alerta la iglesia se desmorona

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1 ¡Alerta! LA IGLESIA SE DESMORONA P. Flaviano Amatulli Valente, fmap Apóstoles de la Palabra México, 2008 http://www.padreamatulli.net

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con este folleto, quiero rescatar el último tramode la historia de la Iglesia, los últimos cincuenta años, para darnoscuenta de las causas que nos llevaron al actual derrumbe y al mismotiempo tratar de sondear algún camino que nos lleve a recuperarel terreno perdido, o por lo menos a no perder más terreno, y almismo tiempo hacer posible hoy el cumplimiento del mandato deCristo de ir y anunciar su Evangelio a todas las naciones.

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¡Alerta!

LA IGLESIA

SE DESMORONA

P. Flaviano Amatulli Valente, fmap

Apóstoles de la PalabraMéxico, 2008

http://www.padreamatulli.net

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Diseño de Portada:Hno. Efraín Bragado Del Á[email protected]

Diseño y edición de interiores:Jorge Luis Zarazúa Campa, fmapRenato Leduc 231Col. Toriello Guerra Tlalpan14050 México, D.F:Tel. (01 55) 5665 5379Fax: (01 55 5665 4793)[email protected]://zarazua.wordpress.com

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Nuestra dirección en Internet:http://www.padreamatulli.netE-Mail: [email protected]

Ventas e informes:[email protected]

Impreso y hecho en MéxicoPrinted and made in Mexico

Indispensable para toda

BIBLIOTECA

FAMILIAR CATÓLICA

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PRESENTACIÓN

Es un hecho que, mientras los demás hacen todo lo posiblepara avanzar, nosotros vamos para atrás, sin que nadie se percatede la situación ni se preocupe mínimamente, como si todo fueraobra del destino, un destino adverso que desde el ConcilioEcuménico Vaticano II (1962 - 1965) se está encarnizando contranosotros, una especie de venganza de Satanás por haber soñadocon un “Nuevo Pentecostés” y una “Nueva Primavera” para laIglesia.

Pues bien, con este folleto, quiero rescatar el último tramode la historia de la Iglesia, los últimos cincuenta años, para darnoscuenta de las causas que nos llevaron al actual derrumbe y al mismotiempo tratar de sondear algún camino que nos lleve a recuperarel terreno perdido, o por lo menos a no perder más terreno, y almismo tiempo hacer posible hoy el cumplimiento del mandato deCristo de ir y anunciar su Evangelio a todas las naciones.

“Parecen cuentos” y son pura realidad. Atrévete a echarlesun vistazo y fácilmente podrás revivir situaciones y descubrir apersonajes, que tú mismo conoces perfectamente bien. No mequeda más que desearte una buena lectura. Estoy seguro de queno te arrepentirás.

El Petén (Guatemala), a 26 de Octubre de 2008.

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La conversióndel Obispo Jeremías

Introducción

Lo que voy a relatar es una reconstrucción de una figuralegendaria del pasado, el obispo Jeremías. Nunca se supo concerteza si se trataba de su verdadero nombre, de un nombre ficticioo de un apodo, debido a su estilo propio de enfrentar los problemas,es decir, llorando, quejándose y en algunos casos hastaamenazando.

Acerca del obispo Jeremías quedó proverbial su manera típicade corregir a los curas: «O cambias o te mueres». Cuando se dabacuenta de que alguno de ellos la estaba regando, lo mandaba llamaro lo iba a buscar en cualquier rincón en que se encontrara y conlágrimas en los ojos (era su manera propia de tratar los asuntos)lo exhortaba a enmendarse. Y concluía:

— ¿Me prometes que vas a cambiar, sí o no?Si contestaba que sí, añadía:— Que Dios te bendiga, hijo mío. Verás que pronto lo vas a

lograr. Yo voy a orar por ti.Y de hecho lo lograba.Cuando alguien, al contrario, le contestaba que no, titubeaba

o se burlaba de él; lo amenazaba:— Te voy a dar seis meses de plazo. Si no te corriges, le voy a

pedir a Dios que te mueras.Y se moría de veras.

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Por esta razón y por tantas otras más, el obispo Jeremías,cuyo verdadero nombre nunca se supo, quedó famoso en el pasado.

Ahora bien, para que se conozca su verdadera personalidady su memoria quede viva en los siglos venideros, desde hace algúntiempo me dediqué a la ardua tarea de recopilar toda la informaciónposible acerca de este personaje, que tanto influjo ejerció en lasantiguas generaciones.

De antemano pido venia a mis amables lectores, si por laescasez de los documentos encontrados o por mi nula experienciaen los menesteres de la pluma, el resultado de esta empresa noserá a la altura de sus expectativas o del prestigio de tan altopersonaje.

New York; a 21 de junio de 2008.

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Capítulo 1

PRIMEROS PASOS

Al no saberse con certeza el verdadero nombre del famosoobispo, me resultó imposible encontrar algún rastro que me llevaraal lugar y la fecha de su nacimiento. Lo que encontré, fue un montónde datos, a veces contradictorios, acerca de sus papás y hermanos.En algunos documentos se habla hasta de quince entre hermanosy hermanas.

Por lo demás, lo de siempre: una familia muy católica, muyapegada a la Iglesia, que nunca faltaba a la misa del domingo y enla cual todos los días se rezaba el santo rosario; los papás muytrabajadores y piadosos. Lo único que encontré fuera de lo comúny que me dejó algo intrigado, fue una enfermedad, que en susprimeros años de vida llevó a nuestro personaje al borde de latumba y de la cual se libró por la intervención de la «Madre delAmor».

Al no encontrar mayores detalles al respecto, empecé ainvestigar más, revisando todos los archivos de la región y, por fin,descubrí que la dichosa «Madre del Amor» no era nada más quesu madrina de bautismo, una bruja que se dedicaba a prepararfiltros de amor.

Cuando alguien estaba enamorado de una persona y no eracorrespondido, acudía a doña Clotis, que le preparaba un brebajea base de yerbas, que solamente ella conocía y que conteníansubstancias eróticas. Y con eso doña Clotis lograba redondear susentradas, hasta volverse en una de las personas más ricas einfluyentes del pueblo, lo que explica el porqué todos la buscabancomo madrina de bautismo para sus hijos.

Otro dato importante: doña Clotis era considerada como unade las más fervorosas católicas del lugar, casi el pilar de la fe

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católica. Se llevaba muy bien con el señor cura. Cuando alguien seenfermaba, invariablemente acudía a la Iglesia para una misa ounas oraciones y allá la persona encargada de apuntar lasintenciones, invariablemente le hacía al devoto o la devota lasiguiente pregunta:

— ¿Fuiste a visitar a doña Clotis?Si el devoto o la devota le contestaba que no, añadía: — Hazlo pronto. No se puede vivir de puros milagros. Dice

Dios (no recuerdo en qué parte de la Biblia): «Ayúdate, que yo teayudaré». Una buena limpia no te está mal.

Cuentan las crónicas de aquel tiempo que todos los días unalarga fila de enfermos, de todo tipo de enfermedad, esperaba serrecibida por doña Clotis e invariablemente la misma gente, al salirde su consultorio, se dirigía para el templo parroquial para pediragua bendita o hacer algunos rezos.

Hasta que un día doña Clotis despertó las sospechas de laSanta Inquisición y fue llevada al tribunal para ser interrogada.Por un pelo arriesgó la hoguera, puesto que lo que estaba haciendoestaba rotundamente prohibido por las leyes, sea del gobierno quede la Iglesia. Se salvó por la intervención del señor cura y de lasdemás personas notables del lugar, que juraron y perjuraron quedoña Clotis era una santa persona, que lo único que hacía era «rezarpor los enfermos» y «flagelarse» por la conversión de los pobrespecadores.

Posiblemente por la experiencia personal que habrá tenidodurante su niñez, el santo obispo Jeremías, al ser ya cura y obispo,nunca dejó de fustigar esta costumbre que tienen muchos católicos,de unir tranquilamente las prácticas de la fe católica con la prácticade la brujería.

Qué enfermedad habrá padecido nuestro personaje y concuáles remedios doña Clotis habrá logrado curarlo, nunca se supo.Posiblemente, años después de su muerte, muchos, al interpretarerróneamente la expresión «Madre del Amor», empezaron aenaltecer su gran devoción a María, la Madre de Dios.

Algunos llegaron al extremo de afirmar que el santo obispoJeremías nunca se fijó en el rostro de alguna otra mujer que nofuera alguna imagen de la Virgen. Leyendas populares. En realidad,nadie, al conocer la manera de ser del santo obispo, puede dudaracerca de su equilibrio emocional, poco afecto a exageraciones detodo tipo.

Otro detalle acerca de los primeros años de vida de nuestrohéroe consiste en la costumbre que tenía de retirarse seguido a los

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lugares apartados para orar. En esto están de acuerdo todos losdocumentos encontrados y yo les creo, porque es imposible quealguien haya podido lograr una personalidad de la talla del santoobispo Jeremías, sin contar con una continua protección de partede Dios, que se consigue solamente mediante una oraciónconstante.

Que se retirara en las cuevas o subía a los árboles centenarios,para esconderse de la mirada indiscreta de gente o sentirse máscerca de Dios, es pura leyenda y yo no le creo nada. Lo importantees tratar de estar siempre en unión con Dios, sin importar el lugar.Evidentemente hay que apartarse del ruido y buscar un lugar dondehaya silencio y se puedan evitar las distracciones.

Que no vaya a pasar lo de la abuelita que se quejaba con elseñor cura de no poder concentrarse durante el rezo del santorosario.

— ¿Cuándo rezas el rosario? — le preguntó el señor cura.— Cuando veo la televisión. — le contestó la abuelita.Claro que, si uno no busca la manera de evitar las

distracciones, nunca va a poder rezar de veras. Una vez eliminadoslos motivos de distracción, cada uno poco a poco va aprendiendosu método para concentrarse y orar.

Con relación a la manera de orar del santo obispo, encontréun dato muy curioso que refleja la mentalidad de la gente de aqueltiempo. Todos los domingos llegaba al templo una media hora antesde la misa y se quedaba orando ante la estatua del Sagrado Corazón.Un día lo descubrió el señor cura, se le acercó, lo agarró de la orejay lo llevó delante del sagrario, diciéndole:

— Aquí está Jesús de veras; aquí tienes que venir a orar, nodelante de una estatua.

Desde entonces, nuestro amigo empezó a pasarse horas yhoras en oración delante del sagrario. Sus compañeros se burlabande él, diciendo que se iba a la capilla del Santísimo por flojo, parano ayudar a sus hermanos en los quehaceres domésticos. De hechoen distintas ocasiones lo encontraron en la capilla bien dormido.De ahí la burla que le hacían llamándolo «el santo dormilón».

Aparte de esto, no encontré nada más acerca del santo obispoJeremías que me pudiera dar alguna pista acerca de sus primerosaños de vida. De todos modos, lo que encontré, es suficiente paratener una idea bastante clara acerca de la vida de nuestro héroe ydel ambiente en que se desenvolvió, un ambiente no tan diferentedel nuestro, en que hay de todo y cada uno en la vida puede tomarel rumbo que quiere.

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Capítulo 2

EN EL SEMINARIO

No obstante todo esto, nunca el santo obispo Jeremías habíapensado que un día pudiera ser sacerdote, posiblemente por lapobreza en que vivía su familia. Hasta que la catequista del puebloempezó a meterle en la cabeza la idea de la vocación sacerdotal

— Tú tienes que ir al seminario — le decía —. Verás que serásun santo sacerdote.

Lo mismo empezaban a decirle sus compañeros de salón, alnotar su interés por las cosas de Dios. En realidad, Jeremías o Jere,como lo llamaban de cariño los más allegados, se aprovechaba decualquier oportunidad para invitar a sus amigos a ir a la Iglesia yconfesarse. Él mismo los preparaba, ayudándolos a hacer el examende conciencia y enseñándoles la manera correcta de pedirle perdóna Dios.

En este aspecto todos los documentos están de acuerdo:Jeremías tenía una verdadera vocación al sacerdocio. Lo que nadienunca se hubiera imaginado es que algún día aquel muchacho tanpiadoso llegara a ser obispo ¡y qué obispo! Aún más nadie sehubiera podido imaginar que nuestro personaje, al decidirse porel sacerdocio, ya pensaba en ser obispo, lo que en distintasocasiones le causó muchos problemas.

De hecho, al llegar al seminario, en su primera entrevistacon el rector, quedó rechazado. ¿La razón?

— Es que, cuando el señor rector me preguntó para quéquería entrar al seminario, yo le contesté: «Para ser obispo».

Así confesaba cándidamente el joven Jeremías, despertandola hilaridad de todos.

— No se dice así — le insistía el señor cura —. Cuando alguien

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te pregunte por qué quieres ir al seminario, tú tienes que contestar:«Para ser un buen sacerdote».

— Es que yo voy a ser obispo — contestaba invariablementenuestro héroe y nadie lo podía hacer desistir.

Hasta que la cosa llegó a oídos del obispo, un santo varón deDios, que lo mandó a llamar y le hizo la pregunta de rito:

— ¿Por qué quieres entrar al seminario?Como era de esperarse, el joven Jeremías le contestó— Para ser obispo como Usted.— Y lo serás — le contestó el obispo —. Pero, no te creas que

la cosa va a ser tan sencilla como te puedes imaginar. Verás queesto te va a costar grandes sufrimientos. ¿Estás dispuesto a sufrirtodo lo que sea necesario para apacentar con responsabilidad alpueblo de Dios y de una manera especial para buscar y enderezara las ovejas descarriadas?

— Sí, señor obispo — le contestó nuestro amigo con todadecisión.

— Vete en paz — concluyó el señor obispo —. Cuenta con mibendición. Yo oraré por ti. Un día tú serás obispo.

Fácilmente se darán cuenta mis amables lectores, en cuántosproblemas se fue metiendo nuestro héroe a causa de su santaingenuidad. Empezando por los superiores, todos se burlaban deél, acusándolo de ser orgulloso y presumido. La verdadera razónera otra: los celos.

Es que en toda su persona se transparentaba algo que lo hacíadiferente de los demás. Muchos, sin conocerlo, a la simple vistapensaban: «Este seminarista llegará a ser obispo». Por eso muchos,entre superiores y alumnos, trataron de hacerle la vida de cuadritos,aprovechándose de su escasa capacidad intelectual.

Cada año, al acercarse el periodo de los exámenes, el rectorlo llamaba y le repetía el mismo estribillo:

— Ésta es tu última oportunidad. Si fallas, tienes que retirarte.Posiblemente no tienes vocación para ser sacerdote. ¿Por qué nobuscas por otro lado?

A lo cual invariablemente nuestro santo seminaristacontestaba:

— Es que yo voy a ser obispo, señor rector. Le prometo quevoy a dedicar más tiempo al estudio y voy a lograr pasar bien todoslos exámenes. Le suplico, señor rector, ayúdeme a pedir a la Virgenque me dé más capacidad y memoria para aprender y recordar lascosas de la escuela.

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¡Pobre Jeremías! Tantos esfuerzos para aprenderse las cosasy a la mera hora, al momento de los exámenes, quedarse con lamente en blanco y bajo la continua amenaza de quedar expulsadodel seminario. Por eso se pasaba horas y horas en oración y acualquiera que se le atravesaba por su camino le pedía, conlágrimas, que orara por él para que pudiera pasar los exámenes yno ser expulsado del seminario.

Hasta que logró concluir todos los estudios reglamentarios,superando satisfactoriamente todas las pruebas y pasando todoslos exámenes, aunque fuera a panzazo. De todos modos, una vezque se acostumbró a llorar por cualquier cosa, nunca se le quitó lacostumbre de resolver todos los problemas llorando y pidiendo ala Virgen su intercesión.

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Capítulo 3

ORDENACIÓN SACERDOTAL

Una vez terminados los estudios establecidos para serordenado sacerdote, nuestro personaje tuvo que esperar algunosaños antes de acceder a la ordenación. ¿La razón? Casi todos lossuperiores y maestros del seminario no estaban de acuerdo en queJeremías se ordenara sacerdote a causa de su escasa capacidadintelectual y su manera de ser bastante extraña.

Por lo menos ésta era la razón oficial. En la práctica habíaotras razones: Jeremías era el ídolo de la gente. Todos lo buscaban,todos lo querían y él tenía una palabra oportuna para todos, sinimportar el tipo de problema que le presentaban. Todos, al recibirsus orientaciones, quedaban satisfechos.

Y esto era lo que más les molestaba a sus compañeros deseminario y a muchos de los superiores. Es que Jeremías teníaalgo especial, que lo hacía agradable a la gente sencilla y de buenavoluntad. Hoy diríamos que Jeremías tenía el don de gentes, apartede aquel olor a santidad que todos percibían al primer contactocon él.

Lo raro del caso es que nuestro amigo Jeremías, nunca sequejaba cuando le preguntaban acerca del motivo por el cual seestaba retrasando tanto su ordenación sacerdotal. Contestabasiempre lo mismo:

— No se crean que ser sacerdote es un juego. Es algo serio.Por eso los superiores tienen que estar seguros de que se trata deuna verdadera vocación y que uno esté bien preparado y entrenadopara ejercer el ministerio sagrado.

Cuando alguien le hacía notar que él sabía orientar a la gentemejor que muchos sacerdotes, que ya tenían a su cargo alguna

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parroquia, se enojaba y los dejaba con la palabra en la boca,diciendo:

— Es que ustedes no entienden — y cambiaba de tema.De hecho Jeremías impartía retiros espirituales, orientaba a

los catequistas acerca de la manera de preparar a los niños para laprimera comunión y la confirmación, organizaba festivales yconcursos bíblicos, etc. Era un volcán de iniciativas. Por eso muchosde sus compañeros, superiores y curas le tenían envidia y tratabande apartarlo de su camino.

Hasta que no intervino el obispo en persona y cortó por losano. Durante una asamblea diocesana preguntó a la gente reunida(la flor y nata de la diócesis):

— ¿Qué opinan acerca de Jeremías? ¿Quieren que seaordenado sacerdote, sí o no?

Y se oyó un estruendo, que hizo cimbrar el salón de reuniones:— Sí.Entonces el obispo concluyó:— Pronto nuestro querido Jeremías se va a ordenar diácono

y seis meses después se va a ordenar sacerdote — y, para no darlelargas al asunto, estableció la fecha y el lugar para cada ordenación.

¿Y Jeremías? Como siempre, llorando y dándole gracias a laVirgen, al obispo y a la gente que lo aclamaba.

Acerca de las ordenaciones no logré encontrar ni la fecha niel lugar. Se ve que en aquel tiempo no le daban mucha importanciaa estos detalles. Lo que sí les importaba era la preparación, comoen el caso de nuestro amigo, que, al ser admitido al diaconado, deinmediato pidió al obispo el permiso de retirarse en un monasteriopara dedicarse exclusivamente a la penitencia y a la oración,permiso que le fue concedido sin ninguna dificultad.

El problema fue cuando, una vez ordenado diácono, pidió alobispo el permiso de seguir dedicando a la penitencia y a la oraciónlos seis meses reglamentarios que lo separaban de la ordenaciónsacerdotal.

— Tú estás loco — le dijo el obispo —. ¿No entiendes quetienes que acostumbrarte a vivir siempre unido a Dios, sin importarlo que estés haciendo y de una manera especial cuando estésejerciendo tu ministerio sacerdotal? ¿O crees que solamente delantedel sagrario o en un monasterio se puede estar unido a Dios?

¡Pobre Jeremías! Era la primera vez que veía al obispo tanenojado. Se sintió perdido. Se puso de rodillas, lleno de vergüenza,

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y le pidió perdón. El obispo, al notar su buena fe, le concedió otromes de permanencia en el monasterio.

Y así, por fin, llegó el día tan ansiado de la ordenaciónsacerdotal. La catedral estaba repleta de gente. Nadie queríaperderse la oportunidad de asistir a un evento tan importante enla vida de un ser tan querido como era para muchos Jeremías. Elbesamanos duró más de tres horas y para cada uno que se leacercaba el p. Jeremías tenía siempre una palabra especial, aunquea veces no se lograba entender casi nada por el problema de laslágrimas.

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Capítulo 4

VICARIO

Era costumbre del obispo entrenar personalmente en elministerio a los sacerdotes recién ordenados. Lo que más leimportaba era enseñarles la manera correcta de celebrar la santamisa, dedicando el tiempo necesario para la debida preparación yla acción de gracias.

Pues bien, en una ocasión se dio cuenta de que el p. Jeremíascelebró la misa muy de prisa y al finalizarla se fue corriendo, sindedicar ni un minuto para la acción de gracias. Al encontrarlo pocodespués en el comedor para el desayuno, lo reprendió con todaseveridad:

— ¿Es ésta la manera de celebrar la santa misa? ¿Ya te dejastecontagiar por la fiebre del activismo? P. Jeremías, sinceramenteme estás decepcionando. Que esto no se vuelva a repetir.¿Entendiste?

— Sí, señor — le contestó el p. Jeremías, muy apenado por elsuceso.

Posiblemente aquí está la raíz de ciertas habladurías conrelación a la manera de celebrar la misa de nuestro personaje, comosi no le diera la debida importancia. La realidad, evidentemente,era otra. De hecho, en distintas ocasiones hubo gente apática oenemiga declarada de la fe católica que se convirtió con sólo verlocelebrar la santa misa. Por lo menos esto atestiguan todos losdocumentos encontrados.

Como todos bien saben, aquellos eran tiempos difíciles parala vivencia de la fe. Muchos eran católicos solamente de nombre.Se limitaban a cumplir con ciertos ritos y nada más. Sin embargo,cuando se encontraban frente a uno que realmente vivía de Dios,

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quedaban fascinados y se entregaban con fervor a la práctica de lavida cristiana.

Algunos, después de haber asistido a una misa del p.Jeremías, confesaban:

— Nunca me había pasado esto. Me parecía ver a Jesús en laÚltima Cena.

Pues bien, aparte del detalle mencionado, que nunca lo dejóde preocupar, el santo obispo no encontró nada que pudieraimpedir al p. Jeremías entrar de lleno en el ministerio sacerdotal.Para eso convocó a sus consejeros y les pidió que le dieran suopinión al respecto. La respuesta fue unánime: que el p. Jeremíasno era idóneo para hacerse cargo de alguna parroquia y por lo tantoque se quedara siempre como vicario.

Y así empezó otro calvario para nuestro amigo Jeremías,cambiando continuamente de parroquia, acusado de ser dormilón,puesto que en distintas ocasiones lo encontraban dormido delantedel sagrario, flojo, por el hecho que su misa nunca duraba menosde una hora, y llorón, debido a su costumbre de llorar seguidodurante la homilía y hacer llorar a la gente, lo que según los expertosera antilitúrgico.

Cuando el obispo se dio cuenta de la razón verdadera de surechazo, empezó a utilizar al p. Jeremías como medio para obligara ciertos curas mañosos a enderezar su conducta. Si veía que algúncura se pasaba de la raya, le enviaba como vicario a nuestro p.Jeremías, que, entre lágrimas y citas bíblicas, ponía las cosas en sulugar, fustigando de una manera especial algunos abusos conrelación a ciertas prácticas de vida cristiana, que en muchos casosrayaban en la idolatría.

En aquel tiempo, como es bien sabido, muchos curas sededicaban a promover algunas devociones populares quesupuestamente garantizaban la salvación eterna a la gente quecumplía con determinados requisitos, que por lo general consistíanen algunos rezos y actos de penitencia. Eran como un «seguro desalvación eterna», una especie de salvación barata, basadanormalmente en revelaciones privadas, completamente al margende la Palabra de Dios.

Pues bien, ante esta situación, nuestro héroe reaccionaba contoda energía:

— ¿Qué creen ustedes — exhortaba entre lágrimas — que,con sólo confesarse y comulgar nueve primeros viernes de mes,van a salvarse? ¿No saben que es estrecho el camino que lleva a la

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salvación? Solamente confiando en la misericordia de Dios yluchando seriamente por tener una vida santa, un día podremosalcanzar la gloria.

Aún más enérgica era su reacción cuando alguien, con el afánde simplificar más las cosas y de esta manera garantizar másganancias, relacionaba la salvación con determinados objetossagrados, como estampas, agua bendita o escapularios. Entonces,su denuncia adquiría tonos realmente apocalípticos, hablando decondenación eterna y fuego inextinguible.

Claro que muchos, al verse caer sus teatritos con esapredicación, preferían pedir su cambio. Así el santo obispo lograbalo que de otra manera le hubiera resultado casi imposible, es decirsacar de las parroquias a los curas más mañosos y renuentes,aunque con eso nuestro héroe se fuera ganando cada día más ycon toda razón el título de «sicario», en lugar de «vicario».

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Capítulo 5

OBISPO

En aquel tiempo los obispos normalmente quedaban al frentede la diócesis hasta la muerte, aunque tuvieran una edad muyavanzada y estuvieran enfermos, como en el caso del obispo queordenó al p. Jeremías.

Pues bien, un día el santo obispo, ya cerca de los noventaaños, mandó a llamar al p. Jeremías y le dijo:

— Como todos saben, ya estoy rayando los noventa y ya nome resulta fácil cumplir a cabalidad con mis obligaciones de pastorde la diócesis. Por eso he pedido a la Santa Sede un obispo coadjutory aquí está tu nombramiento, que me acaba de llegar. ¿Cómo laves?

— Ya era tiempo — comentó cándidamente nuestro queridoamigo, el p. Jeremías —. Desde hace algunos años cada día me heido preguntando: «¿Cuándo por fin llegará mi turno?» Es que eltiempo pasa y ya me siento cansado de hacer el vicario, o sicario,como muchos dicen.

— ¿Qué le podemos hacer? Así son las cosas, mi queridoJeremías. Uno se acostumbra a mandar solo y le resulta difícilhacerse a la idea de compartir la chamba con otros. Pero ya llegóel momento para ti y sinceramente necesito tu ayuda.

— Señor obispo, como siempre, me tiene a sus órdenes. Digausted por dónde empezamos.

— Empezaremos por la cabeza y el corazón. A ver, ¿cómo tehas sentido en todo este tiempo de ministerio sacerdotal?

— Bastante satisfecho por lo que Dios y la Virgen Santísimame han permitido realizar con su ayuda, pero al mismo tiempo mesiento triste por lo que no he podido realizar.

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— Háblame más claro para que yo pueda entender bien tusituación.

— Me siento contento por las ovejas descarriadas que helogrado arrancar al demonio y entregar a Cristo. Pero al mismotiempo me siento mal, cuando pienso en la cantidad de ovejas quedurante mi ministerio se han salido del redil y se han perdido. Comousted se habrá dado cuenta, estamos viviendo en tiempos muydifíciles, en que la fe se está enfriando, la impiedad y la falta derespeto por las cosas sagradas se están volviendo ley, lastentaciones de la carne están a la orden del día...

— Te entiendo perfectamente bien, mi querido Jeremías. Enrealidad, lo mismo me está pasando a mí. Me gasté, me desgasté....¿y los resultados? Muy escasos. Dejo la diócesis peor de como laencontré. No te creas, mi querido Jeremías, esto me estápreocupando seriamente, especialmente ahora que se estáacercando el día en que voy a rendir cuentas al Pastor Supremo.

Muchas veces me he preguntado: «¿Dónde está elproblema?» y nadie me da una respuesta convincente. Todos tratande animarme con argumentos vagos: que cada uno hace lo quepuede, que hay que confiar en Dios y cosas por el estilo. Yo creoque es tiempo de enfrentar seriamente este problema. Ya estoyfastidiado al ver la apatía de tantos curas y hasta de algunos colegasmíos muy queridos, para los cuales todo esto ni les va ni les viene.

— ¿No será que el saco ya no nos viene, es decir, que nuestrasestructuras ya no responden a las necesidades de los tiemposactuales?

— Bueno. Creo que por ahí va la cosa. Así que te ordeno comotu superior inmediato que de aquí en adelante te dediques a eso, aver qué cambios necesitamos realizar dentro de la Iglesia para estaren condiciones de atender a todos nuestros feligreses como semerecen. ¿Qué es eso de estar esperando en los templos a ver quiénse acerca y en qué le podemos servir? No nos olvidemos de queantes que nada somos pastores y como tales tenemos la obligaciónde conocer a todas nuestras ovejas una por una y apacentarlasdebidamente.

— Le agradezco, señor, la confianza que ha depositado enmí. Trataré de no defraudarlo. Hoy mismo pondré manos a la obra.Trataré de ser lo más práctico posible y no desperdiciaré ni unminuto de mi tiempo en algo que no sea este proyecto.

— A propósito, mi querido Jeremías, no es que yo esté encontra del don de lágrimas, don excelso que Dios concede a pocas

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almas selectas. Lo que quiero, es que tú entiendas que no somosmonjes y que nuestra ascética tiene que ver antes que nada connuestra misión de pastores. Así que ahora que vas a ser consagradoobispo, pídele mucho a Dios el don del discernimiento paraentender qué es lo que la Iglesia necesita hoy para dar un pasoadelante en estos tiempos tan turbulentos, difíciles y angustiantes.

¡Pobre obispo! Al final de la vida y con tantos problemas porresolver. Lo bueno es que confiaba en nuestro amigo, el p. Jeremías,un hombre cabal y un santo, sencillo como una paloma pero almismo tiempo listo como nadie y decidido a todo por el Reino deDios.

Lástima que no encontré nada acerca del lugar y la fecha dela consagración episcopal de nuestro personaje. Me hubieragustado conocer las reacciones de los feligreses y los curas alenterarse del nombramiento a obispo de nuestro amigo Jeremías,su participación en la consagración episcopal y tantas cosas más.Pero nada. Conociendo la manera de ser de nuestro personaje, estoyconvencido de que todo se desarrolló de una forma discreta, sinmucho ruido, como se acostumbra ahora.

Cuentan las crónicas de aquel tiempo que un día el obispoJeremías, al encontrarse en oración, tuvo una visión. No se sabecon certeza si se trató de un éxtasis o sencillamente se encontrabadormido delante del sagrario. De improviso se le apareció Jesús,rodeado de luz, que le dijo:

— Basta de llorar, Jeremías.— Es que muchas almas se están perdiendo y yo no sé qué

hacer para arrancarlas de las garras de Satanás — le contestó elobispo Jeremías entre lágrimas, como era su costumbre.

Jesús siguió hablando:— Ya te lo dije. Deja de llorar, Jeremías. Así no se resuelven

los problemas. Hazle caso a mi siervo que te impuso las manos y teconsagró a mi servicio.

— ¿Qué tengo que hacer, entonces? — suplicó el obispoJeremías.

— En lugar de trabajar por diez, pon a diez a trabajar.Y desapareció la visión.De inmediato nuestro héroe corrió a contar lo sucedido al

anciano obispo, cuya salud se encontraba muy deteriorada a causade su edad muy avanzada. Éste, mientras escuchaba el relato,

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repetía continuamente: «Bendito sea Dios», sin hacer ningúncomentario al respecto. Parecía totalmente absorto en oración, conuna cara de ángel, como pregustando el encuentro definitivo conel Creador.

Al ver que no reaccionaba a sus palabras, el obispo Jeremíaspensó retirarse, pero, al momento de besar la mano del ilustreanciano, de improviso éste abrió los ojos y le preguntó:

— Mi querido hijo, ya sabes que pronto voy a regresar a lacasa del Padre. Por favor, no dejes de celebrar bien tu santa misadiaria. Allá encontrarás tu verdadero sustento espiritual que teayudará a superar todas las dificultades, que sin duda sepresentarán en tu ministerio episcopal. Que no se vaya a repetir lode aquella vez, cuando la celebraste de prisa y sin acción de gracias.Ahora que estoy por pasar a la otra vida, ¡cuánto me gustaríaconocer la razón por la cual en aquella ocasión te portaste de unamanera tan irresponsable!

— Es que tenía una tremenda diarrea — le contestóhumildemente el obispo Jeremías.

— ¿Y por qué no me lo dijiste pronto, cuando te reprendí?— Porque usted no me lo preguntó. Yo pensé: «Cuántas veces

me porto mal y el obispo no se da cuenta. Pues bien, acepto estareprensión injusta para compensar todas las veces que me portémal y el obispo no se enteró».

Durante unos largos instantes, el santo obispo lo miró a losojos con inmensa ternura y cariño, lo abrazó y expiró.

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Capítulo 6

APÓSTOL

Una vez al frente de la diócesis, el obispo Jeremías convocóa los presbíteros y les dio las siguientes recomendaciones acercadel trabajo pastoral:

— Antes que nada, tenemos que cuidar nuestra vida espiritualy después ver qué es lo que nos compete estrictamente a nosotroscomo pastores de almas. Para todo lo demás, busquemos a genteque nos pueda ayudar. Que sean personas celosas por la gloria deDios y llenas de amor hacia el prójimo. «En lugar de trabajar pordiez — me dijo Jesús en una visión —, pon a diez a trabajar».

Y ¡milagro! durante todo el encuentro el obispo Jeremías nolloró ni un instante ante el asombro general. Muchos sepreguntaban:

— ¿Qué pasó con nuestro obispo? ¡Ha cambiado muchísimo!¿Será que de veras habrá tenido una visión? No se parece en nadaal vicario, o sicario, de antes.

