las cinco personas que encontrars en el cielo- mitch albom
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Las cinco personas que encontrars en el cielo
Las cinco personas que encontrars
en el cielo
**Mitch Albom**
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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Ttulo original:
The five people you meet in heaven
Diseo de cubierta:
Romi Sanmart
Fotografa de cubierta:
AGE Fotostock
YOU MADE ME LOVE YOU
Copyright 1913 (Renovado) Broadway Music Corp., Edwin H. Morris Col, Redwood Music Ltd.
Todos los derechos son de Broadway Music Corp., administrado por Sony/ATV Music
Publishing & Music Square Nashville, TN 37203. Todos los derechos reservados. Utilizado con
autorizacin.
1 edicin: marzo de 2004
2 edicin: abril de 2004
3 edicin: abril de 2004
4 edicin: junio de 2004
5 edicin: octubre de 2004
2003 MITCH ALBOM
de la traduccin: Mariano Antoln Rato
2004 MAEVA EDICIONES
Benito Castro, 6
28028 MADRID
emaeva@maeva.es
www.maeva.es
ISBN: 84-96231-14-3
Depsito legal: M-41.171-2004
Fotocomposicin: G-4, S. A.
Impresin y Encuademacin: Huertas, S. A.
Impreso en Espaa / Printed in Spain
Edicin digital Adrastea, Mayo de 2005
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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Este libro est dedicado a Edward Beitchman, mi querido to, que me
proporcion las primeras nociones del cielo. Todos los aos, en torno a la
mesa de la cena de Accin de Gracias, hablaba de una noche en el hospital
en que se despert y vio las almas de sus difuntos ms queridos sentadas en
el borde de la cama, esperndole. Nunca he olvidado esa historia. Y nunca le
he olvidado a l.
Todo el mundo tiene una idea del cielo, como pasa en la mayora de las
religiones, y todas ellas deben ser respetadas. La versin que se ofrece aqu
slo es una suposicin, un deseo, en ciertos aspectos, que a mi to y a otros
como l -personas que no se sentan importantes aqu en la tierra- les hizo
darse cuenta, al final, de lo mucho que contaban y de cunto se les quiso.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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El final
Este relato es sobre un hombre que se llamaba Eddie y empieza por el final, con Eddie muriendo al sol. Puede parecer raro
que un relato empiece por el final, pero todos los finales son tambin
comienzos, lo que pasa es que no lo sabemos en su momento.
La ltima hora de la vida de Eddie transcurri, como la mayora
de las de los dems, en el Ruby Pier, un parque de atracciones junto
a un ocano gris. El parque tena las atracciones habituales: una
pasarela de madera, una noria, montaas rusas, autos de choque, un
puesto de golosinas y una galera donde uno poda disparar chorros
de agua a la boca de un payaso. Tambin tena una nueva atraccin
que se llamaba la Cada Libre, y sera all donde morira Eddie, en
un accidente que aparecera en los peridicos del estado.
En el momento de su muerte, Eddie era un viejo rechoncho de
pelo blanco, con el cuello corto, pecho abombado, antebrazos
gruesos y un tatuaje medio borrado del ejrcito en el hombro
derecho. Sus piernas ya eran delgadas y con venas, y la rodilla
izquierda, herida durante la guerra, la tena destrozada por la
artritis. Usaba un bastn para caminar. Su cara era ancha y estaba
curtida por el sol, con unas patillas blanquecinas y una mandbula
inferior que sobresala ligeramente y le haca parecer ms orgulloso
de lo que se senta. Llevaba un pitillo detrs de la oreja izquierda y
un aro con llaves colgado del cinturn. Calzaba unos zapatos de
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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suela de goma. En la cabeza llevaba una vieja gorra de lino. Su
uniforme marrn claro era como el de un obrero, y eso era l, un
obrero.
El trabajo de Eddie consista en el mantenimiento de las
atracciones, lo que en realidad significaba atender a su seguridad.
Todas las tardes recorra el parque, comprobaba cada atraccin,
desde el Remolino Supersnico al Tobogn Acutico. Buscaba tablas
rotas, tornillos flojos, acero gastado. A veces se detena con los ojos
vidriosos y la gente que pasaba crea que iba mal algo. Pero l
simplemente escuchaba, slo eso. Despus de todos aquellos aos
era capaz de or los problemas, deca, en los chisporroteos y
farfulleos, y en el matraqueo de las maquinarias.
Cuando le quedaban cincuenta minutos de vida en la tierra,
Eddie dio el ltimo paseo por el Ruby Pier. Adelant a una pareja
mayor.
-Buenas -murmur tocndose la gorra.
Ellos asintieron con la cabeza educadamente. Los clientes
conocan a Eddie. Por lo menos los habituales. Le vean verano tras
verano, una de esas caras que uno asocia con un sitio. En el pecho de
la camisa de trabajo llevaba una etiqueta en la que se lea EDDIE
encima de la palabra MANTENIMIENTO, y a veces le decan:
Hola, Eddie Mantenimiento, pero l nunca le encontraba la gracia.
Hoy, resulta que era el cumpleaos de Eddie, ochenta y tres aos.
Un mdico, la semana anterior, le haba dicho que tena herpes.
Herpes? Eddie ni siquiera saba lo que era. Antes tena fuerza
suficiente para levantar un caballo del carrusel con cada brazo. Eso
fue haca ya mucho tiempo.
-Eddie! Llvame, Eddie! Llvame!
Cuarenta minutos hasta su muerte, y Eddie se abri paso hasta el
principio de la cola de la montaa rusa. Al menos una vez por
semana se suba a cada atraccin, para asegurarse de que los frenos
y la direccin funcionaban bien. Hoy le tocaba a la montaa rusa -la
Montaa Rusa Fantasma la llamaban- y los nios que conocan a
Eddie gritaban para que los subiese en la vagoneta con l.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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A Eddie le gustaban los nios. No los quinceaeros. Los
quinceaeros le daban dolor de cabeza. Con los aos, Eddie
imaginaba que haba visto a todos los quinceaeros vagos y liosos
que existan. Pero los nios eran diferentes. Los nios miraban a
Eddie -que con su mandbula inferior saliente siempre pareca que
estaba sonriendo, como un delfn- y confiaban en l. Les atraa igual
que a unas manos fras el fuego. Se le sujetaban a las piernas.
Jugaban con sus llaves. Eddie sola limitarse a gruir, sin hablar
nunca demasiado. Imaginaba que les gustaba porque nunca hablaba
mucho.
Ahora Eddie dio un golpecito a dos nios que llevaban puestas
unas gorras de bisbol con la visera al revs. Los pequeos corrieron
a la vagoneta y se dejaron caer dentro. Eddie le entreg el bastn al
encargado de la atraccin y se acomod poco a poco entre los dos.
-All vamos! All vamos! -chill un nio, mientras el otro se
pasaba el brazo de Eddie por encima del hombro. Eddie baj la
barra de seguridad y, clac-clac-clac, se fueron para arriba.
Corra una historia sobre Eddie. Cuando era chaval y viva junto
a este mismo parque, tuvo una pelea callejera. Cinco chicos de la
avenida Pitkin haban acorralado a su hermano Joe y estaban a
punto de darle una paliza. Eddie estaba una manzana ms all, en
un puesto, tomando un sandwich. Oy gritar a su hermano. Corri
hasta la calleja, agarr la tapa de un cubo de basura y mand a dos
chicos al hospital.
Despus de eso, Joe pas meses sin hablarle. Estaba avergonzado.
l era mayor, haba nacido antes, pero fue Eddie quien le haba
defendido.
Podemos repetir, Eddie? Por favor.
Treinta y cuatro minutos de vida. Eddie levant la barra de
seguridad, dio a cada nio un caramelo, recuper su bastn y luego
fue cojeando hasta el taller de mantenimiento para refrescarse.
Haca calor aquel da de verano. De haber sabido que su muerte era
inminente, probablemente habra ido a otro sitio. Pero hizo lo que
hacemos todos. Continu con su aburrida rutina como si todava
estuvieran por venir todos los das del mundo.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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Uno de los trabajadores del taller, un joven desgarbado de
pmulos marcados que se llamaba Domnguez, estaba junto al
depsito de disolvente; quitaba la grasa a un engranaje.
-Hola, Eddie -dijo.
-Dom -respondi Eddie.
El taller ola a serrn. Era oscuro y estaba atestado, tena el techo
bajo y en las paredes haba ganchos de los que colgaban taladros,
sierras y martillos. Por todos lados haba partes del esqueleto de
atracciones del parque: compresores, motores, cintas transporta-
doras, bombillas, la parte de arriba de la cabeza de un pirata.
Amontonados contra una pared haba botes de caf con clavos y
tornillos, y amontonados contra otra pared, interminables botes de
grasa.
Engrasar un eje, deca Eddie, no requera mayor esfuerzo mental
que fregar un plato; la nica diferencia era que cuando uno lo haca
se pona ms sucio, no ms limpio. Y aqul era el tipo de trabajo que
haca Eddie: engrasar, ajustar frenos, tensar pernos, comprobar
paneles elctricos. Muchas veces haba ansiado dejar aquel sitio,
encontrar un trabajo distinto, iniciar otro tipo de vida. Pero vino la
guerra. Sus planes nunca se llevaron a cabo. Con el tiempo se
encontr con canas, los pantalones ms flojos y aceptando, cansino,
que l era se y lo sera siempre, un hombre con arena en los zapatos
en un mundo de risas mecnicas y salchichas a la plancha. Como su
padre antes que l, como indicaba la etiqueta de su camisa, Eddie se
ocupaba del mantenimiento, era el jefe de mantenimiento o, como a
veces le llamaban los nios, el hombre de las atracciones del Ruby
Pier.
Quedaban treinta minutos.
-Oye, me he enterado de que es tu cumpleaos. Felicidades -dijo
Domnguez.
Eddie gru.
-No haces una fiesta o algo?
Eddie le mir como si aquel tipo estuviera loco. Durante un
momento pens en lo extrao que era envejecer en un sitio que ola
a algodn de azcar.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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-Bueno, acurdate, Eddie, la semana que viene libro, a partir del
lunes. Me voy a Mxico.
Eddie asinti con la cabeza y Domnguez dio unos pasos de baile.
-Yo y Teresa. Vamos a ver a toda la familia. Una buena fiesta.
Dej de bailar cuando se dio cuenta de que Eddie lo miraba
fijamente.
-Has estado alguna vez? -dijo Domnguez.
-Dnde?
-En Mxico.
Eddie ech aire por la nariz.
