señor jesús, enseñanos a ser esa semilla que se cae ... · el señor era empleado del...
Post on 30-Sep-2018
214 Views
Preview:
TRANSCRIPT
EDITORIAL AMIN
cELIA GUCCIONE
YO ESTUVE EN EL CIELO
EDITORIAL AMIN
2
Ilustración: Susana Carrera Corrector literario: Memi Varrone 1º edición, Editorial AMIN Año 2012‐ Internet Mar del Plata. Argentina ISBN 978-987-27117-3-3 Hecho el depósito que marca la ley 11.723
3
CONTENIDO
DEDICATORIA................................................................................................................6 INTRODUCCIÓN.............................................................................................................7 LA VIDA PERDURABLE..............................................................................................10
Mis distintas experiencias frente a la muerte ..............................................................11 LAS VIDAS ANTERIORES ..........................................................................................14 DIOS PROPONE Y LAS CIRCUNSTANCIAS DISPONEN........................................17 MI MADRE.....................................................................................................................21 TESTIMONIOS DE LA VIDA DESPUÉS DE ESTA VIDA ........................................23 TESTIMONIOS DE NATY, empleada de Mabel...........................................................24 TESTIMONIO DE ADRIANA, 6 de octubre de 2006 ...................................................27 PRECOGNICIÓN EN SUEÑOS ....................................................................................31 TESTIMONIO DE DORITA, DE NECOCHEA ............................................................36 TESTIMONIO DE KARINA CHAUQUE .....................................................................39
Norma da otro testimonio ............................................................................................43 TESTIMONIO DE ANGÉLICA.....................................................................................48 TESTIMONIO DE LIIIANA MARTA PASSERANO .................................................51 TESTIMONIO DE MATILDE BARCA MUIÑO ..........................................................53 TESTIMONIO DE MARY REGAZZONI .....................................................................57 AGOSTO DE 2008. Testimonio de una amiga a la que llamaré María, pues me pidió no dar su nombre. .................................................................................................................61 TESTIMONIOS INESPERADOS ..................................................................................64
Otros testimonios inesperados:....................................................................................66 Testimonio de Ana Ruzieska.......................................................................................67
La ilustración de este libro ..............................................................................................69 PALABRAS FINALES...................................................................................................72 BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.................................................................................75
4
Soy inmortal. Sé que la órbita que escribo no puede medirse con el compás de un Carpintero, Y que no desapareceré como el círculo de fuego que traza un niño en la noche con un carbón encendido. Walt Witman
5
DEDICATORIA
Dedico este libro a todas las personas que me ayudaron a plasmarlo contándome sus experiencias con sueños premonitorios, y con hechos de muerte clínica en los que estuvieron involucradas.
6
El hombre vive y muere muchas veces entre sus dos eternidades
W: B: Yeats
INTRODUCCIÓN
Que las personas enferman y mueren fue algo que comencé a vivenciar a una edad muy temprana:
Tendría yo alrededor de siete años cuando me di cuenta de que algo le pasaba a una de nuestras vecinas. Vivíamos por aquella época en un lugar muy apartado del entonces pueblo de Quequén: frente a nuestra vivienda ya comenzaban los campos. En la manzana había sólo cuatro casas: a la izquierda una que lindaba con la nuestra; otra que daba a la calle de atrás; y otra, la de la familia Canale, a la vuelta de la esquina a nuestra derecha. Los Canale y nosotros estábamos a media cuadra de esa esquina, conformada por un amplio terreno, el cual más de una vez al día yo atravesaba para llegar a esa casa. Los Canale, eran gente muy buena; con hijos adolescentes. A mí me encantaba ofrecerme para hacerles mandados: en esos tiempos los niños podíamos andar fuera de casa sin el miedo que hay hoy en día. Lo cual no quiere decir que no sucedieran cosas malas: pasaban, pero no eran el pan nuestro de cada día. El recuerdo que más grabado me quedó de mi interacción con los habitantes de esa casa es el de verme un día en su galería mirando, a través de la puerta entreabierta del dormitorio, a la señora que estaba acostada y respiraba de manera muy ronca. Cuando volví y le conté a mi madre –apenas quince años mayor que yo‐ lo que había visto, me dijo con total naturalidad que no tenía que andar espiando, que la señora estaba muy enferma y respiraba así porque tenía el ronquido de la muerte. Se estaba muriendo.
Otra experiencia a descubrir, por ese mismo tiempo, que la gente muere y lo hace de distintas maneras y a cualquier edad, fue la muerte de un joven al que asesinaron en la casa de su novia de nombre Blanca. Era un joven de cabello claro, bonitos ojos verdes y muy simpático. Por todos los comentarios que “absorbí” después de su muerte, no era del lugar: vivía en otra ciudad y estaba haciendo el servicio militar. Cuando tenía franco iba a visitar a su novia. Así que cada tanto lo veíamos: en ese lugar tan alejado ir al almacén, a la panadería o a la carnicería era toda una distracción, y para ir a cualquiera de esos lugares pasábamos siempre frente a esa casa que miraba hacia los terrenos del ferrocarril. Nosotros vivíamos a tres cuadras y media de ahí: entre la calle anterior a mi casa y la casa de Blanca están los terrenos del ferrocarril, que en ese lugar ocupan dos manzanas de ancho. De modo que al doblar nomás la esquina y caminar unos metros, ya la visualizábamos. Recuerdo un día que yendo con mi madre y mi hermano al almacén pasamos frente a ella. A través del tiempo y la distancia aún llevo grabada la imagen del novio de Blanca parado junto a la verja, con las manos en los bolsillos; su pie izquierdo apoyado en el suelo y el derecho contra la pared. El joven saludó a mi madre; ella le devolvió el saludo y me comentó “viste qué linda sonrisa tiene”. A pesar de mis pocos años era yo muy receptiva al estado de ánimo de las personas: sentí que ese joven estaba triste. Días después iba a hacer un mandado cuando vi que algo pasaba en casa de Blanca: había una ambulancia
7
y un auto de la policía. Apuré el paso: unos hombres sacaban un cuerpo envuelto en sábanas. Algunos vecinos estaban cerca, a respetuosa distancia; al pasar junto a ellos escuché “la Blanca mató al novio; le pegó dos tiros”.
Pasados más de cuarenta años descubriría yo que venimos a este mundo con una hora de llegada y otra de partida; y que muchas de las experiencias que nos tocan vivir las hemos elegido antes de nacer, lo cual se llama “el desarrollo del karma“. ¿Qué karma habría venido a saldar la mamá de ese muchacho?: la gente decía que cuando llegó al hospital donde estaba el cuerpo de su hijo se arrojó de rodillas gritando: “¡Entréguenme a mi hijo. Díganme que no está muerto!”. ¿Y qué karma vine a saldar yo cuando tres años después perdí a mi abuelo Manuel? Mi abuelo, que me hablaba de otros mundos con seres más inteligentes que nosotros que un día vendrían a ayudarnos. Nunca dijo los ¨extraterrestres¨; nunca dijo los “Pleyadianos”, ni los seres de “Las Andrómedas”; ni me habló de personas que tienen el don de comunicarse con esos seres: todo eso me quedaba a mí por descubrir.
La muerte de mi abuelo Manuel no la viví como una espectadora; esa muerte me partió el corazón. Él estuvo mucho tiempo enfermo y lo llevaron a internar al Hospital Irurzun, de Quequén. La imagen que de él me quedó en ese lugar fue verlo sentado en una cama cubierto con una manta blanca. Delgado, con la espalda encorvada. Había otros enfermos en esa gran sala. No recuerdo el tiempo que permaneció allí. Sí recuerdo la gran conmoción entre mi madre y uno de mis tíos cuando ella decidió sacar a mi abuelo de ese lugar y llevarlo a la casa. “Yo lo voy a cuidar. Acá lo están matando”, decía ella. Mi madre armó un gran revuelo, y se lo llevó nomás. Mi abuelo tenía la espalda con quemaduras debido a las aplicaciones de ventosas: encendían un algodón con unas gotas de alcohol y rápido le colocaban un frasquito; eso hacía que la llama se apagara y el frasco se adhiriera a la piel. Mi abuelo tenía cáncer de pulmón. Recuerdo las protestas de mi madre contra la persona que le daba ese tratamiento; era un cabo enfermero de apellido Bonano. “El cabo Bonano es un asesino”. Por años, después de que mi abuelo murió, mi madre seguiría despotricando contra el cabo Bonano.
Mientras mi abuelo estuvo en casa a mí me llevaron con un matrimonio amigo de mi madre. El señor era empleado del ferrocarril y vivían en una casita que pertenecía a dicho ente, y que estaba ubicada a unos doscientos metros de la estación donde arribaban los trenes. No recuerdo cuántos días pasé con ellos, sí me quedó muy grabado el momento en que me dijeron que mi abuelo había muerto. No dije nada. Simplemente salí, crucé las vías y caminé entre los pastizales de paja brava sintiendo que el pecho se me partía de dolor. Una tarde, mi madre, toda vestida de negro, fue a buscarme. En la casa, donde ya mi abuelo no estaba, todas las mujeres: mi abuela, mis tías, de riguroso luto. Nadie me habló del abuelo. Días después me llevaron a “visitarlo” al cementerio.
Durante muchos años su presencia acompañó mis días. Todo lo que él me inculcó acerca de otros mundos y otros seres tuvo su justificación cuando, 40 años después, comencé a incursionar en el camino de la Metafísica. Ya mucho antes se había despertado en mí la pasión por la poesía y en esa faceta volcaba un conocimiento que a decir de Marta Gombi, mi instructora, quien tanto gravitó en este camino mío, ese conocimiento estaba ya impreso en mi holograma. O sea, era mi herencia de otra vida, que no era un conocimiento adquirido en ésta. Es que hay
8
ciertas cuestiones que no pueden aprenderse en los libros si uno no las trae como algo prendido en lo íntimo del Ser.
Con el correr del tiempo mi mente se fue expandiendo y pude comprender y aprehender que venimos a este mundo como quien va a una escuela: a realizar ciertos aprendizajes que son para la evolución de nuestra conciencia y para la evolución de la Vida toda. Cada uno de nosotros algo añade al gran telar de la existencia, y eso lo hacemos a través de nuestras sucesivas vidas.
Mediante el estudio de la Metafísica, y guiada por seres que llevaban décadas dedicando sus vidas a expandir el conocimiento entre las personas, fui descubriendo autores como Vicente Beltrán Anglada; Cris Griscom, Bárbara Marciniak, Zulma Reyo, Samael Aun Weor, Paul Brunton, el dr. Douglas Baker y tantos, tantos más, como Rudolf Steiner. A Steiner lo descubrí a través de mi querida amiga Memi Varrone, ella puso en mis manos “La Ciencia Oculta en Bosquejo”: “Si vas a dedicarte al conocimiento de lo oculto, que sea desde lo científico”. Fue también ella quien me regaló “La Existencia después de la Muerte”, del escritor inglés Scott Rogo. Sin saber adónde llegaría yo en este camino, esta amiga que tanto ha influido en mi formación como escritora me estaba proporcionando valiosos testimonios de los mundos superiores; los terrenos de nuestra procedencia. Así, en una trayectoria casi meteórica en la que asistía a clases y seminarios y devoraba libros de autores de tal renombre, fui comprendiendo esa negación mía frente a frase tan remanida que la mayoría de la gente recita cuando alguien parte de esta vida: “Que descanse en paz”. Que tenga paz, sí, ¿pero que descanse? ¿Acaso la Vida, la Naturaleza, descansa? ¿No está todo en constante cambio, en perpetuo movimiento? ¿Por qué no iba a ser lo mismo con nosotros? ¿Por qué nuestro destino iba a ser, cuando el cuerpo se nos muere, quedarnos chatamente tiesos por toda la eternidad? En el Credo, oración católica, la última frase dice: “La vida perdurable”. Ahí hay una pista de que lo que estuvo dentro de un cuerpo en algún lado sigue viviendo: esa es la vida perdurable. Pero cuando no tienes a nadie que te lo explique, estás solo con un montón de interrogantes que ni siquiera a ti mismo te los puedes formular porque no tienes el entendimiento para hacerlo. Sólo tienes esa fuerza instintiva que te impulsa a rebelarte contra algo que sientes que no es, pero que no sabes cómo es.
9
”Los grandes secretos elementales de la vida son tan sencillos que muy pocos los ven.
La gente es complicada, los intelectos son complicados, no la vida.
Paul Brunton”
LA VIDA PERDURABLE
Para comprender que nuestra vida sigue después que abandonamos el cuerpo se necesita tener no sólo fe, sino también es necesario investigar. Y hay muchos y diferentes caminos para poder hacerlo: la Metafísica, la Teosofía, el Hinduismo; la misma Biblia, para quien la sabe interpretar, nos da indicios de la perduración de nuestra vida a través de la reencarnación. El conocimiento de la reencarnación ha sido cuidadosamente ocultado, quizás porque como humanidad no estábamos preparados para comprender y hacernos cargo: somos seres inmortales que tomamos cuerpos físicos para aprender y evolucionar. Al evolucionar nosotros evoluciona la Vida toda. ¿Qué pasa cuando nos vamos dando cuenta?; hablo por experiencia propia. No la de haber muerto y resucitado para contarla, sino la de comprender que todas las vivencias que cada quien va experimentando a través de su tiempo de vida terrenal significan, si uno se deja llevar por esa demanda interna de buscar el porqué de la propia vida, encontrar las revelaciones que le hacen comprender porqué se vivió de esta manera y no de otra. Es decir, por qué justamente a mí me tocó ser yo. Cuando me podría haber tocado nacer en París, estudiar en la Sorbona y devenir en una escritora profesional, reconocida y respetada que puede expandir el conocimiento al mundo entero. Por lo que he investigado y experimentado, hoy la humanidad está haciendo un cambio tan grande como nunca antes en su historia. Los velos de la ignorancia están siendo descorridos para que todos seamos protagonistas del gran cambio, que no hacemos solos: el Universo entero nos está ayudando porque lo que suceda en la Tierra ahora afectará a todo el Universo. Cada uno de nosotros ocupa, matemática y geográficamente, el lugar que le corresponde. Y desde ese lugar debe contribuir a expandir y dar a conocer la nueva realidad que se está gestando. Cada quien que logra dar un paso en su evolución siempre ayudado por otros que se han adelantado, debe a su vez, ayudar a otros.
Dice Leon Denis en su magnífico y didáctico libro “E Problema del Ser, del
Destino y del Dolor” página 40: “El alma contiene en estado virtual, todos los gérmenes de su desarrollo futuro.
Está destinada a conocer, adquirir y poseer todo. ¿Cómo, pues, podría ella conseguir todo eso en una única existencia? ¡La vida es corta y lejos está la perfección! ¿Podría el alma, en una vida única, desarrollar su entendimiento, iluminar la razón, fortificar la conciencia, asimilar todos los elementos de la sabiduría, de la santidad, del genio?. Para realizar sus fines, tiene que recorrer, en el tiempo y el espacio, un campo sin límites. Es pasando por innúmeras transformaciones, al final de millares de siglos, que el mineral grosero se convierte en diamante puro, refractando mil destellos resplandecientes.
10
“Sucede lo mismo con el alma humana. “El objetivo de la evolución, la razón de ser de la vida no es la felicidad
terrestre, como muchos erróneamente creen, y sí el perfeccionamiento de cada uno de nosotros, y ese perfeccionamiento debemos realizarlo por medio del trabajo, del esfuerzo, de todas las alternativas de la alegría y del dolor, hasta que nos hayamos desarrollado completamente y elevado al estado celeste. Si hay en la Tierra menos alegría que sufrimiento, es que este es el instrumento por excelencia de la educación y del progreso, un estimulante para el ser, que, sin él, quedaría retardado en las vías de la sensualidad. El dolor, físico y moral, forma nuestra experiencia. La sabiduría es el premio.”
Hay dos niveles para aprender: por uno se aprende sufriendo; por el otro
evolucionando. Y es por este último que se comprende y acepta cada situación que la vida nos presenta.
Por el camino de la ignorancia comenzamos nuestro tránsito por este mundo. Luego, vida tras vida, mediante los aprendizajes de acierto y error, vamos despertando. Ese es el desarrollo de nuestras vidas en este Planeta, al que venimos en busca de la perfección de nuestra alma. Y uno de los aprendizajes más importantes en este tiempo, es el de concientizar que la muerte no existe. Muere nuestro cuerpo físico porque en la naturaleza todo cumple un ciclo: todo nace, se desarrolla y muere. Que no es muerte, es transformación. Y esto es algo que nadie ha ejemplificado de un modo más bello y rotundo que la doctora Elizabeth Kübler Ross. Mediante la alegoría que ella hace de la mariposa nos enseña que nuestro cuerpo es la oruga, y nuestra alma la mariposa.
Para quien desee investigar sobre esta verdad que siempre ha estado mostrándose para unos pocos, y que hoy está siendo entregada a través de tantos investigadores y profesionales de la ciencia, recomiendo leer los autores que iré nombrando en estas páginas. Aunque aclaro, para mí, lo más impactante son los testimonios que me dan las personas. Algunas se me acercan ¿casualmente?; otras las voy conociendo a través de amigos que me las presentan; y algunas, como iré narrando, son seres con los que he mantenido una amistad o un trato familiar de años y que recién ahora me han abierto su corazón como una preciosa flor mostrándome vivencias que han mantenido en secreto. Esas cosas de las que no se hablan para que a uno no lo tomen por “raro”. O sea, por loco.
Mis distintas experiencias frente a la muerte
Recuerdo un velatorio al que asistí cuando tenía 12 años: había fallecido una vecina de apellido Gimberardino. Para ese entonces vivíamos en otro barrio, cercano a lo que llamaban centro. El centro era unas pocas cuadras de la única calle asfaltada. Cierto día en que pasaba yo por la casa de los Giamberardino, el perrito de la familia me mordió en una pierna. Cuando volví, mi madre, aunque no era de tratarse con los vecinos, me llevó prontamente a pedirles unos mechones de pelo del perrito “para curarme”. ¿Cómo era esto?, pues se entibiaba en aceite el pelo del perro mordedor y se lo colocaba en la herida. Don Giamberardino, muy afligido por el mal
11
comportamiento de su perro “que nunca mordía a nadie”, lo agarró y le cortó unos buenos mechones de pelo. A mí me preguntó si me gustaban las uvas: tenían una espléndida parra cargada con abundantes racimos de uvas blancas. Así que por un tiempo disfrutamos de las exquisitas uvas, pues para borrar el mal momento que su perro me había hecho pasar, don Giamberardino insistió en que fuésemos con mi hermano a buscar uvas tantas veces como quisiéramos. Por ello el compromiso de ir a presentar nuestras condolencias cuando su esposa falleció. Y ahí salí yo en representación de la familia. Recuerdo a la señora, con su rostro delgado, pálido, pero tranquilo: parecía dormida. Se veía linda con su cabello entrecano y los encajes blancos que cubrían su cuello. Menos en saludar a cada uno de los deudos, porque eso me cohibía, imité el comportamiento de los mayores. Cada tanto abandonaba la silla donde estaba sentada, me paraba junto al féretro, contemplaba a la señora y volvía a mi lugar. El hijo mas chico de la familia, un jovencito de unos 18 años, se sentó a mi lado y me hablaba. Lo que me pudo haber comentado y lo que yo haya respondido se diluyó en el tiempo: mi mente estaba atenta a los comentarios de algunas señoras que lloraban: “Tan buena. Su alma ya debe estar en el cielo”.
Yo tomé mi primera comunión a los 11 años, de modo que aún estaba fresquito lo aprendido en catequesis: si somos buenos, cuando morimos vamos al cielo, si somos malos vamos al infierno. Después algún día vendrá la resurrección de los muertos. Esto último me tenía muy preocupada, no podía entender cómo sería eso. Mi madre me sacaba del apuro muy fácil: “¡Pura pavada eso! ¡El que se murió, se murió!” Creo que a su modo, ella trataba de sacarme de ese mundo de preocupación por lo abstracto en el que yo vivía. Para ella la vida tenía la sencillez y el disfrute de lo cotidiano: entre las gallinas, los pollitos, los patos, los pavos; la huerta y el jardín: ahí estaba la vida.
El tiempo fue pasando. Mi vida cambió: cuatro años después me casé. Entré en el mundo de los adultos sin haber experimentado plenamente la adolescencia. Y como la vida está entretejida con lo que llamamos muerte, cada tanto me veía junto a una caja mortuoria acompañando al que se había ido. Por algunos sufría, porque me eran muy queridos, aunque nunca ese dolor con que sufrí la partida del abuelo. Otros sólo me dejaban una sensación de vacío, pero a todos les deseaba que hubieran rumbeado para el cielo, por más arriba que éste estuviese. Todo fue así hasta que entré en el camino de la Metafísica. Entonces comprendí lo que es la vida perdurable, y que realmente la muerte no existe. De modo que cuando alguien perdía a un ser querido y tenía la suerte de tenerme cerca, yo le hablaba de ese descubrimiento mío. ¨ La vida sigue en otro lado. La muerte no existe ¨. Hasta que el 8 de octubre de 2003, sufrí el sacudón más tremendo que hubiera podido imaginar por la muerte de Facundo, papá de mi bisnieto Nicolás. Fue en un accidente en la ruta 54, en la curva de Orellana, en la provincia de Catamarca. Él iba conduciendo; eran las 4,30 de la madrugada. Al doblar esa curva el auto se estrelló contra un camión que estaba detenido sobre la ruta sin las balizas puestas: los camioneros estaban auxiliando a un micro que tenía problemas en sus neumáticos.
Se dice que antes de nacer ya tenemos pactada nuestra hora de regreso. En ese accidente regresaron al Padre, Facundo de 20 años; su profesor de Tang so do, Alejandro, de 43, y el pequeño hijo de éste, Cristian, de 12. Sólo quedó con vida Marcos, de 20. Todos iban a intervenir en un torneo internacional de Tang so do, al que nunca llegaron.
12
Esa vez a nadie le pude decir: “La muerte no existe. La vida sigue”. Todo ese conocimiento no me sirvió ni siquiera para atenuar en mí el dolor por la pérdida de esas vidas. Creo que absorbí todo el desconsuelo, todo el dolor desgarrante de las familias de esos seres. Y fue, a través de esa tragedia, que decidí escribir este libro: no me daba cuenta de que ya estaba en mí, que había nacido conmigo como una deuda a pagar.
