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XXX Reunión de Estudios Regionales LA POLÍTICA REGIONAL EN LA ENCRUCIJADA Área temática 12. Áreas rurales y de montaña. Oportunidades y retos. “El potencial del capital social para el desarrollo de las zonas rurales” Almudena Buciega Arévalo UDERVAL. Dpto. de Geografía. Universitat de València. Valencia [email protected] Resumen : Ante la desventaja comparativa de las zonas rurales frente a las urbanas derivadas de las dificultades que las primeras tienen para acceder a recursos que favorecen el desarrollo (capital humano, servicios especializados, tecnologías, comunicaciones, etc.), se tiende a explorar nuevas vías que permitan aprovechar las ventajas potenciales que pueden venir asociadas a la existencia de otro tipo de recursos ligados a estas zonas rurales. Bryden (1998) hace referencia al capital cultural, al capital medioambiental, al conocimiento local, y al capital social como recursos “inmóviles” que a partir de su interacción en el contexto local se pueden convertir en la baza fundamental para el desarrollo de estas zonas rurales. Nos queremos centrar en el análisis de este último elemento, el capital social, que sin ser específico de los territorios rurales sí puede constituirse como un elemento crucial al favorecer una gestión más eficaz de los otros recursos, y por lo tanto jugar un papel decisivo en la promoción del desarrollo económico. En esta comunicación queremos explorar las dinámicas para el desarrollo que se generan a partir de la existencia y desarrollo de distintas formas de capital social como son, por una parte, las redes territoriales y sectoriales dentro y fuera de la zona, y por otra, la existencia de niveles elevados de confianza social. 1. Las aproximaciones a la problemática de los territorios rurales Cómo acabar con los desequilibrios socioeconómicos intra e inter- regionales ha sido desde mitad del siglo pasado un objetivo constante de la Administración en sus distintos niveles, desde el nacional al regional, y de forma importante desde la Unión Europea. Es especialmente ésta última la que en los últimos años está invirtiendo más recursos humanos y financieros para la consecución del objetivo de cohesión económica y social en todo el territorio de la Unión; y es ésta también la que proporciona muchas de las bases

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Page 1: Almudena Buciega Arévalo UDERVAL. Dpto. de Geografía

XXX Reunión de Estudios Regionales

LA POLÍTICA REGIONAL EN LA ENCRUCIJADA

Área temática 12. Áreas rurales y de montaña. Oportunidades y retos.

“El potencial del capital social para el desarrollo de las zonas rurales”

Almudena Buciega Arévalo

UDERVAL. Dpto. de Geografía.

Universitat de València. Valencia

[email protected]

Resumen:

Ante la desventaja comparativa de las zonas rurales frente a las urbanas derivadas de

las dificultades que las primeras tienen para acceder a recursos que favorecen el desarrollo

(capital humano, servicios especializados, tecnologías, comunicaciones, etc.), se tiende a

explorar nuevas vías que permitan aprovechar las ventajas potenciales que pueden venir

asociadas a la existencia de otro tipo de recursos ligados a estas zonas rurales. Bryden (1998)

hace referencia al capital cultural, al capital medioambiental, al conocimiento local, y al capital

social como recursos “inmóviles” que a partir de su interacción en el contexto local se pueden

convertir en la baza fundamental para el desarrollo de estas zonas rurales. Nos queremos

centrar en el análisis de este último elemento, el capital social, que sin ser específico de los

territorios rurales sí puede constituirse como un elemento crucial al favorecer una gestión más

eficaz de los otros recursos, y por lo tanto jugar un papel decisivo en la promoción del

desarrollo económico. En esta comunicación queremos explorar las dinámicas para el

desarrollo que se generan a partir de la existencia y desarrollo de distintas formas de capital

social como son, por una parte, las redes territoriales y sectoriales dentro y fuera de la zona, y

por otra, la existencia de niveles elevados de confianza social.

1. Las aproximaciones a la problemática de los territorios rurales

Cómo acabar con los desequilibrios socioeconómicos intra e inter-

regionales ha sido desde mitad del siglo pasado un objetivo constante de la

Administración en sus distintos niveles, desde el nacional al regional, y de

forma importante desde la Unión Europea. Es especialmente ésta última la que

en los últimos años está invirtiendo más recursos humanos y financieros para

la consecución del objetivo de cohesión económica y social en todo el territorio

de la Unión; y es ésta también la que proporciona muchas de las bases

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teóricas y las directrices para que desde los Estados miembros se trabaje en la

dirección de reducir los desequilibrios regionales.

Han sido varios y distintos los enfoques que desde mediados del siglo

pasado se han adoptado para intentar reducir las diferencias en los niveles de

desarrollo (económico fundamentalmente, pero más recientemente adoptando

una visión más amplia del término) alcanzados por unos y otros territorios. Pero

fundamentalmente podemos hablar de una división clara entre dos

perspectivas teóricas distintas que se nutren de distintas disciplinas: por una

parte, en el seno de la economía regional encontramos las teorías de

crecimiento económico regional que adoptan un enfoque más “macro”; y por

otra, en el marco de distintas disciplinas que se centran en el estudio de las

zonas rurales (Ej. geografía rural, sociología rural), extraemos las teorías que,

adoptando un enfoque más “micro”, se centran en analizar de forma concreta el

desarrollo económico que se da en las zonas rurales.

