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la vida política moderna, especialmente tras ios cambios ocurridos en la 1 mapa del Este, de un «aura de legitimidad». Pero no siempre ha sido así l a adhesión general a la democracia como una forma ade- cuada de organizar la vida política tiene menos de cien años Por otra parte. la propia idea de democracia es compleja y está marcada por concepciones contrapuestas. La aparente claridad del concepto «go- bierno del pueblo» queda desmentida cuando se plantean interrogantes como „cual debe ser él ámbito de actuación del gobierno? ¿Hasta donde llega la obligación de obedecer al gobierno? ¿Qué lugar ocupa la disidencia? Contrarío a la tesis de que asistimos al fin del conflicto ideológico, DAVID HELP sostiene la vigencia de estas cuestiones y pretende contribuir al debate trazando el desarrollo de los MODELOS DL DEMOCRACIA fundamentales que han existido a lo largo de la historia. Tras analizar la concepción de la democracia en la antigua Atenas, continúa con el resurgimiento de las naciones democráticas a fines del siglo XVI v la reformulación de la idea en los siglos xvm y Xtx, tamo en la tradición liberal como en la marxista. Por último, trata detenidamente el conflicto entre los distintos enfoques contem- poráneos y explora las opciones políticas que se nos ofrecen actualmente. Alianza Editorial t ^ A - a A - \

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la vida política moderna, especialmente tras ios cambios ocurridos en la 1 mapa del Este, de un «aura de legitimidad». Pero no siempre ha sido así l a adhesión general a la democracia como una forma ade­cuada de organizar la vida política tiene menos de cien años Por otra parte. la propia idea de democracia es compleja y está marcada por concepciones contrapuestas. La aparente claridad del concepto «go­bierno del pueblo» queda desmentida cuando se plantean interrogantes como „cual debe ser él ámbito de actuación del gobierno? ¿Hasta donde llega la obligación de obedecer al gobierno? ¿Qué lugar ocupa la disidencia? Contrarío a la tesis de que asistimos al fin del conflicto ideológico, DAVID HELP sostiene la vigencia de estas cuestiones y pretende contribuir al debate trazando el desarrollo de los MODELOS DL DEMOCRACIA fundamentales que han existido a lo largo de la historia. Tras analizar la concepción de la democracia en la antigua Atenas, continúa con el resurgimiento de las naciones democráticas a fines del siglo XVI v la reformulación de la idea en los siglos xvm

y Xtx, tamo en la tradición liberal como en la marxista. Por último, trata detenidamente el conflicto entre los distintos enfoques contem­poráneos y explora las opciones políticas que se nos ofrecen actualmente.

Alianza Editorialt ^ A - a A - \

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hable-mente implicaría confrontación violenta en el resto de lospaíses.

“) hl comunismo, como doctrina política, tiene varias fuentes relacionadas entre si, aparte de la tradición de escritores del «socia­lismo utópico» como Saint-Simon (1760-1825), lourier (1772- 183") y ( hven ( 1 1 -1858). Surge, por ejemplo, de la lucha diaria de los i rahajadores [sor conseguir dignidad y control sobre sus vidas. Surge tle la contradicción entre la promesa del capitalismo de pro­ducir un crecimiento económico estable y su realidad inestable. Surge del fracaso del orden democrático liberal en la creación de las condiciones para la lilxirtad, la igualdad y la justicia; y surge de la contradicción de que, a pesar de estar fundado en la «apropiación privada» — la apropiación del beneficio por parte de los capitalis- ias el capitalismo es la forma de orden más «socializada» que los seres humanos hayan creado jamás. Una economía capitalista im­plica la cooperación y la dependencia mutua de todos a una escala desconocida en sociedades anteriores. Hl comunismo es la exten­sión lógica de este principio a un nuevo tipo de sociedad.

