akropolis - valerio massimo manfredi

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A mi amigo ateniense

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La felicidad es dada por la libertad y la libertad porel coraje.

PERICLES, «Elogio fúnebre» (Tucídides, XLIII, 1,4)

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Prólogo

Tenía veinte años y unas ganas inmensas deviajar y de conocer mundo. Preparaba losexámenes de la universidad estudiando con unamigo de un pueblo vecino al mío y acabábamos desuperar el primer examen de literatura griega queincluía, entre otras cosas, la lectura integra de laOdisea en su lengua original. Durante meses noshabíamos aplicado en la traducción con la ayuda deun diccionario y la edición bilingüe de RosaCalzecchi Onesti, hasta que un buen día, pasado eltiempo, nos dimos cuenta de que estábamosleyendo a Homero sin ninguna ayuda ni apoyo, conel diccionario cerrado y el texto de la traduccióntapado. Una sensación maravillosa, semejante, meimagino, a la que experimenta alguien que suelta lasmuletas y echa a correr. La he vuelto a sentirrecientemente viendo la escena de la películaForrest Gump, cuando el niño se desembaraza delas prótesis metálicas y corre, raudo como el viento:

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un momento de extraordinaria e intensa emoción.Decidimos, pues, que partiríamos lo más

pronto posible para Grecia, donde visitaríamostodos los lugares ligados a la historia, a la épica, ala arqueología; una especie de peregrinaje en elque buscaríamos los paisajes de la memoria, loslugares en que la historia había impreso sus huellasque nuestra ingenuidad imaginaba indelebles. Losmedios a nuestra disposición eran muy escasos yno cabía tampoco esperar que nuestros padresalimentaran nuestros magros recursos; sinembargo, habíamos conseguido comprar un billetede ida y vuelta Ancona-Pireo (en toldilla), en unbarco bautizado con el nombre de Apollonia, a unprecio muy ajustado, y ese billete constituía unseguro ante nuestra aventura: significaba quesiempre, en el peor de los casos, podríamos volver.

Quedaba por establecer cómo nosdesplazaríamos una vez que llegáramos, quécomeríamos, cómo dormiríamos, etcétera. Elproblema del alojamiento lo resolvimos pidiendoprestada una tienda de campaña militar a un amigoboy scout y comprando dos colchonetas hinchablesen un mercadillo de segunda mano; en cuanto a la

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comida, el mismo amigo nos prestó un camping gasde un solo fuego, con el que pensábamos quepodríamos prepararnos algunas sopas de sobre enunas escudillas asimismo prestadas.

Quedaba el problema del transporte. Mi amigose desplazaba habitualmente en autobús; yo teníaun velomotor e hicimos con él una pruebasubiéndonos los dos a él y cargando asimismonuestras dos mochilas, llenas de todo cuantoíbamos a necesitar para el viaje. El experimento fueuna desilusión, pues el pequeño propulsor de 50cm3 fallaba a la más mínima subida, por muy leveque ésta fuese, y sabíamos perfectamente, porhaberlo estudiado, que el terreno de Grecia figuraentre los más montañosos y accidentados.

Por lo tanto decidimos que nos desplazaríamosen autostop, como hacían en aquel tiempo muchoschavales de nuestra edad. Lo importante era ponerpie en suelo griego: una vez que hubiéramosllegado, ya haríamos frente, uno por uno, a todos losproblemas que nos fueran surgiendo.

Fue un viaje de impresiones profundas, deemociones poderosas. Vimos el Partenón bajo un

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cielo abrileño en el que galopaban negrosnubarrones henchidos de lluvia, que de vez encuando eran perforados por los rayos de sol queiluminaban con una luz violenta ya esta, ya aquellaparte de la gran explanada, así como el pórtico delas cariátides, apenas rociado por una ligera lluvia.

Sacamos de la mochila el Tucídides en ediciónde bolsillo y nos pusimos a leer el Elogio fúnebre:

Amamos la belleza con mesura y rendimosculto al saber pero sin caer en la debilidad.Hacemos uso de nuestra riqueza más como mediode acción que como motivo de jactancia, y no esningún baldón para nadie aceptar su pobreza, pueslo realmente vergonzoso es no tratar de salir de ellaen la medida de lo posible.

- ¡Qué fuerza…! - murmuró mi amigo.Nosotros, muchachos de campo, provincianos

como éramos, nos sentíamos en aquel momentounos intelectuales, refinados humanistas sóloporque podíamos relacionar una cita de Tucídidescon la arquitectura del Partenón: cierto es que noestábamos más que en los inicios, pero aquellasexperiencias tan directas y, por así decir, concretas,nos producían verdadero estremecimiento. Nos

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sentamos en la escalinata de los Propileosesperando la puesta de sol, contemplando lagrandiosidad del odeón de Herodes Ático, la colinade Filopapo, el ágora en el lado opuesto y, enlontananza, el Licabeto, rematado por su iglesitabizantina. Nos quedamos allí sentados sin decirnada, con los ojos y el ánimo llenos de asombro,hasta que el hambre nos empujó a buscar algo decomer en una taberna de Plaka. El barrio, apenasfrecuentado por los primeros turistas, conservaba suaspecto genuino: en la blanca pared de un pequeñolocal el dueño había escrito con pincel y pintura rojabona e mercata grecca cuzina (comida griegabuena y barata), con la evidente intención de atraera turistas italianos. Y bien que lo consiguió:descubrimos que la manera más barata de llenarseel estómago era un plato de alubias y una hogazade pan.

En una tienda vi un par de gemelos de plata,que imitaban los dracmas atenienses, con lalechuza grabada, y me prometí comprarlos a lavuelta si me quedada algo de dinero.

Tuvimos que abandonar la ciudad al cabo deun par de días porque no podíamos permitirnos los

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gastos del alojamiento, y antes de salir hacia elPeloponeso decidimos subir hasta la cima delSkaramangá, la montaña en que el emperadorpersa Jerjes, según la narración de Heródoto, sehizo construir un trono para contemplar, como desdelas gradas de un teatro, la victoria de su flota contralas naves atenienses en el estrecho de Salamina.

En un determinado punto de la subida habíauna tela metálica y un pastor nos gritó algo que noentendimos, pero nuestra curiosidad por ver el lugaren el que Jerjes había establecido su trono doradoera tal que no le hicimos caso. Nos adentramos, sinadvertirlo, en un polígono de tiro de la marina militargriega y por suerte nos encontramos con unapatrulla de desalojo que nos echó, pues de locontrario hubiéramos tenido que correr bajo losproyectiles de los cañones.

El oficial que nos había echado tuvo laamabilidad de parar un camión que nos llevó hastaCorinto y nos regaló una botella de coñac griegoque nos acompañó durante todo el viaje. La granciudad del istmo fue una desilusión; por otra parte,sabíamos que la habían destruido los romanos deLucio Mumia y que lo único griego que había

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Lucio Mumia y que lo único griego que habíaquedado eran las siete columnas dóricas del ángulodel templo de Apolo. Subimos los novecientosescalones que llevaban al Acrocorintio y desde allípudimos contemplar un paisaje asombroso: por unlado veiase el canal, el golfo Sarónico y la isla deEgina; por el otro se divisaba al norte la costa deFócide y al oeste el vasto golfo, que aparecía comocerrado por las escarpadas montañas de Acayaque se adentraban en el mar hacia el mediodía.

Al sur se extendía la Argólida, hasta donde seperdía la vista, destacada por los rayos oblicuos delsol que acentuaban los colores resplandecientes dela primavera. Nos acordamos de Diógenes y de sutonel, que no debía de ser mucho menos acogedorque nuestra tienda de campaña, tanto más cuantoque nuestras colchonetas hinchables de segundamano no retenían el aire y a eso de las dos de lamadrugada invariablemente teníamos quelevantarnos para volver a hincharlas si no queríamosdormir sobre las mismas piedras. La mía a menudoduraba sólo hasta la medianoche y desde aquelmomento tenía que volver a hincharla dos vecesantes del amanecer mientras que mí amigo, más

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afortunado que yo, se las arreglaba hinchándola unasola vez.

- Lo barato acaba saliendo caro - comentabaél, como si hubiéramos podido escoger en nuestraadquisición.

El día siguiente fue muy duro porque aunquehicimos dedo no encontramos a nadie que noscogiera y tuvimos que caminar durante casi diezkilómetros bajo un sol de justicia. Hacia las once sedetuvo un tractor y el conductor nos dejó montar enel remolque entre cajas de naranjas y limones.Llegamos a Micenas después de la puesta de sol,muertos de cansancio, hambrientos y con loshuesos molidos por haber viajado en tractores,sentados en los guardabarros o en los adrales dehierro de los carros agrícolas; pero era tal laemoción de encontrarse en la ciudad de Agamenónque nos olvidamos de todas nuestras cuitas.

Las verjas estaban ya cerradas, los vigilantesse marchaban en aquel preciso momento y tambiénel último autocar de turistas se alejaba ton direccióna la «nueva Micenas», un pueblecito de pocos milesde habitantes, situado al pie de las colinas. Encambio nosotros nos quedamos y, al no poder

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entrar, trepamos por una colina rocosa que dominala ciudad, aquella desde la cual, en el Agamenónde Esquilo, el vigía ve las fogatas que señalandesde Nauplia la llegada de la flota aquea. Losúltimos rayos del ocaso teñían de rojo las ciclópeasmurallas y los contrafuertes de la Puerta de losLeones, y desde nuestra posición podía verse porentero el gran megaron y la torre que se asomabaal abismo. Cogí de mi mochila la Odisea y me pusea leer el pasaje del libro undécimo dondeAgamenón, evocado por Odiseo, cuenta desde losInfiernos cómo fue asesinado a su regreso: «Fueinfamante mi muerte, y conmigo mataron a mishombres como cerdos… y el suelo cubierto desangre… Y la cara de perra, enviándome al Hades,ni se dignó siquiera a cerrarme los ojos con susmanos».

Leía como si fuera un actor trágico y yo mismome emocionaba por el sonido de mi voz entreaquellas rocas desnudas. Dejé de leer cuando laoscuridad me impidió seguir haciéndolo, pero enese momento, desde el valle que teníamos abajo,se alzó el grito de la lechuza. Otra le respondió yluego otra más, hasta que la montaña entera resonó

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con aquel lloriqueo. Cansados, excitados,hambrientos, éramos casi incapaces de controlar laemoción que había hecho mella en nosotros ycontinuábamos mirando fijamente ese suelo comosi asistiéramos en directo a la sangrienta escena.Luego, cuando el canto de las lechuzas cesó caside golpe, dejamos escapar un largo suspiro ypensamos en cómo podíamos quitarnos el hambreen un lugar tan escabroso y desolado como aquél.Nos acordamos de las sopas de sobre que había alfondo de nuestras mochilas, revisamos nuestrasreservas de agua en las cantimploras y encendimosel hornillo tras haber preparado un abrigo conalgunas piedras. Era nuestra primera cena bajo lasestrellas y aquella sopa caliente y gustosa tenía unsabor industrial de lo más nuevo para nosotros; lahabíamos preparado con nuestras propias manos ynos supo a manjar de dioses.

El terreno era demasiado rocoso para plantarla tienda, por lo que la extendimos en tierra y nosacostamos al abrigo de las rocas todavía tibias:dormimos toda la noche, milagrosamente, sin tenerque despertarnos para hinchar las colchonetas,pero antes de caer rendidos nos quedamos un buen

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pero antes de caer rendidos nos quedamos un buenrato charlando mientras contemplábamos el ciclosalpicado de estrellas increíblemente luminosas,sorbiendo unas gotas de nuestro coñac militar yfumando un Papastratos, el único que nospermitíamos a lo largo de toda la jornada.Seguramente en toda mi aún breve vida no habíasido nunca tan feliz como en aquel momento.

En Epidauro, en el más hermoso teatro delmundo antiguo que ha llegado hasta nosotros,representaban el Edipo rey con Spiros Fokas yKatina Paxinou, e invertimos una cifra equivalente acuatro o cinco días de supervivencia para poderasistir al espectáculo, que se representaba engriego moderno. Nos costaba entenderlo yseguíamos el texto antiguo iluminándolo con unalinterna, pero lo sugestivo de ver a actores vivos yauténticos con sus trajes de escena en aquellaconstrucción milenaria maravillosamenteconservada nos llenaba de emoción y de espanto.

Llegamos a Delfos entrada la noche, despuésde haber atravesado a pie la montaña. Habíamosesperado larga e inútilmente que nos llevaran a Iteay luego tomamos una decisión: si seguíamos hacia

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arriba, todo recto, atajaríamos unos dos tercios. Locual era muy cierto, aunque no nos imaginábamoslo que nos esperaba. La oscuridad había caídosobre nosotros mientras trepábamos aún por entrelas rocas y zarzales, con un viento muy fuerte quedoblegaba las copas de los árboles.

Llegamos a la cima exhaustos y a oscuras. Nohabía más que una taberna en todo el pueblo, denombre Parnassos, y entramos; con el peloalborotado, los vaqueros rotos por debajo de lasrodillas, las manos despellejadas y la barba sinafeitar, parecíamos unos auténticos bandoleros, ytodos los clientes se volvieron hacia nosotros comocuando dos pistoleros entraban en uno de lossalones del lejano Oeste. Nos sentamos en lamesita más apartada y pedimos unas alubias, unahogaza de pan y una botella de agua, pero al pocoel camarero trajo medio litro de retsina: unainvitación de aquel señor de allí. Luego trajo unassuvlakia de cerdo bien asadas: invitación de aquelotro señor de allá. Habían comprendido queteníamos hambre y que si andábamos con aquellastrazas no era por dar la nota, sino porque noteníamos nada más que ponernos, y les dábamos

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lástima.Desde allí llegamos, a través de Fócide, al

desfiladero de las Termopilas. En relación connuestras expectativas, el lugar resultaba casiirreconocible por su distancia del mar, por elenterramiento del golfo y por el paso de un carreteranacional y de las principales líneas eléctricas queunían el norte y el sur del país. Y, sin embargo, aquelmonumento a Leónidas, erigido hacía sólo pocosaños y costeado por unos trescientos espartanosemigrados a Estados Unidos, nos parecióhermosísimo, con las palabras de Simónidesgrabadas en su base («Glorioso es vuestrodestino/Vuestro monumento fúnebre es un altar»).Luego, subimos al cerro donde los hombres deLeónidas formaron en cuadro en la últimadesesperada defensa para proteger la agonía delrey moribundo, y leímos la inscripción que figurabaen la estela funeraria: «Forastero, anuncia a losespartanos que aquí caímos, obedientes a susleyes». También aquella era falsa, pero; qué másdaba? Nuestra emoción era genuina. Buscamos,asimismo, el paso de Anopea, el secreto senderoque el traidor Efialtes mostró a los persas para que

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pudieran conquistar por la espalda la inexpugnableposición defensiva de los griegos; pero nosperdimos en los bosques al regreso, ya de noche,muertos de hambre y de cansancio,

La etapa siguiente fue Olimpia y llegamoscorriendo al estadio imaginando al público queanimaba a los atletas. Pedí que me hicieran una fotocon la pose del Discóbolo de Mirón, y cuandoentramos en el museo nos quedamosdeslumbrados por todas aquellas maravillas: laCentauromaquia, la Carrera de Pélope y deEnómao, el dios Apolo con sus bucles arcaicos y subrazo tenso y enérgico por encima de aquellamaraña de cuerpos humanos y bestiales. Parecíaincreíble. Y nosotros tratábamos de imaginarnos aaquéllos con sus armas de metal dorado, queresplandecían al sol en los frontones gloriosos delos templos. Y luego el Hermes de Praxíteles,desnudo y solo en medio de aquella luz difusa quellovía del cielo y que volvía traslúcida cual cera supiel de mármol parió.

Volvimos a Patrás y buscamos un embarquepara Ítaca, que por nada del mundo hubiéramosdejado fuera de nuestro itinerario. Nos costó el

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dejado fuera de nuestro itinerario. Nos costó elúltimo dinero que teníamos, pero nos quedaban aúnsiete sobres de sopa y una pequeña bombona degas para cocinarlos: podríamos sobrevivir.Desembarcamos al amanecer y vimos Samostodavía cubierta por la sombra de los montes de laTresprotia («La una se encuentra allí donde está elnegro ocaso…») e Ítaca resplandecer bajo el solradiante de la mañana («… la otra más adelante, allídonde apuntan la aurora y el sol»). Buscamos loscampos de Humeo, la gruta de las ninfas yfinalmente los pobres restos del que Schliemanncreyó el palacio de Odiseo. Excavó, incluso, parabuscar las raíces del olivo bajo cuyas ramas el hijode Laertes aparejó su yacija. Por la noche nossentamos en la plaza a contemplar el puerto deVathí, aquel en el que Telémaco recaló, evitando elacecho de los pretendientes en la isla de Astéride.

En cualquier perro tratábamos de reconocer aArgos, en cualquier muchacho a Telémaco, encualquier pastor a Eumeo o Filecio y, en la figura deun anciano venerable, las canas de Laertes. Pero él,el muy paciente y divino Odiseo, el urdidor deengaños, el destructor de ciudades, el héroe de

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todo tiempo y lugar, él estaba por doquier, como sifuera el alma de aquella isla, como si su alientofuera el viento, como si dejara huellas misteriosasen el polvo de los caminos.

Eran las nuestras nada más que fantasías demuchachos ingenuos, pero tan intensas, tansugestivas, que dejaban señales profundas,sensaciones capaces de resistir toda una vida y decondicionar nuestro futuro. En aquellos momentospensábamos en los jóvenes que se pasaban lasveladas nocturnas en las pistas de bailecontorsionándose con el twist y nos sentíamos unosprivilegiados, unos elegidos por los dioses,orgullosos de soportar el hambre y las privacionespara lograr conquistar aquella intimidad profunda einmaculada con los antiguos cantos de Homero, conlas historias de Heródoto y de Tucídides, con ellamento de Edipo, de Áyax, de Prometeo.

Los últimos cinco días antes del embarque lospasamos a base de pan y pasas de Corinto que unseñor misericordioso nos había regalado en Patrás:cinco kilos. Aunque el sabor a la larga cansaba,aquella fruta era una bomba calórica que nos dabaenergía suficiente para proseguir nuestro viaje. En

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total pasamos en Grecia veinticinco días,dejándonos crecer la barba y perdiendo tres ocuatro kilos cada uno. Antes de embarcarnos en elApollonia, en el Pireo, pasé por mi querida tiendade Plaka y me gasté el último dinero comprandounos gemelos de plata con la lechuza de Atenas(que aún conservo) y un broche de filigrana para mimadre. Y, sin embargo, el encuentro más bonitoestaba todavía por producirse.

Estábamos en la proa viendo desfilar la costalentamente ante nuestros ojos, el maravillosopaisaje griego de islas y promontorios, de golfos,ensenadas y escollos, de montañas cortadasabruptamente sobre el mar y la cima salpicada denieve, de grandes nubes blancas atravesadas porlos rayos del sol, y soñábamos con los tagliatellehumeantes de nuestra casa después de cuatrosemanas de comer alubias, pan y queso feta, ysopas de sobre, cuando se acercó a nosotros unseñor, de pequeña estatura, curiosas facciones yataviado con un traje azul de impecable corte y unagardenia fresca en el ojal.

- ¿Sois italianos? - nos preguntó.- Sí - respondí yo -, de la provincia de Módena.

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- Lo habría jurado. ¿Habéis estado en Grecia?- Oh, sí. Somos estudiantes de lenguas

clásicas y queríamos visitar todos los lugareshistóricos.

Y comenzamos a desgranar la lista de loslugares que habíamos visitado, de los museos, delas zonas arqueológicas, de los templos, de lospalacios micénicos, de los santuarios suburbanos,de los oráculos, de las fuentes sagradas, de los ríosy de los lagos, de los campos de batalla. Él nosmiraba estupefacto, como cogido por sorpresa ypoco menos que arrastrado por nuestro propioentusiasmo. Se presentó: se llamaba KostasStavropoulos; luego, nos presentó a su mujer, laseñora Alexandra, una mujer de gran belleza, másalta que él y de gran elegancia. Hablaba por loscodos como si nosotros pudiéramos encenderperfectamente el griego moderno y nos hizo muchoscumplidos. Aquella misma noche nos invitaron acenar a su mesa en la cubierta de primera clase ynosotros nos pusimos el único par de vaqueroslimpios y la última camiseta mínimamente decente,nos afeitamos, nos lavamos el pelo y nosduchamos: estábamos casi presentables; podría

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duchamos: estábamos casi presentables; podríadecirse incluso que no teníamos mal aspecto, tanbronceados, delgados y musculosos comoestábamos. Además, el poder sentarnos a la mesacon una fila de cubiertos y copas resplandecientes,con servilletas de un blanco impoluto y comiendo ala carta se nos antojaba un privilegio maravilloso.

- ¿Veis a ésos? - dijo el señor Stavropoulosseñalando a sus compañeros de viaje -. Pues hoyestaban hablando de vosotros a vuestras espaldas.Decían: «Mira a ésos; pero qué asco, quéindecencia. Con esos vaqueros agujereados, elpelo largo, la barba…; no deberían dejarles subircon los demás pasajeros: deberían estar en labodega del barco con el personal de servicio».

- Ay - exclamó mi amigo mostrándose molesto.- Y entonces yo les he dicho: «Apuesto en

cambio a que son unos buenos chicos, casi contoda seguridad estudiantes universitarios; apuesto aque saben griego antiguo y latín y que conocenGrecia mucho más y mejor de lo que la conocéisvosotros». Y éste es el motivo por el que he queridosaludaros. Era yo quien llevaba razón y ellosninguna. Sois unos chicos estupendos y me alegro

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mucho de haberos conocido.Les invitamos a Italia a mi casa y les hablé de

mis padres, que eran exactamente de su mismaedad, y ellos vinieron. Desde aquel momento nacióuna amistad maravillosa, un afecto sincero yprofundo, una familiaridad intensa: al año siguientenos hospedaron a ocho en su casa de Atenas, anuestra vuelta de un viaje por Oriente en untodoterreno americano que habíamos comprado enun desguace y reparado en ocho meses de intensotrabajo. También los compañeros que estaban connosotros se hicieron amigos suyos, y para siempre.

Kostas era para nosotros como un filósofoantiguo, nos quedábamos escuchándolefascinados: era nuestro Sócrates, nuestro Platón,nuestro Epicuro. Fumaba unos cigarrillos muyaromáticos y elegantes que se llamaban Santé(«porque no hacen daño, son de un tabaconatural»), y en la cajetilla roja se veía la figura de unabonita mujer de largos cabellos rubios, estilo RitaHayworth, que aspiraba voluptuosamente de unaboquilla negra.

Su mujer, Alexandra, tenía un perrito de lanas.Moreno, y una gata, Gilda, y Kostas tenía que sacar

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al perro para que éste hiciera sus necesidades enun parque dos veces al día. Por la noche, mientraspermanecíamos allí, dormíamos en el suelo delcomedor uno al lado del otro, sobre nuestrascolchonetas, pero, eso sí, con sábanas reciénlavadas, y después de haber comido todos juntosen torno a la mesa redonda ensalada griega,mezedes, suvlakia y cualquier otro don de Dios conun retsina espumoso y helado que él calificaba de«achampañado».

No tenían hijos, él trabajaba en el ayuntamientoy ella se ocupaba de las labores de la casa con laayuda de una asistenta. Alexandra provenía de unafamilia acomodada y estaba acostumbrada al buenvivir: siempre alegre, siempre simpática, siempredeliciosa, perfumada, recién salida de la peluquería.

- Hay gente que compra un coche de lujo -decía Kostas - y viven como auténticos miserablespara poder mantenerlo. Yo he preferido a una mujerde lujo (quería decir «de gran clase») y puedoprescindir del coche.

Esta filosofía tan simple, elemental, y, sinembargo, nutrida de excelentes lecturas, unida atodas las debilidades pequeño burguesas y casi

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provincianas, a un humor goliardesco, mezcla deguiños picarones y gustos italianos por todo lo belloy el placer, hacían de él un hombre irresistible.

Y yo me convertí en su preferido. Me queríancomo a un hijo y estaban orgullosos de mis éxitos,primero en la universidad y luego profesionales. Laespina que Kostas tenía clavada era su fallidacarrera de cantante de ópera, por la que inclusohabía venido a Italia de joven para estudiar en laScala. Era pariente de un famoso director deorquesta que, sin embargo, no le había prestado lamenor ayuda:

- Porque era arrogante, pagado de sí mismo yacaso también marica - decía con su acento griego,y con el añadido de la sospecha de sodomía leparecía haber pronunciado la condena definitiva,una condena sin apelación.

Pero continuaba cantando, para los amigos opara asociaciones benéficas. En cierta ocasióncantó en el odeón de Herodes Ático y nosotrosestuvimos todos allí, despellejándonos las manos detanto aplaudir,

- Puedo cantar I pagliacci - decía sin pecar defalsa modestia - incluso mejor que Mario Lanza.

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falsa modestia - incluso mejor que Mario Lanza.Pero nunca me cercioré de si ello era cierto o

no. Tal vez no era verdad, pero a nosotros nosgustaba creer que Kostas podía permitirse unosagudos tan altos como los de Mario Lanza.

Discutíamos de todo: de política, de gramáticay de retórica, de literatura antigua y moderna, y él noperdía ripio. En cierta ocasión, a propósito de laApología de Sócrates y del famoso «gallo deEsculapio», nos pusimos a discutir sobre cómo sedecía gallo en griego antiguo. Yo sostenía que sedecía alektryón, mientras que él decía que eraaléktor. Teníamos razón los dos, pero era siempreun hermoso duelo. Políticamente era partidario dePapandreu; lo fue incluso durante la dictadura de loscoroneles, lo cual le acarreó una postergación en sucarrera. Mejor dicho, le habían trasladado, decía él,«al hipogeo», es decir, a las seccionessubterráneas del ayuntamiento - Pero la palabra engriego tenía un no sé qué de sepulcral, como sinuestro amigo hubiera sido enterrado vivo.

Cada vez que llegaba una carta suya era paramí un motivo de alegría. Encabezaban la hoja lalechuza de Atenas y la leyenda: Dimos Athinon,

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«Ayuntamiento de Atenas», pero a mí me gustabainterpretarla como «El Pueblo de Atenas», como siquien me escribiera fuera Péneles o Temístocles.No tenía ciertamente madera de héroe y por eso suoposición política era sorda y en cualquier casosumisa, y, sin embargo, cuando el 17 de septiembrede 1973 los coroneles ordenaron el desalojo de launiversidad ocupada por los estudiantes, yo estabaallí y asistí a un episodio extraordinario.

Tenía un sobrino, hijo de un hermano o de unahermana, no lo recuerdo muy bien, un guapísimochaval de nombre Konstantinos pero al que todosconocían, igual que a su tío, como Kostas, que sevio implicado en la represión. Éste habíaconseguido poner a salvo a un amigo herido yensangrentado a través de los tejados de la ciudady a su vuelta a casa, sucio, hecho una pena ysudado, sus padres, que eran «de derechas, muyde derechas» le pusieron verde, diciéndole que eraun comunista, un desgraciado, su vergüenza y sudesesperación. Kostas, que se hallaba presente, sepuso en pie y, hablando muy lentamente, por lo quetambién yo pude entenderle perfectamente, dijo:

- Tienes unos padres indignos de ti. Te has

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comportado como un héroe y estaremos muycontentos y orgullosos si quieres venirte a vivir connosotros.

Nuestra relación ha continuadoininterrumpidamente durante el resto de nuestravida y en esta relación se han sucedido todas lasvicisitudes tristes y alegres propias de cualquierexistencia humana. Fui a verles después decasarme, con mi mujer embarazada de pocosmeses, que sintió por vez primera moverse a la niñaen su seno precisamente en la Acrópolis. Pasamoscon ellos la Pascua ortodoxa y cuando sedesencadenó la zarabanda de tracas y fuegosartificiales para festejar la medianoche deResurrección mi mujer sintió a la pobre pequeñasobresaltarse dentro de su útero a cada estallido,hasta el punto de que temió que no fuera a nacer deltodo normal. Prometimos regresar pronto, sinembargo, dejamos pasar muchos, demasiadosaños: el matrimonio, los compromisos, la carrera,los viajes. El nacimiento de mis hijos. La muerte demi padre.

Telefoneaba bastante a menudo, les escribíacontándoles todo lo interesante que sucedía, lo que

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hacían los demás amigos, hasta que un buen díaKostas me dijo que Alexandra tenía un tumor, quehabía sufrido una mastectomía total y que sesometía a un duro tratamiento de quimioterapia.Murió dos años después entre indeciblespadecimientos. Mi amigo Kostas nos comunicó a míy a mi familia su muerte en una carta que parecía elelogio de una antigua matrona: palabras sencillas yemocionadas, expresiones de una increíble noblezade espíritu. Al final añadía: «Cuando un hombrepierde a la compañera de su vida también éldebería morirse».

Durante dos años no tuve ya noticias de él,hasta que mi editor griego me invitó a Atenas y aotras localidades de Grecia para el lanzamiento deuna novela mía. El primer encuentro tenía queconsistir en una cena en uno de los mejoresrestaurantes de Atenas, seguramente el restaurantecon las mejores vistas, toda vez que la grancristalera del piso superior enmarcaba exactamenteel Partenón. Me parecía una oportunidad preciosa ypedí a la solícita encargada de prensa, unadeliciosa muchacha políglota de nombre Angheliki,que telefoneara al señor Stavropoulos para invitarle

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que telefoneara al señor Stavropoulos para invitarleal restaurante Dionysios, justo debajo de laAcrópolis, porque le esperaba allí una gransorpresa. Él adoraba las celebraciones mundanas,acicalarse, rociarse con su mejor colonia, con lafresca gardenia - que guardaba siempre en elfrigorífico - en el ojal. Luego, la sorpresa: leabrazaría y le regalaría mi libro en griego con ladedicatoria más hermosa que se me ocurriera.

Apenas hube bajado del avión le pregunté a lamuchacha si h3bía telefoneado al señorStavropoulos y qué le había respondido. La jovenbajó la cabeza.

- ¿Qué pasa, Angheliki? ¿No le hasencontrado?

- No, sí que le he encontrado; sólo que…- ¿Qué?Le había dicho:- Siento, señorita, no poder aceptar su

invitación; me gustaría mucho participar en esacena y descubrir de qué sorpresa se trata, pero meestoy muriendo, y como usted comprenderá…

Me quedé sin habla mientras la muchachamurmuraba, acompañándome hacia el coche:

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- Lo siento…, lo siento…Mi programa a partir del día siguiente era muy

apretado: entrevistas, presentaciones, encuentroscon los libreros…, pero yo, antes que nada, pedí seracompañado a Odós Larisis 20, para ver al señorStavropoulos, la persona más importante para mí detoda Grecia.

Tenía el corazón en un puño mientras acercabami dedo al timbre: volvía a ver las escenas de todaslas ocasiones que había pasado por aquella calle,desde la primera vez que había ido, a los veintiúnaños. Los árboles del parque habían crecido unpoco, pero seguían estando polvorientos yraquíticos: no estaba ya el bar en la esquina, y elvendedor de retsina al por menor había dejado suestablecimiento, que se había convertido en unafloristería. Allí seguía el raigón que Moreno elegíainvariablemente para hacer pipí, y también el cubode la basura permanecía en el mismo sitio.

Cuando salí del ascensor me recibió unaseñora que frisaría la cuarentena, rolliza y con raloscabellos amarillentos, que balbuceó unas pocaspalabras en un griego que no era ciertamente sulengua materna. Él estaba en la cama, con la

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televisión encendida, viendo un programa italiano.Flaco, exhausto, pero impecable. Llevaba puesto unpijama azul con la pochette también azul y, cuandole di un abrazo con lágrimas en los ojos, noté que sehabía rociado con su acostumbrada coloniafrancesa.

Había mentido. No se estaba muriendo, sóloque ya no tenía esperanzas de recuperación y nopodía caminar sin la ayuda de la persona que lecuidaba, una albanesa de Argirocastro. Se percatóde que yo «taba emocionado y me dio unaspalmaditas en el hombro. Me sentía mal al pensarque desde hacía no sé cuánto tiempo estabacompletamente solo, sin nadie con quien poderintercambiar dos palabras, Sin embargo, vi quesobre la mesita de noche tenía un paquete decigarrillos.

- No te hace bien fumar - le dije.- No. Pero tampoco mal. Mejor dicho, en estos

momentos es mayor la satisfacción que el daño queme causa; como el daño está generalizado, puedodecir que me hace bien. En cambio a ti, que eresjoven y te encuentras bien, te haría daño.

- Veo que no has perdido el gusto por la

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filosofía.- No, pero no se trata de una elección libre.

Cuando has perdido el gusto por todo lo demás, lafilosofía es todo cuanto te queda.

- Aparte de los cigarrillos.Sonrió. Me ofreció uno y encendió otro para él.- Si vivieras aquí - dijo -, vendrías a verme todos

los días y lo pasaríamos bien juntos.Saqué mi libro y se lo alargué:- Por lo menos podré hacerte compañía con

esto. ¿Puedes leer?- Con esfuerzo. El cuerpo es una máquina: llega

un momento en que se avería. Cuando uno quedareducido a mi estado, lo mejor es morirse.

Se veía que la preocupación por suenfermedad, por su total dependencia de losdemás, le angustiaba.

- No podría cantar - añadió - ni aunque quisiera.Como si hubiera hecho falta decirlo.- ¿Qué andas haciendo por Atenas? - preguntó

- Ah… - añadió inmediatamente -, el libro…¿Volverás?

- Sí, porque estoy realizando una investigaciónpara escribir un pequeño ensayo sobre los antiguos

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para escribir un pequeño ensayo sobre los antiguosatenienses.

- Ambicioso, pero haces bien: bastantesindividuos hay ya que no se ocupan más que desandeces. Me gustaría seguir lo que haces.

- Ojalá.- Entonces, ¿vendrás a verme de nuevo?- Todas las veces que venga a Atenas.- Me pregunto si conseguirás terminar tu trabajo

antes de que yo me muera.- No me parece que estés en un estado tan

desesperado. Únicamente necesitas volver arazonar, a discutir, a hablar con alguien. Te mandarécada capítulo grabado en una cinta y así no tendrásque hacer el esfuerzo de leer. Y cada vez que vuelvalo discutiremos. O bien te telefonearé.

Me despedí de él con los ojos relucientesporque en realidad no sabía si volvería ya a verle.

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1

El mito

La historia de los atenienses comienza con unmito. Hicieron falta muchos siglos para que nacieraun Tucídides que se encargara de dictar las reglascon las que se escribe la historia. Antes, la gente deAtenas, al igual que la de todo el mundo y de todotiempo, contaba sobre sus propios orígeneshistorias bastante semejantes a las fábulas; pero nose trataba de historias inventadas ex novo: eran elreflejo de verdades parciales, deformadas yremotas, de hecho irrecuperables, transmitidas deviva voz de generación en generación, casi con todaseguridad mediante cantos y baladas. Y en estashistorias el origen de todo era una diosa, queposteriormente pasaba a formar un todo con laciudad puesto que tenía prácticamente el mismo

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nombre: Atenea. Es un nombre muy antiguo, nogriego, como indica la silaba final-na, un sufijo queencontramos, por ejemplo, en los nombres etruscos(Vipína, Rasenna, Fufluna) y en los nombres másarcaicos de los centros pregriegos como Mykenai,Micenas, la mítica capital de Perseo, Atreo yAgamenón.

La diosa nació sin necesidad de un úteromaterno, fruto de una rarísima paternidad virginal.Surgió, armada hasta los dientes, de la cabeza deZeus, como puede verse en determinadas pinturasde vasijas: figurilla rígida y extraña, tras haberprovocado a su padre una larga e insoportablejaqueca resuelta finalmente por Hefesto, el diosherrero que había partido la crisma a Zeus de ungran mazazo. Hefesto, sin embargo, reclamó muypronto una compensación por su intervención de«cirugía craneal», y pidió tomar a Atenea poresposa.

Zeus aceptó, pero como Hefesto era pocoagraciado, cojo y desventurado, otorgó a su hija elpoder defenderse y, si era capaz, rechazar lasagresiones. Es éste un detalle interesante porqueconstituye una especie de reconocimiento de libre

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elección para una hija hembra en materiamatrimonial. Hefesto, pues, se tumbó sobre lamuchacha, y lo que hubiera tenido que ser unacópula amorosa se transformó en un forcejeo. Talera la excitación del dios, que eyaculó por el simplecontacto físico con la muchacha y su semen cayó alsuelo. Pero puesto que el semen de un dios, comodice Homero, no deja de ser nunca fecundo, la tierraincubó una criatura y dio a luz al cumplirse el tiempojusto.

Atenea se hizo cargo del niño y lo ocultó en uncofre que confió a las hijas de Cécrope, primer reyde Atenas, ordenándoles que no lo abrieran bajoningún concepto; pero las muchachas no pudieronresistir la tentación y apenas la diosa se huboalejado desobedecieron sus órdenes y seencontraron ante una criatura quimérica: un niño concola de serpiente. Según una versión distinta delmito, en cambio, en la caja había una enormeserpiente que custodiaba al niño y que se arrojósobre las malaventuradas. En cualquier caso, fue talel terror y el espanto, que las muchachas seprecipitaron desde la roca de la Acrópolis yperecieron.

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perecieron.El niño se llamó Erictonio y un día había de

convertirse en rey de Atenas. El nombre deErictonio contiene las ideas de «discordia» y de«tierra» y puede ser que de él naciera la idea deldios Hefesto, que luchando con Atenea derramó supropio semen sobre la tierra. También la serpiente,además, es un animal crónico, es decir,subterráneo, porque se creía que pasaba el inviernobajo tierra. En el templo del Erecteion, que sealzaba en la Acrópolis y que conservaba lasreliquias de los orígenes más remotos de la ciudad,se guardaba una serpiente a la que se entregabanofrendas votivas.

Los pueblos antiguos, y en particular losgriegos, no tenían una teología rígida ni dogmas defe: las historias relativas a su religión estaban encontinua evolución y mutación, adaptándose a loscambios de la sociedad y a las necesidades de lapolítica y de la economía.

La fábula de Erictonio, en cualquier caso, esuna de las más clásicas; su significado másprofundo, presente en la Biblia, en la Epopeya deGilgamesh y en otras mil historias de todo tiempo y

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cultura, es que el hombre no puede posar su miradaen los misterios de los dioses, so pena de muerte ode terribles castigos como la ceguera o deespantosas metamorfosis.

Y, sin embargo, también en estas aterradorasprohibiciones existían las excepciones, aquellas quese referían a los iniciados en determinados cultossecretos, llamados justamente «misterios»; no essin duda una casualidad que en muchas escenas delos antiguos misterios que han llegado hastanosotros aparezca a menudo una cesta tapada o uncofre cerrado que los iniciados se disponen adestapar o a abrir.

Con la presencia de un niño que eramoralmente, aunque no carnalmente su hijo, Atenea,pues, se hallaba íntimamente ligada a su ciudad;pero el lazo se volvió mucho más profundo cuando,bajo el reinado de Erictonio (según otros deErecteo, aunque los dos reyes a menudo seconfunden), la diosa se batió con Poseidón,hermano de Zeus y señor del mar, para conseguir elpatronazgo sobre el Ática. El vencedor sería aquelque hiciera a los habitantes el regalo más hermoso.Entonces Poseidón golpeó el suelo con su tridente

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e hizo brotar al caballo, un animal maravilloso,invencible en la carrera y poderoso en la batalla.Pero Atenea aún lo hizo mejor: golpeó el suelo consu lanza e hizo germinar una pequeña planta dehojas plateadas que no tardó en producir unaspequeñas y aparentemente insignificantes bayasoscuras.

Así nació el olivo: la planta más noble decuantas crecen en las riberas del Mediterráneo.Frugal y paciente, resistente a la sequía, capaz degerminar mil veces después de haber sidodestruida por el fuego, pero, sobre lodo, generosa.Su madera es fuerte y dura como el hierro. Tamo esasí que originariamente se tallaban en ella lasefigies de los dioses (los misteriosos xoana), y desus frutos se extrae uno de los productos de la tierramás estimables: el aceite de oliva, que los antiguosempleaban como alimento altamente nutritivo, comorobustecedor de los músculos de los atletas y de losguerreros y como combustible para iluminar lascasas de los hombres y los templos de los dioses.

En opinión unánime de los habitantes, saliótriunfadora Atenea, y desde entonces su santuariose alza sobre la roca más alta de la ciudad, aquella

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que los antiguos micénicos llamaban asty y losgriegos de la época posterior akropolis. Fue ellaquien la hizo inexpugnable a fuerza de amontonar,uno sobre otro, enormes pedruscos (uno de ellos,además, se le cayó por el camino y formó elLicabeto). Por ese lado ya no la amenazaría nadie.En virtud de aquel don, el hombre ateniense,siempre que condimentaba sus comidas con aceiteo se ungía los miembros en vísperas de enfrentarsea una dura prueba, sentía que entraba en cienomodo en comunión con la diosa, que adquiría sufuerza y su prudencia.

¿Qué se esconde detrás de unas leyendas tanelaboradas y complejas? La clave del enigma sehalla probablemente en ese período en gran parteoscuro que se extiende desde finales de la eramicénica hasta comienzos del período clásico. Noestá claro todavía qué pudo provocar, hacia el sigloXII a. C, el hundimiento de las poderosas fortalezasde Micenas, Tirinto, Argos, Pilos, Gla y Orcómeno.Los griegos guardaban una vaga memoria de unainvasión mítica de los dorios, pueblo de lenguagriega que a continuación había de dominar elPeloponeso, pero no es que en la actualidad

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Peloponeso, pero no es que en la actualidadestemos muy seguros de ello. Son muchos quienespiensan que no hubo ninguna invasión, porque no seha encontrado rastro alguno de ella, aunque lospalacios fueran quemados, las ciudadelasdesmanteladas y una civilización enteradesapareciera.

Sin embargo, no en todas partes fueron así lascosas: parece que Atenas en particular no sufrióepisodios traumáticos y que hubo una ciertacontinuidad con el pasado. Otro tanto parece quepuede decirse por lo que se refiere a determinadaslocalidades de la isla de Eubea y a zonasperiféricas, como Chipre. No obstante, hubocambios radicales, y las acrópolis, las ciudadelas-fortaleza, se convirtieron precisamente en símbolode dicho cambio: mientras que en la épocamicénica eran la sede del palacio real, en épocaposterior pasaron a ser sede de la morada de losdioses, de los templos y de los santuarios. Cécrope,Erictonio, Erecteo y luego Egeo y Teseo,protagonista de la saga cretense del Mino-tauro,fueron probablemente los reyes micénicos quereinaron en un palacio cuyos vestigios han sido

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encontrados en la Acrópolis de Atenas y que seremontan a la Edad del Bronce. Es posible que ladiosa posteriormente llamada Atenea fuera suprotectora, y probablemente su imagen se venerabaen una capilla del interior del palacio real. Una vezdesaparecidos los reyes y tras ellos el palaciomicénico, quedó la divinidad tutelar, que seidentificó en un primer momento con la fortaleza yposteriormente con la ciudad.

Hemos hecho referencia a Egeo y a Teseo,que son (Teseo, sobre todo) los reyes ateniensesmás célebres del período más arcaico. De hecho,Teseo fue el héroe nacional del pueblo de Atenas,así como del Ática, y protagonista de un riquísimociclo épico, sólo inferior en cuanto a fama yprestigio al de los doce trabajos de Hércules. Laversión más extendida de la leyenda cuenta que supadre, Egeo, de vuelta de Delfos, quiso pasar porTrecén, una pequeña ciudad situada no lejos deAtenas, en las costas del golfo Sarónico, con el finde pedir consejo a Piteo, que reinaba en la ciudad;éste ordenó embriagarlo y a continuación lo metióen el lecho de su hija Etra. Al día siguiente Egeovolvió a partir, pero dejó a Etra su espada y sus

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sandalias, escondidas debajo de un enormepedrusco. Si ella le daba un hijo, lo reconocería undía por la espada y las sandalias.

Nació el hijo y recibió el nombre de Teseo;desde niño dio prueba de su audacia. Cuando, enefecto, Hércules fue a visitar a Piteo y se despojóde la piel de león dejándola sobre una banqueta, elmuchacho cogió un hacha y se lanzó sobre ella conel propósito de cortar la cabeza a la fiera. Con sólodieciséis años encontró, por indicación de la madre,el pedrusco, lo levantó y, tras coger la espada y lassandalias de su padre, emprendió viaje haciaAtenas. El viaje estuvo plagado de toda suerte depeligros, y Teseo tuvo que enfrentarse y dar muertea animales feroces como la cerda de Cromión, aasesinos y depredadores sanguinarios comoProcusto y Pitiocantos y, por último, capturar vivo alformidable toro de Creta, que devastaba la regiónde Maratón, para sacrificarlo a Apolo. Cuando porfin llegó a Atenas fue recibido por el pueblo congrandes honores; la reina Medea, sin embargo,envidiosa al haber descubierto su identidad,convenció a Egeo para que la invitara a palacio, conel propósito de envenenarle. Pero, precisamente

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cuando Teseo estaba acercando la copa con elveneno a sus labios, Egeo reconoció su espada ysus sandalias y de un golpe hizo caer la copa alsuelo gritando: «¡No bebas, hijo!».

Medea se quitó la vida y Teseo se reunió consu padre, pero otra prueba le aguardaba: zarparrumbo a Creta con las velas negras símbolo de luto,juntamente con diez mancebos y diez doncellasdestinados a ser pasto del Minotauro, monstruoantropófago de cabeza bovina y cuerpo humano,como tributo anual que Atenas debía pagar porhaber mandado Egeo dar muerte al hijo de Minos,rey de Creta.

Aquella espantosa criatura era la consecuenciade la venganza de Poseidón, dios del mar, contraMinos, que le había ofendido. El dios había hechoperder la cordura a la reina Pasifae haciendo quese enamorase de un toro. La pasión de la mujerllegó hasta el extremo de pedir al gran arquitectoateniense Dédalo que le construyera una vacasemejante en todo a un animal vivo, paraesconderse en su interior y sufrir así la monta deltoro. De aquella unión perversa nació el Minotauro y,puesto que Dédalo con su arte había sido cómplice

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puesto que Dédalo con su arte había sido cómplicede aquel amor monstruoso, debía poner remedio asus consecuencias. Así fue como construyó ellaberinto en el que fue encerrado el Minotauro. Alllegar Teseo a Creta, cautivó con sus encantos a laprincesa Ariadna, que le entregó el famoso hilo conel que era posible encontrar el camino de salidadespués de haber dado muerte al Minotauro.

Todos éstos son elementos típicos de lanarrativa popular: la princesa que se enamora de unjoven guerrero enemigo de su padre, el ogroantropófago, la argucia para dar con el camino desalida en una situación imposible, se encuentran entodas las fábulas de nuestra infancia. Y, sinembargo, el episodio nos retrotrae a un periodo,recordado a continuación por Tucídides, en el queCreta dominaba el mar y, probablemente, la Atenasmicénica se hallaba en una situación de vasallaje,obligada a proporcionar rehenes al rey de una isladonde los ritos religiosos basados en el toro comoanimal totémico, tal vez símbolo de fertilidad,dejaron, por una parte, testimonios arqueológicosimpresionantes y, por otra, dieron origen a historiasaterradoras dignas de la más desenfrenada de las

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fantasías.Es casi imposible para un hombre de la

moderna civilización occidental, profundamentemarcada por la religión judeocristiana, comprenderuna religión que era capaz de atribuir a la divinidadlas acciones más vergonzosas, como privar a unamujer de la luz de la razón para empujarla a unirsecarnalmente con un toro. Pero hay que tenerpresente que la religión antigua estaba dominadasobre todo por la obsesión reproductora y quecualquier forma de pérdida de control, tanto en lasexualidad orgiástica como en la ebriedad, eraatribuida a los dioses. En algunas ceremoniasreligiosas se llevaban en procesión enormes falosde madera igual que nosotros llevamos lasimágenes de la Virgen o de los santos, y en Arenas,como en cualquier otra ciudad griega, puededecirse que en cada esquina se veían efigies deDioniso, llamadas hermas, constituidas por unbusto de dios sobre una pequeña pilastra de la queasomaba un falo erecto, sin que ello fuera motivo deescándalo para nadie.

Pero volvamos al mito del Minotauro,especialmente interesante porque incluye a otros

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dos atenienses entre sus personajes principales: elhéroe Teseo, hijo de Egeo, y Dédalo, el formidablearquitecto. Se atribuían a éste numerosasinvenciones, entre ellas la de verdaderos «robots»:estatuas capaces de caminar y de moverse. Él fuequien construyó el laberinto para ser luegoencerrado dentro de él con su hijo Ícaro a fin de queno pudiera revelar a nadie el secreto. Pero Dédaloconstruyó con plumas de pájaro y cera dos pares dealas para sí y para su hijo, y emprendió con ellas elvuelo. Lo que sucedió es bien conocido: Ícaro volódemasiado alto, desobedeciendo las órdenes de supadre, y el calor del sol derritió la cera que manteníaunidas sus alas y se precipitó en el mar.

Menos conocida es la continuación de estaperipecia, cuyas últimas consecuencias tienen porescenario Italia. Según una versión, Dédalo aterrizóen la acrópolis de Cumas, cerca del cabo Miseno, ydedicó allí sus alas en el templo de Apolo. Intentó envarias ocasiones reproducir en el friso de oro delsantuario la tragedia de su hijo, pero cada vez sumano cayó impotente. Según otra versión, encambio. Dédalo aterrizó en Sicilia en lasproximidades de una ciudad llamada Cárnico,

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habitada por el pueblo de los sicanos y en la quereinaba el buen rey Cócalo. Éste le acogióofreciéndole su hospitalidad y Dédalo, para pagarlela deuda contraída con él, le construyó una fortalezainconquistable. Minos no aceptó el desaire y, trasenterarse de dónde se había refugiado, reunió unaflota que le desembarcó en Sicilia donde puso sitioa Cárnico. Cócalo, sin embargo, jugó con astucia:fingiendo querer buscar un acuerdo, invitó a Minos asu residencia real y lo confió a los sabios cuidadosde sus hijas, que le despojaron de sus ropas, lesumergieron en un baño de agua perfumada y actoseguido le asesinaron con toda comodidad.

Los cretenses, enfurecidos por el asesinato desu rey, prepararon otra expedición y pusieron sitio aCárnico, pero la inexpugnable fortaleza proyectadapor Dédalo resistió todos los asaltos. Entoncesellos, presa del desánimo, abandonaron la empresay, tras retirarse a un lugar resguardado de la costa,fundaron en él una ciudad a la que pusieron pornombre Heraclea Minoa.

Esta historia tan colorista se presenta como eltípico ejemplo de reciclaje de un mito antiquísimo enépoca posterior con fines propagandísticos, una

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época posterior con fines propagandísticos, unapráctica bastante habitual, por ejemplo, en la Atenasdel siglo VI y sobre todo del V a.C. El mecanismoera el siguiente: cuando la ciudad quería establecerrelaciones políticas y económicas con unacomunidad no helénica, difundía la versión de unode sus ciclos épicos más importantes en el que esacomunidad se hallaba de alguna forma implicada.Ello agradaba a la etnia autóctona, que se sentía deeste modo parte del patrimonio cultural de unacivilización mucho más prestigiosa, favorecía loscontactos entre griegos e indígenas y sentaba lasbases para la eventual creación de santuariossuburbanos (como el de Segesta, por ejemplo, o elde Mera en la desembocadura del Sele), que seconvertían en lugares de encuentro y de intercambioentre los mercaderes atenienses y las poblacioneslocales.

Sin embargo, en el caso que nos ocupa lascosas son un poco distintas: en los años treinta elgran arqueólogo Paolo Orsí comenzó a explorar lasfaldas de una montaña al noreste de Agrigento, enel valle del Platani (el antiguo río Halykos), unaislado macizo yesoso coronado por un pueblecillo

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de dos mil almas: Sant’Angelo Muxaro. Desde hacíamucho tiempo, en el mercado agrigentino secomerciaba con antigüedades de origenclandestino - cuya procedencia resultaba serprecisamente Sant’Angelo - y era preciso poner fina la hemorragia de preciosos datos testimonialesque se dispersaban. Orsi inició una excavaciónsistemática en las faldas de la montaña e hizo undescubrimiento espectacular: una necrópolis contumbas principescas excavadas en la roca con latípica forma de tholos, es decir, de cúpula ojival, quepuede verse en las rumbas reales más famosas deMicenas.

También los corredores, de gran riqueza,remitían en cierto modo a la civilización micénica.En una de las tumbas se hallaron cuatro tazas deoro macizo decoradas con figuras repujadas deanimales, y los trabajos agrícolas realizados en lascercanías sacaron a la luz dos anillos de casi mediohectogramo cada uno. Algunas de estas tumbasfueron fechadas entre los siglos XIII y XII a.C, esdecir, contemporáneas de la civilización micénica;las restantes eran más recientes, pero los temasiconográficos que figuraban tanto en las tazas como

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en los anillos remitían sin duda alguna a motivosestilísticos del mundo micénico, si bien seremontaban a los siglos VIII y VII. Es evidente que setrataba de rémoras culturales típicas de las áreasperiféricas de una determinada cultura, pero eran encualquier caso el signo de una raíz lejana y muyprofunda que vinculaba aquel lugar con el mundoegeo. Sin embargo, en este punto tos métodosinterpretativos más avanzados en materia de mitosse hallan ante una constatación impresionante,cabría decir que casi ante una confirmación directa,pero mucho más remota, que obliga a situar muchoantes en el tiempo todo el mecanismo interpretativo.

¿Cómo nació, entonces, esta historia? - ¿Quéhay detrás de una narración tan compleja yramificada? Responder de modo claro y sobre todoconvincente sigue siendo una empresa difícil, si notemeraria, pero cabría reconocer tal vez un ciertoitinerario ideológico.

El mito del Minora uro proviene muyprobablemente del conjunto de cultos y rituales de laisla de Creta y de la religión minoica que sebasaban en el toro. Todos recordamos losmaravillosos frescos de Cnossos en los que se ve a

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unos jóvenes y muchachas semidesnudos haciendoacrobacias sobre unos poderosos toros de grandescuernos y de pelaje matizado que embisten confuria: un tipo de «corrida» y un tipo de contactofísico entre hombre (¡y mujer!) y toro que pudo darpie a leyendas como la de la saga del Minotauro.Del mismo modo la palabra «laberinto», de origenpre indoeuropeo, interpretada normalmente como«palacio de la labrys», es decir, del hacha de dosfilos, por un lado derivaría del recuerdo de lasgrandes construcciones palaciegas minoicas y porotro daría origen a la idea de una estructura tanmisteriosa e increíblemente compleja que quien seaventurase por ella no encontraría ya el camino desalida. Un topos fantástico de increíble éxito queatraviesa treinta y cinco siglos de historia hastarecalar en la horripilante parábola de Stephen King,traducida a imágenes por Stanley Kubrick en Elresplandor.

«Dédalo» significa «artífice» y probablementees la personificación de la extraordinaria capacidadcreativa de los artesanos y de los técnicosatenienses: es difícil pensar en un personaje quehaya existido realmente y que con posterioridad

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haya existido realmente y que con posterioridadhubiera sido transformado en leyenda, justamenteporque el nombre indica la función y esto es típicode una construcción mítica integral. Sería como si elautor de la Ilíada se llamara «El Rapsoda», o comosi el artífice del vaso del Dipylon se llamara «ElAlfarero».

En cuanto a Teseo, auténtico héroe nacional delos atenienses, la cosa cambia: aquí no se trata yasólo de mito, sino de épica, una forma de expresióndistinta y más compleja que coincide a menudo conla manera en que los pueblos, en las fases arcaicasde su cultura, escriben su propia historia. No setrata de decir lo que en realidad sucedió, sino deproponer unos modelos de comportamiento paralas clases dirigentes y construir una imagen deprestigio con la que presentarse al mundo.

Los desarrollos posteriores del mito cretenseen los que Dédalo se refugia en Sicilia o en Cumaspertenecen sin duda a épocas más recientes y muyprobablemente son contemporáneos de lasprimeras fases de la colonización griega en el áreamediterránea. En aquel período, entre los siglos VIIIy VII a.C, muchos jóvenes de diversas regiones de

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Grecia dejaron su ciudad para buscar Fortuna enOccidente - en Sicilia, Italia, África, Córcega, Galiae Hispania - donde fundaron ciudades destinadas aperdurar milenios. Estos emigrantes, abandonandotodo lo más querido para tilos, la patria, la familia,sus pertenencias, se llevaron con ellos, sinembargo, además de los recuerdos, sus mitos ytradiciones, y los aclimataron en las nuevas tierrasvolviéndolas de este modo más familiares, menosbárbaras y aisladas. Tal vez fue por dicha razón porlo que precisamente en este período fueron puestospor escrito los poemas homéricos, que hasta lafecha habían ido trasmitiéndose sólo de maneraoral en infinitas y diferentes versiones, según eltalento y la inspiración de los poetas y los rapsodas.

Es cierto que si Cárnico es, como muchoscreen, Sant’Angelo Muxaro, debió de haberseproducido en aquel lugar una especie de fusiónentre los mitos de la época más arcaica y los deépocas más recientes, pero, curiosamente, la matrizno es más ateniense que dórica. En susinmediaciones se encuentra Agrigento, subcoloniade Gela, colonia a su vez rodio-cretense. He aquí,por lo tanto, explicado el vector de la exportación de

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un mito cretense como es el de Minos.Quedan todavía algunos interrogantes: ¿por

qué los colonos difundieron entre los indígenas unahistoria que les presentaba como perdedores yburlados? ¿Y por qué precisamente en aquel lugar?Tal vez el epílogo de la historia en un primermomento fuera distinto y fue precisamente lapresencia ateniense en Sicilia a fines del siglo V laencargada de imprimirle un giro. En aquel tiempo,como veremos más adelante, la metrópolis áticacentraba su máximo esfuerzo bélico contra la dóricaSiracusa y buscaba una alianza con los pueblosindígenas de Sicilia, como los sicanos y los elimos.Nada tiene de extraño que el nuevo final de lahistoria contentara a los indígenas que vivían en lafortaleza de Cárnico. También los mitos podíanservir para ganar una guerra u obtener una paz.

¿Y las tumbas en forma de tholos? ¿Y las tazasy los anillos de oro de origen micénico? Es másdifícil pronunciarse sobre esto, pero cabe aventuraruna posible interpretación: cuando los colonosdóricos se asentaron en aquel lugar, yconcretamente en la zona agrigentina, tuvieron queentrar en contacto muy pronto con la fortaleza sicana

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que dominaba las tierras del interior y el acceso alvalle del río Platanielalykos para establecer con loshabitantes relaciones de buena vecindad, y de ahí elinjerto de un mito en el que la fortaleza sicana esobra nada menos que del mismo arquitecto queproyectó la más compleja y atrevida construcción detodos los tiempos: el laberinto de Creta. Sólo en unasegunda fase, durante la invasión ateniense deSicilia, sufriría el mito una evolución, para adoptarun final al gusto de los indígenas y que decretaba laderrota y muerte del invasor cretense.

El gran ciclo épico ateniense sigue siendo,pues, el de Teseo, el vencedor del Minotauro y detantos otros monstruos, encarnaciones de lasfuerzas más violentas de la naturaleza. A Teseo, aligual que a Hércules, se le atribuían muchosamores, entre ellos el de una amazona llamadaAntíope. La conquistó durante una empresa quellevó a cabo en el Ponte Euxino, o, según otratradición, la invitó a subir a bordo de su nave y acontinuación zarpó. Las amazonas, entonces,prepararon una expedición, atravesaron el BósforoCimerio helado y cayeron por el norte sobre Atenas,entablando una furibunda batalla, pero tras una serie

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entablando una furibunda batalla, pero tras una seriede avatares fueron obligadas a emprender laretirada. Todavía en época dórica se mostrabanextramuros de la ciudad las tumbas de los caídos enaquel épico enfrentamiento. De Antíope (segúnotros, de otra amazona de nombre Hipólita), Teseotuvo un hijo al que puso por nombre Hipólito y, a lamuerte de Antíope, contrajo nuevas nupcias con unajoven llamada Fedra, hermana de Ariadna, muchomás joven que él.