Algunos atribuían el cambio a la gracia de estado y otros auna sutil perspicacia política. Pensaban:

— Puro cuento lo de las lágrimas, la oración delante delsagrario y ahora lo de la visión. Pura pantalla para impresionar alos ingenuos. Una vez que consiguió lo que quería (la mitra), ya sequitó la máscara. Pues bien, que no cuente conmigo. A mí no meva a embaucar tan fácilmente.

¡Pobrecitos! Algunos de ellos pagaron con la vida suincredulidad acerca de la buena fe del santo obispo Jeremías. Alno querer cambiar de actitud y burlarse de su amenaza: «O cambiaso te mueres», pasaron a mejor vida antes de tiempo, volviéndoseen una terrible advertencia para todos. De hecho, muchos curas,

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ante esa perspectiva, recapacitaron y así el obispo Jeremías en pocotiempo logró grandes avances en su diócesis, tanto que su figurase volvió legendaria para las generaciones que siguieron.

De los documentos encontrados se desprende que era tangrande el ansia apostólica del obispo Jeremías que no quería queninguna oveja se le perdiera. Por lo tanto, se pasaba horas y horasen el confesionario, escuchando a la gente, aconsejando yperdonando los pecados en el nombre de Dios. Hasta que un día«se le prendió el foco». Así dicen literalmente los documentos.

«Se le prendió el foco», ¿en qué sentido? Posiblemente aquíestá la respuesta: «Desde entonces — cuentan las crónicas — , enlugar de dedicar horas y horas a las confesiones individuales,repitiendo continuamente los mismos consejos y sin darse abastopara atender a todos, utilizó el método de los dibujos».

¿De qué se trata en concreto? Para ahorrar tiempo y alcanzara más gente, nuestro personaje preparó un examen de concienciaa base de dibujos (en aquel tiempo eran contados los que sabíanleer y escribir), haciendo imprimir millares y millares de copias.Hecho esto, estableció un programa de confesiones, señalando días,horas y lugares determinados. Cuando todo estaba listo, el obispoJeremías hacía repartir para cada penitente una hoja con la listade los pecados y un lapicero para apuntar al lado de cada dibujo lacantidad de veces que uno había cometido la falta. El signo + queríadecir «muchas veces», el signo - «pocas veces» y cada punto «unavez», cuando uno recordaba el número preciso de las faltas.

Aclarado esto, empezaba la preparación, que a veces durabahoras, entre explicaciones, cantos, oraciones y exhortaciones, aveces con lágrimas, para un cambio de vida (por lo que parece,nunca se le quitó por completo la costumbre de llorar). Despuéscada uno se presentaba delante de él con la hoja en la mano,mientras los demás rezaban el santo rosario, meditando sobre losmisterios dolorosos y en muchos casos acompañando el rezo con«suspiros y lágrimas de arrepentimiento» (se ve que también laslágrimas son contagiosas).

El santo obispo leía la hojita, daba algún consejo práctico,teniendo en cuenta la situación de cada uno, asignaba la penitenciay otorgaba la absolución. Haciendo así, ahorraba tiempo yconseguía más frutos espirituales. Además, este método,revolucionario para aquel tiempo, representó para muchos unaverdadera tabla de salvación. En realidad, muchos no se confesabanpor no saber cómo expresarse o por la pena de manifestar sus cosas

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íntimas a otra persona. Al darse cuenta de que se podía hacer laconfesión por escrito, muchísima gente empezó a disfrutar delperdón de Dios mediante el sacramento de la reconciliación.

Una vez experimentada la eficacia del método, el obispoJeremías empezó a enseñarlo a los curas que manifestaban másinterés para los asuntos espirituales. Para los que tenían la maníade meterse siempre en los asuntos o chismes de la política, solíarepetir: «Mejor que no se metan con esto, para no echarlo a perdertodo». Y así, poco a poco el obispo Jeremías logró rodearse de unbuen grupo de sacerdotes, totalmente identificados con sus ideales,cumpliendo así con lo que Jesús le había dicho en la visión: «Enlugar de trabajar por diez, pon a diez a trabajar».

Y contando con este equipo de sacerdotes, bien fervorosos yentrenados para el santo ministerio, nuestro héroe se lanzó a laardua tarea de evangelizar al pueblo católico, que se encontrabaen un estado de sumo abandono espiritual, aunque contara conun número suficiente de ministros del altar. En realidad, éstos loúnico que sabían hacer era administrar los sacramentos al pormayor y de una forma rutinaria, como ritos sociales y nada más,no contando con ninguna experiencia de evangelización ni deseode aprender. Estando así las cosas, para no echarlo a perder todo,el obispo Jeremías prefirió que siguieran como siempre y no semetieran en asuntos en los cuales se sentían incompetentes.

Fíjense que en aquel tiempo el descuido del pueblo católicode parte del clero llegó a tal grado que hasta las fiestas religiosasfácilmente degeneraban en fiestas paganas, con bailes, borracherasy todo tipo de desorden. Y lo peor del caso era que casi siempre seaprovechaba de las fiestas religiosas para administrar lossacramentos.

Imagínense ustedes, mis amables lectores, qué tristeespectáculo se daba al mezclar el agua bendita con el aguardiente,la alabanza a Dios con cantos que abiertamente incitaban al vicio.Fíjense que mucha gente el mismo día se confesaba para casarse y,una vez celebrado el sacramento, se emborrachaba durante la fiestaque seguía. Lo mismo pasaba con los demás sacramentos.Tranquilamente se juntaban la celebración del sacramento y ladiversión pagana.

Pues bien, ante esta realidad, lo primero que hizo nuestropiadoso obispo fue declarar públicamente que por su parte nuncaparticiparía en este tipo de fiestas religiosas y mucho menos paraadministrar el sacramento de la confirmación, comprometiéndose

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a realizar cualquier sacramento en un clima de oración, lejos detodo tipo de diversión u ocasión de pecado.

A los curas que querían seguir con la costumbre de siempre,los dejó en completa libertad.

— Allá ellos — comentaba —. Lo dejo todo a su conciencia.«Que los muertos sepulten a sus muertos» (Lc 9, 60).

Con esta decisión, nuestro obispo Jeremías se liberó de tantoscompromisos inútiles, dando a los canónigos de la catedral elencargo de administrar el sacramento de la confirmación.

— Entonces, ¿ya no confirmaba el obispo Jeremías? —preguntarán muchos de ustedes.

Claro que confirmaba, pero de una manera diferente, es decir,con la debida preparación y en un clima de oración.

Para eso, él mismo escribió un texto en que se manejabaoportunamente teoría y práctica, enseñanza y oración. Al final,cuando los confirmandos ya estaban preparados, les administrabael sacramento durante un retiro espiritual, que duraba por lo menostres días. Solía repetir: «Yo nunca voy a dar las perlas a loscochinos». En realidad, antes que el obispo Jeremías aportara loscambios mencionados, la confirmación se parecía más a una fiestade despedida que a una toma de compromiso cristiano.

Fue tan grande el impacto que esta nueva manera deadministrar el sacramento de la confirmación causó en toda laregión que poco a poco otros obispos la fueron adoptando, lograndofrutos espirituales insospechados. Fíjense que con el pasar deltiempo muchos ministros del altar reconocían claramente queprecisamente en el sacramento de la confirmación, administradopor el santo obispo Jeremías, descubrieron los primeros gérmenesde su vocación.

Otra actividad, a la que el santo obispo Jeremías consagrógran parte de su tiempo, fue la predicación de los «santos ejerciciosespirituales», que duraban por lo menos una semana.Normalmente lo acompañaba un grupo de sacerdotes. Algunos loayudaban en impartir los temas y otros iban con él sencillamentepor el gusto de escucharlo y aprender.

Eran días de trabajo agotador, entre pláticas, diálogopersonal, confesiones y oraciones. Sin embargo, nunca nuestrohéroe daba muestra de cansancio o malhumor. Se le veía siemprealegre y bien dispuesto para todo. Parecía que el trabajo, en lugarde cansarlo, le infundía más vigor y entusiasmo.

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Fue tan grande el fervor que los «santos ejerciciosespirituales» fueron creando en las masas populares, que a veces,al no caber la gente en los templos, fue menester realizarlos en lasplazas, reavivando en poblaciones enteras el deseo de las cosasdivinas, lo que las llevó a dejar muchas costumbres perniciosaspara el bienestar del pueblo y a crear otras nuevas, inspiradas enlos preceptos del Santo Evangelio.

Y por último, lo que más contribuyó a volver legendaria lafigura de nuestro personaje, fue su manera muy peculiar de realizarlas visitas pastorales, que en la práctica eran verdaderas «misionespopulares». Como siempre, era acompañado por un grupo desacerdotes, que lo ayudaban a predicar, confesar y aconsejar a lagente.

Cuando se daba cuenta de que algún párroco no daba el kilopor alguna razón, lo cambiaba de inmediato, dejando en su lugar auno de los sacerdotes que lo acompañaban. Apenas el párroco encuestión lograba enmendarse o aprender lo que le faltaba, deinmediato era reintegrado en su cargo en la misma parroquia o enotra. Todo dependía del empeño que uno le ponía para mejorar ensu conducta como pastor de almas.

Cuentan las antiguas crónicas que a distancia de siglos sepodía distinguir entre los pueblos evangelizados por nuestro héroey los demás. Tan grande fue la huella dejada por el obispo Jeremías,el que durante muchos años fue tachado de ser «llorón» y«dormilón», además de poco apto para los estudios.

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Conclusión

El obispo Jeremías para aquellos tiempos fue un verdaderoSan Pablo y un gran reformador, aunque él mismo nunca se dieracuenta de la trascendencia que su obra tendría para los siglosvenideros. Seguido repetía: «Si queremos que nuestros feligresesno se dejen contagiar por creencias contrarias a nuestra fe ni sepierdan en el indiferentismo religioso, antes que nada nosotrosmismos tenemos que despertar del profundo sueño en que nosencontramos y tratar de inventar cualquier cosa con tal defortalecerlos en la fe. Antes que la situación se nos escape de lasmanos, tenemos que hacer algo. Es inútil llorar, cuando ya se perdiótodo».

Y con estas ideas bien claras en la mente, el santo obispoJeremías logró cambios tan grandes en la Iglesia que hicieronlegendaria su figura. Muchas veces me pregunto «¿Qué haría elobispo Jeremías si viviera en estos tiempos?» Que su ejemplo y sumensaje logren por lo menos despertar e inquietar algunaconciencia adormecida.

León, Gto.; a 8 de julio de 2008.

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El Calvariode don Boni

Presentación

«Había una vez», así me hubiera gustado empezar este relato.Pero no, puesto que «El Calvario de Don Boni» aún sigue y nosabemos hasta cuándo va a durar.

Don Bonifacio: un indígena, aferrado a sus costumbres y asu fe, un campesino cualquiera, llamado a enfrentar situacionescada vez más complicadas y extrañas para él y su pueblo.

Muchos de ustedes, mis amables lectores, sin duda ya loconocen, pero otros no. Pues bien, para que todos lo conozcan y surecuerdo no se pierda con el pasar de los años, me decidí a contarsu historia. Estoy seguro de que cada uno de ustedes encontraráen este relato algo que desconocía por completo y al mismo tiempopodrá añadirle detalles para mí totalmente novedosos.

Además, es posible que en «El Calvario de Don Boni»,muchos de ustedes descubran «su calvario», un calvario que aúnperdura y no sabemos hasta cuándo durará. Pues bien, para queestén prevenidos y no vayan a repetir los mismos errores desiempre, los invito a leer atentamente el siguiente relato.

México, D.F.; a 17 de julio de 2008.

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Capítulo 1

LA COSTUMBRE

Don Boni, segundo hijo varón de don Blas y doña Rufina. Dediez, entre hermanos y hermanas, sobreviven cinco; los demásmurieron en tierna edad por distintas enfermedades. Solamenteél y su hermano mayor saben leer y escribir, mientras las hermanasno saben leer ni escribir.

Así era antes en la sierra: solamente los varones pisaban unaula escolar algún tiempo, hasta que no aprendieran las letras yno lograran hacer las cuentas. Para algunos bastaban dos años,para otros un año o menos y para otros no alcanzaría toda la vidapara aprender algo en la escuela. Así que, al ver que no la hacían,los papás pronto los retiraban y los llevaban a trabajar con ellos enel campo.

Nada difícil o complicado: recoger la leña, llevar el agua o lacomida a los que estaban trabajando, en fin, cosas sencillas quecualquiera puede aprender fácilmente. Mientras tanto ibanobservando a los mayores y así aprendían a sembrar, barbechar,cosechar y tantas otras cosas propias del campo. Hasta que llegabala edad y se casaban, todo según la costumbre, sin grandesnovedades.

Es lo que le pasó a nuestro amigo Boni, que en menos de unaño aprendió a leer y escribir y pronto se fue con el papá a trabajaren el campo. A los dieciséis años se casó y bien casado según lacostumbre, por lo civil y por la Iglesia.

En realidad, en aquellos años en la sierra las cosas no erancomo ahora que cada quien hace lo que le da la gana. Entonces, lacostumbre era ley y todos tenían que sujetarse a ella. No era comoahora que un día uno se casa o se junta con una mujer y otro día se

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divorcia o abandona la mujer y se va con otra. No. En aquellostiempos las cosas eran muy diferentes. Para casarse, interveníamucha gente y se trataba de un compromiso serio.

Cuando uno no cumplía, lo agarraban, lo metían a la cárcel yle cobraban la multa, para que escarmentara y aprendiera a hacerbien las cosas, según la costumbre. Nada de que «me gusta otramujer, a ver qué hago para casarme con ella o llevármela a mi casa».Nada de todo eso: una sola mujer y por toda la vida, como mandala Iglesia y ordena la costumbre.

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Capítulo 2

REZANDERO

Don Boni, desde su más tierna edad, manifestó siempre ungran interés por las cosas de Dios. Por eso su papá, don Blas, lollevaba siempre consigo cuando había un rezo por los difuntos oalguna novena para los santos. Una vez que aprendió a leer yescribir, le compró un cuaderno grueso como un libro y le enseñóa copiar los rezos y los cantos, tomados de sus cuadernos y hojassueltas.

Lo que más le gustaba a nuestro amigo era ver a su papárezar a los santos cuando había una fiesta. Usaba un antiguoreclinatorio que nadie podía ni siquiera tocar, algo sagrado quesolamente él podía utilizar. Cuando rezaba arrodillado sobre elreclinatorio, se veía importante como un cura, teniendo a un ladoalguien que le sostenía una vela encendida, aunque fuera de día yhubiera suficiente luz. Lo hacían para que la gente viera que donBlas era el primer rezandero del pueblo.

A él le tocaba instruir y vigilar a todos los encargados de lasfiestas, para que hicieran todo según la costumbre y no seequivocaran, provocando el enojo de los santos, como cuando pordistracción del encargado no pusieron las flores a san Sebastián yhubo un tremendo granizo que acabó con el maíz.

Don Blas cuidaba que ninguna mujer tocara la campana,puesto que, según la tradición de los antiguos, si una mujer tocabala campana, ésta se rompía de inmediato. Tocar las campanas eracosa de hombres y nada más. Como por otro lado, vestir las estatuasde las santas era cosa de muchachas y se tenía que hacer a puertacerrada y a una cierta hora de la noche, para evitar las miradasindiscretas de los hombres. En este caso, ni el mismo don Blas

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podía asistir. Todo se tenía que hacer bajo la supervisión de doñaRufina, la esposa de don Blas, o la presidenta de la asociacióncorrespondiente.

De hecho, en Cerro Tejón, el pueblo de don Boni, un pueblode unas noventa chozas, había dos asociaciones, la del SagradoCorazón y la de santa Filomena. Siendo de bulto la estatua delSagrado Corazón, no necesitaba cambio de ropa, mientras laestatua de santa Filomena era de madera y paja. Dicen que teníabien hechecitas solamente la cabeza, las manos y los pies, mientrastodo lo demás era de madera simple con añadidura de paja o ramasde árboles, para darle la figura.

En la capilla había alguna otra estatua, pero no le hacíanninguna fiesta especial. Estaban allá así nomás, para la devociónde la gente. Cuando uno tenía alguna necesidad particular, iba a lacapilla, se ponía de rodillas ante la estatua del santo o la santa y lepedía lo que necesitaba: la salud de un ser querido, la lluvia para elcampo, la protección contra alguna brujería o el castigo paraalguien que había provocado algún daño.

Poco a poco nuestro amigo Boni fue aprendiendo todo esto,seguro que algún día iba a tomar el lugar de su papá como primerrezandero del pueblo, la máxima autoridad en campo religioso. Loúnico que no le gustaba de todo lo que hacía don Blas, era que éstese emborrachaba hasta caerse durante los novenarios y las fiestas.Todo lo demás le gustaba.

— Es la costumbre del pueblo — contestaba don Blas, cuandoBoni le hacía notar que no era conveniente lo que estaba haciendo.Y añadía:

— Cuando uno toma, se olvida de las cosas de este mundo yse acerca más a Dios. Para eso Dios hizo el aguardiente. Esto nosenseñaron nuestros antepasados y esto tenemos que hacernosotros.

Estando así las cosas, a Boni no le quedaba más que obedecery tomar cuando don Blas le ofrecía el aguardiente durante los rezos.Así, poco a poco, también Boni desde la adolescencia fueaprendiendo a tomar.

— De todos modos — cuenta don Boni, cuando alguien lepregunta al respecto — yo nunca me emborraché completamente.Nunca me convenció del todo la razón que me daba mi papá. Dehecho, él se emborrachaba por lo menos una vez cada quince días,hubiera o no alguna fiesta o novenario. Por eso sobre el asunto dela tomadera nunca le hice caso completamente.

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Capítulo 3

PRIMEROS ATAQUESCONTRA LA FE

Normalmente el padre llegaba a Cerro Tejón una vez al año,el 12 de junio en vísperas de la fiesta de san Antonio. Todoempezaba con el rezo del santo rosario, añadiendo a cada misteriocánticos y alabanzas. Mientras tanto, se alegraba el ambiente concohetes y una abundante derrama de tepache. Todo era gratis.

A la llegada del cura se daba inicio a la santa misa con laparticipación de los más devotos, unas cincuenta personas,mientras la mayor parte de la gente se quedaba afuera de la capilla,charlando y tomando. A la mañana siguiente, el mero día de lafiesta, se hacían los bautismos y los casamientos.

Por la noche, a la luz de las linternas, se hacía el baile,inaugurado por el cura, que casi siempre, para no quedar mal conla gente, tomaba igual que todos. A las cuatro o cinco de la mañanaterminaba la fiesta, quedando casi todos completamente borrachos.Era la costumbre que nadie se atrevía a criticar o querer cambiar.

Hasta que un día llegó un forastero, pobre como ellos, perocon corbata y ropa bien arregladita, llevando una Biblia en la mano.Se decía «evangélico» y lo que pretendía era «anunciar la Palabrade Dios», que según él estaba en contra de muchas costumbres delpueblo. Al principio nadie le hizo caso, pero, al cabo de unas tres ocuatro visitas, algunos empezaron a reaccionar ante ciertasafirmaciones del forastero, según el cual «no había que adorar lasimágenes», puesto que eran de madera y no tenían vida ni poderalguno.

Cuando la noticia llegó a oídos de don Blas, se puso furioso yordenó su inmediata expulsión del pueblo, apoyado por las

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autoridades, que veían en el forastero a un intruso, un enemigo yun perturbador del orden público.

— ¡Imagínense qué nos puede pasar si la gente empieza ahacerle caso a este charlatán y excomulgado! Por culpa de él, lossantos nos pueden castigar con el granizo, el chorrillo y quien sabecuántas enfermedades más.

Nuestro amigo Boni y su hermano mayor se encargaron deejecutar la orden, amenazando al pobre predicador con el macheteen la mano:

— Si vuelves aquí con tus mentiras, te vamos a dar una buenapaliza que no vas a olvidar por toda la vida.

Hablaban con tanta firmeza que el predicador entendióperfectamente bien la amenaza y no volvió. Sin embargo, pocodespués llegaron otros con las mismas ideas contra las imágenes ycontra la Iglesia, pero no pudieron hacerles nada porque eran delmismo pueblo, gente que había salido del pueblo para ir a trabajarlejos y ahora regresaba con una mentalidad totalmente diferentede cuando se fueron.

Se decían «estudiantes de la Biblia» y, según ellos, su únicoobjetivo era enseñar la Palabra de Dios a toda la gente del pueblo.

— Bueno — les preguntó don Blas para salir de dudas —,ustedes dicen que son estudiantes de la Biblia y por eso la quierenenseñar al pueblo. Ahora yo quiero saber cuál es su religión. Novaya a pasar como el otro día que llegó aquí un excomulgado quiensabe de dónde y empezó a hablar en contra de nuestras costumbresy de los santos.

— Mire, don Blas — le contestó uno que parecía ser el jefe delos que recientemente habían regresado al pueblo —, nosotros notenemos nada que ver con la religión. Lo que nos interesa es queustedes conozcan la Palabra de Dios. En el fondo, lo que salva noes la religión, sino Cristo.

Ante esta manera de ver las cosas, don Blas ya no supo quédecir. En realidad, nunca había oído algo parecido. Entonces,sentenció:

— No hay problema. Vamos a ver qué dice el cura sobre esteasunto — y pronto envió a Boni y su hijo mayor a consultar al cura,cuya respuesta fue salomónica:

— Aprovechen esta oportunidad para conocer la Biblia ydespués poder enseñarla a los demás. Es tiempo que empiecen asalir de su ignorancia.

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Teniendo en cuenta la respuesta del cura, los dos hermanospronto se volvieron en asiduos «estudiantes de la Biblia». Unasdos horas diarias de estudio. Nuevos horizontes se empezaron adesplegar delante de sus mentes, deseosas de abrirse a los grandesmisterios de la existencia: Dios, el hombre y la naturaleza.

De todos modos, los dos hermanos no quedaron satisfechos.Por un lado empezaron a notar cierto rechazo de parte de la gentepor el hecho de meterse a estudiar la Biblia con gente que no rezabael rosario y no manifestaba ningún respeto por las imágenes y porel otro empezaron a sospechar que en todo el asunto había gatoencerrado. En realidad, se dieron cuenta de que de vez en cuandoestos supuestos «estudiantes de la Biblia» cuchicheaban entre ellos,no contestaban a las preguntas que les hacían (decían siempre:«Después») y se reían cuando hablaban de sus antiguascostumbres.

Por fin decidieron retirarse, teniendo alguna idea acerca dela Biblia y dedicando todos los días a su lectura una media hora,aunque les resultara difícil asimilar su contenido. En realidad,estaban usando la Biblia que les regalaron los amigos llegados delnorte, de por sí muy complicada, y habían empezado a leerla desdeun principio, como se hace con cualquier libro.

Ante la dificultad de entender bien su contenido, fueron aconsultar al cura, que les dio una buena regañada:

— ¿Qué creen ustedes que el estudio de la Biblia es tan fácilcomo aprender a rezar el rosario? Yo me quemé las pestañasdurante años y ustedes ¡en unas cuantas horas piensan aprendersela Biblia! De veras que ustedes están locos. De todos modos, siustedes de veras quieren comprender más las cosas de Dios yestudiar la Biblia, los voy a mandar a un curso bíblico que va adurar una semana entera en el obispado. A ver cómo le hacen parala cuota, que es un poco alta. De todos modos, no se van a preocuparpor la comida y para dormir. Allá les van a dar todo. ¿Cómo laven? Aún faltan dos meses. Hay tiempo para juntar el dinero parael pasaje y la cuota que van a pagar.

— Muy bien, señor cura. Le vamos a hacer la lucha.Con la promesa del curso que se iba a dar en el obispado,

una gran esperanza empezó a surgir en el corazón de los doshermanos y de su papá, don Blas, que por primera vez tuvieronque enfrentarse a un peligro tan grande para la comunidad, queamenazaba con mandar al traste toda una tradición de siglos ydejaba a todos completamente desamparados, sin ninguna certezapara el futuro.

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Capítulo 4

LA GRAN DECEPCIÓN

Mientras tanto los «estudiantes de la Biblia» no perdían sutiempo. De casa en casa y uno por uno, invitaban a la gente aestudiar la Biblia con ellos. Cuando alguien expresaba alguna dudaacerca de la nueva doctrina, contestaban invariablemente:

— Pregunten a don Blas qué dijo el cura.— ¿Qué dijo?— Que es la misma Biblia. Sus mismos hijos estuvieron

estudiando la Biblia con nosotros.— Pero después dejaron de estudiar con ustedes. ¿Por qué

no continuaron estudiando la Biblia con ustedes?— ¿Qué creen ustedes? Por flojera. Los hijos de don Blas son

muy flojos. Por eso, en lugar de estudiar la Biblia, prefieren rezar yrezar, para que la gente les dé comida y aguardiente.

Con estas y otras trampas, los recién llegados del nortelograron enredar a algunos y formar su pequeño grupo de«estudiantes de la Biblia», ante la impotencia de don Blas y sushijos, que veían con malos ojos su desprecio por la costumbre, lasimágenes y tantas cosas más. Su gran esperanza estaba cifrada enel curso bíblico, en que seguramente aprenderían a enfrentar elproblema de la división religiosa, que, según lo que decía la gente,ya estaba causando serios daños en los pueblos vecinos.

Vendieron algunos animalitos, pidieron algo prestado y porfin lograron juntar la suma requerida para el pasaje, la estancia enel obispado y la adquisición de algún libro o cassette que pudieraayudar para prepararse mejor. Estaban dispuestos a todo con talde capacitarse para evitar que también en Cerro Tejón el pueblo sedividiera como estaba sucediendo en otras partes.

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Por fin llegó el día tan deseado y salieron de Cerro Tejónmuy de madrugada, con la bendición de don Blas y los mejoresaugurios de parte de toda la comunidad, reunida en el rezo delsanto rosario. Se sentían como los antiguos cruzados que sealistaban para dar la gran batalla de la fe. Después de cuatro horasde camino por cañadas y cerros y tres horas de camión llegaron ala ciudad, a la casa del obispo, donde estaban llegando otrosindígenas y campesinos como ellos, muchos de los cuales yacontaban con una Biblia, casi siempre regalada por los miembrosde otros grupos religiosos.

Todos eran agentes de pastoral y llevaban la misma ilusión:conocer la Biblia para sentirse seguros en la fe de sus padres y nodejarse confundir por los que la habían abandonado. Nunca sehabían imaginado la gran decepción a la que estaban porenfrentarse. En realidad, la religiosa encargada del curso, prontoempezó a enseñar, mediante dibujos, cómo se hacen las letrinas.Ante el asombro general, los reprendió como si fueran niños de lacalle, maleducados y desobedientes:

— ¿No entienden que primero hay que preocuparse por lasalud del cuerpo y después por la salvación del alma? ¿Cómoustedes van a entender las cosas de Dios, si están desnutridos,enfermos y con el estómago vacío? Primero hay que llenar elestómago y preocuparse de la salud física y después hay que pensaren lo demás.

— Habían dicho que íbamos a estudiar la Biblia — se atrevióa objetar un anciano del grupo, catequista desde hacía muchos añosy por lo tanto con más confianza hacia la religiosa.

— En la tarde van a estudiar la Biblia. Todas las mañanas yoles voy a dar la materia de promoción humana y todas las tardesotra religiosa les va a dar catequesis.

Con esta promesa, se serenaron los ánimos y cada uno tratóde concentrarse en lo que la madre estaba explicando acerca de lasletrinas y fosas sépticas, algo interesante pero fuera de lugar, puestoque se trataba de agentes de pastoral, cuyo único deseo era vercómo guiar espiritualmente a la comunidad y en el caso concretocómo ayudar a fortalecerla en la fe ante el acoso sistemático de losgrupos proselitistas.

Por fin llegó la tarde y se presentó otra religiosa, encargadade impartir la enseñanza bíblica. Otro balde de agua fría. No se ibaa estudiar directamente la Biblia, sino un folleto de unas cincuentapáginas sobre la Biblia: Antiguo y Nuevo Testamento, especificando

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los libros de cada uno, inerrancia bíblica, canon bíblico, contextocultural en que se desarrolló cada etapa de la Historia de laSalvación, la interpretación de la Biblia, etc. La decepción y laamargura llegaron a su clímax. Se levantaron muchas voces deprotesta:

— Venimos aquí para estudiar la Biblia. ¿Qué nos interesatodo lo que está en este libro? Queremos conocer la Biblia.

— ¿Qué creen ustedes que la Biblia es un libro cualquiera? —contestó la religiosa enojada —. Para entender correctamente laBiblia y no interpretarla mal, primero hay que estudiar todo esto.Una vez que uno entendió lo que está escrito en este libro,tranquilamente puede leer cualquier parte de la Biblia sin temor aequivocarse.

— ¿Cuánto tiempo va a durar este curso? — preguntó nuestroamigo Boni, angustiado.

— Quién sabe. Todo depende de la capacidad de aprenderque tiene cada uno de ustedes. Cada día vamos a poner una pruebay solamente los que pasan todas las pruebas podrán acceder alcurso superior en que se estudia directamente la Biblia.

Protestas por todos lados. Nuestro amigo Boni, con laslágrimas en los ojos, miró a su hermano y exclamó:

— Estamos perdidos.La religiosa lo observó tan triste y le preguntó la causa:— ¿Se siente mal? ¿Está enfermo? ¿Qué le está pasando?En el silencio general, don Boni (así empezaron a llamarlo

sus compañeros de curso) presentó la situación desesperada, enque se encontraba su pueblo ante el acoso de los supuestos«estudiantes de la Biblia», que pronto le aclararon que se tratabade los testigos de Jehová, concluyendo:

— Para eso venimos aquí yo y mi hermano. Queremos sabercómo contestar a los que nos atacan sobre las imágenes. Segúnellos, están prohibidas las imágenes y citan Éxodo, capítulo 20,versículo 4. Nosotros queremos saber cómo podemos contestar aesto; queremos saber qué dice la Biblia sobre las imágenes;queremos conocer la verdad.

— Pueden presentar dos citas bíblicas — intervino un agentede pastoral —: Éxodo, capítulo 25, versículo 18 y Números, capítulo21, versículo 8 — y presentó su contenido de memoria.

Ante esta intervención espontánea de parte de un alumnodel curso, la religiosa se enfureció hasta volverse histérica:

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— ¿Qué es eso de aprenderse las citas bíblicas de memoria?No se olviden que nosotros somos católicos y no protestantes. Yotengo cuarenta años de ser religiosa y no me sé ninguna cita bíblicade memoria.

Siguió un largo murmullo de reprobación y rechazo de partede los presentes, ante el cual la religiosa perdió totalmente losestribos, tiró al suelo el folleto que tenía en las manos y se retiró,suspendiendo de una vez el curso. Para muchos fue un alivio. Yaestaban fastidiados de reunirse dos veces al año para estudiar cosasde poca importancia para resolver los problemas de sus pueblos,dejando a un lado lo que realmente les interesaba, como era elestudio de la Biblia y la defensa de la fe ante los ataques de losgrupos proselitistas.

El catequista entrometido, profundamente apenado por elincidente que acababa de provocar, trató de alcanzar a la religiosapara pedirle perdón. Pero todo fue inútil. En pocos instantes éstase escabulló y se perdió en los largos pasillos del obispado.

Ni modo. Ante esta situación, cada uno empezó a pensarcómo regresar a su lugar de origen, dando por terminado este tipode preparación, totalmente al margen de sus necesidades concretasy aspiraciones. ¡Qué bueno que aún no habían pagado la cuota delcurso!

Cuando ya estaban por dispersarse, llegó la madre superiora,suplicando a todos que regresaran al salón de estudio y continuarancon el curso establecido. Unos cuantos le hicieron caso, mientrasla gran mayoría se alejó, manifestando su profundo rechazo haciala manera como las religiosas estaban llevando las cosas.

Antes de abordar el camión, se acercó a don Boni el catequistaque le había dado las citas bíblicas en el incidente con la religiosa,y le entregó un librito color amarillo, titulado «Preguntas yRespuestas», diciéndole:

— Aquí está lo que tú necesitas. En la primera parte se vecomo la Iglesia Católica es la única Iglesia que fundó Cristo y todaslas demás organizaciones religiosas fueron fundadas por hombres.En la segunda parte, se encuentra la respuesta a los ataques contrala Iglesia que presentan los que andan por la calle, tratando deengañar a los católicos.

Al ver este libro, se iluminó el rostro de los dos hermanos:— Esto es lo que íbamos buscando. Nuestro viaje no fue inútil.

Gracias, Señor.

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— Si quieren, se lo puedo vender. Traigo suficientes. ¡Cuántagente, leyendo este libro, ha encontrado la respuesta a muchasdudas que tenía y ha fortalecido su fe o regresado a la IglesiaCatólica!

Con este tesoro en las manos, los dos hermanos abordaronel camión que los llevó hasta la cabecera parroquial, de dondeempezaron el largo camino a pie que los llevó de regreso a supueblo, cansados pero felices por haber empezado a vislumbraruna solución a su problema.