Dos teorías del estado

Marx creía que el gobierno democrático era esencialmente iry- viable en una sociedad capitalista; la regulación democrática de la vida no podía realizarse bajo las limitaciones impuestas por las rela­ciones capitalistas de producción. Ureía necesario transformar las bases mismas de la sociedad para crear la posibilidad de una «políti­ca democrática». Para entender de forma más precisa las razones que llevaban a Marx a pensar asi es importante examinar su concep­ción de la posición del estado — su pajpel, función y límites— en el contexto ciel capitalismo.

T a idea de que el estado puede decirse representante de la comu nidad o lo público en su conjunto, frente a los objetivos y preocupa­ciones privadas de los individuos, es central para las tradiciones li- Ixiral v democrática liberal. Pero, de acuerdo con Marx y Hngels, esta pretensión es. hasta cierto punto, ilusoria (véase Maguire, 1Ó78, cap. 1). Hl estallo defiende lo «público» o la «comunidad» como si las clases no existieran, ¡a relación entre las clases no tuvie­ra un carácter explotador, las clases no tuvieran intereses funda­mentalmente distintos v estas diferencias no definieran amplia-

D e m o cra c ia d ire c ta y el tin de la p o lítica 143

mente la vida económica y política. Al tratar formalmente igual a todo el mundo, de acuerdo con principios que protegen la libertad de los individuos ̂ defienden su derecho a la propiedad, el estado (por el que Marx entendía todo el aparato de gobierno^ de<Tde el eje - cutivo y el legislativo hasta la policía y el ejército) puede que^ctúe «neutralmente», pero genera efectos que son parciales; es decir, de^ tenderá inevitablemente los prívi1egios denx)s~propietaríos!~Al'de- fendefla propiedad privada de los medios de producciónTel estado ya ha tomado partida Entra en la misma fábrica de la vida econó­mica^- de las relaciones de propiedad reforzando y codificando— a través de la legislación, administración y supervisión— su estructu- ra y prácticas. Como tal, el estado juega un papel central en la inte- gración y control de las sociedades divididas en dases; y~eiíTas""so- ciedades capitalistas esto implica un papel central en la reproduc­ción de la explotación del trabajo asalariado por el capital. La no­ción liberal del estado «mínimo» está, de hecho, directamente rela­cionada con un fuerte compromiso con ciertos tipos de interven­ción para restringir el comportamiento de quienes cuestionan las desigualdades producidas por el llamado libre mercado: el estado li­beral o democrático [iberal es por fuerza, en la práctica, un estado coercitivo o poderoso. La conservación de la propiedad privada de los medios de producción contradice los ideales de un orden políti­co y económico compuesto de ciudadanos «libres e iguales». El mo­vimiento en favor del sufragio universal y de la igualdad política era, en términos generales, reconocía Marx, un paso adelante de suma importancia, pero su potencial emancipador estaba severa­mente limitado por las desigualdades de clase y las consecuentes restricciones en cuanto al margen de elección en la vida política, económica y social de muchas personas.

Más aún, la pretcnsión liberal de que debe hacerse una distin­ción clara entre lo privado y lo público^él mundolir¡a spcíeda3"ci- vil y el de lo político, es, según Marx, dudosa. La fuente fundamen­ta re ! poder contemporáneo — la propiedad privada de loTmedios de producción— está ostensiblemente despo etizada-, es decir, se la trata arbitrariamente, como si no fuese propiamente un tema políti­co. Se considera que la economía no es política, puesto que la divi- sión masiva entre los que poseen y controlan los medios de produc­ción, yjos que deben vivir del trabajo asalariado, se considera el re­sultado de contratos privados libres,_no una cuestión de estado. Pero al defender la propiedad privada de los medios de producción,

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el estado no se mantiene imparcial ante las relaciones de poder de la sociedad civil, corno un conjunto de instituciones situadas por enci­ma de todo interés concreto, a salrer, un «poder público» que actúa para «lo público». Por el contrario, el estado está profundamente inmerso en las relaciones socioeconómicas y unido a intereses par- ticulares. Más aún, esta unión se mantiene (por razones que serán examinadas más adelante) con independencia de las posturas políti­cas de los «representantes» del pueblo y de la extensión del sufra­gio.

