fuentes orales e historia obrera
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Fuentes orales e historia obrera Mauricio Archila Neira p. 281-296
TEXTO NOTAS AUTOR
TEXTO COMPLETO
La historia no ha dejado de ser una ciencia
social sui generis, irremediablemente
vinculada con lo concreto. Si bien el
historiador no puede referirse, ni explícita ni
implícitamente, a series de fenómenos
comparables, su estrategia cognoscitiva, así
como sus códigos expresivos, permanecen
intrínsecamente individualizantes (aunque el
“individuo” sea, dado el caso, un grupo social o
toda una sociedad).
Carlo Ginzburg, Mitos, emblemas, indicios,
Barcelona, Gedisa, 1989, p. 148
1El oficio del historiador, nunca bien comprendido, ha sido
sometido recientemente a severo escrutinio en nuestro medio. La
aparición de obras históricas de amplia circulación y la cercanía
de la conmemoración de los 500 años de presencia europea en
América, lo coloca en la mira crítica de la sociedad y de sus
intelectuales. De alguna forma es la discusión a la que en buena
hora nos convoca este seminario sobre Historias de Vida. Lo que
aquí presentaré es un camino investigativo en el cual se han
usado metodologías orales; es una práctica particular de ese
oficio de historiador.
2La ponencia se divide en cuatro partes: la primera versa sobre
mi propósito investigativo. En un segundo conjunto de temas
trataré la utilización de las fuentes orales; en tercera instancia
desarrollaré las dificultades de esas fuentes. Por último explicaré
mi experiencia concreta de investigación.
La construcción del tema de investigación
1 Las estadísticas huelguísticas en Álvaro Delgado, «Doce años de
luchas obreras». Separata deEstud (...)
3Yo, como muchos miembros de mi generación, la de los sesenta
y setenta, partía del imaginario de una «revolución» dirigida por
la clase obrera, a pesar de las evidencias contrarias. En el
contexto colombiano, aunque se percibía un renacer de la lucha
obrera, eran los campesinos, estudiantes y luchadores cívicos los
que básicamente adelantaban la protesta social.1Estas evidencias
nos importaban poco pues nuestro imaginario seguía firmemente
anclado en un futuro socialista dirigido por el proletariado. De
esta forma participábamos en los Primero de Mayo, acudíamos a
las carpas de huelguistas y hasta hacíamos «pintas» nocturnas
reproduciendo eslogans revolucionarios. En ese ambiente, mis
inquietudes académicas giraban en torno al supuesto papel de
vanguardia de la clase obrera. Para ello estudiaba su pasado
buscando las claves revolucionarias que, a mis ojos, se habían
perdido. Por distintas vías, desde el desencanto con la izquierda
política hasta la lectura de textos críticos del paradigma leninista,
ese imaginario dejó de apelarme. Al alejarme de esa motivación
original, me encontré que detrás de eso que llamábamos el
proletariado existían seres humanos de carne y hueso que vivían
y sentían diferente de otros colombianos como yo. Su historia me
fascinó y comencé a reconstruirla pero no con la intención de
descubrir si eran revolucionarios o no, sino con el deseo de
entender cómo habían enfrentado las circunstancias que les había
tocado vivir.
4Inicié un acercamiento a una comunidad especial: los obreros y
obreras, a quienes veía como seres humanos y no como una
abstracta categoría social. Se trataba de una comunidad sin
identidad étnica, como es el caso de los indígenas, no estaba
ubicada en un territorio particular ni se concentraba en ningún
oficio concreto, y tampoco tenía una sola expresión cultural. Al
mismo tiempo no los podía confundir con el pueblo en general o
con los pobres, sino que formaban parte de una clase social
específica determinada por la relación salarial.
2 Véase los textos de Ignacio Torres G., Los inconfornes (5 vols.),
Bogotá, Ed. Margen Izquierdo, 19 (...)
3 Esta nueva temática se refleja en el reciente trabajo de Charles
Bergquist, Los trabajadores en la (...)
4 Me refiero al libro de Agnes Heller, Historia y vida cotidiana,
Barcelona, Crítica, 1985.
5Mi interés se desplazó de la historia «épica» de la clase obrera
—líderes, sindicatos, huelgas y partidos políticos— a otras
dimensiones que habían sido poco trabajadas por la
historiografía laboral.2 Centré la investigación en los valores,
tradiciones, actitudes, lenguaje, diversiones y, en fin, en la vida
cotidiana de obreros y obreras.3 Sin que aún hubiera leído textos
como los de Agnes Heller, intuía que la vida cotidiana era el centro
de la sociedad y escenario de múltiples contradicciones.4
6Traté, por tanto, realizar una reconstrucción de la historia de los
trabajadores que no les exigiera como deber ser un proyecto
revolucionario. Pretendía un acercamiento, lo más desprevenido
posible, a su transcurrir cotidiano. En síntesis, intenté estudiarlos
como ellos fueron.
El recurso a las fuentes orales 5 Sigo las pautas trazadas por quienes han incursionado con rigor
histórico en estos problemas. Me r (...)
