Al principio en la Iglesia no se solía poner en adoración a Jesús en la Eucaristía. Sí se guardaba para llevar la comunión a los enfermos. Esta es una prueba de que creían en la presencia permanente de Jesús, aun después de la misa. Los sagrarios más antiguos son unas palomas, algunas muy artísticas. Pero estaban como en privado esperando poderlo llevar a enfermos y encarcelados.

Es famoso el ejemplo de san Tarsicio llevando la comunión a los encarcelados. Era muy difícil y peligroso entrar allí, especialmente el obispo. El niño Tarsicio se ofreció. Además tenía por allí un soldado cristiano amigo.

Pero al llegar cerca unos muchachotes le querían robar lo que apretaba contra el pecho y casi le matan a pedradas. Desde lejos lo vio el soldado amigo que apartó a los muchachotes y llevó en brazos a Tarsicio a la cárcel, donde pudo entregar las hostias sagradas, muriendo poco después mártir de la Eucaristía.

La Eucaristía la veían más como alimento que como signo de adoración. Pero en la edad Media había religiosos y religiosas que tenían esta devoción a Jesús presente en la Eucaristía.

Antes de comenzar a celebrarse la fiesta del Corpus, encontramos a santa Clara que con la custodia, con Jesús sacramentado, “espantó” a los bárbaros que querían asaltar el convento.

El culto a Jesucristo presente en la Eucaristía se incrementó gracias a la fiesta del Corpus decretada en 1264, debido al milagro de Bolsena. Pero ya unos 20 años antes se celebraba en Lieja, Bélgica, gracias a la devoción de santa Juliana, superiora de aquella abadía.

Esta fiesta siguió celebrándose en otros lugares hasta que el papa lo decretó para toda la Iglesia.

Muchos santos experimentaron el aumento de la vida espiritual no sólo recibiendo el Sacramento por medio de la comunión, sino estando en adoración ante el altar. A partir de la fiesta del Corpus el amor y veneración al Señor que mora entre nosotros se expresó en formas nuevas. Ahora ya no se guardaba el Sacramento para una eventual necesidad sino para poder tributarle culto de adoración.

Desde estos tiempos el templo empezó a ser más considerado como casa de Dios o lugar del Santísimo Sacramento. Los siglos primeros el templo era considerado sobre todo lugar de reunión de los cristianos. Desde el siglo 13 se le tiene más como lugar de la presencia de Cristo eucarístico. De modo que este sentimiento prevalecía al entrar en el templo.

Hoy día se conjugan las dos cosas. Es para adorar a Jesús, pero también para unirnos todos y celebrar con alegría la santa Misa.

Por eso en muchos templos existe la capilla del Santísimo para poder adorar al Señor de modo más tranquilo.

Este sentido de adorar al Señor fue tan importante en algunos sitios que se desvió algo la idea del sacrificio y del banquete de la misa. El sagrario o tabernáculo era el centro de la vida cristiana.

Hasta tal punto que la misa más solemne era la que se celebraba con el Santísimo expuesto.

Por eso, si se va a celebrar y está expuesto el Santísimo, antes de comenzar la misa debe hacerse la reserva para que pongamos toda la atención en el sacrificio que se realiza en el momento de la consagración.

Hoy las cosas se

van aclarando, de modo

que quede claro que lo

más importante es la santa

Misa.

El hecho de que Jesús esté de modo permanente en la Eucaristía hace de este sacramento algo diferente de los demás sacramentos. Los otros sacramentos se realizan por un acto que pasa y ya. Claro que siguen los efectos del sacramento; pero el sacramento se ha terminado al darse en cierto momento, el momento de unir las palabras a la materia y aplicarlo a la persona.

Sin embargo la Eucaristía no es sólo sacramento en el momento de la consagración de la misa, sino que continúa cuando nosotros lo recibimos, sea en la misa o sea después. Y esto aunque la comunión sea días o semanas después, mientras estén incorruptos los accidentes del pan o del vino.

Permanece no sólo la

gracia, sino la fuente de

la gracia, que es Cristo Jesús.

Los demás sacramentos son sólo una acción de Jesucristo. La Eucaristía es Jesús en persona, que es continuamente signo y causa de esa gracia que se nos está dando continuamente.

Así pues, por la Eucaristía Jesús está cumpliendo más que en ningún otro lo que prometió: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos”.

Todo es consecuencia de su amor y de su poder. Pongo un ejemplo: Si una madre tiene cinco hijos en sitios diversos y lejanos, si se aman de verdad, quisiera estar con los cinco y quisiera estar a la vez sobre todo si alguno está enfermo. Pero no puede. Pero Cristo sí puede y lo está haciendo, porque está en todos los sagrarios del mundo a la vez.

Y está en todos los sagrarios y todas las misas para que cada uno de nosotros podamos visitarle, adorarle y abrazarle en la comunión. Por eso es una obligación el visitarle. La Iglesia como obligación grave sólo nos pone la misa del domingo.

No es sólo para participar en un acto de culto, sino es para visitar a Jesús que está presente por nuestro amor, al menos desde la consagración.

