el tesoro vegetal de la fragata mercedes y las expediciones
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El tesoro vegetal de la fragata Mercedes y las expediciones científicas españolas ilustradasMiguel Ángel Puig-Samper Instituto de Historia-CCHS, CSIC
El número de expediciones científicas en el siglo xviii es inmenso y de diversa índole, desde exploraciones
marítimas e hidrográficas, con aportaciones cartográficas de alta calidad, pasando por expediciones
astronómicas y geodésicas, hasta reconocimientos naturalistas que dieron a conocer a la ciencia europea
nuevas especies vegetales y animales en el momento del nacimiento de la historia natural moderna. Una de
las principales empresas del reformismo ilustrado en España fueron las expediciones científicas, en las que la
Marina tuvo un papel protagonista al convertirse los buques en «laboratorios flotantes», donde se ensayaron
los nuevos métodos de medición astronómica con instrumentos que ayudaron a mejorar la cartografía
existente. La convicción de que los mares estaban llamados a convertirse en los definitivos «teatros» del
enfrentamiento entre las potencias europeas, cada día más ambiciosas por controlar las rutas marítimas y
comerciales, obligó a proteger las áreas neurálgicas del ultramar español: el Caribe, el noroeste del continente
americano y el cono sur, con una atención preferencial a los estrechos que daban paso a estas zonas
estratégicas del imperio español1.
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Las expediciones de límites con Portugal
Aunque, en gran medida, muchas de las expediciones españolas tuvieron entre sus objetivos la contención de la expansión te rritorial de otras potencias y la delimita ción de los diferentes espacios imperiales, como acabamos de ver, se conocen como expediciones de límites aquellas destinadas a la fijación de fronte ras entre los dominios españoles y portu gueses en América. A mediados del siglo xviii, la tensión provocada por el choque entre españoles y portugueses estaba a punto de provocar un serio conflicto en el área sudamericana. La política exterior de Fernando VI, encabezada por su ministro Carvajal, intentó resolver el problema con la firma, en 1750, del Tratado de Madrid, por el que se reconocían, aunque de forma imprecisa, las posesiones españolas y por tuguesas en la América meridional. La comisión encargada de fijar los lími tes para resolver este conflicto fronterizo entre las dos potencias ibéricas estuvo dirigida por el comisa rio peruano Gaspar Munive de Espinosa Tello, marqués de Valdelirios. La expedi-ción, que partió de Cádiz el 16 de noviem bre de 1751, estuvo compuesta por tres secciones o partidas con el fin de delimitar zonas diferentes en la línea de demarca ción.
Los trabajos efectuados por la expedi ción de límites comandada por el marqués de Valdelirios provocaron agrias polémi cas, especialmente por las cesiones de te rritorio y la actuación violenta en las mi siones de los jesuitas, que terminaron cuando, más tarde, quedó invalidada la línea de frontera. Para efectuar los estudios de la línea de demarcación en el norte, se envió la cono cida expedición al Orinoco al mando del capitán de navío José de Iturriaga, hombre de reconocida experiencia en Venezuela por haber sido director de la Compañía Guipuzcoana, comisión en la que estuvo presente el naturalista sueco Pehr Löfling. No hay que olvidar que, aun que la expedición tenía como objetivos esenciales la fijación de límites, la lucha contra el contrabando y la contención de los holandeses, el gobierno español ya mostraba un interés especial por el estudio de la naturaleza de sus territorios, tanto por su interés estraté gico y comercial —quina, canela y cacao — como por el estrictamente científico.
Los frutos científicos de esta expedición fueron multitud de dibujos y descripciones botánicas —que constituyen la Flora Cumanensis, después publicada parcialmente por Linneo junto a descripciones de flora ibérica en el Iter Hispanicum—, así como descripciones zoológicas aún no bien estudiadas, entre las que sobresale una Ichtyologia Orinocensis y una Materia Médica de aquellas regiones, cuyos manuscritos se conservan en el archivo del Real Jardín Botánico de Madrid2.
La subida al trono de Carlos III da un fuerte impulso a algunos de los proyectos científicos del reinado anterior y se desarrollan ambiciosos programas de investigación americanista, que se plasmarán en innumerables expediciones científicas, con objetivos militares, sanitarios, minero-metalúrgicos y de búsqueda de recursos naturales. La cuestión de los límites con Portugal seguía sin resolverse. La siguiente expe dición que envió la Corona española con fines de exploración fue la de la Rosalía, con el marino Juan de Lángara, que efectuó diferentes trabajos geográficos en Trinidad del Sur, Río Grande y Santa Catalina, antes de la firma del Tratado preliminar de límites hispano-portugués de 1777. Según este, la puesta en práctica de una línea de frontera volvía a recaer en manos de comisiones de límites, por lo que de nuevo se iniciaron las tareas carto gráficas con una expedición a la América meridional y otra al norte, conocida como comisión del Marañón, que estuvo dirigida por Francisco Requena, uno de los exploradores más destacados en el conocimiento del río Amazonas3.
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La expedición a la América meridional (1781-1801) estuvo dirigida por el capitán de navío José Varela y Ulloa, con el con curso de los comisarios Diego de Alvear, Félix de Azara y Juan Francisco de Agui rre, que encabezaban diferentes partidas. En el caso de una de las partidas, la incomparecencia de los portugueses para fijar la frontera dio lugar a una de las obras más interesan tes en la historia natural española del siglo xviii, la del aragonés Félix de Azara, considerado precursor de Darwin por su estudios y observaciones de corte evolu cionista. La estan cia de Félix de Azara en América dio lugar a tres obras de gran importancia para la historia natural: Apuntamientos para la Historia Natural de los cuadrúpedos del Paraguay y del Río de la Plata (1802), Apuntamientos para la Historia natural de los páxaros del Paraguay del Río de la Plata (1802) y Viajes por la América Meridional (1809)4.
