un niÑo de la...
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UN NIÑO DE LA INDEPENDENCIAMaría del Pilar López Arismendy
Mucho se han concentrado los historiadores y profesores en contar las gestas
de los virtuosos hombres, las grandes batallas y las espectaculares proezas.
Sin embargo, pocos le han prestado atención a lo que sucedía en los hogares y
en las escuelas, a que esos grandes hombres alguna vez fueron niños y a que
su heroísmo se inició en el zaguán de la casa, en el patio de un colegio o en los
corredores de sus pequeñas ciudades.
Ésta es la historia de José Manuel, un niño que nació en la navidad de 1800.
Su familia pertenecía a la clase criolla ilustrada que se vinculó a la causa de
la Independencia y que defendía los ideales de Antonio Nariño. Su niñez y
primera juventud transcurrieron en los agitados años de la Independencia y
la Reconquista española. Vivía en Santafé, ahora Bogotá, una ciudad con no
más de 40,000 habitantes cuyas calles y cuadras eran tan pequeñas que se
podían recorrer completas en un solo día. Las casas eran grandes, con balcones
macizos y patios empedrados donde solían permanecer los niños.
Aunque no era la primera vez que lo escuchaba, José Manuel volvía a asustarse
con el relato de Careperro, un perro sin cabeza que la gente creía que era el
demonio. Su nodriza Josefina, una esclava grande y cariñosa que le pertenecía a su
padre, le contaba éstas y otras historias de brujas, mohanes, duendes o aparecidos
como la patasola o la mula herrada, en la que cabalgaba el demonio en la oscuridad
de las noches y cuyos cascos resonaban contra el piso para estremecer de miedo
a las mujeres en sus cuartos. Pero José Manuel sabía que Pepa, como llamaba
tiernamente a su nodriza, no quería asustarlo sino entretenerlo.
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Por eso ese día, como otros tantos, se emocionaba en el solar de su casa,
con los cuentos que narraba la criada y esperaba con ansias las anécdotas
curiosas de Pedro Urdemalas, un personaje folclórico de la literatura española
creado hacia el siglo XII. Aunque ya había sido usado por varios autores
del Siglo de oro español, sobre todo por Antonio de Nebrija en el siglo XV y
por Miguel de Cervantes Saavedra en el XVI a propósito de repertorios de
dichos populares y refranes, o para destacar las travesuras y picardías de
los hombres, Pepa y su madre intentaban enseñarle a José Manuel a no ser
como Pedro. Sin embargo, a veces terminaba siéndolo involuntariamente.
José Manuel nació cuando apenas comenzaba el siglo XIX. Era uno de los
pocos niños de su época que tenía el privilegio de asistir a un colegio. En
ese entonces, pocas personas sabían leer y escribir y las instrucciones que
recibían se las brindaban los padres o personas particulares en las casas,
mas no en las escuelas. Su colegio, como todos los de la época, pertenecía
a una comunidad religiosa, fuera jesuita, benedictina o agustina, que,
además de alfabetizarlo, le enseñaba la doctrina cristiana, los principios de la
aritmética y algunas lecciones de historia y geografía.
Para ir a la escuela, José Manuel incluía en la maleta la Gramática griega,
el Nebrija, las Platiquillas, el Masústegui y el Arte explicado —que eran las
cartillas con las que sus profesores le enseñaban—, un tintero, papel y pluma,
pero también un tacón para jugar la golosa, unas bolas, un trompo y alguna
ensaladilla o caricatura de alguno de sus compañeros o profesores. Pero
estos juguetes tenía que esconderlos con sumo cuidado. Algunas veces debía
llevarlos en los bolsillos de la chaqueta o de los pantalones, en el capote,
en los forros del sombrero o entre el escapulario, porque si los directores los
encontraban, podían reprenderlo. Eso fue lo que le ocurrió a David, un amigo
suyo que intentó evitar el castigo por llevar juguetes al colegio comiéndose un
triquitraque con pólvora —a riesgo de que explotara—: un conserje lo pilló en
el acto y lo amonestó con la férula, una tabla pequeña, redonda y con unos
huecos o nudos con la que los maestros castigaban a sus alumnos.
Mientras esperaba la llegada del maestro, José Manuel se reunía con sus
compañeros en el zaguán del colegio: allí jugaban a los dados o al naipe,
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al tute o al pasediez, en el que perdía el jugador cuyos dados pasaban
de los 10 puntos; al pite, la rayuela o el hoyuelo, un juego en el que se
insertan monedas o bolitas en un hoyo pequeño en la tierra tirándolas desde
determinada distancia. Aunque eran más las pérdidas que las ganancias que
le dejaban estos juegos, siempre le emocionaba apostar, pues albergaba la
esperanza de tener algún real de más para gastos imprevistos.
Pero a José Manuel los días de colegio que más le gustaban eran los jueves,
porque sólo había una hora de estudio y otra de clase y el resto del día estaba
por fuera. ¡Al río!, era el mandato general de sus compañeros. José Manuel
siempre recordaba con alegría la primera vez que se pudo sostener sobre el
agua nadando como un perro y flotando con la corriente. Por eso los días que
transcurrían en el colegio sin poder ir al río se le hacían eternos.