Partiendo de esta división, Terluin (2003) realiza un recorrido por las teorías

más relevantes que se enmarcan en cada una de estas corrientes. Así, en el

marco de la economía regional incluye: los modelos tradicionales, los modelos

puros de aglomeración, los modelos de sistemas productivos locales, y los

modelos territoriales de innovación. Según los modelos tradicionales, el capital

y la fuerza de trabajo son los determinantes de los resultados que consigue una

región. Los modelos de aglomeración coinciden en señalar estos dos factores

como clave, pero cuando se concentran en un lugar específico y permiten la

generación de economías de escala. La perspectiva cambia de modo

significativo para los modelos de los sistemas productivos locales, que explican

cómo otro tipo de factores relacionados con el contexto local inmediato influye

en los resultados que puedan conseguir el capital y la mano de obra; por

ejemplo, las habilidades de los trabajadores, el saber hacer local, o las

estructuras sociales e institucionales. Finalmente, los modelos territoriales de

innovación parten de la asunción de los factores que explican los sistemas

productivos locales, pero les añaden la difusión de innovaciones como un valor

más.

Page 3: Almudena Buciega Arévalo UDERVAL. Dpto. de Geografía

Por otra parte, en el marco de los estudios rurales, Terluin (2003) distingue tres

grandes enfoques que se aproximan al análisis del desarrollo de las zonas

rurales: El enfoque de desarrollo exógeno, el enfoque de desarrollo endógeno,

y el enfoque de desarrollo endógeno-exógeno. Las zonas rurales constituían la

periferia en un modelo ideal donde a partir de los centros dinámicos

circunscritos en regiones dinámicas, se podía fomentar la transferencia de

prácticas, tecnologías y modelos progresivos desde las regiones y sectores

dinámicos (Lowe et al, 1997). El tiempo ha demostrado las deficiencias que

vienen aparejadas a la puesta en marcha de procesos de desarrollo

dependientes fundamentalmente de factores exógenos, a lo que además se

añadía una excesiva perspectiva unidireccional a la hora de promover el

desarrollo de las actividades económicas en las zonas rurales. Centrar la

mayoría de los esfuerzos y recursos en la modernización del sector agrario, en

muchos de los casos no sirvió para fijar la población, ni tampoco para

estructurar los sistemas económicos locales.

En los años 80, a nivel político e institucional se empieza a tomar

conciencia de la situación de declive de todos esos territorios rurales que no

habían sido capaces de adaptarse a los cambios, por ejemplo, vía

especialización productiva, y que se enfrentaban a importantes problemas de

desarticulación social como consecuencia de la emigración, de

desestructuración de la economía local, y en general de regresión

socioeconómica y pérdida de calidad de vida. Así, comienza una nueva etapa

que se va a caracterizar por afrontar la problemática de estos territorios “en

declive” con un ánimo más integrador y potenciando el uso de los recursos

endógenos del territorio. El objetivo ya no es actuar únicamente sobre el sector

agrícola sino que se empieza a considerar el carácter multifuncional de los

territorios rurales y otro tipo de relaciones más allá de las meramente agrarias

(Esparcia, et al. 2002). Esta perspectiva de promoción del desarrollo endógeno,

se articula en torno a unos ejes clave: el primero y fundamental, articular la

estrategia de desarrollo en torno a los recursos físicos, culturales, sociales y

humanos que existen en la zona. Para poner en marcha este potencial, es

fundamental contar con la capacidad de los actores locales, lo que significa que

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es condición fundamental la participación e implicación de la población local en

el proceso de desarrollo.

Ha sido posiblemente este enfoque del desarrollo endógeno el que más

literatura ha generado en la última década acerca de la teoría y práctica del

desarrollo rural. Una de las razones por la que esto ha sido así fue por la

materialización de todos sus preceptos en una iniciativa comunitaria: LEADER I

(1991), a la que siguió LEADER II, y LEADER Plus, actualmente en marcha.

Además, algunos estados miembros como Finlandia y España han seguido

este esquema y han desarrollado sus propios programas nacionales: POMO y

PRODER. La puesta en marcha de estos programas supuso una innovación

fundamental con respecto al modus operandi anterior donde se primaban

factores exógenos y más sectoriales. LEADER se articulaba en torno a unos

elementos clave como eran: Una base territorial, una estrategia integradora y

diversificadora, una cooperación formalizada (partenariado) entre actores

locales públicos, privados y del sector asociativo, y la necesaria participación

de la población en todo el proceso de desarrollo.

