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Fant?mas

Sinopsis

Recortado sobre los cielos de Pars, un hombre enmascarado y vestido de etiqueta, daga en mano, ruma espantosas fechoras de las que ningn ciudadano est a salvo... Es Fantomas!"Desde el momento de su publicacin en febrero de 1911, Fantomas (y las treinta y una novelas en torno al personaje que rpidamente la siguieron) fue un fenmeno: una obra de ficcin cuya popularidad trascendi todos los estratos sociales y culturales", explica John Ashberry. Las pelculas de Louis Feuillade acabaron de encumbrar las hazaas del "rey de la noche" y de sus implacables enemigos, el inspector Juve y el periodista Jrme Fandor.

Fantomas fue presentado unos aos despus que Arsenio Lupin, otro famoso ladrn. Pero mientras Lupin dibujaba la lnea del asesinato, Fantmas no muestra piedad y es mostrado como un socipata que disfruta matando de una forma sdica.

Es totalmente despiadado, y no es leal a nadie, ni siquiera a sus propios hijos. Fantomas es un maestro del disfraz que aparece siempre bajo una falsa identidad, a menudo la de una persona que l mismo ha asesinado. Adems hace uso de increbles y extravagantes tcnicas en sus crmenes, como plagas de ratas infectadas, serpientes gigantes y cuartos que se llenan de arena.

PIERRE SOUVESTRE

MARCEL ALLAIN

FANTOMAS

EL LINCE ASTUTO

MARCEL ALLAIN

Traduccin del francs por

JOS ROS LAVIN, INS NAVARRO y ANTONIO GMEZ

Prlogo por

SALVADOR BORDOY LUQUE

AGUILAR

PRLOGO

En los primeros aos del siglo actual apareci en los escaparates de las libreras francesas una obra de ttulo misterioso que pronto atrajo la atencin del pblico parisiense: Fantomas!

La firmaban dos escritores casi desconocidos en aquella poca, pero que pronto gozaran de una popularidad como pocas veces se haba visto en Francia, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de dos jvenes que apenas haban hecho algunos pinitos literario-deportivos, y no siempre con xito.

Pierre Souvestre y Marcel Allain, que as se llamaban los afortunados autores de Fantomas, se plantaron, de la noche a la maana, a la cabeza de esa plyade de escritores que tenan su sede en Pars y que trataban de abrirse paso, por todos los medios posibles, incluyendo la extravagancia y el snobismo, por el rido camino de la fama, que, como ha sucedido en todas las pocas, lo tenan cercado un nmero determinado de autores que no dejaban paso a nadie.

Pero la presencia de Fantomas en los escaparates de las libreras del boulevard Saint-Michel con su sugestiva portada: un hombre enfundado de los pies a la cabeza en una malla negra que delineaba perfectamente su musculoso y juvenil cuerpo, dndole un atractivo alucinante, hizo caer para aquellos dos novelistas desconocidos hasta entonces las murallas de Jeric del cercado literario, como al son de nuevos trompetazos.

Pierre Souvestre haba nacido en Pars el ao 1874.

Cultiv preferentemente la novela policaca, para la que posea algunas cualidades de primer orden, como la inventiva y el inters de la narracin.

Aunque muri joven, el 24 de febrero de 1914, en la misma capital francesa, cuando apenas contaba cuarenta aos, escribi bastante. Solamente con Marcel Allain public treinta y dos volmenes de la serie Fantomas, escritos en treinta y dos meses exactamente, lo que da un record difcil de superar.

Aparte de Fantomas, que, en realidad, fue lo ms importante que escribi, tambin salieron de su pluma las siguientes obras, todas de carcter deportivo: Histoire de l'automobile, Le Rour, La traverse de la Manche en aroplane, De Blanchard Blriot...

Tambin fue asiduo colaborador de la Prensa deportiva de Pars.

Marcel Allain naci el ao 1885.

Despus de la muerte de su colaborador y amigo, continu l solo la serie de Fantomas, que alcanz bastantes volmenes.

Marcel Allain fue uno de los primeros automovilistas franceses.

En la actualidad lleva publicadas ms de seiscientas obras.

Vive en Andrsy, departamento de Sena y Oise; pero a pesar de sus muchos aos, ochenta, se conserva fuerte como un roble y dispuesto a continuar escribiendo sin desmayo.

*

Fantomas es una especie de summa o de historia universal en la cual sus autores relatan las hazaas de uno de los ms clebres personajes del folletn francs, tan de moda durante la primera y segunda dcadas del siglo XX.

Fantomas, personaje inalcanzable, escurridizo, en lucha constante con la Justicia, representada por el clebre polica Juve, ayudado por el no menos simptico periodista Jrme Fandor, es el prototipo del ladrn audaz, del criminal sin sentimientos, sin corazn, que se ha marcado un camino y lo sigue, por encima de todo, para llevar a cabo la consecucin de su perverso fin.

Como un fantasma, de ah su apelativo, surge y desaparece con la misma facilidad que una sombra, consiguiendo despistar a sus perseguidores y escapar de sus manos cuando ya estn seguros de tenerlo.

Adoptando tipos diferentes, en lo cual es maestro consumado, Fantomas aparece a lo largo de la serie folletinesca bajo las personalidades ms diversas. Tan pronto es actor como banquero, mendigo como millonario, sacerdote como seglar, portera como conde...

La realidad es que nadie sabe quin es ni cul es su verdadero rostro.

La juventud, la fuerza y la agilidad son las bases en las que se asienta su popularidad, popularidad que le hizo saltar a la pantalla, privilegio reservado en los aos que van de 1910 a 1920 a contados personajes.

Un productor francs con mucha vista hizo con Fantomas una serie de muchos episodios, interesantes, dinmicos, misteriosos, que durante bastante tiempo atrajo la atencin de los pblicos, ms inocentes e ingenuos que los actuales, de la llamada la belle poque.

Cuando en el cine francs triunfaba Max Linder con sus despampanantes y graciosas pelculas, hasta el presente no igualadas, y que sirvieron de modelo a ese otro genial actor que se llama Chariot; cuando las pantallas se llenaban con las series sentimentales del mago Louis Feuillade, verdadero precursor de nuestro cine actual, con pelculas como Judex y La nueva misin de Judex protagonizadas por el inolvidable Ren Crest y toda una compaa de primersimos actores franceses, Las dos nias de Pars, La huerfanita y Parisette, con la dulce y rubia Sandra Milowanoff, la exquisita Blanche Montel, la gran Alice Tissot y el magnfico galn Aim-Simon Grard, inolvidable DArtagnan de la primera versin de Los tres mosqueteros; cuando las pantallas se inundaban con las series americanas que tenan como hroes fabulosos a Lucille Love, a Eddie Polo, al Conde Hugo, a Pearl White, a Antonio Moreno, a Harry Carey (Cayena); cuando Italia nos proporcionaba Cabina, Quo Vadis?, Ursus y Los ltimos das de Pompeya, junto con las pelculas de Maciste, de Francesca Bertini, de Pina Menicchelli y Amleto Novelli, surge en el lienzo de plata Fantomas, distinto a todos, misterioso, audaz, temerario, sobrecogedor, simptico y malvado a la vez, que aterroriza, admira y embebece al pblico con sus inconcebibles hazaas, sus robos inexplicables, sus desapariciones fantasmales a travs de paredes, suelos y techos...

Y Fantomas es, durante muchos aos, el hroe de una juventud fcil de contentar, que acude a los cines para verle y admirarle, y lee los cuadernillos en donde se publican sus maravillosas aventuras, para extasiarse con sus actuaciones ms o menos ingenuas.

Despus de muchos aos de silencio, cerca de cincuenta, Fantomas se abre paso de nuevo en los escaparates de las libreras. Un prestigioso editor francs, Robert Laffont, desempolva los viejos volmenes y hace una edicin primorosa de las siempre nuevas aventuras de Fantomas, y el pblico se lanza a comprarlos, vido de conocer un gnero literario que, aunque algo pasado de moda, conserva todo su encanto, toda su originalidad, todo su inters, para las nuevas generaciones, deseosas de conocer cmo se escriba, cmo se haca una novela policaca en los aos diez.

Y tambin la pantalla vuelve a proyectar las peripecias de Fantomas, esta vez en color y cinemascope, protagonizadas por un gran actor francs: Jean Marais.

Traducidas inmediatamente a todos los idiomas, Espaa no poda quedarse a la zaga. Y en estos dos volmenes damos una muestra muy exacta de la calidad de la serie Fantomas, publicando seis de sus episodios ms caractersticos.

Fantomas, Fantomas contra Juve, Fantomas se venga, Un ardid de Fantomas, Un rey prisionero de Fantomas y El polica apache son las novelas que darn al lector una experiencia desconocida hasta ahora: gustar en toda su exquisitez las aventuras de un delincuente que, durante muchsimos aos, hicieron la delicia de nuestros mayores y que es de esperar hagan tambin la de las generaciones actuales.

SALVADOR BORDOY LUQUE.

1 EL GENIO DEL CRIMEN

FANTOMAS!

Qu dice usted?

Digo... Fantomas.

Qu significa eso?

Nada... y todo!

Pero quin es?

Nadie... y, sin embargo, alguien!

En fin, qu hace ese alguien?

Miedo!

La comida acababa de terminarse, y los comensales pasaron al saln. Desde siempre, durante la larga estancia que haca cada ao en su castillo de Beaulieu, al norte del departamento de Lot, en el lmite de la Corrze, en esa pintoresca regin que bordea la Dordogne, la marquesa de Langrune, para acompaar su soledad y conservar sus relaciones, reciba regularmente a comer, cada mircoles, a algunos de sus ntimos de la vecindad: El presidente Bonnet, antiguo magistrado retirado en los alrededores de Brive, en una pequea propiedad situada en el lmite de la Villa de Saint-Jaury; el abate Sicot, cura del municipio, que era igualmente uno de los asiduos del castillo. Asista tambin, aunque menos frecuentemente, su amiga la baronesa de Vibray, joven viuda, independiente y rica, que adoraba los viajes y pasaba la mayor parte del tiempo por las carreteras, en su automvil.

En fin, la juventud estaba representada por el joven Charles Rambert, que haba llegado al castillo haca cuarenta y ocho horas, apuesto muchacho de unos dieciocho aos, al que trataba afectuosamente la marquesa, y por Thrse Auvernois, la nieta de madame de Langrune, de la que, desde la muerte de sus padres, la marquesa haca de madre.

La conversacin extraa y misteriosa que acababa de sostener el presidente Bonnet al levantarse de la mesa, y la personalidad de ese Fantomas, que no haba precisado el magistrado, intrigaban a sus acompaantes, y mientras la pequea Thrse serva amablemente el caf, las preguntas se hicieron ms apremiantes.

El presidente Bonnet empez:

Si consultamos, seoras, las estadsticas, veremos que, en el nmero de muertos que se registran diariamente, se encuentra al menos una buena tercera parte que son debidos a crmenes. Ustedes saben, lo mismo que yo, que la Polica descubre alrededor de la mitad de los crmenes que se cometen y que apenas si la justicia castiga la mitad.

Adnde va usted a parar? interrog curiosa la marquesa de Langrune.

