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El Concurso de Cuento Infantil ha llegado a la quinta edición y ha cumplido su propósito inicial: ser un espacio de expresión para los veracruzanos y, al mismo tiempo, un espacio de encuentros y descubrimientos para muchos niños. Agradezco a quienes han hecho posible la publicación de los quince cuentos que han sido seleccionados: a los autores, a los ilustradores, a Iliana Pámanes y a todos los lectores de estas historias.
En Los colores de Olga de Aarón Felipe López, disfruten la magia de los hilos y las leyendas que una niña, que se muda del campo a la ciudad, comparte con sus nuevos compañeros de escuela. La caja misteriosa de Julio Alejandro Gómez Ortega resguarda valores como la honestidad y el respeto. Jito, el jitomatito de Sonia Emma Limón Suárez lleva el germen de la valentía, el honor y el amor.
MTRA. ELVIRA VALENTINA ARTEAGA VEGADIRECTORA GENERAL DE LA EDITORA DE GOBIERNO
Los colores de Olga
Aarón Felipe López
El Concurso de Cuento Infantil ha llegado a la quinta edición y ha cumplido su propósito inicial: ser un espacio de expresión para los veracruzanos y, al mismo tiempo, un espacio de encuentros y descubrimientos para muchos niños. Agradezco a quienes han hecho posible la publicación de los quince cuentos que han sido seleccionados: a los autores, a los ilustradores, a Iliana Pámanes y a todos los lectores de estas historias.
En Los colores de Olga de Aarón Felipe López, disfruten la magia de los hilos y las leyendas que una niña, que se muda del campo a la ciudad, comparte con sus nuevos compañeros de escuela. La caja misteriosa de Julio Alejandro Gómez Ortega resguarda valores como la honestidad y el respeto. Jito, el jitomatito de Sonia Emma Limón Suárez lleva el germen de la valentía, el honor y el amor.
MTRA. ELVIRA VALENTINA ARTEAGA VEGADIRECTORA GENERAL DE LA EDITORA DE GOBIERNO
A Olga no le gustaba ir a la escuela. Ella pen-
saba que era mejor permanecer en casa con su mamá
y sus hermanos pequeños. Desde que su papá encon-
tró trabajo en la ciudad, dejaron su pequeño pueblo
y se trasladaron a una vecindad en la metrópoli. No
había árboles ni flores, ni el reflejo cristalino del arroyo,
ni el barullo de las interminables plá�cas de las abuelas.
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Ahora se encontraba en un espacio que le parecía muy triste, con vecinos que no
pla�caban mucho. Tampoco podía salir a jugar a la calle porque había muchos autos.
Por las tardes, después de hacer su tarea, Olga se ponía a bordar junto con su
mamá. Cada hilo de color enhebrado en la aguja, al deslizarse por la tela, la trans-
po�aba a otro lugar: se imaginaba corriendo entre los árboles del hue�o, mientras
el olor del pasto y de las flores inundaban su pequeña nariz.
Cada mañana, mientras muchos niños estaban ansiosos por regresar a la escue-
la para encontrarse con sus amigos y pla�car con ellos sobre sus ac�vidades del
día anterior, a Olga le ocurría lo contrario: no quería asis�r al colegio. Sin embargo,
sabía que debía hacerlo porque sus dos hermanos pequeños la necesitaban allí y
también porque le gustaba aprender cosas nuevas todos los días, aunque ahora no
era tan dive�ido como antes. Así que, a pesar del dilema, cada mañana acompañaba
a sus hermanitos.
Olga nunca mencionaba en su casa todo lo que ocurría en el salón de clases. En
su pueblo todos eran conocidos. Los mismos niños con los que jugaba y con los
que iba al campo para ayudar a sus padres
en las parcelas, a veces, tenían
lazos familiares, por lo que no
había ningún problema con
su convivencia dentro del
colegio, ya que se cono-
cían de toda la vida. Eso
hacía que se emocionaran
cada día y que se alegraran
de verse, lo que no ocurría
en la ciudad.
El primer día en la escuela
nueva fue muy confuso para Olga.
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Al principio estaba muy ilusionada. Su mamá la peinó, le
hizo una trenza con un hermoso listón azul que
se mezcló entre su cabello negro; también
le dio una blusa bordada con muchas
flores de colores y aves que simu-
laban volar y, para complementar
su atuendo, llevaba sus huara-
ches muy limpiecitos y un morral
para sus ú�les. La maestra la recibió con amabilidad
en el salón de clases y la presentó ante el grupo.
