conchudo el paraguas y el bastón
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CONCHUDO,
el paraguas y el bastón
Primer premio
dramaturgia
MARÍA BELÉN CHERUBINI
El Morocha
Mención
dramaturgia
PABLO ARABENA
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Diseño de tapa: Gastón Alfaro
Diagramación: Andrés Oliver
Corrección: Sonnia De Monte
ISBN:
Ediciones Culturales de Mendoza
Secretaría de Cultura - GOBIERNO DE MENDOZA
Avenida España y Gutiérrez, 2do piso (5500) Mendoza
Tel.: 0261 - 4495846
E-mail: aoliver@mendoza.gov.ar
Impreso en Argentina
Printed in Argentina
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CONCHUDO, el paraguas y el bastón
dramaturgia
María Belén Cherubini
Ediciones Culturales de MendozaSecretaría de CulturaGobierno de Mendoza
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AGRADECIMIENTO
Agradezco a mi mamá que me supo transmitir y esti-
mular el placer por el ARTE. A mis hermanas, por sus
primeros aplausos. A mis hermanos, por compartir
las utopías. A Guillermina, Victoria y Daniel, porque
son lo que más quiero en el mundo.
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Personajes:
A, B y C
A es la abuela
B es la madre
C es la hija
Es indistinto si se nota o no las diferentes generaciones de
los personajes, al igual que si se mezclan las relaciones parentales
que las unen
Tres sillas, un aparador antiguo, sobre él un teléfono negro.
Cada vez que los personajes quiebren y hablen al público,
un cenital debe iluminar solamente su rostro haciendo desapare-
cer todo el resto, a modo de un primer plano cinematográfico.
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"…en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío"
Ernesto Sábato
ESCENA I
Un cenital ilumina solo el rostro endemoniado de C quien, a
modo de rezo, se dirige al público
C: Morir, fumar…
¿Cuál es el sentido de nuestra existencia?
¿Sufrir las letanías del David?
¿Padecer los temblores de la tristeza?
Cruel aquel que se regocija de nuestro rosario.
El laurel, el olor a primavera quedaron encerrados en el frasco
de agua colonia.
Quiero ganarle a la torre de marfil y veo al gato negro que se
apodera del pesebre.
Las brasas se convierten en escamas, los gusanos en cuerpos de
luz.
Me gusta el humo que despeja, el humo que abriga, el humo que
consuela.
Se deshacen las yemas en tabacos ordenados y aspira el fuego la
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Gazza Ladra y aúlla en mortales alaridos el acero dominante.
¿Es mi culpa? ¿Es tu culpa?
Es la culpa de la lanza crucificada en la tormenta de verano.
¿Quién pidió nacer? ¿Yo?
No recuerdo los pasos que siguieron, solo sé que escondieron
todo, entonces guardé los guantes de seda en las pupilas lloro-
sas de ese robot de zapatos de carnicero.
No es justo, es nuestra salvación, demos gracias a la ley que nos
mantiene estable, que se preocupa cuando morimos, que nos da
el seno maternal en dos mitades.
Siempre espero la tarde para ver pasar las ventanillas.
¿Por qué siento tanto calor cuando estoy sola?
Soy una despeinada, no soy nada para las rosas que hieren con
su sangre azul en las siestas de verano.
Hay que limpiar el hogar con la mirada ausente, hay que cerrar las
celosías para que no entren las brujas.
Me arde la herida del fruto sabroso y vuelve a aparecer la Gazza
Ladra que esconde los encendedores, que roba pequeñeces y
que se asusta con el telón, que se asusta con el sobretodo, que
se asusta con la sombrilla, que se asusta con su madre.
ESCENA II
Se ilumina la escena y se ve a A sentada en una silla comiendo
a escondidas algo que esconde en su bolsillo, B lee un libro sentada
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en otra silla, C está mirando hacia el frente, como si espiara desde
una ventana a la familia del edificio de enfrente
C: Es maravilloso, nunca he sentido nada igual, uno se cree que
ha vivido todo y cuando te pasan cosas como esta, no sé... te das
cuenta de que hay vida afuera, de que hay otras personas… que
comen... pizza! ¡Pizza...tengo ganas de comer pizza!, tres porcio-
nes para mí sola, una fugazzeta, cualquier pizza, con anchoa,
mozzarella, con palmitos…
B:_ ¡Qué haces mojando la tostada en el té! ¿Picaste la cebolla?
C:_ No, voy a llorar...siempre lloro yo ¿Por qué yo?
B:_ Picá la cebolla.
C: ¿Qué vamos a cenar esta noche?...una... una fugazzeta
B: _ ¿Picaste la cebolla?
C:_ Pizza de cebollas salteaditas con ajo... la masita crocante que
te cuelguen las cebollas por la pera y se llene de grasa la cara, los
dedos, la servilleta, el mantel, la ropa...
B: Estás ensuciando todooooo!!!...
Pausa
C: Mamá, podríamos algún día comer una pizzita.
B: Mirala a la pretenciosa... pero quién te creés que sos. Con lo
que sale el queso, pero mirala....
C:_¿A quién?
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B: La hija de quién te creés que sos... muerta de hambre
A: (Con miedo a que la descubran comiendo) ¿A mí me decís?
C: No sé, no conozco a mis padres
B: Olvidate del queso, del café, de la carne, la manteca... olvidate.
C: Sí. Me olvidaron.
A: ¡No, Dios mío, qué vamos a comer!
B: Quiero que prepares la ensalada rusa para esta noche, así que
prestá atención, que te voy a explicar cómo se hace.
C: Ya sé cómo se hace
B: No... No sabés nada, siempre hacés todo mal. En primer lugar,
te lavás las manos que las tenés mugrientas, después lavás las
papas y las pelás, ojo cómo las pelás, que no quede toda la papa
en la cáscara, que sea transparente y que las papas queden todas
iguales... Ovaladas, lisas, frescas, perfectas… para después hun-
dirles la cuchilla... y cotarlas en cubitos todos iguales de un centí-
metro por un centímetro. Los ordenás en una fila, que tomen
distancia, que no se subleven los insurrectos... estoy segura de
que alguno va querer escapar, para eso los ahogás antes de que
sea tarde y después a la hoguera. No te olvidés de ponerle al agua
un buen puñado de sal gruesa. Hacés lo mismo con las zanaho-
rias, que son lo mismo pero de diferente color, a estas cuesta
ablandarlas, así que dejalas ahogadas un rato más. Poné tres hue-
vos a hervir, diez minutos ni más ni menos, los pelás y los picás
todos iguales, para que después no haya problema de quién co-
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mió más, quién comió menos... Quiero pasarla tranquila sin discor-
dia. Ah, ponele a las papas, cuando estén frías, un buen chorrito
de aceite de oliva.
C: ¿Para qué cocinamos tanto? ¿Viene alguien? ¿Preparamos to-
mates rellenos? ¿Cuántos para cada uno? ¿No existe otra comida
para festejar?
B: ¡Sííííí! ¡ Leentejaaaas!
C: ¿Lentejas, tengo que contar lentejas? Voy a quedar bizca con-
tando lentejas toda la vida.
A: A mí las lentejas me inflaman
B: Y todavía te queda preparar la ensalada de frutas, en cuadraditos
iguales, todos iguales. Desagradecida, me contestás, me tenés har-
ta. (Golpea fuertemente sobre el aparador)
C: Ay... me asusté, por un instantes desconocí a todos...dónde
estoy... qué hora es...Dios mío ¿Las conozco? (a B) ¿Quién es
usted? (Le acaricia dulcemente la mejilla, ella se deja acariciar y
luego le muerde la mano) ¡Ayyyyyyyy!
Apagón. Se sienten ruidos a golpes. Pausa y música
ESCENA III
C: (Al público) No le tengo miedo al acero, el dolor ya no me mar-
ca, tengo todo preparado en el portafolios por si hay que huir del
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pantano... porque a veces caigo en el vientre de la carbonera y se
embriaga la muñeca. Esto que les voy a confesar no se lo he
dicho nunca a nadie. (Pausa) Creo que ella lo escondió en el
aparador y yo lo busco desde hace muchos años y solo encuen-
tro diapositivas, un bastón brillante, una sombrilla de lona anti-
gua. Un día, mientras ella dormía, me metí dentro suyo y le robé
una postal que escondía celosamente en su corazón, era un cru-
cero en medio del mar, el día brillaba, el cielo abierto, todo estaba
detenido, menos él, que asomado en la baranda con su sobreto-
do negro, con su sombrero negro, con su paraguas negro, me
saludaba con un pañuelo blanco. Me guardé el recuerdo en el pe-
cho y después de muchos años, mamá lo descubrió debajo de mi
almohada y me pegó con un plumero que tenía un clavo en la
punta y me cortó la cabeza. Sangré mucho y cuando fui al baño y
me miré en el espejo me reí, porque había quedado toda despei-
nada, no sé, como un rulo, un resorte en la cabeza... y me reía y
me reía. Me sentí linda... y con sangre en la cabeza, pero bien, me
caían las gotas justo por los lagrimales, así que parecían... labios
abiertos (Pausa) Después mi abuela me cosió, nunca encontra-
mos la aguja. Dice mi abuela que la tiene clavada en la pierna, me
cosió con la aguja de tejer para no ir hasta el Pirovano, como no
tenemos obra social, no podemos gastar... aparte en esta casa
nadie trabaja.
Apagón
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ESCENA IV
A duerme sentada y ronca suavemente, C toma un té con
una cucharita y hace un pequeño ruido al sorber, B las mira irritada,
trata de controlarse, no soporta los ruidos del sorbido y ni el de los
ronquidos.
B: ¿Limpiaste?
A: ¿Qué?
B: Pasá el lampazo y la gamuza.
A: ¿Por qué?
B: Porque está todo lleno de ratas.
Todas miran hacia el aparador abruptamente.
B: Limpiá todo, que no queden marcas ni recuerdos.
A: Pero si todo brilla.
B: S í…todo brilla, hay tanto brillo que no veo.
A: ¿Querés que le digamos a la Cigarra?
B: No. Que nadie se entere. Limpiá así voy volviendo.