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Capítulo 5

UNA RECETA EQUIVOCADA

Habiendo aprendido con anterioridad el manejo de la Biblia,don Boni y su hermano pronto se lanzaron a la ardua tarea dedesenmascarar a los supuestos «estudiantes de la Biblia», que enrealidad eran testigos de Jehová. Estudiaron el tema de lasimágenes y los fueron a buscar en su casa. Al no conocer sus mañas,regresaron bien apaleados, puesto que los enredaron con unmontón de temas y citas bíblicas.

Entonces decidieron ir a ver al cura para pedirle algunaorientación al respecto:

— De hoy en adelante — les aconsejó el cura — póngansemás abusados. Prepárense bien sobre un solo tema y pidan unencuentro con ellos. Que sea en público, donde haya mucha gentey que no falten sus seguidores. Así les van a dar una buena paliza.Acuérdense: un solo tema, diez minutos hablen ellos y diez minutosustedes. Nada de ir brincando por aquí y por allá como loschapulines.

— ¿Qué tema nos aconseja?— A ver, dónde está el libro que dijeron.El señor cura le echó un vistazo y pronto sentenció:— Aquí está: el primer tema, el tema de la Iglesia, con citas

bíblicas y todo.— Ellos dicen que vienen desde el justo Abel.— ¿Qué tienen que ver ellos con Abel? En este caso,

pregúntenles qué pasó cuando Abel murió asesinado. ¿Acaso quedócomo jefe de la organización su hermano Caín?

Don Boni y su hermano se soltaron en una sonora carcajada.— ¿Ya vieron como el asunto no es tan complicado como

parece?

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— ¿Y cuando citan Isaías, capítulo 43, versículo 10: «Ustedesson mis testigos», qué tenemos que contestar?

— Que allá se está hablando de las doce tribus de Israel, queno tienen nada que ver con ellos. No es que antes de Cristo el pueblode Dios estaba compuesto por las doce tribus de Israel más otrogrupo especial, llamado testigos de Jehová. Se está hablandosolamente de las doce tribus de Israel y nada más, que ahoracorresponden a los judíos. Pregúntenles si ellos son judíos.

Los dos hermanos vuelven a reírse:— ¡Qué judíos van a ser ellos, si son más indios que nosotros!— Así que, adelante. Van a ver que con este librito van a lograr

mucho. Que Dios los bendiga y la Virgen María los proteja y losayude a permanecer siempre firmes en la fe.

Los dos hermanos volvieron al pueblo, se pusieron encontacto con los testigos de Jehová, se hizo el diálogo público segúnlas indicaciones del cura y resultó todo un éxito. De los quincesimpatizantes de los testigos de Jehová, quedaron cinco. Los demásse alejaron al notar como los que parecían expertos en la Biblia nola hicieron ante los argumentos de don Boni. Al no poder refutarlos,se pusieron nerviosos y se alejaron, amenazándolos como siemprecon la próxima llegada del Armagedón, una especie de TerceraGuerra Mundial, en que, según ellos, todos los católicos seránexterminados y solamente ellos se van a quedar en la tierra, que seva a transformar en un paraíso.

— Cuentos, puros cuentos — comentaba don Boni, rebosantede alegría.

Por fin parecía que estaban tomando el hilo y que el problemade la división religiosa pronto se iba a solucionar. Pero no fue así.Unos días después llegaron de lejos otros paisanos, cada uno conunas ganas locas de formar su propio grupo religioso, construir supropia capilla y volverse pastor.

Todos eran pentecostales, pero entre ellos no se querían verni en pintura. Todos hablaban de milagros y sanaciones al pormayor. Cada uno contaba con su grabadora que servía tambiéncomo aparato de sonido y con esa lograban impactar a la gente.

Todas las tardes y las noches se oían cantos por todos lados.La gente se dispersaba por aquí y por allá alrededor de los reciénllegados, atraída por la novedad de los cantos y el aparato de sonido,muy sencillo pero eficaz. Don Blas, don Boni y su hermano nosabían qué hacer. Se sintieron perdidos.

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Otra vez acudieron al cura. Su respuesta fue muy sencilla:— No les hagan caso. Es una moda y nada más. Van a ver

que, pasada la euforia causada por la novedad, pronto se va a acabareste barullo y todo va a regresar como antes.

— Mientras tanto ¿qué hacemos?— Orar, pedirle mucho a la Virgen y verán que la Virgen no

va a permitir que un pueblo tan católico y devoto como el de ustedesse vaya a echar a perder así nomás.

— Señor cura — imploró suplicante don Boni —, ¿no habráalgún lugar donde uno se puede preparar para no dejarse engañarpor todos esos mentirosos que andan como lobos buscando lamanera de confundir a la gente y llevársela con ellos?

— En el último encuentro que los curas tuvimos con el obispose habló de este asunto y parece que va a haber un congreso sobreel tema de la división religiosa. Cuando hay algo preciso, se lo voya comunicar. Ustedes traten de estar al pendiente. Mientras tanto,sigan pidiéndole a la Virgen y verán que pronto todo esto se va aacabar.

Pasaron los meses y nada. Don Blas y don Boni estabandesesperados. Veían como la fe católica se estaba desmoronandoen Cerro Tejón, sin poder hacer nada. Orar y orar, mientras todose derrumbaba. El golpe mortal vino cuando los pentecostales sepusieron de acuerdo y entre todos organizaron una gran campañade sanación con la presencia de un gran predicador, que asegurabatener el don de hacer milagros, hasta de resucitar a los muertos.

Fue tan grande el impacto que causó este estratagema,inventado por los pentecostales, y la curiosidad que despertó en lagente, que prácticamente nadie faltó a la invitación. Una semanaentera de cantos, alabanzas, predicación y milagros. Como siempre,todos los que se sanaban eran de otros lugares y nadie de CerroTejón. Después se supo que se trató de puros teatros. Era gentesana que se fingía enferma y daba testimonio de haberse sanado araíz de la oración del predicador. De todos modos, ya muchos sehabían cambiado de religión y ya no estaban dispuestos a regresara la fe de sus padres. Decían:

— Aquí uno aprende a rezar como se debe, no como se haceen la Iglesia Católica, que uno se emborracha hasta en la mismacapilla, cuando se hace la fiesta de san Antonio.

— Aquí uno conoce la Palabra de Dios y deja todas lascostumbres malas que tiene. Ya no quiero volver a ser como antes.

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¿Qué hacer ante esta situación? Orar y orar... Hasta que llególa noticia tan deseada: un curso sobre el problema de la divisiónreligiosa. Los dos hermanos regresaron al obispado llenos deilusiones, seguros de que por fin les iban a enseñar cómo defendersede los demás grupos religiosos, que estaban dispuestos a todo contal de conquistar a los católicos. Pero, ¿qué pasó? Que se tratabade un curso sobre el ecumenismo.

— Se trata de ver — explicaba el conferencista llegado de lacapital — cómo llevarse bien con los que tienen otras creenciasreligiosas. En el fondo, todos buscamos al mismo Dios. ¿Para quéestar peleándonos?

— No se trata de pelear — tuvo el valor de aclarar don Boni—, sino de conocer nuestra fe de manera tal que no nos dejemosengañar por las sectas.

Al escuchar la palabra «sectas», el conferencista se pusofurioso:

— ¿Qué es eso de sectas? ¿No entienden que la palabra sectaes ofensiva?

— ¿Cómo hay que decir, entonces?— Digan como quieran, menos «secta».— ¿Qué tenemos que hacer entonces cuando esa gente nos

ataca diciendo que el papa es el anticristo, la Iglesia Católica es laramera, María tuvo otros hijos aparte de Jesús y que nosotrossomos unos paganos porque nuestro bautismo no vale? ¿Cómopodemos defender nuestra fe?

— Que los demás digan lo que quieran. Es su problema. Loimportante es que ustedes entiendan que la fe no se defiende, sinoque se vive. ¡Como si Jesús necesitara que alguien lo defendiera!— concluyó en tono sarcástico, entre el asombro general, mientrasescenificaba una pelea entre católicos y supuestos enemigos deCristo.

Al ver y escuchar esto, los dos hermanos no aguantaron más.Se levantaron y se salieron, totalmente decepcionados yprofundamente heridos por las burlas del conferencista.

— Ya estoy hasta el copete con este problema — exclamó elhermano de don Boni —. Ya no quiero saber nada. Siento tantavergüenza que ni quiero regresar al pueblo. Por mientras me voy aponer una buena y después a ver qué pasa.

Y se metió en una cantina. No obstante todas las súplicas dedon Boni, no quiso regresar al pueblo:

— Vete tú y diles que algún día voy a regresar.

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Y así fue. Unos meses después apareció en el pueblo con sutraje de pastor y su buen aparato de sonido, alimentado con algunosacumuladores de carro. A los que le pedían alguna explicación,contestaba:

— Mientras estaba en oración profunda, el Señor se meapareció en una visión y me dijo: «Hijo mío, no te dejes engañarpor toda esa gente que anda usurpando mi nombre. Tú eres mielegido. Tú anunciarás mi nombre a todas las naciones». Abrí losojos y vi delante de mí el traje de pastor y el aparato de sonido consus acumuladores nuevos, mientras una mano invisible meentregaba esta credencial, firmada por Dios y sellada con su dedo.

De esa manera, un nuevo capítulo de sufrimiento se abría enla vida de nuestro buen amigo don Boni. La división religiosa habíaalcanzado el corazón de su misma familia.

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Capítulo 6

LENTA AGONÍA

El que no aguantó el golpe fue don Blas, el anciano rezandero,el antiguo pilar de la fe en Cerro Tejón. Sencillamente entró enuna profunda depresión, de la cual nunca pudo salir, no obstantetodos los rezos y las muestras de afecto de parte de doña Rufina,don Boni, toda su familia y el grupo de los católicos más allegados.Don Blas se entregó a la borrachera, pasándose todo el día vagandosin sentido por las calles y los campos, hasta que no lo encontraronmuerto colgando de un árbol.

Su funeral fue una apoteosis. Casi todo el pueblo estuvopresente, hasta los más renuentes adversarios de la fe católica. Paraellos fue como si por última vez todo el pueblo se reuniera parasepultar, con don Blas, todo un pasado lleno de recuerdos ynostalgia, que ya nadie podía ni quería revivir. El único ausentefue su hijo mayor, el visionario, que, al enterarse de la noticia,sentenció:

— Lo mismo les va a pasar a todos ustedes, si no abandonansus ídolos y no se entregan al Dios vivo, obedeciendo a su legítimoenviado.

Terminado el novenario, don Boni fue a ver al cura parainvitarlo a su pueblo para celebrar una misa en sufragio por el almade su papá y al mismo tiempo aprovechar para animar a lacomunidad, que se encontraba en su peor momento.

— No se puede — aclaró el señor cura —. Ya sabes que no sepuede celebrar la misa para uno que se quitó la vida. Si quieresque vaya a tu pueblo, tienes que hacer una lista de todos los niñosque se van a bautizar y la gente que se va a casar por la Iglesia.Después vienes aquí, me enseñas la lista y vemos si conviene queyo vaya a tu pueblo o no.

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— ¿Cuánto va a cobrar por cada bautismo y cada matrimonio?— Ya conoces las tarifas.— Es que nosotros somos pobres.— Todos dicen lo mismo, como si yo no supiera cuánto dinero

gastan cuando hacen sus fiestas. Si gastan para la pachanga, ¿porqué no van a poder gastar para las cosas de Dios? De todos modos,si consigues más de diez matrimonios y veinte bautismos, te voy acobrar la mitad.

— ¿Y la misa de difuntos por mi papá?— Ya te dije que en estos casos no se puede celebrar la misa

de difuntos. De todos modos, una vez arreglado lo de los bautismosy los matrimonios, vamos a ver qué podemos hacer por tu papá.Algo se me va a ocurrir. ¿Qué te parece?

— Muy bien, padre.Trabajando duro, en una semana don Boni ya tenía completas

las dos listas: doce matrimonios y veinticinco bautismos. Con estaslistas en las manos, el señor cura estableció la fecha de su llegadaal pueblo y entregó a don Boni el papeleo correspondiente.

— Mira; aquí están los expedientes de los matrimonios y lasactas de los bautismos. Tú los vas a rellenar. Pide al maestro de laescuela que te ayude. Vas a ver que no es difícil. Por lo de la misade tu papá, vamos a hacer así: primero hacemos los bautismos,después la misa con los matrimonios y al final una misa por losdifuntos, incluyendo a tu papá. ¿Qué te parece? Tú mismo te vas aencargar de preparar la lista de los difuntos. Como siempre, lamitad de lo que marcan las tarifas. ¿Cómo la ves?

— Muy bien, padre.Don Boni, con tal de cumplir con su obligación hacia su papá

difunto, aceptó las disposiciones del cura sin oponer ningunaobjeción y se esmeró para que todo saliera bien, aunque le costaraun esfuerzo superior a lo previsto. En realidad, por las dudas queestaban sembrando los grupos disidentes y teniendo en cuenta laexperiencia vivida, muchos ya empezaban a poner en tela de juiciotodo lo referente a la Iglesia Católica y presentaban ciertaresistencia con relación a la iniciativa de don Boni. Solamente porrespeto hacia la memoria de don Blas aceptaron, posiblemente porúltima vez, acercarse a la Iglesia y cumplir con algunas costumbrespropias de los tiempos pasados.

Así que, al llegar el cura, muy pocos estuvieron presentespara recibirlo. No hubo guirnaldas de flores ni cohetes ni vallas deniños y niñas como de costumbre. Todo sencillo y todos en actitud

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inquisitorial, reprochándole al cura con su silencio y sus fríasmiradas el desinterés que en los últimos acontecimientos habíamanifestado por la suerte de la comunidad, que se estabadesmoronando ante la vista de todos, sin que él se dignara moverni un solo dedo. Por lo visto, lo único que le interesaba eraadministrar los sacramentos y cobrar.

Evidentemente para el cura no le resultó difícil darse cuentade que los tiempos habían cambiado y había llegado el momentode cosechar lo que había sembrado durante tantos años de totaldescuido pastoral con el pretexto del respeto hacia los usos y lascostumbres del pueblo. Ya el pueblo había abierto los ojos y sehabía dado cuenta del enorme vacío espiritual en que seencontraba.

Ante esta situación, al cura no le quedó más que apresurarlas ceremonias y retirarse, triste y avergonzado, como un ladrónsorprendido in fragranti, convencido de que probablemente erala última vez que pisaba la tierra de Cerro Tejón.

Al momento de despedirse de don Boni, tuvo algún instantede titubeo al estirar la mano para recibir el dinero pactado por suservicio, que se encontraba envuelto en un periódico. Pero la fuerzade la costumbre lo venció. Agarró el paquete con el dinero, lo aventóa toda prisa en la mochila y de inmediato tomó el camino de regresoa la sede parroquial, mientras don Boni se quedaba mirándolofijamente, con una enorme amargura en el corazón y totalmentedecepcionado por la manera de llevarse las cosas dentro de suIglesia.

Durante la noche, cuando todo estaba oscuro y las puertasde las chozas bien cerradas, don Boni se dio cuenta de que alguienestaba afuera y le estaba chiflando suavemente de una manera quele resultaba familiar. Se levantó de inmediato, abrió la puerta y sedirigió hacia la silueta que se vislumbraba a unos metros dedistancia. Era su hermano mayor. En un instante los dos sefundieron en un prolongado abrazo, entre lágrimas y sollozos.

Se alejaron unos metros más de la choza, se sentaron sobreun tronco de árbol y empezaron a revivir sus años de infancia yadolescencia a la sombra de su papá, el difunto don Blas, suparticipación en las fiestas patronales, los novenarios de difuntosy las novenas a los santos, cuando todo el pueblo estaba todavíaunido a la insignia de la fe y las costumbres. Hasta que llegaron losmentados «estudiantes de la Biblia» y todo se empezó a revolver.

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De una manera especial, fueron reviviendo su largo calvariode sufrimientos e incomprensiones de parte de los que más teníanque haberlos apoyado en sus esfuerzos por enfrentar el problemade la división religiosa.

— Lo que a mí más me pudo en todo este asunto — comentabadon Boni —, fue ver a tantos paisanos míos como ovejas sin pastor,y especialmente a mi papá encerrarse cada vez más en sí mismo,hasta perder la razón. Y todo esto ante el desinterés y la indiferenciade los que están al frente de la Iglesia: las religiosas, losconferencistas y el cura.

— A propósito del cura — preguntó el hermano mayor —, ¿tedejó algo de lo que se juntó con las limosnas y el pago de losbautismos, los matrimonios y las misas?

— Nada.— Lo sospechaba. ¿Y esto te parece justo? Tú gastando de tu

dinero para los pasajes y afanándote tanto para convencer a lagente, y el cura trabajando unas horas y llevándose todo el dinero.Por eso yo tomé la decisión de cortar por lo sano, apartándome deuna vez de la Iglesia y haciendo mi changarrito particular. Fíjateque apenas estoy empezando. No te imaginas hasta dónde voy allegar. ¿No te gustaría acompañarme? Verás que pronto habráchamba para todos.

— No. Yo me quedo aquí, en el lugar que me dejó mi papá.Un fuerte abrazo y se separaron definitivamente, tomando

cada uno su rumbo, sin rencores ni resentimientos: don Bonisiguiendo con sus rezos, cada día menos solicitados, y su hermanoafianzando cada día más su papel de visionario, enviado de Dios,profeta y apóstol de Jesucristo.

Todos los días, de casa en casa, no se cansaba de repetir loreferente a su visión, añadiendo continuamente más detalles acercadel tono de voz con que le habló Jesús («una voz potente»), el lugarde donde le habló («desde la cima de un árbol», que desde entoncesse llamó «el árbol de la visión»), el color del cielo («totalmenteazul») y la situación en que se encontraba («en éxtasis»).

Hablaba de una manera tan convincente que a nadie se leocurría sospechar mínimamente de que pudiera tratarse de uninvento y nada más. A los que le preguntaban si desde entoncestuvo otras visiones, contestaba invariablemente:

— Cuando tengo algún asunto importante que tratar con Dios,me pongo en oración profunda delante del árbol de la visión, entroen éxtasis y Jesús vuelve a presentarse como la primera vez paraseñalarme su voluntad.

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De hecho, de vez en cuando, en día y hora de la nocheanunciada con anterioridad, se acercaba al árbol de la visión, quese encontraba en su huerta, se ponía en oración, de pie, con losbrazos y las manos levantadas hacia el cielo y la mirada fija haciala punta. A un cierto momento se veía la cima del árbol inclinarsehacia él.

Según lo que contaba, era el momento preciso en que Jesúsla pisaba. Después algún curioso descubrió que se trataba de untruco y nada más: un alambre unía la cima del árbol a un enormetronco que estaba en el suelo. Bastaba poner el pie sobre el alambrey la cima del árbol se inclinaba hacia él. Lo curioso es que, noobstante que muchos se dieran cuenta del truco, la gente siguiócreyendo en las visiones del gran profeta y apóstol de Jesucristo.Así es cuando un pueblo se vuelve fanático: cree en cualquier cosay cierra los ojos ante toda evidencia, incapaz de distinguir entre laimaginación y la realidad.

La fama del gran profeta y apóstol de Jesucristo — asíempezaron a llamarlo todos — llegó a su máximo nivel cuando deun momento a otro apareció (ya se estaba poniendo de moda estapalabra en Cerro Tejón) una planta de luz y con ella la iluminacióneléctrica de la capilla y la proyección de películas sobre la vida deCristo y en general sobre los grandes personajes bíblicos.

Para muchos se trataba de verdaderos milagros, aparicionesde gente del pasado que llegaba a Cerro Tejón para confirmar laelección del gran profeta y apóstol de Jesucristo. Por lo tanto, sehacía siempre más difícil sustraerse a su fascinación. Además, cadadía iba perfeccionando su oratoria, sencilla y cautivadora, pasandocon mucha naturalidad del dialecto al español y viceversa yhaciendo alarde de un lenguaje lleno de imágenes, que encantabaal auditorio y lo tenía como hechizado.

Y mientras sucedía todo esto, don Boni seguía con su capillay sus rezos, siempre más solo y olvidado, un campesino más,símbolo de un pasado, añorado por unos y despreciado por otros,un pasado destinado a desaparecer.

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Conclusión

Alguien preguntará:— ¿Cómo se acabó esta historia?Respuesta:— Esta historia aún sigue y nadie sabe cómo ni cuándo se

acabará.En quince años en Cerro Tejón el número de las chozas

aumentó de noventa a ciento cinco. Ya hay un pequeño centro desalud. Se habla de que pronto llegarán el agua potable, la luzeléctrica y el teléfono, y con eso la tele-secundaria. Ya Cerro Tejóncuenta con la presencia de algunas personas más preparadas quese están volviendo en el motor del progreso: los maestros, laenfermera y los pastores.

¿Y la Iglesia Católica? Como siempre, con sus rezos y ritos,sin ideas nuevas, sin oxígeno, en lenta agonía. Aunque la terceraparte de la población aún sigue considerándose oficialmentecatólica, los que participan en los rezos no son más de diezpersonas. ¿Y los demás? En la sala de espera, hasta que alguien nolos convenza de un lado u otro.

¿Y tú, qué? ¿Seguirás indiferente, contemplando a don Bonien su Calvario? Es posible que, entre todos, ¿no habrá una Verónicao un cirineo, que se compadezca de él?

Zamora, Mich.; a 27 de julio de 2008.

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Las confesionesde Doña Amalia

Presentación

Hija de un combatiente por la fe y con una vida totalmenteimpregnada por los valores de la fe, poco a poco entra en conflictocon sus principios religiosos hasta llegar a renegar de sus mismasraíces católicas. Y todo esto por su espíritu de obediencia hacia losguías de la Iglesia; algo increíble pero cierto.

Un drama vivido por mucha gente y olvidado. Pues bien, paraque no se pierda este capítulo de la historia reciente de la Iglesia,escribo este relato. Muchos encontrarán en esta historia una luz,que podrá ayudarlos a iluminar su misma historia, una historia deconflictos interiores profundos, provocados por los que tendríanel deber de ayudar a resolverlos.

Una advertencia para cuantos, por el prurito de la novedad ymovidos por intereses inconfesados, desprecian el sentido comúnde los sencillos y se lanzan hacia aventuras sin sentido, causandodestrozos en el Pueblo de Dios.

México, D.F.; a 8 de agosto de 2008.

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Capítulo 1

A LA SOMBRA DEL MARTIRIO

Son las 10.00 de la noche. Acabo de impartir la última clasede Apologética en la periferia de una grande ciudad del norte. Aldespedirme de la gente y dirigirme al curato, los organizadores delevento, dos parejas de unos 40 años de edad (los esposos sonhermanos entre sí), me invitan a ir a cenar a la casa de su mamá,que no es católica.

– De todos modos – comenta el hermano mayor –, nuestramadre es muy educada. Estamos seguros de que nunca le va a faltaral respeto. Nos gustaría que la conociera y le pudiera compartiralgo de lo que nos platicó en estos días. Ella es muy inteligente ysin duda va entender las cosas con mucha facilidad.

– ¿Dónde está su casa?– Aquí cerca, a la esquina del templo.– Vamos.Al entrar en la casa la encontramos leyendo la Biblia y

posiblemente orando. De inmediato la cierra y me mira en actitudde sorpresa y satisfacción, como si me estuviera esperando.Después de las presentaciones y los saludos de costumbre, voy algrano, hablando del tema de la Iglesia y su relación con laformación del canon del Nuevo Testamento. Concluyo:

– Si la Iglesia Católica no es la Iglesia de Cristo, contandocon todas las garantías que Jesús dio a su Iglesia, entonces todosestamos perdidos. En concreto, si la Iglesia Católica fuera laprostituta del Apocalipsis, como la definen muchos de susadversarios, ¿qué garantía tendríamos de que los libros queconstituyen el Nuevo Testamento son Palabra de Dios y solamen-te ellos y no los demás libros que fueron excluidos por la Iglesia?

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Mientras hablo, veo a doña Amalia muy atenta e interesadaen el tema. Su rostro transparenta una íntima satisfacción.Teniendo en cuenta otras experiencias del pasado, sospecho algunatrampa:

– Sin duda – pienso – doña Amalia, que parece tan amable,se trae algún as en la manga. No entiendo el motivo de tantasatisfacción. En cualquier momento sacará las uñas.

Pues no. Doña Amalia es la mujer más sincera y transparen-te que he conocido.

– Mire, padre; yo estoy totalmente de acuerdo con usted. Enestos días me he dedicado a leer los libros que ha escrito usted ymis hijos me han hecho el favor de regalarme. Estoy segura de quela Iglesia Católica es la Iglesia fundada por Cristo y cuenta con laplenitud de la verdad y los medios de salvación, establecidos porel mismo Fundador. Desde que recuerdo, siempre he creído en esto.Solamente que ahora he logrado comprender su fundamentobíblico.

– Entonces, ¿por qué no se reintegra a la Iglesia Católica?– Mi querido padre, mi vida ha sido una larga odisea, que no

sé cuándo va a terminar. ¿Tiene tiempo para escucharme?– ¡Cómo no!Y empiezan sus confesiones. Sus hijos y nueras, que aparen-

tan estar entretenidos en preparar la cena, no se pierden ni undetalle.

+++++++++++

Nací en una familia profundamente católica. Mi padre fueun cristero muy activo y famoso en toda la región. Yo nací pocodespués de los mentados «arreglos», que más bien fueron unacapitulación impuesta por la jerarquía católica, sin consultar a losinteresados, que tuvieron que pagar las consecuencias. De hechomi padre fue asesinado después de los «arreglos», a traición. Loque los enemigos de la fe católica no lograron en el campo de bata-lla, lo lograron después, sin riesgo alguno, al amparo del gobiernomasón.

Yo no logré conocer a mi papá, pero todos me hablaban de ély sus hazañas contra el ejército federal, mediante emboscadas yen campo abierto. Su valentía se hizo legendaria en toda la región.Cuando la gente me veía, comentaba: «Amalia es la hija del difuntodon Enrique, el martillo de los federales». Se contaba que los sol-

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dados le tenían pánico. Cuando menos se lo esperaban, se lesaparecía al grito de «Viva Cristo Rey» y ¡sálvese el que pueda! Unosdisparos por aquí y por allá y desaparecía, como si se lo hubieratragado la tierra.

Mi mamá formaba parte de las brigadas femeninas queabastecían a los combatientes. Se la veía por todas partes con sucanasta en la cabeza vendiendo pan. En la práctica, en muchoscasos con el pan llevaba armas y parque para los cristeros. Encualquier momento se desaparecía entre los caseríos de la periferiay regresaba muy ligera, con la canasta vacía. Dejaba todo bajo lasramas de algunos árboles caídos, adonde llegaban los cristeros paratrasladarlo a la montaña.

A mí me tocó ir muchas veces con mi mamá a ver los lugaresdonde estuvo escondido mi papá con un grupo de seguidores, quedurante tres años tuvieron en jaque a los federales. Lo chistoso delcaso es que mi mamá conseguía las armas de la esposa de un oficialdel ejército. Y todo gratis. No sé si también ella formaba parte dela resistencia o lo hacía así nomás, para apoyar la causa.

Es que entonces nadie sabía quién formaba parte de lasbrigadas y quién simplemente simpatizaba por la causa. Todo sehacía en secreto. Uno conocía solamente a dos o tres personas,que formaban parte de la propia brigada, más el enlace con elmando superior, y nada más. En algunos casos una muchacha nosabía que su hermana también formaba parte de otra brigadafemenina. De esta manera, cuando alguien caía en manos delejército o de la policía, no podía dar mayor información de la queconocía, que era muy limitada.

De hecho, de vez en cuando alguien caía en las manos de lapolicía o del ejército, por sospechas, delación, por haber sidoencontrados in fragranti, fabricando bombas o llevandomuniciones, o también por estar muy apegados a la fe. Lostorturaban para que les proporcionaran alguna información orenegaran de la fe y los mataban. En un caso, por ejemplo, porodio a la fe católica, agarraron a un niño muy devoto y trataron dehacerlo renegar de su fe. Al ver su resistencia, le rebanaron la plantade los pies y lo obligaron a caminar de esa manera. Cuando vieronque el niño no cedía, les dieron de culatazos con los rifles hastaque murió, perdonando a sus verdugos y orando por su conver-sión.

Pues bien, yo viví toda mi infancia y adolescencia a la luz deestos ejemplos de fe y entrega a Dios, soñando siempre con el

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martirio. «¡Cómo me gustaría morir por Cristo!», me repetíacontinuamente. No solamente yo pensaba así. Muchísimos com-pañeros de catecismo pensaban lo mismo. Al escuchar el relatodel heroísmo de los papás y de tantos parientes y paisanos quehabían sufrido o dado la vida por defender su fe, todos soñábamoscon lo mismo: morir por Cristo y su Iglesia, en medio de los másgrandes tormentos.

Para nosotros la misa dominical y el rezo diario del santorosario eran ley. Todas las noches, antes de acostarnos, rezába-mos el santo rosario de rodillas, un rosario que nunca se acababa,porque mi mamá le añadía un montón de intenciones: por el papa,por los obispos, por los sacerdotes, por la paz mundial, por elaumento de las vocaciones, por los pobres pecadores, por losgobernantes, por la libertad de la Iglesia, etc. A cada intenciónseguía una breve explicación, que a veces se alargaba porque apro-vechaba para darnos consejos prácticos y despertarnos del sueño,y el rezo de un padrenuestro, un ave María y un gloria al Padre.

Otra cosa importante: a nadie se le ocurría desobedecer porningún motivo una orden del señor cura. Si el cura decía que unacosa era blanca, es que era blanca, aunque los ojos dijeran locontrario. Era más fácil pensar que uno anduviera mal de la vistaque sospechar que el señor cura se equivocara o mintiera. Lapalabra del cura era algo definitivo en los asuntos de la fe y enmuchos aspectos de la vida.

Hasta para casarse, cuando surgía alguna dificultad, se acudíaal señor cura y él decía cómo resolver el problema. Si un muchachono sabía cómo vencer la resistencia de los papás de la muchacha,acudía al señor cura y éste, cuando se daba cuenta de que elmatrimonio era viable, iba a la casa de los papás de la muchacha.Al verlo, los papás de la muchacha inmediatamente entendían queya no había nada que hacer. Su única respuesta era: «Sí, señorcura; vamos a hacer cómo usted ordene» y todo arreglado.

En la familia, en la calle y en la escuela a nadie se le ocurríadecir ni una palabra contra la religión o insinuar algo que pudieraponer en tela de juicio los dictados de la fe ni mucho menos negaralguna verdad, enseñada por la Iglesia. En mi pueblo todos éramoscatólicos de hueso colorado, dispuestos a dar la vida por la fe.Cuando alguien hablaba de los protestantes, que negaban tal o cualverdad de la Iglesia Católica, me horrorizaba, como si se trataradel demonio en persona, que quisiera hacer daño a los verdaderoscreyentes.

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Para mí y la gente que me rodeaba, hablar de Lutero era comohablar de un nuevo Judas, que, por intereses personales yposiblemente por motivos pasionales, había dado las espaldas a laIglesia, abandonado sus votos y casándose con una monja. Mejorguardarse de esa gente peligrosa, evitando cualquier contacto conella para no mancharse. Recuerdo que, antes de salir de mi pueblopara ir a la capital del estado para estudiar la Normal, en una solaocasión vi a un protestante durante las fiestas patrias. La gente loseñalaba, diciendo: «Es un protestante», como para decir: «Peligro:no se le acerquen». De hecho, nunca me le acerqué demasiado.Solamente traté de escuchar su voz, para ver si hablaba comonosotros y prácticamente no le encontré nada raro.

Con estas ideas pasé toda mi infancia y juventud, muyapegada a la Iglesia y muy comprometida. Desde mi primeracomunión me integré a la Acción Católica, ocupando diferentescargos de responsabilidad y ganando muchas distinciones a nivelparroquial y diocesano. Participé en muchas competencias comocatequista o miembro de la asociación y logré quedar siempre enlos primeros lugares. Mi párroco y toda la gente de mi pueblo meconsideraban como una de las más grandes promesas de mi pueblo.Con el pasar de los años empecé a brillar por luz propia y nosolamente por ser «la hija del difunto don Enrique, el martillo delos federales».

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Capítulo 2

ECUMENISMO INGENUO

Una vez graduada como maestra de primaria, empecé atrabajar en mi pueblo y unos años después me casé con Andrés, demi misma edad, maestro como yo y compañero de curso durantetoda la Normal. Los dos teníamos los mismos ideales; así quenuestro matrimonio desde un principio resultó todo un éxito.Muchos papás nos envidiaban y nos presentaban como ejemplopara sus hijos. «Fíjense con quién se van a casar – decían –. Quesea alguien temeroso de Dios y apegado al trabajo y al hogar, comoel maestro Andrés o la maestra Amalia».

Naturalmente yo seguí con mi catequesis y mi Acción Católi-ca, como siempre. No como pasa con tantas muchachas, que antesde casarse, están muy apegadas a la Iglesia y después se olvidancon el pretexto de las obligaciones del hogar. En mi caso no fueasí. Aunque tuviera que atender a mi esposo y a mis hijos, me lasingeniaba para cumplir siempre con mis compromisos comocatequista y miembro de la Acción Católica y para no perdermeningún curso de formación a nivel diocesano o nacional.