7Resulta lógico, desde la aproximación propuesta, que hubiera
recurrido a las fuentes orales y, por esa vía, a las historias de vida.
Sin embargo, es conveniente hacer algunas precisiones antes de
explicar este paso metodológico. Digo metodológico porque creo
que la llamada «historia oral» no es más que un conjunto de
metodologías para acercarnos al pasado.5 Pertenezco al reducido
grupo de historiadores que, sin compartir el triunfalismo de
quienes proponen a la historia oral como la ruptura
epistemológica en las ciencias sociales, sí creemos en sus aportes
al conocimiento del pasado. Es cierto que en el gremio de
historiadores esta metodología no es muy aceptada, pero en gran
parte, ello se debe a su desconocimiento y en parte a prejuicios
positivistas que van siendo cada vez más superados. Más
adelante volveremos sobre este punto.
8Prefiero no hablar de historia oral porque implica, de alguna
manera, aceptar la oposición entre una supuesta reconstrucción
oral del pasado y otra escrita. Hay tradiciones orales pero en
sentido preciso, desde los tiempos de Herodoto y Tucídides, no
existe una historia exclusivamente oral, como tampoco la hay
enteramente escrita. Además contraponer lo oral a lo escrito
puede dejar de lado otro tipo de huellas del pasado que no son
estrictamente ni lo uno ni lo otro. Piénsese, por ejemplo, en los
monumentos, la arquitectura, las expresiones artísticas, la
fotografía o el cine. El debate es alrededor de la utilización de
fuentes y no sobre la constitución de la disciplina histórica en el
campo de las ciencias sociales, ni sobre sus distintos objetivos
investigativos. El tipo de fuente usada no determina que haya una
rama especial de la historia.
9Las fuentes orales —terminología más apropiada para la
disciplina histórica— están emparentadas con las tradiciones
orales, pero no son exactamente lo mismo. Las fuentes orales
forman parte de los métodos construidos por los historiadores y
por los científicos sociales, para recoger las tradiciones orales y
aquellas dimensiones del pasado que no se reflejan en otras
huellas. Una de esas fuentes son las historias de vida, que más
que indagar segmentos o períodos de una historia colectiva,
enfatizan el transcurrir individual del entrevistado. A su vez, ellas
se diferencian de géneros históricos cercanos como la biografía y
autobiografía en que son fruto de entrevistas y no se traducen
necesariamente en una narrativa escrita.
6 Para esta parte nos fueron útiles las reflexiones de Víctor
Acuña, Historia oral e historia de vid (...)
10Aunque fuentes y tradiciones orales parten del elemento común
de la memoria, se diferencian en que unas son constracciones
para entender el pasado y las otras existen independientemente
de ese interés. Como se evidencia en las historias de vida, las
fuentes orales son fruto de un acuerdo entre entrevistado y
entrevistador, y eso restringe el flujo natural de la memoria que
yace en las tradiciones orales.6
7 Emilia Vioti Da Acosta ha contrastado estos paradigmas para la
historia laboral latinoamericana en (...)
8 Véase Víctor Acuña, «La historia oral, las historias de vida y las
ciencias sociales», en Elizabet (...)
11Parece importante, antes de señalar por qué utilicé las fuentes
orales, hacer unas últimas precisiones historiográficas. Las
fuentes orales, y en particular las historias de vida, por destacar
la experiencia cotidiana, foman parte de unos métodos que
fueron despreciados por las corrientes teóricas que se centraron
en el estudio de lo estructural.7 Pero en la actualidad hay un
relativo agotamiento de los métodos emparentados con el
estructuralismo. Quienes explicaban la historia en términos de
meras estructuras, nos ilustraron sobre tendencias y hasta sobre
leyes del devenir, pero no nos mostraron a los seres de carne y
hueso que hacían la historia. Por ello, junto con las historias de
vida, reviven géneros subjetivos o personales como la biografía,
la autobiografía, las memorias, los diarios, los anecdotarios, es
decir todo lo que algunos historiadores designan como
lamicrohistoria —aquella que da cuenta de lo particular, lo
subjetivo y la experiencia.8
9 En este sentido justo es reconocer el impacto que han tenido
historiadores europeos que han incurs (...)
12Nótese que este revivir reciente de la microhistoria se hace, por
lo menos en América Latina, en un sentido bien diferente a como
lo hacía la historiografía tradicional. Antes se recurría, por
ejemplo, a las biografías de los próceres (varones, blancos, ricos,
políticos, religiosos o militares). Ahora estamos haciendo
biografías de seres anónimos, de gentes excluidas o
pertenecientes a las minorías.9 Además, y no menos importante,
aunque se privilegie un acercamiento micro, no se desconoce el
contexto estructural en el que lo pequeño se desenvuelve. La
pretensión de síntesis histórica no se ha abandonado; se
construye desde otro ángulo.
13Es éste el momento de responder a la pregunta de por qué
recurrió a las fuentes orales. Yo daría tres razones básicas:
primero, porque son unas metodologías que nos permiten
acercarnos a seres humanos tradicionalmente excluidos;
segundo, porque ayudan a oír las diferentes voces del pasado; y,
finalmente, porque ayudan a reconstruir historias de lo diferente
y no exclusivamente de lo homogéneo.