No obstante, el enfoque endógeno no está tampoco exento de críticas. Por una

parte, a pesar de que hay que reconocer que las estrategias endógenas

pueden ofrecer más oportunidades para que los elementos sociales,

económicos y culturales del contexto local determinen los procesos de

desarrollo (Slee, 1994), no podemos olvidar que básicamente seguimos

hablando de un desarrollo “dependiente”, donde se pasa de depender, valga la

redundancia, de una inversiones y aportaciones externas a unas subvenciones

y directrices también venidas de fuera del territorio. Por otra parte, no parece

demasiado útil imponer un modelo de desarrollo endógeno desde fuera (Lowe,

1997). En el proyecto PRIDE1 se detectó a partir del análisis de una muestra de

casos en Europa, que la mayoría de las cooperaciones locales (partenariados)

surgían motivadas por la presencia de una fuente de financiación externa que

les permitía poner en marcha una serie de iniciativas encaminadas a promover

1 PRIDE -Partnerships for Rural Integrated Development in Europe. Proyecto financiado por la Unión

Europea dentro de su IV Programa Marco de Investigación

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el desarrollo de las zonas rurales (Esparcia et al. 1999, 2000, 2001; Cavazzani,

2001). Además, en muy pocos casos esta cooperación se construía sobre otra

ya existente, que hubiera surgido a partir de una conciencia real de crisis entre

los actores locales de un determinado territorio.

Finalmente, un tercer enfoque para la promoción y para aproximarse al

análisis del desarrollo en los territorios rurales, es el enfoque que incluye los

dos anteriores, es decir, la perspectiva endógena y la exógena. A priori, el

adoptar un enfoque mixto donde sin prejuicios se extraen las ventajas y

potencialidades de cada uno de los enfoques, parece una postura bastante

sensata, especialmente si tenemos en cuenta que uno no sustituye al otro, sino

que más bien se da una adaptación de las estructuras y los procesos de trabajo

a la nueva “metodología. En cualquier caso, la práctica parece dar la razón a la

conveniencia de aprovechar las ventajas que se derivan de ambos enfoques.

Tomando como referencia distintas zonas de estudio en Europa, Terluin (2003)

testa la capacidad de las diversas teorías dentro de los enfoques endógeno,

exógeno y mixto para explicar el desarrollo económico de territorios rurales. La

conclusión es que la eficacia la mayoría de teorías expuestas bajo el enfoque

endógeno y el enfoque endógeno-exógeno se ven apoyados por la evidencia

empírica observada en los estudios de casos. También en PRIDE se concluyó

que el éxito de los programas de desarrollo en las zonas rurales dependía de

“la capacidad de ciertos territorios de saber integrar el uso de los recursos

endógenos y exógenos, de motivar la aparición y consolidación de redes de

cooperación dentro y fuera del territorio, y de la existencia de una estrategia a

corto, medio y largo plazo que permite llevar a cabo actuaciones coordinadas e

integradas” (Esparcia, et al. 2002).

2. El potencial de las zonas rurales para su desarrollo

En su análisis, Terluin (2003) demostraba que, partiendo de un contexto

en que hay disponibilidad de capital y de mano de obra, además del enfoque

“desarrollo endógeno-exógeno”, otras teorías unidas al enfoque del desarrollo

endógeno se mostraban válidas para explicar los procesos de desarrollo en

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zonas rurales. Estas teorías son: por una parte, la referida a desarrollo

comunitario, en el que se ensalzan las virtudes de la participación y liderazgo

de la comunidad local en el proceso de desarrollo en zonas rurales; y por otra

parte, la teoría desarrollada por Bryden (1998) sobre el potencial de los

recursos “inmóviles” para generar ventajas competitivas en las zonas rurales.

Ante la importancia de ciertos recursos que perfilan las actuales relaciones

económicas a nivel global, y que son de fácil acceso para territorios

económicamente competitivos pero no para la mayoría de zonas rurales, éstas

deben ser capaces de diseñar sus estrategias de desarrollo a partir de otro tipo

de recursos a los que sí tienen acceso. Así, señala Bryden, frente a la elevada

movilidad de recursos como el capital, la fuerza de trabajo cualificada, o la

información, la ventaja competitiva de las zonas rurales reside en recursos

como el capital social, el capital cultural, el capital medioambiental, y el saber

hacer local. La falta de capital humano cualificado, a priori constituye una de las

desventajas más importantes a las que tienen que hacer frente las zonas

rurales, como resultado de los graves procesos de despoblamiento que han

sufrido. No obstante, hemos incluido este elemento en el marco de los factores

clave para el desarrollo de las zonas rurales (ver figura 1) por dos razones: por

una parte, porque sí existe un capital humano en los territorios rurales que es

capaz de poner en marcha determinados procesos, y que está profundamente

enraizado en el saber hacer y la cultural local; y por otra parte, porque el capital

humano es clave en cualquier proceso de desarrollo, y en el contexto de los

territorios se debe analizar las características de la presencia de nuevos

actores externos a la zona, que aprovechando las nuevas oportunidades

ligadas a los territorios rurales y a las nuevas demandas que sobre ellos se

originan, están jugando un papel fundamental en estos procesos.