13
Lo bueno de mi trabajo es que, además de esclarecer a otros
sobre la verdad de la vida después de la muerte,
he presenciado cambios increíbles y milagrosos en la persona que atendí.
James Van Praagh
LAS VIDAS ANTERIORES
¿Por qué los seres vienen sin recuerdos de sus vidas anteriores? El ser humano, cuando genera el cambio de una vida a otra, expresa su
voluntad de olvidar, de bloquear los recuerdos de sus vidas anteriores para que de esa forma no se diversifique y sólo enfoque el aprendizaje que tiene que hacer y para el que ha vuelto a encarnar. Es allí cuando los seres expresan libremente su necesidad de cumplir otro karma y otro aprendizaje, y es cuando olvidan para poder aprender nuevamente lo que ha quedado por aprender. De todas maneras, los seres tienen información de sus vidas anteriores en su propio Ser y sólo serán reveladas por un instante cuando él debe accionar hacia lo que no ha podido cumplir y a lo que debe cumplir.
En mi vida pasada, ¿mi mandato interno no fue escribir?, ¿por qué lo traje tan
fuerte en esta vida? Hay varias secuencias del mandato: pongamos como ejemplo, en una vida anterior tú
debiste escribir, solamente completaste una etapa; como no fue cumplida en su totalidad viniste a ésta a completar la otra etapa, o sea que tu mandato interno ha sido en la vida anterior escribir y en ésta es escribir. Pero aparte, mediante el generar otro karma, vienes a cumplir otros mandatos y ésos son los que también estás tratando de cumplir como es el de generar armonía en tu Ser y conectarte con tu libertad y tu verdad. Esto es también un mandato, no olvides que los seres pasan de encarnación en encarnación y siempre dejan múltiples facetas en las que no van pudiendo completar su aprendizaje y son llevados a otros planos, a otra encarnación para que completen la parte de evolución que no han podido completar.
Los párrafos precedentes los extraje del libro “Camino hacia el Ser
Interno”, capítulo Las Vidas Pasadas, el cual escribí en conjunto con una persona que tiene el don de canalizar a Seres de otras dimensiones que se nos manifestaban como “Los Guías “. Hay un libro escrito por Rudolf Steiner, que recomiendo, cuyo título es justamente, “Los Guías de la Humanidad”.
Todos tenemos nuestros guías. Estos Seres son, en la escala evolutiva, lo más cercano a nosotros por haber estado encarnados. Trascendidos todos sus aprendizajes en este Planeta, cumplen la misión de guiarnos. Aunque no sepamos de ellos, los guías
14
siempre están; y pueden manifestar su presencia a través de lo que a veces llamamos intuición. Cuando ya sabemos y nos conectamos, pueden brindarnos ayuda y protección. Lo cual no significa que dejemos de pasar por todos los aprendizajes que hemos venido a trascender: eso forma parte de nuestra evolución.
Cuando ocurrió la tragedia de la curva de Orellana, yo había experimentado el acompañar a una amiga muy querida, Mabel, cuando sufrió la muerte de su hijo Juan, de 20 años, también en un accidente automovilístico que ocurrió de madrugada en la ciudad de La Plata. Una semana antes de esa tragedia, Mabel se despertó a la misma hora en que después ocurriría el accidente, sintiendo que una mano le arrancaba el corazón. Y una semana después, cuando el teléfono sonó, también a esa hora temprana, antes de atender, Mabel le dijo a su esposo: “algo le pasó a Juan”. Tiempo después, le hablé a ella de Laura Moreno; Laura tiene el don de canalizar la Energía de Jesús. En el año 2000 escribí, “Señales de Dios”, libro en el que hablo sobre su vida y la tarea que cumple conectando a las personas con los mensajes del Maestro. Laura fue a ver a Mabel a su casa para orar y darle mensajes del Maestro. Días después, estando Mabel en un supermercado muy conocido, se dirigía con el carro de las compras hacia las cajas. Al pasar frente a las góndolas de los libros, sin pensarlo, como atraída por algo, se dirigió hacia una, extendió su mano sobre el estante superior que estaba a una altura fuera de su visión, apoyó su mano sobre un libro: lo tomó: “Hablando con el Cielo”, de James Van Praagh. Mabel abrió el libro al azar y ahí estaban, impresas, frases que Laura le había dicho cuando estuvo en su casa. Van Praagh es un psíquico norteamericano que se comunica con los seres que han partido. A través de Mabel me conecté también con los libros de Rose Mary Altea “El Águila y la Rosa” y “El Poder del Espíritu”. Rose Mary viaja por el mundo dando conferencias y comunicando a las personas con sus seres amados que están en la luz: lo mismo que hace Van Praagh. He leído estos libros y muchos otros, como los del creador de la Antroposofía, Rudol Steiner, de quien ya hice referencia. También he leído los libros del doctor Moody, del doctor Melvin Morse, pediatra norteamericano, de Brian Weis, etc., pero ratifico: lo que más me ha abierto la cabeza son los testimonios de las personas que he ido conociendo. Quizás porque han sido de persona a persona: de Ser a Ser. Como fue el encuentro de Mabel con Laura. Además, no podía haber un referente mejor, en lo personal para Mabel, que Laura: ella perdió a toda su familia en un accidente cuando tenía 12 años, y en ese accidente tuvo la vivencia de que la vida continúa después de que dejamos el cuerpo físico. Hoy en día Laura ya no quiere hablar más sobre ese accidente. Pero cuando yo la conocí y empecé a asistir a todas sus reuniones y recibí el mensaje del Maestro en el que me dijo que debía escribir un libro, el corazón de Laura se abrió incondicionalmente para que yo pudiera plasmar todas sus vivencias. El siguiente párrafo lo extraje de “Señales de Dios” y corresponde a la parte en que Laura narra cómo perdió a su familia:
¿Querés hablarme del accidente donde perdiste a toda tu familia, y en el que
por milagro no perdiste tu vida? ¿Dónde sucedió? En Vidal, a más o menos cincuenta kilómetros de acá. En un principio se llegó a
decir que la culpa había sido de mi papá; pero luego se supo que el señor que nos chocó tuvo una embolia cerebral. Y bueno, son esos designios que uno a veces no entiende.
15
¿Tus padres y tu hermano murieron instantáneamente? Mi mamá sí, mi hermano murió cerebralmente y al día siguiente falleció. Mi
papá quedó cinco minutos con vida y me pidió que yo me mantuviera firme y pidiera socorro. Después se murió. Entonces yo perdí el conocimiento. Fue realmente catastrófico porque además no se sabía si yo, que fui la única sobreviviente, iba a poder volver a caminar ni tampoco si iba a poder hablar bien o si me había quedado alguna secuela de algo más que se podía llegar a manifestar con el tiempo.
¿Recordás qué te pasó concretamente? Mi papá cayó encima de mis piernas y me quebró los dos fémurs, uno en tres
partes y el otro en dos. Me pusieron placas y me pusieron clavos. Según los médicos por un milímetro no quedé paralítica. Para hacer mi rehabilitación me ayudó mucho el saber nadar, y me ayudó mucho mi perseverancia. Lo que me mantuvo viva y lo que me mantuvo en espera de lo que iba a ser mi vida fue, en primer lugar, lo que mi papá me había enseñado, y en segundo lugar, esa visión que Sueyro describe tan bien en sus libros, el puente en el cual yo pude ver que mis hermanos, mi papá y mi mamá me desprendían de nuevo para la Tierra. Te digo mis hermanos porque también estaba el hermanito que se murió en mis brazos, ahogado con un caramelo, cuando yo tenía 4 años. Me costó mucho dolor el tener que volver y no poder quedarme con ellos, pero con los años comprendí que yo había vuelto porque tenía una misión que cumplir. Yo estuve en el Cielo, Celia. Yo estuve en el Cielo.
Esta última frase no la puse en ese libro: no sé por qué no lo hice. Mejor
dicho: no lo sabía. Ahora lo sé: en algún lugar del éter estaba plasmado que debía darle ese título a este libro. Por ello nunca la olvidé.
16
Nada está garantizado en la vida, fuera de que todo el mundo tiene que enfrentarse a dificultades.
Así es como aprendemos.
Elisabeth Kübler‐Ross
DIOS PROPONE Y LAS CIRCUNSTANCIAS DISPONEN
Mi decisión de escribir un libro que hablara de la vida después de esta vida ya estaba tomada. Pero el tiempo y la tranquilidad para ponerme a escribirlo no los tenía. El negocio de mi marido hacia tiempo que se había venido a pique, como la gran mayoría del país en esos años: 2001, 2002, 2003. El arrastre era macabro. De modo que mi cabeza estaba demasiado zarandeada con problemas monetarios. Hasta que el 24 de agosto de 2004 mi marido y yo sufrimos un accidente de auto en el cual él falleció. Transitábamos por la Avenida Luro pasando Champagnat, ya por donde corren dos vías de ida y dos de regreso: íbamos por el carril del centro, de mayor velocidad. Por el lado derecho, en la misma dirección circulaban varios autos a velocidad menor. De repente, uno que circulaba más adelantado que nosotros, giró a la izquierda, y nos cerró el paso. Lo conducía un señor mayor, sin registro, sin seguro. El impacto fue tremendo. No llevábamos puesto el cinturón de seguridad. Yo fui lanzada contra el parabrisas que se partió con el golpe de mi cabeza. Me hice dos cortes en la parte superior derecha de la frente. La piel me quedó separada del hueso. Mi marido gritó dos veces mi nombre y quedó desmayado. Recuerdo nítidamente que me tomé la cabeza y miré el volante: “no le aplastó el pecho como a Facundo”, pensé. Miré su rostro como dormido, su mano derecha a su costado, laxa, pensé en tocarla, pensé en decirle estoy bien, pero me quedé callada: quizás quería que no se desesperara por hablarme. Alguien lo tomó en brazos y lo sacó. Después me ayudaron a mí a salir por el asiento trasero. El pie derecho me dolía horrores. Cuando me llevaban hacía la vereda vi el cuerpo de mi esposo tendido de costado: fue la última vez que lo vi. El ulular de las sirenas de las ambulancias era terrible. A mi marido lo llevaron en la que llegó primero. Cuando vinieron por mí y ya estuve en el hospital– a ambos nos trasladaron al Hospital Interzonal‐,pensaba: “No, esto no me está pasando. Esto no me está pasando”. Pero sí, me había pasado. Nos había pasado. Tuve en ese lugar la mejor atención que se puede tener en esas trágicas circunstancias: cosieron la herida de mi frente como pudieron porque la piel me bailaba debido a los dos cortes. Llegó un momento en que me urgieron para darles los números de mis hijos: la vida de mi marido se estaba yendo mientras a mí me trasladaban de un lugar a otro para hacerme los distintos estudios. En un momento escuché las voces de mis hijos: mi camilla conmigo hecha un monstruo había pasado junto a ellos y no me habían reconocido. Pero yo reconocí sus voces. Cuando dije “ahí están mis hijos”, ellos se acercaron. Recuerdo que mi hija me decía “quedate tranquila mamá”. “Vos quedate tranquila, respondí, yo estoy bien” Bien loca estaba. Casi a medianoche fui trasladada al Hospital Privado de Comunidad de donde somos socios. Por causa de tanta medicación recibida tuve experiencias tales como cuando Castaneda cuenta que ingería peyote: levantaba las sábanas y veía, a mi costado izquierdo, distintos cacharros como de cerámica.
17
Había dicho que quería orinar y pedía que no me trajeran la “chata”: tenía tantos recipientes para hacerlo: recuerdo muy nítida una tinaja de color beige claro como de unos 40 centímetros: esa era alta, no me hubiera servido, pero había otros recipientes. El delirio no abarcó sólo eso: si me daba cuenta de que algún amigo venía a ver a mis hijos, que por supuesto no entraban a la habitación, yo gritaba “¡Pasen, pasen!” Además, a cada momento les pedía a mis hijos que no se quedaran conmigo, que fueran a ver al padre. Cuando mi hija, como pudo me dijo “mamá, papá ya no está. Falleció”, fue como si me estuviera hablando de algo ajeno a mí. Dos días después dejé el hospital. Una enfermera, de nombre María Eva, apiadada por mi situación me dijo: “Querida, vas a necesitar tomar tranquilizantes, no te preocupes si pasa un año o dos o tres: tomalos mientras los necesités”.
Unos días después mis hijos y yo tuvimos contactos en sueños. Mi hija: “Soñé con un aguilucho: lo que vi primero fue como una energía que iba
tomando forma hasta tomar la figura de un águila. Se veía sólo su contorno que era como líneas blancas, luminosas. En el sueño yo sentía que era papá”.
(No sé de dónde saqué esta información: mitológicamente, el águila representa
al padre. Según el diccionario de los símbolos de Cirlot, para el cristianismo, el águila es
un mensajero espiritual). Otro sueño de mi hija: “Me ví volando sobre un gran campo de flores amarillas, un inmenso campo
que nunca terminaba. Las flores eran como tulipanes; eran plantas no muy altas, con muy pocas hojas. Todo ese campo de flores se movía con la brisa. Yo sentía la presencia de papá; sentía que él volaba conmigo”.
Mi hijo tuvo el siguiente sueño que aquí relato: “Viajábamos los tres, mi marido mi hijo y yo en lo que parecía ser una nave
extraterrestre que la conducía mi hijo: ellos iban sentados adelante y yo atrás. Nos perseguían otras naves tratando de atacarnos. Mi hijo sentía que no podíamos salvarnos y dijo: nos van a matar, a lo que mi marido respondió: “no te preocupes, es un ratito nada más. Enseguida vamos a estar todos juntos otra vez”.
En cuanto a mí, una noche me vi viajando en un micro, al llegar a cierto lugar
descendí y de ahí me sentí llevada en vilo a la vereda contraria. Siempre como suspendida entré a un lugar que parecía ser una casa de departamentos que estaban ubicados haciendo círculos frente a un patio; en el medio había un árbol. Ahí fui trasladada por una escalera exterior que daba a un primer piso. Ya adentro vi que había unos sillones de pana de color verde. Mientras los miraba sentí que mi marido estaba parado junto a mí, en mi lado derecho. Y telepáticamente me dijo “aquí te
18
espero”. Al instante lo vi parado a más o menos metro y medio de mí. Era él, que me sonreía. Se veía como lleno de luz, y emanaba de él una gran dulzura. Cerca suyo, parada, mirándolo, había una enfermera muy joven: su pelo, recogido como con una torzada era de un dorado muy bello; vestía una bata del blanco más puro que uno pueda imaginar. Mientras la miraba pensé “¿qué hace esta mujer aquí?” Una voz muy dulce se hizo sentir en mi cabeza: “Señora, yo estoy aquí para cuidarlo”.
Tiempo después, entre toda la bibiliografía que iba consultando sobre la vida
después de la muerte, leí que cuando llegamos “al otro lado” hay seres de luz que amorosamente se ocupan de restañar nuestras heridas, de sanar nuestras emociones y nuestro cuerpo etérico, con el cual seguimos nuestra vida después de ésta. Por ejemplo, dice James van Praagh:
“Es preciso comprender que, en cualquier tipo de muerte, sobre todo si es súbita, el espíritu puede necesitar más ayuda y comprensión para aclimatarse a un nuevo medio. Gracias a Dios existen esas bellas almas que los ayudan. En la tierra las denominaríamos asistentes sociales o terapeutas, pues, al igual que ellos, asisten mentalmente al recién llegado para que se introduzca en un medio que no le es familiar”.
De los contactos en sueños Dice José Trigueirinho en su libro “También Vivimos Mientras Soñamos”: “Los sueños constituyen un poderoso instrumento para la evolución del
hombre; a través de ellos, podemos participar de la vida en varios niveles de realidad y conciencia”.
Antes de dedicarme al estudio de la Metafísica, hice un curso de control mental
con una persona que solía contarnos diversas experiencias de algunos de sus alumnos. Recuerdo la de una joven, hija de pescadores, que una noche soñó que estaba en el mar viendo cómo se hundía una barca de pescadores, y que ella, caminando sobre las aguas, había ayudado a dos tripulantes a salvar sus vidas. A día siguiente comprobó que ese accidente había sucedido, y tal como ella lo había soñado. Y que la tripulación, ya no recuerdo si toda, se había salvado.
Cuando vamos comprendiendo cómo es la mecánica de la vida, nos vamos
dando cuenta de que en verdad existimos y actuamos en varios niveles de conciencia. Comparto ahora otro sueño:
6/02/07 Me desperté y recordé, o me di cuenta de pronto, que había tenido el siguiente
sueño, que para mí fue una vivencia muy real. Yo andaba caminando con alguien más –no sé quién era, creo que una mujer‐,
caminábamos por la salida (para los autos) del cementerio parque. De pronto escucho que desde el Cielo me dicen que estábamos ahí haciendo limpieza y dando paz. Levanté la vista: el cielo estaba muy bajo, y una gran parte presentaba cuadros, como
19
enorme tiras de dibujos animados, todos con los personajes de Walt Disney. Vi muy claramente cada cuadro: Mickey, Donald, Minie…
El contacto lúcido, y aceptado como algo natural, con los mundos
suprasensibles es una gracia para la evolución de nuestro Ser esencial. Todo esto que durante siglos ha sido tomado como tabú, no es nada más ni nada menos que lo que todos traemos por derecho de nacimiento. Derecho que nosotros mismos debemos arrogarnos y, para conseguirlo es menester desarrollar un trabajo con nuestra personalidad despojándonos de todo lo negativo, de todo lo que nos impide vernos como lo que realmente somos: seres espirituales en evolución.
20
MI MADRE
Después del accidente pasé seis meses sin ir a ver a mi madre que ya estaba muy enferma: las marcas en mi cara y mi estado psíquico no me dejaban fuerzas: yo había sido siempre su hija valiente, la que todo lo podía. Además, ella siempre había enfrentado la partida de sus seres queridos con mucha entereza: “Todos hemos venido para morir. Si no este mundo no sería mundo”, decía. Pero yo, que estaba muy convencida que mi tarea era escribir un libro que diera testimonio de que hay vida después de esta vida, me negaba a pensar que el tiempo de su partida estaba llegado. Y cuando llegó, yo no estaba junto a ella como siempre había pensado que estaría. Fue mi hija quien atendió el teléfono: “Mami, la abuela acaba de partir”. Otra vez fue como si una parte de mí se alejara: tomé un tranquilizante y salí para Necochea acompañada por mi hijo. Esperaba que al llegar encontraría a mi madre aún en su cama. Pero ya no estaba en la casa donde había transcurrido más de la mitad de su vida. Entonces nos dirigimos a la sala velatoria. Mi madre parecía dormida. Su rostro se veía sereno, sin ningún rictus de dolor como los que he visto en otras personas después de fallecer.
Es extraño, yo que tengo memoria fotográfica recuerdo muy poco de esos momentos. Lo más vívido que permanece en mí es el verme parada junto a su féretro, admirándome de que a su edad, 80 años, y a pesar de su larga enfermedad, no tenía casi arrugas en su rostro. Y, también, como si en este momento lo volviera a vivir, veo paradas junto al féretro a mis dos cuñadas: Elsa a mi costado izquierdo, y Chiquita enfrente. Mi mirada seguía sobre mi madre, mientras en mi pantalla mental desfilaban distintas épocas de mi vida junto a ese Ser que me había dado la vida y que ahora había abandonado su cuerpo físico. De pronto, registré que mis dos cuñadas, apoyadas sobre el féretro, mantenían una conversación de un modo de lo más cotidiano “Se han apoyado como si esto fuese un mostrador”, pensé. Algo debió haber vibrado en mí, porque casi al unísono las dos dijeron “vamos a sentarnos”. He leído que a veces no se asume la muerte ajena porque nos enfrenta con la nuestra propia. Creo que en ese momento mis dos cuñadas, quienes ya no están en este plano, tuvieron una evasión de la realidad que estábamos viviendo. Tal vez es por ello que no podría decir que la situación en sí me hubiese ofendido, creo más bien que me sentí molesta porque perturbaban ese momento en que yo me despedía del ser físico de mi madre para compenetrarme con su Ser espiritual. Era raro pensar que ya no la vería, yo tenía 65 años, no todos llegan a esa edad teniendo a su madre.
En julio del 2005, dos meses antes de que ella partiera, tuve el siguiente sueño: No sé si era que yo había muerto o que estaba recibiendo enseñanzas: una voz
me decía: “Cuando usted muere, usted, su alma es recibida por seres que la presentan a entidades de luz”: entonces se me aparecían angelitos, pero su materia era como de nubes. Yo me tomaba de sus manos y ascendía feliz. Por un instante pensé “debería mirar para atrás” o sea, hacia abajo. Pero me dejé llevar.
El primer sueño con mi madre que tengo registrado, es el siguiente:
10/4/06
21
Mami se me apareció en el sueño. Estaba linda; se veía joven. Tenía puesta una campera de color rosa oscuro. Apareció y con una voz muy dulce, que escuché en mi cabeza, me dijo:
“Vos te vas a jubilar”. Yo pensé: “Cómo, si no tengo aportes”. Ella me comunicó: “Sí, ¿viste como yo me jubilé? Vos también te vas a jubilar”.
Dos meses después viajé a Necochea. Fui directo a casa de mi cuñada Chiquita. Ella estaba sentada a la mesa del comedor cuando abrí la puerta. ¡”Celia!”, exclamó al verme, y ahí nomás me preguntó: “¿Te jubilaste?”. Yo no puedo jubilarme, Chiquita, no tengo aportes, respondí. “Pero cómo” me dijo, “¿no sabés que el gobierno está dando la jubilación para las amas de casa? Yo ya inicié los trámites”.
Momentos después llegó Nely, una vecina, quien también me hizo la misma pregunta, y se quedó sorprendida de que yo no supiera nada sobre algo tan importante, de que nadie me lo hubiese dicho. Pero sí, me habían dicho: mi madre, que desde su nueva vida seguía preocupándose por mí. Un mes después inicié los trámites de mi jubilación con el mismo abogado que había tramitado la jubilación de mi cuñada, el doctor Oscar Rossi.