Las expediciones al noroeste y al estrecho de Magallanes
Las navegaciones de control, reconocimiento y exploración de la costa noroeste americana tuvieron como base la establecida en el puerto de San Blas, punto en el que desde 1768 se estaciona una pequeña flota destinada a la defensa de los intereses españoles en la zona. La primera de estas expediciones fue la comandada por Juan Pérez, en 1774, a bordo de la fragata Santiago, también llamada Nueva Galicia, que consiguió llegar hasta los 55° de latitud y pudo reconocer las costas de San Lorenzo de Nutka, que luego Cook pretendió descubrir. Un año más tarde volvió a enviarse desde San Blas una nueva expedición, compuesta esta vez por la Santiago, la goleta Sonora y el paquebote San Carlos, capitaneados por Bruno de Ezeta, Juan Francisco de la Bodega y Quadra, y Miguel Manrique, que pudo descubrir la rada de Bucareli y alcanzar los 58° de latitud norte en el golfo de Alaska. La tercera de las expediciones enviadas a la costa norte, en 1779, fue la integrada por las fragatas Princesa y Nuestra Señora de los Remedios, al mando de Ignacio Arteaga y Juan Francisco de la Bodega y Quadra. Esta vez, tras avistar el cabo y las montañas de San Elías, lograron alcanzar los 60° de latitud norte en el puerto de Santiago, antes de regresar a San Blas.
La información suministrada por La Pérouse sobre los establecimientos rusos en las proximidades de Nutka volvió a decidir al Gobierno español al envío de nuevas expediciones de control y exploración. Entre estas hay que destacar la enviada desde San Blas, en 1788, al mando de Esteban José Martínez, a bordo de la Princesa, secundado por Gonzalo López de Haro, capitán del paquebote San Carlos, con el objetivo de alcanzar los 61° de latitud norte. Cerca de esta latitud descubrieron la ensenada que llamaron de Flórez y más tarde contactaron con los establecimientos rusos en Onalaska, donde confirmaron las pretensiones de los rusos de establecerse en Nutka. Esta circunstancia aconsejó la organización de un nuevo viaje, al año siguiente, en el que se estableció una base española en dicho paraje. La última expedición de interés, antes de la exploración de Malaspina, se llevó a cabo entre 1790 y 1791 por orden de Bodega y Quadra, que quería reforzar las defensas de Nutka y proclamar la soberanía española en la costa noroeste americana, ante posibles incursiones de otras potencias europeas. Estuvo integrada por la fragata Concepción, al mando de Francisco de Eliza, el paquebote San Carlos, capitaneado por Salvador Fidalgo, y la balandra Princesa Real, a las órdenes de Manuel Quimper5.
La exploración de los ingleses y franceses de la costa patagónica y sus deseos de asentarse en ella y en las islas Malvinas, motivaron el envío, en 1785, de la fragata Santa María de la Cabeza, al mando del capitán de navío Antonio de Córdova. La expedición se preparó con los mejores
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aparatos e instrumentos científicos y
con una tripulación escogida, en la
que se encontraban Dionisio Alcalá-
Galiano, Cosme Damián Churruca y
Ciriaco Cevallos, entre los marinos, y
Luis Sánchez como naturalista. Esta
estancia en el estrecho de Magallanes
dio como resultado la elaboración
de los mejores mapas y cartas de
esta región, a pesar de que los
expedicionarios no habían podido
completar su viaje por las condiciones
climatológicas adversas, circunstancia
que obligó al Gobierno español a
enviar una segunda expedición tres
años más tarde, con Antonio de
Córdova al mando de los paquebotes
de menor calado Santa Casilda y
Santa Eulalia, y con el concurso
de los oficiales Miera, Churruca y
Cevallos, los cuales pudieron terminar
de cartografiar el estrecho hasta su
desembocadura en el Pacífico6.
Las expediciones naturalistas a
los virreinatos
Hubo además otras expediciones
encaminadas al conocimiento de la
naturaleza del Nuevo Mundo, como
luego sucedería también con la de
Alejandro Malaspina, y en ese caso
fueron el Real Gabinete de Historia
Natural y el Real Jardín Botánico de
Madrid los responsables de llevar a
cabo los nuevos planes, como sucedía en Londres y París. Estas expediciones
y viajes se encargaron, por una parte, de elaborar el catálogo de los tres
reinos de la naturaleza para su control posterior y, por otra, de la puesta en
práctica de ciertas medidas reformistas en las colonias, especialmente en lo
que se refería a la sanidad y la enseñanza7.
La Real Expedición Botánica al Perú y Chile
La primera expedición botánica oficial a los virreinatos estuvo mediatizada
por el interés de los franceses por desvelar los secretos de la flora y
la fauna americana y sus posibles aplicaciones, a la vez que obtenían
Cinchona lancifolia Mutis (Rubiaceae)
AnónimoDibujo a la témpera sobre papel540 x 380 mmReal Expedición Botánica del NuevoReino de Granada (1783-1816)Archivo del Real Jardín Botánico,CSIC. Div. iii, 2862© RJB-CSIC
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una valiosa información sobre las posesiones españolas en América8. El Gobierno español
aceptó la propuesta francesa de exploración del virreinato del Perú, con la salvedad de
que la dirección estaría encomendada a los españoles, medida de prudencia adoptada tras
los incidentes ocurridos en la anterior expedición hispano-francesa y con la mira puesta
en obtener las ventajas de la mayor formación de los científicos franceses. Finalmente,
en 1777, fueron nombrados miembros de la expedición los discípulos de Gómez Ortega,
Hipólito Ruiz, primer botánico, José Pavón, segundo botánico, y, por parte francesa, Joseph
Dombey, en calidad de «miembro acompañante». El grupo de naturalistas se completó con
la designación de Joseph Brunete e Isidro Gálvez, alumnos de la Academia de pintura de
San Fernando, en calidad de dibujantes, unos profesionales que ya fueron imprescindibles
en todas las campañas de exploración.
