antología de la literatura española e hispanoamericana

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Antología de la literatura española e hispanoamericana Proseminario: Introducción a los estudios literarios I Semestre de invierno: 2006/2007 Docentes: Prof. Dr. Harm den Boer lic. phil. Sandra Carrasco

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Page 1: Antología de la literatura española e hispanoamericana

Antología de la literatura española e hispanoamericana

Proseminario: Introducción a los estudios literarios I Semestre de invierno: 2006/2007 Docentes: Prof. Dr. Harm den Boer lic. phil. Sandra Carrasco

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Índice Tema 1. Edad de la palabra Las “jarchas” 5 Cantiga de amigo galaicoportuguesa; villancico 6 Romancero: Romance del prisionero, Romance del Conde Arnaldos. 7 Cantar de Mío Cid. 8 Gonzalo de Berceo: Milagros de Nuestra Señora, Prólogo. 12 Berceo: “El sacristán fornicario”. 17 Don Juan Manuel: El Conde Lucanor, De lo que sucedió a un deán de Santiago con don Illán, el gran maestro de Toledo. 20 Juan Ruiz: Libro de buen amor, Aquí dize cómo fué fablar con Doña Endrina el Arçipreste. 23 Libro de buen amor, De como el Arçipreste fue a provar la sierra y lo que le contescio con la serrana. 24 Libro de buen amor, Cantiga de serrana. 25 Libro de buen amor, De cómo morió Trotaconventos e de cómo el arçipreste faze su planto denostando e maldizendo la Muerte. 26 Jorge Manrique: Coplas por la muerte de su padre. 30 Fernando de Rojas: La Celestina. auto quarto. 32 La Celestina auto décimo. 35 La Celestina auto veinteno. 36 Tema 2. Edad de la palabra / Edad del Libro. Garcilaso de la Vega: sonetos V y XXIII. 38 Garcilaso: Canción V Ode ad florem Gnidi. 39 Garcilaso: Égloga tercera. 41 San Juan de la Cruz: Noche oscura del alma. 41 Santa Teresa de Jesús: Las Moradas. 42 Tema 3. Edad del Libro. Miguel de Cervantes: El ingenioso hidalgo, Don Quijote de la Mancha, cap. I. 45 Don Quijote, Segunda parte, cap. XXV. 47 Don Quijote, Segunda parte, cap. XXVI. 49 Don Quijote, Segunda parte, cap. XXVII. 52 Luís de Góngora: letrilla satírica. 55 Góngora: Inscripción para el sepulcro de Domínico Greco, Soneto. 57 Góngora: Fábula de Polifemo y Galatea. 58 Francisco de Quevedo: letrilla satírica, salmo XVII. 60 Quevedo: Amor constante más allá de la muerte. Más no ha de salir de aquí. 61 Quevedo: A una naríz. 63 Lope de Vega: Soneto. 63 Lope de Vega: “A mis soledades”. 64 Pedro Calderón de la Barca: La vida es sueño. 66 Lope de Vega: Fuente Ovejuna. 70 Tirso de Molina: El burlador de Sevilla o el Convidado de Piedra. 72

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Tema 4. La Edad de la Literatura. Benito Jerónimo Feijoo: El no sé qué. 77 Feijoo: Nuevo arte fisonómico. 81 José Cadalso: Cartas marruecas, Carta I. 82 Cadalso, carta IV [El decaimiento de los países europeos y sus causas]. 83 Cadalso: Carta V [Visión crítica de fuentes históricas sobre las conquistas territoriales de España]. 85 Mariano José de Larra: Vuelva usted mañana. 86 José Zorrilla: Don Juan Tenorio. 92 José de Espronceda: Canción del pirata. 98 Espronceda: Himno al Sol. 100 Gustavo Adolfo Bécquer: Rimas, LIII (38). 103 Bécquer, Rimas, XIII (29). 104 Clarín: El dúo de la tos. 104 Emilia Pardo Bazán: Las medias rojas. 108 Literatura Hispanoamericana Rubén Darío: Lo fatal, Nocturno. 110 Darío: ¡Torres de Dios! 111 César Vallejo: Los nueve monstruos. 111 Vallejo: Los heraldos negros, Hay golpes en la vida tan fuertes… Yo no sé. 113 Jorge Luis Borges: Las ruinas circulares. 114 Pablo Neruda: Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 118 Neruda: En la tierra. 119 Neruda: Oda al color verde. 119 Octavio Paz: Palabra. 121 Paz: Entre la piedra y la flor. 122 Paz: La mirada 123 Azorín: Una ciudad y un balcón. 124 Miguel de Unamuno: Tres novelas ejemplares y un prólogo. 127 Ramón María del Valle-Inclán: El pasajero. 131 Valle-Inclán: Luces de bohemia. 132 Antonio Machado: Por tierras de España. 134 Machado: Yo voy soñando caminos. El crimen fue en Granada. 135 Juan Ramón Jiménez: Platero y yo. Platero. 136 Jiménez: El niño tonto. 137 Juan Ramón Jiménez: “Vino primero, pura” 137 Rafael Alberti: Buster Keaton busca a su novia que es una verdadera vaca. 138 Federico García Lorca: “Empieza el llanto”. 139 García Lorca: Prendimiento de Antoñito Camborio en el camino de Sevilla. 140 García Lorca: Muerte de Antoñito Camborio. 141 García Lorca: La aurora. 142 García Lorca: Romance a la Guardia Civil Española. 142 Camilo José Cela: La Colmena. 145 Lourdes Ortiz: Los motivos de Circe. 147 Juan Goytisolo: Las virtudes del pájaro solitario. 153 Goytisolo: Las semanas del jardín, ALIF (cap. I) 153 Goytisolo: Las semanas del jardín, FA Historia trunca con final inesperado. 154 Antonio Muñoz Molina: Beatus Ille. 157

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Tema 1. Edad de la palabra Las jarchas [texto transcrito del hebreo] Muwaschaha: Yehuda Halevi (c. 1075-c.1140) Panegírico en honor de Ishaq ben Qrispin

[Texto hebreo de la muwasaja, en los dos renglones inferiores de la columna izquierda y derecha se lee la jarcha en dialecto mozárabe, con la transcripción abajo]. I.- Transliteración de caracteres árabes a grafías latinas Stern 1948, 313*: 1 gryd bš’y yrmn’lš 2 km kntnyr ‘mwm’ly 3 šn ‘lh¸byb nn bbr’yw 4 ‘dbl’ry dmnd’ry. Lapesa 1960, 59 1 Garid voš, ¡ay yermaniellaš! , 2 cóm contener-hé mio male 3 sin el h¸abib non vivreyo 4 advolarei demandare. Otras jarchas: Venid la Pascua: adivien sin elu como cande meu corazón por elu! Viene la Pascua y yo sin él perdiéndose está mi corazón por ello

*** Adamey filiolo alieno e el a mibi Ya mamma mio al-habibi bay-se e no me tornade Kered-lo de mib katare suo al-raquibi gar ke fareyo ya mamma in no mio ina lesade Amé a un hijito ajeno, y él a mí ¡Oh madre, mi amigo se va y no se vuelve! lo quiere captar (apartar) de mí su espía (guardador) Dime qué haré, madre, si mi pena no afloja. *** ¡Tant’ amare, tant’ amare, habibi, tant’amare!, enfermeron welyos gayados,

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ya duolen tan male. !Tanto amar, tanto amar, amigo mío, tanto amar!, [que] enfermaron los ojos llorosos, ya duelen mucho. Cantiga de amigo, villancico [cantiga de amigo en galaico-portugués] 1. Ondas do mar de Vigo se vistes meu amigo? E ai Deus, se verrá cedo! 2. Ondas do mar levado se vistes o meu amado? 5 E ai Deus, se verrá cedo! 3. Se vistes meu amigo? O por que eu sospiro? E ai Deus, se verrá cedo! 4. Se vistes o meu amado 10 o por que ei gran cuidado? E ai Deus, se verrá cedo! ** [villancico] Perdida traigo la color todos me dicen que lo he de amor. Viniendo de la romería encontré a mi buen amor pidiérame tres besicos 5 luego perdí mi color dicen a mí que lo he de amor: perdida traigo la color. Todos me dicen que lo he de amor. * * * No quiero ser monja, no que niña enamoradica só. * * * Soy garridilla e pierdo sazón por malmaridada; tengo marido en mi coraçón que a mí aguarda. * * * Si la noche haze escura y tan corto es el camino,

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¿cómo no venís, amigo? Romancero Triste está la reina, triste, - triste está, que no reyendo, asentada en su estrado - franjas de oro está tejiendo, las manos tiene en la obra - y el corazón comidiendo, los pechos le están con rabia - ansiosamente batiendo, 5 lágrimas de sus ojos - hilo a hilo van corriendo, palabras muy lastimeras - por su boca está diciendo. Romance del prisionero Por el mes era de mayo, - cuando hace la calor, cuando canta la calandria - y responde el ruiseñor, cuando los enamorados - van a servir al amor, sino yo, triste cuitado, - que vivo en esta prisión, 5 que ni sé cuándo es de día, - ni cuándo las noches son, sino por una avecilla - que me cantaba al albor. Matómela un ballestero - ¡Déle Dios mal galardón! Cabellos de mi cabeza - lléganme al corvejón, los cabellos de mi barba - por manteles tengo yo, 10 las uñas de las mis manos - por cuchillo tajador. Si lo hacía el buen rey, - hácelo como señor, si lo hace el carcelero, - hácelo como traidor. Mas quien agora me diese - un pájaro hablador, siquiera fuese calandria, - o tordico, o ruiseñor, 15 criado fuese entre damas - y avezado a la razón, que me lleve una embajada - a mi esposa Leonor: que me envíe una empanada, - no de trucha, ni salmón, sino de una lima sorda - y de un pico tajador: la lima para los hierros - y el pico para la torre. 20 Oído había el rey, - mandóle quitar la prisión. Romance del prisionero (versión corta) Por el mes era de mayo, - cuando hace la calor, cuando canta la calandria - y responde el ruiseñor, cuando los enamorados - van a servir al amor, sino yo, triste cuitado, - que vivo en esta prisión, 5 que ni sé cuándo es de día, - ni cuándo las noches son, sino por una avecilla - que me cantaba al albor: matómela un ballestero; - ¡déle Dios mal galardón! Romance del Conde Arnaldos ¡Quién hubiese tal ventura sobre aguas de la mar como hubo el infante Arnaldos la mannana de San Juan! Andando a buscar la caza para su halcón cebar, vio venir una galera que venía en alta mar; 5 las áncoras tiene de oro y las velas de un cendal; marinero que la guía va diciendo este cantar: —Galera, la mi galera, Dios te me guarde de mal, de los peligros del mundo, de fortunas de la mar,

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de los golfos de León y estrecho de Gibraltar, 10 de las fustas de los moros que andaban a saltear.— Allí habló el infante Arnaldos, bien oiréis lo que dirá: —Por tu vida, elmarinero, vuelve y repite el cantar. —Quien mi cantar quiere oír en mi galera ha de entrar.— Tiró la barca el navío y el infante fue a embarcar; 15 alzan velas, caen remos, comienzan a navegar; con el ruido del agua el sueño le venció ya. Pónenle los marineros los hierros de cautivar; a los golpes del martillo el infante fue a acordar. —Por tu vida, el buen marino, no me quieras hacer mal: 20 hijo soy del rey de Francia, nieto del de Portugal, siete años había, siete, que fui perdido en la mar.— Allí le habló el marinero: —Si tú me dices verdad tú eres nuestro infante Arnaldos y a ti andamos a buscar.— Alzó velas el navío y se van a su ciudad. 25 Torneos y más torneos, que el conde pareció ya. Tema 1. Edad de la palabra. Cantar de mío Cid Cantar de mío Cid (An., siglo XIII) [Principio, la salida del Cid al haber sido desterrado por el Rey] [texto en español antiguo] 1 De los sos oios tan fuertemientre llorando, tornava la cabeça i estávalos catando. Vio puertas abiertas e uços sin cañados, alcándaras vázias sin pielles e sin mantos 5 e sin falcones e sin adtores mudados. Sospiró mio Çid, ca mucho avie grandes cuidados. Fabló mio Çid bien e tan mesurado: «grado a tí, señor padre, que estás en alto! »Esto me an buelto mios enemigos malos.» 10 Allí piensan de aguijar, allí sueltan las riendas. A la exida de Bivar ovieron la corneja diestra, e entrando a Burgos oviéronla siniestra. Meçió mio Çid los ombros y engrameó la tiesta: «albricia, Álbar Fáñez, ca echados somos de tierra! 15 »Mas a grand ondra tornaremos a Castiella». [texto modernizado]

1 Con los ojos llenos de lágrimas, volvía la cabeza para contemplarlos (por última vez). Y vio las puertas abiertas y los postigos* sin candados; vacías las perchas, donde antes colgaban mantos y pieles, o 5 donde solían posar los halcones* y los azores* mudados. Suspiró el Cid, lleno de tribulación*, y al fin dijo así con gran mesura*: —¡Loado sea Dios! A esto me reduce la maldad de mis enemigos. 10 Ya aguijan*, ya sueltan la rienda. A la salida de Vivar vieron la corneja* al lado derecho del camino; entrando a Burgos, la vieron por el lado izquierdo. El

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Cid se encoge de hombros, y sacudiendo la cabeza: —Albricias, Álvar Fáñez— exclama—; nos han desterrado, pero hemos de tornar con honra a Castilla! postigo: puerta chica abierta en otra mayor, en ventanas o puertaventanas; al.: Pförtchen. halcones, halcón: al.: Falke. azores, azor: al: Habicht, Taubenfalke. tribulación: Congoja, pena, tormento o aflicción. al: Drangsal, Trübsal. mesura: moderación, sobriedad, templanza; moderar los apetitos y el uso excesivo de los sentidos. al.: Mass, Höflichkeit. aguijar: Picar con la aguija a animales para que anden aprisa. al: stacheln, aufmuntern, den Schritt beschleunigen corneja: al.:Krähe.

[texto en español antiguo] Afevos doña Ximena con sus fijas do va legando, señas dueñas las traen e aduzen las adelant. Ant'el Campeador doña Ximena finco los inojos amos, 265 lorava de los ojos, quisol besar las manos: '¡Merçed Campeador, en ora buena fuestes nado! Por malos mestureros de tierra sodes echado!' ¡Merçed, ya Çid, barba tan complida! Fem ante vos yo e vustras fijas 269b -iffantes son e de dias chica- 270 con aquestas mis dueñas de quien so yo servida. Yo lo veo que estades vos en ida e nos de vos partir nos hemos en vida: ¡Da(n)d nos consejo por amor de Santa Maria!' Enclino las manos [el de] la barba velida, 275 a las sus fijas en braço' las prendia, legolas al coraçon ca mucho las queria. Lora de los ojos, tan fuerte mientre sospira: '¡Ya doña Ximena la mi mugier tan complida, commo a la mi alma yo tanto vos queria! 280 Ya lo vedes que partir nos hemos en vida, Yo ire e vos fincaredes remanida. ¡Plega a Dios e a Santa Maria 282b que aun con mis manos case estas mis fijas, o que de ventura e algunos dias vida e vos, mugier ondrada, de mis seades servida!' [texto modernizado Pero he aquí a donna Jimeran y con ella sus hijas, cada una en brazos de una aya. Donna Jimena se 265 arrodilla ane el Campeador; no puede contener las lágrimas, quiere besarle las manos. —Campeador, Campeador, en buena hora nacisteis. ¡Hay, que os destierran las intrigas de los malvados! —Escuchadme, oh Cid de la hermosa barba. 269b Henos aquí en vuestra presencia a mí y a vuestras hijas,

270 muy ninnas y tiernas; ved allí a las dueñas que me sirven. Ya veo que estáis para partir y que hemos de separarnos de vos. Por amor de santa María, aconsejadnos lo que hemos de hacer.

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El de la hermosa barba alargó las manos, cogió a 275 sus hijas en brazos, y las acercó, amoroso, a su corazón. Lágrimas acuden a sus ojos, y al fin dijo así, tras un suspiro: —Doña Jimena, mi excelente mujer, os quiero 280 tanto como a mi alma. Ya lo veis: hemos de separarnos. Yo tengo que alejarme, y vos vais a quedaros aquí. ¡Oh, plegue a Dios y a santa María que pueda 282b casar con mis propias manos a estas mis hijas, y aún me quede vida para gozar de tanta ventura y para serviros a vos, mujer honrada!

