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Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por ab- solutamente contrario a las normas de la vida, cau- só en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado, basta recordar que no exis- te noticia en los cuarenta volúmenes de la historia universal, ni siquiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante, que pasara un día completo, con todas sus pródigas veinticuatro horas, contadas entre diurnas y noc- turnas, matutinas y vespertinas, sin que se produjera un fallecimiento por enfermedad, una caída mor- tal, un suicidio conducido hasta el final, nada de nada, como la palabra nada. Ni siquiera uno de esos accidentes de automóvil tan frecuentes en ocasio- nes festivas, cuando la alegre irresponsabilidad o el exceso de alcohol se desafían mutuamente en las ca- rreteras para decidir quién va a llegar a la muerte en primer lugar. El fin de año no había dejado tras de sí el habitual y calamitoso reguero de óbitos, co- mo si la vieja átropos de regaño amenazador hubie- re decidido envainar la tijera durante un día. San- gre, sin embargo, hubo, y no poca. Desorientados, confusos, horrorizados, dominando a duras penas 13 www.alfaguara.santillana.es Empieza a leer... Las intermitencias de la muerte

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Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por ab-solutamente contrario a las normas de la vida, cau-só en los espíritus una perturbación enorme, efectoa todas luces justificado, basta recordar que no exis-te noticia en los cuarenta volúmenes de la historiauniversal, ni siquiera un caso para muestra, de quealguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante,que pasara un día completo, con todas sus pródigasveinticuatro horas, contadas entre diurnas y noc-turnas, matutinas y vespertinas, sin que se produjeraun fallecimiento por enfermedad, una caída mor-tal, un suicidio conducido hasta el final, nada denada, como la palabra nada. Ni siquiera uno de esosaccidentes de automóvil tan frecuentes en ocasio-nes festivas, cuando la alegre irresponsabilidad o elexceso de alcohol se desafían mutuamente en las ca-rreteras para decidir quién va a llegar a la muerteen primer lugar. El fin de año no había dejado trasde sí el habitual y calamitoso reguero de óbitos, co-mo si la vieja átropos de regaño amenazador hubie-re decidido envainar la tijera durante un día. San-gre, sin embargo, hubo, y no poca. Desorientados,confusos, horrorizados, dominando a duras penas

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las náuseas, los bomberos extraían de la amalgama dedestrozos míseros cuerpos humanos que, de acuerdocon la lógica matemática de las colisiones, deberíanestar muertos y bien muertos, pero que, pese a lagravedad de las heridas y de los traumatismos sufri-dos, se mantenían vivos y así eran transportados alos hospitales, bajo el sonido dilacerante de las sire-nas de las ambulancias. Ninguna de esas personasmoriría en el camino y todas iban a desmentir losmás pesimistas pronósticos médicos, Este pobre dia-blo no tiene remedio posible, no merece la pena per-der tiempo operándolo, le decía el cirujano a la en-fermera mientras ésta le ajustaba la mascarilla a lacara. Realmente, quizá no hubiera salvación para eldesdichado el día anterior, pero lo que quedaba cla-ro era que la víctima se negaba a morir en éste. Y loque sucedía aquí, sucedía en todo el país. Hasta lamedianoche en punto del último día del año aúnhubo gente que aceptó morir en el más fiel acata-miento de las reglas, tanto las que se refieren al fon-do de la cuestión, es decir, se acabó la vida, comolas que se atienen a las múltiples formas en que és-te, el dicho fondo de la cuestión, con mayor o me-nor pompa y solemnidad, suele revestirse cuandollega el momento fatal. Un caso sobre todos intere-sante, obviamente por tratarse de quien se trata,es el de la ancianísima y veneranda reina madre.A las veintitrés horas y cincuenta y nueve minutosde aquel treinta y uno de diciembre nadie sería taningenuo para apostar el palo de una cerilla quema-da por la vida de la real señora. Perdida cualquier

