adinekoek idatzitako kontakizun laburrak - web de la … · 2014-06-19 · - ¡qué cargante eres...
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ADINEKOEK IDATZITAKO KONTAKIZUN LABURRAK CONCURSO DE RELATOS CORTOS ESCRITOS POR MAYORES
GAIA: “Azpildurak”
TEMA: “Entretelas”
KONTAKIZUN SARITUAK:
RELATOS PREMIADOS:
• “LAS ENTRETELAS DEL ALMA” 1. SARIA/ 1er PREMIO
EGILEA/ AUTOR: CARMEN FERNÁNDEZ PÉREZ DE ARRILUCEA
• “EMETASUNA MARTXAN” 2. SARIA/ 2º PREMIO
EGILEA/ AUTOR: ANTONIO ARAMENDI GARMENDIA
• “BAÑO TURCO” ACCESIT
EGILEA/ AUTOR: JUAN JOSÉ ARAITOARRO GARCÍA
• “LA ENCRUCIJADA DE TEOPONTE” ACCESIT
EGILEA/ AUTOR: FERNANDO JESÚS DEL CAMPO SERRANO
• “MARÍA ENTRE-TELA” ACCESIT
EGILEA/ AUTOR: EMMA GARCÍA DE DIEGO
IZENBURUA/TITULO:
“LAS ENTRETELAS DEL ALMA”
EGILEA/AUTOR:
CARMEN FERNÁNDEZ PÉREZ DE ARRILUCEA
LAS ENTRETELAS DEL ALMA
En el primer piso de una calle céntrica de la ciudad, Fermín, sastre
de oficio, tenía el taller. Frente a él estaba la vivienda. Allí vino al mundo su
única hija: Claudia. Doña Ana, la madre, había sufrido varios abortos antes
de que la niña, sana y sin problemas, viera la luz una primavera. Fermín
deseaba un hijo con el fin de que continuase el oficio defendido con tanto
coraje, pero el nacimiento de la pequeña llenó el hogar de alegría
olvidándose del ansiado varoncito ¡Por fin tenían descendencia!
Doña Ana puso todo su empeño en la educación de su niña para lo
cual buscó el mejor colegio que había en la ciudad. En su mano estaba que
la pequeña no fuera sastra. Conocía la incomodidad de estar sentada
durante horas en una sillita baja, con la espalda doblada, las piernas
encogidas y los pies igual que carámbanos en los días crudos de invierno.
La dedicación sin horas fijadas ni tiempo limitado hacían que la profesión
fuese, cuando menos, fatigosa. Ella sabía. En tiempos de agobio, doña Ana
ayudaba en el taller enhebrando agujas o quitando hilvanes cuando su
marido, desde la puerta contigua, reclamaba su presencia. Había que sacar
la familia adelante a base de muchas horas de labor. Vender paños de
calidad, tomar medidas, cortar, coser, probar y rematar llevaban su tiempo y
un sin fin de puntadas. Junto a la excelencia en la hechura, el trato exquisito
era de obligado cumplimiento para que el negocio prosperase y fuera
rentable.
El sastre, campechano y buena gente, madrugaba. Después de
asearse y desayunar habría la puerta de las habitaciones y con voz de
barítono frustrado, gritaba:
-Arriba todo el mundo, tocan a maitines.
Al frente del taller estaba Fermín. Junto a él trabajaban dos
oficiales, alguna adelantada y varias aprendizas. Si estaba ocupado tratando
con clientes la venta de paños, declinaba la responsabilidad de tomar
medidas o realizar las pruebas pertinentes en los jóvenes oficiales: Felipe,
apodado "Pipe" y Julián. Ambos dominaban el oficio y estaban a punto de
ponerse por su cuenta, si se atrevían. El número de aprendizas variaba
según la temporada. Las jovencitas se impacientaban de darle a la aguja y
preferían trabajar en fábricas donde el salario era más sustancioso.
En casa del sastre se hablaba mucho de paños, forros, y también
de entretelas. La conversación del padre solía estar salpicada de mensajes
profundos.
-En esta vida -decía muy digno-, hay cosas que no parecen valiosas
y sin embargo lo son. Abarquillar unas solapas tiene su mérito. La tela rígida
colocada sobre el paño en cuello y delanteros, sometida por manos expertas
con numerosas puntadas, mantendrá su forma alabeada durante toda la
vida.
A continuación, sentado entre sus dos mujercitas, decía mirándoles
desde dentro:
-Ciertamente, la calidad del paño y un buen corte son importantes
en un traje hecho a medida, sin embargo, ¡que poca importancia damos a
las humildes y toscas entretelas! Ellas son el armazón, son los cimientos,
son los pilares donde se asienta la prenda. La esencia del atuendo. Lo
mismo ocurre con las personas. Si no hay un buen tinglado que sostenga
con estabilidad el interior de nuestro edificio, este se desmorona.
Las meditaciones paternas quedaban quietas en la cabecita joven
de su hija Claudia. Pronto comprendió lo que quería decir su progenitor. El
esplendor de lo visible, de lo externo, es pura ficción si no descansa sobre
sólidos puntales en las entrañas del corazón. En eso consiste la grandeza
intrínseca del ser humano. Sin embargo, a doña Ana le parecían poco
oportunos los discursos de Fermín, bastante hacía la criatura con estudiar
con empeño, escuchar las monsergas de las monjas del colegio y los
discursos trasnochados del páter.
La madre, protestaba:
- ¡Qué cargante eres con tanta diatriba moral! La vida es la mejor
maestra y, queramos o no, pone a cada uno en su sitio. El horizonte
inmediato de nuestra hija está en finalizar el bachillerato y divertirse.
Después, Dios dirá.
-No está de más que aprenda a distinguir la paja del grano, mujer -
sostenía el buen hombre-, no está de más.
Entre los clientes selectos de Fermín había médicos, arquitectos,
tres o cuatro abogados y un magistrado contrahecho. Venía en tren desde
Madrid con el propósito de que el sastre, experto en asuntos comprometidos,
disimulara el defecto que afeaba la espalda del señor juez. Varios hijos de
los clientes distinguidos estudiaban en un colegio de religiosos situado frente
al de Claudia. La proximidad de los dos centros educativos -según los
mentideros de lo más granado de la capital provinciana- había propiciado el
noviazgo y posterior enlace de varias parejas.
Doña Ana idolatraba a su trocito de cielo, pero sus alas de sueños
no se posaban en el taller de Fermín. Deseaba, quería, necesitaba con amor
de madre posesiva, un futuro brillante para su hija Claudia. Se lo merecía.
Buena estudiante, sensata y hermosa, a sus diecisiete años mostraba todo
su esplendor embutida en el uniforme negro con falda tableteada. No
obstante, le preocupaba el comportamiento retraído de la muchacha. Tenía
un grupo numeroso de amigas, pero apenas se relacionaba con los jóvenes
de la pandilla. En cambio, todas las tardes, antes de cerrar el taller, charlaba
con Pipe. Apoyados en la amplia mesa de cortar, mantenían conversaciones
animadas. Unas triviales, transcendentales, otras.
