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Revista Alma Histórica ¿Liberadas o Reconquistadas? ISSN: 0719-1537
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¿Liberadas o reconquistadas? Guayaquil, Charcas y las provincias de las pampas,
ante el proceso de metropolización de Lima, Colombia y Buenos Aires (1760-1840)
Freed or reconquered? Guayaquil, Charcas and the pampas provinces in
the process of ‘metropolization’ of Lima, Colombia and Buenos Aires (1760-1840)
Armando Cartes Montory♦ Doctorando Universidad Católica de Valparaíso
Resumen
Las regiones andinas y de las pampas, en un arco que se extiende desde Quito al Río de la Plata, tuvieron un desarrollo paralelo, en el período tardo colonial. Este fue marcado por su conformación social y económica peculiar, así como por la relación con los Virreinatos bajo cuya jurisdicción se hallaban. Las reformas borbónicas influyeron en su evolución, determinando la forma en que enfrentan el período de las independencias, al igual que ciertas continuidades que exhibe su temprano desarrollo republicano.
Los casos de Guayaquil, Charcas y las provincias argentinas, durante el período que transcurre entre la creación de las Intendencias y mediados del siglo XIX, ilustran los desenlaces posibles, en materia de configuración estatal. Así resulta de la revisión de su evolución común y particular, de sus alianzas y pretensiones autonómicas. La comprensión de sus acciones e intereses, en efecto, aporta claves sobre la estructura geopolítica que finalmente adoptan la región andina y la nación argentina.
Palabras clave: reformas borbónicas, provincias, intendencias, autonomía
Summary
Andean and the pampas regions, in an arc stretching from Quito to the Río de la Plata, had a parallel development in the late colonial period. This was marked by its peculiar social and economic structure, as well as the relationship with the Viceroyalties under whose jurisdiction they were. The Bourbon reforms influenced their evolution, determining how to cope with the period of independence, as well as certain continuities that exhibits its early Republican development.
Cases of Guayaquil, Charcas and the Argentine provinces, during the period that
elapses between the establishment of the Intendencias and mid-19th century, illustrate the possible outcomes in the field of State configuration. Thus appears from the revision of its common and particular evolution, its alliances and regional claims. Understanding of their actions and interests, in effect, provides clues about the geopolitical structure that finally adopt the Andean region and Argentina.
Keywords: Borbonic reforms, provinces, intendencies, autonomy
Armando Cartes Montory R.E.A.H. Vol.1, N°1, 2012
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Introducción
Durante los siglos coloniales, las regiones americanas fueron configurando una
estructura económica y social peculiar, así como una identidad propia, favorecida por
las difíciles comunicaciones y el aislamiento. Normalmente, las relaciones eran más
cercanas con los funcionarios imperiales en América, que con las autoridades de la
península. El Virreinato o la Capitanía General representaban la realidad del poder
para vastas provincias. Los grandes procesos del siglo XVIII y XIX, como las
reformas borbónicas o las independencias, fueron enfrentados por los súbditos
americanos desde múltiples perspectivas, según su particular situación étnica, regional
o social. El enfoque provincial, en especial, en base a ciertos espacios regionales,
aplicado a las grandes transformaciones transcurridas en el período que analizamos, de
1760 a 1840, puede explicar, por similitud o diferencia, la evolución experimentada por
otras regiones del subcontinente.
En el período tardo colonial, el desarrollo análogo, aunque con naturales
particularidades, de las provincias y regiones sudamericanas, fue fuertemente influido
por las reformas borbónicas. La creación de nuevas unidades administrativas, las
intendencias, la imposición de tributos y, en general, una nueva relación de la
Monarquía con sus posesiones americanas tuvo consecuencias profundas, que se
proyectan incluso más allá de la emancipación, a pesar de los pocos años en que
pudieron aplicarse. Las independencias de los actuales países de la región estuvieron
marcadas por aquellas diferencias regionales y los Estados que resultan de este proceso
reflejan los conflictos incubados en los años previos.
Con la desintegración del poder español, se produce un proceso que algunos han
llamado de “balcanización”, en las posesiones americanas de la Corona española. La
idea de la retroversión del poder a los súbditos no resuelve, por si misma, la cuestión
de la reconfiguración del poder estatal. Los antiguos virreinatos intentan aprovechar la
instancia para recrear o acrecentar el poderío que alcanzaron en el antiguo régimen,
sustituyendo el poder imperial; un proceso que hemos llamado de metropolización.
Algunas provincias, en cambio sintiéndose sojuzgadas, vieron la emancipación como
una oportunidad de obtener autonomía o, a lo menos, una participación equitativa en
el proyecto de construcción de un nuevo Estado nacional.
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Los casos de Guayaquil, Charcas y las provincias argentinas, durante el período
que media entre la creación de las Intendencias y mediados del siglo XIX, ilustran los
procesos señalados. Su historia común y en particular, en el contexto del surgimiento
del Estado argentino y las tensiones provinciales con la Gran Colombia, Lima y el Río
de la Plata, reflejan tres desenlaces posibles. Sucesivas dependencias, conflictos
armados, períodos de alianza y “anarquía”, dan cuenta del accionar de estos territorios,
en la búsqueda de un nuevo orden, que reconozca su identidad histórica, sus intereses
económicos y sus aspiraciones políticas. Mientras Guayaquil es absorbido por la Gran
Colombia y terminará integrado a un naciente Estado unitario y Charcas logrará su
independencia, las provincias argentinas vivirán largas décadas de precarias alianzas,
hasta integrarse en un Estado federal, a mediados del siglo XIX. Aunque los
desenlaces difieren, la revisión de sus desarrollos paralelos muestra que son las
regiones históricas, impulsadas por sus intereses de diverso orden, la base en que se
configura la estructura estatal y la identidad nacional de los actuales Estados-Nación.
Concluimos que, como se ha ido develando en múltiples estudios, las
independencias no representaron una verdadera ruptura en la evolución
socioeconómica de las futuras naciones. Fueron, más bien, el catalizador de una
evolución de la cultura política, compuesta de continuidades coloniales y diferencias
provinciales, que explican la estructura geopolítica que finalmente adopta la región
andina y la nación argentina. Estas continuidades y diferencias, sobre las que se fundan
los actuales Estados, se proyectan, en muchos casos, hasta el presente.
Las reformas borbónicas: una relectura
Durante siglos, las posesiones españolas en América formaron parte de una
Monarquía “universal”, es decir, una especie de confederación de reinos y territorios
dispersos en varios continentes. Si bien la subyugación era también política y militar, la
verdad es que, durante la mayor parte del Antiguo Régimen la Monarquía española no
mantuvo un ejército regular en América, ni tuvo los recursos para dominar el Nuevo
Mundo por la fuerza. La lealtad de los pueblos de la región fue, en buena medida,
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producto de una cultura política compartida y de lazos sociales y económicos1. Los
funcionarios imperiales se involucraban en actividades comerciales y se relacionaban
socialmente con las familias patricias al punto que, en la práctica, cumplían un rol de
mediación entre la Corona y los intereses locales. En forma creciente, las plazas
funcionarias eran llenadas con criollos y en sus mismas regiones. Para la década de
1760, la mayoría de los oidores de las audiencias de Lima, Santiago y México eran
hispano-criollos, conectados por lazos de amistad o de interés con la élite de los
terratenientes, así que la venta de cargos dio lugar a una especie de “representación
criolla”2.