10 En esta última dirección vale la pena mencionar dos trabajos
pioneros en la reconstrucción de esa (...)
14En el caso de los obreros y las obreras, sus historias no
aparecían en las historias patrias ni aun en las versiones oficiales
de las organizaciones sindicales o políticas. Ello se explica
porque, además de ser socialmente excluidos, no habían dejado
muchos testimonios escritos pues eran, en su gran mayoría,
analfabetos. Si dejaban algún registro escrito se refería sobre
todo a eventos épicos —huelgas, fundación de partidos o
formación de sindicatos—, mas no a su vida cotidiana. Estas
circunstancias no eran exclusivas del mundo obrero. Por el
contrario, innumerables hombres y mujeres populares estaban en
similares o peores condiciones.10
11 Este intento se plasmó en tres textos sobre historias locales obreras,
en las que las entrevistas (...)
15Hay una segunda razón para utilizar las fuentes orales. Yo tuve
la intención de reconstruir la historia a partir de muchas voces.
Pretendía oír no sólo a los de arriba (los vencedores que
normalmente han escrito la historia), ni siquiera a aquellos de
abajo que lograron destacarse como líderes sindicales o políticos.
Traté, con un éxito discutible, de recoger las voces de los que no
tenían presencia en ninguna historia.11
16También intentaba, con el uso de las fuentes orales, reconstruir
una historia, no sólo de lo homogéneo, sino de la diferencia. Los
análisis estructurales aportaron luces para entender el pasado de
lo común y de lo normal. Con esa base se construían tendencias
y hasta leyes. Pero era difícil captar lo que se salía de las normas,
lo que era diferente. Las fuentes orales, por tocar el mundo de la
experiencia, hacen posible ese último acercamiento. Hacer
entrevistas a quienes se salieron de la normatividad de una época
o de los ideales de los grupos sociales, posibilita una
reconstrucción más compleja del pasado y, por ende, más
enriquecedora.
12 Aunque escasos, comienzan a conocerse en nuestro medio trabajos
sobre el pasado de estas minorías.(...)
17Finalmente, quisiera señalar una implicación que tiene el uso de
las fuentes orales, aunque no es exclusiva de ellas: la afirmación
de identidades, en este caso de obreros y obreras. Para
identificarse necesitan dignidad los seres humanos. Para ello hay
que recuperarlos del olvido recordándoles recordar que ellos
tienen historia. Un problema que el entrevistador se encuentra en
la práctica es que mucha gente tiende a negar su pasado. Esto se
cumple en el caso obrero, campesino y de los pobladores
urbanos, pero también en las minorías negras, algunos grupos
indígenas —aunque ellos son de los pocos que afirman con
valentía su pasado—, y de muchas mujeres.12
18En la interacción que implica la entrevista, se hace propicia la
afirmación de que sí hay historias que valen la pena recordar.
Desde el inicio del diálogo, el sólo pedir la entrevista contribuye
a fortalecer la dignidad del entrevistado. Muchas personas
populares, especialmente los viejos y viejas, sienten que sus
historias nadie las oye, empezando por su familia que los relega
al cuarto del olvido. Al oírlos en una entrevista se valora su
pasado y, con ello, se contribuye a reafirmar una dignidad que es
básica para cualquier identidad personal y colectiva.
Las dificultades del historiador 19A las fuentes orales, y a la llamada historia oral, se les critica
desde las viejas y las nuevas academias. Vale la pena, entonces,
escudriñar la validez de esas críticas y su alcance. Resumo en tres,
las dificultades comunmente atribuidas a estas fuentes: primera,
la fragilidad de la memoria; segunda, la subjetividad de las
fuentes orales; y tercera, el énfasis en lo particular.
20Una crítica muy extendida a las fuentes orales y a las historias
de vida, es que se apoyan en un mecanismo humano muy frágil:
la memoria.
21Pero el problema no es sólo éste, sino que el pasado se
reconstruye y reinterpreta desde el presente. No es lo mismo
haber vivido los sucesos, que recordarlos desde hoy. En otras
palabras, no sólo es difícil recordar, sino que ese recuerdo está
marcado por lo que hoy vivimos. Parecería, en consecuencia, que
lo que se reconstruye a partir de una entrevista es de poca
credibilidad pues no refleja mucho del pasado.
13 Las entrevistas han sido utilizadas en la reconstrucción de la
violencia, desde el trabajo pionero (...)