¡Qué extraño! Pensaba doña Anita, durante el trabajo, el oficial habla poco, y
cuando lo hace utiliza palabras sensatas, convenientes y certeras. Sin
embargo, al Iado de la niña se muestra parlanchín y dicharachero. ¡Vaya
pareja! Refunfuñaba contrariada. Tendré que hablar con Fermín. Tan
despistado como siempre, no se entera del interés de nuestra hija por el
obrero de su padre. O quizá esté yo equivocada y sea él quien ha brindado
estos encuentros.
- ¿Te has dado cuenta, Fermín? -Le dijo una noche al acostarse-
Claudia habla largo y tendido con Pipe. Un muchacho tan serio, tan triste,
tan...
-No sigas, Ana. Sabes como aprecio a Felipe. Como profesional y
sobre todo como persona. Conoces el esfuerzo que ha tenido que hacer para
llegar a ser el mejor oficial de sastre que hay en la ciudad. Todos los buena
tijera desearían contar con sus servicios y sin embargo, fiel al sastre que no
tuvo inconveniente en enseñarle, con paciencia -recuerda que faltaba con
frecuencia al trabajo-, los pormenores del oficio. Y ahora lo agradece como él
sabe hacerlo, permaneciendo a mi lado. Trabaja mucho y bien, jamás he
tenido que reprocharle nada. Al contrario, me sorprende la manera sosegada
con que maneja situaciones complicadas, lo valioso de su pensamiento, la
armonía que desprenden sus gestos. Ha sufrido desde niño y en lugar de ser
un joven timorato ha plantado cara al infortunio para ser hoy un hombre con
voluntad de largo recorrido. Nada malo hay en su amistad con Claudia.
Aquel concierto de elogios con que rodeaba Fermín la personalidad
de su empleado no convencía a doña Ana. ¡Que lástima, pensaba, que
desperdicio de belleza! Los estudios en el colegio monjil, próximos a finalizar,
transcurrían sin que su adorada criatura se interesara por algún joven con
posibles, le daba igual si procedía de una familia advenediza o de la rancia
burguesía. El novedoso ambiente universitario le esperaba a la vuelta de la
esquina oprimiendo el corazón de la madre. Fermín estaba de acuerdo.
Doña Ana, no.
- Perderemos a nuestra hija, Fermín -susurraba entre lloriqueos-, no
sé como puedes estar tranquilo. El mundo está lleno de peligros. Es tan
joven y tan fascinante su belleza que el temor me ofusca la razón.
- Tranquilízate, Ana. Confío en nuestra hija. Es bonita por fuera,
pero mucho más por dentro. Todo lo importante está en nuestro interior, en
las entretelas del alma.
A los dieciocho años Claudia se trasladó a otra ciudad. Quería
estudiar medicina. Su mayor ilusión. La relación con Felipe se había
afianzado de tal manera que él esperaría el tiempo que fuese necesario. Sus
almas necesitaban aspirar los sentimientos de la otra alma y en esa
simbiosis devolverlos más puros, más profundos. Claudia necesitaba sacar
lo mejor de si misma para que su pensamiento terminase por hacerse
realidad. Desde la distancia sentía el apoyo de Pipe, las visitas inesperadas
los fines de semana, la voz añorada cuando cogía el teléfono, alguna carta
romántica...
Pasaron seis años. Claudia, licenciada en medicina, preparaba a
fondo los exámenes para el acceso a la especialidad que tanto anhelaba.
Traumatología. El esfuerzo y la constancia se tradujeron en una puntuación
óptima. Cuando lo supo, emocionada, llamó a Felipe. Con voz temblorosa,
dijo:
-Lo he conseguido, cariño. Por fin, tras un lustro de trabajo en
prácticas, seré médico traumatólogo. Nunca lo he manifestado con palabras,
pero ha llegado el momento de decírtelo. Sabes que te quiero, pero también
quiero a tu pierna enferma. Entre los dos lograremos enmendar el
funcionamiento de la extremidad que tanto te martiriza. Hay otras técnicas,
diferentes métodos, nuevas posibilidades. Como dice mi padre, lo importante
es la firmeza del tinglado interior. Las entretelas del alma. Lo demás no
cuenta.
Lejos, muy lejos, en un susurro apenas audible, la nueva doctora,
escuchó: Gracias
IZENBURUA/TITULO:
“EMETASUNA MARTXAN”
EGILEA/AUTOR:
ANTONIO ARAMENDI GARMENDIA
EMETASUNA MARTXAN
"Zaude adi, eta goazen!":
Hitzik gabeko erregua.
Barne askatasuna gozamenaren argitan zuzentzen duen bultzada leuna.
Milaka milioi aurpegi emekotan mamitu arren oso-osorik dirauen
emetasuna.
Behe-lainoa bezalako zirimiri apalez ureztatutako jenero bizikidetza.
Harremanen arima, erabat eta betirako, gorpuztu ezineko bihurtzen duen
erakartasun sorgina.
Inolaz ere, norberak bakarka, burutzerik ez daukan bide gustagarria.
Bizitzara esnatzean jaso nuen, lehen aldiz, gonbidapen zirikatzaile
hura. Sakonki bizitzea erabaki nuenean beharrezko bizi-laguntzaile gerta
zitzaidan. Neuronak irristaka hasi ondoren, bizitza amaitzear sentitzean, hor
ari da, betiko bizitzarako bizi-sena indartzen. Urtetan aurrera egin ahala
gogoko dituzu, batzuetan, lehen aldiko bizi-pausoak begirada berriz
birpasatzea. Bizitza hura, inolako harrokeriarik gabe, hasi zitzaidan bere
misteriorik ederrenak azaltzen. Amets maitekorrek, bat-bateko isurketa gozoz
lagundurik, ireki zizkidaten antzoki ezezagun bateko ateak. Kolpean inguratu
ninduen iluntasun hutsak. Beso beltz leunek kulunkan eginez lokartu
ninduten beldurrik bizi ez zen egoera proba araziz. Zentzumenak esnatu
orduko ordu-arte notiziarik ez neukan irudi antzeko agerraldi bat izan nuen.
Antzerkia hastera zihoan. Gortinak, ezker-eskuin bilduz, zabaldu
ziren. Ez nuen ezer ulertzen, haizearen jolasetan bezala, maindirea antzeko
oihal zabala dantzan hasi zenean. Geroz eta ezusteko ugari, sakon eta
gustagarriagoz betetzen ari nintzen. Oihalak kolore askotako irudi biziduna
zirudien. Edozein mugimendutan gerturatzen zitzaidan laztandu gogoz eta
bere altzoan gorde nahiez. Gora eta behera, aurrera eta atzera, ezkerrera eta
eskuinera, eta gurutzatuz oihal ariak dardaraka entzun nituen doinu xelebre
xamarrak abestuz. Gustuz gainezka bezala ikusten nintzen dantza, laztan eta
abestiak ezerezetik eskainitako usain goxoa haize jolasti bihurtzen zela begi-
ziztan ulertzean.
Horrelako gozamena oparitu zidan bizitza miresten hastear
nengoela leherketa bat gertatu zitzaidan. Eromenak salbatu ninduen zentzu-
mugek eztanda egiterakoan harrapatu ninduten zati eraileen amorrutik.