Tras su llegada al puerto peruano del Callao, en abril del año siguiente, la mayor parte
de la elite científica local colaboró con las tareas de los expedicionarios. Cabe destacar
la ayuda recibida del médico aragonés Cosme Bueno, colaborador de Joseph de Jussieu
en Lima e introductor de las teorías de Newton, así como de José Hipólito Unanue, editor
del Mercurio Peruano, y del padre Francisco González Laguna, «promotor de las artes y
las ciencias útiles», que se encargó especialmente del cuidado del huerto terapéutico de
los «agonizantes de San Camilo», utilizado para almacenar las plantas vivas destinadas a la
metrópoli por los expedicionarios.
Durante el primer año los botánicos exploraron los alrededores de Lima y las zonas cercanas
del litoral norte, además de la región andina de Tarma, para realizar los primeros envíos de
lo recolectado en abril de 1779. El año siguiente lo dedicaron al estudio de la región de
Huánuco, situada en la vertiente oriental de la cordillera que comunica con la Amazonía, en
la que debían fijar especialmente su atención por la existencia de quinas y de otras plantas
de interés terapéutico y comercial, como la coca. No hay que olvidar que la comercialización
y el monopolio de la explotación de este tipo de productos figuraban entre los objetivos
más claros de estas exploraciones. La rebelión indígena de Tupac Amaru obligó a suspender
las actividades de los botánicos, los cuales decidieron dirigirse a Chile para continuar con
sus estudios y herborizaciones. Tras su llegada a Talcahuano, en enero de 1782, exploraron
Concepción, la cordillera andina —donde estudiaron el «pino de Chile», de gran importancia
económica— y los alrededores de Santiago y Valparaíso, para regresar poco más tarde,
en noviembre del año siguiente, al puerto del Callao. El primer balance de esta empresa
científica apareció publicado en el Mercurio Peruano con estas palabras:
El señor Don Carlos III, aquel Monarca Augusto, cuyo nombre no
puede recordarse sin elogio, destinó en él [el Perú] una expedición
de hombres inteligentes, que observase, descubriese y aprovechase
las producciones que presenta el Reino vegetal en esta parte de
sus dominios. Entonces fue cuando se vieron recorrer con un ojo
especulativo y exacto, no solo las campañas de la parte poblada del
Perú; sino también las nunca registradas montañas de los Andes: aquel
rico tesoro de las preciosidades de la Naturaleza, donde esta madre
benigna y sustentadora de los mortales ha desplegado toda la fuerza
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de su inagotable fecundidad. Parece que en oposición con el Arte ha
querido manifestar en ellas, no necesita el auxilio del débil brazo de
los humanos para ostentar su magnificencia y vigor. Diez años de una
aplicación incansable, y de un estudio profundo llenaron de riquezas á
esta compañía Botánica, que restituida á la Península matriz, las emplea
en la grande obra de la Flora Peruana.
Una vez retirados los responsables iniciales de la expedición, sus discípulos Tafalla y Pulgar,
auxiliados desde 1793 por el botánico Juan Manzanilla, siguieron explorando las regiones
peruanas para responder a las demandas efectuadas desde Madrid y formar una Flora
Peruana. Por otra parte, organizaron varias expediciones, entre 1799 y 1808, por las regiones
de Guayaquil y Quito que dieron lugar a la denominada Flora Huayaquilensis, que Ruiz y
Pavón integraron en su Flora peruviana et Chilensis. Tafalla contribuyó a la creación de la
cátedra de botánica en la Universidad de San Marcos, a la organización de un jardín botánico
en Lima y a la creación de otra cátedra en el Colegio de Cirugía de San Fernando, en Lima.
Parte de los resultados científicos de la expedición fueron publicados y produjeron un fuerte
impacto en la comunidad científica internacional.
Hipólito Ruiz. La cascarilla y la ratania, tesoros vegetales de la fragata Mercedes
Una de las obsesiones del jefe de la Real Expedición Botánica al Perú y Chile, Hipólito Ruiz,
fue sin duda la búsqueda de plantas medicinales para incorporarlas a la farmacopea hispana
y europea. No hay que olvidar que aquel joven nacido en Belorado (Burgos) en 1754, que se
incorporó con 23 años para dirigir esta empresa expedicionaria, sería más tarde farmacéutico
destacado en la Corte de Madrid, donde regentó una botica en la calle de la Encomienda,
esquina a Mesón de Paredes, hasta su muerte en 1816. Además fue un eminente académico
de la Real Academia Médica Matritense, a la que se incorporó en 1794 y en la que pronunció
diferentes discursos en relación a sus descubrimientos en la botánica medicinal y en la
taxonomía vegetal, siguiendo la estela del fundador de la propia Academia, José Hortega,
quien años atrás había disertado Sobre una planta de América llamada Cascarilla o Chacarilla.