Tuve varios sueños más con mi madre, todos muy significativos. Voy a transcribir connotaciones de una conversación que tuvimos con ella cuando mi nieta, hoy de veintinueve años, tenía dos.
Era una tarde de fines de diciembre. Estábamos con mi madre cuidando a mi
nieta que jugaba en la vereda; en un momento mi madre exclamó: “¡Mirá que rica, qué chiquita que es. Es un pedacito de carne”. De pronto, mirándome a los ojos, dijo “qué linda es la vida, ¿no? Lástima que sea tan corta”. Yo sentí que mi corazón se oprimía, y prestamente desvié la vista. Sentí que ella seguía buscando mi mirada, cuando repitió: ¿qué lástima, no?
Tiempo después de su partida, leyendo el libro de Castaneda, “Una Realidad Aparte”, muy sorprendida, reviví de golpe aquella conversación, cuando don Juan le dice a Carlos:
“Qué lástima que mi vida sea tan corta y no me permita aferrarme de todas las cosas que quisiera. Pero eso no es problema, ni punto de discusión; es sólo una lástima”.
18 de marzo de 2009: Yo estaba en el piso de arriba; bajo y la veo a mami en la cocina, andaba
limpiando. También estaba Delia (Delia cuidaba a mi hijo cuando él era pequeño), también a ella la vi ocupada, limpiando.
Dije: “¡Mami, viniste!” ‐Sí, pero ahora nosotras nos tenemos que ir. Me sentí triste. Fui arriba a buscar dinero para pagarle a Delia y darle a mami
para el pasaje del micro. Bajé, Delia ya no estaba. Mami me miraba, y yo le dije: ¡Te quedaste!
Ella me miró como con pena, y me dijo: “Sí, pero ahora me tengo que ir”. Todos los sueños que voy transcribiendo los tengo anotados, tal como los fui
recibiendo, en un cuaderno de tapas azules.
22
TESTIMONIOS DE LA VIDA DESPUÉS DE ESTA VIDA
En su libro “La Rueda de la Vida”, la doctora Elisabeth Kübler Ross, dice: Cuando hemos aprobado los exámenes de lo que vinimos a aprender a la Tierra, se nos permite graduarnos. Se nos permite desprendernos del cuerpo, que aprisiona nuestra alma como el capullo envuelve a la futura mariposa, y cuando llega el momento oportuno podemos abandonarlo. Entonces estaremos libres de dolores, de temores y de preocupaciones, tan libres como una mariposa que vuelve a su casa, a Dios, que es un lugar donde jamás estaremos solos, donde continuamos creciendo espiritualmente, cantando y bailando, donde estamos con nuestros seres queridos y rodeados por un amor que es imposible imaginar.
Siento un profundo agradecimiento hacia todas las personas que me han dado
sus testimonios, los cuales me permiten validar los míos propios. Lo que intento conseguir es que este libro refleje la verdad, en todo lo que en él expongo. Si bien hoy día abundan los testimonios y los trabajos de respetables y respetados profesionales sobre el tema, siento que es desde los testimonios de gente del común, personas que no están influenciadas por lecturas ni opiniones ajenas, donde claramente se está manifestando una verdad que por siglos se ha tratado de mantener oculta.
23
Casi todas las religiones de la Tierra saben que nuestro espíritu trasciende la muerte.
Silvia Browne
TESTIMONIOS DE NATY, empleada de Mabel
Natividad trabaja desde hace muchos años en casa de Mabel, mi vecina. Debido a que nuestras casas se enfrentan, la presencia de Naty me fue siempre muy familiar; a través de Mabel me fui enterando de sus experiencias paranormales y, con la aprobación de ella y el consentimiento de Naty, grabé para este libro el siguiente testimonio:
Naty, más o menos a qué edad comenzaste a tener experiencias no normales? Y, debo haber tenido 8 años. Me acuerdo que mi papá, mi mamá y mi abuelo, el
papá de mi papá, se habían ido de viaje. Vivíamos en el campo, nosotros en nuestra casa y mi abuelo en la suya, ahí nomás, cerquita de la nuestra. Mi abuela materna había venido a quedarse conmigo. Cuando nos levantamos mi abuela me mandó a la casa de mi abuelo a ver los animales. Y cuando voy a entrar en el potrero, yo lo veo a mi abuelo sentado en la galería. Entonces me volví corriendo porque me asusté; me asusté porque él se había ido de viaje el día anterior. Vuelvo corriendo y le digo a mi abuela “está el abuelo sentado en la casa de él”, y la abuela me dice “no digas mentiras si ya sabés que está en Tucumán”. Y bueno, eso fue a la mañana temprano, y al mediodía nos avisan que mi abuelo había muerto. Le dio un infarto en el viaje y murió; y a mí me quedó eso.
Y acá, ¿cómo son tus experiencias? Acá pasa distinto. Me pasa más con Juan. A Jorge lo vi una sola vez (se refiere al
esposo de Mabel que falleció tiempo después de la partida de su hijo Juan). Cuando voy a otros trabajos hago este trayecto. Así que venía pasando, distraída y levanto la mirada y lo veo a Jorge salir de acá de la casa. Otra vez venía a cerrar la casa, Mabel no estaba. Dejo la bicicleta y entro por el garage, cierro con llave y vengo hacia la puerta que da al patio. En ese momento pensé que había dejado la bicicleta afuera y que me la podían robar. De repente sentí que algo, como un viento (escuché un sonido como un remolino de viento que hizo huisss), pasaba a mi lado dirigiéndose hacia afuera. Y ahí me quedé tranquila: sentí que alguien me iba a cuidar la bicicleta. Otro día estaba en la habitación de arriba, y se me da por mirar hacia abajo, por la ventana que da al patio, y veo una persona que estaba de espaldas: “Se entró alguien”, pensé. Miré otra vez y no había nada.
24
Y ese alguien que viste, ¿era como una sombra? No, como una persona que estaba de espaldas. Y eso te pasa con personas que ya no están en este mundo físico o con
personas que están, también? Con personas que están, no. Lo que a mí me pasa con las personas es que a
veces digo: “Voy a ver a tal persona, y me la encuentro”. Como que presiento esas cosas. Además, a veces sueño cosas que después pasan. Hace como dos meses soñé con Juan: él me decía: pedime algo que yo te lo voy a cumplir. Y a cambio de eso vos me mandás unas flores blancas. Yo le pedí algo, y se me cumplió. No me gusta pedir porque antes se decía que no hay que pedirle a los que están muertos porque hay que dejarlos tranquilos, eso decía mi papá, que creció en el campo. Pero yo le pedí y se me cumplió. Así que le compré un jazmín, y Mabel me decía que era una planta difícil de aclimatar. Estaba llena de pimpollos sin abrir. Ella la llevó a La Plata, donde está sepultado Juan. Y todos los pimpollos florecieron. Está hermosa la planta; era la planta que yo había soñado. Yo sueño más con Juan; con Jorge me ha pasado que varias veces que he venido cuando Mabel no estaba, me ha pasado sentir olor a Jorge, sentir su perfume. El día en que él falleció yo vine temprano, y enseguida sentí su perfume. Pensé “Mabel vino con Jorge y no me avisó nada”. Yo sabía que él estaba internado en La Plata. Pensé que habían venido y se habían ido. Al mediodía llamé a la cuñada y me dijo: “No, Jorge murió”. Y así, cada dos por tres, yo siento su perfume.
Dice James Van Praagh en su libro “Hablando con el Cielo”, página 208: “Olores. Una señal muy común, inmediatamente después de la transición o
pasados varios meses, es el olor. De pronto uno cobra conciencia de un leve olor a cigarrillos, rosas o un perfume familiar. Estos aromas están decididamente vinculados con el que se ha ido. Por ejemplo, la dueña de casa usaba un perfume especial y, de pronto, ese aroma invade la habitación. Lo mismo sucede con el olor a tabaco, si el difunto fumaba. Por medio de estos olores, los espíritus nos hacen saber que están cerca”.
No recuerdo cuántos meses pasaron desde que entrevisté a Naty,
hasta el día en que la causalidad me puso frente a una persona que me daría uno de los más asombrosos testimonios. Una mañana, temprano, me llegué hasta el Registro Público de Comercio sito en calle Gascón. Ahí me informaron que el trámite que yo pretendía realizar debía hacerlo en la Sede del ANSES de avenida Luro. Decidí caminar hasta ese lugar y, al llegar a la esquina de España y Belgrano, al detenerme para cruzar
25
vi que tenía enfrente el edificio donde funciona el Ente Municipal de Seguridad e Higiene. Recordé que hacía un tiempo le había prometido a un joven que alquila un salón de mi propiedad averiguarle por un trámite que él tenía que hacer, pues yo solía concurrir a menudo a ese lugar por algún trámite mío. Entré, saqué un número y me senté a esperar mi turno; al momento se sentó junto a mí una señora alta, delgada, a quien yo veía siempre que iba. Las dos estábamos absortas en nuestros propios pensamientos hasta que de repente, la señora giró su cabeza hacía mí y dijo: “¿Vio que muchas mujeres no quieren hacerse el papanicolau porque tienen miedo?”. “Aquí hay algo, ‐pensé‐, este no es modo de iniciar una conversación”. Comenzamos a charlar; no recuerdo cómo se fue desarrollando la conversación. Sí recuerdo que yo estaba muy atenta esperando algún indicio que me permitiera entender el porqué de ese encuentro. De repente ella comienza a contarme que estaba casada con un hombre treinta años mayor (ella tenía 53), quien hacía un tiempo había tenido que pasar por una operación muy importante en la cual había sufrido “muerte clínica”. Entonces le conté que yo escribía libros, que estaba juntando testimonios sobre la realidad de la Vida después de esta vida. Me dijo que se llamaba Adriana; me dio su dirección, su número de teléfono y días después estuve en su casa con mi pequeño grabador.
26
Cuando el mundo de los espíritus me llama, quiero estar en casa. ¿Tú no?
Rosemary Altea
TESTIMONIO DE ADRIANA, 6 de octubre de 2006
Adriana, decís de que tu mamá falleció hace catorce años, y que cada vez que vos la soñás, ella te anuncia cosas que luego suceden.
Sí, pero no sólo mi mamá. O sea, desde los 13 años siempre me pasan cosas así.
Me anuncian fallecimientos de toda la familia que yo he tenido, de la que ya que no me queda casi nadie, con día y hora y exactitud.
¿Y quién te lo anuncia? El anterior que ha fallecido. O sea, siempre es el anterior que ha fallecido que
se me aparece y me lo anuncia. Mi mamá, por ejemplo, la última vez que apareció fue hace una semana; me tomó del brazo y en realidad me llevó como suspendida en el aire. Era como si yo fuese volando pero acostada, con los brazos extendidos como si fuera una paloma; del otro lado tenía a mi prima que también está fallecida y una hermana de mi madre que también falleció. Porque yo tenía la duda de el temor a la muerte. Entonces me llevaron hasta un lugar y me plantaron, me pararon y me plantaron y yo veía, como si fuese en la vereda de enfrente, más de quinientas o seiscientas personas suspendidas en el aire, todas en el mismo tono brillante y todo un piso como si fuese acero inoxidable. No conozco el lugar. Entonces mi mamá me decía “quedate tranquila porque vos vas a tener que venir acá; el día que te vengamos a buscar te vamos a ingresar a este lado. Falta muchísimo tiempo, así que ahora volvés con nosotros y te dejamos en el portal”. Hicieron un vuelo hacia arriba, lo invirtieron. Seguí viendo como quien ve luz blanca y aparecí en la cama, pero yo estaba despierta. No estaba dormida. Eso fue esa noche, a la otra noche mi madre vuelve a aparecer. Me vuelve a tomar del brazo, y me dice: “Hablale”, me señalaba a mi hermana, yo había estado dos años sin hablarle, “que te necesita y está enferma”. Después de ese sueño llamo a mi hermana, y efectivamente, mi hermana sí está enferma. Desde ahí se compuso todo, nuestra relación como hermanas se arregló.
¿Y esto te pasa desde que tenías 13 años? Antes. Una vez me senté en la cama y hablaba sola. Mi mamá me preguntaba
qué me pasaba y yo no reaccionaba; tenía 12 años y estaba hablando con un tío que estaba falleciendo en La Plata. Y yo le decía a mi mamá lo que pasaba.
27
¿Hay alguien en tu familia que haya tenido estos dones? Mirá, mi abuela materna, yo no la conocí. Mi abuela murió cuando mi madre
estaba embarazada de mí; y mi madre cuando yo estaba embarazada de mi nena. Mi abuela vivía con mi tía, en Funes 2474, acá en Mar del Plata. En esa casa, mi abuela enferma de cáncer. Un día suena el timbre, mi madre va a abrir la puerta: no había nadie. “¿Quién era, ratita?” Así llamaba mi abuela a mi madre. “Nadie”, respondió mi madre, “seguro algún chico por tocar el timbre”. “No hija”, dijo mi abuela, “veni que te voy a decir algo: traela a Beatriz, traelo a José, y a Arnaldo” Arnaldo era mi papá. La miró a mi tía y le dijo: “Beatriz, qué feliz que vas a ser. Vos sí que vas a tener felicidad, pero vas a sufrir cuando seas muy mayor. Mucho vas a sufrir”. A mi tía se le murieron dos hijos. La miró a mi mamá y le dijo: “Ay, pobre Margarita, lo que vas a padecer con este hombre”. Cuando se fueron todos de la habitación, la miró a mi mamá y le dijo: “Cuidá a la nena que va a nacer, porque cuando tenga 13 años va a tener las mismas visiones”. Al rato, cuando llegó el doctor porque mi abuela ya estaba mal, ella le dijo: “No, doctor. No me dé agua destilada porque yo me muero en veinte minutos”. Y mi abuela murió a los veinte minutos.
Otro de los dones de mi abuela fue expresar cosas a través del dibujo, no sé si era en el Hospital Italiano o el Hospital Naval en Buenos Aires, los médicos le hacían dibujar lo que ella veía en los pacientes, y ella dibujaba enfermedades. Y mi mamá, esa vez en que yo me senté en la cama y hablaba con mi tío que estaba falleciendo se dio cuenta realmente de que yo era como mi abuela. Entonces no quiso saber nada con esas cosas: a mí me escondieron los cuadros que pintaba mi abuela. Apenas tengo ahora uno muy chiquito, borrador de un cuadro. Ella pudo mantenerse como pintora cuando el marido estuvo preso en la época de Irigoyen.
Cuando yo ya tenía 14 años, un día, una boliviana trajo a mi casa un tablero ouija. Yo era chica, nadie sabía qué era eso; la pusieron y se empezó a volver loca la ouija, yo cambié de voz y hablaba con voz de otra mujer a quien su marido la había asesinado a puñaladas. Se cortó la luz en el departamento del Boulevard Marítimo, y mi mamá dijo “¡Nunca más, nunca más!” Yo no supe qué pasó, me lo contaron. Por eso Juan Carlos, que es yerno de mi marido, me dice que yo tengo una comunicación directa.
Sí, tal vez deberías leer libros de autores serios que tratan estos temas. Yo acá en casa por mucho tiempo tuve la presencia de una nena que me seguía.
Una vez yo estaba en la cocina y sentí que había alguien, pensé que era mi nena; me di vuelta y dije: “Grisel, quedate quieta”, y no era Grisel. Entonces lo busqué a él (señala a su marido), y le pregunté: “¿Vos viste pasar una nena?”. “Sí, una monjita”, me dice. Al principio yo tenía mucho temor porque se me aparecía, yo la veía. A veces se sentaba en este sillón que antes estaba ubicado allá; se sentaba y las piernitas le colgaban. Otras veces la sentía detrás de mí cuando yo estaba cocinando; me daba vuelta y desaparecía. Nunca me daba tiempo a verle la cara, a ver qué tenía puesto. Entonces el yerno de él vino con el péndulo acá, se paró y me dijo “mirá flaca, quedate tranquila porque es un ser de luz, que te protege. Así como está, un día se va a ir”. Pero estuvo años.
28
En su libro “El Águila y la Rosa”, Rose Mary Altea cuenta, entre sus
múltiples casos de seres del mundo espiritual que la visitan, el de una niña pequeña que a menudo, y muy naturalmente, se dejaba ver por ella.
Ahora vayamos al motivo que me llevó a esa casa: la experiencia de
muerte clínica vivida por el esposo de Adriana: Héctor, ¿podemos hablar de lo que pasó cuando usted estuvo clínicamente
muerto? (Adriana responde por Héctor): Pasó así, Celia: él se descompone acá, y se descompone de vesícula. Lo
llevamos de urgencia al Hospital Regional. Ese día lo dejan para entrar al quirófano, sale el doctor cirujano que lo estaba atendiendo en ese momento y me dice: “Señora, no le doy garantía de que él salga con vida”. Yo estaba con la hija de Héctor, con el yerno y mi hermana. Los cuatro sentados en la antesala del cirujano. Bueno, lo operan. Sale el médico y nos dice. “Un éxito. La vesícula era como una berenjena y los líquidos han fluido y han penetrado el organismo, y hay que darle mucho antibiótico. Pero quédese tranquila que está todo bien”. Héctor quedó con hipo permanente; no se le iba el hipo. Los doctores me dijeron que le habían tocado el píloro. Por eso tenía ese hipo. Por lo demás, todo bien. Me quedo con él y a la noche me vuelvo a casa; al otro día suena el teléfono: llamaban del hospital Regional, me dicen si puedo ir rápido. Yo pregunté: ¿Se murió? Me dicen que me quede tranquila pero que vaya rápido. Cuando llego al hospital me dicen: “A su marido le pusimos el resucitado” ¿Cómo el resucitado? Yo te digo lo que me dijeron a mí los médicos: “Mire, su marido se murió, y volvió de la muerte”. Yo me reí, y me dicen: “Estuvo cuatro minutos y medio muerto. No es mentira”. Entonces pregunto: ¿Y cómo se explica eso? “Sí, estuvo fallecido porque cuando volvió le dijimos: a ver viejo, ¿qué es lo que pasa, qué es lo que ve”? Y él nos dijo que veía a las enfermeras cómo mezclaban los cables del electroshock ese que te ponen; a una enfermera se le había caído una pinza al piso, y él veía eso que estaba pasando abajo”. Y él dice que empezó a verlo cada vez más lejos, desde arriba. Al verlo desde arriba dice que tuvo la sensación de estar sentado en un trineo que lo llevaba a toda velocidad. Que pasó por la puerta de acá, de nuestra casa. Cuando llega a la esquina, ahí vivía un vecino que había fallecido hacía tres o cuatro meses, don Cacho, el mismo sobrenombre que él, porque a Héctor le dicen Cacho…
(Ahora habla Héctor) “No, Héctor”, me dijo, “acá no es parada”. Y yo seguí con el trineo. Y entré
como en un túnel. Llegué a un lugar profusamente iluminado donde los veo a mi padre y a mi madre; estaban adentro de un salón. Cuando voy a entrar se me pone enfrente una cuñada de mi primera esposa ‐las dos fallecidas‐ y me dice: “No te podemos dejar entrar, Cacho”. Y me cerró la puerta en la cara.
“Él dice que era un muro texturado, color rojo (acota Adriana, y agrega): y vos viste una imagen, con flores”.
29
“Pero ocurrió que mi hija, a la misma hora que a mí me estaba pasando eso de la muerte clínica, se despertó sobresaltada: había soñado lo mismo.
¿Qué usted había fallecido? No, soñó con mi cuñada, la que no me estaba dejando entrar, Y que le decía:
“No nos podemos ocupar de vos porque todos estamos ocupándonos de Cacho, para que no entre”.
Y la imagen que él vio, blanca, cuando lo empujan de ese lugar…(habla Adriana) Te digo, Héctor no creía en nada: era el hombre más ateo. Sin embargo, él dice que la imagen blanca que vio tenía rosas, él dice que es la Rosa Mística. ¿Qué hizo cuando volvió? Cuando salió del hospital y estuvo bien, él fue a La Plata. Trajo agua bendita de La Plata, de la iglesia de la Rosa Mística; y cientos de estampas que regaló a la gente.
*Muerte clínica La muerte nos iguala a todos; sólo hay diferencia en el modo en que cada uno
la experimenta. Lo mismo pasa con los casos de muertes clínicas. En su libro “Lo que sé de Mí” paginas 183‐184, la actriz Shirley Maclaine relata una conversación mantenida con el actor Peter Sellers, en el año 1979, cuando filmaban en los estudios Goldwyn en Hollywood, la película Bienvenido Mister Chance:
“…,sentí que me salía de mi cuerpo. Flotaba fuera de mi forma física y vi que se llevaban mi cuerpo al hospital. Yo me fui con él. Sentía curiosidad. No tenía miedo ni nada parecido, porque yo estaba perfectamente; era mi cuerpo el que tenía problemas. Vi venir al doctor Kennamer. Me tomó el pulso y comprendió que estaba muerto. Él y un par de personas más empezaron a darme masaje en el tórax. Creo que del meneo que me dieron me dejaron hasta sin mierda en las tripas. Lo único que les faltó fue bailar un zapateo encima de mí. Vi que Rex le gritaba a uno que no había tenido tiempo de prepararme para operar y ordenó a alguien que me abriera allí mismo. Rex me sacó el corazón del cuerpo y estuvo frotándolo como un loco. Menos lanzarlo al aire, hizo de todo. Yo le observaba con curiosidad. Se resistía a admitir que yo hubiera muerto. Entonces me volví y descubrí encima de mí una luz blanca, brillante, preciosa. Yo quería ir hacia ella. Nunca había deseado algo con tanta fuerza. Yo sabía que, al otro lado de aquella luz que tanto me atraía, había amor de verdad. Era dulce y amorosa y recuerdo que pensé: “Es Dios.” Traté de elevarme mientras Rex seguía dándome masajes en el corazón. Pero yo no conseguía moverme. Entonces vi que de la luz salía una mano. Yo quería agarrarme a ella, para que pudiera tirar de mí. Entonces oí que Rex decía abajo: “Está latiendo otra vez. Ya lo tengo.” En aquel momento, una voz que estaba unida a aquella mano que tanto deseaba yo tocar dijo: “Aún no es tiempo. Regresa y termina. No es tiempo.” La mano desapareció y yo me sentí flotar hacia mi cuerpo. Estaba amargamente desilusionado. Y no recuerdo nada más hasta que recobré el conocimiento, otra vez dentro de mi cuerpo”.
