popper 2
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En oposición a la metodología historicista, Popper propone una "ciencia social
tecnológica" que se atuviera rigurosamente a los hechos que han de ser tomados
en cuenta a la hora de emprender cualquier reforma social. La desconsideración de
estos factores es lo que ha tornado impracticables las utopías. "El fin de la
metodología tecnológica que estamos considerando sería el de proporcionar
medios de evitar construcciones irreales de esa clase. Sería anti-historicista, pero
de ninguna forma anti-histórica" (p.65).
Seguidamente, Popper sale al paso de una posible acusación de inhibicionismo:
"aunque ninguna teoría científica puede, como tal, alentar la actividad (podría sólo
desalentar ciertas actividades como poco realistas), puede, de rechazo, dar ánimo
a los que sienten que debieran hacer algo" (p.69). Frente a las reservas prácticas
propias del rigor científico, Popper señala la paradoja historicista que surge de la
articulación entre la teoría (entendida como una interpretación de las leyes del
desarrollo histórico) y la praxis (elevada a la categoría de máximo agente del cambio
social). La paradoja consiste, pues, en que, al contrario de lo que cabría esperar, la
concepción historicista conduce más bien al activismo que a la inactividad (p.69).
Para el historicismo el criterio de racionalidad de la acción vendría determinado por
el sometimiento de la actividad a los resultados de la interpretación de las leyes de
la historia. Popper ve aquí, tanto en el futurismo moral de quienes predican lallegada de un reino de libertad (que aportaría las condiciones necesarias para que
los asuntos humanos puedan ser planeados racionalmente), como en el
historicismo que empuja y anima la praxis, una negación de la capacidad de la razón
humana de "realizar un mundo más razonable" (p.70), en la medida en que la
racionalidad no se configura de acuerdo con pautas estrictamente científicas sino
en virtud de la relación que guarde la actividad con una legalidad externa: la de los
procesos históricos.
Cuando Popper considera suficientemente explicitada la insuficiencia del
historicismo en su vertiente teórica, traslada toda su capacidad crítica al terreno de
las consecuencias prácticas con el fin de poner de manifiesto su ineficacia en la
consecución de los resultados que promete. Se hace cargo, por tanto, del reto
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historicista de asumir un punto de vista práctico para el estudio de las ciencias
sociales, no sin antes advertir que se coloca del lado de los defensores de una
investigación pura o fundamental "contra la opinión estrecha, que por desgracia está
otra vez de moda, de que la investigación científica sólo queda justificada si
demuestra ser una buena inversión" (p.77).
En este ámbito operativo propone la adopción de un punto de vista tecnológico. A
este respecto introduce la expresión "tecnología social" o "ingeniería fragmentaria".
En este punto Popper toma en cuenta la sospecha de quienes pudieran interpretar
esta terminología como una rehabilitación de planteamientos tecnocráticos o de
planificación colectivista; mas cree salir al paso de tal acusación subrayando el
carácter fragmentario o gradual de dicha metodología (pp.80-81).
El objetivo de la adopción de un punto de vista tecnológico vendría a "destacar lo
que no puede ser llevado a cabo". Tomando en cuenta este punto de partida,
muestra Popper, por ejemplo, cómo una política de anti-intervensionismo universal
es insostenible. Y esto adoptando razones puramente lógicas de deducción
pragmática (imposibilidad de conseguir ciertos efectos), ya que sus partidarios no
tendrían más remedio que apelar a una intervención política encaminada a impedir
la intervención (p.83).
Para ver el exclusivismo del criterio funcional que subyace en el proyecto
popperiano, es muy ilustrativo comprobar que lo que aquí se entiende por ingeniería
social fragmentaria responde a una mentalidad similar a la ingeniería física, y
coincidente en el punto de considerar que "los fines están fuera del campo de la
tecnología", ya que "todo lo que la tecnología puede decir sobre fines es si son
compatibles entre sí o realizables" (pp.87-88). Paralelamente, a propósito del
cometido de la ingeniería social en relación con las instituciones sociales, señala
que "el punto de vista tecnológico es totalmente independiente de toda cuestión de
'origen'" (p.88,n.14). Lo que define, pues, dicha tecnología es la adopción
de un punto de vista fragmentario. El ingeniero social se presenta así como el
garante de las libertades frente al totalitarismo pues "aunque quizá abrigue algún
ideal concerniente a la sociedad 'como un todo' —su bienestar general, quizá —, no
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cree en el método de rehacerla totalmente. Cualquiera que sean sus fines, intenta
llevarlos a cabo con pequeños ajustes y reajustes que puedan mejorarse
continuamente" (p.90). Popper sale nuevamente al paso de una posible objeción
que pusiera en duda el que los puntos de vista holístico y fragmentario por él
descritos sean realmente diferentes, "considerando que no hemos puesto límites al
alcance de la actitud fragmentaria" (p.91). Y además, según reconoce
explícitamente, "el tecnólogo fragmentario tiene que evaluar los efectos de cualquier
medida sobre la 'totalidad' sociedad" (p.92).
Para salvar dicha objeción Popper considera más adecuado subrayar la diferencia
de enfoques que establecer una demarcación precisa entre ambos métodos. Este
análisis ofrece como resultado una contradicción insalvable por la que el holista
recae en una actividad fragmentaria en el momento en que pretende conferir a sus
principios una eficacia operativa. "Los holistas rechazan la actitud fragmentaria
como demasiado modesta. Pero este rechazo no está de acuerdo con lo que hacen
en la práctica, porque en la práctica siempre se refugian en una aplicación irreflexiva
y chapucera, aunque ambiciosa y despiadada, de lo que es esencialmente un
método fragmentario sin su carácter cauto y autocrítico. La razón es que en la
práctica el método holístico es imposible; cuanto más grandes sean los cambios
holísticos intentados, mayores serán sus repercusiones no intencionadas y en granparte inesperadas, forzando al ingeniero holístico a recurrir a la improvisación
fragmentaria" (p.92).