Hacia 1750, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar y el gobierno imperial
comenzó a reafirmar su autoridad. La participación criolla se redujo en la iglesia y en la
administración los más altos cargos se reservaron para los europeos. Acabó la venta de
cargos de la audiencia y los criollos no fueron ya designados en sus zonas de origen3.
Fue, entonces, sólo en forma tardía, durante el reinado de Carlos III (1759-1788), que
la corona intentó centralizar la monarquía. Son las llamadas reformas borbónicas, en
virtud de las cuales se crearon intendencias, nuevos tributos y una serie de otras
medidas modernizadoras, tendientes a crear un verdadero imperio con España como
su metrópoli. El absolutismo ilustrado fortaleció la posición del Estado a expensas de
la sociedad criolla dominante. En todas partes, los americanos se oponían a las
innovaciones, que las élites locales interpretaban como un ataque a los intereses
locales.
La historiografía suele señalar a estas reformas como causa mediata de las
revoluciones independentistas. No sólo en razón de la mayor “opresión” que habrían
supuesto, sino que también, paradójicamente, a causa de su éxito en generar mayor
crecimiento, modernidad, consciencia de sí y expectativas de bienestar entre los
americanos4. La imposición del absolutismo como causa de la emancipación, por lo
demás, fue una idea introducida por los mismos criollos, para legitimar los gobiernos
autónomos que se instalaron durante la crisis de la monarquía hispánica. Más tarde fue
retomada y reforzada por las historiografías patrias, durante la segunda mitad del siglo
1 Jaime E. Rodriguez O., La revolución política durante la independencia. El reino de Quito 1808-1812, (Quito: Corporación Editora Nacional, 2006), ps. 35 y 36. 2 John Lynch, “Los orígenes de la independencia americana”, en: Bethell, Leslie, Historia de América Latina, La Independencia, vol. 5, (Barcelona: Cambridge University Press, Editorial Crítica, 1991), p. 21. 3 Entre 1751 y 1808, de 206 nombramientos en las audiencias americanas, sólo 62 (23%) recayeron sobre criollos. 4 Magnus Mörner, “La reorganización imperial en Hispanoamérica. 1760-1810”, Iberoromansk (Asociación Hispania), Estocolmo, Vol. IV, Nº1, Biblioteca e Instituto de estudios Ibero-Americanos de la Escuela de Ciencias Económicas de Estocolmo, (1969) 19.
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XIX. Hace algunas décadas, la tesis de John Lynch sobre el “neoimperialismo”, a partir
de estudios sobre el caso argentino, llevó a retomar este argumento como explicación
de las independencias5. Últimamente, no obstante, ha sido cuestionado por estudios
empíricos, que demuestran que las reformas carolinas fueron más permeables de lo
que se creía6. Las tesis basadas en la evolución de la cultura política, como la que
plantea Francois-Xavier Guerra, parecen haberse impuesto7. En la misma línea, Jaime
Rodríguez, revisando los estudios sobre la independencia de Hispanoamérica, concluye
que ésta no había sido un movimiento anticolonialista, sino parte de una revolución
política del mundo hispano y de la disolución de la monarquía española8. Para 1808,
por lo demás, las reformas borbónicas, no habían sido implementadas por completo;
de manera que los dirigentes criollos aún mantenían un grado significativo de
autonomía y control sobre sus regiones.
La Intendencia, que fue la reforma central en el proyecto de construcción de un
nuevo tipo de Estado, produjo una redistribución del poder y, en todo caso,
contribuyó a reducir el prestigio de audiencias y virreyes. Para muchas provincias,
como ocurrió en Salta, Santa Cruz de la Sierra o Córdoba, la instalación de la
intendencia significó la catalización de una identidad política y una vigorización
económica, que tendría luego consecuencias. En definitiva, medidas adoptadas para
recentralizar o recapturar el poder “terminaron en la atomización del sistema”, pero
también dieron lugar a nuevos espacios y nuevos centros9.
El paradigma absolutista ha sido también cuestionado en el plano municipal.
Según Federica Morelli, en la época que va de las reformas borbónicas a la crisis de la
monarquía española, tiene lugar un proceso de refuerzo y de consolidación política de
los cabildos americanos. Es, dice Morelli, “la victoria de los cuerpos intermedios del
Antiguo Régimen sobre el Estado moderno”10. Es su constitución histórica colonial la
que explica su papel durante el liberalismo español y el período republicano.
5 John Lynch, Spanish Colonial Administration, 1782-1810: the Intendant System in the Viceroyalty of Río de la Plata, (Londres, 1958). 6 Manuel Chust, y José Antonio Serrano, Debates sobre las independencias iberoamericanas, editores (España: Ahila, 2007), 19. 7 Cfr., Francois-Xavier Guerra, Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, (México: Fondo de Cultura Económica, 1992). 8 Jaime Rodríguez, “La independencia de la América Española: Una reinterpretación”. En Historia Mexicana, 42, N°176, enero-marzo, (1993) 571-620. 9Eduardo Cavieres, El comercio chileno en la economía-mundo colonial, (Valparaíso: Ediciones Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2008), 16. 10 Federica Morelli, “Entre el antiguo y el Nuevo Régimen: el triunfo de los cuerpos intermedios. El Caso de la Audiencia de Quito, 1765-1830”, Procesos, n° 21, II semestre, 2004, págs. 90 y 91. Cfr., además, Gabaldón Márquez, Joaquín, El municipio, raíz de la república, (Caracas: Academia Nacional de Historia, 1977).
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En años recientes, el análisis de las intendencias y los municipios en el siglo
XVIII, así como la utilidad de las reformas en la dinamización de nuevos espacios
regionales, ha llevado a revisar el modelo de monarquía absolutista y centralizadora.
Las articulaciones e interdependencias entre la esfera estatal y la privada fueron más
complejas, en especial en áreas periféricas, como la América Española, donde la
integración de las élites locales en el tejido político-administrativo resultaba necesaria
para la supervivencia de la misma monarquía11.