Pausa
B: (Al público) ¿Por qué tengo que hablar si no me gusta? Me están
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mirando como si fuera a caer. Ustedes no me ven pero yo siem-
pre estoy, estoy detrás de la bruma, siempre detrás de la bruma.
Cuando me despeje, verán en mí un paisaje de espanto... mis
ojos solo ven el brillo de una pared blanca. Vivo en la desespe-
ranza de mi vientre inundado, siempre verán a través de mí... Me
gustaría existir y ser pañuelo de pie frente al podrido poder, pero
solo soy una perra con hambre que se quiere comer a todas las
ratas que no me dejaron cantar el ave María, a los que no escu-
charon los gritos en los Trinitario, a todos los ausentes que vie-
ron la muerte en San Cayetano y esquivaron la mirada. Este palo
que me aplasta lo voy a usar para vengarme. Solo quiero que
aspires conmigo. ¿Cómo es estar aburrido en tu casa sin dejar
pasar al héroe?
Pausa, dirigiéndose hacia A
B: ¿Limpiaste?
A: ¿Vas a controlar?
B: Con los guantes de Margarita.
A: Y por qué no con los de Elvira.
B: Porque ella tiene patines de cuatro ruedas.
A: Que nunca vas a heredar.
B: Bruja fea, ya te va a caer el escupitajo del de arriba.
A: El escupitajo de Dulipí... de Dulipíí ¿El vecino de sexto piso?
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Ese cuajo verdoso reprimido que se come la voz... no le da el
ritmo cardíaco para expulsarlo. ¿Por qué me sacaste las llaves?
Qué ¿tenés miedo de que abra y entre la luz y te vean aspirando?
B: Noo.. No... No me hables... me voy a ir y no voy a regresar…Sin
mí no pueden ver y ahí se van a acordar y van a estar solas sin
comer las bolas de fraile.
A: Entonces devolveme las llaves
B: No puedo, el Cuervo no me deja. ¡Ay, Dios mío, me desprendo,
soy barro!
A: Siempre vas a ver a través de mí. Hay que limpiar las copas para
brindar esta noche.
B: No, no hacen falta las copas, tomemos con los vasos de la
cocina, además no tomamos casi nada.
A: ¿No querés abrir la memoria? Deberías desempolvar la vajilla
del aparador.
Nuevamente todas miran abruptamente hacia el aparador
C: No se puede abrir, la llave se perdió hace muchos años. El día
que encontremos esa llave y podamos abrir el …(pausa reprimien-
do lo que va a decir) A veces creo que cuando lo abramos voy a
encontrar una taza de té con la cabeza de una japonesa adentro.
A: Yo me imagino que adentro está la bola de cristal fucsia y cuan-
do me mire en ella, me voy a sentir hermosa. (Mirando a B. Con
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tono sarcástico) ¿Y vos qué te imaginás que vas a encontrar?
B: Yo una vela roja brillante y una botella verde y adentro de la
botella al soldadito de plomo implorando salir , porque dice que el
Amadís de Gaula lo quiere asesinar.
C: Se nota que leés mucho, cuánta imaginación, digo, creer que allí
adentro puede haber un hombre agonizando.
Pausa
A: O a lo mejor pudriéndose.
Pausa
B: Bueno basta de estupideces, vos lustrate los zapatos y vos
andá a limpiar el baño grande.
A: ¿El grande? ¡Pero si nunca entramos, no lo usamos!
Apagón
ESCENA V
B: ¿Qué hacés? Estás perdiendo el tiempo, ponete a estudiar.
C: ¿Cómo? ¿No empezaron las vacaciones? ¿En qué mes esta-
mos? ¿Qué hora es? ¿Dónde estaré? Siento que me elevo como
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un globo, que me voy yendo…
B: ¿Sabés a dónde vas a ir si volvés a tocar el teléfono?
A: ¿Yo?
B: No ves que a vos no te estoy hablando, qué te metés.
C: Yo no toqué el teléfono.
B: ¡Mentirosa, mentirosa! Sí lo tocaste, sé muy bien que hacés lla-
madas y te tirás eructos que los escuchan los vecinos del tercer
piso.
C: No, no es verdad, si nunca aprendí a tirarme eructos ni a hacer
globos con el chicle.
A: Es verdad no la molestes más, además si utilizara el teléfono
vos la verías
B: No la defiendas, llama cuando yo duermo.
A: Vos nunca dormís estas todo el día vigilando.
B: Es cierto, no puedo dormir, llama mientras leo pero lo hace
muy despacito para que no me dé cuenta, con esa cara de mosquita
muerta.
C: Yo no toco el teléfono.
A: Soy yo… que hice una llamada los otros días.
Silencio denso, se miran entre las tres
B: ¿Y se puede saber a quién le hablaste?
Pausa
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A: Estoy un poco mareada, debe ser que necesito comer algo
dulce.
B: Contestame lo que te pregunto: ¿a quién le hablaste? Necesita-
bas algo… y no me lo podías pedir a mí. O acaso me estás ocultan-
do algo.
A: Yo ocultando. Lo que es el inconsciente…El pez por su boca
muere
B: (grita) Hablá.
A: Sigo mareada.
C: Será porque está temblando. Tiembla, tiembla, se mueve la ara-
ña y cuje el aparador como si alguien quisiera salir.
B: Qué decís, estúpida. ¡Ay, Dios mío! Todas debajo de la mesa,
rápido.
Debajo de la mesa, tomadas de la mano, rezan el Padrenuestro.
Todas: Padre nuestro que estás en los cielos santificado sea tu
nombre…
A: Hay que bajar.
B: Sí, por las escaleras, el ascensor puede ser peligroso.
C: Me voy a vestir.
B y A: ¡Noo!
B: Bajás así, desnuda.
C: No, desnuda, no, desnuda, no. Además, nunca tembló, fue un
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chiste, les hice un chiste, nunca tembló. ¡Desnuda no bajoooo!
A: Me parece que sí tembló.
B: Pero la araña no se está moviendo, no crujieron los muebles ni
sentí el ruido de los vidrios de las ventanas.
A: Sí, deberían haberse abierto las celosías del balcón… ¡Fue men-
tira!
B: ¡Te voy a matar, hiciste que les diera la mano, humillándome!
B persigue a C para pegarle, esta escapa por detrás del apara-
dor.
A: Gracias, Dios mío, por este momento de distracción.Ahora me
gustaría que bajara el viento Zonda para…
B: Infeliz, inútil, inservible, mirá los hijos de Dulipí lo que son, la
misma edad de esta pobre abandonada, los hijos de Dulipí, casa-
dos, con hijos, profesionales. Y esta... tarada, inventando temblo-
res. Temblores le voy hacer sentir yo cuando la alcance con el
cinturón de cuero y le de con la hebilla en medio de la cara.
A: No te conviene el cinturón, deja marcas... Dale con una toalla
mojada. Además, no deberías pegarle tan fuerte porque los veci-
nos escuchan No te diste cuenta de que los otros días, después
de que la electrocutaste, tocaron la puerta. Yo espié por el vidrio
roto del living, era la Dama del Perrito; me di cuenta enseguida de
que era ella la que venía subiendo por las escaleras. No hace rui-
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do por que se saca los zapatos, pero es su olor a perfume barato
lo que la delata. Inmediatamente descubro a su perro que tiene
como amante, entre las pervertidas uñas bermellón y esa túnica
dorada que tiene por pelo. Venía con la policía, es por esa manía
que tenés de disparar por el balcón con el trabuco.Yo sé que
siempre quisiste ser uniformada, pero a los disparos no educa-
mos a nadie. Y los otros días cuando le hiciste limpiar las rejas del
balcón, colgada de cabeza para que alcanzara a limpiarlas por el
lado de afuera, pobre chica, decí que es muy ágil que si no, se nos
muere. Bueno, se te muere estampada en la vereda. Como la otra
vecina que se quería suicidar y tuvo la mala suerte de rebotar en
los árboles, esa mujer tiene mala suerte hasta para matarse. Esa
misma tarde subió el señor Dulipí y con su manaza hinchada gol-
peaba la puerta tan fuerte, pero tan fuerte; y yo lo espiaba por el
vidrio roto del living. No habrá sido este chino de mierda el que lo
rompió hace treinta años. A propósito de veinte años, por qué no
sacás los trajes del ropero, ya creo que no lo vamos a volver a
ver.
Apagón
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ESCENA VI
A y B hablan susurrando para que C no las escuche.
A: Se acostó en mi cama y con las sábanas se tapaba como es-
condiéndose de…
B: …de los fantasmas de cenizas encerradas en un ropero rancio.
A: ¿Cómo sabés que decía eso, la escuchaste?
B: No, pero los monstruos salen del espejo cuando me duermo,
por eso no duermo
A: ¿Y vos decís que ella los ve?
B: No, ella no los ve, solo los imagina. Vienen por mí, por eso no
duermo y los espero en vigilia. Tengo que estar preparada; sé que
quieren atraparme del pie mientras duermo y arrastrarme. El sue-
ño me vence y, por desgracia, otro día soleado amanece.
A: ¿Cuándo será el día? Será un día alegre de primavera.
B: No, nadie puede morir en primavera.
Se siente un ruido A y B miran hacia arriba del aparador, un
cenital descubre a C que trata de despegar algo
B: ¿Qué hace?
A: Está despegando el mondongo del azulejo.
B: Dejá ese mondongo donde corresponde y bajá inmediata-
mente y con cuidado para no quemarte los pies con el espiral.
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Bajá... Vamos, bajá con cuidado.
Pausa
C: (No se inmuta)
B: ¡¡Bajáááááá!!. (Al público) Ese día había cocinado mondongo
con papas y salsa; era mi especialidad, además de la lengua a la
vinagreta. ¡A él le encantaba! Eso sí, le gustaba que lo cortara bien
chiquito porque decía que si lo dejaba largo, se podía atragantar.