Pero Fedra se enamoró muy pronto de Hipólito,casi coetáneo suyo, tras haberle espiado en variasocasiones mientras se ejercitaba, desnudo, en lapalestra, y le hizo llegar mensajes de significadoinequívoco. Mas Hipólito, insensible a la llamada delsexo, prefería cultivar artes marciales como la cazay la carrera en carro, y se sentía horrorizado por laidea de traicionar a su padre con su propiamadrastra. Rechazada, Fedra se dejó dominar porel remordimiento y la vergüenza y, no pudiendosoportar la idea de que Hipólito revelaraeventualmente sus insinuaciones, desesperada, secolgó en sus habitaciones, si bien escribió unmensaje en el que decía que se había suicidado

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porque no soportaba la vergüenza de haber sidoviolada por Hipólito. Teseo, enfurecido, maldijo a suhijo, le expulsó de casa, sordo a todas sus protestasde inocencia, y, digiriéndose a Poseidón, lanzósobre él una maldición. El dios del mar, que segúnotras versiones del mito era el verdadero padre deTeseo, le había concedido expresar tres deseos yaquél era el último. Teseo no reflexionó sobre lasconsecuencias de su furia: en ese momento noquería más que vengar su honor herido desoberano, esposo y padre; quería que fueracastigada la más vergonzosa de las traiciones.

Hipólito huyó en su carro tirado por fogososcorceles; huía desesperado, bañado en lágrimas, ala orilla del mar cuando, de pronto, surgido de lasprofundidades abisales, apareció de entre las olasun monstruo espantoso. Aterrados, los caballos seencabritaron y se lanzaron a una loca carrera. Elcarro dio un barquinazo y una de sus ruedas algolpear contra una roca quedó reducida a pedazos,por lo que el carro volcó. Hipólito, atado a lasbridas, fue arrastrado un largo trecho sobre lasaguzadas piedras por los enloquecidos caballos;cuando por fin éstos se detuvieron exhaustos, su

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cuerpo estaba despedazado y su sangre esparcidapor todas partes. Teseo conoció por fin la verdad,pero era ya demasiado tarde: la némesis tecastigaría dejándole sin herederos.

Las últimas aventuras de su vida no son sinolocas o absurdas empresas: ya quincuagenario seenamoró de Helena, que no era más que una niña, ydecidió raptarla. Hizo un pacto con su amigo Piritoo,príncipe de los lapitas, estirpe guerrera de lostesalios, cuyo territorio limitaba con el de loscentauros. Juntos intentarían raptar a Helena, se lajugarían a continuación a suertes y el ganador latomaría por esposa. Sin embargo, el perdedordebía ayudar a su amigo a conquistar una esposano inferior a ella en belleza. Y del pacto se pasó alos hechos: los dos guerreros raptaron a lamuchacha, que le tocó en suerte a Teseo, el cual laescondió en Afidna, un pueblecito del Ática. Peroinmediatamente después Piritoo exigió a su amigoque respetara lo acordado y le reveló quien era lamujer a la que quería raptar, una mujer cuyo sólonombre helaba la sangre en las venas: Perséfone,esposa de Hades y reina del tenebroso mundo delos muertos.

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Llegaron los dos a la desembocadura delAqueronte, a las turbias aguas de la laguna Estigia,y de allí descendieron a los infiernos. Pero suosadía había sido excesiva: Piritoo fue muerto por elcan Cerbero, Teseo fue encerrado en prisión yencadenado a una roca. En su ausencia un jefeateniense, Menesteo, incitó al pueblo a la rebelión yse hizo proclamar rey tras haber restituido a Helenaa sus hermanos Castor y Pólux, que habían llegadoencabezando un ejército para reclamarla. ¡Atenashabía corrido el riesgo de ser la primera en sufrir eldestino de Troya! No obstante, a Menesteo le bastócon ver a Helena apenas un momento para caerperdidamente enamorado de ella: cuando le llegarael momento de ser entregada como esposa a unpríncipe de los aqueos, también él se presentaríaentre los pretendientes.

Fue Hércules el encargado de liberar a Teseo,pero entretanto había pasado mucho tiempo y elhéroe ateniense se retiró en un melancólico exilio ala isla de Esciros, gobernada por el rey Licomedes.Se contaba que un día, mientras paseaba por unpromontorio cortado formando un acantilado sobreel mar, dio un traspiés, se precipitó por él y se

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el mar, dio un traspiés, se precipitó por él y seestrelló contra las rocas. La misma muerte que suhijo Hipólito. Otros, en cambio, afirman que pidióayuda al rey Licomedes para regresar a Atenas, yque éste, que no quería tener problemas conMenesteo, le dio un empujón que hizo que seprecipitara por los escollos.

Nadie se acordaba ya de él en Atenas, porquela gente tiene flaca la memoria, pero muchos siglosdespués, cuando los atenienses se enfrentaban enMaratón al ejército de los invasores persas, se dijoque su fantasma se apareció de noche a losguerreros para incitarles a la lucha. Diecisiete añosdespués, como veremos más adelante, un oráculode Delfos ordenó trasladar sus huesos a Atenas, yel comandante de la flota, Cimón, héroe de la guerracontra los persas, desembarcó en Esciros, una islahabitada por los dolopes, un pueblo primitivo yarrogante, que se negaron a brindar alguna formade colaboración. Cimón tomó la isla por la fuerza ysometió a los dolopes; luego, inició las pesquisas,hasta que un buen día vio a un águila rascando consus garras el suelo de una colina. Pensando que erauna señal de los dioses, dio orden de excavar en

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aquel preciso punto: salió así a la luz la sepultura deun guerrero de gigantesca talla armado de unalanza y de una espada de bronce. Los huesos delguerrero, identificados sin ningún género de dudascomo los de Teseo, fueron exhumados, llevados abordo de la nave capitana y conducidos con granpompa a Atenas, donde recibieron sepultura en unsantuario dedicado al héroe, que pasó a llamarseTeseion.

El papel de los atenienses en la epopeyatroyana fue escaso, lo que no deja de ser un tantocurioso si se piensa que la primera «edición crítica»de los poemas homéricos se hizo precisamente enAtenas hacia finales del siglo VI a.C. bajo eldominio del tirano Pisístrato, un hombreextraordinario, de gran sabiduría política, civil ymilitar. En aquella ocasión hubiera resultado fácilinsertar en la Ilíada un pasaje en el que seatribuyera a Atenas un papel de mayor relevancia.En cambio, en el poema el contingente atenienseresulta modesto, bajo el mando de Menesteo, hijode Péteo, que no tiene ningún prestigio especialsalvo el de haberse ganado el favor del pueblomientras Teseo se hallaba lejos, comprometido en

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la desesperada empresa de raptar a Perséfone. Enalgunos repertorios se le considera un rey, pero enrealidad Homero no le menciona nunca como tal.

No obstante, hay dos detalles interesantes: elprimero es que los atenienses están alineadoscerca de los guerreros de Salamina bajo el mandode Áyax Telamón. Podría considerarse también elacercamiento como algo natural de por sí, teniendoen cuenta que la isla de Salamina está muy cercade Atenas, pero es asimismo posible que se tratede un añadido posterior, al menos, obviamente, a lagran batalla del 480 a.C, en la que los ateniensesderrotaron a los persas precisamente en las aguasde Salamina después de que en la isla hubieranencontrado refugio como prófugos todos loshabitantes de su ciudad. En el mismo pasaje (Ilíada,vv. 546-549) se evoca el mito ligado a los orígenesde la dinastía ateniense y del papel de Atenea comoprotectora de la ciudad:

Los que habitaban en la bien edificada ciudadde Atenas, pueblo del altivo Erecteo, a quien crió enotro tiempo Atenea, hija de Zeus,, habíale dado a luzla tierra que regala trigo, y puso en su rico templo deAtenas.

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Menesteo murió en la guerra de Troya, perosus hijos regresaron y reinaron en Atenas.

11 de enero de 1999Por Navidades envié la cinta con mi primer

capítulo a Kostas Stavropoulos adjuntándote unanota de felicitación y una cajita de bizcochossaboyardos. Sé que le vuelven loco y es una delas pocas cosas que puede comer sin problemas.

Le volví a ver ayer aprovechando una paradade seis horas en Glifada, mientras esperaba unavión para El Cairo. Le encontré en un estadoestacionario, pero con unas décimas de fiebre,quizá algo de gripe. El capítulo, en cualquier caso,le había gustado y sobre todo le había interesadoel tema.

- ¿Qué pasajes te han gustado más? - lepregunté.

- El del pedrusco que se le cayó a Atenea yque luego formó el Licabeto.

- Es una historia bastante común - le respondí-. En Italia, en la zona de los Prealpes hay muchosbloques erráticos, arrastrados por los hielos y queluego se quedaron en medio de la llanura a finales

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de la última glaciación. Recuerdo uno en difícilequilibrio situado en una pendiente, en un montede los Prealpes vicentinos, que amenaza a unpueblo. Dicen que fue la Virgen quien lo detuvo yenseñan también la huella de su mano. En estecaso la divinidad detiene el pedrusco antes dedejarlo caer: el mecanismo es el mismo, pero a lainversa. También en Sicilia, en Aci Trezza, estánlos farallones, que serían los pedruscos lanzadospor Polifemo contra la nave de Odiseo.

- Sí, pero a mí no me interesaba ese aspecto -prosiguió Kostas -. Yo he tratado de imaginarme laescena; la muchacha divina dejando caer unpedrusco de tales dimensiones y nosotros parasubir a él tenemos que utilizar el teleférico. Debíande imaginarse a los dioses muy grandes.

- Y pesados. ¿Recuerdas el libro V de laIlíada? Cuando Atenea sube al carro al lado deDiomedes, el carro empieza a crujir por el enormepeso, «y el eje de encina crujió a causa del peso».

Y Ares es golpeado por la lanza de Diomedesy cae, cubriendo con el cuerpo siete yugadas deterreno, cerca de una hectárea y media. En miopinión se trataba de lo siguiente: aquélla era su

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estatura natural, pero si querían pasar inadvertidosadoptaban una dimensión humana, aunque supeso no cambiaba. Esta es la razón por la quecruje el carro de Diomedes.

- Una imagen poética, Kostas.- Ya, la poesía. Y el duelo con Poseidón, el

regalo del olivo …; también eso es muy poético.- Sí, pero el duelo tal vez se produjo de veras.

Atenea es probablemente una diosa muy antigua,premicénica. Poseidón es un dios varón, llegadocon los indoeuropeos: hubo de combatir paraexpulsarla de ¡a Acrópolis.

- Y perdió.- Sí. Los dioses varones siempre pierden, a

pesar de todo. Los santuarios más venerados en laAntigüedad eran los de las divinidades femeninasy también hoy los fieles frecuentan sobre todo lossantuarios consagrados a la Virgen: en Lourdes,Fátima, Mediugorje. ¿Y luego que más?

- La historia de las amazonas que atraviesanel Bósforo Cimerio sobre el hielo, como AlexandrNevski contra los caballeros teutónicos … Esfantástico. Puedo verlas: si cierro los ojos puedoverlas. Imagínate qué escena.

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verlas. Imagínate qué escena.- Alguien debió de haberla presenciado.

Quien difundió ese mito vio a los caballerosrevestidos con sus armaduras avanzar sobre elmar de Azov reducido a una capa de hielo.

- ¿Y las amazonas? ¿Tú crees en lasamazonas?

- En Asia Central fueron excavadas tumbasde mujeres guerreras … Se cuenta que Alejandrode Macedonia se encontró con algunas de ellas aleste del mar Caspio.

Kostas se quedó en silencio unos instantes,como si escuchara la sirena de una ambulancia:

- ¿Sabes una cosa? - preguntó en undeterminado momento.

- ¿Qué?- En mi opinión las amazonas representan

una especie de miedo ancestral que ¡os griegossentían hacia las mujeres. La misma Atenea brotaarmada de ¡a cabeza rota de Zeus … ¿No te dicenada eso?

- Es probable. Me recuerda a una pintura quevi en una copa del Museo de Munich: Aquilestraspasa a Pentesilea, reina de las amazonas,

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mientras ella intenta seducirle.- Las temían. - Se encendió un cigarrillo

aspirando profundamente -. Sí, no hay otraexplicación,

- ¿Y por qué, según tú?- Porque recordaban el matriarcado, cuando

los varones se batían en un duelo a muerte a fin deque el vencedor se ayuntara con ¡a diosa ReinaMadre, para acto seguido ser sacrificado a su vez.Lo recordaban a nivel inconsciente, ancestral. Poreso consideraban el amor hacia las mujeres comouna especie de enfermedad peligrosa.

No dije nada porque estoy acostumbrado asus afirmaciones siempre tajantes y no siempreapoyadas en argumentos, pero de todas formasme gustó que diera muestras de estar interesadoen la conversación, sobre un asunto cualquiera,fuera el que fuese. También yo cogí un cigarrillode su paquete y ¡o encendí con el suyo.

- ¿Y luego? - seguí preguntando.- El descenso de Teseo y Piritoo a los

Infiernos para raptar a Perséfone.- La catabasis. ¿No se llama en griego así,

precisamente?

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- Exacto. Y todo el mundo la ha imitado,sobre todo vosotros los italianos: Virgilio, DanteAlighieri; pero quienes ¡a inventamos fuimosnosotros los griegos. Como todo, por lo demás.

- ¿Y ese motivo del descenso a los infiernoscomo lo interpretas tú?

- Nosotros tos griegos hemos intentadoexorcizar todos los terrores ancestrales, hemosintentado vacunar a los hombres contra lostemores que les afligen desde que tomaronconciencia de su propio existir, de haber nacido …y de tener que morir. Y así nuestros antepasadosmandaron de avanzadilla al otro mundo a sushéroes: Teseo, Pirítoo, Heracles y Odiseo, queevoca las sombras de los muertos igual que unchamán. Y trataron de describir el infierno.Siempre se tiene menos miedo de algo que seconoce, ¿no crees? Primero los héroes y luego,mucho tiempo después, los filósofos. Pero no fuelo mismo … Es más, fue algo perjudicial … Losfilósofos prepararon a los griegos para aceptar elcristianismo.

- ¿Y acaso no fue eso algo bueno?Levantó la cabeza en el típico gesto griego de

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Levantó la cabeza en el típico gesto griego dedenegación:

- Desesperación existencial. No quedaba yanada que indagar: habían explorado incluso elinconsciente: las amazonas, precisamente. Edipo,que mata a su padre y se casa con su madre;Medea, que mata a sus hijos para castigar así alesposo infiel. No quedaba nada más quedesesperación existencial: la mosca encerradadentro del vaso, que se golpeaba contra lasparedes hasta causarse la muerte. ¿No consisteacaso la fe en apagar la luz? ¿No es tal vezrenunciar a la razón?

- No sé. La existencia de Dios puede ser unresultado especulativo racional, ¿no crees? SantoTomás de Aquino, por ejemplo, conjuga muy bienla fe con la razón.

- Pura manipulación del pensamientoaristotélico.

- Lo tuyo es nacionalismo intelectual. No esmanera de abordar una discusión.

- Sé lo que piensas: que nosotros, los griegosde hoy, los atenienses, no tenernos ya nada quever con los de entonces. Somos un país pequeño y

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ni siquiera completamente desarrollado, pero teequivocas. Empezamos antes que todos losdemás y hemos llegado antes que nadie. Por esoestamos sentados esperando … desde hacesiglos, en los confines de la oscuridad. Esperamosy basta. En cuanto a la tecnología, nada; para laúnica cosa que sirve es para fabricar juguetes, lamayor parte de ellos peligrosos.

- Y, sin embargo, también los antiguossoñaron con poder crear tecnología. Piensa si noen Dédalo: el vuelo humano, la ingenieríaavanzada, la robótica.

- Ya. Y previeron su resultado, Ícaro se acercademasiado al sol y cae al vacio, Faetón guía elcarro del sol y se precipita al vacio. Sus hermanasle lloran desconsoladas y se transforman enálamos; sus lágrimas se convierten en gotas deámbar.

Se oyó de nuevo la sirena de una ambulancia,pero muy atenuada, como una especie de lejanovagido.

Él se reclinó en la almohada y cerró los ojos.Yo esperé a que se amodorrara y salí sin hacerruido.

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2

El legislador

Se conoce a nueve de los reyes que reinaronen Atenas; al igual que los reyes de Roma, son elrecuerdo del período más arcaico, que deberíacoincidir con el período micénico que concluye en elsiglo XII. De lo sucedido con posterioridad nosabemos gran cosa, pues de hecho hemos debasarnos en unos pocos restos arqueológicos, ydado que Atenas, como Roma, ha pervivido a lolargo de los siglos, ocurre que la ciudad modernacubre con su extensión de feos inmuebles losrecuerdos de su pasado. Lo cierto es que lasmonarquías entraron ya en crisis a finales de laépoca micénica. Ello puede verse perfectamente enlos poemas homéricos: Odiseo vaga durante añosantes de regresar y cuando llega a su palacio lo

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encuentra invadido por un grupo de nobles queconsumen todos sus bienes y cortejan a su esposa.El mismo Odiseo, cuando llega a la isla de losfeacios, encuentra a un rey, Alcínoo, rodeado de unconsejo de ancianos con poderes consultivos, peroasimismo de control.

Idomeneo de Creta es obligado a abandonarsu isla; Diomedes de Argos descubre que se estáfraguando una conjura contra él, organizada por sumisma esposa, Egialea; Agamenón es asesinadoen su residencia real por su mujer y el amante deésta; Menelao vaga también durante años y añosantes de dar con su patria. Son todos ellos signosde crisis y de decadencia que acaso llegarondespués de un período de excesiva expansión. Detodas formas, en este escenario es posible percibirla ascensión de la clase aristocrática de losgrandes criadores de ganado y terratenientes, queponen bajo tutela al rey e intentan mermar suautoridad.

Es cierto que no todas las monarquíasdesaparecieron; al volver a hacerse la luz sobre lasperipecias históricas de los griegos, es decir, haciamediados del siglo VIII, vemos que algunas de ellas

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habían sobrevivido: en Argos, por ejemplo, había unrey, y en Esparta incluso dos, una rarezainstitucional de la que nadie ha conseguido dar unaexplicación convincente. Y había reyes en lascolonias, en Cirene, por ejemplo, aunque loscolonos provinieran de Thera, que no eraciertamente un reino. En cierto sentido lo habíatambién en Atenas: uno de los nueve magistradosque tal vez en la época arcaica constituían elgobierno de la ciudad y eran llamados arcontes(«los que mandan») ostentaba el título de basileus,es decir, rey.

En aquel período la ciudad contaba coninstituciones muy parecidas a las de otras muchaspolis de Grecia: el poder estaba totalmente enmanos de los aristócratas, que formaban parte delConsejo y que ocupaban los órganos de gobierno,como el Colegio de los Nueve Arcontes, y los de lajunta formada por los ex magistrados, llamadaAreópago, al que correspondía el control de la vidapolítica de la ciudad. Poseían todas las tierrasrelativamente fértiles disponibles, donde producíansobre todo aceite y vino (el cereal era escaso y engran parte era importado). En los terrenos más

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gran parte era importado). En los terrenos máspobres criaban ovejas y cabras y practicaban laapicultura produciendo una miel muy apreciada y dealtísima calidad. Los bosques, otrora abundantestanto en tierra firme como en las islas, habían sidoen gran parte talados para crear terrenos agrícolaso bien para utilizar la madera en la edificación y laconstrucción naval; pero esto había provocadograndes fenómenos de erosión que redujeron másaún, sí cabe, las tierras disponibles. En la isla deEudeba, justo al norte del Ática, dos ciudades,Calcis y Eretria, libraron durante años y años unaguerra muy cruenta por el dominio de la únicallanura decente de la isla, unas pocas decenas demiles de hectáreas en iota I, el equivalente a unahacienda agrícola media del Medio Oesteamericano de la actualidad.

Los pequeños propietarios pasaban hambre:ahogados entre las grandes propiedades, nopodían aguantar su competencia y se veíanobligados a contraer deudas para poder comprar lasimiente o un animal de trabajo. Los intereses sobrelos prestamos eran de usura: del ciento por cierno eincluso más. Bastaba con que cayera una

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granizada, una helada tardía, o que se produjerauna prolongada sequía, para que el pobrecampesino no pudiera pagar su deuda. Y el que nopagaba pasaba a ser esclavo de su acreedor.Legalmente.

Eran unos tiempos duros, pues no existíaninguna organización que protegiera a los débiles,ninguna solidaridad entre los pobres. Cada uno ibaa lo suyo y bastante tenía con eso. Cuando lastensiones sociales se hicieron insoportables, laválvula de escape, como siempre, fue laemigración, que se producía de un modo muyespecial: se consultaba al oráculo de Delfos, quenombraba al «oikista» (oikistes), es decir, alfundador que debía encabezar la expedición eindicar el lugar donde se fundaría la colonia. Acontinuación se elegía mediante sorteo a un varóncélibe por cada familia destinado a formar parte dela colonia, se preparaba una expedición y losjóvenes partían a la ventura, hasta que encontrabannuevas tierras allende el mar donde fundar unaciudad nueva. Tenían absolutamente prohibidovolver» si no era después de cinco años, en el casode que no hubieran logrado echar raíces en la tierra

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nueva.También los atenienses fundaron colonias, las

más antiguas en Asia Menor, en la costa situadafrente al Ática; una de ellas, Mileto, fue durantemucho tiempo la más rica, próspera y civilizadaciudad del mundo conocido. Pero los problemaspermanecieron irresueltos: hacia fines del siglo vil lasituación estaba al borde de la ruptura. Losaristócratas se comportaban de mododespreciativo, altanero. Orgullosos de sudescendencia heroica o a veces incluso semidivina,tenían la competencia exclusiva de la defensa de lanación y combatían a caballo o a veces en carros deguerra, armas ya inadecuadas y no obstante de unenorme prestigio, verdaderos podios móviles sobrelos que el noble se mostraba deslumbrante en suarmadura, la cabeza cubierta con el yelmo crestadoy el escudo decorado con las insignias heráldicasde su linaje. Llevaban los largos cabellos recogidosen una especie de rodete en lo alto de la cabeza,que hacía las veces de amortiguador bajo el yelmo.Cuando iban con la cabeza descubierta se losperfumaban con esencias raras y los adornaban confíbulas de cabeza en forma de cigarra de oro.

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Reclamaban de continuo homenajes y donativos yconsolidaban su poder con alianzas matrimonialesen el interior de su clan (ghenos) y con otros clanesde prestigio.

El ghenos (la raíz ghen - indica el nacimiento,la generación, el lazo de sangre) era el fundamentodel poder de los aristócratas, en cuyo seno el jefedel clan ejercía la justicia, dirimía los litigios,concertaba los matrimonios, decidía la política quehabía que emprender con respecto a los demásghene o con respecto al estado, al que controlabanpor completo. Cada ghenos contaba con su héroe,fundador del linaje (el antepasado de la familiadominante), al que se tributaba culto en un templetevotivo (heroon). Y, sin embargo, el estado existía ytenía sus propias instituciones políticas, religiosas,administrativas y militares, sólo que estabacondicionado casi por completo por los equilibriosde poder entre los cabezas de las grandes familias.

Las restantes clases sociales eran la de lospequeños terratenientes, que cultivaban su tierra yvendían los productos en los mercados de lasciudades o de los pueblos del Ática, y la de losbraceros, casi siempre sin bienes, que trabajaban a

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braceros, casi siempre sin bienes, que trabajaban ajornal y que no tenían la menor seguridadcontractual: «hombres sin nada», les defineHomero. Los pescadores costeros formaban partetambién del proletariado y su condición social erabastante parecida a la de los braceros a jornal. Losesclavos, obviamente, no contaban: eran objeto decompraventa, servían en las casas y en los campos,en los talleres, en las minas y en las bodegas. Sutenor de vida dependía exclusivamente de lascondiciones económicas y de la disposición deánimo de su propietario. Pero parece que engeneral recibían un trato humano.

Una situación social semejante no podíaperpetuarse por mucho tiempo sin llegar a un límiteinsostenible, y así ocurrió. Estallaron los desórdenesy las sublevaciones en las ciudades y en el campo y,finalmente, también las clases dominantes seconvencieron de que tenían que ceder algo siquerían conservar el máximo poder posible y susprivilegios. Se nombró, pues, arconte con plenospoderes a un hombre de gran prudencia y cultura afin de que pusiera en marcha las reformasnecesarias. Su nombre era Solón y la historia nos lo

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presenta como el primer estadista europeo depleno derecho. Era también un poeta que exponíaen verso su propio pensamiento político y susconvicciones morales, pero por desgracia lo que hasobrevivido de sus escritos no basta para arrojar luzsobre sus vicisitudes personales. Sabemos que erarico y que había viajado mucho antes de asumir sucargo: como siempre, son las clases superiores lasque dan hombres de ideas más avanzadas. Elanálisis filológico de sus composiciones poéticasrevela que tenía como modelo a Homero, cuyosesquemas copiaba con alguna modificaciónsustancial en sentido moderno.

Si consideramos que las poesías en laAntigüedad eran en realidad canciones que seacompañaban con música, nos daremos cuenta deque este hombre sabía de la importancia de ladifusión mediática del mensaje político. En unaépoca en que no existía la radio, ni la televisión, nitampoco la prensa, la canción era el vehículo máseficaz y audible para imponer una determinadaidea.

Sabemos que, antes de asumir sus funciones,había hecho todo lo posible para empujar a sus

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conciudadanos a arrebatar la isla de Salamina a losmegarenses, lo que hace de él un hombre de unaclara visión estratégica: Salamina está a pocasmillas marinas del Pireo, puerto de Atenas, yMégara controla la entrada por el oeste al golfoSarónico que separa el Ática del Peloponeso.Sabemos también que se batió para defender laautonomía del oráculo de Delfos de la ciudad deCirra, que pretendía tenerlo bajo su control, ytambién ésta es una postura extremadamentesignificativa.

Delfos era el más importante santuariopanhelénico, un centro de ciencia y deconocimientos que hundía sus raíces en unaexperiencia multisecular. Nadie en Grecia tomabauna iniciativa de cierta importancia sin antesconsultarlo y nadie podía permitirse hacer casoomiso de sus dictámenes. El oráculo estabaconsiderado a todos los efectos como la voz deldios Apolo y su independencia era garantía deequilibrio entre todos los estados griegos, tanto enlas ciudades-estado del sur como en las tribales delcentro-norte.

Una vez convertido en arconte (es decir, en

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miembro del órgano ejecutivo que más seasemejaba a un gobierno de la ciudad) con ampliasprerrogativas de mando, procedió de inmediato alas reformas. Abolió en primer lugar la odiosacostumbre de la esclavitud por deudas y decretó sudesaparición con efectos retroactivos, de modo quefueron liberados aquellos que con anterioridad sehabían visto reducidos a la esclavitud; luego,procedió a las reformas políticas en sentido estricto.Dividió la sociedad de acuerdo con sus rentas: lacapa alta estaba constituida por quienes tenían unarenta igual a quinientos medimnos de trigo oquinientos metretos de aceite o de vino; la media,por aquellos que tenían una renta de trescientosmedimnos; luego, venían los pequeños cultivadoresque podían permitirse tener una yunta de bueyes, ypor último los braceros sin bienes, llamados tetos.Para hacerse una idea de las proporciones deaquellas rentas téngase en cuenta que quinientosmedimnos equivalen a trescientos sesentaquintales, la carga de un moderno tráiler, y que unacantidad similar de trigo o de vino se extrae hoy deun par de hectáreas de superficie cultivable. Inclusolos ricos, en suma, según nuestros estándares,

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los ricos, en suma, según nuestros estándares,vivían en condiciones bastante modestas: no esdifícil imaginar cuáles debían de ser las condicionesde los pobres.

Una vez establecida esta división sobre unabase censual, Solón decretó que únicamente losciudadanos de las dos clases superiores podíantener acceso a los cargos públicos de gobierno,mientras que los de tercera clase podían acceder acargos administrativos menores. A los proletariossin bienes les estaba vedado cualquier cargopúblico, si bien se les concedió el poder sentarseen la Asamblea que elegía a los magistrados, laEcclesia, y también en el tribunal popular, la Heliea,que juzgaba, entre otras cosas, la actuación de losmagistrados salientes. De este modo, a quienocupaba cargos públicos le iba a ser más difícilcometer abusos, sabiendo que un día tendría querendir cuentas de su actuación al pueblo. Solón creótambién un Consejo, llamado de los Cuatrocientos(cien por cada una de las cuatro tribus del Atica),encargado de preparar el orden del día de laAsamblea con el fin de evitar toda desviación en unsentido extremista. Se trataba de una especie de

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Parlamento cuyos miembros habían sido elegidospersonalmente por el legislador, pero que acontinuación lo fueron en cambio por la Asamblea, amedida que aquellos fueron falleciendo.

La gran novedad en esta reforma era laposibilidad para los ciudadanos de entrar a formarparte de una clase superior cuando su rentaaumentaba y acceder así a la gestión de la cosapública. Solón había puesto en marcha unaverdadera revolución; no era ya una ciudadinmovilista ligada al derecho inmutable de sangre yde linaje, sino una sociedad dinámica en la que sele reconocía el mérito y la asunción deresponsabilidades a todo aquel que había sabidomejorar sus propias condiciones.

En el curso de los siglos posteriores, cuandolos atenienses se dieron a sí mismos institucionesdemocráticas, atribuyeron sus orígenes a Solón,pero sabemos que ello es erróneo. Bastaconsiderar que en sus reformas la renta se mide porla producción agrícola, que es típica de los grandespropietarios aristócratas. Y, sin embargo, enaquellas reformas estaba ya, acaso de formainconsciente, la apertura a la clase burguesa y, por

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consiguiente, el ocaso de las viejas aristocraciasque hundían sus raíces en b edad de tos héroeshoméricos e incluso más allá. En el curso de losprimeros cien años de las reformas de Solón sedejó de medir la renta con los productos agrícolas,evaluándose en metálico, y conforme la divisaateniense, el dracma, se fue devaluando, sucedióque cada vez menos ciudadanos podían serconsiderados tan pobres como para ser excluidosde la elección a los cargos públicos.

¿Cómo sufrió el poder aristocrático lainfiltración de las clases emergentes hasta el puntode verse posteriormente mermado?

Entre mediados del siglo VII y comienzos del VIa.C, comenzaba a consolidarse de modo cada vezmás rápido una nueva clase social destinada amarcar profundamente la historia de Atenas y, enconsecuencia, la del mundo entero: la de losartesanos, comerciantes y empresarios que dieronvida a una burguesía muy emprendedora y pujante.Esta nueva clase de generadores de renta cayó enla cuenta del gran potencial económico de los dosmayores productos de la agricultura del Ática: elvino y el aceite de oliva; en torno sobre todo del vino

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supo crear un gusto, una moda, cabría decir inclusoque un estilo de vida, que se exportó prácticamentea todo el mundo entonces conocido. En el centro deesta costumbre había un rito social de éxitoarrollador: el simposio. La palabra significasimplemente «beber juntos», pero aludía a unaespecie de drinking-party de corte exclusivamentemasculino. Los invitados se daban cita en casa delanfitrión y se reclinaban en unos lechos muyparecidos a los canapés, con un realce relleno en laparte de la cabeza sobre el que se apoyaban con elcodo izquierdo.

Delante de cada uno de los lechos había unamesita baja de cuatro patas, la mesa de comer, enla que se servía el vino junto con las pitanzas, deordinario muy sencillas. Lo extraño para el hombremoderno es que el vino se mezclaba con muchaagua dentro de una gran vasija central concapacidad para una docena de litros. La vasijarecibía el nombre de krater, crátera, de la raíz ker-,kr-, que significa precisamente «mezclar». Lasproporciones eran habitualmente de uno a cinco,hecho que sigue siendo para nosotros un misterio.Ningún vino moderno soportaría una cantidad tal de

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Ningún vino moderno soportaría una cantidad tal deagua sin perder totalmente su sabor y su aroma.Pudiera ser que el vino griego fuera concentradohasta el punto de alcanzar un graduación parecida ala de nuestros vermús; el hecho es que beber vinopuro estaba considerado algo propio de bárbaros yse decía incluso que dicha práctica llevaba a lalocura (eventualidad no del todo improbable). Todosrecordamos el episodio del cíclope Polifemo, al queOdiseo sirvió vino puro para hacerle perder elconocimiento (bastaron dos copas) y luego cegarlecon comodidad. Decíase que el rey de EspartaCleómenes había enloquecido por haberse dado ala bebida de vino puro a la manera de los bárbaros.

Lo hermoso del simposio era estar encompañía de amigos, discutiendo de cualquierasunto - de política, de arte, de música, de teatro,de deporte, de amor -, y era por ello por lo que sealargaba el vino de manera que los huéspedes semantuvieran lúcidos el mayor tiempo posible. No seadmitía en él a las mujeres de condición libre: losgriegos tenían una pésima opinión de las mujeresetruscas que, por el contrario, tomaban parte en losbanquetes juntamente con sus hombres. Las únicas

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mujeres que podían admitirse en un simposio eranlas hetairas, palabra que significa «compañeras»,unas muchachas muy hermosas, elegantes y cultas,capaces de tocar instrumentos musicales, danzar,conversar y también, obviamente, hacer el amor, unpasatiempo totalmente normal que tema lugar en elmismo lugar del simposio, en los mismos lechos enlos que los huéspedes estaban reclinados. Lashetairas tocaban de ordinario la flauta, luegollamada aulos - un instrumento muy similar a laslauneddas sardas -, y danzaban semidesnudas oincluso desnudas, tocadas con sólo una cofia o unacinta en torno al pelo.

El servicio del simposio incluía una cantidadimpresionante de piezas - cubos, garrafas, ánforas,vasijas, copas en forma de taza o de cáliz, etc. -,todas de depurada cerámica decorada con figurasnegras en las que los detalles anatómicos, dearmas o de indumentaria, se realizaban con trazosde un barniz blanco. Los alfareros eran tan hábilesque incluso las piezas más imponentes, como lacrátera, eran ligeras como pompas de jabón, y lospintores ceramistas no tardaron en convertirse enauténticos estilistas que firmaban sus obras

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conscientes de conferirles un valor añadido.La cerámica del simposio se extendió por todo

el Mediterráneo y se convirtió en un símbolo delstatus social aristocrático hasta el punto de queempezó a formar parte también de los ajuaresfunerarios de las sepulturas de más alto prestigio.En realidad los atenienses tenían una tradición yamuy antigua y de altísimo nivel que habíacomenzado con el estilo llamado «geométrico», porel uso de figuras geométricamente estilizadas. En elMuseo Arqueológico Nacional de Atenas hayexpuesta una de las obras maestras de este artecerámico: la llamada vasija del Dipylon, una piezagigantesca, de dos asas, con un cuello alto y casicilíndrico, con escenas de lamento fúnebre y deexequias. Ciertamente la vasija había contenido lascenizas del difunto y era por lo tanto ella mismavehículo de un simbolismo religioso y ritual.

Y he aquí otra característica dominante en laindustria cerámica ateniense: la decoración. Lapintura sobre vasijas exigía una habilidadextraordinaria porque la superficie era curva y lascurvaturas eran distintas según las tipologías, y lascomposiciones debían tener en cuenta estas

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distorsiones del fondo. Sin embargo, la decoraciónera vehículo de un mensaje preciso que terminabapor tener un contenido propagandístico muy fuerte, yno en el sentido estrictamente político del términosino en el más propiamente cultural. Las vasijasestaban decoradas con escenas mitológicas,épicas, teatrales, religiosas, familiares, decostumbres, de sexo, pero nunca de historiaverdadera o de política. De ese modo el productoresultaba aceptable para cualquier clientela ypasaba a convertirse en un poderoso difusor de lacultura que lo había producido. Si hoy se pudieraregistrar en soporte digital toda la iconografía de lapintura en vasijas que ha llegado hasta nosotrostendríamos una auténtica película, una especie dedibujos animados de la civilización griega y ática enparticular. Porque, en efecto, la cerámica fue sobretodo ática y la misma palabra proviene del nombredel barrio de Atenas en el que trabajaban losalfareros: el Cerámico (kerameikon).

La excelencia de su ejecución, el coste de ladecoración y el uso de las vasijas como envases delujo para los productos de exportación (aceite y muyespecialmente vino) hicieron de ellas objetos muy

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especialmente vino) hicieron de ellas objetos muysolicitados así como muy imitados bastante pronto:su coste aumentaba posteriormente debido a lasdificultades del trasporte, que se realizabaprincipalmente por mar, pero que precisamente poreso comportaba un alto grado de riesgo querepercutía en el coste final de cada una de laspiezas. Si consideramos que un buen pintor recibíaun salario diario igual a la mensualidad de unbracero, nos daremos cuenta de qué tipo declientela podía permitirse la adquisición de lasvasijas áticas y, en particular, de las de las firmasmás prestigiosas.

El comercio y la importación-exportaciónsuponían una intensa actividad portuaria y así habíavenido desarrollándose en torno a los dos puertosde Muniquia y del Falero (el Pireo sería construidoposteriormente) una actividad bastante intensa deconstructores navales, expedicionarios,aseguradores, almaceneros y banqueros, quemovían a diario ingentes riquezas. Estos seconvirtieron muy pronto en titulares de rentas que lespermitían adquirir la armadura de soldado deinfantería. Se trataba de un equipo muy costoso que

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incluía yelmo, escudo, grebas, coraza y faldones decuero que protegían la ingle. Las armas de ataqueeran la lanza con punía de hierro y la espadatambién de hierro. Todo este metal trabajado teníaun coste muy elevado, si bien no alcanzaba el delequipo del caballero aristocrático, que podíapermitirse el mantenimiento de un caballo debatalla.

El nacimiento de una infantería pesada de líneamodificó también la táctica militar y relegó porespacio de un par de siglos la caballería de losnobles a una función meramente complementaria enlas alas. Dicho en otras palabras, los nuevosprotagonistas en los campos de batalla fueron loshoplitas (de oplon, escudo), que, siendo laexpresión de la burguesía media en el terrenoeconómico, pretendieron también contar en elámbito político. El carro de guerra de losaristócratas era desde hada siglos sólo un objetode parada militar y, en algunos casos, de ajuarfunerario, hasta el punto de que el mismo Homerodesconocía ya su uso (¡los héroes llegan a la batallamontados en el carro, pero luego se bajan de él ycombaten a pie!), y también la caballería

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aristocrática conocía su declinar pese a mantenersu prestigio. Era justo que quien contribuía con surenta al bienestar de la comunidad y con riesgo desu vida en el campo de batalla a la seguridad desus fronteras tuviera también una responsabilidadproporcional en la vida política.

No obstante, mientras que con las reformas deSolón la burguesía conseguía poco a poco accedera las instituciones que habían sido siempreprerrogativa exclusiva de los aristócratas, lamiserable condición de los tetos, es decir, deaquellos que carecían de propiedades, no tenía casininguna posibilidad de redención. Quedaba adisposición de las empresas un númeroconsiderable de esclavos cuyo trabajo costabaincluso menos de los dos óbolos por día que sepagaban a los braceros. Éstos, junto con loscampesinos reducidos a la miseria, se convirtieronen una masa dominada por un rencor siemprecreciente que no aguardaba sino una chispa paraestallar.

Se dice que Solón, una vez cumplida su tarcade legislador, confió al Areópago la vigilancia delbuen funcionamiento de las instituciones y a

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continuación se ausentó de Atenas en un exiliovoluntario por espacio de diez años: una decisiónque demuestra su altísimo temple moral. En lasituación en que estaba habría podido, en efecto,ejercer un poder personal similar al de un tirano,cosa bastante común en aquellos tiempos y de lomás deseable para un griego de elevada condiciónsocial. Por el contrario, reanudó los viajes: visitóEgipto y el reino de Lidia, que a la sazón eran lasdos mayores potencias del Mediterráneo.

Cuando llegó a Lidia, cuenta Heródoto en susHistorias, encontró al rey Creso en su residenciareal de Sardes, en Asia Menor. Creso erafabulosamente rico y reinaba en un estado muypróspero, tanto por la extracción del oro de lasarenas del río Pactolo, como por el control de lascaravanas que desde Oriente llegaban hasta lacosta del mar Egeo, pasando por el dominio quehabía impuesto sobre todas las colonias griegas deAsia. El relato de Heródoto se parece mucho más aun cuento aleccionador que a la crónica de un hechoreal, pero es en cualquier caso significativo y vale lapena traerlo a colación. Creso quiso que le fueranmostrados a Solón sus tesoros, su palacio, su

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mostrados a Solón sus tesoros, su palacio, sufamilia, y al final; le preguntó si no le consideraba elhombre más feliz del mundo por todo ello; peroSolón repuso que no, que no era de ese parecer.

- Entonces dime a quién consideras el hombremás feliz del mundo - insistió el soberano.

A lo que Solón repuso:- A un tal Telo de Atenas que vivió en la

prosperidad y vio serenamente crecer a sus hijos ynacer a sus nietos sin perder siquiera a uno deellos. Al final murió en la batalla contra los eleusinosy sus conciudadanos le erigieron un monumentofúnebre en el lugar donde había caído combatiendoheroicamente.

Creso se quedó muy perplejo, ya que le parecíaque ningún ciudadano particular, un perfectodesconocido, podía ser más feliz que el poderosorey de Asia, pero conociendo por su fama lacordura de su huésped le preguntó a quien ponía élen segundo lugar de su clasificación, esperando almenos obtener dicho puesto; pero Solón contó otrahistoria. Había una sacerdotisa en Argos que debíasubir en el carro sagrado al templo de Hera, situadoextramuros, para celebrar un sacrificio, pero, dado

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que los bueyes se habían quedado en los campos,no había animales con los que tirar del pesadovehículo. Como la ceremonia no podía esperar, sushijos. Cleobis y Bitón, la hicieron subir al carro, seuncieron ellos mismos al yugo y tiraron de él hasta eltemplo. Emocionada por tanta devoción, la madrepidió a la diosa que les concediera el premio máshermoso y Hera la escuchó. Los dos muchachosentraron en el templo y se tumbaron para descansardel inmenso cansancio. Nunca más despertarían.

Sólo a muertos. Solón había puesto a la cabezade la lista de los seres humanos más felices delmundo sólo a muertos.

- Pero ¿por qué? - preguntó Creso sintiéndosedespechado.

- Porque ningún ser humano puede decirse felizhasta que haya franqueado el último umbral, hastaque haya concluido la vida con un balance positivo.Cada día puede traernos desgracias inesperadas,dolores indecibles y no hay tesoros ni poderhumano que puedan evitárnoslos. - Y prosiguióimpertérrito -: Oh, Creso, a mí que sé que ladivinidad es de lo más envidiosa y turbulenta meinterrogas acerca de la fortuna humana. Al cabo del

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tiempo, muchas son las cosas que uno tiene que very por las que tiene que sufrir sin quererlo. Yo fijo ensetenta años el término de la vida humana. Y estosaños dan veinticinco mil doscientos días, sin contarningún mes intercalar. Pero si queremos añadir unmes por cada dos años para que las estacioneslleguen a su debido tiempo, resultarán entoncestreinta y cinco meses intercalares y por ellos milcincuenta días más. Ahora bien, de todos estos díasde que constan los setenta años, que son veintiséismil doscientos cincuenta, no hay uno solo que traigasucesos enteramente idénticos a los otros. Asípues, Creso, el hombre no es más que puro azar…El que es muy rico no es en nada más feliz que elque vive al día si no le acompaña la fortuna determinar bien su vida…

No muchos años después Creso fue derrotadoen una batalla campal a orillas del Ermo por elejército persa de Ciro el Grande y, puesto sobre unapira juntamente con los príncipes reales para serquemado vivo, unos segundos antes de que seprendiera fuego gritó: «¡Huésped ateniense, cuántarazón tenías!». Estas palabras le salvaron la vidaporque Ciro, lleno de curiosidad por aquella

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exclamación, le hizo liberar para que le explicara loque quería decir con ello y desde entonces le tuvocomo consejero suyo.

Nada se sabe acerca del final que tuvo Solón,el gran sabio que puso la primera piedra de laevolución de las instituciones atenienses hacia elsistema que había de constituir el modelo nosuperado con el que todavía hoy se rigen losestados en nuestro planeta: la democracia.Únicamente se sabe que regresó a Atenas y lo hizoa tiempo de asistir al fracaso de sus reformas.

El suyo no había sido más que un primer paso:para que se alcanzara esa meta era precisoatravesar otras fases, llevar a cabo otrasexperiencias no menos interesantes. Sabemos quese opuso con gran energía a un hombre llamadoPisístrato, que, aprovechándose del descontento delas clases más pobres, las utilizaba para conseguirun poder personal, para establecer en la ciudad untipo de poder que pasaría a la historia como el másodioso de todos, la tiranía.

8 de marzo de 1999Estoy aquí en Atenas, por razones de trabajo y

de estudio. Ello me permite ir a ver a Kostas, al

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de estudio. Ello me permite ir a ver a Kostas, alque envié hace un par de semanas la cinta con elsegundo capítulo de esta meditación mía sobre lahistoria de los antiguos atenienses y sobre elmilagro que en tan sólo cincuenta años fueroncapaces de realizar en todos los campos de lacultura y del pensamiento.

Hace un bonito día y un vientodesencadenado de poniente barre la pesada capade niebla tóxica que normalmente cubre la ciudad.El taxista lanza maldiciones contra lostrabajadores del metro que hacen enloquecer eltráfico ya de por sí absurdo y en cambio yo meemociono viendo a los arqueólogos en la plazaOmonia, que prosiguen impasibles sus trabajos deexcavación. Aquellos pequeños muros de piedrasblancas y argamasa rojiza eran las casas de losatenienses del siglo V: se me pone la piel degallina.

- Disminuya la marcha… - le digo -; disminuyala marcha, por favor…

Y quisiera saltar del coche y ponerme a hablarcon los colegas, recoger una piedra y darle lavuelta entre las manos, sentir el calor de ese

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áspero contacto.Kostas se está recuperando de una gripe. Me

recibe con una sonrisa cansada y la miradaperdida.

- ¿Cómo estás, Kostaki?…- ¿Cómo quieres que esté con esta vieja

maquinaria mía. A la que cada día se le estropeauna pieza? ¿Te apetece un café?

- Sí.- ¿Turco?- Naturalmente -. La albanesa se pone a

trajinar entre los fogones -. No hay ningúnproblema, ellos lo hacen igual.

Charlamos de la actualidad, del tiempo, depolítica. Me pregunta por los niños, por mi mujer,por mi madre, por mi trabajo.

- He cambiado de coche.- ¿Y qué te has comprado?- Un Alfa Romeo. He sido siempre un alfista.

¡Te acuerdas de mi Giuletta negro? Estabacompletamente trucado, tiraba como un avión.

- Claro que me acuerdo. Como puedes ver,yo no me he comprado nunca ningún coche.Cuesta demasiado. Yo prefiero vestir bien; con lo

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que te cuesta mantener un coche te haces cincotrajes de lujo, incluso podría decir de gran lujo,cada año, y aún te sobra algo de dinero.

- Es verdad.Me invita a un cigarrillo y se enciende uno

mientras llega el café.- ¿No me preguntas qué pienso del capítulo

que me enviaste?- Ahora iba a hacerlo.- No es cierto. Te andabas con rodeos y sé por

qué ¡o hacías.- Tú siempre lo sabes todo.- Sólo faltaría que, después de haber llegado

a la edad a que he llegado, no hubiera entendidonada de la vida.

En todo momento la televisión estáencendida, como telón de fondo de nuestraconversación, sintonizada en un canal de la RAÍ.No la apaga nunca porque así refresca de continuosu italiano.

- ¿Entonces?- No me lo has preguntado porque está ese

discurso de Solón sobre la felicidad … de losmuertos.

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muertos.- Es un discurso acertado, Y no tengo ningún

reparo en hablar de la muerte contigo porque, tocamadera, podría morirme antes yo. Podría tener unaccidente con el coche, mi avión podría sufrir unaavería, o bien tener un infarto durante mi gimnasiamatinal. Como bien dice Solón, «el hombre espuro azar».

- ¡Qué palabras! Habría podido decirlas yo.- Por lo tanto piensas que la vida no es más

que casualidad.- No del todo. Esta también el phthónos theón,

la envidia de la divinidad. Si uno está bien, ladivinidad siente envidia por ello y a las primerasde cambio le hace caer en la miseria. Estoy deacuerdo con Solón, absolutamente.

- ¿Qué divinidad?- Cualquiera. No me parece que existan

grandes diferencias. Según el mensaje cristianohemos sido redimidos, liberados de la culpa delpecado original. ¿Has visto tú que haya cambiadonada en estos últimos dos mil años? Comopuedes ver, los antiguos se dieron cuenta por lomenos de que no debían contar con los demás,

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sino únicamente consigo mismos; ningún diosmisericordioso, ningún padre celestial que lesconsolara de las desventuras, enfermedades yguerras o del cansancio de vivir. Mejor dicho,pensaban que por ese lado tenían que guardarsetambién las espaldas. ¿No es formidable? Quizápor eso consiguieron unos resultados tanextraordinarios. Los hijos de unos padrescomprensivos salen hechos unos blandengues,los hijos de unos padres duros y despiadados setemplan, se vuelven capaces de doblegar laadversidad, de batirse con coraje.

- No sé. Me parece una imagen un tantoestereotipada.

- ¿Quieres una prueba de lo que te digo?Pues sólo tienes que pensar en lo que eraisvosotros mismos los italianos antes delcristianismo: una raza de leones que habíasometido al mundo entero. ¡Y después qué? Afuerza de escuchar los sermones de los curas, deacostumbraros a que os llamaran ovejas ycorderitos, terminasteis por convenceros de ello.Os dejasteis desarmar pensando que el mundo seiba a acabar en cuatro días y que Jesús volvería

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sobre las nubes del cielo. Pero fuisteis los únicos.Por supuesto, los bárbaros no arrojaron las armasy de ese modo el mundo se sumió en el caos porespacio de por lo menos medio milenio. Bonitoresultado.

- También ésa es una visión demasiadosimplista. La historia es el más complejo de losfenómenos humanos, la suma de todas lasvicisitudes: no puedes tratarla de ese modo.

- Pues claro que puedo: uno que está a puntode palmarla bien puede pensar y decir lo quedemonios le plazca.

Acerca de este punto no puedo decir queande equivocado.

- Debo reconocer que hay una parte de verdaden lo que afirmas, aunque no puede generalizarse.- Le ayudo a incorporarse un poco y retiro la tacitadespués de que haya bebido -. Y en cualquier casono es cierto que el mundo no haya cambiado enlos últimos dos milenios. Han mejorado un montónde cosas. Incluso la propia Iglesia. ¿Compararíastú a los papas de ahora con los de la Edad Mediay los del Renacimiento? Además existe una mayor

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atención a los derechos humanos, hay una mayorreacción contra las violaciones del derechointernacional, más sensibilidad para con loambiental y las minorías étnicas.

- Sólo en el mundo occidental. En parteporque hemos cometido los pecados más graves ysentimos que debemos arrepentirnos, en parteporque tenemos un humanismo enraizado en lacivilización griega y romana. De todos modos, porlo que al individuo se refiere nada ha cambiado.Sólo que ahora la gente escribe en las paredes:«Jesús te ama». Si alguien hubiera escrito en lasparedes de Atenas: «Zeus te ama», se habríanechado todos a reír, por más que tuvieran elmáximo respeto por Zeus. - Es difícil hacerterazonar.

- ¿Ah, sí? Pues bien, piensa en mí y enAlexandra. Éramos felices, nos queríamos. Noteníamos hijos, pero los dos juntos estábamosmuy bien. Nos contentábamos con poco: algúnque otro traje, algún viajecito, ir dos veces al mesal restaurante. No molestábamos a nadie; lanuestra era una felicidad modesta, discreta. Perono, hasta una felicidad así de modesta tenía que

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provocar la envidia de los dioses. Y Alexandra sefue, después de haber sufrido todo lo que un serhumano puede sufrir …

Tiene los ojos relucientes, pero no llora y suvoz es firme.

- La echas mucho de menos, ¿verdad?- Infinitamente. ¿Puedes comparar a

Alexandra, su clase, su alegría, con esta …asistenta mía?

Recurre a una broma para no dejar traslucirlas lágrimas. He de contener en mí una oleadaparecida de amargura y de pesimismo y me vienea la mente la fábula de dos esposos ancianos:

- ¿Conoces la historia de Filemón y Baucis?- Creo haberla leído cuando iba a la escuela

secundaria, pero ya no me acuerdo de ella.- Eran un matrimonio de avanzada edad que

vivía en una pobre cabaña. Una noche doscaminantes se presentaron ante su puertapidiendo albergue para aquella noche. Los dosancianos les ofrecieron la frugal cena que sehabían preparado para ellos y se acostaron enayunas sobre una estera para que sus huéspedespudieran descansar en un lecho. Pero los

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pudieran descansar en un lecho. Pero loshuéspedes eran nada menos que Zeus y Hermes,que viajaban bajo un disfraz para ver cómo secomportaban los hombres. Transformaron elpequeño tugurio en un templo lujoso del queFilemón y Baucis se convertirían en sacerdotes.Los dos ancianos vivieron felices aún largotiempo, hasta que murieron finalmente juntos, enel mismo día, a la misma hora y en el mismoinstante. Porque habían expresado a los dioses eldeseo de que se les ahorrara a cada uno de ellosel dolor de acompañar a su compañero a la tumba.Fueron transformados en árboles delante de laspuertas del santuario …

He hecho mal sacando a relucir esta historia.Kostas se ha emocionado, aunque trata de nodejarlo traslucir, y no tiene más ganas de seguirhablando.

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3

Los tiranos

En el curso del siglo VI a. de C, en Atenas y enotras ciudades de la Grecia continental e insular,aparte de en las colonias, se consolidó una formainstitucional anómala y luego duramente censuradapor las fuentes históricas: la tiranía. La palabra«tirano», denostada durante los siglos y mileniosposteriores, es de origen absolutamente oscuro. Suinterpretación literal significaría, según algunos,«guardián del queso», expresión totalmente carentede sentido por lo que sabemos, pero lo mismo da,puesto que no podemos ir más allá. De todosmodos, esencialmente indica una forma institucionalen la que un solo hombre gobernaba con un poderabsoluto.

La execración de que fue objeto tal institución

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se remonta predominantemente a fuentesmoralizantes del siglo IV y responde también a loscomportamientos despóticos de determinadostiranos de la Sicilia griega, como Dionisio I yDionisio II. En realidad, estos hombres llegaron casisiempre al poder con el apoyo del impulso popular,aclamados por los pobres y los oprimidos, quetenían que soportar los abusos de las clasesdominantes, de los aristócratas y de los propietariosde grandes patrimonios. Florecían sobre ellosmuchas leyendas truculentas.

Por ejemplo, Periandro de Corinto habríayacido con el cadáver de su mujer Melisa, queposteriormente le reprocharía el estupro desde elotro mundo con un aterrador oráculo delnekromantion de Éfira: «Has puesto el pan en unhorno frío».

Fálaris de Agrigento hacía encerrar a susadversarios políticos dentro de un toro de bronceque tenía unas cánulas en las narices, de modo quecuando se encendía el fuego bajo el vientre del torolos inhumanos gritos del condenado salían poraquellas como un grotesco mugido.

Dionisio de Siracusa, para hacerle comprender

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a un cortesano suyo lo precaria y nada envidiableque era la vida de un tirano, le obligaba a cenar conuna espada suspendida sobre la cabeza, atada conun cabello de mujer. Aquel pobre hombre sellamaba Damocles y su amenazante espada haentrado a formar parte del acervo de lugarescomunes universalmente extendidos.

También Atenas tuvo su tirano, lo cualdemuestra que la reforma de Solón, justa en elplano teórico, había dejado en realidad sinmodificar los profundos desequilibrios sociales delpueblo ateniense. Se llamaba Pisístrato, estabaemparentado con Solón por parte de madre y sevanagloriaba de ser descendiente de Pisístrato, hijode Néstor, rey de Pilos, héroe de la guerra de Troya;fue sin duda uno de los sabios gobernantes de suciudad. Expulsado en dos ocasiones, en otras dosvolvió, y gobernó hasta el final de su vida, cuandomurió a causa de enfermedad. Fueron sus hijosquienes se encargaron de dilapidar el capital derespetabilidad y de prudencia que el padre habíaatesorado y quienes contribuyeron a la leyendanegra de la tiranía.

No está claro cómo consiguió Pisístrato el

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No está claro cómo consiguió Pisístrato elpoder, pero una extraña historia contada porHeródoto dice que su padre, Hipócrates, mientrasasistía a los Juegos Olímpicos como simpleciudadano particular, ofreció un sacrificio a losdioses, y en aquel momento los lebetos - especiede calderos de bronce que se apoyaban sobre untrípode -, llenos como estaban ya de agua y detrozos de carne, se pusieron a hervir sin fuego,hasta rebosar. Un sabio espartano de nombreQuilón, que presenció aquel prodigio, le dijo aHipócrates que no tomara mujer que estuviera enedad de procrear; y que, si ya la tenía, la repudiase;y que, si tenía un hijo, lo desdeñara. Era como decirque engendraría a un monstruo. Hipócrates no quisohacerle el menor caso y así un buen día engendró alniño que había de convertirse en el tirano de losatenienses.

Pisístrato llegó al poder, según parece,paulatinamente. Se sabe que cuando Solón regresóa Atenas de su exilio de diez años encontró lasituación profundamente cambiada: losmegarenses habían recuperado Salamina y él tuvoque emplearse a fondo a fin de que la isla pudiera

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ser reconquistada. El arconte polemarco, o sea, elresponsable supremo de las fuerzas armadas, eraprecisamente Pisístrato, el cual con una brillanteoperación, por así decir, de contraataque, ocupóNisea, o sea, el puerto de Mégara. Atenienses ymegarenses, en situación de tablas, pidieronentonces el arbitraje de Esparta, la cual dispuso queMégara recuperase Nisea cediendo Salamina a losatenienses. Pisístrato se había ganado así unaltísimo prestigio a ojos de sus conciudadanos: eldel valor en el campo de batalla, virtud másimportante entre los antiguos que cualquier otra,pues basta recordar que cuando Esquilo, el granpoeta trágico, murió en Sicilia, tuvo una inscripciónfúnebre dictada con anterioridad por el mismo querezaba:

Aquí yace Esquilo, hijo de Euforión, ateniensecaído en Gela, rica en mieses.Pueden testimoniar su valorel bosque sagrado de Maratóny el medo de tupidas copas.Ni la menor referencia a su gloria de poeta que

le había de hacer inmortal, sino más bien al orgullode haber combatido con honor en Maratón contra

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los persas.Pero volvamos a Pisístrato y a los avatares

atenienses de aquel período, sobre los que nuestrasfuentes resultan nebulosas: refieren éstas queestaba en curso una guerra civil entre los habitantesde la costa y los del interior del Ática y quePisístrato creó su facción entre los diacrii, es decir,los montañeses, gente, se supone, sumamentepobre o incluso miserable. Dado que aspiraba a latiranía (es siempre Heródoto quien nos habla deello) un día se le ocurrió una estratagema: seprovocó a sí mismo una herida y acto seguido sedirigió a la plaza del mercado montado en un carro,jadeante y sangrando, diciendo que sus enemigos,o sea, sus adversarios políticos, habían tratado deasesinarle. Un héroe de guerra, además de líderpolítico, estaba en peligro y por lo tanto pedía que elpueblo le asignara una guardia personal. Ladisposición fue aprobada y a partir de aquelmomento Pisístrato fue a todas partes rodeado deuna escolta de hombres armados de mazas: nadaque ver por el momento con los lancerosmercenarios de los que se rodeaban los tiranos.

Solón, que quizá preveía cómo acabarían las

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cosas, proclamó que cualquiera que aspirase a latiranía debía pedir que se le asignara una escoltaarmada, pero en aquel momento nadie le hizo elmenor caso. Pisístrato, en efecto, con la ayuda desus hombres, ocupó un día la Acrópolis y se hizocon el poder. Lo curioso es que Heródoto le atribuyeen cualquier caso un notable respeto por lasinstituciones y una excelente prudenciaadministrativa. Pero ¿qué clase de tirano fue,entonces, Pisístrato? ¿Fue realmente el precursorde los dictadores modernos, miembro de una raleaexecrable?

Es evidente, por cuanto nos ha sido transmitidopor las fuentes, que la fuerza del estado en aquelperíodo era muy escasa: la escena política estabadominada por el enfrentamiento de las dosfacciones principales capitaneadas por Megacles,del clan de los Alemeónidas, y por un tal Licurgo.Ello hace pensar en una situación de gran malestar,en una confusión institucional absoluta, en una vidapolítica reducida a la lucha de banderías. En unclima semejante, Pisístrato no hizo sinoentrometerse entre los dos contendientesconsiderando que gozaba de mayor estima y favor

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considerando que gozaba de mayor estima y favorpor parte del pueblo. El hecho de que se pusiera ala cabeza de una tercera facción es interpretadocomo negativo, como una acción que contribuíamucho más a enturbiar la situación, pero no cabeduda de que Pisístrato se puso en aquel momento ala cabeza de los más pobres, así como tampocoparece haber duda sobre sus méritos comoestadista y como administrador de la cosa pública.Con toda probabilidad se limitó a acabar con losabusos de poder de los aristócratas y de los nuevosricos, intentó un reparto más equitativo de lariqueza, devolvió el orden a la vida ciudadana yfavoreció de este modo un fuerte crecimientoeconómico que había de reforzar a las clasesmedias, contener el poder de los aristócratas vreducir drásticamente el número de pobres.