Cuando Olga tomó asiento en el lugar que le habían indicado, percibió cómo los
niños la seguían con la mirada. Es normal, pensó. Las horas pasaron y llegó el
recreo. Fue al pa�o en busca de sus hermanitos que ya estaban jugando muy feli-
ces y ella se sentó en una banca a la espera de que alguien la invitara a jugar, pero
nadie lo hizo y se sin�ó un poco triste por eso.
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Encontró unas florecitas amarillas que crecían en el jardín y las contó. No las
co�ó porque pensó que después de eso sólo vivirían unos minutos y al día siguien-
te ya no habría flores que iluminaran su día, como pequeños puntos de sol �rados
en el pa�o de la escuela gris.
Los días pasaron y sus compañeros seguían mirándola como si fuera un insecto
extraño. Las niñas no dejaban de hablar de su trenza, de sus listones de colores en
el cabello, de sus huarachitos y de sus blusas bordadas con flores y aves. Olga no
veía a sus compañeros a los ojos, se sentía muy triste y sola en el colegio. Cuando
la molestaban, fingía no escucharlos y siempre estaba callada; sólo cuando la maes-
tra le insistía mucho para pa�icipar en clase, decía unas palabras muy bajito que
casi ni se escuchaba. Algunos niños pensaban que Olga no tenía voz.
Para desarrollar las habilidades motrices, los alumnos de la clase
de Olga tenían que bordar en una servilleta la imagen que ellos eligieran.
Primero, debían hacer un dibujo y luego mostrárselo a la maestra. En
una de las clases la profesora les enseñó cómo sujetar la aguja y cómo
ensa�ar los hilos, pues había niños que nunca habían u�lizado los ins-
trumentos para costurar. Les explicó el �po de bordado que harían y
les pidió que fueran muy cuidadosos porque, si no prestaban atención,
podrían pincharse un dedo y eso no sería nada agradable, como suce-
dió a los que, por estar jugando, acabaron por tener líos con la aguja.
Esta ac�vidad emocionó mucho a Olga porque no nece-
sitaba prestar atención a las indicaciones, ya que en su
casa bordaba todos los días y era hábil en el uso de diver-
sos �pos de puntadas.
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Siempre le gustaba inventar nuevas formas de bordar. De este modo, lograba
acabados muy finos y bonitos. Toda la clase debía enseñar el avance de su trabajo
a la profesora, antes de la fecha para presentarlo. Algunos niños se esforzaban
por hacer las cosas bien, pero otros no querían hacer nada, principalmente los
que decían que esa era una ac�vidad para niñas; por lo tanto, no ponían ni el cui-
dado ni la atención en su labor sólo por tener la idea equivocada de que esa era
una tarea exclusiva para mujeres.
Olga permanecía callada en clase y cuando la maestra le pedía que mostrara su
servilleta, siempre se negaba con la cabeza y ocultaba su bordado. La maestra era
muy comprensiva. Para no forzarla, le decía que esperaría hasta el día de la entre-
ga final. Todos los demás niños tenían que explicar lo que habían hecho y por qué
habían elegido realizar tal diseño.
La fecha se acercaba. Muchos compañeros seguían bordando con más prisa,
otros con len�tud, algunos más de plano le dijeron a sus mamás o a sus abuelitas
que hicieran el trabajo por ellos. Olga se esmeraba cada tarde deslizando hilo a hilo
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en su manta, que ya para esos momentos contaba con muchos colores y dise-
ños entrelazados. Cuando tenía alguna duda sobre lo que estaba haciendo,
le preguntaba a su mamá, quien con mucho gusto la asesoraba.
Llegó el día en que los estudiantes debían presentar su proyecto.
Todos formaron un círculo con el mobiliario del aula. Algunos niños mos-
traban su manta, otros la mantenían doblada, esperando el momento
de su pa�icipación. Olga estaba en silencio escuchando a sus com-
pañeros: desde los más parlanchines hasta los mesurados. En el fondo
estaba muy inquieta, emocionada y preocupada; muchos sen�mientos
se agitaban dentro de su corazón.