Cantar tercero La afrenta de Corpes [En el segundo Cantar, el Cid continuó sus campañas y conquistó Valencia. Todos sus hombres ya eran muy ricos. Como símbolo de su honor, el Cid dejó crecer su barba. El éxito del Cid causó que García Ordóñez se pusiera envidioso y que los Infantes de Carrión se pusieran codiciosos. Éstos pensaron casarse con las hijas del Cid. Jimena y las hijas se reunieron con el Cid en Valencia. Hubo más batallas y al Cid le gustó que su familia pudiera verle luchar. Puesto que el Cid había ganado tanto, el Rey Alfonso perdonó al Cid y propuso el matrimonio entre sus hijas y los Infantes. Al Cid no le gustó la idea pero aceptó con tal que el Rey se tomara la responsabilidad por estos casamientos. Ya en el tercer cantar, los Infantes se han casado con las hijas del Cid y viven con sus hombres. Un día, un león que tenían se escapó de su jaula.] En Valençia sedí mio Çid con todos los sos, con elle amos sos yernos ifantes de Carrión. 2280 Yaziés' en un escaño , durmié el Campeador, mala sobrevienta sabed qu les cuntió: saliós' de la red e desatós' el león. En grant miedo se vieron por miedo de la cort; enbraçan los mantos los del Campeador, 2285 e çercan el escaño, e fincan sobre so señor. Ferrant Gonçálvez, ifant de Carrión, 2286b non vido allí dó s'alçasse, nin cámara abierta nin torre; metiós' so l'escaño, tanto ovo el pavor. Díag Gonçalvez por la puerta salió, diziendo de la boca: “¡Non veré Carriòn!” 2290 Tras una viga lagar metiós' con grant pavor; el manto e el brial todo suzio lo sacó. En esto despertó el que en buen ora naçió; vido çercado el escaño de sos buenos varones: “¿Qué's esto, mesnadas, o qué queredes vos?” 2295 —“¡Hya señor ondrado, rebata nos dió el león!” Mio Çid fincó el cobdo, en pie se levantó, el manto trae al cuello, e adelinó pora'l león; el león quando lo vío, assí envergonçó, ante mio Çid la cabeça premió e el rostro fincó. 2300 Mio Çid don Rodrigo al cuello lo tomó, e liévalo adestrando, en la red le metió. A maravilla lo han quantos que í son, e tornáronse al palaçio por la cort. Mio Çid por sos yernos demandó e no los falló; 2305 maguer los están llamando, ninguno non responde.

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quando los fallaron, assí vinieron sin color; non vidiestes tal juego commo iva por la cort; mandólo vedar mio Çid el Campeador. Muchos' tovieron por enbaídos ifantes de Carrión, 2310 fiera cosa les pesa desto que les cuntió. [texto modernizado] 112 En Valencia estaba el Cid y los que con él son; con él están sus yernos, los infantes de Carrión. Echado en un escaño*, dormía el Campeador, 2280 cuando algo inesperado de pronto sucedió: salió de la jaula y desatóse el león. Por toda la corte un gran miedo corrió; embrazan sus mantos los del Campeador y cercan el escaño protegiendo a su señor. 2285 Fernando González, infante de Carrión, no halló dónde ocultarse, escondite no vio; al fin, bajo el escaño, temblando, se metió. Diego González por la puerta salió, diciendo a grandes voces: «¡No veré Carrión!» Tras la viga* de un lagar* se metió con gran pavor; 2290 la túnica y el manto todo sucios los sacó. En esto despertó el que en buen hora nació; a sus buenos varones cercando el escaño vio: «¿Qué es esto, caballeros? ¿ Qué es lo que queréis vos?» «¡Ay, señor honrado, un susto nos dio el león». 2295 Mío Cid se ha incorporado, en pie se levantó, el manto trae al cuello, se fue para el león; el león, al ver al Cid, tanto se atemorizó que, bajando la cabeza, ante mío Cid se humilló. Mío Cid don Rodrigo del cuello lo cogió, 2300 lo lleva por la melena*, en su jaula lo metió. Maravillados están todos lo que con él son; lleno de asombro, al palacio todo el mundo se tornó. Mío Cid por sus yernos preguntó y no los halló; aunque los está llamando, ninguno le respondió. 2305 Cuando los encontraron pálidos venían los dos; del miedo de los Infantes todo el mundo se burló. Prohibió aquellas burlas mío Cid el Campeador. Quedaron avergonzados los infantes de Carrión. ¡Grandemente les pesa esto que les sucedió! 2310 2280 escaño: banco al.: Bank. 2290 viga: soporte de madera; tronco al: Balken. 2290 lagar: máquina para hacer exprimir el jugo de la uva para hacer vino. al.: Kelter. 2301 melena: cabello suelto, crin. al.: Mähne, lange Haare.

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Tema 1. Edad de la palabra. Edad Media. La palabra escrita

Monasterio de San Millán, La Rioja, España Gonzalo de Berceo (c. 1198-12?), Milagros de Nuestra Señora 1 Amigos e vasallos de Dios omnipotent, si vos me escuchásedes por vuestro consiment, querríavos contar un buen aveniment: terrédeslo en cabo por bueno verament*. 2 Yo maestro Gonzalvo de Berceo nomnado*, yendo en romería caecí* en un prado, verde e bien sencido*, de flores bien poblado, logar cobdiciaduero* pora homne cansado. 3 Daban olor sovejo* las flores bien olientes, refrescaban en homne las caras e las mientes; manaban cada canto fuentes claras corrientes, en verano bien frías, en ivierno calientes. 4 Habién y grand abondo de buenas arboledas, milgranos* e figueras, peros e mazanedas, e muchas otras fructas de diversas monedas*, mas non habié ningunas podridas ni acedas. 5 La verdura del prado, la olor de las flores, las sombras de los árbores de temprados sabores, resfrescáronme todo e perdí los sudores: podrié vevir el homne con aquellos olores. 6 Nunca trobé en sieglo logar tan deleitoso, nin sombra tan temprada ni olor tan sabroso; descargué mi ropiella por yacer más vicioso, poséme a la sombra de un árbor fermoso. 7 Yaciendo a la sombra perdí todos cuidados, odí sonos de aves, dulces e modulados: nunca udieron homnes órganos más temprados, nin que formar pudiesen sones más acordados.

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8 Unas tenién la quinta, e las otras doblaban; otras tenién el punto, errar no las dejaban; al posar e al mover, todas se esperaban, aves torpes nin roncas y non se acostaban. 9 Non serié organista nin serié vïolero, nin giga*, nin salterio* nin mano de rotero*, nin estrument nin lengua nin tan claro vocero cuyo canto valiese con esto un dinero. 10 Peroque vos disiemos todas estas bondades, non contamos la diezmas*, esto bien lo creades: que habié de noblezas tantas diversidades que no las contarien priores ni abades. 11 El prado que vos digo habié otra bondat: por calor nin por frío non perdié su beltat, siempre estaba verde en su entegredat, non perdrie la verdura por nulla tempestat. 12 Manamano que fui en tierra acostado, de todo el lacerio* fui luego folgado; oblidé toda cuita el lacerio pasado: ¡Qui allí se morase serié bienventurado! 13 Los homnes e las aves, cuantos acaecién, levaban de las flores cuantas levar querién, mas mengua* en el prado niguna non facién: por una que levaban tres e cuatro nacién. 14 Semeja esti prado egual de Paraíso, en qui Dios tan grand gracia, tan grand bendición miso; el que crió tal cosa maestro fue anviso: homne que y morase nunca perdrié el viso. 15 El fructo de los árbores era dulz e sabrido; si don Adám hobiese de tal fructo comido, de tan mala manera non serié decibido*, nin tomarién tal daño Eva ni so marido. 16 Señores e amigos, lo que dicho habemos palabra es oscura, esponerla queremos; tolgamos la corteza, al meollo entremos, prendamos lo de dentro, lo de fuera desemos. 17 Todos cuantos vevimos, que en piedes andamos, siquiere en preson* o en lecho yagamos, todos somos romeos que camino andamos, San Peidro lo diz esto, por él vos lo probamos. 18 Cuanto aquí vivimos en ajeno moramos; la ficanza durable suso la esperamos; la nuestra romería estonz* la acabamos, cuando a Paraíso las almas envïamos.

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19 En esta romería habemos un buen prado en qui trova repaire tot romeo cansado: la Virgin Glorïosa, madre del buen Criado, del cual otro ninguno egual non fue trobado. 20 Esti prado fue siempre verde en honestat, ca nunca hobo mácula la su virginidat, post partum et in partu fue virgin de verdat, ilesa, incorrupta en su entegredat. 21 Las cuatro fuentes claras que del prado manaban los cuatro evangelios, eso significaban, ca los evangelistas cuatro que los dictaban, cuando los escribién, con ella se fablaban. 22 Cuanto escribién ellos, ella lo emendaba, eso era bien firme lo que ella laudaba; parece que el riego* todo d'ella manaba cuando a menos d'ella nada non se guiaba. 23 La sombra de los árbores, buena, dulz e sanía, en qui ave repaire toda la romería, sí son las oraciones que faz Santa María, que por los pecadores ruega noche e día. 24 Cuantos que son en mundo, justos e pecadores, coronados e legos*, reis e emperadores, allí corremos todos, vasallos e señores, todos a la su sombra imos coger las flores. 25 Los árbores que facen sombra dulz e donosa son los santos miraclos que faz la Glorïosa, ca son mucho más dulces que azúcar sabrosa, la que dan al enfermo en la cuita rabiosa. 26 Las aves que organan entre esos fructales, que han las dulces voces, dicen cantos leales, estos son Agustino, Gregorio, otros tales, cuanto que escribieron los sos fechos reales. 27 Estos habién con ella amor e atenencia, en laudar los sos fechos metién toda femencia*; todos fablaban d'ella, cascuno su sentencia, pero tenién por todo todos una creencia. 28 El roseñor que canta por fin maestría, siquiere la calandria* que faz grand melodía, mucho cantó mejor el barón Isaía e los otros profetas, honrada compañía. 29 Cantaron los apóstolos muedo muy natural, confesores e mártires facien bien otro tal; las vírgines siguieron la gran Madre caudal, cantan delante d'ella canto bien festival.

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30 Por todas las eglesias, esto es cada día, cantan laudes ant ella toda la clerecía: todos li facen cort a la Virgo María; estos son roseñoles de grand lacentería*. 31 Tornemos ennas flores que componen el prado, que lo facen fermoso, apuesto e temprado; las flores son los nomnes que li da el dictado a la Virgo María, madre del buen Criado. 32 La benedicta Virgen es estrella clamada, estrella de los mares, guïona deseada, es de los marineros en las cuitas* guardada, ca cuando ésa veden es la nave guiada. 33 Es clamada, y éslo de los cielos, reina, tiemplo de Jesu Cristo, estrella matutina, señora natural, pïadosa vecina, de cuerpos e de almas salud e medicina. 34 Ella es vellocino que fue de Gedeón, en qui vino la pluvia, una grand visïón; ella es dicha fonda de David el varón con la cual confondió al gigant tan felón. 35 Ella es dicha fuent de qui todos bebemos, ella nos dio el cebo* de qui todos comemos; ella es dicha puerto a qui todos corremos, e puerta por la cual entrada atendemos. 36 Ella es dicha puerta en sí bien encerrada, pora nos es abierta pora darnos la entrada; ella es la palomba de fiel bien esmerada, en qui non cae ira, siempre está pagada. 37 Ella con grand derecho es clamada Sïón, ca es nuestra talaya, nuestra defensïón: ella es dicha trono del reï Salomón, reï de grand justicia, sabio por mirazón. 38 Non es nomne ninguno que bien derecho avenga que en alguna guisa a ella non avenga; non ha tal que raíz en ella no la tenga, nin Sancho nin Domingo, nin Sancha nin Domenga. 39 Es dicha vid, es uva, almendra, malgranada, que de granos de gracia está toda calcada, oliva, cedro, bálsamo, palma bien ajumada, piértega en que sovo la serpiente alzada. 40 El fust que Moïsés enna mano portaba que confondió los sabios que Faraón preciaba, el que abrió los mares e depués los cerraba, si non a la Gloriosa ál non significaba.

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41 Si metiéremos mientes en el otro bastón que partió la contienda que fue por Aarón, ál non significaba, como diz la lectión, si non a la Gloriosa, esto bien con razón. 42 Señores e amigos, en vano contendemos, entramos en grand pozo, fondo no'l trovaremos; más serién los sus nomnes que nos d'ella leemos que las flores del campo, del más grand que sabemos. 43 Desuso lo disiemos que eran los fructales en qui facién las aves los cantos generales los sus sanctos miraclos, grandes e principales, los cuales organamos ennas fiestas caubdales. 44 Quiero dejar con tanto las aves cantadores, las sombras e las aguas, las devantdichas flores; quiero d'estos fructales tan plenos de dulzores fer unos pocos viesos*, amigos e señores. 45 Quiero en estos árbores un ratiello sobir e de los sos miraclos algunos escribir; la Gloriosa me guíe que lo pueda complir, ca yo non me trevría en ello a venir. 46 Terrélo por miráculo que lo faz la Gloriosa si guiarme quisiere a mí en esta cosa; Madre, plena de gracia, reina poderosa, tú me guía en ello, ca eres pïadosa. verament: verdaderamente, al.: wahrhaft. nomnado: nombrado, al: genannt. caeçi, caeçer: encontrarse, concurrir, al: sich einfinden. sençido: florido, aromático, al: blumenbedeckt, duftend. sobeio: sobrado, excesivo, al: übermässig, üppig, überwältigend. hy: ahí. milgranos: granados, granado al: Granatapfelbaum. giga: instrumento músico de cuerdas, al: geigenähnliches Musikinstrument. salterio: libro canónico del Antiguo Testamento, al: Psalter. rota: arpa pequeña, rotero: el que toca la rota. laçerio: vida de trabajos, al: Mühsal, al. ant.: arebeit. mengua: acción y efecto de menguar, padecer falte de algo, pobreza deçibido, deçibir: engañar, al.: trügen, täuschen, betrügen. preson: prisión, al.: Haft, Gefangenschaft. estonz: entonces suso: arriba, en lo alto legos: laicos, al.: Laien. femençia: vehemencia, eficacia, al.: Nachdruck, Begeisterung. calandria: Pájaro e la familia de la alondra. al.: Heidelerche. lacenteria: miseria, pobreza fellon: traidor coronados: clérigos ordenados contanto: con esto cabdal: principal cuitas, cuita: trabajo, aflicción, peligro, miedo, dolor cebo: alimento, comida que se le pone al anzuelo o a otros instrumentos de pesca para atraer los animales.