A esto respondi el magistrado, que continu: Si muchos atentados permanecen insospechados, no por eso han dejado de ser cometidos; ahora bien: si algunos tienen por autores vulgares criminales, otros son debidos a seres enigmticos, difciles de descubrir, demasiado hbiles o demasiado inteligentes para dejarse coger. Los anales histricos rebosan ancdotas de personajes misteriosos: la Mscara de Hierro, Cagliostro... Luego por qu no hemos de creer que en nuestra poca haya mulos de esos poderosos malhechores?

El abate Sicot levant suavemente la voz para decir: La Polica es mucho mejor en nuestros das que antiguamente...

Sin duda reconoci el presidente; pero su papel es ms difcil tambin que nunca! Los bandidos de renombre tienen, para ejecutar sus crmenes, muchos medios a su disposicin; la ciencia, tan favorable a los progresos modernos, puede en alguna ocasin, ay!, convertirse en verdadera colaboradora de los criminales. Por consiguiente, las probabilidades son iguales para ambas partes.

El joven Charles Rambert, que escuchaba atentamente las manifestaciones del presidente, inst con una voz suave, ligeramente alterada: Entonces, seor, va a hablarnos de Fantomas, en seguida?...

A eso voy, en efecto, pues ustedes me han entendido, no es as, seoras? En lo sucesivo, es preciso que nuestra poca registre en su activo la existencia de un ser misterioso y temible, al que las autoridades acorralan y el rumor pblico ha dado ya desde hace mucho tiempo el nombre de Fantomas. Fantomas! Es imposible decir exactamente, con precisin, quin es... Fantomas. Encarna bien la personalidad de un individuo determinado, hasta incluso conocido, o bien afecta la forma de dos seres humanos a la vez... Fantomas! No est en ninguna parte y est en todas! Su sombra se cierne sobre los misterios ms extraos; su huella se encuentra alrededor de los crmenes ms inexplicables y, sin embargo...

Pequeos dijo la baronesa de Vibray a los muchachos, os debis de aburrir entre las personas mayores; recobrad, pues, vuestra libertad. Thrse continu sonriendo a su nieta, que, muy obediente, se haba levantado ya, hay un magnfico juego de puzzle en la biblioteca; deberas ensayar a hacerlo con tu amigo Charles...

La baronesa de Vibray volvi a entablar la conversacin sobre Fantomas: Pero al hecho, presidente. Por qu habla usted de este siniestro personaje en el caso de la desaparicin de lord Beltham? Ay! Nosotras, las mujeres, conocemos a los hombres, y sabemos que son capaces de todas las calaveradas. Puede ser que no se trate ms que de una fuga vulgar.

Perdn, baronesa, perdn... Si la desaparicin de lord Beltham no hubiera estado rodeada de ninguna circunstancia misteriosa, es evidente que yo participara de su manera de pensar; pero hay un hecho que debe llamar nuestra atencin; el peridico La Capitale, del que les he ledo un resumen hace un momento, lo seala adems. Se dice, en efecto, que lady Beltham se preocup por la ausencia de su marido; es decir, la maana siguiente a su desaparicin, se acord de haber visto a lord Beltham leer, en el momento en que iba a salir, una carta cuya forma particular, forma cuadrada, haba extraado a lady Beltham. Lady Beltham, adems, haba notado que, en la carta, los renglones estaban escritos con una gruesa letra negra. Luego, haba rebuscado en el escritorio de su marido la carta en cuestin; pero el texto escrito haba desaparecido. Apenas se descubrieron, despus de un examen minucioso, algunas huellas imperceptibles que indicaban haber estado all el documento que haba tenido su esposo entre las manos. Lady Beltham no habra reparado en este hecho si el peridico La Capitale no hubiera tenido la idea de ir con este motivo a entrevistar al polica Juve, el famoso inspector de la Sret, que, en muchas ocasiones, haba procedido a la detencin de criminales famosos. Ahora bien: Juve se mostr muy emocionado por el descubrimiento y la naturaleza de este documento. No ocult a su interlocutor que crea encontrarse ante una manifestacin de Fantomas, teniendo en cuenta el carcter extrao de la extraordinaria epstola.

El presidente Bonnet haba convencido ya a su auditorio y sus ltimas palabras produjeron fro en la concurrencia.

La marquesa de Langrune crey que deba desviar la conversacin, preguntando: Pero quines son entonces esas personas, lord y lady Beltham?

Fue la baronesa de Vibray quien respondi:

Ah, mi querida amiga! Bien se ve que no est muy al tanto de los ecos mundanos de Pars. Lord y lady Beltham son de lo ms conocido. Lord Beltham fue, en otro tiempo, agregado a la Embajada de Inglaterra; dej Pars para ir a luchar en el Transvaal, y su mujer, que le acompa, revel en el transcurso de la guerra hermosas cualidades de valor y piedad, dirigiendo las ambulancias y el cuidado de los heridos. Lord y lady Beltham volvieron luego a Londres, y despus se establecieron definitivamente de nuevo en Pars. Vivan y viven todava en el bulevar Inkermann, en Neuilly-sur-Seine, en un encantador hotel donde reciben muy a menudo y de la manera ms deliciosa. En muchas ocasiones he sido husped de lady Beltham; es una mujer seductora como la que ms; distinguida, alta, rubia, animada con ese encanto particular de las mujeres del Norte...

Sonaron las diez.

Thrse llam madame Langrune, a quien sus deberes de duea de la casa no hacan olvidar su papel de abuela, Thrse, nia, es hora de acostarte... Se hace tarde, bonita...

La jovencita dej el juego, dcilmente, y dio las buenas noches a la baronesa de Vibray, al presidente Bonnet y, por ltimo, al anciano cura, quien, paternalmente, le pregunt: Te ver, Thrse, en la misa de siete?

La muchachita se volvi hacia la marquesa.

Abuela le dijo, quisiera que me permitieses acompaar a Charles a la estacin maana por la maana; ir a misa de ocho, al volver...

La marquesa de Langrune se volvi hacia Charles Rambert: Entonces, es en el tren de las seis cincuenta y cinco en el que su padre llega a Verrires, mi pequeo Charles?

S, seora...

Madame de Langrune vacil un instante; despus, dirigindose a Thrse, aadi: Me parece, nia, que ser mejor dejar a nuestro amigo que vaya a buscar solo a su padre.

Pero Charles Rambert protest:

Oh seora! Estoy seguro de que mi padre se pondr muy contento si ve conmigo a mademoiselle Thrse cuando l baje del tren.

En ese caso, hijos mos concluy la excelente mujer, arregladlo como os parezca... Thrse continu ella, antes de subir a acostarte, avisa a nuestro buen mayordomo Dollon que d las rdenes necesarias para que enganchen el coche, maana por la maana a las seis... La estacin est lejos...

Bien, abuela.

Los dos jvenes abandonaron el saln.

Pero interrog el cura, quin es entonces este joven Charles Rambert? Lo he encontrado cabalmente anteayer con su viejo mayordomo Dollon y le confieso que me he devanado los sesos para reconocerle...

No me extraa respondi riendo la marquesa que no haya logrado averiguarlo, mi querido cura, porque usted no le conoce. Sin embargo, puede ser que ya me haya odo hablar de un tal M. Etienne Rambert, un viejo amigo. Haba perdido completamente de vista a Etienne Rambert cuando lo volv a ver hace dos aos en Pars, en una fiesta de caridad; este pobre hombre haba tenido una vida accidentada, se cas, hace veinte aos, con una encantadora persona; pero, segn o decir, estaba muy enferma. Creo que padeca una cruel enfermedad. No s si estaba loca... Etienne Rambert tuvo que recluirla recientemente en una casa de salud...

Esto no nos dice cmo su hijo ha venido a ser su husped dijo el presidente Bonnet.

Pues bien! Figrense ustedes que, hace poco, el joven Charles Rambert dej el pensionado en el cual se encontraba en Hamburgo para perfeccionar el alemn; yo saba por las cartas de su padre que madame Rambert haba sido internada. Etienne Rambert, por otra parte, tena necesidad de ausentarse; yo me ofrec a recibir a Charles aqu, en Beaulieu, hasta que su padre volviese a Pars; Charles est aqu desde anteayer..., y eso es todo.

Y Etienne Rambert, viene a reunrsele maana?

Precisamente, pues...

La marquesa de Langrune iba a seguir dando otros detalles sobre su joven protegido, pero ste volvi a entrar en el saln.

Los invitados se callaron, mientras que Charles Rambert se acerc al grupo con un juvenil desmao. El joven, instintivamente, se coloc junto al presidente Bonnet y, cobrando nimos de repente, interrog a media voz: Entonces, seor?

Entonces, qu, mi joven amigo? pregunt el magistrado.

Oh! dijo Charles Rambert. No habla entonces ms de Fantomas? Es tan divertido!

Bastante secamente, el presidente advirti:

La verdad, yo no encuentro que estas historias de criminales sean divertidas, como usted dice...

Pero el joven, sin darse cuenta del matiz del reproche, continu: Sin embargo, es muy curioso, muy extraordinario, que pueda haber en nuestra poca personajes tan misteriosos como Fantomas; es verdaderamente posible que un solo hombre cometa tantos crmenes, que un ser humano sea capaz, como se pretende que es Fantomas, de escapar a todas las pesquisas y de frustrar los ardides ms sutiles de la Polica? Yo encuentro que esto...

Cada vez ms fro, el presidente le interrumpi: Joven, no comprendo su actitud! Parece seducido, electrizado.

Y volvindose hacia el abate Sicot, el presidente Bonnet aadi: Aqu tiene usted, seor cura, el resultado de esta educacin moderna, del estado de opinin creado por la Prensa!

Pero Charles Rambert insista:

Seor presidente, es la vida, es la historia, la actividad, la realidad!

Aun la misma marquesa de Langrune, tan indulgente, dej de sonrer.

Charles Rambert comprendi que haba ido demasiado lejos y se par en seco.

Les pido perdn; he hablado sin reflexionar.

Charles Rambert tena un semblante tan desolado, que el magistrado le consol: Tiene usted mucha imaginacin, joven; demasiada... Pero esto pasar... Vamos, est todava en la edad en que se habla sin saber.

La velada se haba prolongado hasta muy tarde, y algunos instantes despus de este pequeo incidente, los huspedes de la marquesa se retiraron.

Charles Rambert acompa a la marquesa de Langrune hasta la puerta de su habitacin y respetuosamente iba a saludarla, para irse en seguida a su alcoba, que estaba al lado, cuando la marquesa le invit a entrar: Venga, Charles, coja ese libro que le he prometido; debe de estar encima de mi escritorio.

Desde el momento en que entr en la pieza, la marquesa de Langrune lanz una rpida ojeada en la direccin del mueble y se corrigi al momento: ... O al menos dentro de mi escritorio! Puede ser que lo haya cerrado con llave!

El joven se excus:

No quiero molestarla, seora...

S..., s... insisti la bondadosa marquesa. Tengo, por otra parte, que abrir mi mesita, pues quiero ver el billete de lotera que he regalado a Thrse, hace algunas semanas... Eh, Charles prosigui madame de Langrune levantando los ojos hacia el joven, mientras que doblaba el cilindro de su mesita Imperio, sera una suerte que a mi pequea Thrse le hubiera tocado el premio gordo!

Efectivamente, seora sonri Charles Rambert.

La marquesa haba encontrado el libro.