*Peter Sellers falleció el 24 de julio de 1980.
30
“…los sueños de precognición, simplemente son sueños que predicen algún momento,
conversación o hecho futuro”
Silvia Browne
PRECOGNICIÓN EN SUEÑOS
Además de conectarnos con nuestros seres amados que han partido, los sueños pueden brindarnos experiencias tan impactantes como el conocer, a través de ellos, hechos que han de sucederse en el futuro. Por supuesto que esto es algo que uno sólo puede validar luego de que esos hechos ocurren, tal como me sucedió a mí hace ya tanto tiempo. Tenía yo 23 años cuando soñé que asesinaban al entonces presidente Kennedy. Aún me parece verme cuando, días después de ese sueño barría el dormitorio mientras mi pequeña hija jugaba en el comedor, cuando dieron la noticia por la radio de que el Presidente John Fizgerald Kennedy había sido asesinado. Escuchar las palabras del locutor y largarme a llorar con desconsuelo, fue todo uno. Pasaron casi treinta y cinco años hasta que la vida me conectó con un Ser que tiene el don de comunicarse con energías de los reinos suprafísicos. A través de esa persona pude comprender que ciertas experiencias que consideramos fuera de lo normal, no lo son tanto. Lo que transcribiré ahora es la información que me dieron los seres de luz en respuesta a mis preguntas y comentarios sobre aquella experiencia mía.
¿Cuál es el proceso por el cual se originan los sueños premonitorios? Cuando un ser está en estado de reposo su energía está consustanciada con
toda la información del Universo, está consustanciada con toda la energía y es por eso que el Ser, también, ante determinadas circunstancias entra en otras frecuencias y puede trasmitir de verdad lo que está ocurriendo en otros planos. Es por eso que, a veces, los sueños son premonitorios, porque esa misma energía que se libera mientras el ser humano descansa puede encontrarse de pronto en otras frecuencias y en otros lugares y está viendo también como funciona las alternativas del karma de muchos seres sin tener la conciencia de que ha sido dirigido hacia esos lugares para tener un determinado aprendizaje.
Quiere decir que se pueden tener videncias en sueños. Las videncias son de verdad el reflejo de lo que el Ser debe realizar para su
campo de evolución. Por eso cuando no puede verlas con claridad es cuando las proyecta en el estado de reposo para que se resuelvan sin que la materia esté presente, sin que la negación o los estados de evolución o de baja evolución interfieran. Y es allí cuando el Ser se coloca en su verdadera parte trascendente. Por eso muchos seres que sueñan no recuerdan sus sueños porque bloquean lo que de verdad necesitan para continuar en su etapa de evolución. De todas maneras, esta también es una forma de desbloquear sin que el Ser esté presente. Por eso el sentido a
31
la vida está permanentemente poniendo al Ser ante sus etapas de aprendizaje y de evolución.
¿Nunca puede actuar lo volitivo en el acto de soñar? Los seres creen que manejan sus sueños, pero lo real es que los sueños son el
reflejo del trabajo del ser interno, son lo que va proyectando y en la medida que va proyectando la fuerza de conexión es cuando de verdad está sintiendo que todo se refleja de una forma totalmente consustanciada con su propia vida y ve cómo poder implementar los cambios a través de lo que se va pulsando en ese momento. El sueño es reparador porque el Ser descomprime todas sus negaciones y todos sus aspectos de desconexión y los libera a través del no contacto con la materia; los libera a través del sentido a la energía que se va proyectando en la medida que todo se va consustanciando con su verdadero espacio interno. Por eso el sentido a la vida está demostrando que todos los seres están aptos para soñar y que en ningún caso el Ser deja de soñar. Simplemente no lo recuerda, pero lo real es que realiza una gran actividad cuando duerme. En primera instancia, porque su energía viaja hacia otros lugares, hacia otros espacios en los que de verdad está realizando diferentes tareas. Y por otro lado, el sueño es lo que la mente consciente está reflejando para poder proyectar lo que siente, es como una revelación para su propio aprendizaje. El esquema de apertura hacia el conocimiento se está realizando permanentemente hacia el contacto de armonía que necesita para revalorizar su Ser, para encontrar su propio espacio interno y para darse cuenta de que todo está para ser liberado, todo está para ser aprendido y todo está para ser generado hacia la etapa de evolución, y los sueños no escapan a este esquema interno del Ser.
En el año 1963, meses antes de que mataran al presidente Kennedy, una
noche se me apareció en sueños. Traía a su entonces pequeña niña de la mano. Se acercó a mí, me abrazó y me besó. En ese momento alguien puso un revólver en su cabeza y disparó. El presidente vestía pantalón y camisa como de tela grafa. Yo sabía que era el presidente a quien había visto en mi sueño; lo que no podía entender era que vistiera ropas tan simples.
Recuerdo que cuando escuché la noticia de su muerte estaba yo barriendo una habitación, y lloré mucho.
Pasado un tiempo leí una nota en una revista donde entre otras informaciones se hablaba acerca de que Kennedy solía visitar una estancia en Argentina, Córdoba, donde gustaba de cabalgar vestido con pantalón y camisa de color caqui.
Lo que tú expresas estaba totalmente relacionado con el momento de tu vida y
tú conectaste ese esquema y ese encuentro con el karma de ese Ser porque lo estabas relacionando con algún hecho de tu propia vida. Por eso, los sueños son de verdad el esquema de apertura y de aprendizaje que el Ser necesita para continuar con su etapa de evolución. Porque esa energía que se desprende de lo corporal está relacionándose permanentemente con todas las demás energías. Si ustedes pudieran observar una partícula de vuestro Ser interno sabrían que allí está absolutamente toda la información del Universo, toda la información de lo que ocurre en otros planos, toda la información de lo que ocurre con otros seres y ustedes discriminarían de acuerdo a su
32
grado de evolución y elegirían el lugar donde de verdad está el aprendizaje. Así verían claramente lo que está ocurriendo en otros lugares porque ustedes ya tienen la información de lo que debe ocurrir para seguir en el aprendizaje de este Ser o de cualquier otro. Lo que ustedes conectan cuando tienen videncia es porque tienen la posibilidad de colocarse en otros planos. Durante el sueño, vuestra energía es tan libre que puede colocarse donde está la fuerza de conexión, y es allí cuando se pulsa un determinado esquema de valores para lograr afianzar la tarea que ese Ser tenga que realizar. Por eso las premoniciones están directamente relacionadas con lo que está viviendo en ese momento, y, al pulsar este golpe energético, ese Ser también realiza un trabajo interno que lo lleva hacia su propio espacio de conexión y hacia su propio camino de evolución.
¿Cómo podemos relacionar el sueño con la vivencia nuestra de ese momento y darnos cuenta de lo que está pulsando ese sueño? Relacionar un sueño con la vivencia es exclusivamente un trabajo del propio Ser
en el momento que realiza esa vivencia. En el caso de lo que tú estabas presintiendo en ese momento era que tú misma estabas en una situación de desconexión hacia todo lo que estabas viviendo y sentiste cómo ese Ser se apartaba de la vida para poder implementar un cambio en todo lo que se relacionaba con su país o con todo lo que se relacionaba con el momento histórico. Y es allí cuando verás que tú también estabas buscando la negación hacia enfrentar un aspecto de tu propia vida. Y es allí cuando relacionaste el hecho de lo que este Ser necesitó para desprenderse de toda la misión que ya había sido cumplida por él. La relación se establece en la medida que conecta con otro Ser en sus mismas situaciones, y las libera.
¿Cómo es que la liberé?, en el sueño, digo. En ese momento, tú te diste cuenta de que tenías que seguir enfrentándote
con todo lo que de verdad era para ti tu karma y tu historia. La historia de él era su historia, pero tú debías seguir enfrentando tu propia historia porque tu momento no era el de relacionar el encuentro con ese Ser hacia otros espacios, y sí hacia tu propio espacio interno. Por eso la relación que se produce con un determinado hecho es a través de lo que el ser va necesitando para su propia vida, pero a veces lo hace desde el liberarlo en otro porque no puede ser conciente de lo que necesita en ese momento. Es entonces cuando encuentra en su frecuencia el estado karmático y lo proyecta hacia sí mismo sin que esto se realice en él, pero sí en el otro porque ya estaba relacionado con el despegar de esta entrega karmática.
¿Por qué conecté con él y no con una persona anónima como yo? Tú conectaste con una frecuencia de gran magnitud y de gran fuerza porque
era un hecho totalmente puntual que después tú verías comprobado, y esto es lo que de verdad te hizo que tú no conectaras con cualquier Ser, sino con un hecho puntual. No te olvides que todo está relacionado en el Universo, que tú también eres una partícula de este señor que pasó a otro plano, y ese señor tenía una partícula tuya. Por eso la información se estableció en ese momento y en esa circunstancia. Cuando tú comprendas que todo es una red en la que nada está separado y todo está unido verás
33
cómo tú misma empiezas a darte cuenta que al registrar los sueños te estarás dando impulso para liberar lo que de verdad necesitas, y para darte cuenta de que todo lo que el Ser manifiesta es de verdad su propio movimiento interno. Y esto generará en ti un movimiento y una experiencia muy fuerte al sentir la angustia de tu propia muerte, de sentir la angustia de tu propio paso a otro plano sin haber cumplido con tu misión y con tu tarea. Por eso cuando un Ser se desconecta emocionalmente llorando por la desaparición de otro, su desaparición física, es porque de verdad está viviendo su propia desaparición. Pero esto es algo de lo que el Ser no tiene la posibilidad de elegir el momento porque ello se dará cuando de verdad el ser interno ya esté preparado para consustanciarse con otra etapa y con otra evolución de su cambio energético. Por eso, todo lo que el Ser va relacionando lo hace debidamente y de acuerdo a las circunstancias que se van presentando. Y esta es la modalidad para encontrar un espacio nuevo en todo lo que va realizando.
Sin dudas, el amoroso Ser de luz que me estaba hablando a través del ser canal
conocía no sólo mi plan de vida para esta encarnación, en el cual estaba incluido poner por escrito las enseñanzas que me iban entregando, coadyuvada por el conocimiento que iba adquiriendo, sino también mi estado evolutivo de aquel momento. Digo esto porque creo que recién hoy, a mis 71 años comprendo la magnitud de aquel sueño. Y lo he asimilado merced al trabajo que estoy realizando en la elaboración de este libro. Cuando recibí el mensaje que acabo de transcribir, por más empeño que ponía en comprender, no podía entender cómo era eso de que ese Ser tenía una partícula mía, y yo una de él. Sí entendía que como partícula, la energía se refería a un átomo. Pero cómo se comportan los átomos, en este caso del sueño que nos ocupa, no lo podía comprender. Hace unos años, Susana Carrera, amiga e ilustradora de mis últimos libros, puso en mis manos el libro de los doctores Joan y Miroslav Borisenko, “Tu Mente Puede Curarte”. En ese entonces yo estaba escribiendo otro libro, “Testimonios de Fe”, del cual ya he hablado. Como ávida lectora que soy leí de un tirón el libro de los Borisenko, y lo guardé para volver sobre sus páginas cuando pudiera prestarle toda mi atención. Pero en esa lectura tan de corrido quedó en mi mente una información que me ayudaría a comprender lo de las “partículas intercambiadas”, sabía Dios por cuál proceso: ahora creo saberlo yo también. Dice Borisenko:
“Algunos experimentos bien conocidos de física cuántica dan a entender que
verdaderamente podemos ser capaces de influirnos mutuamente a distancia. Dan a entender, de hecho, que existe una energía universal que conecta entre sí todas las cosas, por distantes que puedan parecer, y que esta energía trasciende las limitaciones del tiempo y el espacio. Y sigue diciendo en las páginas 84‐85: “Según el físico cuántico John Stewart Bell, cuando dos partículas han estado en contacto entre sí, permanecen conectadas (y son capaces de influirse mutuamente) aunque cada una se traslade a un extremo del universo”.
“Un átomo que formaba parte de nuestro tejido cerebral la semana pasada bien puede estar en las tripas de un pollo la semana que viene. Las moléculas del ala de una mosca pueden reciclarse y pasar a nuestro tejido óseo. Átomos que formaron
34
parte alguna vez de Mahatma Gandhi, la madre Teresa de Calcuta, Jesucristo, Adolfo Hitler y Atila siguen entrando y saliendo cíclicamente de cada uno de nosotros. Si el teorema de Bell es correcto, y si todos esos átomos se mantienen conectados a cierto nivel, entonces, de algún modo, todos estamos siempre conectados. Compartimos un enorme banco de datos de experiencia”.
Sí, todos estamos conectados, esto explica, someramente, el proceso de
los sueños premonitorios. Pero no el significado en forma generalizada, pues cada sueño tiene su propio significado.
35
Escucho tu llanto en la noche. John Lennon
TESTIMONIO DE DORITA, DE NECOCHEA
12 DE ABRIL DE 2007
Dorita, ¿cuál es la experiencia que tuviste con tu marido después de que él falleció?
Cuando falleció mi marido, viví mucha pena, mucha angustia. Por más que los
maestros me decían que ya no tenía que estar con esa angustia porque ya lo había ayudado en la partida y todo lo demás, ¿viste? La parte física, humana, es difícil de superar.
¿A qué maestros te referís? A los Maestros Ascendidos: yo preguntaba a través de un Ser que los canaliza.
Entonces mi inquietud era porque yo lloraba mucho y temía que lo estuviera perturbando con ese llanto que no podía controlar. Yo quería controlarme para que a él no le hiciera mal; quería que estuviera bien. Siempre estaba con ese tema dando vueltas. Un día, viene una amiga y me dice: “Ay, soñé con tu marido”. Entonces me cuenta que su instructora espiritual, con quien ella había hablado, le había dicho que tenía que decirme, que tenía que contarme ese sueño.
Perdoná, ¿tu amiga sabía que vos llorabas tanto? No, ella no sabía mi tema; no sabía ni que lloraba mucho ni la inquietud que yo
sentía pensando que así molestaba a mi marido. ¿Cómo vio ella a tu marido? ¿Cómo estaba él? Dijo que se le apareció de repente, que estaba feliz, sereno y le dijo: “Decile a
Dorita que no me molesta para nada, que siga llorando tranquila”. ¿Por qué me dijo eso?, me preguntó mi amiga. Yo me largué a llorar, porque realmente era la contestación que estaba pidiendo; lo que yo estaba necesitando saber.
¿A cuánto tiempo de haber fallecido tu esposo sucedió eso? Y debe haber sido a los seis meses de haberse ido. Ya después fui de a poquito
recuperándome. En muchos casos es el tiempo que les dan a las personas que parten para que
se comuniquen con la familia para hacerles entender que siguen con vida. ¿Vos
36
habías soñado alguna vez con él? Sólo una vez; lo vi bien, tranquilo, sereno. Nada más. El único contacto real que
tuve fue a través de mi amiga. Eso te fue dado como una prueba de que su Ser sigue viviendo: sin el físico.
Porque la vida sigue después que partimos de este plano. Sí, yo lo creo fervientemente eso, y sé que está mucho mejor que acá. Lo que
pasa es que tenía esa duda: si él se angustiaría por no poder hacer nada ante ese sufrimiento mío, que ahora comprendo era un sufrimiento inútil. Cada vez que yo hablaba con los Maestros me decían que no siguiera sufriendo así, que él estaba bien. Pero a mí el llanto me aliviaba: yo lloraba, lloraba y era como que me sacaba ese dolor de encima. Y así fui superando. Recién hoy puedo mirar una foto de él.
¿Cuánto tiempo hace que falleció? Dos años: el 18 de febrero de 2006, a las 3 de la madrugada. Me costó mucho
porque éramos una pareja muy unida, con mucha armonía. Cuando él falleció yo estuve cuatro horas amnésica.
No podías soportar el dolor, ¿qué te dijeron los médicos? No consulté a los médicos, sí a los Maestros. Me dijeron que se había retirado
mi cuerpo mental para ayudarlo a él a partir. Cuando reaccioné y vi a toda mi familia no podía entender cómo habían podido venir tan rápido: todos viven afuera, en la zona pero afuera. “Todos acá en el velorio, pensaba, ¡todos! ¿Cómo pudieron venir tan rápido?” Ya eran las 11 de la mañana.
Claro: sufriste cuatro horas de amnesia. Sí, pero inclusive en esas cuatro horas yo hice cosas, como darle a mi hermana
los documentos que necesitaba para hacer los trámites. Pero yo no me acuerdo de nada de lo que pasó en esas horas.
Estuviste bloqueada. Sí, mi cuerpo mental se retiró para ayudarle en la partida. Por eso me tenía que
quedar en paz porque había hecho todo lo que tenía que hacer: que no sufriera, me decían, porque había hecho todo lo que tenía que hacer. Además, que no era para sufrir porque habíamos vivido bien. Es lo que recibía en los mensajes. Hoy empiezo a disfrutar de a poquito todo lo bien que vivimos.
Te hago una pregunta, y es porque yo también recibo mensajes a través de
una señora que canaliza a Jesús. Hace tiempo pedí un mensaje preguntándole al Maestro cómo iba a ser este libro: recibí que todavía tenía que esperar, que iba a recibir más testimonios y que los pusiera con nombre y apellido. Pregunté si debía
37
ser sólo de la persona que me los diera, “No, del que se fue también”, Me respondió. ¿Querés darme esa información?
Sí, soy Dorita Harkes, te doy el apellido de mi marido que es como me conozco;
el nombre de él es Alberto. En cuanto a la chica que me transmitió el mensaje, se lo tendría que consultar.
De acuerdo. Gracias Dorita.
James Van Praagh, “Hablando con el Cielo”, página 205:
SUEÑOS: “Muchas personas me preguntan si es posible establecer contacto con los
difuntos por medio de los sueños. La respuesta es un inequívoco ¡sí! Todas las noches, mientras dormimos, el cuerpo astral abandona el cuerpo físico. El cuerpo físico repone sus energías cósmicas y el cuerpo espiritual hace otro tanto en un plano más elevado. En estado de sueño somos muy susceptibles a las impresiones enviadas por el espíritu, porque no participamos en un sueño conciente o mental. En otras palabras: Gran parte de nuestro control está en reposo. Por lo tanto, es mucho más fácil imprimir un pensamiento en nosotros. En el cuerpo espiritual nos es posible ver a nuestros seres queridos y a nuestros guías e incluso, aunque no siempre, prever hechos futuros y hasta vidas pasadas. También es el momento en que nuestra familia espiritual establece comunicación. Como al soñar estamos más cerca de los planos espirituales, es mucho más fácil tomar contacto con quienes se han ido.”
38
Los espíritus están a nuestro alrededor y tienen un mensaje:
quieren que sepamos que la vida es eterna.
Marilyn Rossner
TESTIMONIO DE KARINA CHAUQUE
8 de octubre de 2008
¿Cuál es tu testimonio, Karina? Se refiere a un sueño que tuve con la suegra de Norma (Norma es suegra de
Karina), yo no la conocí a ella. Yo por lo general, en los sueños no tengo muchos detalles, yo sé quién es la persona. A veces no se ve la cara, a veces son sólo contorno de luz: yo sé quiénes son y además, me lo dicen. Pero generalmente no logro ver con definición. El sueño estaba ubicado en la casa que era de la suegra de Norma, había dos seres más: yo sabía que uno era el marido y el otro una tía que vivía ahí. Ellos tres vivían ahí. A Norma y al marido yo los veía pasar, sabía que estaban.
Perdón, ¿cómo se llamaban esas personas? Porque en un mensaje que yo
pedí para que se me dijera cómo me tenía que desenvolver con este libro se me dijo que pusiera nombre y apellido de quien me hablaba y de la persona a la que se referían también.
Rosa Antelia Lizardo y Antonio Alberto Salaberry. Ella cuando falleció tenía 72
años. Y la tía era María del Carmen Perrota (estos datos los aporta Norma). En el sueño ella estaba cocinando, la veía también haciendo otras tareas del hogar, y lo que me mostraba, lo que me daba a entender era que yo viera cómo ella cuidaba y atendía su casa. Ahí terminaba el sueño. A mí Norma me contó que ella estuvo muy enferma; pero yo la soñé espléndida, muy activa, feliz.
Después de que ellos tres fallecieron, ¿la casa quedó sin habitar? (Norma) Sí, un tiempo quedó sola: yo iba a limpiar, a ventilar. Después fue a
vivir mi hijo con la señora y las nenas. ¿Y ahora no hay nadie? (Norma) Ahora está mi hijo solo, porque se separó. Entonces el mensaje que ella te dio, Karina, es que su casa no está cuidada
39
como cuando ella la habitaba. Y sí, debe ser eso. A mí me sorprende mucho porque yo a ella no la conocí.
Voy a hablar de un sueño que mi hija tuvo con su tía Chiquita, mi cuñada que
falleció hace un año. Chiquita fue una persona muy trabajadora, muy amante de su casa que mantenía siempre pulcra. Sus hijos pusieron esa casa en venta; pasaron varios meses y cada tanto aparecía algún interesado. Mientras tanto mis sobrinos iban desocupándola de todo su mobiliario. Todos aquellos enseres que mi cuñada mantuvo siempre impecablemente pulcros, fueron tomando otro destino. Por lo tanto, había allí un gran desorden. Una noche, mi hija tuvo el siguiente sueño:
“Soné que estábamos vos y yo, mami, en la casa de la tía; estaba todo
desordenado y la tía miraba todo, como perdida”. Cuando ya la casa estuvo vendida, Inca, esposa de uno de mis sobrinos, y quien
todos los días iba a llevarle alimento al perrito que había quedado y a ventilar las habitaciones, tuvo este sueño:
“Entro y la veo a Chiquita, sentada en el comedor. Cómo, Chiquita está acá,
pensé; hay que decirle que la casa se vendió. Y se lo tengo que decir yo. “Chiquita, ‐le digo‐, usted no lo sabe, pero la casa se vendió.” Ella me miró y dijo “si, ya sé. Es un ratito nomás, y me voy”.