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Milagro II El sacristán fornicario 1 Amigos si quisiessedes un poco esperar, Aun otro miraclo vos querria contar Que por Sancta Maria dennó Dios demostrar, De cuya lege quiso con su bocca mamar. 2 Un monge beneito fue en una mongia*, El logar non lo leo, deçir non lo sabria: Querie de corazon bien a Sancta Maria, Façie a la su statua el enclin cada día, 3 Façie a la su statua el enclin* cada dia,

Fincaba* los enoios, diçie Ave Maria: El abbat de la casa diol sacristania, Ca tenielo por cuerdo, e quito* de follia*. 4 El enemigo malo de Belçebud vicario

Que siempre fue e eslo de los buenos contrario, Tanto pudió bullir el sotil aversario, Que corrompió al monge, fizolo fornicario. 5 Príso un unso malo el locco peccador:

De noche quando era echado el prior, Issie por la eglesia fuera del dormitor, Corrie el entorpado a la mala labor. 6 Siquier a la exida, siquier a la entrada,

Delante del altar li cadie la passada: El enclin a la Ave teniela bien usada, Non seli oblidaba en ninguna vegada. 7 Corrie un rio bono çerca de la mongia,

Avialo de pasar el monge todavia: Do se vinie el de complir su follia Cadió et enfogósse fuera de la freiria. 8 Quando vino la ora de matines* cantar

Non avia sacristano que podiesse sonar: Levantaronse todos quisque de su logar, Fueron a la eglesia al fraire despertar. 9 Abrieron la eglesia commo meior sopieron,

Buscaron al clavero, trobar non lo podieron, Buscando suso* et iuso* atanto andidieron, Do iaçie enfogado alla lo enrifieron. 10 Que podrie seer esto non lo podien asmar,

Sis murió ol mataron non lo sabien iudgar, Era muy grant la basca e maior el pesar, Ca* cadie en mal preçio por esto el logar. 11 Mientre iaçie en vanno* el cuerpo en el rio,

Digamos de la alma en qual pleito se vio:

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Vinieron de diablos por ella grant gentio Por levarla al báratro* de deleit bien vaçio. 12 Mientre qe los diablos la traien com a pella,

Vidieronla los angeles, desçendieron a ella, Fiçieron los diablos luego muy grant querella, Que suya era quita, que se partiessen della. 13 Non ovieron los angeles razon de voçealla,

Ca ovo la fin mala, e asin fué sin falla, Tirar non lis podieron valient una agalla*, Ovieron a partirse tristes de la batalla. 14 Acorrioli la Gloriosa reyna general,

Ca tenien los diablos mientes a todo mal: Mandolis atender, non osaron fer al*, Moviolis pleitesia firme e muy cabdal. 15 Propuso la Gloriosa palabra colorada:

Con esta alma, foles*, diz, non avedes nada, Mientre fue en el cuerpo fe mi acomendada, Agora prendrie tuerto por yr desamparada. 16 De la otra partida recudió el voçero

Un sabidor diablo sotil e muy puntero: Madre eres de fijo alcalde derechero, Que nol plaçe la fuerça nin es end plaçentero. 17 Escripto es que el omne alli do es fallado, O en bien o en mal por ello es iudgado: Si esti tal decreto por ti fuere falssado, El pleit del Evangelio todo es descuidado. 18 Falbas, diz la Gloriosa, aguis de cosa nesçia: Non te riepto, ca eres una cativa bestia: Quando ixio de casa, de mi príso liçençcia, Del peccado que fizo yol daré penitençia. 19 Serie en fervos* fuerza non buena pareçençia; Mas apello a Xpo. a la su audiençia, De la su boca quiero oir esta sentençia. El Rey de los çielos alcalde sabidor 20 Partió esta contienda, non vidiestes meior: Mandó tornar la alma al cuerpo del Sennor, Dessent qual mereçiesse reçibrie tal onor. Estaba el convento triste e dessarrado* 21 Por esti mal exiemplo que lis era uviado*: Resusçitó el fraire que era ya passado, Espantaronse todos, ca era aguisado. Fablolis el buen omne, dissolis: companneros 22 Muerto fui e so vivo, desto seet bien çerteros, Grado a la Gloriosa que salva sos obreros,

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Que me libró de manos de los malos guerreros. Contólis por su lengua toda la ledania 23 Que diçien los diablos, e que sancta Maria, Commo lo quitó ella de su podestadia: Si por ella non fuesse, seria en negro dia. Rendieron a Dios graçias de buena voluntat, 24 A la sancta Reyna madre de piadat, Que fizo tal miraclo por su benignidat, Por qui está mas firme toda la xpiandat*. Confessose el monge e fizo penitençia, 25 Meiorose de toda su mala contenençia, Sirvió a la Gloriosa mientre ovo ponteçia, Finó quando Dios quiso sin mala repindençia, Requiescat in paçe cum divina clemençia. 26 Muchos tales mmiraclos e muchos mas granados Fizo Sancta Maria sobre sos aclamados: Non serien los millesimos por nul omne contados, Mas de los que sopieremos seed nuestros pagados. mongia: convento. enclin: inclinación, reverencia, al: Verbeugung. fincaba, fincar: hincar, al.: aufstützen, niederknien. enoios: quito: libre/exento de algo, al: frei von etw. follia: locura. suso: arriba, en lo alto. iuso: abajo. matines: primera de las horas canónicas que se reza antes de amanecer. ca: porque, pues, al.: weil, da. fervos, fer: haceros, hacer. al: otra cosa. foles, fol: locos. vanno: baño. báratro: infierno. agalla: amígdala, al.: Mandel. dessarrado, desarro: afligido, aflicción, al.: Kummer. uviado: ayudador, favorecedor, al.: vorteilhaft. contenençia: semblante, actitud, aspecto, al.: Haltung. xpiandat: cristiandad

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Tema 1. Edad de la palabra. La literatura escrita: la sintaxis narrativa

Castillo de Belmonte, donde el Infante don Juan Manuel escribiría El Conde Lucanor Don Juan Manuel (Escalona, Toledo, 1282 - Córdoba, 1348) Libro de El Conde Lucanor Ejemplo XI. De lo que sucedió a un deán de Santiago con don Illán, el gran maestro de Toledo [texto modernizado] Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio y le contaba sus asuntos de este modo: -Patronio, me vino un hombre a pedir que le ayudase en un hecho en el que necesitaba mi ayuda, y me prometió que haría por mí todo lo que redundase en mi provecho y honra. Y yo empecé a ayudar cuanto pude en 5 aquel hecho. Y antes de que se acabara el asunto, pensando que ya se había solucionado, ocurrió algo en lo que podía ayudarme, y yo le pedí que lo hiciera y se excusó. Y después sucedió otra cosa en la que podía ayudarme, y se excusó como en la otra; y así me hizo en todo lo que le pedí que hiciese por mí. Y aquel asunto por el que me pidió ayuda aún no se ha solucionado, ni se solucionará si 10 yo no quiero. Y por la confianza que tengo en vos y en vuestro entendimiento, os ruego que me aconsejéis qué haga en esto. Señor conde -dijo Patronio-, para que obréis en esto como debéis, me gustaría mucho que supierais lo que le sucedió a un deán de Santiago con don Illán, el gran maestro que vivía en Toledo. 15 Y el conde le preguntó cómo había sido aquello. Señor conde -dijo Patronio, en Santiago había un deán al que le gustaba mucho aprender las ciencias mágicas, y oyó decir que don Illán de Toledo sabía de esto más que nadie que hubiese en aquel tiempo; y por ello se fue para Toledo para aprender aquella ciencia. Y el día en que llegó a Toledo, se dirigió 20 en seguida a casa de don Illán, y lo halló que estaba leyendo en una habitación muy apartada; y en cuanto llegó, lo recibió muy bien y le dijo que no quería que le dijese por qué había venido hasta que hubiese comido. Y se preocupó mucho por él, y le hizo preparar muy buenos aposentos y todo lo que hizo falta, y le dio a entender que se alegraba mucho con su llegada.

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Y después que hubieron comido, se apartó con él y le contó la razón por la 25 que había venido hasta allí, y le rogó con mucha insistencia que le enseñase aquella ciencia que él tanto deseaba aprender. Y don Illán le dijo que él era deán y hombre de gran condición, y que podía llegar a una posición muy alta – y los hombres que tienen una buena posición, una vez que han conseguido a su gusto lo que desean, olvidan muy pronto lo que otros han hecho por ellos- y 30 él se temía que, cuando hubiese aprendido todo lo que deseaba saber, no le haría tanto bien como le prometía. Y el deán le prometió y le aseguró que, por cualquier bien que le alcanzase, nunca haría sino lo que él le mandase.Y en esta charla estuvieron desde que hubieron comido hasta que fue hora de cenar. Y cuando el trato estuvo ya arreglado, dijo don Illán al deán que aquella ciencia 35 no se podía aprender más que en un lugar muy apartado, y que esa misma noche le quería enseñar dónde iban a estar hasta que hubiese aprendido lo que él quería saber. Y le cogió de la mano y lo llevó a una habitación. Y alejándose de los demás, llamó a una muchacha de su casa y le dijo que preparase perdices para cenar esa noche, pero que no las pusiese a asar hasta que él se lo mandase. 40 Y cuando hubo dicho esto, llamó al deán; y penetraron juntos por una escalera de piedra muy bien labrada y fueron descendiendo por ella mucho rato, de modo que parecía que estaban tan bajos que pasaba el río Tajo por encima de ellos. Y cuando llegaron al final de la escalera, hallaron un alojamiento muy bueno, y había allí una habitación muy adornada donde estaban los libros y el 45 estudio donde habían de leer. Nada más sentarse, estaban fijándose en qué libros iban a comenzar, y estando ellos en esto, entraron dos hombres por la puerta y le dieron una carta que le enviaba su tío el arzobispo, por la que le hacía saber que estaba muy enfermo y que enviaba rogar que, si le quería ver vivo, se fuese en seguida con él. Al deán le apenaron mucho estas noticias; uno, 50 por la enfermedad de su tío; y lo otro, porque temió que había de dejar aquel estudio que había comenzado. Pero decidió no dejar aquel estudio tan pronto, y escribió unas cartas de respuesta y las envió a su tío el arzobispo. Al cabo de tres o cuatro días llegaron otros hombres a pie, que traían otras cartas al deán en las que le hacían saber que el arzobispo se había muerto, y 55 que estaban todos los de la iglesia en la elección y que confiaban, por la merced de Dios, que le elegirán a él, y por esta razón no se preocupase por ir a la iglesia, pues mejor sería para él que lo eligiesen estando en otra parte que no estando en la iglesia. Y al cabo de siete u ocho días, llegaron dos escuderos muy bien vestidos y muy 60 bien dispuestos, y cuando se acercaron a él, le besaron la mano y le enseñaron las cartas de cómo le habían elegido arzobispo. Cuando don Illán oyó esto, fue al electo y le dijo cómo agradecía mucho a Dios que estas buenas noticias llegaran a su casa, y pues Dios tanto bien le había hecho, que le pedía por merced que el deanazgo que quedaba libre lo diese a un hijo suyo. Y el electo le 65 dijo que le pedía que le dejase que aquel deanazgo fuese para su hermano; pero que él le favorecería, de modo que estuviera contento, y que le pedía que se fuese con él a Santiago y llevase a aquel hijo suyo. Don Illán le dijo que lo haría. Se fueron para Santiago. Cuando llegaron allí, fueron muy bien recibidos y muy honradamente. Y después de que llevaban allí un tiempo, llegaron los 70 mensajeros del Papa para el arzobispo con unas cartas, en las que le daba el obispado de Tolosa y le concedía la gracia de poder dar el arzobispado a quien quisiese. Cuando don Illán oyó esto, reprochándole con mucho ahínco lo que con él había pasado, le pidió por favor que se lo diese a su tío; y el arzobispo le rogó que consintiese en que fuese para un tío suyo, hermano de su padre. Y 75 don Illán le dijo que bien veía que le hacía un gran agravio, pero que aceptaba eso con tal de que fuese seguro que se lo repararía más adelante. Y el obispo le prometió forzosamente que lo haría así, y le rogó que se fuese con él a Tolosa y llevase a su hijo. Y después de que llegaron a Tolosa, fueron muy bien

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recibidos por condes y cuantos hombres nobles había en la región. Y después 80 que hubieron vivido allí hasta dos años, llegaron los mensajeros del Papa con sus cartas de cómo el Papa le hacía cardenal y le concedía la gracia de que diese el obispado de Tolosa a quien quisiere. Entonces fue don Illán a él y le dijo que, puesto que tantas veces le había incumplido lo que había acordado, aquí ya no había lugar para poner excusa ninguna para que no diese alguna de aquellas 85 dignidades a su hijo. Y el cardenal le pidió que consintiera que que tuviese aquel obispado a un tío suyo, hermano de su madre, que era un buen hombre anciano; pero que puesto que él era cardenal, se fuese con él para la corte, que allí había mucho en qué recompensarle. Y don Illán se lamentó mucho, pero aceptó lo que el cardenal quiso, y se fue con él para la corte. 90 Y después de que llegaron allí, fueron bien recibidos por los cardenales y por cuantos en la corte eran y estuvieron allí mucho tiempo. Y don Illán insistiendo cada día al cardenal para que le hiciese algún alguna merced a su hijo, y él le presentaba excusas. Y estando así en la corte, se murió el Papa; y todos los cardenales eligieron a 95 aquel cardenal como Papa. Entonces se fue a él don Illán y le dijo que ya no podía excusarse de no cumplir lo que había prometido. El Papa le dijo que no le insistiese tanto, que siempre habría momento para hacerle alguna merced cuando fuese oportuno. Y don Illán se comenzó a lamentar mucho, reprochándole todo lo que le había prometido y nunca había cumplido, y 100 diciéndole que aquello se temía él la primera vez que habló con él y, puesto que había alcanzado tal posición y no cumplía lo que le había prometido, ya no quedaba ninguna oportunidad para esperar de él ningún bien. De estas quejas se lamentó mucho el Papa y le comenzó a maltratar, diciéndole que si le insistía más, le echaría en una cárcel, que era hereje y encantador, que bien sabía que 105 no tenía otro medio de vida ni otro oficio en Toledo, donde vivía, más que vivir por aquella ciencia mágica. Después de que don Illán vio lo mal que le recompensaba el Papa lo que por él había hecho, se despidió de él, y ni siquiera le quiso dar el Papa para comer por el camino. Entonces don Illán le dijo al Papa que, puesto que no tenía otra 110 cosa para comer, tendría que volverse a las perdices que había mandado asar aquella noche, y llamó a la mujer y le dijo que preparara las perdices. Cuando esto dijo don Illán, se encontró el Papa en Toledo convertido en deán de Santiago, como lo era cuando allí llegó y fue tan grande la vergüenza que pasó, que no supo qué decir. Y don Illán le dijo que fuese en buena hora y que 115 bastante había probado su condición, y que lo tendría por muy mal empleado si comiese su parte de las perdices. Y vos, señor conde Lucanor, pues veis que tanto hacéis por aquel hombre que os pide ayuda y no os lo agradece, pienso que no tenéis que molestaros ni arriesgaros mucho por llevarlo hasta el punto en que os dé el mismo galardón 120 que dio el deán a don Illán. El conde tuvo esto por buen consejo e hízolo así y le fue en ello bien. Y como entendió don Juan que este era un ejemplo muy bueno, lo mandó poner en este libro e hizo estos versos que dicen así: Al que mucho ayudares y no te lo reconociere, 125 menos obtendrás de él cuando a gran honra subiere.