Sinestezina bada ere, bost zentzumenak ahalegintzen dira gure
atsegin-habia eraikitzen. Zenbat eta arreta eskasagoz zaindu gure zentzuen
sena, orduan eta ahulagoa eta edukiera txikiagoa izango du atsegin-habiak.
Nerabezaroa deritzot unerik egokiena zentzumen bakoitzaren eta bateratuen
zirrarak zentzarazteko. Baina nire nerabezaroan ez zen, eta orain ere asko
ez, horretarako entrenamendurik.
Merezi duzu, eta jarraian esango dizut zerk eragin zidan leherketa.
Aipatu antzerkian erabat sartuta nengoela geldialdi zirraragarria gertatu zen.
Dena geldi. Dena isilik. Neu, bakarrik. Baina ez, zeharrargitako itzal bat
gerturatzen hasi zen. Gerturatzen eta emeki balantzaka. Geroz eta gertuago,
orduan eta harrituago. Lehen, maindirea ematen zuen oihala, orain tuloihal
garden da pizgarri bilakatu da. Itzala zen imdia edertasunaren bolumena
hartzen hasi da.
Zetazko mihise atzean zegoen emaztekiak izaera sorgindua zuela
zirudien. Bere burua igurzten zuenean nire pentsamenduez jabetzen zen.
Masailak losintzen zituenean musu eskainka nituen nire eskuak. Bular-
sabelak tul-ehunaren kontra marruskatzean, ikara bizian zirraraka jartzen
zitzaidan gorputz-azala. Eme mugimendu erakargarriekin hasten zenean,
saihetsetan kolpeka nabaritzen nuen bihotza, odol turrustak kastigaturik.
Ez zen horrekin konforme geratu. Bere edertasunez janzteko, biluzik
utzi ninduen. Liraintasunez apaintzeko, arnasketa aldatu zidan.
Erakartasunez kateatzeko, emetasuna lotu zidan. Gozamenez puzteko,
hasperenka utzi ninduen.
Xarmangarria, ospetsua, duina...
Pentsaezina, sinesgaitza, zoragarria, ondoren gertatu zena. Aurrera
egin zuen irudi itzalak, oihal atzetik irten nahian bezala. Besoak luzatu
zizkidan, bi behatz erakusleekin tartea zulatu eta nire arreta bereganatuz. Eta
erretiratu, berarekin batera joateko keinu garbiak eginez erretiratu zen.
Gogotsu eta bizkor atera nintzen izaki iradokor xarmant haren
arrasto bila. Aurrez aurre eta ondo ondoan nahi nuen ikusi, bertatik bertara
entzun, guzti guztia eta oso-osorik ukitu, gozo-gozo dastatu, bare-bare
usaindu.
Arreta biziz begiratzen nuen eta ez nuen antzekorik bereizten.
Laztantzen nindutenek ez zidaten zirrararik eragiten. Hasera batean
entzungarri zitzaidana aspergarri bihurtzen zitzaidan, berehala. Usaiak
segituan gastatzen ziren. Dastatzen nuen ezerk ez ninduen betetzen.
Non, nori eta nola azaldu zertan nenbilen? Zentzumenek oro
adostutako izakiak ez zuen zertzelada zehatzik. Emozioz egosiriko bizipenek
ez zuten saltsarik loditzen. Bihotz-ikaraz egindako zirriborroek laino artean
marraztutako lerroak ziruditen. Gertatutako zerbait azaltzeko orduan
erromantiko bat besterik ez nintzela esaten zidaten.
Neskatila batzuk oroitarazten zidaten oihal atzeko gorputz lerden
hura, baina markatuegia zeukaten ingurua. Neskaren baten gertutasuna
beroegia bezala jotzen nuen. Zenbait emakumeen probokazioek ustelak
ziruditen. Titi puntadunek baliogabeko senti arazten ninduten. Minigonadun
izter-erakusleen aurrean lotsati bihurtzen nintzen. Haragizko emaztekiek
emetasunaren kontrolatzaile madarikatuak ziruditen.
Eta hala ere, ezin ahaztu, ezin burutik kendu, ezin ezabatu, bizi
gogoak, lehen ahaleginetan, hain indartsu finkatu zidan erregua. Edozein
unetan entzuten nuen nire baitan "hago adi", "errepara hor", "begira hari",
"usaindu han", "joka ausart". Baita ere, modu askotara sentitzen nituen
norbaitengana gerturatu, besteari lagundu, handikoari jarraitzeko azaleko
desioak. Itxaropentsu nintzen hainbat momentutan eta beste hainbestetan
buru-makur. Askotan, adi, eta gehienetan, bakarrik: ez bainuen nire ondoan
bereganatu ninduena.
Bizitzak aurrera egin ahala, probatu eta probatu, gustuko interes
desberdinen sorleku bilakatu nintzen. Gaztetako bizi-une bitxi hark utzitako
ukitua bizia zen eta aldean neraman. Ez zen konforma erreza, beste
zerbaiten atzetik bidaltzen ninduen, ia etengabe. Jarduera desberdinetan
gizon-emakume andana ezagutzeko aukera izan nuen.
Bakoitzak zituen bere kontakizunak eta, ezari-ezarian, berriketazale
sentitu nintzen. Bazegoen alderik kontutik kontura. Askoren azaleko bizitzek
erreten paretsuetatik korritzen zuten. Barneko korapiloak askatu nahian sutan
ikusten nituenek errespetuzko jarrera indartu zidaten. Behin eta berriz, batari
eta besteari, axolaz eta begirunez, norberaren duintasuna goraipatzean,
beraiek, harreman esperientzi zoragarria oparitzen zidaten. Halako batean,
gertatu behar zuena gertatu zen. Astiro-astiro, gozo-gozo, aurrez aurre,
emetasuna emaztegai suertatu zitzaidan. Orduan bai, berriro, bortizki jabetu
nintzen nerabezaroan jasotako eskariaz: "zaude adi eta goazen".
Berriz ere ondorio korapilatsuak kateatu ninduen. Lehengoa,
emetasuna ezkutatu egin zelako bazen ulertezina, pairagaitza eta itogarria,
gerokoa berdintsua zen, baina, emetasuna haragizko bihurtu zelako.
Alabaina, garaiak eta joka lekua oso diferenteak ziren. Garai haietan,
ezezagunaren mamuak beldur jakiz elikatzen ninduen indar berriei aurre
egiteko. Baita ere, bakar bakarrik nengoen, bidea aurkitu ezinik, eta zaildu
gabeko mutil-koskor oso zaurigarria nintzen. Gerokoan, berriz, bi ginen
bidean aurrera gindoazenak. Gainera, eskarmentuaz aparte, bagenekien,
elkarrekin ikasita, bizi indarrak bide desberdinetatik eta aurpegi ugaritan
sortzen duela bizitza.