Una vez se atragantó, comenzó a ahogarse, su cara toda colora-
da y gorda me miraba con ojos saltones desesperados, nosotras
lo mirábamos sin entender muy bien qué le pasaba, se ponía cada
vez más morado, trataba de hacer la vertical, pero no le salía, nun-
ca fue bueno para la gimnasia. Cuando me di cuenta de que no
estaba paveando me tuve que meter entera en su boca y así em-
pecé a escarbar hasta encontrar la punta del mondongo y comen-
cé a tirar a tirar, como diez metros medía. (Pausa) Después me en-
teré de que no era el mondongo lo que había sacado. Pero ese día
lo había cortado como a él le gustaba. Yo estaba un poco molesta
porque comía con los codos sobre la mesa, no había querido lavar
los platos y me apagaba los puchos en la planta del pie, entonces
discutimos como todas las parejas y no quiso seguir comiendo, se
levantó de la mesa sin permiso y agarró del brazo a C y se la quería
llevar a dormir la siesta con él en la habitación de servicio.
—¿Para eso cociné toda la mañana?— le dije. Bueno... le grité.
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—¡Qué cocinaste, yegua, además esa es tu obligación!— me con-
testó.
Me ofendió y me enojé tanto que tomé la cuchara de madera
que yo misma había pintado en el jardín de infantes, me serví una
buena cucharada de mondongo con salsa y se la revoleé. Los
mondongos sanguinolentos quedaron estampados como sopapas
en los azulejos, chorreando sangre; no sé, me quedó tan bien
que parecía una pintura abstracta. (Pausa, mirando a C) Hace va-
rios años de esto. Se fueron secando los mondongos y los fui-
mos comiendo, solo queda un pedazo, el de la discordia. Y esta
pobre cristiana se lo quiere comer. ¡Noooooooooo!
Apagón, un cenital ilumina a C que se lanza desde el aparador
hacia el vacío.
ESCENA VII
C está sentada en la falda de A, quien duerme sentada en la
silla. Al público:
C: Siempre le cae baba espesa por entre sus dientes amarillentos,
el olor fétido me adormece, me marea, pero enseguida reconoz-
co al apestoso. Son los dientes de él que me hablan muy de cer-
ca... desesperadamente. Tengo una sensación contradictoria, por-
que es feo... muy feo, baboso, relajado, sucio, analfabeto, le gus-
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tan mucho todas las mujeres, las de la tele también, pero también
le gusta su primo... su primo. Es joven pero parece viejo y su boca
emana ese olor tan feo, es aliento a perro, aunque no esté a su
lado, aunque él esté en la habitación de al lado siento el olor.
Hace mucho que no lo veo y extraño sus alaridos de dolor. Dicen
que tiene las uñas largas y negras y que le salen pelos de las
orejas, pero yo aprendí que el ser humano vale por lo que es y no
por lo que aparenta. Hace un par de años vino un médico a verlo
porque los vecinos se quejaron. Parece que el olor a podrido se
sentía en todo el edificio, hicieron una denuncia por olores nau-
seabundos. El médico dijo algo así como que tenía los intestinos
reventados, le dio unos calmantes para que no gritara tanto. Los
vecinos, en especial Dulippí, se quejan con el administrador. Y el
administrador, es el administrador. (Acariciando la pared del vecino)
Yo sé que estás ahí, esperándome.Tantos años postrado, dur-
miendo sin hacer nada Sé que fuiste entregado, pero qué tengo
que hacer, me diste tu mano y te dejé caer. Quiero tocar tu llave-
ro y besarlo como nunca lo he hecho con nadie, salvo cuando
duermo, sííí, dame tu plomo y tus herramientas, quiero encerrar-
me adentro tuyo para no salir más.
Suena el teléfono, suspenso.
A: Hola. ¿Quién es?... Hello, diga, aló, bueno, pronto, qui parla (cuelga)
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C: (Al público) ¿Será él? ¿Me habrá escuchado? No creo. Las pare-
des de los edificios antiguos son macizas, además ya no entra
nadie, si estamos todos muertos. Si mi mamá se entera que pien-
so en él me mata. Ella quiere a un lord inglés en la familia.
Vuelve a sonar el teléfono.
A: Sonó dos veces seguidas ¿Quién será? (Al público) Será René
que quiere decirme que está arrepentido de habernos dejado
solas, tiradas en un callejón oscuro lleno de vampiros que me
chuparon la sangre. Quisiera acariciar tu barba blanca y tu túnica
negra, tu mirada serena me calmaba en las noches de tormento.
Quisiera estar con vos, perdoname por haber rascado espaldas,
pero lo hice para herirme.
Vuelve a sonar el teléfono.
B: (Al público) ¿Será el abogado? Pero si hoy es un día feriado, no
creo que llame, estará festejando con sus hijos rubios. Me hubie-
ra encantado que me llamara y me diera la noticia. Hubiera sido el
mejor regalo para esta navidad y no tantas palmadas que me hun-
den el lomo gastándome, envejeciéndome, desilusionándome
B: (Preguntándole a A) ¿Quién es?
A: Elvira, ¿qué decís? Qué raro vos, hablándome. ¿Murió alguien o
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te estás por morir vos y querés hacer el mea culpa? ¿Por qué me
decís así, si es la verdad, hace cincuenta años que no nos vemos.
Yo creí que ya habías fallecido ¿Seguís con el Tigre? ... Ay. Disculpá,
me confundí, la del Tigre era Elisa... es que las dos con E ¿Pero
Elisa no murió? ¡Viste que yo tenía razón, alguna de las dos había
muerto! Claro, Elisa cayó de la escalera, me acuerdo que siempre
le decíamos que prendiera la luz, que se iba a tropezar. Me dije-
ron que se desnucó y que la cabeza quedó en el buzón. Lo que
es el destino. A ella que tanto le gustaba viajar, terminó viajando
adentro de un sobre...A mí me tocó un ojo, pero con tal mala
suerte que vino abierto...el sobre, no, el ojo.
B: ( Interrumpiendo) ¿Quién es?
A: ¡Kety! ¿Qué es de tu vida? Si se puede llamar vida a eso... Y qué
querés que te diga ,con la sonda, la hemiplejia, sin ningún gusano
que te acompañe... Yo estoy bárbara, no se me calló el busto. No,
Dios me libre, nunca les di de el pecho, mamá me hizo colocar una
inyección para cortar el vínculo, imaginate que te besen el pezón,
qué asco. Si, estoy regia, mirá,salto en un pie ¿Esta noche acá?
B: ¿Quién es?
A: Kety quiere saber si vamos a jugar a la canasta
B: ¿Y vos qué le dijiste?
A: Que no, porque está la casa limpia.
B: Bien... ahora colgá.
C: (a B) ¿Por qué no pueden venir?
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B: Porque hoy es Nochebuena y lo vamos a festejar en familia.
C: ¡Vamos a festejar! ¡Qué lindo! ¡Me encanta!
Pausa.
C: ( Al público) ¿Qué vamos a festejar? Que estamos solas, que
no tenemos parientes ni amigos, que nadie nos quiere , que solo
existen las brujas con alas de murciélagos y cabeza de perro sal-
chicha, que hace treinta años que no veo la calle, dicen que ya no
dobla el 60 por las Barrancas. Estoy triste tengo ganas de llorar,
extraño...siento algo aquí adentro, pero no le digo nada a mi mamá
porque ella se asusta mucho y me puede pegar, pero está bien,
ella lo necesita como descarga. Mami extraño Italia, no me dejen
sola en lo de Don Samuel.
ESCENA VIII
B: Habría que ir pensando qué se van a poner esta noche.
A: Por qué decis qué se van a poner, vos no pensás cambiarte.
B: No, para qué
C: No sé, para no estar con el camisón toda la vida. Hoy es Noche
buena; vamos a festejar
B: No, festejar no, vamos a celebrar, tomaremos una copita de
sidra. Además, no estoy siempre con el camisón
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A: Sí, es verdad. A veces te ponés el salto de cama.
B: (Ríe, es probable que sea la única vez que lo hace) O el tapado de
paño azul.
C: Sí ,con el camisón abajo
A: (Ella también ríe) Y yo me pongo el tapado de nutria y nos
vamos las dos del brazo, caminando, a la feria.
B: (Siguen riendo) Y le hablamos en francés a los verduleros.
A: No, mejor en italiano al pescadero. (Siguen riendo, C interrum-
pe).
C: ¿Y yo qué me pongo?
A: El vestido nuevo que te hizo la modista, esa que vive con un
enano en el jardín
B: El vestidito de viyela, el que tiene punto smock.
Pausa.
C: (Al público) No, ese vestido no. La mujer del primer piso me
daba mucho miedo. Nunca pude ver sus manos, si tenían manchas
o si tenían verrugas. Para mí, las manos son como las personas,
por ejemplo, mis manos son… transparentes y las manos de la
señora del primer piso eran negras, no porque ella fuese negra de
raza, ella odiaba a todos los negros. Sus manos eran negras por-
que usaba guantes de cuero negro. Yo nunca me había fijado en
eso, hasta que una tarde calurosa de diciembre, bajando por el
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ascensor, se detiene en el primer piso y ella entra, se mira en el
espejo arreglándose su pelo corto, luego se acomoda la ropa y
después, sin mirarme, me pregunta con sus labios finos y su den-
tadura trabada a qué piso iba. Le respondí que a planta baja y en
ese momento fue que me miró con sus ojos café, sorprendida
por mi respuesta, con una sonrisa diabólica; levantó su dedo ne-
gro de cuero para tocar el botón y me preguntó si mi mamá me
había dado permiso para bajar hasta planta baja. Yo dudé y luego
le dije que no iba a planta baja, que iba a la terraza a tomar sol. Me
dijo que mejor no fuera a la terraza porque ya no estaba el mar
allí y que la muerte calva y con muletas plateadas me estaba es-
perando, hizo una pausa para esperar mi respuesta sobre a qué
piso quería ir. Como no fui lo suficientemente rápida para decidir,
ella decidió por mí y me abrazó por detrás apretándome la panza
con sus guantes negros y olor a vino. Tocó el botón del sótano.