En un contexto global de creciente competitividad son muchos los

territorios rurales europeos que por una parte, no tienen acceso a determinados

recursos clave para ser más competitivos (infraestructuras de comunicación,

capital humano especializado, capital económico, etc.), y por otra parte

tampoco presentan unas características sociodemográficas que los hagan

atractivos para la atracción de capital externo frente a países del tercer mundo.

Sin embargo estos territorios sí disponen de unos valores que además en

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muchos casos responden a las actuales y crecientes demandas por parte de

los consumidores urbanos. Nos estamos refiriendo a lo que Bryden

denominaba “recursos inmóviles”, o lo que Copus y Spikerman (2003)

denominan “factores blandos” del desarrollo. De entre todos estos factores, en

esta comunicación queremos centrarnos en el papel del capital social como

elemento que puede favorecer el desarrollo económico en los territorios rurales.

Figura 1. Recursos inmóviles para el desarrollo de los territorios rurales

Fuente: Buciega, A. (2004)

3. El capital social: El concepto

A pesar de que el conjunto de estudios sobre capital social es cada vez

más voluminoso, no por ello parece existir un consenso acerca de a qué nos

estamos refiriendo cuando hablamos de este término, y mucho menos acerca

de cómo medirlo. Se ha discutido si se trata de un medio o un fin (Woolcock,

1998), si estamos hablando de redes, o únicamente de los beneficios que se

derivan de esas redes (Burt, 2000a, 2001; Lin, 1999), se cuestiona incluso la

idoneidad o no de utilizar el concepto “capital” (Castle, 1998, cit. en Robinson et

al, 2002:1), cuando en realidad nos estamos refiriendo a algo más bien

“intangible”, que no se acumula (Solow, 2000). Ni que decir tiene que las

CAPITAL HUMANO

CAPITAL CULTURAL

CAPITAL SOCIAL

EXÓGENO ENDÓGENO

CAPITAL AMBIENTAL

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definiciones, los indicadores y el modo de tratarlo varían además dependiendo

de la disciplina desde el que lo consideremos: la economía, la ciencia política,

la sociología, etc.

En cualquier caso, lo que sí parece cierto es que el capital social aparece con

fuerza para tratar de completar el puzzle de los factores que intervienen en el

desarrollo. El planteamiento parece ser el siguiente: si factores clásicos como

los físicos, los humanos o los económicos no acaban de explicar los diferentes

niveles de desarrollo alcanzados por distintas zonas, incorporamos al análisis

elementos como las relaciones sociales, la confianza y la eficacia institucional

(ver figura 2). Por otra parte, no se traba más que de “conceptualizar” una serie

de factores sociales a los que se reconocía su influencia en los procesos

económicos, pero que no habían sido incorporados en el análisis de un modo

sistemático. En 1985 Granovetter afirmaba que toda acción económica estaba

inherentemente enraizada en las relaciones sociales. Por otra parte, que la

implicación y participación en grupos puede tener consecuencias positivas para

el individuo y para la comunidad es una noción que ya queda establecida con

Durkheim en el siglo XIX, cuando presentaba la vida grupal como antídoto para

la anomia y la autodestrucción.

Por lo tanto, no se ha inventado nada con el capital social, únicamente se han

sistematizado conceptos en el marco del desarrollo económico, y se ha

presentado el capital social como uno de los elementos explicativos del mayor

o menor grado de éxito o fracaso de los procesos de desarrollo en unos

territorios y otros. Esto puede constituirse en un arma de doble filo; por una

parte, resulta muy positivo que por fin se incorpore al análisis económico,

elementos de tipo social e institucional que ayuden a explicar los procesos de

desarrollo económico, y de desarrollo en un sentido más amplio. Se abre ahí un

camino interesante para explorar cómo fomentar y desarrollar las relaciones,

normas y actitudes que favorecen capital social para el desarrollo. Pero por otra

parte, el capital social también se podría convertir en la excusa perfecta para

justificar el fracaso de programas de desarrollo promovidos desde instancias

institucionales y públicas, al delegar en las comunidades locales cierta

responsabilidad en los procesos de desarrollo, puesto que está en sus manos

Page 9: Almudena Buciega Arévalo UDERVAL. Dpto. de Geografía

la puesta en práctica y buen funcionamiento de los mecanismos y procesos

que a priori pueden ayudar a conseguir mejores resultados.

Figura 2. Marco de desarrollo para los territorios rurales

Fuente: elaboración propia

Son distintas Las aproximaciones y los enfoques adoptados para

analizar el capital social. Herreros y de Francisco (2001), distinguen dos

grandes tipos de definiciones del capital social: (a) las definiciones

estructurales y (b) las definiciones culturales, las primeras más en el marco de

la sociología, y la segunda dentro del campo de los estudios políticos.