Mxtsten al menos dos visiones de la relación entre clases y esta­do de Marx; si bien Marx no las diferencia explícitamente, resulta clarificador, para el propósito analítico, separarlas. La primera, de­nominada en lo sucesivo postura 1, señala que el estado en general, v las instituciones burocráticas en particular, pueden adoptar una variedad de formas y constituir una fuente de poder que, a corto plazo, no nene por qué estar directamente unida a los intereses, o bajo el inequivoco control de la clase dominante. De acuerdo con esta postura, el estado retiene un mareen de poder independiente de la clase dominante: sus formas institucionales y su dinámica opera- cional no pueden inferirse directamente de la configuración de las fuerzas de clase: son «relativamente autónomas». La segunda vi- sión, postura 2, es sin lugar a dudas la dominante en sus escritos: el estado y la burocracia son instrumentos de clase que surgen para coordinar una sociedad dividida, en interés deTaclase dirigente. La postura 1 es ciertamente una visión más compleja y sutil. Ambos planteamientos se elalxjrarán más adelante, empezando con la píos- tura 1. va que esta se expresa más claramente en los primeros escri­tos ele Marx y destaca la medida en que la segunda postura implica una reducción de los términos de referencia del análisis marxista del estado y de la política.

MI compromiso de Marx con los problemas teóricos planteados por el poder del estado deriva de una primera confrontación con I legel i 1 0-1831), figura central de la filosofía idealista alemana cinfluencia intelectual crucial en su vida, hn Pbüosophy o/A/g¿/,iHegel argumentaba que el estado podia potencialmente resolver los inten­sos conflictos entre individuos, proporcionando, por un lado, un marco racional para la interacción en la sociedad civil y, por otro, una oportunidad de participar (a través de una forma limitada de representación) en la formación de «la voluntad política general». Con el tiempo, el estado moderno se había convertido en el centro

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de la ley, la cultura y la identidad nacional, en la base global de todo desarrollo. Al identificarse con él, los ciudadanos pueden superar la anarquía competitiva de la sociedad civil y descubrir una verdadera base de unidad. I nicamente en virtud del estado podrían los ciuda­danos alcanzar una «existencia racional». (Para una exposición con­cisa de esta postura véase Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, distribuida por primera vez en Í&30, pp. 94-97).

Hegel concebía la sociedad civil como una esfera de acciones que sólo a ella concernían, en la que la búsqueda del interés perso­nal estaba completamente legitimada. Si bien el interés personal siempre ha tenido cabida, el reino plenamente distintivo de lo civil emerge tan sólo con la progresiva emancipación de los individuos tic las restricciones religiosas, éticas y de la política coercitiva. En el centro de este proceso se sitúa la expansión del libre mercado, que erosiona a su paso la tradición. Pero el significado del libre mírca- tlo, y de la sociedad civil en términos más generales, no pueden comprenderse adecuadamente, insistía Hegel, por la simple refe­rencia a la teoría que caracteriza el comportamiento humano como egoísta; es fundamentalmente erróneo abstraer del egoísmo de la sociedad civil, tal como han hecho muchos pensadores liberales, una teoría general de la motivación y el comportamiento humanos.I legel aceptaba la búsqueda de la riqueza material como una base central para la realización de las necesidades humanas, pero argu­mentaba, en las sucintas palabras de uno de sus estudiosos, «que de­trás del egoísmo, del carácter fortuito y de la arbitrariedad de la so­ciedad civil, se v islumbra la razón inherente» (Avineri, 1972, p. 14“). Es decir, la sociedad civil es una asociación de intereses par- ciales «mutuamente entrelazados», que tiene su fundamento tanto en las necesidades contrapuestas como en el sistema legal (Hegel, Philosophy o f Right, pp. 122ss.). Este último garantiza la seguridad de la [XTsona y de la propiedad y, de este modo, proporciona un meca­nismo para refrenar los excesos de los individuos (Philosophy o f Right, pp. 149-152). La existencia de la sociedad civil tiene como premisa el reconocimiento de que el «bien general» sólo puede realizarse a través de la aplicación de la ley y de la dirección consciente del esta­do (Philosophy o f R ight, p. I47ss.). La historia del estado pone de ma­nifiesto un tuerte deseo por la búsqueda racional de la vida. Según I legel, el estado es la base que hace posible que los ciudadanos reali­cen su libertad en unión con otros. Libre de la tiranía, representa la unidad potencial de la razón y la libertad.