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esperanza, rendidos los médicos ante la implacableevidencia, la familia real, jerárquicamente dispues-ta alrededor del lecho, esperaba con resignación elúltimo suspiro de la matriarca, tal vez unas palabras,una última sentencia edificante para la formaciónmoral de los amados príncipes sus nietos, tal vezuna bella y redonda frase dirigida a la siempre in-grata retentiva de los súbditos futuros. Y después,como si el tiempo se hubiera parado, no sucedió na-da. La reina madre no mejoró ni empeoró, se quedócomo suspendida, balanceándose el frágil cuerpoen el borde de la vida, amenazando a cada instan-te con caer hacia el otro lado, pero atada a éste porun tenue hilo que la muerte, sólo podía ser ella, nose sabe por qué extraño capricho, seguía sostenien-do. Ya estamos en el día siguiente, y en él, como seinformó nada más empezar este relato, nadie ibaa morir.

La tarde ya estaba muy avanzada cuandocomenzó a circular el rumor de que, desde la entra-da del nuevo año, más exactamente desde las cerohoras de este día uno de enero en que estamos, nohabía constancia de que se hubiera producido en elpaís fallecimiento alguno. Podría pensarse, por ejem-plo, que el rumor tuviera origen en la sorprenden-te resistencia de la reina madre a desistir de la pocavida que aún le restaba, pero lo cierto es que el ha-bitual parte médico distribuido por el gabinete deprensa de palacio a los medios de comunicación so-cial aseguraba no sólo que el estado general de lareal enferma había experimentado una visible me-

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joría durante la noche, sino que incluso sugeríay hasta daba a entender, eligiendo cuidadosamentelas palabras, la posibilidad de un completo resta-blecimiento de la importantísima salud. En su pri-mera manifestación el rumor podría haber partidocon toda naturalidad de una agencia de pompasfúnebres y traslados, Por lo visto nadie parece dis-puesto a morir en el primer día del año, o de unhospital, Ese tipo de la cama veintisiete ni ata nidesata, o del portavoz de la policía de tráfico, Es unauténtico misterio que, habiéndose producido tan-tos accidentes en la carretera, no haya ni un muer-to para muestra. El rumor, cuya fuente primigenianunca fue descubierto, aunque a la luz de lo quesucederá después eso importe poco, llegó pronto alos periódicos, a la radio, a la televisión, e hizo queinmediatamente las orejas de los directores, adjun-tos y redactores jefes se alertaran, son personas pre-paradas para olfatear a distancia los grandes acon-tecimientos de la historia del mundo y entrenadaspara agrandarlos siempre que tal convenga. En po-cos minutos ya estaban en la calle decenas de re-porteros de investigación haciendo preguntas a todobicho viviente que se les pusiera por delante, mien-tras que en las caldeadas redacciones los teléfonosse agitaban y vibraban con idéntico frenesí indaga-dor. Se realizaron llamadas a los hospitales, a la cruzroja, a la morgue, a las funerarias, a las policías, a to-das, con comprensible exclusión de la secreta, y lasrespuestas llegaban siempre con las mismas lacóni-cas palabras, No hay muertos. Más suerte tuvo aque-