La revisión de la interpretación tradicional, conduce a una relectura de
importantes episodios de la historia americana. Así, John Fisher, por ejemplo, que
estudió el establecimiento de las intendencias en el Perú a finales del siglo XVIII,
interpretó los levantamientos del Cuzco de 1780 y los de inicios del XIX, como
rebeliones anticentralistas que no se oponían al control español, sino de Lima12. El
regionalismo provincial, más que el nacionalismo peruano, era la fuerza que impulsaba
la dinámica política de esos años. Fisher proponía no confundir regionalismo
anticentralista con posturas contrarias al vínculo colonial con España13. Aun cuando es
evidente que, para la población, estar contra el poder español y contra Lima era la
misma cosa, puesto que Lima era a la vez un enclave del imperio español y cabeza del
virreinato.
En términos comerciales, el mundo hispánico se caracterizaba por la rivalidad y
no por la integración; la metrópoli no promovió de manera consistente el comercio
intercolonial. La oposición de Chile contra Perú, la de Lima contra el Río de la Plata o
la de Montevideo contra Buenos Aires anticipaban, como colonias, las divisiones de las
futuras naciones14. En el Río de la Plata, en virtud del creciente regionalismo, unos
pedían protección para los productos locales y otros la libertad de comercio. En
cualquier caso, las disensiones igualmente alimentaban la convicción de que la
respuesta debía buscarse a través de decisiones autónomas.
Estos y otros debates han llevado a cuestionar los límites del paradigma
absolutista en el caso hispanoamericano. Sus conclusiones se proyectan hacia las
independencias y abren espacio a lecturas regionales.
11 El tema ha sido estudiado muy bien, para el caso chileno, por Barbier, Jacques Armand, “Elites and cadres in Bourbon Chile”, en Hispanic American Historical Review 52 (agosto 1972; ps. 416-435). 12 Cfr. John Fisher, El Perú borbónico 1750-1824, (Lima: IEP, 2000). 13
Carlos Contreras, “La independencia del Perú. Balance de la historiografía contemporánea”, en: Chust, Manuel y
Serrano, José Antonio, Debates sobre las independencias iberoamericanas, editores Ahila, España, 2007, p. 109. Del mismo autor, con Marcos Cueto, cfr., Historia del Perú contemporáneo, (Lima: IEP, cuarta edición). 14 John Lynch, “Los orígenes de la independencia americana”, op. cit., p. 14.
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Hacia 1810, los súbditos americanos aspiraban a la igualdad y la autonomía, más
que a la independencia. Era también el anhelo de las provincias y regiones. En aquellos
lugares en que las capitales del reino se arrogaron el derecho a representarlo
enteramente, hubo enconadas reacciones. Así ocurrió en el Reino de Quito, en
Venezuela, Nueva Granada, Río de la Plata o en Chile. Las capitales de provincia
afirmaron su derecho a representar a los pueblos de su zona. En el actual Ecuador,
Popayán, Cuenca, Guayaquil y otras capitales de provincia rechazaron el movimiento
quiteño, tanto en defensa de los derechos del monarca, cuanto en defensa del principio
según el cual sólo la capital de una provincia tenía el derecho de representar a toda la
región15. Por las mismas razones, la mayoría de las principales capitales de provincia de
la capitanía general de Venezuela crearon sus propias juntas, que eran semiautónomas,
pero aceptaban la primacía de la de Caracas16. A la vista de las numerosas críticas a los
libertadores, María Luisa Soux sostiene, en fin, que al parecer Bolivia se independizó
más de Argentina y de Perú que de la misma España17.
Una visión de continuidad, en consecuencia, exige examinar el período 1760-1840
que es, en el fondo, “tiempo de permanencia de la sociedad tradicional”18. Lo cual nos
lleva a concluir, con Juan Marchena y a la luz de la más moderna historiografía19, en la
necesidad de estudiar y conocer las contradicciones del sistema colonial, en la medida
en que éste sobrevivió durante décadas en las estructuras políticas, sociales y
económicas de los países.
Guayaquil, del reino de Quito a la república
En el Ecuador del siglo XIX, como en otras regiones de Sudamérica, hubo tres
cuestiones que cruzaron la construcción estatal: la regionalización, “entendida como el
conflicto entre las fracciones terratenientes regionales”, según Rafael Quintero, pero
15 Cfr. Jaime E. Rodríguez O., La independencia de la América Española, ps. 132-203, (México: Fondo de Cultura Económica, México 1996), y del mismo autor, La revolución política…, op. cit., p. 33. 16 David Bushnell, “La independencia de la América del Sur española”, en: Bethel, Leslie, Historia de América Latina, La Independencia, vol. 5, (Barcelona: Cambridge University Press, Editorial Crítica, 1991), 15. 17 Juan Marchena Fernández, “Los procesos de independencia en los países andinos: Ecuador y Bolivia”, en: Chust, Manuel y Serrano, José Antonio, Debates sobre las independencias iberoamericanas, (España: editores Ahila, 2007), 198. 18 Eduardo Cavieres, El comercio chileno…, op. cit., p. 17. 19 Marchena, op. cit., p. 198.
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que nosotros sostenemos que se extendía a segmentos muy amplios de la sociedad; el
conflicto étnico-cultural y la cuestión limítrofe, a nivel provincial y estatal20.
Revisaremos solamente la cuestión regional.
Un rasgo distintivo de la Real Audiencia de Quito de fines de la Colonia fue la
diferenciación en tres regiones. Estas tenían por centros neurálgicos a Quito, Cuenca y
Guayaquil y presentaban marcadas diferencias étnicas, geográficas, económicas y
sociales, las cuales determinaron las relaciones interprovinciales y con el mundo
exterior. Durante todo el siglo, a partir de la separación de la Gran Colombia, la
atomización del poder político se profundizó todavía más, acentuando los conflictos
regionales. Veamos sus orígenes, desde la perspectiva de la provincia de Guayaquil.
A principios del siglo XIX, la Audiencia o Reino de Quito estaba en decadencia.
Otrora la Audiencia con el territorio más grande del subcontinente, nunca pudo
obtener el estatus de capitanía general independiente. Mientras Buenos Aires y Caracas
ganaban mayor autonomía, al convertirse en sedes de un nuevo virreinato y una nueva
capitanía general, respectivamente, Quito perdía el control eclesiástico, jurídico y
financiero sobre algunas provincias. El golpe más duro fue perder el control militar
sobre Guayaquil, su provincia más próspera, en 1803, a manos del Virreinato del Perú.
El declive económico en la Sierra acompañó a la decadencia política. La creación del
Virreinato de la Plata, en 1776, que desvió el comercio de Quito y competencia cada
vez mayor de Europa afectaron su comercio, lo que se vio agravado por la
reorganización administrativa y la política impositiva del régimen borbónico. En los
años previos a la independencia, estos eventos provocaron un gran descontento y
tensiones políticas y sociales21.