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La organización real del estado es fundamental para el grado de libertad, que pueden disfrutar los ciudadanos, Hegel admiraba (aunque con algunas reservas) el estado prusiano, al que describía como correctamente dividido en tres divisiones sustantivas — el le­gislativo, el ejecutivo y la corona— que conjuntamente expresaban «la intuición y la voluntad universal». Para él, la institución más importante del estado era la burocracia, una organización en la que lodos los intereses particulares se subordinan, por un lado, a un sis- te rrtajácyJea^ijxjuia, especialización, pericia y coordinación, y por otro, a presiones internas y externas para que sea competente e im- parcial {Pbi/osophy ofR iph t, pp. 132, 179, 190-191, 193). Según Marx, sin embargo, 1 legel no logró cuestionar la propia imagen del estado \ , en particular, la de la burocracia {The (Critique ofHegel'sPhilosophy o f Riflbt, pp. 41-54).

La burocracia es la «conciencia de! estado». En marcado con­traste con 1 legel, v con figuras como John Stuart Mili, Marx descri­bía la burocracia, el cuerpo de funcionarios del estado, como una «sociedad particularmente cerrada dentro del estado», que extiende su poder y su capacidad a través del secreto y del misterio (Critique, p. 46). El burócrata individual es iniciado en esta sociedad cerrada a través de «una confesión burocrática de fe» — el sistema de exáme­nes— i del capricho del grupo político dominante. Posteriormen­te. la carrera del burócrata pasa a ser muy importante, la obediencia pasiva a los superiores se convierte en una necesidad y «el interés del estarlo se convierte en un objetivo privado especial». Pero el objetiso del estado no se alcanza de este modo, ni la competencia queda garantizada (Critique, pp. 48, 51), ya que en palabras de Marx,

l.a burocracia afirma ser el fin último del estado... Los objetivos del es­tado se transforman en metas de la burocracia, o las metas de la burocracia •>c tranforman en metas del estado, l.a burtxracia es un círculo del que no puede encapar nadie. Su jerarquía es una jerarquía de sabiduría. El punto mas alto confia la comprensión de los detalles a los que ocupan escalones inferiores, mientras que éstos atribuyen a los que ocupan los cargos más elevados la comprensión en lo que respecta a lo universal (el interés gene­ral): \ por lo tanto se defraudan mutuamente. {Critique, pp. 46-47)

La critica de Marx a Hegel incluye varios puntos, pero uno en particular es crucial. En la esfera de lo que Hegel denominaba «el interés absolutamente universal del verdadero estado» no se en-

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cuentra, ce opinión de Marx, más que «burocracia»^ «canñictos.sin resolver» (Critique, p. 54). El énfasis de Marx en la estructura y la naturaleza corporativa de la burocracia es significativo, porque sir­ve para destacar la «autonomía relativa» de estas organizaciones y anuncia los argumentos elaborados en la que podría ser su obra más interesante sobre el estado, E l 18 Brumario de L u is Bonaparte.