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Poesía. Juan Ruiz (fin. S. XIII y med. s. XIV). Libro de Buen Amor (c. 1330)

Manuscrito del Libro de Buen Amor, ejemplar Real Academia Española Aquí dize de cómo fué fablar con Doña Endrina el Arçipreste. 653 Ay, Dios! Quán fermosa viene Doña Endrina por la plaça! Qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garça! Qué cabellos, qué boquilla, qué color, qué buenandança! Con saetas de amor fiere quando los sus ojos alça. 654 Pero tal lugar non era para fablar en amores: a mí luego me venieron muchos miedos e tenblores, los mis pies e las mis manos non eran de sí señores, perdí seso, perdí fuerça, mudáronse mis colores. 655 Unas palabras tenía pensadas por le dezir, el miedo de las conpañas me façían ál departir:

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apenas me conosçía nin sabía por dó ir, con mi voluntat mis dichos non se podían seguir. 656 Fablar con muger en plaça es cosa muy descobierta: a bezes mal perro atado (es) tras mala puerta abierta bueno es jugar fermoso, echar alguna cobierta; ado es lugar seguro, es bien fablar cosa çierta. 657 "Señora, la mi sobrina, que en Toledo seía, se vos encomienda mucho, mill saludes vos enbía; si ovies' lugar e tienpo, por quanto de vos oía, deséavos mucho ver e conosçervos querría. 658 Querían allá mis parientes casarme en esta saçón con una donçella rica, fija de Don Pepïón a todos di por respuesta que la non quería, non: de aquella sería mi cuerpo que tiene mi coraçón." 659 Abaxé más la palabra, dixe'l que en juego fablava porque toda aquella gente de la plaça nos mirava; desque vi que eran idos, que ome aý non fincava, començél dezir mi quexa del amor que me afincava […]

De como el Arcipreste fue a provar la sierra, e de lo que le contescio con la serrana. 950 Provar todas las cosas el apóstol lo manda: fui a provar la sierra, e fiz* loca demanda: luego perdí la mula, non fallava* vianda, quien más de pan de trigo busca, sin seso anda. 951 El mes era de março, día de Sant Meder pasado el puerto Loçoya fui camino prender; de nieve e de granizo non ove* do me asconder quien busca lo que non pierde, lo que tiene debe perder. 952 En çima de este puerto vi me en grant rrebata, fallé una vaqueriza çerca de una mata: pregunté le, quien era respondió me »La Chata*; Yo só La Chata rrezia, que a los omes ata. 953 »Yo guardo el portadgo et el peage cojo, el que de grado me paga, non le fago enojo, el que non quiere pagar, priado* lo despojo; Paga me, si non verás, commo trillan rrastrojo.» 954 Detovo me el camino, commo era estrecho: una vereda angosta, vaqueros la avían fecho; desque me vi en coíta, arrezido*, mal trecho, «Amiga», díxel, «amidos faze el can barvecho, 955 »Dexa me passar, amiga, dar te he joyas de sierra:

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si quieres, di me quáles usan en esta tierra; ca, segund es la fabla, quien pregunta non yerra, e por Dios da me possada, que el frío me atierra.» 956 Respondió me la Chata: «Quien pide non escoge; promete me que quiera antes que me enoje, non temas, sim das algo, que la nieve mucho moje; conssejo te que te abengas* antes que te despoje.» 957 Commo dize la vieja quando beve su madexa; «Comadre, quien más non puede amidos* morir se dexa», yo, desque me vi con miedo, con frío e con quexa mandé le prancha* con broncha e con çorrón de coneja. 958 Echó me a su pescueço por las buenas rrespuestas, et a mí non me pesó, porque me llevó a cuestas: escusó me de pasar los arroyos e las cuestas. Fiz de lo que ý passó las copras de yuso puestas. fiz: hizo. fallaba: hallaba. ove: hube. chata: labriega, pastora. priado: pronto, al instante. arrezido: aterido de frío. abengas, abenir: llegar a un acuerdo. amidos: de mala gana. Cantiga de serrana 959 Passando una mañana por el puerto de Malangosto salteó me una serrana a la asomada del rrostro, «Fademaja*», dis' «¿dónde andas? ¿Qué buscas o qué demandas por aqueste puerto angosto? » 960 Díxe le yo a la pregunta: «Vo me fazia Sotos Alvos.» Diz: «El pecado te barrunta en fablar verbos tan bravos: que por esta encontrada, que yo tengo guardada, »non pasan los omes salvos.» 961 Paró se me en el sendero la gaha* rroín, heda*: «A la he,», diz, «escudero, aquí estaré yo queda: fasta que algo me prometas: por mucho que te arremetas »non pasarás la vereda.» 962 Díxe le yo: «Por Dios, vaquera, non me estorves mi jornada,

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tíra te de la carrera, que non trax para ti nada.» Ella diz: «Dende te torna, por Somosierra trastorna, que no avrás aquí passada.» 963 La Chata endiablada, (¡Que Sant Illán la confonda!), arrojó me la cayada e rrodeó me la fonda, enaventó me el pedrero. Diz: «Par el padre verdadero »tú me pagarás oy la rronda.» 964 Fazía nieve e granizava, Dixo me la Chata luego, fascas que me amenazava: «Págam, si non, verás juego.» Díxel yo: «Pardiós, fermosa, dezir vos he una cosa: más querría estar al fuego.» 965 Diz: «Yo te levaré a casa, e mostrarte he el camino; fazer te he fuego, e brasa, darte he del pan e del vino. ¡A la è!, promete me algo, e tener te he por fidalgo. ¡Buena mañana te vino!» 966 Yo, con miedo et arrezido, prometil una garnacha*, e mandel' para el vestido una broncha et una prancha. Ella diz: «Dam más, amigo. Anda acá, trete con migo, non ayas miedo al escacha.» 967 Tomó me rrezio por la mano, en su pescueço me puso, commo a çurrón liviano, e levom' lo cuesto ayuso*; «Hadeduro*, non te espantes, que bien te daré que yantes, commo es de la sierra uso.» 968 Pusso me mucho aína* en una venta con su enhoto*, dio me foguera de enzina, mucho gaçapo de soto, buenas perdiçes asadas, fogaças mal amassadas, e buena carne de choto. 969 De buen vino un quartero,

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manteca de vacas mucha, mucho queso assadero, leche, natas e una trucha. Dize luego: «Hadeduro, comamos deste pan duro; después faremos la lucha.» 970 Desque fui un poco estando, fui me desatiriziendo; commo me iva calentando, ansí me iva sonrriendo; oteó me la pastora, diz: «Ya conpañón, agora, creo que vo entendiendo.» 971 La vaquera traviessa Diz: «Luchemos un rrato: lieva te dende apriesa, desbuelve te de aqués hato.» Por la muñeca me priso, ove de faser quanto quiso; creo que fis' buen barato. gaho, gaha: deforme, feo. fademaja: interjección similar a a la hé. garnacha: manto de tela fuerte. hadeduro: desventurado. ayuso: abajo, hacia abajo. aína: de pronto. enhoto: bienestar, energía, aplomo. De cómo morió Trotaconventos e de cómo el arçipreste faze su planto de nostando e maldizendo la Muerte 1520 ¡ Ay Muerte! ¡Muerta seas, muerta e malandante! Mataste a mi vieja, ¡matasses a mí ante! Enemiga del mundo, que non as semejante, de tu memoria amarga non sé quien non se espante. 1521 Muerte, al que tú fieres, liévaslo de belmez, al bueno e al malo, al rico e al refez*, a todos los egualas e los lievas por un prez, por papas e por reyes non das una vil nuez. 1522 Non catas* señorío, debdo* nin amistad; con todo el mundo tienes cotiana enamistat; non ay en ti mesura, amor nin pïedad, sinon dolor, tristeza, pena e grand crüeldad. 1523 Non puede foír omne de ti nin se asconder, nunca fue quien contigo podiese bien contender; la tu venida triste non se puede entender, desque vienes non quieres a omne atender. […]

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1529 Non ha en el mundo libro nin escrito nin carta, ome sabio nin neçio que de ti bien departa; en el mundo non ha cosa que con bien de ti se parta, salvo el cuervo negro, que de ti, Muerte, se farta. 1530 Cada día le dizes que tú le fartarás; el omne non es çierto quándo e quál matarás: el bien que far podiese, oy le valdría más, que non atender a ti nin a tu amigo cras cras. 1531 Señores, non querades ser amigos del cuervo, temed sus amenazas, non fagades su ruego; el bien que far podierdes, fazedlo luego luego: tened que cras morredes, ca la vida es juego. 1532 La salud e la vida muy aína se muda: en un punto se pierde, quando omne non cuda; «el bien te faré cras», palabra es desnuda: vestidla con la obra ante que Muerte acuda. […] 1544 Muerte, por más dezirte a mi coraçón fuerço: nunca das a los omnes conorte nin esfuerço, si non, desque es muerto, que lo coma el escuerço; en ti tienes la tacha que tiene el mestuerço: 1545 faze doler la cabeça al que lo mucho coma; otrosí tu mal maço, en punto que assoma, en la cabeça fiere, a todo fuerte doma: non le valen mengías desque tu ravia le toma. 1546 Los ojos tan fermosos póneslos en el techo, çiégaslos en un punto, non han en sí provecho; enmudeçes la fabla, fazes huerco del pecho: en ti es todo mal, rencura e despecho. 1547 El oír e el oler, el tañer, el gustar, todos los çinco sesos los vienes a gastar; non ay omne que te sepa del todo denostar quanto eres denostada do te uvias acostar. 1548 Tiras toda Vergüença, desfeas Fermosura, desadonas la Graçia, denuestas la Mesura, enflaquesçes la Fuerça, enloquesçes Cordura, lo dulçe fazes fiel con tu mucha amargura. 1549 Despreçias Loçanía, el oro escureçes, desfazes la Fechura, Alegría entristezes, manzillas la Limpieza, Cortesía envileçes: Muerte, matas la Vida, el Amor aborresçes. 1550 Non plazes* a ninguno, a ti con todos plaze: con quien mata e muere e con quien fiere e malfaze; toda cosa bien fecha tu maço la desfaze, non ha cosa que nasca que tu red non enlaze.

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1551 Enemiga del bien e del mal amador, natura as de gota, del mal e de[l] dolor: al lugar do más sigues, aquél va muy peor; do tú tarde requieres, aquél está mejor. 1552 Tu morada por sienpre es infierno profundo, tú eres el mal primero e él es el segundo; pueblas mala morada e despueblas el mundo, dizes a cada uno: «Yo sola a todos hundo.» 1553 Muerte, por ti es fecho el lugar infernal, ca, beviendo omne sienpre en mundo terrenal, non avrié de ti miedo nin de tu mal hostal: non temerié tu venida la carne umagnal. 1554 Tú yermas los poblados, pueblas los çiminterios, refazes los fosarios, destruyes los inperios; por tu miedo los santos fizieron los salterios: sinon Dios, todos temen tus penas e tus lazerios. […] 1568 Muerte desmesurada, ¡matases a ti sola! ¿Qué oviste conmigo? ¿Mi leal vieja, dóla? Tú me la mataste, Muerte; Ihesu Christo conpróla por la su santa sangre, por ella perdonóla. 1569 ¡ Ay, mi Trotaconventos, mi leal verdadera! muchos te siguian biva; muerta, yazes señera. ¿Adó* te me han levado? Non sé cosa çertera: nunca torna con nuevas quien anda esta carrera. 1570 Çierto, en Paraíso estás tú assentada, con dos mártires deves estar aconpañada: sienpre en el mundo fuste por dos martirïada; ¿quién te me rebató, vieja, por mí sienpre lazrada? 1571 A Dios merçed le pido que te dé la su gloria, que más leal trotera nunca fue en memoria; fazerte he un pitafio escripto, con estoria: pues que a ti non viere, veré tu triste estoria. 1572 Daré por ti limosna e faré oraçión, faré cantar las misas e daré oblaçión; la mi Trotaconventos, ¡Dios te dé redenpçión!, ¡el que salvó el mundo, Él te dé salvaçión! [...] refez: despreciable, sin valor. catas, catar: ver, mirar, tener en cuenta. debdo: deuda, obligación, deber. adó: adónde.

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Poesía del Siglo XV. Jorge Manrique (1440-1479)

Coplas por la muerte de su padre Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte 5 tan callando, cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, 10 cualquiera tiempo pasado fue mejor. Pues si vemos lo presente cómo en un punto se es ido y acabado, 15 si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado. No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar 20 lo que espera, más que duró lo que vio porque todo ha de pasar por tal manera. Nuestras vidas son los ríos 25 que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; 30 allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales

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los que viven por sus manos 35 y los ricos. [4] Dexo las inuocaciones de los famosos poetas y oradores; no curo de sus ficiones, 40 que traen yeruas secretas sus sabores. A aquél solo me encomiendo, a aquél solo inuoco yo de verdad, 45 que en este mundo biuiendo, el mundo no conosció su deydad. [5] Este mundo es el camino para el otro, que es morada 50 syn pesar, mas cumple tener buen tino para andar esta jornada syn errar. Partimos quando nascemos, 55 andamos quando biuimos y allegamos al tiemo que fenescemos; asy que, quando morimos, descansamos. 60 [16] ¿Qué se hizo el rey don Juan? Los infantes de Aragón ¿qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué fue de tanta invención 185 como trajeron? Las justas y los torneos, paramentos, bordaduras y cimeras, ¿fueron sino devaneos? 190 ¿qué fueron sino verduras de las eras? [17] ¿Qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores? 195 ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos de amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas 200 que tañían?

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¿Qué se hizo aquel danzar, aquellas ropas chapadas que traían? Prosa del s. XV. Fernando de Rojas (147?-1541) La Celestina

Edición de Burgos, 1531. auto quarto MELIBEA. ¿Por qué dices, madre, tanto mal de lo que todo el mundo con tanta efficacia gozar y ver dessea? CELESTINA. Desean harto mal para sí, desean harto trabajo; desean llegar allá, porque llegando viven, y el vivir es dulce, y viviendo envejecen. Así que el niño 5 desea ser moço, y el mozo viejo más, aunque con dolor; todo por vivir. Porque, como dicen, viva a la gallina con su pepita. Pero quién te podrá contar, señora, sus daños, sus inconvenientes, sus fatigas, sus cuidados, sus enfermedades, su frío, su calor, su descontentamiento, su rinzilla, su pesadumbre; aquel arrugar de cara, aquel mudar de cabellos su primera y fresca color, aquel poco oýr, aquel debilitado ver, puestos los 10 ojos a la sombre, aquel hondimiento de boca, aquel caer de dientes, aquel carecer de fuerza, aquel flaco andar, aquel spacioso comer. Pues ¡ay, ay, señora!, si lo dicho viene acompañado de pobreza, allí verás callar todos los otros trabajos quando sobra la gana y falta la provisión, que jamás sentí peor ahito que de habre. MELIBEA. Bien conozco que hablas de la feria según te va en ella, assí que otra 15 canción dirán los ricos. CELESTINA, Señora hija, a cada cabo ay tres leguas de mal quebranto; a los ricos se les va la bienaventuranza, la gloria y descanso por otros alvañales de assechanças que no se parecen, ladrillados por encima con lisonjas. [...] [...]

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MELIBEA. Celestina, amiga, yo he holgado mucho en verte y conoscerte. También 20 me has dado placer con tus razones.Toma tu dinero y vete con Dios, que me parece que no debes haber comido. CELESTINA. ¡O angélica imagen, o perla preciosa, y cómo te lo dices! Gozo me toma en verte hablar. ¿Y no sabes que por la divina boca fue dicho 'que no de sólo pan viviremos'? Pues así es, que no sólo comer mantiene. Mayormente a mí, que suelo 25 estar uno y dos días negociando encomiendas ajenas ayuna, salvo hazer por los buenos, morir por ellos; esto tuve siempre, querer más trabajar sirviendo a otros, que holgar contentando a mí. Pues si tú me das licencia, te diré la causa de mi venida, que todos perderíamos si me fuese sin que la supieras. MELIBEA. Di, madre todas tus necesidades, que si yo las pudiere remediar, de muy 30 buen grado lo haré. CELESTINA. ¿Mías, señora? Antes ajenas, como tengo dicho. [...] MELIBEA. Pide lo que quieras, sea para quien fuere. CELESTINA. ¡Doncella graciosa y de alto linaje! Tu suave habla y alegre gesto... me dan osadía a te lo decir. Yo dejo un enfermo a la muerte, que con una sola palabra de tu 35 noble boca salida, tiene por fe que sanará. [...] MELIBEA. Vieja honrada, no te entiendo, si más no declaras tu demanda. [...] CELESTINA. El temor perdí mirando, señora, tu beldad, que no purdo creer que embalde pintasse Dios unos gestos más perfetos que otros, más dotados de gracias, más hermosas facciones, sino qu ehacerlos almacén de sus mercedes y dádivas, como a ti. 40 [...] MELIBEA. Por Dios, que sin más dilatar me digas quién es ese doliente, que de mal tan perplejo se siente que su pasión y remedio salen de una misma fuente. CELESTINA. Bien tendrás, señora, noticia en esta ciudad de un caballero mancebo, gentilhombre de clara sangre, que llaman... Calisto. 45 MELIBEA. ¡Ya, ya, ya! No me digas más, no pases adelante. ¿Ese es el doliente... desvergonzada barbuda? [...] ¡Quemada seas, alcahueta falsa, hechicera, enemiga de honestidad, causadora de secretos yerros! ¡Jesú, Jesú! ¡Quítamela, Lucrecia, de delante, que no me ha dejado gota de sangre en el cuerpo! [...] CELESTINA. (¡En hora mala acá vine, si me falta el conjuro!) 50 MELIBEA. [...] ¿Querrías condenar mi honestidad por dar vida a un loco? Respóndeme, traidora, ¿cómo osaste tanto hacer? CELESTINA. [...] Por Dios, señora, que me dejes concluir mi dicho. Verás como es todo más servicio de Dios, que pasos deshonestos. Si pensara, señora, que habías de conjeturar sospechas, no me osaría a hablar de cosa que a Calisto... ni a otro hombre 55 tocase. MELIBEA. ¡Jesú! No oiga yo mentar más ese loco, saltaparedes, fantasma de noche, luengo como cigüeña ; sino, aquí me caeré muerta. Bien me habían dicho quién tú eras. CELESTINA. (¡Más fuerte estaba Troya y aun otras más bravas he yo amansado!) MELIBEA. ¿Qué dices, enemiga? Habla, que te pueda oír. 60 CELESTINA. [...] Que estás muy rigurosa y no me maravillo; que la sangre nueva poco calor ha menester para hervir. MELIBEA. [...] ¿Qué palabras podías tu querer para ese tal hombre, que a mi bien me estuviese? CELESTINA. Una oración, señora, que le dijeron que sabías de Santa Apolonia para el 65 dolor de muelas. Asimismo tu cordón, que es fama que ha tocado todas las reliquias que hay en Roma y Jersusalén. Aquel caballero, que dije, pena y muere de ellas. Ésta fue mi venida. [...] MELIBEA. Si eso querías, ¿por qué luego no me lo expresaste? CELESTINA. [...] Señora, la compasión de su dolor, la confianza de tu magnificencia 70 ahogaron en mi boca al principio la expresión de la causa. [...] [...]