Yo lloraba de espanto mientras nos elevábamos al infierno oscu-
ro de esa caldera y su risa alcoholizada repercutía como un eco
latoso por todo el edificio. Me seguía apretando la panza, el dolor
era insoportable, quería gritar pero mi voz no salía. Llegamos, me
dijo, cuando por fin el ascensor se detuvo en el séptimo piso. Se
abrió la puerta y la vi, no a la señora del primer piso sino a la que
subió en el séptimo. Sabía que era ella y tuve miedo; entonces no
respiré para que no sintiera mi olor. Era calva y usaba muletas
plateadas tal como me la había descripto, pero no me había dicho
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que su rostro era dulce, entró en el ascensor y al oler mi temor se
sonrió al mirarme. A qué piso van, nos preguntó, poniéndose un
pañuelo de seda en su cabeza mientras se miraba al espejo. Em-
pecé a marearme, ellas eran amigas, sus miradas cómplices me lo
advirtieron. Volvió a preguntar a qué piso íbamos y yo quise res-
ponder pero no salía mi voz. La señora del primer piso respondió
por mí, diciéndole que yo no podía bajar a planta baja porque
estaba desnuda, que mejor me dejara en el quinto piso. Confun-
dida, me miré, a ver si realmente estaba desnuda, pero me vi ves-
tida (pausa) con mi vestido de viyela y punto smock y mis zapati-
llas rojas. Las miré, ellas me estaban mirando con sonrisas perver-
sas, en ese momento se cortó la luz y quedamos atrapadas entre
dos pisos. No se veía nada hasta que la del primer piso prendió un
fósforo para encender un cigarro y solo pude ver las muletas
plateadas. Nunca más volví a verlas, solo sé que la señora del
primer piso se tropezó en su baño de azulejos negros y rosados
y al caer en la bañera se ahogó junto a su padre y su madre que
eran mayores y tenían títulos de nobleza. Tiene una hermana, esa
sigue viva y también es calva.
ESCENA IX
Se escucha una música muy suave de fondo, la luz blanca del
tubo fluorescente ilumina la escena de la víspera donde no pasa nada
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y a la vez pasa todo el mundo interno de cada una de ellas. Sensacio-
nes de encierro, soledad y desolación deben inundar la escena.
ESCENA X
C: ( Al público) Siempre los espío escondida detrás de la ventana,
apenas corro la cortina de puntillas con olor a tierra. En el edificio
de enfrente es verano, aquí adentro está nublado. Ellos son feli-
ces, privilegiados. Para ellos fue creado un mundo mejor. La mesa
navideña está impecablemente servida, el living está iluminado por
las luces intermitentes de un arbolito, quien cuida celosamente a
sus pies cuatro regalos envueltos con un rojo estridente. Están
festejando. El padre es lindo. Se arrodilla al pie del arbolito de
Navidad. Ahora corren sus hijos rubios hacia él, también son lin-
dos y ella es…como un ángel, no toca el piso con sus pies al
caminar. Me encantan esos regalos envueltos en papeles brillan-
tes. El fuego de la envidia me hace vapor. Tengo miedo de hablar,
tengo miedo a desintegrarme, a vaciarme. Pero no puedo esperar
más, para ellas el tiempo no pasa pero para mí sí. Hoy me entregué
a la muerte pero no me llevó el apunte la muy caprichosa, pero la
quiero y la deseo; es clara, brilla pero angustia. (Canta una can-
ción) Mi papito me hizo un arbolito muy bonito para Navidad, tie-
ne luces de muchos colores y un regalo para mi mamá….
B y A se miran, violentas
B: ¿Qué hacés mirando la pared?
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A: Le está hablando, no te das cuenta.
B: Hablando a la pared…Como una loca.
A: No, como una desquiciada.
C: Estoy mirando por la ventana a la familia de enfrente.
B: ¿A través de la pared?
C: No, por la ventana.
A: Y qué están haciendo…Nos podés contar.
C: Están por cenar, en este momento están entrando muchas
personas, no sé, parecen los abuelos de esos niños rubios, entra
más gente, deben ser tíos y tías y siguen entrando. Ahora son
más niños… Sus primos, seguro, son todos iguales. Se ríen, se
ríen mucho ¿De qué pueden reírse tanto?
A: Bueno ya nos enteramos de los vecinos (irónica). Ahora cerrá
la ventana y las cortinas.
B: (Que ha quedado en perpleja, reacciona) Te he dicho miles de
veces que no toques las cortinas con las manos sucias.
A y C: (La miran)
C: ¿Estás viendo las cortinas?
B: ¡Por favor, qué cortinas!
C: Las de puntillas blancas con olor a tierra.
A: Creo que ya es momento de servir la comida.
B: La mesa está puesta, cuatro platos, cuatro servilletas, cuatro
vasos.
A: Deberíamos brindar con las copas rosadas.
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B: No. Estamos bien con los vasos verdes de la cocina, mirá si se
rompe una copa, después qué hacemos.
A: Cuando es después ya pasó la vida y nunca usamos...
C: (Interrumpe) ¿No vamos a ir a misa?
B: No. Vamos a rezar acá, tu abuela dirá unas palabras trágicas
para celebrar.
A: Sí, sí, he pensado en algo más o menos así, se me ocurrió:
Queridas hermanas, una nueva Navidad nos reúne para celebrar el
nacimiento de la esperanza, de la reconciliación. Debemos reno-
var nuestra fe en Dios y en nuestro prójimo, despojándonos de
las banalidades y de las tentaciones...
B: No, no. La parábola del hijo pródigo sería una buena idea.
A: Ah, sí, claro, la parábola del… Un hombre tenía dos hijos y el
menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda
que me corresponde". Y él les repartió la hacienda. Pocos días
después, el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país
lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en
aquel país y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se ajus-
tó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus
fincas a apacentar cerdos. Y deseaba llenar su vientre con las
algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Enton-
ces se dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abun-
dancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! " Fue ante su
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padre y le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no me-
rezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornale-
ros". Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor ves-
tido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en
los pies. Traed el novillo cebado, matadlo y comamos y celebre-
mos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha sido
hallado". Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el cam-
po y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las
danzas; y llamando a su padre le preguntó qué sucedía y éste le
dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo ceba-
do, porque le ha recobrado sano". Él se irritó y le replicó a su
padre: "Hace tantos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una
orden tuya, pero nunca me has dado un animal. Ahora que ha
venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitu-
tas…
C: (Interrumpiendo) Yo no quiero ni espero tu herencia.
B: No, no es esa la interpretación correcta, no es tan literal. Pero
(a A) ahora comamos.
C: Entiendo perfectamente "tu" parábola, yo no soy culpable de
nada, yo soy una víctima, no necesito tu perdón porque nunca
pequé.
A: ¿Y lo de los cerdos lo entendiste?
C: Sí, y también entendí lo de las prostitutas y lo de la envidia.
A: Estás insinuando que yo puedo tenerte envidia. Y qué podría
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envidiarte.
C: No sé, pensalo vos.
B: _ He dicho que comamos.
C: (Murmurando, para ella) ¡No entiendo por qué no puedo irme si
no nos necesitamos!
A: Queridas hermanas, celebremos y comamos.
B: (Murmurando) ¡Siempre la misma!
A: ¿A mí me hablás? No susurres entre dientes, si tenés algo que
decirme hablá claro, no dejes las cosas a la mitad. Entregué mi
vida para estar junto a vos, tragando toda tu mierda
B: Bueno, basta.
A: Basta un carajo, acaso no te acordás esos días en los Trinitarios,
en San Cayetano, en la Redonda, en Fátima…San Francisco, en San
Nicolás…
B: Yo no abandoné a nadie ¿Por qué me lo hechás en cara?
A: ¿No recordás aquella noche tan larga?
B: Basta, no hables más. Si estás a mi lado será porque me
necesitás, además no entiendo por qué...
A: (Interrumpiendo) ¡Qué raro! ¡La inteligente y culta de la familia
no entiende! Será que te hacés la estúpida.
B: Lo que pasa con vos es que además de bruta sos gorda.
A: Lo decís de envidia porque vos no podés comer.
B: Mirá, alcohólica de mierda, si te tengo en esta casa es por lásti-
ma.
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A: _ Mentira y eso lo sabés perfectamente, sabés que me necesitás.
B: Para qué necesito a una prostituta a mi lado, decime.
A: Asesina de guante blanco, querés que le diga qué hiciste con...
Siguen discutiendo; cuando advierten que C puede escuchar,
hablan en susurros.
B: No me provoques porque ya sabés lo que te puede pasar. Cómo
te gusta abrir heridas.
Pausa.
B: (Al público) Era una noche de verano, húmeda, el calor nos
asfixiaba. Todas sentíamos un nudo en la garganta, abandonadas
en una estación terminal. Esa noche hubiera tomado veneno para
no sufrir más. Nunca nos hubiésemos imaginado que él no iba a
volver jamás. En el banco de la estación estuvimos sentadas una
al lado de la otra, juntas, sin tocarnos aunque hubiéramos queri-
do ser abrazadas. En el silencio espeso de esa noche trágica, los
grillos gritaban desesperados. Pasó el último tren, era el número
once. ¡Qué dolor tan fuerte en la garganta hinchada de palabras
que no nos dijimos, de llantos reprimidos! Seguimos allí varias
horas, no vino nadie, nadie ¿Por qué? No supimos qué hacer, co-
menzamos a caminar por aquellas calles iluminadas por faroles
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amarillos del barrio más bello del mundo, pero no era el nuestro.
El regreso amargo a la casa nos obligaba a no avanzar, el aire pe-
sado del verano envolvía mi cabeza de recuerdos. Ella abrió la
puerta y atravesamos el pasillo oscuro. El perro inmundo de la
dama de uñas bermellón nos ladraba histéricamente. La llave abrió
el infierno rancio de olor a soledad. La velas encendidas a los
santos. El tic tac del reloj que estaba arriba de la heladera y co-
menzó el rezo:
Todas: Morir, fumar…
¿Cuál es el sentido de nuestra existencia?
¿Sufrir las letanías del David?
¿Padecer los temblores de la tristeza?
Cruel aquel que se regocija de nuestro rosario.
El laurel, el olor a primavera, quedaron encerrados en el frasco de
agua de colonia.
Quiero ganarle a la torre de marfil y veo al gato negro que se
apodera del pesebre.
Las brasas se convierten en escamas, los gusanos en cuerpos de
luz.
Me gusta el humo que despeja, el humo que abriga, el humo que
consuela.
Se deshacen las yemas en tabacos ordenados y aspira el fuego la
Gazza Ladra y aúlla en mortales alaridos el acero dominante.