La más conocida de las aportaciones de Hipólito Ruiz fue debida a su obra Quinología o Tratado
del árbol de la quina ó Cascarilla, con su descripción y la de otras especies de quinos nuevamente
descubiertas en el Perú, publicada en Madrid en la Oficina de la Viuda e Hijo de Marín en el año
de 1792, y en 1801, junto a José Pavón, el Suplemento a la Quinología. La quina o cascarilla era
conocida por los indígenas americanos desde tiempos inmemoriales como remedio contra las
fiebres, había sido descrita por el expedicionario francés Charles Marie de La Condamine en 1737
y nombrada por el padre de la botánica moderna Carlos Linneo como Cinchona en honor a la
marquesa de Chinchón, pero había multitud de falsificaciones en el mercado europeo y una agria
polémica con otro naturalista español, José Celestino Mutis, sobre la mayor eficacia de las quinas
peruanas frente a las de Nueva Granada, lo que en realidad escondía una fuerte pugna por el
comercio internacional del febrífugo, que sin duda daba importantes beneficios económicos.
Un claro indicador de esta afirmación es que en el Estado de los Caudales, Frutos y Efectos
que bajo de registro conduce la Fragata de Guerra nombrada Mercedes, que se conserva
en el Archivo General de Indias (AGI, Lima, 1440) aparezca en la carga «de cuenta de Su
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Magestad» la cantidad de 1000
libras de Cascarilla en 20 cajones y
«de cuenta de Particulares» otra de
2370 libras de Cascarilla en 16 cajas.
Es curioso además saber cómo el
jefe de escuadra de la Real Armada
al mando del convoy del que
formaba parte la fragata Mercedes,
José Bustamante y Guerra, llevaba
en este buque «un cajón de
cascarilla» con un peso neto de seis
arrobas, para el gasto y consumo de
su casa (AGI, Lima, 1535, N. 6).
Otra de las aportaciones a la
farmacopea de Hipólito Ruiz en
su expedición botánica fue el
reconocimiento, descripción y
preparación del extracto de la
llamada raíz de ratania, sobre la que
publicó en 1796 sus Disertaciones
sobre la raíz de la Ratanhia, de la
Calaguala y de la China, y acerca
de la yerba llamada Canchalagua,
en Madrid, en la Imprenta Real,
derivadas de sus trabajos en la
Real Academia Matritense. Ruiz
y Pavón describieron la ratania
como Krameria triandra y el primero
de los autores en la monografía
citada explicaba cómo era conocida
en la provincia de Huánuco con
este nombre, que significaba
«planta tendida en tierra», mientras
que en Tarma se la conocía
como Mapato y con el de Pumachucu, nombre con el que también
era conocida en otras provincias, en tanto que en Lima la llamaban
raíz para los dientes por el uso que le daban. Hipólito Ruiz la había
encontrado en 1779 en la provincia de Tarma, donde la describió e hizo
dibujar, pero él mismo reconocía que hasta 1784 no había conocido las
virtudes de esta planta y sus usos populares, hasta el punto de que era
vendida por los pulperos de Lima y Huánuco, quienes las compraban
a los indios de Canta y Huarocherí que se dedicaban a recolectar
plantas medicinales.
Krameria triandra Ruiz & Pav. (Krameriaceae)
Isidro Gálvez (dibujante);Pedro Nolasco Gascó (grabador)Grabado calcográfico coloreadoa manoEn: Ruiz, H.: Flora peruviana et Chilensis, t. i: lam. xciii (1798)Biblioteca del Real Jardín Botánico,CSIC. M-RJB F(8) RUI[A24]© RJB-CSIC
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Hipólito Ruiz experimentó con los usos
tradicionales de la ratania y se atrevió a preparar
un extracto tras un proceso de cocción y
evaporación que dio una especie de cristal
teñido de color rojo intenso, parecido según
él a la sangre de drago. Fue inmediatamente
enviado a diferentes médicos, entre otros a
Cosme Bueno, médico y cosmógrafo mayor del
Perú, para comprobar las virtudes astringentes
de este extracto y su grado de estipticidad,
así como su capacidad para detener las
hemorragias, algo que pudo comprobar con
rapidez en Perú y más tarde en España con la
colaboración de otros médicos. Sabemos que la
ratania fue introducida en España en 1788, fecha
en la que el virrey De Croix remitió semillas de
esta planta enviadas por Hipólito Ruiz para su
siembra en el Real Jardín Botánico de Madrid,
institución a la que llegaron en febrero de
17899. Ruiz aseguraba en su discurso que había
comprobado su eficacia para contener los flujos
de sangre menstruales, restañar la sangre en las
heridas recientes, cicatrizar las ulceraciones de
la boca y las encías y para afirmar la dentadura,
para lo que describía diferentes formas de
prepararla. Lo cierto es que el extracto de la
raíz de ratania fue aplicado cada vez más hasta
llegar a ser introducido en la Farmacopea
Hispana de 1817.
El interés del propio Hipólito Ruiz en la comercialización de la ratania
aparece en otro documento de la fragata Mercedes, firmado por el
maestre Vicente Antonio Murrieta en Lima el 13 de marzo de 1804 (AGI,
Lima, 1535, N. 6), donde se certifica que cinco cajones forrados en
cuero y que contenían 502 libras de extracto de ratania se transportaban
de cuenta de Hipólito Ruiz, primer profesor de la Expedición Botánica
del Perú, además de otras 100 libras que se transportaban en un sexto
cajón, también por cuenta de otro particular. Además, en la propia
flotilla comandada por José Bustamante, aparecían en la carga de la
Medea 871 libras de extracto de ratania y 359 libras de cáscara y raíz de
ratania, transbordadas en Montevideo de la fragata Asunción, y en la de
la fragata Santa Clara, 560 libras de raíz de ratania y 531 de extracto de
dicha raíz, lo que da una idea de su importancia comercial.
