algunas características de las traducciones medievales

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ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE LAS TRADUCCIONES MEDIEVALES' JOAQUÍN RUBIO TOVAR Universidad de Alcalá Para Miguel Ángel Pérez Priego, naturalmente El objetivo de estas páginas es presentar algunos de los problemas que suelen plantearse al estudiar las traducciones medievales y ofre- cer, al tiempo, alguna reflexión sobre las dificultades que entrañará escribir una historia de la traducción. Al hilo de la exposición señalo trabajos pendientes o líneas de investigación que me parece que con- vendría desarrollar. He optado por un planteamiento muy amplio y por no descender a problemas concretos (aunque espero desarrollar de manera sistemática y mucho más extensa los asuntos que presento en este artículo). Un panorama de estas características podría haberse trazado partiendo de otro punto de vista. Las particularidades de las traducciones del árabe o el hebreo, los prólogos que encabezan las traducciones, los estudios de los textos traducidos en relación con los originales, los procedimientos de traducción del scriptorium alfonsí o de las traducciones que se llevaron a cabo para Fernández de Heredia, etc., podrían ser epígrafes tan válidos como los que yo presento. Ra- zones de espacio me han impedido citar todos los estudios que hu- biera deseado. Los trabajos sobre traducciones medievales escritos en los últimos años son muy abundantes y parece que va siendo hora de preparar una bibliografía de la traducción en la Edad Media. 1. Algunos problemas metodológicos Escribir la historia de un fenómeno tan complejo y que a tantas disciplinas interesa como la traducción no es tarea fácil pero es un ' Este trabajo ha sido realizado con la ayuda de una beca de la Fundación Caja de Madrid. Revista de Literatura Medieval, IX, 1997, pp. 197-243.

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Page 1: Algunas Características de las Traducciones Medievales

ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE LAS TRADUCCIONES MEDIEVALES'

JOAQUÍN R U B I O TOVAR

Universidad de Alcalá

Para Miguel Ángel Pérez Priego, naturalmente

El objetivo de estas páginas es presentar algunos de los problemas que suelen plantearse al estudiar las traducciones medievales y ofre­cer, al tiempo, alguna reflexión sobre las dificultades que entrañará escribir una historia de la traducción. Al hilo de la exposición señalo trabajos pendientes o líneas de investigación que me parece que con­vendría desarrollar. He optado por un planteamiento muy amplio y por no descender a problemas concretos (aunque espero desarrollar de manera sistemática y mucho más extensa los asuntos que presento en este artículo). Un panorama de estas características podría haberse trazado partiendo de otro punto de vista. Las particularidades de las traducciones del árabe o el hebreo, los prólogos que encabezan las traducciones, los estudios de los textos traducidos en relación con los originales, los procedimientos de traducción del scriptorium alfonsí o de las traducciones que se llevaron a cabo para Fernández de Heredia, etc., podrían ser epígrafes tan válidos como los que yo presento. Ra­zones de espacio me han impedido citar todos los estudios que hu­biera deseado. Los trabajos sobre traducciones medievales escritos en los últimos años son muy abundantes y parece que va siendo hora de preparar una bibliografía de la traducción en la Edad Media.

1. Algunos problemas metodológicos

Escribir la historia de un fenómeno tan complejo y que a tantas disciplinas interesa como la traducción no es tarea fácil pero es un

' Este trabajo ha sido realizado con la ayuda de una beca de la Fundación Caja de Madrid.

Revista de Literatura Medieval, IX, 1997, pp. 197-243.

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horizonte irrenunciable. El relato histórico, por más lineal y sencillo que parezca, se apoya en una metodología, explícita o no, y pensar hoy en trazar una historia de la traducción requerirá una reflexión pro­funda. Bien sabemos, por lo demás, que no basta sólo una sólida re­flexión metodológica si no va acompañada de una ajustada selección de datos, muchos de los cuales aún no tenemos. Como decía José Antonio Maravall: «No hay manera de investigar datos si no se sabe previamente para qué son dados; no hay manera de construir si no se tienen materiales» .

Una historia de la traducción no podrá escribirse nunca partiendo de los conceptos al uso en las historias de la literatura. Los textos se traducen en distintos períodos de la larga Edad Media, se traducen de originales distintos, se traducen de textos a los que se ha incorporado un comentario o una nutrida serie de glosas, las traducciones no siem­pre proceden de las lenguas en que se concibieron las obras, a veces se corrigen versiones de épocas pasadas, se busca en ellas cosas dife­rentes en un período y en otro y no es impensable que en un lapso de cincuenta años encontremos hasta tres traducciones diferentes de una misma obra. Por lo demás, las obras que hoy entendemos por literarias crecen y menguan, se resumen y varían una y otra vez... Si se quiere dar cuenta de este movimiento, de este ir y venir del pasado al presen­te, no podremos entender los períodos históricos y sus distintas etapas como sucesiones monolíticas, eleáticas, simples compartimentos es­tancos presididos férreamente por unas características dominantes que sólo admiten vagos epígrafes como «otras orientaciones de la literatu­ra» u «otras tendencias». Se me dirá que la moderna historia de la lite­ratura viene preocupándose cada vez más por detenerse en períodos cortos, en el estudio de lapsos de tiempo que nos permitan reconocer las redes de los sistemas en las que crece lo literario. Es cierto, pero lo que no acaba de reconocerse muchas veces es que las traducciones forman parte importantísima de la historia de la literatura, de los sis­temas literarios y que el estudio de los textos traducidos es tan impor­tante como el de las obras originales y que muchas de éstas son tra­ducciones y adaptaciones, compilaciones, textos que crecen por el añadido de glosas. La traducción es una categoría que no se deja atra­par con conceptos como el de influencia o préstamo y el estudio de su historia requiere todavía un esfuerzo enorme.

El interés por las traducciones realizadas en la Edad Media no es nuevo, pero, afortunadamente, ha experimentado en los últimos años un crecimiento muy significativo. Bajo ese interés subyace una com-

^ José Antonio Maravall, Menéndez Pidaly la historia del pensamiento, ed. Arión, Madrid, 1960, p. 90.

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prensión amplia de la literatura (de la que la traducción no se conside­ra un hermano menor), la necesidad de explicar textos a partir de una amplia teoría sobre la producción intelectual y la necesidad de plan­tearse las razones de la difusión, recepción y transformación de mu­chos textos. A mi juicio, todos estos intereses afectarán a las teorías y a la construcción de la historia literaria'.

2. Proyecto románico

Las traducciones no suelen ocupar en los manuales de historia de la literatura un lugar destacado y su postergación obedece a criterios muy claros aunque no aparezcan siempre explícitos. El interés se cen­tra en la obra oríginal, la obra escrita en la lengua en la que se expresa la literatura de un país y se deja la traducción como una producción menor que no aporta elementos sustanciales al conocimiento de la obra de tal autor o de tal período. El fenómeno en cuestión no afecta sólo a la Edad Media, sino también a otras épocas. Antes que las tra­ducciones de T. S. Eliot, de Valéry o de Salinas se estudia la obra es­crita en sus lenguas y como coletilla se mencionan su traducciones y se recuerda que gracias a ellos conocimos en tal país a tales autores extranjeros.

Considero que bajo la teoría y la práctica que no siempre ha con­cedido la importancia debida a las traducciones medievales se escon­de una teoría de la historia literaria que prima los aspectos nacionales. Pero una historia de la traducción medieval no puede abordarse si no es a partir de un planteamiento románico, es decir, varias lenguas y varias literaturas, de la comunicación entre ellas, lo que quiere decir comunicación entre géneros literarios, entre autores, obras, scriptoria, etc. Las historias nacionales de la literatura han intentado dar cuenta de fenómeno tan complejo sólo mediante conceptos como influencia, préstamo, etc., nociones que, a mi juicio, no recogen la riqueza y va­riedad de problemas que plantean los textos traducidos. Una historia de la traducción en la Edad Media sólo se entiende a partir de un planteamiento románico y no puede concebirse como un conjunto de monografías, una simple yuxtaposición, una colección de historias de la traducción en Francia, Italia, Cataluña o España, «sino que deberia considerar el fenómeno de la traducción, sus constantes, sus variantes y sus evoluciones en el conjunto de la Europa medieval, en una época en la que los fenómenos culturales son más que nunca dependientes

' El lector podrá apreciar en este trabajo una deuda profunda con las ideas de Claudio Guillen expresadas en De lo uno a lo diverso, Barcelona, Critica, 1983 y en Teorías de la historia literaria, Madrid, Espasa Calpe, 1989.

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de la vasta red intelectual que sustenta a los «letrados» de la respubli-ca clericorum et clericarum europea» *.

La postergación de los estudios sobre historia de la traducción exige hoy una atención y un trabajo importantísimos. No se ha termi­nado todavía el trabajo de inventario de traducciones medievales. Faltan estudios sobre la teoría y técnicas de traducción medievales y no se ha reflexionado sobre el método que permitiría afrontar el estu­dio de un fenómeno tan complejo, en el que aparecen tantos elemen­tos^.

Unas páginas de Cervantes sirven para plantear algunas de las di­ficultades que nos presenta la historia de la traducción. En su visita a una imprenta de Barcelona, don Quijote muestra todo su ingenio al hablar, una vez más, de literatura. Tras comentar los conocimientos de lengua toscana que atesoraba el impresor, comenta:

(...) me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapi­ces flamencos por el revés, que aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen*.

Retengamos esta noción de lenguas fáciles que no necesitan ser traducidas y volvamos a la Edad Media. Como recuerda Terracini, bajo la trascendente capa del latín los romances iban y venían y les costaba convertirse en formas nacionales. Terracini piensa en el bilin­güismo literario de Alfonso X o de Brunetto Latini, en la lírica pro-venzal y la prosa francesa que estaban en la conciencia literaria de

•* C. Buridant: «Translatio medievalis. Théorie et pratique de la traduction médié-vale» Travaux de linguistique et de littérature, XXI, 1 (1983), p. 84. Sigo en muchos pasajes de este artículo las ideas de este autor.

' Buridant, art. cit., p. 82. Un trabajo que ilustra claramente la importancia de la traducción en la historia de la literatura (y de la cultura) es el libro de Ángel Gómez Moreno, España y la Italia de los Humanistas. Primeros ecos, Madrid, Credos 1994. Pocos capítulos encontraremos en los que los argumentos de Gómez Moreno no nos lleven a la traducción: su difusión, materias que se traducen, concepto e idea de la tra­ducción, diferencias entre la traducción medieval y la del humanismo. No es posible explicar la lenta llegada del humanismo a la península sin comprender el destacado pa­pel de las traducciones y todo lo que gira en tomo a ellas. El excelente estudio de Gó­mez Moreno es un ejemplo de cómo no es posible aislar la traducción en la historia de la literatura. La traducción es además un fenómeno que relaciona, por su propia natura­leza, lenguas, códigos y artes diversas.

*• Cervantes, Don Quijote, II, 62.

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Dante con iguales derechos que el Dolce Stil novo, y se detiene en la atmósfera románica que circula todavía en algunos párrafos del Prohetnio e Carta del Marqués de Santillana para preguntarse:

si era posible traducir en este mundo sin fronteras fimies, ni tempora­les ni espaciales. Hablando con rigor, la Edad Media no tradujo. En lo que se refiere al latín, vulgarizó, lo que es muy distinto .

Terracini señala lo rápido que se traducían estas obras entre dia­lectos hermanos, las múltiples versiones, sobre todo entre Francia e Italia. Un caso evidente es Las maravillas del mundo de Marco Polo. La obra en cuestión se escribe en una mezcla de francés y veneciano, «cuyo hibridismo es ya el producto característico de condiciones cul­turales desfavorables para el arte de traducir» *. En poco menos de un siglo se tradujo al francés y tres veces al latín, tres al veneciano y tres al toscano. Insiste, sin embargo, en que en estos casos no debe hablar­se de traducir: es el mismo caso de una canción popular que se transmitiese con distintas variedades o colores idiomáticos a medida que avanza en su recorrido. Entre los calificativos con que designa a esas traducciones destaca el de «perezosas», como por ejemplo las traducciones toscanas del francés, llenas de calcos o meras trasposi­ciones fónicas que encajan bien con los matices franceses que tomó en Italia cierta prosa de orígenes. Los intereses de una historia de la tra­ducción no pueden circunscribirse a una única lengua y a una única literatura. El espacio de una historia de la traducción son lenguas y literaturas en contacto y los problemas que plantea su estudio requie­ren una metodología y unos conceptos que no encontraremos en las historias nacionales.

No me voy a referir en las páginas que siguen al fenómeno de la traducción oral. Los estudios de Zumthor' han puesto justamente de relieve la enorme deuda de la escritura con respecto a la oralidad, pero yo me voy a detener en el ejercicio de verter por escrito un texto de una lengua a otra, aunque necesariamente deba referirme en más de un caso a la influencia de lo oral. Alberto Várvaro ha señalado cómo durante la Edad Media los dos procesos de traducción, del latín al ro-

' B. Terracini: «El problema de la traducción» en Conflictos de lenguas y de cultu­ra, Buenos Aires, Ediciones Imán, 1951, p. 62. El problema de los traductores, en cualquier caso, no era la traducción entre lenguas romances; el problema era la tra­ducción de las «reinas de las lenguas», como dice Cervantes: latín y griego y lenguas orientales.

* ibidem. ' Recuerdo solamente en este punto Essai de poétique medieval, Paris, Gallimard,

1972, ¿o letra y la voz de la literatura medieval, Madrid, Cátedra, 1989, Introducción a la poesía oral, Madrid, Taurus, 1991.

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manee y de lenguas romances entre sí, constituían dos clases distintas de trabajo'". La diferencia entre traducir un texto del griego, el árabe o el latín y traducir entre lenguas románicas o del latín medieval era sentida por los traductores. Algunos expresaron sus dificultades, sus quejas ante la dificultad del latín clásico, en prólogos y sus reflexiones ofrecen a veces noticias de interés, como es el caso de El Tostado ".

3. La traducción, fenómeno histórico

La noción de traducir, escribe Meschonnic, es una noción históri­ca. Cada época retraduce porque las traducciones envejecen, no sirven a los valores culturales de todas las épocas ' . Parece que cada período

'" «Quien transcribía un texto romance compuesto originariamente en un dialecto que no era el suyo, no solía resistir a la tendencia, quizá en parte inconsciente, de acer­carlo a sus usos lingüísticos». Es verdad, apunta Várvaro, que un texto portugués de la Clónica de 1344 o del Libro de Buen Amor, no pueden confundirse con un texto cas­tellano de estas obras, pero algunos de sus editores (pienso en Corominas y en Cintra) consideran que se trata prácticamente de unos manuscritos más del original. Véase A. Várvaro: «Literatura medieval castellana y literaturas románicas: hechos y problemas». Actas del II Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medie­val, ed. de José Manuel Lucia, Paloma Gracia, Carmen Martin Daza, Universidad de Alcalá, 1992, p. 103. La diferencia establecida por Folena en su célebre trabajo sobre la traducción entre traducción vertical y horizontal (traducción horizontal aquella que refleja el paso de una lengua de prestigio como el latín o el árabe al romance y por tra­ducción vertical aquella que se produce entre lenguas, digamos, pares, de prestigio se­mejante, como traducir de francés a catalán o de italiano a castellano) son una primera aguja de marear a la hora de comenzar los estudios de traducción. Véase G. Folena, «Volgarizzarre e tradurie», en La traduzione. Saggi e studi, Trieste, Edizione Lint, 1973.

'' Los prólogos a las traducciones son, la mayoría de las veces, una serie de tópi­cos hilvanados. Entre ellos recordaré el de la pobreza de la lengua romance frente al latín (concepto que nos remite a Lucrecio: «nec nostra dicere lengua / concedit nobis patrii sermonis egestas», Rerum natura. I, vv. 831 y 832), las clases de traducción: palabra por palabra o según el sentido, referencia a San Jerónimo, loa al mecenas que encarga la traducción pero que no necesita de ella para leer la obra, etc. Las indicacio­nes de los prólogos no pueden servimos para calificar la traducción que pretendamos estudiar. Aunque el esforzado traductor mencione las opiniones de San Jerónimo (a quien no habrá leído) y se acoja a una de ellas, es posible que la traducción no se haya hecho ni palabra por palabra ni según el sentido, no se habrá traducido del latín sino de otra traducción y probablemente se hayan añadido al texto glosas o comentarios de al­gún tratado que viniera en ayuda del traductor, quizá lego en la materia que deba tra­ducir. El cotejo de la traducción con el original y el estudio de la tradición textual del original traducido y de la traducción son un camino de estudio más productivo que la confianza ciega en el prólogo.