En la misma época, cuando casi toda la Sierra decaía, la provincia de Guayaquil
prosperaba gracias a la producción de cacao y otros productos agrícolas, además de la
construcción de barcos, la manufactura de sombreros de paja y el comercio. La
ubicación de la ciudad portuaria de Guayaquil, que contaba con cerca de 15 mil
habitantes, en una de las principales rutas comerciales de la costa sudamericana del
Pacífico, atrajo a muchos extranjeros, al comercio y al masivo contrabando. Allí, las
oportunidades económicas fomentaban la movilidad social y hacían menos rígidas las
20 Rafael Quintero López, “El Estado terrateniente del Ecuador (1809-1895)”, en: Deler, J.P., y Saint-
Geours, Y., Estados y Naciones en los Andes, Hacia una historia comparativa, 2, (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, Instituto Francés de Estudios Andinos, 1986), 401. 21 Rodríguez, La revolución política…, op. cit., ps. 61, 62,125 y 126.
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jerarquías sociales coloniales, según comentan varios viajeros22. Durante los años
coloniales, además, no existieron lazos económicos fuertes entre las tres provincias
principales del actual Ecuador. Las difíciles comunicaciones conspiraban contra
cualquier integración. De esta forma, ya a finales del periodo colonial no sólo sus
élites, sino también gran parte de su gente, sentían identidades distintas.
Con las reformas borbónicas, que habían dañado a la Sierra, la provincia, en
cambio, se vio beneficiada23. Bajo el nuevo sistema, comparecía ante Quito en materia
política y judicial, ante Cuenca en temas religiosos y ante Lima en cuestiones de
comercio y militares. Las múltiples jurisdicciones dieron a los guayaquileños una
oportunidad para extender aún más su autonomía. En Guayaquil, la familia y los
grupos poderosos competían por el control de la producción y el comercio, en alianza
con los empleados reales. Buena parte de los altos funcionarios imperiales se integró a
la economía y la sociedad locales.
Cuando se forma la junta de Quito, en los albores de la revolución, la capital fue
incapaz de convencer a las otras provincias de seguir sus pasos. Se inició, así, una
guerra civil en el reino, que duraría hasta finales de 1812. Según hemos visto,
Guayaquil no estaba en contra de la “revolución quiteña”, sino sólo de la pretensión
albergada por la ciudad capital para representar al Reino entero24.
Irónicamente, la emancipación tuvo como resultado la conquista del Reino de
Quito por parte de las fuerzas colombianas. El 17 de diciembre de 1819, el congreso
de Angostura estableció la república de Colombia, que reclamó el territorio del antiguo
Virreinato de Antigua Granada, incluido el reino de Quito. La nueva república no
reconocía la transferencia de la provincia de Guayaquil al Perú. Los dirigentes de
Guayaquil, por su parte, tomaron acciones para proteger la autonomía del Reino de
Quito. El 9 de octubre de 1820, una junta de notables que actuaban en nombre de sus
conciudadanos declaró la independencia como el primer paso para el establecimiento
del Estado de Quito. El gobierno de Guayaquil conformó un ejército para liberar el
22 Describen la ciudad Basil Hall (Extracts from a Journal written on the coasts of Chili, Peru and Mexico, in the years 1820, 1821, 1822, third edition, 1824-1825, Edinburgh: Archibald Constable and Co.), 109 y William B. Stevenson, (Historical and descriptive narrative of twenty years residence in South America, Longman, Rees, London, 1829, II, p. 226). 23 Sobre los efectos de las reformas borbónicas en la Audiencia de Quito, cfr., Borchart de Moreno, Christiana, La Audiencia de Quito. Aspectos económicos y sociales (siglos XVI-XVIII), (Quito: Ediciones Banco del Ecuador, 1998), 299-322. 24 Rodriguez, La revolución política…, op. cit, ps. 129, 169 y 191. Sobre la independencia ecuatoriana, cfr., Demetrio Ramos Pérez, Entre el Plata y Bogotá, cuatro claves de la emancipación ecuatoriana, (Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1978.
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resto del reino. Cuenca, Machachi, Latacunga, Riobamba, Ambato y Alausí se unieron;
Quito, sin embargo se mantuvo fiel al régimen realista.
El ejército de Bolívar derrota a los españoles y el general Sucre fuerza al
ayuntamiento de la ciudad de Quito a reconocer la soberanía de Colombia, aunque
aquel cuerpo carecía de la autoridad para obrar por todas las provincias. Bolívar
declaró al reino como departamento de Quito, nombrando a Sucre su primer
intendente. Aparecieron carteles en la ciudad que decían: “Último día de despotismo y
el primero de lo mismo”. En Guayaquil, la situación fue más compleja, pues los
peruanistas, los colombianistas y el grupo autonomista se disputaban el control de la
provincia. Aunque estos últimos eran los más fuertes localmente, Bolívar, habiendo
obtenido Quito, “no pensaba permitir que su punto de salida al mar pudiera decidir
por su cuenta”25.
En consecuencia, en 1822 la región llegó a ser una parte subordinada de la
República de Colombia. Ocho años más tarde, los dirigentes del antiguo “Reino de
Quito” se retiraron de la unión y proclamaron la independencia de la nación
ecuatoriana. Había sido privada de algunas provincias norteñas y de su histórico
nombre de Quito. Ahora tenía el nombre artificial que le había sido dado por sus
“liberadores”: Ecuador. Una denominación geográfica que venía, sin embargo, a
obviar los conflictos entre las provincias.
Junto a la cuestión simbólica del nombre, desde el nacimiento del nuevo Estado
se manifestaron los equilibrios y diferencias: en la delimitación territorial y la
organización departamental fijadas por el Congreso Grancolombiano de 1824; en la
constitución de un Consejo de Gobierno, formado por los Gobernadores de Cuenca,
Guayaquil y el Presidente y, especialmente, en la mantención de un sistema de
representación política eminentemente regional26. La regionalización marca la vida
política ecuatoriana, en el siglo XIX y explica las permanentes crisis del Estado en
constitución, en especial para la fase 1830-1859. Generó un vacío de capacidad estatal,
al concentrar a las fracciones en la lucha por el control del gobierno, con prescindencia
del interés general.
A partir de 1830, coincidiendo con su éxito económico, las élites cacaoteras
guayaquileñas exigen una participación cada vez mayor en el poder político
25 Bushnell, op. cit., p. 113. 26 Quintero, op. cit., ps. 401 y 403.
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ecuatoriano instaurado en 1830. Los sentimientos liberales de Guayaquil contrastaban,
desde los primeros días de la república, con el conservadurismo de Quito.
Aunque Quito continúa siendo sede del poder político, el auge económico y el
predominio de los políticos costeños, se consolida como un fenómeno característico
en la historia del Ecuador. La oposición de las provincias era fuerte, con lo cual
cualquier hegemonía tenía una duración y unas posibilidades limitadas. La
preponderancia comercial y financiera de la costa y el aumento continuo del peso
demográfico de esta zona, se proyecta a lo largo del siglo XX, debido a las
emigraciones procedentes de la sierra27. En el primer cuarto de este siglo, por ejemplo,
todos los presidentes constitucionales que logran terminar sus mandatos son costeños
-Alfaro, Plaza, Baquerizo Moreno y Tamayo- y representan fundamentalmente los
intereses guayaquileños28.