En todo planteamiento holístico se esconde un proyecto utópico cuyo contraste con
los hechos produce un choque que genera necesariamente el propósito de controlar
todos los factores en un intento inconfesado de lograr una auténtica transformación
del hombre. Dado que el modo de configurar una sociedad mediante la aplicación
de un modelo utópico es una cuestión de carácter técnico, Popper reconoceráabiertamente que "no es tanto el hecho de que es una tecnología, como el de que
es una tecnología fragmentaria lo que marca la diferencia entre mi actitud y la del
historicista" (p.96).
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La crítica de Popper a las utopías políticas se hace también extensiva al
historicismo, considerando que es la posición holística que tienen en común lo que
hace posible una alianza entre ambos (pp.96 y 98). Otro lazo de unión entre el
historicismo y la utopía vendría dado por el reconocimiento de fines que no son
determinados por la actividad misma: "ambos creen que sus metas o fines no son
materia de elección o de decisión moral, sino que pueden ser científicamente
descubiertos por ellos dentro de su campo de investigación" (p.98). De modo que lo
que marca la diferencia con el ingeniero fragmentario es el hecho de que "tanto el
historicicista como el utópico creen que pueden descubrir cuáles sean los
verdaderos fines o metas de la 'sociedad'; por ejemplo, por medio de una
determinación de sus tendencias históricas o de un diagnóstico de las 'necesidades
de su tiempo'. Por eso tienden a adoptar alguna forma de teoría moral historicista"(pp.98-99). Por esta razón es por lo que Popper advierte en el holismo el estado
característico de una edad precientífica (p.100), a la vez que insinúa el modelo de
escatología secularizada propio de las utopías: así, por ejemplo, hablando del
evolucionismo —cuyas tesis aceptará más tarde sin demasiadas reservas —
entenderá que se trata de "una filosofía que debe su influencia, en gran parte, a un
choque algo sensacionalista de una brillante hipótesis concerniente a la historia de
varias especies de plantas y animales sobre la tierra contra una teoría metafísica
más vieja, que incidentalmente formaba parte de una creencia religiosa" (p.132). La
alternativa propuesta por Popper frente al cúmulo de intuiciones precientíficas que
hacen causa común en las utopías, adquiere carácter programático cuando
advierte: "una vez nos demos cuenta, sin embargo, de que no podemos traer el cielo
a la tierra, sino sólo mejorar las cosas un poco, también vemos que sólo podemos
mejorarlas poco a poco" (p.99, n.29).
El núcleo de la discrepancia popperiana con el utopismo se dirige a mostrar la
ausencia del conocimiento experimental necesario para llevar a cabo tal empresa,
es decir, la inexistencia de una base científica (pp.108-109). De este modo, por
contraposición y como medio para superar dicha insuficiencia, Popper adelanta el
objetivo de su propia solución, objetivo que no puede ser otro que la aplicación de
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los principios epistemológicos de las ciencias positivas al conocimiento de la
realidad social.
Como cabría esperar, el traslado de la metodología científica a las ciencias sociales
lleva consigo la suposición de que los principios metodológicos de aquella son desuyo aplicables al nuevo ámbito considerado. Popper reconoce sin reparos la
legitimidad del traspaso del método científico-experimental que queda formulado de
la siguiente manera: "todas las teorías son ensayos; son hipótesis provisionales
ensayadas para ver si valen, y toda corroboración experimental es sencillamente el
resultado de pruebas a las que se las somete con espíritu crítico, en un intento de
encontrar dónde está su error" (p.113) (4). De tal modo que no sólo el conocimiento
de la realidad social sino también la acción ejercida sobre ella requieren tanto el
ensayo como el error.
Popper cree haber establecido el marco que se requiere para legitimar el pluralismo
político, la diversidad de opiniones y la concurrencia del sentido crítico. Frente a la
prepotencia del autoritarismo político —debilidad tan propia de los políticos, dice —
sólo cabe introducir el principio crítico corrector que presta la actitud científica. Y "la
única forma de aplicar a la política algo parecido a un método científico es la de dar
por sentado que no puede haber una acción política que no tenga inconvenientes,
que no tenga consecuencias indeseables" (p.117). Así pues, no es que el método
fragmentario sea incapaz de enfrentarse o rehúya los grandes problemas; lo
característico suyo es abordarlos con una metodología gradual, sin exigir una
excesiva acumulación de poder y sin que la crítica haya de ser suprimida. "Esto
quizá ilumine el hecho de que en aquellos países que se están defendiendo contra
una agresión, se podrá encontrar el suficiente apoyo para las medidas de gran
alcance que sean necesarias (y que incluso podrán tener la apariencia de
planificación holística) sin supresión de la libertad de crítica, mientras que enaquellos países que preparan un ataque o están llevando adelante una guerra de
agresión, la libertad de crítica normalmente tiene que ser suprimida, con el fin de
que el apoyo público pueda ser movilizado, presentando la agresión como defensa"
(p.118). La libertad crítica aparece así como la garantía de las demás libertades, por
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cuanto parece asegurar la racionalidad de las acciones políticas que han sufrido la
criba de una confrontación y para cuya realización no ha sido necesario abolir la
crítica.
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