22Yo a esta doble crítica, respondo que sí existe memoria, no de
todo el pasado sino de lo que ha sido significativo en la vida
individual y colectiva. Hay memoria, pero también hay silencios y
aun olvidos. Ellos responden a que las experiencias vividas no
fueron significativas, o si lo fueron, hay mecanismos de control o
censura que impiden que se vuelvan recuerdos conscientes. El
arte de la entrevista estaría en romper esos mecanismos para que
fluya la memoria. Ahora bien, las técnicas mismas de las fuentes
orales colocan a veces dificultades adicionales al recuerdo de los
entrevistados. Hay temáticas que no son fáciles de abordar. Por
ejemplo, en el caso de entrevistar a mujeres, si uno es varón, hay
dimensiones de su vida que no brotan fácilmente en la
conversación. Sin embargo, con paciencia y construyendo
confianza, la barrera de la incomunicación en algo se puede
derribar. Otro ejemplo de la limitación técnica de las entrevistas
está en las reconstrucciones sobre la violencia. Casi nadie va a
confesar «yo maté a tantos». Aquí se puede recurrir al mecanismo
de invocar a un tercero: «hubo una persona que mató a tantos».
Como el interés del historiador es conocerlos hechos y no realizar
un juicio penal, nos basta con que la memoria fluya.13
14 Discurso aparecido en el «Magazín Dominical» de El Espectador, No.
151 (16 de febrero de 1986), p. (...)
23Gabriel García Márquez señalaba en un encuentro de
intelectuales en La Habana: «Por fortuna, la reserva determinante
de la América Latina y el Caribe es una energía capaz de mover al
mundo; es la peligrosa memoria de nuestros pueblos».14 Yo
comparto esa afirmación pero me pregunto qué es lo que la gente
recuerda. Aquí vuelvo a repetir lo que enunciaba antes: se tiene
memoria de lo que ha sido significativo en la vida personal y
colectiva. Este recuerdo constituye una de las huellas del pasado
sobre las que trabajamos los historiadores. El que la memoria esté
marcada por el presente no es un problema exclusivo de las
fuentes orales. Al fin y al cabo toda huella del pasado es
interrogada desde hoy y toda reconstrucción histórica se realiza
desde sucesivos presentes.
15 Aquí seguimos las pautas acuñadas por generaciones de
historiadores y reproducidas por Ciro F.S. C (...)
24El segundo aspecto con que se critica usualmente a las fuentes
orales es su subjetividad. En realidad la memoria es subjetiva y
doblemente: además de la subjetividad del entrevistado está la
del entrevistador. Pero si miramos más detalladamente, toda
fuente histórica —oral o escrita, primaria o secundaria— tiene
algo de subjetividad.15 Fuentes orales y escritas necesitan de
alguien que las interrogue. En las entrevistas ello se hace más
evidente, pero no está ausente en otro tipo de pesquisa histórica.
25Ahora bien, el hecho de que haya subjetividad en las fuentes,
no las invalida. Son dos problemas diferentes que se resuelven
indicando el grado de credibilidad de cada fuente. La
verosimilitud que le atribuimos a la fuente oral es diferente de la
asignada al testimonio escrito o a las estadísticas. Si lo que
pretendo es reconstruir una serie de salarios o de precios, las
entrevistas van a ser poco útiles. Recurro más bien a las
estadísticas históricas existentes. Pero si estoy indagando la vida
cotidiana, la percepción obrera de los salarios, y la cultura
popular, las fuentes orales son un recurso legítimo y rico en
información.
26Sobre la subjetividad del entrevistador, que es parte de la
subjetividad del historiador, más que ocultarla es legítimo hacerla
explícita. Hay que decir desde dónde parto, qué busco, por qué
acudo a las entrevistas y qué pretendo de ellas. Además las
ciencias sociales tienen mecanismos para procurar que la voz del
entrevistador no silencie la del entrevistado; que la actividad del
historiador no interfiera en la información que ofrece la fuente
consultada. En Historia, los mecanismos más frecuentes son la
reconstrucción fidedigna del documento —al transcribir una
entrevista se convierte también en documento— y el aparataje
crítico de toda reconstrucción del pasado, es decir, la cita textual
y la referencia a las fuentes usadas.
27La tercera dificultad asignada a las fuentes orales es su
particularismo. Pero éste es común a los géneros que hemos
llamado «la microhistoria» —las historias de vida, la biografía, las
historias locales, etc. Es cierto, las fuentes orales como la
microhistoria se apoyan en la experiencia, en lo particular, en lo
individual, en el caso. El problema radica, entonces, en cómo
generalizar a partir de enfoques limitados. Ésa es, curiosamente,
una de las grandes preguntas de la ciencia.
16 Véase la denuncia de tales historias en Rodolfo de Roux, «Los
Catecismos Patrios», «Magazín Domini(...)
28Antes de responder directamente a este interrogante vale la
pena llamar la antención sobre el peligro de confundir
generalización con homogeneización. Una cosa es buscar
universalizar al máximo las hipótesis y otra suprimir las
diferencias en aras de un elemento uniforme. Las historias
patrias, por ejemplo, pretendían ofrecer modelos de imitación
para todos los colombianos, ricos y pobres, hombre y mujeres,
blancos, negros e indígenas.16 La pluralidad de historias se
impone en una sociedad heterogénea como la nuestra.
17 A modo de ejemplo, consúltese el capítulo segundo del citado libro
de Ciro F.S. Cardoso, Introducc(...)
18 Michel Vovelle, «De la biographie a l’étude de cas», en Actas del
Coloquio Internacional sobre la (...)