Charcas, entre dos virreinatos
Un buen ejemplo de una situación conflictiva regional, más que de antagonismo
con España, es el caso de Charcas. La antigua audiencia andina estuvo en tensión
permanente con las cabeceras virreinales, a las que sucesivamente estuvo adscrita. Pese
a la riqueza que le daba ser la dueña del Potosí, Charcas estuvo siempre sometida a un
poder vecino, vicario del peninsular. Su posición a horcajadas de los Andes, con un pie
en el Pacífico y otro en el Atlántico, convirtió a Charcas en el epicentro de un forcejeo
geopolítico entre Lima y Buenos Aires29. Cuando llegó la hora de la emancipación,
ambas capitales aspiraron a convertirse en potencias regionales sudamericanas. La
rivalidad entre las elites de Charcas y Buenos Aires, en especial, se remontaba a la
creación del Virreinato, en 1776, que los potosinos consideraban como “un
mecanismo de succión de sus riquezas y una amenaza permanente a sus seculares
27 Deas, Malcolm, “Venezuela, Colombia y Ecuador, en: Bethel, Leslie, Historia de América Latina, América Latina independiente 1820-1870”, vol. 6, Cambridge University Press, Editorial Crítica, Barcelona, 1991, p. 199. Los problemas de la historiografía ecuatoriana han sido enunciados por A. Szászdi, “The historiography of the Republic of Ecuador”, HAHR, 44/4 (1964). 28 Jorge Salvador Lara, Quito, (Madrid: Editorial Mapfre, 1992), 214 y 273. 29 Para los años de dependencia peruana de Charcas, cfr., Pease G. Y., Franklin, Del Tawantisuyu a la Historia del Perú, (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1989).
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prerrogativas”30. Se explica, así, porqué, desde el comienzo del proceso emancipador,
las quejas se dirigen contra la jurisdicción virreinal antes que contra la metrópolis31.
La gente de Charcas pensaba que el principal agravio que sufría del régimen
colonial era el vasallaje económico al que estaba sometido por el virreinato platense.
Ahora, que la coyuntura peninsular le daba la oportunidad, se negaba a continuar con
él. Los azogueros, situadistas, comerciantes, burócratas y militares del Alto Perú, que
administraban la Casa de Moneda, el Banco de San Carlos o las cajas reales, vivían
enemistados con las autoridades del Consulado de Buenos Aires. Eran los mismos -
Manuel Belgrano, Juan José Castelli e Hipólito Vieytes- que ahora aparecían
encabezando la revolución.
Hay que considerar que, aparentemente, las reformas borbónicas habían
impactado más a los territorios que contaban con mayor población indígena, como es
el caso de Charcas. La articulación previa con la sierra y el espacio peruano se vio
dislocada por iniciativas fiscales como la implantación de aduanas. Estas y otras
medidas administrativas, que redujeron la autonomía de las comunidades indígenas,
aumentaron el descontento popular, dando lugar a sublevaciones indígenas que
abarcaron desde el Cusco a Chuquisaca32.
Con estos elementos de trasfondo, el Alto Perú enfrenta la crisis imperial. En las
Cortes reunidas en Cádiz, los intereses de las sedes virreinales de México, Bogotá o
Lima no fueron los mismos que los de las Reales Audiencias de Chiapas, Quito,
Panamá o Charcas. Los representantes americanos de provincias y audiencias,
buscaron asegurarse alguna forma de autogobierno. En los casos de Chiapas, Panamá
y Quito, en primera instancia, ello no pudo lograrse, puesto que fueron incorporadas a
las repúblicas de México y Colombia, respectivamente. Quito, según hemos visto,
logró su independencia en 1830 y Panamá en 1903. Chiapas, en cambio, continúa
como un área rebelde, dominada por indígenas mayas, que cuestionan su sujeción a
México. Charcas, por su parte, con la desintegración del imperio español, optaría por
ser dueña de su destino.
30 José Luis Roca, Ni con Lima ni con Buenos Aires. La formación de un Estado nacional en Charcas, Bolivia, Plural editores, 2007), 20, 24 y 199. 31 Así, la principal reivindicación del Plan de Gobierno de la Junta Tuitiva de la Paz, de julio de 1809, era “no enviar más numerario a Buenos Aires”, a la vez que proclamaba su lealtad a Fernando VII. 32 Eduardo Araya y María Luisa Soux, “Independencia y formaciones nacionales”, en: Cavieres, Eduardo
(editor), Chile–Bolivia, Bolivia–Chile: 1820-1930, (Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2008), 14.
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La derrota de los realistas abrió la cuestión del destino del Alto Perú. Aunque
antes de la guerra formaba parte del virreinato del Rio de la Plata, había fuertes razones
culturales, económicas e históricas, para considerar unirlo a Perú. La idea de Bolívar de
crear una Confederación Andina y luego de concretar una liga o alianza de todos
pronto se abandonó. Lo mismo ocurrió con la posibilidad de establecer un solo
Estado- nación, por razones geográficas y de “los conflictivos intereses o sentimientos
regionales de identidad que existían”33. Entre la pequeña minoría de los habitantes con
consciencia política, sin embargo, predominaba el sentimiento de constituir una
república separada.
Apenas Sucre convoca a la asamblea del Alto Perú, Buenos Aires se apresuraba a
respaldarlo, para sorpresa de Bolívar, quien pensaba que equivaldría a una provocación
de Colombia a las Provincias Unidas, pues rompía la unidad del antiguo virreinato
platense. La actitud argentina se explicaba, en primer lugar, porque a partir de 1817, en
razón del apogeo del comercio con Inglaterra, Buenos Aires perdió interés en la
conquista de Potosí y de su casa de moneda. Por consiguiente, su inminente
segregación no afectaba los intereses económicos porteños. Por otro lado, una
república independiente, en base a las provincias de la antigua Audiencia de Charcas,
evitaría que ellas pudieran reanexarse al Perú, algo que argentinos y colombianos
miraban con aprensión34. Hay que tener presente que Charcas, a partir de 1810, se
había reincorporado al Perú, a cuyo lado transcurrió toda la guerra de independencia.
De ahí que, cuando en agosto de 1825 la asamblea altoperuana convocada por Sucre
declaró la plena independencia, Bolívar y los rioplatenses aceptaron la decisión.
Comienza, así, Bolivia un camino propio, plagado de graves conflictos y de desafíos,
muchos todavía pendientes, como la cuestión de su plurinacionalidad35.