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MELIBEA. Mi pasada alteración me impide reír de tu desculpa. [...] CELESTINA. Eres mi señora, hete yo de servir, hasme tú de mandar. Tu mala palabra será víspera de una saya. 75 MELIBEA. Bien la has merecido. Nombrarme ese tu caballero, que conmigo se atrevió a hablar, y también pedirme palabra sin más causa, que no se podía sospechar sino daño para mi honra, es aliviado mi corazón viendo que es obra pía y santa sanar los apasionados enfermos. [...] 80 CELESTINA. ¡Y tal enfermo, señora! Si bien le conocieses, no le juzgases por el que has mostrado con tu ira. En Dios y en mi alma no tiene hiel; gracias dos mil; gesto, de un rey, gracioso, alegre; jamás reina en él la tristeza. De noble sangre, como sabes; gran justador... Todo junto semeja ángel del cielo. Agora, señora, tiénele derribado una sola muela, que jamás cesa de quejar. [...] 85 MELIBEA. ¿Y qué tanto tiempo ha? CELESTINA. Podrá ser, señora, de veintitrés años... MELIBEA. Ni te pregunto eso ni tengo necesidad de saber su edad; sino qué tanto ha que tiene el mal. CELESTINA. Señora, ocho días. Que parece que ha un año en su flaqueza. 90 [...] MELIBEA. ¡Oh cuánto me pesa con la falta de mi paciencia! [...] En pago de tu buen sufrimiento, quiero cumplir tu demanda y darte luego mi cordón. Y porque para escribir la oración no habrá tiempo sin que venga mi madre, ven mañana por ella muy secretamente. 95 LUCRECIA. (¡Ya, ya, perdida es mi alma!) CELESTINA. ¡Hija Lucrecia! ¡Ce! Irás a casa y darte he una lejía, con que pares esos cabellos más que el oro. No lo digas a tu señora. Y aun darte he unos polvos para quitarte ese olor de la boca, que te huele un poco, y no hay cosa que peor en la mujer parezca. 100 [...] MELIBEA. ¿Qué le dices, madre? CELESTINA. Señora, acá nos entendemos. [...] MELIBEA. En todo has tenido buen tiento. Ve con Dios, que ni tu mensaje me ha 105 traído provecho ni de tu ida me puede venir daño. [...] PLEBERIO, ALISA, LUCRECIA, MELIBEA PLEBERIO. Alisa, amiga, el tiempo, según me pareçe, se nos va, como dizen, dentre las manos; corren los días como agua de río. No ay cosa tan ligera a huyr como la vida. La muerte nos sigue y rodea, de la qual somos vezinos y hazia su vandera nos acostamos, según natura; esto vemos muy claro si miramos nuestros yguales, nuestros 5 hermanos y parientes en derredor; todos los come ya la tierra; todos yazen en sus perpetuas moradas. Y pues somos inciertos quándo havemos de ser llamados, viendo tan ciertas señales, devemos echar nuestras barvas en remojo y aparejar nuestros fardeles para andar este forçoso camino; no nos tome improvisos ni de salto aquella cruel boz de la muerte; ordenemos nuestras ánimas con tiempo; que más vale prevenir 10 que ser prevenidos. Demos nuestra hazienda a dulce successor; acompañemos nuestra única hija con marido, cual nuestro estado requiere, por que vamos descansados y sin dolor deste mundo. [...]

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auto décimo MELIBEA. ¿Cómo dizes que llaman a este mi dolor, que assí se ha enseñoreado* en lo mejor de mi cuerpo? CELESTINA. Amor dulce. MELIBEA. Esso me declara qué es, que en sólo oírlo me alegro. 5 CELESTINA. Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte. MELIBEA. ¡Ay, mezquina de mí! Que si verdad es tu relación, dudosa será mi salud. Porque, según la contrariedad que esos nombres entre sí muestran, lo que al uno 10 fuere provechoso acarreará al otro más passión. CELESTINA. No desconfíe, señora, tu noble juventud de salud. Que, cuando el alto Dios da la llaga, tras ella embía* el remedio. Mayormente que sé yo al mundo nacida una flor que de todo esto te libre. MELIBEA. ¿Cómo se llama? 15 CELESTINA. No te lo oso decir. MELIBEA. Di, no temas. CELESTINA. Calisto. ¡Oh, por Dios, señora Melibea! ¿Qué poco esfuerço es éste; qué descaescimiento? ¡Oh, mezquina yo! ¡Alza la cabeça! ¡Oh, malaventurada vieja! ¡En esto han de parar mis pasos! Si muere, matarme han; aunque viva, seré sentida, que 20 ya no podrá sufrirse de no publicar su mal y mi cura. Señora mía, Melibea, ángel mío, ¿Qué has sentido? ¿Qué es de tu habla graciosa; qué es de tu color alegre? Lucrecia, Lucrecia, entra presto acá, verás amortescida a tu señora entre mis manos; baxa presto por un jarro dagua. [...] 25 MELIBEA. Passo, passo, que yo me esforçaré; no escandalizes la casa. CELESTINA. ¡O cuytada de mí! No te descazcas; señora, háblame como sueles. MELIBEA. Y muy mejor; calla, no me fatigues. CELESTINA. Pues ¿qué me mandas que haga, perla preciosa? ¿Qué ha sido este tu sentimiento? Creo que se van quebrando mis puntos. 30 MELIBEA. Quebróse mi honestidad, quebróse mi empacho, afloxó mi mucha vergüença. Y como muy naturales, como muy domésticos, no pudieran tan livianamente despedirse de mi cara que no llevassen consigo su color por algún poco de spacio, mi fuerça, mi lengua, y gran parte de mi sentido. O pues ya, mi nueva maestra, mi fiel secretaria, lo que tú tan abiertamente conosces en vano trabajo por te lo 35 encobrir. Muchos y muchos días son passados que esse noble cavallero me habló en amor; tanto me fue entonces su habla enojosa quanto después que tú me lo tornaste a nombrar, alegre. Cerrado han tus puntos mi llaga, venida soy en tu querer. En mi cordón le llevaste embuelta le possessión de mi libertad. Su dolor de muelas era mi mayor tormento, su pena era la mayor mía. Alabo y loo tu buen sofrimiento, tu cuerda 40 ossadía, tu liberal trabajo, tus solícitos y fieles passos, tu agradable habla, tu buen saber, tu demasiada solicitud, tu provechosa importunidad. Mucho te deve esse señor y más yo, que jamás pudieron mis reproches aflacar tu esfuerço y perserverar, confiando en tu mucha astucia. Antes, como fiel servidora, quando más denostada, más diligente, quando más disfavor, más esfuerço, quando peor respuesta, mejor cara, quando yo más 45 ayrada, tú más humilde. Postpuesto todo temor, as sacado de mi pecho lo que jamás a ti ni a otro pensé descobrir. [...] *se ha enseñoreado: ha tomado posesión *embía: envía.

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Argumento del veinteno auto Lucrecia llama a la puerta de la cámara de Pleberio. Pregúntale Pleberio lo que quiere. Lucrecia le da priesa que vaya a ver a su hija Melibea. Levantado Pleberio, va la cámara de Melibea. Consuélala, preguntándole qué mal tiene. Finge Melibea dolor del corazón. Envía Melibea a su padre por algunos instrumentos músicos. Sube ella y Lucrecia en una torre. Envía de sí a Lucrecia. Cierra tras ella la puerta. Llégase su padre al pie de la torre. Descubrióle Melibea todo el negocio que había pasado. En fin, déjase caer de la torre abajo. PLEBERIO, LUCRECIA, MELIBEA [...] PLEB. —Hija mía, Melibea, ¿qué haces sola? ¿Qué es tu voluntad decirme? ¿Quieres que suba allá? MELIB. —Padre mío, no pugnes ni trabajes por venir adonde yo estoy, que estorbarás la presente habla que te quiero hacer. Lastimado seras brevemente con la muerte de tu 5 única hija. Mi fin es llegado, llegado es mi descanso y tu pasión, llegado es mi alivio y tu pena, llegada es mi acompañada hora y tu tiempo de soledad. No habrás, honrado padre, menester instrumentos para aplacar mi dolor, sino campanas para sepultar mi cuerpo. Si me escuchas sin lágrimas, oirás la causa desesperada de mi forzada y alegre partida. No la interrumpas con lloro ni palabras; si no, quedarás más quejoso en no 10 saber por qué me mato, que doloroso por verme muerta. Ninguna cosa me preguntes ni respondas, más que de mi grado decirte quisiere. Porque, cuando el corazón está embargado de pasión, están cerrados los oídos al consejo y en tal tiempo las fructuosas palabras, en lugar de amansar, acrecientan la saña. Oye, padre viejo, mis últimas palabras y, si somo yo espero, las recibes, no culparás mi yerro. Bien ves y oyes este 15 triste y doloroso sentimiento que toda la ciudad hace. Bien oyes este clamor de campanas, este alarido de gentes, este aullido de canes, este [grande] estrépito de armas. De todo esto fui yo [la] causa. Yo cubrí de luto y jergas en este día casi la mayor parte de la ciudadana caballería, yo dejé [hoy] muchos sirvientes descubiertos de señor, yo quité muchas raciones y limosnas a pobres y envergonzantes, yo fui ocasión que los 20 muertos tuviesen compañía del más acabado hombre que en gracia nació, yo quité a los vivos el dechado de delicadeza, de invenciones galanas, de atavíos y bordaduras, de

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habla, de andar, de cortesía, de virtud; yo fui causa que la tierra goce sin tiempo el mas noble cuerpo y más fresca juventud, que al mundo era en nuestra edad criada. Y porque estarás espantado con el son de mis no acostumbrados delitos, te quiero más 25 aclarar el hecho. Muchos días son pasados, padre mío, que penaba por mi amor un caballero, que se llamaba Calisto, el cual tú bien conociste. Conociste asimismo sus padres y claro linaje; sus virtudes y bondad a todoes eran manifiestas. Era tanta su pena de amor y tan poco el lugar para hablarme, que descubrió su pasión a una astuta y sagaz mujer, que llamaban Celestina. La cual, de su parte venida a mí, sacó mi secreto amor 30 de mi pecho. Descubrí [a] a ella lo que a mi querida madre encubría. Tuvo manera como ganar mi querer, ordenó cómo su deseo y el míío hobiesen efecto. Si él mucho me amaba, no vivía engañado. Concertó el triste concierto de la dulce y desdichada ejecución de su voluntad. Vencida de su amor, dile entrada en tu casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi propósito. Perdí mi virginidad. Del cual 35 deleitoso yerro de amor gozamos casi un mes. Y como esta pasada noche viniese, según era acostumbrado, a la vuelta de su venida, como de la fortuna mudable estuviese dispuesto y ordenado, según su desordenada costumbre, como las paredes eran altas, la noche escura, la escala delgada, los sirvientes que traía no diestros en aquel género de servicio y él bajaba presuroso a ver un ruido que con sus criados 40 sonaba en la calle, con el gran ímpetu que llevaba, no vido nien los pasos, puso el pie en vacío y cayó. De la triste caída sus más escondidos sesos se quedaron repartidos por las piedras y paredes. Cortaron las hadas sus hilos, cortáronle sin confesión su vida, cortaron mi esperanza, cortaron mi gloria, cortaron mi compañía. Pues, ¿qué crueldad sería, padre mío, muriendo él despeñado, que viviese yo penada? Su muerte convida a 45 la mía, convídame y fuerza que sea presto, sin dilación; muéstrame que ha de ser despeñada por seguille en todo. No digan por mí: "a muertos y a idos"... Y así contentarle he en la muerte, pues no tuve tiempo en la vida. ¡Oh, mi amor y señor Calisto! Espérame, ya voy; detente, si me esperas; no me incuses la tardanza que hago, dando esta última cuenta a mi viejo padre, pues le debo mucho más. ¡Oh, padre mío, 50 muy amado! Ruégote, si amor en esta pasada y penosa vida me has tenido, que sean juntas nuestras sepulturas; juntas nos hagan nuestras obsequias. Algunas consolatorias palabras te diría antes de mi agradable fin, colegidas y sacads de aquellos antiguos libros que [tú], por más aclarar mi ingenio, me mandabas leer; sino que ya la dañada memoria con la gran turbación me las ha perdido y aun porque veo tus lágrimas mal 55 sufridas descender por tu arrugada faz. Salúdame a mi cara y amada madre; sepa de ti largamente la triste razón porque muero. ¡Gran placer llevo de no la ver presente! Toma, padre viejo los dones de tu vejez, que en largos días largas se sufren tristezas. Recibe las arras de tu senectud antigua, recibe allá tu amada hija. Gran dolor llevo de mí, mayor de ti, muy mayor de mi vieja madre. Dios quede contigo y con ella. A él ofrezco mi alma. Pon tú en cobro este cuerpo que allá baja.

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El Lazarillo de Tormes [libro] Tema 2. Edad de la palabra/Edad del Libro. Poesía del siglo XVI Garcilaso de la Vega (1501-1536) Soneto V Escrito está en mi alma vuestro gesto y cuanto yo escribir de vos deseo vos sola lo escribistes, yo lo leo tan solo, que aun de vos me guardo en esto. 5 En esto estoy y estaré siempre puesto;

que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo de tanto bien lo que no entiendo creo, tomando ya la fe por presupuesto. Yo no nací sino para quereros; 10 mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma misma os quiero; cuanto tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero. Soneto XXIII En tanto que de rosa y de azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, con clara luz la tempestad serena; 5 y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogió, con vuelo presto, por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena; coged de vuestra alegre primavera 10 el dulce fruto, antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre. Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre.