DDEESSAARRRROOLLLLOO IINNTTEEGGRRAADDOO YY SSOOSSTTEENNIIBBLLEE

Cultura empresaria

l

CAPITAL HUMANO

Formación Recursos humanos

CAPITAL SOCIAL

Redes externas

Eficacia institucion

al Redes internas

Confianza – cohesión social

CAPITAL ECONÓMICO

Inversión interna / local

Externa

Ayudas públicas

Inversión

CAPITAL CULTURAL Patrimonio

histórico-artístico-

arquitect

Bagaje cultural

CAPITAL FÍSICO

Infraestructuras

Medio ambiente

Patrimonio construido

Servicios

Saber hacer

EXÓGENO

ENDÓGENO

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(a) Las definiciones estructurales hacen hincapié en la importancia de

las redes sociales, mientras que las definiciones culturales articulan su análisis

del capital social bajo el concepto de “confianza social”. Bourdieu, Coleman y

Putnam son los máximos exponentes en el desarrollo de la definición

estructural del capital social, aunque existen ciertos matices en cuanto al modo

en que cada autor concibe las relaciones que conforman el capital social.

Coleman define el capital social como “…la estructura de relaciones entre

actores que facilita la actividad productiva…(Implica) una estructura en la que

se puede contactar con otros, formar de modo seguro obligaciones y

expectativas, compartir información, y aplicar sanciones” (Coleman, 1998: 98).

Para Bourdieu, capital social es “el agregado de los recursos reales o

potenciales que están unidos a la posesión de una red duradera de relaciones

más o menos institucionalizadas de reconocimiento mutuo, – o en otras

palabras, a la pertenencia a un grupo (...)” Bourdieu (1986:248). De este modo,

el conjunto de relaciones sociales que mantiene un individuo le permite acceder

a un conjunto de recursos, a los que sin estas relaciones no accedería o le

resultaría mucho más costoso. Los recursos a los que Coleman y Bourdieu se

están refiriendo pueden ser, entre otras cosas, el acceso a información,

obligaciones de reciprocidad derivadas de la participación en sistemas de

confianza mutua, o el aprovechamiento de normas sociales cooperativas. El

carácter instrumental que proporciona al capital social el enfoque estructuralista

deja patente dos ideas: por una parte, el capital social es un fin, en tanto que

está relacionado con el acceso a unos recursos que reportan unos beneficios al

individuo o grupo; por otra parte, en tanto que reporta unos beneficios, los

individuos o grupos invertirán únicamente o al menos de forma especial, en

aquellas relaciones que les permitan acceder a este fin.

(b) En el marco de los estudios políticos, el capital social es un

fenómeno subjetivo, compuesto por los valores y las actitudes de los individuos

que determinan cómo se relacionan unos con otros. Para los autores que

defienden este enfoque el elemento central es la confianza, es decir, se trata

de un “juicio moral” que lleva a los individuos a pensar que la mayor parte de la

gente es digna de confianza. Bajo este enfoque, se considera clave la

producción de expectativas de confianza generalizadas a partir de la

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participación en asociaciones voluntarias, y en este sentido el trabajo de

Putnam (1993) sobre el capital social en Italia es de los más influyentes. Sin

embargo, no parece existir una relación axiomática entre la participación en

asociaciones y resultados sociales positivos derivados del capital social, así

como tampoco entre la existencia de confianza en el seno de asociaciones

voluntarias y la generalización de confianza al conjunto de la comunidad, y es

este aspecto el más criticado de su trabajo.

Teniendo en cuenta estas definiciones, y en el marco del desarrollo

económico y territorial adoptamos una definición del capital social en un sentido

bastante amplio: entendemos el capital social como los recursos (valiosos para

el individuo o grupo) que se derivan de la pertenencia a determinadas redes

sociales de tipo formal e informal. En esta definición tiene una consideración

fundamental “la confianza”, pero no entendida como confianza social

generalizada sino más bien particularizada, es decir, como un beneficio que se

deriva de la participación en determinadas relaciones sociales, y que a su vez,

es capaz de generar otros beneficios; por ejemplo, una mayor aceptación de

las normas sociales, una mayor fluidez de las transacciones informales,

cooperación, etc.

Esta definición lleva implícita dos consideraciones fundamentales: la primera,

las relaciones sociales por sí mismas no son capital social; segunda, el capital

social útil para el desarrollo se deriva únicamente de determinadas relaciones,

es decir, de aquellas que proporcionen o faciliten a los actores locales el

acceso a unos recursos que contribuirán al desarrollo del territorio, por ejemplo,

información, innovación, experiencia, contactos personales, etc.

Se nos podría acusar de defender una visión del capital social como un recurso

que se deriva de actitudes individuales totalmente egoístas, es decir, los

individuos cultivan aquellas relaciones que les van a aportar beneficios claros.