Noski, bizia bereak eta bost egiten jarraitu zuen. Egin behar berriak
sortu zitzaizkigun. Maitasun bidea egunero indartu beharra zegoen. Seme-
alaben eskakizunek amatasuna eta amorante bizitza berradiskidetu premia
azaleratu ziguten. Eguna joan eguna etorri, beti berdin nekagarriak
amildegira eraman gintuenean ez zen erraza izan maitaleak kanporatzea.
Sexu-grinaren motelaldiarekin jarri ziren turuta joka gure arteko
harremanaren deiadar guziak.
Ez ziren momentu errazak izan. Erakartasuna ahultzen joan zen.
Edertasuna galdu zitzaigun. Sexu-ekintzen oroimena gorrotagarri zirudien.
Komunikazio zabal, kitzikagarriak eztabaida besterik ez zuten elikatzen.
Bazirudien emetasuna borroka indar garatu genuela.
Aitatu arazo, erabaki oker, ezintasun pertsonal eta zaurien tartean
sufritzen ikasi genuen. Askotan, gure erresumin eta itolarri guzien azpian
edota inguruan indar berezi askoren laguntza izan genuen. Zenbat aldiz
baretu gintuzten gure seme-alaben kezka-aurpegiek! Zein ongi indartzen
ziguten, bakoitzaren etxekoek, gure bikoteaganako aiherra! Zenbat afari
kosta ote zitzaien gure lagunei senar-emazteon hainbat desegite hurbil! Nola
ahaztu, nire "berriketazale garaian", sakan-sakonetik ezagututako, andre-
gizon pareak eragindako negar-malko sendatzaile haiek!
Eskerrak, haiek, pazientzian aberatsak zirela, bestela, ez gintuzten
zentzatuko. Izan ere, nork onartzen du, besterik gabe, badituela
sufrimenduak alde onak ere? Lagun berezi hauek gurekin egin zuten lana
ikusgarria izan zen. Ez genuen onartu, berehala, arazoak elkarri mina
emateko erabiltzen ari ginenik. Mainatsuak ziren min psikologikotik
aldeoneko sufrimendura eramaten. Samurtasuna erabiliz entrenatu ginen
samintzen. Saminak laztanduz sentiberatasuna agertu zitzaigun. Hau izan
zen arazoak sufritzen ikastearen oparia.
Zeharbide kiribildu honetan konturatu nintzen nola gizakiak hala
emaztekiak gozatu dezakegula emetasuna, bakoitzak bere egoeran. Noski,
ikusten dudala sentiberatasuna emetasunaren emaitza moduan. Gizon
negarti bat bezain erdeinagarri zen gizaki sentikorra, gizakumea den
bezalakoa onartu aitzin. Sentiberatasunari esker ausart eta beldur gabe
urreratu gintezke edonorengana. Gogortasuna eta gizonkeria naturaltasunez
desagerrarazteko oso baliagarria da ondokoaren ezbeharrak aintzat hartzen
jakitea. Bestea, ez, bakarrik, den bezala, baizik eta, sentitzen den bezala ere,
gertuko egiten dugun heinean sentituko gara "jatorrak". Baita ere, handituko
zaigu, gurekin ere, berdintsu egingo dutenaren konfiantza. Sentiberatasunak
eramango gaitu, hurkoari on eginaz, norberaren baitako edertasunaz
gozatzera.
Honaino iritsi naizenean, bizia eta bizitza sumatu ditut elkarrekin
konpon ezinik bezala. Biziak barnealdea nahi du jorratu, ezkutuko harribitxiak
landuz norbere sendotasuna gauzatu. Bizitza, berriz, penatan bezala dabil,
gorputzean itoginak ugaritzen hasi direlako. Inguruak ez du asko laguntzen
zimurdurek erakusten duten nekea, ezina, ahalegin garratza edertasun
saritzat jasotzen. Liraintasuna, lerdentasuna, erakartasuna, ajerik gabeko
gorputz gazte, sendo, gihartsu, liluragarriek kudeatzen dituzte. Bizi-gogoak
eraginda aireratu dira, apirilean, jardunaldi batzuk Gasteizen esanez:
"Adineko emakumeok ez gaude iraungita".
Maila bereko gizonezkook, ere, saiatzen gara, oraindik, ustezko
ahalmenak erakusten, hobeto esan da, amesten. Gogoko ditugu neska
poxpolin, gorputz arinak eta minigonatan. Horrelakoetan, mingainetik alde
egiten dizkigute indarrik beroenak, esaldi lizun, hitz nabar eta lotsagabe
xamarren bidez. Adin bereko amonak, zertan gabiltzan ohartzen direnean,
ederki trufatzen dira gutaz. Badira, ordea, gupidatsuagoak ere, eta, begirada
adikorrez, larre mardulagoetara bideratzen gaituzte.
Badut itxaropen emakume edadetsu hauekin batera sortzen ari
garen adiskidetasunak emetasunaren alderdi berri bat goza araziko didala.
Ikusi da adiskidetasunak erraz pipiltzen dituela edonorengan emetasunaren
kimu prometatzaileak. Giro berri honetan ere, biziki bete nahi dut haserako
manua: "zaude adi eta goazen". Entzule trebe eta sentikor nabaritzen
naizenez erraz egiten zait, besteekin ere, etorkizun hoberantz abiatzea.
Bistan daukagun zelaia oso zabala da: 55 urtetik gorako bizitza. Era
askotako paseoak egin ahal izango ditugu: azalekoak, sakonak; alaiak,
goibelak; argiak, ilunak; xumeak, konplexuak; eta abar. Gehienak
berritzaileak izaten ahaleginduko naiz; egun sendiko aire freskoz ferekatuak
bezala. Ingurumari horrek asko erraztuko liguke bizitzaren zamapean
bizipozez bizi-bizi ibiltzen. Dena heriotzara bultzaka sentitzen dugunean
harrigarria litzaiguke bizi sena nagusi ikustea.
Ibilian ibiliaz, emetasuna betiko bizi bihurtzear daukagu.
IZENBURUA/TITULO:
“BAÑO TURCO”
EGILEA/AUTOR:
JUAN JOSÉ ARAITOARRO GARCÍA
BAÑO TURCO
El día ha sido duro, muy duro. En estos tiempos de crisis, la labor
comercial se recrudece. Tienes que dar más razonamientos y repetirlos,
aunque te parezcan obvios. El regateo económico llega a extremos casi
absurdos, no hace tanto hubiese sido impensable; ojo, por ambas partes. En
fin, que necesito relajarme. Tengo tiempo, antes de ir a cenar con mi pareja,
de pasar por el gimnasio. Y así de paso amortizo la cuota que pago
religiosamente todos los meses sin apenas disfrutarla, además como decían
nuestros mayores: mens sana in corpore sano.
Ya en el vestuario, mientras me desnudo, dudo entre lo húmedo o lo
seco. La disyuntiva es; baño turco o sauna. La primera idea es la que vale,
así que al baño turco. Además, la sauna me deja una sensación
desasosegante debida a la sequedad en mi interior que dura un cierto tiempo
y que tengo que apagar con varias cervezas.