Retrato de Hipólito Ruiz
AnónimoSiglo xix
Grabado, 163 x 110 mmMuseo de la Farmacia Hispana. Universidad Complutense de Madrid
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Las Reales Expediciones Botánicas de Nueva Granada y Nueva España
La segunda expedición botánica organizada por Carlos III fue la del médico gaditano José
Celestino Mutis al virreinato de Nueva Granada, aunque realmente el monarca lo único que hizo
fue sancionar oficialmente una decisión tomada por el arzobispo-virrey Caballero Góngora en
1783, después de que Mutis hiciera varias solicitudes a la corte española. Mutis había llegado
a Nueva Granada en 1760, en calidad de médico del nuevo virrey Pedro Mexía de la Cerda,
pero con la idea clara de continuar el estudio de la naturaleza americana10. El trabajo de Mutis
fue enorme, ya que tenía que organizar las tareas para la formación de una Flora de Bogotá,
la factoría y el estanco de la quina, aclimatar canelos para competir con el comercio de las
Indias orientales, promover su té de Bogotá, buscar fuentes de azogue, ensayar técnicas de
fundición o de amalgamación para la minería y tomar medidas de prevención sanitaria, además
de participar activamente en la formación de los jóvenes científicos colombianos. Uno de sus
principales ayudantes, Salvador Rizo, dirigió un taller de pintura dedicado a las representaciones
iconográficas de la Flora de Bogotá que contó con la participación de numerosos artistas, entre
los que cabe destacar a Francisco Javier Matis, los hermanos Cortés, Vicente Sánchez, Antonio
Barrionuevo, Antonio Silva, etc. Fue precisamente el trabajo de estos hombres uno de los que
mayores frutos dio a la expedición, ya que la obsesión de Mutis por representar fielmente
las plantas descritas y la utilización de una técnica cromática peculiar —se utilizaron los tintes
extraídos de los propios vegetales— tuvo como resultado una magnífica colección de láminas
que hoy día constituyen un auténtico tesoro dentro de nuestro patrimonio histórico-científico.
La tercera expedición botánica a los virreinatos fue la destinada a Nueva España, en el
actual territorio de México y parte de Estados Unidos, en 1786, bajo la dirección del
médico aragonés Martín de Sessé. La coincidencia de la búsqueda de los manuscritos de
Francisco Hernández, protomédico de Felipe II, por los eruditos Muñoz, Alzate y Bartolache,
con la propuesta de Sessé desde México para inventariar la flora novohispana, buscar sus
aplicaciones terapéuticas y reformar las profesiones sanitarias, aceleró los trámites de la
aprobación de una expedición a estos territorios. La real orden mandaba establecer un jardín
botánico, con su cátedra correspondiente, en México y la formación de una expedición
que debía «formar los dibujos, recoger las producciones naturales e ilustrar y completar los
escritos de Francisco Hernández». Para la consecución de este cometido, se nombró a Martín
de Sessé director del futuro jardín y de la expedición, a Vicente Cervantes, catedrático de
botánica, a Juan del Castillo, botánico de la expedición, a José Longinos Martínez, naturalista
de la misma, y a Jaime Senseve, profesor farmacéutico agregado, un grupo que consiguió la
introducción de la historia natural moderna en México11.
Las primeras actividades expedicionarias tuvieron lugar en octubre de 1787, en las zonas
periféricas de la ciudad de México, donde se hicieron diferentes itinerarios por el valle de
México, los bosques y ríos de San Ángel, el desierto de los Carmelitas y los Remedios. En
una segunda etapa de la expedición se incorporaron dos dibujantes, Vicente de la Cerda y
Atanasio Echevarría, alumnos de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Nueva
España. En la tercera campaña, iniciada el 17 de mayo de 1790, fueron agregados al equipo
de expedicionarios los mexicanos José Mariano Mociño y José Maldonado, los cuales habían
recibido su formación botánica en la cátedra de Vicente Cervantes. Mientras este grupo se
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dirigía hacia Michoacán y Sonora, José Longinos Martínez organizaba el que sería el primer
Gabinete de Historia Natural de México. Durante este tercer viaje se exploraron las zonas
mineras de Querétaro, Guanajuato y Zacatecas, así como las poblaciones intermedias en
el recorrido hacia Guadalajara, ciudad a la que llegaron en junio de 1791 y en donde se
preparó una nueva expedición hacia el norte. Mientras el grueso de los expedicionarios
exploraban el territorio mexicano, se autorizó un viaje de exploración, a cargo de José
Longinos Martínez, que debía recorrer y estudiar las producciones naturales de San Blas de
Nayarit y las dos Californias12. Agotado el tiempo de permanencia en Nueva España, donde
ya se habían hecho los trabajos necesarios para la elaboración de una Flora Mexicana, el
director de la expedición consiguió una prórroga de dos años para explorar las islas de Cuba
y Puerto Rico13, así como gran parte de Centroamérica, misión en la que pudieron elaborar
floras locales y establecer un Gabinete de Historia Natural en Guatemala14.
La conclusión sobre este tipo de expediciones de carácter naturalista es que se obtuvieron
resultados de cierta relevancia en estas expediciones botánicas a los diferentes virreinatos
americanos, aunque su impacto en la comunidad científica internacional fue limitado, al
quedar inéditas muchas de las aportaciones y descubrimientos hechos por los españoles en
esa época. Los científicos regresaron a la Península o enviaron sus resultados en un momento
histórico de hundimiento de la ciencia española, como consecuencia de la invasión francesa,
la caída del movimiento ilustrado del Antiguo Régimen, la subida al trono del absolutista
Fernando VII y el movimiento de independencia americano.