Sin embargo, aquí debemos hacer una diferenciación: el capital social

constituye un elemento de análisis muy interesante para abordar el análisis de

los procesos de desarrollo en los distintos territorios, no obstante, perdería todo

su valor explicativo si adoptáramos una visión muy amplia donde tuvieran

Page 12: Almudena Buciega Arévalo UDERVAL. Dpto. de Geografía

cabida prácticamente todas las relaciones sociales por el simple hecho que

cualquier relación aporta algo al individuo. Los actores se embarcan

continuamente en relaciones sociales de distinto tipo, algunas ya vienen dadas

(por ejemplo, las familiares), otras (por ejemplo, los amigos) las elegimos

siendo conscientes de que se trata de relaciones recíprocas en las que el otro

esperará de nosotros al menos lo que nosotros esperamos de él. Todo este

tipo de relaciones son valiosas porque pueden generar un tipo de capital social

en la comunidad que facilita la convivencia diaria, el civismo, las transacciones,

la cooperación, etc. Sin embargo, también existe otro tipo de relaciones que

los actores desarrollan explícitamente porque les van a reportar unos

beneficios claros y concretos, a cambio de cierta “aportación” también por su

parte. Ésta puede consistir en pagar una simple cuota anual esperando recibir

ciertos servicios a cambio de su condición de socio, o en pasar a trabajar en un

clima de confianza donde se intercambien abiertamente experiencias y se

trabaje de forma coordinada para conseguir un objetivo común. Claramente, los

beneficios que se derivan de esta mayor implicación serán también más

importantes, y constituyen capital social para el desarrollo.

5. Capital social y desarrollo

Para conocer cuál es la aportación del capital social al desarrollo de un

territorio es necesario primero saber qué aspectos son los que queremos

analizar. Uno de los problemas a los que se enfrenta el análisis del capital

social el situarse en un nivel micro o en un nivel macro del análisis. Autores

como Burt, Portes o Nan Lin se centran en el individuo y su mayor o menor

posesión de capital social dependiendo de su posición en la red, y por tanto su

capacidad para acceder a unos recursos. Por el contrario, para Putnam la

fuente del capital social son las relaciones que se dan dentro de las

asociaciones voluntarias; mientras que Coleman da un paso más, e introduce

una visión del capital que tiene en cuenta las relaciones que se pueden dar

entre distintos grupos o redes sociales, no únicamente dentro de ellas. Esta

visión más amplia y global del capital social que introduce Coleman, es

completada por Michael Woolcock, (1998) al ofrecer un planteamiento que

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pone en relación ciertos tipos de capital social (medido fundamentalmente a

partir de tipos de relaciones), con la consecución de unos logros de desarrollo

económico por parte de una sociedad. Resulta tremendamente útil y

comprehensivo el enfoque que adopta Woolcock (1998), puesto que permite

adaptarlo al análisis de distintas realidades en las que se quiera observar el

papel del capital social2.

De acuerdo con este planteamiento, y en el marco del desarrollo de los

territorios rurales, consideraremos cuatro tipos de capital social que se dan en

niveles distintos:

(i) los vínculos o relaciones estrechas que existen dentro de la

comunidad; puede ser una población entera, un sector de ella (Ej. el

empresarial);

(ii) las relaciones que se dan fuera de la comunidad, entre las

estructuras locales y otras estructuras o actores fuera del territorio

que se analiza;

(iii) las relaciones entre las instituciones3, y los actores y grupos locales;

(iv) la capacidad y credibilidad institucional; es decir, cómo de eficaces

son las instituciones que tienen que jugar un papel en el desarrollo, y

cómo son valoradas por la sociedad.

Según Woolcock (1998), es la combinación de todas estos tipos de capital lo

que permite, o al menos lo que va a favorecer, a las sociedades situarse en

unos u otros estadios de desarrollo. Ni que decir tiene que el nivel óptimo lo

consigue aquella sociedad con elevados niveles de cada uno de los cuatro

tipos de capital social.

De este marco teórico se pueden extraer varios aspectos interesantes

para el desarrollo de un territorio. En primer lugar, el análisis de las relaciones

que se dan dentro de una comunidad o grupo es importante puesto que se trata

frecuentemente de relaciones estrechas y frecuentes, informales sobre todo en

el marco de las zonas rurales, que contribuyen a sentar las bases de la acción

2 Moyano, E. (2002) ha aplicado este enfoque para la evaluación de LEADER II en Andalucía. 3 Fundamentalmente nos referimos a instituciones públicas, de ámbito local y supralocal.

Page 14: Almudena Buciega Arévalo UDERVAL. Dpto. de Geografía

colectiva y la cooperación a nivel local en fases iniciales del proceso de

desarrollo. La confianza es también un elemento que nos gustaría incluir en

este análisis, como un valor que se genera a partir de las relaciones sociales.

El reto reside en estudiar si la confianza que se genera entre los miembros de

un grupo se generaliza al resto de la sociedad, es decir, si tal y como defiende

Putnam (1993) cuando habla de la pertenencia a asociaciones voluntarias, se

da el paso de una confianza particularizada a una confianza generalizada, y

bajo qué circunstancias. Más esfuerzo supondría analizar si existen y cuáles

son los elementos del bagaje histórico y cultural de una comunidad que hacen

que sus miembros sean más “confiados”.

A priori es de esperar que unas condiciones sociales favorables mejorarán los

resultados que pueda esperar cualquier acción o política para el desarrollo a

nivel local, así como el propio funcionamiento del mercado. “Hoy esta

universalmente aceptado que el mercado para funcionar de manera adecuada

tiene necesidad tanto de normas compartidas como de instituciones y estilos de

comportamiento que reduzcan el coste de las transacciones, garanticen el

cumplimiento y la ejecución de los contratos y resuelvan con rapidez las

controversias y desacuerdos. Si a esto se añade confianza recíproca, sentido

de pertenencia a una comunidad que comparte unos valores y conductas, así

como participación en las decisiones públicas, se genera un clima de

responsabilidad, cooperación y sinergia que evidentemente aumenta la eficacia

de los factores productivos, estimula la creatividad general y hace más eficaz el

suministro de bienes públicos” (Camagni, 2003: 43).