29Pero volvamos sobre el problema de lo particular y lo general,
que tanta tinta ha consumido en las ciencias sociales,17 Michel
Vovelle, hablando de la historia de casos, plantea que lo
importante es escoger seres marginales pero representativos de
la crisis de una época —estilo Menoccio, el protagonista del
conocido libro de Cario Ginzburg, El queso y los gusanos.18 La
dificultad que nos surge es cómo determinar la representatividad
de ciertos seres marginales y con relación a qué crisis.
30Yo prefiero decir que trabajo con seres anónimos para ver qué
nos dicen de sus vidas, independientemente de si son o no
representativos de su clase, género o etnia. Claro que si después
de varias entrevistas anónimas, se encuentran constantes de la
memoria, hay allí elementos generalizables para la comunidad
investigada. Lo que habría que hacer sería contextualizar tanto
esas constantes como las variantes significativas. En algunos
casos la labor de reconstrucción del pasado asumiría una vía
negativa: cuánta normalidad social nos reflejan los «anormales»;
qué tanto de la sociedad colombiana nos proyectan los excluidos
de ella. Este es un camino que no han transitado muchos de
nuestros historiadores y que vale la pena transitar para
enriquecer la reconstrucción del pasado.
31Trabajos que son historias de vida magistralmente
reconstruidas —como los de Ginzburg o de Le Roy Ladurie sobre
Montaillou, o de Natalie Davis sobre Martin Guerre—, muestran
cómo a partir de la anormalidad de una época se aprende también
sobre ella. Pero en estos ejemplos hay que resaltar el papel de los
investigadores al contextualizar las historias de vida,
trascendiendo los mitos e imaginarios de la época trabajada para
enfrentarse a sus objetos (sujetos) de investigación. De esta
forma logran mostrar que hubo, y hay, seres humanos que al
negar los ideales de su sociedad, nos permiten conocer otras
facetas de la mentalidad de ella.
19 En una reflexión sobre las nuevas tendencias historiográficas y el uso
de métodos orales, dice así (...)
32Con lo dicho hasta ahora no hemos desmontado totalmente las
objeciones que se levantan contra las fuentes orales y otros
géneros emparentados con ellas. La subjetividad, la fragilidad de
la memoria y el particularismo de esas fuentes siguen existiendo.
Pero ese hecho no implica que sean invalidadas. Tampoco, en
sentido estricto, que existan fuentes mejores que otras. Todo
depende del objeto de investigación y, como lo afirma Eric
Hobsbawm, de la trama o la interpretación con la que
reconstruimos el pasado.19
33La combinación de fuentes —escritas, orales, pictográficas y de
todo tipo— se impone. Cuantas más huellas del pasado pueda
reunir un historiador, mejor será su reconstrucción. Pero además
se requiere de una buena dosis de imaginación y de teoría para
armar la trama, el gran rompecabezas del pasado. De esta forma,
los historiadores vamos entregando reconstrucciones parciales
del pasado que son válidas por cierto tiempo pero que,
afortunadamente para la disciplina histórica, son refutadas
tiempo después por nuevas investigaciones. El secreto del oficio
del historiador es la permanente construcción del pasado.
4. Una experiencia investigativa 20 Frutos de esta investigación son, además de los libros ya citados, las
ponencias a diversos semina(...)
34Analicemos brevemente la última sección de esta ponencia: mi
experiencia investigativa. Realicé cerca de 100 entrevistas a
obreros y obreras en cuatro ciudades del país: Barrancabermeja
—centro petrolero del país situado en el río Magdalena—,
Barranquilla —principal puerto sobre el río Magdalena y el mar
Caribe—, Medellín —primera ciudad industrial hastalos años
cuarenta— y Bogotá —capital política y económica del país.20
35Buscaba hacer una historia «desde abajo hacia arriba»
apoyándome en obreros y obreras anónimos. Pero tuve
dificultades, especialmente con las últimas. Ellas difícilmente
accedían a ser entrevistadas porque sentían que no tenían qué
contar o por razones prácticas (al ser yo varón y forastero). En un
caso me pasó que al ir a entrevistar a una profesora de quien me
habían hablado otros testigos, ella me dijo: «mire hable con mi
esposo que él es quien sabe lo que pasó». Cuando comencé a
conversar con él me dijo: «Usted debe hablar con tal dirigente
sindical porque él sí sabe cómo fue la historia». Pero como no era
esa historia oficial la que me interesaba, logré convencerlos —
más a él que a ella— de que me contaran sus historias. Por
dificultades similares, e incluso por imposibilidad física de
muchos seres anónimos de expresarse, los resultados no son tan
alagadores como esperaba. Terminé dialogando con más
hombres que mujeres y combinando entrevistas a gentes de base
y a dirigentes sindicales o políticos.