' Recuérdese la opinión que le merecía a Leonardo Bruni la traducción de la Ética a Nicómaco llevada a cabo por Grosseteste. Véase: E. Franceschini: «L. Bruni e il 'vetus interpres' dell'etica a Nicómaco», Medioevo e Rinascimento. Studi in onore di B. Nardi, Florencia, 1955, vol I, pp. 299-319. Me parecen interesantes las observacio­nes que hace Carmen Parrilla al referirse a la traducción de De ira de Séneca realizada

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necesita una nueva traducción de los textos que se consideran funda­mentales. La traducción se define por una serie de condiciones y cir­cunstancias de época. Esto explica que se traduzcan unas obras sí y otras no, que en cada época se traduzcan obras que ya se habían tra­ducido antes. «Las ideas dominantes, el público y el destinatario in­mediato (patrocinador, mecenas, valedor), explica Pérez Priego, los usos lingüísticos, los esquemas y modelos literarios, la propia tradi­ción traductora, etc. son factores que condicionan de manera decisiva la práctica del traducir y lo encierran en un estrecho marco de posibi­lidades y de límites»". Por lo demás, insisto en lo que señalaba al principio: las traducciones reflejan tanto como las obras de pura crea­ción las corrientes culturales y literarias de una época '*.

Entre las opciones ofrecidas para articular un discurso histórico que dé cuenta de las peculiaridades de la traducción medieval, creo que la noción de sistema literario, tal y como la ha formulado Claudio Guillen, es de enorme importancia para abordar una historia de la tra­ducción en la Edad Media. El esfuerzo teórico llevado a cabo para unir las aportaciones del formalismo (y los varios estructuralismos) con la diacronía, resulta de enorme interés para estudiar los variadísi­mos problemas que plantea una historia de la traducción. Quien se

en el siglo xiii y a la revisión de Ñuño de Guzmán dos centurias después: «Pero, en to­do caso, si en las postrimerías del siglo xiu la recepción de un clásico como Séneca debe imputarse al interés de formar bibliotecas reales o arzobispales, la recepción en el siglo XV, según la supervivencia en los códices de El Escorial, muestra que las traduc­ciones vernáculas de autores clásicos alcanzaron en nuestro país cotas insospechadas (...). El público lector del siglo xv, compuesto por príncipes, nobles y un sector cada vez más creciente de letrados al servicio de grandes magnates, lee obras de utilidad moral principalmente». Carmen Parrilla: «En tomo al Libro de Séneca contra la ira e la saña», Carlos Alvar y José Manuel Lucia Megias (eds.), la literatura en la época de Sancho IV, Alcalá, universidad, 1996, pp. 245-255. Las opiniones de Meschonnic so­bre la traducción pueden leerse en Pour la poétique. Épistemologie de I 'écriture. Poé-tique de la traduclion, Paris, 1972.

" Miguel Ángel Pérez Priego, «La obra del Bachiller Juan de Molina, una práctica del traducir en el Renacimiento español», ¡616, IV (1981), pp. 35-43. Cita en p, 35.

' La presencia masiva o ausencia de determinadas traducciones puede ser un ele­mento que permita entender tendencias culturales concretas en un período. ¿A qué se debe, por ejemplo, el enorme interés que despertó el Breviari d'amor, el extenso poe­ma en provenzal escrito por Matfré Ermengau, franciscano de Béziers, en 1288? Sólo se conserva un ejemplar en provenzal, pero encontramos en la p>enínsula hasta doce manuscritos que recogen una traducción catalana. Frente a la pobreza cultural del tres­cientos en Castilla, en Cataluña, la literatura era alimentada por la lírica francesa. Co­mo dice Carlos Alvar: «el nacimiento del Consistori tolosano y sus imitaciones en el sur de Francia y Cataluña produjeron, sin duda, una revitalización de la poesía cortés —con las limitaciones temáticas ya sabidas— y una nueva demanda de tratados teóri­cos. Es entonces cuando se traduce y copia a Matfré Ermengau en Cataluña». Carlos Alvar: «Aportación al conocimiento de las traducciones medievales del francés en Es­paña», en Imágenes de Francia en las Letras Hispánicas, Barcelona, PPU, p. 207.

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proponga articularla deberá tener en cuenta muchos factores. Claudio Guillen ha explicado que «ha de ser un historiador, y de los más completos, pues no hay género de escritura que ponga hasta tal punto al descubierto los cimientos teóricos, sociales e ideológicos del fenó­meno literario»''.

Las reflexiones de los formalistas rusos sobre la historia literaria, los enjundiosos textos sobre la estética de la recepción y algunos es­tudios de literatura comparada han demostrado que el objeto de la historia literaria ha de ser todo aquello que ayude a explicar la organi­zación artística de los textos, a plantear cómo se han producido los cambios, las modificaciones de estructuras y sistemas literarios, lo que supone, desde luego, mucho más que una sencilla diacronía de formas simples y que es algo mucho más complejo que la mera ordenación cronológica de acontecimientos. La traducción es un fenómeno litera­rio que supone una continua vuelta atrás: se traducen una y otra vez textos que estuvieron vigentes mucho tiempo antes y el pasado se convierte una y otra vez en presente. Hay numerosas razones que nos hacen pensar que la literatura constituye un sistema o que se manifies­ta a sí misma como sistema: ningún elemento simple puede ser com­prendido o evaluado correctamente de manera aislada, es decir, ais­lándolo del conjunto y de la coyuntura de la que forma parte. Los componentes de un sistema no pueden aislarse. En «El hecho litera­rio», el formalista ruso lury Tyniánov señalaba el intento absurdo de aislar una obra literaria. Lo que hace que una obra se convierta en un hecho literario es la relación que se establece con un sistema histórico diferente. Del mismo modo que en un texto todos los elementos están interrelacionados, todos los textos a su vez establecen conexiones en­tre sí y con otros hechos extraliterarios, y forman un conjunto de gran complejidad.

Esta concepción de la historia literaria considera que las obras se relacionan no sólo con todos los elementos que tienen que ver con el ámbito de su producción, sino también con el conjunto de factores que intervienen en el fenómeno de la recepción; la interacción de ambos constituirá también el objeto de todo estudio literario que aspire a tra­zar, a comprender el sistema del que forman parte. Los textos litera­rios se relacionan con conjuntos superiores y colaterales, tales como la obra a la que pertenecen, la obra completa del autor y su poética ex­plícita o implícita. De acuerdo con esto, una historia de la traducción no puede atender sólo a períodos literarios que afectan a una sola len­gua, tal y como lo expresaron en su momento Jakobson y Tinyanov en un ensayo célebre:

" C. Guillen, Entre lo uno y lo diverso, p. 355.

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La noción de sistema literario sincrónico no coincide con la noción in­genua de época literaria, puesto que el sistema está constituido no sólo por obras de arte próximas en el tiempo, sino también por obras in­cluidas en el sistema y que provienen de literaturas extranjeras o de épocas anteriores. No es suficiente catalogar los fenómenos coexisten-tes y otorgaries iguales derechos: lo que interesa es su significación je­rárquica para una época determinada '*.

Una concepción de estas características entiende además que los escritores, los géneros y los tiempos no siempre evolucionan hacia un solo objetivo sino que pueden retroceder hacia algo que pudo haber sido concebido tiempo atrás. El cambio literario debe ser enfocado entendiendo que el tiempo no es una mera secuencia uniforme de su­cesos y que la novedad no puede ser el único valor digno de estudio. Tendremos oportunidad en este trabajo de recordar que las obras se traducen una y otra vez y que no es extraño que se vuelva a un tratado de Séneca cuya traducción se considera defectuosa o que las obras de Boecio y Ovidio se glosen y traduzcan (en prosa y en verso) conti­nuamente.

Claudio Guillen ha insistido en sus trabajos en que la noción de sistema y la de diacronía no están enfrentadas sino que se complemen­tan. La historicidad de la literatura se revela precisamente en el punto de intersección de la diacronía y la sincronía. Como decía Jakobson:

La description synchronique envisage non seulement ia production li-ttéraire d'une époque donnée, mais aussi cette partie de la tradition li-ttéraire qui est restée vivante ou a été resuscitée á 1'époque en question (...) La poétique historique, tout comme l'histoire du langage, si elle se veut vraiment comprehénsive, doit étre con?ue comme une superes-tructure, bátie sur une serie de descriptions synchroniques succesi-

Estos conceptos son esenciales para plantear en su día una historia de la traducción. Partimos, pues, de la noción de sistema, para cuya articulación no deben considerarse solamente obras originales sino también obras traducidas y de épocas anteriores y del estudio de la re­cepción que incluye en el estudio de una literatura tanto lecturas de obras nacionales como extranjeras '*.

" «Problemas de los estudios literarios y lingüísticos», en Teoría de la literatura de los formalistas rusos. Antología de Tvetan Todorov, Madrid, Siglo xxi editores, pp. 103-105. La cita aparece en la página 104.

" R. Jakobson, Essais de linguistique genérale, París, 1965, p. 212. " Para las relaciones entre teoría de la recepción y Literatura comparada, cfr. M.

Gsteiger, «Littérature comparée et esthétique de la réception», en Actas del VIII Con­greso de la Asociación Internacional de Literatura Comparada, II, Stuttgart, 1980, pp.

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Para estudiar el sistema literario en un determinado momento, es indispensable tomar en consideración a los autores pretéritos que se reeditan y vuelven a leer, los autores olvidados que algunos intentan recuperar y los escritores, los géneros, las obras que se traducen. «La integración de todos estos componentes, escribe Claudio Guillen, es lo que constituye un sistema histórico» ", y es el sistema envolvente, lo que hace que una obra traducida sea recibida como literatura. Para el profesor Lefevére la especificidad de la traducción literaria no debe buscarse solamente en el proceso de traducir sino también en la mane­ra en que se integra la traducción, es decir, el producto, en la literatura y la cultura que la reciben^". Debería entonces estudiarse cómo pasa un texto traducido a pertenecer a un sistema histórico y la razón por la que cierto autor o cierta obra traspasan las fronteras de su nación y de su lengua.

Quiero recordar finalmente la utilidad de la distinción establecida en su momento por Román Jakobson para diferenciar algunos tipos de traducción. He mencionado antes unos párrafos de Don Quijote en los que Cervantes se hace eco de una idea muy viva entre los traductores medievales. Traducida a términos más estrictos, pero no más inteli­gentes, Jakobson explicaba su teoría de la traducción en su ensayo «Aspects linguistiques de la traduction». El sentido de una palabra, explica Jakobson, no es otra cosa que su traducción por otro signo que puede sustituirlo, especialmente por un signo «dans lequel íl se trouve plus complétement développé»^'. Distingue tres maneras de interpre­tar un signo lingüístico, según si se traduce a otros signos de su misma lengua, si se traduce a otra lengua o a un sistema de símbolos no lin­güístico. Según Jakobson, estas tres formas de traducción deben reci­bir designaciones diferentes. Por un lado la traduction intralinguale {rewording) que consiste en la interpretación de signos lingüísticos por medio de otros signos de la misma lengua (en el caso de la Edad Media se refiere, por ejemplo, a trasladar una obra escrita o traducida en un periodo y corregirla o volverla a traducir a la misma lengua un siglo después). Por otro la traduction interlinguale o traducción pro­piamente dicha que consiste en la interpretación de signos lingüísticos por medio de otra lengua (ésta ofrece en la Edad Media un abanico muy amplio) y finalmente, la traduction intersémiotique o traducción

527-533. No he podido consultar las actas de los congresos sucesivos pero me consta que se aborda también esta materia.

" C. Guillen, Entre lo uno y lo diverso, Barcelona, Crítica, p. 357. ° André Lefevére, «Théorie littéraire et littérature traduite», Canadian Review of

Comparalive Liieraiure, IX (1982), pp. 137-156. ' Manejo la edición francesa en Essais de linguistique genérale, Paris, Éditions de

Minuit, 1963, pp. 78yss.

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entre códigos, que consiste en la inteqjretación de signos lingüísticos por medio de un sistema de signos no lingüísticos. Nos interesan en este momento los dos primeros aspectos .

4. Teoría de la traducción

No es extraño que no se formulase de manera clara una teoría de la traducción y que esta teoría sirviera de orientación. En la Edad Media no hubo una reflexión sistemática sobre la traducción que nos aclare los principios fundamentales ni la estrategia global por la que se rigió y en algún caso, esta ausencia pudo ser un factor negativo pa­ra los traductores, tantas veces desconcertados por la falta de corres­pondencia exacta entre una lengua antigua y una moderna. Sin em­bargo, el no disponer de un tratado que explicara el arte de la traducción y el haber tenido que indagar en las ideas de los hombres medievales sobre su trabajo e ir estudiando diferentes traducciones, nos ha permitido conocer muchas cosas y hacemos algunas preguntas que si no quizá no nos hubiéramos planteado .

La falta de una reflexión sistemática sobre la traducción en un pe­ríodo tan amplio en el que tantísimo se tradujo, el hecho de que los traductores se valieran de unas pocas ideas y de muy escasa prepara­ción (e instrumentos) para su trabajo, no dejan de resultar reveladores. Esta carencia se explica al menos por dos razones. La primera es la ausencia de autonomía de las lenguas en relación con el latín. Cabe preguntarse cómo iba a escribirse una teoría de la traducción en un período en el que los tratados gramaticales y retóricos dedicados a las lenguas vulgares se consideraban bajo la tutela del latín. En segundo lugar, y abundando en lo que ya he dicho más arriba, la traducción no tenía una especificidad, no era un ejercicio autónomo, netamente dife­renciado de la glosa o del comentario. Como dice L Short:

^ Sobre la relación entre música y literatura véase mi ensayo «Las manos de Eu-terpe». Cuadernos Hispanoamericanos [en prensa].

" Comparar el texto traducido con su fuente sigue siendo uno de los trabajos im­prescindibles como ya señaló Margheríta Morreale («Apuntes para la historia de la tra­ducción en la Edad Media», Revista de Literatura 15 (1959), pp, 3-10). Por lo demás, elaborar una teoría o varías teorías sobre la traducción medieval puede ser engañoso si no se mide su alcance con precaución. Una misma teoría puede inspirar a varios tra­ductores pero el resultado de sus trabajos puede ser muy diferente. Cuentan las ideas imperantes sobre la traducción pero también el texto traducido: los traductores siguen a un texto más que a posturas teóricas y definiciones. Un estudio modélico sobre las ideas que rigen el trabajo de un traductor puede leerse en Nicholas G. Round, Libro llamado 'Fedron'. Plato 's 'Phaedo' translated by Pero Díaz de Toledo, London & Madrid, Tamesis Books Limited, 1993, en particular el capitulo 5.1. (A mi juicio, el li­bro de Round es el más importante que se ha escrito sobre cualquier traducción medie­val).

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Outside of the schools of rhetoric, translation was a functional, rather than an aesthetic activity. Within the teaching of the trivium, any exercises in translation would be secondary, or hardly distinguishable from the more usual task of commentary, amplification or paraphrase, and in this context translation was evidently more a traditional craft than an individual art ''.

Algunos trabajos de los últimos años han recordado que no se de­ben mencionar figuras o aspectos parciales de la retórica latina sin plantear a fondo cuál fue el papel de las artes liberales en la formación de los futuros traductores o, en otros términos, cuál fue la importancia de la escuela en la práctica habitual de la traducción. Se han dedicado importantes trabajos a esta cuestión y plantearé sólo algunas líneas maestras.

Una historia de la traducción en la Edad Media no puede trazarse sin olvidar la influencia del sistema de la retórica. La Edad Media no recogió toda la sutilidad y la potencia de las reflexiones ciceronianas sobre la relación entre filosofía y retórica, ni llegó a ver la hondura de las concepciones aristotélicas. Pero su peculiar recepción y compren­sión de la retórica fue decisiva a su manera tal y como revelan los comentarios de San Agustín en De doctrina christiana o las artes re­tóricas que editó y estudió Paral. Pero en cualquier caso, y para lo que nos interesa ahora, las preocupaciones teóricas medievales hunden sus raíces en el corazón de un debate notable. Emergieron, dice Rita Co-peland, dentro del conflicto entre los dominios de la retórica y la gra­mática^ . La Retórica se erigió a sí misma en una disciplina funda­mental, que limitó la competencia de otras artes a la reflexión sobre el uso del lenguaje y a la enarratio poetarum, es decir, a glosar e inter­pretar a los poetas, mientras que la retórica se afirmaba en su capaci­dad creadora. La enarratio poetarum no tiene porqué ser una simple sierva del texto sobre el que trabaja: a menudo lo reescribe y lo su­planta. Al igual que el comentario, según Copeland, la traducción tiende a servir al texto, pero también desplaza la fuerza original de sus modelos. En la traducción medieval la enarratio asume un poder creativo: no es simple reproducción. Puede rehacer el texto primitivo e influir de manera importante en la recepción y posterior transmisión de este texto. La forma más característica es la paráfrasis exegética que puede rehacer el texto en muchos niveles, desde el estilo a la es­tructura. El comentario vernáculo de los auctores, el proceso de pará­frasis textual es un acto de traduction interlinguale:

^^ Tomo la cita de Burídant, art. cit., p. 95. " Rita Copeland, Rhetoric, Hermeneutics and translation in the Middle Ages.