Hoy desgraciadamente muchas iglesias suelen estar cerradas. Pero algunas no están cerradas y podemos entrar alguna vez a hacer una visita a Jesús. Porque Jesús está con nosotros.

Y aunque esté cerrada, podemos tener un pensamiento de cariño hacia Jesús, que está en el sagrario y nos ama más que nadie.

Así que cuando podamos visitar a Jesús, lo hagamos. Y al menos, cuando vayamos a la misa del domingo, vayamos tranquilos algún minuto antes para poderle decir:

Automático

 para orar juntos en tu nombre. 

Adorar tan

grande misterio,

 

con-sue-lo y ale-gria 

Jesús aquí estamos 

Hacer CLICK

¿Cómo manifestamos la presencia de Jesús? El sagrario suele estar como si fuese un trono de amor. Especialmente el jueves santo, día de su institución, cobra un mayor centro de simpatía en el templo.

Y siempre, para indicar su presencia, debe tener muy cercana una lamparita, normalmente de color rojo.

Cuando entramos en la iglesia o cuando nos acercamos al sagrario, se suele hacer una genuflexión. Es un signo antiguo que indica adoración y respeto; pero se debe hacer bien tocando la rodilla en el suelo, no un garabato como muchos hacen.

Y se debe hacer de frente y

con respeto,

no de medio lado y

corriendo.

También suele ser respetuoso el hacer una inclinación de cabeza, especialmente si uno está mal de las piernas. Pero que sea con lentitud y con mucho respeto. Ante una imagen puede hacerse un signo de cortesía con una leve inclinación de cabeza. Es un saludo a quien está en el cielo.

Lo importante es que junto con el gesto externo vaya

unido el verdadero

gesto espiritual.

Por eso debe haber una diferencia con el saludo leve que se haga a una imagen. Hay personas que al entrar a una iglesia van rápidamente a visitar una imagen, pasando quizá ante el Santísimo sin saludar.

Pero el saludo al

Santísimo es otra cosa, porque se saluda a Alguien

realmente presente.

Y si debemos hacer ante el Santísimo una genuflexión al llegar, también la debemos hacer al marchar. Es un gesto de urbanidad que, si lo hacemos bien y unido a un acto interior, nos puede reportar una gracia especial de Dios. Hay lugares que por su cultura no suelen hacer genuflexión sino una profunda inclinación del cuerpo.

Desgraciadamente muchos en vez de una cruz, hacen un garabato. Que se haga bien: Desde la frente hasta abajo del pecho, desde el hombro izquierdo al derecho.

Muchos hacen, también por respeto al Santísimo presente, la señal de la cruz.

Lo importante en un templo cristiano es el sagrario donde está realmente Jesucristo, a quien podemos exponer nuestras alegrías y pesares, nuestras penas y nuestros progresos para darle gracias.

Hablemos con Jesús como nuestro mejor Amigo.

Una vez en África una religiosa hablaba a los niños de este hablar con Jesús con mucha confianza. Pero otro día les decía que tenían que tener respeto.

Dos niños se miraron casi con tristeza como si hubieran hecho algo malo. La religiosa les llamó preguntándoles qué habían hecho. Dijeron que un día se subieron al altar llamando a la puerta del sagrario pidiendo que sus madres se convirtieran pues eran musulmanas. La religiosa preguntó: ¿Qué respondió Jesús? – No sabemos, pues hubo un ruido en la puerta y ellos se marcharon; pero sus madres sí se convirtieron.

Jesús está presente en la Eucaristía a todas horas, de día y de noche, cuando estamos dentro del templo o cuando estamos en casa. Siempre podemos acordarnos de Jesús y mandarle un saludo. Muchos santos y literatos han escrito cosas hermosas; pero lo más hermoso es lo que nos salga del corazón con mucho amor.

Debemos sentirnos bendecidos por el hecho de que el mismo Jesús, que un día vivió en la tierra y murió por nosotros, habite ahora en nuestro propio pueblo, cerca de nosotros y de nuestra casa.

Algunos lo tienen en su misma casa, como muchos religiosos y religiosas en una capilla de su convento.

Recordamos el caso del Arca de la Alianza en el Antiguo Testamento. Sólo era una representación de la presencia de Dios; pero David no se sentía digno de tenerla en su casa. La llevaron a casa de Obededón, quien sintió enseguida una gran protección de parte de Dios. Así que David, cuando lo supo, se apresuró para hacer una digna morada para el Señor.

Recordamos el caso de Zaqueo en el evangelio. Jesús le dijo: “Hoy quiero hospedarme en tu casa”. Y la presencia de Jesús fue la bendición para aquella casa. Así será también Jesús para nosotros cuando le visitemos en el sagrario.

Hoy quiero

hospedar-me yo en tu casa

Automático

Recibe cuanto da su

corazón.

El gesto que hizo a Zaqueo cambiar:

El egoísta se hizo

compasivo

y guió su vida por otro sendero,

porque en su casa entró la

salvación.

El hombre sólo es rico en

la pobreza:

Con María que nos da a Cristo

en la Eucaristía.

AMÉN