36A pesar de estas limitaciones creo que hay un buen porcentaje
de entrevistas desprevenidas, con un resultado bastante cercano
a lo que buscaba. Seguí luego los parámetros comunes a la
investigación histórica: transcripción de las entrevistas,
corrección (por ellos mismos en algunos casos), edición de las
mismas y confrontación con otras fuentes. En la construcción de
la trama interpretativa me surgió el problema de la relación entre
historia y literatura. Las fuentes orales, y en particular las
historias de vida, tienen su narrativa. Periodistas e investigadores
sociales como Germán Castro (El Karina), Alfredo Molano
(Siguiendo el Corte, Selva Adentro, y Aguas Arriba) o Alonso
Salazar (No Nacimos Va Semilla), que basan su trabajo en fuentes
orales, se acercan cada vez más a la literatura.
37Sin descalificar esos trabajos, creo que el historiador tiene otra
perspectiva metodológica. La literatura busca producir placer
estético con imágenes propias. Si es buena la narrativa, se puede
llegar a tener el éxito editorial de los autores señalados. La
historia, por el contrario, busca, producir conocimientos
verdaderos; parciales como decíamos, pero conocimientos a fin
de cuentas. Esto la coloca en el campo de las ciencias sociales. La
disciplina histórica requiere, en primera instancia, un cuidadoso
trabajo de crítica interna y externa a las fuentes. Y en segunda
instancia necesita la validación de dicho conocimiento por las
comunidades interesadas en él. Pero, indudablemente, por ser la
reconstrucción histórica una narrativa con una trama, hay un
punto de contacto con la literatura que le sigue siendo muy
cercano.
38En el oficio del historiador existe la crítica interna al documento
para ver si es fidedigno y cuánta credibilidad arroja. En el caso de
la entrevista —que puede ser considerada como un documento
oral—, se deben explicitar las condiciones en que ella se dio, la
coherencia narrativa del entrevistado y hasta las mentiras
aparentes. Para la historia, en la medida en que no hay una verdad
total, es imposible el mundo de la mentira total. Los entrevistados
al recordar su vida, pueden decir «mentiras» —cosas que a todas
luces no fueron ciertas—, pero aun ellas encierran algo de
«verdad». Un ejemplo de ello me ocurrió cuando hice las
entrevistas en Barrancabermeja. Algunas personas señalaron que
María Cano y Jorge E. Gaitán estuvieron en la primera huelga
petrolera de Octubre de 1924. Eso no pudo ser cierto pues María
Cano estaba dando sus primeros pasos de acercamiento al
mundo obrero en Medellín y Jorge E. Gaitán estaba terminando su
carrera de abogado en la Universidad Nacional. Sin embargo,
detrás de esa aparente mentira hay una afirmación interesante: la
gente de Barranca siente que María Cano y Gaitán estuvieron
siempre presentes en sus luchas. Es una afirmación significativa
para la identidad del pueblo barranqueño. Develar la verdad
oculta en la narrativa oral es parte del trabajo que debe hacer el
investigador.
39Junto a la crítica interna, el historiador debe hacer la
confrontación con las otras fuentes. Es la llamada crítica externa.
Se trata de establecer qué fuente ratifica o niega a otra, y
establecer a cuál se le cree más. Según el objeto de investigación,
unas tendrán más credibilidad que otras. Aquí lo que se impone
es la complementariedad de las fuentes, más que una
superioridad a priori de las escritas sobre las orales o viceversa.
40El segundo elemento que se constituye como definitivo para la
producción del conocimiento histórico es la validación que hacen
las diferentes comunidades de la reconstrucción hecha. Incluyo
dentro de las comunidades a la académica, de la cual formo parte,
pero no es la única ciertamente. Si se está haciendo la historia de
un barrio, o de una comunidad indígena, o de un grupo obrero,
es importante que la gente conozca esa reconstrucción y opine
sobre ella. Es una «devolución» del conocimiento y una validación,
crítica en el mejor de los casos, de dichas reconstrucciones del
pasado. En historia, como en cualquier ciencia, el conocimiento
que no se difunde no cuenta.
21 Cuando estuve en el Primer Taller Latinoamericano de Historia Oral
en Lima (septiembre de 1986), s (...)
41Pero si además de la mera difusión de los hallazgos científicos
consideramos la pretensión de reafirmar indentidades populares,
la «devolución» de las historias recuperadas se hace
indispensable. La forma como se hace es muy diversa: desde el
libro y las cartillas hasta los vídeos o conferencias.21 En esto,
como en todo procedimiento científico y educativo, no hay
fórmulas mágicas; andando se hace el camino.
42En la estrategia narrativa para la entrega o devolución de la
investigación encontré de nuevo dificultades. El dilema estaba
entre una narrativa fluida, sin diferenciar testigos e investigador,
o una construcción del texto dentro de los parámetros del oficio
del historiador. Por supuesto escogí la segunda, no sólo porque
dudé de mi fluidez en la escritura, sino porque me parece que es
la mejor estrategia para construir un lector «maduro». Si la
entrevista, y en últimas el diálogo con cualquier fuente, exige un
papel activo del historiador, eso se tiene que reflejar en el texto
final. No se trata de que el investigador desaparezca como sujeto
activo para que sólo hablen los testigos o las huellas del pasado.