-Muchacho, yo nunca he estado en ninguna parte a la que no me
mandaran con un fusil.
Sigui con la mirada a Domnguez, que volva al fregadero. Pens
unos momentos. Luego sac un pequeo fajo de billetes del bolsillo
y apart los nicos billetes de veinte que tena, dos. Se los tendi.
-Cmprale algo bonito a tu mujer -dijo Eddie.
Domnguez mir el dinero, exhibi una gran sonrisa y dijo:
-Venga, hombre. Ests seguro?
Eddie puso el dinero en la palma de la mano de Domnguez.
Luego sali para volver a la zona de almacenamiento. Aos atrs
haban hecho un pequeo agujero para pescar en las tablas de la
pasarela, y Eddie levant el tapn de plstico. Tir de un sedal de
nailon que caa unos tres metros hasta el mar. Todava tena sujeto
un trozo de mortadela.
-Pescamos algo? -grit Domnguez-. Dime que hemos pescado
algo!
Eddie se pregunt cmo podra ser tan optimista aquel tipo. En
aquel sedal nunca haba nada.
-Cualquier da -grit Domnguez- vamos a pescar un abadejo.
-Claro -murmur Eddie, aunque saba que nunca podran pasar
un pez por un agujero tan pequeo.
Veintisis minutos de vida. Eddie cruz la pasarela de madera
hasta el extremo sur. No haba mucho movimiento. La chica del
mostrador de golosinas estaba acodada, haciendo globos con su
chicle.
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En otro tiempo el Ruby Pier era el sitio al que se iba en verano.
Tena elefantes y fuegos artificiales y concursos de bailes de
resistencia. Pero la gente ya no iba tanto a los parques de atracciones
del ocano; iban a los parques temticos, donde pagaban setenta y
cinco dlares por entrar y les sacaban una foto con un personaje
peludo gigante.
Eddie pas renqueando junto a los autos de choque y clav la
mirada en un grupo de quinceaeros que se apoyaban en la
barandilla. Estupendo -pens-. Justo lo que necesitaba.
-Largo -dijo Eddie golpeando la barandilla con el bastn-. Venga.
Eso no es seguro
Los quinceaeros le miraron enfadados. Las barras verticales de
los coches chisporroteaban con la electricidad. Zzzap, zzzap.
-Eso no es seguro -repiti Eddie.
Los quinceaeros se miraron unos a otros. Un chico que llevaba
un mechn naranja en el pelo hizo un gesto de burla a Eddie y luego
se subi a la barandilla del centro.
-Venga, colegas, pilladme -grit haciendo gestos a los jvenes que
conducan-. Pilladme.
Eddie golpe la barandilla con tanta fuerza que el bastn casi se le
parte en dos.
-Fuera!
Los chicos se marcharon.
Corra otra historia sobre Eddie. Cuando era soldado, entr en
combate numerosas veces. Haba sido muy valiente. Incluso gan
una medalla. Pero hacia el final de su tiempo de servicio se pele
con uno de sus propios hombres. As fue como hirieron a Eddie.
Nadie saba qu le pas al otro tipo. Nadie lo pregunt.
Cuando le quedaban diecinueve minutos en la tierra, Eddie se
sent por ltima vez en una vieja silla de playa de aluminio, con sus
cortos y musculosos brazos cruzados en el pecho como las aletas de
una foca. Sus piernas estaban rojas por el sol y en su rodilla
izquierda todava se distinguan cicatrices. La verdad es que gran
parte del cuerpo de Eddie sugera que haba sobrevivido a algn
enfrentamiento. Sus dedos estaban doblados en ngulos imposibles
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debido a numerosas fracturas originadas por maquinaria variada.
Le haban roto la nariz varias veces en lo que l llamaba peleas de
bar. Su cara de amplia mandbula quiz haba sido alguna vez
armoniosa, del modo en que puede serlo la de un boxeador antes de
recibir demasiados puetazos.
Ahora Eddie slo pareca cansado. Aqul era su puesto habitual
en la pasarela del Ruby Pier, detrs de la Liebre, que en la dcada de
1980 fue el Rayo, que en la de 1970 fue la Anguila de Acero, que en
la de 1960 fue el Pirul Saltarn, que en la de 1950 fue Laff en la
Noche, y que antes de eso fue la Pista de Baile Polvo de Estrellas.
Que fue donde Eddie conoci a Marguerite.
Toda vida tiene un instante de amor del de verdad. Para Eddie,
el suyo tuvo lugar una clida noche de septiembre despus de una
tormenta, cuando la pasarela de madera estaba lavada por la lluvia.
Ella llevaba un vestido de algodn amarillo y un pasador rosa en el
pelo. Eddie no habl mucho. Estaba tan nervioso que tena la
sensacin de que la lengua se le haba pegado a los dientes. Bailaron
con la msica de una gran orquesta, la orquesta de Delaney el
Larguirucho y sus Everglades. La invit a una limonada. Ella dijo
que se tena que ir antes de que se enfadaran sus padres. Pero
cuando se alejaba, se volvi y le salud con la mano.
Aqul fue el instante. Durante el resto de su vida, siempre que
pensaba en Marguerite, Eddie vea aquel momento, a ella despidin-
dose con la mano, el pelo oscuro cayndole sobre un ojo, y senta el
mismo acelern arterial de amor.
Aquella noche volvi a casa y despert a su hermano mayor. Le
dijo que haba conocido a la chica con la que se iba a casar.
-Durmete, Eddie -gru su hermano.
Sssh. Una ola rompi en la playa. Escupi algo que no quiso ver.
Lo lanz lejos.
Sssh. Antes pensaba mucho en Marguerite. Ahora ya no tanto.
Ella era como una herida debajo de un antiguo vendaje, y l se haba
ido acostumbrando al vendaje.
Sssh.
Qu era herpes?
Sssh.
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Diecisis minutos de vida.
Ninguna historia encaja por s sola. A veces las historias se tocan
en los bordes y otras veces se tapan completamente una a otra, como
piedras debajo de un ro.
El final de la historia de Eddie qued afectado por otra historia
aparentemente inocente, de meses antes; una tarde con nubes en que
un joven lleg al Ruby Pier con tres amigos.
El joven, que se llamaba Nicky, acababa de empezar a conducir y
todava no se senta cmodo llevando un llavero. De modo que sac
nicamente la llave del coche y se la guard en el bolsillo de la
chaqueta, luego se at la chaqueta a la cintura.
Durante las horas siguientes, l y sus amigos se subieron a todas
las atracciones ms rpidas: el Halcn Volador, el Amerizaje, la
Cada Libre, la Montaa Rusa Fantasma.
-Sin manos! -grit uno de ellos.
Alzaron las manos al aire.
Ms tarde, cuando haba oscurecido, volvieron al aparcamiento,
agotados y entre risas, tomando cervezas que llevaban dentro de
bolsas de papel de estraza. Nicky meti la mano en el bolsillo de la
chaqueta y busc. Solt un taco.
La llave haba desaparecido.
Catorce minutos para su muerte. Eddie se sec la frente con un
pauelo. All en el ocano, diamantes de luz del sol bailaban en el
agua, y Eddie contempl su vivo movimiento. No haba vuelto a
estar bien de pie desde la guerra.
Pero volvi a la Pista de Baile Polvo de Estrellas con Marguerite;
all Eddie haba sido tocado por la gracia. Cerr los ojos y se
abandon a la evocacin de la cancin que les haba unido, la que
Judy Garland cantaba en aquella pelcula. Se mezclaba dentro de su
cabeza con la cacofona de las olas rompiendo y los nios gritando
en las atracciones.
-Hiciste que te amara...
Ssshhh.
-Yo no quera...
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Splllaaashhh.
-... amarte... Ssshhh.
-... siempre lo sabrs, y siempre...
Splllaaashhh.
-... lo sabrs...
Eddie not las manos de ella en sus hombros. Apret los ojos con
fuerza para hacer ms vivido el recuerdo.
Doce minutos de vida.
-Perdone.
Una nia, puede que de unos ocho aos, estaba de pie delante de
l, tapndole el sol. Tena rizos rubios y llevaba sandalias, unos
vaqueros cortados y una camiseta verde lima que llevaba un pato de
dibujos animados en la parte de delante. Amy, pens que se
llamaba. Amy o Annie. Haba estado por all muchas veces aquel
verano, aunque Eddie nunca vio a una madre o a un padre.
-Perdooone -repiti la nia-. Eddie Mantenimiento?
Eddie solt un suspiro.
-Slo Eddie -dijo.
-Eddie?
-S?
-Puede hacerme...?
Uni las manos como si rezara.
-Vamos, nia. No tengo todo el da.
-Puede hacerme un animal? Puede?
Eddie alz la vista, como si tuviera que pensarlo. Luego se busc
en el bolsillo de la camisa y sac tres limpiapipas amarillos que
llevaba con aquel objetivo.
-Qu bien! -dijo la nia dando palmadas.
Eddie empez a retorcer los limpiapipas.
-Dnde estn tus padres?
-Montando en las atracciones.
-Sin ti?
La nia se encogi de hombros.
-Mam est con su novio.
Eddie alz la vista. Ah.
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Dobl los limpiapipas en varios crculos pequeos, luego enroll
con cuidado los crculos uno en torno a otro. Ahora le temblaban las
manos, de modo que le llevaba ms tiempo que antes, pero los
limpiapipas pronto tenan la forma de una cabeza, unas orejas,
cuerpo y un rabo.
-Un conejo? -dijo la nia.
Eddie gui el ojo.
-Graaacias!
La nia se puso a dar vueltas, perdida en ese sitio donde los nios
ni siquiera saben que se les mueven los pies. Eddie se volvi a secar
la frente, luego cerr los ojos, se hundi en la silla de playa y trat
de que la vieja cancin le volviera a la cabeza.
Una gaviota grazn mientras pasaba volando por encima de l.
Como eligen las personas sus ltimas palabras? Se dan cuenta
de su importancia? Han sido sealadas por el destino para que
sean inteligentes?
A sus ochenta y tres aos Eddie haba perdido a casi todos los que
le haban importado. Unos murieron jvenes, y a otros se les haba
dado la oportunidad de hacerse viejos antes de que una enfermedad
o un accidente se los llevase. En sus funerales, Eddie escuchaba
cmo los asistentes recordaban sus ltimas palabras. Es como si
supiera que iba a morir..., decan algunos.
Eddie nunca lo crea. Por lo que saba, cuando te tocaba, te tocaba,
eso era todo. Podas decir algo inteligente al irte, pero tambin era
posible que dijeras algo estpido.