Academic traditions and vernacular texts, Cambridge University Press, 1991, p. I.

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in some of its most important forms from its earliest history to its later development, vernacular translation maintains strong affinities with establish exegetical practice. The association between Latin and ver­nacular exegesis is very cióse, and this association has profound im-plications for our understanding of vernacular translation from the La­tin auctores .

Unas páginas de Cicerón resumen bien el debate que he mencio­nado antes. Se trata del pronunciamiento más famoso de la literatura latina y aparece en De óptimo genere oratorum (5.14-15), que Jeró­nimo trasladó a la Edad Media. Al señalar cómo había traducido unos pasajes de oratoria ática, declaraba: «no los he traducido como intér­prete, sino como orador». Encontramos la cita entre los párrafos 13 y 14 y en el 23:

«Mas por ser grande el error en lo relativo a esta manera de hablar [en estilo ático], pensé que debía emprender un trabajo útil para los estu­diosos, aunque para mí innecesario. Por eso vertí los discursos más famosos, y opuestos entre sí, de los dos oradores áticos más elocuen­tes, Esquines y Demóstenes; pero no los vertí como intérprete, sino como orador, con las mismas ideas y con sus formas a modo de figu­ras, pero con palabras acomodadas a nuestro uso. No me pareció nece­sario volver palabra por palabra, pero conservé todo su estilo y su fuerza, pues no me consideré obligado a contárselas al lector, sino, por decirio así, a pesárselas (...)».

Sí, según creo, he reproducido estos discursos conservando todos sus valores, es decir, los pensamientos y sus figuras y el orden de la exposición, ciñéndome a las palabras sólo en la medida en que no se apartan de nuestro uso —pues aunque éstas hayan sido vertidas todas del griego, ciertamente nos hemos esforzado en que sean del mismo estilo—, habrá una norma por la que se rijan los discursos de quienes deseen expresarse al modo ático» .

De acuerdo con Cicerón, verter como orador exige conservar ideas {sententiae) y figuras (formae tamquam flgurae), pero acomodándolas al uso de Roma. En otras palabras, mantener el orden lógico y la es­tructura retórica pero sin obligación de traducir una por una las pala­bras. Esto último separa al orador del intérprete, que sí debe verter palabra por palabra y ofrecer en su texto casi el mismo número de vo­cablos que en el original. Lo primero que habría que recordar es que Cicerón establece aquí diferencias entre interpres y orator como dos

" R. Copeland, ob. cit. p. 87. ^' Cicerón, De inventione. De óptimo genere oratorum, Tópica, with an English

Translation by H. M. Hubbel, London, 1960. La traducción es de Valentín García Ye-bra. Véase nota siguiente.

RLM, I X . - 1 4

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maneras diferentes de traducir pero, como señala García Yebra, «nunca pretendió dar normas para la actividad de los traductores» *, y que fue San Jerónimo quien lo entendió (y no sólo a Cicerón, sino también los versos 128-134 del Arte poética horaciana) de manera normativa.

Según Rita Copeland, esta oposición entre formas de traducción es parte de una discusión más amplia que se inscribe en el marco de la hegemonía entre las disciplinas antes comentadas. Para Cicerón, tra­ducir como intérprete es hacerlo palabra por palabra, tarea en la que él, como retórico, no debía entrar. Traducir como orador es hacerlo de acuerdo con los poderes de la retórica, que se diferenciaba de la gra­mática. Una teoría de la traducción no se entiende si no es como ins­trumento de este debate entre disciplinas.

Hoy sabemos que las funciones de gramática y retórica no siempre podían diferenciarse de manera nítida y parece que hay algún campo en el que ambas Artes se disputan las competencias para abordarlo. El poder de la inventio por un lado y la enarratio de la gramática por otro parecen solapar sus procedimientos y parece que es en el corazón de este encuentro —o desencuentro— donde debemos entender, el futuro conflicto de la traducción, porque esta coincidencia en las ca­pacidades continuó en la Edad Media aunque con algunas diferencias ideológicas y culturales notables.

De la traducción se preocuparon ambas Artes y parece que en la escuela romana la traducción era práctica común a las dos '. Sin duda encontraremos ejemplos importantes de traducción del griego al latín. Livio Andronico tradujo la Odisea y su traducción fue importante en los comienzos de la literatura latina y fue leída y comentada en la es­cuela. Se tradujo teatro. Cicerón tradujo el Económico de Jenofonte y el Protágoras y el Timeo de Platón y discursos de Démostenos y Es­quines. Cito estos ejemplos notables aunque sabemos que el hombre culto latino hasta el siglo ii p. C. podía leer sin dificultad el griego. Este carácter bilingüe explica quizá que no fuera necesario traducir de .una manera sistemática y que sólo cuando se perdió el conocimiento del griego empezaron a menudear traducciones de muchas obras: au­tores griegos, pero también literatura cristiana. La traducción tuvo im­portancia sin duda en la educación tal y como ha demostrado (entre

^' Valentín García Yebra: «¿Cicerón y Horacio preceptistas de la traducción?», Cuadernos de filología clásica, 16 (1979-1980), p. 152

^' «Las teorías de la traducción contenida en los escritos de Cicerón y Quintiliano se formularon no con el expreso deseo de definir la práctica de la traducción, explica Rita Copeland, sino para definir la condición de la retórica en relación con la gramáti­ca». R. Copeland, ob. cii., p. 10. He tenido en cuenta algunas de las ideas de Flora Ross Amos: Early Theories ofTranslation, New York, Columbia UP, 1920

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Otros) Marrou, pues la traducción del griego al latín y viceversa no era una práctica extraña'". Tenemos, por lo demás, notables ejemplos de lo que Jakobson llamaría traduction intralinguistique en las extensas enarrationes de Servio sobre Virgilio, Donato sobre Terencio, etc. Puede afirmarse, sin embargo que no hubo articulaciones teóricas propias sobre traducción ni que se realizaran importantes traduccio­nes. No deja entonces de ser una paradoja que las escasas formulacio­nes que tenemos sobre teoría de la traducción formalizadas en Roma hayan ejercido tan enorme importancia en la literatura medieval.

San Jerónimo dio a conocer sus teorías sobre la traducción como respuesta a una crítica que había recibido en su trabajo como traductor del griego. Da su opinión en la célebre Epístola a Pamaquio^^ escrita hacia el 395 después de Cristo. Se trata de la magna charta de la tra­ducción medieval pues acuñó en ella unos conceptos que iban a repe­tir después cientos de traductores medievales. San Jerónimo dice que no siempre una traducción fiel ha de realizarse pro verbo verbum (palabra por palabra) excepto en la Biblia porque el orden de las pala­bras encierra un misterio divino. El verdadero traductor es aquel que intenta captar en su propia lengua el significado total del texto origi­nal. Y no debía traducir las palabras exactas sino el sentido de las pa­labras: sensum exprimere de sensu. Ambos métodos constituyen el origen de los topoi que manejaron todos los traductores. Así lo tradujo Alonso de Cartagena:

en la interpretación de los libros griegos non curo de exprimir una pa­labra por otra, mas sigo el seso et efecto, salvo en las Sagradas Escrip-turas, porque allí la orden de las palabras trae misterio' .

'" R. Marrou, A history ofeducation in Antiquity, trad. de G. Lamb, Nueva York, Sheed and Ward, 1956, pp. 255-264. [Traducción española: Madrid, Akal, 1982].

" Ad Pammachium de óptimo genere interpretandi. Es indispensable la traducción y estudio de Aires A. Nascimento, Sao Jerónimo. Carta a Pamáquio sobre os proble­mas da tradugao, ep. 27. IntroduQao, revisao de edipao, tradu^ao e notas de A. A. N., Lisboa, ed. Cosmos, 1995. En castellano puede consultarse Cartas de San Jerónimo, ed., introd. y notas de Daniel Ruiz Bueno, Madrid, BAC, 1962, pp. 486-504.

' Epístola a Pamáquio (57, 5). La traducción es de Alonso de Cartagena. La tomo de M. Morreale (1959), p. 10. Puede leerse en la traducción de Aristóteles del príncipe de Viana, en la parcial traducción de la llíada que se escribió para el Marqués de San-tillana, etc. San Jerónimo fue también objeto de burla como lo muestra una copla de fray íftigo de Mendoza, en la que se nos ofrece una irónica visión del santo como tra­ductor, que puede que naciera de un célebre pasaje en el que San Jerónimo sueña que es acusado en el cielo de ser ciceronianus (en la epístola 22, Ad Eustochium «Interrogatus de conditione, Chrístianum me esse respondí. El illi qui praesidíebat: Mentiris ait, Ciceronianus es non christíanus»). La copla de Mendoza dice: «Sant Ihe-ronimo acusado / porque en Ciñeron leya / en spirítu arrebatado, / fue duramente ago­tado / presente Dios, quel dezia: / sy piensas que eres christiano / segund la forma deuida / es un pensamiento vano, / que eres gigeroniano, pues es C'Qeron tu vida (...)

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Esta distinción de San Jerónimo aparece en muchos prólogos y en algún caso fue discutida y retocada como en los comentarios de El Tostado". Sin embargo, muchas veces aparece en los prólogos como una referencia vacía. La traducción que puede leerse tras la introduc­ción no tiene que ver con la declaración de intenciones que acababa de proclamarse. El contenido del prólogo debe compararse con la tra­ducción propiamente dicha. Todo ello nos lleva a planteamos quiénes son los traductores y cómo hacen su trabajo.

5. Palabras y conceptos para la traducción en la Edad Media

Queda todavía mucho camino para sistematizar y entender en toda su complejidad los conceptos medievales referidos a la idea de tradu­cir y para entender la trayectoria terminológica y cultural que experi­mentó este trabajo, pues los conceptos y técnicas se superponen y cambian de significado. No se trata sólo de que los términos que se refieren a la traducción oral se apliquen a veces a la traducción escrita. Como bien dice Folena, la abundancia de sinónimos y locuciones si­nonímicas con variadas connotaciones semánticas ha complicado el ya de por sí complejo cuadro terminológico heredado de la antigüedad latina. Esta abundancia muestra también:

la escasa elaboración conceptual del acto de traducir en la Edad Me­dia, la predominante concepción didáctica e instrumental y la multi­plicidad de puntos de vista al considerar la praxis de la traducción •'''.

La multiplicidad de denominaciones que encontramos en la Edad Media es para Burídant señal de que la traducción no es considerada como una actividad específica, caracterizada por un término de defi-

Por aver mucho seguido / al poético dulzor, / fiíe de Dios reprehendido / agotado y desmentido / Sant Jerónimo Doctor, / (...) Tomo la cita de Julio Rodríguez Puértolas, Fray íñigo de Mendoza y sus 'Coplas de Vita Chrisli', Madrid, Credos, 1966, p. 293, copla n° 6. Véase además Rita Copeland, «The fortunes of'non verbum pro verbo': or, why Jerome is not a Ciceronian», en Roger Ellis, ed., The medieval translalor. The Theory and Practice ofTranslation in the Middle Ages, Cambridge, D. S. Brever, 1979.

•" La bibliografía sobre las ideas del Tostado es ya amplia, afortunadamente. Véa­se, R. Recio, «Alfonso de Madrigal (El Tostado): La traducción como teoría entre lo medieval y lo renacentista». La Coránica 19.2 (1991), pp. 112-31, Peter Russel, Tra­ducciones y traductores en la Península Ibérica (1400-1550), Bellaterra, Universidad Autónoma de Barcelona, 1985. R. C. Keightley, «Alfonso de Madrigal and the Cronici Cañones of Eusebio», The Journal of Medieval and Renaissance Sludies, Vil (1977) 225-248.

^ Folena, art. cit., p. 99.

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nición precisa y unívoca . La diversidad de lenguas hace más com­plejo si cabe el estudio de los términos a que me vengo refiriendo.

Como ejemplo de esta variedad daré un par de ejemplos. Se trata del prólogo y el epílogo que escribió María de Francia a sus fábulas esópicas o Isopet. En el prólogo leemos:

«Esopes escrist a sun mestre, ki bien cunut lui e sun mestre, unes fables qu'il ot trovees de Griu en Latin translatees». (Prólogo, vv. 16-19)'^

Y en el epílogo:

Pur amur le cunte Willalme, le plus vaillant de cest reialme, m'entremis de cest livre faire e de l'Engleis en Romanz traire. Esope apelé um cest livre, ki! traslata e fist escrivre, de Griu en Latin le turna. Li Reis Alvrez, ki mult Tama, le traslata puis en Engleis, et jeo l'ai rimé en Franceis, si cum jol truvai, proprement. (vv. 9-19)^'.

Según podemos ver en las palabras de María de Francia, el texto sufrió un verdadero periplo y sabemos bien que parecida suerte sufrie­ron otros textos en la Edad Media: «La aventura interlingüística del texto se manifiesta con una multiplicidad de términos que expresan en particular el sentido fabuloso y confiíso de algunas vicisitudes y reve­la también el sentimiento de diferencia entre la fase final románica y los precedentes»''. En el prólogo encontramos que tanto translater como turner se refieren al paso del griego al latín y en el epílogo ve-

' ' Remito al articulo de Folena y a la bibliografía allí citada para conocer los múl­tiples significados de las palabras que se refieren a la traducción en latín: verto y sus derivados, exprimere. reddo, transfero. imitari y los términos que aparecen en San Je­rónimo. Véase además García Yebra, V., ¿Cicerón y Horacio...», pp. 140 y ss.

' ' «Esopo escribió a su maestro^ cuyo modo de ser bien conocía/ unas fábulas que habia imaginado/ y al latín del griego trasladado».

" «Por amor al conde Guillermo, / el más valiente de este reinoy me comprometí a escribir este libro/ y trasladado del inglés al romance./ A este libro lo llaman de Eso­po,/ quien lo mandó escribir y lo tradujo/y del griego lo trasladó al latín./ El rey Al­vrez, a quien le gustó mucho,/lo tradujo más tarde al inglés/ y yo lo he rimado en fran-cés,/tal como lo encontré, exactamente».

" Folena, art. cit., pp. 67-68.

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remos translater para el paso del latín al inglés''. Observemos la gran cantidad de expresiones referidas a traducir en estos versos: faire la rime, rimer en frangais, traitier en romanz, de I 'engleis en romanz traire, etc.

6. La glosa y el comentario

Una de las líneas de fuerza que caracteriza la civilización medie­val es la tarea de asimilar y explicar la antigüedad pagana. Los inspi­radores de esta magna tarea no fueron los muchas veces humildes tra­ductores, pero no cabe duda de que colaboraron con su práctica en la dirección apuntada. A la hora de trasladar los textos antiguos al mun­do medieval, desempeñan un papel nada despreciable las glosas y los comentarios más o menos extensos a las obras que iban a traducirse. Buridant ha comparado al glosador con el ilustrador de códices o el constructor de vidrieras. Las glosas, tanto si provienen de fuentes aje­nas al texto o si nacen de las iniciativas del traductor, ayudaron a dar al mundo antiguo los colores del mundo medieval y a reducir la dis­tancia entre ellos. Los traductores se vieron a menudo obligados a ha­cerse comprender por lectores desprovistos del más superficial cono­cimiento de la antigüedad. Suele suceder que si el traductor encuentra una palabra que designa una institución desconocida para el público a quien está destinado su trabajo, busca algún elemento de su época que sea comparable con aquella, es decir, un equivalente moderno. Vea­mos algún ejemplo.

De la traducción del De Providentia de Séneca realizada por Ca­ñáis*" entre 1396 y 1440 destaco dos características. Por un lado la tendencia a sustituir instituciones de los antiguos por otras medievales con lo que los juegos romanos se convierten, por ejemplo, en tómeos. El otro es cristianizar conceptos paganos y convertir a las vírgenes vestales en religiosas que cantan maitines. Este procedimiento estuvo extraordinariamente enraizado en la Edad Media y todavía en el siglo XVI francés sería posible encontrar los mismos procedimientos de cristianización y de modernización de la antigüedad. No es imposible, por ejemplo, que una traducción de Los Mácateos transformara este texto en una especie de cantar de gesta. Me parece que esta es una de las claves para entender la traducción y su decisiva importancia en la

" En el prólogo a los Lais leeremos: «Pur ceo comenpai a penser / De aukune bone estoire faire / E de latín en romaunz traire; / Mais ne me fust guaires de prís: / Itant s'en sunt altre entremis. / Des lais pensai k'oí aveie; / Ne dutai pas, bien le saveíe, / (...) Rimez en ai e fait ditié, / soventes fiez en ai veillié».