Él tiene que hablar evitando, eso sí, que el texto final se convierta
en un monólogo. Es necesario dejar hablar a las fuentes, máxime
si son orales, pero en forma crítica. El lector puede, entonces,
saber hasta dónde están hablando las fuentes o los testigos, y
hasta dónde el historiador.
22 A este respecto es útil el debate adelantado entre el historiador
norteamericano Charles Bergquist (...)
43En la otra opción narrativa, al borrarse las barreras entre
historiador y fuentes, no se sabe a ciencia cierta cuál es el límite
de la imaginación del narrador y cuál el de los testigos. La
ausencia del aparato crítico de los historiadores —citas,
referencias, notas a pie de página, bibliografía y fuentes usadas—
, no es sólo un detalle de forma sino que es una alternativa
diferente en la reconstrucción histórica y en la formación del
lector.22
44Quisiera concluir apropiándome de una frase que encontré al
final del texto de Tzvetan Todorov dedicado a la Conquista de
América:
23 La conquista de América, la cuestión del otro, México, Siglo XXI,
1987, p. 260.
He querido evitar dos extremos en este libro. El primero, es la
tentación de hacer oír la voz de estos personajes, tal como es en sí; de
tratar de desaparecer yo para servir mejor al otro. El segundo, es
someter a los otros a mí mismo, convirtiéndolos en marionetas cuyos
hilos están enteramente bajo mi control. No busqué entre las dos
tentaciones un terreno de compromiso sino la vía del diálogo. Interpelo
esos textos, los transpongo, los interpreto, pero también los dejo
hablar y defenderse por ellos mismos.23
NOTAS
1 Las estadísticas huelguísticas en Álvaro Delgado, «Doce años de
luchas obreras». Separata de Estudios Marxistas (1975) y «El decenio
huelguístico, 1971-1980», Estudios Marxistas, No. 13 (1982). Para
las luchas cívicas véase Javier Gualdo, La reivindicación urbana,
serie Controversia 138-139 (Bogotá, Ed. CINEP) (1987), y Marta C.
García, «Las cifras de las luchas cívicas», Documentos Ocasionales,
No. 62 (1990). Sobre el reciente movimiento campesino el mejor
trabajo de síntesis es el de Leon Zamosc, Los usuarios campesinos y
las luchas por la tierra en los años setenta, Bogotá, Ed. CINEP, 1984.
2 Véase los textos de Ignacio Torres G., Los inconfornes (5 vols.),
Bogotá, Ed. Margen Izquierdo, 1973; Miguel Urrutia, Historia del
sindicalismo en Colombia, Bogotá, Uniandes, 1969; Edgar
Caicedo, Las luchas sindicales en Colombia, Bogotá, CEIS, 1971; y
Daniel Pecaut, Política y sindicalismo en Colombia, Medellín, La
Carreta, 1973.
3 Esta nueva temática se refleja en el reciente trabajo de Charles
Bergquist, Los trabajadores en la historia latinoamericana, Bogotá,
Siglo XXI, 1988, capítulo 5 y en mi último libro, Cultura a identidad
obrera, Bogotá, Ed. CINEP, 1991.
4 Me refiero al libro de Agnes Heller, Historia y vida cotidiana,
Barcelona, Crítica, 1985.
5 Sigo las pautas trazadas por quienes han incursionado con rigor
histórico en estos problemas. Me refiero a Paul Thompson, The Voice
of the Past, Oxford, Oxford University Press, 1978; y Philippe
Joutard, Esas voces qua nos llegan del pasado, Mexico, Fondo de
Cultura Económica, 1986.
6 Para esta parte nos fueron útiles las reflexiones de Víctor
Acuña, Historia oral e historia de vida, San José, Flacso, 1988.
7 Emilia Vioti Da Acosta ha contrastado estos paradigmas para la
historia laboral latinoamericana en
«Experience versus Structures», I.L.W.C.H., No. 36 (otoño 1989), pp.
3-24.
8 Véase Víctor Acuña, «La historia oral, las historias de vida y las
ciencias sociales», en Elizabeth Fonseca (comp.), Historia
(teoría y métodos), San José, Ceuca, 1989. El término de
microhistoria se está usando en la literatura anglosajona. Véase, por
ejemplo, la reseña crítica de Thomas Kuehn, «Reading Microhistory:
The Example of Giovanni and Lusanna», Journal of Modern History,
No. 61 (septiembre 1989), pp. 512-534.
9 En este sentido justo es reconocer el impacto que han tenido
historiadores europeos que han incursionado en esta nueva
perspectiva. Mencionamos a Emmanuel Le Roy Ladurie (Montaillou,
Nueva York, Vintage Books, 1979. Hay traducción española en
Taurus) y Carlo Ginzburg (The Cheese and the Worms, Nueva York,
Peguin Books, 1982. Hay traducción española en Munchnick Eds.).
10 En esta última dirección vale la pena mencionar dos trabajos
pioneros en la reconstrucción de esa memoria popular: Alfredo
Molano (Años del tropel, Bogotá, CINEP-CEREC, 1985) y Orlando Fals
Borda (Historía dable de la costa, 4 vols., Bogotá, Carlos Valencia
Eds., 1979).