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Canción V, Ode ad florem Gnidi Si de mi baja lira tanto pudiese el son que en un momento aplacase la ira del animoso viento 5 y la furia del mar y el movimiento; y en ásperas montañas con el süave canto enterneciese las fieras alimañas, los árboles moviese 10 y al son confusamente los trujiese, no pienses que cantado sería de mí, hermosa flor de Gnido, el fiero Marte airado, a muerte convertido, 15 de polvo y sangre y sudor teñido; ni aquellos capitanes en las sublimes ruedas colocados, por quien los alemanes, el fiero cuello atados, 20 y los franceses van domesticados; mas solamente aquella fuerza de tu beldad sería cantada, y alguna vez con ella también seria notada 25 el aspereza de que estás armada; y cómo por ti sola, y por tu gran valor y hermosura convertido en vïola, llora su desventura 30 el miserable amante en tu figura. Hablo de aquel cativo, de quien tener se debe más cuidado, que está muriendo vivo, al remo condenado, 35 en la concha de Venus amarrado. Por ti, como solía, del áspero caballo no corrige la furia y gallardía, ni con freno la rige, 40 ni con vivas espuelas ya le aflige. Por ti, con diestra mano no revuelve la espada presurosa, y en el dudoso llano huye la polvorosa 45 palestra como sierpe ponzoñosa. Por ti, su blanda musa, en lugar de la cítara sonante, tristes querellas usa, que con llanto abundante 50 hacen bañar el rostro del amante. Por ti, el mayor amigo le es importuno, grave y enojoso; yo puedo ser testigo, que ya del peligroso

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55 naufragio fui su puerto y su reposo. Y agora en tal manera vence el dolor a la razón perdida, que ponzoñosa fiera nunca fue aborrecida 60 tanto como yo dél, ni tan temida. No fuiste tú engendrada ni producida de la dura tierra; no debe ser notada que ingratamente yerra 65 quien todo el otro error de sí destierra. Hágate temorosa el caso de Anajárete, y cobarde, que de ser desdeñosa se arrepentió muy tarde, 70 y así su alma con su mármol arde. Estábase alegrando del mal ajeno el pecho empedernido, cuando, abajo mirando, el cuerpo muerto vido 75 del miserable amante allí tendido; y al cuello el lazo atado, con que desenlazó de la cadena el corazón cuitado, y con su breve pena 80 compró la eterna punición ajena. Sentió allí convertirse en piedad amorosa el apereza ¡Oh tarde arrepentirse! ¡Oh última terneza! 85 ¿Cómo te sucedió mayor dureza? Los ojos se enclavaron en el tendido cuerpo que allí vieron; los huesos se tornaron más duros y crecieron, 90 y en sí toda la carne convertieron; las entrañas heladas tornaron poco a poco en piedra dura; por las venas cuitadas la sangre su figura 95 iba desconociendo y su natura; hasta que, finalmente, en duro mármol vuelta y transformada, hizo de sí la gente no tan maravillada 100 cuanto de aquella ingratitud vengada. No quieras tú, señora, de Némesis airada las saetas probar, por Dios, agora; baste que tus perfetas 105 obras y hermosura a los poetas den inmortal materia, sin que también en verso lamentable celebren la miseria de algún caso notable

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110 que por ti pase triste, miserable. Égloga tercera [fragmento] Cerca del Tajo, en soledad amena de verdes sauces hay una espesura, toda de hiedra revestida y llena, que por el tronco va hasta el altura, 5 y así la teje arriba y encadena, que el sol no halla paso a la verdura; el agua baña el prado con sonido, alegrando la hierba y el oído. Con tanta mansedumbre el cristalino 10 Tajo en aquella parte caminaba, que pudieran los ojos el camino determinar apenas que llevaba. Peinando sus cabellos de oro fino, una ninfa, del agua, do moraba, 15 la cabeza sacó, y el prado ameno vido de flores y de sombra lleno. Poesía mística San Juan de la Cruz (Juan Yepes, 1542-1591) [Canciones de el alma que se goza de aver llegado al alto estado de la perfectión, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual] En una noche escura con ansias en amores inflamada ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada 5 estando ya mi casa sosegada. ascuras y segura por la secreta escala, disfraçada, ¡oh dichosa ventura! a escuras y en celada* 10 estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa en secreto que naide me veía ni yo mirava cosa sin otra luz y guía 15 sino la que en el coraçón ardía.

Aquésta me guiava más cierto que la luz de mediodía adonde me esperava quien yo bien me savía 15 en parte donde naide parecía. ¡O noche, que guiaste! ¡O noche amable más que la alborada! ¡O noche que juntaste amado con amada, 20 amada en el amado transformada! En mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba

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allí quedó dormido y yo le regalaba 25 y el ventalle* de cedros aire daba. El aire del almena* quando yo sus cabellos esparcía* con su mano serena en mi cuello hería 30 y todos mis sentidos suspendía. Quedéme y olbidéme el rostro recliné* sobre el amado; cessó todo, y dexéme dexando todo mi cuidado 35 entre las açucenas olbidado. celada: parte de la armadura que servía para proteger la cabeza, al.: Helm. ventalle: abanico, al.: Fächer. cedro: al.: Zeder. almena: al.: Zinne. esparcir: extender lo que está junto o amontonado, al.: verstreuen. reclinar: inclinar una parte del cuerpo y apoyarla en otra cosa. al.: anlehnen, zurücklehnen. açucenas, açucena: azucena, al.: Lilie. Santa Teresa de Jesús (1515-1582) Las Moradas Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración; lo uno, porque no me parece me da el Señor espíritu para hacerlo, ni deseo; lo otro, por tener la cabeza tres meses ha con un ruido y flaqueza tan grande, que an los negocios forzosos 5 escribo con pena; mas entendiendo que la fuerza de la obediencia suele allanar cosas que parecen imposibles, la voluntad se determina a hacerlo muy de buena gana, anque el natural parece que se aflige mucho; porque no me ha dado el Señor tanta virtud, que el pelear con la enfermedad contino y con ocupaciones de muchas maneras, se pueda hacer sin gran 10 contradición suya. Hágalo el que ha hecho otras cosas más dificultosas por hacerme merced, en cuya misericordia confío. Bien creo he de saber decir poco más que lo que he dicho en otras cosas que me han mandado escribir; antes temo que han de ser casi todas las mesmas, porque ansí como los pájaros que enseñan a hablar, no saben más de lo que les muestran u oyen, y esto 15 repiten muchas veces, so yo al pie de la letra. Si el Señor quisiere diga algo nuevo, su Majestad lo dará u será servido traerme a la memoria lo que otras veces he dicho, que an con esto me contentaría, por tenerla tan mala, que me holgaría de atinar a algunas cosas, que decían estaban bien dichas, ,por si se hubieren perdido. Si tampoco me diere el Señor esto, con cansarme y 20 acrecentar el mal de cabeza, por obediencia, quedaré con ganancia, anque de lo que dijere no se saque ningún provecho. Y ansí comienzo a cumplir hoy día de la Santísima Trenidad, año de MDLXXVII, en este monesterio de San Josef del Carmen en Toledo, adonde al presente estoy, sujetándome en todo lo que dijere, que no vaya conforme a lo que tiene la santa Ilesia Católica Romana, 25 será por inorancia y no por malicia. Esto se puede tener por cierto, y que siempre estoy y estaré sujeta por la bondad de Dios, y lo he estado a ella. Sea por siempre bendito, amén, y glorificado. Díjome quien me mandó escribir,

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que como estas monjas de estos monesterios de Nuestra Señora del Carmen tienen necesidad de quien algunas dudas de oración las declare, y que le 25 parecía, que mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras, y con el amor que me tienen les haría más al caso lo que yo les dijese, tiene entendido por esta causa, será de alguna importancia se acierta a decir alguna cosa, y por esta causa iré hablando con ellas en lo que escribiré; y porque parece desatino pensar que puede hacer al caso a otras personas, harta merced me hará Nuestro 30 Señor si a alguna dellas se aprovechare para alabarle algún poquito. Mas bien sabe su majestad que yo no pretendo otra cosa; y está muy claro que cuando algo se atinare a decir, entenderán no es mío, pues no hay causa para ello, si no fuere tener tan poco entendimiento como yo habilidad para cosas semejantes, si el Señor por su misericordia no la da. Moradas Primeras capítulo primero Estando hoy suplicando a Nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni como comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es, considerar nuestra alma como un castillo todo de diamante u muy claro cristal, adonde 5 hay muchos aposentos, ansí como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso, adonde dice Él tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento a donde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un 10 alma y la gran capacidad. Y verdaderamente, apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen a comprenderla; ansí como no pueden llegar a considerar a Dios, pues Él mesmo dice que nos crió a su imagen y semejanza. Pues si esto es, como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este Castillo; porque puesto que hay la diferencia 15 de él a Dios, que del Criador a la criatura, pues es criatura, pues es criatura, basta decir su Majestad, que es hecha a su imagen, para que apenas podamos entender la gran divinidad y hermosura del ánima. No es pequeña lástima y confusión, que por nuestra culpa no entendamos a nosotros mesmos, ni sepamos quién somos. ¿No sería gran inorancia, hijas mías, que preguntasen a 20 uno quién es, y no se conociese, ni supiese quién fué su padre ni su madre, ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras, cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y ansí a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos almas; mas qué bienes puede haber en 25 esta alma, u quién el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos, y ansí se tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura. Todo se nos va en la grosería del engaste u cerca de este Castillo, que son estos cuerpos. Pues consideremos que este Castillo tiene, como he dicho, muchas Moradas, unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados; y en el centro y mitad 30 de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma. Es menester que vais advertidas a esta comparación; quizá será Dios servido pueda por ella daros algo a entender de las mercedes que es Dios servido hacer a las almas y las diferencias que hay en ellas, hasta donde yo hubiere entendido que es posible, que todas será 35 imposible entenderlas nadie, sigún son muchas, cuanto más quien es tan ruin

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como yo. Porque os será gran consuelo, cuando el Señor os las hiciere, saber que es posible; y a quien no, para alabar su gran bondad: que ansí como no nos hace daño considerar las cosas que hay en el cielo, y lo que gozan los bienaventurados, antes nos alegramos y procuramos alcanzar lo que ellos 40 gozan, tampoco nos hará ver que es posible en este destierro comunicarse un tan gran Dios con unos gusanos tan llenos de mal olor, y amar una bondad tan buena, y una misericordia tan sin tasa. Tengo por cierto, que a quien hiciere daño entender que es posible hacer Dios esta merced en este destierro, que estará muy falta de humildad y del amor del prójimo; porque si esto no es, 45 ¿cómo nos podemos dejar de holgar de que haga Dios estas mercedes a un hermano nuestro, pues no impide para hacérnoslas a nosotras, y de que su Majestad dé a entender sus grandezas, sea en quien fuere? Que algunas veces será sólo por mostrarlas, como dijo del ciego que dio vista, cuando le preguntaron los apóstoles si era por sus pecados u de sus padres. Y ansí 50 acaece, no las hacer por ser más santos a quien las hace que a los que no, sino porque se conozca su grandeza, como vemos en San Pablo y la Magdalena, y para que nosotros le alabemos en sus criaturas. Podráse decir que parecen cosas imposibles y que es bien no escandalizar los flacos: menos se pierde en que ellos no lo crean, que no en que se dejen de aprovechar a los que Dios las 55 hace; y se regalarán y despertarán a más amar a quien hace tantas misericordias, siendo tan grande su poder y majestad. Cuanto más que sé que hablo con quien no habrá este peligro, porque saben y creen que hace Dios an muy mayores muestras de amor. Yo sé que quien esto no creyere, no lo será por espiriencia; porque es muy amigo de que no pongan tasa a sus obras; y 60 ansí, hermanas, jamás os acaezca a las que el Señor no llevare por este camino.

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Tema 3. La Edad del Libro Prosa del siglo XVII. Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quijote de la Mancha, 1605, 1615 I, Capítulo primero Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha EN UN LUGAR de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, 5 algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de -fol. 1v- lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de 10 campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas 15 verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición 20 y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso 25 el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Y también 30 cuando leía: [...] los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas razones perdía el pobre -fol. 2r- caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las 35 entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, 40 y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o 45 Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su

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hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga. 50 En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, 55 amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él -fol. 2v- no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, 60 que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán, el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que 65 todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía y aun a su 70 sobrina de añadidura. En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar 75 las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables 80 pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero -fol. 3r- que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo 85 mejor que pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos 90 golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia della, la 95 diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fue luego a ver su rocín, y, aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque, según se decía 100 él a sí mesmo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su

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señor estado, mudase él también el nombre, y [le] cobrase famoso y de 105 estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba. Y así, -fol. 3v- después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y 110 primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde -como queda dicho- tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, 115 como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al 120 vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della. Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él: 125 -Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz -fol. 4r- humilde y rendido: «Yo, señora, soy el gigante 130 Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante?». ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, 135 y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, 140 buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto. Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha Capítulo XXV —Y tú, ¡oh buen Sancho Panza!, el mejor escudero y del mejor caballero del mundo, alégrate, que tu buena mujer Teresa está buena, y esta es la hora en que ella está rastrillando una libra de lino, y, por más señas, tiene a su lado izquierdo un jarro desbocado que cabe un buen porqué de vino, con que 5 se entretiene en su trabajo. —Eso creo yo muy bien —respondió Sancho—, porque es ella una bienaventurada, y, a no ser celosa, no la trocara yo por la giganta Andandona, que según mi señor fue una mujer muy cabal y muy de pro; y es mi

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Teresa de aquellas que no se dejan mal pasar, aunque sea a costa de sus 10 herederos. —Ahora digo —dijo a esta sazón don Quijote— que el que lee mucho y anda mucho vee mucho y sabe mucho. Digo esto porque ¿qué persuasión fuera bastante para persuadirme que hay monos en el mundo que adivinen, como lo he visto ahora por mis propios ojos? Porque yo soy el mesmo don 15 Quijote de la Mancha que este buen animal ha dicho, puesto que se ha estendido algún tanto en mis alabanzas; pero como quiera que yo me sea, doy gracias al cielo, que me dotó de un ánimo blando y compasivo, inclinado siempre a hacer bien a todos y mal a ninguno. —Si yo tuviera dineros —dijo el paje—, preguntara al señor mono qué me ha 20 de suceder en la peregrinación que llevo. A lo que respondió maese Pedro, que ya se había levantado de los pies de don Quijote: —Ya he dicho que esta bestezuela no responde a lo por venir; que si respondiera, no importara no haber dineros, que por servicio del señor don 25 Quijote, que está presente, dejara yo todos los intereses del mundo. Y agora, porque se lo debo, y por darle gusto, quiero armar mi retablo y dar placer a cuantos están en la venta, sin paga alguna. Oyendo lo cual el ventero, alegre sobremanera, señaló el lugar donde se podía poner el retablo, que en un punto fue hecho. 30 Don Quijote no estaba muy contento con las adivinanzas del mono, por parecerle no ser a propósito que un mono adivinase, ni las de por venir ni las pasadas cosas, y, así, en tanto que maese Pedro acomodaba el retablo, se retiró don Quijote con Sancho a un rincón de la caballeriza, donde sin ser oídos de nadie le dijo: 35 —Mira, Sancho, yo he considerado bien la estraña habilidad deste mono, y hallo por mi cuenta que sin duda este maese Pedro su amo debe de tener hecho pacto tácito o espreso con el demonio. —Si el patio es espeso y del demonio—dijo Sancho—, sin duda debe de ser muy sucio patio; pero ¿de qué provecho le es al tal maese Pedro tener esos 40 patios? —No me entiendes, Sancho: no quiero decir sino que debe de tener hecho algún concierto con el demonio de que infunda esa habilidad en el mono [41], con que gane de comer, y después que esté rico le dará su alma, que es lo que este universal enemigo pretende. Y háceme creer esto el ver que el mono no 45 responde sino a las cosas pasadas o presentes, y la sabiduría del diablo no se puede estender a más, que las por venir no las sabe si no es por conjeturas, y no todas veces, que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente. Y siendo esto así, como lo es, está claro que este mono habla con el estilo del 50 diablo, y estoy maravillado cómo no le han acusado al Santo Oficio, y examinádole y sacádole de cuajo en virtud de quién adivina; porque cierto está que este mono no es astrólogo, ni su amo ni él alzan ni saben alzar estas figuras que llaman «judiciarias», que tanto ahora se usan en España, que no hay mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no presuma de alzar una 55 figura, como si fuera una sota de naipes del suelo, echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia. De una señora sé yo que preguntó a uno destos figureros que si una perrilla de falda, pequeña, que tenía, si se empreñaría y pariría, y cuántos y de qué color serían los perros que pariese. A lo que el señor judiciario, después 60 de haber alzado la figura, respondió que la perrica se empreñaría y pariría tres perricos, el uno verde, el otro encarnado y el otro de mezcla, con tal condición que la tal perra se cubriese entre las once y doce del día o de la noche, y que fuese en lunes o en sábado; y lo que sucedió fue que de allí a