La expedición de Malaspina y Bustamante (1789-1794)
La política ilustrada diseñada por Car los III, Carlos IV y sus ministros para co nocer, reformar
y asegurar las posesiones americanas del imperio español, con el envío de expediciones
científicas, alcanzó su momento de mayor esplendor con la or ganización de la expedición
alrededor del mundo de Alejandro Malaspina, navegante italiano al servicio de la Armada
española, y José Bustamante (1789 -1794)15.
El plan de la expedición, presentado por Malaspina en septiembre de 1788 al mi nistro
Valdés, estaba orientado a la conse cución de objetivos científicos, económi cos y políticos
dirigidos a fijar «los límites del imperio»:
Excmo. Sr.: Desde veinte años a esta parte, las dos naciones, inglesa
y francesa, con una noble emulación, han emprendido estos viajes, en
los cuales la navegación, la geografía y la humanidad misma han hecho
muy rápidos progresos: la historia de la sociedad se ha cimentado
sobre in vestigaciones más generales; se ha enri quecido la Historia
Natural con un número casi infinito de descubrimientos; finalmen te, la
conservación del hombre en diferen tes climas en travesías dilatadas
y entre unas tareas y riesgos casi increíbles, ha sido la requisión más
interesante que ha hecho la navegación. Al cumplimiento de estos
objetos se di rige particularmente el viaje que se propo ne; y esta parte,
que puede llamarse la parte científica, se hará con mucho acierto,
siguiendo las trazas de los Sres. Cook y La Pérouse.
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Los otros dos objetivos se esbozaban muy
ligeramente: el uno era la construcción de cartas
hidrográficas para las regiones más remotas
de la América, así como de derroteros que
pudiesen guiar con acierto la poca ex-
perta navegación mercantil; y la otra, la
in vestigación del estado político de la
Amé rica, así relativamente a España
como a las naciones extranjeras. Se
trataba, por tanto, de investigar de
forma enciclopédica la naturaleza de
los dominios imperiales, tanto desde
el punto de vista histórico-natural, con
estudios di rigidos a todas las ramas
del saber, como histórico-político, para
gobernar en estas posesiones con
«equidad, utilidad y méto dos sencillos
y uniformes». Una vez aprobada la gran
empresa pro yectada por Malaspina,
comenzaron los preparativos con una
minuciosidad y rapi dez extraordinarias.
Se dispusieron para el viaje dos corbetas
de nueva construcción, la Descubierta y la
Atrevida, capitanea das por Alejandro Malaspina
y José Busta mante y Guerra, respectivamente.
Se reali zaron consultas científicas a las Acade mias
de Ciencias de Londres, París y Turín, al Observatorio
de Cádiz y a sabios de la categoría de A. Ulloa, V. Tofiño, C.
Gómez Ortega, J. Banks, F. Lalande o L. Spallanzani, que aportaron
instrucciones para las diferentes ramas del saber, y se adquirió en
Londres y París una numerosa colección de instrumentos y libros
necesarios para una expedición de esta envergadura.
En cuanto al equipo científico de la expedición, hay que destacar
que las tareas de carácter astronómico e hidrográfico recayeron en
un grupo de oficiales de la Real Armada que en su mayoría ya tenían
experiencia en estas lides por haber sido colaboradores del brigadier
Vicente Tofiño en la elaboración del Atlas Marítimo de España: Dionisio
Alcalá-Galiano, Cayeta no Valdés, José Espinosa y Tello, Felipe Bauzá,
etc. La selección del equipo de naturalistas fue algo más complicada.
Se nombró encargado de los trabajos botáni cos y de historia natural a
Antonio de Pi neda y Ramírez, militar que había comple tado sus estudios
científicos en el Real Jardín Botánico y en el Real Gabinete de Historia
Natural de Madrid. Como botáni co de la expedición se nombró a Luis
José de Bustamante y Guerra
Anónimo Siglo xix
Óleo sobre lienzoMuseo Naval. MadridCat. A-1475
400
Née, botánico de la Botica Real, y como tercer miembro del grupo se designó al naturalis ta
bohemio Tadeo Haenke, quien, incorpo rado en el último momento, tuvo que al canzar a la
expedición en Valparaíso16.
Los trabajos artísticos fueron realizados por un grupo de pintores, que se fue reno vando a
lo largo de la expedición, forma do por José Guío, José del Pozo, José Car dero, Tomás de
Suria, Juan Francisco Ra venet, Fernando Brambila, Francisco Pul gar, Francisco Lindo y José
Gutiérrez. Su labor queda reflejada en una importante colección de más de 800 dibujos, en
la que podemos observar desde el aspecto y las costumbres de los pueblos visitados hasta el
análisis detallado de los animales y plantas recolectados o vistos durante el viaje17.
El 30 de julio de 1789 zarparon las cor betas Descubierta y Atrevida desde el puerto de
Cádiz con rumbo a la ciudad de Montevideo. La estancia en esta ciudad se utilizó para
explorar el territorio del virreinato del Río de la Plata, visitar Buenos Aires y examinar el
estado de la colonia de Sacramento. Tras el reconocimiento en profundidad de la costa
patagónica, donde pudieron ob servar a los supuestos «gigantes» del co modoro Byron, la
expedición se dirigió a las Malvinas, que seguían siendo conside radas punto estratégico
en el paso del Atlántico al Pacífico y lugar idóneo para el aprovisionamiento de los buques.