De hecho, pronto el señor obispo y los dirigentes de la AcciónCatólica empezaron a fijarse en mí, dándome encomiendas cadavez más importantes. Por lo menos dos o tres veces al año salía demi estado para cursos de formación, encuentros o congresos,representando a mi diócesis. Imagínese, padre, que en una ocasiónfui enviada hasta Roma, para un encuentro internacional sobre elpapel de la mujer en la Iglesia. Fueron años estupendos, mientrasmis hijos crecían y se afianzaba siempre más mi matrimonio. Enrealidad, desde un principio entre Andrés y yo hubo siempre lamás completa confianza.

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Hasta que llegó el Concilio y las cosas empezaron a cambiar.Recuerdo con cuánto entusiasmo lo habíamos esperado, soñandocon la «Iglesia de los Pobres» y el Nuevo Pentecostés del PapaJuan XXIII, que iban a inaugurar una nueva primavera para laIglesia. Con qué satisfacción íbamos enterándonos por el periódicodiocesano de los cambios que se iban a realizar en el campo de laliturgia y del apostolado de los laicos.

Pero pronto todo empezó a enfriarse con la aparición de unfantasma, que nadie sabía cómo definir: el ecumenismo. Se empezóa hablar de «hermanos separados» en lugar de herejes, de diálogoy comprensión en lugar de cuidado y rechazo, de acogida…Sinceramente todo esto nos desconcertó. Pronto los sacerdotes em-pezaron a tacharnos de retrógradas y fanáticos, ridiculizandomuchas de nuestras costumbres y actitudes y enalteciendo losvalores y la manera de ser de los de afuera. Empezaron a pintarnoscomo los malos de la película, a nosotros que habíamos luchadopor defender nuestra fe y estábamos dispuestos a dar la vida porella. De un momento a otro, quién sabe porqué, los herederos delos mártires nos volvíamos en villanos y atrasados.

Por aquel entonces ya diferentes grupos no católicos esta-ban presentes y muy activos en nuestra región. Muchos de susintegrantes eran los herederos de nuestros antiguos perseguido-res y en los nuevos credos encontraban un pretexto para justificarlas fechorías de sus padres y al mismo tiempo un motivo para seguiratacándonos. Pues bien, de un momento a otro, sin ninguna expli-cación, resultaba que ellos no eran como pensábamos, es decir,enemigos de nuestra fe, sino hermanos que teníamos que acoger yescuchar, buena gente, en muchos casos mejores y más entregadosque nosotros, un ejemplo a imitar.

¿Y sus ataques contra la Eucaristía, la Virgen y los santos?¿Y su afán iconoclasta contra todo lo católico? Parecía que el clerono estaba enterado de nada, como si viviera en otro planeta. Enuna ocasión, el mismo obispo fue a inaugurar un templo evangélico,enalteciendo los valores presentes en otras confesiones religiosas,como si nosotros como católicos necesitáramos de su ayuda parapoder ser verdaderos discípulos de Cristo.

Cada año, durante el octavario por la unidad de los cristia-nos que se lleva a cabo del 18 al 25 de enero, me tocó acompañar alobispo en su visita a los templos evangélicos. ¡Qué santaingenuidad! Llegaba, saludaba al pastor y a los principales de lacomunidad, rezaba un padre nuestro y ya. Mientras ellos se

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ufanaban por dar al acontecimiento el máximo realce. Sacabanfotos por todos lados, cantaban himnos muy bien ensayados, lucíanlas mejores prendas… Hacían todo lo posible para impactarnos.No digamos el discurso del pastor, que por lo general era unaverdadera pieza oratoria, comentando algún texto bíblico.

Aparte de esto, cada uno trataba de abordar a algún católicodesprevenido, ofreciéndole algún tipo de propaganda y pidiéndolesu dirección para dar continuidad al evento. Y así muchos católicosfueron cayendo en las redes de los grupos proselitistas por la actitudirresponsable de sus pastores y bajo sus mismas narices. Seguidose veían a los miembros de los grupos proselitistas ir de casa encasa, enseñando a los católicos una fotografía del obispo, mien-tras saludaba a sus pastores o rezaba en sus templos.

Le decían a la gente:– ¿Por qué no vienen a nuestro templo a orar con nosotros?

Si son verdaderos católicos, ¿por qué no imitan el ejemplo de suobispo? ¿Por qué nos tienen miedo?

– El obispo sabe que nosotros somos mejores. Por eso segui-do viene a nuestro templo para orar con nosotros y escuchar lapredicación que hace nuestro pastor, totalmente de acuerdo conla Biblia, lo contrario de lo que pasa en los templos católicos, dondehay puros rezos y adoración de ídolos.

– El obispo se está dando cuenta de que nosotros tenemosla verdad. Verán que pronto dejará la Iglesia Católica y se haráevangélico como nosotros.

Y con eso sembraban el desconcierto entre los fieles, queempezaban a dudar acerca de la validez de su pasado religioso,considerado por los mismos pastores de la Iglesia como fanatis-mo. No era raro escuchar a un cura invitar a los católicos a nocerrar la puerta a los que tenían otras creencias.

– No sean maleducados – les decían –. Recíbanlos, dialo-guen con ellos, acepten sus revistas, léanlas. Verán que no hay nadamalo. En el fondo, hablan de Dios, del mismo Dios que tenemosnosotros, aunque ellos tengan otra manera de honrarlo. Ábranse ydejen de ser cerrados.

Hubo algún caso (no en mi diócesis sino en una diócesis delsur de México), en que el párroco prestaba a los evangélicos lasinstalaciones parroquiales para sus campañas. A los que sequejaban por el hecho que muchos católicos se estaban cambian-do de religión a raíz de esta propaganda, el párroco les contestaba:

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– ¿No se dan cuenta de que es lo mismo? ¿No ven cómo elPapa se lleva con los que son de otra religión? ¿Nunca oyeron hablardel ecumenismo? Ecumenismo: todo es lo mismo. Dejen lamentalidad cerrada de antes y sean más abiertos y comprensivos.¿Dónde está el amor hacia el prójimo?

¡Pobres feligreses católicos, aventados por sus mismospastores en las fauces de los lobos rapaces! Créame, padre: todoesto fue para mí, mi familia y tanta gente más un verdaderomartirio. Mi mamá no aguantó. Pronto sus ojos empezaron a perdersu brillo y a empañarse por el tormento de la duda. Se volvióintratable y se encerró en sí misma, hasta que poco a poco se fueapagando.

Mi esposo se volvió en la burla de sus colegas, por su apego ala religión católica. Yo aguanté hasta que pude, con tal de nocontradecir a mis guías espirituales, que eran el obispo, el párrocoy los curas encargados de la catequesis. Por fin tomamos unadecisión: cambiar de lugar, aprovechando el hecho que el hijomayor había ganado una beca que lo obligaba a cambiar de estado.Así dejamos nuestra tierra para empezar una vida nueva en unlugar lejano, donde nadie nos conocía.

Pero antes de irnos, tuve una enorme satisfacción: el obispo,al despedirse de la diócesis por motivo de edad, reunió al clero, alas religiosas y a los laicos más comprometidos y reconociópúblicamente haberse equivocado al haberse precipitado enalgunas iniciativas en campo ecuménico, sin medir ni sospecharlas posibles consecuencias.

En concreto, se refirió a las visitas que había hecho a lostemplos evangélicos y el mal uso que de éstas se había hecho departe de sus pastores y feligreses en perjuicio del pueblo católico.Pidió perdón a todos por no haber sabido ser un buen pastor yhaber causado tantos destrozos en la Iglesia con su actitud ingenuae irresponsable. Concluyó, invitando a los presbíteros a ser másprecavidos en adelante y a desistir de toda iniciativa, que, en lugarde ayudar, pudiera perjudicar seriamente el futuro de la Iglesia.

De todos modos, ya todo estaba decidido. Así que dejamosnuestro pueblo y nos venimos a vivir aquí, en las afueras de estaenorme ciudad, en un ambiente totalmente diferente, con unapresencia de los grupos proselitistas bastante consistente y muchoindiferentismo religioso. Fíjese, padre, que nuestra parroquia enaquel tiempo contaba con más de cincuenta mil habitantes, aten-didos por un solo sacerdote. Qué diferencia con la parroquia de

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nuestro pueblo, que contaba con diez mil habitantes, atendidospor tres sacerdotes.

Ante una realidad tan espeluznante para nosotros, queestábamos acostumbrados a vivir siempre a la sombra del campa-nario y bajo la constante protección del señor cura, no hubo otroremedio que entrarle otra vez al quite, como se dice vulgarmente.Todos nuestros planes para descansar y desintoxicarnosespiritualmente, dejando a un lado la problemática religiosa,aunque fuera por un corto plazo, se fueron para abajo y prontonos organizamos para construir una parroquia en nuestra colonia,la que usted acaba de visitar. Naturalmente mi esposo y unaservidora fuimos los que más le echamos el hombro.

Con eso volvimos a oxigenarnos espiritualmente, lejos decualquier responsabilidad a nivel parroquial o diocesano. Regre-samos a la vida de antes, con nuestros rezos diarios, la misa y lacomunión dominical y la confesión mensual. Otra vez empezamosa respirar a pleno pulmón., sin problemas de ninguna especie.

Hasta que se inauguró la nueva parroquia y llegó el párroco.Y otra vez empezaron los problemas.

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Capítulo 3

LA HACIENDA DEL GRAN REY

Lo primero que hizo el párroco fue hablarnos de la GranMisión, una iniciativa que sin duda iba a resolver de raíz elproblema de la evangelización de los católicos alejados. En unencuentro diocesano nos iban a explicar los pormenores. Y preci-samente yo fui elegida para participar en dicho encuentro, noobstante todas mis reticencias. Ni modo. No me quedaba más queobedecer. Otra vez empezó mi martirio, como oveja llevada almatadero, sin poder oponer resistencia alguna.

El vicario de pastoral presentó la primera ponencia, hacien-do un análisis de la situación en que se encontraba la Iglesia,totalmente imposibilitada para llevar adelante la misiónevangelizadora que le fue encomendada por el Fundador. ¿Quéhacer entonces? Unir fuerzas trabajando juntamente con los«hermanos separados». Concluyó su intervención con la siguien-te perorata, que a mí me pareció totalmente absurda, una verda-dera locura:

– Basta de divisiones entre una Iglesia y otra, entre un credoy otro, dando al mundo un triste espectáculo de rivalidadesinnecesarias, que hoy en día no tienen sentido. Basta dedogmatismos. Que ya no sea la Iglesia Católica, la Iglesia Anglica-na o la Iglesia Protestante, que anuncie el Evangelio. Que sea laIglesia de Cristo, de la cual todos formamos parte de maneracomplementaria.

Al escuchar esto, se me hirvió la sangre en las venas. Teníaganas de gritar, rebelarme y correr. Pero me aguanté. Le pedí aDios que me ayudara a entender qué era lo que estaba pasando.Esperaba alguna protesta o aclaración de parte de algún cura o del

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obispo y nada. Empecé a temblar. Alguien se dio cuenta y llamó auna enfermera que me llevó a un cuarto contiguo y me midió lapresión, que estaba muy alta. Me dio una pastilla y regresé al salónde conferencias.

Posiblemente exageró la dosis, por lo cual se me nubló lavista, sentí un enorme cansancio y me dormí. Al despertar, meentregaron un panfleto en que se explicaba el proyecto de la GranMisión. Recuerdo que, cuando mis hijos mayores lo leyeron, lesdio un ataque de risa:

– ¿Qué pasó con nuestros curas? – comentaron – ¿En quéplaneta viven?

Insistieron en que dejara de asistir a este tipo de reuniones ytratara de no volver a involucrarme demasiado en los asuntos dela Iglesia.

– Ya vio lo que le pasó la otra vez. ¿Qué quiere ahora? ¿Quéle pase algo peor? ¿Quiere que le dé un infarto? Deje todo por lapaz. No se meta en estos asuntos de ecumenismo, que lo estánrevolviendo todo. Esto será para Europa o Estados Unidos, no paraaquí, donde nuestros dichosos «hermanos separados» nos quierentragar a todos. Es un asunto que tiene que ver con las iglesias his-tóricas y no con las organizaciones proselitistas que trabajan aquípara acabar con nuestra Iglesia. ¿No entienden nuestros curas queno puede haber ecumenismo con los que practican el másdescarado proselitismo religioso? ¿No entienden que elecumenismo y el proselitismo son como el agua y el aceite y por lotanto no puede haber ecumenismo donde hay proselitismo? ¿Enqué mundo viven nuestros curas?

Mi esposo pensaba lo mismo y me rogó que les hiciera caso,puesto que estaba de por medio mi salud y la paz del hogar. Perono. La fuerza de la costumbre me venció. Fui con el señor cura, lellevé el panfleto y le expuse mis dudas acerca de la viabilidad de talproyecto. El señor cura abrigaba las mismas dudas:

– Ni modo – concluyó –. ¿Qué le podemos hacer? Órdenesson órdenes. Alguien de nuestra parroquia tiene que participar enla capacitación que se va a dar en La Hacienda del Gran Rey. Quémejor que vaya usted, que ya tiene alguna experiencia al respecto.No quiero que vaya algún novato, que, al no entender bien las cosas,se haga bolas y lo eche a perder todo.

Acepté. No me quedaba otra, aunque por esta actitud de partemía poco a poco se fue enfriando la relación con mi esposo y mishijos mayores, que por la experiencia pasada estaban bien

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conscientes de la gravedad del problema en que me estabametiendo una vez más. Preferimos no tocar el tema religioso ennuestras conversaciones. Y yo, tonta, por el apego a mi fe poco apoco me fui hundiendo en la duda y la desesperación, sin que nadieme diera una mano para sostenerme.

Recuerdo el primer encuentro que tuvimos en el arzobispa-do los delegados de las distintas parroquias. Esta vez nos habló elencargado del ecumenismo:

– Por favor – insistió –, tengan paciencia, mucha paciencia.Allá se encontrarán con gente que no comparte totalmente nuestrafe. No discutan si algo no les parece. Aguanten. Son gente fervorosa,que tiene mucha experiencia acerca de cómo anunciar el Evangelioa los que no lo conocen, como son la mayoría de los católicos. Ellosnos pueden ayudar a despertar a este gigante adormecido que es elpueblo católico. Fijémonos en esto por el momento; después severán los detalles. Por el momento vayamos a lo esencial, que es elkerigma. Que todos sepan y entiendan que Dios nos ama y que enCristo está la salvación. Todo lo demás viene después: la Iglesia, laEucaristía, la Virgen, los sacramentos, etc. Primero lo primero;después lo demás. ¿Me expliqué?

De inmediato levantaron la mano algunos delegados, quedespués me di cuenta que eran miembros de la misma comisiónecuménica diocesana. Posiblemente ya estaban de acuerdo entresí.

El primero habló de la importancia del amor en la vidacristiana:

– Como dijo Jesús, tenemos que amar a todos, hasta a losenemigos, a los que nos odian y hablan mal de nosotros. Si nosamamos solamente entre nosotros los católicos, ¿qué méritotenemos?

Otro recalcó lo mismo con otras palabras y añadió:– Dejémonos guiar por los que tienen la misión de guiarnos.

¿Acaso nosotros pretendemos meternos de maestros para nuestrospastores? Acuérdense: el que obedece nunca falla.

Otro insistió en la importancia de estar al día y dejar atrássiglos de oscuridad y malentendidos:

– ¿Entendieron? – concluyó – El nuevo verbo que hoy endía resume la esencia de nuestro ser cristiano, es el ecumenismo.Si practicamos el ecumenismo siempre y con todos, ya la hicimos.Nada de pleitos para ver quién tiene la verdad. Nadie tiene la verdadabsoluta. Todos tenemos parte de la verdad. Cada uno ve las cosas

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desde su punto de vista. Por lo tanto, dejemos a un lado el problemade la verdad y enfoquémonos a la práctica del amor, un amor sincondiciones, dispuestos a sufrir hasta el infierno con tal de quetriunfe el amor y nuestros hermanos alejados conozcan y amen aCristo.

Muchos aplaudieron, mientras otros quedamos más descon-certados que nunca. En el intervalo, mientras tomábamos el café,me acerqué a un grupo de delegados que no estaban conformes yse veían bastantes irritados. Entre ellos había un ex seminaristaque había estudiado hasta teología. Estaba sumamente enojado:

– Todo lo que acabamos de escuchar, contradice totalmenteel dato bíblico y la historia bimilenaria de la Iglesia. ¿Cómo que«todos tenemos parte de la verdad» y que «todas las iglesiasconstituyen la única Iglesia de Cristo en manera complementaria»?Yo sencillamente me retiro. Digan lo que quieran, pero miconciencia no me permite ni siquiera escuchar este tipo de patrañas.

Y se retiró. Lo mismo hicieron todos los del grupo. Yo tuveun momento de incertidumbre. Estaba por seguir su ejemplo, perome detuve. El sentido de responsabilidad y el reclamo de laobediencia no me permitieron dar el paso. Ojalá lo hubiera hecho.Me hubiera ahorrado tantos sufrimientos inútiles en el futuro.

Así que, al toque de la campana, volvimos al salón deconferencias y el mismo obispo presentó al Pastor James, «unhombre de toda confianza, completamente entregado a la causadel Evangelio, con dotes excepcionales de predicador y organiza-dor, pieza fundamental para la realización de la Gran Misión».Exhortó a todos a ser muy cuidadosos en acatar sus orientaciones,puesto que de eso iba a depender esencialmente el éxito de lamisión.

A continuación tomó la palabra el Pastor James, con barba,güero, alto, bien fornido, con un castellano casi perfecto y dotadodel don de gentes. Su mirada y sus gestos no dejaban lugar a dudas:era un verdadero líder. Al solo verlo, todo el auditorio quedóprendado. Se hizo un silencio de tumba y empezó:

– Hace poco heredé un patrimonio considerable de parte dealgunos parientes lejanos. ¿Qué hacer? Me puse en oración y mellegó la respuesta del cielo. El Señor Jesús me dijo: «Quiero queconsigas una hacienda cerca de la ciudad y la consagres a minombre. En ella yo voy a realizar prodigios y milagros. Se llamará«La Hacienda del Gran Rey». Y pronto experimenté en mi personael primer milagro: en lugar de sentir un profundo rechazo hacia la

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Iglesia Católica, a causa de los prejuicios que me infundieron desdela niñez, empecé a sentir hacia ella un profundo amor y respeto.«¿Por qué, en lugar de criticarla – pensé –, no hago algo paraayudarla?» Y de inmediato corrí a ver al señor obispo, un auténticoapóstol de Jesucristo y totalmente abierto a la voz del Espíritu, leconté lo sucedido y juntos formulamos el proyecto de la Gran Mi-sión o Mega Campaña Evangelizadora.

Sinceramente, al solo ver al Pastor James y escucharlomientras hablaba, quedé hechizada. Un nuevo panorama se abríadelante de mis ojos: campos y campos de mies, listos para lacosecha. Es cierto, detrás de mí, escuché una voz que dijo: «¡Quécasualidad!». Pero no le hice caso. Es que me encontrabatotalmente extasiada al contemplar al Pastor James, mientrashablaba con tanta unción y fijaba en nuestros ojos su miradaescrutadora. Parecía un ángel bajado del cielo. Con su solapresencia el encuentro adquirió un tono completamente nuevo,más espiritual y, diría yo, místico. Todos teníamos la impresión deestar flotando en un mundo etéreo, nunca imaginado.

Después pasó a darnos el testimonio de su vida de unamanera altamente emotiva. Hasta el obispo derramó lágrimas alconstatar la eficacia de la acción del Espíritu Santo en sus elegidos.Yo por poco me desmayaba, aunque me daba cuenta de que entrelos presentes no faltaban algunos escépticos. Por desgracia no leshice caso, atribuyendo su actitud a la dureza del corazón. El PastorJames terminó su intervención, invitando a todos los presentes alevantarse y aceptar a Cristo como el único Salvador y Señor denuestra vida. Y nosotros, como bobos, obedeciéndole en todo.Parecíamos como hipnotizados.

Por la tarde, después de la comida, nos llevó a visitar La Ha-cienda del Gran Rey, que para la gran mayoría de los delegadosrepresentó el tiro de gracia. Allá nos recibió un coro de unascincuenta personas, que nos alegraron con himnos y cánticosespirituales. Nunca habíamos tenido la oportunidad de disfrutarde algo tan sabroso, mientras se alternaban los cantos con lostestimonios. Como conclusión del encuentro, hubo una oraciónde efusión del Espíritu Santo, presidida por el mismo Pastor James.Muchos se desmayaron. Nunca en mi vida había experimentadoalgo parecido.

Al final nos despedimos, todos eufóricos, convencidos de queun nuevo capítulo se estaba abriendo en la historia de la Iglesia,trabajando codo a codo católicos y hermanos separados, bajo el

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signo del Espíritu y a la insignia del Evangelio, sepultando de esamanera siglos de incomprensión, frialdad espiritual y esterilidadapostólica.

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Capítulo 4

CRISIS FAMILIAR

Al día siguiente la prensa, la televisión y la radio no habla-ban más que del gran acontecimiento, que sin duda iba tenerenormes repercusiones en todos los ámbitos de la sociedad. Entodos los medios aparecían juntos el obispo y el Pastor James,dando entrevistas y explicando los pormenores de La Gran Misióno Mega Campaña Evangelizadora, en la que todas las iglesiasestaban comprometidas. Su objetivo era «hacer un frente comúncontra la corrupción, la violencia y el deterioro de las costumbresy al mismo tiempo ofrecer a la sociedad un ejemplo concreto acercade la manera más correcta de resolver los múltiples problemas quela aquejan, mediante el diálogo y la concertación y no mediante laconfrontación, el encono o la mutua descalificación; y todo esto, ala luz del Evangelio».

Fue tan grande el impacto que este hecho causó en toda lasociedad, que el factor religioso, de un momento a otro y de unamanera inesperada, volvió a ocupar dentro de la sociedad unespacio que no había ocupado desde hacía siglos. Poco a poco lapalabra del obispo iba adquiriendo un peso decisivo en orden a labúsqueda de soluciones en todos los ámbitos de la sociedad,incluyendo el ámbito político. Sus homilías dominicales sevolvieron en uno de los acontecimientos más esperados en elquehacer estatal. Cuando se presentaban situaciones realmente di-fíciles entre un partido y otro, los sindicatos y las empresas o elgobernador y el congreso, todos esperaban, como un oráculo, lapalabra del señor obispo, un verdadero hombre de Dios y un árbitroconfiable, más allá de las partes y de insospechada solvencia moral.

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Desgraciadamente (y esto lo entiendo ahora que todo pasó yestoy en mejor condiciones de evaluar las cosas), el obispojuntamente con sus colaboradores más allegados pronto se dejóabsorber por los asuntos profanos, olvidándose casi por completode La Gran Misión. Según él, con el Pastor James la diócesis sehabía ganado la lotería, puesto que, contando con los fondosnecesarios, una gran experiencia y capacidad organizativa, prontotodo el pueblo católico recibiría el anuncio del Evangelio, en lamanera más eficaz y adecuada posible y sin perjudicarmínimamente el erario eclesiástico, por cierto muy exiguo.

¡Santa ingenuidad! Ni sospechaba mínimamente lo que leiba a pasar, es decir, que poco a poco el Pastor James le iba a quitarlos mejores elementos con que contaba la diócesis para evangelizar.De hecho los delegados, a medida que iban familiarizándose conel Pastor James, se iban acostumbrando a su manera propia dever y manejar los asuntos de la fe, sin que nadie interviniera. Dehecho, los presbíteros encargados de impartir enseñanza en LaHacienda del Gran Rey poco a poco se fueron escabullendo con elpretexto del exceso de trabajo, igual que los demás pastores, queal principio habían acudido al llamado del obispo y el Pastor Jamesy después se retiraron al sospechar algo turbio en todo el asunto. Yasí, sin que nadie se diera cuenta, poco a poco el Pastor James sevolvió en el dueño absoluto de nuestras conciencias.

No solamente lo encontrábamos en La Hacienda del GranRey el día domingo para la capacitación. También durante lasemana, cuando menos lo esperábamos, se presentaba en nues-tros hogares, trayéndonos casi siempre algún regalo. Ahora queme doy cuenta, me avergüenzo de mí misma por haber sido taningenua. De hecho, llegaba casi siempre a los hogares de lasdelegadas y casi nunca a los hogares de los delegados; ademásllegaba siempre cuando nos encontrábamos solas (quien sabe cómose enteraba de este detalle). Y no le digo cómo nos trataba. A todasnos llamaba «princesas» o «reinas». Nos hacía sentir muy bien,usando todo tipo de galantería. Según él, lo hacía para inspirarnosmás confianza y así tener más oportunidad de dirigirnosespiritualmente. De todos modos, su manera tan rara decomportarse con nosotras no dejó de despertar serias sospechasacerca de sus reales intenciones.

Yo, por ejemplo, completamente inexperta en este tipo decoqueteo, pronto me enamoré perdidamente de él y, aunque tratarade ocultarlo, no lo logré. Después supe que lo mismo les pasó a

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otras delegadas, lo que causó muchos problemas en nuestroshogares. Yo me imaginaba que solamente las mujeres nos damoscuenta cuando los hombres andan por mal camino. En esta cir-cunstancia me di cuenta de que lo mismo pasa con los hombres.También ellos, por detalles insignificantes, perciben cuando unarelación ya no es la misma.

Mi marido, por ejemplo (y eso lo supe después, cuandoempeoró la situación y tuvimos que enfrentar la realidad a cartasdescubiertas), se fijó en el brillo de mis ojos, que cambiaba deinmediato cuando hablaba del Pastor James. Bastó este detalle paraempezar a sospechar algo. Después se enteró de que seguido llegabaa la casa en su ausencia. Conclusión: mi marido y mis hijos mayoresdecidieron alejarse de la casa, buscando cualquier pretexto. Mishijos mayores apresuraron su casamiento y mi esposo, con laexcusa de la enfermedad de su madre, se jubiló y regresó a su puebloa vivir en la casa paterna. Y yo, tonta como siempre, no me dabacuenta de que mi hogar se iba desmoronando.

Al contrario, veía todo esto como una providencia de Dios,puesto que así podía dedicarme más a los asuntos de la evangeli-zación. Por lo menos esto era lo que quería aparentar, mientrasdentro me quemaba la pasión por el Pastor James. Quería verlocontinuamente, saludarlo y escuchar su voz mientras me decía «miprincesa». Esperaba algo más. Pero nada. El Pastor James era unverdadero mago en el arte de enamorar y dejar. Después me dicuenta de que lo mismo les pasó a otras mujeres. Y fíjese: siemprese trataba de mujeres casadas. Primero nos atrapaba y despuésnos hacía sufrir con sus descuidos y desprecios o provocando celosentre unas y otras. Y todo esto al amparo de la Palabra de Dios.

Nunca supimos si el Pastor James era casado o no, tuvierahijos, fuera soltero o gay. Su manera de ser era realmente rara.Con la misma galantería con que trataba a las mujeres, tratabatambién a los muchachos. En distintas ocasiones los invitaba a irde paseo con él. Los llevaba a los mejores restaurantes y les regalabaropa fina, muy costosa. En algún caso, los ayudabaeconómicamente para continuar con sus estudios. Realmente paramí el Pastor James ha sido y sigue siendo un verdadero misterio:por un lado aparentaba estar totalmente lleno de Dios y por el otrono era difícil descubrir que se tratada de alguien que era sumamenteastuto, intrigante y dominador, un verdadero maestro en el artede manipular los sentimientos, haciéndote sentir un santo y unhéroe y poco después un endemoniado y un gusano.

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Donde más se notaba su capacidad histriónica ymanipuladora era en su predicación. Una vez que se apoderabadel público, lo llevaba adonde quería y por el camino que quería.Con facilidad lo hacía pasar de un sentimiento a otro, según elcaso, haciendo derramar lágrimas, provocando gritos ensordece-dores o adormeciendo a todos. Según él, todo era fruto de la accióndel Espíritu Santo. Según mi opinión, ahora que ya pasó todo yveo las cosas con más serenidad y mente fría, en todo este asuntoel Espíritu Santo no tenía nada que ver. Sencillamente nos encon-trábamos ante un experimentado hipnotizador y sicólogo, que hacíatodo lo posible por impactar y crear dependencia. Lo que buscaba,era que lo consideráramos como un ser sobrenatural, dotado degrandes poderes, sin el cual nuestras vidas perdían todo sentido.

De hecho, cuando el clero se dio cuenta de la trampa, ya erademasiado tarde. La gran mayoría de los delegados y las delegadasno le hizo caso y se quedó con él. ¿Qué había pasado? Que el dichosoPastor James, una vez seguro de haber logrado un completo controlsobre nuestras personas, sacó las uñas, haciendo comparacionesentre lo que sentíamos antes de conocerlo a él y después, entre lacelebración eucarística y el culto dirigido por él, el uso de la Bibliadentro de la Iglesia y el uso que se hacía en La Hacienda del GranRey. Antes que el clero pudiera tomar conciencia de la situaciónque se estaba creando y tratar de poner algún remedio, ya casinadie participaba en la misa dominical de su parroquia. Muchospensaban:

– ¿Para qué ir a misa, una vez que asistí al culto en LaHacienda?

Muy pocos reaccionamos ante esta situación. De todosmodos, el Pastor James, en lugar de suavizar las cosas ante lasprotestas de algunos curas con sus delegados, encaró la dosis,acusándonos a nosotros católicos de idólatras y paganos y quitán-dose de una vez la máscara. ¿Y los ecuménicos a ultranza? Muchosse pasaron con el Pastor James. Otros se quedaron católicos, perocon ideas totalmente distorsionadas sobre aspectos importantesde nuestra fe. ¿Y el obispo? Como si no hubiera pasado nada,siguiendo con sus intervenciones en campo político y social yapareciendo en televisión acompañado de cualquier tipo de gente:atea, católica o de otra religión.

Una vez seguro de sí mismo, el Pastor James lanzó su pro-grama: «Para el año dos mil, dos mil templos» y ahora sí, a trabajartodos. La capacitación ya se acabó.

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Capítulo 5

SOLA

¿Qué hacer? ¿Seguir al Pastor James o regresar a mi parro-quia? No faltaron los ofrecimientos y las amenazas:

– Si usted se decide a dar el gran paso, verá que pronto serápastora.

– ¿Dónde usted experimentó de veras la presencia de Dios:en la Iglesia Católica o aquí con nosotros? Si fue con nosotros,¿por qué ahora nos quiere dar la espalda? Cuidado: un día el JuezSupremo le va a pedir cuentas.

– Hna. Amalia, ¿no le da pena regresar a la vida de antes?¿No entendió que la Iglesia Católica es la prostituta del Apocalip-sis? ¿Acaso fue inútil todo lo que aprendió con el Pastor James?Piénselo bien.

Confieso que hubo un momento en que mi mente se obnubilócompletamente y no supe qué decisión tomar. Pero una vez másvenció la fuerza de la costumbre con sus raíces profundamentecatólicas y resistí.

– Digan lo que digan los demás – pensé –, yo me reintegro ami parroquia. A ver qué hago.

Y así fue. Regresé a mi parroquia y le conté todo a mi párroco,que hizo el siguiente comentario:

– Me lo imaginaba. Desde un principio sospeché que iba aterminar así esta alianza híbrida entre la Iglesia Católica y el PastorJames. ¿Qué le podemos hacer? Así son las cosas. Ni modo: undescalabro más para la Iglesia. Una vez más, vimos como «los hijosde las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz» (Lc 16,8 ).

Una vez reintegrada a la vida parroquial, ¿qué hacer? Deacuerdo con el párroco, decidí dedicarme a los retiros de conver-sión. Claro que de esa manera pude aprovechar lo mejor que

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aprendí del Pastor James, especialmente en el aspecto didáctico,logrando realizar encuentros bastante amenos y atractivos, lo quepronto empezó a despertar algunas suspicacias:

– Lo que doña Amalia nos está enseñando a nosotros, ¿noserá lo mismo que aprendió con el Pastor James? Mucho cuidado.No vayamos a caer en una trampa.

– ¡Qué casualidad que ahora doña Amalia haya regresado ala parroquia, mientras todos los demás delegados se hayan quedadocon el Pastor James! En este caso, es preferible ser prudentes ydesconfiados.

¡Pobre de mí, rechazada de un lado y de otro! De todos modos,seguí adelante, contando con el apoyo incondicional del párroco,que conocía muy bien mis intenciones y me orientabaespiritualmente, evitando que cayera en una depresión. La mismaactividad me ayudó a no replegarme en mí misma y a olvidar pocoa poco la experiencia de La Hacienda del Gran Rey. Cada mestenía un retiro de conversión con gente nueva, que después se ibaintegrando en algún grupo parroquial o iba formando un gruponuevo.

Sin embargo, esta situación de relativa paz no duró muchotiempo. Un día, regresando de la escuela (aún no me habíajubilado), me encontré con la novedad que mis dos hijos menores,que ya estaban en la universidad, querían dialogar conmigo acercade temas religiosos. Accedí de buena gana, imaginándome que setrataba de una respuesta del cielo a mis oraciones y súplicas cons-tantes para su conversión. En realidad, mis hijos menores, a dife-rencia de los mayores, eran fríos espiritualmente. Posiblementeles afectó la problemática familiar, suscitada por motivos religiosos.