Se lo dio al muchacho con una mano, y con la otra despleg unos papeles multicolores.

Aqu estn los billetes! exclam.

Pero interrumpindose, exclam:

Dios mo, qu tonta soy! No me acuerdo del nmero del billete premiado que traa La Capitale...

Charles Rambert se ofreci al momento:

Quiere, seora, que vaya a buscar el peridico?

La marquesa movi negativamente la cabeza:

Es intil, no est, mi querido nio; el cura, todos los mircoles por la tarde, se lleva la coleccin de la semana... Bah! Maana ser otro da.

En su alcoba, con la luz apagada y las cortinas echadas, Charles Rambert, extraamente agitado, no dorma.

El joven no haca ms que dar vueltas en la cama nerviosamente.

Si se adormilaba algn momento, la imagen de Fantomas se le apareca en el pensamiento, variando, no obstante, sin cesar: unas veces vea un coloso con rostro bestial y espaldas musculosas; otras, un ser plido, delgado, con ojos extraos y brillantes; otras, como una forma indecisa, un fantasma... Fantomas!

2 ALBA TRGICA

Cuando el coche de alquiler daba la vuelta al final del puente Royal, hacia el muelle, en direccin de la estacin de Orsay, monsieur Etienne Rambert sac su reloj y comprob que, segn sus previsiones, le quedaba un cuarto de hora largo antes de la salida del tren. Salt del coche y, llamando a un mozo de estacin, le entreg la pesada maleta y el paquete de mantas que constitua su equipaje.

Dgame, amigo mo le pregunt: el tren de Luchon?

El hombre emiti un vago gruido e hizo un gesto incomprensible. Murmur el nmero de una va; pero este informe no fue bastante para el viajero.

Pase delante dijo este. Va usted a guiarme...

Eran en este momento las ocho y media y la estacin de Orsay tena esa animacin especial que lleva consigo la salida de los trenes en las grandes lneas.

Precedido del factor que llevaba su equipaje, monsieur Etienne Rambert apret el paso l tambin.

Llegado al andn, al lugar donde empiezan las vas, el mozo que le guiaba se volvi.

Va a tomar el expreso, seor?

El mnibus, amigo mo...

El factor no hizo ningn comentario.

Quiere ir en la cabeza o en la cola del tren?

Prefiero la cola del tren.

Primera clase, no es as?

S, primera clase.

El factor, que se haba parado un instante en el borde de la acera, volvi a coger la pesada maleta, advirtindole: Entonces, no hay donde elegir... En el mnibus, no hay ms que dos vagones de primera clase, y estn enganchados en mitad del convoy...

Son vagones con pasillo, supongo?

S, seor; en los trenes de las grandes lneas son muy pocos los que no lo llevan, sobre todo en primera clase...

Etienne Rambert segua con dificultad, en la barahnda que aumentaba, al factor al cual haba confiado su maleta. La estacin de Orsay no tiene el sistema de otras estaciones. No hay en ella una clara separacin entre las lneas de grandes recorridos y las simples vas de los arrabales.

Tan es as que, en el mismo andn, colocado a la derecha se encontraba el tren que deba llevar a Etienne Rambert ms all de Brives, hasta Verrires, mientras que a la izquierda estaba parado otro convoy que conduca a Juvisy.

Poca gente subi al tren de Luchon; en cambio, una gran muchedumbre se apretujaba en los departamentos del convoy de los arrabales.

El factor que guiaba a monsieur Etienne Rambert puso sobre el estribo de un vagn de primera clase el equipaje que llevaba.

No hay nadie todava para el mnibus, seor le advirti; si quiere subir el primero, podr elegir usted mismo su departamento...

Etienne Rambert sigui el consejo; pero apenas haba penetrado en el pasillo, cuando el jefe del tren, olfateando una buena propina, se puso a su disposicin.

El seor quiere tomar el tren de las ocho cincuenta?... No se habr equivocado, seor?...

No replic Etienne Rambert. Por qu?

Porque continu el hombre hay muchos viajeros de primera clase que se equivocan y que confunden este tren, el tren de las ocho cincuenta, con el de las ocho cuarenta y cinco...

El tren de las ocho cuarenta y cinco pregunt monsieur Rambert es el expreso, no es as?

S respondi el empleado, es directo y no para, como este, en todas las pequeas estaciones..., le precede y llega con ms de tres horas de adelanto a Luchon... Es el convoy que usted ve al lado...

El hombre continu:

Por otra parte, si el seor quiere tomarlo, hay tiempo todava; el seor tiene derecho a elegir entre los dos trenes, puesto que tiene billete de primera clase.

Pero Etienne Rambert declin el ofrecimiento:

No!... Prefiero tomar el mnibus... Con el expreso, tendra que bajar en Brives y me quedaran veinte kilmetros para hacer hasta llegar a Saint-Jaury, la villa adnde voy...

Dio algunos pasos por el pasillo, se asegur de que los diferentes departamentos del vagn estaban an completamente vacos y, volvindose hacia el empleado, le pregunt: Escuche, amigo: estoy muy cansado y tengo intencin de dormir esta noche... Por tanto, quisiera estar solo, dnde estara ms tranquilo?

El hombre, con media palabra, comprendi...

Al pedirle consejo sobre el sitio que deba elegir para estar tranquilo, Etienne Rambert prometa, implcitamente, una buena propina si nadie vena a molestarle.

Si el seor quiere instalarse aqu respondi el empleado, baje las cortinas en seguida y yo creo que podr buscar un sitio en otra parte a los dems viajeros...

Perfectamente! aprob Rambert, dirigindose al departamento indicado. Voy a fumar un cigarro hasta que el tren salga e inmediatamente despus me dispondr a dormir... Ah, amigo mo, puesto que es usted tan amable, encrguese entonces de llamarme maana por la maana con tiempo suficiente para que pueda bajar en Verrires!... Tengo el sueo pesado y sera capaz de no despertarme...

*

En el castillo de Beaulieu, el joven Charles Rambert estaba terminando de arreglarse, cuando llamaron suavemente en la puerta de su alcoba.

Son las cinco menos cuarto, Charles... Levntese en seguida!

Charles Rambert respondi ufanamente:

Ya estoy despierto, Thrse! Estar preparado en dos minutos...

La voz de la muchacha observ detrs de la puerta: Cmo! Est ya levantado? Pero esto es maravilloso; le felicito... Baje en cuanto est vestido.

Entendido! respondi el joven.

Acab de vestirse. Despus, cogiendo la lmpara con una mano, abri con precaucin, para no hacer ruido, la puerta de su alcoba y, andando sobre la punta de los pies, atraves el rellano, baj la escalera y fue a reunirse con Thrse, que le esperaba en el comedor.

La muchachita, como una pequea ama de casa, haba dispuesto, mientras esperaba al joven, una colacin.

Desayunmonos pronto propuso ella. Esta maana no nieva; podramos, si usted quiere, ir a la estacin a pie. Tenemos tiempo. Nos sentara muy bien andar un poco.

Eso nos calentar, en todo caso respondi Charles Rambert, que, medio dormido an, se sent al lado de Thrse, haciendo honor a lo que ella le haba preparado.

Sabe usted deca la nieta de madame de Langrune que es admirable levantarse con tanta puntualidad? Cmo ha hecho usted? Tena tanto miedo anoche de dormir como de costumbre...

Sin duda; pero le confieso, Thrse, que estaba muy nervioso, muy inquieto, ante la idea de que pap llegaba esta maana... Apenas he dormido!

Haban los dos acabado de desayunar. Thrse se levant.

Vamos? pregunt.

Vamos...

Thrse abri la puerta del vestbulo, y los dos muchachos bajaron la escalinata que conduca al jardn del castillo.

Al pasar por las caballerizas se cruzaron con un palafrenero que iba a sacar una antigua berlina de la cochera.

No se apresure usted, Jean dijo Thrse al dar los buenos das al criado; vamos a ir a pie hasta la estacin, y lo que importa es que usted est all para traernos...

El hombre se inclin. Los dos muchachos franquearon la puerta del parque y se encontraron en la carretera.

La nieta de madame de Langrune pregunt:

Debe usted de estar muy contento de encontrarse con su padre... Hace mucho tiempo que no le ha visto, no es as?

Desde hace tres aos respondi Charles Rambert, slo lo he visto algunos minutos... Viene de Amrica y, antes de marchar all, viaj mucho tiempo por Espaa...

Le va a encontrar a usted muy cambiado.

Oh! respondi el joven. Es triste decirlo; pero pap y yo nos conocemos tan poco!

S, por lo que me dijo mi abuela, usted ha sido educado, sobre todo, por su madre.

El joven Charles Rambert baj tristemente la cabeza, y respondi a su compaera: A decir verdad, no he sido educado por nadie... Sepa usted, Thrse, que, por muy lejos que me remonte en mis recuerdos, no me acuerdo de mis padres, a quienes, como extraos, vea de cuando en cuando; a los que quera mucho, pero me asustaban... Es como si fuera a conocer a pap esta maana.

Durante toda su infancia, l estuvo de viaje, no es as?

S, l viajaba, ya a Colombia, para vigilar las plantaciones de caucho que posee all; ya a Espaa, donde tena tambin grandes terrenos... Cuando pasaba por Pars, vena al pensionado, me llamaba, y yo le vea en el locutorio... un cuarto de hora...

Y su madre?

Oh; mam era otra cosa!... Sepa, Thrse, que toda mi infancia..., al menos la infancia de la que me puedo acordar..., ha transcurrido para m en el pensionado.

Usted quera mucho a su mam, sin embargo.

S, la quera respondi Charles Rambert, pero tampoco la conoca, por as decirlo...

Y como Thrse hiciese un gesto de sorpresa, el joven prosigui, revelando el secreto de su infancia solitaria: Mire, Thrse, ahora que soy un hombre, adivino cosas que no poda ni aun sospechar entonces. Mi padre y mi madre se llevaban mal. Cuando yo era pequeo, vea siempre a mam silenciosa, triste, triste, y pap activo, bullicioso, alegre, hablando alto... Casi creo que asustaba a mam! Cuando un criado me traa a casa los jueves, me llevaban a darle los buenos das y la encontraba invariablemente tumbada en una chaise-longue, en su alcoba, en donde las persianas bajadas mantenan una semioscuridad. Me besaba con indiferencia, me preguntaba dos o tres cosas, y despus me hacan salir porque la cansaba...

Estaba ya enferma?

Mam siempre ha estado enferma...

Thrse se qued callada unos instantes, y despus concluy: No ha sido usted muy feliz...

Oh! No he sido desgraciado hasta que he sido mayor; de pequeo, no me daba cuenta de la tristeza de no tener, en conclusin, padre ni madre...

Hablando, Thrse y Charles haban andado a buen paso y se encontraban ya a mitad de camino de la estacin de Verrires.

El da se presentaba indeciso; un da sucio, como los que hacen en diciembre, tamizado por gruesas nubes grises que corran muy bajas.

Yo prosigui Thrse no he sido muy feliz tampoco, porque perd a pap siendo muy pequea. No me acuerdo de l... y mam tambin debe de estar muerta...

El tono ambiguo de la frase de la joven intrig a Charles Rambert.

Cmo es eso, Thrse? No parece estar muy segura de que su madre haya muerto.