Argentina y la cuestión federal
Pocas regiones de América sufrieron cambios tan dramáticos, durante el siglo
XVIII, como el territorio de la actual Argentina. Comenzó la centuria como apenas un
conjunto de ciudades salpicadas en el desierto: Buenos Aires, Santiago del Estero,
Córdoba, Salta, Mendoza, Corrientes, Santa Fe. Las unían inciertos caminos, dibujados
33 Bushnell, op. cit., p. 115. 34 Roca, op. cit., p. 709. 35 Cfr., Gonzalo Vargas Rivas, Los desafíos del Estado plurinacional boliviano, 2011, en: http://www.constituyentesoberana.org.
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apenas a través de una tierra extensa. Fue la creación del Virreinato, resuelta en 1776,
con motivo de la expedición de don Pedro de Cevallos contra los portugueses, lo que
dio unidad política a una amplia región. A las gobernaciones de Buenos Aires y el
Paraguay se agregó toda la extensión que caía bajo la jurisdicción de la Audiencia de
Charcas, con el Tucumán, Potosí y Santa Cruz de la Sierra y se hizo cabeza del
Virreinato a la ciudad de Buenos Aires. Se creaba con ello un nuevo ámbito político,
incluyendo a zonas que antes se orientaban hacia el Perú. El virreinato se caracterizó
por su heterogeneidad y por un rápido crecimiento demográfico y económico, en
especial en la zona rioplatense. A finales del siglo, Buenos Aires, que en 1744 tenía
poco más de 10 mil habitantes, llega a tener 40 mil36.
Apenas unos pocos años después de la creación del virreinato, la repartición del
territorio en 7 intendencias y una superintendencia general, en 1782, dinamizó
nuevamente la región37. El gobernador intendente, suprema autoridad regional,
asumió, como funcionario ejecutivo, los ramos de hacienda, guerra, justicia y policía.
Las nuevas unidades administrativas y políticas pronto acuñarían cierto espíritu
localista. Los habitantes de las provincias, ante el hecho de su subordinación a Buenos
Aires, forjaron identidad y una incipiente conciencia política. El reformismo liberal de
los Borbones, a su vez, contribuyó a formar una conciencia emancipadora y
revolucionaria. La burguesía criolla se hizo liberal con fervor, porque el liberalismo
ofrecía, a la vez, solución a los problemas más inmediatos y una doctrina inspiradora
para los espíritus más audaces38.
El comercio se vio estimulado por la supresión de algunas trabas que pesaban
sobre él. Con el Reglamento del Comercio Libre, de 1778, al que siguieron luego otras
medidas parciales, el tráfico con los puertos españoles y coloniales adquirió mayor
intensidad39. Todas estas circunstancias contribuyeron notablemente a transformar el
Río de la Plata en una colonia de cierta importancia. Los criollos crecieron
rápidamente en cantidad y constituyeron el compacto núcleo de la masa colonial y aún
36 José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1992),
50. 37 Fueron Buenos Aires, Asunción del Paraguay, Salta, Córdoba, Santa Cruz de la Sierra, La Paz, la Plata y Potosí. 38 Para una mirada actual del liberalismo argentino en la época en estudio, cfr. el estudio de Paula Alonso y Marcela Ternavasio “Liberalismo y ensayos políticos en el siglo XIX argentino”, en: Jaksic, Iván y Posada Carbó, Eduardo, Editores, (Santiago: Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, 2011). 39 Cfr., Burgin, Miron, Aspectos económicos del Federalismo Argentino, (Buenos Aires: Ediciones Solar, 1982). Enfatiza el conflicto existente entre los diferentes intereses económicos regionales. Cfr., además, de Villalobos, Sergio, Comercio y Contrabando en el Río de la Plata y Chile, (Buenos Aires: Editorial Eudeba, 1986).
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de la clase acomodada. Los animaba un espíritu progresista y antiaristocrático, en
razón de las peculiares condiciones en las que se desarrolló la colonización española en
la región rioplatense: una sociedad más igualitaria, en una zona desprovista de plata u
oro; sin una gran población indígena, ni inicialmente esclavos, lo cual exigió un intenso
trabajo de los propios colonos; un puerto influyente que conectaba el territorio con las
potencias europeas y permitía el comercio directo con ellas; y un espíritu democrático
que residía en los cabildos. Son las características que atribuye Mitre a la nación
argentina, en su Historia de Belgrano y que explicarían su actitud en 1810, así como las
bases de su identidad como nación40.
El gobierno de Buenos Aires, después de aquel año, siguió como un régimen de
hecho, “como una continuación del orden virreinal, como un fruto de la revolución”41.
El resto del país le restó cada vez más su apoyo hasta que, principios de 1820, el
ejército de las provincias litorales lo disolvió por las armas. En adelante, dice Romero,
las Provincias Unidas, serían un “conjunto de provincias desunidas”. Las provincias
periféricas, por su parte, Uruguay, Paraguay y la misma Bolivia, rechazaron cualquier
asociación y buscaron sus propias soluciones políticas42. Su éxito en constituirse como
Estado fue consecuencia de su aislamiento detrás de ríos, desiertos o montañas y de la
incapacidad de Buenos Aires de subyugarlos militarmente. Pero la razón de fondo,
dice John Lynch, es que sus intereses sólo podían resolverse con autodeterminación43.
En Buenos Aires, tal como había ocurrido en Caracas, en Santiago de Chile o en
México, en 1808, la legitimidad de la ciudad capital para formar un gobierno autónomo
fue impugnada, al no haber participado los otros pueblos del territorio. Según la
invocada doctrina de la reasunción de la soberanía, todos los pueblos eran sujetos
morales en igualdad de derechos. En el caso rioplatense, la primera etapa del conflicto
quedó rápidamente atrás, cuando los diputados de las ciudades del interior forzaron su
incorporación a la Junta de Gobierno. De inmediato se dibujaron las dos tendencias
40 Gabriel di Meglio, “La guerra de independencia en la historiografía argentina”, en: Chust, Manuel y Serrano,
José Antonio, Debates sobre las independencias iberoamericanas, op. cit. ps. 30 y 31. La Historia de Belgrano, cuya cuarta edición ampliada es de 1887, sumada a los tres volúmenes de la Historia de San Martín (1887, 1888, y 1890), del mismo Mitre, son consideradas obras fundadoras de la “historiografía oficial”, de la emancipación americana. 41 José Luis Romero, Las ideas políticas…, op. cit., p. 93. 42 Para el caso uruguayo, cfr., Petit Muñoz, Eugenio, Artigas. Federalismo y soberanía, (Universidad de la República, Uruguay); respecto a Paraguay, v., Azara, Félix de, Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata (Buenos Aires, 1943) y de Acevedo, Edberto Oscar, La intendencia del Paraguay en el Virreinato del Río de la Plata (Buenos Aires: Ciudad Argentina, 1996). 43 John Lynch, The Spanish American Revolutions 1808-1826, W. W. Norton & Company, EE.UU., 1986, p. 89.