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lla joven reportera de televisión a quien un tran-seúnte, alternando la mirada entre ella y la cámara,contó un suceso vivido en persona y que era copiaexacta del ya citado episodio de la reina madre, Es-taba sonando la medianoche, dijo, cuando mi abue-lo, que parecía a punto de expirar, abrió los ojos derepente antes de que sonase la última campanadadel reloj de la torre, como si se hubiese arrepenti-do del paso que iba a dar, y no murió. La reportera,hasta tal punto estimulada con lo que acababa deoír, sin atender a súplicas ni protestas, Por favor, se-ñora, no puedo, tengo que ir a la farmacia, mi abue-lo necesita la medicina, empujó al hombre hastadentro de la unidad móvil, Venga, venga conmigo,su abuelo ya no necesita medicinas, gritó, y a con-tinuación ordenó regresar al estudio de televisión,donde en ese preciso instante se estaba preparandotodo para un debate entre tres especialistas en fenó-menos paranormales, a saber, dos brujos reputadosy una famosa vidente, convocados a toda prisa paraanalizar y dar su opinión sobre lo que ya comenza-ba a ser llamado por algunos graciosos, de esos queno respetan nada, la huelga de la muerte. La con-fiada periodista trabajaba partiendo de la más gravede las equivocaciones, porque había interpretadolas palabras de su fuente informativa como signifi-cando que el moribundo, en sentido literal, se arre-pintió del paso que estaba a punto de dar, o sea,morir, finar, estirar la pata, y por tanto decidió darmarcha atrás. Sin embargo, las palabras que el feliznieto pronunció efectivamente, Como si se hubiese

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arrepentido, eran radicalmente diferentes de unperentorio Se arrepintió. Unas cuantas luces de sin-taxis elemental y una mayor familiaridad con laselásticas sutilezas de los tiempos verbales habríanevitado el equívoco y el consiguiente rapapolvo quela pobre muchacha, roja de vergüenza y humilla-ción, tuvo que soportar de su jefe directo. Lo que nopodían imaginar, ni uno ni otra, es que la tal frase,pronunciada en directo por el entrevistado y nue-vamente escuchada en la grabación que emitió eltelediario de la noche, sería entendida de la mis-ma equivocada manera por millones de personas, loque acabará teniendo como desconcertante conse-cuencia, en un futuro muy próximo, la creación deun movimiento de ciudadanos firmemente conven-cidos de que con la simple acción de la voluntad sepuede vencer a la muerte y que, por consiguiente,la inmerecida desaparición de tantas personas en elpasado se habría debido a una censurable flaquezade voluntad de las generaciones anteriores. Pero lascosas no se quedaron así. Dado que las personas,sin que para tal tengan que acometer ningún es-fuerzo perceptible, seguirán sin morir, otro movi-miento popular de masas, dotado de una visiónprospectiva más ambiciosa, proclamó que el ma-yor sueño de la humanidad desde el principio delos tiempos, es decir, el gozo feliz de una vida eter-na aquí en la tierra, se había convertido en un bienpara todos, como el sol que nace todos los días yel aire que respiramos. Pese a disputarse, por decir-lo así, el mismo electorado, hubo un punto en que

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los dos movimientos supieron ponerse de acuerdo,y fue nombrar para la presidencia honoraria, dadasu eminente calidad de precursor, al intrépido ve-terano que, en el instante supremo, había desafiadoy derrotado a la muerte. Hasta donde se sabe, no sele atribuyó particular importancia al hecho de queel abuelo se encuentre en estado de coma profun-do y, según todos los indicios, irreversible.

Aunque la palabra crisis no sea ciertamentela más apropiada para caracterizar los singularísi-mos sucesos que venimos narrando, por tanto seríaabsurdo, incongruente y atentatorio contra la ló-gica más común hablar de crisis en una situaciónexistencial justamente privilegiada por la ausenciade la muerte, se comprenderá que algunos ciuda-danos, celosos de su derecho a una información ve-raz, se pregunten a sí mismos, y unos a otros, quédiablos pasa con el gobierno, que hasta ahora no hadado la menor señal de vida. Es cierto que el mi-nistro de sanidad, interpelado cuando pasaba en elbreve intervalo entre dos reuniones, había explica-do a los periodistas que, teniendo en cuenta la faltade elementos suficientes de juicio, cualquier decla-ración oficial sería forzosamente prematura, Esta-mos tratando de colegir las informaciones que nosllegan de todo el país, añadió, y realmente en nin-guna se hace mención de fallecimientos, pero, comose puede suponer, pillados por sorpresa como todoel mundo, todavía no estamos preparados para enun-ciar una primera idea sobre el origen del fenómenoy sobre sus implicaciones, tanto las inmediatas como