S, oh, s! La abuela lo dice..., pero... cada vez que he querido preguntar detalles de su muerte, la abuela siempre ha cambiado de conversacin. Me pregunto, a veces, si no se me oculta algo... y si es verdad que mam no est muerta...

Llegaron a algunas casas agrupadas alrededor de la estacin de Verrires. Unas tras otras, las ventanas de las chozas se entreabran, las puertas se abran...

Hemos llegado con mucho tiempo hizo notar Thrse, sealando a lo lejos el reloj de la estacin. El tren de su pap debe de llegar a las seis cincuenta y cinco y no son todava ms que las seis cuarenta; y eso, si no trae retraso.

Entraron en la pequea estacin, donde no haba ningn viajero, y Charles Rambert, feliz de encontrar un abrigo contra el frescor de la maana, patale en el suelo, lo que en la sala vaca produjo de repente un alboroto...

Un mozo de estacin apareci.

Qu es eso, Dios mo? Quin arma ese escndalo? empez con acento encolerizado; pero viendo a Thrse, se interrumpi: Ah!, mademoiselle Thrse, cmo est levantada tan temprano esta maana?... Es que viene a esperar algn tren? O es que se va?

Sin dejar de hablar, el mozo de estacin miraba con curiosidad a Charles Rambert, cuya llegada, por otra parte, le haba causado extraeza dos das antes.

No contest Thrse, no me voy. Acompao a monsieur Rambert, que viene a esperar a su padre.

Ah!, viene a buscar a su padre, seor... Viene de muy lejos? pregunt el hombre.

De Pars respondi Charles Rambert. Es que el tren no da seales todava?

El factor, sacando su reloj, una gruesa cebolla, y mirando la hora, respondi: Tienen todava ms de veinte minutos antes que llegue. Oh!, caramba, s, los trabajos del tnel le obligan a hacer maniobras, y ahora llega siempre con retraso...

Una vez dados estos informes, el hombre se excus: Tengo que ir a mi trabajo, mademoiselle Thrse...

Thrse se volvi hacia Charles Rambert:

Le debe de parecer muy larga la espera dijo.

Un poco...

Quiere que vayamos al andn? Veremos llegar al tren.

Dejaron la sala de espera y pasaron al andn de la estacin, por donde empezaron a pasearse de un lado a otro.

Thrse, siguiendo la marcha refrenada del reloj, sonri a Charles Rambert: Dentro de cinco minutos, su padre estar aqu... An quedan cuatro minutos... Mire, ah est el tren...

Seal con el ndice una colina lejana, mostrando un pequeo rastro de humo que suba muy blanco sobre el azul del horizonte, que iba despejndose: Ve usted eso? Es el vapor de la locomotora que sale del tnel...

No haba terminado de hablar cuando un repique de campana reson en la pequea estacin desierta.

Ah! dijo Charles Rambert. Esta vez...

Un mozo de estacin avis a Thrse al pasar:

Vaya al medio del andn, seorita; all es donde paran los vagones de primera clase...

Charles y Thrse apenas haban tenido tiempo de seguir este consejo, cuando el tren hizo su aparicin. Jadeando estrepitosamente, la locomotora disminuy su marcha, y el pesado convoy, deteniendo su carrera, parse al fin.

Justo delante de Charles y Thrse se haba parado el vagn de primera clase. En el estribo, un anciano, de aspecto distinguido y gran prestancia, se detuvo: Etienne Rambert.

Con una ojeada, tras divisar a Thrse y a Charles y coger su escaso equipaje, salt al andn. Dej en el suelo la maleta, tir al vuelo sobre un banco su paquete de envoltorios, y despus, estrechando a Charles entre sus brazos: Hijo mo! dijo. Querido hijo!... Visiblemente, se esforzaba para dominar su emocin...

Por su parte, Charles Rambert no permaneca indiferente. Estaba extremadamente plido y su voz temblaba, mientras que exclamaba: Ah, pap! Querido pap!, qu contento estoy de verte!

Discretamente, Thrse se haba apartado. Monsieur Rambert, teniendo siempre a su hijo abrazado y habiendo retrocedido algunos pasos para verlo mejor, observ: Pero ests hecho un hombre!... Cmo has cambiado, muchacho!... Eres tal como yo quera que fueses, alto, fuerte!... Ah, t eres de mi sangre!... Ests muy bien, eh? Sin embargo, tienes aspecto de cansado.

Charles confes, sonriendo:

He dormido mal esta noche, tena miedo de no despertarme...

Volviendo la cabeza, monsieur Rambert divis a Thrse; le tendi la mano.

Buenos das, mi pequea Thrse dijo. T tambin ests muy cambiada desde la ltima vez que te vi... Dej una nia, y ahora me encuentro una hermosa joven.

Thrse, que haba estrechado cordialmente la mano de monsieur Rambert, le dio las gracias.

La abuela est muy bien, seor. Me encarga que le diga que la excuse por no haber venido a recibirle; pero el mdico le ha prohibido levantarse temprano...

Tu abuela est perdonada, nia. Tengo, por otra parte, que darle las ms expresivas gracias por la hospitalidad con que ha acogido a Charles...

El tren, entre tanto, se volvi a marchar; un mozo de estacin se acerc a monsieur Rambert.

Seor, le llevo los bultos?

Vuelto a las preocupaciones materiales, Etienne Rambert contempl sus bultos, que los factores haban descargado respetuosamente del furgn.

Dios mo... empez.

Pero Thrse le interrumpi:

La abuela ha dicho que dar orden de cargar por la maana el equipaje grande y usted llevar con nosotros en el cup su maleta y los paquetes pequeos...

Cmo?... Tu abuela se ha molestado en enviar su coche?

Beaulieu est lejos, sabe usted? replic Thrse. Pregntele a Charles...

Salieron los tres al patio de la estacin. Thrse se detuvo muy sorprendida.

Toma! dijo. Cmo es esto? El coche no est todava... Sin embargo, Jean empez a enganchar cuando salimos del castillo...

Monsieur Etienne Rambert, que se apoyaba con una mano en el hombro de su hijo y de cuando en cuando le envolva en una mirada cariosa, sonri a Thrse.

Puede ser que se haya retrasado, muchacha... Sabes lo que vamos a hacer? Puesto que tu abuela va a enviar a recoger el equipaje por la maana, no tengo necesidad de llevar mi maleta. Podemos dejar todo en consigna y dirigirnos a pie hacia el castillo. Si mal no recuerdo..., y tengo buena memoria..., no hay ms que una sola carretera; por tanto, nos cruzaremos con Jean y montaremos en el coche al pasar.

Algunos minutos despus emprendieron los tres el camino de Beaulieu.

Monsieur Etienne Rambert reconoca con tierna emocin todos los recodos de la carretera, todos los paisajes.

Pensar dijo riendo que vuelvo aqu a los sesenta aos y con un hijo junto a m de dieciocho. Y que me acuerdo, como si fuera ayer, de las partidas en el castillo de Beaulieu... Thrse, no es verdad que vamos a distinguir la fachada del castillo en cuanto hayamos pasado este bosque?

Es verdad respondi rindose la muchacha. Conoce usted muy bien el pas, seor.

S confes Etienne Rambert. Cuando se ha llegado a mi edad, mi pequea Thrse, se acuerda uno de los das felices de su juventud.

Monsieur Rambert permaneci algunos instantes callado, como absorto en reflexiones un poco tristes. Sin embargo, se repuso pronto.

Oh, oh! observ. Han cambiado la cerca del parque... He aqu un muro que no exista antes. No haba ms que un vallado...

Thrse rea.

Yo no he conocido la valla!

Tenemos que ir pregunt monsieur Rambert hasta la reja principal, o tu abuela ha hecho abrir una puerta?

Vamos a entrar por las dependencias respondi la joven. As sabremos por qu Jean no ha venido a buscarnos...

Abri, en efecto, una puertecita medio oculta por el musgo y la hiedra y, haciendo pasar a monsieur Rambert y a Charles, se sorprendi de repente: Pero Jean ha salido con el cup, porque los caballos no estn en la cuadra... Cmo es posible que no lo hayamos encontrado?

Y echndose a rer, de repente divertida, dijo: Este pobre Jean es tan distrado! Apostara desde luego que ha estado esperndonos en Saint-Jury, como hace todas las maanas, para traerme desde la iglesia!...

El pequeo grupo formado por Etienne Rambert, Thrse y Charles lleg al castillo.

Al pasar bajo las ventanas de la alcoba de madame de Langrune, Thrse llam alegremente: Aqu estamos, abuela!

Pero nadie contest.

Por otra parte, apareci en la ventana de una habitacin contigua el mayordomo Dollon, que tena un gesto incomprensible, como para imponer silencio...

Thrse, que preceda a sus huspedes, haba dado apenas algunos pasos, cuando el hombre de confianza de madame de Langrune baj la escalinata del castillo y, precipitadamente, se dirigi hacia monsieur Rambert.

El anciano mayordomo tena el rostro alterado; l, de ordinario tan respetuoso, tan deferente, cogi a monsieur Rambert por el brazo y, con un gesto casi imperativo, apartando a Thrse y a Charles, le arrastr aparte.

Es espantoso, seor declar. Es horrible. Acaba de ocurrir una desgracia... Hemos encontrado esta maana a la seora marquesa... muerta, asesinada en su alcoba...

3 A LA CAZA DEL HOMBRE

Monsieur de Presles, juez de instruccin, comisionado por el Tribunal de Brive, acababa de llegar al castillo de Beaulieu.

Veamos, monsieur Dollon pregunt al mayordomo. Quiere referirme exactamente cmo descubri el asesinato?

Seor juez respondi el mayordomo, acud esta maana, como todas, a dar los buenos das a madame de Langrune y a recibir sus rdenes. Llam a la puerta de su alcoba, como tena costumbre de hacerlo, y la seora marquesa no me contest... Llam ms fuerte..., nada otra vez! Me estoy preguntando cmo abr la puerta en lugar de retirarme... Probablemente un presentimiento?... Ah! No olvidar nunca, se lo aseguro, la impresin que sufr al ver a mi pobre y querida seora cada al pie de la cama, muerta, con la garganta tan horriblemente seccionada, que he credo, por un instante, que la cabeza estaba separada del tronco...

El cabo de la gendarmera confirm el relato del mayordomo: Es cierto, seor juez observ que este asesinato se ha cometido con una brutalidad particularmente espantosa... Las heridas son horribles...

Heridas producidas por cuchilladas? interrog monsieur de Presles.

El cabo hizo un gesto de duda:

No lo s... El seor juez podr comprobarlo por s mismo.

El magistrado, guiado por el mayordomo, penetr, en efecto, en el apartamento, donde, muy inteligentemente, Dollon haba procurado que no se tocase nada.

La pieza era grande y sobriamente alhajada con muebles antiguos.

La cama de la marquesa ocupaba todo un lado de la alcoba. Era grande y elevada sobre una especie de estrado recubierto con una alfombra oscura.

En medio de la habitacin, un velador de caoba... En un rincn, en la pared, un gran crucifijo.

Un pequeo escritorio, en fin, colocado un poco ms lejos, estaba medio abierto, los cajones sacados, los papeles cados por el suelo...

No haba ms acceso a la alcoba que la puerta por donde el magistrado acababa de entrar y que daba al pasillo central del primer piso y otra puerta que comunicaba la habitacin con el tocador de la marquesa.