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dos días se murió la perra de ahíta, y el señor levantador quedó acreditado en 65 el lugar por acertadísimo judiciario, como lo quedan todos o los más levantadores. —Con todo eso, querría —dijo Sancho— que vuestra merced dijese a maese Pedro preguntase a su mono si es verdad lo que a vuestra merced le pasó en la cueva de Montesinos, que yo para mí tengo, con perdón de vuestra merced, 70 que todo fue embeleco y mentira, o por lo menos cosas soñadas. —Todo podría ser —respondió don Quijote—, pero yo haré lo que me aconsejas, puesto que me ha de quedar un no sé qué de escrúpulo. Estando en esto, llegó maese Pedro a buscar a don Quijote y decirle que ya estaba en orden el retablo, que su merced viniese a verle, porque lo merecía. 75 Don Quijote le comunicó su pensamiento y le rogó preguntase luego a su mono le dijese si ciertas cosas que había pasado en la cueva de Montesinos habían sido soñadas o verdaderas, porque a él le parecía que tenían de todo. A lo que maese Pedro, sin responder palabra, volvió a traer el mono, y, puesto delante de don Quijote y de Sancho, dijo: 80 —Mirad, señor mono, que este caballero quiere saber si ciertas cosas que le pasaron en una cueva llamada de Montesinos, si fueron falsas, o verdaderas. Y haciéndole la acostumbrada señal, el mono se le subió en el hombro izquierdo, y hablándole al parecer en el oído, dijo luego maese Pedro: —El mono dice que parte de las cosas que vuesa merced vio o pasó en la 85 dicha cueva son falsas, y parte verisímiles, y que esto es lo que sabe, y no otra cosa, en cuanto a esta pregunta; y que si vuesa merced quisiere saber más, que el viernes venidero responderá a todo lo que se le preguntare, que por ahora se le ha acabado la virtud, que no le vendrá hasta el viernes, como 90 dicho tiene. —¿No lo decía yo —dijo Sancho— que no se me podía asentar que todo lo que vuesa merced, señor mío, ha dicho de los acontecimientos de la cueva era verdad, ni aun la mitad? —Los sucesos lo dirán, Sancho —respondió don Quijote—, que el tiempo, 95 descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no la saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra. Y por ahora baste esto, y vámonos a ver el retablo del buen maese Pedro, que para mí tengo que debe de tener alguna novedad. —¿Cómo alguna? —respondió maese Pedro—: sesenta mil encierra en sí este 100 mi retablo. Dígole a vuesa merced, mi señor don Quijote, que es una de las cosas más de ver que hoy tiene el mundo, y «operibus credite, et non verbis», y manos a labor, que se hace tarde y tenemos mucho que hacer y que decir y que mostrar. Obedeciéronle don Quijote y Sancho, y vinieron donde ya estaba el retablo 105 puesto y descubierto, lleno por todas partes de candelillas de cera encendidas que le hacían vistoso y resplandeciente. En llegando, se metió maese Pedro dentro dél, que era el que había de manejar las figuras del artificio, y fuera se puso un muchacho, criado del maese Pedro, para servir de intérprete y declarador de los misterios del tal retablo: tenía una varilla en la mano, con 110 que señalaba las figuras que salían. Puestos, pues, todos cuantos había en la venta, y algunos en pie, frontero del retablo, y acomodados don Quijote, Sancho, el paje y el primo en los mejores lugares, el trujamán comenzó a decir lo que oirá y verá el que le oyere o viere el capítulo siguiente. Capítulo XXVI —Quisiera yo tener aquí delante en este punto todos aquellos que no creen ni quieren creer de cuánto provecho sean en el mundo los caballeros andantes. Miren, si no me hallara yo aquí presente, qué fuera del buen don Gaiferos

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y de la hermosa Melisendra: a buen seguro que esta fuera ya la hora que los 5 hubieran alcanzado estos canes y les hubieran hecho algún desaguisado. En resolución, ¡viva la andante caballería sobre cuantas cosas hoy viven en la tierra! —¡Viva enhorabuena —dijo a esta sazón con voz enfermiza maese Pedro—, y muera yo!, pues soy tan desdichado, que puedo decir con el rey don Rodrigo: Ayer fui señor de España, y hoy no tengo una almena que pueda decir que es mía. 10 No ha media hora, ni aun un mediano momento, que me vi señor de reyes y de emperadores, llenas mis caballerizas y mis cofres y sacos de infinitos caballos y de innumerables galas, y agora me veo desolado y abatido, pobre y mendigo, y sobre todo sin mi mono, que a fe que primero que le vuelva a mi poder me han de sudar los dientes; y todo por la furia mal considerada deste 15 señor caballero, de quien se dice que ampara pupilos y endereza tuertos y hace otras obras caritativas, y en mí solo ha venido a faltar su intención generosa, que sean benditos y alabados los cielos, allá donde tienen más levantados sus asientos. En fin, el Caballero de la Triste Figura había de ser aquel que había de desfigurar las mías. 20 Enternecióse Sancho Panza con las razones de maese Pedro y díjole: —No llores, maese Pedro, ni te lamentes, que me quiebras el corazón, porque te hago saber que es mi señor don Quijote tan católico y escrupuloso cristiano, que si él cae en la cuenta de que te ha hecho algún agravio, te lo sabrá y te lo querrá pagar y satisfacer con muchas ventajas. 25 —Con que me pagase el señor don Quijote alguna parte de las hechuras que me ha deshecho, quedaría contento y su merced aseguraría su conciencia, porque no se puede salvar quien tiene lo ajeno contra la voluntad de su dueño y no lo restituye. —Así es —dijo don Quijote—, pero hasta ahora yo no sé que tenga nada 30 vuestro, maese Pedro. —¿Cómo no? —respondió maese Pedro—. Y estas reliquias que están por este duro y estéril suelo, ¿quién las esparció y aniquiló sino la fuerza invencible dese [*] poderoso brazo? ¿Y cúyos eran sus cuerpos sino míos? ¿Y con quién me sustentaba yo sino con ellos? 35 —Ahora acabo de creer —dijo a este punto don Quijote— lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en las que ellos quieren. Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que 40 pasaba al pie de la letra: que Melisendra era Melisendra, don Gaiferos don Gaiferos, Marsilio Marsilio, y Carlomagno Carlomagno. Por eso se me alteró la cólera, y por cumplir con mi profesión de caballero andante quise dar ayuda y favor a los que huían, y con este buen propósito hice lo que habéis visto: si me ha salido al revés, no es culpa mía, sino de los malos que me 45 persiguen; y, con todo esto, deste mi yerro, aunque no ha procedido de malicia, quiero yo mismo condenarme en costas: vea maese Pedro lo que quiere por las figuras deshechas, que yo me ofrezco a pagárselo luego, en buena y corriente moneda castellana. Inclinósele maese Pedro, diciéndole: 50 —No esperaba yo menos de la inaudita cristiandad del valeroso don Quijote de la Mancha, verdadero socorredor y amparo de todos los necesitados y menesterosos vagamundos; y aquí el señor ventero y el gran Sancho serán medianeros y apreciadores entre vuesa merced y mí de lo que valen o podían

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valer las ya deshechas figuras. 55 El ventero y Sancho dijeron que así lo harían, y luego maese Pedro alzó del suelo con la cabeza menos al rey Marsilio de Zaragoza, y dijo: —Ya se vee cuán imposible es volver a este rey a su ser primero, y, así, me parece, salvo mejor juicio, que se me dé por su muerte, fin y acabamiento cuatro reales y medio. 60 —Adelante —dijo don Quijote. —Pues por esta abertura de arriba abajo —prosiguió maese Pedro, tomando en las manos al partido emperador Carlomagno—, no sería mucho que pidiese yo cinco reales y un cuartillo. —No es poco —dijo Sancho. 65 —Ni mucho —replicó el ventero—: médiese la partida y señálensele cinco reales. —Dénsele todos cinco y cuartillo —dijo don Quijote—, que no está en un cuartillo más a menos la monta desta notable desgracia; y acabe presto maese Pedro, que se hace hora de cenar, y yo tengo ciertos barruntos de 70 hambre. —Por esta figura —dijo maese Pedro— que está sin narices y un ojo menos, que es de la hermosa Melisendra, quiero, y me pongo en lo justo, dos reales y doce maravedís. —Aun ahí sería el diablo —dijo don Quijote—, si ya no estuviese 75 Melisendra con su esposo por lo menos en la raya de Francia, porque el caballo en que iban a mí me pareció que antes volaba que corría; y, así, no hay para qué venderme a mí el gato por liebre, presentándome aquí a Melisendra desnarigada, estando la otra, si viene a mano, ahora holgándose en Francia con su esposo a pierna tendida. Ayude Dios con lo 80 suyo a cada uno, señor maese Pedro, y caminemos todos con pie llano y con intención sana. Y prosiga. Maese Pedro, que vio que don Quijote izquierdeaba y que volvía a su primer tema, no quiso que se le escapase, y, así, le dijo: —Esta no debe de ser Melisendra, sino alguna de las doncellas que la servían, 85 y, así, con sesenta maravedís que me den por ella quedaré contento y bien pagado. Desta manera fue poniendo precio a otras muchas destrozadas figuras, que después los moderaron los dos jueces árbitros, con satisfación de las partes, que llegaron a cuarenta reales y tres cuartillos; y además desto, que 90 luego lo desembolsó Sancho, pidió maese Pedro dos reales por el trabajo de tomar el mono. —Dáselos, Sancho —dijo don Quijote—, no para tomar el mono, sino la mona;y docientos diera yo ahora en albricias a quien me dijera con certidumbre que la señora doña Melisendra y el señor don Gaiferos estaban 95 ya en Francia y entre los suyos. —Ninguno nos lo podrá decir mejor que mi mono —dijo maese Pedro—, pero no habrá diablo que ahora le tome; aunque imagino que el cariño y la hambre le han de forzar a que me busque esta noche, y amanecerá Dios y verémonos. 100 En resolución, la borrasca del retablo se acabó y todos cenaron en paz y en buena compañía, a costa de don Quijote, que era liberal en todo estremo. Antes que amaneciese se fue el que llevaba las lanzas y las alabardas, y ya después de amanecido se vinieron a despedir de don Quijote el primo y el paje, el uno para volverse a su tierra, y el otro a proseguir su camino, para 105 ayuda del cual le dio don Quijote una docena de reales. Maese Pedro no quiso volver a entrar en más dimes ni diretes con don Quijote, a quien él conocía muy bien, y, así, madrugó antes que el sol, y cogiendo las reliquias de

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su retablo, y a su mono, se fue también a buscar sus aventuras. El ventero, que no conocía a don Quijote, tan admirado le tenían sus locuras como su 110 liberalidad. Finalmente, Sancho le pagó muy bien, por orden de su señor, y, despidiéndose dél, casi a las ocho del día dejaron la venta y se pusieron en camino, donde los dejaremos ir, que así conviene para dar lugar a contar otras cosas pertenecientes a la declaración desta famosa historia. Capítulo XXVII Donde se da cuenta de quiénes eran maese Pedro y su mono, con el mal suceso que don Quijote tuvo en la aventura del rebuzno, que no la acabó como él quisiera y como lo tenía pensado Entra Cide Hamete, coronista desta grande historia, con estas palabras en este 5 capítulo: «Juro como católico cristiano... ». A lo que su traductor dice que el jurar Cide Hamete como católico cristiano, siendo él moro, como sin duda lo era, no quiso decir otra cosa sino que así como el católico cristiano, cuando jura, jura o debe jurar verdad y decirla en lo que dijere, así él la decía como si jurara como cristiano católico en lo que quería escribir de don Quijote, 10 especialmente en decir quién era maese Pedro y quién el mono adivino que traía admirados todos aquellos pueblos con sus adivinanzas. Dice, pues, que bien se acordará el que hubiere leído la primera parte desta historia de aquel Ginés de Pasamonte a quien entre otros galeotes dio libertad don Quijote en Sierra Morena, beneficio que después le fue mal agradecido y 15 peor pagado de aquella gente maligna y mal acostumbrada. Este Ginés de Pasamonte, a quien don Quijote llamaba «Ginesillo de Parapilla», fue el que hurtó a Sancho Panza el rucio, que, por no haberse puesto el cómo ni el cuándo en la primera parte, por culpa de los impresores, ha dado en qué entender a muchos, que atribuían a poca memoria del autor la falta de 20 emprenta. Pero, en resolución, Ginés le hurtó estando sobre él durmiendo Sancho Panza, usando de la traza y modo que usó Brunelo cuando, estando Sacripante sobre Albraca, le sacó el caballo de entre las piernas, y después le cobró Sancho como se ha contado. Este Ginés, pues, temeroso de no ser hallado de la justicia, que le buscaba para castigarle de sus infinitas 25 bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales, que él mismo compuso un gran volumen contándolos, determinó pasarse al reino de Aragón [4] y cubrirse el ojo izquierdo, acomodándose al oficio de titerero, que esto y el jugar de manos lo sabía hacer por estremo [5]. Sucedió, pues, que de unos cristianos ya libres que venían de Berbería 30 compró aquel mono, a quien enseñó que en haciéndole cierta señal se le subiese en el hombro y le murmurase, o lo pareciese, al oído. Hecho esto, antes que entrase en el lugar donde entraba con su retablo y mono, se informaba en el lugar más cercano, o de quien él mejor podía, qué cosas particulares hubiesen sucedido en el tal lugar, y a qué personas; y llevándolas 35 bien en la memoria, lo primero que hacía era mostrar su retablo, el cual unas veces era de una historia y otras de otra, pero todas alegres y regocijadas y conocidas. Acabada la muestra, proponía las habilidades de su mono, diciendo al pueblo que adivinaba todo lo pasado y lo presente, pero que en lo de por venir no se daba maña. Por la respuesta de cada pregunta pedía dos 40 reales, y de algunas hacía barato, según tomaba el pulso a los preguntantes; y como tal vez llegaba a las casas de quien él sabía los sucesos de los que en ella moraban, aunque no le preguntasen nada por no pagarle, él hacía la seña al mono y luego decía que le había dicho tal y tal cosa, que venía de molde con lo sucedido. Con esto cobraba crédito inefable, 45 y andábanse todos tras él. Otras veces, como era tan discreto, respondía de manera que las respuestas venían bien con las preguntas; y como nadie le apuraba ni apretaba a que dijese cómo adevinaba su mono, a todos hacía

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monas, y llenaba sus esqueros. Así como entró en la venta conoció a don Quijote y a Sancho, por cuyo 50 conocimiento le fue fácil poner en admiración a don Quijote y a Sancho Panza y a todos los que en ella estaban; pero hubiérale de costar caro si don Quijote bajara un poco más la mano cuando cortó la cabeza al rey Marsilio y destruyó toda su caballería, como queda dicho en el antecedente capítulo. Esto es lo que hay que decir de maese Pedro y de su mono. 55 Y volviendo a don Quijote de la Mancha, digo que después de haber salido de la venta determinó de ver primero las riberas del río Ebro y todos aquellos contornos, antes de entrar en la ciuda de Zaragoza, pues le daba tiempo para todo el mucho que faltaba desde allí a las justas. Con esta intención siguió su camino, por el cual anduvo dos días sin acontecerle cosa digna de 60 ponerse en escritura, hasta que al tercero, al subir de una loma, oyó un gran rumor de atambores, de trompetas y arcabuces. Al principio pensó que algún tercio de soldados pasaba por aquella parte, y por verlos picó a Rocinante y subió la loma arriba; y cuando estuvo en la cumbre, vio al pie della, a su parecer, más de docientos hombres armados de diferentes suertes 65 de armas, como si dijésemos lanzones, ballestas, partesanas, alabardas y picas, y algunos arcabuces y muchas rodelas. Bajó del recuesto y acercóse al escuadrón tanto, que distintamente vio las banderas, juzgó de las colores y notó las empresas que en ellas traían, especialmente una que en un estandarte o jirón de raso blanco venía, en el cual estaba pintado muy al vivo un 70 asno como un pequeño sardesco, la cabeza levantada, la boca abierta y la lengua de fuera, en acto y postura como si estuviera rebuznando; alrededor dél estaban escritos de letras grandes estos dos versos: No rebuznaron en balde el uno y el otro alcalde. Por esta insignia sacó don Quijote que aquella gente debía de ser del pueblo del rebuzno, y así se lo dijo a Sancho, declarándole lo que en el estandarte 75 venía escrito. Díjole también que el que les había dado noticia de aquel caso se había errado en decir que dos regidores habían sido los que rebuznaron, pero que, según los versos del estandarte, no habían sido sino alcaldes. A lo que respondió Sancho Panza: —Señor, en eso no hay que reparar, que bien puede ser que los regidores que 80 entonces rebuznaron viniesen con el tiempo a ser alcaldes de su pueblo, y, así, se pueden llamar con entrambos títulos: cuanto más que no hace al caso a la verdad de la historia ser los rebuznadores alcaldes o regidores, como ellos una por una hayan rebuznado, porque tan a pique está de rebuznar un alcalde como un regidor. 85 Finalmente, conocieron y supieron cómo el pueblo corrido salía a pelear con otro que le corría más de lo justo y de lo que se debía a la buena vecindad. Fuese llegando a ellos don Quijote, no con poca pesadumbre de Sancho, que nunca fue amigo de hallarse en semejantes jornadas. Los del escuadrón le 90 recogieron en medio, creyendo que era alguno de los de su parcialidad. Don Quijote, alzando la visera, con gentil brío y continente llegó hasta el estandarte del asno, y allí se le pusieron alrededor todos los más principales del ejército, por verle, admirados con la admiración acostumbrada en que caían todos aquellos que la vez primera le miraban. Don Quijote que los 95 vio tan atentos a mirarle, sin que ninguno le hablase ni le preguntase nada, quiso aprovecharse de aquel silencio y, rompiendo el suyo, alzó la voz y dijo: —Buenos señores, cuan encarecidamente puedo os suplico que no interrumpáis un razonamiento que quiero haceros, hasta que veáis que os