Y aquí estoy, desnudo, casi en pelotas. Solo llevo puesto el reloj de
pulsera que me regaló ella en mi último cumpleaños, bueno y la toalla debajo
del culo, encima del asiento, por escrúpulos injustificables. El reloj, una
chulada, el último modelo con diecisiete funciones; ¡Vamos, que tiene hasta
un aItímetro! Estoy solo desde hace unos diez minutos. Entre nubes de
vapor disfruto de mis pensamientos, de mis entresijos, de mis entretelas. Sin
ningún motivo aparente, como ocurre tantas veces, me viene a la memoria
una imagen de esta tarde.
Una joven madre paseaba con su niño, se para con una conocida y
el chaval, jugando y riendo, se sube a un banco próximo. La madre, sin
mucha convicción, en un gesto tantas veces repetido, chilla:
-¡Bájate, que te vas a caer!
La criatura se vuelve, y visto y no visto, se cae y llora. La madre
corre hacia él, lo levanta, lo abraza, lo examina y al ver que sólo tiene un
pequeño golpe y un buen susto, le dice muy seria:
-Lo ves, ya te lo decía yo.
Me recreo con la escena y pienso que hay cosas que
aparentemente solo ocurren cuando se dicen en voz alta. De forma
sistemática, mi cerebro como si fuese un ordenador programado para ello,
comienza a enunciar una retahíla de preguntas encadenadas:
-¿Porqué suceden estas cosas cuando se dicen de viva voz?
-¿Porqué hasta entonces no ocurrieron?
-¿Porqué ese día, en ese preciso momento, se formula la pregunta
fatídica?
-¿Es acaso la pregunta, en sí misma, la desencadenante del suceso
en cuestión?
-¿Existirá en nuestra mente algún detector que nos avise de lo que
está a punto de suceder?
Sudo moderadamente. El calor me envuelve y mis poros se dilatan
para expulsar las impurezas de mi cuerpo. Mi cabeza bulle como una olla a
presión. Salgo del baño turco para refrescarme con una ducha fresca.
Empiezo a tener las ideas más claras y vuelvo a la cabina para otros cinco o
diez minutos y rematar la sesión. La neblina me envuelve y tengo la
sensación de pasar a otra dimensión, a otro mundo tan real como este.
Retomo el hilo del pensamiento anterior. Si la desencadenante del
evento fuese la pregunta en sí misma, estaríamos ante un determinismo
creado por la fuerza de la palabra. Sería algo parecido a tener una varita
mágica, que cada individuo maneja cuando su subconsciente se excita por
algún sentimiento; amor, odio, envidia, celos, miedo, etc. Si fuese el cerebro
el que nos avisase, sería como tener un dispositivo de adivinación que nos
alertara sobre lo que va a ocurrir.
En mi cara se dibuja una sonrisa recordando la lavadora de una
amiga. El aparato es tan singular que cuando se le va el agua, es cuando
ella no está presente. El técnico se ha cansado de revisarla, ha probado
todos los programas, distintas marcas de jabón, el tipo y la cantidad de ropa,
etc. Todo inútil, bueno todo no, cuando ella está presente la lavadora cumple
su función adecuadamente, pero como se ausente tiene muchas
probabilidades de tener que recoger el agua que se ha salido durante el
aclarado. Ella dice: “esta lavadora es como un niño pequeño, si le dejas solo
se mea de miedo" Pero el mecánico yo creo que estuvo más acertado
cuando dijo: "señora, esta máquina se ha enamorado de Ud."
Me saca de mis pensamientos, el saludo del imberbe jovenzuelo
que acaba de entrar. Contesto con un lacónico y educado: "hola". Se sienta
casi enfrente de mí. Desde que ha entrado, ha empezado a caerme mal.
Quizás debido a que me ha sacado de mis elucubraciones, o porque estoy
sofocado, o por su exultante juventud, o por su desmesurada estatura, o por
su impúdica desnudez (no lleva reloj, ni siquiera toalla), o por la arrogancia
de sus atributos. No le voy a aguantar. Me levanto, me cubro con la toalla y
me despido del mozo. Cuando estoy en la puerta le oigo decir:
-¿En este ambiente de tanta humedad, no le entra vapor dentro del
reloj?
-En éste, no. Es muy bueno.
Mientras me ducho y después en el vestuario, no dejo de mirar el
dichoso reloj. El niñato ha sembrado la duda y ésta ha caído en tierra fértil,
así que fructificará y me torturará sin compasión. De momento, "el-cuenta-
tiempo", sigue bien y ni rastro de agua.
Una hora más tarde estoy tomando un café con la dueña de mi
corazón y contándole lo bien que me ha sentado el baño turco para aclarar
algunas de mis entretelas. De pronto, su cara preciosa se turba por alguna
preocupación. Y pregunto con ternura, aderezada con una pizca de
inquietud:
-¿Cariño, te ocurre algo?
-Pues hombre, ¿pero qué le has hecho? Tienes el reloj nuevo todo
empañado por dentro.
IZENBURUA/TITULO:
“LA ENCRUCIJADA DE TEOPONTE”
EGILEA/AUTOR:
FERNANDO JESÚS DEL CAMPO SERRANO
LA ENCRUCIJADA DE TEOPONTE
La luz empieza donde está apagándose,
el deseo de ver te hace más ciego.
(J.M. Caballero Bonald)
En julio de 1.970, procedentes de estratos sociales medios y altos,
unas decenas de ilusionados estudiantes militantes de diferentes
organizaciones izquierdistas, englobadas todas ellas en el Movimiento
Revolucionario de Estudiantes Bolivarianos (MREB), clandestinamente
armados se desplazan desde Teoponte (La Paz - Bolivia) hacia la sierra
norteña para internarse en las selvas adyacentes, con el propósito de
encender la mecha que propicie un levantamiento popular para la toma del
poder político, instaurando la llamada Dictadura del Proletariado.
Son todo ellos jóvenes idealistas, ansiosos por instaurar un "hombre
nuevo" en el corazón de cada persona humilde y que, enardecidos por el
furor ideológico que recorre incendiando toda Sudamérica entera, confían en
repetir en su país la idealizada experiencia iniciada en la sierra cubana.
Apoyados logística y moralmente por el régimen castrista no dudan en
ofrecer sus vidas por la única causa justa y verdadera que habita en sus
mentes, convencidos de estar colaborando con la marcha del inexorable tren
de la Historia de la Humanidad.
Tras casi 100 días de penosa peregrinación por una selva inhóspita
y despiadada, nada propicia para la subsistencia de personas poco
acostumbradas a padecer las inclemencias de la naturaleza. Perseguidos y
acuciados por soldados de un ejército de élite bien preparado y mejor
pertrechado; hambrientos y desmoralizados, el grupo de estudiantes que aún
conserva la vida se encuentra desperdigado y son prontos a ser capturados
o abatidos.
Daniel Pérez Urgoiti, vasco de origen y argentino de adopción,
figura entre los miembros de tan variopinto grupo. Integrante del Ejército de
Liberación Nacional (ELN), fue reconocido el pasado año con el galardón de
"Mejor poeta en ciernes" por la Facultad de Periodismo en la Universidad
Autónoma de Buenos Aires. Educado en una estricta fe católica, renegó
pronto de su herencia religiosa ante la evidencia de un mundo insolidario con
los desprotegidos. Considera un oxímoron la posible existencia de un dios,
bondadoso entre sus atributos, que permita un mundo plagado de injusticias.