Que conste, las ltimas palabras de Eddie seran:
-Atrs!
stos son los sonidos de los ltimos minutos de Eddie en la
tierra. Olas que rompen. El lejano estrpito de msica de rock. El
zumbido del motor de un pequeo biplano que lleva un anuncio a la
cola. Y esto:
-Dios mo! Miren!
Eddie not que los ojos se le disparaban debajo de los prpados.
Con los aos, haba llegado a familiarizarse con todos los ruidos del
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Ruby Pier y poda dormir a pesar de ellos como si fueran una
cancin de cuna.
Aquella voz no era de una cancin de cuna.
-Dios mo! Miren!
Eddie se puso de pie como impulsado por un resorte. Una mujer
con brazos rollizos y con hoyuelos alzaba una bolsa de la compra y
sealaba algo gritando. Un pequeo grupo se haba reunido en
torno a ella; todos miraban al cielo.
Eddie lo vio de inmediato. En la parte de arriba de la Cada Libre,
la nueva atraccin cada de la torre, una de las vagonetas estaba
inclinada en ngulo, como si intentara volcar su carga. Cuatro
pasajeros, dos hombres y dos mujeres, sujetos nicamente por una
barra de seguridad, se agarraban frenticamente a lo que podan.
-Oh, Dios mo! -grit la mujer gorda-. Se van a caer!
Una voz grazn por la radio del cinturn de Eddie.
-Eddie! Eddie!
l puls el botn.
-Lo estoy viendo! Llama a seguridad!
Personas que suban corriendo de la playa sealaban como si
hubieran ensayado esa escena. Mirad! All arriba! Una atraccin
se ha soltado! Eddie agarr su bastn y fue cojeando hasta la valla
de seguridad que rodeaba la base de la plataforma; el manojo de
llaves sonaba contra su cadera. El corazn se le haba desbocado.
En la Cada Libre dos vagonetas hacan un descenso de esos que
revuelven el estmago y se detena en el ltimo instante debido a un
chorro de aire hidrulico. Cmo se habra soltado una vagoneta
as? Estaba ladeada unos centmetros por debajo de la plataforma
superior, como si hubiera empezado a bajar y luego hubiera
cambiado de idea.
Eddie lleg a la puerta y tuvo que tomar aliento. Domnguez
vena corriendo desde el taller y casi se estrell contra l.
-yeme bien! -dijo Eddie agarrando a Domnguez por los
hombros. Le apretaba con tanta fuerza que Domnguez hizo una
mueca de dolor-. yeme bien! Quin est ah arriba?
-Willie.
-Bien. Debe de haber accionado la parada de emergencia. Por eso
est colgando la vagoneta. Sube por la escalerilla y dile que libere
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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manualmente la sujecin de seguridad para que esas personas
puedan salir. Vale? Est al fondo de la vagoneta, as que vas a tener
que sujetarlo mientras l se estira. Entendido? Luego..., luego los
dos... Los dos, no uno solo, lo entiendes?, los dos sacis a esa gente.
Uno sujeta al otro. Entendido?
Domnguez asinti rpidamente con la cabeza.
-Despus mandad esa puetera vagoneta abajo para que
podamos saber lo que pas!
La cabeza de Eddie lata. Aunque en su parque nunca haba
habido accidentes importantes, conoca terribles historias relaciona-
das con su profesin. Una vez, en Brighton, un perno se desenrosc
de una gndola y dos personas cayeron y se mataron. Otra vez, en el
Parque de las Maravillas, un hombre haba intentado cruzar el carril
de una montaa rusa; cay y qued sujeto por los sobacos. Qued
encajado y empez a chillar al ver que las vagonetas iban a toda
velocidad hacia l y... Bueno, fue horrible.
Eddie se quit aquello de la mente. Ahora haba gente a su
alrededor, tapndose la boca con la mano, mirando cmo
Domnguez trepaba por la escalerilla. Eddie trat de recordar las
entraas de la Cada Libre. Motor. Cilindros. Hidrulica. Juntas.
Cables. Cmo se poda soltar una vagoneta? Sigui visualmente la
atraccin, desde las cuatro personas aterradas de la cima, bajando
por el eje, hasta la base. Motor. Cilindros. Hidrulica. Juntas.
Cables.
Domnguez lleg a la plataforma superior. Hizo lo que Eddie le
haba dicho, agarr a Willie mientras ste se estiraba hacia la parte
de atrs de la vagoneta para soltar la sujecin. Una de las ocupantes
se lanz hacia Willie y casi lo ech fuera de la plataforma. La
multitud contuvo el aliento.
-Espera... -se dijo Eddie a s mismo.
Willie prob de nuevo. Esta vez logr accionar el dispositivo de
seguridad.
-El cable -murmur Eddie.
La barra se levant y la multitud solt un:
-Oooh.
Llevaron rpidamente a los ocupantes a la plataforma.
-El cable se est rompiendo... LIBROS LIBRES LIBROS LIBRES
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Eddie tena razn. En el interior de la base de la Cada Libre,
oculto a la vista, el cable que suba a la vagoneta nmero 2 haba
estado rozando durante los ltimos meses en una polea bloqueada,
que haba ido serrando los hilos de acero del cable -como si pelara
una espiga de trigo- hasta que prcticamente estuvieron cortados.
Nadie lo haba notado. Cmo lo iban a notar? Slo una persona que
hubiera reptado dentro del mecanismo podra haber visto la
improbable causa del problema.
La polea estaba bloqueada por un objeto pequeo que deba de
haber cado por la abertura en algn momento.
Una llave de coche.
-No sueltes la vagoneta! -grit Eddie. Haca gestos con las
manos-. Oye! Oooye! Es el cable! No sueltes la vagoneta! Se
partir!
La multitud apag su voz. Vitoreaba enfebrecida mientras Willie
y Domnguez descargaban al ltimo ocupante. Los cuatro estaban a
salvo. Se abrazaban encima de la plataforma.
-Dom! Willie! -gritaba Eddie. Una persona choc contra su
cintura, tirando su walkie-talkie al suelo. Eddie se dobl para
recogerlo. Willie fue a los controles. Puso el dedo encima del botn
verde. Eddie alz la vista.
-No! No! No! No hagas eso!
Eddie se volvi hacia la multitud.
-Atrs!
Algo de la voz de Eddie deba de haber atrado la atencin de la
gente; dejaron de soltar vtores y empezaron a dispersarse. Se hizo
un claro debajo de la Cada Libre.
Y Eddie vio la ltima cara de su vida.
Cada encima de la base metlica de la atraccin, como si alguien
la hubiera tirado all, la nariz moquendole y las lgrimas
llenndole los ojos, estaba la nia con el animal hecho con
limpiapipas. Amy? Annie?
-Mami..., mam..., mam -balbuceaba, casi rtmicamente,
paralizada, como los nios cuando lloran.
-Mami... Mam..., mami... Mam...
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La mirada de Eddie salt de ella a las vagonetas. Tena tiempo?
Ella y las vagonetas...
Whump. Demasiado tarde. Las vagonetas caan... Dios santo, ha
soltado el freno! Para Eddie todo sucedi como a cmara lenta.
Dej caer su bastn e hizo esfuerzos con su pierna mala hasta que
not una descarga de dolor que casi lo hizo caer. Un gran paso. Otro
paso. Dentro de la caja de la Cada Libre, se rompi el ltimo hilo
del cable y destroz la conduccin hidrulica. La vagoneta nmero 2
ahora caa como un peso muerto, nada la podra detener, una roca
cayendo por un despeadero.
En aquellos momentos finales, a Eddie le pareci or el mundo
entero: gritos lejanos, olas, msica, una rfaga de viento, un sonido
grave, intenso y feo que, comprendi, era su propia voz que le
perforaba el pecho. La nia alz los brazos. Eddie se lanz. Su
pierna mala le fall. Medio volando, medio tambalendose avanz
hacia la pequea y cay en la plataforma metlica, que desgarr su
camisa y le abri la carne, justo debajo de la etiqueta en la que se lea
EDDIE y MANTENIMIENTO. Not dos manos en la suya, dos
manos pequeas.
Hubo un gran impacto.
Un cegador relmpago de luz.
Y despus, nada.
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EL CUMPLEAOS DE EDDIE ES HOY
Dcada de 1920. En un hospital atestado de uno de los barrios ms
pobres de la ciudad, el padre de Eddie fuma pitillos en la sala de espera,
donde hay otros padres que tambin fuman. La enfermera entra con una
tablilla con pinza. Dice su nombre. Lo pronuncia mal. Los dems hombres
sueltan humo. Y bien?
l levanta la mano.
-Felicidades -dice la enfermera.
La sigue por el pasillo hasta la sala de los recin nacidos. Sus zapatos
hacen un ruido seco contra el suelo.
-Espere aqu-dice la enfermera.
Por el cristal ve que ella comprueba los nmeros de las cunas de madera.
Pasa delante de una, no es la suya, de otra, no es la suya, de otra, no es la
suya, de otra, no es la suya.
Se detiene. All. Debajo de la manta. Una cabeza diminuta con un
gorrito azul. Comprueba su tablilla con pinza otra vez, luego seala.
El padre respira pesadamente, asiente con la cabeza. Durante un
momento su cara parece desmoronarse, como un puente que se hundiera en
un ro. Luego sonre.
El suyo.
-
Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
- 19 -
El viaje
Eddie no vio nada de su momento final en la tierra, ni del parque de atracciones, ni de la multitud, ni de la vagoneta de fibra
de cristal destrozada.
En las historias sobre la vida despus de la muerte, muchas veces
el alma flota por encima del momento del adis, vuela sobre los
coches de la polica en los accidentes de carretera, o se agarra como
una araa a los techos de la habitacin del hospital. sas son las
personas a las que se concede una segunda oportunidad, las que por
alguna razn recuperan su lugar en el mundo.
Eddie, pareca, no tendra una segunda oportunidad.
Dnde...?
Dnde...?
Dnde...?
El cielo era una neblinosa sombra de color calabaza, luego
turquesa intenso, luego lima brillante. Eddie estaba flotando y sus
brazos todava estaban extendidos.
Dnde...?
La vagoneta de la torre caa. Eso l lo recordaba. La nia -;Amy?
Annie?- lloraba. Eso l lo recordaba. Recordaba que l se haba
lanzado hacia ella. Recordaba que l se golpeaba contra la
plataforma. Notaba dos manitas en las suyas.
Luego qu?
La salv?
-
Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
- 20 -
Eddie slo poda imaginarlo, como si hubiera pasado aos atrs.
Forastero todava, no senta ninguna de las emociones que se
experimentan en tales ocasiones. Slo senta calma, como un nio
acunado en los brazos de su madre.