B: Maldita y mentirosa, no fue culpa mía.
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Pausa
B: (Al público) Se desplomó en mis brazos con su pijama amarillo
un día de verano. Me miró moribundo, cuando lo traté de resucitar
vi el cepillo rosado del pelo clavado en sus pulmones. Ya no po-
día respirar. Tomé el cepillo y lo comencé a peinar. Le gustaba
mucho que lo peinaran, pero nunca las cruzó a la plaza a jugar.
A: San Pantaleón se apiade de nuestras almas.
C: ¿Adónde lo escondiste?
B: Hija mía, madre mía, bailemos, bailemos…
C: No te hagas la victima bruja fea y respondeme… (Suplicante)
Respondeme…
B: Desagradecida, me insultás después de todo lo que me sacrifi-
qué por vos
A: Vamos no discutamos; hoy es día de reflexión y recogimiento.
C: Me parece muy bien. Entonces hablemos.
B: De qué querés que hablemos . No hay nada de qué hablar
C: Te creías que era tuyo, nada más.
A: Comamos, van a dar las doce.
B: No puedo más, ahora todos contra mí, con todo lo que les di
sin recibir jamás algo de ustedes ni de nadie.
A: Le falta sal a los tomates rellenos.
C: ¿Por qué no me dejás que abra?
B: Para qué querés abrir. No hay nada ni nadie… (Gritando) Nunca
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hubo nadie… nadie. Siempre estuve sola.
C: Estamos solas culpa tuya. Dame la llave.
A: Van a sonar las sirenas de los bomberos.
B: ¿Qué llave, maldita perra?
C: La que me negaste toda la vida… ¡Enferma!
A: Voy a empezar a servir la ensalada de frutas.
C: (Gritándole a A) ¡Basta de tragar mierda, pedazo de masa mórbida
y mediocre!
Suenan las campanas anunciando las doce. Pausa
C: Ahora vamos a brindar y les voy a dar un regalo a cada una. Lo
tengo preparado hace treinta seis años. Mucho tiempo, ¿no les
parece? Pero he sabido esperar, el momento para la justicia siem-
pre llega. Se acuerdan, mi miedo empezó un día de marzo en la
estación de trenes, estaba nublado y tomaba mi mano un desco-
nocido. Nunca más volví a mi jardín.
B: ¡Bastaaa! ¡No es el momento de hablar! ¡Me estoy quedando
ciega de brillo!
A: ¡Y yo sorda, siento un zumbidos, voces que me hablan!
B: Se deshacen mis yemas en tabacos ordenados y aspira el fue-
go la Gazza Ladra y aúlla en mortales alaridos el acero dominante
¿Es mi culpa?
C: Es tu culpa.
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B: Es la culpa de la lanza crucificada en la tormenta de verano.
C: ¿Quién pidió nacer? ¿Yo?
B: No recuerdo los pasos que siguieron. Solo sé que escondí todo,
entonces guardé los guantes de seda en las pupilas llorosas de
ese robot de zapatos de carnicero.
A: No es justo, es nuestra salvación, demos gracias a la ley que
nos mantiene estables, que se preocupa cuando morimos, que
nos da el seno maternal en dos mitades.
C: (a B) Se qué lo escondiste en el aparador. Siempre espero la
tarde para ver pasar las ventanillas. ¿Por qué siento tanto calor
cuando estoy sola? Soy una despeinada, no soy nada para las
rosas que hieren con su sangre azul en las siestas de verano.
B: Había que limpiar el hogar con la mirada ausente, había que ce-
rrar las celosías para que no entraran las brujas.
A: Me arde la herida del fruto sabroso y vuelve a aparecer la
Gazza Ladra que esconde los encendedores, que roba pequeñe-
ces y que se asusta…
C: ...con el telón, que se asusta con el sobretodo, que se asusta
con la sombrilla, que se asusta con su madre.
Se miran fijamente, inmediatamente todas miran hacia el aparador
A: ¿Qué vas a hacer?
C: Lo que debería haber hecho hace tiempo
B: ¡No te acerques ahí!
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A: Por el amor de Dios, no.
C: (Cuando va a abrir el aparador se apaga la luz. Gritos desespera-
dos)
A: No veo nada, qué está pasando, qué me hiciste perra, no abras.
B: No oigo…Dios mío, no abras.
B: Qué nos hiciste, desagradecida. Deberíamos haberte dejado
sola en San Cayetano.
A: O con Don Samuel.
Silencio repentino. Pausa. Se ilumina la escena A Y B están
ahorcadas, una con el mango brillante de un bastón negro, la otra
con el de un paraguas negro y antiguo
C: (Al público) Ya no existen los paraguas ni los bastones negros,
hoy me animo a hablar para no volar nunca más. Voy a abrir las
celosías y sé que mis ojos se encandilarán con la luz de un nue-
vo día. Subida en una carroza tirada por caballos alados me iré al
mundo real donde el tiempo pasa y envejece, pero ya no habrán
más telones que asusten y enceguezcan. ¡Señoras y señores, me
voy a vivir!
Se va elevando. Un cenital la ilumina hasta que se pierda en un
punto, como un globo, como una estrella.
FIN
El Morocha
dramaturgia
PABLO ARABENA
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El día que mataron al "Morocha"
En Mendoza, un 16 de agosto de 2003, en una casa de la
Cuarta Oeste cuyos fondos daban a una churrasquera, un joven
de cuerpo largamente historiado —Matías Andrés Cerón, alias "El
Morocha"—, emprendió la que sería la última de sus fugas. Hasta ahí
el mero saldo, vertiginoso y abrumador en su llana espectaculari-
dad, de la crónica roja. El que fuera considerado el enemigo núme-
ro uno de la sociedad mendocina había sido finalmente eliminado y
la ciudadanía, recuperada la tranquilidad de sus noches y rehecha
en apariencia la maltrecha economía de su conciencia (nada entur-
bia tanto la percepción como la verificación inmediata de una vio-
lencia sin sentido), volvía a dormir el sueño venal los justos.
La literatura, como la realidad, se sabe, necesita de la pre-
sencia del mito para existir. La noticia del día, vagamente objetiva,
y el sueño proliferante de la ficción, son como las caras opuestas
de una misma y vapuleada moneda. A este muchacho nacido en el
Barrio San Martín, fanático de los dibujos animados, las telenovelas,
los chalecos antibalas y las 9 mm, le fue dado ocupar un lugar
extraño en la cima de un Olimpo imposible. Fue fantasma, apari-
ción demoníaca, mito barrial enclavado en el fragor toxicómano
de las esquinas; ocupó —de ahí la naturaleza inasible de su ubicui-
dad— por varios años la agenda policial, y supo poner como pocos
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en evidencia el grado de insipidez e impostura discursiva de psicó-
logos, sociólogos y políticos, quienes, perplejos y al borde del co-
lapso nervioso, buscaban desentrañar los porqué de tanta sangre
fría ("el chico no respetaba la vida propia ni la ajena; sabía que lo
iban a matar"), sin reparar en causas profundas ni motivaciones.
"El Morocha" fue, sin duda, el otro, el marginal de referencia,
la comidilla ejemplar de despenseros ociosos, guardiacárceles las-
civos y vendedores de diarios. Los niños en las escuelas supieron
de sus sangrientas correrías y de los épicos enfrentamientos en-
tre bandas contrarias. (Y un día devino mujer, fue pájaro, pez espa-
da, alimaña; flotaba como una nube oscura sobre los árboles del
Parque o se escondía debajo de la cama a la espera de que te
durmieras.)
Pero hay otra historia, un revés de esa trama que vuelve insis-
tentemente a ese cuerpo joven (las zapatillas de marca relucientes y
con trozos de barro aún fresco, en un primer plano) desangrándose
bajo una churrasquera. (Pienso en la resonancia que posee la pala-
bra "churrasquera" y en la recurrente aparición de la carne —sí, como
un permanente fiordo— en el horizonte de la literatura argentina.
Verbigracia: morir bajo bandera, morir en un campo de batalla, morir
en una pulpería, morir en el exilio, morir —civilmente— bajo un bom-
bardeo, morir en duelo criollo, morir "emparrillado" en los bajos del
departamento de investigaciones, morir, en fin, en un matadero real,
abrumado por las aguas turbias de una inundación incontenible). Y
es en ese revés, en ese pliegue oscuro —acabezado—, en donde
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se inscribe "El Morocha", la reciente obra de Pablo Arabena.
El argumento plantea un "después" de la muerte oficial, bu-
rocrática y periodística de Cerón, desafiando los límites de lo
representable al hacer de un asesino/ladrón/convicto (es decir,
de un sujeto indeseable) un personaje literario (aunque la vida de
"El Morocha", en perspectiva, parezca ahora el fruto desmadrado
de una mente rocambolesca). Desafío porque busca reflexionar
sobre los orígenes de la violencia y la marginalidad, además de
hacer hincapié en cómo el lenguaje, bajo un determinado contex-
to sociopolítico, da cuenta de ellas.
Obra que escapa a las rígidas coordenadas del realismo tra-
dicional y que nos remite a un contexto enrarecido (como de pe-
sadilla goyesca), y en donde gravita la sombra de los asesinos
místicos de Jean Genet (pero también la del vasto, riquísimo y
polimorfo martirologio cristiano). Así, un Cerón ¿muerto? deambula
por una suerte de limbo suburbano sin encontrar la salida, en bus-
ca de respuestas a interrogantes que incluso él mismo ignora. No
faltará el Caracol/Virgilio de babas eternas ni el blanco coro de
conejos sociópatas que lo acompañen en su extraño periplo.
Ojalá el lector penetre en sus páginas como quien ha sabi-
do regresar del otro lado y tiene el valor para contarlo.
Pablo Grasso
Mendoza, noviembre de 2011
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NOTA
En el año 1984 nació en el barrio San Martín, de la ciudad de
Mendoza, Matías Cerón, alias El Morocha. Creció con odio y temor
en un entorno dantesco y dio inicio, de una manera muy decidida
y violenta, a su carrera delictiva. Su banda se disputó el dominio
de territorios en el barrio, provocando escenas de batallas san-
grientas. En un camino de venganza y poder, Matías cometió ase-
sinatos, asaltos, al menos una toma de rehenes y distintos tipos
de fugas de aquellos lugares donde lograron encerrarlo.