Encontró en el corpus ideológico marxista la solución del enigma.
Presto a ser localizado por sus implacables perseguidores, anota
mentalmente sus posiblemente últimos pensamientos, sensaciones y
sentimientos. Sus innumerables dudas ontológicas y sus escasas certezas.
Sus hasta ahora incuestionadas preguntas.
"…
Entre la abigarrada espesura de frondosos árboles que, como una
protectora catedral, circundan mi íntima guarida escondite, ávidos y vibrantes
se cuelan infinitos rayos lineales que iluminan de una extraña esperanza la
naciente mañana... quizás la última de mi existencia.
Un tornasolado pájaro del que desconozco hasta su nombre, trina
glorioso su irreprochable canto invadiendo la espesura de nítida
transparencia. Cerca de aquí, unos metros a mi izquierda, el arrullo de un
manso arroyo acompaña como sonido de bajo continuo los innumerables
estímulos sonoros que el silencio reinante amplía en su reconfortante eco
cristalino.
En esta hora postrera, como danzando en un baile invisible, surgen
de las entretelas de mi conciencia múltiples y variados irresueltos misterios
de la vida, de mi vida. Asuntos, cuestiones que yo creía definitivamente
resueltos sin atisbo de duda inquietante.
Me pregunto quién soy... y me recuerdo a mí mismo en una burbuja
de cálidas imágenes preñadas de nostalgia, como niño corriendo hacia la
vida bañado en soles de alegría ingenua. De genuina alegría. Ajeno a mi
impredecible destino.
Tras una noche de persistentes aguaceros que dificultan el rastreo
de mis exasperantes perseguidores, la belleza de este amanecer de límpida
naturaleza me ha sesgado el aliento con su inesperada presencia. De pronto,
como una insinuante revelación de los sentidos, las penurias soportadas en
estos últimos meses han propiciado un estado de acrecentada atención
rayana con una especie de complacencia. Como si la cercanía de la muerte
atemperase comprensiva la tediosa presencia del insoportable temor que
acompaña al sentimiento de un fracaso anunciado.
Un indescriptible sosiego reverbera en las hojas los árboles que
suenan a brisa de la sierra. Cierro mis ojos y me dejo invadir por una inusual
ternura. Sorprendentemente agradecido hasta tal punto estoy que quisiera
permanecer así para siempre, eternizarme en este instante irrepetible. Ser
nada más que este estado de conciencia único.
Quisiera poder preguntar a un dios omnisciente, para que en este
mi último momento resolviera las recelosas dudas que me acucian. Pero
hace tiempo que dejé de creer en la posibilidad de algún dios. Pues si un ser
así fuera posible, jamás hubiera permitido tanta injusticia derramada por toda
la faz de la Tierra.
Pero, ¿acaso soy yo justo?, ¿he sido yo justo?, ¿actué yo
justamente cuando cumplí la estricta orden de mi comandante de ajusticiar a
Richard, nuestro camarada suizo, tras pedir sollozante que se le permitiera
entregarse al enemigo para evitar la segura muerte?
¿Acaso soy yo el detentador de la Verdad Única, separando a los
hombres en dos grupos entre buenos y malos, entre explotadores y
explotados?
¿No tendría algo de razón mi amigo Rafael, cuando reiteradamente
me insistía en la idea de que la verdadera línea que separa el bien del mal
pasa por el centro de cada persona?
A mi alrededor veo cada planta, percibo cada insecto, siento cada
animal, ave o reptil, como seres que cumplen exactamente con su cometido.
Uno a uno y todos en sus múltiples interrelaciones, en su aparente
complejidad, completan un paisaje exacto. Responden, cada uno de ellos, a
una ley que llevan impresa en su proceder. Siguen sin desvío posible las
normas que marcan su mutua interdependencia. Así es y no puede ser de
otra manera: así es como debe ser. Así es como son, como han sido y como
serán.
Y Yo, ¿tengo yo un destino predeterminado?, ¿puedo yo escoger?,
¿se puede decir que yo no estoy absolutamente determinado por leyes que
rigen inevitablemente mi actuar? ¿Realmente, he escogido yo en mi vida? O,
¿soy una marioneta movida por hilos del todo imperceptibles para mi
conciencia?
Y, si no soy más que un simple monigote, ¿qué más da lo que haya
hecho y dejado de hacer? Si me muevo al son de una música que no puedo
interpretar, ¿qué sentido tiene que me haga estas preguntas?, ¿que me
plantee estas cuestiones? O, ¿es que todo es un absoluto sinsentido?
Entre la brumosa niebla que se eleva de la tierra húmeda emergen
volutas que encierran misteriosos mensajes sobre este imperecedero
momento, ya definitivo.
La tarde va cayendo. Las naturales formas se diluyen y se van
apagando. La coloración disminuye en un desleírse sin resistencia hacia
tonos grisáceos. Todo se atenúa.
Oigo ladridos cercanos, son sus voces, sus pasos. Y para mi
sorpresa no desentonan con la orquesta de mis sonidos interiores. Todo se
adecua a este momento con una precisión estremecedora.
Pero en el cenit de mis cavilaciones reluce precisa como un
diamante, en esta indecible paz que ahora siento, la incuestionable certeza
sobre que yo soy en este único e irrepetible instante, quien está
experimentando todo lo que vertiginosamente traspasa los entresijos de mi
conciencia. Y me doy perfecta cuenta de ello.
Lo que inquietantemente me conduce a una nueva pregunta jamás
antes imaginada; ¿habrá entre mis perseguidores algún joven soldado que,
en sus noches de insomnio, se pregunte por las mismas o similares
cuestiones que yo me estoy formulando?
…”
1 de noviembre de 1.970
IZENBURUA/TITULO:
“MARÍA ENTRE-TELA”
EGILEA/AUTOR:
EMMA GARCÍA DE DIEGO
MARÍA ENTRE-TELA
A Josetxo le asombra la viveza de la mirada de la abuela Josefa.
Está seguro de que, lo ve todo. Ardura txiki polita. Ezin dugu ilargia
besarkatu.
La lluvia crea una pantalla cristalina al otro lado de la ventana. A
Josetxo le gustaría salir al prado, sacar la lengua y sentir el escalofrío en su
paladar. La madre lo llama desde el fondo de la casa. ¡Josetxo! Él piensa
que la madre tiene una voz a la vez apremiante y protectora. Que hay miedo
tras el sonido de las palabras.
Le bautizaron con el nombre de Jose por su abuela. El padre y la
madre discutieron, ganó Carmen. El abuelo no había vuelto. Se marchó a
hacer las Américas en 1899. Se quedaron solas, con un asno, dos vacas, un
cerdo, quince gallinas y un carro. El castañar, un pequeño huerto y el frío. La
abuela Josefa envolvía a Carmen en toquillas y retales, restos de sábanas ya
gastadas y la llevaba con ella a todas partes.