Dnde...?
El cielo que le rodeaba volvi a cambiar, primero a un amarillo de
pomelo, luego a un verde de bosque, luego a un rosa que
momentneamente Eddie asoci con, qu sorpresa, algodn de
azcar.
La salv?
Estaba viva?
Dnde...
... est mi preocupacin?
Dnde est mi dolor?
Era eso lo que echaba en falta. Todo el dao que haba sufrido
alguna vez, todo el dolor que alguna vez haba soportado; todo eso
haba desaparecido como una expiracin. No senta la agona. No
senta tristeza. Notaba su conciencia humeante, ascendiendo en
espiral, incapaz de nada excepto calma. Ahora, por debajo de l, los
colores volvieron a cambiar. Algo haca remolinos. Agua. Un
ocano. Flotaba sobre un enorme mar amarillo. Ahora se volva de
color meln. Ahora era azul como un zafiro. Ahora l empezaba a
caer, precipitndose hacia la superficie. Todo fue ms rpido de lo
que l haba imaginado nunca, y, sin embargo, no sinti la brisa en
su cara, y tampoco tuvo miedo. Vio la arena de una orilla dorada.
Luego estaba bajo el agua.
Luego todo estaba en silencio.
Dnde est mi preocupacin?
Dnde est mi dolor?
-
Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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EL CUMPLEAOS DE EDDIE ES HOY
Tiene cinco aos. Es un domingo por la tarde en el Ruby Pier. Hay mesas
plegables dispuestas en la pasarela de madera que se levanta junto a la
alargada playa blanca. Hay una tarta de vainilla con velas azules y una
jarra de zumo de naranja. Los empleados del parque de atracciones se
mueven en las cercanas; los charlatanes, los teloneros, los cuidadores de
animales, algunos de los del criadero de peces. El padre de Eddie, como de
costumbre, participa en una partida de naipes. Eddie juega a sus pies. Su
hermano mayor, Joe, est haciendo ejercicios gimnsticos delante de un
grupo de mujeres mayores, que fingen inters y aplauden educadamente.
Eddie lleva puesto su regalo de cumpleaos: un sombrero rojo de vaquero
y una cartuchera de juguete. Se levanta y corre de un grupo a otro, saca la
pistola de juguete y dice:
-Bang, bang!
-Ven aqu, chico. -Mickey Shea le hace seas desde un banco cercano.
-Bang, bang -dice Eddie.
Mickey Shea trabaja con el padre de Eddie reparando las atracciones. Es
gordo, usa tirantes y siempre est cantando canciones irlandesas. A Eddie
le huele raro, como el jarabe para la tos.
-Ven. Deja que te d los coscorrones por tu cumpleaosdice-. Como
hacemos en Irlanda.
De repente, los largos brazos de Mickey estn debajo de los sobacos de
Eddie y le levantan, luego le dan la vuelta y queda colgando por los pies. El
sombrero de Eddie cae al suelo.
-Cuidado, Mickey! -grita la madre de Eddie, y su padre alza la vista,
sonre y luego vuelve a su partida de cartas.
-Jo, jo. Le tengo -dice Mickey-. Ahora un coscorrn por cada ao.
Mickey baja a Eddie con cuidado, hasta que la cabeza roza contra el
suelo.
-Uno!
Mickey vuelve a alzar a Eddie. Los dems se les unen riendo. Gritan:
-Dos...! Tres...!
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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Boca abajo, Eddie no est seguro de quin es. La cabeza le empieza a
pesar.
-Cuatro...! -gritan-. Y cinco!
Lo levantan, queda cabeza arriba y lo dejan en el suelo. Todos aplauden.
Eddie agarra su sombrero y luego da un traspi. Se levanta, va
tambalendose hasta Mickey Shea y le da un puetazo en el brazo.
-Jo, jo! Y eso por qu, hombrecito? -dice Mickey. Todos se ren. Eddie se
vuelve y se aleja corriendo, tres pasos, antes de encontrarse en los brazos de
su madre.
-Ests bien, mi querido cumpleaero?-Ella slo est a unos centmetros
de su cara. l ve sus labios pintados de un rojo intenso, sus regordetas
mejillas suaves y la onda de su pelo castao.
-Estaba al revs -le cuenta l.
-Ya lo vi -dice ella.
Le vuelve a poner el sombrero en la cabeza. Ms tarde dar un paseo con
l por el parque, a lo mejor lo lleva a que se suba a un elefante, o a ver a los
pescadores del muelle que recogen sus redes al caer la tarde, con los peces
dando saltos como brillantes monedas mojadas. Ella le llevar cogido de la
mano y le dir que Dios est orgulloso de l por ser un nio bueno el da de
su cumpleaos, y eso har que el mundo parezca que est otra vez como
debe.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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La llegada
Eddie despert dentro de una taza de t. Formaba parte de alguna atraccin de un antiguo parque; una
taza de t grande, hecha de madera oscura, brillante, con un asiento
tapizado y una puerta con bisagras de acero. Los brazos y las
piernas de Eddie colgaban por encima de los bordes. El cielo
continuaba cambiando de color, de un marrn de piel de zapato a
un escarlata intenso.
Instintivamente busc el bastn. Los ltimos aos lo dejaba junto
a la cama porque haba maanas en que ya no tena fuerzas para
levantarse sin l. Eso le molestaba, pues antes sola dar palmadas en
los hombros a sus amigos cuando los saludaba.
Pero ahora no estaba el bastn, conque Eddie suspir y trat de
levantarse. Sorprendentemente la espalda no le doli. No sinti
punzadas en la pierna. Hizo un esfuerzo mayor y salt sin
problemas por encima del borde de la taza de t. Cay suavemente
en el suelo, donde le sorprendieron tres rpidos pensamientos.
Primero, se senta maravillosamente bien.
Segundo, estaba completamente solo.
Tercero, todava estaba en el Ruby Pier.
Pero ahora era un Ruby Pier diferente. Haba tiendas de lona,
grandes espacios con csped y tan pocos obstculos que se poda ver
la musgosa rompiente de agua en el borde del ocano. Los colores
de las atracciones eran el rojo del cuartel de bomberos y el crema -
nada de azules o granates-, y cada atraccin tena su propio
despacho de entradas de madera. La taza de t donde haba
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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despertado formaba parte de una antigua atraccin que se llamaba
Girmetro. Su cartel era de contrachapado, igual que los dems
carteles que colgaban bajos, encima de las fachadas de los puestos
que se alineaban en el paseo.
Cigarros El Tiempo! Eso es fumar!
Sopa de pescado, 10 centavos!
El Ltigo, la sensacin de la temporada!
Eddie parpade muy sorprendido. Aquello era el Ruby Pier de su
infancia, unos setenta y cinco aos atrs, slo que todo estaba nuevo
y recin limpio. Ms all estaba el Rizar el Rizo, que haba sido
desmontado haca dcadas, y algo ms lejos, las casetas de bao y
las piscinas de agua salada que haban sido demolidas en la dcada
de 1950. Destacndose en el cielo, estaba la noria original -con su
pintura blanca intacta- y, tras ella, las calles de su antiguo barrio y
los tejados de las apiadas casas de ladrillos, con cuerdas para
tender la ropa entre las ventanas.
Eddie intent gritar, pero slo le sali un sonido ronco. Articul
un Hola!, pero de su garganta no sali nada.
Se agarr brazos y piernas. Aparte de su falta de voz, se senta
increblemente bien. Anduvo en crculo. Dio un salto. Ningn dolor.
En los ltimos diez aos haba olvidado lo que era andar sin una
mueca de dolor o sentarse sin tener que hacer esfuerzos para
acomodar la parte baja de la espalda. Por fuera, l tena el mismo
aspecto que el de aquella maana: un viejo rechoncho, con el pecho
abombado, que llevaba gorra, pantalones cortos y el jersey marrn
de su trabajo. Pero se senta flexible. Tan flexible, en realidad, que se
poda tocar los tobillos y levantar una pierna hasta su barriga.
Explor su cuerpo como un nio pequeo, fascinado por la nueva
mecnica, un hombre de goma haciendo un estiramiento de hombre
de goma.
Luego corri.
Ja, ja! Corra! Eddie no haba corrido de verdad desde haca ms
de sesenta aos. Desde la guerra, no haba corrido, pero ahora
estaba corriendo. Empez con unos cuantos pasos cautelosos, luego
aceler, a toda velocidad, ms rpido, ms rpido, corriendo como
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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el chico que era en su juventud. Corri por la pasarela de madera y
pas por delante de un puesto de cebo vivo para pescadores (cinco
centavos) y de otro donde alquilaban trajes de bao (tres centavos).
Pas por delante de un tobogn que se llamaba los Dibujos
Deslizantes. Corri por el paseo del Ruby Pier, debajo de magnficos
edificios de estilo rabe con agujas, minaretes y cpulas bulbosas.
Pas corriendo junto al Carrusel Parisiense, con sus caballos de
madera tallada, cristales de espejo y msica de organillo; todo
brillante y nuevo. Slo una hora antes, o eso pareca, l haba estado
rascando el xido de sus piezas en el taller.
Baj corriendo hasta el corazn de la antigua avenida central,
donde en otro tiempo trabajaban los que adivinaban el peso o el
porvenir y bailaban los gitanos. Recogi la barbilla y extendi los
brazos como un planeador, y cada pocos pasos daba un salto, al
igual que hacen los nios, esperando que su carrera se convierta en
vuelo. A cualquiera le podra haber parecido ridculo ver a aquel
empleado de mantenimiento con el pelo blanco, completamente
solo, haciendo el avin. Pero el nio que corre est dentro de todos
los hombres, sin importar la edad que tengan.
Y entonces Eddie dej de correr. Haba odo algo. Una voz
metlica, como si procediera de un megfono.
-Pasen y vean, seoras y caballeros. Jams habrn contemplado
nada tan espantoso.
Eddie estaba parado junto a un despacho de entradas vaco
delante de un enorme teatro. En el cartel de arriba se lea:
Los hombres ms extraos del mundo.
El gran espectculo del Ruby Pier!
El humo sagrado! Son gordos! Son delgados!
Vean al hombre salvaje!
El espectculo. La casa de los monstruos. La gran sensacin. Eddie
record que la haban cerrado haca por lo menos cincuenta aos, en
la poca en que la televisin se hizo popular y la gente no necesitaba
ese tipo de espectculos para avivar su imaginacin. LIBROS LIBRES LIBROS LIBRES
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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-Pasen y vean a este salvaje. Tiene un defecto de nacimiento, de lo
ms extrao...