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principales que, posteriormente, conducirían a la formación de los famosos partidos
unitario y federal. En Buenos Aires se afirmó la disposición a organizar un Estado
centralizado con los restos del dominio hispano, fundado en el dogma de la
indivisibilidad de la soberanía44. En los demás pueblos, en cambio, fue creciendo la
tendencia a una confederación, incluso en aquellas ciudades que inicialmente parecían
haber estado dispuestas a aceptar un Estado centralizado, con Buenos Aires como
capital, a condición de un estatuto de cierta autonomía.
Desde 1820 hasta principios de 1826 no existió un gobierno nacional. Las
provincias ordenaron sus vidas según sus tendencias espontáneas. Buenos Aires
intentó llevar a la práctica la política de progreso y modernización, que alentaban los
grupos liberales; las demás provincias, por su parte, salvo excepciones, perpetuaron sus
modos de vida tradicionales. Tras una breve unión frente a la amenaza externa de la
guerra con Brasil, la Constitución centralista que se proyectó en 1826 promovió la
resistencia y el gobierno nacional volvió a desaparecer.
La organización definitiva del Estado nacional argentino sólo se logra con la
Constitución de 185345. Hasta el llamado “Acuerdo de San Nicolás” del año anterior,
suscrito por los gobernadores de todas las provincias argentinas, estas integraban una
confederación y, por lo tanto, según Chiaramonte, eran en realidad Estados
independientes y soberanos. Así resultaba de la aplicación del Derecho de Gentes
vigente de la época y de las actuaciones de las provincias, sin que importara su tamaño
o población relativa46. Las dos caras del país, la urbana y la rural, la “civilización y
barbarie”, en palabras de Sarmiento, por fin confluían. Urquiza logró que esa nación
esencial, preexistente, que había vislumbrado Mitre, se plasmara en la Constitución de
1853, “federal pero representativa, progresista sin olvido de las tradiciones y
equidistante de los intereses de Buenos Aires y del interior”47.
La presidencia de los provincianos Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás
Avellaneda, que culmina en 1880, simboliza la progresiva conquista de Buenos Aires
44 José Carlos Chiaramonte, “En torno a los orígenes de la nación argentina”, en: Carmagnani, Marcello, Hernández Chávez, Alicia y Romano, Ruggiero, coordinadores, Para una Historia de América II. Los Nudos, (México: Fondo de Cultura Económica, 1999) 297. 45 Sobre el desarrollo constitucional, en esta etapa, cfr., de Bosch, Beatriz, “La organización constitucional, la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires (1852-1861)”, en: Academia Nacional de la Historia, Nueva Historia de la Nación Argentina, tomo IV, la configuración de la república independiente (1810- c.1914), (Buenos Aires: Editorial Planeta, 2000. 46 Ídem, ps. 286 y 300. Entre varios ejemplos que podrían citarse de ejercicio concreto de la soberanía estatal, mencionemos la suscripción, en 1851, por Entre Ríos y Corrientes, de sendos tratados con el Imperio del Brasil y la República Oriental del Uruguay destinados a poner fin a la hegemonía de Buenos Aires. Ellos permitieron la formación del ejército conjunto, que en la batalla de Caseros derrotó al de la Confederación Argentina. 47 Romero, La experiencia…, op. cit., p. 95.
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por las provincias. En ese año, la capital se federaliza y los mecanismos administrativos
e institucionales del nuevo Estado comienzan a ponerse en funcionamiento. La
justicia, los correos, las aduanas, el ejército, la educación, la salud pública, en fin, todo
debió organizarse, venciendo dificultades técnicas, pero también prejuicios y temores48.
Surge, así, el Estado argentino moderno, bajo la premisa, nunca plenamente cumplida,
de la equidad interprovincial y del equilibrio con el nivel central.
De provincias a países
Las provincias y regiones americanas se configuraron, social y
geoeconómicamente, en el tiempo largo de la colonia, con tal fuerza, que muchas
sobreviven a la coyuntura crítica de la independencia y se proyectan, porfiadamente,
en los Estados republicanos. En las independencias, las “singularidades” locales o
provinciales, en la expresión de Mónica Quijada, fueron ya elementos recurrentes.
Surge el concepto de “patria” a diversas escalas geográficas, para finalmente fijarse,
con ayuda de símbolos, fiestas y efemérides, en el nivel de los incipientes Estados.
No era la única opción posible, ni la más probable, en las postrimerías coloniales49.
Luego de las independencias, los Estados nacionales se embarcan en la tarea de
construir una nación homogénea, eliminando la superposición de identidades
culturales, que caracterizaban a gran parte del mundo colonial50.
Es difícil sintetizar la política hispanoamericana, durante el medio siglo que siguió
a la independencia. La composición étnica nos permite avanzar una caracterización: los
países andinos, como Bolivia, Perú y Ecuador, con mucha población indígena solo
parcialmente asimilada a la cultura hispánica dominante, eran en general menos
propensos a participar activamente en política51. Asimismo, los países alejados de la
costa, privados de ingresos aduaneros, tuvieron menos estabilidad política que los que
contaban con población y recursos en esa zona. En este sentido, las guerras de
independencia produjeron impactos económicos y demográficos dispares. Junto con
españoles y criollos realistas, del territorio salieron capitales en metálico; los ganados se
48 Para estos años de la historia argentina, cfr., Halperín Donghi, Tulio, Proyecto y construcción de una Nación (1846-1880), (Buenos Aires: Emecé editores, 2007). 49 Juan Marchena Fernández, “Los procesos de independencia…”, p. 163. 50 Cfr., Francois-Xavier Guerra, “Las mutaciones de la identidad en la América Hispánica”, en Guerra, Francois-Xavier (editor), Inventando la Nación, (México: Fondo de Cultura Económica, 2003). 51 Frank Safford, “Política, ideología y sociedad”, en: Bethell, Leslie, Historia de América Latina, América Latina independiente 1820-1870, vol. 6, Cambridge University Press, Editorial Crítica, Barcelona, 1991, p. 42. En el mismo sentido, José del Pozo, según el cual las diferencias étnicas contribuían a la inestabilidad (Historia de América Latina y del Caribe 1825-2001, (Santiago: LOM Ediciones, 2002), 46.
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diezmaron y se redujo la agricultura. Se afectaron, también, las rentas fiscales, en forma
de impuestos y monopolios. Lo anterior dio lugar a Estados nacionales débiles, sin
ejércitos suficientes para controlar a las provincias, que tenían sus propias milicias,
muchas veces manejadas por los terratenientes. La supervivencia de los gobiernos –y
su pretendida legitimidad- solía depender de su capacidad militar.
La tendencia general, en Sudamérica, en la primera década independiente, fue a la
centralización y la constitución de gobiernos fuertes. Fue una exigencia de la guerra,
pero también una forma de mejorar el crédito nacional, frente a las potencias europeas
y alcanzar el reconocimiento diplomático. Fue también la manera de evitar la anarquía,
de ahí que la centralización se acentuó sobre todo entre 1826 y 184552. En este
contexto, la situación argentina constituye una excepción local, que se explica por las
peculiaridades que hemos examinado.
