísticos que hemos llamado declaraciones, y los
entendemos como apreciaciones, interpretaciones o valoraciones que un observador hace sobre las personas, las cosas y sobre sí mismo.
El ser humano es un fabricante incesante de juicios sobre prácticamente todo lo que
observa. Si por ejemplo asisto a una reunión en un sitio que no conocía, puedo realizar un sinnúmero de juicios: “la casa está bonita” o “está muy bien decorada”, y puedo llevar mis juicios a los asistentes a la reunión: “aquel es un tipo aburrido”, “esta chica dice cosas interesantes”, “éste otro se muere por llamar la atención”.
Igualmente si voy a comenzar un proyecto, también me puedo llenar de juicios sobre mí
mismo y sobre mi mundo: “estoy asustado”, “esto me motiva”, “no creo que sea posible”, “no considero capaz a mi equipo de llevar a cabo tal proyecto”, o “mi trabajo no será aceptado”.
Por ahora, destaquemos que los juicios o apreciaciones se presentan constante y
cotidianamente en nuestra vida. Como en las declaraciones, la eficacia social de los juicios reside en la autoridad que
tengamos para hacerlos. Esta autoridad se muestra más claramente cuando ha sido otorgada formalmente a alguien, como sucede con un juez, un profesor o un gerente. Muy a menudo, sin embargo, se otorga esta autoridad sin mediar un acto formal. Los niños lo hacen con sus
padres, por ejemplo. No existe un acto formal mediante el cual ellos les otorguen la autoridad que éstos ejercen sobre ellos.
Las personas están continuamente emitiendo juicios (el juzgar es parte de nuestra
naturaleza), y en algunas ocasiones sin tener la autoridad para hacerlos en un dominio específico.
Si yo estoy cantando y alguien se me acerca y me dice “No me gusta la forma en que
cantas”, yo podría responderle “Gracias, pero tú no sabes sobre canto”, lo que equivale a decir “No te he dado autoridad para emitir ese juicio”. Sin embargo, si tengo un profesor de canto y me dice lo mismo, lo que esta persona me dice tiene un valor para mí. Por lo tanto, los juicios, como sucede con cualquier declaración, pueden ser válidos o inválidos, dependiendo de la autoridad que tienen las personas para hacerlos.
A diferencia de las afirmaciones, los juicios no tienen el valor de ser verdaderos o falsos,
pues siempre cabe la posibilidad —al menos teórica— de que un observador diferente tenga una valoración distinta de las situaciones.
Siempre, donde un observador A juzga difícil, un observador B puede juzgar fácil. Donde un
observador ve éxito, otro verá fracaso. Allá donde algunos ven brillante, otros perciben mediocre. En fin, ante un mismo hecho o situación, observadores diferentes pueden tener distintos juicios.
Los juicios tienen una gran importancia en las relaciones humanas, pues a través de ellos
las personas realizan valoraciones o caracterizaciones de sí mismos, los otros y el mundo, que determinan el ámbito de posibilidades de acción futura que tendrán.
Los juicios siempre son realizados en el presente, a partir de observaciones pasadas que un
observador tiene. Sin embargo, el poder de los juicios radica en que modelan el tipo de relación futura que tendremos con aquello que hemos juzgado.
Dicho de otra manera, yo emito un juicio en el presente, basándome en lo que me
enseña mi experiencia de la pasado, para saber qué me espera en el futuro. En este tema podemos ver estas consideraciones a partir de este ejemplo: yo digo que
“Carlos es un gran músico”. a) El veredicto se emite en presente, y este presente marca una línea de demarcación
porque quien oye este juicio puede pensar distinto de Carlos a partir de ahí. Los juicios son un componente importante de la identidad de las personas.
b) Cuando hacemos un juicio remitimos al pasado. Para poder hacer el juicio sobre Carlos
debemos haberlo escuchado tocar más de una vez. Si me preguntan si he escuchado a Carlos y digo ‘no’, la gente sospechará. Los demás entienden que cuando emitimos un juicio nos hemos
comprometido a fundar este juicio, y este fundamento viene de la forma como el pasado es traído al presente.
c) Se entiende que sobre los juicios se pueden esperar ciertas acciones en el futuro. Los
juicios nos permiten anticipar lo que puede suceder más adelante. Esto es muy importante en la vida. Los juicios fundados permiten encarar el futuro sabiendo lo que podemos esperar. Carlos podría ser contratado con base en un juicio favorable.