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las futuras. Podría haberse quedado aquí, lo que, te-niendo en cuenta las dificultades de la situación, yasería de agradecer, pero el conocido impulso de re-comendar tranquilidad a las personas a propósitode todo y de nada, de mantenerlas sosegadas en elredil sea como sea, ese tropismo que en los políticos,en particular si están en el gobierno, se ha conver-tido en una segunda naturaleza, por no decir auto-matismo, movimiento mecánico, le obligó a rematarla intervención de la peor manera, Como respon-sable de la cartera de sanidad, les aseguro a quienesme escuchan que no existe motivo alguno de alar-ma, Si he entendido bien lo que acabo de oír, ob-servó un periodista con tono que no quería parecerdemasiado irónico, en su opinión de ministro noes alarmante el hecho de que nadie esté muriendo,Exacto, aunque con otras palabras, es eso mismo loque he dicho, Señor ministro, permítame que le re-cuerde que todavía ayer había personas que moríany a nadie se le pasaba por la cabeza que eso fueraalarmante, Es lógico, lo habitual es morir, y morirsólo es alarmante cuando las muertes se multipli-can, una guerra, una epidemia, por ejemplo, Es de-cir, cuando se salen de la rutina, Podría decirse así,Pero, ahora que no se encuentra a nadie dispuestoa morir, es cuando usted nos pide que no nos alar-memos, convendrá conmigo que, por lo menos, esbastante paradójico, Es la fuerza de la costumbre,reconozco que el término alarma no tiene aquí ca-bida, Qué otra palabra usaría entonces, señor minis-tro, le pregunto porque, como periodista conscien-

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te de mis obligaciones que presumo ser, me preo-cupa emplear el término exacto siempre que seaposible. Ligeramente enfadado con la insistencia,el ministro respondió secamente, No una, sino cua-tro, Cuáles, señor ministro, No alimentemos falsasesperanzas. Habría sido, sin duda, un buen y hones-to titular para el periódico del día siguiente, pero eldirector, tras consultar con su redactor jefe, consi-deró desaconsejable, incluso desde el punto de vistaempresarial, lanzar ese cubo de agua fría sobre el en-tusiasmo popular, Ponga lo mismo de siempre, AñoNuevo, Vida Nueva, dijo.

En el comunicado oficial, finalmente difun-dido cuando la noche ya iba avanzada, el jefe delgobierno ratificaba que no se había registrado nin-guna defunción en todo el país desde el inicio delnuevo año, pedía comedimiento y sentido de la res-ponsabilidad en los análisis e interpretaciones quedel extraño suceso pudieran ser elaborados, recorda-ba que no se debería excluir la posibilidad de quese tratara de una casualidad fortuita, de una altera-ción cósmica meramente accidental y sin continui-dad, de una conjunción excepcional de coinciden-cias intrusas en la ecuación espacio-tiempo, peroque, por si acaso, ya se habían iniciado contactos ex-ploratorios ante los organismos internacionales com-petentes para habilitar al gobierno en una accióntanto más eficaz cuanto más concertada pudieraser. Enunciadas estas vaguedades pseudocientíficas,destinadas también a tranquilizar, por lo incompren-sibles, el desbarajuste que reinaba en el país, el pri-