Este sueño tiene relación con la vida de estos seres que ahora están en la luz: Rosa Antelia y mi cuñada Chiquita: ambas mujeres que amaban sus casas, sus hogares y los cuidaban manteniéndolos impecablemente limpios. De Antelia no conozco nada más que lo que me contaron; de mi cuñada puedo decir que era muy placentero estar en su casa, siempre tan fresca y acogedora.
Seguimos con las experiencias de Karina: Me ha pasado ser chica y soñar con gente que yo no conocía. Por ejemplo, me
acuerdo que yo tenía 14 o 15 años y una noche sueño con el papá de una señora donde mi mamá trabajaba haciendo la limpieza. El hombre me contaba que él era violinista, y que estaba bien; que yo le dijera a su hija que él estaba bien. Lo soñé con detalles: flaquito, como encorvadito, el pelo blanco, las facciones. Entonces al otro día le pregunto a mi mamá si ella lo había conocido al papá de la señora esa donde ella hacía limpieza; ella me dijo que sí, que lo había conocido. “¿Era violinista?”, le pregunté. “Sí, me dijo, ¿yo te conté?”. “No, me lo dijo él en el sueño”. Yo a la señora la
40
conocía pero no podía ir y decirle: Mirá anoche soñé con tu papá y me dijo que te dijera que está muy bien. No podía, así que no le conté nada. Otra experiencia fue cuando falleció un tío mío, de nombre Carlos Hemorrostro. Él siempre decía que yo era su sobrina preferida. Él vivía en Salta, y siempre decía “yo en Mar del Plata tengo una negrita que es la luz de mis ojos, la negra esa. Ésa es mi preferida”. Él estuvo muy enfermo, mi mamá viajó a acompañar a mi tía. Pasó más de una semana; yo no estaba pensando en él: llegué de trabajar, almorcé y me acosté a dormir una siestita. Siento que se abre la puerta de la habitación, que alguien camina alrededor de mi cama, siento que se hunde el colchón porque alguien se sienta. Entonces me doy vuelta, entre dormida, ya como medio despierta: miro, y era mi tío.
¿Eso a nivel físico ya, cuando miraste? Sí, ya estaba despierta y él estaba sentado en la cama. Y entre que yo miro,
fueron segundos, no sé, él estira el brazo y me toca la espalda. Me pasa la mano por la espalda, como de cariño, y me sonríe. Entonces yo digo “¡tío! ¡Tío sos vos!”, y ahí no lo veo más. Entonces me levanto, yo sentía el calor de su mano en mi espalda. Y entendí que era él: creí mucho en lo que había visto. No tenía con quien compartirlo. Esa noche llame mi mamá: estaban todos allá. Y mi mamá me dijo: “Hoy termina la novena que le hicimos al tío”. Allá se hacen mucho las novenas para despedir a la persona que parte: dicen que en el noveno día ya la persona parte. Yo entendí que él se había ido a despedir.
Hermoso testimonio. Y cuando soñaste a mi suegro (acota Norma). Ah, también lo soñé al suegro de ella. Yo estaba de novia con Franco, su hijo.
Una noche yo lo sueño a él, pero en ese sueño él se me presenta todo iluminado: todo luz. Era hermoso. Él tenía puesto un gorro, y me decía “decile a mi familia, deciles que yo estoy bien, que soy feliz. Yo estoy bien” repetía, y se mostraba todo iluminado, era hermoso como estaba. Yo no sabía qué hacer, me daba cosa contar, no podía mucho compartirlo. Le conté a Franco y él me dijo “qué alivio que me das, le voy a contar a mi mamá que le va a dar también alivio”.
Karina, vos sos un canal onírico. No sé. Yo por ejemplo siempre soñé con mi papá, él falleció cuando yo tenía 16
años. Para mí era normal soñar con mi papá que hablaba, que me decía que estaba bien. Me acuerdo de una vez que lo soñé caminando por una playa vistiendo un suéter con rombos que él tenía y un pantalón de jean. Me decía: “Ay, mirá qué bien que estoy cómo camino, cómo estoy disfrutando. Ahora no estoy más enfermo; me siento tan feliz, tan bien. Estoy tan bien. Decile a mamá”. Al otro día le digo a mi mamá: “Mamá, no vas a creer, anoche soñé con papá”. “Yo también”, me dice ella, “¿y sabés qué tenía puesto? el suéter con rombos, ese suéter que tenía azul con rombos, ¿ te acordás?” ¡Yo no lo podía creer!
41
Estuvo con la dos. “Acá también estuvo (ahora interviene Ángela, ella es reikista), lo conocí al
papá de Karina, yo lo llamaba por su apellido. Un día que Karina no se sentía bien vino a hacerse reiki. Estábamos con María Rosa y otra chica, y le dijimos “pensá en algo lindo”. En ese momento recordé a Chauque, y pensé: “Karina, pensá en tu papá”. Lo pensé, no se lo dije. Cuando terminamos de darle reiki vimos que lloraba, y me dijo: “Me encontré en la playa, caminando con mi papá”.
Sigue hablando Karina: Yo con mi papá es con quien más he soñado. Ahora me doy cuenta de la
importancia de lo que siento en el sueño, y también de lo que me dicen. Está bien que uno va evolucionando un poco ¿no?, ahora trato de acordarme. Pero antes yo pensaba que era normal soñar con mi papá, o con mi tío que ya no estaba, o con mi abuela que había partido. Yo pensaba que era algo que a todos les pasaba. A mí me daba mensajes mi papá. Hubo un año en que lo soñé casi todos los días; tenía mucha conexión yo con él. Hasta que entendí que lo tenía que dejar ir, que él tenía que continuar su camino en la otra dimensión, en el otro plano.
El siguiente artículo lo tomé de Internet; pertenece a Vicente Beltrán Anglada, reconocido buscador de la Verdad. Anglada nació en Barcelona, España, en 1915. Escritor y conferencista, dedicó su vida a difundir el Conocimiento Espiritual. Falleció en el año 1988.
“Una Experiencia Post Morten” “Un señor amigo de la familia dejó el cuerpo después de un proceso
cardiovascular muy rápido. Que yo sepa no tenía conocimiento alguno de que existía una vida después de la muerte, pues cuando íbamos a su casa y comentábamos con sus familiares algunos de estos temas ocultos o psíquicos, solía marcharse pretextando algún quehacer fuera de la casa.
Después del entierro estuvimos solos con su viuda e hijas hablando naturalmente de él y tal como suele suceder en estos casos, resaltábamos sus virtudes y ocultábamos piadosamente sus defectos. Durante el curso de esta conversación tuve la sensación de que él estaba allí escuchándonos e iba de un lado a otro intentando. Como ustedes sabrán, hay un período de tiempo después de la muerte física en el que el alma de la persona es totalmente inconsciente de su estado. Ve y oye cuando sucede a su alrededor porque subsiste todavía la conciencia etérica, pero no acaba de comprender el hecho de que nadie le vea ni le oiga y en tal angustioso estado solicita comprensión y ayuda. Consciente de esta circunstancia le llamé afectuosamente por su nombre de pila y le rogué que me escuchase. Pareció oírme por cuanto sentí inmediatamente su presencia a mi lado. La proximidad de una persona desencarnada
42
siempre resulta deprimente cuando se trata –como en aquél caso‐ de alguien de los que solemos llamar de tipo corriente, sin estudios esotéricos e inclinados más bien a la vida fácil y sin complicaciones mentales, pues no acaban de darse cuenta de su situación astral y frecuentemente se irritan cuando ven que nadie les hace caso. Consciente de tal estado de conciencia estuve dialogando mentalmente con aquél señor, explicándole la realidad de su estado y lo que debía hacer para adquirir cuanto más pronto la comprensión del nuevo nivel en el que ahora estaba funcionando, tan distinto del anterior. Pareció darse cuenta de alguna manera de lo que estaba intentando decirle, pues de improviso desapareció y ya no volví a verle durante el tiempo que permanecimos en la casa.
Sin embargo, aquella noche soñé que encontraba a este señor paseando
meditabundo por algún remoto lugar del plano astral. Iba con el mismo traje azul marino a rayas con el cual había sido enterrado y, tal como digo, parecía absorto en sus pensamientos. Le llamé nuevamente por su nombre e inmediatamente lo tuve cerca de mí. Inicié nuevamente la conversación de la tarde anterior en su domicilio, pareciendo comprenderme mucho más fácilmente. Estuve hablándole un buen rato explicándole todo cuanto yo sabía acerca del estado post‐morten, de acuerdo con mis estudios esotéricos, hasta que finalmente le dejé. La impresión que me dejó aquél “sueño” era de una clara y positiva realidad, dejándome la sensación de que mis palabras surtirían unos efectos muy positivos.
Unos cinco o seis días después tuve otro “sueño”. Esta vez era él, nuestro amigo,
quien al parecer ya me estaba esperando y se acercaba a mí sonriente y con el semblante radiante de satisfacción. Me abrazó afectuosamente y me dio las gracias por cuanto por él había hecho, diciéndome luego que se despedía de mí pues junto con otros amigos a los que había conocido y que se hallaban en el mismo caso que él, debía emprender un viaje durante el cual –según afirmó‐ debería aprender muchas más cosas de las que yo le había explicado. Su semblante irradiaba gozo y entusiasmo y yo me sentía también muy contento al ver que en un plazo tan corto de tiempo había logrado adquirir la conciencia astral y el pleno reconocimiento de su estado”.
Norma da otro testimonio
Yo tuve un papá de crianza a quien quise mucho. Cuando él fallece, en ese momento en el que él se va, yo lo abrazo y coloco sus brazos a mí alrededor queriendo sentir su abrazo con el dolor de pensar que ya él no me iba a abrazar nunca más. Después de un tiempo, una mañana me desperté y me quedé acostada y me volví a dormir. Entonces lo vi a mi papá inclinarse sobre mi cama y abrazarme; fue tal el impacto que eran las diez de la mañana y yo seguía sintiendo su abrazo. Llamé a mis hermanos a Santiago, porque yo soy de allá; les conté a mis hijos para compartir tanta alegría.
Sentir el contacto con seres de los mundos sutiles es algo posible de
experimentar, no sólo con los que formaron parte de nuestra vida y ahora habitan en
43
otros planos, sino también con seres de los mundos paralelos. Y esto lo digo por experiencia propia. Me sucedió, en setiembre de 1992, en una meditación de luna llena: plenilunio de Virgo, que guiaba un muchacho del cual no recuerdo su nombre. Éramos varias personas que previamente nos habíamos reunido durante tres días preparándonos para la meditación. Todos manteníamos nuestros ojos cerrados atentos a la voz del joven, que nos iba guiando. De repente, en mi pantalla mental apareció una joven; estaba peinada con el cabello recogido en una trenza, tenía puesto un vestido con mangas cortas de color rosa fucsia. Detrás suyo había unas viviendas algo cuadradas, construidas con maderas de color oscuro. La joven se acercó a mí, se inclinó y me dio un beso en la mejilla derecha. Por muchas horas me quedé con la impresión de ese beso como si lo hubiera recibido en forma física. En cuanto a la conexión que pueden experimentar dos personas que sueñan lo mismo, o algo que tenga relación con el contenido de un sueño, voy a transcribir lo que soñé el día 24 de agosto de 2008: ese día era el aniversario del fallecimiento de mi marido. La noche anterior, mi hija, que es cantante lírica, se presentó en el teatro Colón de esta ciudad, Mar del Plata. Estaba muy linda. Yo la miraba y mentalmente hablaba con mi marido: por lo que he investigado cuando estamos del otro lado podemos visitar a nuestros seres queridos en ciertas ocasiones que son para la unión del espíritu como pueden ser las fechas de cumpleaños o las navidades. Entonces yo le hablaba mentalmente a mi marido: “Mirá tu hija querida, que linda está” Y, según estoy leyendo en lo que dejé anotado en mi cuaderno de registro de sueños, esa noche soñé lo siguiente: “Vi a Susy, muy linda, tostadita. De repente apareció Tito (mi marido) feliz, joven. Señaló a nuestra hija y dijo “mirá que tostadita está, que linda” Se señaló a sí mismo y dijo: “Yo también”
Sigo transcribiendo lo que escribí hace ya tres años: no le conté a Susy. No sabía si era un contacto sólo para mí, aunque varias veces pensé decirle. Hace un rato Susy me cuenta: “Soñé con papá. Escuché clarito su voz que gritó: ¡Celia!
Seguimos con otro testimonio de Norma: Otra experiencia que me pasó fue con la señora de mi primo: yo la soñaba
todas las noches. En el sueño yo la veía venir desde el lado de la casa de ella: mis padres vivían en una estancia, y esta chica también.
¿Eran lugares vecinos? Sí, la veía venir desde su casa, y yo corría. Ella tenía un vestido blanco como de
tul que con el viento se le abría, y yo le decía: “No, no te llegues a mí porque vos estás muerta”. “No, yo no estoy muerta, te mintieron porque yo no estoy muerta, estoy viva. No me tengas miedo”. Me decía siempre lo mismo. Hasta que un día me siguió hasta la tranquerita de mi casa y ahí me abrazó y me dijo: “¿Viste que no estoy muerta?” Nunca más la soñé.
Te quiso hacer comprender que seguía con vida. Sí, éramos muy amigas. Ella falleció al poquito tiempo de haber nacido mi hijo
mayor.
44
Un sueño similar, en cuanto a la información de estar con vida, tuve yo con mi
madre el día 6 de noviembre de 2010. Soñé que yo vivía en una casa junto a un río, me vi caminando por un sendero muy angosto que desembocaba en él. Mientras caminaba veía los yuyos que crecían como alfombra. De repente, casi al borde del agua vi una bolsa de arpillera. Sentí que mi mamá estaba dentro de esa bolsa “La tengo que enterrar”, pensé. En ese momento asoma sus brazos y su rostro y muy sonriente me dice: “¡Yo estoy viva!”. Ya he contado que mi madre era muy propensa a las bromas, y que aun después de que me había casado a ella le divertía tomarme desprevenida con alguna chanza.
Volvemos con Norma: ¿Y esa experiencia que tuviste con una monja?: algo me habías contado. Sí, yo tenía 15 años y estaba en Tandil cuidando a mi hermana que la habían
operado de bocio. Mi hermana estaba internada en el hospital y una señora italiana, conocida de ella, me llevó a dormir a su casa. Como yo no conocía a esa familia, esa noche al acostarme estaba con un poco de miedo. Así que dejé la luz del velador prendida, pero no me podía dormir. De pronto escucho que se abre muy despacito la puerta, y veo que entra una señora, una monja vestida de blanco. Yo estaba paralizada del miedo; ella se acercó y me hizo una cruz en las piernas, otra en el estómago y otra en la cabeza. Y salió sin decirme nada.
¿Le contaste a la señora? No. Pero en el hospital me había hecho amiga de una monja; un día ella me dice
“Yo te voy a regalar un libro. Todavía lo tengo al libro. Cuando me lo da, lo empiezo a hojear y veo a la monja que me había hecho las cruces. Esa monja se llamaba María Josefa Roselló. Yo le cuento a mi amiga lo que me había pasado y ella me dice “hablalo con el Padre”. Yo hablo con el cura y él me dice: “No lo digas a nadie, porque te van a decir que estás loca. Aparte, eso no es bueno”.
Vos, a la casa de esa señora alemana, ¿seguiste yendo después de que viste a
la monja? No. Una noche sola fui, porque nosotros nos conocimos en el hospital con esa
señora. Y como ella vio que hacía como una semana que yo estaba ahí cuidando a mi hermana me invitó a ir a quedarme en su casa para que descansara porque en el hospital yo dormía en un sillón. Y en la casa, como te dije, sentí miedo porque yo era chica, criada en el campo. Hay que ver que en ese entonces nos criaban con miedo. Me acuerdo que la habitación que a mi me dieron estaba casi pegada a la cocina. Cuando vi que la puerta se abría me entró miedo porque pensé que era alguien de la casa. Vi abrirse la puerta y me corrí la frazada y la sábana hasta el mentón. Cuando Sor Gabriela me regala el libro, el grande, no este que ahora te doy, yo le dije “esta monja es la misma que me hizo las cruces”. Ahí Sor Gabriela me envió a hablar con el Padre;
45
él me lleva a un consultorio y ahí yo le conté lo que me había pasado. Entonces él me dijo que no le contara nada a nadie.
Norma me prestó su pequeño libro: “Perfiles Biográficos” de Sta. María Josefa Rosello, editado en el año 1950. La portada muestra una foto de la Santa, de rasgos enérgicos y sonrisa bondadosa.
“Terciaria franciscana, Fundadora de las Hijas de Ntra. Sra. De la Misericordia, la Santa nació en Albisola Marina el 27 de mayo de 1811, y murió en Sabona el 7 de diciembre de 1880”.
Ahora Norma me dice que cuando ella tenía 16 años, estuvo muy
enferma, en coma. En ese entonces vivía con su familia en la provincia de Santiago del Estero, en Frías.
Norma, ¿cuándo estuviste en coma, por qué? Empecé con un problema de intestinos, estaba seca de intestinos. Un día voy al
baño y no podía orinar. Me llevaron al médico; yo me acuerdo que tenía la lengua negra. Me empecé a hinchar, me colocaron sondas: me sacaban un líquido marrón. Se me habían paralizado los intestinos también. Una mañana mi mamá la deja a una tía mía para que me cuidara mientras ella iba a cambiarse, mi tía Elvira. Los médicos no la dejaban irse porque yo estaba muy mal.
Esperaban tu partida. Claro, sí. Pero yo me acuerdo que abrí los ojos, y en la pared que estaba pintada
de un color amarillo clarito vi a un anciano de barba blanca, pelo blanco, que tenía alrededor todos unos rayos dorados. Y yo me quedé mirándolo: Él ni habló ni nada. Y después me dio un ataque y los médicos decían que me moría, me moría. Mi mamá no había alcanzado a llegar a mi casa cuando le avisaron que volviera urgente.
¿Supiste qué hora sería cuando sucedió eso? Como las diez u once de la mañana. Los médicos decían que yo estaba en coma,
pero yo me despertaba a veces. Me despertaba y volvía a quedar en coma. Entonces, cuando desperté, esto me lo contaba mi tía, pregunté: “¿Y el cuadro que estaba ahí?” “¿Qué cuadro?”, dijo ella. Yo le describí lo que había visto; pero ella me dijo que yo había estado soñando.
46
¿Cómo te fuiste sintiendo después? Y, a las tres de la tarde ya pude ir sola al baño. Mi médico, el doctor Arévalo
que todavía vive, me dijo: “Ay, Negra, es un milagro de Dios. Hoy yo termino de atender todo en la clínica y me voy a Catamarca a darle las gracias a la Virgen, porque esto es un milagro”.
¿Dónde estabas internada, en el hospital? No, en la clínica Cruz Azul. Mi médico es un hombre muy creyente. Esa noche él
y su secretario se fueron a Catamarca, a darle las gracias a la Virgen. ¿De tu familia no fue nadie? No, el doctor Arévalo siempre decía que cada vez que él sacaba a sus pacientes
de un problema grave iba a darle gracias a la Virgen. Fuera la hora que fuera cuando él terminaba su trabajo. Y esa noche, a las doce de la noche viajó con su secretario.
¿Cuántos años tendría entonces ese médico? Y, treinta y pico, tendría. Eso pasó cuando tenías 16 años, ¿cuántos años tenés ahora? Sesenta años, tengo. Han pasado 44 años; el doctor Arévalo debe andar por los 80. Siento que
debemos terminar este testimonio tuyo uniendo nuestros pensamientos en un pedido de buenaventuranza para ese médico que se entregó a su profesión como un verdadero instrumento de La Energía Superior.
Sabés que mi hijo me decía siempre: “Ma, querés que yo le escriba a Víctor
Sueyro? Porque yo veo sus programas, y cuenta cosas como lo que te pasó a vos”. Pero yo me quedé con esa mentalidad de pueblo: pensaba que me iban a tratar de loca.
Sin dudas, Victor Sueyro cumplió una gran misión dando a conocer que la vida
sigue después de que perdemos el cuerpo físico.
47
Todos somos partículas de energía, de vibraciones, tan pronto encarnadas, tan pronto desencarnadas…
Maguy Lebrun
TESTIMONIO DE ANGÉLICA
Angélica, ¿cómo fue la historia con tu hermano? Mi hermano se enfermó y estuvo mal, casi al borde de la muerte, y tuvieron que
operarlo de pancreatitis. Estuvo largos meses sin trabajar, así que su situación económica era difícil. Un día, gente que él conocía por haber compartido algunas tareas, y que se habían enterado de su situación le fueron a ofrecer trabajo. Cuando fue, al ver el lugar donde le habían ofrecido trabajar se encontró con que era un hotel alojamiento, y no entró. Cuando volvió a su casa no le dijo nada a su señora. Pero pensaba qué haría, ya que necesitaba tanto un empleo. La gente va a verlo otra vez, para ver si él iría; él les dice que sí, que iría al día siguiente. Esa noche, sueña con mi mamá: “Vos no sabés”, me contaba mi hermano, “todas las cosas que me dijo mamí”: “¡Cuidado con lo que vas a hacer!” “¡Cuidadito con ir ahí! Vos sabés que eso que vas a hacer está mal. Vos sabés que esas cosas a mí no me gustan. ¿Por qué aceptaste ese trabajo?” Y, por supuesto, no fue. El pobre lo había hecho en la desesperación por estar tanto tiempo sin trabajar.
¿Cómo se llama tu hermano y qué trabajos hacía? Daniel, se llama Daniel y es carpintero. Es mi hermano más chico y el único que me
quedó de los tres varones. A vos también tu mamá te advirtió de algo a través de un sueño. Sí, cuando yo me enfermé de la columna; como quince días antes, una noche,
mientras dormía, sentí que alguien me agarraba las piernas y escuché la voz de mi mamá que me decía: “Ay, hija querida, cuidate por favor, cuidate que estás en peligro”. A la mañana cuando me levanté sentía el abrazo de ella en las piernas, y esa sensación me duró todo el día. Y quedó así. Como a la semana empecé a andar mal del ciático: me dolía una pierna, me dolía el talón. Cada día sentía más dolor, hasta que llegó el momento en que ya no pude caminar y me tuve que quedar en cama. Mi familia me quería llevar al médico y yo no quería ir porque pensaba que era inflamación del nervio ciático. Hasta que un día al levantarme para ir al baño –me ayudaba apoyándome en una silla‐ el dolor fue tal que ya no pude moverme: se me había encogido una pierna. Al final me tuvieron que operar: se me había quebrado el cartílago y se me había metido adentro de la hernia, adentro del disco. Cuando pasó todo, cuando yo ya estaba bien un día me di cuenta de que eso era lo que mi mamá me había estado avisando.