No obstante, también es cierto que diferentes formas de capital social pueden

resultar en un momento u otro beneficiosas o perjudiciales para el desarrollo o

bienestar de una comunidad. Es decir, la acción colectiva que se favorece con

el capital social no siempre va encaminada a conseguir resultados positivos,

sino que también puede tener efectos perversos. Un ejemplo clásico es el de

las redes densas asociadas a la mafia, o las redes muy estrechas dentro de

una comunidad que pueden impedir el desarrollo personal de miembros con

más ambiciones. Grootaert y van Bastelaer (2002) también apuntan a los

militares Hutu en Ruanda que hicieron uso de las rápidas redes de información

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y de los elevados niveles de confianza mutua para llevar a cabo un genocidio

terroríficamente eficiente.

En el marco de los territorios rurales, al potencial que reside en las redes

de relaciones intensas y frecuentes que se dan dentro de una comunidad o

grupo, debemos añadir otro tipo de relaciones: las que se establecen con

estructuras externas al territorio. Se trata de relaciones menos intensas y que

tienen lugar con menor frecuencia que las primeras, pero cuya aportación al

desarrollo es muy valiosa. A pesar de pertenecer a dos corrientes teóricas

distintas, e incluso enfrentadas, consideramos fundamental para el avance de

un proceso de desarrollo contar la integración de ambas puesto que son

complementarias. Las redes densas dentro de una comunidad pueden ser

fundamentales para generar confianza, y facilitar la participación; necesaria

para el desarrollo, tanto en fases iniciales como más avanzadas. Sin embargo,

por otra parte, las relaciones que tienen lugar entre actores de forma

esporádica, que no llegan a ser intensas ni tampoco muy frecuentes, pueden

generar más oportunidades derivadas de un mayor acceso a información útil

para el procesos de desarrollo (innovación, experiencias, contactos, etc.).

Para completar el análisis del capital social y su contribución al

desarrollo incluimos el marco institucional, en tanto que es un componente que

va a favorecer o restringir el desarrollo del capital social en la sociedad. Las

instituciones, a los distintos niveles, pueden promover políticas y diseñar

programas que generen el marco de apoyo necesario para que los actores o

grupos pongan en marcha sus proyectos para el desarrollo. Es importante tener

en cuenta distintos factores: Por una parte, en qué medida las instituciones son

capaces de articularse como instrumentos eficaces para la promoción del

bienestar general; esto implica dar respuesta a las necesidades de la sociedad

y conseguir objetivos encaminados a ello. Por otra parte, las relaciones que

estas instituciones establecen con grupos locales, es decir, en qué medida se

coordinan con grupos y estructuras sociales para trabajar por el desarrollo.

Finalmente, y relacionado con lo anterior, cómo son percibidas estas

instituciones por los actores locales, básicamente se trata de saber si tienen

confianza en las mismas. Y esto es especialmente relevante porque las

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economías con unas reglas del juego sólidamente establecidas están en

mejores condiciones de soportar transacciones más complejas y

potencialmente mas arriesgadas que otras economías con normativa menos

desarrolladas o de menor fiabilidad (Camagni, 2003)

6. Los mecanismos para la promoción del capital social en territorios

rurales

Algunos autores defienden que el capital social se encuentra en cada

territorio, y que siendo éste el que lo genera, no puede ser inducido desde

fuera. Según Paldam (2000), por ejemplo, la cooperación entre actores locales

como una forma de capital social se puede dar por diversos motivos, pero éstos

siempre vienen dados por elementos internos al grupo; cuando esta

cooperación viene inducida desde fuera ya no se podría considerar capital

social. Según nuestro punto de vista, cada territorio tiene sus propias reservas

de capital social, que le vienen dadas por su propio bagaje histórico, cultural y

social, y por las características de las relaciones sociales que se dan en el

mismo. Hay comunidades donde tradicionalmente se ha favorecido desde

todas las instancias una mayor participación de la población; comunidades

donde el sentimiento de unión y compromiso hacia el territorio es muy grande,

frente a otras que no han sido capaces de superar las rencillas de antaño; o

poblaciones donde el aislamiento físico ha motivado el desarrollo de unas

redes sólidas de cooperación empresarial, etc. En definitiva, son muchos los

factores del contexto que determinan que una sociedad tenga mayor o menor

capital social, y lo que es más importante cuáles son las características de ese

capital social. Sin embargo, si tenemos en cuenta que el capital social no es un

recurso fijo e inamovible, se pueden poner en marcha mecanismos y procesos

que contribuyan a transformar el capital social existente, e incluso a generar un

tipo de capital social hasta el momento ausente en el territorio. Estos

mecanismos podrían generarse dentro de la propia comunidad, pero estamos

hablando de procesos sociales que requieren mucho tiempo. La presencia de

factores exógenos (por ejemplo, la llegada de nuevos residentes, la puesta en

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marcha de un programa específico con financiación exterior, etc.) puede tener

un impacto mucho más importante y a más corto plazo.