E l 18 Brumario es un análisis elocuente de la subida al poder en [ rancia, entre 1848 y 1852, de Louis Napoleón Bonaparte, y de la forma en que el poder se acumuló en manos del ejecutivo a expen­sas de, en primer lugar, la sociedad civil y los representantes políti­cos de la clase capitalista, la burguesía. El estudio pone de manifies­to el distanciamiento de Marx de cualquier concepción del estado como «instrumento de intuición universal», «comunidad -ética» o «juez» ante el desorden. Marx señalaba que el aparato del estado es simultáneamente un «cuerpo parásito» en la sociedad civil y una fuente autónoma de acción política. Por lo tanto, describiendo el régimen de Bonaparte, escribía: «Este poder ejecutivo, con su enor­me organización burocrática y militar, con su ingeniosa maquinaria estatal, abarcando a amplios estratos, con una multitud de funcio­narios que llegan al medio millón, aparte de un ejército de otro me­dio millón, este horroroso cuerpo parasitario... envuelve al conjun­to de la sociedad francesa como una red y cubre todos sus poros» (1 8 Brumario, p. 121). Se describe al estado como un inmenso con- junto de instituciones, con capacidad para modelar a laHociedad ci­vil, c incluso para restringir la capacidad de la burguesía para con- trolar el estado (véase Maguire, 1978; Spencer, 1979). Marx conce­día al estado cierta autonomía frente a la sociedad: los resultados políticos son el resultado de la trabazón entre coaliciones complejas v disposiciones constitucionales.

El análisis que plantea E l 18 Brumario, como el de The Critique, sugiere que los agentes del estado no sólo coordinan la vida política en interés de la clase dominante de la sociedad civil. El ejecutivo, e_n determinadas circunstancias (por ejemplo, cuando existe un equili­brio relativo entre las fuerzas sociales), tiene la capacidad de tomar la iniciativa política, asi como de coordinar el cambio. Pero el jnte- rés de Marx, incluso al discutir esta idea, era esencialmente el estado como fuerza coercitiva. Destacaba la importancia de su red de in­formación como un mecanismo de vigilancia, y la forma en que la autonomía política del estado se entrelaza con su capacidad para minar los movimientos sociales que cuestionan el statu quo. Más

14* Modelos clásicos

aún, la dimensión represiva del estado se complementa con su ca­pacidad para sostener la creencia en la inviolabilidad de las disposi­ciones existentes. Lejos de ser, por tanto, el fundamento para la arti­culación del interés público, ¿I estado, argumentaba Marx, transfor­ma «las metas universales en otra forma de interés privado».

Sin embargo, existían ciertos límites fundamentales respecto a las iniciativas que Bonaparte podía tomar sin arrastrar a la sociedad a una gran crisis, como las que se producen en cualquier rama legis­lativa o ejecutiva del estado. Hsto es asi porque el estado en una so­ciedad capitalista, concluía Marx (una conclusión que pasaría a ser central en el conjunto de sus enseñanzas), no puede dejar de depen­der de la sociedad y, por encima de todo, de los que poseen y con­trolan los procesos de producción. Su dependencia se pone de ma- nitiesto siempre que la economía entra en crisis, va que las organi­zad! mes económicas generan los recursos materiales gracias a los que subsiste el estado. Las políticas globales del estallo tienen que ser compatibles a largo plazo con los objetivos de los industriales v comerciantes, de otra forma se comprometería la sociedad civil y la estabilidad del estado mismo. Por ello, a pesar de que Bonaparte usurpé) el p<xicr político a los representantes de la burguesía, prote­gió» el «poder material» de la burguesía, una fuente vital de présta­mos e ingresos. Consecuentemente, Bonaparte estaba obligado a apoyar, y en eso no era diferente de cualquier otro político de una sociedad capitalista, el interés económico a largo plazo de la tuir- gucsia, y a poner los cimientos para la regeneración de su poder po­lítico directo en el futuro, independientemente de lo que decidiera hacer desde c) gobierno ( 1S Hrumano, pp. 118ss.).