Eddie atisbo por la entrada. All dentro haba visto a algunas
personas muy raras. Estaba Jolly Jane, que pesaba ms de doscientos
cuarenta kilos y que necesitaba que dos hombres la empujasen para
subir por las escaleras. Estaban las siamesas, que compartan la
columna vertebral y tocaban instrumentos musicales. Y tambin los
tragasables, las mujeres barbudas y una pareja de hermanos indios
cuya piel se haba vuelto de goma de tanto untrsela y frotrsela con
aceite, y les colgaba de brazos y piernas.
Eddie, de nio, haba sentido pena por las personas que exhiban
all. Las obligaban a sentarse en cabinas o a subirse en estrados, a
veces entre rejas, mientras los visitantes pasaban entre ellas,
burlndose y sealndolas. El que los anunciaba haca publicidad de
los monstruos, y era la voz de ese hombre la que Eddie oa ahora.
-Slo un terrible giro del destino poda dejar a un hombre en una
situacin tan penosa! Lo hemos trado desde el otro extremo del
mundo para que ustedes lo puedan ver...
Eddie entr en la sala en penumbra. La voz se hizo ms potente.
-Este trgico desdichado ha sido vctima de la perversa
naturaleza...
Llegaba desde el otro extremo de un estrado.
-Slo aqu, en Los Hombres Ms Extraos del Mundo, pueden
ustedes estar tan cerca...
Eddie se acerc al teln.
-Deleiten su vista con la ms extraor...
La voz del que lo anunciaba desapareci. Y Eddie retrocedi
incrdulo.
All, sentado en una silla, solo sobre el estrado, haba un hombre
de edad madura con unos hombros estrechos y cados, desnudo de
cintura para arriba. La tripa le asomaba por encima del cinturn.
Tena el pelo muy corto, los labios finos y la cara aguilea y ojerosa.
Eddie lo habra olvidado haca mucho de no ser por un rasgo
especial.
Su piel era azul.
-Hola, Edward -dijo-. Te he estado esperando.
-
Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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La primera persona que Eddie encuentra en el cielo
-No tengas miedo -dijo el Hombre Azul levantndose lentamente de su silla-. No tengas miedo...
Su voz era tranquilizadora, pero Eddie no poda dejar de mirar.
Apenas haba tratado a aquel hombre. Por qu lo vea ahora? Era
como uno de esos rostros que se te aparecen en sueos y a la
maana siguiente dices: Jams adivinaras con quin he soado
esta noche.
-Sientes el cuerpo como el de un nio, verdad?
Eddie asinti con la cabeza.
-Es que cuando me conociste eras un nio. Empiezas con los
mismos sentimientos que tuviste.
Empezar qu?, pens Eddie.
El Hombre Azul alz la barbilla. Su piel era una sombra grotesca,
un arndano grisceo. Tena los dedos arrugados. Sali fuera. Eddie
le sigui. El parque estaba desierto. La playa estaba desierta. Estaba
desierto el planeta entero?
-Aclrame una cosa -dijo el Hombre Azul. Seal una montaa
rusa de madera con dos gibas del fondo. El Ltigo. Fue construida
en la dcada de 1920, antes de las ruedas de friccin inferior, lo que
significaba que los coches no podan girar con mucha rapidez, a no
ser que se quisiera que se saliesen de las vas-. El Ltigo. Todava es
la atraccin ms rpida de la tierra?
Eddie mir al viejo aparato estruendoso, que haba sido
desmontado haca aos. Neg con la cabeza.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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-Ah -dijo el Hombre Azul-. Ya me lo imaginaba. Aqu las cosas no
cambian. Y nadie mira abajo desde las nubes, me temo.
Aqu?, pens Eddie.
El Hombre Azul sonri como si hubiera odo la pregunta. Toc a
Eddie en el hombro y ste not una oleada de calor que no haba
experimentado nunca antes. Sus pensamientos salan en forma de
frases.
Cmo he muerto?
-En un accidente -dijo el Hombre Azul.
Cunto llevo muerto?
-Un minuto. Una hora. Mil aos.
Dnde estoy?
El Hombre Azul frunci la boca, luego repiti la pregunta
pensativamente.
-Dnde ests?
Se volvi y alz los brazos. De pronto todas las atracciones del
Ruby Pier adquirieron vida: la noria daba vueltas, los autos de
choque se estrellaban unos contra otros, el Ltigo iba cuesta arriba y
los caballos del Carrusel Parisiense suban y bajaban en sus barras
de latn al comps de la alegre msica del organillo. El ocano
estaba frente a ellos. El cielo era de color limn.
-Dnde crees t? -pregunt el Hombre Azul-. En el cielo.
No! Eddie neg violentamente con la cabeza. No! El Hombre
Azul pareca divertido.
-No? Esto no puede ser el cielo? -dijo-. Por qu? Porque es
donde te criaste t?
Eddie articul la palabra s.
-Ah. -El Hombre Azul asinti con la cabeza.- Vers. Muchas veces
la gente da poca importancia al sitio donde naci. Pero el cielo se
puede encontrar en los rincones ms insospechados. Y el propio
cielo tiene muchos niveles. ste, para m, es el segundo. Y para ti, el
primero.
El Hombre Azul llev a Eddie por el parque de atracciones.
Pasaron por delante de puestos donde se vendan cigarros puros y
de puestos de salchichas, y por los locales de apuestas, donde los
incautos perdan sus monedas de cinco y de diez centavos.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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El cielo?, pens Eddie. Absurdo. Haba pasado la mayor parte de
su vida de adulto tratando de marcharse del Ruby Pier. Era un
parque de atracciones, eso es todo, un sitio para gritar y remojarse y
gastarse los dlares en muecas peponas. La idea de que fuera un
lugar donde descansaban los bienaventurados superaba su
imaginacin.
Volvi a intentar hablar, y esta vez oy un pequeo gruido
dentro del pecho. El Hombre Azul se volvi.
-Recuperars la voz. Todos pasamos por lo mismo. Al principio,
nada ms llegar, no se puede hablar.
Sonri.
-Eso ayuda a escuchar.
-Hay cinco personas con las que te vas a encontrar en el cielo -
dijo de repente el Hombre Azul-. Cada una de ellas intervino en tu
vida por algn motivo, pero a lo mejor t no te diste cuenta de ello
en su momento... y para eso existe el cielo, para entender tu vida en
la tierra.
Eddie pareci confuso.
-La gente cree que el cielo es un jardn del edn, un sitio donde se
flota entre nubes y no se hace nada entre ros y montaas. Pero un
paisaje sin estmulos carece de significado.
ste es el mayor don que te puede conceder Dios: entender lo
que te pas en la tierra. Que tenga explicacin. ste es el sitio que
has andado buscando.
Eddie tosi, tratando de recuperar la voz. Se haba cansado de
estar en silencio.
-Yo soy la primera persona, Edward. Cuando mor, otras cinco me
iluminaron la vida, y luego vine aqu a esperarte, para acompaarte
mientras haces cola, para contarte mi historia, que se convierte en
parte de la tuya. Habr otras personas esperndote. A unas las
conociste, a otras puede que no. Pero todas ellas se cruzaron en tu
camino antes de que murieras. Y lo alteraron para siempre.
Eddie, con mucho esfuerzo, consigui emitir un sonido que sali
desde el pecho:
-Qu...? -dijo finalmente.
-
Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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Su voz pareci que surga de dentro de una cscara de huevo,
como la de un polluelo.
-Qu... fue...?
El Hombre Azul esper pacientemente.
-Qu... fue... lo que le mat... a usted?
El Hombre Azul pareci un poco sorprendido. Sonri a Eddie.
-Me mataste t -dijo.
-
Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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EL CUMPLEAOS DE EDDIE ES HOY
Tiene siete aos y su regalo es una nueva pelota de bisbol. La aprieta con
las manos y nota una oleada de fuerza que le recorre los brazos. Imagina
que l es uno de los hroes de sus cromos de jugadores, a lo mejor el gran
lanzador Walter Johnson.
-Oye, lnzala-dice su hermano Joe.
Los dos corren por la avenida, pasado el puesto de tiro, donde si uno
derriba tres botellas verdes gana un coco y una paja.
-Venga, Eddie -dice Joe-. Lnzala.
Eddie se detiene e imagina que est en un estadio. Lanza la pelota. Su
hermano aprieta los codos y se agacha.
-Demasiado fuerte! -chilla Joe.
-Mi pelota! -grita Eddie-. Eres un gilipollas, Joe.
Eddie ve que la pelota va dando golpes por la pasarela y choca contra un
poste de un pequeo claro de detrs de las tiendas de la casa de los
monstruos. Corre detrs de ella. Joe le sigue. Se tiran al suelo.
-La ves? -dice Eddie.
-No.
Un ruido fuerte les interrumpe. La puerta de una tienda se abre. Eddie y
Joe levantan la vista. Ven a una mujer muy gorda y un hombre sin camisa
con todo el cuerpo cubierto de pelo rojizo. Monstruos del espectculo de
monstruos.
Los nios quedan paralizados.
-Vosotros, listillos, qu estis haciendo ah?-dice el hombre peludo
haciendo una mueca-. Buscis problemas?
A Joe le tiemblan los labios. Empieza a gritar. Se levanta de un salto y se
aleja corriendo, con los brazos subiendo y bajando enloquecidamente. Eddie
tambin se levanta, y entonces ve su pelota pegada a un soporte para serrar.
Mira fijamente al hombre sin camisa y avanza lentamente hacia la pelota.
-Es ma -murmura. La recoge y corre detrs de su hermano.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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Oiga, seor mo -dijo Eddie con voz spera-. Yo jams le he matado a usted, de acuerdo? Ni siquiera le conozco.
El Hombre Azul se sent en un banco. Sonri como si tratara que
un invitado se encontrara cmodo. Eddie sigui de pie, a la
defensiva.
-Deja que empiece por mi verdadero nombre -dijo el Hombre
Azul-. Me bautizaron con el nombre de Joseph Corvelzchik. Soy hijo
de un sastre de un pueblecito polaco. Vinimos a Estados Unidos en
1894. Yo slo era un nio. Mi madre me subi a la barandilla del
barco, y se es mi recuerdo de infancia ms antiguo, mi madre
mecindome a la brisa del nuevo mundo.
Como la mayor parte de los inmigrantes, no tenamos dinero...
Dormamos en un colchn en la cocina de mi to. Mi padre se vio
obligado a trabajar en una fbrica donde le explotaban cosiendo
botones a abrigos, y cuando yo tena diez aos, me sac del colegio
y trabaj en lo mismo que l.