Tenía devoción por el gaucho Cubillos y pronunciaba unas
oraciones secretas.
Fue el enemigo público numero uno de la provincia. Alrede-
dor de él comenzó a rodar el rumor de la ubicuidad. Decían que lo
habían visto al mismo tiempo en lugares distintos.
Finalmente, la policía lo hirió de muerte cuando intentaba
escapar en un asalto, en el mes de agosto del año 2003.
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Personajes:
El Morocha
Un Caracol Gigante
Cinco Conejos
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Introducción
Vemos al Morocha huyendo en la noche.
Sobre los techos de las casas
Es muy ágil en sus movimientos
Dispara con sus dos armas hacia atrás
Contra la policía que también le dispara.
Dice sus oraciones y salta elegante;
Cae a un jardín con perfecta flexión.
Observa que está herido en la ingle.
Está desangrándose. Comienza a perder fuerzas.
Desfallecido se esconde bajo una churrasquera.
Dice sus oraciones y muere.
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Comienzo
(Morocha y Caracol. En el laberinto)
Altas paredes son estructuras ruinosas de un laberinto. Un
caracol gigante con sombrero de policía continuamente segrega
viscosidades y espuma. Cerca de él está sentado el Morocha. Ambos
en silencio. Un hilo de viscosidades llega hasta donde el Morocha
había comenzado a escribir en la tierra.
M: Ya no tires tu baba caracol.
C: Lo siento, no lo puedo evitar.
M: No es posible, debe haber alguna forma, algo que se pueda
hacer. Aunque te parezcan mentiras, yo estaría dispuesto a hacer
cualquier cosa… lo que fuese con tal deque no segregues más tu
porquería. Este laberinto es demasiado triste como para encon-
trar los restos de tu baba. Es una doble condena. El otro día tuve
la sensación de la salida; aún alumbrado por la rojiza luz del oca-
so, di con un pasillo que nunca antes había visto. Mi corazón se
hinchó, la sangre me latía, caracol, como después de un crimen.
Estaba vivo como la primera vez que salí de prisión. ¿Has tenido
alguna vez la sensación de libertad? (El Morocha mira a Caracol
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que le responde con silencio), bueno, yo la he tenido muchas ve-
ces. Pero esta libertad que sentía, cochina porquería, es la madre
de las libertades. Creía por un momento que había encontrado la
salida. Entonces fui avanzando pasillo tras pasillo con ese no-
ble… ¿sabés lo que significa esa palabra? (El Morocha mira a Ca-
racol que le responde con silencio), con ese noble sentimiento. ¡Y
de pronto en un rincón! Veo los restos de tu baba. ¡Qué terrible!
Me sentí mal, muy mal. Me sentí abandonado. Abandonado por la
posibilidad de libertad, de la libertad, la madre de las libertades
(mira a Caracol que le responde con silencio, esta vez con un poco
de culpa). Entonces no hay derecho, viejo, tenés que ver la mane-
ra de frenar tu porquería.
C: Lo siento, no lo puedo evitar.
M: Qué, así no más, ¡será cuestión de la naturaleza!
C: Me parece que sí. Qué es eso. La naturaleza. (Breve silencio).
M: Vamos caracol, tonto caracol de laberinto, caminemos. (El Ca-
racol llega muy lentamente hasta donde está El Morocha).
C: Esperemos un momento, estoy cansado.
M: (Recita) ¡Cansado! Sí ¡Cansado! Cansado sobre todo de estar siem-
pre conmigo, de hallarme cada día cuando termina el sueño, allí don-
de me encuentre con las mismas narices y con las mismas piernas…
(Largo silencio). Eso fue un poema. Lo escribió un hombre que debe
haber sufrido la prisión. ¡Eh! Qué te parece. En otros versos dice que
le gustaría acariciar el suelo con un vientre de oruga.
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C: ¿Por qué?
M: Estaba loco.
C: Pobre.
M: De ninguna manera, cosa inmunda. Ya sabemos del acuerdo
que hay y de la fuerza de imposición. Pero no te lo voy a explicar
por que nunca aceptarías entenderlo. Vamos, caminemos.
C: Hacia dónde.
M: A recuperarlo, es la única manera en la que podremos salir.
C: A recuperar el qué.
M: La sensación. Lo que nos hacía sentir dignos de avanzar. ¿Sabés
lo que significa esa palabra?
C: (Lo mira y responde con silencio).
C: No hay salida. Y aunque la hubiese no te dejarían salir.
M: Si alguien me lo intenta impedir, lo mato.
C: No se puede. No se debe.
M: Sí se puede, imbécil. Lo sabés. Si que se puede.
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1984
Una breve historia
(Cinco conejos. En el laberinto)
Los conejos están reunidos en círculo, sentados y muy atentos
al relato que hará uno de ellos.
Conejo:
Hace mucho tiempo un grupo de personas se instaló a vivir
en un basurero. Entonces se les unió un sacerdote y comenza-
ron a construir sus casas.
De a poco edificaron un barrio que avanzó y se fue hacien-
do cada vez más grande. Y donde se instalaron también todo tipo
de vicios y criminalidades. El mismo año en que murió el sacerdo-
te, que tanto había ayudado con su trabajo y con su esperanza,
nació un niño que traería muerte y venganza a toda la ciudad.
Creció en ese mismo barrio pero a los cortos años se lan-
zó con dos pistolas y un collar de granadas y todo lo asediaba y a
todos asustaba, se disfrazaba de mujer y era un niño muy frío
para asesinar.
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Ha venido esta noche… ¡Nos ha venido a visitar!
(Gritos)
(Salen todos los conejos espantados en distintas direcciones).
62
El espacio
(Caracol. Morocha. Laberinto).
M: ¿Qué es este lugar?
C: ¿Qué lugar?
M: No me hagas enojar, caracol. Qué lugar va a ser, este lugar.
Este laberinto.
C: Es el lugar en donde estamos. (Lo dice sinceramente, con inocen-
cia y seguro)
M: Caracol tiene candor, pero el tonto no sabe donde vive. ¿Al
menos sabés hace cuánto que estás acá?
C: ¿Cómo hace cuánto que estoy?
M: ¿Sabés, al menos, si esto es la muerte? ¡Baba!
C: No, la muerte no es porque yo estoy vivo. Eso sí lo sé, la muer-
te es otro lugar. No está aquí, de eso estoy seguro.
M: Lo que pasa es que a mí me han matado y si esto no es la
muerte, entonces ¿qué lugar es?
C: La muerte no es. Tal vez estés muerto si te han matado en
otro lugar. Aquí estás vivo. Este es el lugar en donde estamos. El
lugar de todos nosotros.
M: Y por qué estás tan seguro al afirmar algo que no tiene sentido.
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C: Para mí tiene sentido. Y no sé por qué lo sé, pero sé que es
cierto.
M: Nunca te has preguntado de dónde has salido. Si tenés pa-
dres… has sido pequeño o siempre has estado grande y estúpido
como ahora.
C:……, si te digo la verdad me parece que te vas a enojar.
M: Por favor, voy a tratar de no enojarme.
C: La verdad es que no sé por qué me decís caracol, no tengo la
más mínima idea de lo que es un caracol. Sólo conozco la hume-
dad de este laberinto, tampoco sé por qué me tratas tan mal. Se
que no estoy muerto porque siento que existo, y que soy parte
de algo que es enorme y múltiple. (Morocha se ha quedado asom-
brado, tieso). (Breve silencio).
M: De verdad no sabés que es un caracol.
C: De verdad.
M: Sos muy raro.
C: Vos también. Escuché lo que te dijo el conejo, sobre si sos un
hombre o una mujer.
M: Soy un hombre que se viste de mujer para poder escapar. Soy
en verdad una mujer que me libera. Un hombre mujer en perfecta
armonía que se escapa de todos. (Largo silencio)
C: ¿Qué es un caracol?
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Los conejos de la caridad
(Tres conejos. Morocha. Caracol. Laberinto).
Los conejos de la caridad se acercan a Morocha y Caracol y
les preguntan si necesitan algo. Morocha les contesta que necesitan
un crimen. Caracol opina que necesitan otra cosa.
Los conejos de la caridad avanzan en un carro. Un conejo mueve el
carro con una soga. Dentro del carro, otros dos conejos viajan vesti-
dos de obispo.
Uno de los conejos: Venimos a ver qué está pasando. ¡ah! Ver si
necesitan algo. ¡eh! Nosotros podemos escucharlos ¡y! ayudarlos
en todo lo que necesiten ¡oh! aconsejarlos en lo que podamos
¡uh! Acompañarlos en su dolor.
Otro conejo: ¡Calla, conejo! Escuchemos el silencio del hombre
y el insecto. Fíjate si no vibran acaso estas paredes y luego dime
si no oyes el grito de este sordo testigo de la desventura. Por sus
ojos, me atrevería a decir que el dolor se anida desde los prime-
ros meses. Y si hay algo que no haya sido odio en su alimento, ha
sido indiferencia, y, a mi entender, queridos colegas, no hay nada
65
que hacer se pueda en estos casos.
Retirémonos recordando la fábula del conejo que descon-
geló la serpiente. Salvemos nuestras almas.
El conejo que queda: El conejo que es presa resiste sigiloso
debajo del arbusto, soportando la lluvia. No intenta huir sino has-
ta que se sabe al alcance de la muerte. Recién entonces intenta
escapar realmente de algo. (Al otro conejo) Te desconozco, cone-
jo, escapándote de la miseria.
El otro conejo: Piérdense las riquezas guardadas para el mal de
su dueño. Piérdense esas riquezas en un mal negocio. Y a los
hijos que ha engendrado no les queda nada en las manos.
El conejo que queda: El zorro condena a la trampa, no a sí mis-
mo. El sabio y el necio tienen el mismo final. Quien desea y no
actúa, engendra la plaga. Pronto todo caerá y lo demás habrá sido
alimentarse de viento.
Uno de los conejos: (Al conejo que queda) Recibe, entonces, de
mi devoción, esta daga y muéstrame la sangre del profeta. Que si
de hecho la vemos, beberemos de ella y no seguiremos otra ley
que la de su ritmo engendre. Así se extenderá tu acto, hacia quie-
nes nos atrevamos a beber.