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mer ministro concluía afirmando que el gobiernose encontraba preparado para todas las eventuali-dades humanamente imaginables, decidido a enca-rar con valentía y con el indispensable apoyo de laciudadanía los complejos problemas sociales, eco-nómicos, políticos y morales que la extinción defi-nitiva de la muerte inevitablemente suscitaría, enel caso, más que previsible, de que llegara a confir-marse. Aceptaremos el reto de la inmortalidad delcuerpo, exclamó con tono arrebatado, si es ésa la vo-luntad de dios, a quien agradeceremos por siemprejamás, con nuestras oraciones, que haya escogidoal buen pueblo de este país como su instrumento.Significa esto, pensó el jefe del gobierno al termi-nar la lectura, que estamos con la soga al cuello.No se podía imaginar hasta qué punto la soga ibaa apretarle. Todavía no había pasado media horacuando, en el coche oficial que lo conducía a casa,recibió una llamada del cardenal, Buenas noches,señor primer ministro, Buenas noches, eminencia,Le telefoneo para decirle que me siento profunda-mente consternado, También yo, eminencia, la si-tuación es muy grave, la más grave de cuantas elpaís ha vivido hasta hoy, No se trata de eso, De quése trata entonces, eminencia, Es deplorable desdetodos los puntos de vista que, al redactar la decla-ración que acabo de escuchar, usted no tuviera encuenta aquello que constituye los cimientos, la vigamaestra, la piedra angular, la llave de la bóveda denuestra santa religión, Eminencia, perdone, recelono comprender adónde quiere llegar, Sin muerte,

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óigame bien, señor primer ministro, sin muerte nohay resurrección, y sin resurrección no hay iglesia,Demonios, No he entendido lo que ha dicho, repí-talo, por favor, Estaba callado, eminencia, proba-blemente habrá sido alguna interferencia causadapor la electricidad atmosférica, por la estática, o unproblema de cobertura, el satélite a veces falla, decíausted que, Decía lo que cualquier católico, y ustedno es excepción, tiene obligación de saber, que sinresurrección no hay iglesia, además, cómo se le me-tió en la cabeza que dios podría querer su propiofin, afirmarlo es una idea absolutamente sacrílega,tal vez la peor de las blasfemias, Eminencia, no hedicho que dios quiera su propio fin, No con esasexactas palabras, pero admitió la posibilidad de quela inmortalidad del cuerpo resultara de la volun-tad de dios, no es necesario estar doctorado en ló-gica trascendental para darse cuenta de que quiendice una cosa dice la otra, Eminencia, por favor,créame, fue una simple frase de efecto destinada aimpresionar, un remate del discurso, nada más, biensabe que la política tiene estas necesidades, Tam-bién la iglesia las tiene, señor primer ministro, peronosotros meditamos mucho antes de abrir la boca,no hablamos por hablar, calculamos los efectos a dis-tancia, nuestra especialidad, si quiere que le dé unaimagen que se comprenda mejor, es la balística,Estoy desolado, eminencia, En su lugar yo tambiénlo estaría. Como si estuviera calculando el tiempoque tardaría la granada en caer, el cardenal hizo unapausa, luego, en un tono más suave, más cordial,

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dijo, Me gustaría saber si dio a conocer la declara-ción a su majestad antes de leerla ante los mediosde comunicación social, Naturalmente, eminencia,tratándose de un asunto de tanto melindre, Y quédice el rey, si no es secreto de estado, Le parecióbien, Hizo algún comentario al acabar, Estupendo,Estupendo, qué, Es lo que dijo su majestad, estu-pendo, Quiere decirme que también blasfemó, Nosoy competente para formular juicios de esa natu-raleza, eminencia, vivir con mis propios errores yame cuesta demasiado trabajo, Tendré que hablarcon el rey, recordarle que, en una situación comoésta, tan confusa, tan delicada, sólo la observanciafiel y sin desfallecimientos de las probadas doctrinasde nuestra santa madre iglesia podrá salvar al paísdel pavoroso caos que se nos viene encima, Vuestraeminencia decidirá, está en su papel, Le pregunta-ré a su majestad qué prefiere, si ver a la reina madresiempre agonizante, postrada en un lecho del queno volverá a levantarse, con el inmundo cuerpo re-teniéndole indignamente el alma, o verla, por mo-rir, triunfadora de la muerte, en la gloria eterna yresplandeciente de los cielos, Nadie dudaría la res-puesta, Sí, pero al contrario de lo que se cree, noson tanto las respuestas lo que me importa, señorprimer ministro, sino las preguntas, obviamente merefiero a las nuestras, fíjese cómo suelen tener, almismo tiempo, un objetivo a la vista y una inten-ción que va escondida detrás, si las hacemos no essólo para que nos respondan lo que en ese momen-to necesitamos que los interpelados escuchen de su