Eddie miraba la cara picada de viruelas del Hombre Azul, sus
labios delgados, su pecho hundido. Por qu me est contando esto?,
pens.
-Yo era un nio nervioso por naturaleza, y el ruido del taller slo
contribuy a empeorar las cosas. Adems, era demasiado joven para
estar all, entre todos aquellos hombres, que sudaban y se quejaban.
Siempre que se acercaba el capataz, mi padre me deca:
"Agchate. Que no se fije en ti". Una vez, sin embargo, tropec y tir
una bolsa de botones, que se desparramaron por el suelo. El capataz
grit que yo era un intil, un nio intil, que me deba ir. Todava
veo aquel momento: a mi padre rogndole como un mendigo
callejero, al capataz burlndose y limpindose la nariz con el dorso
de la mano. Yo tena el estmago encogido de miedo. Entonces not
algo que me mojaba la pierna. Baj la vista. El capataz sealaba mis
pantalones mojados y se rea, y los dems trabajadores tambin se
rean.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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Despus de eso mi padre se negaba a hablar conmigo.
Consideraba que le haba avergonzado y supongo que, dentro de su
mundo, eso haba hecho. Pero los padres pueden echar a perder a
sus hijos, y yo, en cierto modo, me ech a perder despus de eso. Yo
era un nio nervioso, y cuando me hice mayor, fui un joven
nervioso y, lo que era an peor, por las noches todava mojaba la
cama. Por la maana meta a escondidas las sbanas en una
palangana y las lavaba. Una maana alc la vista y vi a mi padre. l
haba visto las sbanas mojadas, luego me mir fijamente con unos
ojos que jams olvidar, como si quisiera romper el vnculo vital
entre nosotros.
El Hombre Azul hizo una pausa. Su piel, que pareca empapada
por un lquido azul, le haca pequeos pliegues de grasa en torno al
cinturn. Eddie no poda apartar la vista.
-Yo no siempre fui un monstruo, Edward -dijo-. Pero en aquel
tiempo la medicina era bastante primitiva. Fui a una farmacia en
busca de algo para los nervios. El dueo me dio un frasco de nitrato
de plata y me dijo que lo mezclase con agua y lo tomase todas las
noches. Nitrato de plata. Posteriormente se lo consider veneno.
Pero era todo lo que yo tena, y cuando cometa errores en el trabajo,
pensaba que era porque no estaba tomando suficiente nitrato. De
modo que tomaba ms. Me meta entre pecho y espalda dos tragos,
a veces tres, y sin agua.
La gente pronto empez a mirarme con extraeza. Mi piel estaba
adquiriendo un color ceniciento.
Yo estaba avergonzado y muy nervioso. Incluso llegu a tomar
ms nitrato de plata, hasta que la piel pas de ser gris a ser azul, un
efecto secundario del veneno.
El Hombre Azul hizo una pausa. Habl en una voz ms baja.
-Me echaron de la fbrica. El capataz dijo que asustaba a los
dems obreros. Sin trabajo, cmo me las iba a arreglar para comer?
Dnde iba a vivir?
Encontr una taberna, un sitio oscuro donde me poda ocultar
bajo un sombrero y un abrigo. Una noche, un grupo de feriantes
estaba al fondo. Fumaban puros. Se rean. Uno de ellos, un tipo ms
bien bajo con una pata de palo, no dejaba de mirarme. Finalmente se
me acerc.
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Al terminar la noche, haba llegado a un acuerdo con ellos para
aparecer en su espectculo. Y empez mi vida como mercanca.
Eddie se fij en el aspecto resignado de la cara del Hombre Azul.
Muchas veces se haba preguntado de dnde venan los que se
exponan en el espectculo de monstruos. Supona que detrs de
cada uno de ellos haba una historia triste.
-Los de la feria me pusieron nombres, Edward. A veces yo era el
Hombre Azul del Polo Norte, otras el Hombre Azul de Argelia y
otras el Hombre Azul de Nueva Zelanda. Yo jams haba estado en
ninguno de aquellos sitios, claro, pero me complaca que me
consideraran extico, aunque slo fuera en un cartel escrito. El
espectculo era sencillo. Yo me sentaba en el escenario, medio
desnudo, mientras pasaba la gente y el presentador les contaba lo
pattico que yo era. Por medio de eso, consegua embolsarme unas
cuantas monedas. El director dijo una vez que yo era el mejor
monstruo de su espectculo y, por triste que suene, aquello me
enorgulleci. Cuando uno es un paria, hasta que le tiren una piedra
puede ser bien recibido.
Un invierno vine a este parque de atracciones. El Ruby Pier.
Estaban montando un espectculo que se llamaba Los Hombres
Extraos. Me gust la idea de estar en un sitio fijo y escapar de los
traqueteos de las carretas de caballos y de la vida en un espectculo
ambulante.
Este sitio se convirti en mi casa. Viva en la habitacin de
encima de una tienda de salchichas. Por las noches jugaba a las
cartas con otros que trabajaban en el espectculo, con los hojalateros
y, a veces, hasta con tu padre. Por la maana llevaba camisas de
manga larga y me envolva la cabeza con una toalla, as poda
pasear por esta playa sin asustar a la gente. Puede que no parezca
mucho, pero para m era una libertad que haba conocido raramente.
Se interrumpi. Mir a Eddie.
-Entiendes por qu estamos aqu? ste no es tu cielo. Es el mo.
Considrese una historia vista desde dos ngulos diferentes.
Por una parte, un lluvioso domingo de julio, a finales de la dcada
de 1920. Eddie y sus amigos se estn lanzando una pelota de bisbol
que a Eddie le regalaron por su cumpleaos casi un ao antes. En un
-
Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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momento dado la pelota pasa volando por encima de la cabeza de
Eddie y alcanza la calle. l, que lleva unos pantalones rojos y un
gorro de lana, sale corriendo tras ella y se encuentra con que viene
un automvil, un Ford A. El coche chirra, vira y casi le atropella.
Eddie tiembla, respira con dificultad, recoge la pelota y corre de
vuelta con sus amigos. El partido termina enseguida y los nios
corren al saln de juegos a jugar con el Buscador del Erie, que tiene
un mecanismo en forma de garra que agarra pequeos juguetes.
Ahora considrese la misma historia desde un ngulo distinto. Un
hombre est al volante de un Ford A, que ha pedido prestado a un
amigo para hacer prcticas de conduccin. La calzada est mojada
por la lluvia de la maana. De pronto, una pelota de bisbol bota
atravesando la calle y un nio sale corriendo detrs de ella. El
conductor pisa a fondo el freno y se agarra al volante. El coche
patina, los neumticos chirran.
El hombre se las arregla para recuperar el control y el Ford A
sigue su marcha. El chico ha desaparecido del espejo retrovisor, pero
el hombre todava se siente alterado; piensa en lo cerca que ha
estado de una tragedia. La descarga de adrenalina ha obligado a su
corazn a funcionar muy deprisa, pero ese corazn no es fuerte y el
esfuerzo lo agota. Entonces el hombre siente un mareo y la cabeza le
cae momentneamente hacia delante. Su automvil casi choca con
otro. El segundo conductor toca la bocina, el hombre gira el volante
y vuelve a virar pisando el pedal del freno. Patina por una avenida y
luego dobla por una calleja. Su vehculo rueda hasta que choca
contra la parte de atrs de un camin aparcado. Hay un pequeo
sonido de choque. Los faros se hacen aicos. El impacto impulsa al
hombre contra el volante. La frente le sangra. Se baja del Modelo A,
comprueba los daos, luego se derrumba en el pavimento mojado.
El brazo le duele. Siente una opresin en el pecho. Es un domingo
por la maana. La calleja est desierta. Se queda all, sin que nadie
se fije en l, cado junto al costado del coche. La sangre ya no fluye
desde sus arterias coronarias al corazn. Pasa una hora. Le
encuentra un polica. Un reconocimiento mdico determina que est
muerto. El motivo de la muerte se registra como ataque al
corazn. No hay parientes conocidos.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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He aqu una historia vista desde dos ngulos diferentes. Es el
mismo da, el mismo momento, pero desde uno de los ngulos la
historia termina felizmente, en un saln de juegos, con el nio de los
pantalones rojos metiendo monedas en el Buscador del Erie; y desde
el otro ngulo termina mal, en el depsito de cadveres de una
ciudad, donde uno de los empleados llama a otro y los dos se
extraan de la piel azul del que acaban de traer.
-Lo ves? -susurr el Hombre Azul despus de terminar la
historia desde su punto de vista-. Nio?
Eddie sinti un escalofro.
-No puede ser -susurr.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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EL CUMPLEAOS DE EDDIE ES HOY
Tiene ocho aos. Est sentado en el borde de un sof a cuadros, con los
brazos cruzados, enfadado. Tiene a su madre a los pies, atndole los
cordones de los zapatos. Su padre est ante el espejo arreglndose la
corbata.
-No quiero ir -dice Eddie.
-Ya lo s -dice su madre, sin levantar la vista-, pero tenemos que ir. A
veces uno tiene que hacer cosas cuando pasan cosas tristes.
-Pero es mi cumpleaos.
Eddie mira enfurruado desde el otro lado de la habitacin la gra
montada en el rincn; est hecha con vigas metlicas de juguete y tres
pequeas ruedas de goma. Eddie haba estado haciendo un camin. Es
bueno montando cosas. Haba esperado enserselo a sus amigos en la
fiesta de su cumpleaos. En lugar de eso, tienen que ir a un sitio y vestirse
de punta en blanco. Eso no est nada bien, piensa.
Su hermano Joe, vestido con pantalones de lana y una pajarita, entra con
un guante de bisbol en la mano izquierda. Le da un golpe. Se burla de
Eddie.
-sos eran mis zapatos viejos -dice Joe-. Los nuevos que tengo son
mejores.
Eddie arruga el ceo. Aborrece tener que ponerse las cosas viejas de Joe.
-Deja de quejarte -dice su madre.
-Me hacen dao -protesta Eddie.
-Ya est bien! -grita su padre. Atraviesa a Eddie con la mirada. Eddie se
calla.
En el cementerio, Eddie apenas reconoce a los del parque de atracciones.
Los hombres que normalmente visten lam dorado y turbantes rojos, ahora
llevan trajes negros, como su padre. Parece que todas las mujeres llevan el
mismo vestido negro; algunas se tapan la cara con velos.