El magistrado, al entrar, vio el cadver de la marquesa. sta estaba cada de espaldas, los dos brazos separados, la cabeza hacia la cama, los pies hacia la ventana.

El cadver estaba a medio vestir. Una herida, desgarrando la garganta en casi toda su extensin, pona los huesos al descubierto.

Monsieur de Presles, que se haba quitado el sombrero instintivamente al ver la muerta, se inclin sobre ella.

Es abominable! murmur. Qu herida tan horrorosa!

Tras observar el cadver, el magistrado interrog al anciano intendente Dollon: No ha sido cambiado nada en la disposicin de la habitacin, verdad?

Nada, seor juez.

El magistrado, sealando el escritorio, cuyos cajones estaban abiertos, precis: No se ha tocado este mueble?

No, seor juez.

Y es probablemente ah donde la marquesa encerraba sus valores?

Pero el mayordomo hizo un gesto de duda.

La seora marquesa no deba de tener grandes sumas en el castillo... Algunos miles de francos, tal vez, para las necesidades diarias.

Usted no cree entonces observ monsieur de Presles que el robo sea el mvil del crimen?

El mayordomo alz los hombros.

Puede ser que el asesino, seor juez, haya credo que madame de Langrune tena dinero?... En todo caso, se ha desorientado; pues no ha robado las sortijas que la seora marquesa haba puesto sobre el tocador antes de meterse en la cama.

El magistrado, sin reparar en la observacin del intendente, recorra lentamente la habitacin.

Estaba abierta esta ventana? pregunt.

La seora marquesa la dejaba todos los das as; tema las congestiones y quera tener la mayor cantidad de aire posible.

Y como el magistrado preguntase:

No habr podido entrar por ah el asesino?

El mayordomo movi la cabeza.

Es poco probable, seor dijo. Vea: exteriormente, las ventanas estn protegidas por una especie de verja que se adelanta en el vaco y cuyas puntas, dirigidas hacia el suelo, impiden toda escalada.

Entreabriendo la ventana, Presles se dio cuenta de que el mayordomo tena razn...

Continuando su examen, se asegur de que nada en la disposicin habitual de los muebles de la alcoba haba dejado huella del paso del asesino... Lleg, en fin, junto a la puerta de la alcoba que daba al corredor.

Ah, he aqu un detalle interesante!

Con el dedo, Presles seal al cerrojo interior de la puerta cuyos tornillos, medio arrancados, testimoniaban que se haba querido hacer saltar la cerradura.

Madame de Langrune pregunt cerraba la puerta con cerrojo todas las noches?

S respondi Dollon, claro que s.

Presles no replic. Dio todava una vuelta por la habitacin, observando minuciosamente el emplazamiento de cada objeto, y, llamando al gendarme que estaba en el rellano aguardando rdenes, le dijo: Amigo mo, quiere ir a buscar a mi escribano, que me espera en el coche, y decirle que suba inmediatamente aqu? Monsieur Dollon, hara el favor de llevarme a un sitio cualquiera donde pueda disponer de una mesa..., de un tintero..., de lo que hace falta, en fin, para proceder a los primeros interrogatorios?

Mientras el mayordomo, ponindose a disposicin del juez, le conduca a un cuarto vecino, el gendarme que haba salido a buscar al escribano volva precipitadamente.

Seor juez dijo, saludando respetuosamente al magistrado, el seor escribano le espera abajo en la biblioteca, donde ha dispuesto todo...

Presles no pudo reprimir un movimiento nervioso...

Bien!... pens. Ya est Gigou queriendo llevar la instruccin a su manera...

En voz alta, aadi, volvindose hacia el intendente: Bien! Si usted no tiene inconveniente, vamos a reunirnos con l...

Monsieur de Presles, a quien haba encargado la instruccin el tribunal de Brive, formaba con su escribano un contraste sorprendente. Era un magistrado muy joven, elegante, distinguido, hombre de mundo...

Gigou, el escribano, era, al contrario, un hombrecillo grueso, alegre por naturaleza y vulgar de temperamento. Encarnaba a maravilla el espritu tradicionalista de la magistratura de provincia; tena predileccin por las frmulas largas, el papeleo administrativo, las formalidades que no acababan nunca...

Monsieur de Presles y su escribano estaban animados, sin embargo, de sentimientos casi idnticos, desde que haban llegado al castillo de Beaulieu.

Despertados los dos, aquella misma maana, por el aviso del procurador general del tribunal de Brive, el escribano y el juez haban considerado, en primer lugar, las ventajas que podan, uno y otro, sacar de este asesinato, de este negocio que surga de improviso.

Como buen escribano y buen provinciano, el excelente Gigou haba visto la ocasin de un viaje, un sumario, un hermoso proceso, y numerosos expedientes. Monsieur de Presles, pensando en s mismo, haba reflexionado que tal crimen iba a permitirle demostrar su vala, y, si tena suerte, poda llegar a obtener su ascenso...

Desgraciadamente, desde su llegada a Beaulieu, el escribano haba visto desaparecer parte de sus esperanzas por la manera rpida con que monsieur de Presles haba comenzado a llevar el sumario, y el juez de instruccin, por su lado, no haba dejado de comprender que, si el asesinato de la marquesa de Langrune poda un da proporcionarle xito, empezara seguramente por causarle preocupaciones... Una instruccin, una instruccin importante, no era tan fcil de hacer como haba primeramente supuesto...

Tendra xito en los interrogatorios?...

Presles se lo preguntaba con verdadera ansiedad mientras llegaba, conducido por Dollon, a la biblioteca del piso bajo, donde su emprendedor escribano haba ya establecido su domicilio provisional.

El juez de instruccin se sent detrs de una larga mesa y, llamando al cabo de la gendarmera, le pregunt: Dgame, cabo, ha llevado al correo el despacho que le he entregado al llegar?

S, seor juez... El despacho en que usted peda el envo de un inspector de la Sret y que iba dirigido a la prefectura de polica de Pars?

se es, s...

Lo he llevado yo mismo a telgrafos, seor juez...

Tranquilizado sobre este punto, el joven magistrado se volvi hacia el mayordomo Dollon: Quiere usted sentarse, seor? le propuso.

Y prescindiendo, a pesar de las miradas desaprobatorias del escribano, de las preguntas usuales relativas al nombre, a la edad, y a la profesin de los testigos, Presles empez la instruccin, preguntando al anciano intendente: Cul es el plano exacto del castillo?

El seor juez de instruccin lo conoce ahora tan bien como yo respondi el mayordomo. La galera, que parte de la puerta de entrada al piso bajo, lleva a la gran escalera que hemos subido hace un momento y que conduce al primer piso, donde se encuentra la alcoba de la seora marquesa. Este primer piso est, por otra parte, compuesto nicamente por una serie de cuartos separados por un pasillo. A la derecha, est la alcoba de mademoiselle Thrse; despus, a continuacin, vienen las alcobas de los amigos, donde no se acuesta nadie...; a la izquierda est la alcoba de la seora marquesa, que se contina por el tocador; siempre a la izquierda, y en seguida de la alcoba de la seora marquesa y de su tocador, hay, en primer lugar, otro tocador, y despus la alcoba de monsieur Charles Rambert, el joven del cual le he hablado.

Bien. Y cul es la disposicin del otro piso?

El segundo piso, seor juez continu el mayordomo, es en todo parecido al primero, solamente que en lugar de las alcobas de los seores, son las alcobas de los criados.

Quines son los criados que duermen en el castillo?

En tiempo ordinario, seor juez, hay dos criadas: Marie, la doncella; Louise, la cocinera; despus el ayuda de cmara Herv..., pero Herv no ha dormido en el castillo ayer noche; haba pedido a la seora marquesa permiso para ir al pueblo y la seora marquesa se lo haba dado, a condicin de que no volviera esa noche.

Qu quiere usted decir? pregunt, bastante sorprendido, el magistrado.

Esto, seor juez de instruccin: la seora marquesa era bastante miedosa, no quera que alguien pudiese entrar de noche en el castillo y tena cuidado, cada noche, de cerrar ella misma con doble vuelta la cerradura de seguridad de la puerta principal y la de la puerta de la cocina. Cada noche, en fin, recorra todas las habitaciones y se aseguraba de que los postigos de hierro estuviesen bien cerrados y que, por tanto, era imposible entrar en la casa. Cuando Herv sala por la noche, o se quedaba a dormir en el pueblo y no volva hasta el da siguiente por la maana, como ha hecho hoy, o le peda al cochero que dejase abierta la puerta del servicio y se acostaba entonces en una alcoba habitualmente desocupada y situada encima de las cuadras...

Donde habita el resto del personal, probablemente?

S, seor juez.

Monsieur de Presles permaneci algunos instantes silencioso, abstrayndose en sus reflexiones. No se oa en la habitacin ms que el ruido enervante de la pluma de ganso del escribano.

Monsieur de Presles levant al fin la cabeza.

Pero entonces insisti, la noche del crimen no haba dormido en el castillo ms que madame de Langrune, su nieta mademoiselle Thrse, monsieur Charles Rambert y las dos criadas. Es as?

S, seor juez.

En ese caso continu el magistrado, parece inverosmil que el crimen haya sido cometido por algn habitante del castillo.

S, seor juez, y sin embargo...

El mayordomo Dollon haba interrumpido su frase como asustado l mismo de lo que iba a decir...

Y sin embargo...? prosigui el magistrado.

Caramba confes Dollon, dos personas solamente tenan la llave de la puerta de entrada: la seora marquesa y yo...

En otros trminos precis el magistrado, habindose tomado todas las precauciones, no comprende usted, Dollon, cmo alguien ha podido introducirse en el castillo...

No, seor juez... Por otra parte, no creo que nadie haya entrado en el castillo...

El magistrado estaba perplejo.

No es posible dijo que alguien haya venido por el da, se haya ocultado, y despus, llegada la noche, haya cometido el crimen? Recuerde, monsieur Dollon, que el cerrojo interior de la alcoba de madame de Langrune ha sido arrancado... El asesino ha entrado, entonces, por esa puerta y ha entrado a la fuerza.

El mayordomo movi la cabeza.

No, seor juez, nadie ha podido esconderse en el castillo durante el da. Hay siempre gente en la cocina y, por tanto, el acceso a los servicios est vigilado. Por otra parte, los jardineros han estado toda la tarde de ayer trabajando en el csped que est delante de la entrada principal... Si un desconocido se hubiese presentado all, hubiera sido seguramente visto... En fin, madame de Langrune haba dado la orden, y yo siempre ejecut sus rdenes, de tener cerrada la comunicacin de la escalera con las bodegas del castillo. Por tanto, si el asesino no ha podido esconderse en el stano..., dnde se habr ocultado entonces?... Adems, cmo es posible que el enorme perro de guardia, que todo el da est atado debajo de la escalera, lo haya dejado pasar? Hubiera sido preciso que ese animal conociese al visitante o, en todo caso, que se le hubiese tirado carne... Esto habra dejado huellas... y no hay nada que se le parezca...

El juez de instruccin pregunt al intendente:

Pero, entonces, monsieur Dollon, este crimen es inexplicable... Dada la calidad de las personas acostadas en el castillo, es evidente que no podemos buscar entre ellos el criminal... Usted mismo acaba de decirme que no estaban en el castillo ms que madame de Langrune, los dos muchachos Thrse y Charles, y las dos criadas... No es seguramente una de esas personas la que pueda ser el culpable... Es preciso entonces que aquel haya venido de fuera. Veamos. No sospecha usted de alguien?