Desgraciadamente no se trataba de eso. El asunto era muchomás serio de lo que me imaginaba. Empezó el más grande:

– Mamá, sabemos que usted conoce bastante la religióncatólica.

– Bueno. Como saben, desde mi niñez estuve muy apegada ala Iglesia y he tenido muchas oportunidades para prepararme.

– Sin duda, habrá estudiado también la Biblia – siguió elhijo más grande.

– Claro. Cuento con un diplomado en Biblia y además hetenido la oportunidad de impartir algún curso bíblico. Para unavida auténticamente cristiana, la Biblia es fundamental.

– Muy bien. Puesto que está bastante preparada en Biblia,¿nos puede explicar el asunto de las imágenes? Como usted biensabe, la Biblia las prohíbe: Éxodo, capítulo 20, versículo 4.

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Me sentí perdida. En realidad, nunca había dado importan-cia a estas objeciones de los hermanos separados. Me habíanenseñado que, en lugar de estar peleando con ellos por detallesinsignificantes, era mucho mejor fijarse en lo bueno que tenían.

– Bueno – contesté –; estas son las ideas de los hermanosseparados, pero nosotros tenemos otra manera de ver las cosas.

– Aquí se trata de Biblia y no de maneras diferentes de verlas cosas. ¿Acaso para los católicos no vale la Biblia?

Por el tono de la voz y la convicción que manifestaban en sumanera de presentar el asunto, me di cuenta de que se trataba dealgo serio. Les pregunté cómo se habían dado cuenta de todo eso:

– El Pastor James nos ha ido abriendo los ojos poco a poco.Así me enteré que, durante mi ausencia, visitaba a mis hijos

y les enseñaba la Biblia a su modo, poniéndolos en contra de mí.De hecho, pronto me sacaron el asunto de la virginidad de María,del bautismo de los niños y muchos ataques más contra la fecatólica. No sabiendo qué contestar, les pedí que me dieran untiempo para investigar. Fui al párroco y nada; fui a un maestro deseminario y nada; fui al encargado del ecumenismo, le expuse elcaso y recibí un tremendo regaño:

– ¿Qué es esa tontería de discutir sobre asuntos de religión?Si sus hijos se quieren cambiar de religión, que se cambien. Cadaquien es libre de escoger la religión que más le convenga. Meextraña que usted, siendo una persona tan preparada, salga conesas tonterías.

– No se trata de tonterías. ¿Acaso yo no tengo derecho a quemis pastores me orienten en el campo de la fe? Ahora bien, pedíayuda al párroco y no me dio ninguna respuesta; fui con un maestrode seminario y me contestó que él maneja el ecumenismo y no laapologética, puesto que la apologética ya pasó de moda; vengo conusted y me regaña. ¿Se puede saber si la Iglesia Católica tiene o notiene una respuesta a los ataques que nos hacen las sectas?

Esta vez el encargado del ecumenismo se puso furioso:– ¿Qué es eso de llamar sectas a nuestros hermanos separa-

dos? ¿Le gustaría a usted que llamaran «secta» a la Iglesia Católica?– Es que existe una enorme diferencia entre la Iglesia Cató-

lica, que viene desde Cristo, y todas las demás agrupaciones quesurgieron después, como la del Pastor James.

– Es lo mismo. En realidad, todos buscamos al mismo Diosy todos podemos alcanzar la salvación en cualquier religión. ¿Noentiende usted que nadie tiene el monopolio de la salvación? Se ve

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que usted está muy atrasada. No se da cuenta de los últimosdocumentos de la Iglesia. Todavía anda con las cruzadas y elConcilio de Trento. Quiero que sepa de una vez que no cuenta con-migo.

Y me dejó plantada. Al verme tan deprimida y sin unarespuesta concreta, mis hijos me tuvieron lástima y me hablaroncon toda franqueza:

– Mamá, ya basta. ¿Aún no se da cuenta de que los curas laestán engañando, aprovechándose de su buena fe? Deje de unavez la Iglesia Católica y venga con nosotros.

Ahí me di cuenta de que ya lo había perdido todo: esposo ehijos, quedándome totalmente sola. Me refugié en la oración y elapostolado de los retiros espirituales. Notaba la euforia de mis hijosy no tenía el ánimo, el valor o la capacidad de dialogar con ellos.Me di cuenta de que me estaba pasando lo mismo queanteriormente les había pasado a mi marido y a mis hijos, es decir,sentirme excluida, ignorante y del montón. Es que el fanatismoreligioso es algo tremendo. Cuando uno cae en esto, es difícil podersacarlo. Se vuelve totalmente ciego y no hay razón que valga.

Imagínese usted, padre, qué triste fue para mí vivir con mishijos bajo el mismo techo, sin poder compartir lo más profundode nuestro ser, que es la fe, aquella fe que yo les había comunicadodesde su más tierna edad. Después vinieron los problemasreligiosos y todo se fue evaporando. Nuestras relaciones se fueronhaciendo siempre más superficiales: yo con mis cosas y ellos conlas suyas, yo una pobre pecadora y ellos los santos y elegidos, losque iban a transformar el mundo con la luz del Evangelio.

A veces buscaban cualquier pretexto para apartarse de mí,manifestando hacia mi persona el más profundo desprecio, segúnellos, por mi terquedad al rehusarme a dar el paso definitivo haciaCristo y su enviado, el Pastor James. En una ocasión me lo dijeronclaramente:

– Mamá, ya es tiempo de tomar una decisión: o se convierteo tenemos que separarnos definitivamente. Ya no podemos estarjuntos agua dulce y agua salada.

Y desde entonces empezamos a comer en mesas diferentes:una para ellos y otra para mí. Ellos los puros, los santos y loselegidos, y yo una pobre pecadora, maldita por Dios y merecedoradel castigo eterno. De esa manera la situación se volvió totalmenteinsostenible, hasta que los dos abandonaron la casa y cada uno fueformando su hogar. Uno se dedicó a su profesión como ingeniero

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civil y el otro se entregó totalmente a la causa del Pastor James,como misionero de La Haciendo del Gran Rey.

Y yo solita en la casa, dedicada completamente a la oración yal apostolado de los retiros espirituales. De vez en cuando mevisitaban mis hijos mayores con las nueras y los nietos. Tratabande consolarme, invitándome a no sentirme culpable por todo loque había pasado. En alguna ocasión fui a mi pueblo para ver siera posible una reconciliación con mi esposo. Pero todo fue inútil.El daño que le había causado había sido demasiado grande y ya nohabía vuelta de hoja. Vivíamos bajo el mismo techo, para no causarescándalo entre la gente, pero hasta ahí. Era imposible revivir elpasado.

Hasta que… Sí: «hasta que…». Ésta ha sido toda mi vida:una continua zozobra, un continuo «hasta que…». A veces tengomiedo a despertarme por la mañana, pensando: «¿Qué me va apasar hoy?» Pues bien, hasta que me llegó un recado de parte delconsejo parroquial: «Doña Amalia, ya no puede seguir dirigiendolos cursos de conversión por su falta de testimonio. ¿Cómo puedeorientar a los demás, si no puede con su mismo hogar?»

Para mí fue el acabose: sin esposo, sin hijos, sin apostoladoy sin escuela, puesto que por aquel entonces ya me había jubilado.Y podría añadir también: sin Dios. De hecho, por todo lo anteriorcaí en una profunda depresión. Aunque luchara con todas misfuerzas por acercarme a Dios y experimentar su consuelo, no podía.Me resultaba imposible dirigirme a Dios como antes, para decirle:«Padre». Más bien lo sentía como un ser lejano, todopoderoso ycruel. «Ni modo – pensaba –: la regué y ahora tengo que pagar».Mis antiguos amigos, de uno y otro bando, huían de mí, como sehuye de la peste en persona.

Ahora que todo pasó, entiendo que se trató de un período depurificación. Ahora entiendo mejor el grito angustioso de Jesús enla cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt27, 46). Me doy cuenta de que, con todo lo que me pasó, mi PadreDios contestó a mi deseo juvenil de martirio, un martirio lentoque empezó hace casi cincuenta años y aún no sé hasta cuándo vaa durar. Ojalá que este largo martirio sirva para que los responsa-bles de la Iglesia abran los ojos y sean más cuidadosos cuandotoman decisiones que pueden afectar profundamente la vida desus feligreses.

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Capítulo 6

EN BUSCA DE PAZ

En el momento en que me sentía más desesperada y busca-ba con ansia una señal del cielo como respuesta a mis súplicas deluz, apareció en mi casa el Pastor James con una propuesta muyconcreta y atractiva:

– Hna. Amalia, usted ya sabe cuánto la apreciamos en LaHacienda del Gran Rey. Estamos seguros de que usted aún tienemucho que dar para la causa del Evangelio. Pues bien, puesto queya dejó de dirigir los cursos de conversión, que por cierto han hechotanto bien a las almas sedientas de Dios, la invito a ser pastora deltemplo que tenemos en esta misma colonia, llamado «Paz y Pros-peridad». Actualmente cuenta con unos cuarenta feligreses y elpastor que está a su cargo me informa que mensualmente le quedanunos siete mil pesos, una vez sacados los gastos de mantenimien-to. Ahora bien, llevándose consigo a las personas que más laaprecian, fácilmente podrá conseguir mensualmente una entradade diez mil pesos. A mí me da el diezmo y se queda con nueve milpesos. ¿Qué le parece? Además, allá tendrá la dicha de pastorear asus mismos hijos, uno de los cuales, el misionero, será su ayudan-te. ¿Cómo la ve? A propósito, ¿cuánto le daba el cura por el servicioque prestaba a la parroquia como directora de los cursos de con-versión?

– Nada.– ¿Cómo que nada? Así que en la Iglesia Católica son mu-

chos los que trabajan y uno solo el que toma para sí todas lasganancias. ¡Qué injusticia!

No tuve tiempo ni para pensar. El Pastor James me tomó dela mano, me ayudó a salir de la casa y entrar en su coche, que estaba

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estacionado delante de la puerta. En unos minutos llegamos altemplo, donde estaban esperando unas cien personas, entre losmiembros de la comunidad y los invitados. El Pastor James mepresentó con palabras muy elogiosas y esperanzadoras con relacióna mi futuro desempeño como «pastora y predicadora del Evange-lio».

Me sentí como aturdida. Antes que pudiera reaccionar, mevi inundada de aplausos con abrazos y muestras de cariño de partede todos, especialmente de los antiguos compañeros, enviados aLa Hacienda del Gran Rey como delegados parroquiales paraespecializarnos en la evangelización. El momento culminante fuecuando se me acercaron mis dos hijos, que, según el Pastor James,se me habían adelantado en la aceptación de Cristo como su únicoSalvador y Señor. Me abrazaron con efusión, como nunca habíanhecho en su vida, me pidieron disculpas si me habían causado algúnsufrimiento en su intento de querer seguir a Cristo de una maneraradical y me prometieron todo su apoyo en el cumplimiento de lanueva misión que se me había encomendado como pastora y pre-dicadora.

Después supe que todo había sido preparado y hasta ensaya-do con anterioridad. De ahí su fuerte impacto en mi persona, tansensible y al mismo tiempo tan debilitada por las pruebas. De todosmodos, por lo menos por algún tiempo, la nueva experienciarepresentó para mí un gran alivio, puesto que me ayudó a olvidarmis penas y a volver a soñar en una nueva vida al servicio delEvangelio.

Así que pronto me lancé a la tarea de predicar con ganas laPalabra de Dios, aprovechando cualquier oportunidad para hablarde Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Para mí, hablar de lapasión de Cristo como preludio de la resurrección se había vueltoen un bálsamo, que calmaba los ardores de las heridas, y al mismotiempo me ayudaba a descubrir el sentido último de mi existencia.Era tanta la convicción con que hablaba que muchos, sin que yome lo propusiera, llegaban hasta a derramar lágrimas de arrepen-timiento o consuelo. Y todo esto hizo que pronto me llovieransolicitudes de parte de otras congregaciones para que yo hablaraen sus templos de un tema casi desconocido en sus ambientes.

Fue una experiencia bastante enriquecedora para mí y sinduda resultó de mucha utilidad para los que tuvieron laoportunidad de asistir a mi predicación. Pero no duró muchotiempo. Pronto empezaron las críticas:

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– La pastora Amalia parece más católica que evangélica.Habla demasiado de la pasión de Cristo. ¿Cuándo hablará de laprosperidad, que es el signo que acompaña siempre al verdaderocreyente?

– La pastora Amalia aún no se ha convertido completamen-te. Parece traumada por su pasado como católica y no se decide adar el paso decisivo, reconociendo públicamente al Pastor Jamescomo el enviado de Dios para los últimos tiempos.

No sé si por falta de conversión o por el miedo a llamardemasiado la atención, opacando la figura del Pastor James, elhecho es que, con el pretexto de la edad, antes de cumplir un añocomo pastora, fui exonerada del cargo, que fue entregado a mi hijo,el misionero. De todos modos, la experiencia como pastora ypredicadora para mí resultó de grande utilidad sea en el aspectosicológico, en el sentido que me ayudó a salir del estado de depre-sión en que me encontraba, sea en el aspecto económico, puestoque me aseguró un capital suficiente para vivir desahogadamentelos últimos años de mi vida.

Al realizarse el cambio, mis dos hijos evangélicos me supli-caron insistentemente que no volviera por ninguna razón a laIglesia Católica, puesto que de ahí dependía su porvenir, uno comopastor y el otro como ingeniero encargado de la construcción delos templos de la iglesia "La Hacienda del Gran Rey". Así que, unavez más, regresé a mi soledad. ¿Hasta cuándo durará? No lo sé.Dios dirá. Estoy en sus manos.

Hace unos días fui a ver a un padre de la catedral, le contétodo y su respuesta me dejó más desconcertada que nunca:

– Mire, doña Amalia – me dijo –: si usted cree que la voy aayudar a regresar a la Iglesia Católica, se equivoca. Sencillamenteno responde a mi manera de ver las cosas. Para mí, si quiereregresar, regrese y, si quiere seguir siendo evangélica, siga siendoevangélica. Es asunto suyo y a mí ni me va ni me viene.

En estos días, hojeando sus libros, me di cuenta claramentede que la Iglesia Católica es la única Iglesia que fundó Cristo, algoque siempre había creído, aunque nadie me lo hubiera enseñado,mucho menos con el fundamento bíblico que usted presenta.Estando así las cosas, le pregunto, padre, qué tengo que hacer paraagradar a Dios y al mismo tiempo no causar molestia a mis hijosevangélicos. Conociendo bastante al Pastor James, yo sé que escapaz de todo con tal de hacerme la vida difícil, si regreso a la Iglesia

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Católica e intento dar a conocer todas sus maniobras paraobligarme a dejar el catolicismo y pasarme con él.

Lo que más me preocupa es el daño que puede causar a mishijos, que prácticamente dependen de él en todo. Yo de por sí estoyacostumbrada a sufrir. ¿Acaso desde niña no soñé con ser mártirpor la fe, como mi papá?

Al escuchar las confesiones de doña Amalia, sinceramenteno sé qué pensar. Me siento como aturdido. Nunca me hubieraimaginado que por motivos religiosos se pudiera llegar a sufrirtanto, hasta soportar un verdadero martirio, lento y doloroso, conaltibajos y momentos de intensidad dramática, insospechables enun asunto destinado a dar serenidad y paz. Me levanto y la miro alos ojos, unos ojos cansados, que reflejan un profundo dolor, so-portado con una dulce resignación y una inmensa paz. Sufrimien-to y paz: compañeros inseparables de las almas grandes, signosinequívocos de elección divina y garantía segura de santidadprobada.

Mientras trato de balbucear unas palabras de consuelo yesperanza, para salir al paso de una situación para mí totalmenteinédita, suena el timbre y veo a las dos nueras de doña Amaliaprecipitarse hacia la puerta. Un servidor y doña Amalia nosmiramos a la cara y no sabemos qué pensar, puesto que acaba depasar la medianoche. Mientras tanto se abre la puerta y entranalgunas personas, al canto de las mañanitas. Estando en la pe-numbra, no alcanzamos a distinguirlas. Al mismo tiempo salen dela cocina los dos hijos de doña Amalia, gritando "Vivan los novios".

Realmente no sé qué pensar. Todo me parece una alucina-ción. Por fin veo a doña Amalia correr hacia adelante y abrazarse aun hombre que acaba de salir de la penumbra. El hijo mayor da laexplicación:

– Hoy mis papás cumplen cuarenta años de casados. Quere-mos que en su presencia, padre, renueven los compromisosmatrimoniales de hace cuarenta años.

Ante mis titubeos, aclara:– No se preocupe, padre, todo está arreglado. Nos regresa-

mos al pueblo donde nacimos. Allá nadie está enterado de losenredos que sucedieron aquí. Ya estamos de acuerdo con el señorcura de allá. Todo será como antes, como si no hubiera pasadonada. Católicos de hueso colorado, como siempre.

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Mientras tanto, las nueras y los nietos preparan un altar conun grande crucifijo y una imagen de la Virgen. Traen un lazo, loponen encima de los dos abuelitos, puestos de rodillas delante delaltar y abrazados. Yo, más confundido que nunca, improviso unaoración de circunstancia y empieza la fiesta con pastel y todo.

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Conclusión

Doña Amalia: ejemplo de un nuevo capítulo que se abre enel martirologio católico. Por su fidelidad a Cristo y a la Iglesia,sufre hasta lo imposible en el silencio, sin contar con ningún apoyoo reconocimiento oficial, al contrario entre la incomprensión o lacontrariedad de muchos pastores de la Iglesia; una advertenciapara cuantos, en nombre de una ideología, se vuelven insensiblesante el dolor humano.

Ojalá que, pasada la euforia del momento, el sacrificio(martirio) de doña Amalia sirva para volvernos más realistas ymenos aventureros en asuntos de tanta importancia para la fe y elfuturo de la Iglesia.

Richmond, VA (EUA); a 25 de agosto de 2008.

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El Padre Enriqueya no sabe qué hacer

INTRODUCCIÓN

El p. Enrique se ordenó sacerdote con las mejores intencionesy las más grandes ilusiones del mundo. Luchó, logró grandessatisfacciones, hizo todo lo que pudo. Pero poco a poco fueperdiendo la brújula. Le parecía estar sembrando en el mar, sinentusiasmo ni ilusiones. Una vida sin sentido.

¿No te gustaría conocer las razones más profundas de uncambio tan grande en la vida del p. Enrique, un sacerdote yluchador de cepa, acostumbrado a enfrentar los retos cara a cara,en campo abierto y a plena luz del día, sin fijarse si hay público odesierto, si es más probable la victoria o la derrota?

Sígueme: es tu oportunidad para acercarte a él, hacerlepreguntas y escucharlo, cuestionarlo y dejarte cuestionar por él.Aprovéchala. Podrá ser la aventura de tu vida.

Castellana Grotte (Italia), a 10 de septiembre de 2008.

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Capítulo 1

POR LA GLORIA DE DIOSY LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS

El p. Enrique cumple sesenta y cinco años de edad. Comosiempre, le organizamos una fiestecita entre los amigos más íntimosy allegados. No le gusta la grande pachanga, ni le gustan losdiscursos inflados de circunstancia. Prefiere lo sencillo yespontáneo. Acostumbra decir: «Los panegíricos después demuerto». Máxime ahora que anda alicaído, después de tantas luchasy tantos sueños frustrados, y posiblemente con algún achaque propiode la edad.

Desde un principio lo aclaró: «No quiero payasadas. Ya noestoy para eso. Así que, o hacemos algo que pueda ser útil paratodos o nada. En este caso, aprovecho para descansar y reflexionarun poco». Y citó el refrán: «Mucho ayuda el que no estorba».

Estando así las cosas, no nos queda más que reducir todo a loesencial: misa, comida y diálogo, un diálogo sin cortapisas, comoes su costumbre hacer entre amigos, y sin límite de tiempo. Cuandoalguien se siente cansado, se puede dormir tranquilamente (sinroncar demasiado fuerte, por supuesto, para no estorbar a losdemás) o retirarse. No pasa nada: así se hace entre amigos.

Empezamos por una pregunta de cajón:— Padre, ¿cómo se siente al cumplir sesenta y cinco años de

edad?— Muy agradecido a Dios por lo que me ha concedido realizar

durante todos estos años de vida.— ¿Algo concreto que quisiera destacar?— La capacidad de detectar a tiempo los problemas y

enfrentarlos. Naturalmente se trató de algo que fui adquiriendo poco

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a poco, después de un periodo de fascinación por ciertos líderes‘carismáticos’ y ciertas ideas ‘geniales’, que parecía iban arevolucionar el mundo y que después descubrí que eran ‘purademagogia’.

Como es el estilo propio del p. Enrique, pronto entramos enel vivo del tema, sin preámbulos ni nada. Alguien hace notar laconveniencia de empezar desde un principio, puesto que no todoslos presentes están enterados de muchos aspectos importantes desu vida. El p. Enrique accede de buena gana y empieza:

— Como muchos de ustedes ya saben, nací en una familiamuy religiosa. Nunca faltaba a la misa dominical, al catecismo, alas novenas y las fiestas de los santos, que se veneraban en mi pueblonatal. Las personas que más influyeron en mi formación espiritual,fueron la maestra de catecismo y el párroco, que era un verdaderoapóstol. Continuamente inventaba cosas para tenernos entretenidosy al mismo tiempo transmitirnos su pasión por «la gloria de Dios yla salvación de las almas».

Para alcanzar una vida siempre más conforme al Evangelio,nos comentaba anécdotas de la vida de los santos. Así, poco a poco,las figuras de San Felipe de Jesús, San Francisco de Asís, San JuanBosco, Santo Domingo Savio y Santa Teresita del Niño Jesús se noshicieron familiares. Era tanto el entusiasmo con que nos hablabade estos personajes, que poco a poco se fueron volviendo en nuestroshéroes y por lo tanto para nosotros alcanzar la santidad, imitandosus ejemplos, se volvió en el objetivo principal de nuestra vida.

Como método práctico para alcanzar este objetivo, nosinculcaba el rezo de las jaculatorias, las visitas al Santísimo y lapráctica de las florecillas, pequeños sacrificios que servían comoentrenamiento para aprender a dominar nuestros instintos y hacerel bien. Su refrán era: «Cada día por lo menos una florecilla».

Auxiliado por la catequista, trató de ayudar a todos los niñosy adolescentes a canalizar todas nuestras energías hacia los valoresespirituales, soñando con ser santos y apóstoles como él. Nosexhortaba a no desperdiciar ninguna oportunidad para hablar deDios a nuestros compañeros de salón y llevarlos al catecismo.

Entre todos los niños y adolescentes, seleccionó un grupo de«vanguardistas», y yo formaba parte de él, especializado en abordara los niños y muchachos de nuestra misma edad para cuestionarlosacerca de la fe y llevarlos a la práctica de la vida cristiana.

Cada uno se las ingeniaba para ver cómo llevar gente a Cristo,metiéndose en las pandillas del barrio o participando en todas las

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iniciativas (canto, teatro o deporte), que se organizaban en laparroquia o la escuela. Lo importante era hacer algo para estar lomás posible en contacto con los demás niños y adolescentes,hacérnoslos amigos y llevarlos a la vida sacramental.

Periódicamente nos reuníamos para intercambiar nuestrasexperiencias, evaluar los resultados conseguidos y revisar lasestrategias utilizadas. Lo que más nos entusiasmaba era notar concuánto interés el párroco escuchaba todo lo que decíamos.

Cuando teníamos algún éxito, exclamaba: «Aquí están misvalientes campeones. Con ustedes vamos a conquistar el mundoentero». Y cuando teníamos algún fracaso (que algún muchachono nos había hecho caso o se encontraba en serias dificultades, sinque nosotros pudiéramos hacer algo para ayudarlo), comentaba:«Ni modo. No siempre es posible lograr todo lo que se quiere. Unavez que hicimos lo que pudimos, pongamos todo en las manos de laVirgen de Guadalupe y verán que algo va a pasar». Y nos impulsabaa echarle siempre más ganas.

A veces le pedíamos algún consejo o sugerencia acerca de lamanera de llevar a cabo alguna iniciativa. Él en este caso era muyprecavido. Sabía que no nos podía dar atole con el dedo, como si setratara de niños ingenuos. Entonces, decía: «Miren, muchachos.Aquí no se trata de pura teoría; aquí se trata de práctica. Y en estosinceramente ustedes me ganan. Fíjense que, desde cuando yo eracomo ustedes hasta ahora, han cambiado muchas cosas. ¿Qué lespuedo decir? Pueden intentar esto y esto. Pero no garantizo nada.Son ustedes quienes harán la experiencia y van a ver si algo funcionao no».

Y con esto, más nos impulsaba a echarle ganas, inventandocosas y no dejando nada sin intentar. Recuerdo con qué pasiónescuchaba nuestros relatos, preguntando por tal o cual detalle. Ynosotros contestando siempre (a veces exagerando las cosas, comoahora hacen los artistas en la televisión). En realidad, nos sentíamosimportantes, como si fuéramos verdaderos héroes, descubridoreso aventureros. Teníamos la conciencia clara de estar haciendohistoria.

A medida que el p. Enrique se va adentrando en dar su testi-monio, se olvida de sus problemas y regresa a ser el de siempre:entusiasta y emprendedor, dispuesto a enfrentar el mundo enterocon tal de hacer realidad su sueño de procurar la mayor gloria deDios y salvar todas las almas posibles, siempre rodeado de gente einventando cosas. Ya se le fue el pesimismo; ya se olvidó de la edad

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y los posibles achaques, decepciones o descalabros. Al revivir suinfancia y adolescencia, recobra su acostumbrado entusiasmo yvigor.

Alguien interviene:— Padre Enrique, no creo que toda su niñez y adolescencia

haya sido puro amor a Dios y a las almas descarriadas. Tambiénusted con sus compañeros habrá hecho alguna travesura.

— Claro. Como todos, también nosotros hacíamos travesuras,no cosas graves, inocentadas diría yo. Recuerdo que un día,terminada la reunión de costumbre y viendo que el sacristán estabaausente, se nos ocurrió la idea de ir a la sacristía para tomar lasostias. De hecho, había muchos paquetes de ostias. Abrimos unosdos paquetes y nos comimos todo. Una vez realizada la operación,alguien sugirió la conveniencia de completar el desayuno sagradocon un poco de vino. Dicho y hecho. En pocos instantes se acabó labotellita de vino de consagrar. ¿Qué hacer? No había otra. Corro ami casa y le echo tequila.

Imagínense qué pasó al día siguiente, cuando el cura, almomento de beber del cáliz, se dio cuenta de que no era vino sinotequila. De inmediato me echó una mirada de fuego (¿quién hubierapodido ser el autor de tanta fechoría si no yo?). Parecía que quisieradevorarme. Al verme descubierto, antes que me agarrara (le estabasirviendo de monaguillo), me eché a correr en pleno templo ante elasombro de todos.

Después me dijeron que el padre tuvo que suspender la misa,mandar al sacristán al curato por otra botella de vino y solamentedespués pudo concluir la celebración eucarística. Naturalmentedurante una semana no me aparecí en la parroquia, hasta que uncompañero fue a verme para decirme de parte del padre que mehabía perdonado y que no tuviera miedo a regresar a la parroquia.

El que no me perdonó fue mi papá, que, al enterarse del asunto(quién sabe quién se lo contó y con qué intención), me llamó y meconminó a contarle todo, detalle por detalle. Al solo mirar su cara yescuchar el tono de su voz, me di cuenta de que la cosa iba en serioy casi seguramente se iba a concluir con una buena paliza. Ni modo.Al no saber en realidad qué era lo que él sabía en concreto, tuve queser preciso al contar todo lo sucedido.

Sin embargo, me di cuenta de que, a medida que iba contandolas cosas, su cara se iba serenando. Seguramente se había imaginadoalgo peor. Noté que, al momento de hablar del tequila, se volteópor otro lado y fingió toser. Posiblemente le estaba dando un ataque

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de risa. Entonces, al sentirme fuera de peligro, empecé a exagerarlas cosas, causándole más hilaridad, hasta que no logró componersey concluir el asunto con algún consejo de poca relevancia, tantopara salir al paso. Después posiblemente se habrá metido en algúnlugar apartado para reírse a sus anchas.

Recuerdo que por este hecho durante algún tiempo me volvíen la fábula de los parientes y amigos de familia. En cualquierencuentro, mi papá quería que yo repitiera la historia del tequila,según él, para que los demás se dieran cuenta del pillo que era yo yno se le ocurriera a nadie repetir lo mismo. En la práctica, creoque lo hacía para volverse a reír y hacer reír a la gente. Muchoscomentaban: «Mira nomás: Enrique parece tan piadoso y ¡queríaemborrachar al cura!».

Alguien le pregunta al p. Enrique a qué edad entró alseminario.

— A los quince años, después de haber terminado lasecundaria. Lo único que me costó fue el ambiente cerrado propiodel seminario. Extrañaba a mis amigos y de una manera especialla libertad de acción que teníamos en el campo del apostolado. Enel aspecto espiritual, hubo bastante adelanto con la misa, lameditación y el rezo cotidiano del santo rosario.

Recuerdo cuánto fervor nos inspiró la llegada de unmisionero, expulsado de China. Su testimonio nos llenó de santocelo por el anuncio del Evangelio por todo el mundo, comenzandopor el ambiente en que vivíamos. Para nosotros, jóvenesseminaristas, pensar en la enorme cantidad de pueblos que aúnviven sin conocer a Cristo, representaba un verdadero tormento.Una frase que se me quedó bien grabada en la mente (no sé quiénla pronunció por primera vez), fue la siguiente: «Cruzar los mares,salvar un alma y morir».

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Capítulo 2

UN NUEVO PENTECOSTÉS

Así cursé la preparatoria, el introductorio y parte de la filosofía,sin grandes novedades. Hasta que apareció en el escenario eclesialla figura del Papa Juan XXIII con el anuncio del Concilio EcuménicoVaticano II. Este hecho representó el detonante que despertó en laIglesia enormes esperanzas, cuya realización implicaba grandescambios, encaminados a crear una Iglesia joven, libre de todaatadura inútil y totalmente entregada a la vivencia de la fe de unamanera más auténtica y al anuncio del Evangelio con más eficacia,utilizando todos los medios que ofrece la tecnología moderna.

Desde entonces se empezó a hablar de un «NuevoPentecostés», la «Iglesia de los Pobres» y la «Puesta al día»(traducción de la palabra italiana «Aggiornamento»). Pronto, deuna manera inesperada, surgió en el corazón de todos un anhelogeneralizado de pasar de una Iglesia inmóvil y centrada en sí misma,que miraba hacia el pasado, a una Iglesia volcada hacia afuera ycon la mirada fija hacia el futuro. Cada uno empezó a soñar conalgo diferente, a la insignia de la autenticidad, la eficacia y la aperturahacia todos.

Lástima que al mismo tiempo se fue abriendo camino un ciertoespíritu iconoclasta, especialmente en el campo litúrgico, atacandode una manera especial el uso del latín e identificando todo lo pasadocon el oscurantismo. El problema fue que, de hecho, con el latín sedio al traste con siglos de música sacra (el gregoriano y la polifónica),un patrimonio artístico de inestimable valor. Ni modo. Así es el serhumano, que con facilidad pasa de un exceso a otro. Ojalá que algúndía se logre alcanzar un cierto equilibrio, recuperando lo mejor delpasado y al mismo tiempo estando abiertos a toda novedad creadora,que lleve el sello de la autenticidad.

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Recuerdo con cuánto entusiasmo se esperaba la reformalitúrgica. Fíjense que en aquel tiempo la gente piadosa asistía a lamisa rezando el rosario «para no perder tiempo». Cada quienactuaba por su cuenta: el sacerdote, el coro y el pueblo. Aún no sehablaba de «participación litúrgica» de parte del pueblo ni sehablaba de comunidad. Eran términos totalmente ausentes en ellenguaje litúrgico preconciliar. Solamente los que más estabanmetidos en las cosas de Dios (religiosas, seminaristas o algunoslaicos más preparados) utilizaban el misalito, que les permitía seguirpaso a paso los distintos momentos del acto litúrgico juntamentecon el sacerdote celebrante. Los demás o rezaban el rosario omeditaban sobre algún aspecto de la fe o estaban en la misa cuerpopresente, mientras la mente se ocupaba en cualquier otra cosa.

Al escuchar esto, todos quedamos asombrados, pensando enel tipo de liturgia que se manejaba antes del Concilio, algo totalmentedesconocido para nosotros, que contamos con otro tipo deformación. El p. Enrique se da cuenta y ahonda más en el tema:

— Es que en realidad, con el Concilio Ecuménico Vaticano II,la Iglesia dio un gran paso adelante en muchos aspectos de su vidainterna y en su manera de situarse ante el mundo exterior. Antesdel Concilio, por ejemplo, a nadie se le ocurría permitir el ingreso asu casa a uno que, profesando un credo religioso diferente, intentaraconvencerlo de algo que estuviera en contra de la propia fe. Muchomenos se permitía a un católico visitar un templo de otra confesiónreligiosa.