Cuando no estaba estudiando también se divertía recorriendo los caminos
cubiertos de malezas, en donde provocaba a los sapos y les tiraba piedras;
en la zanja en donde pescaba guapuchas, unos pescados pequeños de
color plateado con tonos pardos y rojizos, que eran comunes en el altiplano
cundiboyacense y que, al igual que el maíz y la quinua, eran parte de la
dieta de los muiscas; en los sauces donde avistaba los nidos, o en el llano,
montado en un ternero. Por ejemplo, uno de sus juegos favoritos era ponerse
en fuga cuando los abejones lo perseguían tras hurgar la colmena para
extraer la miel.
José Manuel tenía bastante agilidad y una cabeza suficientemente fuerte
como para trepar por los cercados, los altos murallones y los campanarios
arruinados sin desvanecerse nunca. Igual, le encantaba hacer maromas en
los columpios y en la cuerda tesa. Una vez logró saltar de un alto balcón a la
calle y en más de una ocasión se arrojó de cabeza en los pozos profundos.
También asustaba a los pajarillos que construían sus nidos en los árboles del
huerto de su casa y los sacaba volando.
Algunas veces, por sus actitudes traviesas y pícaras, José Manuel se
asemejaba a los “chinos” o niños huérfanos, mendigos en la calle, quienes
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buenamente se destacaban por sus movimientos inquietos, sus palabras
atrevidas y sus dichos célebres; también conocía todas las ensaladillas,
retenía todos los versos, silbaba toda la música que oía y no se perdía un
epigrama ni un cuento popular.
José Manuel se deleitaba creando ruidos extraños con su tamboril,
cabalgando raudo y veloz en un caballo de palo, que venía forrado en los
más diversos paños y podía llegar a costar un real. Con él jugaba a las
carreras o a ser un torero como aquellos que veía en las fiestas cotidianas
de su ciudad.
Pero, sin duda, su juguete preferido era una cometa hecha y derecha que
él mismo había construido. Y no era la primera: ya antes había creado una
versión miniatura con un papel a la medida de su mano, con un armazón
a base de cera y con una cola y una cuerda hechas de una tira de trapo y
de un hilo. Pero su última cometa era mucho mejor. Tres cañizos, secos,
poco nudosos y bien rectos, sacados de una casa que un vecino estaba
construyendo, fueron su armazón. La cuerda se la llevó de una casa donde
la usaban para colgar la ropa y asolear la carne fresca. El papel lo consiguió
raptándole a un tío suyo todo un número de un periódico al cual era aficionado
y que coleccionaba con especial aprecio. De otra parte, el trapo lo adquirió
haciendo un trueque con un negro aprendiz de sastre: José Manuel le daría
durante una semana el pan de su chocolate y éste lo dejaría entrar al taller
donde trabajaba para recoger los retazos de diversos colores con los que
luego armaría la cola. El resultado fue que su cometa volaba como ninguna
otra: José Manuel era feliz correteándola los domingos al lado de sus
hermanos y amigos, evitando que se enredara entre los tejados y los cerezos.
Había otros días en que José Manuel era más tranquilo y apacible, sobre
todo cuando se celebraban las fiestas religiosas: el Corpus Christi, la fiesta
de San Juan, San Pedro, los Reyes, la Semana Santa, la fiesta de la Cruz, la
Nochebuena y la pascua de Navidad. En estos días se dedicaba a rezar con
sus padres y a hacer novenarios, pero también a disfrutar de las comparsas
con sus sainetes y matachines y de los cantos y bailes al son de tiples y
bandolas. Así mismo, comía colaciones, dulces de panela,
cuajadas y otros bizcochos acompañados con una
buena taza de chocolate.
Poco tiempo tuvo José Manuel para disfrutar su
niñez, pues en aquella época los niños tenían que
asumir responsabilidades de adultos a una edad
temprana. Pero sus anécdotas infantiles
alimentaron los relatos que las esclavas
nodrizas le narraron a los niños de entonces
y que los escritores de costumbres contaron
en sus cuadros.
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óSCAR SALDARRIAGA VÉLEZ
Historiador de la Universidad de Antioquia y Ph.D. en Filosofía y
Letras-Historia en la Université Catholique de Louvain-Belgique,
es Miembro fundador del Grupo Historia de la Práctica Pedagógica
en Colombia. Actualmente se desempeña como Director del
Departamento de Historia de la Universidad Javeriana-Bogotá.
RefeRencias del texto “la escuela colombiana hace 200 años, al
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Zuluaga, Olga Lucía. (1984). El maestro y el saber pedagógico en Colombia, 1821-1848. Medellín:
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MAURICIO NIETO OLARTE
Filósofo de la Universidad de los Andes, recibió los títulos de
maestría y doctorado en Historia de las Ciencias en la Universidad de
Londres. Actualmente se desempeña como Director de Posgrados de
Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.