El mayordomo levant los brazos con gesto abatido.

No respondi. En fin, no sospecho de nadie, no puedo sospechar de nadie... Pero, vea usted, seor juez, para m es cierto que si el asesino no est entre los que habitaban el castillo esa noche, tampoco ha podido venir de fuera... Eso era imposible... Las puertas estaban cerradas; los postigos, colocados...

Presles mir al mayordomo, muy sorprendido de esta conclusin.

Sin embargo, es preciso dijo, puesto que alguien ha matado, es preciso que ese alguien haya estado escondido en el interior del castillo, cuando madame de Langrune ha cerrado ella misma la puerta de entrada, o que se haya introducido durante la noche.

El intendente titube; despus, afirm:

Es un misterio!..., seor juez; yo, vea usted, le certifico que nadie ha podido entrar... y, sin embargo, es evidente tambin que el asesino no es ni monsieur Charles, ni mademoiselle Thrse, ni ninguna de las dos criadas...

Presles, despus de algunos minutos de reflexin, rog al anciano mayordomo que fuese a buscar a los sirvientes.

Volver usted? pregunt a Dollon cuando ste se alejaba. Es posible que tenga necesidad de sus informes.

4 NO, NO ESTOY LOCO!

Dos das despus del crimen, el viernes por la maana, Louise, la cocinera, trastornada an por el horroroso drama que se haba desarrollado en Beaulieu, baj a la cocina.

La aurora despuntaba apenas y la buena mujer, para ver bien, tuvo que encender la lmpara de petrleo. Con ademn de autmata, el pensamiento en otra parte, preparaba los desayunos del personal y de los huspedes del castillo, cuando un golpe seco, dado en la puerta que daba al patio de las dependencias, la hizo estremecer.

Louise fue a abrir y no pudo contener un grito de emocin al ver aparecer en la penumbra, perfilndose en negro sobre el horizonte plido, los bicornios de los gendarmes.

stos traan a dos individuos de aspecto miserable. Apenas hubo entreabierto Louise, cuando el cabo, que la conoca desde haca mucho tiempo, se adelant un paso: Mi buena seora dijo saludando militarmente, es preciso que nos d hospitalidad a nosotros y a estos buenos mozos que hemos cogido esta noche rondando por la vecindad.

La anciana Louise interrumpi aterrorizada:

Gran Dios, seor cabo, usted trae aqu bandidos! Dnde quiere usted que los meta?

El gendarme Morand sonri. El cabo replic:

En la cocina...

Y como la criada esbozase un gesto denegatorio.

Es preciso prosigui l; por otra parte, no tenga ningn temor: estos piratas estn esposados, no se escaparn, y, adems, nosotros no les dejaremos. Vamos a esperar aqu la llegada del juez de instruccin.

Los gendarmes haban empujado ante ellos sus lamentables capturas.

Louise que, maquinalmente, haba ido a airear un calentador cuya agua haba empezado a hervir, se volvi al or las ltimas palabras.

El juez de instruccin Presles? Pero si ya ha llegado...

Es posible? pregunt el cabo, que estaba sentado, y se levant al instante.

Ha llegado, le digo continu la anciana, y el monigote que le acompaa tambin est all.

Qu monigote? Ah! Es Gigou, el escribano, a quien usted se refiere?

Puede ser refunfu Louise.

El cabo se dirigi al gendarme:

Le confo los prisioneros, Morand dijo con tono imperioso. No los pierda de vista.

Pareca que la tarea del gendarme Morand iba a ser fcil: los dos vagabundos, acurrucados en un ngulo de la cocina, en la parte opuesta a los hornos, parecan poco deseosos de huir. Los dos tenan aspecto muy diferente: el uno, alto, fuerte, los cabellos crasos, cubierto con una pequea gorra de jockey, mordiscando su espeso bigote en silencio y lanzando alrededor de l mismo y sobre su compaero de infortunio miradas sombras e inquietas. Iba calzado con chanclos claveteados y tena en la mano un slido garrote.

Haba declarado al gendarme llamarse Franois Paul.

El otro individuo, encontrado detrs de una alquera, durante la noche, en el momento en que trataba de deslizarse tras un montn de paja, encarnaba el tipo clsico de los vagabundos del campo. Un viejo sombrero blando se hunda en su crneo, todo alrededor ensortijado con mechones rubios y grises, absolutamente rebeldes, mientras que los rasgos del rostro se disimulaban enteramente bajo una barba hirsuta. No se vean en esta cara ms que dos ojos chispeantes que, sin cesar, iban y venan en todos los sentidos; este ltimo vagabundo examinaba con inters el lugar al que los gendarmes le haban conducido.

Llevaba a la espalda una pesada alforja donde estaban reunidos los objetos ms diversos. Mientras que su compaero guardaba un riguroso silencio, l no paraba de hablar. Empujando de cuando en cuando el codo de su vecino para hacerse or, murmuraba en voz baja: Entonces, de dnde vienes t? No eres de la regin, no te he visto nunca... A m se me conoce bien por aqu: Bouzille. Me llamo Bouzille!

Y, volvindose familiarmente hacia el gendarme: No es verdad, monsieur Morand, que somos los dos viejos conocidos? Por lo menos, son cuatro o cinco veces las que usted me ha detenido.

El compaero de Bouzille se dign mirarle

Entonces interrog ste con el mismo tono, t tienes costumbre de dejarte trincar a menudo?

A menudo? replic el charlatn. Eso depende de lo que se quiera decir; en invierno, no hay ningn mal en entrar en chirona, cara al mal tiempo; en el verano es preferible estar tranquilo, y, adems, en el verano los delitos son ms raros; se encuentra todo lo que se quiere por las carreteras; el campesino no vigila durante la estacin, mientras que en invierno, es otra cosa. Si esta noche me han trincado, sin duda que es por lo del conejo de la ta Chiquard.

El gendarme, que escuchaba distradamente, se mezcl en la conversacin: Ah! interrumpi. Eres t, Bouzille, el que has robado el conejo?

Por qu me lo pregunta, monsieur Morand? Probablemente, si usted no estuviera seguro, me hubiera dejado tranquilo.

El compaero de Bouzille movi la cabeza y, muy bajo, le dijo: Y ha habido algo ms feo tambin: el asunto de la duea del castillo donde nos encontramos.

Eso? replic Bouzille esbozando un amplio gesto de indiferencia...

No sigui ms. El cabo volvi a la cocina. Severamente, llam: El llamado Franois Paul, adelante. El seor juez de instruccin quiere tomarle declaracin.

Y cuando el interpelado se diriga hacia el cabo, las manos atadas y dejndose dcilmente coger por el brazo, Bouzille, con una mirada de inteligencia lanzada al gendarme no tena ms que l por confidente declar con aire de satisfaccin: Enhorabuena, esto va hoy de prisa! No se hacen muchas detenciones.

El gendarme, guardando las distancias, no respondi; el incorregible charlatn prosigui: Por otra parte, a m me es igual que me detengan, desde el momento en que se est alojado, alimentado y acostado por el Gobierno; sobre todo, cuando hay, como ahora, en Brive una prisin verdaderamente preciosa... Caramba continu Bouzille, despus de un silencio y absorbiendo el aire de su alrededor, huele bien aqu.

Despus, interpelando sin cumplidos a la cocinera: Por casualidad, madame Louise, no habr algo de engullir para m?

La buena mujer se volvi, con un gesto escandalizado. Bouzille prosigui: No hay por qu asustarse, mi buena seora. Usted me conoce bien. He venido a menudo a pedirle cosas viejas y usted siempre me las ha dado: as, cuando monsieur Dollon tena un par de zapatos usados; pues bien: eran para m; un pedazo de pan, eso nunca se rehsa...

La cocinera, vacilante, enternecida por los recuerdos que evocaba el pobre vagabundo, le mir; despus observ al gendarme para cobrar nimos.

Alzando los hombros y mirando a Bouzille con aire protector, Morand dijo: Bah!, madame Louise; si eso le agrada, dele cualquier cosa... Despus de todo, yo le conozco, y se me figura que l no ha debido de dar el golpe.

Ah!, monsieur Morand interrumpi el vagabundo, si se trata de coger aqu y all cosas que se arrastran, un conejo que pasa, una gallina que se aburre sola, no digo que no; pero otras cosas... Gracias, buena seora...

Louise haba tendido a Bouzille un gran pedazo de pan que ste hizo desaparecer al momento en las profundidades de su enorme alforja.

l continu:

Qu es lo que puede contarle, el otro, al Curioso? No tiene aspecto de tener costumbre! Yo, cuando estoy delante de los hombres de negro, para no contrariarles, respondo siempre: S, seor juez. Ellos se contentan con eso. Algunas veces, se ren. Entonces el presidente me ordena: Levntese, Bouzille! Y, despus, me aplica quince das, veinte das, dos meses... Eso depende!

El cabo reapareci solo; dirigindose al gendarme: El otro est en libertad declar; en cuanto a Bouzille, monsieur de Presles estima que no vale la pena de orle...

Me largan fuera, entonces? interrog, afligido, el vagabundo, echando una mirada inquieta hacia la ventana en la cual vea golpear la lluvia.

El cabo no pudo evitar una sonrisa.

Pues, no, Bouzille, te vamos a llevar al retn. Sabes que tienes que explicarte an sobre el asunto del conejo? Vamos, andando!

El da haba transcurrido triste, nublado.

Charles Rambert y su padre, que desde la vspera vagaban solitarios por las grandes estancias silenciosas del castillo, haban pasado la tarde con Thrse y la baronesa de Vibray, alrededor de una mesa redonda, copiando, sin parar, en grandes sobres orlados de negro, direcciones de parientes o amigos de la marquesa de Langrune. Los funerales de la desgraciada seora estaban fijados para dentro de tres das. Monsieur Rambert haba prometido asistir.

En vano la baronesa de Vibray haba intentado convencer a Thrse de que fuera a dormir con ella a Qurelles.

Despus de haber recorrido los diarios que relataban con intensidad detalles e inexactitudes del drama de Beaulieu, monsieur Etienne Rambert dijo a su hijo, con un tono extraamente grave: Subamos, hijo mo, ya es hora.

Monsieur Etienne Rambert, al llegar a la entrada de la alcoba de Charles, pareci titubear un instante; despus, como si tomase una resolucin repentina, en lugar de ir a su cuarto entr en el de su hija.

Charles Rambert, muy cansado, empezaba a desnudarse, cuando su padre fue hacia l; con gesto brusco, monsieur Etienne Rambert puso las dos manos sobre los hombros de su hijo y, con voz apagada, le orden sordamente: Confiesa, pues, desgraciado! Confisate a m, a tu padre!

Charles retrocedi, horriblemente plido.

Qu? murmur.

Etienne Rambert prosigui:

Eres t, t, quien la ha matado!

La negativa que el joven quiso oponer era tan vibrante que se ahog en su garganta.

Matar, yo?... grit al fin, Matar a quin?

Su padre fue a hablar...

Adivinando su pensamiento, Charles Rambert prosigui: Me acusas de haber matado a la marquesa? Pero esto es infame, odioso, abominable...