La clave de los juicios es el futuro. Es en cuanto suponemos que el pasado nos puede guiar
al futuro que emitimos juicios. Tenemos el juicio de que lo que hemos aprendido nos puede iluminar en lo que está por venir.
Los juicios suelen ser conservadores y parten de que algo que sucedió una y otra vez se va a
repetir en el futuro. Por eso escuchamos decir a veces “así es como lo he hecho siempre”. Suponemos que el pasado es un buen consejero del futuro. Sabemos que es una presunción que puede funcionar. Sin embargo el pasado es tan sólo un factor que puede considerarse cuando nos ocupamos del futuro.
Muchos factores pueden hacer que el futuro sea diferente. De hecho, hay dos factores que
influyen: la innovación y el aprendizaje. El aprendizaje nos permite realizar acciones que no podíamos en el pasado. Nuestra
capacidad de aprendizaje nos permite desafiar aquellos juicios sobre nosotros mismos. Lo que antes no era posible, ahora lo es.
La innovación nos permite inventar nuevas acciones, diseñar o introducir nuevas prácticas.
Ella nos permite participar en la creación de lo nuevo. Como el futuro es distinto del pasado debemos ser lo suficientemente abiertos para
tratar nuestros juicios como señales temporales que pueden ser revisadas de manera constante. Si una película de Woody Allen nos pareció mala, no significa que la siguiente lo sea. La capacidad de revisar juicios es fundamental para el diseño estratégico.
Otro elemento a tener en cuenta es que los juicios afectan la identidad de las personas o
cosas que juzgamos. Cuando decimos que Juan es un excelente profesional, estamos generando una identidad
de buen trabajador en esa persona. También, estamos creando expectativas respecto a la calidad de su trabajo, afectando la forma en que se relacionará con el resto de la organización, e, incluso, afectamos el ánimo de Juan y las expectativas que él tiene de su futuro en la empresa.
Hay otro factor a considerar: a través de sus juicios las personas revelan el tipo de ser u observador que ellas son. Es decir, el juicio, además de decirnos algo sobre los otros o el mundo, nos dice cómo es el alma de la persona que emite el juicio.
Si yo me la paso criticando de manera constante a los demás o al mundo, esto dirá que soy
una persona que sólo ve el lado malo de las cosas. Si por el contrario, mi mirada sobre el mundo tiende a destacar lo bueno, puedo ser percibido como una persona optimista.
Subrayemos un punto que es central: en toda relación humana surgen juicios en las
personas; dichos juicios son relevantes porque van delineando el futuro de posibilidades de esa relación, tanto en sus aspectos positivos como negativos.
En términos rigurosos, un juicio responde a la siguiente estructura: “Dado el observador
que yo soy, juzgo que X situación o persona es de esta manera”. Como se puede observar si se mira la frase con atención, el juicio de valor es propiedad del observador que lo emite. Comprender este fenómeno tiene a mi juicio, consecuencias radicales. Veamos algunos ejemplos simples:
Cuando un equipo de trabajo juzga que X proyecto es “imposible de realizar”, podemos escucharlo de dos formas: La primera es decir que es el proyecto el que resulta imposible de llevar a cabo y por tanto hay que abandonarlo. La segunda, es que el equipo, dado el tipo de observador que es, se juzga incapaz de llevar a cabo esa tarea. En la primera interpretación no tenemos nada que hacer, en la segunda se nos abre un mundo de posibilidades para hacernos cargo del proyecto: qué nuevas competencias requiere el equipo, qué entorno emocional generar para crear confianza y ambición en sus miembros, qué redes de ayuda buscar.
Cuando un hombre nos dice que su esposa es conflictiva, podemos escuchar que el
problema está en la esposa. O también podemos escuchar que tras ese juicio nos dice “Dada la persona que soy, la relación con mi esposa me resulta conflictiva”. Desde esta última interpretación, podemos entonces iniciar una conversación distinta: qué acciones le cuesta llevar a cabo, cuáles no tiene, qué es lo que le genera conflicto, qué aprendizajes requiere para enfrentar dicha situación.