48
También tuviste una experiencia muy impactante con ese hermano tuyo que murió fulminado por un rayo en Sierra de los Padres.
Sí, es que tuve varias pérdidas muy seguidas en mi familia: falleció mi papá, al año
y ocho meses muere mi hermano Ángel, luego también, un año y ocho meses después a mi hermano Néstor lo mata el rayo. Yo quedé muy mal, y no dejaba de pensar que si así nos íbamos a ir todos por qué no nos llevaban a todos juntos de una sola vez. Sí, realmente yo había quedado muy mal porque era mucho el sufrimiento. No podía resignarme, no podía despegarme de la imagen de ellos: yo los veía en todos lados. Un día iba en el micro con mi hijo Roberto que en ese entonces tendría 4 o 5 años, íbamos por la calle San Martín frente al IREMI, de pronto miro por la ventanilla y veo a un muchacho en bicicleta vestido con pantalón azul y camisa a lunares –en ese tiempo se usaban las camisas a lunares‐, y dije “¡Néstor!”. Lo agarré a Roberto y bajé, con el colectivo en marcha. No me maté porque algo me sostuvo: se me había borrado por completo que Néstor había fallecido. Oí que el chofer gritaba: “¡Está loca! ¡Cómo va a bajar así con una criatura!”. No sé que otras cosas dijo. Yo estaba mal porque para mí el muchacho ese era mi hermano. Cuando subo a la acera de la plaza, ahí reaccioné. “¿Qué estoy haciendo?, decía, ¡si Néstor está muerto”! Entonces me quedé sentada hasta que me calmé. Cuando me sentí mejor fui a hacer lo que tenía que hacer y volví a casa. Esa noche sueño con él, con Néstor. O sea que él me visita en ese sueño: “Pero a vos qué te pasa. ¡Estás loca!”, me decía. “¡Estás loca! ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué estás así?”. Y yo en el sueño le explicaba que estaba mal por todo lo que había pasado. Entonces él me dice “vos tenés que estar tranquila, mirá cómo estoy yo”. Y él estaba bajo algo que tenía un techo donde había columnas, había escaleras; él bajaba de esas escaleras vestido con una túnica blanca y algo puesto en la cintura: un cordón, una cadena. No sé qué era. “¿No ves?”, me decía, y abría los brazos, “¿No ves que yo estoy bien? Yo estoy bien, quedate tranquila”, me decía. Después me seguía hablando, lo que no me acuerdo es si me decía que había encontrado a papá, pero que ya no estaba y tampoco mi hermano. Eso no me puedo acordar. “Mirá ‐me decía‐, yo caminé por acá”: era como que yo estaba donde él estaba; y ahí había un camino largo donde había gente de uno y otro lado. “¿No ves que no están?”, me decía. Yo miraba y veía multitud de cabezas, y él repetía: “No están, yo los he buscado y no están”. Después ya a lo último me dijo: “Mirá vos gorda –él me decía gorda a mí‐, quedate, quedate conmigo acá, que acá vas a estar bien”. “No, ‐le decía yo‐. No, estás loco vos, yo tengo los chicos, cómo me voy a quedar acá”. “¡Quedate acá porque el turco –él a Julio le decía el turco‐ el turco los va a cuidar bien a los chicos. Quedate conmigo”. “No, no le ‐decía yo‐. No, no. Yo me voy”. “Pero no seas sonsa que acá vas a estar bien”. Y eso me lo repitió muchas veces. “No ‐decía yo‐, me voy y me voy”. Cuando me estaba por despertar vi que venía en un avión, y ese avión ¡era de tergopol! Vos no lo vas a creer pero desde ahí, mi hermano no se me apareció más, y yo me tranquilicé. No sé, no sé qué pasó. Pasados varios años, estando en casa de mi hermana Graciela, hablé con un médico que iba a atender ahí, un médico que venía de otra ciudad. En ese entonces yo otra vez no andaba muy bien. Hacia poco que había fallecido mamá, para cuando este médico empezó a ir a casa de mi hermana mi mamá ya había fallecido. Nos veíamos ahí porque él iba a atender a sus pacientes y yo visitaba a mi hermana con frecuencia. Un día ese médico me dice: “Usted está angustiada, el problema suyo es angustia, mucha angustia”. Entonces le conté de todas las pérdidas que habíamos sufrido y las experiencias de los sueños, Y él me dijo: “Mire, diga que usted es muy apegada a sus
49
hijos, porque si no, hoy usted no me estaba contando esto. Porque si usted a su hermano, en el sueño, le hubiera dicho sí, usted no estaba acá; estaba con él, allá arriba. Sus hijos la salvaron, si no usted no estaba acá”.
No te voy a preguntar el nombre del médico porque tendríamos que tener el
permiso de él para decirlo.
John Edwards, James Van Praagh, Rose Mary Altea, entre los más conocidos, nos
dan pruebas a través de sus dones: nuestros seres amados siguen estando cerca nuestro después de haber cruzado la línea de lo que llamamos “el más allá.
50
Nada muere; los hombres fingen estar muertos y tienen que aguantar la parodia de sus funerales y afligidas necrológicas, y ahí están, de pie, mirando por la ventana, sanos y salvos,
con un nuevo y extraño disfraz. Ralph Waldo Emerson
TESTIMONIO DE LILIANA MARTA PASSERANO
Lily, hablame de tu experiencia. Se trata de alguien que fue una gran amiga, una persona muy importante para mí,
que en poco tiempo significó mucho. Ella tenía tres hijos, una en edad adolescente y dos más pequeños. Yo la asistí en su enfermedad y me comprometí con ella en ayudar al crecimiento de sus hijos.
¿Lo hablaste con ella? Ella me lo pidió, cuando ya estaba muy enferma, en sus últimos días. Me pidió que
cuidara a los chicos, que estuviera al lado de ellos. Eso lo cumplí, más allá de que había una promesa era la parte humana de ver a un hombre con tres hijos luchando como podía por sacarlos adelante. Viví tres años muy intensos con ellos, con los chicos, como si fueran míos, y los míos como si fueran sus hermanos. Me los traía a mi casa o iba a casa de ellos. O sea, me organizaba como si tuviera seis chicos.
¿Y dónde vivías en ese entonces? Yo vivía en un departamento en la Avenida Luro y Jujuy, y ellos vivían en la zona de
Parque Luro. Pero entonces te costaba movilizarte. Sí, me movilizaba en micro. Cuando iba para su casa me quedaba todo el día hasta
que llegaba el papá, tomábamos algo y yo regresaba a mi casa. A veces yo llevaba a mis chicos, otras ellos se quedaban en casa. O si no, dependiendo de los horarios de los seis chicos nos reuníamos todos en casa, y el papá de los hijos de mi amiga los pasaba a buscar. Esos eran los menos días; y así nos arreglábamos.
¿Cómo se llamaba tu amiga? Mabel Sinópoli. En una oportunidad, la hija mayor, Vero, que tenía 16 años, vino
como tantos otros días a casa: ella hacía sus tareas con Carla, mi hija de la misma edad. Cuando ya habían terminado le pregunté si se quedaría a esperar al papá o se iría sola. Me respondió que se quedaría a esperarlo porque su papá también tenía que ir a recoger a su hermanito, y que le quedaba de paso buscarla a ella. “Voy a llamarlo, me dijo, así me pasa a buscar”. Yo le comenté que el teléfono no tenía tono, que no funcionaba. Ella me
51
miró como diciendo: “A mí me va a funcionar”. Levantó el tubo y habló. Yo pensé que nos estaba gastando una broma; habló y dijo: “Pasame a buscar cuando quieras”.
¿Y qué le pasaba al teléfono? Estaba cortado por falta de pago. Por eso pensamos con Carla que nos estaba
haciendo una broma, y ella insistía en que había hablado. “Hablá otra vez”, le dije; levantó el tubo y me replicó: “No, ahora no tiene tono. Pero yo hablé con mi papá”. Cuando el papá vino a buscarla, aunque yo seguía pensando que había sido una broma, igual le pregunté: “¿A vos te llamó Vero para que la pases a buscar?”. “Sí, me dijo él. Me llamó, por eso vine”. Mi hija me miraba como preguntando: “¿Qué pasó?”. Yo no dije nada: para mí fue indudable que Mabel estaba ahí. Nunca me voy a olvidar de eso, y Carla tampoco.
Yo leí hace un tiempo un libro de Paola Giovetti, en el que cuenta el caso de una
chica que llama a su casa y cuando su mamá, que en ese momento estaba con una amiga, atiende el teléfono, se desmaya: era su hija fallecida que le decía: “Mamá, necesito veinte dólares”. Eso era algo que la hija, estudiante en otra ciudad, siempre le decía cuando iba a ir a visitarla. Hay muchos testimonios con casos parecidos. Estas cosas suceden.
Sí, y no te las olvidás. Igual que nunca voy a olvidar lo que sentí el primer día que
fui a limpiar la casa de mi amiga después de que ella había fallecido. No había nadie en la casa pues habían pasado varios días del fallecimiento y ya todos empezaban a retomar sus vidas, ni bien entré sentí su presencia. Y por mucho tiempo yo sentía la presencia de ella en cada rincón de su casa.
¿Habían sido amigas muchos años? Si, nos conocimos a través de nuestros hijos que cuando pequeños iban al mismo
colegio primario. Fue una amistad que con el tiempo se fue intensificando. Y te vuelvo a reiterar que ese primer día en que yo fui a ordenar su casa, ya al entrar sentí una opresión en el pecho y la presencia de ella que me seguía por toda la casa.
Hoy, 10 de diciembre de 2010, a casi un año de este testimonio, mientras
estaba desgrabando pensé: ¨¿Es posible realmente que estando un teléfono inhabilitado por falta de pago se pueda realizar una llamada? Llamé al 112 y me atendió una joven muy atenta, le dije que soy escritora, y que quería corroborar un caso que me habían contado. Le expliqué de qué se trataba: la respuesta fue que de ningún modo se puede hacer una llamada cuando un teléfono está inhabilitado. Mientras la joven terminaba de explicarme se cortó de repente la conversación; me vuelve a atender otra joven, muy gentil me escucha y me da la misma explicación: “No es posible hablar desde un teléfono inhabilitado”. (Si usted, lector, quiere corroborar esto que le estoy diciendo, llame a Telefónica: espero que le atiendan con tanto interés y respeto como a mí.)
52
Las grandes verdades están ocultas, Pero eso no significa que no sean ciertas. Shirley MacLaine
TESTIMONIO DE MATILDE BARCA MUIÑO
Matilde, ¿en qué año te fuiste a vivir a España, y cuando y cómo tuviste la experiencia de convertirte en luz?
En 1970 nos fuimos con mis padres, y un hermano que era subnormal, a vivir a
España. Yo entré a trabajar en el Complejo Hospitalario de Santiago de Compostela. A los diez años de estar viviendo allá, muere mi madre; y en 1997, muere mi
padre. Yo quedé a cargo de mi hermano, vivíamos en un apartamento. Al año siguiente, un día desperté sintiéndome muy mal. Me levanté y dije: “Me estoy muriendo”. Entonces llamé al helicóptero de sanidad española; al médico que me atendió le dije: “Me estoy muriendo”. Le pedí que me enviara una ambulancia, y que me llevaran al hospital, pues tenía mucho dolor en la boca del estómago. No le dije que trabajaba en la gerencia del hospital. Me dijo que me tranquilizara, que me pusiera una bolsa de agua caliente y que lo llamara en diez minutos. A los cinco minutos llamó él. “Me estoy muriendo”, le repetí. Ya casi no podía respirar. “Ya mismo le mando la ambulancia” dijo.
Cuando llegué al hospital, que estaban todos los médicos que me conocían, me decían: “Matilde, que té pasa?”. Urgente me empezaron a hacer estudios, tenía todo el abdomen invadido de sangre. Ellos me preguntaban si había tenido úlcera. Entonces recordé que hacía cuatro años me habían hecho una ecografía y me había salido que tenía un hemangioma en el hígado. Inmediatamente se les abrió el panorama. En cuanto a mí, en cuanto dije eso no sé si perdí el conocimiento o qué, pero yo me transformé en luz, en una luz potente con una intensidad donde no tenía brazos, no tenía piernas: era todo luz. Y era yo. Yo seguía siendo yo. O sea, fue una experiencia increíble.
¿Los médicos, que hicieron mientras vos te transformabas en luz? ¿Qué hicieron
con tu cuerpo? Urgente me entraron a quirófano, me abrieron y me sacaron la mitad del hígado.
Me salvaron la vida. ¿Qué es un hemangioma? ¿Has visto que algunas personas tienen en la cara como una mancha de vino con
unos bultitos? Yo lo tenía en el hígado eso. Pero según me dijeron los médicos, hay una estadística que el 25% de la población lo tiene: nunca pasa nada. Nunca pasa nada. Se me abrió a mí. Y me pasó a mí. Me podría haber muerto, tranquilamente, porque es una muerte dulce, te quedás ahí, dormidita.
53
¿Cuánto tiempo te llevó reponerte? Me repuse enseguida. Tenía ochenta grapas. Me abrieron toda. Mirá, ¿ves?
(Matilde me muestra su abdomen: la cicatriz que le quedó es enorme, con forma de triángulo) fue una operación terrible, terrible. Pero no la sentí. Me sacaron eso y yo seguí mi vida como siempre. Tal es así que a los veinte días de operada mi médico me decía: ¨Ay, me das una alegría, estás tan bien: te estabas muriendo. Me das una alegría¨. Yo estaba totalmente repuesta. Con semejante intervención mi organismo reaccionó como si no hubiera pasado nada. Los otros médicos también se asombraban.
¿Contaste a tu médico tu experiencia con la luz? No. Nunca dije nada. Me permitirías incluir también en el libro esa historia que viviste con esa
compañera de trabajo, que se llamaba Gema? Tiempo antes de que falleciera mi padre viajé unos días a Paris, yo tenía amistad
con Gema, quien trabajaba en el mismo hospital que yo como asistente social. Así que le pedí que pasara todos los días a ver a mi padre y a mi hermano. Aunque yo tenía una señora que se ocupaba de las tareas, igual me quise quedar tranquila. Vuelvo, y un día mi padre me dice: “Gema no me gusta nada”. Por más que yo insistí, nunca quiso decirme porqueé
Mi padre muere, y yo sigo mi amistad con Gema. Un día voy con ella a casa de una prima. Después de almorzar salimos a caminar con, hacia un día hermoso. Las dos nos fuimos caminando por una “corrodeira” muy antigua, de cientos de años.
¿Qué es una corrodeira? Son paredes de piedras con musgo. El lugar era bastante solitario; caminando por
ahí se pasa junto al cementerio. Íbamos tranquilamente, charlando. Al pasar junto al cementerio me di vuelta y vi una figura alta, delgada, como era mi papá; pero sin facciones en el rostro. ¡Me quedé helada!, pero no dije nada. Y de repente Gema me dijo: “¿Estás viendo lo que estoy viendo yo?”. Le dije: “Sí, pero no te asustes. Sigamos caminando, que allá viene un señor. Cuando nos crucemos, volvemos detrás de él”. Y eso hicimos. En ese momento me di cuenta de que no estaba asustada.
La figura, ¿la viste si traspasó la puerta? No, la puerta estaba cerrada en el momento que pasamos, pero cuando vimos la
figura, la puerta estaba abierta.
¿Tu papá estaba sepultado ahí? Sí, mi madre también.
54
Entonces, las dos caminaron detrás de aquel señor para regresar. Sí, pero yo decidí entrar al cementerio. Gema se quedó con una aldeana que
estaba trabajando la tierra junto al cementerio. Yo entré, recé frente a la sepultura de mis padres, y salí tranquila. Gema seguía conversando con la aldeana. Entonces yo le pregunté a la mujer si había visto algo raro, y me dijo que no. Cuando volvimos a casa de mi prima y contamos lo que habíamos visto, mi prima y su familia se persignaban diciendo que habíamos visto a la “santa compania”. Desde ese día dejamos de frecuentarnos con Gema.
¿Y nunca tuviste algún indicio de por qué tu papá no la quería? Mirá, en una oportunidad Gema me acompañó a visitar a un novio que yo tenia en
Madrid. Él era piloto de Iberia. Era un día de mucho calor, y cuando llegamos al departamento de mi novio yo decidí tomar una ducha. Al salir del cuarto de baño sorpresivamente, vi que Gema estaba abrazando a mi novio. No dije nada. Y tampoco le hablé en el camino de regreso a Santiago: de Madrid a Santiago hay setecientos kilómetros. Ahí me fui acordando de las palabras de mi padre y, aunque después terminé mi relación con ese novio, a ella la seguí tratando. Hasta que desapareció de mi vida después del episodio en la entrada del cementerio. Ella se fue del Hospital donde ambas trabajábamos, y no la vi nunca más.
Generosamente, Matilde me entregó estos testimonios en los cuales se exponen dos experiencias impactantes vividas por ella: la de haberse sentido transformada en luz; y la aparición de una figura parecida a su padre estando ella con esa amiga que a él “no le gustaba”. Esa amiga que ella había sorprendido abrazando a su novio, hecho que su padre, mientras vivía, ignoró. Este testimonio, y el sueño que tuve con mi madre anunciándome que me iba a jubilar, nos aportan valederos indicios de que nuestros seres amados cuando parten de este plano siguen interesándose por nuestras vidas, y que de algún modo nos ayudan, cuando les es permitido.
En su libro “El Poder del Espíritu”, páginas 222 a 232, Rosemary Altea cuenta la experiencia de un hombre de 60 años que estaba siendo atormentado por una ex amante que se le aparecía por las noches: no físicamente ni tampoco en sueños, aunque al principio él así lo creía. La mujer sabía cómo abandonar su cuerpo y así aterraba al hombre. Cuando la esposa de él le pide ayuda, Rosemary va a la casa de ambos. El hombre no cree que ella lo podrá ayudar, pero la famosa psíquica tiene una ayuda inesperada: la abuela del hombre fallecida hacía muchos años. La señora le pide a Rosemary que le haga saber a su nieto que ella sigue viva, y que está allí para ayudarlo. A través de Rosemary va dando pruebas de que es ella realmente refiriéndose a su historia de vida; a la casa en que había vivido, en la cual también había vivido el hombre con sus padres en los primeros diez años de su niñez. Cuando él estuvo convencido, la abuela le hizo saber que ella conocía su relación con esa mujer que ahora tanto lo molestaba. Rosemary alecciona al hombre de cómo debería actuar para que su ex amante ya no tuviera poder sobre él, y dejara así de perturbarlo.
55
Cuando la abuela se retiró, dejó un mensaje final para su nieto: que se acordara de ella, que pensara que todos lo querían y que recordara que lo estaba vigilando.
Rose Mary Altea, Silvia Browne, James Van Praagh, John Edwards, seres con un
prodigioso don que usan para el bien.
56
Escucha y observa con atención los esfuerzos de los espíritus por comunicarse contigo,
Maguy Lebrun
TESTIMONIO DE MARY REGAZZONI
Lo que te voy a contar, Celia, sucedió el siete de setiembre del 2000; era el cumpleaños de mi hija María Eugenia, ese día cumplía quince años. El día anterior había dicho que aunque fuera su cumpleaños, igual quería ir a la escuela. Mi marido se había levantado para llevarla al colegio; estaba en el baño; yo estaba en la cama y de repente escuchamos un ruido fuerte que vino desde el comedor, de algo que se había caído. Pregunté “¿qué pasó?”, mi marido dijo, “no sé”. Cuando salió del baño fue a ver, porque también él había escuchado el ruido, y me dice “se cayó la jarrita de cobre”. “Ah, bueno, ‐‐dije‐, menos mal que fue eso, que no se rompe”. Porque el ruido fue tal que parecía que se había roto algo, pues fue muy fuerte el ruido. Y ahí quedó. Después me levanté, pasó la mañana y me olvidé. Mi marido había levantado la jarrita y la había puesto en su lugar: una repisa que está colgada de manera muy firme, en la cocina; en esa repisa hay también muchos frasquitos de especies. Al mediodía, estábamos almorzando y llega mi cuñada, hermana de mi marido. Me sorprendió porque me había avisado que no iba a venir a saludar a María Eugenia, que la iba a saludar por teléfono: ella es la madrina de mi hija. Pero vino, y me dijo: “No sé, sentí que tenía que venir aunque como te había dicho no pensaba hacerlo, pues tenía muchas cosas para hacer. Pero estaba en el centro y tuve la necesidad de venir”. Bueno, todos estábamos contentos de que se quedara a almorzar con nosotros. Cuando terminamos levanté los platos y los llevé a la cocina. Entonces miré la jarrita y le dije a mi cuñada: “¿Sabés una cosa?: hoy se cayó la jarrita de cobre, que es tan pesada”. Cuando se lo estoy contando me doy cuenta de que nunca se podía haber caído de ese lugar. “Se cayó sola”, dije. “No ‐me dice mi cuñada‐, sola no se pudo haber caído nunca la jarrita”. Entonces dice mi marido: “Y, a lo mejor es algún espíritu, algún espíritu que la hizo caer”. Lo dijo medio en broma, medio en serio, pero ese comentario a mí me abrió el camino. Porque dije: “Claro, esa jarrita, la hizo mi hermano”.