— Entonces, por lo general, en su ambiente ¿cómo fue vistoel surgir de la problemática ecuménica? — pregunta uno de lospresentes.

— Como algo curioso y al mismo tiempo interesante, perolejano, algo que no tenía nada que ver con nuestra realidad, puestoque en nuestros pueblos todos éramos católicos. De todos modos,no faltó gente que se entusiasmó por este tipo de problemática, hastasentirse acomplejada por vivir en un ambiente totalmente católicoy soñando con vivir en un ambiente «plural» (otra palabra, quepoco a poco se fue abriendo paso dentro de la Iglesia desde elanuncio del Concilio).

— A usted, en concreto, ¿qué le llamó más la atención con elanuncio del Concilio? — pregunta otro de los presentes.

— Aparte del aspecto litúrgico, fue el aspecto organizativo,buscando en todo una mayor eficacia y evitando todo lo inútil uostentoso. Por ejemplo, con el anuncio del Concilio, se empezó a

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hablar mucho de los límites de edad para todos los que tuvieranalgún cargo en la Iglesia, en concreto, los párrocos, los obispos y elmismo papa. Según mi opinión, los límites de edad tendrían queser los sesenta y cinco - setenta años. «Si esto es posible y ventajosoen las empresas privadas y la administración pública —pensaba—,¿por qué no tiene que ser posible y ventajoso también dentro de laIglesia?» En realidad, en este aspecto en la Iglesia había muchassituaciones realmente dramáticas con párrocos y obispos, querebasaban los noventa años de edad y no se decidían a renunciar.Según los opositores, habría que considerar como un matrimonio,y por lo tanto indisoluble, la unión del párroco con su parroquia odel obispo con su diócesis. «Entonces — objetaba yo —, ¿por quélos párrocos y los obispos de todos modos renuncian cuando setrata de acceder a un cargo de mayor responsabilidad o prestigio?»Evidentemente se trataba de puros pretextos para ocultar en losambientes eclesiásticos un desmedido afán de honores, poder ydinero, algo totalmente contrario al espíritu del Evangelio.

En esta misma línea iba mi deseo de que fuera cambiando elvestuario de los dignatarios de la Iglesia. A veces cierta manera devestir de los obispos y de los cardenales me parecía carnavalesca,cosas de siglos pasados, propias de los reyes y de los príncipes enalgún momento de la historia. Lo mismo con relación a los títulosde «excelencia», «eminencia» y similares. Fíjense que en lasprocesiones, si bien recuerdo, los obispos llevaban una cola de tresmetros y los cardenales de seis. Había un encargado para llevarla(como se hace ahora con las novias), que se llamaba caudatario(cauda = cola). Todo esto me parecía abiertamente contrario alespíritu del Evangelio y me dio mucho gusto al ver como poco apoco fue desapareciendo de la vida de la Iglesia.

Otro tema que me llamó mucho la atención fue el de la «Iglesiade los Pobres», es decir, una Iglesia en que los pobres se sintieran agusto y pudieran vivir su fe sin ningún tipo de marginación. Antesdel Concilio, en realidad, era evidente, dentro de la Iglesia, una ciertadiscriminación entre los ricos y los pobres. Era difícil, casi imposible,ver a un pobre que enseñara el catecismo a una persona rica.Normalmente los que tenían una mejor posición social eran los quemás rodeaban al cura y al obispo. En algunos templos había sillas obancas especiales con los nombres de las personas que las habíanregalado y por lo tanto estaban reservadas para ellas y sus herederos.Si alguien se sentaba ahí, al llegar el dueño, tenía que pararse yceder el lugar.

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En fin, con el Concilio, un aire nuevo de mayor autenticidadevangélica empezó a permear los distintos ambientes eclesiales:menos apariencias, menos honores y más fidelidad al Evangelio. Ytodo esto con miras a favorecer una vida cristiana más auténtica alinterior de la Iglesia y al mismo tiempo ponerla en mejorescondiciones para poder cumplir con más eficacia el mandato deCristo de ir a predicar el Evangelio por todo el mundo.

Ésta fue mi percepción acerca del papel que el ConcilioEcuménico Vaticano II estaba destinado a desarrollar en la historiade la Iglesia. Era convicción común que con el Concilio se preparabapara la Iglesia un «Nuevo Pentecostés».

Al escuchar el relato del p. Enrique acerca de la manera cómopercibió el acontecimiento conciliar, entendemos más el desalientoque lo embarga actualmente ante una realidad muy diferente de laque había soñado en su juventud. Con miras a profundizar másdicho acontecimiento, alguien le pregunta:

— Padre, antes, durante e inmediatamente después delConcilio ¿nadie se dio cuenta de los riesgos que se perfilaban parael futuro de la Iglesia con las medidas que se estaban tomando?

— Muy pocos, que por lo general eran tachados de retrógradas.El entusiasmo y la euforia del momento nos volvieron ciegos casi atodos. Era tan grande el deseo de cambio que se estaba dispuesto acualquier sacrificio con tal de acelerar la llegada del «NuevoPentecostés», visto como el inicio de una «Nueva Primavera» dentrode la Iglesia. Se trataba de una fe ciega en los destinos de la Iglesia,convencidos de que se estaba viviendo uno de los acontecimientosmás importantes de su historia.

Después los hechos demostraron ampliamente cuánprovechoso hubiera sido para todos haber tenido en cuenta muchasseñales de alarma, que desde un principio empezaron a surgir portodas partes. Se trató de un descuido, cuyas consecuencias aún noalcanzamos a medir adecuadamente.

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Capítulo 3

DEL TRIUNFALISMOAL COMPLEJO DE CULPA

Y AL DERROTISMO

Pues bien, en este clima de esperanza y fervor religioso curséparte de la filosofía y toda la teología. Con esta misma esperanza yel mismo fervor me ordené sacerdote, animado por un celoapostólico y un deseo de santidad sin medida. A eso me llevabatoda mi formación y experiencia anterior, desde la niñez, laadolescencia y la juventud como seminarista.

Sin embargo, poco a poco todo se fue desvaneciendo al surgiren los ambientes eclesiales un liderazgo, cuya misión parecía ser lade acabar con los mismos cimientos de la Iglesia, haciendo de ellauna simple institución humanitaria, destinada esencialmente afavorecer el bienestar material de la sociedad, abandonando a susuerte las comunidades cristianas, que poco a poco fuerondecayendo, dominadas por una profunda «asfixia espiritual».

Puesto que se trataba de «teólogos» de renombre y de«obispos» destacados, era difícil disentir de ellos públicamente ennombre de lo que siempre se había creído y enseñado en la Iglesia.Se hablaba de teología «conciliar» en oposición a la teología«tradicional» o «preconciliar», de «progresistas» y«conservadores», como si los asuntos de la fe y la vida de la Iglesiafueran un simple problema «teológico», sujeto a los gustos y a lasmodas del momento.

Años después una frase del Papa Paulo VI me ayudó a aclarartodo el asunto «El humo de Satanás llegó hasta el altar». Sí, estofue lo que pasó y lástima que me di cuenta demasiado tarde: Satanás

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metió la cola en el asunto de la puesta al día en la Iglesia y todo seenturbió. El espíritu iconoclasta y la manía de novedad invadieronlargos sectores del clero y la vida religiosa, que poco a poco fueronperdiendo el sentido de su misión, causando un enormedesconcierto y una tremenda angustia entre los feligreses, alquedarse sin una guía segura como había sucedido en el pasado.

De por sí, desde el anuncio del Concilio, ya se preveía que losnuevos aires, que se empezaban a respirar, iban a causar algún tipode trastorno dentro de la Iglesia. Posiblemente iban a causar algúnresfriado especialmente a sus miembros más delicados,acostumbrados a vivir siempre apegados a las sotanas de los curasy evitando cualquier contacto con ideas o personas, que pudieranponer en peligro su fe.

Pero la realidad rebasó todas las previsiones. Ya no se tratóde un simple resfriado, sino de una verdadera pulmonía, que enmuchos casos llegó a causar un verdadero colapso de lasinstituciones eclesiales. Poco a poco los seminarios se fueronvaciando, muchos clérigos dejaron el ministerio y las congregacionesreligiosas sufrieron el más grande descalabro de su historia.

En realidad, ya no tenía sentido entregarse totalmente a Dios,si en el fondo se trataba de desarrollar una labor esencialmentehumanitaria. En este caso, era mucho mejor meterse directamenteen la política o adherirse a una ONG (organización nogubernamental), que entrar primero en un seminario o conventopara después hacer lo mismo que los laicos, con la desventaja decontar con menos preparación específica y menos libertad de acción.

Los documentos conciliares que más influyeron a crear estasituación, fueron los que se referían a la libertad de conciencia, lalibertad religiosa y el ecumenismo. De por sí se trataba dedocumentos altamente positivos para formar la conciencia delcatólico en el nuevo contexto cultural, que poco a poco se ibaperfilando en la sociedad, una sociedad que con extrema celeridadse estaba liberando de la tutela clerical para volverse cada vez máslaica y plural.

En este contexto, entonces, era necesario aclarar que todo serhumano tiene derecho a enfrentar el problema religioso según sucapacidad, buscando a Dios con toda libertad (libertad deconciencia) y manifestando su fe públicamente, sin presiones deningún tipo (libertad religiosa). Al mismo tiempo era necesarioaclarar el nuevo tipo de relaciones que habría que establecer entrelas distintas expresiones religiosas (diálogo ecuménico entre

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cristianos y diálogo interreligioso con relación a todas las demásreligiones, empezando por los judíos y los musulmanes, por profesarcomo nosotros la fe en un solo Dios), relaciones impregnadas porun espíritu de tolerancia mutua y comprensión, teniendo en cuentade una manera especial el peligro del ateísmo que asechaba a todospor igual.

Pero las cosas no fueron interpretadas de esa manera. En losmismos ambientes eclesiales, se empezó a interpretar estosdocumentos de una manera totalmente descabellada, al margen yen contra del sentir de la Iglesia, como si se tratara de gente profana,sin ningún conocimiento de la doctrina católica. Muchos empezarona pensar: «Si cada quien está libre de escoger la religión que más leguste y todas las religiones son igualmente buenas para descubrir yacercarse a Dios, y así alcanzar la salvación, ¿para qué perder tiempoen aclarar a nuestros feligreses nuestra identidad católica? Que cadaquien, en campo religioso, haga lo que más le convenga, sin ningúntipo de intervención de parte de los pastores. Los que quieran seguirsiendo católicos, que lo hagan, y lo mismo los que prefieran cambiarde religión. Libertad total. Además, el Evangelio es muy exigente.¿Para qué insistir tanto para que sea conocido y aceptado portodos?».

En esta misma línea fue interpretado el gesto del Papa JuanPablo II de pedir perdón por los pecados que en el pasadocometieron algunos de los hijos más destacados de la Iglesia. Enlugar de ver en este gesto un testimonio de humildad y sinceridadde parte de la Iglesia Católica, condición esencial para establecerentre todos relaciones de comprensión, se vio como unreconocimiento implícito del papel negativo, desarrollado por laIglesia en el pasado, y la aceptación clara de tratarse de unainstitución puramente humana como cualquier otra, sujeta a todoslos vaivenes de la historia.

Desde entonces, para muchos miembros del clero y la vidaconsagrada, su tarea principal fue la de ensalzar los valores presentesen las demás organizaciones religiosas y rebajar el papel de la IglesiaCatólica en orden a su desempeño histórico y en orden a la salvación.Y todo esto, con miras a favorecer un clima de igualdad entre todaslas organizaciones religiosas, condición esencial, según ellos, paracrear un nuevo tipo de sociedad a la insignia de la paz y lacomprensión.

Y así poco a poco todo se fue desmoronando, al dejar solo alcatólico ante los ataques despiadados de los grupos proselitistas.

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«¿Y el dato bíblico? — me preguntaba — ¿Y el sentido de la fe queanimó a la Iglesia a lo largo de dos mil años de historia?» Paramuchos se trataba de problemas sin sentido, como si el pasado notuviera ninguna incidencia en los asuntos de la fe.

Otra pregunta que me hacía, era la siguiente: «¿Cómo se llegóen tan poco tiempo a un cambio de mentalidad tan radical dentrode la Iglesia?» La respuesta me vino de un antiguo compañero deseminario, que, una vez ordenado sacerdote, había sido enviado aespecializarse en sociología en una universidad oficial. «Al principio— me confesó —, traté de quedarme bien apegado a mis principiosreligiosos, sin dejarme llevar por el ambiente, que por lo generalera contrario a dichos principios. Pero poco a poco tuve que cederpara poder seguir con mis estudios, entrando así en una especie deesquizofrenia intelectual: por un lado pensaba como católico y porel otro, en el ambiente universitario, pensaba y actuaba comoagnóstico. Hasta que me fui olvidando de mis principios religiososy me dejé llevar totalmente por el ambiente pagano que me rodeaba,sin fijarme en mi identidad como sacerdote católico y cayendo enel más grande indiferentismo religioso. Y todo esto para estar a lamoda y no tener problemas con la gente con la que convivía, quepor lo general no comulgaba con los principios cristianos.

Así que fui enviado a la universidad para entender mejor lacultura actual y así estar en mejores condiciones para transmitir elmensaje evangélico a la gente de hoy. Pero en la práctica ¿qué pasó?Que la cultura profana me ganó y me olvidé del Evangelio que teníaque vivir y transmitir, volviéndome en uno de tantos. La sal perdiósu sabor (Mt 5, 13). Claro que seguía dando misa y administrandolos sacramentos; pero lo hacía todo sin ganas, diluyendo lasexigencias del Evangelio y no mencionando los aspectos, que máscontradecían mi nueva manera de ser y actuar. Hasta que no entréen una profunda crisis espiritual que me llevó al borde de ladesesperación. Afortunadamente un antiguo amigo me llevó a un«Seminario de vida en el Espíritu», donde tomé conciencia de misituación y regresé al fervor de mis años mozos, rechazando tantasideas chuecas que habían envenenado mi vida».

Mis queridos amigos, me temo que ésta haya sido laexperiencia de la Iglesia a partir del Concilio: quiso abrirse al mundopara evangelizarlo, pero quedó atrapada por el mundo. En lugardel «Nuevo Pentecostés» se topó con el «Antiguo Babel». «¿Hastacuándo?», me pregunto.

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A medida que el p. Enrique va presentando su experienciacon relación al cambio de mentalidad que se ha dado en la Iglesia apartir del Concilio Ecuménico Vaticano II, muchas cosas se vanaclarando en nuestra mente. Muchos tienen ganas de aportar suexperiencia personal para definir mejor algunos detalles del cuadroeclesial, dibujado por el p. Enrique.

Empieza un seminarista de teología:— Es cierto lo que acaba de decir el p. Enrique. Por ejemplo,

actualmente en el seminario en que estoy estudiando teología,solamente se habla del ecumenismo y el diálogo interreligioso.Nunca se habla de la apologética, que ayuda al católico a sentirseseguro en su fe y a tener una respuesta a los cuestionamientos y losataques que le pueden venir de afuera. Hasta se burlan de uno,cuando trata de hacer esto por su cuenta, buscando por aquí y porallá. No faltan casos en que alguien se ufane por contar con parienteso amigos que dejaron la Iglesia Católica para formar parte de algúngrupo proselitista.

— Yo conozco — añade otro seminarista — a un cura, cuyamadre se acaba de cambiar de religión, sin que él haya hecho algopara ayudarla a no dejarse atrapar por los que desde hace añosestaban luchando por conquistarla. Por otro lado, ¿qué podía hacer,al no contar con ninguna herramienta específica con relación a estaproblemática? De hecho, en este aspecto, lo único que se enseña enel seminario es aprender a respetar a los que tienen otras creencias;nunca se enseña a uno a sentirse seguro en la fe y no dejarseconfundir por los que la atacan. Como si viviéramos en el país delas maravillas, en que todo fuera amor y comprensión. Además,para nuestros maestros, lo que les importa es dar su clase,comentando los documentos oficiales, y ya. No les importa si sirveno no para nuestra vida personal y nuestro apostolado.

— Hasta se burlan de uno, si trata de ayudar a un católico ano dejarse enredar por los grupos proselitistas. Según ellos, habríaque dejar a los católicos sin ninguna orientación al respecto paraque puedan tomar una decisión con toda libertad. Como dice unrefrán «Cada quien se rasque con sus uñas». En una ocasión,hablando con un fanático ecumenista, éste me dijo «Puesto que loscatólicos practicantes somos el 5% del total y no estamos encondiciones de aumentar su número por falta de personal, ¿porqué no dejamos que los demás sean evangelizados y atendidos porlos grupos no católicos? Mejor un buen evangélico que un malcatólico. Por lo tanto, ¿para qué preocuparnos por los que dejan la

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Iglesia? Posiblemente allá se encuentran mucho mejor que en lamisma Iglesia.»

— Además, hablar de la Iglesia Católica como la única Iglesiafundada por Cristo, para muchos representa algo negativo, unintento de regresar a la actitud triunfalista del pasado.

A este punto, puesto que todos quieren comentar algo alrespecto, por un rato se suspende el encuentro y se forman pequeñosgrupos espontáneos, en que todos tienen la oportunidad deintervenir con más libertad, presentando sus opiniones yexperiencias o haciendo algún comentario a lo que se acaba deescuchar. Al mismo tiempo, algunos aprovechan para tomar uncafecito, otros van al baño y otros se levantan para desentumirselas piernas, dando unos pasos por aquí y por allá.

— En mi parroquia, por ejemplo — comenta un catequista ensu grupo —, el párroco, por un malentendido ecumenismo, quisoobligarnos a todos a integrarnos a un grupo evangélico, puesto queen nuestro pueblito no había capilla. Claro que nadie le hizo caso y,al comentar el asunto con el obispo, éste nos felicitó por nuestraactitud de fidelidad a la Iglesia y nos apoyó económicamente paraconstruir nuestra capilla.

— En mi pueblo — comenta otro agente de pastoral — haydos equipos de futbol: uno de los católicos y el otro de losevangélicos. Pues bien, ustedes no me lo van a creer, el capitán delos evangélicos es nuestro párroco. ¿La razón? Los evangélicos seportan mejor que los católicos y por lo tanto son sus mejores amigos.A veces me pregunto: «¿Cómo van a mejorar los católicos, si supastor se dedica solamente a la administración de los sacramentos?»Así que por un lado se sirve de los católicos para resolver el problemaeconómico y por el otro simpatiza con los evangélicos porque seportan mejor. A veces me pregunto «Puesto que quiere juntarsecon gente buena, ¿por qué no ayuda a los católicos a mejorar suconducta?»

Otro participante en el encuentro habla de algo realmenteincreíble que escuchó por radio. Según él, en una ocasión escuchó aun sacerdote decir: «No sean cerrados. Ábranse. No tengan miedode hacer otras experiencias diferentes. Hagan como hago yo que,cuando tengo algún tiempo libre, voy por la calle y, al toparme conalgún templo no católico, me meto sin preguntar a qué grupopertenece. Así aprendo muchas cosas, que antes ignoraba porcompleto». ¡Qué santa ingenuidad! No se da cuenta de que, si un

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católico impreparado frecuenta el templo de un grupo proselitista,pronto lo van a envolver y va a dejar la Iglesia.

Un seminarista muere del ansia por compartir su experiencia— Hace unos meses, durante la semana dedicada a la unidad

de los cristianos (del 18 al 25 de enero), tuvimos en el seminario unencuentro ecuménico en que participaron como exponentes tambiénalgunos líderes de comunidades no católicas. ¿Y qué paso? Que,mientras el conferencista católico se limitó a presentar una brevereseña histórica acerca del ecumenismo, los demás se aprovecharonde la oportunidad para atacar a la Iglesia Católica, trayendo acolación muchos elementos de la leyenda negra. ¿Y nosotros? Biencallados. Yo quise intervenir para aclarar las cosas, pero no medieron la oportunidad. Después alguien, experto en el asunto, medijo que así debe de ser aunque los demás nos ataquen, nosotros notenemos que contestar, demostrando así nuestro amor hacia ellos,aunque por este hecho alguien pudiera quedar desorientado. Lo quepasó precisamente en el seminario. Al final, todos los seminaristasquedamos con un mal sabor de boca, como si ellos fueran los buenosy nosotros los malos de la película.

Afortunadamente no falta una buena noticia.— En mi caso — comenta otro seminarista —, las cosas son

diferentes. Gracias a Dios, apenas el obispo se enteró de las causasque estaban llevando a muchos católicos hacia la deserción,implantó en el seminario la materia de apologética, que abarcatambién el aspecto práctico con visitas domiciliarias, encuestas,cursillos, etc.

Todos lo felicitamos, haciendo votos para que esto se vuelvaley en todos los seminarios. De otra manera, ¿cómo el futuro pas-tor de almas aprenderá a orientar oportunamente a los que seencuentran en dificultad por el fenómeno del proselitismo religioso,que hoy en día está afectando profundamente todas las comunidadescatólicas?

Al reanudar el encuentro, el p. Enrique nos invita a compartirentre todos lo que se trató en los pequeños grupos y concluye conalgunas reflexiones:

— Lo que a mí más me molesta acerca de este asunto, es elsentido de irresponsabilidad con que actúan la gran mayoría de losclérigos y las religiosas. Ven que, portándose de esa manera, todose está derrumbando y siguen sin mover ni un dedo para evitar elfracaso. Para ellos, es suficiente estar de acuerdo con algunosdocumentos de la Iglesia, que no vienen al caso, puesto que se

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refieren a otras situaciones y no tienen nada que ver con laproblemática que en concreto nosotros estamos viviendo aquí.

— Es el fenómeno de la globalización dentro de la Iglesia —comenta uno de los presentes.

— Claro. Cuando se trata del problema de la globalización anivel económico o político, todos levantan el grito al cielo, haciendonotar las consecuencias desastrosas que pueden derivar paraalgunos países o sectores de la sociedad. Sin embargo, cuando setrata del mismo fenómeno a nivel de Iglesia, nadie dice nada, felicesde actuar en conformidad con algún «documento» oficial. En estecaso, ¿qué habría que hacer? Tener en cuenta aquel principio depastoral muy práctico: «Pensar globalmente y actuar localmente».¿Entendieron? «Localmente», no «locamente», como se ha hechoen muchos casos y aún se sigue haciendo dentro de la Iglesia.

De otra manera, todo se derrumba, sin que nadie se sientaresponsable. Como sucedió con el nazismo y con tantos otrosmovimientos culturales o políticos del pasado. Uno piensa: «Yoobedezco y ya». Claro, esto te puede servir para tranquilizar tuconciencia, pero no resuelve el problema. Además, no exime decierto tipo de responsabilidad, que puede volverse en complicidad.En nuestro caso concreto, ¿es posible que no sientas nada, al vercomo la Iglesia se está desmoronando bajo tus mismas narices?

Algunos dicen: «No importa la cantidad, sino la calidad. Yocon un pequeño grupo de católicos bien formados, me conformo».Les pregunto «¿Dónde está este pequeño grupo de católicos bienformados? ¿Qué está haciendo para formarlo? ¿O piensa que le vaa caer del cielo?» Pura demagogia.

Les digo esto, porque lo que les estoy comentando, no es purateoría, sino parte importante de mi vida. Al principio uno se dejallevar por la moda y fácilmente logra tranquilizar su conciencia;pero después, con el pasar de los años, al hacer el balance de suvida, uno se da cuenta de que, no solamente se quedó con las manosvacías, sino también con la conciencia de haber causado daño amucha gente. Y créanme, se trata de algo, que no es tan fácil desoportar. Uno tiene la impresión de haber jugado en el equipoequivocado o de haber perdido una apuesta.

En mi caso concreto, por mi misma inmadurez, pronto medejé fascinar por algunos líderes, que presentaban el ecumenismoy el diálogo interreligioso como la varita mágica que iba a remediartodos los males o resolver todos los problemas presentes y futurosdentro de la Iglesia y la sociedad. Así que pronto me lancé a buscar

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todas las intervenciones de la jerarquía al respecto. No me dabacuenta de que se trataba de una problemática lejana, que no teníanada que ver con la problemática que se estaba viviendo en miparroquia, donde apenas habían empezado a desarrollar su actividadlos grupos proselitistas con un ansia conquistadora sin medida.

Pues bien, en lugar de prevenir a mis feligreses acerca de estepeligro, yo mismo les facilité el camino de la deserción. ¿Qué pasó?Que un día nos reunió el vicario foráneo y nos leyó un artículo,tomado de una revista de los Estados Unidos. En este artículo sepresentaba la experiencia de una ciudad en que una vez por semanase reunían los curas católicos con los pastores luteranos,episcopalianos y de algún otro grupo ecuménico. El objetivo erapreparar todos juntos la homilía del domingo siguiente, para que,según ellos, cada domingo el Pueblo de Dios no escuchara la voz dela Iglesia Católica, de la Iglesia Anglicana o de la Iglesia Luterana,sino escuchara en todas partes y al mismo tiempo la voz de la Iglesiade Cristo.

Años después me di cuenta del grave error que se estabahaciendo al separar la Iglesia Católica de la Iglesia de Cristo y pensarque todos juntos (católicos, ortodoxos, luteranos, anglicanos, etc.)formamos la Iglesia de Cristo «complementariamente». Además,llevados por el fervor del momento, no caímos en la cuenta de queentre nosotros no había iglesias históricas, sino puros gruposproselitistas (testigos de Jehová, mormones, adventistas delSéptimo Día, pentecostales, etc.), con un afán de conquistaincontenible.

Así que, como verdaderos borregos, sin mayores reflexiones,nos aventamos a esta experiencia «ecuménica», que por cierto durómuy poco, abriendo totalmente las puertas a estos grupos, queapenas estaban dando sus primeros pasos en nuestra región y seaprovecharon de nuestra ingenuidad para afianzar su presencia. Elmismo vicario foráneo, comentando hace poco esta antiguaexperiencia, se sintió muy apenado por su propuesta y aclaró quetambién en Estados Unidos resultó un verdadero desastre en elsentido de que nuestros hermanos separados se aprovecharon dela oportunidad que se les dio para crear confusión y conquistar amás católicos, hasta que la experiencia se dio por terminada.

No obstante este descalabro, el ansia ecuménica era tan grandeque en alguna ocasión acompañé a mi párroco (entonces yo eravicario) a visitar distintos templos evangélicos presentes en elterritorio parroquial, induciendo a los feligreses a seguir nuestro

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ejemplo y por lo tanto abriéndoles el camino hacia el abandono dela fe católica.

Pues bien, ahora, a unos veinte años de distancia, al notarque por lo menos el 20% de mi antigua feligresía ya se cambió dereligión, me siento mal. Reconozco que no he sido un buen pastorpara mis ovejas. Por mi culpa muchas ovejas salieron del redil. Yesto me inquieta bastante.

Otro problema. Hace unos años, al tomar conciencia de estasituación, traté de remediar buscando por aquí y por allá algo quepudiera ayudar a mis feligreses a fortalecer su fe ante los ataquesde las sectas. ¿Y qué pasó? Que me volví en la burla de todos losdemás curas. Desde entonces me empezaron a llamar «elfundamentalista», «el inquisidor», «el peleonero», «el antiecuménico» y «el que quiere hacer la guerra santa». No solamenteesto, sino que por tratar de ayudar a mis feligreses a defenderse delos lobos rapaces, con el pretexto del año sabático, me quitaron laparroquia y se la dieron a otro cura que acabó con lo poco que habíalogrado, dejando una vez más a los feligreses totalmentedesprotegidos ante el ansia devoradora de los grupos proselitistas,que se aprestan a hacer su nuevo agosto.

Se ufana de tener a los pastores como sus amigos, cambió elsistema de la catequesis (que tenía un tinte completamente bíblicoy apologético), regresando al antiguo método, eliminó a los agentesde pastoral que más comulgaban con mis ideas. En fin, por todoslos medios posibles está tratando de hacerme la guerra, una guerracontra un fantasma, puesto que yo ya me encuentro lejos y no tengoninguna injerencia en mi antigua parroquia.

Y para colmo, en estos días me llamó el vicario general, que almismo tiempo está encargado del ecumenismo a nivel diocesano, yme propuso ir a su parroquia para ayudarlo. Ayudarlo ¿cómo?, mepregunto, ¿volviéndome como él en una «máquina sacramentaria»?De hecho, mientras utiliza un lenguaje muy sofisticado en el campodel ecumenismo y el manejo de la problemática social, en la prácticase dedica a la pura administración de los sacramentos, como mediopara sacar dinero y vivir cómodamente. Ante esta situación,sinceramente no sé qué hacer. Me doy cuenta de que no tiene sentidotrabajar en estas condiciones.

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Capítulo 4

LOS POBRES: DE CRISTO A MARX

Al oír todo esto, nos quedamos como anonadados. Nunca noshabíamos imaginado el tipo de crisis que estuviera enfrentando elp. Enrique. Pensábamos que se trataba de un simple desaliento,debido a los cambios propios de la edad, y nos damos cuenta de quese trata de una profunda crisis existencial, como cuando uno pierdeel rumbo y ya la vida no tiene sentido.

Posiblemente somos los primeros y los únicos a tener accesoa este tipo de confidencias, un privilegio de un valor excepcional,máxime por tratarse de un cura muy reservado por temperamentoy formación.

Puesto que todos estamos sumamente interesados en lo quenos está compartiendo y no damos signos de ceder ante Morfeo, elp. Enrique sigue adelante con su relato, feliz de encontrarse congente interesada en conocer los antecedentes que lo han llevado alestado de depresión en que se encuentra actualmente, antecedentesque tienen mucho que ver con la vida de la Iglesia en los últimosdecenios.

— Como ven, mis queridos amigos, ésta es mi situación.Posiblemente ésta será la primera y última vez que escucharán a uncura hablar con tanta libertad y sinceridad de lo que le pasa. Enefecto, los curas, por nuestra misma formación, estamosacostumbrados a escuchar confidencias pero no a hacerlas,dispuestos a aguantar hasta reventar, y a portarnos como sifuéramos estatuas y no gente de carne y hueso, más identificadoscon el papel que desempeñamos como guías de la comunidad que

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como seres humanos, sujetos a todos los vaivenes de la vida comotodos los mortales.

Ahora bien, les voy a platicar acerca de otro aspecto querepresentó uno de los ejes fundamentales de mi vida. Me refiero alproblema de los pobres. Antes y durante el Concilio, el problemade los pobres era visto a la luz de la Palabra de Dios y la Tradiciónde la Iglesia, como un tesoro que la Iglesia tenía que cuidar concariño. Poco después todo cambió. Se dejó la perspectiva bíblicapara pasar a la perspectiva cultural del momento, en concreto a laperspectiva marxista.

Según mi manera de ver las cosas, el fantasma de Marx influyódemasiado en los asuntos de la Iglesia durante y después delConcilio. En realidad, era convicción común que el marxismo, ensu vertiente filosófica con el ateísmo y en su vertiente económicacon el socialismo (o comunismo), iba a marcar fuertemente el fu-turo de la historia. De ahí la insistencia de los padres conciliares enunir todas las fuerzas de los creyentes para hacerle frente(ecumenismo y diálogo interreligioso). De ahí también, después delConcilio, de parte de los que estaban interesados en apoyar la causade los pobres, la urgencia de realizar algún tipo de alianza con losmarxistas (que supuestamente eran los que más estaban luchandoen favor de los pobres) para lograr una sociedad más justa eigualitaria.

De inmediato surgieron en la Iglesia por todos lados gruposde reflexión acerca de esta problemática, animados generalmentepor religiosos, religiosas y seminaristas, que se sentían como losnuevos cruzados, dispuestos a todo con tal de acelerar el advientode un nuevo tipo de sociedad. A escondidas (para no ser descubiertospor los organismos de seguridad del estado) se estudiaban los textosde Marx o sus comentarios; se buscaban contactos con los marxistas,metidos en las guerrillas; muchos clérigos soñaban con volverse encomandantes, con sus uniformes militares bien planchados y subuena pistola al cinto. Guerrilleros de salón, al fin, contando contodo tipo de seguridades: su buena casa, su buen carro y su buentrabajo, que podía ser en el colegio, el hospital o la parroquia, y almismo tiempo libres de todo escrúpulo, dispuestos a hacer de lasmasas desheredadas, que pretendían emancipar, carne de cañón alenfrentarse a las fuerzas de seguridad del estado en el intento dederrocar a los gobiernos establecidos.

Claro que, ante estas contradicciones tan evidentes, muchosse alertaron y empezaron a marcar distancias y deslindar

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responsabilidades, dando origen a todo tipo de polarización al in-terior de las órdenes y congregaciones religiosas y en el clerodiocesano, mientras el laicado más comprometido religiosamentese organizaba en los movimientos apostólicos y eclesiales, tratandode llenar el vacío dejado por el clero y la vida consagrada.

Naturalmente todo esto se me fue aclarando poco a poco, conel pasar de los años y atando cabos según la experiencia que manoa mano iba haciendo. Lo que sí puedo afirmar con toda certeza esque nunca me dejé envolver en ideologías de tipo marxista o posturasteológicas heterodoxas. Siempre me acompañó una especie deinstinto de la verdad, que me impidió caer en cualquier tipo detrampa, viniera de donde viniera.