El extendido debate entre la adopción de la estructura federal o unitaria, en el caso
argentino, admite varias lecturas. Más que producto de una influencia externa, como el
ejemplo de Estados Unidos, resulta de la particular correlación de fuerzas, de la
debilidad del gobierno central y de la desconfianza que había en las provincias hacia la
capital. Se consideraba al federalismo como una barrera contra la tiranía, pero había
dudas sobre la madurez política del pueblo, en términos de responsabilidad cívica, para
practicarlo. El sistema, además, suponía altos costos, que la joven república no podía
sufragar. En ocasiones, la causa federalista se enarbolaba, más que por principio, en
defensa de los intereses económicos de la región o aún de una fracción de la oligarquía
regional o de un caudillo, para justificar sus intentos de controlar la provincia. En Perú
y Bolivia, en cambio, la cuestión principal, más que la defensa de los intereses
regionales, giró en torno al dominio del Estado.
Reflexiones finales
Los nuevos países que surgen de las independencias, aún antes de consolidar la
nación, la paz interior o las fronteras, debieron tomar decisiones claves para la
orientación de su vida futura. En busca del orden y de la identidad, había que
reconfigurar el Estado colonial y construir una nación. A nivel político, se planteaban
muchas interrogantes: ¿Qué tipo de gobierno adoptar? ¿Cómo distribuir
52 De hecho, todas las constituciones de la época, a excepción de la mexicana, establecieron funcionarios provinciales designados desde el poder central, con el nombre de intendentes, prefectos o gobernadores. Ídem, p. 55.
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territorialmente el poder, concentrarlo o compartirlo con las provincias? En sociedades
pluriétnicas y pluriculturales ¿quiénes debían ser considerados ciudadanos? Las
respuestas no debían buscarse en el vacío, pues los nuevos países no se formaron de
manera arbitraria: reflejaban divisiones territoriales, instituciones, tradiciones y
prácticas del pasado.
El camino hacia el autogobierno comienza a construirse varias décadas antes de
1800. Es el reflejo de una evolución social y cultural, que atraviesa todo el mundo
occidental. Las reformas borbónicas, según pone de manifiesto la más moderna
historiografía, rompen un consenso central: la organización pactista, negociada, del
poder, entre las élites locales y la monarquía53. Desintegrado el poder imperial, éste se
recompone no a partir de un Estado preexistente, sino de la mano de la única base
sociopolítica legítima de la época: la ciudad-provincia. A partir de ellas, se construyen
alianzas y proyectos nacionales y se levanta la organización político-estatal. Esta recoge
múltiples elementos de la herencia colonial y de la administración borbónica. Así, la
descentralización de las estructuras políticas de la primera etapa de la república, ha sido
relacionada con la introducción del sistema de intendencias efectuada en el periodo
colonial. Lo mismo se señala respecto a la incorporación de castas previamente
discriminadas, a partir de la época borbónica.
Antes de que se iniciara el movimiento de independencia, los territorios
americanos avanzaban hacia el desarrollo de una conciencia protonacional. Roto el
consenso historiográfico en torno a las independencias, dice Chust, “emergen los
sujetos sociales y los grupos regionales ocluidos durante demasiado tiempo por el
manto nacional”. El estudio de la región suele emprenderse, por lo mismo, desde
parámetros antagónicos al nacionalismo triunfante, casi siempre de la capital. Así
ocurre en los procesos autonomistas de algunas partes de América, como Santa Cruz
en Bolivia o Guayaquil en Ecuador, que el mismo autor destaca.
Paralelamente a esta evolución política, a nivel social se produjo una gran
movilidad territorial de los criollos. Muchos emigraron a las capitales nacionales, por
trabajo o estudio, contribuyendo al desequilibrio interprovincial y drenando a las
provincias de sus élites profesionales. Según Halperín, el comercio cayó bajo el control
de los extranjeros, en tanto que los propietarios adquirieron mayor poder; se habría
53 Una revisión de las actuales tendencias historiográficas, en materia de independencia y construcción de nación, puede leerse en Gelman, Jorge, Director, Argentina, Crisis imperial e independencia, (Lima: Taurus, 2010); y en Pinto Vallejo, Julio y Valdivia Ortiz de Zárate, Verónica, ¿Chilenos todos? La construcción social de la nación (1810-1840), (Santiago: LOM Ediciones, 2009).
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producido, a la vez, una militarización y una ruralización del poder54. En la práctica, se
traducía en que muchas cuestiones de importancia local eran planteadas por las élites
provinciales, sin que el gobierno nacional interviniera de forma significativa.
Al margen de las estructuras políticas formales, las ciudades capitales, con su
natural concentración de poder político, que influye en el desempeño económico
público y privado, tienen una inercia centrípeta, que con los años cambió el cuadro de
los Estados que estudiamos. Las capitales nacionales han terminado cooptando
socialmente a buena parte de las élites provinciales, hasta alcanzar una gravitación
mayor a la que proporcionalmente a su población les corresponde. Para el Centenario
de las repúblicas, la centralidad de Buenos Aires, Quito y La Paz se había acentuado
intensamente y no dejó de aumentar en las décadas siguientes. En los últimos años, sin
embargo, con la decadencia del Estado-Nación y la recuperación de las identidades
regionales, étnicas y socioculturales, en especial en el caso boliviano, pero también en
Ecuador, la tendencia expuesta puede alterarse. Asistimos, en efecto, a una revisión y,
quizás, a una reversión, del camino que conduce de las provincias al Estado-Nación.
En los casos de Guayaquil, Charcas y las provincias argentinas, si bien el desenlace
institucional es diverso, en cuanto constituyen o se incorporan a estructuras estatales
distintas, hay elementos comunes. Una identidad geohistórica propia determina sus
intereses económicos y, finalmente, una demanda de autonomía política. Los años
transcurridos muestran la pervivencia de su vocación regional. Es innegable, por otra
parte, que la pertenencia a una unidad política mayor crea realidades, sobre todo
cuando es apoyada por la deliberada voluntad estatal de homogeneizar y construir
identidad nacional. En el caso de las provincias que estudiamos, puede sostenerse que,
hoy por hoy, conviven la identidad “natural” o de origen y la identidad “imaginada”,
que propicia el Estado-Nación. Desde el punto de vista de los actuales Estados de
Perú, Ecuador o Argentina, que “heredaron” al imperio español, su tarea quedó
también incompleta y ya parece que no podrá completarse. Transitamos, en efecto, de
un paradigma que valora la integración y la homogeneidad, a uno que reconoce las
singularidades regionales.
54 Tulio Halperin Donghi, Hispanoamérica después de la Independencia, (Buenos Aires: Paidos, 1972), 142 y ss. Y, cfr., del mismo autor, Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino (1791-1850), (Buenos Aires: Editorial de Belgrano, 1982).
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