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JORGE ORLANDO MELO GONZáLEZ
Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Nacional
de Colombia con maestría en Historia Latinoamericana de
la Universidad de Carolina del Norte, fue Profesor en las
universidades Nacional, del Valle y Duke. Entre 1994 y 2005
dirigió la Biblioteca Luis Ángel Arango.
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Nacional - Colección Biblioteca de Historia Nacional.
ANEXO
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ADELAIDA SOURDIS NáJERA
Doctora en Ciencias Jurídicas, Historiadora de la Universidad
Javeriana y Magíster en Investigación Social Interdisciplinaria de
la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, en Convenio
con el Archivo General de la Nación de Colombia.
RefeRencias del texto “histoRias de caRtagena duRante
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MARÍA DEL PILAR LóPEZ ARISMENDY
Historiadora de la Universidad Javeriana y Especialista en
Periodismo de la Universidad de los Andes en 2009. Ha
trabajado como Asistente de investigación para proyectos
relacionados con la construcción de identidad nacional desde
la literatura en el siglo XIX, al igual que con la celebración del
Bicentenario de la Independencia para empresas privadas.
RefeRencias del texto “un niño de la independencia”
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Samper, José María. (1971). Historia de un alma. Medellín: Editorial Bedout.
Varios autores. (1973). Museo de Cuadros de Costumbres, variedades y viajes (Tomo III). Bogotá:
Banco Popular.
MAY XUE OSPINA POSSE
Historiadora de la Universidad Javeriana, también trabaja como
Investigadora de la Biblioteca Nacional para el proyecto de
exposición sobre Proclamas y papeles públicos, y para la de Prensa
en la Independencia. Ha trabajado en la escritura de textos para
niños para Editorial Norma.
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MARTHA LUX MARTELO
Magíster y Doctoranda en Historia de la Universidad de los Andes,
actualmente se desempeña como editora de la revista Historia
Crítica del Departamento de Historia de la misma universidad y como
miembro del Grupo de Investigación de Historia Colonial.
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Consejería presidencial para la política social - Presidencia de la República de Colombia - Grupo
Editorial Norma.
PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ
Historiador, se desempeña como Profesor de la Universidad
Nacional de Colombia y de la Universidad Externado de Colombia.
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Bogotá: Editorial Norma.
Hamilton, John Potter. (1993). Viajes por el interior de las provincias de Colombia.
Bogotá: Biblioteca V Centenario Colcultura - Viajeros por Colombia.
RAFAEL ANTONIO DÍAZ DÍAZ
Historiador, se desempeña como Profesor titular del Departamento
de Historia y Geografía de la Universidad Javeriana, donde se
centra en Africanismo y en la investigación de la historia de las
poblaciones afrocolombianas.
RefeRencias del texto “ana maRía matamba: los caminos cRuzados
de la esclavitud y la libeRtad”
Díaz Díaz, Rafael Antonio. (2001). Esclavitud, región y ciudad. El sistema esclavista
urbano-regional en Santafé de Bogotá. Bogota: Centro Editorial Javeriano.
GERMáN RODRIGO MEJÍA PAVONY
Historiador y Profesor Titular del Departamento de Historia de la
Universidad Javeriana, recibió su Ph.D en Historia de la Universidad de
Miami y es Profesor honorario de la Universidad Nacional de Colombia.
RefeRencias del texto “el áRbol de la plaza”
Caballero, José María. (1902). La Patria Boba (Vol. 1). Bogotá: Imprenta Nacional
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Díaz Díaz, Oswaldo. (1963). Copiador de órdenes del regimiento de Milicias de
Infantería de Santafé (1810-1814). Bogotá: Revista de las Fuerzas Armadas.
Espinosa, José María. (1971). Memorias de un abanderado (Vol. 15). Bogotá:
Banco Popular - Biblioteca Banco Popular.
Groot, José Manuel. (1953). Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada (Tomo III). Bogotá: Ministerio
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Hernández de Alba, Gonzalo. (1989). Los árboles de la libertad. Ecos de Francia en la Nueva Granada.
Bogotá: Editorial Planeta.
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crisis”. En Boletín de Historia y Antigüedades, Vol. 93, (No 835), pp. 885–912.
OSCAR GUARÍN MARTÍNEZ
Historiador y Magíster en Historia de la Universidad Javeriana.
Actualmente se desempeña como Profesor Asistente del
Departamento de Historia de dicha universidad y como
Investigador en el área de Historia Social del siglo XIX.
RefeRencias del texto “el día que la pola fue salvada de moRiR”
Cordovez Moure, José María. (1973). Reminiscencias de Santafé y Bogotá.
Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura.
Garzón Martha, Álvaro. (1990, enero-junio). “Del sentido de la actitud trágica
en el teatro de la independencia (1790 -1830)”. En Revista Colombiana de
Sociología, Nueva Serie, Vol. 1, (No 1), pp. 101–115 .
Ibáñez, José María. (1952). Crónicas de Bogotá. Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana.
Roche, José Domínguez. (1987). La Pola. Bogotá: Arango Editores.
Ministerio de Educación NacionalBogotá D. C., Colombia
2009
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