Ay de m!... S!

No, no! Santo Dios, no!

S insisti Etienne Rambert.

Los hombres jadeaban uno frente al otro; Charles, sobreponindose a la emocin que le invada de nuevo, grit con tono de angustia y de reproche: Y eres t, mi padre, t, quien me dice eso?

Charles se qued durante unos momentos inerte, aterrado, postrado...

Monsieur Rambert dio dos o tres pasos por la alcoba; despus, cogiendo una silla, fue a sentarse delante de su hijo. Pasndose la mano por la frente, como si hubiera podido, con un gesto, apartar la atroz pesadilla que le atormentaba el alma, monsieur Etienne Rambert continu: Tengamos calma y razonemos, hijo mo. No s cmo ha sido; pero, desde ayer por la maana, al verte en la estacin, tuve casi el presentimiento de algo... Estabas plido, tenas aspecto cansado, la mirada apagada...

Padre replic Charles con voz ahogada, ya te dije que haba pasado mala noche...

Pardiez! estall Etienne Rambert. Bien que lo s! Precisamente, cmo puedes explicar entonces que, sin estar dormido, no hayas odo nada?...

Thrse tampoco ha odo nada...

Thrse replic monsieur Rambert padre est en una alcoba alejada, mientras que la tuya no est separada de la de la desgraciada marquesa ms que por una pared muy delgada; tendras que haber odo...

Pero interrog Charles es usted el nico que me cree autor de un crimen tan horrible?

Ay! murmur Etienne Rambert. El nico?... Puede ser!... Por el momento, y, sin embargo... Sabes que causaste una impresin detestable a los amigos de la marquesa, especialmente en la velada que precedi al crimen, mientras que el presidente Bonnet os lea los detalles de un asesinato cometido en Pars por... no s quin?...

Entonces... interrog Charles, ellos sospechan tambin? Pero continu el joven, animndose no se acusa porque s! Hacen falta hechos!..., pruebas!...

Pruebas? Ay! Las hay en contra tuya. Son terribles! Toma... Escucha...

Monsieur Etienne Rambert se haba levantando, obligando a Charles a hacer lo mismo; los dos hombres estaban de nuevo frente a frente.

Escucha! Charles, los magistrados, despus de sus investigaciones, han llegado a la conclusin de que nadie haba entrado en el castillo durante la noche fatal; as, pues, t eres el nico hombre que has dormido aqu...

No pueden haber venido de fuera?

Nadie ha venido insisti Etienne Rambert, y, por otra parte, cmo lo pruebas?

Charles, aterrado, se call, la mirada hosca, perplejo, consternado, incapaz de hacer el menor gesto.

Permaneci en medio de la habitacin, en pie, tambalendose; con la mirada sigui a su padre. ste, con la cabeza baja, se diriga hacia el tocador.

Ven! dijo con una voz imperceptible. Sgueme!...

Charles, incapaz de obrar, permaneci inmvil.

Su padre haba entrado en el cuarto de aseo, levantando las toallas que estaban amontonadas desordenadamente en un estante debajo del tocador, y eligiendo una, toda arrugada, la cogi y la llev a la habitacin.

Mira murmur de repente, mostrndole la toalla a su hijo.

Y Charles Rambert vio, en la toalla colocada a plena luz, huellas rojas, de sangre.

El joven se sobresalt y quiso protestar...

Con un gesto autoritario, Etienne Rambert le interrumpi: Negars todava? Desgraciado, miserable! Hay! He aqu la prueba convincente, irrefutable, de tu atroz crimen! Esas manchas ensangrentadas estn ah para confirmarlo. Cmo explicaras, si no, la presencia de esta toalla ensangrentada en tu habitacin? Negars an?

S, niego, niego... No comprendo nada!

Charles Rambert se hundi en la butaca otra vez.

Las miradas de su padre, llenas de ternura infinita, se posaron largamente sobre l.

Pobre hijo mo! murmur el desgraciado Etienne Rambert, quien, hablando consigo mismo, prosigui: Ay! Puede ser que no seas enteramente responsable; puede ser que haya circunstancias que aboguen por ti...

Vamos, padre! Todava me acusas? Me tomas verdaderamente por el asesino?

Etienne Rambert movi la cabeza con desesperacin.

Ah! Cmo querra poder decir, por el honor de nuestro nombre, a aquellos que nos quieren, que hay en tu ascendencia fatales herencias que te hacen irresponsable!... Ah! Si la ciencia pudiera establecer que el hijo de una madre enferma...

Enferma? interrog ansiosamente Charles. Qu dices?

Enferma continu Etienne Rambert de una enfermedad terrible y misteriosa, enfermedad ante la cual queda uno impotente, desarmado... La... locura...

Oh, oh! exclam Charles, cada vez ms espantado. Qu me dices, padre? Mi madre estaba loca?

Despus, agobiado, el joven concluy:

Dios mo! Debe de ser cierto! Cuntas veces me he quedado sorprendido de su modo de ser enigmtico, extrao... Pero yo?..., yo?...

Y el joven se golpeaba el pecho, como si quisiera darse cuenta de que estaba bien despierto.

Yo? Yo estoy en mi sano juicio.

Puede ser..., una espantosa alucinacin, un momento de irresponsabilidad... sugiri Etienne Rambert.

Pero Charles le cort la palabra:

No, padre..., no!... Yo no estoy loco!...

El joven, sobreexcitado, no moderaba el tono de voz, gritaba lo que pensaba en el silencio de la noche, indiferente a todo lo que no fuera la espantosa discusin que tena con su adorado padre.

Etienne Rambert no moderaba tampoco el tono de sus palabras; la declaracin de su hijo le arrebat: Entonces, Charles, si ests en tu sano juicio, tu crimen es imperdonable. Asesino!... Asesino!...

Los dos hombres se callaron de repente; un ligero ruido que vena del pasillo atrajo su atencin.

Lentamente, la puerta de la alcoba, que haba quedado entreabierta, se abri: en el fondo negro de afuera una silueta blanca se destac.

Thrse, vestida con un camisn, el pelo desgreado, los labios exanges, la mirada dilatada de horror, apareci; la muchacha estaba sacudida por un temblor nervioso; a duras penas, levant el brazo y con la mano seal a Charles.

Thrse! Thrse! murmur Etienne Rambert.

El desgraciado padre, de rodillas..., las manos juntas, con una actitud suplicante..., insisti: Thrse, estabas ah?

Los labios de la muchacha se agitaron, se oy una respiracin entrecortada: Estaba...

La muchacha no pudo continuar; su vista se nubl, su cuerpo se tambale un segundo. Sin un grito, sin un gesto, cay rgida, de espaldas, inerte.

5 DETNGAME!...

A veinte kilmetros aproximadamente de Souillac, la lnea de ferrocarril de Brive a Cahors describe una curva bastante acentuada y se mete en un tnel.

Pero las grandes lluvias del invierno haban afectado considerablemente el terrapln, en los accesos del tnel especialmente; las grandes tormentas, sobrevenidas en los primeros das de diciembre, haban determinado un hundimiento del balasto, bastante inquietante para que los principales ingenieros de la compaa fuesen enviados al lugar en que se haban producido los deterioros.

Los tcnicos comprobaron entonces que la va, a algunos metros de la salida del tnel orientada hacia Souillac, necesitaba serias reparaciones.

En atencin a estos incidentes, desde haca un mes, los trenes que hacan el recorrido de Brive a Cahors, expresos, mnibus o mercanca, traan regularmente media hora de retraso. Un reglamento de seguridad, hecho al punto, vistos los peligros presentados por las vas, ordenaba, en efecto, a los maquinistas que venan de Brive parar completamente el tren doscientos metros antes de la salida del tnel y a los que venan de Cahors hacer parar el convoy quinientos metros antes de la entrada del tnel.

Apenas despuntaba el da en esta maana gris de diciembre, cuando un equipo de obreros, bajo la direccin de un capataz, se ocupaba en fijar sobre las traviesas nuevas de la va descendente los nuevos rales que les haban trado la vspera.

Los hombres discutan entre ellos en pequeos grupos: No sabes deca un obrero viejo a su compaero que nos van a obligar ahora a colocar aqu rales de doce metros? No son mejores que los de ocho y son mucho ms difciles de ajustar.

Qu quieres? replic el camarada. Si es idea de los jefes, no podemos hacer nada.

De repente reson un silbido estridente. En el fondo del tnel, que se abra como un agujero negro, se vio el resplandor de dos linternas; un tren, guardando la consigna, tren que se diriga hacia Cahors, se haba parado ante las obras y peda paso.

El jefe de equipo retir a sus hombres a una y otra parte de la va descendente; despus, yendo hasta una barranquilla colocada a la entrada del tnel, hizo funcionar el disco con la mano y autoriz al convoy a continuar su camino.

Al lado de la cabaa en la cual estaba un pen caminero de la compaa, encargado de la decimocuarta seccin, que abarcaba cuatro kilmetros de va, comprendidos los novecientos del tnel, un hombre se haba aproximado, y dijo negligentemente: ste debe de ser el tren que llega a las seis cincuenta y cinco de la maana a la estacin de Verrires.

En efecto replic el pen caminero, pero trae retraso.

El tren haba pasado; las tres linternas rojas, que indicaban el final del convoy en la trasera del ltimo vagn, se haban perdido en la bruma matutina...

El pen caminero prosigui su trabajo de Dicar a lo largo de la va. Cuando iba a entrar en el tnel, le llamaron. Se volvi.

Franois Paul, el vagabundo a quien el juez de instruccin haba puesto en libertad la vspera, despus de un corto interrogatorio, era el interlocutor del pen caminero.

Viaja poca gente en este tren de la maana, sobre todo en primera murmur.

Toma! replic el pen caminero, dejando en tierra el azadn que llevaba sobre el hombro. No es extrao; la gente rica que paga primera, viene siempre en el expreso que llega a Brive a las dos cincuenta de la maana...

Sin duda dijo Franois Paul. Lo comprendo; pero, una suposicin: cmo se las arreglan los que tienen que bajar en Gourdon, en Souillac, en Verrires, en fin, en las pequeas estaciones donde no para el expreso?

A fe ma reflexion el pen caminero, no lo s! Pero supongo que deben de bajar en Brive; en tal caso, vienen en los trenes del da, que son rpidos, hasta Cahors, y all los va a buscar un coche, o hasta Brive, y toman un mnibus despus.

Franois Paul no le contradijo. Prosigui:

No hace nada de calor esta maana.

Nada de calor, en efecto, y parece que va a llover.

Franois Paul levant la vista, asombrado de estas palabras, pues el cielo estaba claro; el pen caminero continu: S, sopla viento oeste y por aqu esto quiere decir agua.

Como en todas partes concluy con agobio Franois Paul. Ah! Decididamente, los tiempos son duros!

Compadecido, el pen caminero sugiri al vagabundo: Seguramente t no eres rentista; pero por qu no intentas trabajar? Aqu hace falta gente.

Ah! S?

Como te lo digo... continu el buen pen caminero; por ah viene, precisamente, el jefe de equipo. Quieres que le hable?

Un minuto! replic Franois Paul. Seguramente no dir que no; pero quiero ver primero qu trabajo se hace aqu; no s si me convendr...

El vagabundo se alej del pen caminero y, lentamente, con la vista baja, sigui por el terrapln.