Desde Puerto Egmont las corbetas siguieron un itinerario que las condujo hasta Chiloé,
a través del cabo de Hornos, haciendo conti nuos reconocimientos costeros que se con-
trastaban con los ofrecidos por otros nave gantes como Cook, Byron, etc., de los que, por
cierto, tomaron las sabias medi das higiénicas y sanitarias (ventilación, dieta antiescorbútica,
limpieza, etc.) nece sarias para que el número de bajas en la travesía fuera mínimo.
En Chiloé los expediciona rios realizaron sus tres objetivos: se explo ró y cartografió el
territorio, se llevaron a cabo numerosas recolecciones botánicas y zoológicas y, por último,
se contactó con los indígenas huiliches, de los que se reco gió una interesante información
etnológica con evidentes proyecciones políticas.
En febrero de 1790, las corbetas se diri gieron al puerto de Talcahuano, desde el que se
proyectó la exploración de los para jes recorridos por la expedición francesa de La Pérouse
unos años antes. Malaspi na decidió que la Atrevida bordease la costa hasta Valparaíso, en
tanto que la Descubierta se dirigía a la isla de Juan Fernández, desde donde debía regresar a
Valparaíso. La siguiente escala fue el puerto de la Herradura, situado en las cercanías de Co-
quimbo, donde se efectuaron detenidos análisis sobre el estado de sus minas de oro, plata,
cobre, y, especialmente, de las reservas de azogue descubiertas en la zona de Punitaqui. Una
vez hechas las ob servaciones astronómicas, geodésicas y concluidas las recolecciones de los
natura listas, las corbetas se dirigieron, por dife rentes itinerarios, al puerto peruano del Callao,
donde se reunieron a finales de mayo de 1790.
Las adversas condiciones climatológicas obligaron, como ya estaba previsto, a una estancia
más dilatada en Lima, donde se aprovecharía el tiempo para la reparación de los buques y su
aprovisionamiento, la ordenación de todo el material científico acumulado y la exploración
de los vastos territorios del virreinato, que Malaspina consideraba imprescindibles para el
mante nimiento del poder imperial en América. En el mes de septiembre, Malaspina envió
un nuevo plan de operaciones a la corte en el que señalaba la ruta a seguir, que en el plano
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inmediato indicaba cómo continuaría hasta Guayaquil, en donde harían una escala algo
mayor de lo que exigi rían las solas tareas hidrográficas, para dar ocasión a los naturalis-
tas de colectar en un suelo tan rico; luego atravesa rían las Galápagos, abandonando el
reconocimiento de las islas del Gallego, más occi dentales que las Galápagos en la carta del
capitán Cook... Volverían después hacia la Gorgona, la ensenada de Nicoya y el Re alejo; y,
con los vientos ya a la sazón favo rables, hasta Acapulco.
Este plan, que también contemplaba la salida en febrero de 1791 hacia el puerto de San
Blas, pudo cumplirse con cierta exactitud excepto, precisamente, en lo refe rente al encuentro
de las dos corbetas en Acapulco, ya que las condiciones desfavo rables de navegación
hicieron que, mien tras que la Atrevida llegaba al punto de reunión en la fecha prevista, la
Descubier ta se retrasara un mes. Cuando la Descubierta llegó a Acapul co se encontró con
que José Bustamante, ante la tardanza de Malaspina, había parti do hacia San Blas con objeto
de organizar una expedición en busca del imaginario paso de Ferrer Maldonado entre el
Pacífi co y el Atlántico. El comandante de la ex pedición, que había previsto abandonar las
exploraciones en el norte por el retraso su frido, ordenó la vuelta de la Atrevida a Acapulco,
justo en el momento en que la existencia del estrecho en la costa noroeste de América
era confirmado –falsamente— en la Academia de Ciencias de París, por lo que se vio en la
obligación de iniciar su búsqueda.
Decidida la exploración de la costa no roeste, que debía alcanzar el paralelo 60, las
corbetas se dirigieron al puerto de Mulgrave, en cuyas cercanías encontraron una ensenada
que recibió el nombre de Fe rrer, con una playa que llamaron Desenga ño y una pequeña
isla bautizada como Ha enke. Posteriormente se realizó el estudio de las costas situadas
entre la bahía del Príncipe Guillermo y el cabo del Buen Tiempo, hasta llegar al glaciar
de Malaspi na, que confirmó la exactitud de las cartas del capitán Cook y la inexistencia
del pre tendido paso de Ferrer Maldonado. El regreso a Acapulco se realizó si guiendo un
itinerario que les haría conocer Nutka, donde hicieron observaciones etno lógicas notables
y diversos puntos de la costa californiana —incluido Monterrey— antes de su obligado
paso por San Blas.
El 20 de diciembre de 1791 la expedi ción de Malaspina partió con rumbo a las islas Marianas
y Filipinas, dejando en Nueva España a los capitanes de fragata Dionisio Alcalá-Galiano
y Cayetano Val dés, a la espera de asumir el mando de las goletas Sutil y Mexicana, que
debían diri girse a explorar el estrecho de Juan de Fuca, cuyos derechos de pertenencia eran
discutidos por los ingleses y su comisiona do Vancouver. De acuerdo al plan de Malaspina,
una vez abandonado el puerto de Acapulco, las corbetas se dispusieron a hacer la travesía
del Pacífico que debía conducirles a Guam, la principal de las islas Marianas. Después de una
estancia superior a un mes, en la que se repuso gran parte de la desgastada tripulación, el 24
de febrero de 1792 se dirigieron al archipiélago filipino.