11 Este intento se plasmó en tres textos sobre historias locales
obreras, en las que las entrevistas fueron la fuente principal: Aquí
nadie es forastero; Barranquilla y el río; y Ni amos ni siervos,
publicados en la serie Controversia del CINEP, números 133-134
(1986); 142 (1987); y 156-157 (1989), respectivamente.
12 Aunque escasos, comienzan a conocerse en nuestro medio
trabajos sobre el pasado de estas minorías. En el caso de las mujeres
merece la pena citar los textos de Luz Gabriela Arango, Mujer,
religión e industria, Medellín, Universidad de Antioquia y Universidad
Externdo, 1991, y Suzy Bermúdez, Hijas, esposas y amantes, Bogotá,
Uniandes, 1992.
13 Las entrevistas han sido utilizadas en la reconstrucción de la
violencia, desde el trabajo pionero de Germán Guzmán, Orlando Fals
Borda y Eduardo Umaña, La violencia en Colombia, Bogotá, Carlos
Valencia Eds., 1980, 9.a edición. Textos como el citado de Alfredo
Molano (Años del tropel) y el de Jaime Arocha (La violencia en el
quindio, Bogotá, Tercer Mundo, 1979), la colocan como elemento
central en sus estudios. Su uso, sin embargo, está lleno de
problemas, incluso de segundad de los entrevistados, por lo que los
autores recurren a distintos mecanismos como la creación de
personajes colectivos (Molano) o el uso de seudónimos (Arocha).
14 Discurso aparecido en el «Magazín Dominical» de El Espectador,
No. 151 (16 de febrero de 1986), p. 17.
15 Aquí seguimos las pautas acuñadas por generaciones de
historiadores y reproducidas por Ciro F.S. Cardoso y Héctor
Pérez, Los métodos de la historia, Barcelona, Critica, 1976 y Cardoso
en Introducción al trabajo de investigación histórica, Barcelona,
Crítica, 1981, capítulo 5.
16 Véase la denuncia de tales historias en Rodolfo de Roux, «Los
Catecismos Patrios», «Magazín Dominical», El Espectador (4 de junio
de 1989).
17 A modo de ejemplo, consúltese el capítulo segundo del citado
libro de Ciro F.S. Cardoso, Introducción...
18 Michel Vovelle, «De la biographie a l’étude de cas», en Actas del
Coloquio Internacional sobre la Biografía, París, 1985. Con ello no se
haría más que seguir el «paradigma indicial» —inferir hipótesis a
partir de indicios sin responder a una lógica estadística— tan caro a
la disciplina histórica. Cario Ginzburg, en el ya citado Mitos,
emblemas, indicios, concluye que, «...el conocimiento histórico,
como el del medico, es indirecto, indicial y conjetural» (p. 148).
19 En una reflexión sobre las nuevas tendencias historiográficas y el
uso de métodos orales, dice así el historiador inglés: «What we need,
both to make sense of what the inarticulate thought (says), and to
verify or falsify our hypoteses about it, is a coherent picture, or if you
prefer the term, a model. Forour problem is not so much to discover
one good source... What we must normally do is to put together a
wide variety of often fragmentary information: and to do what we
must, if you’ll excuse the phrase, construct a jig-saw puzzle
ourselves» («History from Bellow, some Reflections», en Frederick
Krantz [ed.],History from Bellow, Montreal, Concordia Unversity Press,
1985, p. 69. El subrayado es nuestro).
20 Frutos de esta investigación son, además de los libros ya citados,
las ponencias a diversos seminarios sobre investigación obrera: «La
recuperación de la memoria histórica de la clase obrera», en Darío
Acevedo y otros, «La investigación sobre el movimiento obrero en
Colombia», Medellín, IPC-ENS-CINEP, 1985, y «Aspectos
comparativos en la formación de la clase obrera colombiana (1920-
1948)», en Jorge Bernal y otros, «Historia y cultura obrera», Medellín,
IPC-ENS-CINEP, 1987. Para el caso de Medellín he contado con la
colaboración de Jorge Bernal, Ana María Jarami-11o y Juan José
Cañas.
21 Cuando estuve en el Primer Taller Latinoamericano de Historia
Oral en Lima (septiembre de 1986), se mencionó el caso de una
comunidad semiurbana cercana a dicha ciudad. Los investigadores
pensaron que la mejor forma de «devolver» la historia reconstruida
era a través de un vídeo. A la comunidad le gustó, pero luego
exigieron el libro pues querían que su historia quedara escrita.
22 A este respecto es útil el debate adelantado entre el historiador
norteamericano Charles Bergquist y el sociólogo colombiano Orlando
Fals Borda en tomo al quehacer histórico. Como se desprende de lo
anotado, me inclino por la argumentación de Bergquist. (Anuario
Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Nos. 16-17 [1988-
1989], pp. 205-240.)
23 La conquista de América, la cuestión del otro, México, Siglo XXI,
1987, p. 260.
AUTOR
Mauricio Archila Neira Universidad Nacional de Colombia
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