Primero pa�icipó un niño que bordó el escudo de su equipo depor-
�vo favorito, luego otra niña que copió imágenes de su caricatura
preferida, alguien más un cisne, allá un oso,
en la esquina un niño sostenía la imagen de
una estrella, acullá una pelota, la máscara
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de un superhéroe, etcétera. La muestra era muy diversa y se podía apreciar el cui-
dado de algunos, pero también la falta de atención de otros. Todos pasaron, uno
por uno. Al principio les costaba trabajo, pero luego recordaban que estaban en un
mismo grupo y se les quitaban los nervios.
Casi al llegar su turno, Olga se sentía acobardada. Los nervios la hacían sudar,
pero ella se mantenía quietecita: nadie habría podido imaginar todas las ideas que
cruzaban por su mente en ese instante, pero esta ocasión no existía la posibilidad
de quedarse callada. Fue el turno de Olga para estar al frente de sus compañeros,
quienes no dejaban de observarla y de hablar de su apariencia: de su trenza, de sus
huarachitos, de su blusa. Lo que más expectación causaba era saber si en reali-
dad tenía voz. Entonces, la niña abrió su manta develando los bellos bordados que
había estado cosiendo todas las tardes durante las úl�mas semanas. Los alumnos se
quedaron muy sorprendidos al ver aquello y es que había muchos colores, muchas
plantas y animales; todos flotando en el lienzo y unidos por pequeñas líneas de
diferentes tonos.
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Olga no podía hablar. Estaba muy nerviosa y no lograba a�icular sonido alguno,
parecía que se había quedado sin voz. La maestra le dijo que se tomara su �empo.
Una niña exclamó:
—No puede hablar. Mejor yo les cuento la historia.
Así que intentó narrar algo a pa�ir de lo que veía en la manta, pero no lo con-
siguió. Olga respiró muy profundo y despacio. Su voz brotó entre un torrente de
fonemas y dijo de manera fue�e y clara:
—Me llamo Olga y tengo mi propia voz.
Los estudiantes se quedaron callados y prestaron mucha atención a lo que a
con�nuación contó.
—Un día, las nubes estaban flotando en el cielo muy tranquilamente, como
un manso rebaño de corderos. De pronto, el viento, por jugarles una broma muy
pesada, sopló fue�e y empezaron a chocar entre sí. El ajetreo fue tal que las nubes,
en lugar de permanecer
níveas, se tornaron oscuras y de
los roces entre ellas salieron muchos relámpagos. Algu-
nas empezaron a llorar y la lluvia cayó primero suave y luego
muy fue�e. Era increíble la can�dad de agua que bajaba por
las montañas, por los ríos; los valles se inundaron. Las per-
sonas nunca habían visto algo así. En la �erra, los colores,
como una especie de listones interminables, se movían
con el viento por todos lados: de la montaña al océano,
de la selva al desie�o. Los siete colores se preocu-
paron mucho y cada uno de ellos trató de subir al
cielo para detener la pelea entre las nubes, pero
todos fallaron.
El Concurso de Cuento Infantil ha llegado a la quinta edición y ha cumplido su propósito inicial: ser un espacio de expresión para los veracruzanos y, al mismo tiempo, un espacio de encuentros y descubrimientos para muchos niños. Agradezco a quienes han hecho posible la publicación de los quince cuentos que han sido seleccionados: a los autores, a los ilustradores, a Iliana Pámanes y a todos los lectores de estas historias.
En Los colores de Olga de Aarón Felipe López, disfruten la magia de los hilos y las leyendas que una niña, que se muda del campo a la ciudad, comparte con sus nuevos compañeros de escuela. La caja misteriosa de Julio Alejandro Gómez Ortega resguarda valores como la honestidad y el respeto. Jito, el jitomatito de Sonia Emma Limón Suárez lleva el germen de la valentía, el honor y el amor.
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Los colores eran muy engreídos y no se llevaban muy bien entre sí, pues todo
el �empo hablaban mal de sus compañeros: que porque el azul era muy azul, a
veces, o porque el rojo se pasaba de rojo, etcétera. Por cosas como éstas dejaron
de hablarse. Al ver que no podían hacer nada contra las nubes de la tormenta, el
amarillo, el más transparente de todos, les propuso unir fuerzas y detener la gran
tempestad.
—¿Mezclarme con los otros colores? —dijo el azul.
—¡Jamás me juntaría con mi opuesto! —replicó el rojo.