En Filipinas se estableció la base de operaciones en la isla de Luzón, ya que es peraban
permanecer varios meses. Efecti vamente, los expedicionarios desarrollaron sus actividades
en el archipiélago desde marzo hasta julio, con un plan de explora ción ordenado que
condujo a la Atrevida a las costas chinas, para realizar experi mentos sobre la gravedad,
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mientras los miembros de la Descubierta cartografia ban las Filipinas y los naturalistas realiza ban numerosas excursiones científicas por tierra, en el curso de las cuales encontró la muerte Antonio Pineda. Hay que destacar que la exploración de las riquezas naturales de Luzón se realizó con la ayuda del naturalista Juan de Cuéllar, botánico real y miembro de la Compañía de Filipinas18.
Tras una corta estancia en Mindanao, las corbetas se prepararon para realizar la exploración de las colonias inglesas de Nueva Zelanda y Nueva Holanda, a las que llegaron en los primeros meses de 1793, después de atravesar los archipiéla gos de Sonda, Molucas y Nueva Guinea. La fase final del viaje por el Pacífico in cluyó la visita al archipiélago de los Ami gos y la vuelta al puerto peruano del Ca llao, desde donde se pensaba regresar a Montevideo para iniciar la vuelta a la Pe nínsula. Por otro lado, a los naturalistas se les encomendó la tarea de seguir explorando el continente americano por tierra para completar el atlas general de conocimien tos que Malaspina deseaba. En tanto que Haenke marchaba hacia Buenos Aires
y recorría las regiones de Huancavélica, Cuzco y Potosí, para quedarse una vez concluida su
misión en Cochabamba, Née reconocía Chile y su cordillera antes de dirigirse a Buenos Aires
y Montevideo.
El 21 de junio de 1794 las corbetas Des cubierta y Atrevida, acompañadas por la
fragata Gertrudis, que hacía de escolta, dejaban el puerto de Montevideo para dirigirse
directamente a Cádiz y terminar con aquella expedición cuyo único objeto «había sido
investigar la felicidad de la hu manidad». La vuelta de la expedición de Malaspina no supuso
ningún cambio en la política es tratégica de España respecto a sus colonias americanas. Es
más, la política de Godoy, muy lejana de la que había enviado a Ma laspina a conocer los
límites del imperio chocó bien pronto con los planes reformis tas del navegante italiano. Este,
tras una denuncia que le hacía partícipe de una conjura, fue encarcelado en noviembre de
1795 y condenado severamente:
Que se destituya a don Alejandro Ma laspina de los empleos y grados
que obtie ne en su real servicio, y se le encierre por diez años y un día
en el castillo de San Antón de La Coruña...19
Un año después se le permitió marchar al destierro a Italia, donde permaneció hasta su muerte en 1810.
En cuanto a José Bustamante y Guerra, nacido en la localidad montañesa de Ontaneda en 1753, y posteriormente conocido por su participación como jefe de la escuadrilla en la que se hundió la fragata Mercedes en la batalla del cabo de Santa María (1804), fue el
actor secundario en la expedición Malaspina, pero sin duda contribuyó de forma ejemplar
al éxito de la misión. Formado como guardiamarina en Cádiz, tuvo una vida agitada como marino, ya que fue herido y apresado por los ingleses en dos ocasiones, tomó parte en el bloqueo de Gibraltar en el navío Triunfante, a las órdenes del general Luis de Córdova, había
navegado por las islas Filipinas, México y Cuba y era, además, miembro de la orden militar
de Santiago. Su talante tranquilo fue, según uno de sus compañeros, Arcadio Pineda, vital para sofocar una revuelta de indígenas en Mulgrave, soliviantados por la suspensión de intercambios con los miembros de la expedición tras producirse el robo de unas prendas,
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sobre todo si recordamos el trágico final de su admirado capitán Cook y el de otros expedicionarios. Tras la expedición sería nombrado brigadier y, poco después, gobernador de Montevideo y comandante general de los bajeles del Río de la Plata. Iniciada la guerra contra Napoleón y tras negarse a jurar a José I, marchó a Sevilla para ponerse a disposición de la Junta Central, que le ascendió a teniente general. Poco después saldría de España con rumbo a Guatemala, donde ejerció el cargo de capitán general hasta 1819 y un año después fue nombrado director general de la Armada, puesto que ocupó con interrupciones hasta su fallecimiento en 1824.
1 (Puig-Samper, 1991).2 (Lucena y de Pedro, 1992; Pelayo y Puig-Samper, 1992; Lucena, 1993).3 (Beerman, 1996).4 (Fernández Pérez, 1992).5 (Bernabéu Albert, 1990, 1995 y 2000).6 (Oyarzun, 1976).7 (Puerto Sarmiento, 1998 y 1992; Puig-Samper, 1991; Lafuente y Sala, 1992; González Bueno y Rodríguez
Nozal, 2000).8 (González Bueno, 1988; Estrella, 1989; Rodríguez Nozal, 1993).9 (Del Campo, 1993: 100).10 (Hernández Alba, 1983; Pérez Arbeláez, 1983; Amaya, 1986; Blanco y del Valle, 2009; Frías, 1994; Amaya y
Puig-Samper, 2008 y 2009).11 (Arias Divito, 1968; Wilson Engstrand, 1981; Lozoya, 1984; Sánchez et alii., 1987; San Pío y Puig-Samper, 2000).12 (Maldonado, 1997).13 (Puig-Samper, 1991b).14 (Maldonado, 1996 y 2001).15 (Higueras, 1987-99; Palau, 1984; Lucena y Pimentel, 1991; Manfredi, 1994; Pimentel, 1998).16 (Galera, 1988; Ibáñez, 1992; Muñoz, 1992).17 (Palau, 1980; Sotos Serrano, 1982).18 (Pinar, 1997; Bañas, 1997).19 (Soler, 1990; Beerman, 1992).
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