Sin embargo, su gobierno sufrió en un primermomento una brusca interrupción: los dosadversarios, que primero luchaban entre sí, secoaligaron y consiguieron expulsarle de la ciudad,reanudando acto seguido sus luchas salvajes el unocontra el otro y sumiendo a Atenas en el caos y laviolencia. Megacles, sin embargo, viendo

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probablemente que en aquel duelo corría el riesgode llevar la peor parte, se puso nuevamente encontacto con Pisístrato y estableció con él un férreopacto ofreciéndole incluso a su hija como esposa.En aquel punto todo estaba listo para un retorno congran pompa, lo cual se produjo, sin embargo, demanera tan extraña como para provocar incluso larisa de Heródoto, es decir, la fuente que nos refiereestas noticias. Pisístrato tomó a una muchacha deun pueblo vecino, muy hermosa y de gran estatura,la revistió con una armadura y un atavío como el quellevaba la diosa Atenea en sus estatuas, la hizomontar en su carro y se dirigió hacia la ciudadhaciendo correr el rumor de que la diosa en personallevaba a Pisístrato a su Acrópolis.

La noticia corrió como un reguero de pólvora,alimentada por un grupo de heraldos que iban porlos diferentes barrios pregonando el extraordinarioacontecimiento. La voz se agigantó, y una multitudque cantaba sus alabanzas abarrotó la calle deacceso, adorando a la diosa y aclamando aPisístrato.

El hombre, firmemente instalado en el poder,hizo honor al compromiso asumido con Megacles y

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tomó por esposa a su hija. Sin embargo, tenía yados muchachos adolescentes, Hipias e Hiparco, yno quería más hijos. Por si fuera poco, losAlemeónidas estaban considerados malditos acausa de un sacrilegio que habían cometidomasacrando en el recinto sagrado de la Acrópolis asus adversarios políticos, dirigidos por un tal Cilón,que había intentado un golpe de estado. Por eso(son palabras de Heródoto) «se unía con ella endesacuerdo con la regla». Sucedió entonces algosemejante a cienos escándalos recientes de sexo ypolítica: la muchacha se confió a su madre y esta selo contó a su marido, que se lo tomó como un ultrajesangrante y, con tal de vengarse, hizo las paces consus compañeros de facción y preparó una acciónmilitar.

Pisístrato prefirió ahuecar el ala y se dirigió aEretría, en la isla de Eudeba, donde celebró consejocon sus hijos. Fue precisamente uno de ellos,Hipias, quien le forzó la mano y le convenció de querecuperase el poder. Es un detalle muy interesantede la narración de Heródoto porque hace pensarque Pisístrato prefirió abandonar el poder antes queprecipitar la ciudad a un baño de sangre con tal de

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conservarlo, pero también nos permite comprenderalgo sobre su carácter, el de un hombre queevidentemente no conseguía negar nada a laspersonas que quería y a sus hijos muyespecialmente: típica manifestación, ésta, delsentido mediterráneo de la familia.

Pasaron once años durante los cualesPisístrato preparó su retorno recaudando fondos delas ciudades a las que había hecho favores (lostebanos fueron los más generosos), enrolando amercenarios, especialmente en Argos, y recibiendoentusiasmado el apoyo de Lígdamis, tirano deNaxos, y de Polícrates de Samos, hasta el punto deque hay quien ha hablado de una especie de«internacional tiránica», hipótesis sugestiva yprobablemente no carente de fundamento: tambiénen los tiempos modernos ha existido y existesolidaridad y apoyo mutuo entre los regímenestotalitarios.

Tras haber reforzado sus propias tropas consus partidarios de Atenas («gente que prefería latiranía a la vida como hombres libres», lesestigmatiza Heródoto) desembarcó en Maratóndonde, a escasa distancia, le hizo frente el ejército

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donde, a escasa distancia, le hizo frente el ejércitode la ciudad. El vaticinio de un vidente le aconsejóque atacara de noche, a la luz de la luna:

Ya está jugado el Lince y desplegada la red, yen esta noche de luna acudirán los atunes.

Los atunes, en este caso, no eran sino susdesventurados conciudadanos, que, tras habercenado, fueron a acostarse mientras otros matabanel tiempo jugando a los dados. Pisístrato cayó sobreellos inesperadamente en plena noche y les puso endesordenada fuga, recuperando el poder portercera vez y en esta ocasión de manera firme. Serodeó de mercenarios y favoreció la clase mediaurbana. Murió de enfermedad en el año 527 a.C. ydejó una gran nostalgia por su pérdida.

En efecto, muchos fueron sus méritos: decarácter bondadoso y natural simpático, sabíaquerer a la gente y trató de estar en buenostérminos también con los aristócratas. Algunosoptaron por marcharse: entre ellos Milciades, quese hizo con un dominio personal en la península deGallipoli - entonces conocida como el Quersonesotracio -, y los Alemeónidas, que se establecieron enDelfos promoviendo una restauración del templo de

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Apolo, con toda probabilidad con el fin de adquiriralguna influencia sobre el potentísimo oráculo.Pisístrato neutralizó la iniciativa con una solemnepurificación del otro gran santuario apolíneo, el deDelos. Hizo desenterrar a todos los muertos que seencontraban en el radio visual del santuario, paravolver a darles sepultura en otra localidad. Enaquella operación fueron probablementeexhumados los restos de los habitantes preclásicosde la isla: micénicos y acaso minoicos. Pero, comohemos visto, no fue ésta la única excavación deanómala arqueología en el mundo griego antiguo.

Durante su gobierno creció de modosignificativo la producción artesanal, en especial lade las cerámicas de figuras negras, que sedistinguieron por su belleza y calidad y que noencontraron, puede decirse, rivales en todo elMediterráneo. La técnica consistía en extendersobre la superficie ya cocida de la vasija unaligerísima capa de arcilla cruda para dibujar lasfiguras. Dicha capa era sometida a continuación aun proceso de oxidación que le confería un colornegro brillante absolutamente indeleble. Dentro deella, con la punta de un estilo o con barniz blanco, se

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copiaban) tos detalles del dibujo. La variedad deformas y de tipologías, como hemos visto en parte,era riquísima y la fantasía de los ceramistas sedesplegaba a diario en mil nuevas creaciones.Totalmente especial era un vaso para beberllamado rhyton que tenía forma de cabeza deanimal o humana, tanto masculina como femenina.Asimismo eran apreciados los tipos exóticos, comolos etíopes (negros), caracterizados de forma muyrealista por los cabellos crespos, los labios gruesosy la nariz chata.

En el terreno de la construcción urbanaPisístrato se distinguió por la construcción dealgunos santuarios, entre ellos el templo de ZeusOlímpico. Bajo su patrocinio, además, se llevó acabo la primera «edición crítica» de los poemashoméricos, una obra asombrosa por su inmensovalor cultural, piedra miliar, podría decirse, de lafilología moderna. Cuando se llevó a cabo estalabor, los poemas habían sido puestos ya porescrito desde hacía más de un siglo, peroprobablemente se resentían de muchas versionesorales todavía en circulación. Parece cierto, enefecto, que hasta el siglo VIII a.C. el ciclo épico del

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mito troyano y los otros ciclos mitológicos delmundo griego circularon de forma oral, concomposiciones de vez en cuando improvisadas porrapsodas profesionales que adaptaban sus cantosa las necesidades y a la disponibilidad delauditorio.

Resulta difícil decir de qué modo ejercióPisístrato la tiranía, en vista de lo que dicen nuestrasfuentes respecto a las instituciones y las leyes deSolón, es decir, el Consejo de los Nueve Arcontes(un órgano que tenía funciones tanto judiciales comoejecutivas), el Areópago (una especie de AltoTribunal que tenía quo vigilar la aplicación de lasleyes y juzgar los delitos de sangre), el Consejo delos Cuatrocientos (es decir, el tribunal con poderdeliberativo y legislativo) y el Heliea (esto es, eltribunal popular). Lo más probable es que Pisístratoejerciera una forma de liderazgo basadadirectamente en su carisma personal, en laposibilidad de dispensar favores y de hacer pesarlas amenazas, de hacer votar y aprobar las medidasa muchos de sus seguidores (obviamente lamayoría) que se encontraban en todos losorganismos de gobierno de la ciudad. Aunque

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organismos de gobierno de la ciudad. Aunquepueda parecer extraño, no son pocos los estudiososque piensan que su régimen allanó el camino a lademocracia popular ideada y teorizada porClístenes, en la que el poder y la soberaníadescansaban en manos del pueblo, pero bajo laguía de un líder dotado de un gran carisma, una graninteligencia y una gran capacidad de gobierno y depersuasión.

Como hemos visto, la tiranía fue una especiede paso obligado por el que casi todas lasciudades del mundo griego tanto oriental comooccidental pasaron, aunque con resultados distintos.Lo que hay que tener presente es que estoshombres casi siempre fueron instalados en el podercomo árbitros entre las facciones en lucha y comodefensores de los más débiles y de los marginadosde las comunidades urbanas. Así pues, aunque endeterminadas situaciones abusaran de su poder enun sentido autoritario manchándose las manos contropelías y delitos, lo cierto es que los tiranosejercieron una función histórica determinante.

Bajo Pisístrato la divisa ateniense, el dracmade plata, se convirtió en las más apreciada y

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buscada de toda la zona mediterránea, lo cualsignifica que la economía de la ciudad se habíavuelto evidentemente la más fuerte. Las monedasostentaban por una cara la cabeza de Ateneacoronada de laurel y por la otra la lechuza, animaltotémico del Ática y luego ave consagrada a ladiosa que era llamada también glaukopis, la deidad«de ojos de lechuza». Para la acuñación, el metalprecioso se extraía de las minas de plata delLaurión, donde trabajaban esclavos y prisioneros deguerra en unas condiciones espantosas.

En tiempos de Pisístrato se desarrollarontambién formas de arte destinadas a alcanzar unaltísimo prestigio, como la escultura, la arquitectura,la broncística y también el teatro, una forma deexpresión extremadamente original que se decíahabía sido inventada por un tal Tespis, quien iba dealdea en aldea con un carro que hacía las veces depalco, así como con una cortina de telón de fondo,representando de forma dramática episodios de lavida de los dioses y de los héroes.

Aquellas ingenuas representaciones, de lasque no ha llegado hasta nosotros más que el eco,estuvieron en la base del nacimiento del teatro

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griego, muy probablemente de la tragedia, palabraque en su origen no tenía nada de terrible como ensu significado moderno: simplemente significaba«canto de cabra» o «canto para una cabra» o talvez «canto para el sacrificio de una cabra», eindicaba con toda probabilidad una acción escénicaque acompañaba a un rito religioso, un poco comosucede en las iglesias cristianas con la celebraciónde la misa.

En los años inmediatamente posteriores a lamuerte de Pisístrato, se asistió a cambiosdramáticos en la escena internacional queterminarían por influir poderosamente en la historiade Atenas: en 525, sólo dos años después de sudesaparición, el emperador persa Cambises, hijo ysucesor de Ciro el Grande, invadió Egipto, el últimode los grandes reinos de la tierra independiente;todavía del poder de los persas. El faraónPsammético III le presentó batalla en Pelusio, en eldelta del Nilo, contando también con los refuerzosde un cierto número de mercenarios griegos, en sumayoría jonios, pero fue derrotado y hechoprisionero. Cambises no se limitó a subyugar elpaís: trató con desprecio su religión y sus

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tradiciones, dio muerte, se dice, por su propiamano, al buey sagrado Apis c intentó una insensataexpedición contra los etíopes, probablemente losnubios que vivían al sur de Abu | Simbel. Su ejércitose perdió en el desierto y los hombres seentregaron a actos de canibalismo para sobrevivirtras haber devorado a las acémilas. Cambises sesalvó a duras penas, pero murió poco despuésvíctima de una conjura. Egipto, de todas formas, noreconquistaría nunca más su independencia, por lomenos no bajo soberanos indígenas.

A Cambises le sucedió Darío, a quien lahistoria llamaría «el Grande» por su prudente modode gobernar y sus grandes empresas. Fue él quienconstruyó la fastuosa residencia real de Persépolisy quien equipó el «camino del rey» que unía Sardes,en el Egeo, con Susa, en el golfo Pérsico, con unaestación de posta cada veinticinco kilómetros. Daríoconquistó el valle del Indo hasta el último de susafluentes, atravesó el Amu Daryá y el Syr Daryá yllegó a las orillas del lago de Aral; organizó suilimitado imperio y acuñó una magnífica moneda deoro: el darico, así llamada porque en el reversoestaba representado el Gran Rey tensando el arco.

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estaba representado el Gran Rey tensando el arco.Mientras esto acontecía, en Atenas el poder

estaba en manos de los hijos de Pisístrato, Hipias eHiparco, sobre todo de Hipias, que era el mayor delos dos. El historiador ateniense Tucídides, queescribe unos cien años después, nada sospechosode sentir simpatía por el autoritarismo, afirma quesu gobierno no era malo. Hipias ejercía el poder conmoderación, era persona muy accesible yrespetaba las instituciones; se limitaba a colocar asus amigos en los puestos clave y trataba desalvaguardar la legalidad así como favorecer almáximo la prosperidad de la ciudad.

Transcurrieron de este modo cerca de catorceaños más bien tranquilos, hasta que sucedió unepisodio que la tradición pronto mitificaría: laconjura de Armodio y Aristogitón para dar muerte aHipias c Hiparco, derrocar la tiranía y restaurar lalibertad. En realidad la conjura fracasó: únicamenteHiparco cayó bajo la daga de los conjurados; Hipiasse salvó y reaccionó con extrema dureza. Armodiofue asesinado inmediatamente. Y Aristogitón,condenado acto seguido a muerte. Los dos mártiresde la libertad se convirtieron en símbolos del

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heroísmo libertario y su gesto fue inmortalizado enun grupo escultórico que ha llegado hasta nosotrosa través de una copia en mármol conservada en c!Museo Nacional de Nápoles: el primer monumentocívico que una ciudad erigiera en honor de suspropios ciudadanos.

Sin embargo, Tucídides afirma con granautoridad que el gesto de los dos tiranicidas noestuvo ciertamente inspirado por el amor a lalibertad, sino más bien por una turbia historia deamores masculinos. Armodio era un joven demaravillosa belleza, Aristogitón un ciudadano comúnde condición media que se había enamorado de ély convertido en su amante. También Hiparco, elhermano menor de Hipias, había quedadoprendado de Armodio e intentó seducirle, pero sinéxito: Armodio se había resistido a susinsinuaciones e incluso se lo había contado a suamante que, loco de celos, pensó en dar muerte asu rival temiendo que este fuera a quitarle almuchacho por la fuerza valiéndose de su posición.Hiparco, por su lado, despechado por el rechazoque Armodio le había demostrado, humilló a suhermana al negarse a admitirla en una solemne

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procesión pública declarándola indigna (es decir,¡no virgen!). Era el colmo. De los refunfuños se pasóa una conjura propiamente dicha que no tardó enencontrar un aglutinante ideológico en la lucha deunos ciudadanos libres contra la tiranía.

La conjura hizo de Hipias, que antes era unhombre sencillo, un ser suspicaz y cruel. Muchosciudadanos fueron encarcelados y asesinados porsimples sospechas y delaciones; otros fueronperseguidos o privados de sus derechos civiles.

Fueron los Alemeónidas, que habían optadopor el exilio ya en tiempos de Pisístrato, losencargados de organizar el derrocamiento de latiranía. Ya se habían ganado el favor del Consejo deloráculo de Delfos al reconstruir el templo en mármolde Paros y no en toba, como había sido acordado.En este punto fueron más allá corrompiendo a laPitia, la sacerdotisa deifica, a fin de que ordenara alos espartanos, cada vez que venían a consultar eloráculo, liberar a Atenas de la tiranía.

Es difícil para alguien moderno aceptar la ideade que las clases dirigentes de una ciudad comoEsparta creyeran de veras que el dios Apolo leshabía ordenado expulsar a los tiranos de Atenas,

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teniendo en cuenta que a continuación también unrey de Esparta corrompió a la Pitia por razonespolíticas. La explicación más aceptada es queexistía una especie de vínculo del tipo «mente-brazo» entre el santuario y la ciudad con funciones ytareas supranacionales y que Esparta, en particular,desempeñó un papel de policía internacional, comohemos visto ya en el arbitraje que fue llamada aejercer en el contencioso entre Atenas y Mégara porla posesión de Ñisca y de Salamina.

Los espartanos se dispusieron, pues, aobedecer la orden del dios de Delfos.

22 de abril de 1999He hablado por teléfono con Kostas y me ha

parecido que estaba bastante bien, teniendo encuenta siempre las circunstancias. Tal vez acusael calor y la primavera ahora ya avanzada.

- ¿Qué te ha parecido el tratamiento que le hedado a la tiranía?

- Interesante. Me ha parecido casi entenderque fue un hecho en conjunto positivo.

- No es exactamente así. La tiranía es unfenómeno negativo porque priva a los ciudadanosde la libertad. Sin embargo, hay que decir que casi

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de la libertad. Sin embargo, hay que decir que casisiempre se trató de ¡as respuestas de algunoscabecillas populares contra los abusos de poderde los aristócratas y de los grandes propietarios.

- Unos revolucionarios, por lo tanto.- A veces, y en cierto sentido, sí. Pero es

evidente que una institución semejante no puedesino degenerar, antes o después; de ahí el juicionegativo y sin apelación que la historia haterminado por emitir.

- Y esas historias de sexo son increíbles …- Sabía que irías a parar a eso. Pero no te falta

razón.- No ha cambiado nada: al final el sexo acaba

siempre por salirse con la suya en política.- Los políticos son hombres y mujeres

poderosos y el sexo, desde que el mundo esmundo, siempre ha ido del bracete del poder.

- Pero ese Pisístrato, menudo hijo de puta,con esa pobre muchacha.

- Chismorreos. Puede haber sido también unsimple pretexto. Es difícil decir qué sucediórealmente.

- Pues yo me lo creo.

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- Tampoco yo tengo motivos para no creerlo.- ¿Y qué me dices de la historia de Armodio y

Aristogitón?- También me la creo. El amor masculino

debía de ser algo oscuro, violento, porque loshombres son violentos por naturaleza, y ésosademás no eran afeminados, sino hombres depelo en pecho. Parece que también Filípo II, padrede Alejandro Magno, murió asesinado por unaoscuro asunto de amores masculinos.

- ¿Y Periandro de Corinto? Ésa es unahistoria que pone la piel de gallina,

- Ya. «Has puesto el pan en un homo frío»:¿no es algo aterrador?

- Pero yo me pregunto: aun admitiendo quelos sacerdotes del oráculo fueran más listos quenadie, ¿cómo podían conocer lo que habíasucedido en el secreto de la alcoba, mejor dicho,de la cámara mortuoria de Melisa?

- Eso no lo sabremos jamás, como tampocosabremos nunca muchas otras cosas misteriosasque tienen que ver con los oráculos. Por otra parte,el misterio era la característica intrínseca que lespermitía prosperar.

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La curiosidad se diría que es para él unamedicina, pues basta despertarla para verlereaccionar positivamente. Es una lástima que yono pueda estar con él más a menudo.

- Ciao, Kostaki.- Ciao.

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4

La democracia

La violenta muerte de Hiparco transformó deforma profunda el carácter y el comportamiento desu hermano superviviente, Hipias. Como se hadicho ya en parte, a partir de aquel momento sevolvió suspicaz y desconfiado, se rodeó de unaguardia personal, de mercenarios violentos yterribles, y golpeó sin dudarlo lo más mínimo atodos aquellos que pudieran aunque sólo fueradespertar la sospecha de querer intrigar en sucontra. La ciudad, ya en pleno desarrollo económicoy civil, no podía tolerar una situación de ahogosemejante. Menos aún los aristócratas, a quienesPisístrato había tratado siempre con cierto respeto,y en cualquier caso con moderación, ejerciendo elpoder con su innato buen sentido, pendiente de no

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alterar los delicados equilibrios internos de losdiferentes componentes de la sociedad ateniense.

Hemos visto que fueron precisamente losAlemeónidas los encargados de tomar la iniciativadirigiéndose a Esparta, que en aquel período eragobernada por un hombre de temperamentoexcepcional: el rey Cleómenes, hijo deAnaxándridas. De él se contaba que, cuando seenamoró de la que había de ser su mujer, ellaestaba ya casada con otro espartano. Cleómenesse presentó armado en casa de este y le arrebató ala mujer diciéndole que m quería impedírselo debíademostrar su amor con las armas y arriesgando suvida. Pero el marido ni siquiera se molestó en hacerel menor intento de batirse con un pretendiente tantemible y renunció a su mujer: fue aquélla una uniónfeliz y los dos se amaron durante toda su vida.

Cleómenes no había sido el único en ejercer lasoberanía: en efecto, en Esparta los reyes eran dosy su homólogo a la sazón era Demarato, que sinembargo no admitía desde ningún punto de vista lacomparación con él, ni poseía tampoco unapersonalidad igual de fuerte. Cleómenes era unguerrero formidable, de potencia impresionante,

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capaz de romper por sí solo en combate la líneaenemiga, e interpretaba su papel de verdaderosoberano, ejerciendo el poder en primera persona ychocando así continuamente con el Colegio de losÉforos, cinco magistrados nombrados por elConsejo de los Ancianos, que desde hacía yatiempo operaban a modo de un ejecutivopropiamente dicho relegando a los reyes al mandodel ejército y a funciones religiosas y derepresentación. De este modo se creaba una suertede constante brazo de hierro, por el que, a falta denormas constitucionales lo bastante precisas comopara definir las esferas de poder de cada una de lasinstituciones, ocurría que los éforos ejercían el poderde modo totalitario en presencia de reyes débiles oirresolutos, o bien que tenían que soportar a supesar la iniciativa de los éforos, en el caso desoberanos de gran personalidad y determinación.

Para los Alemeónidas y para el resto delpartido aristocrático, el rey de Esparta era elinterlocutor ideal. En parte porque la monarquíasiempre ha sido, y lo es todavía hoy, el punto dereferencia ideológico para cualquier aristocracia y,además, porque Cleómenes era el único líder lo

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además, porque Cleómenes era el único líder lobastante fuerte y ambicioso como para quitar de enmedio a un hombre como Hipías.

El modo en que los Alemeónidas implicaron aCleómenes y a los espartanos en la operación esmás bien desconcertante, por lo menos si nosceñimos a lo que cuenta Heródoto. Sabemos quese habían ganado ya el favor del Consejo deloráculo de Delfos al reconstruir el templo de Apoloen mármol de Paros y no en toba como había sidoacordado. Llegados a este punto fueron más allá,corrompiendo a la Pitia a fin de que ordenara a losespartanos, cada vez que vinieron a consultar eloráculo, liberar a Atenas de la tiranía.

No es fácil para nosotros, hombres modernos,darnos cuenta del gran peso que tenía un oráculo deApolo: de hecho nadie podía menospreciarlo. Eloráculo era un pozo de sabiduría, un auténtico«banco de datos» que acumulaba conocimientosdesde tiempos inmemoriales, quizá incluso desdela época micénica y sin solución de continuidad;gozaba, por eso mismo, de un prestigio inmenso.Tenemos pruebas arqueológicas de que también enlos siglos más oscuros del llamado medievo

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helénico, los grandes santuarios, y en particular elde Delfos, seguían siendo los únicos centroseconómicos capaces de realizar costosasadquisiciones y de llevar un estilo de vida fastuoso,lo cual nos habla sobradamente del poder que erancapaces de ejercer. Ninguna ciudad emprendíanada importante sin consultar al oráculo y lainterpretación del vaticinio era obra siempre de lossacerdotes, que tenían así un poder discrecionalincreíble. El oráculo podía incluso declarar «guerrassantas» contra estados que con su impiedadhubieran mancillado el santuario, por ejemplo,cultivando de forma abusiva tierras que eran de supropiedad, y todos estaban obligados a sumarse ala proclama a fin de que el culpable recibiera sucastigo.

Sabemos muy poco acerca de los mecanismosinternos del oráculo, de cuál era la relación entre laprofetisa y los sacerdotes y entre estos y laconfederación política, llamada Anfictionía, que enrepresentación de un cierto número de regiones deGrecia central estaba al cargo de la administracióndel santuario. El hecho es que los espartanosobedecieron al oráculo y organizaron dos

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expediciones contra el Pirco. Un primer intentoacabó en nada, pero el segundo, al mando del reyCleómenes, tuvo éxito. Hipias huyó buscandorefugio en Asia Menor, donde solicitó y obtuvo laprotección y la hospitalidad del Gran Rey Darío.Durante algún tiempo no se oyó hablar de él.

En este punto los Alemeónidas volvieron aAtenas y lo hicieron de modo que la tiranía nopudiera arraigar ya nunca más. El artífice de lanueva constitución fue uno de ellos, Clístenes, hijode Megacles, el padre de los primerosordenamientos democráticos de la historia de lahumanidad. No era precisamente aquello que losespartanos deseaban: su intervención, en efecto,tenía por objetivo instaurar en Atenas una oligarquíaaristocrática que tuviera hacia ellos una deuda degratitud además de una cierta relación desubordinación, pero las cosas discurrieron de modomuy distinto del esperado. Cleómenes intentó denuevo llevar las cosas a un terreno más aceptablepara Esparta, probablemente tras solicitarlo laaristocracia ateniense, pero los ciudadanos-soldados de la nueva democracia tomaron lasarmas y defendieron con éxito sus conquistas.

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Convertido en arconte, Clístenes llevó a cabouna reforma muy compleja actuando en primer lugara nivel territorial: agrupó a las aldeas y a los pueblosdel Ática en circunscripciones llamadas «demos»,un término que significa al propio tiempo «pueblo» y«aldea», como en el moderno español «pueblo». Encambio, las dos ciudades principales, Atenas yBraurón, fueron divididas en varios demos. Losdemos fueron a continuación agrupados en númerode diez para cada una de las tres regiones en queestaba dividida el Ática y a partir de estas treintaagrupaciones se estructuraron diez tribus, cada unade las cuales debía elegir a cincuentarepresentantes que formarían un órgano legislativollamado Bulé («consejo»). Cada uno de estosgrupos de cincuenta representantes ejercía ladirección del Consejo (denominada Prítania)durante una décima parte del año. Cada tribuestaba divida en tres componentes, en los que sehallaban representados los habitantes de la costa(paralii), de la llanura (pediei) y de la montaña(diacrii), de modo que los distritos electoralesestuvieran bien equilibrados también desde unpunto de vista social.

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punto de vista social.Estas reformas, de todos modos, no acababan

radicalmente con tas instituciones socialestradicionales en las que se había articulado lasociedad: seguían vigentes las fratrías, en las queestaban divididas las cuatro viejas tribus del Ática,agrupaciones de familias que tal vez provenían deantiguas hermandades de guerreros, y seguíanvigentes las heterias (literalmente «sociedades»),una especie de asociaciones secretas dearistócratas. Eran las fratrías las que compilaban laslistas de los ciudadanos, desde el momento en que,cada vez que nacía un niño, el padre, con ocasiónde una especial festividad anual, las Apaturias, lopresentaba a los miembros de la fratría para quefuera reconocido y aceptado como miembro de lacomunidad. Y dentro también de la fratría losjóvenes celebraban su rito de iniciación a la virilidadcortándose el pelo, que hasta aquel momentohabían llevado largo. Esta especie de clan tenía unaimportancia tal para la vida de los individuos, que encaso de que uno de sus miembros fuera asesinadosin que su familia pudiese vengarle, la propia fratríaasumía la carga de llevar a cabo la venganza.

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A continuación fueron los demos los queelaboraron las listas de los ciudadanos, perosiempre en segunda instancia porque nadie podíaser incluido en dicha lista si no pertenecía a unafratría. La primera inscripción, en suma, era unaespecie de libro de familia mientras que la segunda,la del demo, tenía valor tanto de lista electoral comode registro de reclutamiento para las fuerzasarmadas. El demo asumió tal importancia con elpaso del tiempo que entró a formar parte del modode llamarse las personas. Se dejó de identificar aéstas por medio de su patronímico (por ejemplo:Eupitos, hijo de Antenor), definiéndolas en cambiocon el demo de procedencia (Eupitos, del demo deAcamas}.

Los ciudadanos elegían también un colegio dediez estrategos, uno por tribu, que tenían por misiónmandar el ejército en la guerra, alternándose en elmando un día cada uno.

Este detalle puede asombrar al lector moderno,que sabe perfectamente lo fundamental que es en laguerra la unidad de mando y la coherencia a la horade tomar decisiones, pero en la práctica militar deGrecia entre los siglos VI y v a.C. lo era bastante

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menos. Las batallas se libraban a plena luz del día,en un lugar convenido, entre dos formacionesdispuestas en líneas aproximadamente de igualdespliegue y profundidad, y consistían en unacolisión frontal que determinaba el máximo de bajasen la primera media hora de combate. La formaciónque se veía empujada hacia atrás y obligada deeste modo a abandonar a sus propios muertos yheridos en el terreno ganado por el adversario habíaperdido la jornada campal: solicitaba entonces unatregua y negociaba la restitución de los muertos yde los prisioneros, así como las condiciones de pazválidas hasta el combate siguiente. En una situaciónsemejante el papel del comandante era muylimitado en el plano estratégico. Su importancia eragrande solamente en el aspecto táctico ypsicológico, porque él se alineaba en primertérmino, a la derecha de la primera línea, teniendosu ejemplo un efecto de arrastre.

Es también probable que Clístenes, al dictar suconstitución, pensara en una especie de rivalidadde émulos entre cada uno de los estrategos en elcampo de batalla para afirmar cada uno su propiaexcelencia y la de la propia unidad con respecto a

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los otros. Pero sobre este asunto volveremos másadelante.

Lo que importa subrayar ahora es que losordenamientos promulgados en 508 a.C. (es ésta lafecha de la reforma de Clístenes) estaban basadosen el sufragio universal, en el sorteo de los cargos(para evitar casos de corrupción) y en el equilibriode todas las clases sociales en la gestión de lacosa pública. Para ser elegidos para los cargos degobierno, en efecto, no eran necesarios ni el blasónde una noble estirpe ni una determinada clase derenta, sino únicamente estar en posesión de laciudadanía, requisito indispensable para todos losvarones en condiciones de demostrar suascendencia ateniense de por lo menos tresgeneraciones. Estaban excluidas del voto lasmujeres, obviamente los esclavos, y los residentesextranjeros llamados metecos (metoikoi) que, sinembargo, podían ejercer cualquier profesión. Todociudadano tenía garantizada la integridad física, lapropiedad y la libertad personal; en cambio, se lepedía obediencia a las leyes, fidelidad a lasinstituciones y defensa de la patria en la lucha si eranecesario. En este caso el equipamiento personal,

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necesario. En este caso el equipamiento personal,es decir, la costosa armadura del infante de línea,corría a su cargo. Sus pertrechos estabancompuestos por un yelmo de chapa de bronce concelada o con visera y babera y por una coraza debronce, de cuero o de lino plegado (que consistía enacoplar varias capas como en los chalecosantibalas) reforzado mediante placas metálicas.

Las corazas metálicas estaban compuestas depeto y espaldar; tenían a menudo forma anatómica yse ataban en los costados con correas o fíbulas; lasde cuero o de lino plegado colgaban a menudo dedos espaldarcetes atados en su parte delantera aunas arandelas que asomaban del pectoral. Elhoplita, además, protegía su abdomen con unosfaldones de cuero reforzados con láminasmetálicas, que permitían sin embargo elmovimiento: aseguraban cierta protección contra losgolpes terciados, pero no mucha contra los golpesde punta. Las piernas se hallaban protegidas porunas grebas de forma anatómica que iban deltobillo hasta la rodilla y, en ocasiones (pero másraramente), por musleras siempre atadas por suparte posterior. El escudo estaba considerado el

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arma (oplon) por excelencia. Redondo u ovalado,cubría desde el mentón hasta las rodillas y eraembrazado con el brazo izquierdo de manera queen la batalla protegía también el flanco derecho delcompañero de fila. Estaba a menudo adornado conimágenes e insignias heráldicas que evocaban elrango del guerrero que lo embragaba. Las armasofensivas eran la lanza de ataque y la espada.

El progreso, aunque sólo fuera con respecto ala constitución de Solón, que en muchos aspectospermaneció de todos modos vigente, era enorme.Quedaba todavía un obstáculo para alcanzar laplena democracia: el acceso de las clases másbajas a los cargos más elevados y la superación dela gratuidad de los cargos públicos. En efecto,nadie que se ganara la vida con su propio trabajopodía permitirse asumir un cargo público, porquehubiera tenido que renunciar a su propia renta y nohabría sabido qué hacer para salir adelante. Setrataba, por lo tanto, de un derecho sobre el papelque no a todo el mundo le era posible ejercen

Como es obvio, de una sociedad de aquellaépoca no cabía esperar el voto para las mujeres: laplenitud de los derechos derivaba de la plenitud de

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los deberes, ante todo del deber de defensa de lacomunidad, honor y carga privativos de losaristócratas, primero, y del resto de los ciudadanosdespués, pero de ningún modo de las mujeres. Sihoy las mujeres pueden manejar sin esfuerzo lasmismas armas mortíferas que los varones, o bienapretar et botón que lanza un misil, en aquellostiempos hubiera sido impensable que se batierancon lanza y escudo en campo abierto al ser ladivisión de los papeles (defensa para el varón,reproducción para la hembra) sumamente rígida. Elmito de las amazonas, al que nos hemos referidoya, estaba relegado a la noche de los tiempos y, encualquier caso, detalle interesante, aquellas mujeresguerreras eran casi siempre representadas comocombatientes a caballo y con armamento ligero,arco y escudo de medialuna, y nunca comocombatientes de infantería pesada.

Paradójicamente, las mujeres eran másautónomas y más libres en la sociedad cerrada ymilitarista de Esparta que en la democracia deAtenas. En aquélla las muchachas se ejercitaban enla palestra con el corto quitón militar(«exhibicionistas de muslos» las llamaban, no sin

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cierto escándalo, los demás griegos) o danzabandesnudas en determinadas festividades; comomujeres casadas podían moverse libremente enpúblico y poseer y transmitir patrimonios igual quelos varones; a ellas correspondía el honor de oficiarla solemne ceremonia de la entrega de los escudosa los hijos que partían para la guerra pronunciandola tremenda recomendación: «[vuelve] con esto oencima de esto» (o sea: es preferible que muerasantes que abandonar tu puesto de combate). Losguerreros caídos o heridos eran, en efecto, traídossobre sus escudos en cuyas asas sus compañerosensartaban las astas de las lanzas a modo deangarillas.

Esparta contaba incluso con una sabiduríatradicional de signo femenino, cosa más antiguaque rara en una sociedad patriarcal, transmitida enparte por Plutarco en una obra titulada Dichos demujeres espartanas. Un episodio resultaespecialmente esclarecedor respecto a la condiciónfemenina en Esparta. Cuando los delegados de losgriegos de Jonia fueron a solicitar ayuda militar alrey de Esparta, Cleómenes, le encontraroncaminando a cuatro patas con su hijita Gorgo a

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caminando a cuatro patas con su hijita Gorgo acaballo encima de él. Al ver sus expresiones deasombro el rey explicó: «Ya sé que no son manerasde recibir a unos huéspedes extranjeros, pero sisois padres me comprenderéis». Lo que hacepensar que en Esparta las niñas eran queridas ymimadas por sus padres, sin duda más que losvarones, que ya en su tierna edad tenían que dejarsu familia para ingresar en la vida castrense.Tenemos noticias de mujeres espartanas titularesde cuadras de caballos de carreras, cuyascuadrigas habían tomado parte en las Olimpiadas,un poco como hoy cuando determinadospurasangres ingleses compiten en Ascot con loscolores de las cuadras de la reina o de damas de laaristocracia británica.

La reforma de Clístenes hizo irreversible elproceso democrático y la tiranía propiamente dichano volvió nunca más a Atenas. Para evitar quevolviera a producirse, los atenienses se dotaron deun procedimiento radical y en cierto modoprofundamente injusto: el ostracismo, atribuidotambién a la obra constituyente de Clístenes.Cuando un ciudadano se volvía demasiado

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poderoso y en cierto modo su liderazgo corría elriesgo de convertirse en una amenaza para lademocracia, la Asamblea de los ciudadanos podíaaceptar una moción tendente a enviarlo al destierro.Se procedía a la votación y cada uno escribía elnombre del personaje en cuestión grabándolo sobreel barniz negro de una tejuela de cerámica(ostrakon) y el papel para borrador de los antiguosgriegos. Si, tras el recuento, las tejuelas favorablesa la moción alcanzaban el quorum, el hombre seveía obligado a abandonar la ciudad so pena demuerte y no regresar a ella durante diez años, amenos que fuera oficialmente reclamado con eloportuno decreto. De este modo Atenas se privó amenudo de sus mejores hombres e incluso, entiempos de demagogia, el ostracismo se convirtiópara algunos en una cómoda arma paradesembarazarse de sus contrincantes políticos.

Una anécdota, de corte conservador, resultatambién esclarecedora sobre dicho problema. Secuenta que cuando los atenienses se reunieron enasamblea para votar el ostracismo de Arístides - eladversario político de Temístocles -, un labriego,que no le había reconocido, se acercó a él y le

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preguntó si le podía escribir el nombre de Arístidesya que era analfabeto. Arístides, sin inmutarse,escribió su propio nombre y volvió a entregar latejuela a su desconocido adversario. Se limitó apreguntarle:

- Pero ¿qué mal te ha hecho ese Arístides paraque quieras mandarle al destierro?

Y el labriego le contestó:- Nada. Sólo que estoy harto de oírle llamar «el

justo».La anécdota fue claramente difundida para

desacreditar la democracia y demostrar que aquelsistema, en manos de ignorantes e incompetentes,era un arma peligrosa y perjudicial; en cualquiercaso, lo cierto es que el ostracismo era unacondena cruel impuesta a partir de una merapresunción, lo que hoy en día llamaríamos un juiciode intenciones. Pero del radicalismo de ciertosaspectos de la democracia ateniense habría muchoque hablar. Lo asombroso es que un aristócratacomo Clístenes, miembro de una familia quesiempre había amado el poder, consiguiera crear unsistema político destinado a convertirse en elmodelo de convivencia civil de los pueblos de todo

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el planeta y que veinticinco siglos después no hasido sustancial mente superado. Es cieno que laconstitución de Clístenes fue nada más que elcorolario de un largo proceso iniciado con Solón y,paradójicamente, también con Pisístrato, quienpuso las bases económicas y sociales sobre lascuales la democracia iba a poder asentarse. No hayque olvidar, en efecto, que el reconocimiento de losderechos civiles a todos los ciudadanos de unamisma comunidad sigue siendo letra muerta si nose les ofrece la posibilidad de ejercerlos, y que estaposibilidad sólo existe cuando las condiciones devida son por lo menos decorosas para la mayorparte de ellos.

Liberada de la tiranía, la ciudad reanudó elcamino de su desarrollo expandiéndose tambiéndesde el punto de vista democrático. Poco o nadasabemos de cómo se desarrolló el «rodaje» de lasnuevas instituciones, de cómo la gente del campose convenció de que debía dejar sus propiasocupaciones para tomar parte en la Asamblea en lacolina de la Pnyx ni cuál fue la reacción de losnobles. Es cierto que su prestigio permanecióintacto dentro de las fratrías y tal vez continuaron

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intacto dentro de las fratrías y tal vez continuaronteniendo un notable influjo también dentro de lasnuevas instituciones; el Areópago, que reunía atodos los ex arcontes en una asamblea vitalicia,conservó, en cualquier caso, una gran parte de suprestigio. Lo que muchos se preguntan es cómopudo producirse esa especie de milagro por el quelos ciudadanos inferiores por rango, posición socialy censo, más que reagruparse en torno a los noblesa fin de buscar su protección y patronazgo (comosucedería más tarde en Roma con el sistema delclientelismo), se mantuvieron en gran parreautónomos optando por una vida de hombres libres.La respuesta más probable es que se dieron cuentade la fuerza del voto y del concepto de «mayoría»intrínseco a la democracia. Los más en númeropesaban y contaban más, aunque fueran máspobres y humildes.

En el frente internacional, el horizonte ibacargándose de nubarrones tempestuosos. En el año499 a. C. el rey Darío de Persia emprendió unaexpedición a Europa contra tas tribus escitas de laactual Ucrania. Hizo construir un puente sobre elDanubio y dejó de guardia en él al tirano de Mileto y

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a su sátrapa, Histieo, quien, a su vez, había dejadoen Mileto a Aristágoras. La expedición tuvo un malfin: al igual que sus epígonos rusos con Napoleónveintitrés siglos después, los escitas se retiraron alinterior de su interminable país dejando detrás de sínada más que tierra quemada y Darío tuvo queemprender una difícil retirada. Durante algún tiempono se supo nada de su ejército, y el noble Milcíades,que desde los tiempos de Pisístrato habitaba enuna fortaleza de su propiedad en la península deGallipoli, se reunió con Histieo con el fin deconvencerle de que cortara el puente y entregara aDarío a su suerte.

Entretanto en Mileto, Aristágoras había tenidola idea de atacar la isla de Naxos para anexionarlaa la satrapía persa que Histieo le había confiado yganar así méritos a los ojos del Gran Rey, pero laexpedición fue un desastre: los naxíos rechazaron elataque infligiendo a Aristágoras grandes bajas delas que, no cabía duda, iba a tener que dar cuenta aDarío cuando regresase. El hombre tuvo entonces laidea de proclamar la rebelión de los griegos deJonia (la costa oeste de Anatolia contra los persas yde ponerse a su cabeza. Por lo menos esta es la

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interpretación de Heródoto, que retrata aAristágoras como sí se tratara de un aventurerooportunista y con pocos escrúpulos. Sea comofuere, no cabe duda de que Aristágoras se dabacuenta de que las posibilidades de ofrecerresistencia a Darío cuando volviera eran bastanteescasas sin la ayuda de los griegos de la madrepatria. Se dirigió, pues, en misión a Esparta alpalacio del rey Cleómenes, al que encontró, comohemos ya contado, a gatas, jugando con su hijitaGorgo, una niña por cierto bastante impertinente.

El rey le hospedó, pero Aristágoras se encontrómuy incómodo, helándose de frío en aquellaresidencia donde, como en cualquier otra casa dela ciudad, estaba prohibido por ley, durante elinvierno, encender el fuego antes de la caída del sol.Era tal el frío que Aristágoras tenía que mantenertodo el tiempo las manos debajo del manto y sehacía atar los zapatos por un esclavo. Lo cual, a losojos de un espartano, era tan extraño ¡que lapequeña Gorgo llegó al convencimiento de que elhuésped era manco de ambas manos!

Aristágoras iba preparado; se había llevadocon él incluso un mapa grabado en una mesa de

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bronce en la que estaba representado buena partedel imperio persa. Dijo que si los espartanosaceptaban unirse a él, los persas serían arrollados ypodrían llegar incluso hasta la capital, Susa.Cleómenes se le quedó mirando perplejo, echó unaojeada de soslayo al mapa y preguntó a cuántadistancia del mar se hallaba aquella ciudad, Susa,de la que había hablado, Contestó Aristágoras queestaba a tres meses de marcha del mar.

- Huésped - replicó entonces Cleómenes -, noles deseas nada bueno a los espartanos si lo quequieres es llevarles a tres meses de marcha por elmar.

Es evidente que la expedición de Jenofonte yde sus «Diez Mil», y más la empresa de Alejandro,no eran en aquel tiempo siquiera imaginables. Elresultado fue una cortés pero tajante negativa.Parece ser que Aristágoras hizo otros intentos,entre ellos el de ofrecer presentes y dinero, pero sinningún resultado, por lo que decidió dirigirse a losatenienses.

Por más que aguerrido, el ejército ateniense noera el espartano, tan temible que eran muy pocoslos que se atrevían a enfrentarse a él en campo

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los que se atrevían a enfrentarse a él en campoabierto, y quien lo hacía salía casi siempremalparado; no obstante, existía una ventaja: Atenasera la metrópolis (o sea, la «ciudad madre») deMileto y por lo tanto no podía permanecer sorda a lallamada de la sangre. Y así fue: el arrebato oratoriode Aristágoras hizo mella en la Asamblea, que votóel envío de un contingente de cerca de cinco milhombres y de una veintena de naves. «Y ésta -comenta Herodoto - es la prueba de que es másfácil convencer a mucha gente de una sola vez quea uno solo». Eretria, una ciudad de la isla de Eubea,aliada de Atenas, envió otras cincuenta naves conun millar de guerreros. Era una decisión deverdaderos inconscientes: con aquella medidaAtenas declaraba de hecho la guerra al resto de laecúmene, en vista de que el Imperio persa se habíaextendido sobre todos los potentados del mundocivil entonces conocido, que limitaba en Occidentecon el territorio de Cartago y en Oriente con losprincipados del valle del Indo y de las montañas delTíbet.

Y, presumiblemente, en esta ocasiónArístágoras se guardó mucho de enseñar a los

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atenienses el mapa que, con resultados tannegativos, había mostrado a Cleómenes deEsparta.

En la primavera del año 494 a.C, las fuerzasconjuntas de los rebeldes jonios y de las dosciudades griegos atacaron Sardes, la capital de lasatrapía de Lidia, otrora sede de Creso, y lasaquearon. La Acrópolis, defendida por la guardiapersa, no pudo ser conquistada, pero, aunque losgriegos negaron siempre toda responsabilidad, eltemplo de la Gran Madre de los dioses fue reducidoa cenizas. Era un santuario venerable y aquellaacción impía despertó gran escándalo c inquietud.

«Aquel fue el principio de todos los males»,dice Heródoto, que, hijo de padre griego y demadre asiática, era persona de mente abierta paracomprender también las razones de quien nohablaba griego y no veneraba a los doce dioses delOlimpo. Mientras tanto el Gran Rey habíaconseguido, con un ejército bastante maltrecho,volver a ganar la orilla meridional del Danubioguardada por el leal Histieo y se acercaba amarchas forzadas para castigar al traidorAristágoras y sofocar la rebelión de los jonios. El

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choque decisivo se produjo en el mar, en las aguasde la islita de Lades, enfrente de la bahía de Mi teto,y concluyó con un desastre para los aliados.Heródoto parece burlarse sarcásticamente de losburgueses y mercaderes de Mileto que, sentados alos remos, se vieron enseguida con las manosllenas de ampollas y no fueron capaces demantener el ritmo de la boga.

La ciudad fue tomada y entregada a las llamassin piedad, los responsables de la rebelión pasadospor las armas, las más hermosas doncellas fuerondestinadas al harén del Gran Rey, los efebos máshermosos castrados para convertirlos en eunucoscon igual destino y la población entera fuedeportada al interior de Asia. Guando todo huboterminado, Darío preguntó quién había alentado asus súbditos a rebelarse contra su autoridad.

- Los atenienses, rey - fue la respuesta.- ¿Y quién son estos atenienses? - debió de

preguntar Darío indignado y asombrado al mismotiempo.

Pregunta más bien improbable, dado que en lacorte se albergaba uno de ellos, el ex tirano de laciudad, Hipias, que hacía todo lo posible para poder

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regresar con plenos poderes, incluso con elcalificativo de sátrapa persa. En cualquier caso,siempre en opinión de Heródoto, Darío habríaordenado a un subordinado suyo que todos los díasle susurrase al oído: «Rey, recuerda a losatenienses», una manera como otra cualquiera dedecir que Darío se había tomado muy mal laintervención ateniense en Asia y que la considerabauna injerencia intolerable en sus asuntos internos,injerencia que debía ser castigada sin pérdida detiempo. Envió entonces un ejército a Tracia con elapoyo de una flota para intentar una invasión por elnorte. Verdad es que la noticia corrió como unreguero de pólvora a Atenas y con ella debió deextenderse también el miedo. Algún tiempo antes unjoven político de nombre Temistocles, que notardaría en dar que hablar, propuso a la Asamblea,votar las disposiciones necesarias para fortificar elPireo, que se prestaba mucho mejor a serdefendido que la amplia y desguarnecida bahía delFalero. Los ciudadanos aprobaron la propuesta y noiban a tener que arrepentirse de ello.

Estamos en 492, año en que un dramaturgollamado Frínico puso en escena una tragedia

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llamado Frínico puso en escena una tragediati tulada La toma de Mileto, en la que seescenificaba el martirio de la ciudad jónica a manosde los persas. El impacto sobre el público, nohabituado tal vez a ver tragedias que representasenhechos realmente acaecidos, fue impresionante,hasta el punto de que las autoridades concedieronel primer premio al autor, pero le multaron «porhaber recordado a los ciudadanos cosas pocogratas» y prohibieron repetir el espectáculo tanto enAtenas como en todo el Ática. Es un ejemplo decensura aplicada por un régimen democrático, queda que pensar: resulta evidente que las autoridadesatenienses temían sobre todo el peligro que podíansuponer los comportamientos irracionales de laopinión pública, más que problemas de ordenmoral, como sucede en las democracias modernas.La pornografía, por ejemplo, o incluso la simplerepresentación de la sexualidad o del desnudo,rígidamente reguladas por nuestrasadministraciones, parece que no preocuparon enabsoluto a los antiguos atenienses. Precisamenteen este período, la pintura en cerámica nos muestraescenas de simposio muy audaces con prácticas

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de una sexualidad de lo más desenfrenada, por nodecir extrema. Hay quien interpreta dicho fenómenocomo una forma de compensación para losaristócratas que buscaban en la esfera privada lasatisfacción que se les negaba en la pública por lasnuevas instituciones democráticas, pero esprobable que fuera precisamente la democracia laque propiciara la libertad de los artistas también eneste campo.

Afortunadamente para los griegos, el ejércitopersa fue diezmado por los tracios y la flotanaufragó en los escollos del monte Athos. Elbochorno fue muy grande y Darío decidió volver ainternarlo dos años después con una expedición porvía marítima que desembarcase directamente elcontingente invasor en el suelo del Ática.

La expedición partió en la primavera del año490 a.C. al mando del almirante persa Datis,sembrando la muerte y la destrucción a su paso.Eretria fue tomada por sorpresa y arrasada; luego,la flota puso proa hacia el sur en dirección al Ática yatracó en un lugar semidesértico que la genteconocía como «el campo del hinojo salvaje» y quehabía de hacerse famoso durante milenios como

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símbolo de la lucha de unos hombres libres contra latiranía del invasor extranjero: Maratón. Era el mismolugar en el que había desembarcado con éxitomuchos años antes Pisístrato de regreso de sudestierro en Eubea, y casi puede tenerse laseguridad de que fue Hipias, presente en laexpedición, quien aconsejó a los persas aquellalocalidad para el desembarco.

Hoy se alza en aquel lugar una pequeña ciudad,un centro termal muy frecuentado, y el antiguotúmulo de los atenienses caídos en la batalla estárodeado por un parque, hoteles y restaurantes; peroen aquella lejana primavera de 490 a.C. era unaplaya semidesierta salpicada, aquí y allá, de casasde humildes pescadores. El ejército persa echó elancla; los infantes desembarcaron y vararon lasnaves, tras lo cual levantaron el campamento y allíse quedaron, aparentemente sin ninguna intenciónde moverse. Tal vez Datis no tema ningunas ganasde adentrarse en el territorio montañoso del interiorpara no exponerse inútilmente a emboscadas: laexperiencia de la desafortunada expediciónterrestre del año 492 aún escocía, por lo que eramejor esperar a que fueran los atenienses quienes

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hicieran el primer movimiento.Entretanto éstos tenía ya noticia del lamentable

final sufrido por los eretrienses y sabían que elcuerpo de ejército persa estaba acampado en suterritorio, a dos jornadas de marcha de la ciudad.Inmediatamente pidieron ayuda a todas lasciudades vecinas. A Esparta enviaron un famosocorredor, llamado Fidípídes, quien cubrió en tan sólodos días la distancia entre las dos ciudadesllevando la desesperada petición de ayuda de supatria en peligro. Los espartanos respondieron queacudirían, pero no antes de haber celebrado lasfiestas de Artemis Orthia, para las cuales había queesperar al plenilunio. Desconsolado, Fidípidesregresó refiriendo la descorazonadora respuesta dela más poderosa ciudad de Grecia y contó tambiénuna extraña historia: se le había aparecido, mientrascorría hacia España, el dios Pan. ¿Fue, quizá, unaalucinación causada por el tremendo esfuerzorealizado o se trató, tal vez, de un velludo pastorentrevisto en las cercanías de la fuente? Nunca losabremos. Sin embargo, los atenienses levantaronbajo la Acrópolis un pequeño santuario al dios Panen recuerdo del acontecimiento.

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en recuerdo del acontecimiento.Atenas estaba sola: únicamente la pequeña

Platea, ciudad limítrofe con territorio beocio,respondió a la llamada formando a dos milguerreros al lado de los diez mil atenienses.Considerando que hubiera un hombre válido porcada cuatro habitantes, y que para la protección deAtenas hubieran permanecido allí otros seis o sietemil hombres, podemos deducir que Atenas y elÁtica contaban con un total de setenta u ochenta milhabitantes: nada comparado con los treinta ocuarenta millones que con toda probabilidadpoblaban el inmenso imperio persa, únicasuperpotencia del mundo en aquel entonces, queademás había entablado contactos en Occidentecon los cartagineses y tal vez también con losmuscos, que a continuación se convertirían en susaliados.

El arconte polemarco (responsable de lasactividades militares) Calimaco reunió el Colegiode los estrategos. Cabe creer que se presentaronarmados hasta los dientes, como se acostumbrabaa hacer en caso de máxima alerta, para oír laspropuestas del gobierno de la ciudad y para decir lo

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que pensaban. Entre ellos estaba Milcíades, vueltodel Quersoneso tracio tras la derrota de lospisistrátidas, el único que sabía algo de los persas yde su forma de combatir. Era un noble, un señor quedominaba un principado suyo en Tracia, lo queviene a demostrar que, incluso después de lapromulgación de la constitución de Clístenes, losaristócratas gozaban todavía de gran predicamentoy prestigio en caso de guerra. Al fin y al cabo era élquien le había sugerido a Histieo cortar el puentesobre el Danubio y librar al Gran Rey a su suerte enlas inmensas estepas de la Escitia.

Milcíades tenía las ideas claras: en su opiniónhabía que llegar inmediatamente a Maratón yacampar frente a los persas, para detener susmovimientos e impedir que se avituallaran en elterritorio. Su determinación pareció tal que el restode los generales renuncie a su turno de mandoperiódico a fin de que su colega tuviera posibilidadde desarrollar su plan de combate.

Las tropas atenienses llegaron a la llanura deMaratón, acamparon a cerca de media milla dedistancia del ejército persa y allí permanecieron losdos ejércitos, el uno enfrente del otro, estudiándose

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sin atreverse a tomar la iniciativa. Los atenienses ylos platenses eran unos doce mil en total, los persascien mil, seguí Heródoto, pero casi nadie cree quepudieran transportar por vía marítima un contingentede fuerzas semejante: un dato razonable podría serque fueran de treinta a cuarenta mil hombres, unasuperioridad aplastante en cualquier caso.

Milcíades, preocupado por la dificultad deavituallar a su ejército, que tenía a sus espaldas lasmontañas, y sin esperanza, de todos modos, de quelos espartanos pudiesen llegar a tiempo, decidiótomar la iniciativa. Reunió a su Estado Mayor yexplicó lo que tenía en mente: una idea de locos.Sabía que el punto fuerte del ejército enemigo eransus numerosísimos arqueros, armados con arcosde doble curvatura capaces de lanzar en parábolauna verdadera lluvia de flechas de mortífera puntade hierro. Si a 1os persas alineados los tenían a tiroun tiempo lo suficientemente largo, las bajas seríancuantiosas: únicamente menos de la mitad de losguerreros llegarían a entrar en contacto físico con elenemigo. Por ello era absolutamente necesariocubrir a la carrera el espacie crítico del alcance delos arcos enemigos, de suerte que el tiempo de

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exposición al masacrante disparo de barrera de losarqueros persas quedara reducido al mínimo.

Es fácil decirlo. Pero en realidad significabasuperar doscientos metros a la carrera con toda laarmadura (cerca de treinta y cinco kilos de hierro,cuero y bronce), sin descomponer las filas, llegar sinresuello a establecer contacto con el enemigo,esperando no haber agotado las mejores energíasen aquella loca carrera, y acto seguido entablar uncuerpo a cuerpo que se anunciaba furibundo. Engeneral los hoplitas atenienses y griegos estabanhabituados a practicar el hoplodromos {la carreracon el escudo), una especialidad atlética que sedisputaba también en las Olimpiadas y que teníapor finalidad adiestrar a los jóvenes para soportar elpeso del gran escudo, que era una carga en elbrazo izquierdo y desequilibraba el centro degravedad del guerrero en esa dirección.

Es probable que Milcíades tuviera en primeralínea únicamente a los hombres que estaban en laplenitud de su vigor y de sus fuerzas, mientras quehabía dejado a los de mayor edad defendiendo lasmurallas de la ciudad; por lo tanto, podía contar conel frescor atlético necesario para la iniciativa que

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el frescor atlético necesario para la iniciativa quetenía en mente. Bien sabía que la infantería persadaba lo mejor de sí en la lucha a distancia, pero queen el cuerpo a cuerpo no soportaría el impacto de laavalancha de bronce y hierro de la falange hoplita. Yasí, al amanecer del octavo día, los centinelasdespertaron a los guerreros a voces y haciendocorrer la consigna, sin toques de trompa. Todos setomaron de pie su almuerzo y seguidamente fuerona ocupar sus puestos en las filas. La contraseñapasó de hombre a hombre, de fila en fila; lasmiradas de todos se clavaron en el brazo levantadodel comandante en jefe esperando la señal deataque durante aquellos interminables segundos enlos que cada uno de ellos pensaba en su mujer ehijos y hacía acopio de toda su energía física ypsíquica para enfrentarse cara a cara con la muerte.

Dada la señal, la falange se puso enmovimiento al paso hasta que, llegada a doscientosmetros del enemigo, se lanzó a la carrera, unacarrera cada vez más rápida, mientras el aire sellenaba del estruendo de las armas. El impacto fueespantoso: la muralla de escudos metálicos chocócontra la formación persa con extrema violencia y la

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empujó hacia atrás. El armamento ligero de losiránicos, que empleaban escudos de mimbre ycorseletes de cuero, no pudo resistir el choquecontra el pesado armamento de los hoplitasatenienses y platenses, y las tropas de Datiscomenzaron a retroceder hacia la costa dejando elterreno sembrado de cadáveres y de heridos; luego,temblando de pánico, buscaron salvación en lasnaves.

Heródoto refiere actos de un heroísmoincreíble, como el de un guerrero ateniense llamadoCinegiro que, asido a la popa de una nave, tratabade subir a bordo. Un hachazo le cercenó la mano,pero aun así consiguió saltar a la nave y arrojar almar a los enemigos golpeándoles con el escudo. Elarconte polemarco Calimaco murió en combatejuntamente con otros ciento noventa y uno de sussoldados, pero el precio de sangre pagado por lospersas fue bastante mayor. En aquel punto Datispensó en una acción de contraataque y dio ordende alzar velas rumbo al Pireo. La ciudad estabadefendida por unas pocas tropas de la reserva,mientras que el grueso de las fuerzas se hallabatodavía en Maratón y, además, al ver aparecer la

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flota persa, los atenienses debieron de pensar sinduda que la batalla estaba perdida, que su juventudhabía sido segada y que convenía rendirse.

Milcíades se dio cuenta inmediatamente deque el gran resultado de su victoria podía acabar ennada por la hábil contraofensiva del enemigo si elgobierno no era advertido. Llamó a Fidípides, elcorredor, y le mandó que se llegara a la ciudad paradar aviso; de que no se rindieran bajo ningúnconcepto, ya que su victorioso: ejército estaba apunto de llegar.