*'^ A. Cañáis, Scipió e Aníbal. De Providencia. De Arra de ánima, edición de Martí de Riquer, (Els Nostres Classics), Barcelona, Barcino, 1935.

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Edad Media, pues a menudo trajo consigo la transformación del con­tenido, la reorientación del significado de muchos textos, de acuerdo con varios factores, como, por ejemplo, el nuevo destinatario que la recibía. Desarrollaré esta cuestión más adelante, pero no quiero dejar de recordar que el trabajo realizado para ayudar a entender la cultura antigua y adaptarla a determinados valores es una de las razones que permiten explicar la abundancia y el sentido de muchas traducciones medievales.

Libros glosados encontraremos muchos pero quizá el más impor­tante entre ellos es la Biblia*'. Son varias las literaturas que empiezan su andadura con una traducción del Libro por antonomasia. La tra­ducción que llevó a cabo Lutero, tan elogiada por Góthe, es uno de los textos que encabeza la historia de la lengua alemana moderna. La pre­sencia de la Biblia en la cultura medieval es una constante y sus tra­ducciones así como los comentarios y reflexiones que nacen a su alre­dedor constituyen ya por sí mismos una historia de la traducción''^. Los hábitos de los traductores bíblicos influyeron en traductores de obras no sagradas, y no podrá abordarse un estudio de la traducción medieval sin que las traducciones bíblicas ocupen un papel central en el empeño.

Me referiré brevemente al uso que se hizo de la Biblia en alguna obra. Bien sabemos que las crónicas alfonsíes no son siempre simples traducciones de los auctores sino minuciosos trabajos de taracea de fuentes en los que se sometía a los textos a una rigurosa enanatio. Este procedimiento se corresponde, como es sabido, con el método de enseñanza medieval, la lectio (lectura y comentario). Pero en el caso

' Sobre las traducciones de la Biblia son imprescindibles los estudios y las edicio­nes que ha llevado a cabo Margherita Morreale. Véanse sus trabajos: «Apuntes biblio­gráficos para la iniciación al estudio de las traducciones bíblicas medievales en caste­llano», Sefarad, 20 (1960), pp. 66-109. «Apuntaciones criticas para la edición de romanceamientos bíblicos», en Homenaje a Menéndez Pidal. Anuario de Letras, 7 (1968-69), pp. 113-148. «Lectura del primer capítulo del Libro de la Sabiduría en los romanceamientos bíblicos contenidos en Esc. 1. 1.6., General esloria y Esc. 1.1.4», Revista de Filología Española, LVIII (1976), pp. 1-33. «Una lectura de Sab. 2 en la General Estoria: la Biblia con su glosa», Berceo, 94-95 (1978), pp. 233-254. «Una lectura de Sab. 5 en el romanceamiento contenido en Esc. 1.1.6 (como texto castellano y como traducción)», Actas de las III Jornadas de Estudios Berceanos, Logroño, 1980-81, pp. 129-147. Otras perspectivas pueden leerse en Jean Robert Smeets: «Les traductions, adaptations et paraphrases de la Bible en vers» y Guy de Poerck: «La Bi-ble et l'activité traductrice dans les pays romans avant 1300», aparecidos ambos en el GRLM, ed. Hans-Robert Jauss y Erich Kohler, Heidelberg, Cari Winter, 1968

*^ Véase Valentín García Yebra: «La traducción en el nacimiento y desarrollo de las literaturas», /6/6 (1981) IV, pp. 7-24. y Traducción y enriquecimiento de la lengua del traductor. Discurso de ingreso en la Real Academia Española leído el 27 de enero de 1985 y contestación de Antonio Tovar Llórente, Madrid 1985.

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de las traducciones bíblicas ha de precederse con especial cuidado, según demuestran algunos trabajos de Pedro Sánchez-Prieto Borja''^ Las versiones de algunos libros bíblicos contenidos en la tercera parte de la General Estoria no se corresponden con el texto de la Vulgata, y para entender este desajuste no es necesario apelar siempre a los pro­cedimientos escolares de traducción, sino tener en cuenta:

la presencia en el modelo de numerosas interpolaciones y excursus que tienen como fuente el amplio corpas exegético que bajo la forma de glosas interlineales y marginales o comentarios orgánicos acompa­ñaron a la Biblia latina en el siglo xni'' .

En esta parte de la General Estoria encontraremos glosas que pro­ceden de Hugo de San Caro y San Buenaventura y a veces de la Glossa ordinaria y de Rábano Mauro. Sánchez-Prieto demuestra que ni la costumbre de amplificar textos ni el cotejo con otros manuscritos o fuentes es siempre una explicación adecuada para aclarar la presen­cia de muchos pasajes extraños al texto sagrado. En algunos libros no estamos ni ante el novedoso género historiográfico alfonsí, explicado por Diego Catalán y Francisco Rico, ni ante una Biblia historial. Es­tamos sencillamente ante una Biblia, «en la forma en que ésta irradió del ámbito universitario parisino» *

La conclusión de Sánchez Prieto es relevante para un estudio de la traducción. El cotejo minucioso entre la traducción y el texto traduci­do ha permitido identificar un número importantísimo de glosas gra­cias a las cuales se apuraba hasta en los detalles más nimios el conte­nido del texto. Pero este afán no depende de una modalidad de la traducción sino de una estrecha dependencia de las glosas. La pre­sencia de estas aclaraciones es tan importante que es probable que la glosa haya influido en la configuración del estilo del traductor''^.

•" Pedro Sánchez-Prieto Borja: «La General estoria como obra de traducción (a propósito de GE3 Sab.), Actas del III Congreso de la AHLM, Salamanca, 1994, vol. 1. Alfonso el Sabio, General estoria, tercera parte. Libros de Salomón, ed. de Pedro Sán­chez-Prieto Borja y Juan Bautista Horcajada Diezma, Madrid, Credos, 1994.

'*'' Sánchez-Prieto Borja, art. cit., p. 927. Creo que convendría estudiar a fondo el papel de las etimologías como instrumento de traducción en la General estaría de Al­fonso X. La etimología es una explicación de palabras, como dice Niederehe, que se aplica a toda clase de textos y contenidos (históricos, mitológicos, bíblicos, etc.) y que ofrece toda clase de matices. Hay etimologías que parten incluso de la onomatopeya: «vino un sollo de viento, et mouió aquellas cannaueras e leuantaua en ellas un son que dizie ¡sitim! e era esto que queríen dezir aquellas canaueras ¡Siringa! por nombrar el nombre de su sennora Siringa donde fueron fechas». (General estoria I, ed. de Antonio García Solalinde, Madrid CEH, p. 161 b 19 y ss) Véase Hans J. Niederehe, Alfonso X el Sabio y la lingüística de su tiempo, Madrid, SGEL, 1987.

*^ Sánchez-Prieto Borja, art. cit., p. 931. '"' Sánchez-Prieto Borja, art. cit., p. 928.

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Pero la incorporación de glosas a las traducciones no es exclusivo de las versiones bíblicas sino que aparece también en textos profa­nos "•' y no puede considerarse de ninguna manera un accidente en la práctica de los traductores''*. Bien es sabido que el texto no fue consi­derado como algo inmutable y definitivo y que estuvo sometido a una apertura de significante y significado. La posibilidad de enriquecerlo, corregirlo y variarlo es una tendencia que afecta lo mismo a las nove­las que a los textos cronísticos, según demostraron en su momento

•" Al frente de la traducción del De consolatione de Boecio encontramos un prólo­go cuyo texto, tantas veces citado, describe bien el trabajo de los traductores a la hora de explicar cómo aclaran palabras en un párrafo: «Como sea algunas uezes que por la diuersidat de las lenguas se fallen algunas palabras que non son mudables sin gran da­ño suyo, contesQiendoles como a las plantas naspidas en su escogido logar, que muda­das a otro pierden lo mas de su fuería, y aun a veges se secan: donde tal dipion fallare, quedara en su propio vocablo (a) o se trocara por el más cercano que en nuestro uulgar yo fallare (b) poniendo de fuera otros en su fauor que al poder mió sostengan su mes-ma fuerpa (c). E donde se tocare fiction o ystoria que no sea muy usada. Reduzirse ha breuemente no para vuestra enseñanza, ca auiendo uos grande notigia de muchas letu-ras mejor podes dezirlo que inclinaruos a lo oyr. Mas seruira a vuestra memoria que instruyda de cosas diuersas seyendo de algo oluidada nenbrarse ha mas de ligero (d). E fallando alguna Razón que paresca dubdosa en sentencia, sera le puesta adigion de las que el nonbrado maestro en su letura ha declarado solo tocante a la letra (...)». Citan este texto, entre otros, Mario Schiff, La bibliothéque du Marquis de Saiuillane, París, 1905, pp. 178-179, M. Morreale en «Apuntes para la historia de la traducción en la Edad Media», Revista de Literatura XV (1959), pp. 3-10., Michel Garcia: «Las traduc­ciones del canciler Ayala», Medieval and Renaissance Studies in honour of Roben Brian Tate, Dolphin Book Co., lan Michael y R. A. CardweII eds., Oxford, 1986, pp. 17-18. Los párrafos marcados con las letras significan (a) que el traductor acude a un préstamo, (b) que sustituye por una palabra de la lengua receptora, (c) que realiza la operación con rodeos o sin ellos o (d) que se omite en algún caso. Michel García pro­pone que (c) puede interpretarse como una glosa y (d) podría ser una especie de resu­men que se escribiría en el margen. (Véase Michel García, art. cit., p. 18.)

•" Hay testimonios de escritores que traducen sus propias obras (profanas o no) y que trabajan sobre su texto con el mismo planteamiento que si fuera uno ajeno. En este punto me interesa destacar algunas de las conclusiones a que llega Pedro Cátedra en un interesante estudio sobre autotraducción, en concreto los Doce trabajos de Hércules de Enrique de Villena: «(...) llama poderosamente la atención que Villena trabaja sobre su propio texto como si de uno ajeno se tratara. Percibimos ahí idénticos mecanismos que en la traducción normal: duplicación con glosa, incorporación de glosas explícitas. De ello habrá que concluir una serie de cosas, pero sobre todo y la principal, que los me­canismos de traducción no son tanto mecanismos interpretativos, como hábitos intelec­tuales de lectura o de transferencia de un bloque cognoscitivo de una lengua a otra, de un pensamiento a otro, aunque sea el mismo».

En realidad, la autotraducción es una nueva redacción destinada a adaptar la obra a ámbitos distintos y puede ayudar a entender la dislocación cultural y espacial, en be­neficio de una recuperación del texto en un mundo cultural diferente. Véase Pedro Cátedra: «Un aspecto de la difusión del escrito en la Edad Medía: la autotraducción al romance». Atalaya, 2 (1991), pp. 67-84. El párrafo citado está en la p. 69

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Vinaver y Catalán*'. No debe extrañamos que los clérigos medievales incorporaran las glosas, el aparato crítico transmitido por los exégetas, al cuerpo del texto °.

Huelga destacar la importancia que tiene conocer los textos a par­tir de los cuales se tradujo, aunque una vez familiarizados con los procedimientos que invitaban a utilizar comentarios, no nos será di­fícil reconocer que la práctica de la traducción se ha realizado con el concurso de algún corpus exegético^'.

Los estudios dedicados a estudiar el sentido e importancia de las glosas en textos no bíblicos son ya muy importantes y mencionaré ahora algún caso. B. Roy ha demostrado en su estudio sobre el Art d'Amours ovidiano hasta qué punto la traducción absorbe las glosas que estaban en el original latino ' . La traducción de Disticha Catonis por su parte, utiliza un detenido comentario —Remi d'Auxerre, Ex-positio Remigii super Catonem y una traducción de Everardo". Un caso extremo es el que recoge el manuscrito 10220 de la Biblioteca Nacional de Madrid en el que podemos leer una traducción castellana del Tratado de la consolación de Boecio. Al frente de la traducción encontramos dos cartas, una del condestable Ruy López Dávalos y la respuesta del traductor. Dávalos debió de conocer una traducción en­treverada de glosas, de suerte que si el pensamiento de Boecio resul­taba oscuro no era por su profundidad sino porque no se adivinaba dónde empezaba su pensamiento y dónde la glosa, de ahí que pida al traductor que arregle la traducción hasta que sea legible. Dávalos se quejaba así:

^' E. Vinaver, The rise of romance, Oxford University Press, 1971. Diego Catalán: «Los modos de producción y 'reproducción' del texto literario y la noción de apertu­ra», en Homenaje a Julio Caro Baroja, Madrid, CIS, 1978, pp. 245-286.

° Quede constancia, sin embargo, de que pueden documentarse pasajes en los que se percibe que los compiladores de la General estaría distinguen perfectamente el co­mentario de la fuente: «(...) e dize en la glosa sobre el Génesis en este logar que Noe-ma tanto quiere dezir como uoluntad, e esta uoluntad es este logar tanto como cobdicia. Mas esto dezimos nos, que non es estoria si non esponimientos que fazen y los sanctos, e por ende dixiemos que segund la estoria que era este casamiento sin pec-cado». {GE\) BNM, ms. 816 [fol. 7r].

" María Morras ha estudiado a fondo la traducción de De officiis de Cicerón lleva­da a cabo por Alfonso de Cartagena y demuestra que el obispo de Burgos intentó eli­minar de la obra latina de las glosas que se hablan ido uniendo con el tiempo. Véase Alonso de Cartagena: Edición y estudio de sus traducciones de Cicerón, Universidad Autónoma de Barcelona, 1992.

' L'Art d'amours. Traduction et commentaire de l'Ars amatoire d'Ovide, Brill, 1974.

" Buridant, art. cit., p. 130.

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TRADUCCIONES MEDIEVALES 219

E commo quier que yo he leydo este libro romangado por el ffamoso maestro Nicolás no es de mi entendido ansi como querría. E creo que esto por falta de mi ingenio, y aun pienso fazerme algún estonio estar mesclado el texto con glosas lo qual me trae una gran escuridat. E au-ria en especial gracia me fuesse por vos declarado en tal manera que mejor lo podiesse entender guardando las palabras con que el actor se rrazona, señalando en la margen lo que vuestro ingenio podiere para que yo syn compañero el texto pueda entender... *

Interesa constatar la queja de Ruy López, quien encuentra confusa la versión manejada ya que están presentes el texto de Boecio y el comentario de Nicolás Trevet'^ dominico inglés que comentó la obra de Boecio'*.

Sucede entonces que a veces la traducción no es solamente trasla­dar un texto de una lengua a otra. El camino que va de un texto a otro pasa por el filtro de unas glosas o de todo un comentario, de una ex-positio escolar en la que, como señala Wittlin, cada pasaje es analiza­do y a veces reestructurado y donde cada palabra que se considera di­fícil es explicada mediante sinónimos. Fierre Bersuire, por ejemplo, tradujo la Historia romana de Tito Livio (que iba a servir luego como base a alguna traducción peninsular) y para su cometido usó con abundancia el comentario de Nicolás Trevet'^. Bersuire sigue tan de

'•* Citado por Michei Garcia, «Las traducciones del canciller Ayala», Medieval and Renaissance Studies in honour ofRobert Brian Tate, ed. de I. Michael y R. A. Card-well, Oxford, Dolphin Book, 1986, p. 17 y 18.

" Nicolás Trevet (1258-1268 y muerto ca. 1334) fue autor de celebrados comen­tarios, a obras de Virgilio, Tito Livio, Séneca y Boecio. Véase, Aires A. Nascimento y José Manuel Díaz de Bustamante: Nicolás Trivet Anglico. Comentario a las Bucólicas de Virgilio, Universidad de Santiago de Compostela, 1984; Ruth H. Dean, «The ear-liest known Commentary on Livy is by N. Trevet», en Medievalia et Humanistica, 111 (1945), pp. 86-98; F. Troncarelli, «Per una ricerca sui commenti altomedievali al di Consolatione di Boezio», Miscellanea in memoria di G. Cencetti, Torino 1973 y C. Leonan: «1 commenti alto medievali ai classici pagani da Severíno Boezio a Remigio d'Auxerre» en La cultura antica nell'Occidente latino dal Vil aW XI secólo, Spoleto, 1975, 459-504. En general, sobre el comentario véase A. J. Minnis-A. B. Scott-D. Wa-llace. Medieval Literay Theory and Criticism c. llOO-c.1375. The Commentary-Tradition, Oxford, 1988 y también Catalogas Translationum et Commentariorum: Medioeval and Renaissance Latín Translations and Commentaries: Annotated Lists and Cuides, eds. F. E. Cranz-P. O. Kristeller, Washington, 1984.

' ' Véase Pilar Saquero Suárez-Somonte y Tomás González Rolan: «Las Glosas de Nicolás de Trevet sobre los trabajos de Hércules vertidas al castellano: el códice 10220 de la Biblioteca Nacional de Madrid y Enrique de Villena», Epos VI, (1990), pp. 177-197.