En la cocina se está caliente. La chapa alimentada con roble, desde
primera hora de la mañana, aleja la estancia del frío que, manda en el resto
de la casa. Coge el cubo de cinc que está bajo el fregadero, oculto por la
cortina de cuadros verdes y blancos. El ruido de la máquina de coser, se
traga sus palabras cuando, se asoma al pequeño cuarto donde su madre
cose. Ama banoa
Desde que su padre se ocupa de la guerra, las obligaciones de
Josetxo en el caserío han crecido. Del pan se ocupa Josefa. Manos de oro
dice su hija que tiene. Ella le enseñó todo lo que sabe. El ajuar lo cosieron
entre las dos. Dos juegos para el uso y otro más primoroso para la
enfermedad. Camisones, combinaciones, manteles, servilletas... Todo echo
de la blancura de la nieve y la reciedumbre de la tierra.
Abriga su cuerpo con la zamarra y cubre sus manos con los
guantes que le ha tejido Josefa. Se los confeccionó hace dos años, pero ha
sido este invierno, cuando ha comenzado a usarlos. Las manos de un
labriego, no son buenas para acariciar. Cuando sale de la casa Canelo, el
viejo mastín de la familia, le recibe dando brincos y espantando con el rabo
las gotas de lluvia que se cruzan en su camino. Josetxo le acaricia la cabeza
a modo de saludo y se dirigen juntos a las cuadras. Gallarda patea
impaciente la paja al ver a Josetxo. Los guantes en los bolsillos, manosea la
ubre y el chorro de leche tibia, canta en el fondo del cubo salpicando las
paredes. Mientras, él sueña.
La lleva dentro desde aquel día. Un ángel blanco dando vueltas
encima de una silla. Su madre cosía para la casa. Esa vez lo llevó con ella.
Una criada con cofia en la cabeza a modo de diadema lo separó de su
madre y lo llevo a la gran cocina. La olla humeante sobre la chapa esparcía
un intenso olor a chocolate. La criada le invitó a sentarse y puso ante él una
taza llena del sabroso manjar y a su lado un plato con galletas. Quiero ir con
mi ama, fueron las primeras palabras que salieron de su boca, cuando hubo
terminado su merienda. La mujer, sonriente, le limpio suavemente los bordes
de la boca con una impoluta servilleta, le ofreció la mano y lo llevó a través
de la casa. De lejos les llegó el sonido de un piano. Es el señorito, le dijo
Pilar.
Esos días, estaban tan lejos de la guerra, como ahora él de su
niñez. Ella tomó la Primera Comunión, sola, en la iglesia de Santa María.
Fue con su madre a verla. Carmen no quería lIevarle pero el se empeñó. Se
colocaron en el último banco, a la otra orilla del pasillo central. Cuando
salieron los familiares nadie les saludó, pero él sintió la mirada de la niña
recorrerle por dentro.
Desde la ventana de la cocina ve llegar al padre. Hay premura en
sus pasos. Llegan antes sus palabras que él. Durango bombardatu dute
Antonio había vuelto a la ciudad enrolado con un grupo de gudaris
que se preparaban para la defensa de Bilbao. La ciudad aumentaba la
población, día a día, con la llegada de estos soldados y con los refugiados
que huían de las tropas franquistas, que, ante la imposibilidad de entrar en
Madrid, bajo el mando del Gral. Mola, avanzaban para intentar romper el
Frente del Norte.
Josetxo. Volvió más días a la casa. Los primeros años con su
madre. Más tarde solo, para hacer entregas. Verla era el motivo que, él creía
que ocultaba. Su madre planchaba, doblaba, los vestidos, faldas, corpiños,
camisolas, chales... los envolvía en sábanas blancas y los depositaba en sus
manos. Al principio, a la vez que le entregaba el paquete, le llenaba la
cabeza de instrucciones innecesarias. Cuidado con el viento, con la lluvia,
con el salpicar de los carros, con la curiosidad de los bueyes, con el sudor
de tus manos. Puedes cantar, pero no correr, ni saltar. Di adiós a tus amigos
sin detenerte. Nunca abras el paquete. Su madre no sabía que él conocía,
puntada a puntada, lo que el envoltorio contenía. Que desde el silencio de su
habitación escuchaba, día a día, el tamborileo de la máquina de coser. No
sabía que, cuando ella salía de la sala él entraba y olía las telas, acariciaba
el satén, arrugaba con sus manos los tules que luego soltaba en el aire para
verlos expandirse y caer suavemente sobre la mesa. Formaba pliegues con
el raso, se envolvía en la rigidez del piqué, se extasiaba con el colorido de
las sedas.
Comenzó a ver a la niña por todas partes. Cuando ordeñaba,
cuando arrancaba las zanahorias de la tierra, al llevar a Gallarda al prado.
Ella reía divertida al aventar la paja y caía a su lado sobre las briznas
doradas. CU.Cu -Cu-Cu agitaban las telas que Josefa había tendido sobre
los cordeles para que el viento las secara. Se llenaba la boca de espuma
con la primera leche ordeñada....
Habrá que tomar medidas. Su padre y su madre hablan en el cobijo
de su habitación. Se le encoge el corazón ¿Hablarán de él? Es la guerra y
no Josetxo lo que les preocupa. Las alarmantes noticias sobre el bombardeo
de Durango; han alertado a la población. Antonio comenta que ya se ha
puesto de acuerdo con la Junta de Defensa para crear refugios.
Antonio es hombre de acción. Bajo las órdenes del arquitecto
municipal ayuda a los vecinos a trasladar pinos, chapas, sacos terreros para
construir refugios. La cercanía del frente y sobre todo, el bombardeo sobre
Durango, había asustado a los ciudadanos de Guernica. Temían ser
sorprendidos por los aviones y varios hombres, entre ellos Antonio,
decidieron apostarse, por turnos en la cima del monte Kosnoaga, desde
donde en caso de un ataque, agitarán banderas rojas, mensaje que será
recibido por el párroco de Sta. María, quien daría la alarma tocando a rebato.