El jefe de equipo, despus de habrselo cruzado, vino en direccin contraria hacia el pen caminero, con quien se reuni a la entrada del tnel.

Bueno, to Michu, cmo va esa salud?

Oh!, jefe respondi el excelente hombre, vamos tirando; se conserva uno. Y ve usted las obras? Eso es lo que me fastidia, sabe?, desde que los trenes tienen sealada la parada en mi seccin.

Por qu, pues? interrog el jefe de equipo, sorprendido.

Se lo voy a decir: cuando se paran, los maquinistas aprovechan para tirar las cenizas; entonces me dejan all, en el tnel, un montn de porquera que me veo forzado a limpiar de cuando en cuando.

El jefe de equipo estall de risa.

Es preciso pedir a la Compaa que le mande hombres de suplemento.

A saber si los encontrar la Compaa!... Escuche! A ese pobre pcaro que va por all le he aconsejado que trate de pedirle a usted colocacin. Ver a ver me ha dicho, es preciso enterarme primero en qu consiste el trabajo... Y se ha ido... Alguien que debe temer que se le formen callos en la mano...

Ah!, to Michu, hoy da es verdaderamente difcil encontrar gente seria... Por otra parte, si ese buen mozo no me pide trabajo dentro de un momento, voy a hacer que se vaya. El terrapln no es una plaza pblica. Voy a estar ojo avizor con los clavos y con el cobre, sobre todo, porque en este momento en la regin se seala la presencia de vagabundos...

Eh! Eh! continu el to Michu. Y tambin de criminales. Ha odo hablar del asesinato en el castillo de Beaulieu?

El jefe de equipo interrumpi:

Ya lo creo! No se habla ms que de este asunto entre los empleados de mi equipo; tiene usted razn, to Michu, voy a vigilar de cerca a los desconocidos y ms particularmente a ese individuo...

El jefe de equipo dej de hablar...

Al mirar hacia la parte baja del terrapln, permaneci inmvil. El pen caminero, siguiendo su mirada, qued tambin mudo.

Los dos, despus de algunos segundos de silencio, se miraron y sonrieron; la silueta majestuosa, fcilmente reconocible, de un gendarme se perfilaba en la penumbra del valle; el gendarme, que vena andando pareca buscar a alguien sin disimularlo.

Bueno! murmur el to Michu. Ah va el cabo Doucet. Es probable que est haciendo como usted, jefe, y que haya echado la vista a alguien en este momento.

Podra ser aprob el jefe de equipo. Las autoridades estn cansadas despus de tres das del crimen de Beaulieu. Han detenido a ms de veinte vagabundos; pero han tenido que dejarlos en libertad. Todos tenan su coartada.

Se dice por ah sugiri el to Michu que el asesinato no ha debido de ser cometido por alguien del pas. No hay gente mala en la regin, y la marquesa de Langrune era muy querida de todo el mundo...

Mire, mire! interrumpi el jefe de equipo, sealando con la mano al gendarme que suba lentamente por el terrapln desde la va. Se dira que el cabo se dirige hacia el ciudadano de hace un momento, que busca trabajo sin querer encontrarlo...

A fe ma que esto podra ser reconoci el to Michu, despus de un instante de observacin. Por otra parte, ese buen hombre tiene muy mal aspecto. No es de los nuestros...

Los dos hombres, interesados, esperaban lo que iba a pasar.

A cincuenta metros de ellos, bajando en la direccin de la estacin de Verrires, Franois Paul se iba lentamente, pensativo...

Un ruido de pasos, detrs de l, le hizo volverse. Franois Paul divis al cabo y frunci las cejas.

Y como el gendarme, cosa curiosa, pareca pararse a algunos pasos de l, en actitud deferente y respetuosa, e iba casi a esbozar el gesto de llevarse la mano al quepis, el enigmtico vagabundo exclam en un tono imperioso: Vamos, cabo, le dije, sin embargo, que no viniera a importunarme!

El cabo adelant un paso.

Seor inspector de la Sret, excseme; pero tengo algo importante que comunicarle...

Franois Paul, a quien el gendarme haba calificado respetuosamente de inspector de la Sret, no era otro, en efecto, sino un agente de la Polica secreta enviado desde la vspera a Beaulieu por la Prefectura de Pars.

No era, por otra parte, un agente ordinario, un polica cualquiera. Como si monsieur Havard temiese que el asunto de Langrune pudiera ser misterioso y complicado, haba elegido el mejor de sus sabuesos, el ms experto de los inspectores: Juve. Era Juve, quien, desde haca cuarenta y ocho horas, bajo el disfraz de un vagabundo, erraba por los alrededores del castillo de Beaulieu, habiendo tomado hasta la precaucin de hacerse detener con Bouzille. Prosegua sus metdicas encuestas sin despertar la menor sospecha sobre su verdadera cualidad.

Juve hizo un gesto de despecho.

Preste atencin, entonces! murmur. Nos estn observando, y, puesto que debo volver con usted, haga como que me va a detener y colqueme las esposas.

Perdn, seor inspector; yo no osara... replic el gendarme.

Juve, por toda respuesta, volvi la espalda.

Mire dijo, voy a dar dos o tres pasos, har como que me voy a escapar, usted me sujeta por los hombros brutalmente, yo caer de rodillas... y en ese momento usted me pone las esposas.

Desde la entrada del tnel, el pen caminero, el jefe de equipo y tambin los obreros ocupados en la reparacin de la va seguan con la vista, muy interesados, el incomprensible coloquio que estaban celebrando, a cien metros de ellos, el gendarme y el vagabundo.

De repente, vieron al hombre escaparse, y al cabo cogerlo casi al instante.

Algunos minutos despus, el individuo, con las manos unidas delante del cuerpo, descenda dcilmente al lado del gendarme por la pendiente abrupta del terrapln; los dos hombres desaparecieron detrs de un bosquecillo de rboles.

Otro ms! suspir el viejo pen caminero. No ha tenido que molestarse en calentar a este.

Cuando se dirigan con paso rpido en direccin a Beaulieu, Juve interrog al cabo: Qu pasa, pues, en el castillo?

Seor inspector replic el gendarme, se ha descubierto al asesino. Mademoiselle Thrse...

6 FANTOMAS ES LA MUERTE!

Eran las ocho de la maana.

Juve, que haba regresado rpidamente al castillo, y que, durante el camino, se haba hecho quitar las esposas, se tropez ante la verja del parque con Presles.

Conoce usted la noticia? le pregunt Juve, con voz tranquila y ponderada.

El magistrado mir al polica, estupefacto.

ste continu:

Por su expresin, veo que no, seor juez. Si usted quiere, puede preparar una orden de detencin contra Charles Rambert.

Monsieur de Presles retrocedi algunos pasos; despus, corriendo hacia Juve, que muy sosegadamente haba entrado en el parque y se encaminaba hacia el castillo, le interrog: Tiene usted sospechas de su culpabilidad?

Ms que eso! respondieron al mismo tiempo el inspector de la Sret y el cabo de la gendarmera...

En pocas palabras, Juve volvi a contar al magistrado la conversacin que el cabo le haba referido. El juez no poda disimular su sorpresa.

Pero... fue a preguntar.

De repente se call.

Los tres personajes estaban, en ese momento, al pie de la escalinata; junto a ellos, la puerta del castillo se haba abierto, dando paso al mayordomo Dollon.

Con el cabello despeinado y el rostro descompuesto, el mayordomo exclam: No han visto ustedes a los Rambert? Dnde estn?... Dnde estn?...

Y mientras el juez, aturdido por las revelaciones de Juve, estaba todava intentando coordinar en su mente el encadenamiento de los diversos acontecimientos que estaban ocurriendo, el inspector de la Sret lo comprendi todo en seguida y, volvindose hacia el cabo, murmur: El pjaro se ha escapado de la jaula!

*

En el vestbulo del castillo, Juve y monsieur de Presles pedan a Dollon que les precisase los detalles de la revelacin hecha por Thrse.

Dios mo! Seores explicaba el buen hombre, cuando he llegado esta maana muy temprano al castillo, he encontrado a las dos viejas sirvientas, Louise y Marie, en la alcoba de mademoiselle Thrse, prodigando solcitos cuidados a nuestra joven ama, a la que haban encontrado enferma. Al cabo de unos veinte minutos, eran entonces en ese momento alrededor de las seis y media, mademoiselle Thrse, un poco ms calmada, pudo referirnos lo que haba odo aquella noche y la horrible discusin de la que haba sido testigo, discusin que sostenan monsieur Rambert padre e hijo.

Y entonces, qu ha hecho usted? interrog monsieur de Presles.

Yo mismo, muy emocionado, seor juez, he enviado a Jean, el cochero, a Saint-Jury, tanto para buscar el mdico como para prevenir al cabo Doucet; ste ha llegado el primero, le he puesto al corriente de lo que saba, y lo he dejado en seguida para ir con el doctor a ver a mademoiselle Thrse.

El magistrado, volvindose hacia el cabo de gendarmera, le pregunt a su vez.

Seor juez replic este, tan pronto como he tenido conocimiento de los hechos sealados por monsieur Dollon, he credo necesario ir a prevenir a monsieur Juve, que yo saba que estaba en los alrededores del castillo...

Caramba! interrumpi monsieur de Presles. Usted ha cometido un formidable error, mi querido cabo, al no tomar las precauciones para que los Rambert no pudieran escapar.

El cabo objet vivamente:

Perdn, seor juez, he dejado a Morand de centinela en la entrada del castillo; tena el encargo de impedir que salieran estos seores, si tenan la intencin de hacerlo.

Y Morand no les ha visto salir?

Esta vez fue Juve quien respondi por el cabo, habiendo adivinado, despus de un momento, lo que haba pasado.

... Y el gendarme Morand no los ha visto salir, dijo por una buena razn: evidentemente, ellos se marcharon despus de medianoche, despus de su altercado.

Juve pregunt a continuacin:

Qu se ha hecho despus de ese momento?

Nada, seor inspector...

Pues bien, cabo, me imagino que el seor juez de instruccin le va a dar orden inmediatamente de lanzar a sus hombres en persecucin de los fugitivos!

Naturalmente! concluy el magistrado. Y hgalo aprisa...

El cabo, girando sobre los talones, sali del hall.

El inspector y el juez permanecieron callados; Dollon, aparte, tena una actitud embarazosa.

Dnde est mademoiselle Thrse? pregunt monsieur de Presles.

Dollon se adelant.

Est descansando en este momento, seor juez; duerme tranquila. El doctor est con ella y ruega que no se la despierte...

Est bien respondi el magistrado. Djenos.

Dollon se alej.

Monsieur Presles propuso Juve, quiere que subamos al primer piso?

Algunos instantes despus, instalados en la alcoba que haba sido ocupada durante cuarenta y ocho horas por monsieur Etienne Rambert, Juve y Presles se miraban sin hablarse.

El magistrado rompi el primero el silencio:

Entonces declar, el asunto est terminado? Ese Charles Rambert es, entonces, el culpable?...

Juve movi la cabeza:

Charles Rambert?... En efecto, se debe de ser el culpable.

Por qu esa restriccin? interrog el magistrado.

Juve, con la vista baja, miraba con atencin la punta de sus zapatos; despus levant la cabeza.

Digo ese debe de ser, porque