Fidípides, tras haber combatido con suscompañeros hasta avanzada la jornada, dejó lasarmas y se lanzo a la carrera camino de Atenas. Lamayor parte del trayecto la constituíanimpracticables y ásperos senderos en pendiente,pero el joven sabía que estaba en juego la salvaciónde la ciudad. Llegó a la caída de la tarde gritandocon sus últimas fuerzas: Nike! Nike! (¡Victoria!;¡Victoria!) y se desplomó en tierra sin vida, roto porel inmenso; esfuerzo. La ciudad cerró las puertas acal y canto y reforzó los cuerpos de guardia, ycuando la flota de Datis se presentó en la rada sehizo enseguida patente para el almirante persa que

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hizo enseguida patente para el almirante persa quela ventaja de la sorpresa con que contaba se habíadesvanecido. Los atenienses sabían que habíanvencido y estaban preparados para repelercualquier ataque. A los persas no les quedó másremedio que volver sobre sus pasos y afrontar lacólera de su soberano. Los espartanos llegaron unavez terminada la batalla y se retiraron sin habertenido siquiera que echar mano a la espada.Fidípides había recorrido en pocas horas más decuarenta kilómetros: su sacrificio es recordadocada cuatro años en las Olimpiadas modernascuando atletas de todas las partes del mundocompiten sobre la misma distancia recorrida por élpara ganarse el reconocimiento más codiciado ymás prestigioso, el de los corredores «delmaratón».

4 de julio de 1999- ¿Sabes que yo estaba en Maratón cuando

Marinatos excavó el túmulo de los platenses?Kostas se ha emocionado al leer la batalla de

Maratón y ha recuperado una vieja edición suyade Heródoto, que utilizaba en el instituto.

- ¿Y qué bacías tú en Maratón si puede

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saberse!- El ayuntamiento de Atenas estaba muy

interesado en esas nuevas excavaciones.También yo había pensado que los plateasescaídos tenían que haber sido sepultados en ¡ascercanías de aquel lugar. Y tú, ¡has estado enMaratón!

- La primera vez que estuve allí fue el año enque nos conocimos y volví hará unos ocho o diezaños, no recuerdo con exactitud, para ver laexcavación de Marinatos, justamente.

- Marinatos murió, ¿no es así?- Sí, y también Andronikos nos ha dejado, el

arqueólogo que excavó la tumba de Filipo enVergina. Dos grandes arqueólogos, dignos de sercomparados con los más grandes del pasado.

- ¿Qué sentís cuando tocáis los huesos dehombres que hicieron historia!

- Depende. Los arqueólogos son como elresto de ¡os investigadores. Algunos piensansobre todo en la vuelta, en el prestigio, la carrera,el reconocimiento internacional: en cambio, otrosse sienten dominados por emociones muy fuertes.Recuerdo haber visto a un colega llorar de

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emoción; pero son pocos. Es preciso mantenersejoven y en cierto modo ingenuo para sentiremociones. Muchos piensan que un verdaderocientífico no se deja dominar por los sentimientos,pero, si quieres saber lo que yo pienso, te diré queesas actitudes esconden nada más que pobrezade espíritu,

- También yo lo creo así. ¿Sabes que mialbanesa se ha ido?

- ¿Ido, adonde?- No lo sé. A su casa, probablemente.- ¿Estás solo? ¿Necesitas algo?- No. Antes de irse encontró a una sustituía,

una muchacha kosovar bastante buena. ¿Sabesuna cosa? Hoy pensaba en aquella marca dezapatos de deporte …

- Nike.- Exactamente. La han tomado del grito de

Fidipides.- Sin duda. Pero la pronuncian «Naíki», a la

americana.- Si es por eso, también los griegos la

pronuncian así.- Como también los italianos. A eso se le

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- Como también los italianos. A eso se lellama colonización cultural. La palabra es nuestra,pero a nosotros nos parece digna de serpronunciada sólo si vuelve deformada ydistorsionada en una lengua extranjera que, sinembargo, suena más prestigiosa, másinternacional …

- Naiki … Pobre Fidipides.- Pues sí. Pobre Fidipides. Ciao, Kostaki.

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Salamina

Como se ha hecho siempre ante la inminenciade una empresa considerada imposible, tambiénlos atenienses hicieron votos a su diosa protectora:si vencían en la batalla contra los persas lesacrificarían una cabra por cada enemigo caído. Demodo que, al no poder encontrar tantos miles decabras, decidieron aplazar su deuda con la diosa ydurante cierto período le sacrificaron quinientascabras al año con ocasión de una fiesta especial;así enmendaron también la falta de consideraciónhacía el velludo dios Pan, que se había quejado aFidípides, y le erigieron un templo en la Acrópolis.

La batalla de Maratón se convirtió en unacontecimiento memorable, y el valor de suscombatientes en paradigmático. No es difícil

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imaginar cómo debieron de ser recibidos a suregreso a la ciudad por sus conciudadanos, por sustribus, por sus fratrías, por sus propias familias.Cada uno de ellos se convirtió en un héroe y hemosrecordado ya cómo el poeta Esquilo, que combatióen primera línea contra los persas, quiso que serecordara en su estela funeraria más suparticipación en aquella jornada decisiva que sugloria de excelso dramaturgo.

Una sola ciudad había humillado en campoabierto a las fuerzas del mayor imperio de todos lostiempos, que se extendía, de hecho, desdeMacedonia hasta el Indo. Cabe pensar, ciertamente,que Darío infravaloró la determinación y el valor desus enemigos, pero el resultado no cambia en nada.

Los ciento noventa y dos atenienses caídosfueron quemados in situ, un altísimo honor que erararamente concedido, y sobre sus cenizal se alzó untúmulo que pueden ver aún nuestros ojos. Otro tantose hizo con los caídos platenses; su túmulo fueexcavado hace algunos años por el arqueólogogriego Marinatos. Milcíades pidió al gobierno de laciudad que se le erigiera una estela de mármol enrecuerdo de su victoria contra los persas. Se le

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respondió que así se haría cuando hubiera vencidoél solo a los enemigos: una respuesta que da aentender lo mucho que el espíritu igualitario típico delas democracias había arraigado en la sociedadateniense. Pero Milcíades era y seguía siendo unaristócrata y buscó otro camino para afirmar suprestigio: pidió y obtuvo una flota para llevar a cabouna expedición contra Paros con objeto de hacersecon el botín. Petición esta que no encontró ningunaobjeción. Se trataba de un acto de pirateríaoficializado, por más que es posible reconocer en laexpedición de Milcíades el propósito de castigar alas islas que habían aceptado una guarnición persaconvirtiéndose así en una amenaza para lapoblación del Ática.

La empresa fue un verdadero fracaso: tal vezse echó en falta la sorpresa o tal vez la experienciaen las técnicas de asedio; el hecho es que al cabode seis semanas Milcíades fue herido y se vioobligado a abandonar el sitio. De vuelta a la ciudadherido, fue sometido a un proceso y condenado apagar una multa enorme: cincuenta talentos. Parahacerse una idea de semejante despropósito, bastapensar que el tesoro ateniense, en los tiempos del

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pensar que el tesoro ateniense, en los tiempos delmáximo esplendor de la ciudad - cuando estaba a lacabeza de la liga de Delos -, ascendía acuatrocientos talentos.

No consiguió pagarla a pesar de sus dominiosen Quersoneso y de ser yerno de un rey tracio,Oloro. Por lo tanto, fue condenado a prisión, dondemurió, quizá como consecuencia de las heridasrecibidas. No sabemos la verdadera causa de untrato tan duro y severo, pero es posible que elpueblo ateniense conociera detalles Je suexpedición que nosotros ignoramos. El hijo deMilcíades, Cimón, era tan sólo un muchacho cuandoheredó aquella deuda enorme, y trató de ocuparsecomo pudo de su hermana Elpinice, pero era tanpobre que no pudo proporcionarle una doteadecuada. La muchacha era hermosísima y suconvivencia suscitó murmuraciones malévolas; sedijo que eran amantes, y Plutarco llega a referirincluso que, según ciertos testimonios, Elpinice, alno poder casarse de acuerdo con la dignidadexigida por su rango, habría preferido casarseoficialmente con su hermano, cosa por otra partepermitida por la ley ateniense.

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Tanto una como otra noticia parecen pocofidedignas: lo que en cambio sí es más digno decrédito es que ambos eran seres dotados de unagran capacidad de seducción. Cimón, de modalesbruscos pero francos, era alto y atlético y lucía unagran cabellera negra y ondulada; le gustaban lasmujeres, con las que tenía un éxito notable. Al finalse casó con Isódice, sobrina segunda de Clístenes,y emparentó así con los Alemeónidas. Se trató,según parece, de un gran amor que le hundió en lamás profunda desesperación al faltarle su esposa.Según otras indiscreciones referidas por fuentesantiguas, Elpinice habría sido la amante dePolignoto, el más grande de los pintores de laépoca, y acaso también su modelo. Según lashabladurías, el rostro de una de las heroínas de laguerra de Troya representada por Polignoto en elpórtico Pécile («adorno») era en realidad el deElpinice.

En este período se produjeron en la ciudadgrandes cambios. 1. a producción cerámicaconoció una expansión extraordinaria y seconsolidaron pintores ceramistas de excelso nivelcomo Smikros y Eufronio; en sus creaciones siguen

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existiendo indicios de su rivalidad: una serie dealusiones y pullas satíricas, expresadas conpequeñas frases atribuidas a los personajespintados en las vasijas, a modo de cómics. El artedel modelado conoció modificaciones significativas:se abandonaron los modelos estáticos de épocaarcaica por composiciones más dinámicas. ElEfebo de Critio, por ejemplo, a pesar de conservarla arcaica corona de rizos iguales en torno a lafrente, presenta un modelado de las masas;musculares suave y matizado, y el apoyo sobre lapierna izquierda confiere a su cuerpo unasinuosidad llena de gracia, completamente nuevacon respecto a la tradición de los kouroí,representados siempre según una visión frontal ycaracterizados por los brazos rígidos y caídos a lolargo del cuerpo, los puños cerrados, una sonrisaestereotipada en los labios y los ojosexageradamente dilatados.

Cesó asimismo, en este período, la costumbrede los aristócratas de construir imponentes ycostosas estatuas para las tumbas de | sus caídos,y también ésta podría haber sido una consecuenciade la introducción de la democracia. Los rostros de

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las estatuas comenzaron a expresar sentimientosverdaderos, como ocurre en el caso de lossemblantes de los guerreros esculpidos en elfrontón oriental del templo de Afaya, en Egina.Quien haya visto estos grupos escultóricos en laGlyptothek de Munich no podrá olvidar jamás laexpresión de extenuado dolor en el rostro delguerrero moribundo del fondo, en el lado derechodel frontón oriental, o la dramática postura de sucompañero que en la pared opuesta se apoya,agonizante, en su escudo. Son representaciones deuna intensa y doliente conciencia de la muerte, quepor un lado entroncan con la tradición heroica yaristocrática por los temas tratados y, por otro,reproducen la individualidad humana con un énfasishasta aquel momento desconocido, signo tambiénde una evolución civil que se expresaba de muchasmaneras y con medios distintos» pero que tendíainequívocamente al desarrollo de la dignidad y de lapersonalidad del individuo.

Es cierto que nuestra visión de la esculturaantigua en mármol está notablemente falseada porel hecho de que estamos habituados a verla enblanco, mientras que originariamente estaba

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blanco, mientras que originariamente estabapintada de colores muy vivos. No podía ser de otromodo: el resplandor de la fuerte luz mediterráneasobre unas superficies blancas habría creado unreflejo cegador que hubiera difuminado losvolúmenes y las formas. No obstante, un observadormoderno, habituado ahora al blanco del mármol enla luz discreta de los museos y a la fascinación delfragmento, se quedaría tal vez sorprendido al ver lasestatuas del frontón de un templo griego en todo elesplendor de sus colores originales. Pero hemos deconfiar en el gusto de los griegos y aceptar la ideade que aquellos santuarios eran bellísimos tal comosus creadores los realizaron.

También el teatro conoció un notable desarrolloen este período. La tragedia evolucionó haciaformas más complejas, con un mayor número deactores en escena y con representaciones de granintensidad emocional, y al propio tiempo seconsolidó un género destinado a tener gran acogidaentre el público y un gran impacto en la vida política:la comedia. Los orígenes del nombre soncontrovertidos. Hay quien piensa que proviene dekamodia («canto del pueblo»); otros, en cambio,

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que procede de «canto del komos», es decir, de ladanza ritual dionisíaca, cosa bastante más probablesi tenemos en cuenta que las representaciones sellevaban a cabo sobre todo durante las GrandesDionisias, las fiestas en honor del dios Dioniso, alque estaba consagrado un hermoso teatro en lapendiente meridional de la Acrópolis. En cualquiercaso, la comedia tenía como rasgo propio uncarácter obsceno, tanto en el diálogo como en laactitud de los actores, cosa que por otra parte noescandalizaba en absoluto a los sacerdotes deldios sentados en primera fila. De todos modos,este carácter cáustico se prestaba muy bien a lasátira política, por lo que muchos jefes políticos deprimer orden tuvieron que resignarse a verseescarnecidos en escena, sin que interviniese nuncaa este respecto ningún tipo de censura ni depresión, salvo en algunos casos aislados.

La pasión de los atenienses por el teatro setornó muy fuerte: durante las Dionisias losespectáculos comenzaban por la mañana yterminaban al atardecer durante días y días casi sininterrupción, y la gente se llevaba el almuerzo y aveces incluso la cena para comer en las graderías.

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No se ha encontrado rastro de urinarios en losteatros griegos (como, por lo demás, tampoco enlos anfiteatros romanos, de mucha mayorcapacidad), por lo que se supone que losespectadores salían de vez en cuanto del teatropara hacer sus necesidades. Las características dela representación teatral serían posteriormenteteorizadas por los filósofos: su función pedagógica ymeramente política fue en todo caso perfectamentepercibida por las autoridades y los políticos másavisados. Eran ellos quienes financiaban losensayos, quienes nombraban a los maestros paralos coros y para la elaboración del reparto de losactores, y ni que decir tiene que tuvieron tambiéncierta influencia en la redacción de tos textos y en lacreación de las escenografías: a fin de cuentas eranalgo muy parecido a nuestros productores actuales.

Los actores sólo podían contar con su voz y conla mímica corporal, pero no con la facial, puesllevaban el rostro tapado por una máscara querecordaba los rasgos del personaje representado.Para nosotros, hombres modernos habituados aescrutar hasta la más mínima expresión en el rostrode los actores cinematográficos, aumentado de

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de los actores cinematográficos, aumentado demodo desmesurado en la pantalla, esta costumbrese nos antoja inconcebible, hasta el punto de quecuando se reponen dramas antiguos en los teatrosclásicos los actores no llevan nunca máscara; sinembargo, en la Antigüedad los espectadoreshabrían considerado absurdo que personajesconsagrados por la leyenda épica, como podían serHércules o Teseo, cambiaran de rostro (con elcambio de los actores) en cada representación oque un actor prestara su rostro a personajesdistintos. Un brillante ejemplo de la psicologíapopular a este respecto nos la proporciona elescritor García Márquez en Cien años de soledad,donde se describe el escándalo de losespectadores al ver «revivir» en una película a unindividuo que habían visto morir en otra. Perotambién hoy los productores tratan de asegurarsesiempre el mismo actor para interpretar a unpersonaje que aparece en una serie y, a veces, ladesaparición del actor determina la muerte tambiéndel personaje, porque el público se niega a aceptarun rostro distinto de aquel al que estáacostumbrado.

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La alegría y el orgullo de haber derrotado,prácticamente solos, a los persas en Maratón iba aser objeto durante muchos años por parte de losatenienses de propaganda política entre los demásgriegos; a pesar de ello, en los primeros añosdespués del acontecimiento se esperaba de unmomento a otro una segunda invasión. Si Daríohabía reprimido con tanta dureza la rebelión jónica,¿por qué iba a tragarse un sapo de aquellasproporciones sin la menor reacción? Egina seguíaconstituyendo en cualquier caso una amenaza, envista de que había hecho entrega de tierras y agua alos embajadores persas en señal de subordinación,en 490, y tenía una posición estratégicaprecisamente en el centro del golfo Sarónico.

Se habían dado cuenta de ello hasta en lamisma Esparta, donde el rey Cleómenes trató deconvencer al gobierno de que enviara unaexpedición de castigo contra los eginetas.Probablemente le escocía la fracasada intentona enMaratón y trataba de lavar a ojos de los griegos laimagen de Esparta como potencia protectora yhegemónica. A esta propuesta se opuso duramentesu colega Demarato; Cleómenes corrompió

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entonces a la Pitia Períala, que vaticinó que sucolega era bastardo, o sea, hijo de una relaciónadúltera de la madre, y por lo tanto no podía reinar.Demarato partió para el destierro y fue a refugiarse,como en su tiempo lo había hecho ya Hipias, en lacorte del Gran Rey. Pero el engaño de Cleómenesse descubrió. Llamado acto seguido para quevolviera, por temor a que organizara una entradamanu militarí, fue posteriormente arrestado pororden de los éforos con la excusa de que se habíadado inmoderadamente a la bebida de vino puro «ala manera de los bárbaros» y que esta costumbre lehabía vuelto loco.

Los éforos dieron orden de que fueraencadenado a un cipo en una de las plazas de laciudad y vigilado por un ilota. El final del valerosoespartano fue horripilante: una mañana, alamanecer, sorprendió al ilota medio dormido, learrebató el cuchillo del cinto y se desgarró laspiernas desde los tobillos hasta la ingle; actoseguido se abrió el vientre y cayó muerto en mediode un charco de sangre. Una muerte sobre la que nose ha reflexionado lo bastante y que esconde sinduda algún misterioso ritual (tan extrañamente

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semejante a un harakiri) con el que el rey quisoderramar su propia sangre de cara a su ciudad. Lesucedió su hermanastro Leónidas, mientras que elpuesto de Demarato fue ocupado por Leotíquidas.

Tampoco en Atenas faltaron laspreocupaciones internas: Heródoto nos da noticiade que en esos años se produjeron los primerosostracismos de algunos personajes considerados«amigos de los tiranos», lo que haría pensar queHipias estaba todavía vivo. Si es cierto que enMaratón escupió un diente con la sola fuerza de unestornudo, sin duda debía de ser ya de edadavanzada y estar bastante achacoso. El mismoriesgo corrió el propio Temístocles, por quien secelebró una votación, aunque sin alcanzar elquorum. Un buen número de tejuelas de fondonegro con su nombre y patronímico grabados(«Temístocles, hijo de Neocles») han sidorecuperadas por las excavaciones arqueológicasrealizadas en el ágora. Es evidente que su carrerapolítica había sido fulminante y que su poder habíacrecido con tanta rapidez como para provocar unareacción de semejante calibre.

Los trabajos de fortificación del puerto y de la

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Los trabajos de fortificación del puerto y de ladársena del Pireo proseguían mientras tanto,aunque sólo fuera por la amenaza que suponía lavecina Egina.

El rey Darío no tuvo la posibilidad de ponerremedio al bochorno sufrido porque hubo deocuparse de una gran revuelta que había estalladoen Egipto en 486 y cuando, poco después, sintiópróximo su fin, parece que en el lecho de muerte lesusurró a su hijo Jerjes con el último aliento de vidaque le quedaba: «Acuérdate de los atenienses».

Y Jerjes bien que se acordó. Tan pronto comohubo terminado de sofocar otra rebelión, esta vezde babilonios, armó la mayor expedición que nuncase había visto. Heródoto habla de cinco millones dehombres y de mil naves, cifras sin dudaexageradas; sin embargo, muchos consideranverosímil una cifra de trescientos mil combatientes,que, en cualquier caso, para la época, es unaenormidad. Escarmentado por el desastre deMardonio, el general que había mandado el primerintento de invasión en 492, el emperador hizo abrirun canal en la península del monte Athos a fin deque la flota pudiera sortear los escollos y ordenó

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construir un puente a través del Bósforo parapermitir el paso de su gigantesco ejercito. El primerintento fue un desastre: parece que Jerjes empleódos equipos distintos de ingenieros y de obreros,los unos fenicios, los otros egipcios. La técnica noera otra que la del puente de barcas, que pronto serevelaría útil en muchas travesías fluviales en elinterior del imperio persa. Probablemente halaronlos dos cabos guía de una orilla a la otra a remolquede unas naves de guerra y luego los unieron con lasárganas a través de las gargantas de cuatro poleas,dos en Asía y dos en Europa, y los anclaron al suelo.A los dos cabos tensados y paralelos aseguraronlas balsas, que cubrieron de fajina y luego con unacapa de mantillo. Pero una marejada se abatiósobre el puente. El cabo de cáñamo fabricado porlos fenicios, al mojarse, se contrajo mucho más queel cabo ele papiro fabricado por los egipcios, que,sin embargo, se empapó mucho más que el decáñamo. La estructura entera se desequilibró y fuedestruida en poco rato por el fuerte oleaje del mar,

Jerjes hizo decapitar a los ingenieros a fin deque sus sucesores hicieran mejor los cálculos ymandó azotar el mar mientras se declamaban estas

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palabras:Agua amarga, este castigo te impone nuestro

Gran Rey porque le ofendiste sin haber recibido deel ofensa alguna, El rey Jerjes te atravesará quieraso no. Con razón nadie te ofrece sacrificios, ohdespreciable corriente, pues eres turbia y salada.

Luego, se reanudaron los trabajos. Esta vez seestudió la tendencia de las corrientes - muy fuertesen el Bósforo - y se colocaron dos cabos dobles porcada lado, uno de papiro y el otro de cáñamo, paraque el equilibrio de los empujes fuera perfecto; alcomienzo de la primavera el inmenso ejercitocomenzó a desfilar ante los ojos del Gran Rey:persas y medos, babilonios, ciscos y sacas,escitas, corasmios, indios, egipcios, frigios, lidios,etíopes, cólquidos, bitinios y mosinos, un ejércitocomo nadie había visto jamás. Pasaron a Europa ylos ríos se desaguaban a su paso, las ciudades seprivaban de rodo para alimentarles: el relato deHeródoto alcanza tonos verdaderamente épicos aldescribir cómo Asia entera se derrama como unariada sobre la pequeña Grecia.

Atenienses y espartanos convocaron entoncesun congreso de las ciudades griegas en Corinto, al

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que se adhirieron en esta ocasión también losviejos enemigos de Atenas, megarenses y eginetas,para deliberar acerca de lo que convenía hacer.Mientras, tanto unos como otros consultaron eloráculo de Delfos para saber qué les aguardaba; larespuesta fue aterradora: a los atenienses se lesdijo que huyeran y se escondieran, porque la fuerzainvencible de los medos les arrollaría y la Pitia yaveía los templos de los dioses chorrear de sudor acausa del terror de verse destruidos y entregados alas llamas.

Fue tal la desesperación que los delegados nose atrevían a volver a Atenas para contarlo ypermanecían sentados en las escalinatas deltemplo, presas del pánico y del desconsuelo,Alguien que pasaba por allí les preguntó qué lessucedía y, tras haber recibido la respuesta, lesaconsejó que volvieran dentro y amenazaran conayunar hasta la muerte si el dios no les daba unarespuesta mejor. Y la respuesta llegó: quedaba unaesperanza de salvación si los atenienses erigíanpara su defensa una empalizada de madera.Heródoto refiere también que en la última parte dela respuesta se hacía referencia a Salamina, pero

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la respuesta se hacía referencia a Salamina, peroesto resulta difícil de creer y se diría una versióndifundida por el oráculo a toro pasado, o sea, tras lavictoria en las aguas de la isla. La respuesta a losespartanos fue la siguiente: «A vosotros, habitantesde España, la de largas calles: o la gran fortalezaexcelsa es conquistada por los hombres persas o,si ello no ocurre, habréis de llorar la muerte de unrey de la estirpe de Heracles». Que es como decir:los persas conquistarán vuestra ciudad o biendeberéis lamentar de todas formas la pérdida deuno de vuestros reyes.

También en este caso la primera parte deloráculo es la más verosímil, mientras que lasegunda parece haber sido difundida tras la muertede Leónidas en las Termopilas. Lo cierto eindudable es que el oráculo de Apolo no animabaen absoluto a la resistencia contra los persas. Enotras palabras, estaba de su lado. El Consejo quecontrolaba el santuario estaba compuesto, sobretodo, por representantes de los pequeños estadostribales de la Grecia central, los más expuestos auna invasión persa, y no hay que descartar que ensecreto le hubieran comunicado ya al Gran Rey su

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buena disposición a llegar a un acuerdo.Esta actitud del oráculo constituía un obstáculo

formidable, bastante difícil de eludir. En Atenas, sihemos de creer a Heródoto, Temístocles resolvióbrillantemente el problema al interpretar la absurdarespuesta deifica como una exhortación a construiruna flota (la empalizada de madera) y habíaconseguido convencer a la Asamblea para quevotase la utilización de los beneficios de las minasde plata del Laurión para armar cien trirremes:navíos rostrados de tres órdenes de remerosinventados por los corintios, de enorme ligereza: lomejor que existía en el campo de la tecnologíamilitar naval de la época,

Pero ¿cómo convencer a los griegos de quelucharan contra los persas en contra de la voluntaddel dios Apolo? La única solución posible consistíaen separar las responsabilidades del Consejoanfictiónico de la voluntad del dios y fueprobablemente también Temístocles quien concibióuna obra maestra política: los confederados juraronque, una vez ganada la guerra, aquellos que «pesea ser griegos, medizaban (es decir, estaban departe de los medas, es decir, de los persas serían

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pasados por las armas en honor del dios deDelfos».

El mensaje era muy claro: por un ladodesenmascaraba a los estados que disimulaban supropia connivencia con el invasor detrás de laspalabras del oráculo; por el otro ratificaba lafidelidad de los confederados al dios de Delfos, aquien se prometía la décima parte de todo lo que searrebatara a los traidores. Por entonces, losfocenses, locrenses y dorios, que poseían el controlde la Anfictionía, estaban completamente divididosy se vieron en la obligación de tener que justificarse.Respondieron con un movimiento no menos hábil:mandaron decir que estaban dispuestos a combatiral lado de los confederados, pero que no podíanhacerlo solos; si los aliados venían a defender lospasos entre Macedonia y Tesalia, se alinearíanencantados a su lado.

Sabían que no era posible y que ni siquiera losrayos de Zeus tonante hubieran conseguido mover alos espartanos de las inmediaciones delPeloponeso. Los confederados tuvieron que fingirque por lo menos lo intentaban y mandaron unpequeño contingente, prácticamente una comisión

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de reconocimiento, que no pudo hacer otra cosaque levantar acta de la imposibilidad de defenderlos pasos situados al norte de Tesalia.

Pero los problemas no habían acabado ahí.Cuando se trató de establecer la línea defensiva, losespartanos se mantuvieron en sus trece: no tenían lamenor intención de retirar un soto hombre del istmode Corinto, la delgada franja de tierra que unía su«isla» con el continente helénico, convencidos deque ninguna fuerza del mundo podría hundir subarrera y que desde allí podría reiniciarse lareconquista. Temístocles tuvo que llegar pocomenos que hasta la amenaza, sugiriendo la idea deque sí los atenienses se veían en una situacióndesesperada podían tener en cuenta otrasopciones.

El espantajo surtió efecto y los espartanosaceptaron establecer la línea defensiva en lasTermopilas, un estrecho desfiladero entre el monteEta y el mar, en la Grecia central, entre Beoda yTesalia. En la actualidad el lugar resultaríairreconocible de no ser por el monumento quesufragaron, en los años cincuenta, trescientosespartanos emigrados a Estados Unidos. El río

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espartanos emigrados a Estados Unidos. El ríoSperkhios, con sus sedimentos, ha hechoretroceder la costa casi un kilómetro. Quedan encambio las fuentes termales que dieron nombre yaen el pasado al desfiladero (literalmente: «laspuertas calientes»).

En realidad los espartanos continuaronatrincherados en el istmo y destinaron a lasTermopilas nada más que trescientos guerreros. Escierto que se trataba de una unidad de élite queservía como guardia real, pero no dejaba de ser alfin y al cabo un puñado de hombres. A ellos sesumaron setecientos tespienses y cerca de siete milaliados peloponesios y de otros lugares.

Para lograr este, por cierto nada exaltante,resultado, Temístocles sacrificó el mando supremode la flota en favor del navarca espartanoEuribíades, pero de hecho él seguía siendo elverdadero comandante, dado que las siete octavaspartes de la escuadra aliada estaban compuestaspor naves atenienses. Asimismo se solicitó la ayudade los griegos de las colonias, en especial de lossiracusanos, que tenían una flota numerosa. Pero sutirano, Gelón, dijo que aceptaría sólo en caso de

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que se le confiriera el mando supremo de la flotaconfederada, por lo que la cosa acabó en nada.

La flota fue a alinearse en el canal de Euripo,entre Eubea y la costa griega, para cubrirle laespalda a Leónidas por mar, e hizo entrar allí encombate a la flota persa, resolviendo con éxito unprimer choque en las proximidades del promontoriode Artemisio. El resto del relato de Heródoro espoco menos que un poema épico, hasta el punto deque la peripecia de los trescientos en lasTermopilas ha sido fuente de inspiración para laliteratura occidental durante veinticinco siglos. El reyde Esparta mantuvo heroicamente su posicióndurante días y días contra la marca del ejércitoenemigo, hasta que un traidor, un tal Efialtes, lesindicó a los persas un sendero que subía por lamontaña para descender del otro lado por laespalda de los griegos.

Cuando se dio cuenta de que estaba a puntode ser bloqueado por todas partes, Leónidaslicenció a los aliados y se quedó con sustrescientos, a los cuales se sumaron los setecientostespienses, que se negaron a entregar al rey deEsparta a su suerte. Parece que Temístocles envió

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aquella noche una chalupa para ofrecer unaescapatoria por mar a sus aliados, pero Leónidasse negó a ello: sus órdenes eran conservar eldesfiladero y no pensaba moverse de allí. Se limitóa enviar a Esparta a dos guerreros (Heródoto nosha transmitido sus nombres: Euritos y Aristodemos)con un misterioso mensaje, cuyo contenido nuncase supo. Únicamente sabemos que corrió la voz deque habían intrigado para lograr aquel encargo ysalvar su vida y que fueron vilipendiados connombres infamantes y rechazados por todos comosi fueran apestados. Uno de ellos se ahorcó dedesesperación colgándose de una viga de su casay el otro desapareció para volver a aparecer al añosiguiente en el campo de batalla de Platea, buscarsu muerte y lavar así su honor a ojos de suscompañeros.

Cuando los persas se asomaron al paso vierona los espartanos ocupados en peinarse, un rito conel que se preparaban para morir. Pero aunrodeados por todas partes, los guerreroslacedemonios, formados en cuadro en lo alto de unaloma, hicieron pagar cara su muerte; tanto fue asíque al final Jerjes ordenó a la infantería retroceder y

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mandó avanzar a los arqueros, que dispararon alpequeño contingente hasta que el último de lossoldados de Leónidas cayó asaeteado. El cuerpodel rey fue decapitado y crucificado, yseguidamente el ejército de Jerjes se extendió porla Grecia central.

Esparta había pagado un precio muy alto a lacausa común sacrificando a uno de sus reyes y atrescientos de sus mejores guerreros: ahora podíaconcentrarse en la defensa del istmo y losatenienses del mar debían cumplir con su papel. Esdifícil decir si Leónidas y los suyos fueronsacrificados a sabiendas desde un buen principio,pero no puede descartarse enteramente. CuentaPlutarco que cuando Leónidas partió para la misiónle dijo a su mujer, Gorgo (la misma a la que vimosjugar de niña con su padre Cleómenes): «Cásatecon un hombre honrado y trae al mundo unosbuenos hijos».

Sobre la tumba de los trescientos se pusoluego una inscripción para todos, pero en particularpara Esparta, que decía:

Forastero, anuncia a los espartanosque aquí caímos,

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que aquí caímos,obedientes a sus leyes.Según Cicerón este epitafio fue obra del poeta

Simónides, el mismo que compuso a continuaciónen su honor un elogio fúnebre de intensa y vibranteemoción.

Poco tiempo después de la masacre de lasTermopilas, se convocó la Asamblea de losatenienses con objeto de ratificar una propuestadramática. Temístocles, consciente de que laciudad no iba a poder resistir el asedio a que seríasometida por tierra y por mar, pidió a susconciudadanos que abandonasen sus casas, seembarcasen en la flota y buscasen cobijo en la islade Salamina, para hacer entrar en combate en susaguas a la flota persa. El debate debió de serdramáticamente intenso: la joven democracia seenfrentaba por vez primera a la posibilidad de ladestrucción de la patria, teniendo que decidir si deverdad convenía jugarse el todo por el todo a unaúnica carta, a un tiempo tremenda y aleatoria: unabatalla naval.

Los atenienses mandaron a las mujeres y a losniños a Trecén, en la Argólida (no por casualidad,

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Trecén era la ciudad donde Teseo había pasado lainfancia, junto a su abuelo Piteo), y se embarcaron:abandonaron las casas en que habían nacido y lostemplos de los dioses a los que habían ofrecidosacrificios los días de fiesta, y pusieron proa haciaSalamina. Todos, aristócratas y mercaderes,artesanos y braceros. Cimón, que entre losaristócratas era tal vez el más ligado a lastradiciones, subió a la Acrópolis y dedicó a la diosalas bridas y el bocado de su caballo: un gesto deextraordinario significado. Aquellos objetos eran elsímbolo mismo de la aristocracia y se enterrabancon el difunto cuando se daba sepultura a suscenizas. Dedicándolos a la diosa quería dar aentender que desde aquel momento no había ya«caballeros» y pueblo, sino solamente pueblo, y quetodos estaban llamados a luchar por lasupervivencia de una patria que ahora seidentificaba ya tan sólo con sus ciudadanos. Luegose embarcó también él, dejando probablementelibre a su caballo en los campos para que no semuriera de hambre. Y dejó libre asimismo a superro que, sin embargo, no quiso abandonar a suamo: cuando le vio alejarse en un trirreme se puso a

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nadar atravesando todo el brazo de mar queseparaba el Ática de Salamina y le alcanzó,extenuado, en aquella franja de tierra pedregosaconvertida en el último baluarte de libertad. Elepisodio, narrado por Heródoto, debió de conmovera los prófugos así como al mismo tiempo infundirlesánimos: en Arenas ni los mismos perros estabandispuestos a soportar el dominio del invasor.

Desde los escollos de Salamina los ateniensesvieron alzarse las llamas en su ciudad, densasvolutas de humo y destellos siniestros queiluminaron la noche. Vieron los templos de losdioses arder cual antorchas contra el cielo negro delÁtica. Para Jerjes significaba la venganza por eltemplo de la Gran Madre de los dioses quemado enSardes por los jonios y los atenienses. Para estosúltimos era el colmo de la humillación que podíacausárseles.

Hacia finales de los años cincuenta uninvestigador norteamericano publicó una inscripciónhallada en Trecén que contenía el decreto deTemístocles para la evacuación de la ciudad deAtenas; se demostró a continuación que no era másque una falsificación elaborada hacia mediados del

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siglo IV a.C. con objeto de plantear en claveantimacedónica la lucha de los atenienses contralos bárbaros. Pero debido al cuidado con que fuepreparada y a su verosimilitud, que engañaronincluso a investigadores ilustres, vale la penareproducirla aquí. Así podemos hacernos una ideade cómo afrontó Atenas la emergencia con lasmedidas más adecuadas.

El Consejo y el pueblo han dispuesto, apropuesta de Temístocles, hijo de Neocles, deldemo de Frearras, que se confíe la ciudad aAtenea, protectora de Atenas, y a todos losrestantes dioses a fin de que la protejan ymantengan al bárbaro alejado del país; que todoslos atenienses y extranjeros residentes en Atenaspongan a salvo a sus hijos y mujeres en Trecén bajola protección de Piteo, héroe fundador del país, yque los ancianos y bienes muebles sean puestos acontinuación en lugar seguro en Salamina. También,que los tesoreros y las sacerdotisas permanezcanen la Acrópolis guardando cuanto es propiedad delos dioses, y que todos los demás, atenienses yextranjeros en la flor de la edad, se embarquen enlas doscientas naves preparadas y luchen contra el

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las doscientas naves preparadas y luchen contra elbárbaro en defensa de la libertad propia y del restode los griegos, juntamente con los espartanos,corintios y eginetas y rodos los otros que quierancompartir la peligrosa empresa.

Que los estrategos designen a doscientoscomandantes de trirreme, uno por cada una de lasnaves, a partir del día de mañana, entre losresidentes en Atenas que posean propiedadesinmobiliarias, tengan hijos legítimos y no pasen delos cincuenta años, y sorteen entre ellos las naves.Que luego alisten a tres infantes de marina por cadanave entre aquellos que están entre los veinte y lostreinta años, así como a cuatro arqueros; y sorteentambién los marinos destinados a la maniobra decada una de las naves al tiempo que designan porsorteo a los comandantes de trirreme. Y que losestrategos inscriban también al resto de loshombres de la tripulación, nave por nave, en unastablillas blancas, remitiéndose para los atenienses alos registros en que se hallan inscritos losciudadanos, y para los extranjeros a los nombresregistrados ante el polemarco; y que sean inscritosen doscientas naves, dividiéndoles, tripulación por

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tripulación, en grupos de cien, y que encima decada una de las tripulaciones escriban el nombredel trirreme y el del comandante, así como el de losmarinos destinados a la maniobra, para que cadadotación sepa en qué trirreme debe embarcarse.

Y que una vez que hayan sido distribuidastodas las tripulaciones y asignados por sorteo a lostrirremes, el Consejo y los estrategos completen loscuadros de las doscientas naves tras haber hechoun sacrificio propiciatorio a Zeus Omnipotente, aAtenea, a Nike y a Poseidón Protector. Que una vezcompletado el equipamiento de las naves, se acudacon cien de ellas a proteger el Artemisio de Eubea,y que con las otras cíen se pare cerca de Salaminay la restante costa de Arica para vigilar el territorio,a fin de que luego, conjuntamente, todos losatenienses luchen contra el bárbaro. Que aquellosque han estado desterrados durante diez años setrasladen a Salamina y permanezcan allí en esperade que el pueblo tome una decisión respecto aellos.

Entretanto, una vez doblado el cabo Sunion, laflota persa, formada por navíos egipcios, fenicios ytambién jonios, se presentó en el golfo Sarónico

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desplegando toda su aplastante superioridad: cercade quinientas naves de guerra contra las trescientasde los confederados. Temístocles había llevado suflota al estrecho de Salamina, a sabiendas de queen mar abierto no iba a tener la menor posibilidadde vencer a la inmensa flota enemiga, pero sustripulaciones, al verla, se quedaron enormementeimpresionadas. La escuadra persa se detuvo enmar abierto ante el peligro de adentrarse en aquelestrecho brazo de mar: debió de celebrarse unareunión del Estado Mayor a bordo de la navecapitana para deliberar acerca de la estrategia queconvenía adoptar. Temístocles estaba seguro de loque hacía, pero entre los oficiales del alto mandocundía el temor: permanecer en aquel lugarsignificaría quedar bloqueados y no poder ya salir.Se tomó finalmente la decisión de desplazarsehacia el norte para buscar una salida por el canal deMégara. Entonces Temístocles, para hacerprevalecer a toda costa su pián, mandó en secretouna chalupa con el fin de advertir al mando persa deque los griegos querían huir hacia el istmo deCorinto para evitar así el enfrentamiento; elcomandante destacó inmediatamente la escuadra

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egipcia, que rodeó la isla por el oeste y fue a cerraren el norte el paso del canal de Migara, mientrasque el resto de la flota avanzó para bloquear elestrecho paso entre la costa ática y la islita dePsitalea.

Allí los persas esperaron, anclados toda lanoche, sin que nada especial sucediera. Tal vez nisiquiera se percataron de que se produjo unadeserción: un capitán de Jonia llamado Panecio, dela isla de Tenos, se pasó con su nave al bandogriego al amparo de la oscuridad, y Heródoto,treinta años después, leyó su nombre en el trípodeque los confederados dedicaron a Delfos tras elfinal de la guerra con los nombres de todos aquellosque habían combatido contra los bárbaros.

Otro personaje fue anunciado en el corazón dela noche en la nave capitana de la escuadraateniense: era Arístides «el Justo», que había sidoenviado al destierro. Venía de Egina y, dejando delado los viejos rencores, contó que la flota persahabía bloqueado las dos entradas del canal deSalamina. Aquello sonaba a música celestial aoídos de Temístocles, que no estaba esperandootra cosa e impartió todas las disposiciones

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otra cosa e impartió todas las disposicionespertinentes.

El emperador Jerjes se había hecho construiraquel mismo día un trono en la cima del monteEgaleo, actual Skaramangá, para observar al díasiguiente la victoria de su armada.

Al rayar el día los jefes griegos tenían clara lasituación, es decir, el hecho de no tener otraelección que combatir, y el alto mando se reuniópara escuchar el plan de batalla de Temístocles: unaobra maestra de estrategia coordinada por uncomplejo sistema de señales entre la nave capitanay varios puntos de la costa. Tras disolverse lareunión, los oficiales se reunieron con susrespectivas unidades de combate y esperaron laseñal de partida. Su flota, que estaba alineada en lacosta frente al este, levó anclas a la salida del sol yse situó en medio del canal, pero los megarenses ylos eginetas se apostaron al acecho un poco más alsur, dentro de la bahía de Ambelaki, dondepermanecieron ocultos por el promontorio deCinosura, que la cierra por el sur. Los corintios, conuna escuadra de cincuenta naves, se dirigieron alnorte a velas desplegadas para proteger la espalda

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del resto de la flota, por si los egipcios enfilaban porel canal de Mégara. Probablemente esto convenciómás aún a los persas de que los griegos no teníanvoluntad de combatir: ante la proximidad de unabatalla las tripulaciones desarbolaban siempre susnaves para hacerlas más veloces y ligeras.

El almirante fenicio que mandaba a los persasno tuvo ya dudas y ordenó a su flota adentrarse porel canal. La trampa de Temístocles estaba a puntode dispararse. Los eginetas y los megarenses, auna señal convenida de la nave capitana, salieronde su escondite obligando a entrar en combate a laescuadra jonia, que se vio forzada a separarse delresto de la flota y a avanzar hacia el oeste. Losotros, entretanto, continuaron avanzando enpersecución de la flota griega que retrocedía condirección norte hasta encontrarse en el punto másestrecho del canal, entre la costa ática y la islita deFarmakonisi.

Entonces, Temístocles, dio la señal: se alzó unestandarte de la nave capitana y toques de tromparesonaron de una nave a otra; los griegos invirtieronel rumbo y se lanzaron hacia adelante a toda vela,alcanzando posiblemente una velocidad de unos

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nueve o diez nudos. El enfrentamiento fueespantoso y quiso la fortuna que la suerte sedecantase del lado de los griegos haciendo que elalmirante fenicio cayera entre los primeros. Al darsecuenta de que la situación era desfavorable paraellos en aquellas aguas y que estaban privados demando, los fenicios trataron de retroceder hastaaguas más abiertas, pero se toparon con lasrestantes naves persas, que avanzaban por el sur,creando una espantosa confusión; la situación sevio agravada por el hecho de que en aquelmomento se desencadenó un fuerte siroco queempujó ¡i las naves de la retaguardia persa contralas fenicias, que trataban de retroceder.

Los trirremes de Temístocles, bajos y raudos,se lanzaron en medio de aquella confusión comolobos entre un rebaño de ovejas, espoleando uno auno a los pesados navíos enemigos. Al ver aquello,los jonios arrojaron al mar a los comandantespersas y se pasaron en masa al bando de sushermanos griegos. A la caída del sol el canal estaballeno de restos de naves desventradas, denáufragos, de cadáveres que la deriva empujabalentamente hacia las riberas del Ática, defendidas

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aún por sus compañeros. Desde el trono de lamontaña, Jerjes asistió impotente a la derrota de suarmada y tal vez el viento llevó a sus oídos el eco delpeán que se alzaba de las naves helénicasvictoriosas.

15 de agosto de 1999Estoy en casa solo y espero a los amigos para

la tradicional cena de ferragosto. Me viene a lamente que en Atenas debe de hacer un calorinfernal y que en el apartamento de Larisis 20 nohay aire acondicionado. He decidido llamar aKostas por teléfono y, a pesar de todo, le heencontrado en vena de hablar.

- ¿Cómo se atreven a sostener que esedecreto de evacuación de la ciudad es falso? Puesa mí me parece absolutamente auténtico. Y meparece también un documento excepcional.

- No cabe ninguna duda de que se trata de undocumento excepcional y te diré también que nofalta quien defiende su autenticidad a capa yespada.

- Y tú, ¿qué piensas?- Pues lo mismo que los que opinan que es

falso. Mira, es una cuestión un tanto complicada:

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falso. Mira, es una cuestión un tanto complicada:existen razones de carácter filológico, conceptual ehistórico. Es demasiado lineal, está tododemasiado bien organizado. Contiene ideas, comola de eleutheria (libertad), que no existían por aquelentonces y que tuvieron su pleno desarrollo en elcurso del siglo IV, Esa referencia a los corintios,megarenses y espartanos suena como unainvitación a una alianza de tipo particular. Si lainscripción fuera de época se mencionaría a todoslos aliados, no sólo a tres de ellos. Y además, enla inscripción, la evacuación aparece como unacosa perfectamente prevista y organizada, comouna elección estratégica, en vez de cómo unadolorosa necesidad que es lo que en realidad fue.Pero existen todavía otros indicios…,

- Pues yo le doy crédito. ¿Por qué razón,entonces, hacer una falsificación?

- ¿Sabes?, cosas de ese tipo eran elementosimportantes de propaganda: eran expuestos enlugares públicos, la gente los veía, los leía. Ahorabien, si, por ejemplo, Atenas se preparaba pararesistir al ejército macedonio durante una de lasmuchas guerras que siguieron a la muerte de

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Alejandro, era natural inventarse un documento enel que se representaba una antigua alianzavictoriosa contra un invasor precedente comogarantía de victoria también en la situaciónpresente. No sé si me explico.

- Lo he comprendido perfectamente. Seríainteresante saber si documentos de esa clasecontaban de veras en la opinión pública.

- Cuando los preparaban de forma tancuidadosa y verosímil es que contaban. Nadietrabaja de balde. No tenían televisión, radio,prensa; probablemente el impacto de unainscripción pública era mucho mayor de lo quenosotros podamos imaginar.

- Me ha venido también a la cabeza aquellavez que tú y tu amigo acabasteis en un polígono detiro en el Skaramangá para ver el lugar del tronode Jerjes.

- Poco faltó para que nos disparasen. Quiénsabe dónde estará a estas horas ese joventeniente que nos sacó fuera y nos regaló unabotella de Metaxa. Ojalá haya llegado a general.¿Cómo se dice «general» en griego moderno?

- Estrategòs.

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- Obviamente. Ciao Kostaki. Nos llamamos.- Ciao. Saludos para todos.

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6

La liga naval

La exultación por la victoria fue grande y notardaron en comenzar a difundirse los relatos mássorprendentes sobre quién había hundido el mayornúmero de naves enemigas o quién había sido elprimero en establecer contacto con la flota persa,pero también sobre quién había tratado de ponersea salvo y había llegado al campo de batalla una vezterminado todo. Contábase que un comandanteático que estaba persiguiendo a una nave enemigavio que esta se lanzaba sobre una nave persa y lamandaba a pique. Entonces el perseguidor volvióatrás pensando que aquélla debía de ser una de lasnaves jonias que habían desertado para pasarse acontinuación al bando contrario, cuando en cambiose trataba de una nave aliada de los persas, un

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navío mandado por Artemisia, mujer de un dinastade Caria, aliada de Jerjes y su amante. Con esaestratagema consiguió escapar a su captura, perolos atenienses pusieron precio a su cabeza porqueno soportaban la idea de que una mujer hubieraosado atacarles en una acción militar. Artemisiapudo reunirse con el resto de la flota persa, que sehabía refugiado en la bahía del Falero, y encontrar alGran Rey, abatido y trastornado por la inesperadaderrota.

Estaba al caer el otoño y había que tomar unadecisión: Jerjes dejó la mayor parte de su ejércitoen sus cuarteles de invierno en Tesalia y se dirigióhacia los estrechos, antes de que a los griegos seles ocurriese cortar el puente. Era una idea que yahabía tenido Temístocles, pero que no encontró elfavor del alto mando espartano, que, por elcontrario, juzgó oportuno, como diríamos hoy, poneral enemigo que huye puente de plata. Temístocles,entonces, había mandado un mensajero al Gran Reypara informarle de que había sido él quien habíaconvencido a los griegos de que no cortaran elpuente, de modo que en un futuro se considerase endeuda con él por no haber caído en una trampa en

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la península helénica.Este testimonio de Heródoto tiene visos de ser

una maldad, pero no son pocos quienes así locreen: Temístocles había enviado ya al Gran Rey unmensaje que, visto desde el lado persa, podíaparecer auténtico: ¿por qué no iba a parecerlotambién éste? En el fondo el caudillo ateniensesabía lo aleatoria que era la fortuna en su ciudad y lofácil que era caer en desgracia. La posibilidad deencontrar un día hospitalidad en la corte delpoderoso señor de Asia debía de parecer unabuena garantía contra cualquier infortunio. Pero esposible también que esta noticia fuera inventada aposteriori cuando Temístocles, exiliado, encontróhospitalidad en la corte del rey Jerjes.

En realidad, ya una tempestad se habíaencargado de destruir el puente, señal de que laestructura era de todas formas inadecuada para lasituación climática de aquel trecho de mar y para lapeligrosa fuerza de las corrientes. Jerjes atravesólos Dardanelos con naves de guerra, pero los cabosdel puente fueron dejados en Europa bajo la guarday custodia del sátrapa Artaozos por si había quevolver a intentar la empresa.

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volver a intentar la empresa.Los atenienses, entretanto, volvieron a su

ciudad, donde les esperaba un espectáculolamentable: las casas saqueadas y destruidas, lostemplos de los dioses arrasados por las llamas,despojados y profanados, las estatuas abatidas yhechas pedazos o desfiguradas; las más valiosas,robadas. Entre éstas, el grupo en bronce de Antenorque representaba a Armodio y Aristogitón, los dostiranicidas. Un siglo y medio más tarde, AlejandroMagno lo encontró en el palacio real de Susa y loreexpidió a Atenas en uno de sus típicos gestos deexcepcional valor propagandístico. Los atenienses,más tarde, encargaron otro, probablemente alescultor Critio, que fue inaugurado tres añosdespués: una copia suya en mármol puede verse enel Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, perola posición de las dos figuras, resultado de unarestauración dieciochesca, sigue siendo muydudosa.

No es fácil imaginar cómo debieron deencontrarse a su vuelta: tuvieron que restaurar lascasas como mejor pudieron, aunque sólo fuera parapoder pasar el invierno, pero los talleres y las

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tiendas habían sido destruidos o saqueados, loscampos arrasados y los animales domésticosrobados y sacrificados para alimentar al ejércitoenemigo; el aceite, el vino, el trigo: todo habíadesaparecido. Quizá se recurrió a préstamos ycompras en los mercados limítrofes que no sehabían visto afectados por la guerra, quizá unabuena parte de los géneros alimentarios habíansido embarcados para Salamina en el momento dela evacuación. Comoquiera que fuese, la gente searremangó para volver a partir prácticamente decero. Lo cual debe considerarse ya de por sí un actode valor y de confianza increíble toda vez que enBeoda permanecía todavía un poderoso ejércitopersa. Las estatuas de los dioses y de los héroesde la Acrópolis profanadas por los persas fueronsepultadas en una fosa sagrada.

Lo que para los atenienses era una obra deprofanación, para los persas significaba ladestrucción de las estatuas de los demonios (daiwa)y Jerjes se vanaglorió de ello en una inscripción enlas paredes de su harén de Persépolis, vanagloriaque sería castigada a su vez duramente porAlejandro Magno con la destrucción del propio

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palacio y de toda la capital.Hacia comienzos del otoño Temístocles envió

una embajada a Esparta para pedir que el ejercitoconfederado se desplegase entre el Ática y Beocia,pero obtuvo una negativa. Exhaustos ydesalentados, los atenienses no se sintieron confuerzas para enfrentarse de nuevo, solos como enMaratón, al ejército persa y, cuando el ejércitoenemigo se trasladó hacia el sur contando con elapoyo de los traidores tábanos, abandonaron denuevo la ciudad para refugiarse en Salamina. Lospersas trataron entonces de convencerles de que sepasaran a su lado, pero obtuvieron una negativadesdeñosa: los guerreros que en Maratón teníanveinte años contaban ahora treinta y no aceptaríanuna deshonra por nada del mundo, ni siquiera antela actitud obtusa de los espartanos. Prosiguieron lasnegociaciones hasta que alguien hizo entender a losrecalcitrantes lacedemonios que sería inútilatrincherarse en el istmo de Corinto si la flotaateniense no defendía las costas y controlaba elmar. No convenía, pues, tirar demasiado de lacuerda. Finalmente los espartanos se convencierony los persas, por prudencia, se retiraron al norte, a

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Tesalia, para pasar allí el invierno.El hijo de Leónidas, Plistoanacte, era todavía

un niño y el gobierno nombró por lo tanto a unregente en la persona de Pausanias, mientras que,como hemos visto, a Demarato le había sucedidoLeotíquidas. Los correos de los reyes macedoniosrecorrieron la Grecia libre convocando a losguerreros de toda ciudad y nación helénica para labatalla definitiva contra el bárbaro, y la respuestafue impresionante. En la primavera siguiente formóen Platea el mayor ejército griego de todos lostiempos: cuarenta mil hoplitas de pesada armadura,amén de sesenta mil hombres de infantería ligera ypequeñas unidades de caballería. En la práctica,casi la totalidad de los hombres válidos disponiblesal sur del desfiladero de las Termopilas: ni siquieraAlejandro llegaría a tanto.

El ejército persa, llegado de Tesalia enperfecta formación de combate bajo el mando deMardonio, acampó a escasa distancia de la fronteracon el Ática, mientras que grupos de jinetes batíanel campo con continuas maniobras de distracción:Pausanias, que acaso había confiado en exceso enel formidable conglomerado reunido bajo sus

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el formidable conglomerado reunido bajo susestandartes, debió de darse cuenta enseguida deque avanzar en campo abierto no había sido unabuena idea.

Por si fuera poco los persas emponzoñaron lafuente Gargafia privando a los griegos delaprovisionamiento de agua potable. El regenteespartano tomó entonces una decisión muypeligrosa: ordenó a su ejército retroceder haciaPlatea para asegurarse una posición más favorable.Éste se puso en movimiento de noche, pero cuandoel sol asomó en el horizonte, los persas no tardaronen darse cuenta de lo que había sucedido y lanzaronsu caballería, que cayó sobre el ejército en marchacubriéndolo de dardos. Las tropas griegas se vieronde nuevo en dificultades. El primer contingenteconsiguió de todas formas hacerse fuerte cerca delas ruinas del templo de Hera en Platea, mientrasque el grueso de las fuerzas de Pausanias se veíaobligado a detenerse y a formar en línea decombate para detener el goteo de bajas causadopor los ataques de la caballería enemiga, muy móvily precisa en su ofensiva. El regente espartanomandó una petición urgente a la gruesa sección

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«platense» de sus fuerzas para que se reuniera conél, pero ésta respondió que no pensaba moverse;quienes sí lo hicieron, en cambio, fueron los otros,que estaban al descubierto en una posiciónpeligrosa y se unieron a ellos en las cercanías delheraion.

Sin embargo, Pausanias no podía ya moverseporque estaba alineado enfrente del enemigo yvolver a ponerse en línea de marcha hubieraequivalido a un suicidio. Persuadido de tener ya lavictoria bien aferrada, Mardonio se preparó paraasestar el golpe definitivo. Bajo un sol de justiciaque volvía candentes las armaduras, el ejércitopanhelénico cerró filas y abatió las pesadas astasde fresno. Atenienses y espartanos, tegeos ycorintios, megarenses y sicionios formaron uncompacto bloque impenetrable oponiendo unamuralla de escudos al asalto enemigo. Mardoniohabía olvidado, o alejado de su mente, Maratón y lasTermopilas, y tal vez no sabía que las madresespartanas hubieran aceptado a un hijo muerto perono fugitivo; no se daba cuenta de que los ateniensesno soportarían ver por tercera vez su ciudadinvadida y profanada.

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Si el comandante persa hubiera mantenido unatáctica de movilidad utilizando sobre todo lacaballería con lanzamientos a distancia, debilitandoy desangrando así lentamente las fuerzasadversarias, habría vencido. Se dejó tentar, encambio, por el enfrentamiento de cerca y por elcuerpo a cuerpo y su, no obstante, valerosainfantería se estrelló contra la barrera impenetrablede escudos y lanzas. Se dice que reapareció enaquel trance uno de los dos supervivientesespartanos de las Termopilas, cuyo rastro se habíaperdido, y que lavó su honor cayendo en el campode batalla después de haber llevado a cabo«acciones dignas de ser recordadas».

Mardonio en persona fue herido de muertemientras trataba de arrastrar a sus hombres alataque, y su fin sumió al ejército persa en eldesánimo. Las tropas griegas alineadas cerca delHeraion de Platea se movieron entonces en unaacción de refuerzo, mientras que la caballería persa,que era la única que se había mantenido en unaposición de fuerza, no sabía ya cómo reaccionar alcambio de tornas.

Antes de la caída del sol los restos de lo que

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había sido el ejército más grande de todos lostiempos se retiraban presa del pánico hacia losdesfiladeros del norte, antes de que el ambiguo reyAlejandro II de Macedonia, que inicialmente habíaparecido dispuesto a colaborar con los persas,decidiera recuperar la estima de los griegosatacándoles por el camino de regreso.

Pausanias entró en la tienda de Mardonio conlos oficiales de su estado mayor y se hizo servir lacena por los cocineros persas olvidando por unavez la austeridad lacedemonia, y Heródoto afirmaque quedó profundamente impresionado: «A estose llama vivir», habría exclamado.

Expulsados los persas del suelo helénico, serecurrió a una ceremonia solemne y tremenda: entodas las ciudades que habían estado en poder delos enemigos se apagó el fuego sagrado que ardíade forma permanente en la acrópolis, ese mismofuego que los colonos que partían para tierraslejanas se llevaban con ellos con el fin de fundarnuevas ciudades, el mismo fuego que en laimaginación popular había sido encendido en losorígenes de la vida de la comunidad, un don dePrometeo, que se lo había robado a los dioses. Una

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Prometeo, que se lo había robado a los dioses. Unatradición, la del fuego sagrado, que hundía susraíces en los remotos tiempos del Paleolítico,cuando el fuego representaba la supervivencia delgrupo humano, y su extinción, la muerte o ladispersión. Apagar aquel fuego significaba en ciertomodo anular la historia y hacerla remontarse a losinicios. Y un nuevo fuego fue consagrado en todaslas ciudades, encendido por la llama que ardía alabrigo del dios de Delfos. Se le dedicó al Apolodeifico un trípode de bronce, fundido a base de lasarmas arrebatadas a los persas en Platea, con losnombres de todas las ciudades que habían formadoparte de la liga sagrada grabados en él.Descansaba sobre tres serpientes enroscadas queformaban una especie de columna, la cual se dividíaen lo alto extendiendo hacia fuera las cabezas a finde sostener el quemador.

Aquel trípode, casi ocho siglos después, fuellevado por Constantino, junto con otras gloriosasreliquias como el Paladio de Troya y los clavos dela cruz de Cristo, a Constantinopla y puesto en ticentro de la spina en el hipódromo, De él no quedahoy más que la parte inferior en forma de columna

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en espiral en el centro de la plaza de Sultán Ahmet,en Estambul. Aquella columna, que es poco menosque el símbolo de la identidad de Occidente en suprimer enfrentamiento con Asia, está expuesta sinninguna protección a la intemperie de toda estación,y corre el riesgo de sufrir daños irreparables.

Jerjes no se había dado ciertamente porvencido y una nueva flota se estaba reuniendo enlas riberas de Asia Menor, tanto para mantener bajocontrol a los griegos de las colonias como pararetomar las hostilidades a gran escala. La flotapanhelénica, bajo el mando del otro rey de Esparta,Leotíquidas, pero compuesta en su mayor parte pornavíos atenienses, se presentó con todas susfuerzas ante el promontorio de Micale, donde lospersas, temerosos de un enfrentamiento en marabierto, habían varado sus naves y atrincherado lainfantería en la playa.

Cuenta Heródoto que una nave de Leotíquidaspasó por delante de la costa al alcance de la voz yque un heraldo gritó en griego a los jonios querecordasen, en el momento del ataque, su origen ysus dioses comunes. La contraseña sería: Hera káiNike! («¡Hera y Victoria!»}. Luego, el rey de Esparta

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dio la orden de ataque. Debió de tratarse de unaautentica operación de desembarco, con miles deinfantes de marina, que descendieron al aguadesde los trirremes, atacaron las posiciones persasy prendieron fuego a sus naves varadas. Los ioniosse pasaron en masa al bando griego y la batalla sedecidió en breve tiempo. Toda Jonia se alzó enarmas expulsando a las guarniciones persas y elEgeo se convirtió, por primera vez desde lostiempos de la talasocracia micénica, en un lagogriego. Era el comienzo del verano del año 479 a.C.Las guerras persas habían terminado. Al finalizar elverano los atenienses recuperaron el dominio desus ciudades, y esta vez pura siempre.