Sin hacer ningún tipo de referencia al concepto capital social, desde los años

1990 se viene trabajando en distintas vías para la promoción de las zonas

rurales que en definitiva promueven la creación de capital social para el

desarrollo. La Iniciativa comunitaria LEADER para las zonas rurales, al igual

que otras como por ejemplo INTERREG, promueve una “metodología” de

trabajo o una serie de medidas que contribuyen a generar capital social.

LEADER, además de introducir en su momento otras novedades importantes,

hacía hincapié por una parte, en la importancia de implicar a la población local

en el proceso de desarrollo; es decir, la población debe estar informada del

proceso y participar plenamente en el mismo. Al pretender esto, se espera

conseguir una mayor articulación y organización de la sociedad alrededor de

intereses e inquietudes comunes, y una mayor cohesión e identidad territorial.

Pero por otra parte, LEADER también ha hecho hincapié en establecer redes

de cooperación entre distintos territorios en Europa, y para este objetivo se

dedicó específicamente una de las medidas: “cooperación transnacional”.

Básicamente, con todo esto lo que LEADER intenta es, por una parte, fomentar

y organizar las redes sociales existentes dentro del territorio para promover la

participación social encaminada a una acción colectiva común, y por otra parte,

potenciar las redes del territorio con el exterior para una mejor difusión del

conocimiento y de la experiencia.

Si intentamos analizar el papel de LEADER como elemento exógeno en la

promoción del capital social en los territorios rurales, los resultados no dejan de

ser contradictorios. Por una parte, a estas alturas nadie pone en duda el papel

fundamental que ha jugado LEADER en la promoción del desarrollo en las

zonas rurales, al promover la constitución de redes formales dentro de los

territorios (de ámbito sectorial y de ámbito territorial) y fuera del mismo (redes

transnacionales de cooperación e intercambio de experiencias). Sin embargo,

no deja de ser cierto que el potencial de LEADER para la generación de capital

social y otro tipo de procesos para el desarrollo no se ha aprovechado al cien

por cien. El discurso de la cooperación local “... parece haber calado entre

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todos aquellos directamente implicados en los procesos de desarrollo, bien sea

porque realmente lo consideran un enfoque útil para el éxito de las estrategias

de desarrollo en los territorios rurales o porque se está convirtiendo en un

requisito fundamental para un mejor acceso a fuentes de financiación externas”

(Esparcia, et al. 2002:71). No cabe duda que estos procesos necesitan tiempo,

pero la dirección parece ser la correcta.

7. Conclusiones

Son muchos los territorios rurales con sociedades muy desvertebradas,

poblaciones envejecidas y un tejido económico muy débil. A pesar de que

estos territorios rurales cuentan con una importante red de relaciones familiares

y vecinales muy estrechas que hacen la convivencia y la sociabilidad más fácil,

este tipo de capital social no es suficiente por sí sólo para generar desarrollo.

Es necesario un capital social basado en las relaciones con el exterior, y con

las instituciones; un capital social que además se vea apoyado por la eficacia y

la credibilidad de éstas. La experiencia en distintos territorios rurales ha

demostrado la mayor eficacia de enfoques de desarrollo endógeno frente a los

exógenos; aproximaciones en las que se hace hincapié en recursos como el

capital social, los recursos propios del territorio, y el papel de los actores

locales. Pero también se viene observando que la aplicación de este enfoque

endógeno no puede dejar de lado elementos exógenos que contribuyen a

enriquecer el proceso y conseguir mejores resultados. El propio concepto de

“capital social”, que en un principio puede parecer como algo intrínseco y

profundamente enraizado en una comunidad o en un territorio, tiene un

importante componente exógeno que le viene dado por esas relaciones con el

exterior, y que resultan especialmente necesarias cuando queremos analizar

los procesos desarrollo en zonas rurales.

El capital social completa el puzzle de los elementos que contribuyen a

la generación de desarrollo, y en el contexto de los territorios rurales cobra

especial importancia para promover y reforzar las acciones encaminadas al uso

y transformación de esos otros recursos “inmóviles”. El patrimonio histórico y

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cultural, los espacios verdes, la tradición, el saber hacer local, etc. todos estos

elementos constituyen recursos únicos y diferenciados que son cada vez más

demandados en el contexto urbano. No obstante, también es alta la

competencia entre territorios rurales; respondiendo a su nuevo papel de

espacios “multi-funcionales” la mayoría se ha lanzado a la oferta de servicios

dirigidos a los consumidores urbanos (por ejemplo, el turismo rural). El capital

social puede constituir el elemento que marque la diferencia entre distintos

territorios, la competitividad territorial puede venir dada por la capacidad de

estas zonas para consolidar redes internas y externas para el desarrollo.

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