Esa jarrita, Celia, tiene toda una historia; la hizo mi hermano cuando él estaba en la escuela de buceo aquí en Mar del Plata haciendo el servicio militar. Para no aburrirse, cuando tenía horas libres se ponía a hacer cosas. En el lugar había caños de cobre que no se usaban, y él hizo, con el torno, dos jarritas, casi iguales. Cuando termina su servicio militar y se vuelve a nuestra ciudad, nosotros vivíamos en Nueve de Julio; llega a casa, soltero, contento con todas sus cosas y le entrega a mi mamá las dos jarritas. Chocho de lo que había hecho. Mi mamá le reconoció el trabajo, pero las jarritas mucho no le gustaron. Entonces las puso como en el último lugar de la casa: en el antepecho de una ventana que estaba al fondo de un pasillo. Y ahí quedaron las jarritas. Él se casa, y se lleva una jarrita, pero le dejó la otra. Mi hermano nunca dijo nada. Cuando yo me caso, le pido la otra jarrita a mi mamá. Mi mamá rápidamente me la dio. Yo armo mi casa, y pongo unas repisas de adorno en la cocina. En una de ellas coloco la jarrita que lucía muy bien porque la puse entre medio de dos vasos de un color azul muy intenso. Cuando mi hermano viene a visitarme y ve la jarrita, me dice: “¡La jarrita, la tenés vos!” Yo medio que
57
me sentí incómoda y aclaré: “No, yo se la pedí a mamá y me la dio”. “¡No, me dice, te gustó!” “Y sí que me encantó, ¡no ves dónde la tengo! Me encanta”. Ah, qué feliz, qué contento se puso. Bueno, quedó. Él a la suya la tenía en un mueble rodeada de adornos muy lindos. Después yo me vengo a vivir a esta ciudad, armo otra repisa en la cocina y pongo la jarrita de adorno. Él hace un viaje para visitarme, y ve que la jarrita sigue conmigo. Bueno, recontento que la vio acá. Entonces dije: “Tuvo que ser mi hermano: él estuvo acá”. Mi hijo, que estaba escuchando en silencio, nos dice: “Ahora les voy a contar lo que me pasó a mí, anoche: como a las dos de la mañana, yo terminé de hacer una fuente electrónica que tiene luces de muchos colores: verdes, amarillas, rojas, para presentar en el taller del colegio, hoy”. Él estudiaba en la Escuela Industrial. Cuando la terminó, dijo: “Sentí como que había algo: tal vez porque había viento, porque se escuchaban muchos ruidos, no sé. Pero yo sentía que había algo. Cuando la fuente estuvo terminada, con todas sus luces encendidas acciono la llave para apagarla. Pero las luces no se apagan. Movi la llave de un lado a otro, y las luces no se apagaban. Pensé que la llave se había estropeado y por eso no se desconectaba, así que directamente desenchufe el cable. ¡Todas las luces siguieron encendidas! Me asusté y me fui a acostar. Pero desde mi dormitorio veía el reflejo de las luces”.
(Mary me señaló que las puertas del dormitorio de Leonardo son de vidrio
enmarcado en maderas que forman pequeños cuadrados). ¿Todas las lamparitas seguían encendidas? Todas. Y eran muchas, una al lado de otra. ¿Cómo se llama eso que él había hecho? Le llaman fuente de electrónica. ¿Cuánto hace de esto? Diez años. Y bueno, él vio que las luces seguían encendidas, hasta que se durmió.
A la mañana él se levanta, y las luces estaban apagadas. Enchufó la fuente, accionó la llave, y las luces se encendieron. Apagó y volvió a encender varias veces: la llave andaba perfectamente.
Fue una visita. Mi hermano era el padrino de María Eugenia, y cuando ella era chiquita él siempre
decía: “Ay, cuando cumpla quince años, lo que va a ser”. Y a ella le decía: “¡Cuando tengas quince años!” “Y ese mismo día en que María Eugenia cumplía sus quince años, su hijo mayor, Marcelo, se recibió de contador en Tandil.
¿Y cuánto tiempo hacía que él había fallecido? Y, hacía ya como nueve años. Por eso a mí me parecía imposible que pudiera estar
todavía acá. Me preocupaba tanto que todavía siguiera estando acá. Esto yo lo conté
58
muchas veces a personas que sabía me podían comprender, y una de ellas me explicó, que a veces dan permiso para venir a estar con los seres queridos.
Sí, además, se nos ha enseñado que cuando partimos, si lo hacemos con suerte,
nos vamos al lejano cielo. Y nada está lejano: los mundos invisibles están superpuestos como las capas de una cebolla: están por acá, pero en otra dimensión. Como vamos a estar algún día nosotros. Y tus hijos, ¿cómo reaccionaron?
Yo pensaba que se iban a impresionar porque María Eugenia cumplía 15 y
Leonardo tenía 17. Pero no, les encantó. Expongo ahora una experiencia personal que me sucedió el día viernes 26 de
octubre de 2006. Ese día se celebró, en la Parroquia nuestra Señora del Carmen, de Necochea, el casamiento de mi sobrina Griselda, hija de mi cuñada Elsa, hermana de mi marido. Para ese entonces, tal como lo he expuesto, yo venía juntando testimonios para este libro. Además, ya había leído, entre otros, “El Águila y la Rosa” de Rose Mary Altea, y “Hablando con el Cielo”, de James Van Praagh. De modo que fue normal para mí entrar en la iglesia pensando en todos los testimonios que había leído acerca de que nuestros seres queridos, que están en la luz, comparten con nosotros nuestras vivencias más trascendentes. Ahora que lo analizo, no me sucedió lo mismo mientras se celebró la ceremonia civil, sí lo experimenté ni bien entré en la iglesia. Ahí empecé a hablar mentalmente con mi marido, le preguntaba si le “habían dado permiso para estar en la ceremonia de su sobrina”. Cuando ella entró, hermosa con su blanco vestido, al avanzar hacia el altar, cerca de donde yo estaba, inmediatamente atrajo mi atención su ramo de flores, naturales. Mi vista quedó pendiente de un precioso pimpollo de rosa, blanco. Me sorprendí pensando “después va a tirar el ramo, yo quisiera llevarme esa rosa para ponerla en el florero junto a la foto de Tito”. Cuando la ceremonia concluyó y los novios fueron saliendo, quedé bastante atrás y tardé en llegar a la acera, donde estaban saludando. Al acercarme, ambos estaban de espaldas hacia mí, y en vez de rodearlos para saludarlos, miré hacia abajo: tirado junto al amplio vestido, estaba el pimpollo de rosa. Inclinarme y atraparlo fue todo uno. En cuanto lo tomé, una amiga de mi cuñada, la que había armado el ramo me lo pidió. Pero, sin darle ninguna explicación, me negué a dárselo. ¿Cómo fue posible, que esa flor, con su tallo entero, tan largo como las demás flores, se hubiera caído del ramo y que nadie lo hubiese pisado?
En otra parte de su libro “El Poder del Espíritu”, Rosemary Altea cuenta que, estando en Adelaida, Australia, le dio mensaje a un joven de nombre Chris. El joven estaba ansioso y a la vez preocupado porque tenía la esperanza de recibir noticias de una persona que había pasado al mundo de los espíritus, aunque no estaba seguro de que así sucediera. Pero sucedió, la persona con la que Chris quería contactar había sido su pareja. Tan pronto como se presentó le dijo a la psíquica que había muerto de sida, y habló de la dedicación y el amor con que Chris lo había cuidado. El joven fue dando detalles de cómo había visto a quien fuera su pareja en este tramo de vida sin él, y le pidió a Rosemary que le dijera, entre otras cosas, que volviera a poner todas las plantas que habían sido suyas en el lugar donde él las tenía, pues no le gustaba que las hubiese sacado a la terraza.
59
Detalles tan certeros, que de ningún modo el medium puede conocer, reconfortan a las personas consultantes. Tal este otro caso que cuenta James Van Praagh:
Durante una reunión grupal, cuando Van Praagh estaba ya por clausurar la sesión se sintió dirigido hacia dos mujeres y un hombre sentados en un sofá. Le habló a una de ellas y le dijo que había una joven del mundo de los espíritus que se quería comunicar. La joven decía llamarse Stacey, y había venido a disculparse con las dos mujeres; las tres habían sido compañeras de colegio, y Stacey no había sido buena con ellas. Luego muestra un vestido rosa y llama la atención sobre una cinta rosa atada a su pelo. La mujer con la que el psíquico dialoga se había casado meses antes con el hombre sentado a su lado. Cuenta que ellos habían pensado que Stacey fuera una de las damas de honor, todas las cuales habían vestido de rosa. Entonces Stacey les comunica que, espiritualmente, ella había formado parte de esa boda: “Hablando con el Cielo”, páginas 93 a 97.
60
Como vengo diciendo desde hace mucho tiempo, la vida en el cuerpo físico es un periodo muy
corto de la existencia total.
Elisabeth Kubler‐Ross
AGOSTO DE 2008. Testimonio de una amiga a la que llamaré María, pues me pidió no dar su nombre.
El sábado 16, día de tu cumpleaños, yo iba entrando a la que va a ser mi futura casa, y vi que del garage, salía Tito. Tal como lo vi la última vez, que no era el Tito del negocio que estaba siempre rezongando. Era el Tito que estaba como yo lo había visto las últimas tres veces en que nos encontramos: blandito, digamos. Y bueno, me sorprendí tanto que no entré a la casa. Regresé adonde estuvimos con Leonel y con vos al día siguiente, que fue mi cumpleaños. Y me senté ahí, y me puse a mirar unas piedritas de cuarzo que tengo en una fuente. Me quedé con la vista fija porque estaba medio shokeada: no sentía miedo, pero quedé como aturdida.
¿Y cómo lo viste? Bien, bien. No riéndose pero sonriente. Seguí mirando fijo la piedras de cuarzo
pensando “qué hago”, y de pronto reapareció; así como que fuese humo. Volvió a aparecer, sonriente. Justo en ese momento entró mi hijo menor, y yo lo miraba a ver si él también lo veía, porque Tito quedó a la altura normal, de un hombre. Entonces desapreció. Mi hijo me preguntó si me pasaba algo. “No, ‐le dije‐, sólo que vi a Tito”.
Y tu hijo, ¿cómo reaccionó? Él sabe algunas cosas mías, que a veces me pasan. No hablamos mucho, pero él
sabe. Entonces me levanté y fui al baño, y otra vez estaba Tito: yo entraba al baño y él salía bien, bien, sonriente. Y claro, yo no entendí pero pensé: “Bueno, tendrá que ser así esto”. Me encantó que al día siguiente vinieras vos a mi cumpleaños, pero que también después viniera Leonel fue algo como de familia. Era una alegría, aparte lo noté tan suelto y tan bien. Y ahí fue como que entendí. Además, él se sentó en el mismo lugar en el que yo me había sentado cuando lo vi al padre.
Leonel enseguida me dijo que el estar con vos, fue como recuperar lo que pasaba
hace años, cuando festejábamos nuestros cumpleaños juntas. Sí, Tito nos festejaba los cumpleaños a las dos; hacía unos grandes asados…
porque tenía más corazón que cabeza. Aunque andaba siempre a los gritos, como enojado. Después cambió mucho, se lo veía más sereno.
Es verdad; él había hecho un cambio, muy desde lo interior. Además, él tenía
cosas que las sofocó: en un mensaje de Laura el Maestro me dijo: ´”Tu esposo, hija Mía,
61
enterró sus dones “. Tito a mí, en dos oportunidades o tres, me vio no estando yo: me vio con los ojos físicos.
(Casi un año después, María ve nuevamente a Tito): Yo estaba sentada, y de repente pensé: voy a llamarla a Celia para ver si nos
encontramos en el centro. Y bueno, te llamé, me atendiste vos y me confundiste con Olga. Bueno, empezaste a reírte, y se escuchaban otras risas, y ahí miro hacia mi derecha y acá, acá estaba Tito: acá así.
¡¿Al lado tuyo?¡ ¡Al lado mío! Yo corro el teléfono hacia el otro lado y lo miro, y él hacía gestos
como diciendo ¡Ay, ustedes! Eran gestos muy exagerados; divertidos, sí, eso: divertidos. Ah, por eso fue que de repente me dijiste: “No me acuerdo para qué te llamé”. Claro, y no era porque me sintiera perturbada, porque me sentí feliz, me
encantaba verlo. Para mí eso debe ser salirse de esta dimensión. Por eso corté así, como confundida. Y cuando corté y miré, ya no lo vi. Pero lo más impactante era que cuando ustedes se reían él hacía gestos como que los escuchaba. Y yo ahí me emocioné y cuando ya no lo vi pensaba: y llamo, y les cuento. Pero no lo hice y me quedó la intriga si los que estaban con vos, que se reían tanto serían tus hijos. Y pensaba: si eran los chicos esto ya es el sumun, porque él se ponía feliz escuchando esas risas. Entonces me quedé muy tranquila, y mentalmente dije: ´Si me querés dar una señal, si querés contarme como estás…, cómo están donde vos estás…, me querés pedir algo…, y así mentalmente hablaba y hablaba y me acosté y dormí casi dos horas. Pero dormí plácidamente. Cuando me levanté tomé un té, y sólo pensaba que llegara la noche para volverme a acostar. Y cuando me fui a acostar, que eran las 9,30, mentalmente le decía: quiero una señal para saber cómo están… Pero esa noche ya no apareció Tito: aparecieron el papá de Daniel, un amigo, diciéndome que le comunique a su hijo que él estaba conforme y contento con la atención que tenía para con su madre.
¿Sabés por qué te dio ese mensaje? Daniel es hijo único, y se ocupa mucho de su mamá. ¿Con quién más conectaste? Con don Chiati, es el hombre que tenía el negocio al lado de donde yo trabajaba;
el negocio lo sigue teniendo su esposa. Yo lo quería mucho a don Chiati, él hace dos meses que partió. Él estaba todo vestido de blanco, y feliz, más feliz que cuando lo veía yo acá. Y me hablaba algo de los pinchas, de los estudiantes… Y después apareció mi papá. Pero mi papá me dijo: “Arriba, donde estoy, arriba, estoy triste”. Y le tomé la mano a mi papá, y era una mano dura como tenía él, que tenia soriasis, era una mano como con callosidad, y tenía color en la cara. Con mi papá estuvimos sentados en unos sillones de hierro negro, en un lugar en el que había una fiesta. Yo me veía que tenía una pollera
62
larga, tipo hindú, y caminábamos: fue como que nos salimos de la fiesta y caminamos y charlamos. Yo no estuve buena con papá: porque él me decía: “Yo no la paso bien arriba, yo estoy triste”. Yo le dije: “Cuando una persona es buena, está bien en todas partes. Y cuando una persona ha hecho cosas que no debía hacer, no está bien en ninguna parte. Ni en la tierra ni en el cielo”. Y cuando me di vuelta ya no estaba. Ahí me desperté, y eran las 4,30. Me desperté un poco convulsionada, y di una vuelta por toda la casa y no había nadie: yo pensaba que podía estar mi hijo en el otro cuarto. Me sentía abombada. Supongo que así deber una borrachera, no sé. Di una vuelta y me volví a acostar y seguí durmiendo.
Todo esto te pasó el jueves 2 de junio. Sí, Tito apareció a la mañana; y a la noche aparecieron don Chiati y el papá de
Daniel. Y lo bueno es que no me da miedo estar en la casa: estoy tranquila. Eso sí, me moviliza porque si esto llegara a ser vox populi y viene alguien y me pide que me comunique con un familiar que ya partió, yo no lo sé hacer. Yo ese día había esparcido mucha bruma de jazmín, que abre el tercer ojo. Había trabajado con bruma, aunque pienso que también influyó la quietud de la casa.
Lo que influyó en mi amiga es que ella, como tantas otras personas, tiene esa sensibilidad que le permite “estar en casa” cuando alguien de los planos espirituales se quiere comunicar. Y, aunque no vive pendiente de tener estas comunicaciones, ni las busca, esporádicamente le suelen suceder.
63
TESTIMONIOS INESPERADOS
Durante meses creí que el final de este libro estaría dado por el testimonio de mi amiga a la que he llamado María. Eso creía, hasta que me llegó un email de Memi Varrone ‐siempre presente en todos mis trabajos‐, con el video del documental EL ÚLTIMO VIAJE. Miré varias veces el video, y sé que lo seguiré haciendo. Es realmente un material que aporta un mensaje de comprensión a lo que es la Vida después de esta vida. El mismo comienza con la siguiente presentación:
“El Último Viaje es un documental en el que viajaremos al más allá de la mano de
expertos como Brian Weiss, Neale Donald Walsch, Gregg Braden o Alberto Villoldo, entre otros. Ellos nos plantean una nueva visión sobre la relación entre la vida y la muerte basada en nuestra naturaleza infinita. Al estudiar la muerte aprendemos a no temerla ya que si permitimos que afloren emociones como el miedo o la ansiedad, nos mantendremos irremediablemente atados al tiempo. Nuestras vidas están conectadas con la inteligencia infinita del universo y es necesario tener una práctica espiritual de lo eterno, porque sólo lo infinito nos lleva hasta el alma, hasta este momento”.
Ahora algunos testimonios: Dannion Brinkley: “La gente tiene que entender que no existe la muerte. A una persona como yo,
que ha estado muerta, no le queda otra que verlo de este modo. El fin de algo siempre es el principio de otra cosa. No existe lo finito cuando te consideras un ser espiritual. Tener una experiencia cercana a la muerte o simplemente pensar en ella me parecía del todo imposible y fuera de contexto, en 1975 no le lo habría creído. Nadie me habría podido convencer de ello. Hasta que un miércoles por la tarde estaba hablando por teléfono, un rayo cayó sobre la línea de teléfono y me tocó. Me entró por un lado de la cabeza, me bajó por la columna y soldó los clavos de los tacones de mis zapatos con los clavos del suelo, los cuales me clavaron a él. Luego salí disparado por el aire, quedé suspendido en él, y caí violentamente sobre la cava. Estuve muerto veintiocho minutos (sufrí una parálisis cerebral durante seis días, y durante siete meses una parálisis facial. Tardé dos años en aprender a hablar y a comer), llegó un punto en que no podía soportar más mi cuerpo ardiendo ni el dolor en los ojos. Era como si me hubiera conectado a una batería y estuviera ardiendo, en llamas. Salí del cuerpo y me encontré en un lugar azul, genial. No me importaba donde estaba, era mucho mejor que el lugar que acababa de dejar. Me sentía cómodo y seguro. Entonces empecé a oír unas campanillas y una música. De golpe ese lugar azul, genial, se convirtió en un túnel de luz por el cual empecé a andar. Entré en ese lugar de luz y observe lo que sucedía a mi alrededor. Las sensaciones y la belleza del lugar no me dejaban pensar en el mundo que acababa de abandonar. Tengo que decir que alguna gente alcanza la iluminación, a mí eso me iluminó”.
64
Doctor Alberto Villoldo: “La primera vez que me morí tenía seis años. Me puse muy enfermo y necesité
muchas transfusiones de sangre. Pero tengo un grupo sanguíneo un poco raro: E negativo. Por lo cual no encontrábamos donantes. Pasé una semana en coma mientras encontrábamos donantes de mi grupo sanguíneo. La fiebre se apoderó de mí, quedarme en el cuerpo era terriblemente doloroso. Recuerdo que salí de él y me coloqué en una esquina de la habitación, estaba flotando en la esquina, tiritando y pensando “¿quién es ese chiquillo, por qué está tan triste, por qué llora? Parece que no puede abrir los ojos”. Me acerqué, me estiré a su lado y sentí el dolor. Cuanto más me acercaba al chiquillo, más dolor sentía. Por lo tanto me retiraba a la esquina de la habitación. De pronto me rodearon unos seres, unos ángeles, les llamo ángeles porque eran luminosos. Les pregunté “¿quiénes sóis?” Me dijeron “somos tus padres auténticos”; “¿y quién es ese chiquillo?”, pregunté. “Eres tú, pero no siempre has sido tú…”
(Lo que continúa es fantásticamente revelador: a ese niño que fue el doctor
Villoldo los Seres de Luz le fueron mostrando quién había sido en sus anteriores vidas. Cuando él dijo que no quería regresar a su cuerpo, le dijeron que podía quedarse, si ese era su deseo, pero que se perdería la oportunidad de seguir aprendiendo “¿sabes cuántas almas, ‐le dijeron‐están esperando la oportunidad de tener un cuerpo pequeño como el tuyo?”.)
Creo que lo siguiente lo dice el doctor Brian Weis: “Cuando te mueres experimentas un repaso de tu vida; revisas todos los sucesos
de tu vida que tienen una carga emocional positiva o negativa. Ves a todas las personas a quienes has tratado mal, a todos los que has ayudado, a quienes has amado. Además, no se concentra sólo en esta vida, sino en todas las vidas que has vivido. Revisas todas las cosas, y todas las personas que has sido y en ese momento tienes la oportunidad de liberar karma de todas esas vidas; el problema es que en Occidente no sabemos morir concientemente. Por lo tanto no aprovechamos esta oportunidad, este momento de despertar para liberar todos los impulsos de esas historias y llevárnoslos a nuestra nueva encarnación, a nuestra nueva vida”.
John Holland, autor de “Las Fuerzas del Alma”: “Cuando abandonamos el mundo espiritual unos se despiden de nosotros
mientras que aquí nos saludan. Cuando llega la hora de partir la gente de aquí nos llora mientras que los del otro lado celebran nuestra llegada y dicen “bienvenido a Casa”.
Renate Dollinger, Brian Weis, Gregg Braden, Neale Donald Walsch, Stanilas
Groff, John Holland, Robert Thurman…, nos cuentan sus impactantes experiencias en este documental que debería ser un estudio de la Vida después de esta vida.
65
Otros testimonios inesperados:
El Ángel de la Guarda En la mañana del 2 de febrero volvía yo de Buenos Aires en uno de esos vehículos
de modalidad compartida, los que te llevan de puerta a puerta. Me tocó ubicarme en la última fila de asientos; a mi lado se sentó una señora con la entablamos una conversación, al principio, de rutina. Hasta que en un momento ella me dice “a mí me suceden cosas muy interesantes”. “¿Cómo cuales”, le pregunté sin ningún reparo. Y ella respondió “yo hasta hace un tiempo usaba anteojos para mirar de lejos; un día estaba esperando un micro y ni con los anteojos podía ver el número de los micros que se acercaban para ver cuál era el que yo debía tomar, entonces pensé: Ay, Dios, qué mal tengo la vista. Me quité los anteojos y empecé a parpadear, miré y no sabe: veía los números de los micros ¡sin tener los anteojos puestos!” Le dije a la señora lo mucho que me alegraba, pero internamente me sentí decepcionada: recordé que alguien me había contado que cuando se llega a cierta edad le puede suceder a una persona con problemas en su visión que la misma mejore de un modo natural.