Hemos dicho que todo acto del habla implica un compromiso social: al afirmar, yo me
comprometo con la veracidad y relevancia de mis dichos; al declarar, me comprometo con la consistencia de mis declaraciones; al prometer, el compromiso es con la consecuencia en la acción. Pues bien, al hacer juicios, asumimos el compromiso de tener la autoridad para emitirlo y fundamentarlo.
Juicios y Afirmaciones Los juicios juegan un rol clave en las relaciones humanas. Al operar como predictores de
posibilidades futuras nos permiten tomar decisiones: contratar, despedir, premiar, aceptar, rechazar.
El problema mayor surge cuando en el operar cotidiano, confundimos juicios con
afirmaciones. Cuando juzgamos a otras personas, generalmente lo hacemos creyendo que hacemos una afirmación. Raramente decimos “éste es mi juicio de esa persona”, sino que decimos “así es esa persona”.
Entonces puede suceder que nuestras apreciaciones sobre las personas y situaciones no las
reconocemos como “valoraciones nuestras” sino que las vemos como propiedades intrínsecas de las personas y situaciones. Y esto es lo que nos sucede habitualmente, vivimos nuestros juicios como LA REALIDAD.
Puede suceder también que los juicios que tenemos de nosotros mismos los manejemos
como afirmaciones. Si al juzgarnos —sea bonitos, feos, flojos o inteligentes— lo vivimos como una afirmación, damos por hecho que ese juicio es algo intrínseco a nosotros, algo inmodificable, algo que “es así”, y con ello podemos cerrar espacios de posibilidades para nosotros.
Dicho de otra manera, cuando hacemos juicios de nosotros mismos estamos haciendo una
proyección de nuestra conducta futura. Si nos consideramos poco inteligentes, por ejemplo, tenderemos a evitar situaciones que deseamos pero que consideramos imposibles de llevar a cabo dado que el juicio “soy poco inteligente” me lo vivo como una afirmación. Esto restringe mi posibilidad de acción.
Si sobre mí mismo tengo el juicio “Soy muy malo hablando en público”, lo asumo como una
afirmación que seguirá siendo así en el futuro. Cuando hay una oportunidad de hablar en público la rechazo, con lo cual pierdo la posibilidad de la innovación y el aprendizaje. Por lo general nuestros juicios negativos nos someten finalmente a la resignación.
Algo muy importante de entender es que la diferencia de contenido entre una afirmación y
un juicio no es lo suficientemente profunda como para que diferenciemos opiniones, hechos o valores. Muchas de las aseveraciones sobre el bien y el mal, justicia o belleza, las hacemos asumiendo que se pueden hacer de forma objetiva con independencia del Observador que asevera.
Pero afirmación y juicio son acciones diferentes porque el orador que pronuncia las dos se
está comprometiendo con cosas diferentes: como lo vimos antes, cuando hacemos una afirmación se espera que podamos mostrar evidencia de que ésta es cierta. Las comunidades adoptan ciertos consensos sociales mediante las cosas se aceptan como falsas o verdaderas.
En los juicios en cambio el orador no tiene el compromiso de dar evidencia sino de que sus juicios sean fundados.
¿Cómo se fundan los juicios? Veamos estos 5 elementos que nos permite discriminar si un juicio está fundado: 1. Siempre se emite un juicio “por o para algo”. Visualizamos un futuro en el cual abrimos
o cerramos posibilidades. Según el juicio que hagamos algunas acciones serán posibles, otras no. El “por o para algo” es una dimensión esencial: no es lo mismo decir “Carla es una gran actriz” si hablo de contratarla para una gran producción o para que anime una fiesta en mi casa.
Otro ejemplo: el juicio “Juan es irresponsable”, puedo declararlo fundado en cuanto a su
“para qué” si estoy formando un equipo de trabajo. Sin embargo, el juicio “Juan es malo para los deportes”, lo puedo declarar infundado para el mismo objetivo, pues —más allá de que lo sea o no— estimo que es un juicio irrelevante para la conformación del equipo.
Es importante que los juicios que emitimos efectivamente respondan a la inquietud que
generó la conversación. 2. Al emitir un juicio comparamos con un estándar de comportamiento. Alguien puede
decir que “Martín es un gran músico”, si se refiere a que en las fiestas familiares toca muy bien su guitarra, mientras que si el juicio se refiere a sus habilidades para ingresar a una orquesta puede ser que éste sea “Martín es un músico mediocre”.