Claro que yo también, por un cierto tiempo, caí en las redesde la demagogia, considerando como líderes de confianza a lospromotores de esta nueva manera de ver el papel de la Iglesia en elmundo (se hablaba de la necesidad de «involucrarse en los procesoshistóricos»).Entre ellos destacaban los obispos Don Sergio MéndezArceo de Cuernavaca (México) y Dom Elder Câmara de Olinda yRecife (Brasil), con los cuales tuve algún contacto personal. Peropronto, al conocer mejor sus posturas, me fui alejando, sin dejar deapreciar su sincero amor por los pobres, su testimonio de vida y sulucha por inyectar aire nuevo en algunos aspectos de la vida eclesial,como la liturgia y la promoción del laicado mediante pequeñascomunidades cristianas, muy metidas en el propio ambiente paraser fermento de cambio a todos los niveles.

Lo que no me gustaba de ellos y de otros líderes religiosos,que mano a mano iban surgiendo, era su coqueteo con el marxismo,su incompetencia y continua injerencia en los asuntos políticos yeconómicos, su visión estatista de la sociedad y su extremasuperficialidad acerca de las causas del subdesarrollo y la manerade eliminarlas. Me parecía que, con su manera de ver las cosas, enlugar de ayudar a la sociedad a resolver el problema de la pobreza,lo iban a empeorar, volviéndose en «fabricantes de miseria», comola situación real de los países socialistas (comunistas) estabademostrando ampliamente.

Pues bien, estas reflexiones y algunas experiencias personalesal respecto (años 1969-1972) me impulsaron a cortar con ese tipode gente, que en el fondo pretendía servirse de la Iglesia paraproyectos de tipo político y económico, dando origen a uncristianismo híbrido, en que no se respetaban los distintos ámbitos,confundiendo las cosas de Dios con las del César.

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Algunos hechos de una manera especial me ayudaron a darmecuenta de esta situación y me llevaron a tomar una decisión tandrástica. Se los voy a presentar de una manera muy resumida ysencilla. En aquel tiempo, recién ordenado sacerdote, el obispo meconfió el cuidado pastoral de algunas colonias populares,consideradas como el «dormitorio» de la ciudad, puesto que la gentede allí todos los días tenía que trasladarse a la ciudad para el trabajo.Imagínense la cantidad de problemas presentes a todos los niveles.

Pues bien, para «concientizar» (otra palabra que se empezó autilizar en aquellos años) a la gente y ayudarla a luchar por el cambio,fundé un periódico, titulado «El Despertador», que se imprimía deuna manera casera y con un costo mínimo mediante el mimeógrafo.Poco después entraron en la zona algunos jesuitas, deseosos deensayar sus teorías libertarias. También ellos fundaron un periódico,titulado «El Coyote Hambriento», más radical y dedicadoexclusivamente a los problemas de tipo social, económico y político.

Al contar con pocos simpatizantes, me invitaron a unir fuerzasy salió el periódico «El Despertar del Pueblo», tomando ellos ladirección. Resultado: desde entonces ningún artículo mío salió enel nuevo periódico. Lo que nos quedaba a mí y a mi gente erasencillamente su distribución en nuestras capillas, sin quepudiéramos influir en las ideas que se manejaban, puesto que entrenosotros y ellos había diferencias muy marcadas (nosotrostratábamos también temas de tipo pastoral y ellos no).

Tal vez por mi ingenuidad o buena fe, no di importancia alasunto y acepté otra sugerencia de los jesuitas: juntar los líderes demis grupos con sus líderes para una pastoral de conjunto más eficaz.También en este caso pasó lo mismo: en todos los encuentros suslíderes brillaban por su ausencia. ¿El contenido de susintervenciones? Doble lenguaje: uno para los del montón y otropara los escogidos. A estos se les hablaba con toda claridad de guer-rilla y levantamiento armado para construir una nueva sociedad alestilo de Cuba. A mi objeción acerca de la moralidad de dichoplanteamiento y su viabilidad, por encontrarnos demasiado cercade los Estados Unidos, sencillamente se reían con un sentido desuperioridad «ideológica».

Por fortuna se trató de una experiencia muy breve, puestoque pronto descubrí algo que me puso en alerta máxima y meimpulsó a cortar por lo sano. Un día fui a la casa de los jesuitas.Estaba abierta la puerta y entré. No había nadie. Esperé unosminutos, cuando de pronto llegó una muchacha de unos dieciséis -

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dieciocho años de edad, muy contenta por darme las primerasnoticias. Evidentemente me había confundido con algún jesuita.

Me contó que acababa de llegar de Cuba, donde había estadodurante algún tiempo para entrenarse en la guerrilla urbanajuntamente con otros jóvenes que estaban por llegar, cada uno porcaminos diferentes, dando vueltas de un país a otro para borrarcualquier huella que pudiera llevar a los órganos de seguridad adescubrir su identidad y actividad subversiva. Me parecía escucharun cuento de espionaje, con pasaportes falsos, nombres ficticios yun montón de peripecias.

Sencillamente me asusté. Qué bueno que la conversación duróunos cuantos minutos, puesto que la muchacha traía bastante prisa.Solamente me dejó el encargo de avisar a los demás acerca de sullegada y la llegada de los amigos que venían de Cuba. Así que, alvolver a quedarme solo, me salí inmediatamente de la casa, antesque me viera alguna persona conocida que tuviera algo que ver coneste tipo de actividades. Pensé: «Si se dan cuenta de que alguienfuera de su círculo está enterado de sus planes, lo más probable esque traten de eliminarme en la mayor brevedad posible, para evitarcualquier peligro de ser delatados». Así que apresuré mi cambio,que ya de por sí estaba previsto por aquel tiempo, y pronto metrasladé a la sierra. Después me enteré de que, desde hacía algúntiempo, el gobierno había infiltrado a alguien en aquel grupo. Asíque, al darse cuenta de este hecho, todos se dispersaron,posiblemente para reconstituirse y actuar en otros escenarios.

Esto explica porque, al formalizarse la Teología de laLiberación, me encontré entre sus más decididos opositores, noobstante haber tenido al principio un cierto contacto con algunosde sus líderes más destacados y comulgar con algunas de susposturas. Ahora bien, a raíz de esta experiencia, encontrándome enla nueva misión, traté de ser más precavido, evitando todo contactocon los seguidores de la Teología de la Liberación y dedicándome ala tarea de ayudar a los pobres a volverse en protagonistas de sudestino, sin ideologías extrañas y abarcando todos los ámbitos dela vida, no solamente el aspecto económico y político.

De esta manera, en poco tiempo logré multiplicar el númerode las capillas, hasta abarcar todos los núcleos poblacionales. Hastalos ranchitos de diez - quince casas, contaban con su capillita, queen muchos casos era de palos de ojote y techo de zacate. Loimportante era que todas las poblaciones, por pequeñas que fueran,contaran siempre con su lugar de oración y sus agentes de pastoral,

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bien formados en los centros catequísticos, diseminados a lo largoy lo ancho del inmenso territorio parroquial, donde se reuníanperiódicamente para compartir experiencias y recibir formación.Los mejores de entre ellos accedían a un centro diocesano (del cualyo era director), destinado a la formación de los diáconospermanentes.

En el campo social promoví de una manera especial las cajasde ahorros (que ya estaban implantadas a mi llegada) y lascooperativas ganaderas, aprovechándome de la coyuntura políticaque se estaba viviendo en aquel momento, muy favorable aldesarrollo del campo. Fue aquí donde más noté la mentalidadmarxista que animaba a los seguidores de la Teología de laLiberación. En lugar de aprovecharse de cualquier oportunidad parapromover el bienestar del pueblo, hacían todo lo posible parahundirlo más. ¿Con qué objetivo? Exasperar y evidenciar lascontradicciones presentes en la sociedad, para acelerar de esamanera el proceso de cambio mediante un levantamiento armadocon las consecuencias que todos conocemos.

Posiblemente fue en el aspecto social donde coseché éxitosmás duraderos, puesto que los curas, que con el tiempo tomaronmi lugar, no lograron convencer a los campesinos a dejar lascooperativas para dedicarse a la huerta familiar, la cría de conejosy la medicina natural (que eran su especialidad), con el pretextoque, según ellos, mediante las cooperativas los bancos los estabaexplotando. Evidentemente nadie les creyó y los «liberadores»tuvieron que cambiar de parroquia, en busca de gente más ingenuaque convencer.

En los demás aspectos, al contrario, lograron acabar casi porcompleto con el trabajo que yo había realizado anteriormente, dandopoca importancia al papel de los catequistas y reduciendo al demonaguillos el papel de los diáconos permanentes. Al mismotiempo, mientras con los labios afirmaban estar en favor de lospobres, en la práctica, al interior de la Iglesia, a los laicos no lesdejaban ninguna oportunidad para ejercer su ministerio y, cuandose lo permitían, de todos modos no les daban ni un centavo por susservicios, portándose como verdaderos explotadores.

Ni modo. Este es precisamente uno de los grandes problemasque nosotros tenemos a nivel de Iglesia: muchas veces lo que unoconstruye, el otro destruye, por celos, envidia o no saber darcontinuidad a las iniciativas. Y todo esto, al revisar mi acción pas-

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toral de más de tres décadas, me deja muy confundido y me quitalas ganas de seguir trabajando en estas condiciones.

Con relación al problema de las vocaciones, ustedes mismosse han dado cuenta de lo que ha pasado. ¿Dónde están ahora loscuras y seminaristas que yo promoví para el seminario? Unoscuantos están presentes aquí. ¿Y los demás? Ya se sientenprogresistas, con ideas muy avanzadas, y por lo tanto se avergüenzande sus humildes orígenes y de haber tenido algo que ver con uncura a la antigüita, que aún cree en los dogmas y en la superioridadde Cristo con relación a los fundadores de otras religiones, en todolo que tiene que ver a la salvación.

Y todo esto, créanme, duele y desalienta. Uno tiene laimpresión de haber sembrado en el mar. Y seguir sembrando en elmar no parece la mejor opción de vida que digamos.

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Capítulo 5

MEA CULPA

Pide la palabra un seminarista:— Por lo visto, de seguir así, nuestra Iglesia cada día irá

perdiendo siempre a más gente. Ahora mi pregunta es la siguiente:«¿No habrá una manera de parar esa constante sangría de católicoshacia los grupos proselitistas y el indiferentismo religioso y al mismotiempo empezar a pensar en la posibilidad de recuperar el terrenoperdido y avanzar en la misión encomendada por Cristo de anunciarel Evangelio a toda criatura?»

— Claro que es posible. A condición de hacer primero un serioexamen de conciencia a nivel de Iglesia y después estar dispuestosa rectificar la ruta.

— Una especie de autocrítica.— Precisamente. No basta pedir perdón a Dios cuando ya se

perdió todo. Ahora es el momento de pensar en serio en las causasque nos han llevado a este desastre y buscar el remedio. Es tiempode hacer un serio análisis de la realidad eclesial, buscar la raíz delos males que nos afligen actualmente y ensayar el remedio. Ya bastade demagogia y flojera. Es tiempo de ver las cosas según el Evangelioy no según el mundo, en el afán de llevarse bien con todos a costade perderlo todo.

— Según usted, ¿cuál sería el obstáculo principal que impideun serio análisis de la realidad eclesial con miras a una recuperacióndel papel originario de la Iglesia?

— El hecho que aún siguen vivos y coleando muchos de losactores que causaron este enorme desastre. Para evitar que seanseñalados con nombre y apellidos, se prefiere seguir adelante, comosi no hubiera pasado nada o como si todo fuera obra del destino. Y

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como pasa siempre, los más débiles son los que pagan el pato,siguiendo en la confusión y el abandono. Lo mismo que estabasucediendo con los curas pederastas, hasta que la situación se hizoinsostenible y la alta jerarquía tuvo que tomar cartas en el asunto.

Otro obstáculo es el siguiente existe una conviccióngeneralizada de que, si alguien se siente seguro de encontrarse enla verdad, corre el riesgo de volverse intolerante hacia los demás.Pues bien, para que esto no suceda, muchos piensan que es mejorque todo quede suspendido en el mundo de lo posible o por lo menosque esta convicción se quede en el fuero interno de la propiaconciencia y no se exprese públicamente, para no perjudicar eldiálogo con los demás, que representa el bien supremo que habríaque salvaguardar a como dé lugar.

Así que, en nombre de un supuesto bien superior (no señalara los culpables y favorecer el diálogo a toda costa), se deja al pueblocatólico en la incertidumbre, sin ideas claras acerca de su identidad,como si estuviéramos en un plan de búsqueda total, completamenteabiertos a lo que venga. Claro que, encontrándose el católico enesta situación, se queda extremadamente vulnerable ante loscuestionamientos y ataques de los grupos proselitistas, que noquieren saber nada ni de diálogo ni de búsqueda y cuyo únicoobjetivo consiste en conquistar a nuevos adeptos, utilizando todoslos medios posibles, lícitos e ilícitos.

Ahora bien, ante esta situación, ¿cómo habría que portarse?Ni triunfalismo ni complejo de culpa ni derrotismo en nombre deun diálogo a toda costa, arriesgando con perderlo todo, sinosencillamente estar conscientes de nuestra realidad como Pueblode Dios (somos en plenitud la Iglesia de Cristo) y hacer todo loposible por actuar en consecuencia, confiando en que ésta sea laúnica manera de colaborar eficazmente en la realización de losplanes de Dios, que son siempre de salvación, aunque a primeravista pudiera resultar difícil aceptar algún aspecto, por estar en con-tra de la manera de pensar de la sociedad en general.

Por otro lado, tenemos que estar bien convencidos de quenunca habrá coincidencia total entre la manera de ver las cosas departe del mundo y la manera de ver las cosas de parte de Dios. Porlo tanto, si para nosotros lo máximo es llevarnos bien con todos,tenemos que reconocer que de por sí se trata de un caminoequivocado (Lc 6,26) y posiblemente aquí está la clave que nos puedeayudar a entender el porqué en los últimos decenios hemos tenidoun fracaso de tales dimensiones.

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— Fíjense que esta confusión —comenta otro seminarista—;no solamente existe entre la gente de la calle, que no cuenta conuna sólida formación religiosa, sino también entre los que un díavamos a ser los guías de la comunidad cristiana, como somos losseminaristas y todos los que estamos estudiando teología. Muchosmaestros, en lugar de aclararnos bien el sentir de la Iglesia acercade los puntos fundamentales de nuestra fe, prefieren sembrarnosalguna duda o dejarnos en la incertidumbre, según ellos paravacunarnos contra el peligro de la intolerancia y hacernos máshumildes e idóneos para el diálogo y la búsqueda. Según algunos,la vulnerabilidad sería el signo más grande de la autenticidadcristiana, mientras la seguridad sería un signo de soberbia, quellevaría a la intolerancia. Y así, mientras los de la competenciabuscan a toda costa la seguridad, como medio para afianzar supráctica religiosa y su afán proselitista, nosotros preferimossentirnos vulnerables, aunque esto implique poco fervor religioso eincertidumbre ante sus ataques. Por eso, cuando nuestros mismosfeligreses en buena fe nos preguntan algo para salir de la duda queles están sembrando los de la competencia, ya no sabemos quécontestarles. Y ahí están las consecuencias: un catolicismosumamente débil e inseguro, aunque, según los expertos, ésta seríala manera más correcta de favorecer el diálogo. ¿Con quién, mepregunto, si no se conoce la propia identidad? Ojalá que pronto lasautoridades competentes hagan algo para aclarar este equívoco. Quese entienda de una vez que para un auténtico católico no puedehaber ningún tipo de diálogo con quien sea sin tener una concienciaclara acerca de la propia identidad como miembro de la única Iglesiade Cristo. Que se entienda que no puede haber diálogo ni aperturasin identidad. Sería como una casa sin puerta ni ventanas, abierta atodos los vientos.

— Algunos pastoralistas — añade otro seminarista — sostienenque en el paradigma del futuro no habrá cabida para otra opciónque no sea el diálogo y la apertura con todos.

— Según mi opinión, se trata de un paradigma totalmenteutópico, sin ningún fundamento en la realidad. Como la historia hademostrado ampliamente, estoy convencido de que siempre habrágente disidente, que no aceptará ninguna regla, cuyo único objetivoserá el de ganar a siempre más adeptos y cuya única norma será elfanatismo más absoluto. Estando así las cosas, lo único que a mírealmente me importa es vivir en el paradigma presente y no

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arriesgar con perderlo todo, soñando en un paradigma futuro, cuyallegada parece extremadamente dudosa.

Interviene un laico comprometido, que está al frente de uncentro catequístico

— Antes se habló de «recuperar el terreno perdido». ¿Nospuede señalar alguna pista al respecto?

— Con mucho gusto. Sin embargo, considero que primero seránecesario «rehacer el camino andado» a nivel teológico, es decir,tenemos que recobrar el sentido de Iglesia y pertenencia a la misma,desechando todo intento de reducir y confundir su papel. Solamentedespués de haber recuperado el sentido de Iglesia, será posiblepensar en «recuperar el terreno perdido».

— ¿Cuáles serían, en concreto, los pasos a seguir?— Aquí están, de una manera muy esquemática.

1. Iglesia y Reino de Dios.¿En qué consiste el Reino de Dios? En un mundo como lo

quiere Dios, en que Dios esté al centro de todo y cada uno hagatodo lo posible por establecer una relación correcta con Él, consigomismo, el prójimo y la naturaleza; un mundo en que se vean lascosas a la manera de Dios y todo se haga de acuerdo con su voluntad.

Estando así las cosas, evidentemente no existe ningunaoposición entre la Iglesia y el Reino de Dios. Al contrario, la Iglesia,por su misma naturaleza, se encuentra en mejores condiciones parafavorecer el Reino de Dios, que sin duda rebasa sus fronteras visibles.Pero en la práctica ¿qué ha pasado? Que muchos seguidores de laTeología de la Liberación, para justificar su opción en campo políticoy económico y al mismo tiempo superar el escollo de las reservaspuestas de parte de la jerarquía eclesiástica, han subrayadodemasiado el papel del Reino de Dios en la predicación de Cristocon miras a disminuir el papel de la Iglesia, hasta eliminarlo.

Ahora que todo esto ya pasó a la historia, considero muyimportante que se ponga cada cosa en su lugar, viendo en la Iglesiano un obstáculo, sino el germen y el instrumento principal para elestablecimiento del Reino de Dios en este mundo, en cuanto que laIglesia está en mejores condiciones para definir, vivir y promoverlos auténticos valores del Reino.

2. Semillas del Verbo y Verbo Encarnado.Mismo problema de antes. Los intereses de tipo político y

económico volvieron ciegos a los teólogos de la liberación. Claro

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que todos los pueblos, todas las culturas y todos los seres humanoscuentan con alguna chispa de verdad. Pero no es lo mismo unachispa que una llama.

En nuestro caso concreto, no podemos rechazar omenospreciar el papel de la Iglesia-Cuerpo Místico de Cristo, ennombre de las «Semillas del Verbo», presentes en cada cultura,como si cada cultura tuviera derecho a desarrollar por su cuentasus «Semillas del Verbo», sin tener en cuenta su desarrollo históricoen Cristo y su Iglesia.

3. Iglesia Católica y demás entidades eclesiales.Es un grave error pensar que todos formamos la única Iglesia

de Cristo «de manera complementaria». La Iglesia Católica es laIglesia de Cristo en plenitud, sin tratar de negar, menospreciar oreducir el alcance del valor salvífico o del papel que desempeñanlas demás entidades eclesiales o simplemente religiosas.

4. Cristo y los demás fundadores de religiones.En orden a la salvación, no es lo mismo creer en Cristo, Moisés,

Mahoma o Buda. Para nosotros católicos, es parte fundamental denuestra fe reconocer y aceptar a Cristo como el único Salvador delmundo, de manera tal que todos los que alcanzan la salvación(católicos, luteranos, testigos de Jehová, judíos, musulmanes,budistas, etc.), la alcanzan esencialmente por la sangre de Cristo,aunque no se den cuenta explícitamente, y no por la intervenciónde tal o cual fundador de religión.

Posiblemente estas afirmaciones para algunos pueden parecermuy fuertes, hasta hirientes para los que no comparten la mismafe, pensando que con esto se corre el riesgo de fomentar ladiscriminación (palabra mágica en estos tiempos) y aumentar losobstáculos para el entendimiento mutuo y la búsqueda de la unidad.Ni modo. En los asuntos de la fe, nadie tiene derecho a quitar oañadir nada, por ninguna razón. Lo único que se tiene que hacer, esconsultar las Escrituras y averiguar el sentir de la Iglesia a lo largode dos mil años de historia (Tradición). Hecho esto, no nos quedamás que someter nuestra mente y nuestro corazón a los dictados dela fe (obediencia de la fe), nos guste o no nos guste. Tengo laimpresión que precisamente a este malentendido se deba muchaconfusión que se ha generado últimamente dentro de la Iglesia. Ojaláque pueda ser superada en la mayor brevedad posible, en aras de lafidelidad al Dios, en que creemos.

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Pues bien, hasta que no se logre esta aclaración, será imposiblepensar en «recuperar el terreno perdido», reavivando la misión dela Iglesia ad intra y ad extra (hacia adentro y hacia afuera), unamisión que después del Concilio prácticamente se colapsó. Fíjenseque por los años setentas hasta se llegó a pensar en la misión comoalgo negativo, que habría que suspender (moratoria) para permitira cada pueblo madurar en la fe según su propia manera de ser y susposibilidades concretas, sin la presencia de los misioneros, vistoscomo unos intrusos y un estorbo, más que como una ayuda. ¡Hastaqué punto Satanás había penetrado en la Iglesia (hasta el altar),logrando sembrar la confusión en asuntos de tanta importancia yllegando a poner en peligro su misma supervivencia en muchasregiones!

A medida que el p. Enrique avanza en su exposición,manifiesta más seguridad y entusiasmo. Parece haber vuelto a serel orador y el apóstol que conocimos hace muchos años, de la palabrafácil y la mirada firme, como un capitán al frente de su batallón.Nos damos cuenta de que el revivir su experiencia, meter en ordensus ideas y compartirlas con gente de confianza, le sirve comocatarsis. Ya no es el p. Enrique de hace unas horas, lento, alicaído ydeprimido. Parece haber recuperado el brío de la juventud.

Un viejo amigo, que le sigue la pista desde sus primeros pasosen el campo de la pastoral, le pregunta a qué se refería cuando dijo:«No basta pedir perdón a Dios cuando ya se perdió todo».

— Antes que nada, me refería a un deber de conciencia conrelación a Dios. Sin duda, hubo bastante descuido de parte demuchos encargados de apacentar el pueblo de Dios, que se dabancuenta de lo que estaba pasando y, por flojera o por no arriesgarcon perder su popularidad, no intervinieron oportunamente paraaclarar las cosas (pecado de omisión). Después me refería a un actode justicia hacia todos los que sufrieron las consecuencias de unaactitud tan irresponsable. De hecho hubo gran cantidad depresbíteros, religiosas y laicos, que, al no contar con una precisaorientación al momento oportuno, se extraviaron, unos cayendoen depresión como en mi caso, otros enfriándose espiritualmente yotros saliéndose de la misma Iglesia. Pues bien, estoy seguro deque un sincero «mea culpa» y una petición de perdón de parte de lacomunidad eclesial podría resultar de mucha utilidad para los que,en el momento de la prueba, se sintieron abandonados.

Y para hacer esto, no hay que esperar siglos, cuando todo pasóy ya no queda nada por hacer. No. Ahora es el momento de hacerlo,

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cuando se puede devolver la esperanza a muchos hermanosconfundidos o desalentados. No sé si ustedes se dieron cuenta; sonmuchos, entre los mismos presbíteros, los que se encuentran en mimisma situación, sin ganas de hacer nada, al notar un descuido tangrande de parte de los responsables de guiar al pueblo de Dios.

Claro que no faltan los dormilones, que no se dan cuenta denada. A veces, hablando con mis colegas, les pregunto cómo vanlas cosas en su parroquia. «Todo bien — me contestan —. En miparroquia, gracias a Dios, estamos muy bien organizados.» ¿Y lassectas?» «En mi parroquia no hay sectas». ¡Qué santa ingenuidad!O más bien, ¡qué enorme irresponsabilidad! Todo su territorioparroquial se encuentra tapizado de templos no católicos y elpárroco no se da cuenta de nada. Para él, lo importante es que no lefalte la chamba para sacar lo necesario para los frijolitos. Una vezque haya suficientes intenciones de misas, ceremonias dequinceañeras, bautismos y matrimonios, con eso se conforma. ¿Yel cuidado pastoral de los feligreses? «¿Qué es eso?». Una vez más:«Felices los ingenuos, porque de ellos es el Reino de la paz».

A veces tengo la impresión de que muchísimos pastores de laIglesia viven en las nubes, sin darse cuenta de lo que está pasandoentre sus feligreses. Ni les va ni les viene. Ellos a lo suyo y que elmundo ruede. Una vez asegurado el pan de cada día, duermentranquilos. ¡Felices ellos! Por lo menos no tendrán problemas degastritis ni de colitis. ¿Hasta cuándo?

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Capítulo 6

MAR ADENTRO

El encargado del centro catequístico vuelve a la carga,repitiendo la misma pregunta

— ¿Es posible recuperar el terreno perdido? En mi pueblo,por ejemplo, que cuenta con unos mil habitantes, más de la mitadya no son católicos. ¿Qué se puede hacer? ¿Hay alguna esperanzade recuperarlos? Por otro lado, entre los que aún se considerancatólicos, son pocos los que practican la fe. La mayoría sonindiferentes, juntamente con un buen número de gente que se metióen algún grupo no católico, quedó decepcionada por algún mal tes-timonio y ahora ya no sabe qué hacer. ¿Qué me puede decir alrespecto?

— Antes de pensar en recuperar a los que ya dejaron la Iglesia,tenemos que ver qué hacer para que, los que aún se encuentrandentro de la Iglesia, no se salgan y al contrario se vuelvan en católicospracticantes y entusiastas.

— Una auténtica aventura, casi imposible.— De otra manera, ¿para qué luchar para que vuelvan a la

Iglesia los que se alejaron? ¿Para que regresen a la vida de antes?Así que, o hay un cambio en la manera de llevarse las cosas dentrode la Iglesia o ni pensar en un regreso de los que se alejaron y alláexperimentaron algo mejor (Palabra de Dios, abandono de algúnvicio, oración y apostolado) de cuando eran católicos (purossacramentos) con una vida a veces totalmente pagana.

Posiblemente por esa razón muchos miembros del clero nohacen nada para que regresen a la Iglesia los que un día fueroncatólicos y se alejaron. Sencillamente no saben qué ofrecerles. Eneste caso, piensan, es mejor que se queden donde están. Es que porlo general nuestro clero está preparado para cosechar

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(administración de los sacramentos), no para sembrar (evangelizar),para servirse de la mesa ya puesta, no para poner la mesa. Y comoes el clero, así son también los demás agentes de pastoral, quedependen directamente de él en su formación y el ejercicio de suministerio. Por eso entiendo tu inquietud y tu incapacidad aenfrentar el problema.

— ¿No se podría aprovechar de la religiosidad popular, comomedio para atraer a los que se pasaron con las sectas?

— Ni pensarlo. Es que ya están vacunados contra este tipo dereligiosidad, que es una mezcla entre cristianismo y paganismo.Conociendo la Biblia, de inmediato se dan cuenta de las fallaspresentes en la religiosidad popular. Lean los profetas y verán cómofustigan ciertas creencias y prácticas religiosas del pueblo.Imagínense qué harían hoy en día si regresaran los antiguos profetas(Elías, Isaías, Jeremías, Amós, etc.) y vieran cómo actualmenteestamos llevando los asuntos de la fe en nuestra Iglesia con el cuentode que se trata de «religiosidad popular». Quedarían horrorizados.

— Es que los documentos de la Iglesia están en favor de lareligiosidad popular.

— Bueno, lo que dicen los documentos es que, en lugar depensar en acabar con todo, es mejor aprovechar lo bueno que tienela religiosidad popular para evangelizar. Al mismo tiempo, hablande la necesidad de purificarla. Pero, en la práctica, ¿qué se estáhaciendo? Que se sigue adelante sin un serio discernimiento entrelo que es auténtico y lo que es espurio o totalmente contrario a la fecatólica. Y todo esto ¿para qué? Para no perjudicar las entradas. Ypor el amor al maldito dinero se dejan las cosas así como están, conel pretexto de que en los documentos de la Iglesia se habla bien dela religiosidad popular. Aún no caemos en la cuenta de que lostiempos cambiaron y ahora hay gente más despierta, que fácilmentedescubre si algo está bien o está mal. Es inútil querer tapar el solcon un dedo.

A veces me pregunto: ¿Acaso nadie se da cuenta de que entodo el asunto de la religiosidad popular hay mucho de simonía eidolatría? Entonces, ¿qué se está esperando para poner algúnremedio y empezar a pensar en una verdadera purificación?

— Es que nadie quiere aventarse primero — opina unseminarista.

— ¿Y por qué nadie quiere aventarse primero? Porquealrededor de este tipo de religiosidad giran muchos interesescreados. Sería como meter mano en un avispero.

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— ¿Qué habría que hacer, entonces?— Regresar a las Escrituras. Que todo se haga a partir de las

Escrituras y que se entienda de una vez que ningún documento dela Iglesia puede sustituir la Palabra de Dios. Por otro lado, hoy endía, para fortalecer la fe del pueblo católico, no existe otro mediomás eficaz que el conocimiento de la Palabra de Dios. Solamenteasí podrá resistir ante cualquier tipo de ataque o seducción.

— Si abandonamos la religiosidad popular y nos abocamossolamente a la Biblia, ¿no corremos el riesgo de perder a las masascatólicas? — comenta el encargado del centro catequístico.

— No se trata de abandonar completamente la religiosidadpopular, que sin duda contiene muchos valores, sino de purificarlaseriamente, aunque esto no le vaya a gustar a muchos.

— Creo que los primeros en respingar — comenta un laicocomprometido —, serían los mismos clérigos, puesto que seencuentran totalmente sumergidos en ella y viven de ella.

— Por esta misma razón, creo que, en caso de darse el cambio,se trataría de un proceso lento, puesto que la mayoría de los clérigosno estaría de acuerdo y por lo tanto seguiría atendiendo a loscatólicos más renuentes, que de esa manera seguirían dentro de laIglesia sin mayores dificultades. Mientras tanto, se podría abrir pasouna nueva manera de ver y practicar la fe, más en sintonía con eldato bíblico y los deseos de los que realmente buscan a Dios y estándispuestos a conformar su conducta a sus preceptos.

Ante este planteamiento, hecho por el p. Enrique con todaclaridad, se nota una cierta inconformidad de parte de algunospresentes. Por fin se levanta el encargado del centro catequístico,muy contrariado, y pide licencia para retirarse con el pretexto deque ya se le está haciendo tarde. Lo sigue otro agente de pastoral.Al despedirse de uno de sus amigos de más confianza, comenta«Protestantismo puro». Evidentemente, no todos los que aprecianal p. Enrique están de acuerdo con todos sus planteamientos, loque es perfectamente lógico. Por mientras, sigue la conversación.

Toma la palabra un seminarista ya próximo a la ordenacióndiaconal

— Padre, ¿cree usted que esto sea suficiente para que se dé enla Iglesia el Nuevo Pentecostés, del que se habló con el anuncio delConcilio Ecuménico Vaticano II?

— Creo que no. Estoy convencido de que nos encontramosante un cambio de época. Por lo tanto, si queremos enfrentarseriamente el problema de la evangelización, aparte de lo que

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comenté anteriormente, tenemos que realizar cambios profundosdentro de la Iglesia, cambios a nivel estructural, que abarquen lacatequesis, la administración de los sacramentos y el ministerio.

En realidad, nos encontramos en las postrimerías de unsistema que ya no funciona. El saco ya no nos queda y es tiempo depensar en otro diferente. Es tiempo de pensar en un nuevoparadigma, de voltear la mirada hacia la Iglesia de los primerossiglos, marcada por el pluralismo y la oposición, e ir desechandopoco a poco el modelo medieval, en el cual nos encontramosactualmente, configurado para una sociedad totalmente católica.

Por lo tanto, es urgente pasar de un catolicismo de tradicióna un catolicismo de convicción, de un catolicismo de sacristía a uncatolicismo de plaza y de un catolicismo acomplejado a uncatolicismo seguro y orgulloso de su identidad.

— Una tarea de titanes — comenta otro agente de pastoral,muy comprometido con la Iglesia.

— Sí. Una vez asegurada la defensa, es hora de pasar al ataque.Ya basta de malas noticias: que allá el número de los católicos bajóde manera preocupante; que allá surgió otra secta que tienealarmado a todo el pueblo con el cuento del próximo fin del mundo;que se acaba de cerrar otro seminario, etc. Es tiempo de empezar apensar en buenas noticias: que en aquella diócesis toda la catequesisse hace con la Biblia en la mano; que en aquel otro lugar lossacramentos de la Primera Comunión y de la Confirmación sonadministrados durante un retiro espiritual; que en aquella otraregión para cada presbítero hay un promedio de diez diáconospermanentes, de manera tal que todo el pueblo católico es atendidodebidamente. Es tiempo de empezar a pensar en clave positiva y yano negativa. Es tiempo de echar a andar la imaginación creativa,soñando con un nuevo tipo de Iglesia, en subida, ya no en picada.