A Josefa si le preocupa Josetxo. La nueva luz de su mirada cuando
volvió hacía años de la casa grande, le asustó. Temió que al niño le hubieran
impresionado los altos techos, la forja de los balcones, la intensidad de la luz
atravesando los ventanales, el brillo de los suelos. Le vio crecer feliz en el
caserío. Ni la llegada de la guerra, la marcha del padre, sus nuevas
obligaciones, cambiaron su buen talante. Pero la luz seguía ahí y fue
creciendo con el tiempo. Le veía jugar con el viento, envuelto en las telas
"que Carmen secaba al sol, las incursiones en el cuarto donde su madre
cosía cuando ella no estaba, la prisa en las piernas con el paquete en sus
brazos, las risas en el pajar. La abuela Josefa sabía del dolor de la ausencia,
del límite de lo imposible, de las tardes agonizantes tras las montañas,
dando fin al vacío de un día más. Sí, le preocupaba su nieto. ¡Ene!!Altuberen
alaba
La muerte formaba parte de la vida en el caserío. De manera
natural, como cuando murió el ternero que parió Ia Gallarda aquella noche
de helada. Lóbalo dijo el veterinario. Otras por mano del hombre para
alimentarse. Josetxo nunca había visto a un ser humano muerto. Aquel día
no llevó faldas, ni corpiños en el apretado paquete. Vio a su madre doblar el
pantalón, atar cuidadosamente los botones de la camisa, acoplar las mangas
en la parte de atrás de la chaqueta. Los cuellos de la camisa relajados, para
qué poner entretela dice la madre, hablando para sí. La fachada de la casa
anunciaba el luto, el crespón negro tapando el escudo de la familia. Lo
recibió como siempre, Pilar la criada. ¿Quieres verlo? Paseó la espera por el
jardín. Los narcisos asomaban en los parterres. Neumonía oyó decir a su
madre hablando con la abuela. En aquellos años, solo había escuchado su
música: Chopin, Wagner, Mozart, Ravel... Le sorprendió el silencio de la
casa. La luz había sido expulsada de la habitación. El féretro en medio de la
estancia, rodeado de las llamas oscilantes de las Hachas, la familia
alrededor, sentada, rezando. Ella junto a su madre, entre las manos un
rosario, la cabeza baja. Se arrodilló y se santiguó. ¿Qué otra cosa podía
hacer? Lo habían vestido con las ropas que él había llevado. Recorrió su
cuerpo un escalofrío.
Sintió el calor de su mano a pesar de la languidez del gesto y el huir
de su mirada. María acompaña a Josetxo. Pilar había salido de la estancia y
quizá lIamarla detendría el duelo. La madre de María habló a su hija en un
susurro pero, hasta Josetxo llegó el nombre con claridad. Ma-rí-a. ¿Se
puede pronunciar un nombre con los pies? Josetxo había escrito el suyo en
la playa. Cuando aprendió a escribir. El dedo gordo de su pie derecho
hundido en la arena, manteniendo el equilibrio, apoyado en el brazo de su
madre. Cada pisada una sílaba. El camino hasta el caserío se fue llenando
de Marías. Se colgaron de los pinos y los robles, se abrazaron a las hayas,
se refugiaron en los nidos, lo piaron los pájaros. La abuela Josefa venía del
horno, la hogaza en el regazo, envuelta en el delantal. Lo sintió pasar a su
lado camino arriba, la txapela por los aires. Un profundo suspiro asoló su
garganta.
El luto había llegado también al caserío. Se colgaba del tendedero y
ocupaba las sillas y butacas del cuarto donde su madre cosía. Había prisa
en los encargos. Salvo el traje del difunto, los primeros días los vestidos y
trajes se tiñeron de negro. La madre cosía cabizbaja, el pensamiento en otro
lugar, en otros muertos. La muerte de Javier venía de lejos. Un niño débil
desde su infancia, siempre pálido, de andar vacilante. No fue a ningún
colegio, no jugó en la calle y buscó en la música la fuerza y alegría que su
cuerpo le negaba. La riqueza no lo podía todo. La muerte igualaba a pobres
y ricos, eso si, les daba tiempo. El que no tuvo su hija Lucía. Lucía subió al
cielo poco después de cumplir un año. Aquellas malditas fiebres... Javier
había llegado a los diecisiete.
Las mujeres bajaron en el carro. El negro reinaba en la capilla. El
día gris y lluvioso acompañaba el duelo. Josetxo se vistió de fiesta, las
albarcas bien sujetas a los pies, la cabeza al aire, la txapela en la mano. Iba
a ser, por primera vez un andarijjek, y llevaría el féretro desde la casona a la
iglesia, a hombros con otros cuatro jóvenes de la misma edad del muerto,
como mandaba la tradición. Una vez depositado el ataúd frente al altar,
cruzado por la blanca toalla de lino con flecos, que la familia entregaría
después a la iglesia, se retiró hacia el banco donde estaban su madre y su
abuela. La ceremonia se le hizo larga y pesada. La música aterradora.
Recordaba a Javier sentado ante el piano, desafiando al dolor con aquella
música viva, cantarina, caprichosa, que corría por la casa, quebrándose en
las esquinas, viajando hasta el último rincón. A Javier no le hubiera gustado
su funeral.
El deseo se le había revelado con los rumores de la noche. De la
habitación de sus padres, bajo la suya, le había llegado el aleteo de las
manos, el chapoteo de los besos, la complicidad de las risas, el baile de los
cuerpos entonados por el chirrido de metal del somier. Y el ángel se hizo
mujer. Desde ese día la necesidad de mirar sus ojos, de tocar sus manos,
quedó desvaída en su cabeza. Quería todo su cuerpo. Imaginaba el olor de
su piel, la suavidad de su cabello, la electricidad de sus pechos, la humedad
de su sexo. El amor se hizo tortura.
La cita a las cuatro y media en el cementerio.
"Al principio te sentarás un poco lejos de mí, en la hierba. Yo te miraré de
reojo y tú no dirás nada---pero cada día podrás sentarte un poco más cerca.
Si vienes por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres ya empezaré a
ser feliz... EL PRINCIPITO" La habitación se le hizo pequeña para
esconderla. La hoja de papel arrancada de un cuaderno escolar, la letra
limpia, el mensaje directo. El domingo a la salida de misa María se acercó
hasta él y al darle la mano depositó en ella el papel. Después, la mirada
baja, siguió su camino. Fue Pilar la criada, que salió la última tras la familia la
que concertó la cita. Mañana
Josefa desgrana guisantes, sentada en el poyo de la entrada a la
casa cuando oye tocar las campanas de Sta. María. Poco después aparecen
en el horizonte cuatro aviones. Llegan por el norte. A menudo cruzan el cielo
y se alejan. La primera explosión llega a sus oídos rompiendo la paz de su
alma. El mercado había sido prohibido por la cercanía de las tropas fascistas.
Todos estaban en el caserío. Su hija como siempre cosiendo, Antonio había
ya vuelto de su turno en el Kosnoaga, Josetxo había subido hasta la ericera
a coger unas castañas para la cena. Volvería enseguida.
Josetxo camina sin esfuerzo, la empinada cuesta es senda, el sol
caricia y el viento desafío. Esa tarde sería suya. Por el pequeño hueco de la
ericera, extrae las castañas que deposita en la cesta de mimbre, cuando oye
el tañer de las campanas, seguido de las sirenas de las fábricas. Ve llegar
los aviones y corre hacia un claro. Las bombas se precipitan sobre el pueblo.
Han caído cerca del ferrocarril, al otro lado del puente. Josetxo desde el
castañar las ha visto precipitarse y arrancar a la tierra columnas de humo.
Los aviones se alejan por el sur. El sonido de los motores se pierde. El
bosque empieza a sonar, Ravel con su "mano izquierda" retumba de copa a
copa, de rama a rama, de piedra a piedra. Josetxo rueda por la montaña,
Ravel convertido en pánico. En su pecho un grito... ¡María!
Canelo ladra en la distancia. Josefa reza.
No te acuerdes, Señor, de mis pecados.
Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.
Dirige, Señor Dios mío, a tu presencia mis pasos.
Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.
Dales, Señor, el descanso eterno y luzca para ellos la luz eterna.
Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.