Seguimos conversando y de pronto la señora me dice que cuando ella era una niña de 7 años había visto a su ángel de la guarda. “Cómo”, exclamé, esperando su respuesta con toda mi atención. “Me pasó cuando vivíamos con mis padres en la ciudad de Necochea, a la vuelta del dispensario donde vacunaban a los niños”. Al instante me ubiqué mentalmente en aquel lugar que tan bien conocía. El siguiente fue su relato de aquella experiencia:
“Una tarde mi mamá nos dejó a mi hermanita y a mí solas mientras iba a llevarle
un remedio a mi papá, que tenía el negocio a una cuadra de nuestra casa. En cuanto ella salió, (ahí me detalla como era la habitación donde estaban) aparece de repente en una de las puertas un ser totalmente blanco; vestido con una túnica blanca que se tomó de la parte superior del marco de la puerta y comenzó a balancearse. Yo le pregunté quién era, pero él no me respondió. Entonces puse un banco contra una pared, la senté a mi hermanita, le dije que se quedara quietita y corrí a casa de nuestra vecina a quien le conté que en mi casa había un ser totalmente blanco que no me hablaba. La vecina corrió, revisó todo; llegó mi mamá y las dos miraron hasta debajo de las camas, pero no encontraron nada.
Pasado el tiempo nos vinimos a vivir a Mar del Plata, a la zona del puerto. Yo empecé a asistir a una parroquia donde había un sacerdote que era muy especial: era tan bueno que yo le decía que él le hacía honor a su nombre: se llamaba Jesús Molina. Para ese entonces yo ya tenía 14 años, y él siempre me observaba. Hasta que un día me preguntó si cuando yo era niña me había pasado algo. “No”, le dije. Pero después me acordé de la figura blanca, y le conté. Entonces el Padre Jesús me dijo que ese Ser era mi ángel”.
66
“Y sigue siéndolo”, pensé. Pero no se lo dije. Supongo que ella lo sabe, y que la
sigue acompañando.
Testimonio de Ana Ruzieska
Ana y mi hija son amigas desde hace más de 20 años, además de su amistad a las dos las une su amor por la música, ambas son cantantes líricas. Al ser ellas tan amigas yo fui siguiendo, en algunos aspectos, la vida de Ana. Sabía que su mamá tenía un negocio en el barrio La Florida, y que para atenderlo se levantaba todos los días de madrugada. Un día, esta mujer tan luchadora, enfermó de repente y falleció. De esto hace ya 18 años; en ese entonces no estaba en mi mente escribir un libro sobre la Vida después de la vida, pero sí me sentía muy atraída por el contacto con los seres que han partido. Por comentarios de mi hija supe que Ana tuvo manifestaciones de la amorosa presencia de su mamá; pasados los años, y cuando ya comenzaba a investigar para este libro varias veces quise ver a Ana cuando venía desde Perú, país donde fijó su residencia, a pasar sus vacaciones. Por distintos motivos no se dio que pudiéramos encontrarnos, por lo cual, cada tanto le enviaba algún mensaje recordándole mi interés en tener su testimonio. Y fue el día 8 de marzo de este año que vi una foto que Ana había publicado en Facebook de su mamá, a quien yo no había conocido: era una hermosa mujer. Le escribí a Ana diciéndole que aún no había cerrado el libro, si quería contarme alguna experiencia de las muchas que había tenido con ella.
Comparto su respuesta: “Hola, Celia querida… Gracias por siempre convidarme para participar en tu libro… Mira, las experiencias
con mi mamá siempre han sido nutritivas y frecuentes. Lo último que me pasó, luego de preguntarme tantas veces si ella estaría aún cerca de mí, fue un sueño muy bello:
Estaba con mis primos y unos amigos acá en Cuzco, y estábamos por recibir instrucciones para hacer canotaje en el río…, de repente el instructor, que en la vida real es mi amigo, nos estaba indicando cómo remar en el río y la veo a mi madre de perfil, que estaba reunida con nosotros. Mi algarabía, mi emoción era tan grande que grité: ¡¡¡Mamá, estás acá!!! ¿Qué hacés aquí? ¡Qué felicidad! Y ella se daba vuelta y me decía: “Ves, tú que estás pensado que yo ya no estoy contigo y no comparto nada contigo, aquí estoy”.
Yo corría y la abrazaba con tanto amor; ella estaba muy joven, casi no tenía canas en el pelo, se veía joven, linda. Yo en el sueño estaba consciente de que había algo extraño porque ella no conocía a mis amigos de acá que aparecían en el sueño, porque el sueño transcurría en el Cuzco. Este sueño fue hace muy poquito, fue justo la noche en que falleció un tío mío. Lo tomé como una buena señal.
Querida Celia, como alguna vez yo entendí, la gente que se ama jamás se separa, ni la muerte ni nada en el Universo puede separarte.
Te quiero, te mando besos y cariños. Gracias por estar siempre. Ana.
67
Relaciono este sueño de Ana con su mamá con el que tuve yo con mi madre cuando apareció a anunciarme que me iba a jubilar. También ella se veía joven, linda; recuerdo su voz tan dulce resonando mentalmente en mi cabeza. Y no encuentro palabras más bellas para aunar estas dos experiencias que las dichas por Kalil Gibrán en su libro “El Jardín del Profeta”, página 22:
“El espacio que hay entre vosotros y vuestro vecino indiferente es sin duda mayor
que el que hay entre vosotros y vuestro ser querido, que mora más allá de siete tierras y siete mares”.
68
La ilustración de este libro
Conocí a Susana Carrera en el mes de noviembre del año 2000: ambas veníamos viajando desde Buenos Aires. Yo volvía de visitar a mi amiga Memi Varrone, en cuyo poder había dejado una copia de “Señales de Dios”, el libro que en ese entonces estaba por publicar, para que lo supervisara. Debido a que el micro sufrió un desperfecto se detuvo a un costado de la ruta; eso y el que Susana se hubiera sentido atraída por el título de un libro que yo venía leyendo, “La Tierra Como Escuela”, hizo que nos fuera fácil entablar diálogo e iniciar, a partir de ahí, una amistad de mutuo crecimiento. Desde entonces Susana es la ilustradora de mis libros, incluido el que había motivado aquel viaje.
Cuando la escritura de este libro estaba ya llegando a su fin, Susana me preguntó cuál sería su título, “Yo Estuve en el Cielo” dije, y es así por la experiencia que tuvo Laura de haber estado en el Cielo cuando sufrió el accidente donde perdió a su familia. “Yo también estuve en el Cielo, Celia”, exclamó ella. “¿Te acordás de que algo te conté”? Sí, en alguna ocasión algo me contó sobre una experiencia que había dado motivo a la pintura de un cuadro. Entonces le pedí que me relatara aquel suceso, mientras ella hablaba y su voz iba quedando grabada yo no salía de mi asombro: ciertas partes de su relato coincidían con el testimonio de Dannion Brinkley en el documental “El Último Viaje”, del cual ella nada sabía. Susana estaba convencida de que toda esa maravilla de colores que vibraban con vida propia El Señor se la había mostrado debido a que ella es pintora.
Cuándo y cómo fue esa experiencia tuya, Susy? Fueron dos experiencias muy marcadas; que te las podría calificar como visiones
del Cielo, la primera la tuve el Jueves Santo del año 1998. Tengo por costumbre dormirme en estado de oración y aquella noche, estando entre dormida y despierta comencé a tener como una especie de sueño donde me di cuenta de que empezaba a ascender con una sensación de libertad y liviandad que es algo inexplicable. Esa libertad de sentir que uno puede volar, que uno se puede desplazar a lugares que nunca hubiera imaginado. De repente me encontré desplazándome hacia un lugar que estaba sostenido entre nubes como si fuesen grandes pompas de algodón, y sobre esas pompas una especie de glorieta con columnas de estilo dórico. Dentro de ese lugar había gente vestida con túnicas blancas, muy luminosas; gente cuyos rostros no conocía, pero que al mirarlas sentí la añoranza de no verlas desde hacía mucho tiempo. Sentí que nos comunicábamos a través del pensamiento: yo sabía que ellos me estaban esperando y que la alegría que tenían era la misma alegría que yo estaba compartiendo en ese momento de verlos. Entonces me hacen como reverencia de agasajo, de añoranza; me sentí envuelta de mucha fuerza, mucho amor de gente que realmente amaba; gente que era parte de mi vida, de mi historia, de mi Ser. Uno de ellos, que fue con el que mayor contacto tuve desde el momento en que entré a ese lugar, estaba parado sobre una de las ventanas formadas por las columnas. Desde la parte superior de esas columnas, entre las espirales de cada costado colgaban cortinas que eran sostenidas por hojas de alabastro. Las cortinas aparecían, volaban y nos envolvían. El Ser me indicó mirar a través de una de las ventanas y vi el espacio que era como un infinito lleno de luz. Más abajo había como si
69
fuese un prado, en realidad no de piso, no de tierra, no de pastos sino que era producido por los mismos colores; las plantas eran vibración de colores que emanaban aromas, pero no con formas, no formas determinadas sino que era la vibración de los mismos colores. Entonces yo estaba poco menos que azorada por esta situación de añoranza y de alegría y de tratar de comprender en ese mismo instante lo que me estaba sucediendo.
Y la segunda, en la que recibiste la visión de la estrella, ¿cuándo fue? El Viernes Santo de 1999. Al irme a dormir, después de decir mis oraciones entré
en un estado de ensoñación, me vi arriba de una colina, totalmente desnuda: estaba sentadita y veía como pequeñas luces alborotadas a mi alrededor que venían y traían de esos mismos tules que yo luego me di cuenta que eran los tules de los que estaban hechas las cortinas que había visto en la otra experiencia: telas muy transparentes como de seda fresca, aromática. A las lucecitas yo las identificaba como querubines porque mi pensamiento fue “uy, aquí están los querubines”. Revoloteaban a mi alrededor y me pegaban sobre el cuerpo pequeñas telas que terminaban formando un vestido. Entonces yo preguntaba qué estaban haciendo, y la respuesta fue que me estaban vistiendo para la boda. Esa fue la respuesta. Entonces yo me quedaba aún más sorprendida, qué boda, pensaba yo. “¿Qué es esto?”: una de las lucecitas se deslizó hasta quedar frente a mi rostro, y escuché en mi mente que me preguntaba si yo extrañaba, y si quería ver dónde estaba mi casa. Entonces guíó mi mirada hacia un lugar donde vi una estrella, al momento sentí toda una mezcla de angustia, añoranza, alegría, tristeza. Y ahí la luz me dijo “esa estrella es tu hogar”. Fue hermosísimo porque era una estrella que iluminaba para mí, específicamente. Cuando bajé la mirada de la luz que se refractaba de la estrella vi las mismas praderas entre las montañas que se me habían presentado en la experiencia anterior; vi de nuevo ese jardín. Es decir, primero empecé a sentir el aroma y luego lo vi: el jardín era una suerte de aletear de mariposas todas juntitas. Yo veía la vibración de los colores y me daba cuenta de que tenían vida; era una energía viva moviéndose y desprendiendo un aroma impresionante que me envolvía.
¿Con qué aroma lo compararías? No hay fragancia, Celia, no hay fragancia que represente esos aromas porque son
aromas muy impregnantes que te envuelven en una infinita quietud, en una infinita paz. Por lo que me vas contando hubo diferencias entre los contactos, porque sin dudas lo tuyo fue un contacto con el Cielo. Sí, la visión es diferente, en la primera yo veía todo desde una ventana de la que
colgaban esas cortinas. En la segunda estuve sentada en una montaña, en un lugar totalmente libre; en ese momento las telas estaban adheridas a mi cuerpo, eran las que me vestían, todas esas telas en color rosa clarito, celeste, plateado. Colores muy sutiles, muy transparentes, frescos, porque era como que cada tela también tenía el aroma de las flores. Pero también tenían vida propia porque yo sentía no sólo la frescura, sentía que me acariciaban. O sea, era como una cosa muy envolvente que te daba una paz y un gozo en el alma que no lo podés describir. Tienen vida, aroma, es como su manera de comunicarse con nosotros.
70
(Ahora Susana me muestra el cuadro que ilustrará la tapa de este libro.) Su, esas telas que formaron tu vestido, no les diste el color que te fue mostrado. A pesar de las visiones que recibo, las cuales es imposible volcar a la tela en toda
su pureza, cuando voy a comenzar un cuadro me pongo en oración, lo hago como un ritual en el que le pido al Señor que me guíe. El impulso que recibí cuando iba a pintar éste fue el de volcar mi estado anímico de aquel momento, cuando estaba sentada en esa montaña, que fue el de sentirme a oscuras, ciega en el borde de un precipicio. Por ello elegí el negro y el blanco, y las flores con los colores vibrantes.
¿A pesar de todo lo bonito que se te era mostrado, tu sentir era ése? Sí, pero después en oposición de ello surgió la luz, la luz de la estrella que me fue
mostrada como mi hogar. Es lo que me sucedió con este cuadro. Ha de llegar el tiempo, a medida que vayamos evolucionando como raza, en que
los fenómenos de la otra Vida nos serán tan familiares como los sucesos de esta vida. Eso se está dando de un modo acelerado en virtud de los testimonios de seres que son los faros de luz que nos van guiando, como la doctora Elizabeth Kubler Ross. En su libro “La Rueda de la Vida” esta titánica mujer, que tanto trabajó para bien de la humanidad, nos brinda impactantes testimonios de la Vida en lo que llamamos “el más allá”. En la página 259 cuanta el caso de un niño que había pasado por la experiencia de la muerte clínica, y que para explicarle a su madre cómo ésta había sido dibujó primero un castillo de vivos colores y dijo que ahí vivía Dios; dibujó luego una estrella brillante y contó que la estrella le había dicho “bienvenido a Casa”.
71
PALABRAS FINALES
Después del testimonio de Susana pensé que este libro ya debía dejarme, y que no podía haber una despedida más apropiada que la frase de bienvenida de la estrella para ese niño que vivió la experiencia del regreso al Hogar, y que volvió para contarlo. Sin embargo, en lo profundo de mí sentía que había algo más para decir. Por ello, varias veces traté de escribir un epílogo: “es lo que falta”, me decía. Cada vez que lo intentaba podía escribir sólo algunas frases, tan sólo eso. Nada más que unas pocas palabras y ahí me quedaba, acuciada por ese sentimiento de que faltaba algo; un testimonio final. Pero, si yo no lograba escribirlo, ¿cómo lo plasmaría? Lo que menos me hubiese imaginado era que ese epílogo que pedía insertarse en el libro ya había sido escrito.
En una reunión que tuve con Alicia Gilardi (fue con sus canalizaciones que hace unos años escribí Camino hacia el Ser Interno), me contó que había recibido una comunicación de su mamá, quien partió de este plano en enero de este año. “Mirá el mensaje, ‐me dijo‐, lo puse en mi blog”. Cuando lo leí, comprendí que ese era mi epílogo, el que yo no estaba pudiendo escribir, el que, como se verá, ya había sido escrito.
El mensaje siguiente es el transmitido a Alicia por su madre, quien hizo su
ascensión el 31 de enero del 2012. Al conocerlo fue que yo sentí que esas eran las palabras que darían fin a mi libro.
“Hay dos campos magnéticos muy cerca del lugar en donde estoy; voy viendo
luces de todos colores y el amor es la rutina. El dolor no existe. La fuerza del cambio no es la mente: es la unidad. Voy viendo todo desde un lugar alto, como una gran montaña, pero no hay nada, sólo flores y una gran arboleda con el manto de la unidad de todos los que vienen aquí. Veo el tiempo pasado en la Tierra como algo muy sutil, corto y sin ninguna dolencia. Sólo el mental hace largos procesos. Por eso la vida cambia cada momento en dónde el mental ya no está presente.
“Cuando el sentir comienza a producir fuerzas, nada es más liberador. Ya no
conecto con nada que me haga dar dolor. El emocional ya no está. La mente arrastra al ser a los rumbos de desarmonía.
“El amor, la vida, son parte de cuanto se logra para unir todo al todo. Los caballos
son alados; los burros, los perros y los gatos son animales, pero ya con estado de ciencia sutil.
“Me siento maravillada. Nada me hace vibrar en el contexto de todo lo aprendido. “Voy rumbo al más alto grado de apertura. Una noche te vi a ti sólo con la
propuesta de unir tu vida al camino de todo lo que se va aprendiendo. Y sentí que al final tú me decías que los mensajes del mental ya no te servían. Ahora te cuento entre los
72
seres que van dando energía al cambio. El sentir es más liviano. No dejes de amar tu vida y tu proceso. Los espacios mentales no son verdaderos: son espejismos.
“Por eso no creo que sea importante dar tanta fuerza a todo lo que se ve y sí dar
más energía a lo que no se ve. “Me voy feliz del cambio de propuestas. Soy un ser nuevo y todo lo vivido es parte
de todo lo que soy ahora. No hay nada más para decir. Mis hijos de la vida son fuertes, Carlos, especialmente. Y tú tienes la profunda entrega del que va a procesar la información de todos. Date más tiempo para ti. No hagas nada; sólo contempla.
“No hay nada más positivo que el umbral que se recorre cuando se va del plano.
Allí está todo, pero aún no veo a nadie de mi familia de la tierra. He preguntado por ellos, pero algunos están dentro de un camino nuevo y otros están todavía presenciando el universo. Por eso no están aquí. Pero en cuanto yo siga mi camino, los veré, y seré fuerte para saber que nada fue más importante que elegir el camino que elegí. Esto es parte de cuanto ya está en el plan de cada uno.
“Unir fuerza y energía al cambio es para todos igual. No sé cómo dar fuerzas a
todo, pero sé cómo generar el cambio. Si alguna vez negué el pasaje por la vida, hoy estoy convencida de que a cada uno le toca lo que tiene que aprender, y eso es encontrar la posibilidad de encarnar para unirse al camino de la entrega en el cambio de la unidad. Todos son parte del mismo circuito y tú vas dentro de él, cambiando y no dudando de la verdad de cada uno.
“¿Sientes mi luz y mi oración? Siempre que hay alguien pensando en mi no logro
verlo, pero sí lo entrego al camino nuevo y eso da fuerzas para seguir la ruta. “Mientras estéis encarnados sólo veréis una parte del circuito. Aquí se ve todo y es
magnífico. Sólo puedo decir: crean en la vida de este circuito y no pongan todo en la mente; dejen fluir el sentir para la nueva energía. Voy por más aprendizajes. En este lugar no se para de aprender, pero ya sin dolor, sin negación y con más altas frecuencias.
¿Mamá, entonces por qué estuviste tanto tiempo en la Tierra y deteriorando tu
cuerpo? “No era un aprendizaje sólo para mí; era para saber que cuando el cuerpo se
debilita, el centro de la energía creadora está más fuerte, y si bien no se asume la fuerza del cambio, sutilizando el cuerpo se hace más fácil el abordaje a este plano.
Y cuando yo veía a mi hermano en un túnel todo vestido de blanco y yo me
acercaba y lo abrazaba, ¿tú estabas presente? “No, yo uní el camino de ambos para que se sintieran fuertes en el proceso de
entrega a una nueva energía, siendo tú y él solos los que quedan en el plano mental.
73
¿Te acuerdas de los nombres de todos, mamá? “Sí, en parte el nombre es algo que queda grabado en la energía y eso es lo que
puedo dilucidar con la misma generalidad de los procesos a cumplir. Veo tu energía, Alicia, con la fuerza del mental ya unida a tu esencia. Por eso no dejes de rezar por mi cambio. Es allí en dónde tú también te fortalecerás y serás fiel a ti misma.
“La felicidad está en el centro de la energía creadora, en el centro de cada uno y
en la virtualidad de cada uno de los procesos de cambio. Vayan vibrando en todas las etapas. Todo lo que leí en la Tierra me dio pautas de que siempre estuve buscando esto, el magneto y la gran propuesta de cambio. Pero sólo encontré una parte. Ahora las partes completan el ciclo de amor a todo lo creado.
“Voy a dejarte ya. Esto fue para todo el cambio y la apertura. Mental no, amor sí;
verdad a todo lo que se genera dentro del plan. “Sólo digo amor a la Vida y verdad al Ser.
Mamá”
74
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
A Través del Tiempo. Dr. Brian Weiss. Javier Vergara Editor S. A. Tacuarí 202 P 8∙ Buenos Aires. Argentina.
Hablando con el Cielo. James Van Praagh. Editorial Atlántida S. A. Azopardo 539
Buenos Aires, Argentina. Ida y Vuelta al Otro Lado. Sylvia Browne. Editorial Atlántida S.A. El Águila y la Rosa. Rose Mary Altea. Ediciones B, S. A. Barcelona, España El Poder del Espíritu. Rose Mary Altea. Ediciones B, S. A. Barcelona, España. El Orgullo del Espíritu. Rose Mary Altea. Ediciones B, S. A. Barcelona, España. El Águila y la Rosa Levantan El Vuelo. Rose Mary Altea. Ediciones B, S. A.
Barcelona, España. La Ciencia Oculta en Bosquejo. Rudolf Steiner. Epidauro Editora. Buenos Aires. La Existencia Después de la Muerte. D. Scott Rogo. Editorial Sudamericana. Buenos
Aires. La Rueda de la Vida. Elisabeth Kübler‐ Ross. Ediciones B, S. A. Barcelona, España. Médicos del Cielo Médicos de la Tierra. Maguy Lebrun. Javier Vergara Editor.
Buenos Aires. Paz al Fin. Experiencias de John Lennon Después de Su Muerte, Reveladas a través
de Jason Leen. Errepar S. A. Avda. san Juan 960 Buenos Aires. Reencarnación. Sally Barbosa. Bienes Lacónica S.A. Caracas, Venezuela. Vida después de la Vida. Dr. Raymond Moody. Editorial EDAF S. A, Madrid, España.
75
76
top related