Eddie mira a un hombre que echa tierra con una pala en un agujero. El
hombre dice algo sobre unas cenizas. Eddie se agarra a la mano de su madre
y bizquea mirando el sol. Debera estar triste, lo sabe, pero en secreto est
contando nmeros, a partir del uno; espera que cuando llegue a mil volver
el da de su cumpleaos.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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La primera leccin
-Seor, por favor... -implor Eddie-. Yo no saba... Crame... Dios me asista, yo no lo saba.
El Hombre Azul asinti con la cabeza.
-No lo podas saber. Eras demasiado pequeo.
Eddie dio un paso atrs. Se puso en guardia, como preparndose
para una pelea.
-Pero ahora lo tengo que pagar -dijo.
-Pagar?
-Mi pecado. Por eso estoy aqu, verdad? Justicia?
El Hombre Azul sonri.
-No, Edward. Ests aqu para que yo te pueda ensear algo.
Todas las personas con las que te encontrars aqu tienen una cosa
que ensearte.
Eddie no se lo crea. Sigui con los puos cerrados.
-Cul? -dijo.
-Que no hay actos fortuitos. Que todos estamos relacionados. Que
uno no puede separar una vida de otra ms de lo que puede separar
una brisa del viento.
Eddie sacudi la cabeza.
-Nosotros estbamos lanzando una pelota. Fue una estupidez
ma... salir corriendo de aquel modo. Por qu tuvo que morir usted
en vez de yo? No est bien.
El Hombre Azul extendi la mano.
-Lo que est bien -dijo- no dirige la vida y la muerte. Si lo hiciera,
ninguna persona joven morira jams.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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Extendi la mano con la palma hacia arriba y de pronto estaban
en un cementerio detrs de un pequeo grupo de asistentes a un
entierro. Un sacerdote lea una Biblia junto a la tumba. Eddie no vea
las caras, slo la parte de atrs de los sombreros, vestidos y trajes.
-Mi entierro -dijo el Hombre de Azul-. Fjate en los que asisten.
Algunos ni siquiera me conocan bien, pero fueron. Por qu?
Nunca te lo has preguntado? Por qu se rene la gente cuando
mueren los dems? Por qu considera la gente que debe hacerlo?
Lo hace porque el espritu humano sabe, en el fondo, que todas
las vidas se entrecruzan. Que la muerte no slo se lleva a alguien,
deja a otra persona, y en la pequea distancia entre que a uno se lo
lleve o lo deje, las vidas cambian.
Dices que deberas haber muerto t en vez de yo. Pero durante
mi vida en la tierra tambin hubo personas que murieron en mi
lugar. Es algo que pasa todos los das. Cuando cae un rayo un
momento despus de que te hayas ido, o se estrella un avin en el
que podras haber estado. Cuando tu compaero de trabajo enferma
y t no. Creemos que esas cosas son fortuitas, pero hay un equilibrio
en todo. Uno se marchita, otro crece. El nacimiento y la muerte
forman parte de un todo.
Por eso nos gustan tanto los nios pequeos... -se volvi hacia
los asistentes al sepelio- y los entierros.
Eddie volvi a mirar a los reunidos en torno a la tumba. Se
pregunt si a l le haran un funeral. Se pregunt si acudira alguien.
Vio al sacerdote leyendo la Biblia y a los asistentes con la cabeza,
baja. Se trataba del da del entierro del Hombre Azul, haca muchos
aos. Eddie haba asistido, era nio y no se estuvo quieto durante la
ceremonia, ignorando el papel que desempeaba all.
-Sigo sin entenderlo -susurr Eddie-. Qu fue lo bueno que trajo
su muerte?
-T viviste -respondi el Hombre Azul.
-Pero apenas nos conocamos. Yo era un perfecto desconocido.
El Hombre Azul puso los brazos sobre los hombros de Eddie. ste
not aquella sensacin clida, de fusin.
-Los desconocidos -dijo el Hombre Azul- slo son familiares a los
que todava no se ha llegado a conocer.
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Con eso, el Hombre Azul atrajo hacia s a Eddie. ste not
instantneamente que todo lo que el Hombre Azul haba sentido en
su vida pasaba a l, se deslizaba al interior de su cuerpo; la soledad,
la vergenza, el nerviosismo, el ataque al corazn. Todo se introdujo
en Eddie como cuando se cierra un cajn.
-Me marcho -le susurr al odo el Hombre Azul-. Para m se ha
terminado este nivel del cielo. Pero t conocers a otros aqu.
-Espere -dijo Eddie echndose hacia atrs-. Dgame nicamente
una cosa. Salv a la nia? En el parque de atracciones. La salv?
El Hombre Azul no contest. Eddie se vino abajo.
-Entonces mi muerte fue intil, lo mismo que mi vida.
-Ninguna vida es intil -dijo el Hombre Azul-. Lo nico que es
intil es el tiempo que pasamos pensando que estamos solos.
Dio unos pasos en direccin a la tumba y sonri. Y cuando hizo
eso, su piel adquiri un bello tono de color caramelo, suave y sin
manchas. Eddie pens que era la piel ms perfecta que haba visto
nunca.
-Espere! -grit Eddie, pero de pronto fue llevado por el aire lejos
del cementerio, y volaba por encima del gran ocano gris. Bajo l,
vio los techos del antiguo Ruby Pier, las agujas y torreones, las
banderas ondeando con la brisa.
Luego desapareci todo.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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DOMINGO, 15 HORAS
De nuevo en el parque de atracciones. La gente segua callada en
torno a los restos de la Cada Libre. Las seoras mayores se llevaban
la mano a la garganta. Las madres tiraban de sus hijos. Varios
hombres fornidos en camiseta se abrieron paso hacia delante, como
si fueran a resolver algo, pero una vez llegados all, tambin se
limitaron a mirar, impotentes. El sol achicharraba y afilaba las
sombras, obligaba a que la gente protegiera los ojos haciendo una
visera con la mano, como si estuviera saludando militarmente.
Ha sido grave?, susurraba la gente. Domnguez se abri paso
desde el fondo del grupo, con la cara roja, la camisa empapada de
sudor. Vio la carnicera.
-Oh, no, no, Eddie -gimi llevndose las manos a la cabeza.
Llegaron los de seguridad. Echaron a la gente hacia atrs. Pero
luego tambin ellos adoptaron posturas de impotencia, con las
manos en la cadera, a la espera de ambulancias. Era como si todos -
las madres, los padres, los nios con sus vasos gigantes de refresco-
estuvieran demasiado aturdidos para mirar y demasiado aturdidos
para marcharse. Tenan la muerte a sus pies, mientras una alegre
cancioncilla sala de los altavoces del parque.
Ha sido grave? Se oyeron sirenas. Llegaron hombres
uniformados. Se rode la zona con una cinta de plstico amarilla.
Los puestos bajaron las persianas. Las atracciones fueron cerradas
indefinidamente. Por la playa se corri la voz de lo que haba
pasado, y a la cada del sol el Ruby Pier estaba desierto.
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Mitch Albom Las cinco personas que encontrars en el cielo
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EL CUMPLEAOS DE EDDIE ES HOY
Desde su dormitorio, incluso con la puerta cerrada, Eddie huele el filete de
ternera que prepara su madre con pimientos verdes y cebollas dulces; un
intenso olor a lea que le encanta.
-Eeeddi! -le grita su madre desde la cocina-. Dnde ests? Ya estamos
todos!
l se da la vuelta en la cama y deja a un lado el cmic. Hoy tiene
diecisiete aos, demasiado mayor para esas cosas, pero todava le gusta la
idea -hroes de colores como el Hombre Enmascarado, que lucha contra los
malos para salvar al mundo-. Ha regalado su coleccin a sus primos
rumanos, que son pequeos y vinieron a Estados Unidos unos meses antes.
La familia de Eddie los recibi en el muelle, y se instalaron en el dormitorio
que Eddie comparta con su hermano Joe. Los primos no saben hablar
ingls, pero les gustan los cmics. En cualquier caso, eso sirve a Eddie de
excusa para conservarlos.
-Ah est el chico del cumpleaos-exclama su madre cuando l entra
lentamente en la cocina. Lleva una camisa blanca de cuello blando y una
corbata azul, que le pellizca su musculoso cuello. Un murmullo de holas, de
vasos de cerveza que se alzan de los visitantes reunidos, familiares, amigos,
trabajadores del parque. El padre de Eddie est jugando a cartas en el
rincn, entre una nubecilla de humo de puro.
-Oye, mam, a que no lo sabes? -grita Joe-. Eddie conoci a una chica
ayer por la noche.
-Siii? De verdad?
Eddie nota que se sonroja.
-S. Dijo que se iba a casar con ella.
-Cierra el pico -le dice Eddie a Joe.
ste no le hace caso.
-S, entr en la habitacin con los ojos desorbitados, y dijo: Joe, he
conocido a la chica con la que me voy a casar!.
Eddie grita:
-He dicho que te calles!
-Cmo se llama, Eddie? -pregunta alguien.
-Va a misa?
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Eddie se dirige a su hermano y le da un golpe en el brazo.
-Aaay!
-Eddie!
-Te he dicho que cierres el pico!
Joe suelta:
-Y bail con ella en el Polvo de...
Un golpe.
-Aayy!
-Cierra el pico!
-Eddie! Ya est bien! Basta!
Ahora hasta los primos rumanos levantan la vista -esforzndose por
entender- mientras los dos hermanos se agarran uno al otro y se dan
meneos despejando el sof, hasta que el padre de Eddie se quita el puro y
grita.
-Parad inmediatamente si no queris que os cruce la cara a los dos!
Los hermanos se separan, jadeantes y mirndose fijamente. Algunos
parientes mayores sonren. Una de las tas susurra:
-Pues esa chica le debe de gustar.
Ms tarde, despus de haberse comido el filete especial y apagar las velas
soplando y cuando todos los invitados ya se han ido a casa, la madre de
Eddie enciende la radio. Hay noticias sobre la guerra en Europa, y el padre
de Eddie dice algo sobre que la madera y el cable de cobre van a ser difciles
de conseguir si las cosas empeoran. Aquello har casi imposible el
mantenimiento del parque.
-Qu noticias tan espantosas -dice la madre de Eddie-. No son apropiadas
para una fiesta de cumpleaos.
Mueve el dial hasta que la cajita ofrece msica, una orquesta que
interpreta una alegre meloda. Sonre y tararea. Luego se acerca a Eddie,
que est repanchingado en su silla atrapando las ltimas migajas de la
tarta. Se quita el delantal, lo dobla y lo deja encima de una silla, y agarra a
Eddie de las manos.
-Ensame cmo bailaste con tu nueva amiguita -dice.
-Vamos, mam...
-Ensame.