66
El conejo que queda: (Acepta la daga) Bien dices, conejo que
tiras de la cuerda. El humo es importante. Los árboles también
son importantes. Por eso existen los árboles y el humo…
(El conejo que queda extiende la daga al Morocha que sacrifi-
ca al conejo que tira de la cuerda. Los otros dos conejos se retiran de
escena lentamente. Caracol llora angustiado sobre el cadáver. El
Morocha bebe litúrgicamente la sangre del conejo).
67
¡Uh!
Caracol está ubicado en el proscenio. Una luz cenital lo sigue
en sus lentos movimientos. El espacio está oscuro y no deben verse
referencias físicas del laberinto.
Caracol
(Al público)
Yo soy el caracol o la espiral
Yo soy el caracol o la espiral
Que está dentro
De tu cocotera
Estoy en la terraza
De tu cabeza
—de tu cabeza arrasa—
Estoy como una plaza
En un pueblo pequeño
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—desierta—
Pero nunca muerta
—desierta—
(en una soledad abandonada)
Desierta y ofendida
Hasta la tristeza.
Por haber sido
Tan ingratos
Conmigo.
Una plaza abandonada
En un pueblo pequeño.
(Luces sepias comienzan a iluminar las paredes del laberinto)
—desierta—
Pero
Nunca
Muerta!…
69
Diálogo sobre la palabra
(Caracol, Morocha. Laberinto).
M: Una palabra es un sonido, es un sonido y una idea. Una pala-
bra es un sonido y una idea y una forma. Una palabra es una for-
ma, la forma de la palabra y esa forma tiene como cualidades el
sonido y la idea. ¿Qué te parece, caracol?
C: Puede ser.
M: ¡Perfecto! Puede ser. Puede ser tiene forma de puede ser. Cuan-
do digo puede ser, el sonido de esa palabra es. Por el contrario su
idea no está completa, es una posibilidad. La posibilidad de ser.
De alguna manera puede ser no es. De esa palabra, de esa frase,
elijo la forma. Por que ni sonido ni idea tienen valor para mí. Quizá
tal vez ni forma.
C: No entiendo.
M: Es así… cada uno elige cualidades distintas de las mismas pala-
bras… Es complejo, caracol, tal vez no lo comprendamos nunca.
70
C: Puede ser va chiquita deforme sin aliento.
Puede ser va sedienta con hambre puede ser que tenga frío.
Puede ser acalorada se afloja la corbata. Con el puño de la camisa
seca su frente.
Está insomne, puede ser que algo la atormente.
Puede ser su misma imposibilidad.
Puede ser ella.
M: Eso fue hermoso, caracol.
C: Gracias.
71
El discurso de la caridad
(Un conejo y Morocha).
El Morocha se encuentra por algún lugar de este laberinto
frente a un púlpito y se queda observando a una distancia pruden-
cial. Se sienta sobre un cubo que está cerca de él. Aparece El cone-
jo asesinado y despliega unos papeles sobre la mesa del púlpito.
El conejo asesinado: Espero no haberlo hecho esperar dema-
siado. Hummm... Uckm. Uokckk. Humm… (Acomoda su voz y bebe
de una botella pequeña que saca de su chaqueta. La guarda). Es
verdaderamente una pena que usted se haya comportado como
lo ha hecho. Todos nosotros estamos muy alarmados y es por
eso que ha venido hasta aquí. Es usted uno de los casos más
extremos y es conveniente para todos nosotros que analicemos
casos como el de usted… ¡Extremos!
Una vez que se ha llegado a un extremo es difícil ir más allá de
ese extremo, sin embargo, usted ha ido más allá. Lo digo por su
temita de vestirse de mujer. (Se agarra las orejas, hunde su hocico
en el pecho. Llora. Se tranquiliza). En fin… lo que nos queda es
regresar a un lugar medio, replegarnos hacia el centro, apagar el
72
exceso y recuperar un poco la cordura, calmarnos. (Saca la botella,
acomoda su voz, bebe). He sido asesinado por usted. En verdad he
sido entregado por mis compañeros conejos ¡y usted me ha ase-
sinado! (El conejo lo mira directamente a los ojos). (Largo silencio).
El Morocha no puede levantarse del cubo ni hablar, como den-
tro de los efectos de una pesadilla. La voz del Conejo Asesinado se
distorsiona un poco.
C.A: ¡Usted me ha asesinado y déjeme decirle que no es la prime-
ra vez que me mata! Lo ha hecho antes de distintas maneras. Por
supuesto que a tiros y por supuesto que a cuchillazos, chuzazos,
puntazos o como más le guste!
Y yo me pregunto, señor (Bebe un trago corto) ¿Cómo vamos a
poder ayudarlo si usted nos está matando permanentemente? ¡¿Se
puede ayudar a quien permanentemente nos mata?! (Se escuchan
las campanas de una iglesia. El Conejo se tranquiliza, vuelve en
si).Claro, hermanos, que se puede. El amor es más fuerte y esta-
mos reunidos en el amor. El perdón libera de su mal al oprimido,
convirtiéndolo en un dócil testigo de la gracia… (Se escuchan dis-
paros)… ¡pero si reincide en su criminal obsesión!… (Se escuchan
las campanas)… no nos queda otra cosa que dar más amor y más
perdón al oprimido, para que… (Se escuchan disparos)… de una
vez por todas se deje penetrar por la… (Sonido de un tren que
pasa a gran velocidad).
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Una Carta
El Morocha, solo. Laberinto.
Entre las alta paredes del laberinto, El Morocha escribe y lee
en voz alta una carta a su novia. Se refiere a las circunstancias en la
que fue tomado prisionero, luego de recibir un disparo en la mano,
mientras tenía a su novia de rehén.
Morocha: - ¡Hola, Locura de mi vida!
Camina sin sentido por el laberinto
Locura de mi vida loca…
Se asegura estar solo. Recorre el lugar buscando a Caracol o
algunos de los conejos.
..Nunca dudaste de que no te podía lastimar…
Supiste que no te iba a hacer daño,
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Y mi amor fue tan grande
Que se ha dejado ver
Hasta con los policías
(Observa a su alrededor)
Que me dispararon
en esta mano
con la que te toco…
Y mi amor fue tan grande
Que lo han podido ver…
¡Y en esto me agarraron!
Se arrodilla y extiende la cabeza y los brazos hacia arriba
Se observa las manos
Pero me escapé disfrazado de MUJER
Me escapé de sus rejas como una MUJER
Recuperé Mi libertad vestido de MUJER
¡Y NINGUNO ME PUDO VER!
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Llorens
Vemos el laberinto desierto. Detrás de las altas paredes se es-
cuchan las siguientes voces:
Voces1
—Los conejos hacen el show
Cantan y bailan como un coro
Voces2
—Primero la casa de los hombres
Después la casa de Dios
Voces1
—Los conejos hacen el show
Cantan y bailan como un coro
Voces 2
—La casa de Dios tan lejos
De la casa de los hombres
Voces1
76
—Los conejos hacen el show
Cantan y bailan como un coro
Voces2
—Y los hombres sin casas dentro
De la casa de Dios, —¡sin casas!—
Voces1
—Los conejos hacen el show
Cantan y bailan como un coro.
Voces2
—Primero la casa de los hombres
Después la caza de los hombres.
Silencio. En un amanecer de luces sepias se encienden las pa-
redes del laberinto.
77
Sus oraciones
(El Morocha, Caracol, un Conejo. Laberinto)
El Morocha se viste de mujer trepado sobre un cubo. Cara-
col lo observa asomado a medias tras los muros del laberinto. Atra-
viesa la escena un conejo con tutú y zapatillas de baile, haciendo
movimientos clásicos y contemporáneos.
Conejo:
Canta
Hojas de parra en el sexo de las esculturas
Un aporte de la vitivinicultura a la moral
Bebamos para que la virtud apague la orgía
Hojas de parra en los genitales desnudos…
El Morocha se viste lentamente sobre el cubo. Sus movimien-
tos son flotantes. El Conejo se desplaza de un lado a otro cantando y
bailando. Caracol observa asombrado detrás de los muros.
78
El Morocha:
—Que mis enemigos no tengan ojos para verme
Ni orejas para escucharme
Que no tengan boca para hablar
Ni manos para agarrarme…
Caracol tiembla desesperado y comienza a segregar gran can-
tidad de viscosidades. Al Conejo se le dificulta su danza.
El Morocha:
—Que mis enemigos no tengan ojos para verme
Ni orejas para escucharme
Que no tengan boca para hablar
Ni manos para agarrarme…
Caracol continúa segregando gran cantidad de viscosidades
que han comenzado a quemar como un ácido el cuerpo del Conejo
que se retuerce de dolor en el piso. El Morocha ha terminado de
vestirse de mujer y saluda a Caracol.
79
Buscado
Caracol, dos Conejos. Laberinto.
C: La verdad es que hace tiempo que no lo veo.
Cnj: No des más vueltas, caracol.
C: Es en serio, yo no puedo haberlo escondido en ningún lugar.
Estaba buscando una salida.
Cnj: No des más vueltas, caracol, hablá.
C: Es en serio; estaba buscando una salida. Se quería ir. Le dije
que de aquí no se podía ir, pero él insistía.
Cnj: ¿Se quería ir?
C: Sí, le dije que este es el lugar en donde estamos. El lugar de
todos nosotros, pero no sé si no me escuchaba o no me enten-
día o no me quería entender.
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Cnj: ¿Y dónde es que se ha ido?
C: Ni idea, le dije que de aquí no se podría ir. Que para salir de
aquí, lo tenían que sacar.
Cnj: ¿Se habrá ido?
C: ¿De dónde? ¿Del lugar en donde estamos?
Cnj: ¿…………..?
C: No se puede ir. Lo tienen que sacar. Este es el lugar en donde
estamos todos nosotros.
81
¿El hombre es el mal?
UNA DE LAS ELABORACIONES QUE PUEDE LLEGAR ATENER
LA IDEA DE ESTE DRAMA, ES UN DESARROLLO DE LA ESCENA DE
ADÁN ABANDONANDO A EVA EN SU DESOBEDIENCIA.