La labor más apremiante parecía lareconstrucción de las murallas, a lo que,extrañamente, los espartanos se opusieron. Dijeronque la única fortaleza inexpugnable en Grecia era elPeloponeso defendido por sus ejércitos, quecualquier otro recinto amurallado de la penínsulapodía ser utilizado por los persas y que, por lo tanto,no debía reconstruirse ningún recinto amurallado.Temístocles se dirigió personalmente a Espartapara discutir el asunto; en realidad lo que hizo fue

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ganar tiempo mediante estratagemas hasta quetuvo noticia de que sus conciudadanos, todos,hombres y mujeres, viejos, niños y esclavos,trabajaban día y noche realzando turnosdemoledores: utilizando estatuas y estelasfunerarias, columnas, cipos y toda clase de materialdisponible, habían devuelto a las murallas su alturaoriginal en la imponente extensión de unos seiskilómetros. Una empresa que se hubiera dichoimposible para cualquiera si se piensa que debióde tratarse de una restauración más que de unareconstrucción ex novo. Tampoco los persasdebieron de tener tiempo ni ganas de asolar elrecinto, amurallado hasta sus cimientos.

Entonces Temístocles puso a los espartanosfrente al hecho consumado y ellos no tuvieron másremedio que aguantarse; dijeron que en ningúnmomento su intención había sido intimidar niimponer nada, sino tan sólo dar unos consejos.Mentían: era evidente que se mantenían firmes en suposición de estado guía de los griegos, y tal vez lafuerza y el prestigio de Atenas, que crecían tanrápidamente, les desconcertaron.

Los atenienses, entretanto, se preocupaban

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Los atenienses, entretanto, se preocupabantambién de su aprovisionamiento de trigo. Durantelas guerras persas, cuando los estrechos estabanen manos enemigas, habían tenido que interrumpirsu avituallamiento desde Crimea y se habíandirigido a otro mercado, al paduano, en el Adriático,donde habían establecido una relación privilegiadatanto con los venecianos como con los etruscos deSpina, una ciudad levantada a base de madera enuna islita del delta del Po. Probablemente habíandelegado en ella las operaciones de policía deaquel mar infestado de piratas. A cambio de trigo ycaballos exportaban sus más hermosas cerámicas,vasijas de estupenda factura y de gran firma quefueron encontradas por los arqueólogos italianos apartir de los años veinte cuando comenzaron aexcavar en los terrenos desecados de los valles deComacchío y sacaron a la luz las necrópolis deSpina. Pero había que reiniciar asimismo lanavegación en los estrechos, y así una escuadraateniense bajo el mando de Jántipo desembarcó uncuerpo de ejército en Sesto - en la península deGallipoli - y conquistó la ciudad que controlaba laentrada de los Dardanelos.

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No muy lejos, en el presidio persa que estababajo el mando del sátrapa Arraozos, se guardabanen un almacén los cabos de tracción del granpuente de barcas que Jerjes había arrojado alHelesponto, probablemente recuperados tras latempestad que había destrozado su estructura. Elsátrapa, aparte de estar a cargo de la custodia deaquel material estratégico, era, a ojos de losgriegos, culpable de sacrilegio por haber profanadoel santuario de Protesílao, personaje de la épicahomérica del que se decía que había sido elprimero en poner el pie en Asia al llevar a cabo losaqueos su expedición contra Troya, y que habíacaído allí, traspasado por un dardo enemigo. Eldesventurado oficial persa fue capturado y clavadovivo en una mesa de madera a fin de que su terriblecastigo aplacara a la enfurecida sombra del héroeProtesílao. Luego, la escuadra invirtió el rumbo yregresó a sus bases en el Ática antes de que eltiempo empeorara.

Quedaba en manos persas todavía la entradadel Bósforo y la primavera siguiente una nueva flotaconfederada, esta vez al mando de Pausanias, sedirigió primero a Chipre para desembarazarla de

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las guarniciones defensivas persas y luego aBizancio, que capituló. Pausanias tomó posesióncomo comandante de la plaza, pero su modo deejercer el poder irritó a los aliados jonios, que noestaban acostumbrados a tanta arrogancia. Losespartanos le reclamaron para someterle a uninterrogatorio, pero por esta vez Pausanias sesalvó. No salió tan bien parado en una segundacuando un ex amante suyo, un joven de nombreArgheilos, le hizo caer en una trampa citándolo enun lugar apartado donde se habían escondido unosespías del gobierno: allí le indujo a hablar de suscontactos secretos con la corte persa. Es cieno queel muchacho, desilusionado, quería vengarse yprobablemente Pausanias tenía demasiadosenemigos incluso en su propia ciudad. En cualquiercaso, fue arrestado y emparedado vivo en el templode Atenas de la «Casa de Bronce» y sólo cuandoestaba a punto de expirar lo sacaron del santuariopara que su cadáver no lo contaminase. No fuearrojado, como de ordinario se hacía con loscuerpos de los traidores, al torrente Keadas: le fueconcedida sepultura, porque no dejaba de ser, pesea todo, el vencedor de Platea, pero su fantasma

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continuó durante años perturbando las noches delos espartanos.

Estos acontecimientos, obviamente,contribuyeron a que se resquebrajaran lasrelaciones en el seno de la confederación, y elcontingente del Peloponeso (espartanos y aliados)se separó del grueso de la flota. El pronunciamientoprovocó casi la hilaridad de los aliados: las navespeloponésicas eran un par de docenas frente a lasmás de doscientas de los confederados ático-jonios, pero el desaire dejaría sus poco gratassecuelas. Acabó en agua de borrajas, por ejemplo,la idea de crear una especie de cuerpo de ejércitopanhelénico con mando unificado como estructurapermanente de defensa común y las diferenciasentre Esparta, potencia continental, y Atenas fueronacentuándose cada vez más.

Poco o nada sabemos de lo que se dijo y sediscutió en las asambleas populares de Atenas entan crucial período: lo cierto es que la euforia por lavictoria debía de estar en su apogeo y que la ciudaden su conjunto hubo de tomar conciencia de golpede su papel de gran potencia - al menos a nivelregional -, así como de las consecuencias que esto

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regional -, así como de las consecuencias que estocomportaba tanto con respecto a los aliados comoa la superpotencia persa, derrotada, pero sin dudano domada y tampoco intimidada. Y también enSusa, en la capital imperial, se debió de llegar a laconclusión de un fracaso sin apelación. En veinteaños de enfrentamientos sangrientos por tierra y pormar nunca los persas habían logrado imponerse alos griegos del continente.

Al año siguiente, 477 a.C, a iniciativa deArístides se reunieron en la isla de Delos losrepresentantes de cierto número de ciudades deJonia, de las islas Cicladas y de los estrechos,defendidas por los representantes del gobiernoateniense, y estipularon una alianza jurando con lafórmula: «Tus enemigos serán mis enemigos, tusamigos serán mis amigos», que todavía sobrevive,ligeramente modificada, en ciertas sociedadessecretas, incluso delictivas, del área mediterránea,para testimoniar su origen antiquísimo. La finalidadera mantener el control del Egeo con una marina deguerra en servicio permanente. Cada ciudaddebería proporcionar cierto número de naves, deremeros y de guerreros embarcados, pero muy

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pronto algunas de ellas, y luego casi todas optaronpor realizar contribuciones en metálico a losatenienses, quedando libres así para susactividades económicas y comerciales.

Atenas, que probablemente se había lanzado aesta aventura con un notable grado deinconsciencia, aceptó el cambio, que acabó portransformar, al cabo de algunos años, la liga en unimperio. En efecto, quien contribuye a una alianzacon una unidad armada siempre puede retirarladebilitando a la alianza y reforjándose al propiotiempo; en cambio, quien lo hace en metálico sepone políticamente en manos de quien posee lafuerza. Hasta aquel momento ningún estado, nisiquiera el imperio persa, habían mantenido unamarina militar permanente: se trataba de unaempresa difícil y arriesgada. Las naves de guerraeran incómodas, con escasísimo espacio para lacarga, y era imposible descansar o refugiarse tantode la intemperie como del sol abrasador. Unreducido rasel en la proa y un pequeño pañol enpopa permitían conservar agua potable y unamínima cantidad de víveres. La nave tenía ademásuna gran longitud para poder albergar un número

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suficiente de remeros, pero esto creaba problemashidromecánicos, especialmente en un mar de olascortas y fuertes como es el Mediterráneo. El únicomodelo a escala 1;1 en condiciones de navegar quenunca haya sido construido, el trirreme Olympias,sufrió hace algunos años la rotura de la sobrequilladespués de algunas salidas a mar abierto.

Una flota permanente tenía necesidad, por otraparte, de muchas bases situadas a escasadistancia la una de la otra, así como de ingentesrecursos financieros para las construcciones y lasreparaciones en el astillero, para el estipendio y losvíveres de los remeros y de las tripulaciones, y parael mantenimiento de la infantería de marina. CuandoAlejandro, tras haber invadido Asia, se vio en lanecesidad de tener que pagar a las tripulaciones dela marina ateniense, aliada suya, prefirió licenciar ala flota antes que sufrir una sangría con los gastosde mantenimiento. En los tiempos de la liga deDelos se calcula que éstos ascendieron acuatrocientos o quinientos talentos por estación,cerca de seis meses si tenemos en cuenta quedurante el invierno la flora regresaba a sus basestanto por necesidades de manutención como por

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las adversas condiciones climáticas.La flota, sin embargo, generaba puestos de

trabajo, y Aristófanes, unos cuarenta años después,ironizaba en una de sus comedias sobre lasactitudes partidarias de la guerra de los tetos (laclase de los braceros sin bienes) «siempredispuestos a sirgar las naves para ganarse los dosóbolos al día (un tercio de dracma) del salario».Aumentaban obviamente también los pedidos paralos astilleros del Pireo y para las fábricas de armas.Un famoso orador ateniense de la época dePericles, Lisias, vivía espléndidamente con lasganancias de una fábrica de escudos. Los tetos,además, podían ser sustituidos por esclavos, queafluían cada vez en mayor número. Algunos de elloseran empicados incluso en operaciones de policía,probablemente a causa de la escasez de hombresválidos, ocupados en las acciones bélicas.

La estrella de Temístocles parece haberseeclipsado en ese momento. De él sabemos quepatrocinó una tragedia inspirada en las guerras conlos persas, escrita por el dramaturgo Frínico;asimismo sabemos que promovió la construcciónde una doble muralla (las llamadas «Largas

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de una doble muralla (las llamadas «LargasMurallas») que unía las fortificaciones del Pireo conel recinto amurallado ateniense: esto iba a permitira la ciudad recibir siempre provisiones por mar encaso de un conflicto en tierra firme.

No obstante esto, vemos que la escena esocupada por Cimón, sin duda menos brillante queTemístocles, menos astuto, más guerrero y menospolítico, pero apuesto, carismático, grancombatiente y amante fogoso de mujeresbellísimas, un verdadero encantador de mujeres.Continuó limpiando el Egeo de presidios persas ypuso sitio a Eyón, una ciudad tracio-macedoniasituada en la desembocadura del río Estrimón. Elcomandante persa de la plaza, en vista de laimposibilidad de resistir, arrojó al río el tesoro de laciudad y luego se quemó vivo sobre una pira consus mujeres y sus hijos. Heródoto, que conocía bienlas costumbres de los persas, habla de ello conasombro y admiración.

Poco después, un oráculo de Delfos ordenó aCimón traer a Atenas los huesos de Teseo, el héroenacional de la ciudad y del Ática. El general se pusoa buscar en Esciros, la isla en que, según la

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leyenda, Teseo había sido asesinado, y excavó enel punto en que había visto a un águila rascar elterreno con sus garras. Tuvo suerte: el picodescubrió la tumba de un guerrero de la Edad delBronce, lo suficientemente grande para poderasemejarse a Teseo, y, quién sabe, muyprobablemente próximo a él en cuanto a época,admitiendo que Teseo haya existido nunca. Loshuesos fueron llevados con gran pompa y luego ensolemne procesión al templo construido al efecto enel ágora que pasó a llamarse precisamenteTeseion.

Cimón estaba convencido de que había quemantener buenas relaciones con los espartanos,mientras que Temístocles ya pensaba que Atenasdebía tener la mira puesta en un liderazgo absoluto,aun al precio de llegar a un acuerdo, o inclusoaliarse, con los persas con el fin de dominar Greciay aplastar a su rival. Tal vez había acumulado uncierto resentimiento en el período en que habíatenido que recibir órdenes de unos almirantesespartanos con escasos conocimientos marinos. Elchoque entre ambos políticos iba a convertirse a lalarga en inevitable.

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La victoria sobre los persas y el mando de unagran liga naval transformó Atenas de formaprofunda. Desde un punto de vista psicológico susciudadanos se llenaron de orgullo y de patriotismo,sentimientos que iban a verse incrementadostambién por el bienestar creciente, por un autenticodesarrollo económico. Los astilleros, la enormeobra de las Largas Murallas, las estructuras y lasnecesidades del avituallamiento inherentes a unagran flota operativa determinaron no sólo un granaflujo de dinero, de bienes y de servicios, sinotambién una gran corriente inducida. Arquitectos eingenieros, maestros de obras, aseguradores deexpediciones y cambistas instalaron en Atenas y enel Pirco sus empresas y oficinas.

También la construcción civil aumentósensiblemente y para proyectar los nuevos barriosdel Pireo se llamó a un arquitecto ya famoso,Hipódamo de Mileto, hombre de gran valía que sinembargo adoptaba unas actitudes y una vestimentaexcéntricas que daban pábulo a habladurías ychismorreos, un poco como los creativos denuestros días. El crecimiento económico tuvotambién cierto impacto ambiental. Los bosques del

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Himeto fueron destruidos y la montaña,desmoronada por la erosión, quedó reducida a ladesnuda roca, aspecto que sigue teniendo ennuestros días. Con el tiempo, también los bosquesdel Ática se vieron gravemente afectados.

Aumentó el número de esclavos y el deresidentes extranjeros: Atenas, sin embargo, seguíasiendo una ciudad pequeña para los estándaresmodernos, alcanzando tal vez los cien milhabitantes. Esto le permitía mantener una identidadcultural y política muy acusada, y los residentesextranjeros, a pesar de verse privados de voto,disfrutaban de las garantías y de la protección de laley. Para el despacho de sus asuntos, comercialeso legales, se remitían a una institución bastanteparecida a nuestras oficinas consulares, cuyorepresentante era un ciudadano ateniense quemantenía especiales relaciones con la ciudad deorigen.

Desde un punto de vista ideológico, el tema dela guerra contra los persas se mantuvo vivo tanto enlos máximos niveles de la actividad publicística y delteatro como, al parecer, a nivel más modesto, en lapintura de las vasijas, que aporta el testimonio de

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pintura de las vasijas, que aporta el testimonio deescenas bastante similares a las viñetas satíricas.

En una jarra con figuras rojas conservada en elMuseo de Hamburgo, un griego, desnudo y con elpene erecto cogido con la mano, corre hacia unpersa (reconocible por su indumentaria oriental ypor la forma de la barba) que, doblado en dos,muestra las nalgas con cómica y resignadaexpresión. Es la transposición figurativa de loschistes maliciosos que con toda seguridadcirculaban entre las tripulaciones de la flota y lasunidades del ejército y que son habituales todavíahoy en esos ambientes.

En los más altos niveles, incluso excelsos,conviene recordar en cambio la preparación y lapuesta en escena de Los persas de Esquilo,patrocinada en 472 por un muchacho de poco másde veinte años, un joven aristócrata del clan de losAlemeónidas, que pronto iba a dar mucho quehablar: Pericles. Hoy en día una obra semejantecabría asimilarla a una gran película de guerra porsu fuerte carga ideológica, pero no hay que olvidarque para los griegos, y sobre todo para losatenienses, la tragedia tenía también un valor

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sagrado. Esquilo respeta a los enemigosderrotados, describe la angustia de la derrotadesde el lado de los persas y en particular de laReina Madre Atosa, pero pone asimismo de relieveel concepto de la hybris, la arrogancia de quienrechaza sus limitaciones humanas, algofundamental en la ética de los griegos.

El Gran Rey había sido castigado con laderrota por haber violado los límites puestos por lanaturaleza a su poder, por haber sojuzgado al mar ymalherido la tierra llevando a cabo accionesprepotentes. De este modo la tragedia teníatambién una función edificante sobre el público, queseguía las representaciones con extraordinariapasión. Y, sin embargo, también Atenas se vería undía mancillada por una jactancia semejante,embriagada por su éxito y su poderío. Entre sushombres de estado había personajes de granambición, de gran inteligencia y también de granarrogancia, como Temístocles, que pensaban queno existían límites para el atrevimiento. Y habíahombres moderados, como Cimón, que creían másen el equilibrio: si funcionaba entre los diferentespoderes del estado y los distintos integrantes de la

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sociedad, también debía funcionar en la políticaextranjera, entre los diferentes potentados deGrecia.

Como veremos, la ciudad decidió recorrerhasta sus últimas consecuencias el camino de unagran potencia, y las invitaciones a la prudencia delos más avisados no iban a ser suficientes paradetener su carrera. De todas formas, un ciertopesimismo típico de la naturaleza griega alimentabael convencimiento fatalista de que las ciudades, aligual que los hombres, tenían un destino marcado.Las palabras que Heródoto pone en boca de unoficial persa en el momento de la invasión del año480 expresan, en realidad, un convencimientoprofundo del propio autor: «Es difícil para el hombrecambiar el sentido de aquello que ha de sucederpor voluntad de los dioses. Y la peor de las penashumanas es precisamente ésta: el prever muchascosas y no tener ningún poder sobre ellas».

15 de septiembre de 1999He telefoneado a Atenas, como tengo ya por

costumbre. La voz de Kostas esconsiderablemente más débil y temblorosa ycuando transcribo nuestras conversaciones de la

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grabadora tengo a menudo que rebobinar la cintarepetidas veces para comprender qué es lo quedice. Y, sin embargo, su ingenio viene siempre ensu ayuda.

- Me ha divertido la historia de esa jarra con elgriego que corre detrás del persa con el pájaro enla mano y el otro que le pone las nalgas.

- Lo hubiera jurado. Por otra parte, es unamanera de hacer comprender también aquello quedecía y bacía la gente común. No vamos a estarsiempre hablando únicamente de Temístocles yde Cimón.

- Claro que sí. Y la gente corriente decíaprecisamente lo mismo que decimos nosotros: «Aesos persas les meteremos en un puño».

- Más o menos.- ¿Y qué me dices de la historia de ese

trirreme que fue reconstruido tal cual?- ¿El Olympias?- Sí, ése. ¿Tú lo has visto? ¿Tan potentes

eran esas naves?- Ya lo creo. No sólo lo he visto, sino que

incluso he subido a bordo. Una experienciafantástica, con el cómitre que gritaba: Two in, three

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fantástica, con el cómitre que gritaba: Two in, threeout! (¡Dos dentro, tres fuera!), marcando el ordende los remos. En cierta ocasión, en una travesía deprueba, lograron alcanzar ¡os doce nudos develocidad: es algo extraordinario para una nave deese género. Se forjaron trescientos mil clavos decobre, todos ellos hechos a mano, paramantenerla unida, y en los bancos se puso abogadores profesionales. Verlo navegar fueincreíblemente emocionante. Era como estar enSalamina; más, teniendo lugar las pruebas en esemismo mar.

- ¿Y ahora qué ha sido de él?- Está estropeado. Se le rompió la sobrequilla

en una de sus salidas y no creo que tenganninguna intención de repararla. Una verdaderalástima, pues acabará por pudrirse. Piensa que esel único modelo a escala de 1:1 capaz defuncionar que haya sido construido nunca. Encierta ocasión, me parece, lo intentó Napoleón///,pero fue un auténtico fiasco: creo que ni siquieraconsiguió moverse. En cambio, éste ha hechovarias salidas después de todo,

- Pero ¿es seguro que estaban construidos

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así? ¿Con tres órdenes de remos superpuestos?- ¿Has visto la foto que te mandé?- Sí. Aunque no distingo muy bien los detalles.

Veo poco, ya sabes.- Es prácticamente seguro que tenían tres

órdenes de remos superpuestos.- ¿Y cómo puedes asegurarlo?- Bueno, hay pinturas de vasijas, frescos de

época posterior y luego hay un verso deAristófanes que no deja dudas al respecto.

- ¿Por qué?- Porque se deduce de él que los remeros del

segundo orden tenían las posaderas a la altura dela boca de los del tercero, con las consecuenciasque puedes perfectamente imaginarte.

Le oigo reírse al otro lado de la líneatelefónica. Los chascarrillos le producen siemprerisa.

- ¿Qué es lo que te ha impresionado nías deeste capítulo?

- La conclusión: esa frase de Heródotocontiene todo el pesimismo político y existencialque pueda uno imaginarse.

- Él, sin embargo, la pone en boca de un

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persa.- No creo que cambie mucho la cosa. Es lo

ineluctable del destino lo que pesa y el hombrenada puede hacer contra ello. Y el prever losreveses que pueden suceder no es ciertamente deningún consuelo.

- Ah, olvida eso: Aristófanes es más divertido:estoy leyendo Los acarníenses porque me servirámás adelante y es fantástica. ¿Recuerdas esa vezque la vimos en el Odeón de Herodes Ático?

- Por supuesto. Y estaban también todos tusamigos. Os moríais de risa.

Y ríe de nuevo. Creo que Aristófanes le hacebien.

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Pericles

La victoria de Salamina continuó ocupando elescenario cultural y propagandístico de Atenas y deGrecia por un largo periodo. También la tragedia deFrínico Las fenicias hablaba de la derrota de lospersas; se iniciaba con una escena ambientada enel palacio de Jerjes, donde un servidor preparan;)los asientos para los notables del imperio. Es depresumir que la popularidad del vencedor seríaproporcional al prestigio de aquella victoria. En 470Temístocles se presentó en Olimpia para asistir alos Juegos haciendo levantar, como alojamientopropio, una tienda más bien llamativa y un poco denuevo rico, que despertó los comentarios salacesde los aristócratas. No obstante, a su entrada en elestadio fue aclamado más que los propios atletas

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vencedores de las competiciones.Actualmente, un acontecimiento semejante no

asombra ya a nadie porque la televisión difunde entodos los hogares del mundo la imagen de lospersonajes importantes de tal forma que resultanreconocibles a primera vista, pero en la Antigüedadla circulación de las imágenes de las personas seproducía únicamente a través de las estatuas y delos retratos. Es evidente que aquellos que lereconocieron en primer lugar hicieron correr la voz através de las filas de los espectadores como unaexhalación.

En aquel mismo año Temístocles fue víctimadel ostracismo y el hecho de resultar tan fácilmentereconocible a primera vista puede haber influidotambién en su apartamiento. El gran caudillo huyó aArgos y a continuación vagó por varias localidadesdel Peloponeso durante todo el año siguiente,mientras que Cimón, a la cabeza de la flotaconfederada, obtenía el mayor éxito de su vida:avanzando a lo largo de la costa meridional deAnatolia, en la desembocadura del río Eurimedonte,en Panfilia, entabló batalla con la flota persa y laderrotó; luego, desembarcó e infligió una gran

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derrota al ejército de tierra. Cuando apareció unaflota fenicia de refuerzo le hizo frente de nuevo pormar, entabló una segunda batalla naval y dispersó ala escuadra enemiga, Doscientos trirremes fuerondestruidos, siendo capturados en número mayor, yveinte mil soldados enemigos hechos prisionerosfueron vendidos como esclavos. Luego, Cimón sevolvió contra Chipre.

Con el dinero del botín y las gananciasobtenidas de la venta de los esclavos se financiócon recursos frescos la construcción de las LargasMurallas.

La gloria de Cimón estaba en su apogeo, tantomás cuanto que las tristes peripecias de Pausaniasen Esparta habían permitido a los éforos examinarsu correspondencia y encontrar en ella documentosgravemente comprometedores también paraTemístocles. Los éforos pidieron a los ateniensesque condenaran a muerte a Temístocles. Éste, quehabía humillado en el campo de batalla al Rey deReyes, tuvo que huir, siendo buscado por todaspartes, primero en Epiro, luego en Corfú y por últimoen Asia Menor, donde fue recibido benévolamentepor el sucesor de Jerjes, Artajerjes. Parecía

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evidente que esta acción, en la que estuvieronimplicados agentes atenienses y espartanos enmisión conjunta, deja traslucir una entente cordialeentre las dos ciudades y la política de Cimón, quetendía a un reparto de las esferas de influencia -marítima para Atenas, continental para Esparta -,política que Temístocles había aborrecidoenormemente. Estando así las cosas no cabeexcluir tampoco que las misivas encontradas en elarchivo secreto de Pausanias fueran más o menosinventadas: por desgracia, a falta de elementosfidedignos, hemos de movernos en el terreno de lasespeculaciones.

Es cierto que Temístocles estaba al corrientede estrategias reservadas y de datos de primeraimportancia en el ámbito militar y económico, y poreso mismo el Gran Rey Artajerjes le dispensó untrato principesco asignándole la renta de tresciudades enteras, típica costumbre persa queencontramos varias veces también en la Anábasisde Jenofonte. Tal vez beneficiaran al fugitivo lasmisivas que había escrito en el pasado, si es quelas escribió, y en todo caso le beneficiaron sin dudalos conocimientos que tenía y que podían convenir

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los conocimientos que tenía y que podían convenirmucho al enemigo. Nuestras fuentes, sin embargo,refieren que cuando el rey persa le pidió que leayudara contra Atenas y contra los griegos, él, poruna parte afligido debido a que no podía demostrargratitud por la hospitalidad recibida, y por otra noqueriendo traicionar a su pueblo, prefirió darsemuerte. Murió en Magnesia con tan sólo sesentaaños, tras haberse despedido de los amigos unopor uno con un apretón de manos, ingiriendo unveneno de acción instantánea. Dejó muchos hijos ehijas, de las que, curiosamente, una se llamabaItalia y otra Asia. Plutarco vio su tumba casi seissiglos después en la plaza principal de Magnesia.

Mientras Cimón se hallaba ocupado conChipre, la ciudad de Tasos, situada en la isla delmismo nombre, abandonó la liga tomando unadecisión unilateral; el general ateniense respondiócon el bloqueo naval de la isla y el sitio de la ciudad,que requirió sin embargo de unos dos años paraser llevado a término. El motivo del enfrentamientoentre Atenas y Tasos eran las minas de oro delmonte Pangeo y la ambición ateniense de controlarcon una colonia el paso del rio Estrimón en una

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localidad conocida como de los «nueve caminos».El intento acabó en derramamiento de sangrecuando los colonos que se habían lanzado al interiorfueron aniquilados por los tracios edones en lalocalidad de Drabesco.

Como hemos dicho, se mantuvo el sitio deTasos, hasta el punto de que los habitantes de laciudad mandaron un mensaje a Esparta parapedirle que invadiera el Ática con el objeto deobligar así a los atenienses a retirarse de la islapara defender su territorio. Tucídides - el granhistoriador que continúa la labor de Heródoto, perocon una metodología original que goza dereconocimiento todavía en nuestros días -, cuentaque los espartanos estaban listos para marcharcuando se produjo un espantoso cataclismo: unterremoto de devastadora potencia arrasó laciudad, dejando en pie, según la tradición, tan sóloun edificio.

Cimón, que había regresado a Atenas, fueacusado ante la Asamblea por sus adversariospolíticos, principalmente por Enaltes y, en menormedida, por Pericles, los cuales habían recogido eltestigo de la política antiespartana de Temístocles.

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Habladurías que corrieron por aquel entonces, y quehan llegado hasta nosotros gracias a la pluma dePlutarco, refieren que la hermana de Cimón, una talElpinice, habría ido a ver a Feríeles en privado, conel fin de inducirle a retirar la moción contra suhermano. Pericles le habría respondido displicente:«Vieja estás, Elpinice, vieja estás para este tipo decosas». Es probable que Elpinice fuera aún unabella mujer, pero acaso sobrevaloraba sucapacidad de seducción, admitiendo que se tratarade esto.

Se acusaba a Cimón de haber aceptado orode parte del rey Alejandro de Macedonia para noavanzar hacia el interior con el propósito de ocupartodo el territorio que los tasios poseían en tierrafirme. Cimón habría respondido que en Atenas élera el proxeno (es decir, el «representanteconsular») de los espartanos, que eran pobres, node los tesalios o de los jonios, que eran ricos. Eltribunal le absolvió y el reanudó su política deequilibrio entre las dos grandes potencias deGrecia.

De haber estado en aquel momentoTemístocles en Atenas, la historia habría seguido

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unos derroteros muy distintos porqueprobablemente él no habría dejado escapar laoportunidad de hacerle doblar la rodilla a su rival, yde este modo habría cambiado por completo elescenario para el futuro del helenismo; pero, comoes obvio, no cabe plantear una hipótesis semejanteen el contexto de unas simples especulaciones. Yapensaron, de todos modos, los ilotas en golpear sinvacilación: se levantaron en masa y atacaron laciudad. Fueron rechazados por el valor del joven reyPlutarco, pero ellos, en vez de someterse,emprendieron viaje hacía su patria ancestral,Mesenia, y se atrincheraron entre las ruinas de suantigua capital, lióme, un lúgubre lugar sobre el quecorrían siniestras leyendas. Decíase que el últimode sus defensores, el rey Aristodemos, como enotro tiempo Agamenón en Áulide, había sacrificadoa su propia hija con el fin de obtener la victoriacontra los espartanos.

Ahora los lejanos epígonos de aquellosantiguos combatientes se pusieron a restaurar lasmurallas y las casas preparándose para un largositio por parte de las tropas espartanas.

Cimón, que se habría podido contentar con una

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Cimón, que se habría podido contentar con unaposición neutral, convenció por el contrario a laAsamblea para que votase el envío de cuatro milhoplitas con el fin de ayudar al ejército espartano enapuros. El reducido ejército partió entre las fuertesprotestas de la oposición, contraria a la idea de quela democracia ateniense mandara un cuerpo deejército para apoyar a un gobierno de oligarcasresuelto a someter bajo su yugo a un pueblolargamente oprimido pero digno de la mayor estimapor no haber olvidado jamás sus propias raíces denación libre y valerosa.

La llegada de los atenienses, sin embargo, nohizo avanzar ni un ápice las operaciones e, incluso,llegó a provocar la desconfianza e irritación de losespartanos. Quizá las tropas áticas no escondían susimparía por los ilotas sitiados, quizá algún oficialateniense dijera alguna palabra de más. El caso esque los espartanos en un determinado momentolicenciaron a los atenienses, afirmando no tener yanecesidad de ellos. Aquel gesto fue tomado comouna afrenta sangrante y provocó una reaccióndurísima: Péneles y Efialtes estaban eninmejorables condiciones para acusar a Cimón y

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solicitar su ostracismo. El gran caudillo, el héroe delEurimedonte, tuvo que abandonar la patria sin haberconstituido nunca un peligro para las instituciones,más bien, todo lo contrario. Cimón veía a Esparta ya Atenas como una yunta de bueyes que debían tirardel arado de la política griega conjuntamente y enplena concordia; pensaba que sin una de las dosciudades Grecia estaría «coja» y estaba totalmenteconvencido de que los enemigos de los griegoseran los persas.

El hecho de que Cimón y quienes lesecundaban quedaran en minoría permitió a Enaltesllevar a cabo otro ajuste institucional hacia la plenademocracia: hizo votar una moción que privaba alAreópago de todas las atribuciones políticas fuerade su antigua competencia en materia de delitos desangre. El último baluarte de la aristocracia eradesmantelado con una operación de ingenieríainstitucional que tan sólo puede encontrarequivalente en nuestros días en la desautorizaciónde la Cámara de los Lores en Inglaterra por partedel gobierno de Tony Blair. Únicamente faltaba uncorolario para la plena soberanía popular: laretribución pública de los cargos que permitiera a

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quien vivía de su propio trabajo dejarlo paraponerse al servicio de su país. Una medida quetomaría el mismo Pericles durante el período en queocupó sin interrupción el cargo de estratego, desde449 hasta 429 a. C.

En ese mismo año Esquilo representó laOrestíada, la monumental trilogía (Agamenón. Lascoéforas. Las Euménides) que le consagraría comouno de los máximos genios universales. Los tresdramas, que alguien ha definido como el punto másalto jamás alcanzado por la mente humana, cuentanuna de las historias más sangrientas del mitogriego, el epílogo de una espantosa cadena devenganzas. Atreo, rey de Micenas y padre deAgamenón, tiene noticia de que Tiestes haseducido a su mujer; para vengarse le invita acenar, le sirve las carnes de sus hijos muertos y alfinal de esa comida monstruosa le revela lo que hacomido. El hijo superviviente de Tiestes, Egisto,seduce a la mujer de Agamenón, Clitemnestra, y laconvence de que mate a su marido a su regreso dela guerra de Troya. También Clitemnestra tienemotivos para vengarse ya que Agamenón hasacrificado a su hija Ingenia para hacer propicia la

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expedición a Troya.Pero Orestes, hijo de Agamenón, no puede a

su vez dejar de vengar a su padre, aunque ellosuponga matar a su madre. Es una escena dealtísima emoción dramática aquella en queClitemnestra desnuda su pecho delante del hijogritando: «¡Hiere, si eres capaz, este pecho que teha alimentado!». Y Orestes la hiere de muerte. Laescena se desarrolla prácticamente delante mismode los espectadores y puede imaginarse uno elimpacto que debió de producir sobre las personasque, con el aliento en suspenso, asistían a larepresentación. Y podemos imaginarnos al público:casi sin ninguna duda en la gradería estabansentados Pericles y Efialtes, que acababan deponer en marcha la gran reforma, y también losmiembros del Areópago. Tal vez estaba Mirón, un¡oven artista que revolucionaría el arte de laescultura, y quizá estaba Fidias, que legaría a laeternidad en forma plástica el espíritu mismo de suciudad: probablemente en aquel momento sedisponía ya a realizar una obra que le había de darfama eterna.

Se discute si las mujeres podían asistir a las

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Se discute si las mujeres podían asistir a lasrepresentaciones escénicas, pero si así era, comosostienen algunos, quizá estuviera también Elpinice,la hermana de Cimón. Y es muy probable asimismoque estuviera el cantero Sofronisco con su mujerFenárete, una comadrona que había dado a luzhacía poco a un niño, sano pero nada bonito, que undía conquistaría fama inmortal. Le había puesto pornombre Sócrates.

Muerta la madre. Orestes es perseguido porsus Erinias, las espantosas divinidades de lavenganza: sus ojos derramaban lágrimas de sangre,su piel emanaba un insoportable hedor aputrefacción, sus cabellos estaban empañados desangre y hormigueaban de sierpes venenosas.Divinidades de la violencia ancestral, de la justiciaprivada más cruel e implacable, desencadenaron enel ánimo de Orestes una contradicción incurable. Él,que había dado muerte a su madre para vengar a supadre, había asumido en ese mismo instante laobligación imposible de vengar a la madre. Al final,perseguido por las Erinias, el joven llega a Atenas,donde se somete al tribunal del Areópago, que conla ayuda de Atenea pone arreglo a la desgarradora

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dicotomía.Captada su atención por una acción escénica

de absorbente poder, arrastrados en el torbellino depasiones o de pathos extremo, los espectadoresllegan a un desenlace en el que una interminablecadena de arcaicas venganzas se rompía por elveredicto de un órgano institucional de su ciudad.Era el triunfo de la ley sobre la arbitrariedad, de lanorma sobre el caos, del derecho público sobre eltomarse la justicia por propia mano. Era laconsagración del paso del mundo arcaico de losaristócratas, basado en las venganzas personales,al mundo moderno de las instituciones urbanas.

La elección de un desenlace de esta naturalezano podía darse más que desde una óptica deglorificación de la ciudad, con todos suscomponentes sociales y políticos armónicamentefundidos. El Areópago era celebrado por un ladocomo asamblea de los aristócratas, y por otro comoinstitución devuelta por las reformas recientes a sufunción primigenia de tribunal que entendía de losdelitos de sangre. Un tribunal que Esquilo exaltabacomo finalmente «libre de todo aditamento que,como fango, enturbia el agua». Y no es, por cierro,

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una simple casualidad que precisamente en estatrilogía aparezca por primera vez la expresión«gobierno del pueblo», o sea, democracia.

La ciudad estaba ya lanzada hacia suirresistible ascensión, guiada por el genio del jovenPericles, que había tomado las riendas del partidodemocrático radical tras el asesinato, todavíairresuelto, de su maestro Efialtes. El Pirco era unhervidero de navíos, las plazas rebosaban de todogénero de mercancías: la presencia, atestiguadapor las fuentes, de hortalizas y fruta fresca en plenoinvierno en los mercados atenienses demuestra queexistía una clientela capaz de pagar su precio y quelas naves mercantes estaban en condiciones detraerlas de Chipre, de Egipto o de Siria en tan brevetiempo como para que no se viera afectada sufrescura. Igual que los míticos higos de Cartagorepartidos por Catón el Viejo entre sus colegas delSenado de Roma.

En 460, según figura en una inscripciónpublicada en 1936. Fidias, recién cumplidos lostreinta años (había nacido probablemente en el añode la batalla de Maratón), recibió el encargo deesculpir en bronce una estatua de Atenea para ser

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colocada en la Acrópolis, De nueve metros de alto,fue el primer coloso jamás realizado en Occidente(el último es la estatua de la Libertad de NuevaYork) y la punta chapada de oro de su lanza refulgíaa gran distancia y era visible desde el mar para losnavíos que entraban en el Pirco. Con la manoizquierda sostenía un gran escudo historiado,realizado por el broncista Mys (un nombre más biencurioso, que significa «topo») a partir de unosbocetos de un pintor de Éfeso tan bueno comopresuntuoso y arrogante: Parrasio.

Éste se hacía llamar «el hombre del dulce vivir»o también «el príncipe de los pintores». Peroparece que en realidad no era sino un prodigio deartista de una habilidad excepcional, sobre todo enlo que se refiere al trazo y al dibujo (sus carboncilloseran vendidos todavía por cifras desorbitantes porlos anticuarios romanos en los siglos I y ll d.C). Másdifícil de comprender es a qué se refiere ese «dulcevivir», pero sabemos que uno de sus pasatiemposconsistía en pintar cuadritos de un erotismo subidode tono que podrían explicar precisamente elepíteto.

Abandonada la política proespartana, Atenas

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Abandonada la política proespartana, Atenasse alineó con sus enemigos, los argivos y lostesalios, llevando a cabo una elección sin vueltaatrás que la llevaría antes o después a enfrentarsecon la rival. Se alineó hasta con Megera, susempiterna enemiga, porque en aquel momentoestaba en guerra contra Corinto, aliada de Esparta.A semejanza de cuanto los atenienses estabanhaciendo entre el Pireo y Atenas, los megarensesconstruyeron un sistema de «largas murallas» queunía la ciudad con su puerto, en el golfo Sarónico,de suerte que, si el otro puerto de Nisa, en el golfode Corinto, se veía amenazado o sometido abloqueo, la ciudad siempre podría ser avitualladapor el este. Siguió un período de duroenfrentamiento con Esparta, incluso armado,durante el cual los atenienses combatieron {yvencieron), al lado de los argivos, a los espartanosen Énoe, en el Peloponeso.

Siguieron otros enfrentamientos muy violentos yen varios frentes: en la isla de Egina y en Mégara,donde se libró una violenta batalla contra loscorintios, de resultado incierto. En aquel mismo año,tras cerca de un lustro de sitio, los espartanos

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vencieron la resistencia de los ilotas en Irome, perolos atenienses consiguieron evitar una matanza,gracias en parte a la intervención del oráculo deDelfos, que emitió un vaticinio muy explícito:«Liberad a los que suplican a Zeus Itometa».

Se hacía referencia en el al santuario de Zeussituado intramuros de la ciudad sitiada, y el oráculoseguía sin tener fácil explicación toda vez que enaquel período el santuario estaba decididamentedel lado de Esparta. Los espartanos permitieron alos ilotas alejarse y los atenienses los afincaron enNaupacto, Ubres por vez primera desde sunacimiento, pero de este modo se asegurarontambién una base amiga precisamente a la entradadel golfo de Corinto.

Atenas estaba ahora comprometida en varios;frentes y aquel año se había reanudado la ofensivacontra Chipre para apartar definitivamente la granisla del control persa. Mientras tanto en Egipto, queera también provincia persa, había estallado unarebelión capitaneada por un príncipe líbico denombre Inaro, el cual pidió la ayuda ateniense parapoder resistir la contraofensiva de los persas.Aquella petición significaba que Atenas había

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alcanzado el nivel de gran potencia internacional yque su estructura militar era considerada capaz deplantar cara al ejército imperial. Además, para losatenienses representaba una oportunidadextraordinaria. Egipto era un lugar de fábula, unEldorado del que se contaban maravillas, pero eratambién, y más concretamente, el mayor productorde trigo del mundo, el único productor de papiro, latierra en que había custodiadas inmensas riquezas,enormes cantidades de oro. Fue aparejadainmediatamente una flota que remontó el Nilo ydesembarcó un cuerpo de expedición para ocuparla capital, Menfis, pero la guarnición defensivapersa resistió en su fortaleza y la guerra entró enuna situación de tablas.

En los restantes frentes se siguió combatiendocontra los espartanos y sus aliados en Tanagra,pero sin fortuna. Dos meses después, sin embargo,los atenienses, en absoluto intimidados, reanudaronlas hostilidades contra los beodos, que estabanahora solos; les infligieron una dura derrota enEnofita, extendiendo su hegemonía sobre Beocia ysobre Fócide. La alianza con los focenses eracrucial porque condujo al control del santuario de

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Delfos. Se trataba de una jugada maestra, ya que eloráculo Delfos gozaba de un prestigio y de unaautoridad sin parangón: nadie podía desafiarlo nitampoco nadie podía permitirse hacer caso omisode él. Por si fuera poco el santuario tenía un pesoeconómico enorme debido a la inmensa cantidadde tesoros dedicados como exvoto que seconservaban dentro del recinto sagrado. Aquellamontaña de oro y de plata, si se utilizaba de modoapropiado, podía transformarse en una fuerza deexcepcional impacto. Pero poner las manos sobreDelfos era como ponerlas dentro de un avispero,porque el santuario era garantía de equilibriossupranacionales que nadie podía impunementesubvertir ni tampoco alterar. Precisamente por esoera de prever que habría reacciones violentas,como en efecto las hubo.

Poco tiempo después Egina se rindió: Atenasimpuso la demolición de las murallas, la entrega dela flota y el pago anual de un tributo. Resultachocante el contraste en este período entre lasacciones de gran aliento que la ciudad llevó a cabofuera de Grecia, desde Egipto hasta Chipre, desdelos Dardanelos hasta Libia, con acciones no solo

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los Dardanelos hasta Libia, con acciones no solomilitares sino también diplomáticas que seextienden hasta Italia y Sicilia, y las estrecheces dela situación en la península helénica, donde laacumulación de tantas entidades de fuertepersonalidad y la ruptura de los equilibriosperseguidos por Cimón causaba una conflictividadcontinua y casi endémica. Aunque referidas a unperíodo posterior en algunos años, sonimpresionantes las palabras que los corintiospronunciaron sobre los atenienses: «No están nuncaen paz y no dejan tampoco en paz a nadie».

En 456 se ultimó definitivamente laconstrucción de las Largas Murallas, un doblepasillo fortificado que, reuniendo en un únicosistema defensivo el recinto amurallado urbano deAtenas y el Pireo, unía la ciudad con el puerto y lahacía de hecho inexpugnable mediante asedio,mientras su flota dominara el mar. Precisamentepara afianzar de forma inequívoca su dominio delmar, Atenas envió una flota a circumnavegar elPeloponeso en aquel mismo año. Se trató más quenada de una exhibición de fuerza que no obtuvograndes resultados aparte de la destrucción de los

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arsenales de Gythion, la base naval de losespartanos. La flota regresó a Patrás e infligió unadura derrota a los habitantes de Sición, aliadostambién de Esparta, antes de retornar por la mismavía. Mientras tanto la situación en Egipto ibadeteriorándose cada vez más. En un primermomento el Gran Rey había tratado de quitar de enmedio al contingente ateniense convenciendo a losespartanos de que invadieran el Ática y habíaenviado a este fin a un emisario suyo con una fuertesuma de dinero. La diplomacia persa habíacomprendido enseguida que atacar frontalmente alos griegos, ya fuesen atenienses o espartanos, noera algo conveniente; el único resultado que seobtendría con ello sería unirlos aún más y la derrotaen campo abierto sería poco menos que segura.Era mucho mejor indisponerlos unos contra otros,explotando las diferencias y rivalidades entre cadauna de las polis. Por otra parte, ya los mismosatenienses habían entablado autónomamentenegociaciones con Persia sin resultado.

Según una reconstrucción cronológica que anosotros nos parece creíble, la batalla delEurimedonte habría tenido lugar entre 466-65. E

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inmediatamente después, en 465, habría sidoenviada la embajada ateniense encabezada por elalemeónida Calias, al que el Gran Rey Artajerjesaceptó recibir por temor a perder Chipre. La misióndiplomática no surtió ningún efecto, pero en el cursodel siglo IV los círculos moderados atenienses,nostálgicos de la política de Cimón y de) poder delAreópago, elaboraron el texto de una presunta «pazde Calias», suscrita por el Gran Rey en 449 a.C,con la que aceptaba la supremacía ateniense en elEgeo y se comprometía a no entrar en él con su flotay a mantener sus tropas a una distancia de tres díasde marcha de la costa del Asia Menor.

Es opinión bastante extendida entre losestudiosos que el texto, totalmente favorable aAtenas y de renuncia para los persas, es falso. En eltiempo en que fue elaborado no faltaban razonespara meditar acerca de los efectos devastadoresde las guerras fratricidas entre griegos para granprovecho de Persia, mucho antes de que Filipo yAlejandro de Macedonia obligasen por la fuerza atodos los griegos - a excepción de los espartanos -a una alianza militar contra el Imperio persa, quehabía de causar la destrucción de este y el

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nacimiento de un imperio griego, por más que fueseefímero, que abarcaba del Adriático al océanoíndico, del Danubio at Indo.

Pero volvamos a los años de la misión persaen Esparta, que probablemente deberíamos situaren torno al año 456. A decir de Tucídides, el dineroque debía convencer a los espartanos de atacarAtenas, a fin de inducirla a hacer regresar a sustropas de Egipto, fue gastado, al menos en parte,sin que se obtuvieran especiales resultados. Tal vezel persa consiguió corromper a alguien, pero no eratan influyente como para determinar la decisión delgobierno: el hecho es que el Gran Rey decidiópasar a la acción y envió un cuerpo de ejército queaplastó a los atenienses y a sus aliados de Menfis.Estos se atrincheraron en la islita de Prosopítide, enel delta del Nilo, donde resistieron un año y medio.

Al final, sin embargo, el comandante persa, alno conseguir desembarcar sus tropas de asalto,desvió el canal que rodeaba la isla, varó las navesatenienses c hizo cruzar al ejercito por tierra firme.Superiores en número, bien alimentados ypertrechados, los persas tenían todas las de ganarcontra las tropas exhaustas de la liga ateniense, que

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contra las tropas exhaustas de la liga ateniense, quefueron derrotadas. Pero ello no bastaba: una flotaateniense de refuerzo, que probablemente llevabavíveres y tropas de refresco, desconocedora de loque había sucedido, se acercó para atracar; perose vio atacada frontalmente por las tropas persasde tierra y por la espalda por una flota fenicia, y fueaniquilada. Unas pocas unidades consiguieronllegar a mar abierto y llevar a Atenas la noticia de laderrota. Inaro, el organizador de la revuelta, fueapresado vivo por los persas y empalado.

Los supervivientes de aquel desastreconsiguieron abrir una brecha y buscaron unaescapatoria marchando a lo largo de la costa delMediterráneo hasta Cirene. Tucídides liquida conunas pocas líneas esta empresa que debió de sernovelesca: aquel grupo de desesperados debió demarchar durante más de dos mil kilómetros a travésdel desierto sin víveres ni equipamiento, sembrandoel terreno de muertos.

Cincuenta años después un grupo demercenarios griegos que habían luchado en lascercanías de Babilonia a sueldo del príncipe persaCiro, al quedarse sin mando, emprendieron la

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retirada remontando el Tigris y, tras atravesar lasmontanas de Armenia en pleno invierno, intentandotambién alcanzar una colonia griega, llegaron por final mar Negro. Iba con ellos un escritor ateniense,Jenofonte, que les haría famosos como los míticos«Diez Mil».

Cabe preguntarse cómo es que la gente comúnen Atenas había aceptado, tras el ostracismo deCimón, el gravoso tributo en términos de vidashumanas que la política imperial de la ciudad lesimponía. Y sin embargo, aunque pueda parecerextraño, las quejas por la política de Cimón no semanifestaron hasta mucho más tarde en los círculosconservadores; en la primera mitad del siglo IV. Lademocracia les hacía a todos corresponsales: nohabía ya un Areópago que criticar o un jefearistocrático al que atribuir gravesresponsabilidades. Todos habían dado suaprobación, todos se habían consideradocopartícipes de las elecciones propuestas en laAsamblea. Es cierto que había una motivación deorden tanto social como económico que pesabamuchísimo sobre este tipo de elecciones. Laconsolidación de Atenas, sus conquistas y la

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constitución de su imperio naval eran en buenamedida mérito de los remeros de la flota, de sucoordinación, de su «juego de equipo». Y losremeros eran tetos, o sea, gentes sin bienes, queen el servicio a bordo de las naves de guerrapercibían un estipendio seguro y continuado. Amuchos de ellos además se les establecía en losasentamientos militares de defensa de ultramar quelos atenienses llamaban cleruquias (de kleros,suerte). En ellos recibían un lote de tierra, unavivienda y tal vez también esclavos, y por lo tanto unstatus social envidiable que tenía su raízprecisamente en el hecho de ser ciudadanos deAtenas.

Una de las consecuencias de la afirmación dela democracia radical fue, pues, el imperialismo y laproliferación de los conflictos. Todo esto,obviamente, se sublimaba en el patriotismo: cadaotoño la ciudad se reunía en el momento solemnede las celebraciones, en los ritos que exaltaban elhonor y el valor de aquellos que habían caído por lapatria; se lamía las heridas y se preparaba para unanueva época de grandeza.

E n Las suplicantes. Esquilo proporcionó una

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vez más una base mítica que justificara la nuevapolítica ateniense de alianzas en un sentidoantiespartano, volviendo a evocar la antiguafraternidad entre atenienses, argivos y tesalios entiempos de los pelasgos, pueblo ancestral que talvez deba ser identificado con la memoria históricade los micénicos. Así, sentados en las graderías depiedra de su teatro, los atenienses se veíanreflejados en su pasado mítico, recomponían suscontradicciones en el majestuoso ritmo de losversos de sus poetas y templaban susconvicciones.

La derrota en Egipto fue ciertamente muyamarga, no sólo por ver roto el sueño de un dominiode ultramar sobre un país increíblemente grande yrico, sino también por las grandes bajas humanassufridas y las pérdidas económicas que supuso.Los atenienses se dieron cuenta entonces de quese encontraban en una posición difícil, expuestostanto en el frente interior, contra Esparta, como en elfrente exterior, contra Persia. Pensaron, por lo tanto,que era mejor arreglar el berenjenal griego, dondeno se vislumbraba ninguna vía para sus tentativasexpansionistas. Llamaron entonces del destierro a

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expansionistas. Llamaron entonces del destierro aCimón, el hombre que mejor que nadie sabía cómotratar con los espartanos y cómo luchar contra lospersas.

El héroe volvió, dócil al llamamiento de suciudad, y negoció con los espartanos una paz decinco años; a continuación se puso a la cabeza deuna nueva flota de doscientas naves de combate yde un aguerrido cuerpo expedicionario, y pusorumbo a Chipre, donde estrechó el cerco a laciudad de Cítio; durante una acción en las cercaníasde Salamina de Chipre, cayó herido y murió. Laflota, entonces, levó anclas para emprender elregreso, pero fue interceptada por la flota fenicia alas órdenes del Gran Rey y tuvo que entablar batalla.El choque, reñidísimo, se decantó del lado de laescuadra ateniense, que regresó al Pireo victoriosa.El balance, sin embargo, fue al final más negativoque positivo, y comenzaba a perfilarse la necesidadde replantearse la política extranjera.

La paz quinquenal apenas firmada resistió aduras penas un año: los espartanos, a pesar desaber cuál era el enorme peso político y moral deloráculo de Delfos, mandaron un ejército a Fócide

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para liberar el santuario con una reserva mentaltípica de los griegos: oficialmente no violaban la pazporque atacaban a los focenses, no a losatenienses, pero el resultado fue idéntico.

Los atenienses contraatacaron al año siguiente(estamos en torno a 448 a.C.) y volvieron a entregarDelfos a sus aliados focenses. Al mismo tiempotrataron de potenciar con una serie de importantesiniciativas tanto litúrgicas como políticas su centroreligioso más importante: el santuario de Eleusis,muy próximo a Atenas, donde se celebraban losmisterios de Deméter y de Perséfone, lasdivinidades del otro mundo, mediante una forma detrance provocada probablemente gracias asustancias alucinógenas. La tentativa no tuvo éxitoporque el prestigio de Delfos era demasiadogrande y sólido y porque la situación en Greciacentral cambió de manera radical en poco tiempo.En algunas ciudades de Beocia, que estaban bajocontrol ateniense desde hacía casi una década, losoligarcas retomaron el poder y proclamaron laindependencia, y al mismo tiempo se rebelaron loslocrenses (una pequeña región de Grecia central).Atenas respondió con determinación enviando a

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Beocia a un general llamado Tólmides. Pero éstefue derrotado en Ceronea y tuvo que replegarse.Fócide, excluida de la coalición con Atenas, yatrapada entre la Beocia independiente y elPeloponeso reunificado bajo la hegemonía deEsparta, tuvo que volver a entrar en la órbita de estaúltima. Obviamente Atenas perdió alguna influenciaen el gran santuario de Delfos, que recuperó, almenos nominalmente, su autonomía.

Pareció, en aquel trance, que los dioseshubiesen abandonado a la ciudad: Eubea, la granisla muy próxima al Ática, se insurreccionóseparándose de la liga de Delos, y Periclesdesembarcó en ella inmediatamente con un ejércitopara recuperar el control. También Mégaradenunció la alianza con Atenas y atacó lasguarniciones atenienses acuarteladas en lasfortificaciones de Nisea, uniéndose otras ciudadesdel Peloponeso, cuyo mando supremo habíaasumido Esparta. El rey Plistoanacte, a la cabezade las tropas de la liga peloponesiaca, atravesó elistmo de Corinto, ya tomado por fuerzas amigas, cinvadió el Ática avanzando hasta pocos kilómetrosde Atenas. Pericles, entonces, regresó

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precipitadamente de Eubea.Plistoanacte quería únicamente dar una lección

a los atenienses: se limitó a devastar el territorio,pero evitó, al parecer, el enfrentamiento directo conel ejército enemigo volviendo a entrar en elPeloponeso con su ejército. Pericles volvió a partirhacia Eubea y la sometió nuevamente al dominio deAtenas.

Ahora era ya evidente que el enfrenta mientocon Esparta no iba a conducir más que a una guerrade desgaste tan costosa como inútil: los hechoshabían demostrado lo que ya la geografía y la lógicasugerían, es decir, que Atenas podía aspirar aldominio sobre el mar mientras que no podía serledisputada a Esparta la hegemonía sobre elcontinente. Se llegó a estipular un armisticiotreintenal y se volvió prácticamente al statu quoanterior. Los atenienses renunciaron a todos susenclaves en el Peloponeso: Nisea, el puerto deMégara en el golfo Sarónico y luego Trecén, Pegasy Acaya. En cambio Esparta no discutía el dominioateniense sobre Eubea y la inclusión de Egina en laliga de Delos. Se establecía así una forma deequilibrio entre dos grandes potencias, cada una de

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equilibrio entre dos grandes potencias, cada una delas cuales estaba a la cabeza de una alianza militar:la liga de Delos y la liga peloponésica, la unapredominantemente marítima, la otrasustancialmente continental.

En aquellos años se convenció a los aliados dela liga delio-ática para que votasen a favor deltraslado del tesoro federal, por motivos deseguridad, desde la isla de Delos hasta Atenas,donde fueron amasados cuatrocientos talentos deplata.

Los artistas, entretanto, representaban unahumanidad nueva, el ideal de un hombre seguro ypoderoso. El bronce, que ya Fidias había fundidopara erigir su Atenea combatiente (Promacos) enlo alto de la Acrópolis, permitía soluciones de unaaudacia inaudita. Su ductilidad y dureza juntas sehubieran dicho la metáfora del hombre ateniense,ingenioso y valiente, temerario y burlón.

Mirón, en torno a 451, esculpió su celebérrimoDiscóbolo, un atleta en el acto de tensarse como unarco antes de realizar el lanzamiento. No nosquedan más que algunas copias en mármol deaquella fantástica obra maestra, caracterizadas, por

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lo tanto, todas ellas, por el antiestético puntal enforma de tronco de árbol, sin el que la estatua serompería por las rodillas; pero el original en broncedescansaba únicamente sobre el pie izquierdo ysobre la punta del derecho: unos pocos centímetroscuadrados de apoyo ejercían de pivote y soporte ala poderosa complexión del atleta, al gran torsomusculoso y a los brazos extendidos en arco, laencarnación de la energía a punto de desatarse.

El dinero acumulado en la Acrópolis fuegastado no sólo ya en las necesidades de caráctermilitar, sino también en el embellecimiento deAtenas. Era una facultad de la ciudad hegemónicagastar así el dinero de todos los miembros de laliga, pero dicha facultad creó uno de los másgrandiosos y espectaculares monumentos de todoslos tiempos, el símbolo mismo del helenismo,imitado en miles de estructuras durante decenas desiglos, el templo por antonomasia, prodigio deproporciones y de armonía, una nave de los diosesapoyada sobre la roca: ¡el Partenón!

Fue Pericles en persona quien lo quiso y paraproyectarlo llamó a los arquitectos Ictino yCalícrates, ambos de escuela hipodámica. Se

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demolió el santuario precedente, una estructuraarcaica conocida como Ekatompedon (cien pies)dedicada también a Atenea Pártenos y decoradacon terracotas polícromas. La erección delmonumento, todo él de mármol pentélico, requirióquince años de trabajos así como el empleo deoperarios muy escogidos. De 69,54 metros de largoy.30,87 de ancho, tenía ocho columnas dóricas en ellado más cono y diecisiete en el largo. En su interiorestaba la cella, dividida en dos partes por unapared transversal en la que se abría el portal quedaba al santuario propiamente dicho. La partebreve, una especie de atrio, estaba sostenida porcuatro columnas, probablemente de orden dórico,estando la parte más larga subdividida en cambioen tres naves de dos filas de columnas dispuestasen dos órdenes superpuestos que llegaban hasta eltecho. Al fondo de la nave central se alzaba laestatua del culto que representaba a la diosaAtenea: un coloso de trece metros de alto de marfily oro.

Para construirla se llamó a Fidias, a quien seconfió la realización de los bocetos para lasesculturas que debían adornar el monumento: las

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metopas del arquitrabe exterior con escenas delucha entre centauros y lapitas, el friso corrido queadornaba el borde superior de la celta con larepresentación de la gran procesión de lasPanateneas, la más importante de las festividadesatenienses, y los grandes grupos escultóricos delfrontón este y del frontón oeste. En el primero deellos estaba representada la lucha de Poseidón yde Atenea por la posesión del Ática; en el segundo,el concilio de los dioses. Se cortaron docenas demiles de metros cúbicos de mármol de las laderasdel monte Pentélico, fueron transportados conrastras hasta el pie de la Acrópolis y desde allíizados mediante árganas y palancas a lo largo deun plano inclinado hasta la inmensa explanadasuperior. Se trataba de bloques escuadrados o derollos cilíndricos de los que luego se sacarían lascolumnas.

Algunos de los más grandes genios creativosque nuestra especie haya producido en toda suhistoria estuvieron presentes en aquella explanadadurante el tiempo que duraron los trabajos:arquitectos, escultores, broncistas, pintoresrodeados de un ejército de discípulos y ayudantes,

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rodeados de un ejército de discípulos y ayudantes,amén de carpinteros, albañiles, artesanos, canterosy decoradores. Se montaron máquinas gigantescaspara levantar y poder trabajar los bloques de variastoneladas de peso, los capiteles colosales dedieciséis metros cuadrados de ancho cada uno y,por último, las estatuas, gigantescas y muy frágilespara adornar los frontones. Lo más probable es quelos bloques fueran izados cuando estabansomeramente esbozados y que luego los artistastrabajasen en el acabado y pulido una vezinstalados.