Eddie se pone de pie como si fuera camino de su ejecucin. Su hermano
sonre. Pero su madre, con su hermosa cara redonda, no deja de tararear y
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de moverse hacia delante y hacia atrs, hasta que Eddie inicia unos pasos de
baile con ella.
-Laral, laral... -canta ella al ritmo de la meloda-. Cuando ests
conmiiigo... La, la... Las estrellas y la luna... La, la, la... En junio...
Se mueven por el cuarto de estar hasta que Eddie cede y se re. Ya es
unos buenos quince centmetros ms alto que su madre, pero ella le lleva
con comodidad.
-Entonces, te gusta esa chica? -susurra ella.
Eddie pierde un paso.
-Es estupendo -dice su madre. Me alegro por ti.
Dan vueltas a la mesa, y la madre de Eddie agarra a Joe y le levanta.
-Ahora bailad los do s-dice ella.
-Con l?
-Mam!
Pero ella insiste y ellos ceden, y Joe y Eddie pronto estn rindose y
dando saltos uno junto al otro. Se cogen de la mano y se mueven, arriba y
abajo, haciendo unos crculos exagerados. Dan vueltas y ms vueltas a la
mesa, ante el placer de su madre, mientras el clarinetista se destaca en la
meloda de la radio y los primos rumanos dan palmas y los ltimos restos
del olor a filete a la parrilla se desvanecen en el aire de fiesta.
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La segunda persona que Eddie encuentra en el cielo
Eddie notaba que sus pies tocaban el suelo. El cielo volva a cambiar, de azul cobalto a gris carbn vegetal, y Eddie ahora
estaba rodeado de rboles cados y escombros ennegrecidos. Se
agarr los brazos, hombros, muslos y pantorrillas. Se notaba ms
fuerte que antes, pero cuando trat de tocarse los dedos de los pies,
ya no pudo hacerlo. La flexibilidad haba desaparecido. Ya no exista
la sensacin infantil de ser de goma. Cada msculo que tena estaba
tan tenso como una cuerda de piano.
Pase la vista por el terreno sin vida que le rodeaba. En una colina
cercana haba una carreta destrozada y los huesos podridos de un
animal. Eddie not un viento ardiente que le azotaba la cara. El cielo
explot en llamaradas amarillas.
Y una vez ms, Eddie corri.
Ahora corra de modo diferente, con los pesados pasos bien
medidos de un soldado. Oy un trueno -o algo parecido a un
trueno, explosiones o estallidos de bombas- y se tir instintivamente
al suelo. Cay sobre el estmago y se arrastr apoyndose en los
antebrazos. El cielo se abri violentamente y solt borbotones de
lluvia; un chaparrn espeso y pardusco. Eddie agach la cabeza y
rept por el barro, escupiendo el agua sucia que le llegaba a los
labios.
Finalmente not que la cabeza le chocaba contra algo slido. Alz
la vista y vio un fusil clavado en el suelo, con un casco puesto
encima y unas cuantas chapas de identificacin colgando del
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portafusil. Parpadeando en medio de la lluvia, pas los dedos por
las chapas de identificacin, luego gate enloquecido hacia atrs
metindose en la porosa pared de enredaderas fibrosas que
colgaban de un enorme ficus. Se hundi en su espesura. Se sent
encogido sobre s mismo. Trat de contener la respiracin. El miedo
se haba apoderado de l, incluso en el cielo.
El nombre de una de las placas de identificacin era el suyo.
Los jvenes van a la guerra. Unas veces porque tienen que ir,
otras veces porque quieren. Siempre creen que todos esperan que
vayan. Eso tiene su origen en las tristes, en las complicadas historias
de la vida, que durante los siglos han considerado que el valor est
asociado con coger las armas, y la cobarda con dejarlas a un lado.
Cuando este pas particip en la guerra, Eddie despert temprano
una maana lluviosa, se afeit, se pein el pelo hacia atrs y fue a
alistarse. Otros estaban combatiendo. l hara lo mismo.
Su madre no quera que fuera. Su padre, cuando le comunic la
noticia, encendi un pitillo y solt el humo lentamente.
-Cundo? -fue lo nico que pregunt.
Como nunca haba disparado con un fusil de verdad, Eddie
empez a practicar en el tiro al blanco del Ruby Pier. Pagabas cinco
centavos y el aparato empezaba a zumbar, apretabas el gatillo y
disparabas contra siluetas metlicas con dibujos de animales de la
selva, como un len o una jirafa. Eddie iba todas las tardes, despus
de ocuparse de la palanca del freno del Mini-trn Infantil. El Ruby
Pier haba aadido unas cuantas atracciones nuevas y ms
pequeas, porque las montaas rusas, despus de la Depresin, se
haban vuelto demasiado caras. El Minitrn era una de esas
atracciones nuevas; sus vagones no eran ms altos que el muslo de
un hombre adulto.
Eddie, antes de alistarse, haba estado trabajando para ahorrar
dinero con el que estudiar ingeniera. Aqul era su objetivo; quera
construir cosas, aunque su hermano Joe no dejaba de decir:
-Venga, Eddie, t no eres lo bastante listo para eso.
Pero una vez que empez la guerra, el parque de atracciones iba
mal. Ahora la mayora de los clientes de Eddie eran mujeres solas
con nios cuyos padres estaban combatiendo. A veces los nios le
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pedan que los levantara hasta su cabeza, y cuando Eddie acceda,
vea las tristes sonrisas de las madres: supona que les gustaba que
levantaran a sus hijos, pero crea que habran preferido que fueran
otros los brazos que lo hicieran. l, pensaba Eddie, pronto se unira
a aquellos hombres lejanos, y su vida de engrasador de rales y
controlador de palancas de freno terminara. La guerra era su
llamada a la edad adulta. Y a lo mejor, hasta alguien le echaba en
falta.
Una de aquellas ltimas tardes, Eddie estaba apoyado en el
pequeo puesto de tiro al blanco disparando profundamente
concentrado. Pum! Pum! Intentaba imaginar que disparaba a un
enemigo de verdad. Pum! Haran ruido cuando los alcanzase -
pum!- o simplemente caeran, como los leones y las jirafas?
Pum! Pum!
-Practicando para matar, eh, chaval?
Mickey Shea se haba detenido detrs de l. Tena el pelo del color
de helado de vainilla, hmedo de sudor, y la cara se le haba puesto
roja debido a lo que hubiera estado bebiendo. Eddie se encogi de
hombros y volvi a disparar. Pum! Otro blanco. Pum! Otro.
-Oye -protest Mickey.
A Eddie le apeteca que Mickey se largara y le dejase mejorar su
puntera. Notaba al viejo borracho a su espalda. Oa su trabajosa
respiracin, los siseos del aire que le entraban y salan por la nariz,
como una bicicleta a la que hinchaban con una bomba.
Eddie sigui disparando. De pronto, not que le agarraban el
hombro con fuerza.
-Escucha, chaval. -La voz de Mickey era un gruido grave.- La
guerra no es un juego. Si es preciso disparar, se dispara, entiendes?
No te sientes culpable. No hay que dudar. Uno dispara y dispara, y
no piensa ni contra quin, ni si lo mata, ni por qu, entendido? Si
quieres volver a casa, limtate a disparar, no pienses.
Apret con ms fuerza.
-Lo que mata es el pensar.
Eddie se dio la vuelta y mir fijamente a Mickey. ste le dio una
bofetada fuerte en la mejilla y Eddie, instintivamente, alz el puo
para responder. Pero Mickey eruct y dio un tumbo tambaleante
hacia atrs. Luego mir a Eddie como si estuviera a punto de
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echarse a llorar. El fusil del tiro al blanco dej de zumbar. Los cinco
centavos de Eddie se haban terminado.
Los jvenes van a la guerra, unas veces porque tienen que ir, otras
veces porque quieren. Unos das despus, Eddie meti sus cosas en
una bolsa de lona y dej atrs el parque de atracciones.
Dej de llover. Eddie, temblando y mojado debajo del ficus,
solt una larga y profunda exhalacin. Apart las lianas y vio el
casco y el fusil todava clavado en el suelo. Record por qu hacan
eso los soldados: era para sealar las tumbas de sus muertos.
Sali avanzando a cuatro patas. A lo lejos, bajo unas pequeas
ondulaciones, estaban los restos de una aldea, bombardeada y
quemada, reducida a poco ms que escombros. Durante un
momento, Eddie mir fijamente, con la boca algo abierta, enfocando
mejor la escena con los ojos. Entonces el pecho se le encogi igual
que el de un hombre que acabara de recibir malas noticias. Aquel
sitio. Lo conoca. Se le haba aparecido en sueos.
-Viruela -dijo de pronto una voz.
Eddie se dio la vuelta.
-Viruela. Tifus. Ttanos. Fiebre amarilla.
Vena de arriba, de algn punto del rbol.
-Nunca he sabido lo que era la fiebre amarilla. Demonios. Nunca
he conocido a nadie que la tuviera.
La voz era potente, con un leve acento sureo y un tanto ronca,
como la de un hombre que llevara horas gritando.
-Me pusieron inyecciones para todas esas enfermedades y de
todos modos he muerto aqu, y estaba tan sano.
El rbol se agit. Un fruto pequeo cay delante de Eddie.
-Te gustan las manzanas? -dijo la voz.
Eddie se levant y se aclar la voz.
-Sal de ah -dijo.
-Sube t -dijo la voz.
Y Eddie estaba en el rbol, cerca de la copa, que era tan alta como
un edificio de oficinas. Las piernas le colgaban de la rama donde
estaba sentado y la tierra de debajo pareca una gota muy lejana.
Entre las ramas ms pequeas y las delgadas hojas, Eddie distingua
la forma en sombra de un hombre en traje de faena, apoyado en el
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tronco del rbol. Tena la cara cubierta con una sustancia negra
como el carbn. Los ojos le brillaban como pequeas bombillas.
Eddie trag con dificultad.
-Mi capitn? -susurr-. Es usted?
Haban servido juntos en el ejrcito. El capitn era el oficial al
mando de Eddie. Combatieron en Filipinas y se separaron en
Filipinas, y nunca se haban vuelto a ver. Eddie haba odo que
muri en combate.
Apareci una espiral de humo de cigarrillo.
-Te han enseado las ordenanzas, soldado?
Eddie baj la vista. Vio la tierra muy abajo, aunque se daba cuenta
de que no se poda caer.
-Estoy muerto -dijo.
-Tienes derecho a eso.
-Y usted est muerto.
-Tambin tengo ese derecho.
-Y usted es... mi segunda persona?
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