' ' El Apparatus de Trevet debe mucho a la tradición escolar de las glosas y aunque no tuvo mucha difusión, como señala Ángel Sierra, «facilitó la lectura de Livio a Co-lonna y a Bersuire, entre otros». Véase Historia de Roma desde su fundación. Intro­ducción general de Ángel Sierra, trad. y notas de José A. Villar, Madrid, Gredos, 1990,

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cerca la paráfrasis de Trevet, que puede decirse que en algunos pasa­jes ya no traduce el original. La influencia del comentador se percibe incluso en la elección de palabras.

El material explicativo que introduce Vilaragut a las tragedias de Séneca podría derivar, al igual que los argumentos, de algún comen­tario medieval semejante a los descritos en el libro de Franceschini'*. Hay sin embargo una interpolación de longitud muy notable cuya fuente aparece explícita. Al final de Medea (fols. 173v-174r) presenta los sucesos que seguirán a continuación bajo el título de: «la mort de Medea segons Johan Bocaci posa.» Es muy probable que este material de origen italiano sea ciertamente de algún comentarista.

Quiero recordar finalmente que no siempre encontraremos erudi­tas glosas o comentarios que guíen al traductor. A veces es él mismo quien se convierte en espontáneo comentarista y en narrador y guía. Mathieu le Vilain, que tradujo para el conde d'Eu los Meteoros de Aristóteles, señala de vez en cuando las dificultades:

Or semble, sire comte, que oeste parole soit contraire á ce qu'il avoit devant (...) Mais ce n'est pas contrarieté".

7. Compilaciones

En algún lugar recordaba Enrique de Villena que en Florencia abundaban los manuscritos virgilianos, para condenar después una traducción que corría compendiada en Italia (quizá la de Andrea Lan­cia). Dice Villena que algunos tradujeron esta obra:

menguadamente, dexando muchas fiíjiones e exclamaciones e razo­namientos que superfiuos reputaron*".

p. 117. Véase además, K. V. Siclair, The Melbourne Livy. A Study ofBersuire transla-tion based on ihe manuscript in the collection of the National Gallery of Victoria (Austraiian Hum. Research Council Monogr., 7), Melbourne, 1961. C. J. Wittlin ed., P. López de Ayala, Las Décadas de Tito Livio (Bibiiot. Univ. Puvill: III Textos Lit., 6), I-II, Barcelona, s.a. [1984]. Cuando este artículo estaba en prensa llegó a mis manos una recopilación de estudios de Curt Wittlin, De la traducció literal a la creado literaria, Institut interuniversitari de filología valenciana, Publícacions de l'Abadia de Montse­rrat, Valencia/Barcelona, 1995. El contenido del libro incide de lleno en los temas aquí tratados.

" E. Franceschini: «Glosse e comentí medievali a Séneca trágico», en Studi e note di Filología Latina Medievale {\93S), Milán, pp. 3-8.

" Mathieu le Vilain, Les Metheores d'Aristote: traduction du Xllle siécle, publ. par R. Edgren, Upsala, 1945.

*" Ramón Santiago Lacuesta, «La primera versión castellana de la 'Eneida' de Virgilio», BRAE, anejo XXXVIII, Madrid, 1979.

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TRADUCCIONES MEDIEVALES 221

El testimonio de Villena no es casual. A partir del siglo xii cuando menos, nos encontramos con resúmenes de obras a los que se añaden comentarios e interpretaciones del texto original y se forman verdade­ras compilaciones. Recordaré algunos ejemplos. Entre 1488 y 1492, Juan Hurus publicó un libro cuya portada lleva por título: Ethica de Aristóteles y cuyo explicit reza: «acaba aquí el compendio breve de los .X. libros de Aristotil.» Se trata, en efecto, de un compendio, de una paráfrasis del texto aristotélico fundida con un comentario o ex­plicación del pensamiento de Aristóteles. Se nos dice en la introduc­ción que ha utilizado la fuente «mas esplicita y menos intrincada que conocía». Russel y Pagden*' reconocen dos fuentes. Una es un texto latino de las Éticas traducido al italiano a petición del traductor-autor y la otra es una 'esplanacion' en lengua aragonesa, es decir, un co­mentario o un compendio del texto aristotélico.

Compilar los textos traducidos, glosarlos y adaptarlos a los gustos del público es una práctica de enorme importancia. Su estudio deberá ocupar un lugar destacado para conocer las peculiaridades de la tra­ducción en la Edad Media. El profesor Jacques Monfrin ha señalado cómo una vez traducidos los textos antiguos (durante todo el siglo xiii) eran considerados como materiales que servían para la construc­ción de obras de sentido diferente al de los originales. A lo largo de su ensayo sobre humanismo y traducciones en la Edad Media * explica que las compilaciones permitieron a los lectores acercarse a la historia de múltiples personajes de la antigüedad de los que tenía vaga noticia a través de adaptaciones de obras de Ovidio. Se escriben entonces compilaciones de obras de este escritor que debemos colocar en la misma órbita de las numerosas composiciones amorosas inspiradas en Ovidio, anteriores y posteriores al Román de la Rose. Entre los ejem­plos de compilación recordaré en este punto el Ovide moralisé, la ge­nerosa traducción de Las Metamorfosis de Ovidio que se completa con otras fuentes e incluso con relatos escritos y pensados en lengua romance como Pyrame et Thisbé en el libro IV o Philomena en el li­bro VI.

Los compendios no son solamente el soporte de vastas interpreta­ciones alegóricas de textos de la antigüedad: se trata de una manera de entender la creación que afecta a todos los campos de la creación inte-

" P. Russel y A. R. D. Pagden, «Nueva luz sobre una versión española cuatrocen­tista de la Ética a Nicómaco: Bodleian Library, Ms Span. d. i.n, en Homenaje a Gui­llermo Guasiavino, Madrid, Asociación Nacional de Bibliotecarios, Archiveros y Ar­queólogos, 1974, pp. 138 y 139.

" J. Monfrin: «Humanisme et traductions au Moyen Age», en A. Fourier: ¿ ' hu-manisme medieval dans les littératures romanes du Xl/e au XlVe siécle, Paris, Klien-cksick, 1964

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lectual. Los historiadores romanos fueron puestos al alcance del pú­blico francés gracias a toda clase de traducciones y adaptaciones compiladas. Un clérigo de la isla de Francia compuso entre 1213 y 1214 una vasta compilación a partir de pasajes de Suetonio, Salustio y Lucano que se incorporaron a una traducción de la obra de César. Me refiero a los Faits des Romains, compilación difundidísima que llegó a suplantar las obras originales tanto en Francia como en Italia y a convertirse en uno de los libros de base de la cultura laica durante to­da la Edad Media; se conservan cincuenta y nueve manuscritos copia­dos en todas las épocas: once manuscritos en el siglo xiii, dieciocho en el xiv, treinta en el xv.

El autor de Faits des romains no pretendía realmente traducir a César o a Suetonio, sino escribir una historia de los romanos partiendo de estos y otros autores, de ahí que a veces diga ce dist Suetoines, por ejemplo. Sin embargo, la práctica de la compilación y adaptación de autores dejó secuelas importantes en la mentalidad de los traductores. Para Rychner* , al Bersuire traductor de Tito Livio le quedaban mu­chos restos de sus predecesores, expertos en el arte de adaptar y compilar.

La compilación está en la base de textos enciclopédicos como el difundidísimo Trésor de Bruneto Lattini, compuesto entre 1260 y 1266 y que fue traducido al italiano, al catalán y al castellano. Ade­más de por su carácter didáctico, el Trésor ofrecía en su libro segundo una traducción de la Summa Alexandrina, un compendio realizado por Hermannus Alemannus de la Ética a Nicómaco de Aristóteles. En el libro III traduce y comenta De inventions de Cicerón, obra a la que añade los discursos de César y de Catón según Salustio, que habían sido a su vez incorporados al Faits des Romains^.

No quisiera terminar este apartado sin recordar la importancia de la compilación en las obras historiográficas y en extensos relatos co­mo el Libro de Alexandre o la Gran Conquista de Ultramar. El pro­blema de las fuentes compiladas e insertas en un marco diferente des­borda los límites de este artículo. Ninguna de las obras mencionadas son simples obras de traducción, o mejor, no son solamente obras tra­ducidas*^.

" J. Rychner: «Observations sur la traduction de Tite-Live par Fierre Bersuire (1354-1356)», en Journal des Savants, 148 (1963), pp. 242-267. Recogido después en Anthime Fourrier, L 'humanisme medieval dans les littératures romanes du XIf, pp. 167-193, París, Librairie C. Klincksieck, 1964.

" C. Wittlin, ed.: Brunetto Latini, Llibre del Trésor, versió catalana de Guillem de Copons, Barcelona, Barcino, 1980

" Aunque los estudios de Solalínde, Lida de Malkiel, Rico o los más recientes de Fernández Ordóñez, Sánchez-Prieto Borja y otros son aportaciones importantísimas.

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8. Versiones intermedias

La ignorancia es una de las razones que llevaba a traducir palabra por palabra. ^ Michel Garcia ha recordado el respeto de Ayala, com­partido por otros traductores de la Romania, hacia el latín*'. Este mie­do se percibe en el desconocimiento del significado de las palabras y de la lógica de las construcciones sintácticas así como de las institu­ciones y el mundo que éstas representaban. Esta es una de las razones por las que se recurría a las versiones intermedias*'.

Uno de los rasgos que mejor definen la traducción en la Edad Media es el uso de traducciones en otras lenguas —francés e italiano sobre todo, pero a veces la reescritura de traducciones antiguas en la misma lengua: estamos, por tanto ante fenómenos como los señalados por Jakobson—, como ayuda para el trabajo de traducción. En mu­

los estudios sobre la General estoria (y convendría empezar por la edición completa de la obra) han de avanzar todavía para que conozcamos a fondo los problemas de su composición y elaboración. Ya en 1936, L. B. Kiddie afirmaba tras estudiar la presen­cia de el Román de Thébes en la obra alfonsi que; «The Estoria de Tebas (...) cannot be considered a translation as it is commonly understood, but rather a compilation, or the creation of a new work based on material ofTered by another work». «A source of the General Esloria: the French prose redaction of the Román de Thébes», HR, IV (1936), pp. 264-271.

'^ Debido a la ignorancia o a la rapidez con que se llevaba a cabo la empresa. En su estudio sobre la traducción de la Commedia de Dante atribuida a Villena, José An­tonio Pascual señalaba que la versión de Villena posee las dos características más acu­sadas de las traducciones del siglo xv; literalidad y prestigio del latinismo: «Esta es una traducción gobernada por la más estricta tiranía de la palabra. El traductor va susti­tuyendo cada palabra italiana por otra castellana, si la correspondencia entre ambas lenguas lo permite (o el traductor lo cree así), pero cuando esta correspondencia no se da (o el traductor no la percibe), se recurre al latinismo o a una posibilidad léxica marginal en la norma castellana». José Antonio Pascual, La traducción de la Divina Commedia atribuida a don Enrique de Aragón. Estudio y edición del Infierno, Uni­versidad de Salamanca, 1974, p. 65

" Hay muchos testimonios de traductores como los de Laurent de Premierfait (en el prólogo a su traducción de De amicitia de Cicerón), los del catalán Ferrer Sayol (al frente de su Re rustica de Paladio), que recogen esta idea.

" Creo que es muy importante el trabajo que propone —y en parte realiza— Charles Faulhaber a partir de las posibilidades que ofrecen las bases de datos informa-tizadas: Bibliografia Española de Textos Antiguos (BETA), Bibliografia de textos cata-lans antics (BJTECA), Bibliografia de Textos Antigos Portugueses (BITAP) para las literaturas vulgares de la España medieval. Su estudio —y la larga serie de trabajos a los que presumo que va a dar pie— nos va a permitir conocer datos fundamentales so­bre la difusión de las traducciones en la península, lo que quiere decir una constelación de cosas: a través de qué lenguas entran los textos de la Antigüedad y contemporáneos en la península, los motivos por los que las novedades italianas se divulgan más a tra­vés de unas lenguas que de otras, las versiones intermedias a partir de las que se tradu­cen los textos, etc. Véase Charies Faulhaber, «Sobre la cultura ibérica medieval: Las lenguas vernáculas y la traducción». Actas del VI Congreso de la Asociación Hispáni­ca de Literatura Medieval, [en prensa].

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chos casos eran estas versiones intermedias las que se traducían y no las obras originales. Los ejemplos de versiones intermedias son muy numerosos y en los últimos años se han escrito muchos artículos que destacan este fenómeno*'. Recordaré algunos casos. Alfonso Fernán­dez de Falencia (1423-1492), secretario de cartas latinas de Alonso de Fonseca, tradujo las Vidas de Plutarco (editadas en Sevilla en. 1491). En el prólogo a la primera edición, nos da Falencia el nombre de los traductores italianos de las Vidas al latín, en cuyos trabajos se apoyó para su tarea. A pesar de haber estudiado con el humanista Jorge Tra-pezuntio. Falencia no llegó a conocer el griego como para emprender una traducción de la obra de Plutarco y acudió a versiones interme­dias.

Es el caso también de dos traducciones castellanas de la obra de Valerio Máximo a las que apenas separan cincuenta años. Existen di­ferencias entre ambas pues el texto que tradujeron era distinto. La más antigua se debe a la pluma de Juan Alfonso de Zamora y parte de una traducción catalana que se guía por el comentario del dominico Fratre Lucas —compañero de orden de Cañáis. La otra fue obra de Ugo de Urriés, impresa en Zaragoza en 1495 y sigue la traducción francesa con la glosa de Dionisio de Borgo Sancti Sepulchri. Es decir, las dos traducciones castellanas parten de versiones intermedias enriquecidas (o empobrecidas) realizadas con la ayuda de un aparato exegético que suministró precisiones y errores, los cuales se transmitieron también al traducirse a otras lenguas '^°.

Las Cartas de Séneca fueron traducidas al francés en 1309 por Bartolomeo Siginulfo, chambelán del reino de Ñapóles, y su trabajo se difundió por toda Italia. En 1313, un mercader florentino la hizo traducir al italiano. La obra pasó a España gracias a los oficios de Ñu­ño de Guzmán. Mientras nuestro texto viajaba desde Ñapóles a Fran­cia y de Florencia a Castilla, el texto francés, venido esta vez de Francia, fue adaptado en la misma época al catalán. En España, esta práctica era tan flagrante que todavía Lope de Vega elogiaba con un punto de ironía la lengua italiana: «Esta lengua es muy dulce y copio-

' ' Véase Calalogus Translalionum el Commentariorum: Medioeval and Renais-sance Latín Translations and Commentaries. Annotated Lists and Cuides, eds. F. E. Cranz-P.O. Kristeller, Washington, 1984. J. Riera: «Catáleg d'obres en cátala traduídes en castellá durant els ss. xiv-xv», // Congres Internacional de la lengua catalana (1986). Área 7 Historia de la llengua. Valencia, 1989, vol 8, pp. 699-709.

'" Véanse los estudios que ha dedicado Gemma Avenoza a las traducciones de la obra de Valerio Máximo, entre otros: «Traducciones de Valerio Máximo en la Edad Media Hispánica», en Reflexiones sobre la traducción, ed. de Luis Charlo Brea, Uni­versidad de Cádiz, 1994, pp. 167-179 y «La traducción de Valerio Máximo del Ms. 518 déla BMioteca de Catalunya», Revista de Literatura Medieval, II (1990), pp. 141-58.

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sa y digna de estimaQÍón, y a muchos españoles ha sido muy impor­tante, porque no sabiendo latin bastantemente, copian y transladan de la lengua italiana lo que se les antoja, y luego dicen: traducido de latín en castellano»^'.

Los ejemplos de este proceder son, como ya he dicho, muy nume­rosos y sabemos de muchas obras que se tradujeron a partir de una traducción ya existente. De agricultura de Paladio se tradujo a partir de la versión catalana de Ferrer Payol, la Historia de Alejandro Mag­no de Quinto Curcio sobre el texto italiano de Decembrio", las Tra­gedias de Séneca sobre el texto catalán de Antón de Vilaragut, Tito Livio sobre la traducción de Bersuire^\ Valerio Máximo, a partir de la versión catalana de Antoni Cañáis y la traducción hecha en 1467 por Hugo de Urries sobre la versión francesa de Simón de Hesdin y Nicolás de Gonesse.