Ambos juicios proceden de estándares distintos. Con esos estándares se juzgan apariencias
o cosas. Para un uruguayo una montaña de 1.000 metros es gigantesca pues en su país la mayor elevación es de 500 metros. En Perú —donde hay montañas por encima de los 6.000 metros—nadie notaría una montaña con esa altura.
Los estándares cambian con el tiempo: un auto que en los 50 era considerado rápido hoy es
percibido como muy lento. Los récords deportivos son otro ejemplo. También la moda o los juicios estéticos.
La mayoría de los juicios son sociales. Suponemos que como somos nosotros los que los
emitimos vienen de nosotros pero no vemos que éstos son producidos por la sociedad. Cuando hablamos de una persona bella, ¿de dónde viene ese estándar de belleza? Según los estándares del Renacimiento, la gordura era belleza, por ejemplo.
Hay personas que viven al margen de esos estándares y son los innovadores. Muchas
innovaciones vienen de ver los estándares y explorar las posibilidades de generar otros nuevos. 3. El juicio tiene un dominio de acción. Decimos que un juicio debe hacer explícito el
dominio de observación al que se refiere. Si Fernando no me ha devuelto un dinero que le
presté, tengo razones fundadas para desconfiar de él en ese aspecto en particular, pero no quiere decir que sea poco confiable como padre, por ejemplo. Y sin embargo en general los juicios terminan extendiéndose a otros ámbitos. Por eso es importante limitar los juicios estrictamente al dominio de observación.
4. Se logra fundar los juicios cuando proveemos afirmaciones en relación a lo que
estamos juzgando. Cuando disponemos de afirmaciones que nos permiten medir respecto de algún estándar, podemos generar un juicio. Las afirmaciones son muy importantes para fundar un juicio. Si no podemos aportar afirmaciones no podemos fundar juicios. Es importante no justificar juicio con juicios sino con afirmaciones. Dependiendo del juicio se necesitan más o menos afirmaciones para fundarlo.
Si tengo el juicio de que Ramón es mal conductor y digo que “es descuidado” o “lo noto
distraído” o “no está atento”, estoy fundamentando juicios en más juicios. Pero si digo que ha tenido cinco accidentes serios y le han impuesto diez multas, en este
caso los accidentes y las multas son las afirmaciones que fundan el juicio de que Ramón es un mal conductor.
5. La cantidad de información que proveamos no significa que el juicio esté bien
fundado. Podría pasar que hallemos más afirmaciones para generar un juicio totalmente contrario. Por eso se recomienda revisar los fundamentos del juicio contrario, al fundar un juicio. Si decimos de Luisa que “es aburrida” podemos revisar el juicio “no es aburrida”. Ahí vemos si podemos o no fundar el juicio. Muchas veces fundamos un juicio sobre otras personas o sobre nosotros mismos sólo para darnos cuenta de que había más instancias para fundar un juicio contrario.
Estos son los elementos de un juicio fundado. Al emitir un juicio nos comprometemos a
tener la autoridad para emitir ese juicio, y a proporcionar los elementos para fundar dicho juicio.
Para repasar este concepto, vamos a tomar un ejemplo: Supongamos que quiero contratar a Daniela en mi empresa y el tema de la puntualidad es
central para mí. Entonces la primera pregunta que hago es ¿para qué la estoy juzgando? La estoy juzgando porque me interesa contratar a Daniela y por lo tanto voy a fundar el
juicio sobre su puntualidad. ¿En qué dominio lo voy a juzgar?: No la voy a juzgar en sus habilidades sociales o en su
desempeño como madre; la voy a juzgar en el dominio de la puntualidad laboral. ¿Cuál es el estándar con que la voy a medir?: Según el estándar que he impuesto en mi
empresa, una persona debe llegar a la hora acordada el 90% de las veces.
¿Qué afirmaciones sobre conductas recurrentes en este dominio puedo yo hacer? Le pido a las empresas en que anteriormente trabajó los registros de sus llegadas a la empresa y de acuerdo a eso tengo un promedio de sus llegadas a trabajar. Supongamos que según esos registros el 95% de sus llegadas fueron antes de las 9 AM, que es la hora de ingreso.
Como mi estándar indica que sobre el 90% se considera a una persona puntual, entonces
tengo un juicio fundado de que Daniela es puntual.