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En este número colaboran: Carlos Landini, Judith Castañeda, Rodrigo Santiago, Estephani Granda, Juan A. Ariza, Gloria Mejía. "El centro comercial es la nueva catedral de la sociedad actual" - El bombardeo informático y de la televisión "nos ha rodeado de un ruido de fondo que nos impide pensar, dialogar y que las personas se encuentren frente a frente" No. 103 Autor: Carlos Landini José Saramago 12 de Diciembre de 2013 Aniversario

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suplementoalebrije.blogspot.com

No. 99

COLABORAn: ARMAnDO CALIXTO, DAnIEL F. QUInTAnA, ISIS SAMAnIEGO y ESPEPHAnIO GRAnDA

La cultura y la política se han convertido en artículos de consumo Eduardo Galeano

Arte - Cultura - Literatura - Historia - Sociedad

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En este número colaboran: Carlos Landini, Judith Castañeda, Rodrigo Santiago, Estephani Granda, Juan A. Ariza, Gloria Mejía.

"El centro comercial es la nueva catedral de la sociedad actual"

- El bombardeo informático y de la televisión "nos ha rodeado de un ruido de fondo que nos impide pensar, dialogar y que las

personas se encuentren frente a frente"

No. 103

Autor: Carlos Landini

José Saramago

12 de Diciembre de 2013

5°Aniversario

suplementoalebrije.blogspot.com

No. 99

COLABORAn: ARMAnDO CALIXTO, DAnIEL F. QUInTAnA, ISIS SAMAnIEGO y ESPEPHAnIO GRAnDA

La cultura y la política se han convertido en artículos de consumo Eduardo Galeano

Arte - Cultura - Literatura - Historia - Sociedad

TíTu

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snu

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Si quisiera, podría sacarle gemidos a un tronco; pero ahora no quiero, dijiste antes de cruzar las piernas debajo de la sábana, de mirar los restos de las últimas lluvias en el techo. Me conformé con sonreírle a la vie-ja guitarra, obsequio de graduación, con imaginarte en lugar de mi mano. Al fin, el bulto entre mis piernas degeneró en una hinchazón apenas visible. Y tú ofrecías tu desnudez a la luz de la ventana, a sus dedos que esparcían la sombra de la cortina en la alfombra: flores casi redondas en un césped de fibras marrón y polvo.Después, varias noches, te aposté que no lo harías. Dejé ramas de eucalipto, trozos de canela y agujas de pino entre las almohadas, sobre la colcha. Nunca les hiciste caso; dor-mías de cara a la pared y despertabas con la canela enredada en el cabello, con las agujas prendidas a la playera. Eras otra, una desco-nocida ignorante de quien gritaba canciones de cuando éramos adolescentes, frente a los amigos y al cantinero, a un vaso de ginebra, tocando una guitarra sin oído ni cuerdas.Luego te fuiste. “No quiero acostumbrarme a tu cara”, escupió una servilleta con erro-res ortográficos y tinta azul. La arrugué. En lugar de salir a buscarte, de vaciar la última botella de la alacena, descolgué la guitarra e inicié, más de diez veces, una canción con ese título. Escribí, con notas desafinadas como telón, frases en honor a las agujas de pino, a su perfume, a tus piernas blanquísimas junto a la ventana, a tus dedos arrojando la servi-lleta a la basura. Ninguna me gustó, eran una combinación de temas escuchados en el ra-dio desde siempre.La guitarra no volvió al muro; amaneció cada día en la cama. Unas zapatillas que ol-vidaste disimularon el clavo vacío. Miré el instrumento como si quisiera aprenderme la distancia entre las cuerdas. Lo abracé, lo metí entre mis piernas, puse un beso muy

cerca de su oído; eras tú pero silenciosa, ida sin remedio.Quise, por lo menos, traer el eco de tu voz. Sin graznidos ni gritos aflautados, algo se-mejante al hablar de un arpa. Y compré un método de guitarra fácil, un cancionero, en el puesto de la esquina.Subí corriendo las escaleras. Pasé las pági-nas hasta llegar al final, imaginando que volvería a sentarme en la orilla de la cama, contigo sobre las piernas. Líneas, pequeños óvalos negros puestos en forma ascendente, letras donde culpaban a una “usted” por las noches de insomnio. Nada. Los eché a la ba-sura y abracé la guitarra. Unos cuantos ras-gueteos generaron escobazos y patadas por encima del candelabro, más allá del techo, en el tercer piso.La observé. Sus curvas anchas, el cuello de una jirafa. Era alguien a quien puedo en-contrarme en la calle –bolsa con chupones estampados, pañales, biberones, un niño en brazos, el otro parte de su cuerpo–; no tú. Pero en ella se escondían tus piernas y tu ta-lle, el hueco en medio de tu pecho. Estabas en una celda de nudos, barniz y cuerdas; yo sabría sacarte. A golpe de cincel y martillo retiré el mástil, el aro y la tapa trasera. El ins-trumento quedó a media habitación. Fue un rescate frustrado; sólo faltaba una silueta he-cha con gis blanco para marcar el lugar don-de se encontró a la occisa.Apilé los restos en una esquina, junto a la puerta. Aún te vestí de miradas, aún per-manecías quieta, esperando, contrario a tu costumbre, el auxilio de manos ajenas. Te recordé siendo una niña rubia, flaca, co-rriendo con un tronco rescatado del mar. Lo arrastrabas, el ramaje seco disolvía tus hue-llas en líneas de clave morse. Vamos a en-cender una fogata, te dije, recuerdo, mien-tras observabas esos brazos abiertos, esos dedos crispados. No, contestaste sin separar