En alguna ocasión, algún texto griego llegó al italiano a partir de una traducción realizada antes al aragonés. Un erudito del siglo xvii, el abate Mehus, acompañó al abate español Juan Andrés en su visita a algunas bibliotecas de Florencia (Santa Croce, Laurenciana y Riccar-diana), en las que pudo ver algunos códices que le impresionaron^''. En una carta a su hermano relata que ha visto ciertos códices de las Vidas de Plutarco traducidas al italiano a partir de la traducción que mandó hacer el Gran Maestre Fernández de Heredia. El texto italiano

" J. Monfrin, art. cit. pp, 243/4. ' La versión de Decembrio al italiano es de 1438, la de Vasco de Lucena al fran­

cés es de 1468, la de Luis de Fenollet al valenciano (a partir de la de Decembrio) es de 1481. Ignoro si las dos traducciones al castellano aparecidas en Sevilla (1498 y 1518) se hacen a partir de la que llevó a cabo Fenollet. Véase A. Bravo García, «Sobre las traducciones de Plutarco y de Quinto Curcio Rufo hechas por Pier Candido Decembrio y su fortuna en España», Cuadernos de Filología Clásica, 12 (1977), pp. 143-185 y Quinto Curcio Rufo, Historia de Alejandro Magno, introducción, traducción y notas de Francisco Pejenaute Rubio, Madrid, Credos, 1990.

' «La pervivencia de Livio en la literatura europea no habría sido tan amplia sin las traducciones que se hicieron desde muy pronto, adelantándose en más de un siglo a los primeros textos impresos. La de mayor trascendencia fije la de Pierre Bersuire, de hacia 1355 (...)». Estas palabras de Ángel Sierra ponderan muy acertadamente el papel decisivo que cumplió la traducción de Bersuire. Su afirmación puede también exten­derse a otras traducciones que suelen arrinconarse como obras de segunda fila. De la traducción de Bersuire dependen la castellana de López de Ayala (1401), la escocesa de J. Bellenden (1533) y la inglesa de Ph. Holland (1600). Véase Ángel Sierra, ob. cit., p. 120 y ss.

' Cartas familiares del Abate D. Juan Andrés a su hermano D. Carlos Andrés, dándole noticia del viaje que hizo a varias ciudades de Italia en el año 1785, publica­das por el mismo don Carlos, 1, Madrid, Sancha, 1786, pp. 85-88. A. Lo Vasco, Le biblioteche d 'Italia nella seconda meta del secólo XVIII: delle 'Cartas familiares' dell'abbate Juan Andrés, Milán, 1940.

KLM. IX. - 15

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«denuncia claramente el origen aragonés del 'volgarizzamento'»^^ En la didascalia que precede al texto italiano de uno de los códices de Santa Croce se lee que una obra (las Vidas):

fu translatata di grammatica greca in vulgar greco in Redi per uno philosopho chiamato Domitri Talodiqui, et di greco fu translatata in aragonese per un freyre Predicatore vispo de Ludemopoli... per co-mandamento del molto reverente in lesu Christo, padre et signore, dicto Fray Giovanni Ferrandez di Heredia, per la gratia di Dio maestro dell 'Ordine dello Spedale' '^^.

Y no debemos olvidar la reescritura de una misma obra en una lengua de una época a otra, pues con el cambio se siente que la lengua se volverá más comprensible. Es el caso de la revisión de De ira de Séneca que debemos a la pluma de Ñuño Guzmán y que supuso reha­cer completamente el texto que se tradujo para Sancho IV. El librero y humanista Ñuño de Guzmán señalaba su negativa impresión ante la traducción de ira de Séneca;

(...) visto por mí. Ñuño de Guzmán, el susodicho libro que así el tras-ladador lo transfirió de la lengua lantina [sic] a la nuestra castellana non bien comprehendiendo la intención de tanto moral como Séneca, prestantysimo barón fue, como por la inperi?ia e más verdaderamente ygnorancia de los escriptores era tan corrupto el texto que totalmente venía a ser de sentenijia ayuno e, allende déste, otros muchos defectos que toda la moral utilidat inpedían e ofuscavan. Así que todas estas cosas yo, el suso memorado Ñuño (...) dispúseme a lo corregir^ .

" Véase J. Sánchez Lasso de la Vega, «Traducciones españolas de las y idas de Plutarco», Esludios clásicos 6 (1961-1962), pp. 451-514. La cita está en la p. 462. So­bre la obra de Heredia deben verse: Juan Manuel Cacho Blecua, «Introducción a la obra literaria de Juan Fernández de Heredia», / Curso sobre lengua y literatura en Aragón (Edad Media), Institución Femando el Católico, Zaragoza, 1991, pp. 171-195. Adelino Álvarez Rodríguez, Las 'Vidas de hombres ilustres' (núms. 70, 71, 72 de la Bbtca. Nacional de París. Edición y estudio, Madrid, Universidad Complutense, 1983.

' ' Tomo la cita de Sánchez Lasso de la Vega, art.cit., p. 463. ' ' F. Freixa: «Las traducciones castellanas de Séneca en la Edad Media», Cuader­

nos Hispanoamericanos (\')l%)'i1\ , p. 140. Hay traducciones del siglo xv, por ejemplo, que no deberían de recibir este nom­

bre. En algunos casos parece que la lengua de llegada no es el castellano sino, como dice M. Morreale, una «lengua neutra», un latín apenas castellanizado, ya que el uso de los cultismos acababa convirtiendo la lengua en un extraño hibrido. Pero Díaz de To­ledo tradujo la Guia de descarriados y antepuso a su trabajo un prólogo en el que contaba sus tribulaciones. Un glosador anónimo añadió una sene de anotaciones en las que criticaba fuertemente el trabajo de Díaz de Toledo. En el prefacio leemos: «Ende, segunt la costumbre [a] ove a fazer de un vocablo dos e de dos vocablos uno, añader en algunt logar, e menguar en otro, e en uno declarar, e en otro acortar, e en otro poner la razón vocablo [b] por vocablo tal qual está, e mayormente de la mejor trasladacion, que es segunt yo e otros mas letrados espuesta e dada por muy mas notable. E muchas

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TRADUCCIONES MEDIEVALES 2 2 7

El trabajo de Ñuño de Guzmán debió de ser concienzudo^* por lo que nos dice:

Primeramente la sentencia que es la principal parte enmendar por quanto es sujecto, e asimesmo el ornato pulliendo, el qual estava de bruta confusión lleno de feos vocablos e non de conveniente traspor-tapión de aquéllos e superfluas repeticiones en tal manera que su propeder grandysimamcntc engendrava enojosa obscuridad, resucité en él la perdida forma, supliendo aquélla quanto fue possyble (...)''•

Lo que me interesa destacar en este punto es el recorrido tan parti­cular de las traducciones en el tiempo y la dificultad que plantea his­toriarlas. Los mismos autores, las mismas obras, —acompañadas qui­zá de nuevas glosas y de tradiciones manuscritas diferentes— vuelven a retomarse una y otra vez. Las obras traducidas son un ejemplo de cómo la literatura vuelve atrás, de que no sólo es lo nuevo lo que sirve de guía para conocer los rasgos peculiares de una época, y la traduc­ción, la vuelta a obras ya traducidas es una de las maneras mediante las que avanza y cambia la literatura.

9. Versiones de una misma obra

Hay que investigar a fondo las razones que expliquen por qué ha­biendo traducciones de una obra en lenguas vecinas, se decida sin embargo ima nueva traducción. A pesar de que la corte portuguesa fuera bilingüe en el siglo xv, se insistió en la conveniencia de que al­gunos textos se tradujeran al portugués. Sabemos que había traduc­ciones catalanas de Valerio Máximo, lo que no impidió que se realiza­ran nuevas a otras lenguas periféricas. Creo que no podemos ignorar las finalidades políticas que se esconden tras estas iniciativas. Muchos nobles suscribirían los propósitos de Nebrija expresados en el prólogo

vezes [c] tomo un renglón de una trasladacion a otro de la otra e algunas vezes lo to­mare tal qual esta por lo yo entender, segunt la trasladacion esta non segunt deue [d]».

Las apostillas del glosador coinciden con las letras: [a] «En esto fizo bien si en­tendía la entencion mas el se dize lo contrarío, [b] Por ventura sera sin error, mejor fuera sobreseer en los tales vocablos fasta preguntarlos, [c] En esta mezcla el provecho es dubdoso e el daño es cierto quando menos porque será más trabajosa de adrepar. [d] Ya me parespe que oyesse en conoscimiento que de necessarío ha de fallecer en con­trario de lo (que) ha dicho que non fallecerá la entencion del autor», (ob. cit. p. 433-434).

'* Ver ahora Carmen Parrilla, «En tomo al Libro de Séneca contra la ira e la sa­ña», art. cit.

" Freixas, art. cit. p. 142.

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a su Gramática^. Peter Russel ha apelado al nacionalismo para expli­car este hecho, pero ha recordado también que no todos los lectores castellanos, por ejemplo, podrían leer con soltura el italiano o el fran­cés. Si quienes escribían en toscano se quejaban por no comprender textos escritos en otros dialectos italianos, lo mismo pudo suceder en la península*'. El texto de Vegecio sobre el arte de la guerra fue verti­do a diferentes lenguas vecinas en la Edad Media. * La Etica de Aristóteles se leyó en varias traducciones que remontaban a su vez a otras diferentes. El compendium que encontramos en el Trésor de Bruneto Latini, traducido a finales del siglo xiii para el rey don San­cho, todavía se copiaba en Castilla en el siglo xv. Hay además dos traducciones al catalán. Una es la de Copons, de finales del siglo xiv o principios del xv y otra anónima de principios del siglo xv. Santillana poseía entre sus manuscritos la traducción italiana de aquella parte del Trésor realizada por Bono Giamboni. Añádase a todas ellas la tra­ducción del Principe de Viana.

10. El traductor

He hablado hasta aquí de teorías y técnicas de traducción y de pa­sada he mencionado al traductor, pieza esencial que realiza la tarea de la traducción. Nos faltan muchas investigaciones para conocer a fondo el perfil, o mejor, los perfiles del traductor. Este trabajo deberia de incluir estudios de la biografía de traductores, y de su formación, de­dicación y nombres de las personas para quienes trabaja. Hay un tipo de traductor bien delimitado que ha aprendido su latín en escuela re­ligiosa y se ha familiarizado con lenguas vecinas gracias a estancias en el extranjero. Su latín no será el de Cicerón y las lenguas vivas las habrá aprendido por azar y en su forma oral. La formación de los tra­ductores no fue desde luego específica y debió de fundamentarse en el estudio de cortos tratados consagrados a las figuras y otros ornamen­tos. No debió ser pequeño el papel de las grandes Artes normativas, como la Ars versificatoria de Mateo Vendóme, el Laborinthus de Everardo el Alemán, el Ars versificatoria de Gervasio de Melkley y la Poetria Nova de Geoffroy de Vinsauf En estas artes poéticas se da una extraordinaria importancia a la amplificatio y la abreviatio, dos procedimientos de tratar la materia. La amplificación o auxesis.

'" Eugenio Asensio, «La lengua compañera del imperio. Historia de una idea de Nebrija en España y Portugal», Revista de Filología Española, XLlll (1960) pp. 399-413.

" P. Russel, Traducciones y traductores en la península ibérica (1400-1550), Uni­versidad Autónoma de Barcelona, Bellaterra, 1985, p. 9.

'^ Lola Badía, «Frontí y Vegeci, mestres de cavalleria en cátala ais segles xiv i XV», BABLB, XXXIX (1983/84), pp. 191-215.

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«aumento, acrecentamiento», es un procedimiento retórico privilegia­do en la Edad Media cuando se trataba de trabajar sobre materiales dados. Esta retórica de la abundancia ornamental se practicó en la Edad Media desde los ejercicios escolares más elementales a través de glosas y comentarios hasta en desarrollos más elaborados. Formados en esta retórica de la amplificatio, que les era mentalmente consus­tancial, entrenados en el comentario perpetuo de la interpretatio, el traductor tenderá a practicar espontáneamente la exégesis como se practicaba a propósito de cualquier texto, y en particular los textos sa­grados *

Las profesiones de los traductores fueron muy variadas. A. Vila-ragut (1336-1400), uno de los traductores de las Tragedias de Séneca, era seglar y soldado. La primera traducción al castellano del Trésor de Bruneto Lattini fue realizada por Alonso de Paredes, físico del infante don Femando, por orden de Sancho IV al finalizar el siglo xiii. Pedro de Valladolid, traductor de la Consolación de la Filosofía de Boecio se llamaba a sí mismo «criado del señor rey de nauarra e oficial suyo de pararle su tabla en que comiese e las cortinas en que oya misa». Físico era Lucena el Macabeo, autor de la traducción de los Evange­lios y las Epístolas de San Pablo para el Marqués de Santillana*'*.

Pero trazar un perfil tipo del traductor sería falso y perturbador, pues las condiciones de traducción, las posibilidades y variedades que ofrecía cada empresa eran muy variadas. Estamos sin duda ante un perfil proteiforme y las líneas que siguen no pretenden sino ofrecer alguna guía. Posiblemente el traductor comenzaria su primera traduc­ción por encargo y el texto no le interesaria por razones personales. Debió de trabajar deprisa y sin tiempo para las revisiones. Aprove­chaba las ayudas que se le prestaban, como una traducción ya existen­te en una lengua vecina bien surtida de glosas, un comentario con pa­ráfrasis, un escriba a quien dictar su traducción y alguien que impidiera que se detuviese mucho en algún pasaje difícil. Por regla general, el traductor suele seguir el manuscrito que le dan sin preocu­parse demasiado de cuestiones textuales. A él no se le pide que criti­que el texto que ha de traducir.

No debemos entender la traducción medieval sólo desde un punto de vista filológico o erudito. Los filólogos discutirán si en el empleo

" Buridant, art. cit., p. 121. ** Mario Schiff, «Notice sur la traduction castillane des Evangiles et des Epítres de

Saint Paul faite par le docteur Martín de Lucena pour le Marquis de Santillane», Bulle-tin Hispanique (1908) X, pp. 307-314, Joaquín Rubio Tovar, «Traductores y traduc­ciones en la biblioteca del Marqués de Santillana», en Medioevo y Literatura. Actas del V Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, vol. IV, Granada, 1995, pp. 243-251.

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de los verbos en tal traducción se descubre tal influencia de una tra­ducción de tal obra, si las precisiones y aclaraciones provienen de tal Corpus, etc. Pero como dice Terracini, «éstos son análisis eruditos; la conciencia, o el gusto común, no anatomiza o etimologiza; estas tra­ducciones olvidan muy pronto que lo son; en el traductor encuentran su mejor intérprete»'^. El traductor era intérprete de la obra y la re­cepción de la misma depende muy claramente de la manera en la que se aborda el trabajo. Es interesante destacar que Bersuire en su tra­ducción de Tito Livio no da los nombres propios sin más, sino que los explica:

El traductor no asume exactamente el punto de vista del autor; la his­toria romana no es del todo su materia ni la de sus lectores, como lo era para Tito Livio y los suyos**.

No tenemos, por lo demás, mucha información del material que podía disponer el traductor medieval. Se han editado algunos de los glosarios medievales que cubren, entre otros, el francés, anglonor-mando y español*'. Los instrumentos de trabajo del traductor debieron ser limitados. Hay grupos de palabras, acepciones y fórmulas cuyo origen ha podido ser identificado. Es el caso de las glosas que adornan las traducciones bíblicas en una parte de la General estoria como re­velan los estudios de Pedro Sánchez-Prieto y de Margherita Morreale.

Ahora bien, sucede a veces que si el traductor no encuentra en su lengua nada que pueda satisfacerle, entonces transcribirá la palabra original y añadirá aquellas palabras de su lengua materna que más se aproximen. En algún caso, si el traductor encuentra una palabra com­pletamente desconocida la transcribe con la esperanza de ofrecer des­pués una solución. Contamos en este punto con el testimonio de Da­niel Foulechat, traductor del Policraticus:

En plusieurs lieux ou je n'ay peu trouver conseil n'en livre n'en plus soufñsans de moi, j'ay laissié les espaces, en esperance de les corriger, s'il plaisoit á Dicu que je retoume á Paris, ou je pourroie et par livres et par docteurs bien revouvrer de les amander.

Pero si el traductor no encuentra la palabra, entonces el texto contendrá palabras ininteligibles. Un antiguo lector de la primera tra­ducción catalana del De re rustica de Paladio se dio cuenta y decidió

" Terracini, ob. cil, p. 68. *' Rychner, art. cit., p. 185.

M. Roques, Recueil general des lexiques franjáis du Moyen Age, XII-XV siécles, A. Ewert: «The Glasgow latin-french Glossary», Médium Aevum, XXV, 1967. Aitiéri-co Castro, Glosarios latino españoles de la Edad Media, Revista de Filología Españo­la, Anejo XXII.

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empezar él mismo una nueva traducción. Así critica a sus predeceso­res:

Alguns se n'avien [del tratado en cuestión] fets arromaníjadors, los quals no an aguda cura de declarar molts vocables que y son no cone-guts ne usats en nostre lenguatge, mas quel's an posat simplement se-gons que'ls an trobat scits en lo latí; de manera que tantpoch non son enteses en román?.