La ciudad entera asistía al nacimiento de aquelmilagro, y aquellas formas, aquellas proporciones,aquella armonía se convirtieron en los cánonesfundamentales para Grecia y para el mundo. Elpueblo de los dioses y de los héroes, que adquiríaforma y color día a día bajo el cielo ático en mediodel fulgor cegador del sol, era el espejo de unasociedad y de un modelo de vida que el mundoañoraría y admiraría durante siglos y milenios. Laobra fue, durante quince años, lugar deinvestigación, de estudio, de cotejo, de discusión,una poderosa manifestación de energías y talentos.

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Desde aquellas escarpaduras, Fidias yParrasio, Pericles, Calícrates e Ictino podíanabarcar con la mirada su ciudad entera, ver a suspies el recinto del teatro de Dioniso y tal vezobservar las evoluciones de los coreutas y de losactores, que ensayaban bajo la mirada vigilante dedramaturgos que el mundo recordaría eternamente,como Esquilo y Sófocles, Y con ellos subieron otrosgenios a admirar aquella divina casa: el filósofoAnaxágoras y el historiador Heródoto, que enaquellos años trazaba el grandioso fresco de susguerras persas.

Años después, cuando con voz rota por laemoción Pericles conmemoró a los caídos delprimer año de la guerra del Peloponeso, sin dudatenia presentes estas escenas y estas imágenesexaltantes al decir:

Amamos la belleza con mesura y rendimosculto al saber pero sin caer en la debilidad.Hacemos uso de nuestra riqueza más como mediode acción que como motivo de jactancia… Laciudad entera es escuela de Grecia, y me pareceque cada uno de nuestros hombres prefiere laindependencia personal a cualquier otro tipo de

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ocupaciones, y con tolerancia y no sin decoro… Ydaremos ocasión de ser admirados ti los hombresde hoy y también a los del futuro, sin necesitad enabsoluto del elogio de un Homero.

9 de octubre de 1999Kostas, al teléfono, me dice que le ha gustado

muchísimo volver a hacer un repaso de losmomentos de la grandeza ateniense, laconstrucción del Partenón o de la Atenea deFidias. Me ha dicho que se ha emocionadotambién al escuchar ¡as palabras de Pendes delElogio fúnebre.

- Las recité por primera vez el año en que nosconocimos. Precisamente en la Acrópolis un díade abril lleno de negros nubarrones … con miamigo.

- No nos conocíamos aún, pero yo me estabapreparando para ir a una feria en Italia y Alexandrahacía la lista de todos los vestidos que se queríacomprar, los bolsos en Florencia y las blusas enRoma …

- Sí, nos conoceríamos tres semanasdespués, a bordo del Apollonia. ¿Cuánto hace queno subes a la Acrópolis!

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- Ah, pues debe de hacer veinte años. Unodice: «Bueno, está allí, no se va a ir». Además, unateniense no tiene necesidad de ir a la Acrópolis; yyo soy un plakíota: nací en Piaba y el Partenón loveía por la ventana de mi habitación todos losdías, ¿comprendes? Y además, cuando yo erachico, la ciudad no era ni por asomo como ahora,no era ni una cuarta parte de lo que es ahora. LaAcrópolis era cíen veces más imponente y detrásdel Filopapo no había más que campos. Pasabanpor allí los pastores con sus rebaños de ovejas.

Se pone de nuevo a maldecir a los coronelesy los años de la especulación salvaje durante surégimen.

- Sin embargo - prosigue -, no consigoimaginarme el Partenón de colores. Pero ¿estáisseguros de que era de colores?

- Sin la menor duda. Y de todos los coloresademás: azul, rojo, amarillo, ocre, hasta oro, oro enpaño que se aplicaba a presión. ¿Sabes!, la genteestaba acostumbrada a los frisos antiguos enterracota coloreada, por lo que, cuandocomenzaron a construir con mármol, siguieroncoloreándolo igual que lo hacían con la terracota.

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coloreándolo igual que lo hacían con la terracota.- Pero ¿qué sentido tiene colorear el mármol?

¿Es que acaso no es hermoso el mármol tal cuales!

- Se discute mucho sobre este problemaentre los historiadores del arte. El mármol ofrecíade todos modos un fondo blanco que en ciertaspartes se dejaba al descubierto y que hacíaresaltar todavía más los otros colores. Pero tratade imaginarte las metopas de Fidias blancas y apleno sol: ¿qué ves? Nada. No resaltaban losperfiles ni los claroscuros. El color eraindispensable.

- ¿Y la estatua que estaba dentro delPartenón! ¿Cómo se las arreglaba Fidias para unirel marfil y el oro en una misma escultura?

- Parece que se trataba de una técnicarelativamente consolidada. Desde hace algunosaños en el Museo de Delfos está expuesta unaestatua de Apolo con partes de marfil, el rostro sino recuerdo mal, y partes en lámina de oro. No esmuy grande, unos pocos centímetros nada más.Es probable que Fidias se inspirara en estasfiguritas y las llevara a gran escala creando efectos

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que cortan la respiración. De hecho él construíaprimero una estatua de madera apenas esbozaday encima aplicaba las partes de marfil y de oro quehabían sido esculpidas previamente o bienfundidas en unos moldes especiales. Tal vezempleaba clavos de los mismos materiales parafijarlas, o bien creaba ensamblajes a presión. EnOlimpia se ha encontrado uno de esos moldes, enel taller donde trabajaba, probablemente, creandoel Zeus.

- ¿Qué fue de esa estatua?- Eran objetos muy perecederos: el soporte

de madera, por ejemplo, podía verse dañado porlos ratones que encontraban cobijo en él; luego,todos los años, desmontaban las piezas de oropara ver si el peso seguía siendo el mismo, ytambién esto debía de crear a veces problemas.En cualquier caso, parece que la estatua setrasladó a Constantinopla, donde permaneciódurante siglos basta que en un determinadomomento se perdió su rastro. Pero sin duda debióde ser demolida para fundir el oro o algo por elestilo, quizá en tiempos de la invasión de loscruzados.

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- ¿Y qué me dices de los mármoles que sellevaron los ingleses?

- Ah, ésa es otra historia. Pero no te quepa lamenor duda de que no volverán. SÍ todosreclamasen la restitución de aquellas cosas queles fueron quitadas se armaría la de San Quintín,Si de mí dependiera, mandaría hacer unas copiasen mármol absolutamente idénticas y las pondríaen su lugar. Produciría un efecto grandioso y, enmi opinión, aceptable también desde el punto devista del lenguaje estético. Al fin y al cabo, tambiénen el Erecteion las cariátides son copias: losoriginales están en el Museo de la Acrópolis. ¡Porqué no hacer los mismo con los mármoles Elgin?

Mi idea no le desagrada:- Si se hiciera algo semejante me gustaría

esperar hasta que estuviera acabado y luego subira verlo. Pero solo. Y leer el Elogio fúnebre dePericles, como hiciste tú. ¿Cómo dice? «Amamosla belleza pero con mesura …»

Lo declama en griego y resulta emocionante.

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8

La ciudad imperial

¿Cómo se viavía en Atenas en la época dePericles? ¿Cuáles eran las competencias delConsejo, de la Asamblea o de los militares? ¡Quiénmandaba y quién obedecía? No resulta sencillopara nosotros, hombres modernos, comprenderaquel tipo de sociedad en la que el sistemademocrático había sido llevado, en cierto sencido, asus últimas consecuencias. Esencialmente, elpueblo tenía el control directo de todo cuanto serefería a la vida de la ciudad: las elecciones decarácter económico, político, diplomático y militar.Cierto que es difícil para nosotros imaginar unestado que no tenga un gobierno ni un jefe degobierno y tampoco una magistratura y en el que losrepresentantes del pueblo no sean elegidos sino

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extraídos a suertes. En realidad, ésta era lasituación de los atenienses.

El órgano soberano era la asamblea del puebloque se reunía al aire libre sobre la colina de la Pnyx,cerca de la Acrópolis. Si, por ejemplo, sucedía undesastre o una calamidad, si llegaba la noticia deuna derrota militar, no había un gobierno que seapropiara de la noticia, la discutiera en una reuniónreservada y luego decidía qué decir y que no a laopinión pública como sucede hoy incluso en lasdemocracias más avanzadas. Los heraldosconvocaban la reunión de urgencia y los mensajeroshablaban ante el pueblo, que, inmediatamente,daba comienzo a la discusión. Obviamente habíadelegados que moderaban el debate, pero nadamás. La actividad política y de gobierno, comodiríamos hoy, consistía en convencer a losciudadanos para que votaran una u otra moción: enesto se veía el temple de los líderes, como Efialtes oPericles o, con anterioridad, Arístides, Temístocles yCimón.

Estos hombres se ponían en pie, pedían lapalabra y acto seguido comenzaban su discursohaciendo uso de toda su destreza oratoria,

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estudiando sin duda la pose, la impostación de lavoz, la apariencia exterior (hoy diríamos el look: elcorte de pelo, el modo de vestir, etc.), todos elloselementos importantísimos para los griegos y enparticular para los atenienses. Pericles, porejemplo, era un hombre de gran apostura, peroparece que tenía la cabeza algo apepinada poratrás y por eso aparecía siempre en público con elyelmo corintio apoyado sobre la frente, lo que ledaba un aire marcial y al mismo tiempo disimulabasu imperfección.

En un debate de este tipo se hacía ademásdifícil trapacear, pues era imposible prever quédirían los adversarios, qué contra-medidasadoptarían o qué elementos de sorpresa pondríanen juego. Los líderes debían ganarse, prácticamentetodos los días, la confianza de la gente o en todocaso convencer a la Asamblea de la bondad de unadeterminada decisión o de una determinadamedida. Es cieno que el Consejo de los Quinientosdeliberaba, pero sus deliberaciones debían depasar de todas formas la criba de la Asamblea, quepodía aprobarlas pero también devolverlas alremitente por ser totalmente inaceptables o bien

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para que fueran modificadas. Cualquier ciudadanopodía levantarse también para hacer su propuesta,pero debía andarse con mucho cuidado con lo quedecía, pues, en caso de hacer una propuesta neciao causar simplemente una pérdida de tiempo a laAsamblea, podía ser multado incluso con granseveridad. Esto probablemente impedía que genteno muy preparada c insignificante hicierapropuestas peregrinas o estorbase en cualquiercaso los trabajos de la Asamblea. Cuando unadecisión era aprobada por mayoría, el secretarioredactaba el decreto, que siempre comenzaba conla fórmula: «La Ciudad y al Pueblo han decididoque…».

La contraindicación más llamativa de dichosistema fue la que, tanto entonces como hoy, sedenominaba demagogia, o sea, una especie dedegeneración de la democracia: la capacidad dealgunos individuos, particularmente carentes deprejuicios, de encender los ánimos de la gente a finde explotar su lado irracional arrastrando a laAsamblea a aprobar decisiones arriesgadas operjudiciales para el bien público.

El estado estaba presente, en cualquier caso,

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El estado estaba presente, en cualquier caso,en la vida cotidiana por medio de inspectores,siempre elegidos a suertes, que controlaban lospesos y las medidas, la ley de las monedas o lacalidad del pan y de los alimentos. Dichosinspectores ejercían también su autoridad aplicandolos reglamentos urbanísticos, referidos a aspectoscomo la limpieza de la ciudad, la ubicación de losvertederos o el respeto por parte de losconstructores de las zonas públicas y de las callesen que no estaba permitido siquiera asomarse conbalcones. El estado poseía esclavos que utilizabatanto para los trabajos de limpieza urbana comopara la recogida de los cadáveres de las calles encaso de fallecimiento de algún pobre o de alguiensin hogar, que ciertamente no faltaban en la ciudad,o durante las epidemias.

Y era siempre el pueblo el encargado deadministrar justicia: según la reforma de Efialtes,todos los años elegían a suertes a seis mil personas(seiscientas por cada tribu) que debían ocupar porturno un lugar en los tribunales populares de lallamada Heliea. Los requisitos para poder participaren el sorteo eran haber cumplido treinta años de

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edad, estar en posesión de la ciudadanía y no tenerdeudas con el estado.

Una vez sorteados, los miembros de la Helieajuraban respetar los decretos de la Asambleapopular y del Consejo, luchar contra todo aquel quequisiera introducir la tiranía o la oligarquía, juagarcon equidad y no dejarse corromper por regalos ydonativos.

Como hemos dicho, no había magistratura ypor lo tanto tampoco acción legal de oficio niministerio público o abogados. Era el ciudadanopor sí mismo quien intentaba la acción legal contrala parte contraria cuando consideraba que habíasido víctima de un atropello o que había sufrido unperjuicio de algún tipo, desde el simple robo hastadelitos más graves. El acusador era el primero enhablar; luego, tomaba la palabra el acusado. Ambostenían a su disposición un tiempo establecido deantemano que se medía mediante una clepsidra. Aveces el acusado trataba de suscitar la piedad deljurado llevando consigo a su mujer y a sus hijos,posiblemente con los ojos bañados en lágrimas, orompiendo él mismo en sollozos; casi todos, detodas formas, se hacían escribir el discurso de

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acusación o el alegato de defensa por unprofesional llamado logógrafo (literalmente «escritorde discursos»), que conocía la manera de presentarlas argumentaciones y construir las frases efectistaspara impresionar a los miembros del jurado. De unode estos profesionales, un forastero residentellamado Lisias, nos han llegado una serie dediscursos de defensa de excepcional interés quenos ofrecen una descripción de la vida ateniensedel siglo v. Sobre uno de ellos volveremos acontinuación para echar un vistazo al interior de lavida doméstica de una casa ateniense de la época.

Tanto el acusador como el acusado llevaban asus propios testigos de cargo o de descargo, sobrelos que pesaba la sacrosanta obligación de decir laverdad.

Tras oír los alegatos y los testimonios, el juradoemitía su voto mediante un escrutinio secreto y pormayoría simple, tras lo cual pronunciaba elveredicto, sin posibilidad de apelación. En cualquiercaso, la causa concluía en una sola jornada. En loscasos más serios y graves, o bien de interéspúblico, podía ocurrir que se procediera con unasesión plenaria de los seis mil miembros de la

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Heliea, pero incluso la sesión de una sola secciónincluía tal número de jurados que constituía de por síuna garantía contra cualquier intento de corrupción.

Indudablemente se trataba de un sistemasencillo y en conjunto eficaz, pero tampoco estabaexento de vicios, como el caso de los llamadossicofantes. La palabra es de etimología incierta ydesigna la figura del acusador profesional. Este tipode individuos eran despreciados por todo el mundo,pero es evidente que la profesión resultabalucrativa. Servían a quien, por ejemplo, queríacomplicar las cosas a un contrincante político ocrear dificultades a un competidor en el terrenoeconómico. El acusador profesional, tras unaespléndida retribución, se encargaba de preparar laacusación, de encontrar testigos y presentar elpleito legal. Es cierto que arriesgaba, pero no tantoen definitiva. La disponibilidad de dineroprobablemente le facilitaba conseguir testigos losuficientemente convincentes. En ocasiones elsicofante actuaba también en causas muy justas,que no se hubieran planteado de no haber sido elacusado una persona de cierto relieve. Suadversario se las ingeniaba para que el denunciado

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adversario se las ingeniaba para que el denunciadono escapase a una acción legal, recurriendo a unprofesional de los tribunales que hincaba los dientesen el pescuezo de su presa y no la soltaba hastahaber conseguido su objetivo.

Las penas que debían aplicarse no estabancodificadas en una jurisprudencia, que no existía,sino que eran sugeridas de vez en cuando por elacusador, que podía solicitar indemnizacionespecuniarias o castigos propiamente dichos cuyanaturaleza era sin embargo normalmentemoderada. Peticiones absurdas o crueles habríandado una mala imagen del demandante c irritado alos miembros del jurado, cosa que era preferibleevitar.

Tampoco existía ni siquiera un cuerpo depolicía propiamente dicho con funciones deinvestigación, sino únicamente con competenciasrelativas al orden público y a la ejecución de lassentencias. En los teatros y con ocasión de lasgrandes fiestas religiosas había esclavos delestado que ejercían la vigilancia o bien mercenariosescitas armados de arco. Su pronunciación toscade la lengua ática era objeto de chistes o de burlas

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de todo tipo, como puede suceder también hoy conrespecto a las fuerzas del orden.

Los cargos electivos eran relativamente pocosy entre ellos figuraba el más importante de todos: laestrategia, es decir, el cargo de comandante de lasgrandes unidades del ejército y de la marina. Losciudadanos elegían a un estratego por cada tribu,constituyendo así un estado mayor de diez altosoficiales, que a su vez elegían al comandante enjefe. Pericles, por ejemplo, ocupó este cargodurante casi veinte años seguidos, merced sobretodo a su carisma personal y a la estima de quegozaba entre los ciudadanos, aunque luego fueobjeto de feroces ataques tanto por parte de lasátira de los comediógrafos como Aristófanescomo de la oposición, que trató de zaherirleindirectamente a través de las personas máspróximas a él.

La carrera de Pericles sufrió una aceleracióninmediatamente después de la muerte de Efialtes,que probablemente pagó con la vida la introducciónde reformas tan avanzadas; el nuevo líder no sólo nose dejó intimidar por el asesinato de su predecesor,sino que incluso prosiguió con mayor determinación

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aún, introduciendo, como hemos visto, una dieta dedos óbolos para cada uno de los integrantes deljurado popular, una de cinco óbolos para losmiembros del Consejo y una de cuatro para losarcontes. Esto permitió abrir la más prestigiosa delas magistraturas urbanas, antigua prerrogativa dela aristocracia, primero a los zeugitas, es decir, alos pequeños cultivadores, y posteriormente inclusoa los tetos, esto es, a los braceros sin bienes. Setrataba de medidas totalmente inéditas que eranuna plasmación concreta e integral de laconstitución democrática y que permitían de hechoa todo ciudadano ateniense, incluso al más pobre,tomar parte en la gestión de la política y hacer oír suvoz también en las deliberaciones más importantes.

Por eso Pericles, al conmemorar a los caídosdel primer año de guerra del gran conflictopeloponésico, pudo proclamar con orgullo:

En los asuntos privados todos tienen ante la leyiguales garantías; y es el prestigio propio de cadauno, no su adscripción a una clase, sino el méritopersonal, lo que le permite el acceso a lasmagistraturas; como tampoco la pobreza de nadie,si es capaz de prestar un servicio a la patria, ni su

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oscura condición social, son un obstáculo para él…Pero Pericles fue más allá: consciente de que

la admisión de las clases más bajas en la gestióndel poder podía crear también problemas, favorecióde todos modos la promoción cultural del pueblointroduciendo un subsidio de dos óbolos paraaquellos que, careciendo de bienes, quisieranasistir a las representaciones teatrales y nopudieran permitirse pagar el precio de la localidaden la gradería, que era exactamente de dos óbolos.SÍ consideramos que esa cifra correspondía alsalario diario de un trabajador o, como dijimos, a ladieta de un miembro del jurado, y teniendo encuenta que con aquel precio el espectador podíaasistir por lo menos a cinco o seis espectáculosdesde la mañana hasta la caída del sol, podríacalcularse que la entrada al teatro costaba más omenos lo que una entrada nuestra para el cine.

Sólo así se explica la enorme fama de quegozaron los grandes trágicos incluso en los nivelesmás humildes de la población. Es evidente que elestado consideraba fundamental para la educacióncívica de la gente y para su formación cultural elhecho de que pudiera asistir a las representaciones

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hecho de que pudiera asistir a las representacionesteatrales. Al mismo tiempo, el acceso de miles ymiles de ciudadanos a los debates de la Asambleadel Consejo y de los tribunales populares de laHeliea constituía para todos una escuela de granoratoria política, de debate de grandes cuestionesde interés común, de discusión y de cotejo. Y hayque reconocer también el importante papel que,sobre todo desde mediados del siglo v, tuvo lacomedia, cuya función de sátira hacia los grandespolíticos y hacia las elecciones que se realizaban enla Asamblea representaba una garantía formidablede libertad de expresión que quizá no tuvo ya igual.

Puede decirse que todo contribuía a formar laconciencia cívica en la Atenas de Pericles: lasgrandes fiestas religiosas, por ejemplo, eranmomentos de reunión, además de celebración. Conestas imponentes manifestaciones la ciudadaníarenovaba su pacto de alianza con las divinidades dela polis como Atenea, la diosa que casi seidentificaba con la ciudad.

Su estatua gigantesca vigilaba, armada conuna lanza, desde lo alto de la Acrópolis, la ciudad yel puerto que se extendían a sus pies. Y otra

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estatua, más grande aún y obra también de Fidias,se alzaba en el interior del Partenón. Los fíeles queentraban para rendirle homenaje pasaban a travésde la imponente columnata dórica de la fachada,bajo la grandiosa composición inserta en el espaciotriangular del tímpano frontal en el que se narrabanlos mitos de los orígenes, y ya mientras seacercaban al santuario percibían su armoníaabsoluta, las proporciones áureas que Ictino habíafundamentado en el valor base pitagórico de la raízcuadrada de cinco. Luego, una vez franqueado elpórtico de la fachada, se encontraban frente alelegante y esbelto portal jónico de la cella y a todosu alrededor, en la parte superior, veían el friso, querepresentaba la procesión de las Panateneas, conlos jóvenes montados a caballo, las doncellas quellevaban el peplo entretejido y recamado por suspropias manos para ser regalado a la diosa, lossacerdotes con la cabeza ceñida por las sagradasdiademas, los efebos que cantaban himnos dealegría, los magistrados y los simples ciudadanos,en un triunfo de colores y de formas armónicamentefundidos en un ritmo majestuoso y sereno. Y cuandocruzaba el umbral, los ojos apenas habituados a la

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luz más tenue y penumbrosa del interior, elateniense veía refulgir, al fondo de la gran navecentral, el oro de los paños, del yelmo crestado, delinmenso escudo de la diosa. Veía cómo su piel demarfil reflejaba la luz ambarina de las lámparas. Y siel sol penetraba con sus rayos por la gran lucernadel techo, la gigantesca estatua se incendiaba confulgores cegadores que se reflejaban en lascolumnas y en las paredes de la cella en un juegode luces variables y cambiantes. Tenía físicamentela sensación de que los dioses habitaban aquellacasa de mármol.

Para ejercer de marco de aquel fantásticoconjunto, Pericles quiso una monumental columnatade entrada, los Propileos;, y confió su realización aun arquitecto llamado Mnésicles, que casi con todaseguridad trabajó codo con codo con Calícrates,uno de los dos arquitectos del Partenón. No era unatarca sencilla: el gran atrio tenía que unir dos áreasde pronunciado desnivel, la interior de la explanaday la exterior que daba a poniente hacia el lado depronunciado descenso de la colina. Además existíaya en el lugar una estructura de la época dePisístrato, el propylon, que en cierto modo había

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que respetar. Pues bien, él creó una estructuraempalmada con una gradería hacia el exterior, perocon una nave central que cubría la rampa que habíaque dejar libre para permitir el acceso de lasprocesiones con los carros, las literas y los jinetes.Realizó una estructura extraordinariamentearmónica en la que los frontones exteriores y lascolumnatas horizontales que daban al este y aloeste eran de orden dórico, mientras que la rampacentral estaba flanqueada por una esbeltacolumnata jónica que aligeraba con maravillosaelegancia la maciza estructura dórica, con columnasacanaladas de más de diez metros de alto. La naveestaba cubierta además por gigantescas vigas demármol de seis metros de largo.

Esta enorme obra, que algunos años despuéssería completada con la atrevida y elegantísimaestructura del Erecteion, era verdaderamente unamaravillosa escuela de altísima civilización, al airelibre, a plena luz del sol. Los talleres de los artistasestaban en medio del pueblo, asomados al ágora oen el dédalo de calles que se extendían por lasladeras de la roca sagrada con dirección al vastorecinto amurallado. Durante la construcción del

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recinto amurallado. Durante la construcción delPartenón y la realización de sus metopas, de susfrisos y de los conjuntos escultóricos del frontón, lostalleres de muchos escultores debían de estarprobablemente colocados en la misma explanadapara evitar los riesgos de transportes dificultosos; elanecdotario clásico es rico en historias en las que elpueblo actúa conjuntamente con los artistasexpresando opiniones favorables o bien críticas,exactamente igual que en la Florencia delRenacimiento italiano.

En este período se desarrolló además unconceptualismo que terminó por echar profundasraíces en la población, favoreciendo la exploracióndel espíritu humano pero también unaespecialización del intelecto en un sentidoracionalista, que encontraba asimismo aplicacionesen la vida práctica. Los pensadores que difundíaneste nuevo tipo de saber eran conocidos comosofistas, literalmente “grandes sabios”, y ofrecíansus servicios previo pago.

Se dedicaban en especial a impartir leccionesde retórica a los jóvenes que tenían el propósito deemprender la carrera política, sacando un provecho

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que a algunos les parecía escandaloso. Otroshabían preparado manuales de mnemotécnica, yalgunos también de gramática. En conjunto ofrecíana los jóvenes la técnica para conseguir el éxito,independientemente de las convicciones éticas ode la fidelidad a las instituciones. Entre ellos sedistinguió Gorgias de Lentinoi, cuyos honorarioseran considerados desorbitantes y que formó partetambién del entorno de Pericles, contribuyendo acrear la imagen de un círculo esnob, anticonformistae irrespetuoso de las tradiciones. No fueron nuncauna escuela de pensamiento, sino que más bienprodujeron, como se diría hoy, una oferta deinstrucción especializada y superior de la que habíauna gran necesidad.

No obstante, su racionalismo a menudoexasperado y altanero, nutrido de una dialécticairreverente y burlona que les llevaba a creer quetodo era demostrable así como también sucontrarío, les proporcionó un éxito arrollador, sobretodo entre los jóvenes, que les veían como unostriunfadores, representantes de una mentalidad encierto modo revolucionaria: la competenciadesvinculada de la moral. Por otro lado, estaban

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mal vistos en los ambientes conservadores, celososde las tradiciones y de los valores de la paideia esdecir, de la educación transmitida por los padres,fundada sobre el respeto a los dioses, a los ritos y alos valores patrióticos. La palabra «sofisma» seconvirtió en sinónimo de razonamiento capcioso,impecable o incluso genial en el plano lógico, perosustancialmente absurdo. Los sofistas seconvirtieron en el símbolo de una tendencia, que seinsinuaba ya en la sociedad ateniense, regida por labúsqueda del éxito, del dinero y del placer, por elintento de hacer carrera y por un cieno eclipse delos ideales y de la moral.

Se cuenta que un estudiante había establecidoun contrato con Gorgias por el que le pagana elcoste del curso (la enormidad de cuatro talentosdurante dos años de lecciones) cuando ganara suprimera causa. Pero como el joven no se ocupabanunca de ningún litigio legal, el maestro se presentóante él exigiendo la retribución pactada, pues de locontrario pensaba llevarle a los tribunales. Eldiscípulo, que había aprendido bien la lección, dijo:«Perderás de todas formas, maestro. Pues si yogano no te pagaré porque habré ganado el pleito, y

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si pierdo no te pagaré porque según el contratodebo pagarte solamente cuando gane».

Quien marcó el comienzo de una auténticaescuela filosófica en Atenas fue un gran sabiovenido de Asia: Anaxágoras de Clazómenas, unaciudad de Jonia. Parece que había llegado hacia480 con poco más de veinte años y no falta quienpiensa que fue como consecuencia de la invasiónpersa de Jerjes. Sin embargo, se estableció enAtenas, donde se convirtió en el maestro y mentorde Pericles, tal vez animador y maître á penser, y detodos modos partícipe, del mayor pool de cerebrosy de talentos de todo el mundo en aquel entonces.Formaban parte de él, además de Pericles enpersona, el escultor Fidias, los arquitectos Ictino yCalícrates, proyectista del Partenón, el dramaturgoSófocles, que fue colega de Pericles en laexpedición a Samos de 440, muy probablemente elhistoriador Herodoto (que tomó parte en laexpedición colonizadora organizada por Pericles en443 para fundar la ciudad de Thurioi, en Italia, en ellugar de la antigua Síbaris) y otros grandesensayistas, políticos y artistas.

Anaxágoras fue el primero en apañarse del

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Anaxágoras fue el primero en apañarse delmaterialismo de Demócrito, separando de lamateria el nous, es decir, la inteligencia que segúnél movía el Cosmos. En esto remitía a una idea desu contemporáneo Empédocles de Agrigento, quehabía dicho: «Dios es un pensamiento que correraudo por el Universo».

La caída de un meteorito en Egospótamos, enTracia, en 468-67 a.C. le inspiró probablemente suteoría cosmológica, en la que parece casi posiblereconocer de algún modo el concepto degravitación universal allí donde él afirma que loscuerpos celestes no caen mientras los sostiene elmovimiento de rotación. Dijo claramente que el Solno era un dios, sino una masa de metalincandescente más grande que el Peloponeso, unaafirmación que provoca nuestra sonrisa, pero queen aquel tiempo no sólo representaba una intuiciónnotable - dado que anunciaba que el Sol era unamasa de materia incandescente de enormesdimensiones -, sino que era una afirmaciónpeligrosa porque negaba la existencia de uno de losdioses más importantes del panteón, cosa que enefecto le había de exponer, como veremos, al riesgo

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de una condena a muerte. ¿De dónde había sacadoAnaxágoras aquella afirmación? Probablementehabía comprobado que el meteorito era de hierro yque había estado incandescente mientrasatravesaba el ciclo. Tal vez había calculado laproporción entre el tamaño del meteorito y el de suconsistencia luminosa comparándolas con las delsol. Dicho de otro modo, si aquel cuerpo llegado delciclo era de metal también el sol debía de serlo,salvando, obviamente, las diferencias de tamaño.

En esta pléyade de ingenios extraordinariosbrilló una estrella irresistiblemente luminosa yseductora: la hermosísima Aspasia, un hetaira deMileto que se convirtió en la compañera inseparablede Pericles y en la animadora de su entorno políticoy cultural.

Las hetairas, como hemos ya visto, eranmujeres independientes, de condición libre, debuena educación y de gran cultura, que habían sidopreparadas y adiestradas, un poco al modo de lasgeishas japonesas, para ser «compañeras» de loshombres en las diversiones, los simposios, lasfiestas y los banquetes, donde animaban la

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conversación, tocaban instrumentos musicales,cantaban y hacían el amor. Eran elegantes yrefinadas, y, sobre todo las que, como Aspasia,eran originarias de Jonia ostentaban tal eleganciaen el vestir, en el aderezo, en el tocado y tantacapacidad de seducción en su modo de hablar,especialmente melodioso, que las mujeresatenienses difícilmente podían rivalizar con ellas.

El mismo nombre de Aspasia resultaba alusivoy seductor, al tener la misma raíz que el verboaspasesthai (abrazar). Pericles, cuando la conoció,tenía ya dos hijos de un matrimonio anterior, Jántipoy Páralo, pero, insinuaba maliciosamente un poetasatírico, se enamoró de ella hasta el punto devisitarla muy a menudo, dos veces al día, y luego deconvivir abiertamente con ella. Cuando Aspasia ledio un hijo, le puso por nombre Pericles y lereconoció como legítimo, aunque la ley ¡o prohibierapor haber nacido de una concubina, extranjera porsi fuera poco. Pericles consiguió incluso hacermodificar la ley sobre la ciudadanía para que su hijopudiera ser ateniense; probablemente, tuvo querecurrir a todo el prestigio y a toda la influencia deque gozaba entre el pueblo.

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Aquél, obviamente, no fue un camino de rosas:él era un personaje tan conocido que no podía evitarser el blanco de los dardos de la sátira. Unfragmento de una comedia de Éupolis pone enescena al mismo Pericles, que, hablando del hijotenido con Aspasia, pregunta:

- ¿Y mi bastardo vive todavía?A lo que su interlocutor responde:- Seria todo un hombre hace tiempo de no

temer tanto a esa ramera de su madre.Cratino, otro comediógrafo contemporáneo de

Éupolis, aludiendo también a Aspasia, la llama«concubina, cara de perra».

No existe ningún indicio que haga pensar quelas observaciones naturalistas de Anaxágorasinfluyeron en las inclinaciones culturales de unSócrates de poco más de veinte años. Parece ser,de todos modos, que en aquel período éste asistíaa las lecciones de un filósofo naturalista llamadoArquelao, un interés pasajero que dio paso, algunosaños más tarde, a una profunda implicación en lascuestiones éticas que llevaría a la fundación de unafilosofía moral propiamente dicha. Como veremos,Pericles marcó de todas formas su vida, toda vez

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que, con el estallido de la guerra del Peloponeso,también Sócrates tuvo que partir para cumplir consu deber de soldado y distinguirse en acciones deun extraordinario valor, despreciando el peligro.

Por lo que se refiere a intervencionesexteriores de las fuerzas atenienses, nuestra fuenteprincipal, Tucídides, señala la expedición del año440 contra Samos, que había abandonado la ligade Delos. Pericles responde con una masiva acciónmilitar sometiendo a la isla un impenetrable bloqueonaval. Después de nueve meses de sitio, en 439, laisla se rindió. En realidad había habido otrasimportantes intervenciones en ultramar por parte dela metrópolis ática: la fundación de la colonia deAnfípolis, en Tracia, en el lugar llamado de los«nueve caminos», y la expedición a Italia, donde sefundó la colonia de Thurioi, la última colonia griegade Occidente, en la zona de la destruida Síbaris. Enella romo parte Heródoto y pudo ver las señales deldesvío del rio Grates, que los vencedores locrensesy crotoniatas habían dirigido hacia las ruinas de laciudad destruida para borrar hasta su mismorecuerdo. En aquel contexto se habían concertadotambién alianzas con Rhegion, colonia calcídica en

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también alianzas con Rhegion, colonia calcídica enel estrecho de Mesina, y con Leontinoi en Sicilia.

Se trataba de operaciones que se producíandentro del respeto al reconocimiento, respecto aEsparta, de las esferas de influencia sancionadascon el tratado de paz de 446; pero los atenienses, yPericles en primer lugar, se daban ya cuenta de laevolución inevitable de su política exterior y de lacontradicción entre ésta y sus ideales interiores dedemocracia. Los atenienses eran conscientes deque la liga era en realidad su imperio y tendíansiempre a imponer regímenes democráticos en lasciudades que formaban parte de ella. Al propiotiempo era lógico que aquellas ciudades quetodavía se regían con constituciones de tipooligárquico vieran con simpatía una relación conEsparta, que seguía siendo el bastión de laoligarquía en el mundo griego.

Se ha hecho notar por parte de algunosestudiosos que lo que poco a poco iba enfrentandoa la liga delio-ática con la liga del Peloponeso noeran únicamente problemas de carácter económicoy territorial sino también, y quizá principalmente, decarácter ideológico. Esta contraposición llevaría

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antes o después al choque frontal, al conflicto másdesastroso de la historia de Grecia. Losprecedentes estaban, sin duda, en elexpansionismo imperialista de una gran potenciademocrática cuyo caudillo supremo, en cualquiercaso, no conseguía ver ninguna opción aldinamismo incesante de la acción expansiva.Cuando finalmente todo acabó saliendo a la luz eraya demasiado tarde para echarse atrás: o se hacíala guerra o habría que afrontar una insurreccióngeneralizada de los aliados, cansados de unapresión fiscal ya insoportable, cuyo caudal ibadestinado a financiar los más ambiciosos proyectosinteriores y exteriores de la ciudad dominante. Laspalabras de Tucídides atribuidas a Pericles nodejan lugar a dudas al respecto: «Porque ellaposeía su ímpetu como un tirano posee suautoridad: puede parecer injusto el conseguirla,pero sin duda es peligroso renunciar a ella».

30 de octubre de 1999Presiento que las cosas van empeorando y

que Kostas se cansa más al hablar, pero yoinsisto; le telefoneo bastante a menudo porque

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quiero hacerle compañía y porque siento, encualquier caso, que este tipo de conversación lehace bien. Me resulta difícil entenderme con lamuchacha kosovar: habla un griego peor que elmío y con un acento que lo vuelve totalmenteincomprensible. Otras lenguas en común notenernos.

- Pero ¿cómo te las arreglas para entenderla?- le pregunto.

- Tampoco hay tanto que entender. Y no esque conversemos mucho, la verdad. Ella me dalas medicinas, me cambia ¡a cama … Y ya esmucho. La cosa podría ser peor,

- No pienses en esas cosas. Volvamos anuestra investigación. ¿Has visto que tu Acrópolisse erige como protagonista en esta parte del libro?

- Sí, y me han entrado ganas de estar alláarriba. ¿Sabes?, casi lamento no haber ¡do enmás ocasiones a verla. Ahora que no puedohacerlo quisiera ir, pero antes que podía no ibacasi nunca,

- Es normal, Kostaki- ¿Y sabes una cosa? Me hubiera gustado

estar presente cuando estaban en curso las obras.

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Uno pasaba por allí y se encontraba a Calícratescon su escuadra y su compás, un poco más allá aFidias en medio de sus atildantes. Me lo imaginocon el pelo blanco del polvo del mármol…

- Sí, muy probablemente trabajaban conescofinas y, por lo tanto, levantaban mucho polvo.

- Y esos arquitrabes … ¿Seis metros, bloquesde seis metros todos de una pieza y los levantarona ¡a altura de diez metros, de verdad?

- De verdad.- ¿Y cómo?- Con rastras, árganas y poleas. Es todo

cuanto tenían a su disposición, por lo quesabemos. Pero se las arreglaban para que lesbastase. ¿Has visto alguna vez el traslado de losbloques de mármol en Carrara? No, imagino queno. Pues era algo parecido, sólo que en Carrara elbloque se baja, y allí en cambio ascendía. Encualquier caso, debajo colocaban una rastra demadera - que permitía deslizaría sobre unasuperficie grasienta - de la que tiraban unosanimales de tiro con cordajes, que previamentepasaban por unas poleas verticales situadas en elpunto de máxima cota, arriba en ¡a cima, a

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punto de máxima cota, arriba en ¡a cima, acontinuación a través de unas poleas horizontalesy luego en torno al tambor de las árganas, una a laderecha y la otra a la izquierda de la explanada, yque eran accionados por alpinas docenas dehombres y controlados por unos rieles decremallera con un afianzador que impedía que sedesenrollasen.

Oigo un tintinear de cucharas y de vasos alotro lado de la línea telefónica. Debe de ser la horade la medicina o tal vez del zumo de naranja.

- ¿Sabes una cosa? - dice al cabo de un poco- . No comprendo por qué todos la tienen tomadacon los sofistas. He leído algunos de sus textos yestoy completamente de acuerdo con ellos: loshabría podido escribir yo mismo.

- No es que todos la tengan tomada con lossofistas, sino que en un determinado momentoSócrates la tomó con ellos atacándoles por el ladode la honestidad intelectual y de la moralindividual. Sócrates es uno de los grandes, esnías, de los más grandes, y además al final inclusofue un mártir, y ésas cosas pesan. Pero yo estoyde acuerdo contigo en que el fenómeno de los

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sofistas es básicamente un fenómeno positivo yrespondía a una demanda concreta de unasociedad en rápido desarrollo: profesionalidad,especialización, instrucción superior. Pero esotiene indudablemente sus aspectos negativos:arribismo, cinismo, un afán desmedido por hacercarrera.

- Todo lo que tú quieras, pero ¿acaso boy endía nuestros abogados no actúan a diario en laAudiencia igual que los sofistas sin que nadie seescandalice por ello? En resumidas cuentas, quesi yo he matado a alguien y voy a un abogado,éste tratará de demostrar del modo que sea que yosoy inocente. Y por el contrario, si van al mismoabogado los parientes del muerto, entonces trataráde demostrar que yo soy culpable. A mí me pareceque los sofistas eran muy modernos.

- Claro que lo eran, y por eso tenían tantoéxito: prometían, y en cierto modo garantizaban,unos resultados prácticos. ¿Ha venido hoy elmédico?

- Sí, ha venido, Y también él es un sofista: meha dicho que me ha encontrado en forma.

- Entonces ¿te sientes bien con él?

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- Es un buen muchacho.- Mejor así. Ciao, Kostaki, saludos.- Ciao. Llámame cuando quieras.Por un momento me parece oír de fondo un

sonido de bouzouki.

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9

La gran guerra

Como cabía esperar, la tregua treintenal delaño 446 con España no resistió: la situación fuedeteriorándose cada vez más hasta desembocar enguerra abierta, lista tragedia, que para el mundogriego fue comparable a una conflagración global,en el sentido de que implicó prácticamente a todaslas potencias del mundo helénico, tanto en la patriacomo en ultramar, tuvo un testigo de tallaexcepcional. Su nombre era Tucídides de Oloro ytomó parte personalmente en la guerra como oficialde alto rango. En determinado momento, por unaserie de desventuras que veremos en detalle, hubode retirarse de la escena política en una especie deforzado destierro en Tracia, donde se dedicó a laredacción de la mayor obra histórica de la

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Antigüedad, destinada a servir de modelo paratodas las generaciones futuras. Y también estoforma parte de ese milagro ateniense que hemostratado de evocar: la ciudad consiguió dar vida allúcido cronista de su propia ruina, al tiempo que eraadmirador sincero de su grandeza y de la grandezade su jefe político.

Ni siquiera Tucídides, que habla sin embargo ala posteridad, consigue dar fiel cuenta de losacontecimientos, y su posición de ex combatiente, yen el fondo de hombre parcial que ha tenido queaceptar un veredicto de derrota de la historia, lelleva a un análisis especialmente agudo eíntimamente doloroso, pero siempre totalmentedistanciado,

Todavía hoy se preguntan los historiadoressobre aquel drama: ¿por qué los atenienses no semostraron contentos de sus formidables éxitos? En438 había terminado la construcción del Partenón ydurante la fiesta de las Panateneas de aquel año (laque se hallaba representada en el friso de Fidias dela cella) se consagró con rito solemne la gigantescaestatua de marfil y oro de la diosa Atenea esculpidapor Fidias: vina realización imponente,

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técnicamente muy compleja, de enorme efecto y degran impacto a nivel popular. En el siglo II d.C. elescritor y viajero Pausanias describió también otrocoloso de Fidias, el Zeus de marfil y oro esculpidopara el santuario del dios en Olimpia, de maneramuy crítica y con una actitud sustancialmente esnob.Pero si estos gigantes de alma de madera podíande algún modo considerarse, según nuestroscánones, realizaciones del arte popular (no en elsentido, obviamente, de pop art), su excepcionalimpacto visual contribuía a consolidar aquel sentidode grandeza y de superioridad que invadía a lacomunidad que los había mandado hacer.

La población estaba en expansión, la vidapública era frenética por la enorme cantidad delogros tanto en política interior como en políticaexterior y la riqueza de la reserva en metalespreciosos era impresionante. Se calcula, como seha dicho ya, que alcanzaba la suma de más decuatrocientos talentos; alrededor de quince mil kilosde plata en moneda procedían de los tributos de laliga naval; la flota dominaba el Egeo con más dedoscientas naves de guerra patrullando de formapermanente. En 437 Feríeles entró con una flota en

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permanente. En 437 Feríeles entró con una flota enel mar Negro y desembarcó en Sinope, en la costaseptentrional de Anatolia; derribó al gobierno de laciudad c instauró un régimen democrático, creandoun asentamiento de seiscientos ciudadanos áticos.No se entiende muy bien la utilidad de una empresasemejante, aparte de constituir una exhibición defuerza: acaso Pericles quería hacer entender que laflota ateniense dominaba el mar y podía ir a dondequisiera y cuando quisiera, y tal vez quisieratambién consolidar su control en una zona que eravital para Atenas; por ahí pasaba, en efecto, el trigode la Rusia meridional del que tenía necesidad laciudad.

En nuestros días la idea de que la paz es unvalor irrenunciable gana cada vez mayor fuerzaporque el poder ha encontrado nuevos caminosaparentemente indoloros y totalmente incruentospara afianzarse: las grandes concentraciones decapitales, las subidas de la bolsa o las fusiones desociedades. En aquel tiempo la conciencia de serlos más fuertes implicaba inevitablemente ladeterminación de conservar aquella fuerza ytambién de hacer uso de ella cada vez que se

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presentara una posibilidad de expansión. Eraevidente que Atenas no podía desafiar a Persia enun conflicto frontal y que una expansión posterior enTracia y Macedonia se hallaba llena de incógnitaspor la presencia de un fuerte reino macedonio y detribus tracias muy aguerridas y agresivas. Elenfrentamiento con Esparta debió de parecerineluctable para lograr la primacía.

Hay quien ha visto, en ciertos pasajes de laAntífona de Sófocles, que se representaba enaquellos años, una especie de advertencia contra latendencia de conducir la ciudad a la ruina, o quizásólo la expresión de una conciencia doliente: «Nadaprospera en la vida del hombre sin que llegue elinfortunio, la maldición y la ceguera…»; y también:«El mal parece un bien a aquel a quien un dios havuelto ciego». Pero acaso se trata sólo de intentosde encontrar entre los pensadores contemporáneosuna forma cualquiera de reacción contra aquello quea nosotros nos parece correr hacia la propia ruina.

Los ciudadanos preferían escuchar a lossofistas, identificarse con su seguridad y sudesenvoltura, creer en sus pretensiones de poderenseñar cómo conseguir el éxito en cada situación.

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Parece que Hipias de Elide y Gorgias de Lentinoideclararon estar en condiciones de responder acualquier pregunta que se les hiciera a voz depronto, de cualquier naturaleza que ésta fuese yversara sobre lo que versara. Además Hipias, unaespecie de Pico della Mirándola avant la lettre,asombraba al público con sus juegos intelectuales,como hacerse recitar cincuenta nombres y repetirlosacto seguido, uno tras otro, en la misma secuencia ysin cometer el más mínimo error. Los sofistas erangente muy inquieta: buscaban de forma incansableel contacto con el público y estaban dominados porla manía de decir siempre y en cualquier casocosas nuevas. Para ellos la tradición no teníaprácticamente sentido. Y esta actitud terminaba porcontagiarse al teatro.

El nuevo astro de la escena, Eurípides, quizátambién discípulo de Anaxágoras, poseía unaenorme erudición y un orgulloso sentido de la propiainteligencia. En sus tragedias rompiódecididamente con la tradición representando a losdioses como moralmente inferiores a los hombres eindagó en la psicología femenina como nunca anteslo había hecho nadie. Su Alcestes, que acepta morir

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en lugar del marido, es un personaje inolvidable,como asimismo Medea, Hécuba, Andrómaca yFedra, llevadas a la escena durante el sangrientoconflicto peloponésico; representan el lado másoscuro e inquietante de la guerra, el del callado ycruel sufrimiento de las mujeres.

Las palabras con que Tucídides inicia lanarración de dicho conflicto tiene un tono sobrio ysolemne: el propio de quien es consciente de queda comienzo a la descripción de un desastre deproporciones espantosas. No expresa nunca juiciospersonales, no se deja tentar por lo sobrenatural,por prodigios o por oráculos: se limita a exponer loshechos descarnados y en toda su crudeza en unaprosa desnuda, esencial y carente de adornos.

Su admiración por Pericles es ilimitada: le vecomo un caudillo grande y generoso, como un guíailuminado para su pueblo, para el que ha deseadola máxima libertad de que puede gozar unacomunidad. Le ve como un patriota que amaapasionadamente su propia ciudad y un heroicocombatiente por su grandeza. Tucídides se dacuenta de que Atenas ha emprendido un camino sinretorno en una serie de extenuantes conflictos

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retorno en una serie de extenuantes conflictoscontra su rival y de que la represión de todos losintentos de los aliados de liberarse de su yugo lahan transformado en ciudad-tirana y abocada aldestino que aguarda a todos los tiranos: la ruina.Pero no culpa de esto a Pericles ni a su liderazgo,ni al pueblo que se reúne en la Asamblea paradeliberar; cree en una suerte de componente fatalinherente a la historia y a los avatares humanos: latyche, la fortuna, una variable independiente queescapa al control de los humanos y que no tienenada que ver con la existencia o inexistencia de losdioses. En el caso en cuestión, el enfrentamientofinal entre Atenas y Esparta parecía inevitable, encierto modo estaba en la lógica de las cosas.

No todos están de acuerdo con esta visión;verdaderamente los contemporáneos de Tucídidespensaban que la guerra podía no estallar, puestoque, como ya hemos visto, las iniciativas de Atenas,tanto en Italia como en Tracia, en modo algunopodían inquietar a los espartanos, que todavíatenían un interés territorial bastante circunscrito alárea del Peloponeso.

«Epidamno es una ciudad que se halla a la

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derecha, según se entra navegando por el golfoJónico (mar Adriático)…»: así comienza el relato,con una distanciada anotación de caráctergeográfico. Epidamno se llama actualmenteDurazzo [Durréís] y es una ciudad de Albania. Enaquel tiempo era una colonia de Corinto, ciudadmiembro de la liga peloponésica, aliada deEsparta. Los habitantes de Epidamno habíanexpulsado a los oligarcas que les dominabanproclamando la democracia, pero aquéllos se habíaaliado con los ¡lirios, antepasados de los modernosalbaneses, y le habían puesto sitio.

Los habitantes de Epidamno, asustados,pidieron ayuda a Corcira; pero al no obtenerninguna respuesta recurrieron a Corinto, metrópolis(es decir, madre patria) de Corcira, que habíaaceptado, en cambio, ayudarles enviando aEpidamno un pequeño cuerpo de ejército que forzóel bloqueo (probablemente bastante relajado) de losoligarcas y de los ¡lirios. Los corcirenses esta vezreaccionaron inmediatamente y ordenaron aEpidamno expulsar al cuerpo de ejército corintio.

Las colonias eran desde siempre, y a todos losefectos, independientes de sus metrópolis, con las

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que mantenían de ordinario tan sólo relaciones derespeto formal, como, por ejemplo, ceder el turno asus enviados en el caso de que estuvieranesperando consultar al oráculo de Delfos, y cosaspor el estilo. Podían quedar lazos afectivos tambiénimportantes - como los que habían llevado a losatenienses en 494 a apoyar la revuelta de los jonioscontra los persas -, pero siempre es difícil deslindarlas razones de solidaridad étnica de los intereseseconómicos que también existían.

El hecho es que los epidamnios se guardaronmucho de obedecer y entonces los corciranosrespondieron enviando la flota y el ejército paraasediar su ciudad. Era un acto gravísimo de desafíoque los corintios se aprestaron de inmediato asofocar: en una iniciativa autónoma solicitaron laayuda de Tebas, Migara y Epidauro para castigar aCorcira. Los corcirenses esta vez se asustaron ymandaron una embajada a Esparta solicitando queconvenciese a los corintios para que abandonasensu iniciativa. Amenazaron con que, de no producirseesto, se dirigirían a otras panes en busca de apoyoy ayuda; era evidente, aunque no lo mencionasen,que se referían a los atenienses. En realidad, en

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aquel momento los corcirenses no querían la guerra,sino únicamente salir de aquel berenjenal sin verempañado su honor mediante los buenos oficios deEsparta, que, en efecto, trató de hacer entrar enrazón a los corintios, pero sin resultado. En el puntoen que se encontraban, éstos no querían echarseatrás y los espartanos pensaron probablemente quepodían lavarse las manos y dejar que las cosassiguieran su curso.

Corintios y corcirenses se enfrentaron en unabatalla naval en mar abierto, en la que los primerossufrieron una grave derrota. Avanzaba la malaestación y las hostilidades fueron suspendidas, peroCorinto se preparó para la revancha reuniendo unaflota imponente y formando un ejército poderoso.Esta vez los corcirenses se asustaron de veras ypidieron la ayuda de los atenienses con un discursode lógica persuasiva que deja traslucir, de formabastante evidente, el punto de vista de Tucídides:antes o después, el enfrentamiento entre las dosmayores potencias sería inevitable. Era comodecirles a los atenienses que se alineasen ahoracon Corcira, asegurándose una poderosa aliada yel apoyo de la segunda flota de guerra de Grecia. Si

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el apoyo de la segunda flota de guerra de Grecia. Siasistían a su destrucción sin mover un dedo,tendrían que luchar de rodas formas contra losespartanos, pero ellos solos. Después de tuscorcirenses tomaron la palabra los embajadores deCorinto, quienes pusieron en guardia a losatenienses para que no se inmiscuyeran en unasunto que no era de su incumbencia y noadoptaran una postura que podía resultarextremadamente peligrosa.

Péneles sopesó las dos posturas con sumaatención: no sentía ninguna simpatía por loscorcirenses, que estaban ayudando a los oligarcasa ahogar una democracia, y sabía que sicomprometía la paz con Esparta las consecuenciasserían irreparables; convenció por lo tanto a susconciudadanos para concertar con ellos una alianzade carácter defensivo que comprometía a Atenas asocorrer a Corcira sólo en el caso de que ésta fueraatacada o invadida.

Los corintios, lejos de sentirse intimidados poraquella elección, se comprometieron todavía másen la preparación de su expedición de castigo y,con la vuelta de la primavera, se presentaron en el

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mar Jónico con la flota en formación de combate,flanqueada por los contingentes de Mégara y deAmbracia, y aprestaron una base naval en un lugarinquietante: el cabo Quimerio, en las cercanías de ladesembocadura del Aqueronte y del oráculo de losmuertos de Éfira. En las proximidades de las islasSíbotas se produjo el enfrentamiento con laescuadra corcirense, a la que se habían sumadodiez naves áticas, una contribución poco más quesimbólica, pero significativa. Superiores en número,los corintios vencieron, pero los atenienses no seinvolucraron en ningún momento en el combate,limitándose a socorrer a los náufragos. La batalladuró toda la jornada y, cuando hacia el atardecer,pareció que los corintios podían desembarcar en laisla de Corcira, los atenienses mandaron otrasveinte naves de refuerzo que les obligaron areplegarse. Los corintios protestaron también antelos espartanos, pero la cosa no tuvo consecuenciasapreciables. En compensación los ateniensesreforzaron su alianza en Sicilia y en Italia conRhegion y Leontinoi, que eran enemigas deSiracusa, colonia de Corinto.

Atenas había salido bien parada de este

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peligro, pero el éxito sustancial obtenido confacilidad probablemente la enorgulleció más de lodebido y la convenció de que no tenía ya que temera ningún rival. Su primera decisión fue castigar aMégara so pretexto de que había cercado ycultivado tierras sagradas pertenecientes alsantuario ático de Eleusis. Decretó el embargo detodas las mercancías megarenses, a las que se lesprohibía la entrada en todos los mercados tanto deAtenas como de la liga de Delos. Para la pequeñaciudad, que vivía del comercio, era la ruina.Amenazados en sus intereses vitales, losmegarenses se dirigieron a Esparta pidiéndole queinterviniera para levantar el embargo.

El comediógrafo Aristófanes, que añosdespués representó satíricamente el drama de laguerra peloponésica, evocaba así aquellosmomentos previos:

Algunos jovenzuelos borrachos en el cótabo(Era un juego que se practicaba mientras se bebía:el resto de b copa se arrojaba a un recipiente demetal y se hacían adivinanzas por el sonido. (N. delT.) fueron a Mégara y raptaron a una puta, Simeta. Acontinuación los megarenses, excitados por la rabia

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como por una dieta de ajo raptaron a dos putas deAspasia. Y por eso estalló la guerra para todos losgriegos: por dos putillas. Desde ese momento elOlímpico Pericles se puso a echar rayos, a tronar…y mata de hambre a los megarenses,…

La alusión vulgar a Aspasia no hacía sinohacerse eco de una habladuría finalmente aceptadatambién por Plutarco, según la cual la mujer dePericles instruía y explotaba a jóvenes cortesanas.

Un tercer acontecimiento de no menorgravedad llevó la situación al límite del colapso.Potidea era una ciudad de la península calcídica,miembro de la liga de Delos pero colonia deCorinto, que todos los años recibía a susmagistrados de la metrópolis: Atenas la instó aexpulsar a los magistrados corintios y a derribar elmuro que había edificado hacia la península dePalene. Potidea se dirigió de inmediato a su madrepatria, Corintio, y, mientras, se dedicó a buscarayuda en el territorio circundante, incluso ante el reyPerdicas de Macedonia, que en un primer momentopareció ponerse de su parte.

Era un insulto demasiado grande para loscorintios, que esta vez solicitaron una reunión oficial

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corintios, que esta vez solicitaron una reunión oficialde la liga peloponésica con la crisis entre Corinto yAtenas, ya en su apogeo, en el orden del día.Esparta, que habría querido mantener la paz, nopudo echarse atrás y garantizó que si losatenienses tocaban Potidea entrarían en guerra.Entretanto Corinto envió de refuerzo a la ciudad uncontingente de tropas, preparándose para el ataqueateniense que no iba a dejar de producirse. Losatenienses tal vez continuaban haciéndose ilusionesde poder debilitar a Corinto sin tocar a Esparta, ysegún parece enviaron a Esparta un embajadorpara buscar alguna forma de acuerdo. El embajadorno llegó nunca a su destino y el toma y daca deacusaciones que siguió no llevó a arrojar luz sobrela intriga, que sigue todavía hoy sin ser esclarecida.

En este período, entre 433 y 432, se desarrollótambién en Atenas un movimiento ele oposición aPericles muy enérgico, que culminó en una serie deataques que afectaron a las personas máspróximas a él, pero sin conseguir aislarle.Anaxágoras de Clazómenas, su maestro y mentor,fue acusado de impiedad por su teoría del nous, esdecir, de la mente universal que gobernaba el

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mundo, en la que se podía ver una negación de laexistencia de los dioses. La acusación era muygrave y comportaba la pena de muerte. Pericles nopudo hacer nada por salvarle, pero es bastanteprobable que le ayudara a escapar a Lampsaco,una ciudad de Asia Menor próxima a los estrechos.

Tal vez asombre al lector moderno que en unademocracia radical como la ateniense de aquelentonces alguien pudiera ser condenado a muertepor delitos de opinión o por convicciones decarácter filosófico, pero hay que tener presente queel sistema democrático se refería tan sólo a lasrelaciones entre los ciudadanos; la relación de laciudad con los dioses era cosa muy distinta. Hayque recordar que aquellos ciudadanos se sentabanen el teatro para asistir al Edipo rey de Sófocles, enel que la ciudad de Tebas era asolada por la pestedebido al sacrificio de su rey, que había dadomuerte a su padre y se había unido en matrimoniocon su madre. Bastaba con que un «recopilador deoráculos», como ese Diopites que atacó aAnaxágoras, consiguiera espantar lo suficiente aljurado como para obtener un veredicto de condena.La democracia no libra del miedo ni de lo irracional.

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Es significativo el episodio, citado por Plutarco,en el que un ciudadano llevó a Péneles, de una desus fincas campestres, la cabeza de un carnero consólo un cuerno en medio de la frente. El adivinoLampón pronunció un vaticinio diciendo que de losdos poderes que había en la ciudad - el de Periclesy el de su adversario Tucídides, alguien que nadatiene que ver con el historiador - no quedaría másque uno, es decir, el de Pericles. Anaxágoras, encambio, abrió la cabeza del carnero para examinarsu interior y atribuyó el fenómeno a una anomalía delcerebro.

Pero no había acabado ahí la cosa: se lanzóuna segunda y doble acusación contra Aspasia, quefue llevada a juicio por impiedad y por proxenia, esdecir, por alcahuetería. No sabemos de dónde pudopartir la acusación de impiedad, pero, por lo que serefiere a la segunda, se decía que Aspasia habíaorganizado festines en los que invitaba a mujeresde condición libre a encuentros eróticos conPericles. Hechos de este género son hoy bastantecomunes y, si no son instrumentalizados por laoposición o los adversarios directos, por reglageneral no perjudican demasiado a los políticos;

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pero en la época de Pericles sólo las prostitutas olas hetairas podían participar en fiestas privadas yen juegos eróticos, por lo que convencer a mujeresde familia y de condición libre de hacer lo mismoera un delito muy grave porque suponía un atentadocontra la integridad de la sociedad y de la familia,que constituía su base.

Por otra parte, para un hombre deexcepcionales responsabilidades, a la hora debuscarse solaz, una fiesta privada con autenticasseñoras debía de ser infinitamente más excitante.No es difícil pensar además que esta segundaacusación pudiera tener un fundamento de verdad, ysin duda Aspasia era lo bastante desinhibida y deamplias miras como para querer gratificar a suhombre también en esto. Sea como fuere, Periclesla defendió personal y apasionadamente ante eljurado recurriendo a todo su carisma y sin escatimarsiquiera las lágrimas.