Marx ataco la idea de que la distribución de la propiedad no tie­ne nada que v er con la constitución del poder político, liste ataque- es, por supuesto, un aspecto central del legado de Marx v de lo que he denominado postura 2. A lo largo de sus ensayos políticos, y es­pecialmente en sus panfletos más polémicos, como Manifiesto comu nista, Marx (y por supuesto Lngcls) insistía en la dependencia direc- ta del estado del poder económico, social y político de la clase do­minante. 1.1 estado es una «superestructura» que se lev anta sobre los «cimientos» de las relaciones económicas v sociales (véase Manifiesto comunista y «Pretace» a .-I (.ontnbutíon to tbe Critique of Politicial Hco- nomy). Id estado, en esta formulación, sirve directamente a los inte­reses de la clase económica dominante: la nocaón del estado como un lugar para la acción política autónoma es suplantada por el énfa­

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Democracia directa y cl tin de la política 149

sis en el poder de clase, énfasis ilustrado por el famoso slogan del .1 lamfiesto comunista-, «El ejecutivo del estado moderno no es más que un comité para dirigir las cuestiones comunes a toda la burguesía.» Esta fórmula no implica que el estado sea dominado por la burgue­sía en su conjunto: puede ser independiente de algunos sectores de la clase burguesa (véase Miliband, 1965). El estado, sin embargo, se caracteriza por ser esencialmente dependiente de la sociedad y de aquellos que dominan la economía: la «independencia» se ejercita tan solo cuando hay que resolver conflictos entre diferentés secto­res del capital (industriales y financieros, por ejemplo), y entre el «capitalismo doméstico» y las presiones generadas por los mercados capitalistas internacionales. El estado sostiene los intereses genera­les de la burguesía en nombre del interés público o general.

Existen por lo tanto dos versiones (a menudo interrelacion*- das; cíe la visión de la relación entre las clases y el estado de Marx: la primera concibe el estado con un cierto poder independiente de las tuerzas de clase; la segunda sostiene la idea de que el estado es mera- mente una «superestructura» que sirve a los intereses de la clase do- minante. Se ha destacado la postura 1 porque, en términos genera­les, la literatura secundaria de Marx le ha quitado importancia (im­portantes excepciones son las de Draper, 1977; Maguire, 1978; Pé- rcz-Díaz, 1978). Pero la obra de Marx sobre el estado y las clases po- 1 ¡ticas sigue siendo incompleta. La postura 1 dejó varias cuestiones importantes sin explorar suficientemente. ¿Cuál es la base del poder i del estado?", ¿cómo funcionan las burocracias estatales?; ¿qué intere­ses específicos desarrollan los funcionarios?; ¿cuál es el margen de iniciativa de los políticos?; ¿es insignificante a largo plazo la capaci­dad del politico para la acción política autónoma?; ¿tiene el estado; — incluso en el marco de las disposiciones de una democracia libe-¡ ral— poca relevancia general aparte de su relación con las fuerza» de clase? La postura 2 es aún más problemática: postula una organi­zation específicamente capitalista del estado (o, tal como se la ha denominado recientemente, «una lógica del capital») y da por su­puesta una relación causal simple entre la dominación de clase y las vicisitudes de la vida política.

Pero los escritos reunidos de Marx si indican hasta qué punto consideraba central al estado para controlar las sociedades divididas en clases. Más aún, su obra sugiere límites importantes a la acción del estado en las sociedades capitalistas. Si la intervención del esta­do mina el proceso de acumulación de capital, mina simultánea-

M o d e lo s c lá s ic o sI Sd

mente las bases materiales del estado; por ello, las políticas del esta­do deben ser consecuentes con las relaciones de producción capita­listas. O, en otras palabras: existen limitaciones en las democracias liberales — limites impuestos por los requisitos de la acumulación de capital privado— que restringen sistemáticamente las opciones políticas. MI sistema de propiedad e inversión privada crea exigen­cias objetivas que deben ser atendidas si se quiere apoyar el desarro­llo económico. Si este sistema se ve amenazado (por ejemplo, por un partido que accede por elección al poder con la firme intención de promover una mayor igualdad), el resultado inmediato puede ser el caos económico (debido a que, por ejemplo, las inversiones de ca­pital se hacen en el extranjero) y la aceptación del gobierno puede verse minada de forma radical'. C.onsecuentemente, una clase eco- nómica dominante puede gobernar sin gobernar directamente, es decir, puede ejercer una determinada influencia política, sin ni siquiera representantes en el gobierno. Ksta idea sigue ocupando un lugar vital en los debates entre los teóricos marxistas, demócratas libera­les v otros. Es una base fundamental sobre la que los marxistas ar­gumentan que la libertad de las democracias capitalistas es pura- mente formal; la desigualdad mina de forma fundamental la liber­tad v deja a la mavoria de los ciudadanos libres sólo de nombre, hl capital gobierna.