Hoy nosotros vemos las dificultades de los traductores medievales no en estos puntos en los que al menos ellos sí ven sus problemas, si­no en la rapidez y el descuido con el que actúan.

De todos modos, como ya he dicho, los traductores no contaban con buenos instrumentos de trabajo. Fernández de Santaella criticaba los muchos errores que aparecían en los diccionarios que se utiliza­ban:

algunos clérigos, aunque ayan estudiado gramática [entiéndase 'latín'], no alcangan perfectamente el seso castellano de muchos vo­cablos, assí porque los vocabulistas exponen en latín un vocablo por otro, como porque no señalan en qué significado se pone en cada lu­gar, quando se halla en diversos lugares*'.

Tenemos testimonios de que la traducción de Fierre Bersuire de la obra de Tito Livio gozó de muy amplia difusión. Al frente de su obra puso un pequeño diccionario de latinismos. En 1378, un clérigo de la Sainte Chapelle de París, Jean Daudin, que tradujo para Carlos V el tratado de Petrarca, Contre I'une et I'autre fortune, compuso para el final un glosario por ABC. En la presentación decía que aquel que no encontrara las palabras idóneas, debía buscarlas en el glosario que antepuso Bersuire en su Tito Livio. Esto indica varias cosas. La adver­tencia indica que el libro no era raro y que Daudin pensaba que sus lectores de Petrarca tendrían a mano un Tito Livio. De hecho, los ma­nuscritos de Bersuire son muy numerosos.

Los estudios consagrados a la formación de los traductores, a in­dagar en las razones que les mueven a emprender la traducción, etc., no abundan. Y quizá deba comenzar la búsqueda por el estudio de sus conocimientos y capacidades. En general la mayoria de los traducto­res no eran estilistas y escritores sino artesanos, honestos a su manera y perseverantes. El traductor no parte, desde luego, de ningún método crítico y es posible que se pusiera a traducir sin haber leído el libro del todo. Incluso, si no ha leído el pasaje completo antes de traducirlo, deberá mantener incluso la sintaxis del original. Para ir más rápido.

'* Citado por Russel, Traductores y traducciones..., p. 36

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empleará palabras de la misma raíz que el original. El uso de la técni­ca de traducción a base de ir vertiendo una frase de una lengua a otra palabra por palabra, no nace de que se siga la directriz de San Jeróni­mo sino de la ignorancia. Este sistema permite que incluso personas no calificadas para la exégesis y la interpretación de un texto, puedan acometer una traducción. Además, en el caso de dificultades insalva­bles, el verbum verbo es la única solución posible.

La técnica de palabra por palabra se ofi ece sobre todo en las tra­ducción de una lengua románica a otra, o del latín no clásico. El calco lingüístico puede ser llevado al extremo, gracias a estructuras sintácti­cas parecidas y a orígenes comunes del léxico. Traducir del latín clá­sico o de una lengua no románica era mucho más difícil. Si el traduc­tor no podía apoyarse sobre alguna traducción ya hecha o sobre alguna expositio escolar, se limitaría a indicar las ideas generales y evitaría las dificultades del texto. Adaptará el original, más que tra­ducirlo.

11. Tradiciones manuscritas de traducciones medievales

La tradición manuscrita de las traducciones es extensa para las obras más afortunadas y presenta refundiciones y variaciones muy importantes debidas al studium novandi, al esfuerzo para actualizar en relación con la orientación cambiante de la cultura y el gusto que, como dice Folena:

come per certa letteratura populare che 'vive di varianti', non ci con-sente di ricostruire un testo solo, ma ci porta a seguiré lo svolgimento del testo in una multiplicitá di redazione, cresciute Tuna suH'altra

El estudio de las tradiciones manuscritas de las traducciones es un trabajo que puede resultar muy complejo, mucho más, en algunos ca­sos, que el de las llamadas obras originales. Al copiar una traducción podría revisarse de nuevo el texto a la luz de algún comentario o de otra traducción o bien, que se decidiera aumentar las glosas en de­terminados pasajes. Esto crea un fenómeno interesante, pues la tra­ducción crea su propia tradición textual y desplaza la fiíente traducida.

Como en todo estudio filológico riguroso, el análisis de la traduc­ción no puede llevarse a cabo solamente con el manuscrito o el impre­so que tengamos delante. Para ilustrar esta afirmación voy a referirme

*' Folena, art. cit., p.

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a algunas traducciones bíblicas recogidas en la General estoria °. No es posible entender el modo de trabajar de los alfonsíes y valorar ade­cuadamente la traducción si no se conoce la historia textual de los li­bros bíblicos. El resumen de sus complejas tradiciones manuscritas hasta que pasan a formar parte de la Vulgata me ocuparía un espacio del que no dispongo. El texto de San Jerónimo fue sin duda la fuente por excelencia, pero conviene recordar que no presenta la misma difi­cultad la traducción al latín de textos griegos que de textos hebreos, que no todos los libros bíblicos se tradujeron de la misma manera y que no todos salieron indemnes del traslado de una lengua a otra. Mu­chos de ellos se componen en hebreo, pero no el Libro de la Sabidu­ría, que se redactó en griego y luego se tradujo al latín. Se trata de un latín muy peculiar y de su comprensión y análisis arranca una compli­cada historia textual que condicionó su traducción al romance. Como dice Sánchez-Prieto:

sólo el rastreo de los modelos de cada libro bíblico contenido en GE lo situará adecuadamente en la historia de la Vulgata, y revelará las difi­cultades del texto con que se medían nuestros traductores*'.

El problema más arduo con que se enfrenta el editor es que la tra­ducción crea, como he dicho antes, una tradición textual al margen de la obra traducida y el conocimiento de esta tradición es tan necesario como el cotejo —que muchas veces resulta imposible— de la tra­ducción con el texto traducido.

Hay ciertos errores que se dan de manera especial en los textos medievales. Son problemas paleográficos en los que tropezaba el tra­ductor medieval: las abreviaciones del original que desconoce o re­suelve mal, las confusiones entre letras, defectuosa separación de pa­labras, etc. La traducción catalana del Livre du Trésor de Brunetto Latini, hecho a finales del xiv por Guillermo Copons, nos sirve para ofrecer algunos ejemplos'^. Entre los errores que comete pueden seña­larse confusiones como la de ni por una m; mais n 'i a lo confunde por meisme y lo traduce por mateixa. Lee m en lugar de VÍ y separa mal la palabra, lee sa vie como s'ame y traduce sa ánima. En el caso de la palabra haine toma in por una m y lee ame, es decir, ánima. Traduce ointe por cuyta: debía haber leído cuite, ui en vez de in. Falsas sepa­raciones provocan que enhardir se traduzca por anar dir. Sorhabon-

"^ Resumo en las páginas que siguen algunas de las ideas vertidas por Pedro Sán­chez-Prieto Borja y Bautista Horcajada Diezma en su edición de una parte de esta obra alfonsl: General estoria. Tercera parte. Libros de Salomón, ed. cit.

" Horcajada y Sánchez-Prieto, ed. cit., p. 21. ' Tomo la información que sigue de C. Wittiin, ed.; Brunetto Latini, LUbre del

Tresor, ed. cit.

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dance nos da seul y una forma del verbo abandonner y lo traduce por sola cosa e lexada. Se dan en ocasiones explicaciones y confusiones aberrantes: En lugar de un nombre desconocido como Etyope pone Europa. En vez de Gorgias escribe San Gregorio. A veces explica un nombre propio por un nombre común: Eraclitus es lo cruel, Elespons se convierte en a lespomes, Athos se convierte en ago es. Es posible a veces el procedimiento inverso, que aprica valle pase a ser valí appe-llada Aprica.

En ocasiones el traductor se detiene a reflexionar y su breve di­gresión muestra un grave error, como al distinguir entre poisson y poison:

Les gerjofagis [nombre de un pueblo legendario que él no comprende] no menjen sino pexos. —E en lo francés hi ha 'poyssons' qui vol dir 'pexos' e 'metzines'.— E quant Alexandre los conques, los veda que no'n menjassen, -e creu [y esta es una observación del traductor] que'u diga per les metzines''.

Otro problema es el de la puntuación, problema que no afecta so­lamente a las traducciones, como bien es sabido''*. La ausencia de puntuación, nada infrecuente en los textos medievales, obedece mu­chas veces al descuido del traductor. Si éste hubiera analizado a fondo cada pasaje antes de traducirlo palabra por palabra, habría visto quizá el sentido de la frase o de todo un párrafo. Uno de los trabajos del editor pasa por el trabajo de puntuar el texto traducido y no es, preci­samente, tarea sencilla.

Por lo demás, no es extraño que el editor de una traducción se en­cuentre con errores corregidos pero no eliminados. En algunos casos las amplificaciones o la sobreabundancia de sinónimos no son tales, sino errores de los que el traductor se ha dado cuenta demasiado tarde y no ha corregido. Merece la pena recordar en este punto el testimonio de la traducción de la Commedía de Dante nacida de la pluma de don Enrique de Villena. La traducción contiene errores e incorrecciones.

" C. Wittlin, art. cit., p. 606. ' José Manuel Blecua, «Notas sobre la puntuación española hasta el Renacimien­

to», en Homenajes y otras labores, Zaragoza, institución Femando El Católico, 1990, pp. 183-187. Entre los testimonios recogidos por Blecua que revelan interés por la puntuación, destaca el del traductor de una obra de Petrarca: Represiones i denuestos que Francisco de Petrarca compuso contra un médico rudo y parlero. Traducidos al castellano por el bachiller Hernando de Talavera, obispo que fue de Avila y después primer arzobispo de Toledo (...), estudiada por Francisco Rico: «Una cosa fmalmente a vuestra grande industria y de todo lector aviso: que mire con atención las pausas y se­ñales de que escriviéndolo usé, porque no ayudan poco a entender lo que compendio­samente por interposiciones, suspensiones e interrogaciones es dicho (...)», véase la nota 8 del articulo de Blecua.

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El marqués consideraba su traducción como un trabajo «solazoso non tan grave como la Eneyda comentada»''. Villena trabajó deprisa. El hecho de que encontremos la traducción en los amplios márgenes del códice coincidiendo cuidadosamente con el texto traducido es una muestra clara de que la versión debía servir fundamentalmente de apoyo para la lectura. Pero la rapidez con la que se acometió el trabajo no justifica el cúmulo de errores que aparecen en la traducción. El profesor José Antonio Pascual** ha demostrado que muchos de los errores de la versión se deben a que se realizó al dictado y algunos fa­llos se deben a la mala comprensión del escribano o escribanos, pues varias son las letras que se adivinan en los márgenes del códice.

Peter Russel" señala testimonios de amanuenses que copiaban mal incluso textos de la Vulgata y no corregían pasajes que presenta­ban un error evidente. El infante don Pedro de Portugal (1438-1448) decía que se copiaba peor un pasaje corto que uno largo. Señala don Pedro que su traducción:

es parte troncada e em pausas curtas, que ao dictar som de gram tra-balho, e outra parte em pausas compridas, que de rrazoar he mais chaá

Me interesa resaltar que se trata de una característica que afecta a muchos textos medievales. Paul Zumthor ha demostrado la importan­cia que se le atribuyó a la voz y al oído incluso en el periodo en el que la escritura comenzaba a extenderse y consolidarse en el Occidente medieval:

Las representaciones de copistas en las miniaturas siempre valoran el oído. Escribir sigue dependiendo, por un lado, del aspecto de la orali-dad, y esta dependencia, lejos de debilitarse, se intensifica a partir del

" Ms. 17975 de la Biblioteca Nacional de Madrid, fol. 18 v. " El sistema de traducción que ocupaba a dos personas era bien conocido y no so­

lamente en la corte alfonsf. Entre 1177 y 1179 el gramático Etienne d'Anse y el ama­nuense Bemard Ydros tradujeron los Evangelios para el hereje Valdés de suerte que uno dictaba y otro traducía, según el testimonio de Etienne de Bouibon que conoció a los dos clérigos. Recuérdese, por lo demás, el contenido de los trabajos de Gonzalo Menéndez Pidal («Cómo trabajaron las escuelas alfonsies», NRFH V (1951) pp. 363-380 y de Alvaro Galmés de Fuentes («Influencias sintácticas y estilísticas del árabe en la prosa medieval castellana», BRAE. XXXV (1955), pp. 231-275 y XXXVI, pp. 65-131 y 255-307) en los que se destaca la importancia de las traducciones orales del ára­be al latín a través del castellano. Para Enrique de Villena, véase José Antonio Pascual, La traducción de la 'Divina Comedia' atribuida a don Enrique de Aragón, Estudio y edición del Infierno, Salamanca, 1974.

" P. Russel: Traducciones y traductores..., p. 38. " ibidem.

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año 1200. El escritor (...) interiorizaba más una imagen sonora que vi­sual de las palabras que escribía' .

12. Traducción y creación

a) El prestigio del texto traducido La relación entre la traducción y aquello que nosotros entendemos

hoy por creación, fue fecunda en la Edad Media. Voy a recordar so­lamente algunos momentos de la historia literaria en los que la activi­dad de los traductores es de importancia decisiva. Entre las causas que propiciaron el nacimiento del román, por ejemplo, no debemos olvi­dar que sus primeros cultivadores hicieron sus primeras armas en el campo de la traducción. El caso de Chrétien de Troyes es paladino. Al frente de Cligés nos recuerda sus trabajos como traductor de obras la­tinas y sabemos que su caso no es aislado. No olvidemos tampoco el tópico de la falsa traducción en los libros de caballerías'"*'. Algunos de los temas aquí planteados, como el prestigio del griego y el latín (cuando no de lenguas orientales), la existencia de versiones interme­dias, la fidelidad del autor-traductor al original, pasan a formar parte del campo de la ficción y son el germen para el desarrollo mayor de la novela, que llega a su apogeo con Cervantes. El tópico afecta también a la cuentística, a la literatura sapiencial: se busca y se traduce el libro lleno de sabiduría "".

b) Traducción y creación Uno de los hechos que más llaman la atención a la hora de estu­

diar textos traducidos es comprobar una y otra vez cómo se rompe la identidad entre original y obra traducida "' . Varía el público, varía el

" Paul Zumthor, La letra y la voz de la literatura medieval, Madrid, Cátedra, 1989, p. 122 y 123.

'°° Carmen Marín Pina, «El tópico de la falsa traducción en los libros de caballe­rías españoles». Actas del III Congreso de la AHLM, I, pp. 541-548, Biblioteca Espa­ñola del Siglo XV, Salamanca, 1994. El prólogo a Cligés puede leerse en Chrétien de Troyes, Cligés, traducción, prólogo y notas de Joaquín Rubio Tovar, Alianza Editorial, Madrid, 1993, pp. 55 y 56.

"" María Jesús Lacarra, Cuentística medieval en España: los orígenes. Universi­dad de Zaragoza. Marta Haro Cortés, Los compendios de castigos del siglo XIII: técni­cas narrativas y contenido ético. Cuadernos de Filología, Anejo XIV, Universitat de Valencia, 1995.

'" Marie-José Lemarchand ha recordado cómo debido a la proliferación de glosas, el texto original quedó sumergido, «devorado» por los comentarios que suscitaba el traductor y glosador: «El texto original deja de existir como modelo inmutable y se transforma (...) y puede desaparecer 'devorado' por los nuevos textos que ha suscitado su traducción.» Véase «¿Qué es un 'Texto Original'? Apuntes en tomo a la historia del concepto» , / Encuentros alcalainos de traducción: cultura sin fronteras. Universidad de Alcalá, 11-12 de Mayo de 1995 [en prensa].

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sentido de la obra y me atrevo a decir que casi varía el autor y se es­tablecen nuevas relaciones en el vasto sistema que constituye la litera­tura. Una obra de teatro pasa a convertirse en un centón de sentencias morales destinadas a la educación de un príncipe. Un poema caballe­resco escrito en tono paródico se reorienta en la traducción al supri­mirse los pasajes satíricos, acentuarse los heroicos y cambiar el desen­lace de la obra.