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propia boca, es también para que se vaya preparan-do el camino de las futuras respuestas, Más o me-nos como en la política, eminencia, Así es, pero laventaja de la iglesia es que, aunque a veces no lo pa-rezca, al gestionar lo que está arriba, gobierna lo queestá abajo. Hubo una nueva pausa, que el primerministro interrumpió, Estoy casi llegando a casa,eminencia, pero, si me lo permite, todavía me gus-taría exponerle una breve cuestión, Dígame, Quéhará la iglesia si nunca más muere nadie, Nuncamás es demasiado tiempo, incluso tratándose de lamuerte, señor primer ministro, Creo que no me harespondido, eminencia, Le devuelvo la pregunta,qué hará el estado si no muere nadie nunca más, Elestado tratará de sobrevivir, aunque dudo muchoque lo consiga, pero la iglesia, La iglesia, señor pri-mer ministro, está de tal manera habituada a las res-puestas eternas que no puedo imaginarla dandootras, Aunque la realidad las contradiga, Desde elprincipio no hemos hecho otra cosa que contrade-cir la realidad, y aquí estamos, Qué dirá el papa, Siyo lo fuera, que dios me perdone la estulta vanidadde pensarme como tal, mandaría poner en circula-ción una nueva tesis, la de la muerte pospuesta, Sinmás explicaciones, A la iglesia nunca se le ha pedi-do que explicara esto o aquello, nuestra otra espe-cialidad, además de la balística, ha sido neutralizar,por la fe, el espíritu curioso, Buenas noches, emi-nencia, hasta mañana, Si dios quiere, señor primerministro, siempre si dios quiere, Tal como están lascosas en este momento, no parece que pueda evi-

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tarlo, No se olvide, señor primer ministro, que fue-ra de las fronteras de nuestro país se sigue murien-do con toda normalidad, y eso es una buena señal,Cuestión de punto de vista, eminencia, tal vez fue-ra nos estén mirando como un oasis, un jardín, unnuevo paraíso, O un infierno, si fueran inteligen-tes, Buenas noches, eminencia, le deseo un sueñotranquilo y reparador, Buenas noches, señor pri-mer ministro, si la muerte decide regresar esta no-che, espero que no tenga la ocurrencia de elegirlo austed, Si la justicia en este mundo no es una pa-labra vana, la reina madre debería irse antes queyo, Le prometo no denunciarlo mañana ante el rey,Cuánto se lo agradezco, eminencia, Buenas noches,Buenas noches.

Eran las tres de la madrugada cuando el car-denal tuvo que ser trasladado a todo correr al hos-pital con un ataque de apendicitis aguda que obli-gó a una inmediata intervención quirúrgica. Antesde ser succionado por el túnel de la anestesia, enese instante veloz que precede a la pérdida total dela conciencia, pensó lo que tantos otros han pensa-do, que podía morir en la operación, después re-cordó que tal ya no era posible, y, finalmente, enun último destello de lucidez, todavía se le pasópor la mente la idea de que si, a pesar de todo, mu-riese de verdad, eso significaría que habría, paradó-jicamente, vencido a la muerte. Arrebatado por unairresistible ansia de sacrificio iba a implorar a diosque lo matase, pero no llegó a tiempo de poner laspalabras en orden. La anestesia le ahorró el supre-

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mo sacrilegio de querer transferir los poderes de lamuerte hacia un dios más generalmente conocidocomo dador de vida.

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Trabajo
Cuadro de texto
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