Las cosas fueron peor para Fidias, amigoíntimo también de Pericles y objeto de envidiasterribles por parte de sus colegas que le sabíandestinatario de pingües comisiones y de laejecución de obras que, como bien sabemos, le

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ejecución de obras que, como bien sabemos, ledarían la inmortalidad. Le acusaron de malversaciónen la construcción de la estatua de marfil y oro deAtenea en el Partenón. Pero Fidias, por consejo delmismo Pericles, había tomado la precaución dehacer pesar las partes de oro de la estatua antes desu montaje, por lo que pudo hacerla desmontar ydemostrar así que el peso no había variado (alparecer desde entonces la operación de control delpeso se realizó anualmente). Parece que se leacusó asimismo de un delito que nosotroscalificaríamos de «culto de la personalidad», conuna expresión en uso en los países regidos pordictaduras: se habría retratado a sí mismo y tambiéna Pericles entre los personajes representados en elescudo de la diosa. Es evidente que debió de haberalguna cosa más que nuestras fuentes, en las quese cuenta que Fidias murió en prisión deenfermedad, no aclaran.

Pericles afrontó casi en solitario laresponsabilidad y los formidables desafíos de lagran guerra. La pérdida de algunos de sus amigosmás queridos, de las mentes más preclaras de suentorno, debieron de afectarle profundamente,

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como un triste presagio.En 432, un ejército ateniense de cincuenta mil

hombres y setenta naves de guerra tomó rumbopara Calcídica y puso sitio a la ciudad de Potidea.Entre los soldados que defendían las trincheras querodeaban la ciudad se hallaba el joven Sócrates yun jovencísimo nieto de Pericles que había deconvertirse en uno de los protagonistas de la políticade Atenas. De gran apostura, burlón, cínico yanticonformista, personificaría la crisis de valoresdel mundo de las polis. Se llamaba Alcibíades.

Los espartanos no podían echarse ya atrás: laguerra estaba de hecho en fase de desarrollo,aunque el gobierno de la ciudad y los órganosdirectivos de la liga no la habían hecho todavíaoficial. Se llegó a aquella situación a través de unacompleja sucesión de movimientos que perseguíanla implicación del oráculo de Delfos. Los espartanoslo habían consultado ya y la Pitia les había incitado ala guerra. Tal vez se decidió este tipo deaproximación para crear una forma de«excomunión» de los atenienses también en elplano sacro-religioso. Durante el invierno de 432,los espartanos enviaron una embajada a Atenas

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solicitando la expulsión de los descendientes de losAlemeónidas (¡y por tanto de Pericles!) que sehabían manchado las manos en la masacre de lospartidarios de Cilón en la Acrópolis un siglo antes.

Los atenienses respondieron que también losespartanos habían mancillado su honra con unsacrilegio dejando morir a su regente Pausanias enun lugar sagrado y les reprocharon habermasacrado a un grupo de ilotas que durante unarevuelta habían buscado refugio en el templo dePoseidón, en el cabo Tenaro. No eran más queescaramuzas. Poco tiempo después los espartanosmandaron un ultimátum propiamente dicho pidiendoque se levantara el embargo a Mégara y el asedio aPotidea y que se devolviera la independencia aEgina. Los atenienses respondieron reafirmandosus razones y los espartanos enviaron otraembajada en la que afirmaron querer la paz y que la.mantendrían si los atenienses respetaban laautonomía de los griegos.

Habitualmente estas palabras se interpretancomo un ultimátum inaceptable con el que seordenaba disolver la liga de Delos, pero acaso setrata de una interpretación arriesgada. Los

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espartanos no habían pretendido nunca nadasemejante y no se comprende por qué hubierantenido que hacerlo ahora, a pesar de todo. Losrepetidos intentos de hacer entrar en razónprimeramente a los corintios y corcirenses y ahora alos atenienses hacen pensar que los espartanos sedieron perfecta cuenta de las consecuencias de unconflicto global y que deseaban evitarlo a pesar deque la mayoría de su asamblea, la Apella, se habíadeclarado favorable a la guerra. La Apella no teníapoder deliberativo; estaba constituida por los«Iguales», los guerreros espartiatas queobviamente obedecían ante todo a su código dehonor. El gobierno de la ciudad, y el prudente reyArquidamo en particular, debieron de tratar de evitarlo peor y muy probablemente se hubierancomentado con que Atenas retirase el bloqueocomercial a Mégara.

Por desgracia el curso de los acontecimientosforzó su mano: los tebanos atacaron sin previo avisoPlatea, ciudad beoda aliad desde siempre conAtenas, dando comienzo de hecho a lashostilidades, y, por otra parte, Atenas rechazódesdeñosamente todas las peticiones de los

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desdeñosamente todas las peticiones de losespartanos.

Llegados a este punto, no se podía sino pasarde las palabras a las armas, y en la primavera del431 Arquidamo, jefe supremo de las tropaspeloponésicas, a la cabeza de un ejército de cercade veinticinco mil hombres (sesenta mil segúnPlutarco), invadió el Ática.

Es evidente que los atenienses se sentían tanfuertes, tan ricos y tan bien defendidos por elformidable sistema de las Largas Murallas quecreyeron poder entrar en guerra convencidos de lavictoria. Hay que tener en cuenta asimismo que suparticipación marginal en el conflicto corintio-corcirense les había hecho conscientes, aunquesólo fuera por pura necesidad, de su enormesuperioridad técnica y táctica por mar. Eran losúnicos en poseer en grado máximo la habilidad demaniobra en la batalla que permitía a sus navesmoverse como arietes, espoleando y causandograves daños a las unidades enemigas ohundiéndolas con toda su tripulación, sin aceptarnunca las maniobras de enganche y elenfrentamiento de puente a puente entre las

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diferentes secciones, como todavía hacían losdemás.

Acaso pensaron que Esparta era pobre y que,aparte de Corinto, ya cansada del conflictocorcirense, no habían en la liga peloponésica ricasciudades mercantiles en condiciones de invertirgrandes recursos en gastos militares. Seequivocaban, y es lícito suponer que no debieron detener en cuenta la eventualidad, luego puntualmenteverificada, de que los dos riquísimos santuarios, elde Olimpia en Elide y el de Delfos en Fócide,financiaran la guerra para la liga peloponésica. Porsi fuera poco los espartanos tenían en Sicilia unpoderoso aliado en Siracusa, colonia dórica, laciudad más rica y poderosa entre las fundadas porlos griegos en Occidente. Ya hemos visto que entiempos de las guerras persas los griegos habíanpedido a Siracusa que se alineara de su lado, peroel tirano Gelón quiso a cambio el mando supremode la flota aliada, por lo que la cosa acabó en nada.Ahora Esparta pedía incluso quinientas naves decombate y otras ayudas, pero Atenas consiguiódurante un cierto período mantener activa lahostilidad de Rhegion y de Leontinoi impidiendo la

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peligrosa entrada siracusana en el escenario de laguerra.

Pericles, tras haber previsto el movimiento delenemigo, hizo evacuar el Ática y reunió a toda lapoblación dentro de las murallas de la ciudad; ymientras Arquidamo devastaba los campos yquemaba los olivos y viñedos, la flota ateniensesalió de alta mar y bajó haciendo el corso a lo largode las costas del Peloponeso sometiendo a hierro yfuego a las localidades marítimas. Los ateniensessabían de los contactos secretos entre Egina yEsparta, y por lo tanto desembarcaron en la isla,expulsaron a la población y establecieron allí unacolonia militar propia. Los eginetas fueron acogidospor los espartanos en una localidad llamada Tirea.

El primer año de guerra terminó de hecho ennada, mientras Potidea seguía resistiendo. Periclescelebró las solemnes exequias de los caídos encombate y pronunció el famoso discurso (el «Elogiofúnebre») que Tucídides reproduce en una de laspáginas más intensas y emocionantes de toda suobra. Atenas es escuela de la Hélade y del mundoentero, es un baluarte de democracia y de libertad;sus instituciones permiten el desarrollo de la

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personalidad del hombre y de su dignidad dejandode lado su origen social y su posición económica.En este discurso está también la justificación de laguerra, que es un enfrentamiento entre dossistemas y dos ideologías.

A la primavera siguiente Arquidamo invadió elÁtica por segunda vez y avanzó hasta casi losmismos muros de Atenas, pero fue repelido por unenemigo mucho más temible que cualquierguerrero: ¡la peste! Traída por una nave que veníade Egipto o de Siria, la epidemia encontró fácilacicate para propagarse en la población hacinadaen el interior de la ciudad en unas condicioneshigiénicas precarias y en plena canícula estival. Elefecto fue devastador y no talló quien recordase aldios de Delfos, que, consultado por los espartanosacerca de si debían o no emprender la guerra, habíarespondido que si ponían el máximo empeño en elloél mismo les ayudaría. ¡Y de qué manera tanimpresionante recordaba la peste a aquélladesencadenada por Apolo en el campamentoaqueo durante la guerra de Troya!

Pericles no dio su brazo a torcer pese a verseásperamente criticado incluso desde dentro, y no

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ásperamente criticado incluso desde dentro, y nosalió a enfrentarse a Arquidamo, que habíaavanzado hasta el Laurión para saquear las minasde plata. Entonces preparó la flota y se dirigió aatacar varias ciudades del Peloponeso y a devastarlos campos; la pequeña ciudad de Prasia fuetomada y saqueada. Cuando volvió a Atenas, losespartanos se habían marchado, tal vez asustadospor las siniestras columnas de humo negro que sealzaban del interior de la ciudad donde de continuoardían los cadáveres en las piras.

La situación estaba en tablas: preciso eradesbloquearla de algún modo, y probablementePericles pensó en asestar un golpe: definitivo en elnorte, donde Anfípolis resistía aún, enviando acuatro mil hoplitas con máquinas de guerra. Fue unapésima idea: el cuerpo de ejército incubaba lapeste y cuando llegó fueron contagiadas tambiénlas personas sanas que se encontraban en el lugar.El comandante, tras haber perdido una cuarta partede sus hombres en poco más de un mes, decidióretirarse, mientras el resto del ejército mantenía elbloqueo de Anfípolis, que finalmente cayó despuésde algunos meses.

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Desmoralizados, extenuados por lasenfermedades y por la guerra, los atenienses serebelaron contra Pericles y le destituyeronamenazándole también con una multa. Entretanto lapeste se había llevado a su hermana, a losparientes y amigos más queridos» incluido su hijoJántipo. Cuando enfermó y murió también el másjoven. Páralo, el último de sus hijos legítimos, el granestadista que hasta aquel momento había resistidoal infortunio con una entereza increíble y que nuncahabía llevado luto o se había abandonado al llanto,se abatió sollozando sobre el cuerpo exánime delmuchacho y contrajo él mismo la peste.

Pero Atenas se sentía huérfana sin Pericles y alaño siguiente, 429, una delegación se dirigió adonde él se encontraba (iba también en ella susobrino Alcibíades) para implorarle que retomaralas riendas de la ciudad. Le encontraron extenuado,roto, la barba sin cuidar, y le pidieron que aceptarala elección a estratego. Pericles aceptó, pero el malle consumía ya lentamente. Hizo abolir la ley quereconocía la ciudadanía sólo a aquel cuyos dospadres fueran atenienses a fin de que también suhijo Pericles, tenido con Aspasia, pudiera ser

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ateniense: fue la única vez que utilizó su poder y suinfluencia para someter la ley a una convenienciapersonal. Su constitución fortísima no hizo sinoprolongar su agonía, pero se daba perfectamentecuenta de que estaba condenado. Las mujeres decasa le convencieron de que llevara un amuleto entorno al cuello y, cuando un amigo fue a verle, él ledijo señalándolo: «Muy mal debo de estar cuandosoporto estas estupideces». Moría así, con laamarga sonrisa de la ironía en los labios, uno de loshombres más grandes de todos los tiempos, elartífice de una época irrepetible de grandeza,libertad y esplendor.

Tras la muerte de Pericles, la guerra seprolongó con períodos de calma chicha y dellamaradas repentinas de reanudación, mientras laescena política era ocupada por un nuevo líderllamado Cleón. Aborrecido por Tucídides, que lopresenta siempre como un demagogoirresponsable, fue en realidad un hombre de notablecoraje e inteligencia, aunque indudablemente concarencias en cuanto a equilibrio, realismo y sentidode la medida. Los espartanos continuaroninvadiendo el Ática prácticamente todos los años,

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sembrando la devastación con el fin concreto deminar la economía de su rival, pero evidentementeel control del mar permitía a Atenas mantener tantolas entradas del propio comercio como los ingresosde los tributos de la liga, que Cleón llevó a un techode mil cuatrocientos sesenta talentos, una sumaenorme incluso calculando una cierta tasa deinflación.

Cuando una ciudad intentaba rebelarse larespuesta era tremenda: le tocó a Mitilene, en la islade Lesbos, que se separó de la liga en el año 428.Al siguiente fue tomada al asalto y Cleón propusopasar por las armas a todos los varones adultos yvender como esclavos a mujeres y niños. Por suertefue aprobada una moción más racional, pero laciudad tuvo que derribar las murallas, hacer entregade la flota, pagar una fuerte indemnización y cederbuena parte de sus propios terrenos a colonosmilitares atenienses. Sin embargo, esta fue unapobre satisfacción: casi al mismo tiempoespartanos y tebanos tomaron la pequeña y fielPlatea y la destruyeron y masacraron a la población.Los atenienses respondieron con un brillante golpede mano, digno de un gran jugador de ajedrez. Toda

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de mano, digno de un gran jugador de ajedrez. Todala operación fue de tal alcance y tan excepcional porlos procedimientos empleados que bien vale lapena contarla en detalle.

El almirante ateniense Demóstenes, quecruzaba por la parte baja del río Jonio con unaescuadra de unas cincuenta naves, sorprendido porun temporal buscó refugio en la bahía de Navarino,resguardada hacia mar abierto por la isla deEsfacteria. (Desde el norte se extiende unpromontorio a cuyo pie en los años treinta la misiónde Karl Blegen excavó los restos de un palaciomicénico atribuido al héroe homérico Néstor.) Tratóentonces de convencer a sus colegas Eurimedontey Sófocles para fortificar aquella localidad, porquepodía tener un valor estratégico formidable, peroellos le respondieron que, si quería tirar el dinero delos atenienses, el Peloponeso estaba lleno depromontorios igual que aquél y abandonaron ellugar. Demóstenes, que había recibido un mandatopersonal de la ciudad, se quedó y con sus hombresaprovechó su estancia en ella para fortificar elpromontorio que se extendía hacia Esfacteria.Como no tenían herramientas con que cortar la

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piedra, emplearon la técnica de la hormaza uniendolas piedras con arcilla (que llevaban en pellasdirectamente sobre la espalda, sosteniéndolas conlas manos entrelazadas por detrás). Su planconsistía en crear un enclave en territorio espartanodonde atraer a los mesenios y tal vez también a los¡locas, desde siempre rebeldes y recalcitrantes; ensuma, una auténtica espina clavada en el flanco dela unidad peloponésica. Una vez que el fuerte fuerestaurado, el grueso de la flota se dirigió haciaZacinto, y Demóstenes se quedó en su reducto concinco naves y unos pocos cientos de hombres. Varólas naves en la costa fuera de la bahía y las rodeócon una trinchera y una empalizada.

Los espartanos por un tiempo se lo tomaroncon calma, pensando que, en cualquier caso, aquelpuñado de desesperados tenía los días contados, ya continuación se decidieron a lanzar el ataque porla parte del mar. Desembarcaron un contingente depoco más de cuatrocientos hombres en la isla yalinearon en los dos canales que separaban la isladel continente - al sur y al norte - navesencadenadas con la proa vuelta hacia mar abierto,por donde podía llegar la flota ateniense. Tucídides,

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casi siempre muy exacto, da aquí una noticia difícilde creer: según él el canal meridional no permitía elpaso más que de ocho o nueve naves, cosa que esimposible. Actualmente este tiene un ancho de másde un kilómetro y veinticinco siglos atrás la situacióndebía de ser más o menos idéntica.

Los espartanos, de todas formas, tuvieron queintentar bloquear la bahía alineándose en los doscanales, al norte y al sur de la isla de Esfacteria, yacto seguido desembarcaron un contingentetambién en tierra firme con el que se aprestaron aatacar la fortaleza. Otra escuadra naval bajo elmando de Brásidas, un oficial que había dedistinguirse mucho a continuación, intentó eldesembarco por la parte de mar abierto. Pero,gracias a una escollera, los atenienses, con unaspocas docenas de hoplitas, consiguieron impedir eldesembarco. El mismo Brásidas cayó herido degravedad y mientras perdía el sentido dejó caer elescudo, que terminó en manos de los enemigos,vergüenza tremenda para un espartano, convertidados siglos antes en paradigmática por un famoso yburlón verso de Arquíloco, que escribía:

Algún sayo alardea con mi escudo, arma sin

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tacha, que tras un matorral abandoné, a mí pesar.Puse a salvo mi vida. ¿Qué me importa el talescudo? ¡Váyase al diablo! Ahora adquiriré otro nopeor.

Demóstenes envió una de sus naves a Zacintopara pedir ayuda y la flota ateniense se presentó sintardanza: provocó a la flota enemiga, la derrotó y,dejando aislada la defensa que estaba en la isla deEsfacteria, penetró en la rada. Había allí otras navespeloponésicas varadas en la playa y sin sustripulaciones, y los atenienses las engancharon conunos garfios a fin de remolcarlas hasta alta mar.Tras un largo - todo hay que decirlo - tira y afloja, losatenienses lo dejaron correr y se alejaron de lacosta, pero bloquearon los canales y rodearon laisla. Los sitiadores se habían convertido en sitiados.Jaque mate.

Los espartanos negociaron en este punto unatregua, aceptando entregar las naves que les habíanquedado, a cambio de la autorización para, bajocontrol ateniense, avituallar a sus soldadosbloqueados en Esfacteria de harina, vino y carne enlas cantidades que fueran previamenteestablecidas, es decir, unas raciones de hambre.

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establecidas, es decir, unas raciones de hambre.La tregua seguiría en vigor hasta que la embajadaque habían enviado a Atenas hubiera obtenido untratado de paz. La embajada llegó con el evidentemandato de conseguir la paz incluso a un preciomuy alto: para el gobierno espartano la vida de sussoldados atrapados en Esfacteria no tenía precio. Atan sólo cincuenta años de la masacre de lasTermopilas, el sacrificio de un número claramenteinferior a aquellos trescientos debía de parecer detodas formas demasiado serio, lo que nos da lamedida de lo mucho que debía de pesar ya enEsparta el problema demográfico.

Cleón no hizo sino aumentar la apuestapensando que, en caso de que capturase vivos alos hoplitas de Esfacteria, su prestigio aumentaríaenormemente y podría imponer condiciones de paztodavía más favorables a Atenas. Pidió, nadamenos, que h guarnición espartana de la isla seentregase desarmada para ser llevada a Atenascomo garantía y, además, que los espartanosentregaran Nisea, puerto de Mégara en el golfoSarónico, Pegas, Trecén y Acaya, que Atenas habíaperdido como consecuencia de las derrotas

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sufridas en el transcurso de la guerra. Erancondiciones absurdas y, sin embargo, losespartanos aceptaron negociar, pero solicitaron unacomisión bilateral reducida para discutir losdiferentes puntos del acuerdo. Dicho en otraspalabras, querían una sede reservada para debatirun tratado en el que las mercancías de cambio erancomunidades enteras y estados que se habíanpuesto bajo su protección en el curso del conflicto:por lo menos, si las negociaciones no llegaban abuen término, una verdad tan embarazosapermanecería como materia reservada.

Cleón les acusó de querer recurrir asubterfugios, de no querer discutir la cosa sintapujos delante de la Asamblea. Era demasiado: losespartanos volvieron furibundos a Pilos yreanudaron las hostilidades, desencadenando unataque tras otro contra la fortaleza del promontorio.Los atenienses, por su lado, enviaron otras veintenaves, elevando así su número a setenta. De díados de ellas patrullaban la costa este y la costaoeste de Esfacteria navegando en sentido contrario.De noche las setenta se disponían en torno a la isla.Sólo en caso de mar gruesa permanecían en la

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rada a lo largo de la costa oriental. En aquellascondiciones, sin embargo, los ilotas, atraídos por lapromesa de libertad y de recompensas en metálico,desembarcaban en la isla, aprovechando que lasnaves atenienses no conseguían resistir el amarre, yllevaban vino, pan, queso, o incluso atravesaban anado la bahía o uno de los canales acarreandoodres llenos de víveres.

Aquello iba para largo, porque el mandoateniense, evidentemente, había calculado que laguarnición de Esfacteria, sin agua ni víveres,acampada en un lugar salvaje y bebiendo aguasalada, no lograría resistir mucho más. Y tambiénpara los atenienses la situación era crítica: la únicafuente se hallaba en el interior de la plaza fuerte dePilos, sobre el promontorio, y el aprovisionamientoen aquel lugar tan fuera del alcance de la mano erapoco menos que imposible. Mientras tanto seacercaba la mala estación: si la isla no caía antesdel invierno, la flota no podría ser ya avituallada pormar, cosa ya de por sí muy difícil con tiempofavorable. La situación estaba en tablas y Cleón seencontraba en una situación difícil: por haberambicionado demasiado corría el riesgo de

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perderlo todo. Hizo responsable de todo lo ocurridoal comandante de la fuerza de Pilos, Nicias,tachándole de incapaz y de falto de determinación.Nicias, viéndose directamente implicado, expusolas enormes dificultades ambientales en las quehabía que actuar y desafió a Cleón a tomar elaquella maldita isla si era capaz de hacerlo.

Cleón atrapó la oportunidad al vuelo y se hizoconferir el mando de las operaciones, pero tuvo elbuen tino de asociarse en el mando conDemóstenes, que estaba ya en el puesto, y tanpronto como estuvo preparado con nuevosrefuerzos, se dirigió hacia la bahía de Navarino.

Entretanto Demóstenes estaba preocupadoporque el tupido manto boscoso de la isla escondíaal enemigo: no se sabía cuántos eran y, por másque hubiera hecho un cálculo sobre la base de lasraciones de supervivencia que les proporcionabandurante la tregua, en realidad no tenía idea de lasolidez ni del desplazamiento de las fuerzasenemigas. Pero, un buen día, algunos de lossoldados atenienses que habían ido de avanzadillaa la isla, mientras se hallaban ocupados en cocinar,prendieron involuntariamente fuego a la vegetación,

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prendieron involuntariamente fuego a la vegetación,y todo el bosque, con el soplo del viento, setransformó en una hoguera. Cuando el incendio seapagó la situación pareció clara: había dos fortines,uno al norte y otro al sur, y los espartanos eran másnumerosos de lo que se creía. Entretanto, llegóCleón e hizo entregar a los héroes defensores deEsfacteria un ultimátum: rendición inmediata y sincondiciones. Obviamente obtuvo una negativa. Noquedaba más solución que un ataque decidido.Aquella misma noche Demóstenes desembarcó un«comando» de incursores armados con armamentoligero, tropas especiales que estaban adquiriendoexperiencia sobre el terreno en aquellos años.

Estos se arrastraron en la oscuridad hasta elfortín que defendía la parte meridional y antes delamanecer irrumpieron en él: los espartanos, unatreintena en total, fueron exterminados antes inclusode que tuvieran tiempo de echar mano a las armas.Inmediatamente después Demóstenes hizodesembarcar a todos los hombres de que disponíay hasta a las tripulaciones de las naves, los dividióen pequeños grupos y los situó en los lugares máselevados. A continuación atacaron el fuerte más

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grande, el que defendía la punta norte.Los espartanos, bajo el mando de un heroico

oficial llamado Epitadas, se defendieron comoleones, en formación cerrada, cargando yretrocediendo de continuo, Pero desde todas parteslos enemigos les dispararon con flechas, jabalinas ypiedras, durante horas y horas, diezmándoloslentamente, sin aceptar nunca el choque frontal,hasta que los supervivientes se encontraron,exhaustos, ensagrantados, cubiertos de hollín y desudor, completamente rodeados. Su comandanteestaba ya muerto.

Desmoralizados, psicológica y físicamentedestruidos, los escasos supervivientes pidieronpoder recibir instrucciones de su mando en tierrafirme. La respuesta fue que podían decidir por sucuenta con tal de que no llevaran a cabo accionesvergonzosas y ellos, pensando que salvar la vidadespués de haber sido derrotados hasta laextenuación no era una acción deshonrosa, hicieronlo que nunca antes unos hoplitas esparciatas habíanhecho: se rindieron dejando caer los escudos ylevantando las manos, como se hace aún hoy enseñal de rendición. Doscientos noventa y dos

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hoplitas, de los cuales ciento veinte eranesparciatas, fueron capturados vivos por primeravez en la historia, por lo que hoy sabemos. Habíaconcluido una operación rocambolesca, en la quelos contendientes se jugaron el todo por el todo y enla que se utilizaron técnicas de combate hastaentonces nunca experimentadas, que habían decambiar profundamente el modo de hacer la guerra.

Aquello causó una enorme impresión, pero losespartanos se negaron a negociar un rescate. Elejército de tierra partió dejando Pilos en manosatenienses y aquel año los espartanos no invadieronel Ática.

Pasaron otros dos años de éxitos y revesespara ambos bandos. Los atenienses llevaron acabo acciones en Sicilia y en Grecia y ocuparon elpuerto oriental de Mégara - el que daba al golfoSarónico - forzando a la rendición de la defensapeloponésica. Hacia el año 424, los espartanosrealizaron una inesperada maniobra de distracciónenviando un cuerpo de ejército a Calcídica bajo elmando de Brásidas, el más valeroso e inteligentede los jefes espartanos de aquel período. Con ungolpe de mano éste consiguió tomar Anfípolis sin

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que la escuadra ateniense, fondeada en el puertode Tasos y bajo el mando de Tucídides de Obro,pudiera impedírselo. El oficial ateniense (y nuestrafuente para estos acontecimientos) consiguióimpedir por si solo que también Eyón cayera enmanos enemigas. Reclamado desde la patria yprocesado, Tucídides fue condenado a veinte añosde destierro, y había de ser aquel destierro la causade que se escribiera la obra histórica más grandede la Antigüedad.

En Anfípolis, Brásidas fue condescendiente ydejó a los habitantes la elección de abandonar ellugar en el espacio de cinco días o quedarse,conservando los derechos de ciudadanía. Por eso,fue recordado como un héroe y recibió grandeshonores. El éxito de Brásidas indujo a muchas otrasciudades de la zona a rebelarse contra Atenas, lacual respondió en el año 422 con el envío de uncuerpo de ejército mandado por Cleón. Los dosejércitos se enfrentaron ante los muros de Anfípolisy los atenienses se llevaron la peor parte. El propioCleón murió, pero, en el transcurso de la mismabatalla, le siguió a la tumba Brásidas, que porironías del destino fue uno de los poquísimos caídos

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ironías del destino fue uno de los poquísimos caídosque hubo que lamentar por parte espartana. Ladesaparición de los dos principales adversarios y lasensación de abatimiento después de diez años deguerra ininterrumpida indujeron finalmente a loscontendientes a la paz. Se estipuló un tratadocincuentenal sobre la base del statu quo. Cada unode los dos contendientes restituyó al otro lasconquistas realizadas en el curso de la guerra. Sehabía luchado durante diez años de conflictosangriento, devastador; total, para nada.

18 de noviembre de 1999Finalmente he podido volver a ver a Kostas

después de meses de hablarle solamente porteléfono. No ha sido agradable; es evidente que sudignidad le impedía quejarse o cargar sobre misus problemas. He ayudado a la muchachakosovar a darle un baño, tarea nada fácil, peroigualmente me ha gustado hacerlo. Me parecíaque la providencia o el destino, comoquiera quequeramos llamarle, me había concedido el poderlavar a mi padre que no tengo ya, dispensarletodavía un servicio.

Le hemos dado un masaje con alcohol y

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seguidamente con una crema preparada por lamuchacha con una receta suya ilírica. Le hemospeinado y perfumado, así como puesto un pijamanuevo con la pochette de seda azul que a él legusta. Y luego, finalmente, el café y el cigarrillo. Sulucidez es impresionante: si el resto de suorganismo fuera como su mente podría ir enbicicleta.

- Me ha sentado mal escuchar este capítulo -dice.

- Me lo imaginaba. También he hecho mal enescribirlo. Ya sabes cómo soy; no consigo teneruna actitud totalmente distanciada.

- Bueno, si es por eso, no lo conseguía ni elmismísimo Tucídides: ve con muy buenos ojos aPericles, le cae simpático Nietas y le tiene unatirria tremenda a Cleón.

- Tucídides estaba convencido de que fueronlos demagogos como Cleón quienes llevaron aAtenas a la ruina y no anda del todo equivocado.

- ¿Por qué, Pericles no? Fue él quiendesencadenó la guerra del Peloponeso. Losespartanos trataron de evitarla por todos losmedios.

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- No debes olvidar que Pericles no es untirano y ni siquiera el jefe de un gobierno: ciertoque hizo todo lo posible para que sus mocionesfueran votadas, pero al final era siempre el puebloel que tenia la última palabra. Pericles pensabaseguramente que tenía que resolver el problemacon Esparta de una vez por todas. Pero hacer ¡aguerra era normal para los griegos y también paralos atenienses. No había nada más normal ypuede decirse que había una guerra, o más deuna, todos los años. Nosotros la vemos aposteriori: para nosotros es «la guerra delPeloponeso» , que es como decir «la primera» o«la segunda guerra mundial». Pero Pericles nopodía saber que estaba a punto de dar comienzo ala guerra del Peloponeso: para él era un conflictocomo tantos otros, la manera más directa yeconómica de resolver un problema de políticaexterior y de relaciones internacionales. Y riosabemos qué habría sucedido de haber vivido: talvez le habría puesto fin, tal vez habría hechoscálculos distintos… Además, es imposible decirlo:la historia de los «si» y de los «pero» no es posibleescribirla. Lo único cierto es que Cleón hubiera

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escribirla. Lo único cierto es que Cleón hubierapodido terminar la guerra mucho antes y de modofavorable y en cambio al final lo arruinó todo…Quiso tirar demasiado de la cuerda.

- Una cosa que no consigo entender es cómoen la Antigüedad los papeles estaban invertidos:unos demócratas como los atenienses son lospartidarios de la guerra, mientras que unosconservadores oligarcas como los espartanossiempre buscan la paz. ¿Cómo se explica eso?

- En mi opinión, no tiene otra explicación quela que habrían dado los sofistas, que tansimpáticos te caen: la gente obra de acuerdo consu conveniencia, la ideología no cuenta. En otraspalabras, la guerra significaba para ¡os ateniensessalarios que iban a parar a los remeros de la flota,encargos para los astilleros navales, para losfabricantes de armas y para los proveedores degéneros alimentarios, negocios de oro para losmercaderes de esclavos y tierras que se podíanobtener gratis en las colonias militares endetrimento de los habitantes autóctonos. Enresumidas cuentas: mientras estuviera el imperiopara pagar ¡os gastos, la guerra constituía un

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negocio. En cuanto a los espartanos, no creo quefueran pacifistas por simple buena disposición deánimo: es que ¡a guerra para ellos no era sino unincordio o, mejor dicho, el mayor de los incordiosposibles.

- Pero si no hacían otra cosa que adiestrarsepara guerrear, desde niños si mal no recuerdo.

- Precisamente. Y por lo tanto la conocíanmejor que nadie. Pero sobre todo tenían unproblema demográfico: la clase de los ciudadanosguerreros estaba limitada por un numerus clausus,aparte de que sólo quien tenía un trozo de tierrapodía permitirse pagar la pensión de las comidasen común y el coste del propio sostenimiento, dela armadura y de todo lo demás. Por esopracticaban un estrecho control de losnacimientos, para no dividir la tierra entredemasiados hijos y reducirlos, en el curso de unaspocas generaciones, a la miseria. Guerrasignificaba desangrar a la clase de los guerreros ypor lo tanto, a la larga, hacer morir a la ciudad.Estaban obsesionados por el problemademográfico: ¿conoces la historia de los pártenos?

- Me parece que no.

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- Fue en tiempos de las guerras mesenias, afines del siglo vil: los guerreros llevaban tantosaños ausentes de sus hogares que los éforostemieron que se produjera un brusco descenso delos nacimientos y por lo tanto eligieron a losmocetones más robustos y los licenciaron con unaorden verdaderamente especial: dejarembarazadas concienzudamente a todas ¡asvírgenes de la ciudad, cosa que ellos hicieron conmeticulosa precisión. Como puedes ver, eran unosmuchachos muy disciplinados.

- Bien pensado, ésa sí que era una misióninteresante,

- Y, sin embargo, una vez que crecieron,aquellos niños ‘hijos de vírgenes’, los pártenosprecisamente, vieron que se les negaba laciudadanía por ser hijos ilegítimos. Así las cosas,primero intentaron dar un golpe de estado y, luego,cuando fueron descubiertos, huyeron a Italiadonde fundaron Tarento. Al menos, eso es ¡o quecuenta la leyenda.

Kostas sonríe con sus ojos de mirada vivaz.Hablar de sexo le pone siempre de buen humor yle hace olvidar, por un momento al menos, sus

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le hace olvidar, por un momento al menos, susproblemas. Pero no tarda en cansarse y laconversación no puede prolongarse por muchomás tiempo.

Le he dicho a la muchacha que puede irse.Ahora vemos un Poco la televisión; luego, leprepararé la sopa para la cena y enseguida lemeteré en la cama. Eso no es difícil, pues no pesanada.

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Alcibíades

Es asombroso considerar la energía física,psicológica y económica, gastada por losatenienses durante los primeros diez años deguerra en una situación para nosotros a duraspenas imaginable. SÍ los féretros que volvían delVietnam en los años sesenta causaron en Américauna reacción can fuerte, hasta el punto de lograrimponer en pocos meses el final de la guerra,pensemos cuánto más fuerte debía de ser elimpacto del dolor por las pérdidas humanas queafectaba a una ciudad en la que todo el mundo seconocía, en la que las noticias corrían de boca enboca, en la que los funerales eran oficiadospúblicamente y la gente podía ver las urnas quecontenían un puñado de cenizas, todo cuanto

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quedaba de unos jóvenes fuertes y musculosos,llenos de vida y de energía, esos mismos quehabían visto en los gimnasios y en las palestras yeran reproducidos en los frisos que ornaban sustemplos. A veces veía los cuerpos desgarrados porlas heridas y en todo caso oía los relatos de lossupervivientes, veía a los mutilados quedeambulaban por los caminos mostrando los signosdel dolor y de los ataques sufridos en el mar o en elcampo de batalla. Y veía, en los cortejos fúnebres,los féretros vacíos de los desaparecidos encombare.

En aquella ciudad no había un gobierno quepudiera guardar secreto alguno, ni tampoco mediosde comunicación que pudiesen edulcorar losboletines del frente: todo se discutía y se valoraba aplena luz del día en las reuniones de la Asamblea.En aquellas reuniones el pueblo continuó votandopor la guerra durante diez largos años. Por orgullo,por terquedad, por avidez de tierras y de botín, pordeseo de venganza y, en el fondo, por la concienciade que todos eran corresponsables de lo queestaba sucediendo. Las guerras antiguas entrecomunidades relativamente pequeñas no tardaban

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en convertirse en cuestiones personales: venganzasy represalias generaban un círculo vicioso queúnicamente el agotamiento total de los recursosconseguía romper.

El continuo sucederse de rebeliones yrepresiones, de ataques y contraataques, elincesante destino de ingentes sumas para fabricarnuevas armas, naves y máquinas de asedio, ladevastación de propiedades privadas, de campos yde haciendas, las incursiones para robar ganado:todo debía de crear un clima de tensión continua yde angustia, por lo menos entre las clases quepodían permitirse el lujo de reflexionar.

Una resistencia semejante, aunque sólo fueradesde el punto de vista económico, no seríaexplicable sin la estructura de la liga naval, quemandaba continuos recursos de los estadosmiembros hacia la potencia hegemónica, recursosque llegaban por vía marítima a través de rutas queeran mantenidas firmemente por la marina deguerra ateniense. El último tramo de ese itinerariode avituallamiento pasaba por el sistema fortificadodel puerto y de las Largas Murallas, que era dehecho inexpugnable.

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hecho inexpugnable.Por otra parte, la liga adversaria no tenía

ninguna posibilidad de interrumpir aquella afluenciaporque no podía golpear a cada uno de los estadosmiembros. A lo sumo podía tratar de convencerlos,como hizo, de que se rebelaran, pero no contabacon los medios para sostener la rebelión y debíaasistir casi impotente a la reacción implacable delas fuerzas armadas atenienses. ÚnicamenteAnfípolis constituyó una excepción, pero porqueBrásidas consiguió llegar a la península Calcídicapor vía terrestre, para atravesar Tesalia,oficialmente aliada de los atenienses, alternando laamenaza física de su ejército con contactosdiplomáticos con los representantes aristocráticos yoligárquicos que sentían simpatías por Esparta.

Hubo también intentos de implicar a los persascon una serie de embajadas secretas. Una de lasrespuestas persas fue interceptada por losatenienses en el año 425 con resultados quedebieron de provocar incluso su hilaridad. Uncomandante ateniense, un tal Arístides, encargadode recaudar el pago de los aliados, capturó unanave en Eyón, en la desembocadura del Estrimón,

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que llevaba a bordo a un enviado persa llamadoArtafernes directamente a Esparta de parte delGran Rey. El hombre llevaba consigo documentosescritos en caracteres cuneiformes, muyprobablemente una simple tapadera. Tanto elcorreo como las misivas fueron llevados a Atenas,donde estas fueron traducidas y leídas. En ellas,entre otras cosas, el rey decía a los espartanos queno comprendía qué querían porque, de los muchosembajadores enviados, ninguno coincidía en laspeticiones. Por lo tanto, si querían decirle algo másclaro debían enviarle varios hombres juntamente consu emisario.

Los atenienses debieron de reírse con aquellamisiva en la que los espartanos no desempeñabansino el papel de unos idiotas, como a menudo eranrepresentados en los chistes y en las comedias:pero esperaron el momento oportuno y mandaronuna embajada a Éfeso junto con el agente persa,presumiblemente con propuestas alternativas. Sinembargo, cuando ésta llegó, se enteró de que el reyArtajerjes había muerto y hubo de desandar elcamino con las manos vacías.

¿Cómo se vivía en Arenas en tiempos de

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guerra? ¿Cuál era el tenor de vida entre las cuatroparedes del hogar? Es probable,. al menos desdeun punto de vista económico, que no hubieraexcesivas privaciones: la marina militar conseguíamantener abiertas las rutas para la exportación delos productos de artesanía ática y, además, losestipendios pagados a los remeros de la flota, a lostrabajadores de los astilleros del Pirco y también alos fabricantes de armas debieron de permitir unnivel de vida bastante bueno, lo que explicaríatambién la ausencia de voces contrarias a la guerra,aparte de las procedentes de fuentesconservadoras, que siempre habían mantenido supunto de vista político, según el cual lo mejor hubierasido un entendimiento con Esparta. Fue uno deestos últimos, Nicias, quien finalmente negoció lapaz con Esparta y con la liga peloponésica yconvenció a sus conciudadanos para querestituyeran sin rescate a los doscientos noventa ydos hoplitas espartanos capturados en Esfacteriapor Demóstenes.

Un discurso de Lisias, compuesto para uncliente acusado de homicidio, nos ofrece laposibilidad de echar una ojeada indiscreta al

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interior de un hogar ateniense de aquella época, y laimpresión es que la vida, en todos sus aspectos,incluso aquéllos, por así decir, más bocachescos,continuaba igual que antes. La historia es curiosa ypicante a la vez: a un campesino llamado Eufileto, alvolver un día del campo, se le acerca una vieja quele revela que su mujer tiene un amante. Éste, unseductor profesional (hoy diríamos un playboy), sellamaba Eratóstenes (de nombre y de hecho,«fuerza de amor») y era el amante de su ama, lacual, viendo que sus visitas se iban espaciando,pidió a la vieja que siguiera sus pasos y de estemodo descubrió que se dirigía a casa de la mujerde Eufileto. La seducción se había desarrollado sólopor vía epistolar. Eratóstenes había tenido ocasiónde echar el ojo a la guapa señora mientras seguía elfuneral de su suegra (funerales y matrimonios,aparte de las festividades religiosas, eran casi lasúnicas ocasiones para una mujer de condición libre- ¡ironías de la palabra! - de poner los pies fuera delas cuatro paredes del hogar) y había empezado aseguir a la esclava que aquélla mandaba almercado. Había comenzado así a hacer llegar a lamujer notas de amor en las que le pedía

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mujer notas de amor en las que le pedíainsistentemente un encuentro, y ella, al final, habíacedido.

Eufileto no consigue comprender cómo puedenproducirse estos encuentros y la vieja le aconsejaque someta a un interrogatorio a la esclava que vaal mercado porque está al corriente de todo. Y laesclava revela la artimaña. Tenía el matrimonio unniño aún en pañales que dormía con ella en la plantabaja, mientras el ama lo hacía con su esposo en elpiso de arriba. Cuando llegaba el amante, ella dabaun pellizco al niño, que se despenaba y se ponía aberrear. Entonces Eufileto (es él mismo quien loadmite ante el jurado) le pedía a su mujer que bajaraa darle el pecho. Y aquella fingía no querer ir,haciéndose la celosa y diciendo que temía que elmarido metiera en su cama a la esclava si ella seiba con el pequeño. ¡Y al pobre cornudo le tocabaincluso insistir para empujarla a los brazos de suamante!

Enterado del embrollo, Eufileto tendió unatrampa y, al entrar Eratóstenes, esperó a que sepusiera a sus anchas c irrumpió allí con un grupo deamigos provistos de antorchas; le cogió con las

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manos en la masa y, tras haber pronunciado laspalabras de rigor, de acuerdo con el derecho que leconcedía la ley le ató a una columna y le dio muerte.

Los parientes trataron de llevarle a juiciososteniendo que Eufileto había atraído a su rival acasa por medio de un truco con el propósitodeliberado de matarle por otras razones y, por lotanto, pedían su condena así como unaindemnización por la pérdida de su familiar.

No sabemos cómo terminó la acción legal y aquién dio la razón el jurado, pero es lícito suponerque el brillante discurso escrito por Lisias conconsumada habilidad para su cliente surtiera elefecto apetecido. A nosotros nos queda la crónicade un episodio cómico que acabó en tragedia peroque resulta asimismo valioso para comprendercómo se desarrollaba la vida entre las cuatroparedes del hogar. Un detalle interesante: Eufiletohabía comenzado a sospechar al percatarse de quesu mujer había vuelto a maquillarse antes de haberterminado el período de luto.

No menos preciosas son para nosotros lascomedias de Aristófanes, que ponen en escena enforma de sátira tanto las contradicciones como los

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lugares comunes de la vida política ateniense.Hemos visto ya como atribuía la finalidad de laguerra del Peloponeso a un asunto de mujeres demala vida, pero sabemos que no se quedó en esto.Una de las comedias que han llegado hastanosotros, Los babilonios, representaba a losaliados de Atenas en el coro como esclavos deldemos, es decir, del pueblo ateniense. Estas yotras escenas en las que ponía en solfaabiertamente a Cleón le valieron al autor, segúnparece, una denuncia y una incriminación por partedel destinatario de sus befas, castigos obviamenteineficaces para callar su boca. Tanto con Losacarnenses como con Los campesinos (que no hallegado hasta nosotros) puso en escena entre losaños 425 y 424 dos comedias pacifistas,adelantándose evidentemente a los tiempos en lapolítica. Si consideramos además que Losacarnenses ganó el primer premio, el significado dela comedia adquiere un mayor valor aún. Elprotagonista es Diceópolis, un ciudadano que, hartode la guerra, se propone firmar una paz porseparado con los espartanos para él, su mujer y sushijos. Su monólogo, que pronuncia sobre la colina

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de la Pnyx mientras espera para entrar en laAsamblea para exponer sus razones, esabsolutamente desternillante:

Yo, como siempre, vengo el primero a laAsamblea, espero sentado; y en cuanto estoy aquísolo, gimo, bostezo, me desperezo, pedorreo, no séqué hacer, hago dibujos en el suelo, me arranco lospelos… Pero hoy estoy aquí decidido del todo agritar, a interrumpir ruidosamente, a insultar a losoradores si alguno habla de otra cosa que no sea lapaz.

Y he aquí que entran los prítanos, da comienzola Asamblea y, por boca de Diceópolis, Aristófanesataca al jefe de los radicales democráticos diciendolo que piensa de ellos sin pelos en la lengua: uno delos embajadores que los atenienses han enviado alGran Rey para pedir apoyo económico para lacontinuación de la guerra, a fin de justificarse porhaber pasado meses comiendo y bebiendo a costade los contribuyentes, apela a la mentalidad y a lascostumbres de los persas:

Embajador: Es que los bárbaros sólo tienenpor hombres de verdad a los que son capaces decomer y beber más.

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comer y beber más.Diceópolis: Pues nosotros los tenemos por

mamones y maricones.Y del mismo modo Aristófanes se burla de los

intentos de entablar relaciones con los persas paraque les financien la guerra: es evidente que serefiere a la misión con Artafernes, que no tuvoningún éxito:

Embajador: Vamos, lo que el Rey te envió aque dijeras a los atenienses, explícalo, ¡ohPseudartabas!

Pseudartabas: I artamane Xarxas apiona satra.Embajador: ¿Habéis entendido lo que dice?Diceópolis: Por Apolo, yo no.Embajador: Dice que el Rey va a enviaros un

poquito de oro, (A Pseudartabas.) Di más alto yclaro lo del oro.

Pseudartabas: No se os dará oro, griegosmariconazos.

Diceópolis: ¡Desdichado de mí, eso sí que loha dicho claro!

Nos encontramos frente a una situación curiosay no fácil de entender para un hombre moderno: unartista conservador como era Aristófanes se hace

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intérprete de sentimientos pacifistas y lanzaandanadas cáusticas al jefe de los radicalesdemocráticos partidarios de la guerra. Pero noconviene olvidar que en aquel sentimiento pacifistadesempeña también un papel la simpatía de ciertosambientes por Esparta, en la línea quetradicionalmente había seguido Cimón y que ahoraseguían hombres como Nietas, que negociarían lapaz del año 421.

Una paz que se mostró cuando menosprecaria. En primer lugar porque varios miembrosde la liga peloponésica (corintios, rebaños,megarenses, eleatas) no la habían firmado ytambién porque los espartanos no restituyeron lasciudades que Brásidas había ocupado en Calcídica,por lo que los atenienses, como represalia,mantuvieron la cabeza de puente de Pilos, enMesenia. Siguió un período de gran confusión en elque se formaron y disolvieron continuamentealianzas, en medio de la inquietud y el miedo anteuna posible reanudación de la guerra y del temor aser sorprendidos sin estar preparados.

Entretanto, en la escena política ateniense, seconsolidó un nuevo personaje, Alcibíades, sobrino

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de Pericles y discípulo de Sócrates, fascinante porsu belleza, su modo de actuar desprejuiciado, sumanera de presentarse y de mostrarse, el cuidadoque ponía en el peinado y el modo de ataviarse. Erahuérfano y había crecido bajo la tutela de su tío, perohabía demostrado muy pronto una absolutaindependencia. Escapó de casa muy joven para ir aconvivir con un amante suyo: es evidente que sentíala necesidad de una guía paterna que en susociedad era difícil de conseguir de otro modo, yprobablemente su tío Pericles estaba demasiadoocupado con sus asuntos de estado para dedicarlesu tiempo. Un episodio, citad») por Plutarco, resultailustrativo a este respecto: quiso en cierta ocasiónAlcibíades ser recibido por Pericles, pero su tíomandó responderle por medio de su secretario quese hallaba ocupado, porque estaba preparando elinforme anual de gastos que debía presentar a losatenienses. Alcibíades le mandó decir: «¿No seríamejor que examinara cómo no rendirles cuentas?».Sobre esta respuesta se centra la atención denuestra fuente para poner de relieve su falta deescrúpulos, mas para nosotros resulta en cambiomucho más interesante la primera parte del

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episodio, en la que vemos que el tío, ocupado conlos asuntos de estado, no tenía tiempo para él.Tanto este hecho como los episodios posterioresnarrados por las fuentes nos permiten comprenderque Alcibíades tenía una necesidad casi obsesivade ser el centro de atención, una actitud que podríaexplicar muchos de sus comportamientos de adulto,incluso aquellos que trajeron para él y para su patriaconsecuencias desastrosas.

Fue el joven más cortejado por la ciudad y loshombres más ricos e influyentes le cubrieron deregalos caros para ganarse sus favores, pero por elúnico por el que él se sintió fascinado - dicePlutarco - fue por Sócrates, porque le hablabaúnicamente para educarle en la honestidad y en lavirtud y no para llevárselo a la cama. Fue el primero,que sepamos, en hacer cortar la cola a un perro deraza que había costado más de un talento, cosa quefue la comidilla de toda la ciudad. Se vio en ello unaextravagancia cuando en realidad era simplementeuna cuestión estética, que entre los modernosamantes de los perros es de lo más corriente, sobretodo pan las razas de lucha tipo dobermann orotweiler y los mastines en general, como debió de

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rotweiler y los mastines en general, como debió deser el perro de Alcibíades. Su manto de cola creóuna tendencia y su ardor oratorio se impuso demodo arrollador a pesar de la erre pronunciada a lafrancesa, que tas fuentes citan de formacoincidente. Sería él quien convenciera a laAsamblea para que concertara una alianzadefensiva con Argos, pese a saber que los argivosestaban en aquel momento al borde del enfrentamiento con los espartanos y que eso comportaría elenvío de tropas atenienses a su bando, cosa que seprodujo puntualmente en 418. La coalición, en laque participaban también otras ciudades, fuederrotada en una reñida batalla en Mantínea y losatenienses reaccionaron, tal vez también porinstigación de Alcibíades, atacando dos añosdespués Melos, una islita inerme que, siendocolonia de Esparta, como Tera (la actual Santorini),no quiso adherirse nunca a la liga de Delos.

El diálogo entre los melios y los ateniensescitado por Tucídides no se corresponde al pie de laletra con el que en realidad mantuvieron, perorepresenta una de las más duras imputaciones defalta de piedad dirigidas contra el imperialismo

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ateniense de aquel período y el recuerdo másconmovedor de una pequeña comunidad que seexpone al peligro de su total destrucción con tal demantener su propio honor y su propia libertad.

No existen medias tintas o vagas alusiones enel discurso de los embajadores atenienses:

- Estamos convencidos, frente a vosotros, quesois personas informadas, de que en las cosashumanas la justicia solamente se plantea entrefuerzas iguales. En caso contrario, el más fuertehace lo que está en su poder y el más débil cede.

E insisten en la necesidad de que los meliostomen la decisión más conveniente para ellos.

Sigue a esto un rápido intercambio de frasesen las que la prepotencia del más fuerte resalta demodo impresionante. Preguntan los melios:

- Pero ¿cómo puede resultar útil para nosotrosel convertirnos en esclavos del mismo modo quepara vosotros lo es el ejercer el dominio?

Responden los atenienses:- Porque vosotros, en vez de sufrir males más

terribles, seríais súbditos nuestros y nosotros,ahorrándonos el tener que eliminaros, saldríamosganando.

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Los melios proponen para ellos un status deneutralidad, por

Así decir, «benévola»:- ¿De modo que no aceptaríais que,

permaneciendo nosotros neutrales, fuéramosamigos en lugar de enemigos, sin ser aliados deninguno de los dos bandos?

A lo que responden los atenienses:- No, porque vuestra enemistad no nos

perjudica tanto como vuestra amistad, que sería alos ojos de los nuestros una prueba manifiesta dedebilidad, mientras que vuestro odio se interpretaríacomo una prueba de nuestra potencia.

Los melios responden que su ciudad vive libredesde hace setecientos años (por lo tanto teníanmemoria histórica de su comunidad desde eltiempo en que la tradición fechaba la invasión de losdorios), lo que significa que los dioses les hanasistido siempre. Pero la respuesta es aún másburlona:

- Vosotros, que sois débiles y os jugáis vuestrodestino a una sola carta, no queráis pasar por estaexperiencia; no queráis asemejaros al gran númerode aquellos que, teniendo todavía la posibilidad de

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salvarse dentro de los límites de su naturaleza,cuando, en medio de una situación crítica, lesabandonan claramente las esperanzas, buscanapoyo en ilusiones oscuras, como la adivinación, losoráculos y todas aquellas prácticas que, junto conlas esperanzas, acarrean la desgracia.

Al final los melios rechazan orgullosamentedejarse someter, después de haber intentadonegociar un compromiso honroso: los ateniensesrespondieron asediando la ciudad con la flota y elejército. Tras reñida lucha Melos fue tomada, todoslos varones adultos fueron pasados por las armas ylas mujeres y los niños vendidos como esclavos.Luego, se estableció en la isla una colonia militarateniense. Extrañamente Esparta no intervino ytampoco denunció el tratado de paz de 421 que, almenos sobre el papel, seguía en vigor; sin embargo,era evidente que ahora los atenienses noescuchaban ya al moderado Nicias, sino al ¡oven ybrillante aventurero que respondía al nombre deAlcibíades. En cuanto a los espartanos, parecíaclaro que les importaba mantener la paz hasta elpunto de dejar impune tamaña atrocidad.

Y sería Alcibíades el que empujara a los

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Y sería Alcibíades el que empujara a losatenienses a una aventura llena de incógnitas a másde mil kilómetros de distancia del Ática. En Sicilia,la ciudad de Selinunte había atacado Segesta, unaciudad elima (y por tanto de etnia indígena) aliadade Atenas. Los segestanos pidieron ayuda y losatenienses decidieron intervenir, porque eranconscientes de que detrás de Selinunte estabaSiracusa, la más poderosa aliada de España. Elplan de Alcibíades era con toda probabilidadconstituir un vasto frente de ciudades aliadas paraaislar completamente a la ciudad enemiga antes deasestar el golpe definitivo, pero sus sueños eran talvez mucho más ambiciosos. Unos sueños deconquista para extender el imperio atenienseincluso por todo Occidente y transformar aquellaslejanas tierras en una base de mercenarios con elfin de arrollar como una marea humana a Esparta ysu pequeña liga. Un sueño digno de Alejandro, que,de haberse hecho realidad, habría cambiadoradicalmente el destino de la humanidad: aquelproyecto temerario, si es que nunca fue concebido,habría sido llevado a cabo por una gran potenciademocrática y no por un soberano de raíces tribales

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como era Alejandro.En Occidente, Atenas podía contar, aparte de

con Segesta, con la vieja aliada Leontinoi y, enteoría, con Rhegion. Fue probablemente en esteperíodo cuando se erigió el maravilloso templo quetodavía hoy puede admirarse intacto a los pies delas colinas sobre las que se alzaba Segesta. Segúnalgunos, no se trata de una obra acabada (lascolumnas no están acanaladas, no hay frisos nitampoco ningún rastro de estatuas en los frontones)sino de un santuario hipetro (a cielo abierto) de ritoelimo realizado según modelos arquitectónicosgriegos. Otros en cambio consideran que el templo,iniciado por obreros atenienses, quedó incompletocomo consecuencia del cariz que tomaron losacontecimientos.

La expedición a Sicilia partió en medio delentusiasmo del pueblo, que se congregó en el Piteopara asistir al acontecimiento. La gran flora parecíael símbolo mismo de la gloria y de la potencia deAtenas: ciento cincuenta trirremes en orden debatalla zarparon en medio de un excitado resonarde órdenes y de llamamientos, entre los cantos depean, en medio del rebullir de las blancas espumas,

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del sordo redoblar de los atabales que marcaban elmovimiento alterno y potente de miles y miles deremos. En la popa de los grandes navíos (cada unode ellos de unas mil toneladas de carga, casicuarenta metros de ancho y capacidad para cientosetenta y cinco tripulantes) ondeaban las enseñasmulticolores con las insignias heráldicas de loscomandantes; en la proa relucían las panoplias delos guerreros, que resplandecían bajo el sol delmediodía. Los capitanes ofrecían solemnementelibaciones al dios del mar arrojando entre las olascopas de plata llenas de vino. Y mientras las navesdesfilaban en la boca del puerto una tras otra haciaalta mar detrás de la nave capitana, los viejoslloraban emocionados recordando su juventud, losniños gritaban y corrían, y las mujeres saludaban,bañadas en lágrimas, a los hijos, que resplandecíancon sus armaduras sobre las cubiertas como diosesde la guerra, sin saber en su corazón si volverían averlos nunca más.

Había a bordo quince mil hoplitas y milquinientos hombres de infantería ligera, semejantesa los que habían derrotado en Esfacteria a losmíticos guerreros lacedemonios. El cuerpo de

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expedición fue confiado al mando de Alcibíades,Nicias y Lámaco. Alcibíades poseía un innatoinstinto de líder, un talento militar nada común; comose verá a continuación, de los tres era con mucho elmás motivado. Lámaco era un soldado valeroso,pero de escasa imaginación. Nicias, medroso cirresoluto, era incluso contrario a la guerra, peroquizá decidió no ponerle obstáculos a Alcibíadescon la esperanza de que una guerra en Siciliamantendría alejado al ejercito ateniense delespartano, al que él temía muchísimo más.

Precisamente la noche antes de la partidasucedió un hecho muy grave: alguien, cuyaidentidad no fue nunca descubierta, mutiló alamparo de la oscuridad todos los hermas deDioniso que se alzaban en los cruces de calle y enlas plazas de Atenas: un sacrilegio sumamentegrave que llenó toda la ciudad de consternación yproyectó una sombra de pésimo augurio sobre laexpedición que se disponía a partir. Como hemosdicho ya, los hermas eran estípites de mármol deforma cuadrangular rematados por el busto del diosDioniso, que exhibía de ordinario un llamativo faloerecto. Fueron probablemente estos falos

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erecto. Fueron probablemente estos falosmarmóreos el objeto de las amputaciones; pero loque a nosotros puede parecemos una simplegamberrada adolescente era para los antiguos unaacción sacrílega e impía que estaba castigada nadamenos que con la pena de muerte. Fueron muchaslas sospechas que señalaron enseguida aAlcibíades, conocido por ser un hombre sinescrúpulos, sexualmente ambivalente, descreído cirrespetuoso con las tradiciones.

Corría acerca de él el chisme de que habíaprofanado, en su propia casa, los misterioseleusinos con una especie de parodia (como si hoyalguien, en su propia casa, hiciera una parodia de lamisa, con la diferencia de que un acto semejante nose considera de ningún modo un delito punible porlas leyes del estado). Nunca se ha sabido qué seentendía exactamente por profanación o parodia delos misterios eleusinos, y acaso no fue nada másque una muchachada, o quizá hubo algo más y decarácter distinto: uno de los pasos esenciales paralos iniciados era la aceptación del kykeon, especiede papilla en la que parecía que entraba comocomponente un parásito del trigo y de los cereales

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en general (el santuario estaba consagrado a ladiosa Deméter, la Ceres de los latinos), la clavicepspurpurea, conocida en la Edad Media como ergotivre, un hongo alucinógeno responsable de muchosllamativos casos de posesión diabólica de familiasenteras y monasterios o incluso de pueblos enteros.Tal vez Alcibíades y sus amigos quisieronsimplemente ingerir aquel tipo de sustancias dentrode una suerte de ritual (como podría ocurriractualmente en el seno de determinadas sectas quese dedican tanto al consumo de drogas como alesoterismo).

El hecho es que los acusadores comenzaron ainstruir el proceso y a recoger pruebas ytestimonios, aunque por el momento se consideróoportuno no poner a Alcibíades bajo custodia a finde no perjudicar a la expedición. No es difícilimaginar, sin embargo, lo concentrado que podíaestar Alcibíades en los planes estratégicos con unaamenaza semejante pendiendo sobre su cabeza.

En cualquier caso, las operaciones nocomenzaron con buen pie: los atenienses noencontraron a lo largo del viaje de aproximaciónningún apoyo, ni en Tarento (que se negó a

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aprovisionarles de agua), ni en Locris y menos aúnen Rhegion y en Mesina. Luego, perdieron todo unaño para aprestar una base en Catania, ocupadamanu militari, pero, cuando finalmente decidieronpasar a la acción, los siracusanos habían tenidotiempo ya de reforzar sus fortificaciones y deacumular víveres en abundancia. Por si fuera poco,la preciosa y sagrada fuente Aretusa, que sehallaba dentro del recinto amurallado, lesproporcionaba agua potable en abundancia.

Entretanto en Atenas se consideró que sehabían recogido pruebas y testimonios suficientescomo para incriminar a Alcibíades: se envió por lotanto una nave del estado, la Salamina, paraescoltarle de vuelta hasta la patria. Pero durante latravesía, aprovechando quizás un momento de margruesa, Alcibíades se alejó con su nave ydesembarcó en el Peloponeso; allí solicitóhospitalidad a los espartanos, que se sintieron muycontentos de concedérsela.