Ya es tarde. Es cierto, el p. Enrique no parece cansado y se veclaramente que quisiera seguir hablando por mucho tiempo másacerca de la problemática eclesial. Pero es tiempo de concluir. El p.Enrique se da cuenta y agradece a todos su presencia y participación.Algunos tienen prisa en despedirse y alejarse. Se nota que no estándel todo convencidos acerca de lo que el padre acaba de decir. Lesparece demasiado utópico, pura imaginación sin fundamentoalguno en la realidad. Mejor olvidarse y tratar de pensar en algomás concreto y factible.

Otros se quedan. Parece que no tienen ganas de retirarse. Conmucho gusto se pasarían toda la noche dialogando con el p. Enrique.

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Por mientras, alguien abre el refrigerador y saca lo que encuentra,muy poco por cierto: queso, jamón y leche. Otro busca en la alacena,encuentra algo de pan y empieza a preparar unos sándwiches. Otrose dedica a preparar el café. Unos cuantos se quedan charlando conel p. Enrique. Quisieran parar el tiempo.

Mientras toman algo, un seminarista de teología pide unmomento de silencio y habla

— Hermanos, antes de concluir este encuentro, quieroconfiarles algo. Fíjense que había venido aquí para comunicarlesque había decidido retirarme del seminario. Sin embargo, alescuchar lo que el p. Enrique acaba de decir, una vez más en micorazón volvió a nacer la esperanza. Sí, vale la pena ser sacerdote,vale la pena luchar por un ideal. Una vez más empiezo a soñar enalgo que llena mi vida. Los nubarrones ya pasaron. El sol volvió abrillar delante de mis ojos. Gracias, p. Enrique, por este regalo.

Ante un testimonio tan inesperado, el ambiente se calienta.Todos quieren felicitar al amigo seminarista que acaba de tomaruna decisión tan importante para su vida. Todos quieren comentaralgún detalle de lo se trató durante el encuentro. Y el tiempo pasa,mientras el sueño se aleja siempre más. El seminarista vuelve atomar la palabra

— Hermanos, se me acaba de ocurrir una idea ¿por qué nonos organizamos en un grupo de reflexión o apoyo (el nombre es lode menos), para dar continuidad a esta experiencia tanenriquecedora? No quisiera regresar a la vida de antes. La soledadme espanta. ¿Qué les parece?

Todos están de acuerdo. Un nuevo panorama se presenta antesus ojos. Alguien sugiere una velada de oración. Dicho y hecho.Todos bajan a la capilla del Santísimo. Pasa la noche y surge unnuevo día. Ahora el p. Enrique ya sabe qué hacer.

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Conclusión

El p. Enrique ya sabe qué hacer. Y tú ¿sabes qué hacer?Lástima que muchos aún no lo saben y siguen entretenidos en cosasde poca importancia, tanto para matar el tiempo. ¿Y después?

Si tú ya sabes qué hacer, ¿por qué no lo compartes con otrosque están en la misma situación del p. Enrique antes del encuentroque cambió su vida?

Matacães, Torres Vedras (Portugal),a 15 de octubre de 2008.

Fiesta de Santa Teresa de Ávila.

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CONCLUSIÓN GENERAL

A raíz del Concilio Ecuménico Vaticano II, el tema de lospobres entró de lleno en la reflexión y el quehacer eclesial. Lástimaque su perspectiva fue ad extra y bajo el perfil esencialmentepolítico, económico y social. Nunca se subrayó el aspecto eclesial.Se habló de explotación, marginación, rezago y tantas cosas más,pero mirando siempre hacia afuera y nunca hacia adentro de laIglesia.

Pues bien, con estas historias, quise ver el problema de lospobres dentro de la Iglesia. Me refiero a los catequistas, los diáconospermanentes y las inmensas masas de católicos, marginados,humillados, abandonados y muchas veces explotados por losmismos que se dicen defensores de los pobres. Con la lengua estánen su favor, pero en la práctica no mueven ni un dedo parapromover a los pobres de carne y hueso, que se encuentran a sualrededor y con los cuales comparten la misma misiónevangelizadora.

Como se habrán dado cuenta, se trata de situaciones tanreales, que cada uno de ustedes con toda facilidad podrá ponernombre y apellidos a cada personaje que se presenta. Una manerasencilla de cuestionarse uno mismo y cuestionar.

Sin duda, no faltará algún aludido que va a respingar. Nimodo. Son los gajes del oficio y de esto estoy bien consciente. Comodice el refrán «A quien le venga el saco, que se lo ponga». Lo que síles puedo asegurar, es que no es nada personal. De todos modos,no por eso voy a dejar de escarbar en la realidad eclesial, con mirasa que tomemos conciencia de nuestra situación como Iglesia ytratemos de poner algún remedio. Ni voy a desistir de mi opciónpreferencial en favor de los pobres, todos los pobres, pero de unamanera especial los pobres a nivel de Iglesia, desnutridos

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espiritualmente, con dudas, marginados, humillados yabandonados bajo el pretexto de la apertura y la modernidad.

Es una manera concreta de manifestar mi amor hacia laIglesia, mis hermanos en el ministerio y especialmente hacia losmás débiles e indefensos. Es una manera de ser la voz de los queno tienen voz dentro de la misma Iglesia.

Mi grande deseo es que algún día podamos regresar a ver enlos pobres el grande tesoro que Dios ha confiado a su Iglesia, untesoro que tenemos que cuidar como a las niñas de nuestros ojos,gastándonos y desgastándonos por salvaguardar su dignidad ybuscar su real superación. Para mí, esto es amar realmente a lospobres y estar de su parte. Todo lo demás me parece demagogiabarata.

México, D.F., a 1 de noviembre de 2008.Fiesta de Todos Santos.

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Apéndice

*Necesidad de análisis de la realidad eclesial

* Necesidad de nuevos paradigmas pastorales

* Ad futúram rei memóriam ESTAMPAS DE LA REALIDAD ECLESIAL

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Invitación

Lo que sigue a continuación son reflexiones, comentariosy algunas claves de lectura para que puedas aprovechar mejor elcontenido de estos relatos.

Después de una atenta lectura, tú también puedesenviarnos tus reflexiones y comentarios, que pueden serpublicadas en futuras ediciones de este libro.

Puedes enviar tus aportaciones a la siguiente dirección:

P. Flaviano Amatulli Valente, fmapRenato Leduc 231Col. Toriello Guerra, Tlalpan14050 México, D.F.E-Mail: [email protected]

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Apéndice 1

Necesidadde análisis de la realidad eclesial

Hoy más que nunca se hace necesario redescubrir la formamás adecuada de presentar el Evangelio. El futuro evangelizadortendrá que ser un artista o un místico. El artista, que es capaz decrear y recrear para poder transmitir la Buena Nueva que él mismoha experimentado en su vida. El místico, que está tan cerca deDios y su forma de ver la vida y de actuar puede ser un testimoniode la Buena Nueva y su capacidad de dar sentido a la propia vida.

Felicito al P. Amatulli por el aporte que está realizando através de los diferentes géneros literarios que utiliza recientemente,sobre todo por estos relatos que nos presentan la forma en queconcibe la Iglesia y las nuevas ideas que aporta para enfrentarparte de los problemas que aquejan a la comunidad eclesial.

La conversión del obispo Jeremías: al leer este relato loprimero que me vino en la mente fue: ¿Qué estamos haciendo comoIglesia?, ¿dónde quedó nuestro celo por la evangelización y elseguimiento de Cristo? Sobre todo vino a mi mente uncuestionamiento: ¿será que se puede hacer algo?

Analizando la realidad en la que nos encontramos, medoy cuenta que los pastores no están listos para atender a las ovejas.Por cada presbítero hay un sinfín de personas que necesitanatención, de aquí que resonó en mi mente las palabras que, en elrelato, Dios le dirigió al obispo Jeremías: “En lugar de trabajar pordiez, pon diez a trabajar”.

Una propuesta, una realidad. Ya basta de seguir con elclericalismo o el autoritarismo. Es necesario que los laicos tomen

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su lugar dentro de este gran campo de trabajo. Es necesaria unaverdadera conversión para poder descubrir a los demás y quererque se conviertan en verdaderos seguidores de Jesucristo.

El Calvario de Don Boni: presenta una realidad eclesialpalpable: el deseo que tiene un laico de trabajar, un hombre quetrata de buscar respuestas a sus interrogantes y a las necesidadesconcretas de su pueblo, un hombre que como resultado sóloencuentra respuestas equivocadas, un hombre que ve morir lo pocoque consideraba bueno y por lo cual está dispuesto a luchar paraconservarlo. Son dramáticas estas palabras: “Y mientras sucedíatodo esto, don Boni seguía con su capilla y sus rezos, siempre mássólo y olvidado, un campesino más, símbolo de un pasado, añoradopor unos y despreciado por otros, un pasado destinado adesaparecer”.

Este es el calvario del hombre, que ve morir las cosas sinencontrar una respuesta que pueda dar rumbo y sentido a su razónde ser, a su vida. Es un modelo de Iglesia que ya no responde a lasnecesidades actuales, que tiene que hacer algo en esta larga agoníaen la que se encuentra o terminará siendo un campesino olvidadosin más ni más.

Las confesiones de doña Amalia: después de terminar estalectura me vino a la mente una pregunta: ¿es posible que esto puedapasar? ¿La respuesta? No sólo puede pasar, ya pasó y siguepasando. Cuando las cosas no se entienden bien y se quiere aplicaruna misma medicina para diferentes enfermedades, los resultadosson negativos. Las confesiones nos señalan una realidad quemuchas veces no se ha analizado profundamente, que es cómo lasdiferencias religiosas, aún dentro de la propia familia, ocasionanque las relaciones familiares se pongan tensas. Si alguien me dijeraque eso es puro relato, les respondería que tiene los ojos cerradosa la realidad.

Cuando uno se pone sensible a las necesidades vitales delas personas, no sólo en el aspecto económico o social, sino en elámbito propiamente de la fe descubriría cuántos problemas haydentro de una persona: “¿Qué tengo que hacer para agradar a Diosy al mismo tiempo no ocasionar problemas a mis hijosevangélicos…”? Es una pregunta que muchas personas se hanhecho y no han encontrado una respuesta. Al parecer no les quedamás que seguir sufriendo en el silencio interior. ¿Qué hacer?

Por último, tenemos el relato El padre Enrique no sabeque hacer: Siempre he tenido la idea de que la mayoría de las

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personas que acceden al ministerio del Orden, tienen muchas ideasclaras, muchos deseos y anhelos. Tienen un espíritu de búsqueday una gran sed por la evangelización, al igual que el P. Enrique;sin embargo, a lo largo del camino va descubriendo que no todoes color de rosa y las cosas no son como creía; entonces empieza allegar un sentimiento de desánimo, de indiferentismo, osimplemente de ya no hacer nada. Los brillos que tenía al principiovan desapareciendo. Por eso el P. Enrique nos presenta su historia,expresada dentro de la comunidad en donde no todos piensancomo él, pero que le sirve como desahogo y a la vez para recobrarfuerzas y abrir nuevas perspectivas.

El P. Enrique descubre sus logros y sus errores, se dacuenta que no es tarde para poder realizar sus sueños de cuandose iniciaba en el camino presbiteral, descubre que ya sabe qué hacer.Tú, así como el P. Enrique, analiza tu forma de llevar el ministerio,y descubre que todavía tienes mucho que hacer y qué dar.

ConclusiónHoy más que nunca es necesario realizar un verdadero

análisis de la realidad eclesial, descubrir lo que puede servir ydesechar lo que ya no sirva en orden a la evangelización y el trabajopastoral. Hoy como nunca, es necesario revitalizar todo lo que setiene dentro, de poder dirigir la buena noticia a todas las gentescon todos los medios posibles.

Enhorabuena. Que las lecturas de estos relatos puedanforjar en ti nuevas ideas para poder realizar cada día más y mejortu servicio eclesial, o que sean un impulso para unirte a esta labor,la más noble aventura.

Por Manuel Francisco Koh May, fmapseminarista apóstol de la Palabra

2° de Teología (UIC)[email protected]

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Apéndice 2

Necesidadde nuevos paradigmas pastorales

Cuando no hay dirigentes, cae un pueblo,y se salva cuando tiene muchos consejeros

(Prov 12,14)

El despertar de un sueño.Nuestra Iglesia pasa por una dura prueba histórica:

paulatinamente se avizora un derrumbe continuo y dramático delas masas católicas, ya sea a manos de los grupos proselitistas, yasea por parte de las corrientes ideológicas y filosóficas presentesen el mundo.

Existen numerosos grupos al interior de la Iglesia queafirman que dicha visión es fatalista y exagerada, y se refieren aeste proceso como un aspecto normal de la evolución de la fecristiana a la luz del Vaticano segundo y de las nuevas realidadessociales que se presentan.

El P. Amatulli, presenta a lo largo de estas historias,reflexiones que van encaminadas a una toma de conciencia de lasituación que vive la Iglesia en este tiempo, así como luces quenos ayudan a buscar nuevos caminos para realizar una pastoralmás efectiva y que responda a las condiciones que nos enfrentamos.

En lo personal comparto la visión anti determinista del P.Amatulli, y tengo la profunda convicción de que se puede frenary paulatinamente revertir el fenómeno que se observa con respectoa la continua y creciente caída de las masas católicas, claro que un

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paso primordial para lograr esto es la búsqueda de nuevosparadigmas pastorales.

Como se podrán dar cuenta, se trata de una lucha deconciencias, una disyuntiva sobre las visiones que se tienen sobrelo que debería ser la Iglesia.

La cuestión del paradigmaUn paradigma se puede entender como la manera en la

que nosotros vemos y entendemos el mundo, así como la maneraen la que lo enfrentamos y resolvemos los problemas que nospresenta.

Todos pensamos y actuamos conforme a paradigmas, porejemplo, en las comunidades indígenas existe la ley de la“costumbre”, y todo habitante de dicha zona deberá guiarse porella, por lo tanto, para los que nacieron en esa comunidad, eseserá su paradigma, y vivirán conforme a él.

Los paradigmas, son connaturales al hombre, y nosayudan muchísimo a enfrentar las situaciones que se nos presentan.No existe hombre alguno que no viva bajo paradigmas.

Todo paradigma surge en un ambiente concreto, y surgeprecisamente para dar solución a la problemática contemporáneaque enfrenta. El paradigma funcionará, siempre y cuando lascondiciones que le dieron origen puedan mantenerse sin un cambiodemasiado significativo, pero el problema surge cuando lascondiciones y reglas que le dieron origen cambian radicalmente,en dicho caso el paradigma se vuelve ineficaz para enfrentar elproblema y se convierte, no pocas ocasiones, en un obstáculo.

Y aquí viene el drama del paradigma, y es que para el serhumano es muy difícil cambiar un paradigma que se ha arraigadoprofundamente en su persona, además de que puede volver ciegaa la persona acerca de las nuevas condiciones que se presentan,así como ineficaz en su manera de enfrentarlas.

La Iglesia tiene también sus propios paradigmas. A lolargo de estos escritos, el P. Amatulli nos presenta de manera claralos distintos paradigmas existentes en la Iglesia, en la manera enque se viven y se enfrentan los problemas eclesiales, esencialmentenos explica que el paradigma predominante en la pastoral y en lasestructuras de la Iglesia fueron diseñados en el contexto de unrégimen de cristiandad, donde la sociedad era completamentecatólica, y el mismo Estado defendía la fe contra cualquier opinióncontraria.

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Todo estaría bien, sino es por un pequeño detalle, hoyvivimos en una sociedad multifacética, multicultural,multirreligiosa; en otras palabras, en una sociedad plural. Todo elcontexto y las reglas del entorno han cambiado, pero no elparadigma, la Iglesia sigue actuando y pensando como siestuviéramos en un régimen de cristiandad.

Apologética,

punto de partida indispensableEn el relato “El Calvario de Don Boni”, se nos presenta un

hecho que ejemplifica muy bien esta posición: la apologética, paralas comunidades que se ven acosadas por el fenómeno delproselitismo religioso.

En el relato, don Boni pudo conseguir un libro sobreapologética, esto es, tuvo a su alcance la respuesta acerca de losataques y cuestionamientos a la fe, pero eso no fue suficiente paraevitar la paulatina caída de su comunidad, dejando entrever quese necesita un cambio mayor en la forma de llevarse a cabo lapastoral en la Iglesia. Este relato refleja magistralmente el dramaque viven muchas comunidades cristianas.

La apologética es indispensable para por lo menos frenarel éxodo masivo de católicos a los grupos proselitistas, pero quedaevidenciado, que no es la solución completa. Se necesita buscarun nuevo paradigma pastoral que responda mucho mejor a lasnecesidades que la situación plantea.

ConclusiónLa búsqueda de nuevos paradigmas pastorales no es un

camino fácil, pero es un proceso en el cual debemos involucrarnostodos los sectores de la Iglesia, guiados a la luz de la Palabra deDios, que siempre tendrá algo actual que decirnos y que siempreserá una guía segura en esta búsqueda difícil pero vital.

Es un momento decisivo, la historia juzgará, como dije enun principio, es una lucha de conciencias y de visiones, por lo tanto,la pregunta clave es: ¿Qué postura vas a tomar?

Por Reisner Samuel Omar Vázquez Jáuregui, fmapseminarista apóstol de la Palabra

2° de Filosofía (ISEE)[email protected]

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Apéndice 3

Ad perpetuam rei memoriamESTAMPAS DE LA REALIDAD ECLESIAL

Cronista de la realidad eclesialHe leído con mucho interés cada uno de los escritos

que componen este nuevo libro, el más reciente escrito por elP. Flaviano Amatulli Valente. Examinando el contenido condetenimiento me parece que cada una de las historias retrataalgunos aspectos de la compleja realidad eclesial vivida desdeprincipios del convulso siglo XX, dibujando de una maneramuy particular, con el realismo del drama y la crudeza de latragedia, algunas tendencias que han contribuido al actualestado de cosas en la vida de la Iglesia.

El autor, el P. Flaviano Amatulli Valente, es un testigoprivilegiado. Cuarenta años de misión ininterrumpida enMéxico (1968-2008), giras apostólicas periódicas por todos lospaíses de América Latina y visitas frecuentes a los EstadosUnidos de América, con un diálogo constante con el pueblocatólico y los más variados agentes de pastoral, le han permitidoal P. Amatulli conocer de primera mano «los gozos y lasesperanzas, las tristezas y las angustias» (GS 1) de muchoshermanos en la fe. Por eso ha decidido tomar el papel delcronista, conservando para la posteridad algunas historiassignificativas que retratan los dramas y las tragedias vividaspor los pastores de la Iglesia, los religiosos y religiosas y losfieles cristianos laicos de nuestro vasto continente.

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Con estos relatos se complementa lo que estudié sobrela historia reciente de la Iglesia, que no sólo consiste en losgrandes acontecimientos eclesiales ni en los hechos realizadospor los papas, los obispos y los teólogos de altura, sino tambiénen la vida cotidiana de los católicos, con todas sus alegrías ysinsabores.

Por otra parte, cada uno de los relatos permite tomarconciencia de lo que implica en la vida concreta la toma dedecisiones y las omisiones que hacen quienes tienen laautoridad pertinente. No sorprende que el P. Amatulli señalela conveniencia de ser muy cuidadosos cuando se tomandecisiones que de hecho van a afectar la vida de los feligreses.

Se trata de historias que nos permitirán examinar losúltimos decenios para buscar comprender cómo es que hemosllegado a la situación actual, caracterizada por el éxodo masivode católicos hacia las más variadas propuestas religiosas, conuna significatividad igual o de mayores dimensiones a la vividaen la Reforma protestante, y la existencia de un catolicismonominal de grandes proporciones.

Castigat ridendo moresEl primer relato, donde se nos presenta la simpática

figura del obispo Jeremías, refleja la ineficacia de la praxiseclesial y el agotamiento de las actuales estructuraseclesiásticas, puesto que nacieron en una época que ya no existemás, a la que se ha dado en llamar régimen de cristiandad.

También presenta una imagen menos idílica y másrealista acerca del clero, que vive y genera un ambiente en elque se dan cita las cualidades pero también los defectos propiosde los seres humanos: envidias, celos, rivalidades, discordias,búsqueda de los propios intereses, lucha por el poder, deseode hacer carrera en la actividad eclesiástica, simonía, falta decelo apostólico y creatividad pastoral, prejuicios e ideaspreconcebidas...

El relato está hecho de pinceladas que presentan conhumor la vida cotidiana de muchos católicos, el recursofrecuente a los brujos y curanderos, las características de lahagiografía más difundida, la devoción a las imágenes, lapredilección por la excelencia académica en lugar de la

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excelencia pastoral en la formación de los futuros sacerdotes,las relaciones difíciles entre el párroco y el vicario…

También se describe el ambiente en que se forma y viveel católico, bajo el signo de la llamada religiosidad popular,que parece caracterizar al catolicismo latinoamericano,considerada una de sus más grandes virtudes, lo que impideque se reflexione y se trabaje para hacer realidad la multicitadapurificación que requiere.

Sin embargo, el relato no sólo nos permite acercarnosa esa particularidad de nuestra Iglesia que se resiste adesaparecer y que va tomando formas muy diversas, inclusofuera del ámbito eclesial, como el caso de los “santos laicos”que se multiplican por doquier, pero notablementeemparentados con la religiosidad popular del catolicismolatinoamericano.

En este contexto se enmarca el culto a diversas personas“canonizadas” por el sentir popular. En efecto, además de laVirgen de Guadalupe, San Judas Tadeo y San Martín Caballero,cuyas imágenes encontramos en casi todas partes de México,hay personajes considerados por algunos investigadores comoverdaderos “santos laicos”1. La mayoría de estos personajes secaracteriza por qué amplios sectores piensan que estos “santoslaicos” intervienen en asuntos relacionados con la salud y laenfermedad, los problemas económicos y las relacionesinterpersonales: El “Niño” Fidencio, Teresa Urrea (la “santade Cabora”), don Pedrito Jaramillo, Jesús Malverde, JuanSoldado, Pancho Villa, Pedro Infante, entre otros. Destaca entodo esto el extendido culto a la así llamada “Santa Muerte” yel éxito del grupo “Pare de sufrir”.

Las peripecias del obispo Jeremías, presentado como«un volcán de iniciativas» pastorales, también nos permitenasomarnos a soluciones ingeniosas y pertinentes, paraenfrentar el tema de la evangelización y la atención y elacompañamiento pastoral de los fieles católicos. Algo querequiere, precisamente, una conversión pastoral.

Suum cuique tribuereEl Diccionario de la Lengua Española define el término

calvario como la “serie o sucesión de adversidades y

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pesadumbres”. Pues bien, El Calvario de don Boni nos presentalas angustias que vive don Boni en la compleja realidad rural,donde se vive bajo la ley de las costumbres ancestrales y uncatolicismo popular, liderado por los rezanderos, con lapresencia esporádica del señor cura con ocasión de la fiestapatronal para administrar los sacramentos al mayor númeroposible de feligreses.

El relato nos presenta el drama vivido en innumerablescomunidades por la presencia de los primeros gruposproselitistas y la ingenuidad de los pastores católicos que noencontraron la forma más adecuada de enfrentar el fenómenode la división religiosa y el proselitismo sistemático, querápidamente ha fragmentado a la otrora poblaciónmayoritariamente católica.

Además, podemos aproximarnos a los primerosacercamientos a la Biblia por parte del pueblo católico mássencillo, sin una preparación específica y utilizando versionesno católicas, generalmente guiados por algunos hermanosseparados. Podemos, asimismo, constatar la amplia politizaciónde la predicación evangélica y el acercamiento cientificista a laSagrada Escritura por parte de agentes de pastoral católicos,sin un contacto más personal con ella con miras a crecer en lavivencia de la fe, con los resultados que están a la vista de todos.

Se describe de forma muy plástica la insensibilidad demuchos señores curas hacia la suerte de su feligresía y lasituación de los mismos agentes de pastoral, que se manifiestaen unas relaciones difíciles e injustas entre el clero y el laicado,especialmente en el ejercicio de la autoridad y en el aspectoeconómico y en el abandono pastoral. En este contexto, meparece oportuno citar unas palabras que escuché recientementede un sacerdote: “Muchas cosas cambiarían si los sacerdotesnos quitáramos de la cabeza el signo de pesos”.

Obviamente, el propósito no es lavar los trapos sucios enpúblico, sino presentar por contraste la pertinencia de favoreceruna relación más evangélica entre los Pastores de la Iglesia yla feligresía que el Señor ha puesto bajo su cuidado pastoral.Creo que ante lo aquí descrito, podemos afirmar aquella frasecélebre que tanto escuché al estudiar el Derecho Canónico: “Larealidad supera la imaginación”.

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Timeo Danaos et dona ferentesEn “Las confesiones de doña Amalia”, el P. Amatulli nos

ofrece un recorrido por el siglo XX vivido por la Iglesiamexicana, desde la Cristiada hasta nuestros días, desde los díasde gloria del catolicismo mexicano, con feligreses dispuestosal martirio cruento, hasta el éxodo silencioso y constante delos católicos hacia las más variadas propuestas religiosas, haciael indiferentismo religioso y el abandono paulatino de lapráctica religiosa, reservada a momentos específicos.

También se nos presenta el surgimiento de un grupoproselitista a causa de un malentendido ecumenismo, por elpoder de seducción de un astuto pastor norteamericano, laingenuidad de algunos Pastores de la Iglesia y la falta de unespíritu crítico y una malentendida obediencia de ampliossectores del laicado.

El relato nos deja ver, plásticamente, que en los gruposproselitistas no todo es miel sobre hojuelas. También hay trucosy trampas, aunque se presenten disfrazados de regalossumamente atractivos como la colaboración en la tareaevangelizadora. No extraña que a lo largo y ancho del vastocontinente americano se hayan multiplicado y formadodiversos grupos proselitistas y se haya dado el crecimiento delas jerarquías del protestantismo y aún de grupos ortodoxoscomo el fruto no esperado de encuentros ecuménicos y lamanera de entender el ecumenismo.

¡O sancta simplicitas!En “Las confesiones de doña Amalia” se señala también

que un malentendido ecumenismo es el elemento fontal demuchos de los problemas más acuciantes de la Iglesia católica,que llevó a la supresión de la Apologética, el debilitamientode la identidad católica, la apertura indiscriminada hacia loshermanos separados y el coqueteo con los grupos proselitistas,que ha llevado al surgimiento de más grupos religiosos nocatólicos, como siempre, a costa de nuestra feligresía.

Que quede bien claro: el P. Amatulli no está en contradel Ecumenismo, sino de la manera en que se le ha interpretadoy aplicado, especialmente en América Latina, como queda de

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manifiesto en el relato que nos ocupa. Máxime cuando se aplicade manera tan ingenua por parte de los Pastores de la Iglesia,equivaliendo a una verdadera capitulación en aras de manteneruna imagen positiva, no intransigente, de la Iglesia en elposconcilio.

Ab imo pectoreEl último relato del libro, “El padre Enrique ya no sabe

qué hacer”, es el desahogo desgarrador de un sacerdote quevive la así llamada tercera edad y que hace un recuentopormenorizado de su existencia, con la conciencia lacerantede que ha sembrado en el mar, siguiendo un interesanteitinerario: un periodo de fascinación por ciertos líderes‘carismáticos’ y ciertas ideas ‘geniales’, que parecía iban arevolucionar el mundo y que después descubrió que eran ‘purademagogia’.

La historia del P. Enrique es un magnifico pretexto parahacer un recuento de los últimos cincuenta años del catolicismo,especialmente en el ámbito latinoamericano.

El relato inicia, no sin nostalgia, a recordar la vidacristiana en un ambiente donde la vivencia religiosa erafavorecida a la insignia del siguiente lema, que permeaba lavida de la Iglesia: «la gloria de Dios y la salvación de las almas».

El gran evento eclesial del siglo XX, el ConcilioEcuménico Vaticano II, es recordado por todas las expectativasque generó y se afirma que representó para la Iglesia católicaun gran paso adelante en muchos aspectos de su vida internay en su manera de situarse ante el mundo exterior, favoreciendoun clima de mayor autenticidad evangélica que empezó apermear los distintos ambientes eclesiales: menos apariencias,menos honores y más fidelidad al Evangelio.

Al mismo tiempo que se señalan los excesos ysituaciones que se dieron en el posconcilio: el espírituiconoclasta, especialmente en campo litúrgico; la recetaecuménica, considerada la única adecuada para enfrentar elproblema de la división religiosa y el proselitismo sectario; ladisolución del espíritu misionero, la reducción de la Iglesia auna simple institución humanitaria, destinada esencialmentea favorecer el bienestar material de la sociedad, el surgimiento

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de la así llamada teología de la liberación, con la politizaciónde la fe y seducida por la revolución de corte marxista.

En fin, se trata de un examen minucioso de todos estosacontecimientos eclesiales y sus repercusiones en la vida de laIglesia y de cada católico.

Por otra parte, además de hacer un recuento de lacompleja realidad eclesial, el relato nos ofrece sugerenciasconcretas y plausibles para «rehacer el camino andado» a nivelteológico que permita recobrar el sentido de Iglesia ypertenencia a la misma, desechando todo intento de reducir yconfundir su papel, con vistas a sentar las bases que posibiliten«recuperar el terreno perdido» en las décadas recientes.

ConclusiónNo creo que extrañe a nadie el hecho de señalar que

estos relatos tienen abundantes elementos autobiográficos. Elgénero utilizado nos permite entrar más fácilmente en larealidad eclesial reciente para vislumbrar soluciones prácticas.

No es un catálogo de quejas ni un simple desahogopersonal. Nos ofrece, más bien, una base vivencial que nospermite reflexionar críticamente sobre la vida de la Iglesia,mejor informados acerca de las vicisitudes que han vivido losmás variados miembros de la Iglesia Católica, que muchos denosotros conocemos con nombre y apellido.

Es, por tanto, una invitación a hacer el propio recuento.Seguramente muchos nos hemos dado cuenta de situacionescomo las que se describen en este libro. Y tal vez las hemospropiciado o padecido.

Por el P.D. Jorge Luis Zarazúa Campa, [email protected]

http://zarazua.wordpress.com

_____________________1 SAUCEDO, Carmen, Historias de Santos Mexicanos. Desde Juan

Diego y San Felipe de Jesús hasta los recién canonizados por el Papa,Planeta, 2002.

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN ................................................... 3

LA CONVERSIÓN DEL OBISPO JEREMÍAS

Introducción ......................................................... 6Capítulo 1

PRIMEROS PASOS ................................................ 8Capítulo 2

EN EL SEMINARIO .............................................. 11Capítulo 3

ORDENACIÓN SACERDOTAL .............................. 14Capítulo 4

VICARIO .............................................................. 17Capítulo 5

OBISPO ............................................................... 20Capítulo 6

APÓSTOL ............................................................ 24

Conclusión .......................................................... 29

EL CALVARIO DE DON BONI

Presentación ....................................................... 32

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Capítulo 1

LA COSTUMBRE ................................................. 33Capítulo 2

REZANDERO .......................................................35Capítulo 3

PRIMEROS ATAQUES CONTRA LA FE ................. 37Capítulo 4

LA GRAN DECEPCIÓN ........................................ 40Capítulo 5

UNA RECETA EQUIVOCADA .............................. 45Capítulo 6

LENTA AGONÍA .................................................. 50

Conclusión ........................................................... 55

LAS CONFESIONES DE DOÑA AMALIA

Presentación ....................................................... 58Capítulo 1

A LA SOMBRA DEL MARTIRIO ........................... 59Capítulo 2

ECUMENISMO INGENUO ................................... 64Capítulo 3

LA HACIENDA DEL GRAN REY .......................... 69Capítulo 4

CRISIS FAMILIAR ................................................ 75Capítulo 5

SOLA .................................................................... 79Capítulo 6

EN BUSCA DE PAZ .............................................. 84

Conclusión .......................................................... 89

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EL PADRE ENRIQUE YA NO SABE QUÉ HACER

INTRODUCCIÓN ................................................. 92Capítulo 1

POR LA GLORIA DE DIOSY LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS ....................... 93

Capítulo 2

UN NUEVO PENTECOSTÉS ................................. 98Capítulo 3

DEL TRIUNFALISMO AL COMPLEJO DE CULPA Y AL DERROTISMO ........................................... 102

Capítulo 4

LOS POBRES: DE CRISTO A MARX .................. 112Capítulo 5

MEA CULPA ....................................................... 119Capítulo 6

MAR ADENTRO ................................................. 126

Conclusión ......................................................... 131

CONCLUSIÓN GENERAL ................................... 132

* * * * *

APÉNDICE

Apéndice 1

* Necesidad de análisis de la realidad eclesial .... 128

Apéndice 2

* Necesidad de nuevos paradigmas pastorales ... 131

Apéndice 3

* Ad perpetuam rei memoriam. ESTAMPAS DE LA REALIDAD ECLESIAL ........................ 134