La traducción ofrece una luz extraordinaria sobre la recepción y comprensión de mucha literatura y es un verdadero activo, un podero­so fermento que transforma los textos y los convierte en algo diferente de lo que son. La necesidad de adecuar el contenido para un público diferente a aquel que pudo leer o escuchar la obra original, la doble apertura de los textos medievales, la continua interpretación —y reo­rientación— a la que se sometieron las obras en el trabajo de traduc­ción, llegó a transformar los textos'"'. La traducción no es un fenó­meno extraño o marginal en la creación intelectual o literaria medieval. Bajtin ha llamado la atención sobre los procesos de crea­ción de la novela caballeresca en verso, sobre la conciencia literaria y lingüística de sus autores, así como la de su auditorio. La sociedad en la que se desarrolla este género, explica Bajtin, no poseía un lenguaje único, unido orgánicamente al universo ideológico y cultural de las leyendas, de las creencias, tradiciones y sistemas ideológicos'"'*. La conciencia lingüística y cultural estaba muy descentralizada y era en gran medida supranacional, pues vivía en un mundo de lenguas y culturas ajenas y estaba en contacto con restos de la literatura antigua, con tradiciones celtas, con leyendas cristianas, etc. Para Bajtin,

la traducción, la reestructuración, la reinterpretación, la reacentuación — la orientación recíproca y multigradual con la palabra ajena y con la intención ajena— constituyeron el proceso de formación de la con­ciencia literaria que creó la novela caballeresca "' .

Para explicar el nacimiento y desarrollo de la prosa novelesca, itin es más claro si cabe: Bajtin es más claro si cabe:

'" Insisto en que no se trata de un fenómeno que afecte sólo a una literatura sino a todo el ámbito románico. «Ai traducir el Calila e Dimna, recuerda Pedro Cátedra, Raimundo de Béziers (a principios del siglo xiv) tendió al prosimetrum con variadísi­mos registros, dando un valor nuevo las posibilidades narrativas de la obra original», Pedro Cátedra: «El entramado de la narratividad: tradiciones líricas en textos narrati­vos españoles de los siglos xni y xiv», Journal ofHispanic Research, 2 (1993-94), p. 325, nota 7. Véase Léopold Hervieux, Les Fabulistes latins depuis le siécle d'Augusle jusqu'a la fin du Moyen Age , V: Jean de Capone et ses derives, Paris, Firmin-Didot, 1899. (Reimp. Hildesheim, G. Olms, 1976).

'"* M. Bajtin, Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus, 1989, p. 191. ' " M. Bajtin, o¿). cir. p. 192

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la prosa novelesca europea nace y se desarrolla en el proceso de tra­ducción libre (remodeladora) de las obras ajenas (...) "**.

Una parte muy notable de los trabajos que se han dedicado últi­mamente a las traducciones medievales apunta en mayor o menor grado en esta dirección y me voy a permitir recordar algunas aporta­ciones. Me parecen de particular interés las conclusiones a que liega Javier Gómez Montero en sus estudios dedicados a los textos caballe­rescos italianos y a su recepción en España"". Su trabajo se centra en im período en el que prácticas y hábitos medievales siguieron vigentes y solapándose con las primeras manifestaciones del Renacimiento. El Margante (1478-1483) de Pulci, la Trabisonda hystoriata (1483) de F. Tomba, el Orlando innamorato (1483-1495) de Mateo Boiardo, el anónimo Innamoramento di Cario Magno (1481-1491) y el Baldus de Folengo se difundieron en la península gracias a unas adaptaciones cuyo texto sigue aproximadamente a los originales. Estas adaptacio­nes, escribe Gómez-Montero, elaboradas por autores llamados intér­pretes, difícilmente pueden considerarse traducciones y

suponen una mutación tipológica-formal de los poemas italianos. Los intérpretes españoles prescinden de la característica ottava rima, divi­den el relato en capítulos provistos de títulos propios y en libros de modo que, al menos externamente, crean verdaderas novelas que se acoplan a los criterios formales constitutivos de los libros de caballe­rías españoles "".

Pero los cambios que se derivan de la traducción y adaptación in­teresan a más niveles. La comparación entre el Margante de Pulci y su recreación española revelan que las transformaciones afectan además de al nivel estilístico y formal, al plano ideológico. Se reducen los elementos cómicos del texto italiano y se exaltan los elementos heroi­cos. Así,

El traductor, restituye la integridad de la ética caballeresca, la impor­tancia de los ideales cristianos y de las formas tradicionales de com­portamiento político-social, que concuerda con una tendencia a resal­tar elementos patriótico-nacionalístas y a interpretar explícitamente los

'"* M. Bajtin, o¿). ci7. p. 193. "" Javier Gómez-Montero, Literatura caballeresca en España e Italia (1483-

1542). El Espejo de cavalkrias (Deconstrucción textual y creación literaria), Tübin-gen, Niemeyer, 1992.

"" J. Gómez-Montero, ob. cit., pp. 2-3.

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acontecimientos narrados según la filosofía moral medieval de inspi­ración cristiana'"'.

Son numerosos los estudios que inciden en destacar el papel trans­formador de la traducción. María Luzdivina Cuesta"" ha llamado la atención sobre el grave error que supone desdeñar las traducciones de obras inspiradas en la materia de Bretaña, pues se las ha considerado simples traducciones sin interés. Pero su estudio detenido permite comprender aspectos esenciales sobre la difusión de estas obras en la Romania así como de su continua recreación y de los cambios que se establecen en su trama. Las traducciones recrean los originales y con­forman una historia diferente de la recogida en el ciclo de la Vulgata. Algo no muy distinto a lo sucedido con las obras arturianas debió de suceder con los tristanes.

Pedro Cátedra'", por su parte, se ha referido a un pasaje del más antiguo prosimetrum de la literatura castellana, la Historia troyana polimétrica, (traducción, recreación y ampliación del Román de Troie de Benoit de Sainte Maure al que se añaden también otros fragmentos en verso). Cátedra se ha detenido en el estudio de la técnica de tra­ducción de los versos 11025-11030 y concluye que «el poeta da un sentido distinto al texto original que (...) pretende desfigurar la heroi­cidad de Héctor más que loarla, ya que son palabras puestas en boca Agamenón»"^.

Gregorio Rodríguez Rivas ha destacado la reelaboración casi total que sufre De contemptu mundi al verterse al castellano. Según este autor, el traductor renuncia a la dimensión estética de la obra del futu­ro Inocencio III y se transforma en función del público al que se des­tina el texto:

la traducción está condicionada por la idea central: el arrepentimiento, la penitencia, por la intención didáctica frente a la intención estética del texto latino y por la presencia de un público al que hay que con-

"" J. Gómez-Montero, ob. cit., p. 4. Véase además Vicent Martines: «La Versión catalana de la Queste del Saint Graal (16 de mayo de 1380», Livius, pp. 379-389.

''° María Luzdivina Cuesta, «Traducción o recreación: En tomo a las versiones hispánicas del Trislan enprose», Livius, 3 (1993), pp. 65-75

' ' ' «El entramado de la narratividad: tradiciones líricas en textos narrativos españo­les de los siglos XIII y xiv», Journal of Hispanic Research (1993-94) 2, pp. 323-354. Véase en particular pp. 335 y ss.

"^ P. Cátedra, art. cit., p. 340. ' ' «El Libro de miseria de omne, versión libre del De contemptu mundi», Livius, 4

(1993), p. 181.

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Conviene recordar en cualquier caso que este fenómeno de trans­formación no es exclusivo de la traducción. Subyace bajo él la idea de que los textos no son productos terminados que pertenecen a un autor sino patrimonio de muchos. Diego Catalán se ha referido a este fenó­meno en su estudio sobre los modos de producción y reproducción de textos medievales''''.

No es de extrañar entonces que el bíblico relato de Los Mácateos se transforme en un cantar de gesta. En la Vulgata tres palabras indi­can las liberalidades de Antíoco: aperuit aerarium suum. Y en el texto medieval estas palabras se desglosan en una lista muy sugestiva:

A plusiors donna grant tresor: Dras de soie et coupes d'or, Aniaus, afices beles pieres de maintes diverses manieres, Cevaus palefrois et destriers, ostoirs, faucons et espriviers, viautres, brakes, levriers isniaus, Dames, puceles et dansiaus: Ne fust ríen que hom convoitast CAntiochus ne lor donnast "^.

Es revelador que las múltiples formas que asumen las Tragedias de Séneca en las lenguas vernáculas de Cataluña y Castilla tengan unas características constantes y ello se debe a que debían satisfacer los intereses del público cuando leía obras paganas. En primer lugar, las tragedias son contempladas como testimonio de una conducta buena o mala pero siempre sorprendente y memorable. En segundo lugar, son tratadas como acervo de máximas morales sabias o solem­nes. La forma que adoptan las traducciones, e incluso su propia exis­tencia, se deben a la demanda de sententiae y de exempla. A ello res-

"•* Además del ensayo de Catalán, «Sobre los medios de producción y reproduc­ción...», son de obligado recuerdo las páginas que dedica a este hecho Francisco Rico: «Incluso al margen de las aulas, los textos primarios circulan provistos de glosas; y a veces los comentos extensos tienen vida independiente y abocan a una curiosa situa­ción: del texto se retienen y difunden únicamente los pasajes cuya dificultad pide ex­planación, en detrimento de los restantes, por valiosos que sean en si mismos. Asi, en el studium público o en la soledad de! cuarto de trabajo, nace un hábito de extraordi­narias consecuencias literarias; el hábito intelectual de enfrentarse con un texto en dis­posición de completario, de desarrollar unos elementos que se suponen implícitos en él y aislar otros explícitos para considerarlos independientemente del contexto (...)» Francisco Rico, Alfonso el Sabio y la 'General estaría', Barcelona, Ariel. 1972, pp. 167-8.

' " La Chevaterie de Judas Macabé, ed. de J. R. Smeets, Groningen, 1955, vv. 2382-93. Véase Paul Chavy, «Les Premiers Translateurs Franjáis», The French Re-view, XLVll n" 3 (1974) pp. 557-565.

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ponden los eruditos comentarios de Vilaragut, su traductor y adapta­dor, pues añade frases para explicar lo que considera necesario, ador­na el discurso, etc. "^. Los lectores no buscaban fidelidad a un texto, sino claridad moral y las tragedias no aparecen presentadas de un mo­do dramático, no estaban destinadas a la representación.

Así las cosas, conviene señalar que los traductores no seguían los preceptos que señalaban en los prólogos y la expresión «traductor fiel» no pasa de ser un topos vacío. Buridant ha reunido múltiples ejemplos en los que el traductor confiesa haber sido literal, afirmación que se desdice al cotejar la traducción con el original. Este fenómeno afecta lo mismo a textos sagrados como a profanos. Berger lo ha de­mostrado al estudiar la traducción de la Biblia que debemos a Guiart des Moulins en la que el traductor, a pesar de confesar que traduce palabra por palabra, cambia y añade pasajes muy a su sabor desde el comienzo:

les premieres pages de la Genése sont un veritable légendier de la mythologie biblique au Moyen Age"^.

¿Y qué decir del autor del Rolandslied que afirma haber sido fiel al original y que convierte en nueve mil los versos originales del can­tar?

Como sucede tantas veces en la literatura las cosas nunca son blancas o negras. La variedad de matices a la hora de enfocar el aná­lisis de los problemas ha de ser forzosamente grande. Digo esto por­que es evidente que no deben dividirse las traducciones medievales en extremadamente libres —más adaptaciones o recreaciones— y en versiones literales, hechas palabra por palabra: existe entre ellas una gradación. No hay que olvidar lo que se le exigía al traductor, lo que reclamaban los destinatarios, las habilidades y medios de que disponía el traductor. Es el caso de Jean de Meung, traductor muy experto a cuya pluma se deben entre otras la traducción de la Consolación de la Filosofía, las Cartas de Abelardo y Eloísa o el Tratado de Vegecio sobre el arte militar. En el prólogo a la Consolatio dedicada a Felipe el Hermoso señalaba que ofrecía el pensamiento del autor y no una traducción literal que resultaría incomprensible para la mayoría de los lectores. Me parece muy pertinente la observación de Paul Zumthor para explicar el proceder de Meung:

' " N. Round, «Las traducciones medievales, catalanas y castellanas de las trage­dias de Séneca», Anuario de Estudios medievales, 9 (1974-79). p. 200. Pero como bien recuerda, sin saber qué texto latino estaba utilizando, es difícil asegurar con qué fre­cuencia es inexacto.

' " Tomo la cita de Buridant, art. cit., p. 108.

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El autor no hace sino prolongar una forma más amplia y más respe­tuosa del modelo latino el esfuerzo de asimilación erudita la cual se testimonia por lo demás en el Román de la Rose. Pero lejos de repro­ducir la textura retórica de Vegecio, Boecio y Abelardo, él la traspone y adapta a su propósito. Utiliza toda una tradición de fórmulas y de rasgos estilísticos propios de la poesía francesa, sustituye a las cons­trucciones minuciosas y múltiples del latín, un esquema más evidente y más ligero, rompe el período para introducir relaciones temporales y lógicas de sus elementos, reemplaza lo abstracto por lo concreto, los infinitivos por las subordinadas en verbo personal, el substantivo por la acción, y redistribuye según las nuevas exigencias así dispuestas los

Una palabra finalmente sobre la traducción que hoy consideraría­mos artística, y de la que Folena ha indicado algunos casos"' . Los primeros ejemplos aparecerían en el curso de los variados trasplantes lingüísticos de la poesía trovadoresca. En la literatura italiana el pri­mer poeta traductor es lacopo da Lentini, creador de la poesía sicilia­na. Su canción «Madonna dir vo voglio», tan elogiada por Dante, es una traducción de un poema de Folchetto de Marsella. Lentini se ajusta a la letra, pero consigue trasladar el poema a su lengua y re­crearlo con todos los procedimientos poéticos a su alcance'^". Lo mismo puede decirse de la traducción poética en «Umile core» de la-copo Mostacci escrita a partir de «Longa sazón ai estat vas amor», variaciones a partir de una composición de Rigaut de Berbezilh. Se trata, sin embargo de casos aislados y excepcionales que nacen de una situación lingüística y cultural muy peculiar.

13. Finale

Cuando se traduce una obra entran en acción numerosos factores.

De una traducción a otra varían y son palabras de Margherita Morrea-

le:

la distancia entre la lengua original y la receptora, el género y estilo de las obras que han de verterse, la habilidad de los traductores, su pro-

' " Paul Zumthor, Essai..., p. 57. ' " «Traduzione poética significa 'imitazione', Nachsingen, che investe necessa-

ríamente anche le stmtture del significante, trasponendole per analogía oitre che in una lingua diversa in uno diverso sistema di forme e di generí letterari.» Folena, art. cit., p. 73.

' ° La traducción la hace, «aderendo fedelmente alia lettera, ma mutando del tutto la compagine métrica e la misura dei versi 'in levare' con precise potature degli ende-cassilabi (decasilabi provenzali) in settenarí e sottili trasposizioni.» Folena, art. cit., p. 74.

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pósito, el público al cual se dirigen. Hasta una misma obra, en sucesi­vos trasiegos, adquiere sabores distintos y aun cambia de marca '^'.

Es posible que exista relación entre la clase de traducción y la materia que se traduce y también entre el género literario que se tra­duce y el tipo de traducción que se lleva a cabo. Se intentaron traducir con fidelidad tratados científicos del latín o del árabe, se tradujo con libertad extrema la ficción entre las distintas lenguas románicas. Entre estos dos extremos caben distintas técnicas de traducción, versiones intermedias, traducciones a las que se incorporan los comentarios, etc. En algún caso puede decirse que la traducción se convierte en un ver­dadero activo, en un agente que, según el público al que va dirigida la obra, según las capacidades e intenciones del traductor y según los medios que tiene a su alcance, puede llegar a transformar incluso el género de la obra traducida. Un tratado erudito puede convertirse en un diálogo y un texto dramático en un centón de sentencias morales.

La diferencia sustancial que se dio en la Edad Media entre la no­ción vertical de volgarizzare y la horizontal de traducir lenguas de muy distinta estructura parece que se redujo a medida que aumentaron las posibilidades expresivas de las lenguas vulgares. La acción de tra­ducir se volvió poco a poco más autónoma, entre el Tre y el Quattro-cento y a medida que se afirma la posibilidad de la traducción artística de los clásicos latinos. Los problemas teóricos y técnicos de la tra­ducción que planteó el humanismo y muy en particular Leonardo Bruni, se corresponden ya con una nueva situación cultural y un nue­vo concepto de la traducción'^^.

M. Morrealc, Casliglione y Boscán: el ideal cortesano en el Renacimiento es­pañol, Madrid, Real Academia Española, 1959, tomo I, p. 16.

' ^ Agradezco a los profesores Carlos Alvar (Universidad de Alcalá), Edna Benitez (Universidad de Albany), Emilio Blanco (Universidad de La Coruña), Juan Manuel Cacho Blecua (Universidad de Zaragoza), Francisco de la Calle (I.B. «La Estrella»), María Jesús Lacarra (Universidad de Zaragoza), José Luis Moralejo (Universidad de Alcalá), Pedro Sánchez-Prieto Boija (Universidad de Alcalá) y Ramón Santiago La-cuesta (Universidad Complutense de Madrid) los valiosos comentarios y sugerencias que me hicieron tras la lectura de este trabajo.