Judith Castañeda Suarí

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MADERA

12 de Diciembre de 2013

12 de Diciembre de 2013 Pág II

tus ojos de la corteza negruzca, es un tótem, los apaches podrían matarnos si se enteran que su antepasado murió en un auto de fe. Amenazas detrás de nuestra huida, hachas en alto. No insistí; tampoco quería pesadillas.Y uní los restos de guitarra para formar un tótem. Los acomodé en-tre las almohadas y dormí cada noche abrazado a ellos, a tu cuerpo nacido de la madera, escuchando tu voz, idéntica a la de las cuerdas.

El presente texto, forma parte del libro "Aire negro", que ganó el Pre-mio Nacional de Narradores Jóvenes María Luisa Puga de la Univer-sidad Autónoma de la Ciudad de México en el 2007.

Autor: Rodrigo Santiago/ Agua Azul color mezclilla.

Estephani Granda, Juan A. Ariza, Joel Merino, Miguel Ángel Andrade, Judith Castañeda, Gina Lizeth, Oswaldo Ca-marillo, Corea Torres, Heriberto Cano

y Hugo López Coronel

De qué te sirvió cuidar el laberinto Madre

alumbrar el deseo de los olvidados

los causes de este cuerpo

desvencijarse sola

caer fulminada por las manos de los hombres

Es que tú no eres diferente

ni aunque tengas fauces terribles

o tus dedos firmen con fuerza vestal

Es que no eres la Bruja de mis libros

y no puedo creerte hembra dócil que por amor se entrega

y por amor con tristeza te arrepientes de mirar el horizonte

de ver con odio a los barquitos hundirse a lo lejos

de alegrarse por los moribundos de las aguas

Es que no puedes ser tú la Bruja de mi recámara

la que ha silenciado su propio gemido

buscando ningún dios celoso se enamore de ti

ni del amor que incendia tu vientre con dolor

Es que tú no eres la Bruja de antes

Estephani Granda

1. Despedida de la hijaalgún rayo debió partirte la mirada

Tú no debes de ser la misma

algo te ha cambiado desde la raíz

algo te ha cubierto de luz

de una ligera luz que te entorpece a la hora de morir

No eres bestia apuñalada a traición por su propia sangre

En el agua asustada niña fuiste

Madre no estás derrotada

Yo no pude perderte en el laberinto

Algo encierra esta nota pero no eres tú

No puedes yacer ahí

ni sola ni carne roja

No puedes quedarte ahí

ojos de compasión

Tú no puedes cerrar los ojos

Tú no debes Madre

Tú no debes cerrar los ojos.A

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12 de Diciembrede 2013 Pág III

Gloria Mejía

12 de Diciembrede 2013 Pág Iv

Últimamente he intentado amar a ese animal nocturno.Cada vez que me deslizo suavementepor su parte que presenta vulnerable.Lo he querido con mi lengua suave.Sin sombras, ni mentiras.Sin larvas, ni desvaríos.Tan solo con tiempotransformando.De ese animal nocturno espero que me hunda sin descansoen el desboque del orgasmohasta respirar la lluvia de su cuerpo,y que desprenda la piel de mi vestido.

Lo encontré surgiendo del desierto.Con la arena cargando entre sus brazos.Lo perseguí hasta el amanecer.Hasta encontrarlo sumergido con con olores de otras selvas.Ese animal nocturno se me ha metido hasta las ansias.Hasta los pliegues de mis noches.Lo he respirado hasta el cansancio.Hasta sentir dolor en el hueco de mi boca.He derramado en él, los líquidos más transparentes.Porque ha estampado mi rostro en su agonía,dejando que encarcele la historia con mis muslos.Cómo quitarme esa codicia loca de tenerlo,de pasearme por su lengua envenenada.Que solo sabe escupir en la penuria de los cuerpos.Ama sin miedo.Es fácil para él, copular y saborear mis líquidos sin el menor recato.Y no le importa humedecer las selvas que se abren cada vez que las explora.

Últimamente,he intentado amar a ese animal nocturno.Lubricando cada consonante de su nombre.Cada vez que me deslizo por su parte que parece vulnerable,lo he querido retener,pero mi lengua ha comenzado a adormecerse.