LA RECONSTRUCCIÓN DE ESTA ESCENA EXIGE LA SOLEDAD
DE ADÁN EN EL PARAÍSO Y LA DESCRIPCIÓN DEL EXILIO DE EVA
EMBARAZADA. EL NACIMIENTO DE UN HIJO Y DE UNA HIJA. LA CRIA
HASTA LA ADOLESCENCIA Y EL INCESTO DE EVA Y SU HIJO. Y
LUEGO, TAMBIÉN, EL INCESTO ENTRE HERMANOS. LA PROGENIE DE
LOS HIJOS DE EVA Y UNA TRADICIÓN DE RENCOR ACUMULADA
HACIA EL PADRE ADÁN. LA ORGANIZACIÓN Y BÚSQUEDA DEL PA-
RAÍSO DE LOS HIJOS DE EVA. HALLAZGO DEL PARAÍSO, PENETRA-
CIÓN Y ENFRENTAMIENTO CON ADÁN.
DISCUSIÓN SOBRE EL ORIGEN DE LOS HIJOS DE EVA. DESCO-
NOCIMIENTO DE ADÁN SOBRE ESTOS. HIPÓTESIS SOBRE LA SOSPE-
CHA DE QUE LA HAYA ENGENDRADO UN DEMONIO. DISCUSIÓN,
LUCHA, FINAL CATASTRÓFICO.
Caracol, Morocha, Los Conejos. Laberinto
Mo: Eva ya le ha pegado un buen mordisco a la manzana (el fruto
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prohibido) y le dice a Adán lo rica que está y las virtudes que les trae.
Carl: Pero lo distinto en esta historia es que el padre Adán no se
come la manzana. Se mantiene firme y no desobedece.
Mo: Cuestión que crujen los cielos y la tierra y solamente es ex-
pulsada Eva del paraíso. Adán se queda dentro de la gloria de Dios,
bastante solo y triste, elevando plegarias y canciones, alimentán-
dose de frutos y hablando con los animales; detenido en el tiem-
po, sin ninguna noción de las cosas que comienzan a ocurrirle a
su ex mujer.
Carl: Eva camina por una tierra estéril sin saber hacia dónde se diri-
ge, alejándose de los confines vegetales donde había vivido tanto
tiempo con su compañero, tirándose los pelos y llorando como una
desgraciada entre la arena y el desierto de parajes hostiles.
Mo: Una vez cansada de tantos traqueteos, se echa a dormir y
despierta dándose cuenta de que está…
Cnjs: ¡Pero que muy PREÑADA!
Mo: Y al cabo de los meses echa a luz todas sus crías; alrededor
de dos parejas de hembritas y varones.
Carl: Así es que, con el tiempo y mucho incesto, se viene toda la
progenie de sus hijos: que los Jeremías y los Zacarías, los Oseas
y los Sofonías y toda la cuestión de tribus y patriarcas.
Cnj: Con el tiempo, al cabo de unos miles de años, surge una
fracción nacida en el rencor acumulado hacia el padre Adán.
Cnj: Eran trece hombres que envejecieron buscando el paraíso
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con el fin de vengar a la madre.
Cnj: Tanto lo buscaron que al final lo encontraron y se enfrenta-
ron con el padre ancestral.
Cnj: Así fue cómo este grupo de ancianos le contó toda la histo-
ria a su antiguo padre que, sorprendido de lo que escuchaba, no
podía creer lo que esos seres le estaban contando.
Cnj: Aceptó haber estado cobarde con lo de Eva y la manzana.
Pero estuvo muy claro y decidido con la cuestión del embarazo.
Afirmó y juró que era imposible que el la hubiese fecundado.
Cnj: Y tanto insistieron, unos que sí y el otro que no, que se
fueron a las manos.
Cnj: Hicieron falta como diez de esos viejos vengativos y renco-
rosos para matar al ancestral Adán.
Cnj: Los tres que quedaron con vida salieron de los confines
vegetales, haciendo el mismo camino que había hecho su lejana
madre. Venían cansados y desilusionados sin tener nada en claro.
Cnj: De pronto, se cruzaron con una serpiente.
Cnj: Que se les presentó como el mismísimo Satanás. Y les con-
tó que fue un demonio quien, aquella noche, dejó preñada a Eva.
Cnj: Los tres salieron corriendo del espanto. Dos se fueron en el
suicidio por un acantilado. Y el tercero se hizo un eremita que se
alimentaba de gusanos.
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Pasa loco mundo
El Morocha, Caracol. Laberinto.
C: Entonces qué cosas había. Cómo era todo eso allá. Mucho más
colores me dijiste. Pero cómo es eso.
M: Y, cuando vo nacé, nacé como en una familia, me entendé, que
é como mucha personas que han vivido junta en una casa. Y ahí
viene todo lo que ello son de vo, que son lo pariente. Cazá…
(Morocha está en cuclillas en una esquina del laberinto).
C: Mmmmh, más o menos. ¿Personas como vos? ¿Machos y hem-
bras?
M: Sí, macho hembra y la gilaá que a lo pibe le pinta cuando se
ponen hasta la japi. En la casa chica etán todo apretao y lo huachi
se tocan y lo viejo culeaos se aprovechan. Tené que recatate
solo y pirar…, entonce ahí ve la calle… y ahí hay de todo, babi.
C: ¿Y qué cosas te gustaban?
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M: Y tené la piba, la birra, los riflazos, la goma y el engome ¡man-
so!... las tillas, babi loco, que son un caño… la tele con lo dibu con
las peli… las novelas… bocha de gilaá…
C: ¿Pero a vos te gustaban otras cosas también?
M: Me gustaba ver la cara de lo giles cuando le puse la postura,
todo eso gile rata culiá pensaron que me la habían mandado a
guardá… lo puto, pero se la tuvieron que comer.
C: ¿Quiénes giles?
M: Los gile que cuando mataron al papito se mandaron cualquie-
ra… pero no esperaban que nosotro, lo huachi, se pararan de
mano… y tuvimo que salir a poner caño a lo tonto… pero se la
dimo vieja… a todo eso chupapija que se comian el abuso…
C: ……………………………….
M: No pasa nada con toda esa gilaá, ahora que pienso, extraño
mucho el agua, loco… así como el agua se ve amontonada en una
pileta… como se mueve el agua… que la verdad que me hubiese
gustado ver el mar. Ese del agua verde como se ve en la tele…
Uhh… con mansa mina… (EL Morocha deja de actuar de manera
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tumbera. Se incorpora y recobra la actitud que ha llevado en las otras
escenas).
M: ¡Listo!
C: Si hubiese hablado más rápido no te hubiese entendido nada.
O te hubiese entendido menos porque, la verdad, mucho no he
entendido.
M: Bueno, no importa, mejor. Vamos…
C: ¿A dónde?
M: Caminemos. Quizás todavía podamos encontrar un lugar por
donde salir.
C: Es que ya te he dicho que de aquí nadie puede salir. A lo sumo
te pueden sacar.
M: ¿Qué lugar es este?
C: Es el lugar en donde estamos. El lugar de todos nosotros.
M: Otra vez con esa misma historia que al final no dice nada…
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C: De todas maneras, hay lugares por los que todavía no hemos
pasado.
M: Te referís a lugares en este lugar… o…
C: Sí, sí, a lugares en este lugar... Estoy seguro de que todavía no
pasamos.
M. Vamos.
C: Vamos.
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El anillo
Conejos. Laberinto.
Cnj1: Si no le hubieras dado el anillo, ahora no tendrías por qué
sentirte bajo los efectos de algún extraño maleficio.
Cnj2: Es algo que en algún momento se tiene que hacer, no es
que lo hice por que sea así y nada más. En algún momento co-
mienza a crecer como la necesidad. Entonces es como un sello
mágico, pero claro que puede resultar muy mal.
Cnj3: ¡Es estúpido! Nadie me ha dicho nunca que haya resultado
una cosa semejante.
Los conejos arreglan sus ropas y se peinan y acicalan entre
ellos.
Cnj2: No deberías estar bajo los efectos de ningún maleficio, si
no le hubieses dado el anillo.
Cnj3: Es algo que tuvo que hacer. En algún momento esas cosas
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se tienen que hacer. Es como un acto mágico pero puede resul-
tar muy mal.
Cnj2: Fui un estúpido. Jamás me he enterado que haya resultado
una cosa así.
Cnj1: En algún momento ha comenzado a crecer la necesidad,
eso no se puede detener.
Cnj3: Entonces viene como un sello y se tiene que hacer.
Cnj2: Es estúpido; ahora no tendrías que sentirte bajo los efec-
tos de algo extraño.
Cnj1: Los maleficios se comienzan a sentir en algún momento…
Cnj3: No es que lo hubieras hecho porque es algo así y nada más.
No.
Cnj1: Sigamos arreglando nuestras ropas y cepillemos nuestras
pieles, qué más podemos hacer.
Cnj3: No es que lo hubiese hecho porque sí, los efectos comien-
zan a sentirse.
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Cnj2: Hacen más placenteras nuestras cepilladas.
Cnj1: Suaves sobre nuestras pieles…
Cnj3: De conejos… conejos…
91
Final
Tres conejos obispos se acercan a El Morocha,
dos lo toman de sus brazos. Están en el laberinto y
Caracol no está en la escena. Lo obligan a arrodillarse.
Se burlan de él y lo castigan con pequeños látigos.
Uno de los obispos le lava los pies, las piernas y los brazos.
Dejan su pecho sin ropas y le tiran la cabeza hacia atrás.
Con la misma daga que se había utilizado
en una escena anterior,
Otro de los obispos abre en su abdomen una herida de muerte.
Los conejos con las paredes del laberinto fabrican la
churrasquera,
Donde había quedado tendido Matías Cerón en la introducción.
Una vez que han terminado de ubicar el cuerpo debajo de
La churrasquera, abandonan la escena.
ÍNDICE
Páginas
CONCHUDO,
el paraguas y el bastón
Primer premio
dramaturgia
María Belén Cherubini............................................................................................5
El Morocha
Mención
dramaturgia
Pablo Arabena........................................................................................................45
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