Cada uno de los siete colores del arcoíris dio una excusa para no trabajar en
equipo. Entonces, el verde dijo:
—Pa�e de mí es amarillo y otra pa�e es azul. Soy el producto de colores tan
diferentes entre sí. Así que cada uno de nosotros �ene en su espíritu y en su esen-
cia pa�e de otro. Creo que si buscamos a nuestras tonalidades hermanas podemos
hacer la diferencia antes de que se acabe este mundo con tanta lluvia.
El Concurso de Cuento Infantil ha llegado a la quinta edición y ha cumplido su propósito inicial: ser un espacio de expresión para los veracruzanos y, al mismo tiempo, un espacio de encuentros y descubrimientos para muchos niños. Agradezco a quienes han hecho posible la publicación de los quince cuentos que han sido seleccionados: a los autores, a los ilustradores, a Iliana Pámanes y a todos los lectores de estas historias.
En Los colores de Olga de Aarón Felipe López, disfruten la magia de los hilos y las leyendas que una niña, que se muda del campo a la ciudad, comparte con sus nuevos compañeros de escuela. La caja misteriosa de Julio Alejandro Gómez Ortega resguarda valores como la honestidad y el respeto. Jito, el jitomatito de Sonia Emma Limón Suárez lleva el germen de la valentía, el honor y el amor.
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El Concurso de Cuento Infantil ha llegado a la quinta edición y ha cumplido su propósito inicial: ser un espacio de expresión para los veracruzanos y, al mismo tiempo, un espacio de encuentros y descubrimientos para muchos niños. Agradezco a quienes han hecho posible la publicación de los quince cuentos que han sido seleccionados: a los autores, a los ilustradores, a Iliana Pámanes y a todos los lectores de estas historias.
En Los colores de Olga de Aarón Felipe López, disfruten la magia de los hilos y las leyendas que una niña, que se muda del campo a la ciudad, comparte con sus nuevos compañeros de escuela. La caja misteriosa de Julio Alejandro Gómez Ortega resguarda valores como la honestidad y el respeto. Jito, el jitomatito de Sonia Emma Limón Suárez lleva el germen de la valentía, el honor y el amor.
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Cada uno de los colores pensó en sus acciones y en cómo habían juzgado a los
otros sin preguntar, sin asegurarse de que lo que pensaban fuera cie�o. Avergon-
zados, se pidieron disculpas y reconocieron las diferencias entre ellos. Decidieron
subir al cielo como una especie de enredadera, para deslizarse entre las grandes
nubes de tormenta y poco a poco separarlas. Al principio fue difícil porque ellos
también chocaron entre sí y a punto estuvieron de romper la tregua. Finalmente,
lograron sincronizarse y separar una a una las nubes; primero las más pequeñas,
luego entre varios colores tranquilizaron a las más grandes hasta que volvieron a
ser blancas como algodón.
Desde el cielo, los colores se sin�eron muy bien de haber salvado al mundo,
aunque debieron reconocer que sin la ayuda mutua no lo habrían logrado jamás.
Trabajaron en equipo, se mantuvieron juntos y para comunicarles a todos los habi-
tantes de la �erra que así permanecerían, hicieron un gran arco en el cielo. Así fue
como nació el arcoíris: con la plena conciencia de que las diferencias nos unen.
Porque las diferencias también son hermosas. Finalizó Olga.
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Sus compañeros guardaron silencio. No dejaban de ver la manta
donde se encontraban bordadas por segmentos las escenas de aque-
lla historia y los siete colores del arcoíris. Luego, aplaudieron por el
cuento y de pronto una niña le dijo a Olga: ¿quieres jugar conmigo
en el recreo? Olga respondió afirmavamente. Muchos niños se
sineron avergonzados por la forma en que habían tratado a la
niña nueva; ella era diferente, pero ¿quién no lo es? Por eso
es impo�ante conocerse y no juzgar a los demás. Es mejor
ser amables y darse la opo�unidad de descubrir la luz inter-
na que la en el corazón de cada persona. Desde ese día,
el salón de clases ya no fue gris. Resplandecía con la magia
que sólo el arcoíris irradia en el cielo. Olga ya no era una
extraña, sólo un poquito diferente y los demás aprendieron
a respetar eso. Por cie�o, a todos les gustaban los colores
que ella usaba, se lo confesaron después.
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