El fin de la política

I .ejos de desempeñar el papel de emancipador, caballero protec­tor p árbitro entre intereses contrapuestos, el estado está atrapado en las redes de la sociedad civil. No es el estado, escribía Marx, el que subyace al orden social, sino el orden social el que subyace al es­tado. Marx no negaba que la libertad fuera deseable — lejos de ello. Reconocía que la lucha del liberalismo contra la tiranía y la lucha de los demócratas liberales por la igualdad política representaban un gran paso en la batalla por la emancipación. Pero pensaba que la

I di iim ioescribía recientemente un neomarxista, la política liberal tiene un carácter |x-cul¡ármente «negativo». Se orienta a evitar los riesgos y a erradicar las amenazas a! sistema: «en otras palabras, no se orienta a la realización de objetivos g rá c il eos (es decir, elecciones de valor concretas) sino hacia la resolución de problem as g r á c i l- ¡or» (Habermas. l ' i “ |. pp. IU2-1U.V).

D e m o c r a c i a d i r e c t a y e l f i n d e la p o l í t i c a 151

libertad era imposible mientras continuara la explotación humana (resultado de la propia dinámica de la economía capitalista), apoya­da y reforzada por el estado. La libertad no puede realizarse si la li­bertad significa, en primer lugar y por encima de todo, la libertad del capital. En la práctica, esa libertad implica dejar que las circuns­tancias de la vida de las personas sean determinadas sin obstáculos por las presiones de la inversión privada capitalista. Significa su­cumbir a las consecuencias de las decisiones económicas de la mi- noria acaudalada, decisiones que no han sido tomadas en relación con los costes o beneficios generales. Significa una reducción de la libertad a la competencia capitalista sin trabas, y la subordinación de la masa de la población a fuerzas enteramente fuera de su con­trol.

Marx hacía referencia a este estado de cosas (a lo largo de (oda su obra, creo yo, aunque el asunto es controvertido) como un esta­do de «alienación»; es decir, una situación en la que la masa del pue­blo está enajenada de los productos de su trabajo, del proceso de su trabajo, de sus compañeros y de sus capacidades fundamentales, lo que él denomina su «ser como especie» (véase Marx, Economic and Philosophical Manuscripts, pp. 120-131, 202-203; Oilman, 1971). Esto es asi porque las condiciones son tales que se da la apropiación pri­vada de los productos del trabajo por parte del empresario, que los vende en el mercado; el trabajador tiene poco, si algún, control so­bre el proceso de trabajo y las condiciones de su vida; los individuos están divididos unos contra otros por la competencia y la posesión; y hombres y mujeres corren el peligro de perder su capacidad para ser agentes activos y creativos — personas capaces de «hacer su pro­pia historia» con voluntad y conciencia. La teoría de Marx sobre ia naturaleza humana se aparta radicalmente de la persona racional, estratégica y egoísta, centro de la mayor parte del pensamiento libe­ral, a pesar de que existen algunos puntos importantes de conver­gencia con las ideas de J. S. Mili. Para Marx, no es el ser humano aislado el que es activo en el proceso histórico; más bien lo es la in­teracción creativa entre colectividades en el contexto de la socie­dad: la naturaleza humana es, por encima de todo, social. Con «ser como especie» Marx hacia referencia a una característica distintiva­mente humana, en comparación con otros animales. Dado que los seres humanos no actúan meramente por instinto, no se adaptan de una forma pasiva a su medio ambiente, como la mayoria de los aní­males. Los seres humanos para sobrevivir pueden y deben dominar