En aquel mismo otoño los atenienses salieronvictoriosos en un enfrentamiento en campo abiertocon el ejército siracusano, pero el acontecimientono resultó decisivo. Tras pasar el invierno en Naxos

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y en Catania, reanudaron las operaciones a granescala en la primavera del año siguiente. Mientraslos siracusanos continuaban reforzando febrilmentesus fortificaciones, los atenienses ocuparon con ungolpe de mano las Epípolas, la plaza fuerte quedominaba la ciudad al norte, e hicieron de ella elpunto central de un sistema de contravalación quepartiendo del sur, del Gran Puerto, tenía quealcanzar el mar al norte del promontorio siracusano,dejando completamente aislada a la ciudad de lastierras del interior; mientras, la flora mantendría elbloqueo por mar.

Los siracusanos trataron de impedir por todoslos medios posibles el desarrollo de los trabajos,con salidas continuas, pero sin éxito, aunque en unode estos choques Lámaco perdió la vida: suerte,como hemos visto, bastante común entre loscomandantes griegos que se batían en primeralínea, ni más ni menos que como el último de sussoldados. Comenzaba ahora a cundir el desánimopor la ciudad, mientras parecía acercarse eldesenlace. Los siracusanos invocaron la ayuda deEsparta con el envío de una embajada y Alcibíadesaconsejó a los espartanos enviar refuerzos: así,

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aconsejó a los espartanos enviar refuerzos: así,partió un minúsculo cuerpo de expedición al mandode Guipo, poco más que un «comando» de cuatronaves que desembarcaron al norte de Sicilia, enHimera. Desde ahí atravesaron la isla enteraengrosando por el camino sus filas con contingentesimerenses, selinuntenses y también sículos, hastaalcanzar un número de tres mil hombres.

Con una acción fulminante Gilipo atravesó laslíneas atenienses al este de las Epípolas, donde lamuralla no había sido completada todavía, yconsiguió entrar en la ciudad levantando de nuevo lamoral de los defensores. A continuación, con unasalida, ocupó el sector situado entre las murallas yla plaza fuerte de las Epípolas y levantó un muroperpendicular al ateniense, cortando en dos su líneade contravalación. Los enfrentamientos por tierra ypor mar se sucedieron de forma incesante, mientrasseguían afluyendo refuerzos de Esparta y delPeloponeso. Nicias perdió su posición fortificada enel cabo Plemirio, y mientras tanto los espartanos,asumiendo que la paz de Nicias no tenía ya ningúnvalor, enviaron un ejército al Ática bajo el mando delrey Agís, el cual no se limitó a una táctica de

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incursión, como hiciera Arquidamo, sino que ocupóDecelia, situada a pocos kilómetros de Atenas, y lafortificó, constituyendo así una amenaza permanenteen el corazón de la ciudad enemiga. A partir deaquel momento el avituallamiento de Atenas, partede cuyos suministros eran desembarcados al nortedel Ática en el canal de Eubea, tuvo que afrontar lamás peligrosa circunvalación del cabo Sunion.

Durante el invierno los atenienses habíanenviado refuerzos a Sicilia: una nueva flota de másde setenta naves y cuatro mil hoplitas bajo el mandode Demóstenes, el héroe de Esfacteria. Conaquellas tropas de refresco Demóstenes reanudó laofensiva: ahora, con el enemigo a las puertas decasa, es muy probable que recibiera instruccionesde acabar con la partida de la forma que fuese.Debió de pensar, pues, que la única vía eracompletar el bloqueo de la ciudad, recuperar lasEpípolas y llevar a término la contravalación. Tras locual todo sería una simple cuestión de tiempo.Atacó una noche hacia finales de julio, como habíahecho en Esfacteria, pero, tras un primer éxitodebido a la sorpresa, sufrió un duro revés.Fracasada la operación, decidió entonces enviar a

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casa al cuerpo de ejército siciliano y dio orden a sushombres de embarcar.

Era el 23 de agosto del año 413: podemosreconstruir con precisión la fecha porque sabemosque hubo un eclipse total de luna. El fenómenoespantó a Nicias, que dio orden de retrasar lapartida, pero el retraso resultó fatídico: una flotasiracusana bloqueó al día siguiente la salida delpuerto y, cuando la escuadra ateniense trató dehacerse a la mar, se vio repelida y perdió dieciochotrirremes. Evidentemente la moral de lastripulaciones áticas debía de estar por los suelos ylos siracusanos se dieron cuenta de que estabancerca ya de la victoria. Pero Demóstenes convencióa Nicias para hacer una última intentona con el finde forzar el bloqueo. Lanzó sus mejores naves y porun momento pareció que podían lograrlo, peropronto contraatacaron los siracusanos y sus aliados;empujados por el siroco, enfilaron a su vez por elGran Puerto, mientras que, al mismo tiempo, entierra se entablaba una contienda furibunda entre elejército siracusano y el ateniense.

El espejo de agua del Gran Puerto setransformó en un verdadero infierno: casi doscientas

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naves se enfrentaron en un duelo morral, lanzándosela una contra la otra en medio de un rebullir deespuma, en una confusión inverosímil de gritos deguerra, estridentes sones de trompa, llamadas yórdenes vociferadas en todos los dialectos de laHélade y de Sicilia, a los que no tardaron enañadirse los gritos de dolor de los heridos, lasinvocaciones de los marinos y de los infantesarrojados al mar y el fragor de los cascosresquebrajados, de los remos y de los timones rotosen las maniobras de espoleo. Los infantes demarina se lanzaban al asalto tratando de repeler detodos los modos posibles a los enemigos, pero amenudo, mientras ellos abordaban por una parte,eran a su vez abordados por la otra, de tan exiguocomo era el espacio de maniobra. Al final de lajornada la flota ateniense, tal vez en escasa formapor la larga inactividad, fue definitivamentederrotada. Cincuenta naves fueron mandadas apique. Las otras retrocedieron hasta la costa y lastripulaciones y los infantes embarcados buscaronrefugio en los campamentos atrincherados en tierra.La rada del Gran Puerto estaba totalmente atestadade restos de naufragio, de cascos estropeados y a

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de restos de naufragio, de cascos estropeados y amedio hundir, de cadáveres que la resacaempujaba lentamente hacia la orilla.

La vía marítima estaba bloqueada. No quedabaotra posibilidad que partir por vía terrestre y buscaruna escapatoria hacia Camarina, en vista de que lavía del norte, en dirección a Catania, resultabaimpracticable al estar las Epípolas firmemente enmanos siracusanas. Hubo nuevas incertidumbres ynuevos retrasos y, cuando por fin los atenienses semovieron, los enemigos habían tomado yaposiciones en todos los pasos obligados y en todoslos desfiladeros. Los heridos y enfermos fueronabandonados entre escenas desgarradoras,imploraciones y gritos de desesperación. Algunosde ellos se aferraron al cuello de sus compañerossuplicándoles que les llevaran con ellos o bien queles dieran muerte.

Partieron, extenuados por las vigilias, loscombates y las privaciones. Nicias, que mandaba lavanguardia y era más rápido, no tardó en perdercontacto con la segunda sección del ejércitomandada por Demóstenes, que se vio enseguidarodeado y obligado a rendirse. Al día siguiente le

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tocó el turno a Nicias: sus hombres avanzaban sinningún orden ni disciplina bajo un sol de justicia, sinvíveres y sin agua, atormentados por la sed y,cuando por fin llegaron a la vista del río Asínaro, seprecipitaron a beber, pero la caballería siracusanales atacó de lleno sumergiéndoles en una nube dedardos, aplastándoles bajo los cascos de suscaballos, masacrándoles sin piedad. Y sin embargo,dice Tucídides, los soldados atenienses, olvidadosde todo, trataban igualmente de beber y bebíanagua, roja de la sangre de sus compañeros.

Los supervivientes fueron completamentecercados, hechos prisioneros y luego encerrados enlas horribles latomías, las cuevas de piedra deSiracusa donde permanecieron durante setentadías, en medio de la canícula sofocante del día yluego, muy pronto, de los rigores del frío nocturno,junto con sus excrementos y los cadáveres endescomposición de sus compañeros. Por todacomida recibían un puñado de trigo al día y uncuenco de agua.

Nicias y Demóstenes fueron ajusticiados, pormás que Gilipo se hubiera mostrado contrario a ello,sobre todo por Nicias, que había convencido a sus

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conciudadanos para que devolvieran, dos añosantes, a los prisioneros espartiatas de Esfacteria.

Se dejó que atenienses c indígenas seconsumieran lentamente en aquel infierno, mientrasque el resto fueron vendidos como esclavos. De losatenienses, cuenta Plutarco, fueron liberadosúnicamente aquellos que sabían recitar versos deLas troyanas de Eurípides, la tragedia que másdespreciaba con palabras de profunda angustia lalocura de la guerra. Más de siete mil hombreshabían caído vivos en manos del enemigo y casininguno de ellos regresó a su patria. Lo másescogido de la juventud ateniense fue eliminado. Laciudad no se recuperaría nunca de aquel desastre.

30 de noviembre de 1999- Qué peripecia más terrible … - Kostas había

escuchado mi última cinta hacía tan sólo dos días.Y le había jugado una mala pasada; le mandé unaversión especial, leída por un buen actor.

- Uno de los dramas más terribles de lahistoria de la humanidad, aunque a pequeñaescala, dados los tiempos.

- Por supuesto. Vero la premisa de todo elloestaba en el discurso de los melios y de ¡os

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estaba en el discurso de los melios y de ¡osatenienses: no hay más lógica que la de la fuerza yla arrogancia. Parece mentira que fuera la mismacultura que produjo las tragedias de Eurípides ylas estatuas de Fidias.

- Es cierto. Y resulta difícil no dejar de emitirun juicio moral sobre unos acontecimientossemejantes, aunque ni tú ni yo estemos encondiciones de hacerlo.

- ¿Por qué no?- Porque la historia no se puede escribir

dividiendo a la humanidad en buenos y malos,porque nadie es bueno o malo en términosabsolutos, porque saber cuánto de bueno y cuántode malo hay en el espíritu humano es algo de todopunto imposible. Y ni siquiera es posibleestablecer cuánto bien producirá cierto tipo de maly cuánto mal producirá cierto tipo de bien. Lahistoria sigue siendo en gran medida un misterio.Aquellos hombres, en particular, ignorabannuestro concepto del bien y del mal: Sócratesmismo, que tenía un altísimo sentido moral,combatió valerosamente, convencido de queestaba haciendo algo justo, en Potidea y en

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Delfos. Para ellos tenía un gran valor la idea deque la naturaleza o los dioses concedían ¡a fuerzaa quien era capaz de ejercerla. Una idea quenosotros hoy llamaríamos darwiniana. Era aquélun mundo en el que no existía la piedad paraquien sucumbía y por lo tanto el imperativo eravencer, siempre y comoquiera que fuese. Era uncomportamiento más allá del bien y del mal, paraemplear una expresión de Nietzsche.

- ¿Y la paz?- Amaban la paz, de ello no cabe ninguna

duda. Heródoto dice: «En tiempos de paz los hijosentierran a sus padres, y en tiempos de guerra sonlos padres los que entierran a sus hijos». ¡Cuántaconciencia doliente del horror de la guerra! Y, sinembargo, aquella gente observaba el mundo ysabía por los filósofos que la paz es una situaciónde lo más precaria. La visión de la naturalezapuede inspirar paz, pero es una sensaciónequivocada: por todas partes hay guerra, unaguerra a muerte por la supervivencia. El pezgrande se come al pez chico, el ave rapazdesgarra a la alondra, el león descuartiza alcordero: la paz era concebida como un estado de

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gracia de la remota y perdida Edad de Oro.Hesíodo decía que volvería la Edad de Oro cuandonaciera una raza con las sienes plateadas desdela misma cuna. Que es como decir nunca.

- Y, sin embargo, entre los pensadores existíauna sensibilidad pacifista.

- Es cierto, pero era un tipo de reflexión quetenía un impacto limitado con respecto a “lospoderes fácticos” de ¡a época. Básicamente, lacivilización griega no consiguió resolver lacontradicción de la guerra como fenómenoendémico y esta incapacidad determinó su fin, elocaso.

- Me ha impresionado una frase de laconversación entre los melios y los atenienses,cuando el comandante ateniense dice que losoráculos y los vaticinios afligen a los hombres,igual que la esperanza … La esperanza es vistacomo una calamidad.

- Para quien no puede permitírsela …Se queda durante unos momentos en silencio

y yo me siento incómodo por haber hablado deestas cosas con un hombre en su estado, pero,como siempre, es él quien lleva la conversación al

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como siempre, es él quien lleva la conversación alterreno de la ironía:

- Sin embargo, me he carcajeado un buen ratocon esas escenas de Aristófanes. La verdad, mehubiera gustado conocer a ese hombre.

- Y a mí.- Un gran hijo de puta. Sin embargo, tenerlos

bien puestos como él … No hay nadie hoy en díaque tenga agallas para hablar públicamente de lospolíticos de ese modo, llamándoles «mamones ymaricones». ¿Qué piensas tú?

- Era una democracia radical. Y ademásestaba el hecho de que se conocían todos ypodían decir lo que pensaban. Hoy te llevaríanenseguida a los tribunales, y te harían pagarmillones por daños y perjuicios. También entoncespodía pasar eso, para entendernos, y de hechoCleón así lo hizo, pero con modalidades yresultados más bien distintos. La dimensión denuestras democracias impone un pesado lastre dereglas, normas y disposiciones. El experimentoateniense es extraordinario desde cualquier puntode vista e irrepetible como todo lo que pertenece ala historia.

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- Sin embargo permanece, dentro de nosotros,dentro de nuestra cultura y mentalidad, ¿no crees?¿Cómo lo dice Tucídides} «Ktema eis aèi», unpatrimonio para siempre.

- Es cierto, amigo mío. Un patrimonio parasiempre. Y si no fuera así, ¿por qué íbamos a estarnosotros hablando de ello aquí y ahora, aveinticinco siglos de distancia?

- Ahora ya estamos próximos al final de estahistoria, ¿no es cierto?

- Sí, Kostas, lo estamos - respondo yo, pero nosé a qué historia quería referirse.

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Sócrates

EL desastre de la expedición a Sicilia tuvograves consecuencias: una tras otra, en un efectodominó, las ciudades de la liga comenzaron aabandonarla y a pedir la intervención espartana:primero Eubea, luego Quíos y Eneras, Clazómenas,Metimna y Mitilene, en la isla de Lesbos, Teos,Lebedos y Mileto (que incluso era colonia ateniensey había contado con el apoyo de Atenas en larevuelta jónica del año 494).

En este período, en el que la zona de conflictose desplazó al este, a lo largo de las costas de AsiaMenor, tomó fuerza la posición de Alcibíades, quetendió a favorecer un entendimiento entre Esparta yPersia en un sentido antiateniense. Se produjeronvarios contactos principalmente por medio de los

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sátrapas de las regiones costeras de Asia Menor,que se convirtieron en los interlocutores directos deEsparta.

Lo sustancial de la negociación consistía enque los espartanos debían renunciar a prestar suapoyo a la autonomía de los griegos de Asía conrespecto al Gran Rey a cambio de contar con elapoyo económico de Persia en la guerra contraAtenas. Era, ni que decir tiene, un pacto pérfido conel que la parcialidad y el sectarismo de los griegosmostraban su peor cara. En medio estaban losgriegos de la zona asiática, que si bien por un ladoanhelaban liberarse del yugo ateniense, por otrotemían salir del lodo y caer en el arroyo, atados depies y manos, en poder de los persas.

Es difícil interpretar la estrategia de Alcibíades,que en esta fase no es sino la del traidor, pero lomás probable, en primer lugar, es que quisieravengarse de la ciudad que le había arruinado y, ensegundo, que estuviera pagado de sí mismo hastael punto de pensar en poder sacar, en un primermomento, algún provecho del capital acumuladoproporcionando una información valiosa al enemigoy favoreciendo los contactos de éste con Persia,

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para, a continuación, someter además el curso delos acontecimientos a su propia ambición personaly a sus propios proyectos (que, obviamente, debíande incluir también su retorno a Atenas con granpompa). La ciudad que le había destituido yprocesado debía ser castigada, debía tocar el fondode la desesperación para tenerle así que suplicar suregreso.

Mientras tanto los atenienses reaccionarontratando de recuperar sus posiciones y en 412volvieron a ocupar Lesbos y Clazómenas yestablecieron un bloqueo a Mileto, tratando detomar la ciudad con sus tropas de desembarco;pero la tentativa se vio frustrada por la llegadarepentina de una escuadra peloponésica de unacincuentena de naves. Entre ellas había también unaveintena de unidades siracusanas y selinuntinas.Las ciudades siciliotas no habían olvidado su deudade gratitud para con Esparta. Mileto quedófirmemente en manos de Esparta, que la convirtióen su base de operaciones, mientras que losatenienses se apoyaban en Samos. Al termino delas operaciones de aquel año le quedaban aAtenas, aparte de Samos, Lesbos, Clazómenas,

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Atenas, aparte de Samos, Lesbos, Clazómenas,Cos y Halicarnaso. También Éfeso estaba perdida,como Rodas y Cnido; en Quíos no le quedaba másque una pequeña posición defensiva aislada,mientras que el resto de la isla estaba en manosespartanas.

Los espartanos consiguieron también que seinsurreccionasen Lampsaco y Abidos, en la entradade los Dardanelos, y atraerlas a su lado sincombate. Los atenienses recuperaron Lampsacoporque no estaba rodeada de murallas, pero enverano abandonaron Bizancio, Cizico y Calcedonia- todas ellas en la zona de los estrechos, vitalespara el abastecimiento de trigo a Atenas -, y acontinuación Tasos y la mayor parte de las ciudadesde Tracia.

La influencia de Alcibíades en todas estasoperaciones, y especialmente en el abandono detantas ciudades de la liga de Delos, había sido,según parece, decisiva, y por eso su ascendientesobre el sátrapa Tisafernes - representante del GranRey en Jonia - era muy grande. Pero, a partir de laprimavera de 411, Alcibíades estableció contactoscon la flota ateniense, fondeada en Samos, que en

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el ínterin había ayudado a los habitantes de la isla ahacer fracasar un intento de los oligarcas paravolver al poder. Es probable que Alcibíadesconsiderara que había llegado el momento derecuperar su lugar en la patria. Con todo, no eraAlcibíades del agrado de los espartanos: erademasiado inquieto, demasiado ambiguo, loplanteaba todo en un plano personal haciendo usode su capacidad de seducción y de su carismacomo de un arma eficacísima, y por eso mismo eradifícil controlarle. Había seducido además a la mujerdel rey Agis aprovechando la confusión creada porla sacudida de un terremoto, dejándola inclusoencinta, y el soberano, como puede fácilmentecomprenderse, le tenía enfilado. Es bastantecomprensible que las mujeres espartanas,acostumbradas al trato bastante rudo de susmaridos, se volvieran locas por el encanto de aqueljovenzuelo ateniense de gran apostura, quepronunciaba la erre dulcemente y lucía modalescorteses y refinados.

Alcibíades hizo saber a los oficiales de la flotaque el Gran Rey estaba dispuesto a negociar conAtenas, pero que no era partidario del régimen

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democrático, mientras que todo sería distinto si seinstauraba un gobierno oligárquico. La propuestaencontró oídos dispuestos a escuchar: loscomandantes de los trirremes eran en realidadtambién sus armadores, porque en tiempos deguerra la norma preveía que los ricos se sometierana este honor/carga, que por un lado comportaba eldesembolso de una fuerte suma de dinero paraconstruir y aparejar una nave de guerra y, por otro,confería el título de oficial comandante (trierarco).Los trierarcos, pues, organizaron una conjura, con lasola excepción de un tal Frínico; este no creía que elGran Rey quisiera verdaderamente comprometersecon ellos y recordó que si la liga naval estaba unidano era más que por una simple unidad ideológicade base democrática. (Qué interés podía tener unrégimen oligárquico en mantener relaciones conciudades democráticas?

El pronunciamiento de los oficiales en Samosno se producía ciertamente de buenas a primeras:hacía tiempo que venía madurando una fuerteoposición al régimen democrático, al que losconservadores imputaban los desastres de losúltimos años y el hundimiento del Imperio ateniense.

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Ya en 415, Aristófanes, en Las aves, había llevado ala escena su malestar ante una sociedad a la derivay hacia unos líderes incapaces y corruptos y, enaquel mismo año, 411, puso en escena Lisistrata,en la que las mujeres de todas las ciudades griegasacuerdan hacer una «huelga de amor» con elpropósito de obligar a sus maridos a hacer la paz.

Aparte de las previsibles obscenidades («… sinos quedáramos en casa bien pintadas… y nospaseáramos desnudas… con el chocho depilado, ycuando nuestros maridos corran detrás de nosotrascon el miembro empinado… entonces nosotras nonos dejaremos»), el comediógrafo reproduce loscaracteres de la psicología femenina entre lascuatro paredes del hogar, la de las mujeres que notienen la ciudadanía así como tampoco voz ni voto,pero que pagan el precio más amargo de la guerra:la pérdida de sus hijos, de sus hermanos, de susmaridos, a quienes piden explicaciones, mientrassiguen con vida - «¿De qué se ha hablado en laAsamblea, de qué se ha discutido?» -, recibiendosiempre la misma respuesta: ésas no son cosas demujeres. En el fondo la extravagante obra deAristófanes no era después de todo tan absurda:

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Aristófanes no era después de todo tan absurda:¿qué otra arma les quedaba a las pobres mujeresmás que la del amor, o bien del sexo, como sequiera llamarla, o de la «tracia», como Aristófanesllama, con uno de sus muchos términos fantasiosos,al sexo femenino?

En esta misma época apareció un panfleto degran ferocidad antidemocrática. La constitución de¡os atenienses, como si hubiera sido ciertamenteinspirado por los círculos oligárquicos y sofistas, yno se puede excluir que no circularan otras obrasanálogas, tendentes a preparar a la opinión pública,que contaba con que se produjera un giro decisivoen la vida política de la ciudad.

Cuando los oficiales de la flota de Samos leshablaron a sus hombres de la necesidad decambiar los ordenamientos ciudadanos hubomuchos refunfuños, que el espejismo de unosespléndidos estipendios pagados con el oro persapareció sin embargo acallar en un primer momento.Inmediatamente después enviaron una delegación aAtenas con objeto de tomar el pulso a la ciudadanía.Tomó la palabra su representante y expuso elproblema del modo más claro: la ciudad estaba en

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gravísimo peligro, y la única manera de salvarla erallamar de vuelta a Alcibíades y aliarse con lospersas, mas para eso era preciso que las riendasde la ciudad y de las más alfas magistraturasvolvieran a manos de unos pocos.

La Asamblea se llenó de murmullos, hubogritos de protesta por todas partes y, entonces, elorador y cabecilla de la conjura, un tal Pisandro deAcarnia, preguntó si alguien conocía otro modo desalvar la ciudad, pero nadie supo indicárselo.Juzgando prioritario dicho objetivo, Pisandroconcluyó diciendo que sobre el resto se decidiríamás adelante. Pero mientras tanto los emisarios delos conjurados trataron con las heterias (especie desociedades secretas de socorro mutuo muyparecidas a los modelos tradicionales de la mafiasiciliana, fundamentalmente de inspiraciónoligárquica por su misma estructura) para prepararun cambio de régimen lo más indoloro posible.

El pueblo no decidió nada, pero pidió a losoficiales de la flota que volvieran a Asia ynegociaran con el sátrapa persa Tisafernes. Ladelegación regresó de hecho con una negativa,puesto que las peticiones persas, a sugerencia de

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Alcibíades, eran absurdas y desproporcionadas.Se abandonó el intento de negociar con los

persas, pero ahora la conjura para tomar el poderhabía pasado ya a la acción y no tenía vuelta atrás.Fue el comienzo de un golpe de estadodesgarrador apoyado por sistemas típicamentemafiosos; en la Asamblea hablaban únicamente losconjurados, y el que se les oponía era encontradomuerto «de forma adecuada», según diceTucídides, evidentemente con modalidades ysimbologías análogas a las que utiliza todavía hoy lamafia en las regiones del sur de Italia (la piedra enla boca significa el castigo del espía, elincaprettamento (Modo de asesinato practicadopor la mafia para castrar a quien no ha respetadolas leyes, consistente en atar las manos y los píestras la espalda haciendo pasar la cuerda tambiénalrededor del cuello, de manera que la víctima, alceder los músculos de las piernas y los brazos, seestrangula a sí mismo. (N del T.) el del traidor, etc.).En pocas palabras, cundió el pánico y cuando sehubo creado el clima adecuado estalló el golpe deestado propiamente dicho.

El Consejo de los Quinientos fue disuelto y se

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liquidaron los salarios hasta el final del mandatoprevisto. Obviamente fue abolida la dieta para losmiembros de la Heliea así como para los demásoficiales públicos; se limitó la Asamblea a una basede quinientos ciudadanos, prácticamente la clasede los hoplitas, que en aquel momento tenía lamayor representación en la ciudad, por la que seríaelegido un Consejo de los Cuatrocientos paraocupar las vacantes. Como alguien ha hecho notaracertadamente no se puede incluir este golpe deestado dentro de la categoría de una acciónfundada en una base típicamente ideológica decorte oligárquico, sino dentro de una elección decarácter práctico y oportunista, fundada en laconsideración de los sofistas según la cual noexisten demócratas ni oligarcas por naturaleza, sinoúnicamente ciudadanos que eligen un ordenamientou otro dependiendo de si ello les resulta más omenos conveniente y útil.

Pero los golpistas no habían previsto lareacción de los marinos de la flota de Samos, engran parte fetos de las clases más humildes, queasumieron un papel que recuerda poco menos queal del crucero Aurora en la revolución rusa de

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al del crucero Aurora en la revolución rusa deOctubre. Desobedecieron al gobierno yproclamaron la nueva entrada en vigor de laconstitución democrática, y en aquel momentoAlcibíades reapareció entre ellos siendo recibidotriunfalmente. Es evidente que su deseo de volver atomar en sus manos las riendas de la situación eratal que, fuesen como fuesen las cosas, no podíamantenerse ya al margen. Los marinos le eligieronestratego y le pidieron que asumierainmediatamente el mando para retomar el control dela ciudad, pero él consiguió frenarles y también,algún tiempo después, inducirles a escuchar a losdelegados del Consejo de los Cuatrocientos, sinresultados dignos de relieve.

Entretanto en Atenas el frente oligárquico serompía y un grupo extremista llegó incluso aatrincherarse en una zona del Pirco para convertirlaen el punto de entrada de las tropas espartanas enAtenas. Los más moderados, al mando deTerámenes, reaccionaron de inmediato, demolieronlas fortificaciones y votaron una devolución de lospoderes a la Asamblea que, pese a estar limitada acinco mil, era de hecho ampliamente representativa

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de la ciudadanía. Ésta votó seguidamente tambiénla vuelta de Alcibíades, y la breve llamaradaoligárquica se apagó aparentemente sin dejarrastro. Mientras tanto se reanudó la actividad militaren la zona de los estrechos, donde la flota,galvanizada por la vuelta de Alcibíades, se enfrentócon el enemigo en Abidos y Cinosema conresultado positivo.

Aquí termina para nosotros el testimonio deTucídides y comienza el de Jenofonte y susHelénicas, pero hay quien ha visto una novela deintriga filológica en este cambio de guardia:Jenofonte, discípulo de Sócrates, polígrafo yaventurero, habría publicado con su nombre, comoprimer libro de Las Helénicas, el que en realidadsería el último libro de Tucídides, cuyo manuscritohabría caído en sus manos. La hipótesis,replanteada recientemente, cuenta con muchasprobabilidades de ser cierta, en parte por el altísimonivel conceptual y dramático de este testimonio.

Alcibíades consiguió un éxito clamoroso en 410en Cizico, donde los atenienses lograron unavictoria tan clara como para inducir a los espartanosa pedir la paz: ellos tendrían que devolver Decelea y

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los atenienses Pilos, que ocupaban aún desde lostiempos del asalto a Esfacteria. Aunque era unapropuesta realista, fue rechazada. Un demagogollamado Cléofon, que fabricaba instrumentosmusicales, convenció a la Asamblea para quepidiera una restitución de todas las ciudades de laliga de Delos ocupadas por los espartanos.Obviamente no se hizo nada de esto.

Mientras tanto a la ciudad todavía le quedabaenergía creativa para proseguir los trabajos deconstrucción del Erecteion en la Acrópolis, mientrasque en tas Grandes Dionisias de aquel año seponía en escena Las fenicias de Eurípides, obra enla que se representaba el drama de Eteocles yPolinices, los dos hermanos del mito de Edipo, queal final se dan muerte mutuamente en duelo. Unnuevo grito de dolor y de espanto del gran trágicocontra la locura humana y contra la ciega furia de laguerra, grito, ni que decir tiene, destinado a no serescuchado.

En ese momento el juego estaba de nuevo enmanos de Alcibíades, un hombre que estabarealmente a la que saltaba: astuto y temerario,vengativo y camaleónico. En Esparta no daban

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crédito a sus ojos cuando le veían comer pan decebada con el mítico (¡y horrible!) caldo negro,lavarse con agua fría y rasurarse el pelo al cero; deigual modo que en Jonia era indolente y amante delos placeres, en Tracia iba a caballo lo mismo quelos naturales del lugar y se embriagaba incluso másque ellos con vino puro, y con los persas hacíaalarde de un fasto y de una elegancia que lesquitaba el hipo. En aquel momento tenía unaindiscutible superioridad en el mar, pero los tiemposde la potencia ateniense habían pasado ya, porqueel destino de la ciudad estaba en su fase de declive;a menos aliados, menos contribuciones; a menoscontribuciones, menos posibilidades de conservar alos aliados. Del otro bando, en cambio, losespartanos podían contar con una generosafinanciación del Gran Rey y proceder a lareconstrucción de la flota perdida. En 409recuperaron Pilos y en aquel mismo año Megaravolvió a ocupar finalmente Nisea. Hasta la mismaCorcira, a causa de la cual Atenas habíaemprendido la guerra del Peloponeso, abandonó laliga.

La antigua causa común de los griegos contra

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La antigua causa común de los griegos contralos bárbaros era poco menos que un recuerdo:ahora incluso los atenienses mantenían relacionesamistosas con Cartago como para poder ejerceruna presión sobre Siracusa y retirar sus fuerzas delteatro de operaciones oriental. A pesar de todo,Alcibíades mostró todavía una gran capacidadestratégica y táctica reconquistando Bizancio yTasos con dos brillantes operaciones invernales. Acontinuación, en 408, decidió volver a Atenas y fuerecibido por una multitud que le vitoreó. Tras ponerpie en tierra, se dirigió en cortejo flanqueado porsus amigos y por su escolta personal hasta la colinade la Pnyx, donde proclamó delante del pueblo suinocencia de la acusación de haber profanado losmisterios eleusinos. Fue reintegrado a su rango y lefueron devueltas sus propiedades, pero debió dedarse cuenta en aquel momento de que lo que tantohabía anhelado, el liderazgo de su ciudad, no ledaba ya gran satisfacción y que delante de él teníaun horizonte sombrío en el que era casi imposibleentrever ningún destello de luz. Volvió a embarcarsedespués de cuatro meses para un último desafío aldestino,

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Entretanto en Esparta el mando supremo habíasido confiado a un general llamado Lisandro, unhombre de extraordinaria capacidad e inteligenciaque tenía poco que ver con la figura tradicional delsoldado espartano de una pieza, incapaz decomponendas, tercamente fiel a su propio códigode honor. Durante casi un año se mantuvo lejos dela flota claramente superior de su adversario y cuidóen cambio muchísimo las relaciones con el nuevosátrapa de Lidia, el príncipe Ciro, hijo de Darío y deParisatis y hermano del emperador Artajerjes. Conapenas diecisiete años era el preferido de sumadre, que le daba su apoyo en todo: diez añosdespués apoyaría en secreto una loca tentativa dederrocar a Artajerjes para ocupar su puesto en eltrono aqueménida. Ésta daría origen a una de lasmás grandes aventuras de la Antigüedad, la mítica«expedición de los Diez Mil», narrada por Jenofonteen un diario de guerra basado en los apuntestomados directamente sobre el terreno.

Lisandro se convirtió en su amigo personal;halagó su vanidad, dio satisfacción a todos suscaprichos y aguantó sus cambios de humor con unaúnica finalidad: obtener dinero, todo el dinero que le

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hacía falta para doblegar a Atenas.Al cabo de un año de escaramuzas, en las que

los adversarios no aceptaron en ningún momento elenfrentamiento directo, Alcibíades se vio en lanecesidad de encontrar fondos para poder sufragarlas soldadas y zarpó rumbo a Caria dejando la flotaen manos de un amigo suyo y compañero defrancachela, un tal Nocio, con la orden de noentablar combate en su ausencia ni siquiera encaso de que el enemigo le atacase. Pero Nocio,tras saber que a escasa distancia se hallaba la flotade Lisandro varada en la playa y con lastripulaciones en tierra, no pudo resistir la tentaciónde obtener una gran victoria y salió al mar con elpropósito de atacar; sin embargo, Lisandro estabaojo avizor, y en poquísimo tiempo hizo desvarar lasnaves y atacó con todas las unidades que teníadisponibles, infligiendo al incauto agresor una duraderrota. Al regreso de Alcibíades, éste tratóinútilmente de provocar a su adversario para quecombatiera: Lisandro estaba refugiado en el puerto,satisfecho del resultado obtenido.

Uno de los oficiales atenienses, sin embargo,regresó a Atenas y habló de Alcibíades delante de

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la Asamblea acusándole de todas las infamiasimaginables, llegando incluso a afirmar que sehabía ido de putas (cosa, por otra parte, no del todoimprobable) mientras Lisandro atacaba a su ineptolugarteniente. Fue lo bastante convincente comopara provocar su destitución. Cosa extraña, unasuerte análoga (aunque por motivos estrictamenteinstitucionales) fue la que le tocó también a suhomólogo espartano, Lisandro, que sería sustituidopor un aristócrata «de la vieja escuela» llamadoCalicrátides. Alcibíades, privado del mando, no seatrevió a volver a Atenas y se refugió en susdominios de Tracia, donde se había preparado unacasa-fortaleza defendida por sus leales y dondeejerció una especie de protectorado sobre losasentamientos griegos de la zona, periódicamenteexpuestos a las incursiones de los bárbaros delinterior.

La guerra se reanudó y esta vez fueron losespartanos quienes hicieron el primer movimiento:con un hábil golpe de mano, Calicrátides consiguióbloquear la flota del almirante ateniense Cotón en elpuerto de Mitilene, en la isla de Lesbos. Losatenienses no tuvieron elección: era absolutamente

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atenienses no tuvieron elección: era absolutamentepreciso liberar a la escuadra prisionera. A costa deenormes sacrificios, se reunió otra flota de cientodiez naves; se obligó a los ciudadanos, de cualquierestamento de fuesen, sin ninguna distinción, asentarse en los bancos de la boga, se les prometióla libertad a los esclavos y hasta alguna forma deciudadanía y, finalmente, la nueva flota se hizo a lamar.

El enfrenta miento con los espartanos seprodujo en las proximidades de un pequeñoarchipiélago llamado de las Arginusas, situadoentre la isla de Lesbos y la costa de Asia Menor.Aunque vencieron los atenienses, inmediatamentedespués se desencadenó en la zona un violentotemporal, por lo que fue imposible recoger a losnáufragos, que perecieron en número de más dedos mil. De los ocho comandantes, dos noregresaron - lo cual demuestra lo mucho que sefiaban de la imparcialidad de sus conciudadanos -,y los restantes fueron mandados a prisión yacusados de omisión del deber de socorro: undelito que se castigaba con la pena de muerte.

Siguió un juicio sumario, mucho más parecido

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a un guión teatral que a una verdadera acción legal,tras el que se pidió a la Asamblea simplemente quevotara si absolvía o condenaba a los estrategossometidos a acusación. No faltó quien se rebelógritando que aquel proceso era una farsa, que losmandos no podían ser juzgados y condenados enbloque, sino que cada uno de ellos tenía derecho aun juicio por separado, y que además el voto nohabía sido secreto porque habían sido presentadasdos urnas perfectamente reconocibles, la una parael sí y la otra para el no. La reacción fue increíble: elacusador quiso que aquellos que se oponían fuerana su vez acusados y solicitó para ellos la pena demuerte.

Las instituciones cayeron en una orgía dedemagogia desenfrenada mientras en la ciudadreinaba un clima terrible, alucinante, con miles depersonas vagando cual fantasmas, con vestidurasde luto y con la cabeza rapada.

Todos los intentos por devolver el proceso alcauce de la legalidad fracasaron; las intimidacionesahogaron todas las voces de desacuerdo exceptouna, la de Sócrates, que hizo oír su protesta alta yclaramente, pero sin encontrar el favor del pueblo:

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los estrategos fueron condenados a muerte yajusticiados acto seguido. Entre ellos estabaPericles el Joven, hijo de Pericles y de Aspasia. Laciudad se había privado de un solo golpe delEstado Mayor de la marina de guerra que habíademostrado su gran valentía en el campo de batalla.Quedaba Conón, que hasta aquel momento nohabía brillado precisamente por su sagacidad.

Por esta vez Sócrates se salvó. Tal vez era yalo bastante popular y conocido para hacer temeruna reacción violenta en caso de ser eliminado, Elfilósofo, hijo de un cantero y de una comadrona,particularmente poco agraciado de aspecto, conuna gran nariz, y los ojos saltones, o, dicho de otromodo, la negación misma del ideal griego queatribuía también al aspecto físico un alto valor, sehabía dedicado a un tipo de investigacióntotalmente nuevo y en abierta ruptura con las teoríasy la práctica de los sofistas.

Afirmaba que el verdadero sabio es aquel quesabe que no sabe nada y que la verdaderasabiduría está en conocerse a uno mismo.Enseñaba gratuitamente en las plazas y bajo lossoportales, incitaba a la discusión a los paseantes y

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planteaba con insistencia y obstinación el problemamoral, el de obrar según la propia conciencia y lahonestidad. No dejó nada escrito, ni dio nuncadiscursos en público como hacían los sofistas quese daban aires de maestros: para él el únicocamino era una búsqueda continua y obrar conprobidad de acuerdo con lo que dictaba el daimon,la conciencia.

Su profunda sabiduría, su coraje y suhonestidad no sirvieron de gran cosa a la hora deextender la cordura y prudencia en su ciudad, queparecía ahora ya definitivamente en manos de losdemagogos. Ellos alimentaban la intransigenciapartidaria de la guerra por el simple motivo de queúnicamente así el poder podía continuar haciéndoseilusiones de que la ciudad seguía siendo una granpotencia y conservar de este modo algún tipo decohesión.

En aquellos años murieron, uno tras otro,primero Eurípides y luego Sófocles: los últimosgrandes educadores de masas. Se iban en silencio,abandonando la escena a la comicidad grotesca deAristófanes, que en Las ranas (el coro estácompuesto por los renacuajos de la laguna Estigia)

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compuesto por los renacuajos de la laguna Estigia)representa a un Hércules bufonesco enviado por losdioses al Hades a fin de traer de nuevo a la vida aun poeta trágico al que la ciudad necesitadesesperadamente.

Tal vez el sentimiento de lo irremediable de laderrota había hecho volverse más viles aún a losdemagogos, que, al darse cuenta de que a veceslos prisioneros liberados tras el rescate se habíanpresentado nuevamente al combate contra Atenas,hicieron votar la medida de cortar la mano derechaa todo aquel que fuera hecho prisionero, unabarbarie de la que solamente se creía capaces alos persas y que un día habían de pagar muy cara.

Las operaciones militares se reanudaron en405 cuando Conón fue a tomar los estrechos por laparte de la península de Gallipoli, en una localidadllamada Egospótamos, la misma en que habíacaído el meteorito de Anaxágoras, a fin de desafiara Lisandro, nuevamente a la cabeza de la flotaenemiga, en un enfrentamiento decisivo. Durantedías salió a mar abierto sin que el enemigoaceptara la provocación. Pero Lisandro era un viejozorro: esperaba a que la situación le fuera

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completamente favorable.Convencidos ya de que los espartanos estaban

atemorizados, los atenienses empezaron adescuidar la vigilancia y aflojar la disciplina,dispersándose muchos por los pueblos del interiorpara comer, beber y solazarse. Un buen díaapareció por allí Alcibíades, que vivía en su fortalezaa escasa distancia, para advertir a los mandos deque aquel lugar estaba demasiado expuesto y quesi los espartanos atacaban se verían en seriasdificultades. Conocía el terreno como la palma de sumano y no perseguía otro fin que resultar útil. Pero lerespondieron que se ocupara de sus asuntos, quelos comandantes allí eran ellos y que él no contabaya para nada.

Alcibíades abandonó el lugar. Dos díasdespués Lisandro zarpó sigilosamente antes delamanecer, atravesó los Dardanelos y cayórápidamente sobre tas naves atenienses, todasellas varadas y sin tripulación. Las trompas dierondesesperadamente la señal de alarma, pero era yademasiado tarde. De las naves que pudieron serlanzadas a) mar muy pocas tenían sus bancos deboga al completo: algunas tenían dos órdenes de

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remeros de tres, otras incluso uno solo. Fue unauténtico desastre. La ilota fue aniquilada. Conónse salvó con ocho naves.

La noticia de la derrota llegó a Atenas en plenanoche, traída por la nave Páralo. La voz de laderrota corrió por el Pireo, atravesó las LargasMurallas, hasta la ciudad, y pasó de casa en casa,de boca en boca, sembrando el terror y el espanto.

De repente la ciudad pareció despertarse deuna borrachera colectiva que había durado anos, ytodos se dieron cuenta del destino que lesamenazaba, acordándose de lo que se había hechocon los melios y con otros muchos. Se recordaronlos horrores, las atrocidades, las locuras cometidasen tantos y tantos años de guerra y todos pensaronque ahora iban a tener que sufrirlos ellos: losciudadanos de una patria imperial tomabanconciencia de pronto de que su soberbia ciudad ibaa poder ser arrasada, sus mejores hombrespasados por las armas y las mujeres y niñosvendidos en pública subasta como esclavos ydispersados por el mundo. Aquella noche nadiepudo ya pegar ojo.

Lisandro se presentó a principios de primavera

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y bloqueó el Pireo con ciento cincuenta naves deguerra, mientras que el ejército mandado por el reyAgis rodeó la ciudad por el lado de tierra. Se inicióun febril intercambio de embajadas, que losespartanos hicieron durar largos meses, pero sólopara que la ciudad se viera reducida al hambre. Alfinal no le quedó más elección a Atenas que unarendición incondicional.

Los aliados de Esparta, de modo especial lostebanos, pidieron que la ciudad fuera arrasada, loshombres exterminados y el resto de la poblaciónvendida como esclava, pero los espartanos una vezmás dieron prueba de prudencia. Dijeron que no sepodía tratar así a una ciudad que había hecho unosméritos inmensos en la defensa de la libertad detodos los griegos, y que se limitarían a volverlainofensiva para siempre. Fueron, pues,comunicadas las condiciones de la rendición: elderribo de las murallas y de las largas Murallas, laentrega de toda la flora superviviente a excepciónde doce naves, la aceptación de una defensaespartana en la Acrópolis y la entrada en la ligapeloponésica en una posición de subordinación.

Luego, puesto que nadie tenía el valor de

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Luego, puesto que nadie tenía el valor demoverse, Lisandro ordenó a sus músicos quetocaran las flautas y que con aquel siniestro sonidocomenzase el desmantelamiento de las murallas.Una escena aterradora que nos trae a la mente laorquestina del Titanic que seguía tocando mientrasel trasatlántico se iba hundiendo en los abismos.

En aquel momento no quedaba más que unateniense peligroso: Alcibíades. El único que habríapodido volver a unir en una pina a sus ciudadanos ydevolverles el entusiasmo y acaso también lasganas de volver a empezar desde un principio. Era,como se diría hoy, una bomba de relojería, y no sepodían permitir el dejarle con vida. Por si fuerapoco, el rey Agis tenía con él una cuenta pendiente yle parecía increíble que encima tuviera querecompensar al hombre que había gozado de suhospitalidad con tanta desfachatez.

Lisandro mandó una petición urgente al sátrapaFarnabazo con el que Alcibíades estabanegociando su propia incolumidad, y aquél mandó aun grupo de sicarios para darle muerte. Éstos notuvieron, sin embargo, el valor de enfrentarse con éla cara descubierta. Prendieron fuego a la cabaña

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en la que se había refugiado con su última amante,una hetaira llamada Timandra. Alcibíades se cubriócon unas mantas húmedas e irrumpió afuera; comoun demonio salido de los mismísimos infiernos,atravesó las llamas, empuñando la espada. Nisiquiera entonces tuvieron el valor de enfrentarsecon él. Le asaetearon con flechas y lanzas, de lejos,hasta que se desplomó acribillado por los flechazos,traspasado en varios puntos de parte a parte, enmedio de un charco de sangre. Entonces, se fueronpara referir el resultado de su misión, mientrasTimandra, bañada en lágrimas, trataba derecomponer, como mejor podía, el cuerpomartirizado.

La ciudad tuvo que aceptar asimismo lainstauración de un gobierno oligárquico que recibíaórdenes de Esparta y que fue conocido con el tristenombre de «los Treinta Tiranos». Poco duraron:cinco años después todos estaban descontentos dela hegemonía espartana, sombría, dura y opresora,y no fueron pocos los que echaron de menos a losatenienses. Los tebanos, por ejemplo, dieronhospitalidad, prestaron ayuda y entregaron armas ala oposición democrática ateniense en el exilio, que

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se organizó en los confines del Ática a las órdenesde Trasíbulo, un hombre honesto e inteligente.Atacaron armados el Pireo y derrotaron a lasmilicias de los oligarcas restaurando la democracia.

Pero fue precisamente bajo aquel gobiernorestaurador de las libertades cívicas cuando tuvolugar el proceso, la condena y la muerte deSócrates. En un momento en que era indispensableunir a la ciudadanía y consolidar las institucionesdemocráticas, muy frágiles aún, no se podía tolerara alguien como Sócrates, que iba de un lado paraotro sembrando la duda en las mentes de la gente,hablando de esa divinidad desconocida, esemisterioso daimon, que nadie había oído mencionarjamás, que le hablaba al oído y le sugería cómotenía que obrar. Por lo menos había que reducirlo alsilencio.

Y así hubo quien se encargó de incriminarlebajo una doble acusación: la de corrupción de lajuventud y la de impiedad. Él se dirigió a los juecespopulares con una cuidada defensa sobre su modode obrar y suplicó a los que tenían ya la bolita negraen el bolsillo para introducirla en la urna de la muerteque pensaran lo que iban a hacer y si no estarían

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causando un grave daño a la ciudad más que a él,Sócrates. Dijo que no pedía nada para sí, que nohabía querido exhibir a su mujer e hijos arrasadosen lágrimas para conmover al jurado y que lo únicoque pedía era poder proseguir su búsqueda enmedio de su gente a plena luz del día. Les imploróque no se mancharan con un crimen que nadiecomprendería y que cubriría de ignominia su honorpara los siglos futuros. El agua iba cayendo gota agota dentro de la clepsidra mientras el gran sabiohablaba ante la mirada llena de admiración yemoción de sus discípulos. Luego, llegó el momentodel silencio y de la votación.

Fue condenado por una mayoría muy escasa.Entonces se le preguntó qué pena solicitaba paraél; él respondió que la ciudad debía garantizarle unapensión vitalicia por sus méritos civiles, lo cual leenajenó por completo las simpatías de todosaquellos que habrían podido salvarle la vida. Aquellofue tomado como un insulto al jurado, que pidió, yobtuvo, la pena de muerte.

Fue encarcelado, pero en aquel momento unSócrates muerto habría resultado mucho másperjudicial que un Sócrates vivo: es cierto que aquel

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perjudicial que un Sócrates vivo: es cierto que aquelresultado no era el que un hombre como Trasíbulose hubiera esperado. Espantarle, bajarle los humosincluso, pero en ningún caso quitarle la vida. Se leofreció entonces, bajo cuerda, la posibilidad de huira Beocia con unos amigos de confianza: la guardiade la cárcel haría la vista gorda aquella noche.

Demasiado fácil. Sócrates se negó a ello,quiso obligar a la ciudad a asumir susresponsabilidades y, pese a que sus discípulos leimploraron con lágrimas en los ojos, se mostróinconmovible. Estuvo charlando con ellos hasta elúltimo momento y luego se volvió hacia el verdugopara preguntarle qué debía hacer para que elveneno actuara del mejor modo. Este le contestóque debía pasearse hasta que sintiera frío en lospies. Entonces debía acostarse y cuando el fríohubiera llegado al corazón sobrevendría la muerte.Sócrates bebió la cicuta y despidió a sus abatidosdiscípulos con unas pocas palabras que el mundono había de olvidar jamás: «Vosotros salís de aquí avivir; yo, a morir; sólo los dioses saben cuál de lasdos cosas es mejor».

22 de diciembre de 1999

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He ido a ver a Kostas para felicitarle el AñoNuevo, aunque no tiene mucho sentido dada lasituación y teniendo en cuenta al personaje, no hetenido el valor siquiera de leerle el último capítulode este libro.

Me ha preguntado:- ¿Cómo es que no has terminado aún? ¿Has

tenido problemas?- Sí, los he tenido - le he respondido yo -.

¿Sabes?, no sé cómo terminarlo. ¿Dónde terminala historia de Atenas?

Él se ha encendido un cigarrillo y me hamirado con esos ojos suyos parpadeantes einquisitivos:

- Por mí - ha dicho -, puedes terminar siquieres conmigo. Pero eso te condenaría a estartrabajando durante el resto de tu vida y no sé siaún eso te bastaría …

No he podido evitar sonreír.- Te sonríes, pero así es. Y además, no

podrías resistir la tentación de meterme a mítambién en esa historia: KonstantinosStavropoulos, empleado del ayuntamiento deAtenas, cantante lírico fracasado; piensa qué papel

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haría yo al lado de Pericles, Eurípides, Sócrates …Le he cogido de la mano y he continuado:- Gran tenor, gran sabio, gran amigo …, mi

amigo ateniense …- Ah. Lo dices para consolarme. Pero resulta

acertado; yo en tu lugar lo haría. ¿Sabes qué tedigo? Que yo lo terminaría con la muerte deSócrates, ese pesado que iba por todos ladosponiendo la mosca detrás de la oreja de la gentecomo si no tuviera bastante con sus propiosproblemas, con sus propios follones,

- Sé que le gustan los sofistas … ¿Quésentido tiene entonces acabar con Sócrates?

- Porque … Ya sabes por qué. Y luego hayuna frase que pronuncia antes del fin …

- «Vosotros salís de aquí a…»- Sí. No sé si es cierto si la dijo o no, o bien si

es un invento de Platón. Éste se inventó laAtlántida, todo un continente, así que figúrale.Pero, si la dijo, por sólo esa frase es ya un hombremerecedor de recuerdo, al que no se puede olvidarni ahora ni nunca.

- Es una bonita idea. Me lo pensaré … Yvolveré, tan pronto como baya terminado. Volveré

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volveré, tan pronto como baya terminado. Volveréa leerte todo el capítulo, ojalá que sea estaprimavera, ¿qué me dices?

Ha sacudido la cabeza:Sí, esta primavera, cuando haga más calor.

Hace frío en esta habitación, ¿no te parece?Tengo los pies helados, y también las piernas.Tengo frío.

Me he ido porque seguramente no habríaconseguido aguantar la situación y me habríacomportado como un estúpido. He bajado a lacalle y me he mezclado con la multitud queabarrotaba las calles de Atenas.

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Bibliografía

Esta bibliografía comentada no tiene otrafinalidad que servir de guía al lector noespecializado para profundizar en los diferentestemas tratados. Por consiguiente señalaremossobre todo las obras disponibles en italiano, conindicación de aquellas que han sido traducidas alcastellano, y sólo en temas muy concretos. Cuandoresulte útil o significativo un apoyo bibliográfico paraalgunos asuntos o para hipótesis especificas,ofrecemos referencias de obras en otras lenguas.

Obras de consulta generalSigue siendo válida y de agradable lectura,

aunque en ciertos aspectos esté superada, lamonumental Cambridge Ancient History, enitaliano Storia del Mondo Antico, Milán, IlSaggiatore/Garzanti, 1972-1974, en especial losvolúmenes 3 y 4.

Más reciente y actualizado, aunque de

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planteamiento temático, es el amplio y profundocompendio sobre la cultura y la civilización de losgriegos, y, por lo tanto, también de los atenienses:I Greci. Storia, arte, cultura e societá, Turín, Einaudi,1996 (aún en curso de publicación); especialmentelos volúmenes 2 y 3, acompañados de un aparatoiconográfico bastante rico perfectamente integradoen el texto.

Quien en cambio desee seguir una lectura máságil y sintética puede consultar la interesante obrade H. Lloyd-Jones, I Greci,Milán, Il Saggiatore,1967.

Desde un punto de vista estrictamente referidoa la Antigüedad resulta útil todavía el volumen de M.A. Levi, La Grecia antíca, en la obraenciclopédica Societá e Costume, Turín, UTET,1963*mientras que el aspecto artístico esexaminado de forma mucho más amplia y completaen la Enciclopedia dell’arte árnica de la Fondazionedell’Enciclopedia Italiana Treccani.

Pasando a obras monográficas, aunquebásicas también, sobre la historia griega, yateniense en particular, resulta útil tener presente elvolumen de M. Sordi, Storia politica del mondo

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greco, Milán, Vita e pensierot 1982, por suplanteamiento clarot sintético y muy original, asícomo el primer volumen de la Storia Greca de H.Bcngtson (1965), Bolonia, II Mulino, 1982, yD. Musti, Storia greca,Bari, Latcrza, 1989, una obrade gran sensibilidad y de una claridad ejemplar. Decarácter más monográfico y específico, perotambién de planteamiento general, es la obra de C.Meier, Atene, Milán, Garzanti, 1996, síntesisriquísima, fascinante, profunda y, además, deagradable lectura, cualidades no frecuentes en lostrabajos académicos.

Nos adentramos en asuntos másespecíficamente políticos en el ámbito de lacivilización ateniense con D. Musti, Demokratta,Origini di un’idea, Bari, Laterza, 1995, análisislúcido y muy sabio de las características y de laestructura ideológica de la democracia ateniense, ycon D. Kagan, Pericle di Atene e la nascita dellademocrazia, Milán, Mondadori, 1991, másbiográfico y centrado en la figura del gran caudillo.

Acerca de la sociedad espartana y de suhistoria cabe destacar a J. T. Hooker, Gli

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spartani, Milán, Bompiani, 1984. Más reciente, conuna óptica original y con una atención especial a lasfuentes, S. Valzania, Brodo ñero: Sparta pacifica, ilsuo esercito, le site guerre, Roma, Jouvcnce, 1999.

Obras de temas específicos Las fuerzasarmadas

Fascinante, aunque a veces un tantoarriesgada, es la obra de V. D. Hanson, Uarteaccidéntale deila guerra, Milán, Mondadori, 1990;más ideologizada y menos técnica, pero más atentaa los aspectos sociales y culturales es la obra de Y.Garland, Guerra e Societá nel mondoantico, Bolonia, II Mulíno, 1985. Aunque notraducidos al italiano ni al castellano, no podemosdejar de mencionar a J. Warry, Warfare in theclassical World, New York, St. Martin’s Press, 1980,y P. Connolly, Greece and Rome at War, Londres,Macdonald, 1981, por el riquísimo aparato deilustraciones y por la representación esquemáticade las principales batallas y campañas militares.

Además, para las operaciones atenienses enSicilia y en general para las temáticas políticas ymilitares relacionadas con la presencia griega en laisla, sigue siendo un texto fundamental: M. I. Fin-

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ley, Storia della Sicilia antica, Roma-Barí, Laterza,pp. 70 ss.

Aspectos jurídicosDe asunto específico pero tratado en

profundidad desde la perspectiva de la antropologíacultural es la obra de E. Cantarclla, /sitpplizi capitaliin Grezia e a Roma, Milán, Rizzoli, 1991 (hay irad.cast.: Los suplicios capitales en Grecia yRoma, Madrid, Akal. 1996). Más general, comoanálisis de la sociedad a través de la crónicajudicial véase U. Albini, Ateite: Wdienza éaperta, Milán, Garzanti, 1994.

Sexualidad, pederastía y prostituciónTal vez demasiado audaz y en un cierto sentido

"parcial» en algunas de sus conclusiones pero muyrica en cuanto a investigación e iconografía es laobra de K. C. Keuls, II regno della fallocrazia, lapolítica sessuale ad Atenes Milán, U Saggiatore,1988. Sobre las hetairas y las mujeres públicas enGrecia y en Roma resulta muy ágil y de agradablelectura E. Cavallini, Le sgualdrine impenitenti,femminilitá ¡rregolare in Grecia e a Roma, Milán,Bompiani, 1999. En general para la condición

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femenina en la Antigüedad véase S. Pomeroy, t)ee.prostitute, moglie e sebiave, Milán. Bompiani, 1997(hay trad. cast.: Diosas, rameras,esposas v esclavas, Madrid, Akal, 1999').

Navegación comercial y militarEs ya un clásico pero sigue resultando básico

sobre el tema, L. Casson, Navi e marinainell'antiehitá, Milán, Mursia, 1976; el asunto de lanavegación es asimismo tratado por I„ Bracccsi y V.Manfrcdi en Mare Greco, Milán, Mondadori, 1992, yen / Greci d'Occidente, Milán, Mondadori, 1996.Para quien esté interesado en temáticas de asuntoestrictamente técnico en la realización delaOlympias, no existe más que el texto inglés de J.S. Morrison y J. F. Coates, The AthenianTrireme, New York, Cambridge Uiiivcrsity Press,1986.

El medio ambiente y el impacto ambientalParticularmente interesante por el análisis de

pasajes específicos en las fuentes es la obra de K.W. Wcebcr, Smog sull'Attica. I problemi ecologíanell'antiehitá, Milán, Oarzanri, 1991.

Topografía y urbanismoHay importantes referencias a estos temas en

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obras de carácter general, como L. Benévolo, Storiadella cilla, Roma-Barí, La-terza, 1993, vol. I: La cillaantica; M. A. Levi, La cilla áulica, Roma, L'Erma diBretschneider, 1989, pp. 291-306; J. B. Ward-Perkins,Cities of Ancient Greece and Italy.Planning in Classical Antiquity, Nueva York, G.Braziller, 1974. Aunque algunos aspectos han sidosuperados por investigaciones más recientes,continúa siendo válida la obra monográfica de I.Thallon HUÍ, The Atídent City of Athcns, Nueva York,Argonaut, 1953,

MitologíaLa elección es amplísima. Nos limitaremos a

recordar obras muy clásicas y difundidas como lade K. Kerényi, Gli dei y gli eroi della Grecia, Milán,Garzanti, 1978 (hay trad. casi.: Los dioses de ¡osgriegos, Caracas, Monte Avila, 1997) y la de R.Graves, / miligreci, Milán, Longanesi, 1999 (haytrad. cast.: Los mitos griegos, Madrid, Alianza,1986). Una revisión creativa e imaginativa la haproporcionado R. Calasso, Le nozze di Cadmo eArmonía, Milán, Adelphi, 1988(hay trad. cast.: Lasbodas de Cadmio y Harmonía,Barcelona,Anagrama, 1999).

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Anagrama, 1999).Oráculos y santuarios oracularesJ. Richcr, Geografía sacra nel mondo

greco, Milán, Rusconi, 1989; R. Bloch, Prodigi edivinazione nel mondo antico, Roma, NewtonCompton, 1981 {hay trad. cast.: Los prodigios en laAntigüedad clásica, Buenos Aires, Paidís, 196?; Laadivinación en la Antigüedad, México D. F, Fondode Cultura Económica, 1985). Más divulgativo y enparte superado por recientes investigacionesarqueológicas, pero generalmente correcto y delectura interesante es R Vandenberg, Oracoli, Milán,Longanesi, 1982.

Por último, hemos tenido también presente,para el decreto de evacuación de la ciudad deAtenas durante la segunda guerra persa, a L.Bracccsi, Il problema del decreto diTemistocle, Bolonia, Cappelli, 1968 (también eltexto que presentamos es tratado por el libro), ypara la hipótesis de Tucídides como autor delprimer libro de las Helénicas de Jenofonte a L.Canfora, 5for/e di oligarcbi,Palermo, Sellerio. 1984,una idea original e inquietante, contada con unaprosa brillante e incisiva.