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disgusta y enfada; que si esto sucede, con la más mínima señal que me hagáis 100 pondré un sello en mi boca y echaré una mordaza a mi lengua. Todos le dijeron que dijese lo que quisiese, que de buena gana le escucharían. Don Quijote, con esta licencia, prosiguió diciendo: —Yo, señores míos, soy caballero andante, cuyo ejercicio es el de las armas, y cuya profesión, la de favorecer a los necesitados de favor y acudir a los 105 menesterosos. Días ha que he sabido vuestra desgracia y la causa que os mueve a tomar las armas a cada paso, para vengaros de vuestros enemigos; y habiendo discurrido una y muchas veces en mi entendimiento sobre vuestro negocio, hallo, según las leyes del duelo, que estáis engañados en teneros por afrentados, porque ningún particular puede afrentar a un pueblo entero, si no 110 es retándole de traidor por junto, porque no sabe en particular quién cometió la traición por que le reta. Ejemplo desto tenemos en don Diego Ordóñez de Lara, que retó a todo el pueblo zamorano porque ignoraba que solo Vellido Dolfos había cometido la traición de matar a su rey, y, así, retó a todos, y a todos tocaba la venganza y la respuesta; aunque bien es verdad que 115 el señor don Diego anduvo algo demasiado y aun pasó muy adelante de los límites del reto, porque no tenía para qué retar a los muertos, a las aguas, ni a los panes, ni a los que estaban por nacer, ni a las otras menudencias que allí se declaran; pero vaya, pues cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija. Siendo, pues, esto así, que uno solo 120 no puede afrentar a reino, provincia, ciudad, república, ni pueblo entero, queda en limpio que no hay para qué salir a la venganza del reto de la tal afrenta, pues no lo es; porque ¡bueno sería que se matasen a cada paso los del pueblo de la Reloja con quien se lo llama, ni los cazoleros, berenjeneros, ballenatos, jaboneros, ni los de otros nombres y apellidos que andan por ahí 125 en boca de los muchachos y de gente de poco más a menos! ¡Bueno sería, por cierto, que todos estos insignes pueblos se corriesen y vengasen y anduviesen contino hechas las espadas sacabuches a cualquier pendencia , por pequeña que fuese! ¡No, no, ni Dios lo permita o quiera! Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las 130 armas y desenvainar las espadas y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su rey en la guerra justa; y si le quisiéremos añadir la quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa 135 de su patria. A estas cinco causas, como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean justas y razonables y que obliguen a tomar las armas, pero tomarlas por niñerías y por cosas que antes son de risa y pasatiempo que de afrenta, parece que quien las toma carece de todo razonable discurso; cuanto más que el tomar venganza injusta, que justa no puede haber alguna 140 que lo sea, va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen mandamiento que aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo y más de carne que de espíritu; porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, 145 que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana, y, así, no nos había de mandar cosa que fuese imposible el cumplirla. Así que, mis señores, vuesas mercedes están obligados por leyes divinas y humanas a sosegarse. —El diablo me lleve —dijo a esta sazón Sancho entre sí— si este mi amo no es 150 tólogo, y si no lo es, que lo parece como un güevo a otro. Tomó un poco de aliento don Quijote y, viendo que todavía le prestaban silencio, quiso pasar adelante en su plática, como pasara si no se pusiera en medio la agudeza de Sancho, el cual, viendo que su amo se detenía, tomó

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la mano por él, diciendo: 155 —Mi señor don Quijote de la Mancha, que un tiempo se llamó «el Caballero de la Triste Figura» y ahora se llama «el Caballero de los Leones», es un hidalgo muy atentado, que sabe latín y romance como un bachiller, y en todo cuanto trata y aconseja procede como muy buen soldado, y tiene todas las leyes y ordenanzas de lo que llaman el duelo en la uña, y, así, no hay más 160 que hacer sino dejarse llevar por lo que él dijere, y sobre mí si lo erraren; cuanto más que ello se está dicho que es necedad correrse por solo oír un rebuzno, que yo me acuerdo, cuando muchacho, que rebuznaba cada y cuando que se me antojaba, sin que nadie me fuese a la mano, y con tanta gracia y propiedad, que en rebuznando yo rebuznaban todos los asnos del 165 pueblo, y no por eso dejaba de ser hijo de mis padres, que eran honradísimos, y aunque por esta habilidad era invidiado de más de cuatro de los estirados de mi pueblo, no se me daba dos ardites. Y porque se vea que digo verdad, esperen y escuchen, que esta ciencia es como la del nadar, que una vez aprendida, nunca se olvida. 170 Y, luego, puesta la mano en las narices, comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron. Pero uno de los que estaban junto a él, creyendo que hacía burla dellos, alzó un varapalo que en la mano tenía y diole tal golpe con él, que, sin ser poderoso a otra cosa, dio con Sancho Panza en el suelo. Don Quijote que vio tan malparado a Sancho, arremetió al 175 que le había dado, con la lanza sobre mano; pero fueron tantos los que se pusieron en medio, que no fue posible vengarle, antes, viendo que llovía sobre él un nublado de piedras y que le amenazaban mil encaradas ballestas y no menos cantidad de arcabuces, volvió las riendas a Rocinante, y a todo lo que su galope pudo se salió de entre ellos, encomendándose de todo corazón 180 a Dios que de aquel peligro le librase, temiendo a cada paso no le entrase alguna bala por las espaldas y le saliese al pecho, y a cada punto recogía el aliento, por ver si le faltaba. Pero los del escuadrón se contentaron con verle huir, sin tirarle. A Sancho le pusieron sobre su jumento, apenas vuelto en sí, y le dejaron ir tras su amo, no 185 porque él tuviese sentido para regirle; pero el rucio siguió las huellas de Rocinante, sin el cual no se hallaba un punto. Alongado, pues, don Quijote buen trecho, volvió la cabeza y vio que Sancho venía, y atendióle, viendo que ninguno le seguía. Los del escuadrón se estuvieron allí hasta la noche, y por no haber salido a la 190 batalla sus contrarios, se volvieron a su pueblo, regocijados y alegres; y si ellos supieran la costumbre antigua de los griegos, levantaran en aquel lugar y sitio un trofeo. Tema 3. La Edad del Libro. Siglo de Oro. Poesía Luis de Góngora (1561-1627) [letrilla satírica] Dineros son calidad, ¡verdad! Más ama quien más suspira, ¡mentira! 5 Cruzados hacen cruzados, escudos pintan escudos, y tahures muy desnudos con dados ganan condados; ducados dejan ducados,

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10 y coronas majestad, ¡verdad! Pensar que uno solo es dueño de puerta de muchas llaves y afirmar que penas graves 15 las paga un mirar risueño, y entender que no son sueño las promesas de Marfira, ¡mentira! Todo se vende este día, 20 todo el dinero lo iguala: la Corte vende su gala, la guerra su valentía; hasta la sabiduría vende la universidad, 25 ¡verdad! En Valencia muy preñada y muy doncella en Madrid, cebolla en Valladolid y en Toledo mermelada, 30 Puerta de Elvira en Granada, y en Sevilla doña Elvira, ¡mentira! No hay persona que hablar deje al necesitado en plaza; 35 todo el mundo le es mordaza, aunque él por señas se queje; que tiene cara de hereje y aun fe la necesidad, ¡verdad! 40 Siendo como un algodón nos jura que es como un hueso, y quiere probarnos eso con que es su cuello almidón*, goma su copete*, y son 45 sus bigotes alquitira*, ¡mentira! Cualquiera que pleitos trata, aunque sean sin razón, deje el río Marañón, 50 y entre el río de la Plata; que hallará corriente grata y puerto de claridad, ¡verdad! Siembra en una artesa berros 55 la madre, y sus hijas todas son perras de muchas bodas, y bodas de muchos perros;

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y sus yernos rompen hierros en la toma de Algecira, 60 ¡mentira! tahúres, tahúr: al.: Gewohnheitsspieler. risueño: lächelnd. valentía: Tapferkeit. mordaza: instrumento que se pone en la boca para impedir el hablar, al.: Knebel. almidón: al.: Stärke, Stärkemehl. alquitira: tragacanto.; arbusto de hojas blancas que crece en Persia y Asia Menor; de él se obtiene una goma blanca muy usada en farmacia e industria. al.: Tragant. pleitos, pleito: al Rechtsstreit. artesa: cajón de madera y estrecho hacia el fondo que sirve para amasar el pan. al.: Trog, Mulde. berros: Kresse. Inscripción para el sepulcro de Domínico Greco Esta en forma elegante, oh peregrino, de pórfido luciente dura llave el pincel niega al mundo más süave, que dio espíritu a leño, vida a lino. 5 Su nombre, aun de mayor aliento digno que en los clarines de la Fama cabe, el campol ilustra de ese mármol grave. Venérale, y prosigue tu camino. Yace el Griego. Heredó Naturaleza 10 arte, y el Arte, estudio; Iris, colores; Febo, luces –si no sombras, Morfeo.– Tanta urna, a pesar de su dureza, lágrimas beba y cuantos suda olores corteza funeral de árbol sabeo. pórfido: roca compacta y dura, de color oscuro y con cristales de cuarzo. leño:trozo de árbol después de cortado y limpio de ramas. al.: gefällter Baumstamm. dino: digno, würdig. clarines, clarín: al.: kleine Trompete. venéralo, venerar: al.: Ehre ehrweisen. suda, sudar: destilar algunas gotas de árboles y plantas. sabeo: de la región de Saba. Soneto Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido al sol relumbra en vano, mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello; 5 mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano, y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello; goza cuello, cabello, labio y frente,

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10 antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lilio clavel, cristal luciente, no sólo en plata o vïola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. [fragmento del poema “oscuro”, Fábula de Polifemo y Galatea, descripción de la cueva que habita Polifemo] [...] 4 Donde espumoso el mar sicilïano

el pie argenta de plata al Lilibeo (bóveda o de las fraguas de Vulcano, o tumba de los huesos de Tifeo), pálidas señas cenizoso un llano —cuando no del sacrílego deseo— del duro oficio da. Allí una alta roca mordaza es a una gruta, de su boca.

5 Guarnición tosca de este escollo duro troncos robustos son, a cuya greña menos luz debe, menos aire puro la caverna profunda, que a la peña; caliginoso lecho, el seno obscuro ser de la negra noche nos lo enseña infame turba de nocturnas aves, gimiendo tristes y volando graves.

6 De este, pues, formidable de la tierra

Bostezo, el melancólico vacío A Polifemo, horror de aquella sierra, Bárbara choza es, albergue umbrío Y redil espacioso donde encierra Cuanto las cumbres ásperas cabrío, De los montes esconde: copia bella Que un silbo junta y un peñasco sella.

7 Un monte era de miembros eminente Este que —de Neptuno hijo fiero— De un ojo ilustra el orbe de su frente, Émulo casi del mayor lucero; Cíclope a quien el pino más valiente Bastón le obedecía tan ligero, Y al grave peso junco tan delgado, Que un día era bastón y otro cayado.

8. Negro el cabello, imitador undoso De las oscuras aguas del Leteo, Al viento que lo peina proceloso Vuela sin orden, pende sin aseo; Un torrente es su barba, impetuoso Que —adusto hijo de este Pirineo—

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Su pecho inunda— o tarde, o mal, o en vano Surcada aun de los dedos de su mano.

9. No la Trinacria en sus montañas, fiera

Armó de crueldad, calzó de viento, Que redima feroz, salve ligera Su piel manchada de colores ciento: Pellico es ya la que en los bosques era Mortal horror al que con paso lento Los bueyes a su albergue reducía, Pisando la dudosa luz del día.

10. Cercado es, cuando más capaz más lleno, De la fruta, el zurrón, casi abortada, Que el tardo otoño deja al blando seno De la piadosa yerba encomendada: La serva, a quien le da rugas el heno; La pera, de quien fue cuna dorada, La rubia paja y —pálida turora— La niega avara y pródiga la dora.

11. Erizo es, el zurrón, de la castaña;

Y —entre el membrillo o verde o datilado— De la manzana hipócrita, que engaña, A lo pálido no, a lo arrebolado, Y de la encina honor de la montaña, Que pabellón al siglo fue dorado, El tributo, alimento, aunque grosero, Del mejor mundo, del candor primero.

12. Cera y cáñamo unió —que no debiera—

Cien cañas, cuyo bárbaro rüido, De más ecos que unió cáñamo y cera Albogues, duramente es repetido. La selva se confunde, el mar se altera, Rompe Tritón su caracol torcido, Sordo huye el bajel a vela y remo: ¡Tal la música es de Polifemo!

13. Ninfa, de Doris hija, la más bella,

Adora, que vio el reino de la espuma. Galatea es su nombre, y dulce en ella El terno Venus de sus Gracias suma. Son una y otra luminosa estrella Lucientes ojos de su blanca pluma: Si roca de cristal no es de Neptuno, Pavón de Venus es, cisne de Juno.

14. Purpúreas rosas sobre Galatea

La Alba entre lilios cándidos deshoja: Duda el Amor cuál más su color sea, O púrpura nevada, o nieve roja. De su frente la perla es, eritrea, Émula vana. El ciego dios se enoja, Y, condenado su esplendor, la deja

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Pender en oro al nácar de su oreja. Francisco de Quevedo (1580-1646) LETRILLA SATÍRICA Letrilla burlesca Galán y dama Galán: Como un oro, no hay dudar, eres, niña, y yo te adoro. Dama: Niño, pues soy como un oro, con premio me he de trocar. Galán: De oro tus cabellos son, rica ocupación del viento. Dama: Pues a sesenta por ciento daré cada repelón. Galán: ¿Qué precio habrá que consuele oro que rizado mata? Dama: Como me dé el trueco en plata, dejaré que me repele. Galán: No hay plata para pagar prisión que vale un tesoro. Dama: Niño, pues soy como un oro, con premio me he de trocar. Galán: ¿Tan grande es la estimación del oro; a tanto se extiende? Dama: Hasta el orosuz pretende ventajas contra el vellón. Galán: ¿Oro que codicia el alba vendes por cosa del suelo? Dama: Págame tú en plata el pelo, que yo me quedaré calva. Galán: Quien lo quisiere comprar, pierde al Amor el decoro. Dama: Niño, pues soy como un oro, con premio me he de trocar. Salmo XVII Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya demoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía. Salíme al campo: vi que el sol bebía 5 los arroyos del yelo desatados, y del monte quejosos los ganados,

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que con sombras hurtó su luz al día. Entré en mi casa; vi que, amancillada, de anciana habitación era despojos; 10 mi báculo, más corvo y menos fuerte; vencida de la edad sentí mi espada. Y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte. Amor constante más allá de la muerte Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera; mas no de esotra parte en la ribera, 5 dejará la memoria, en donde ardia: nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, 10 medulas que han gloriosamente ardido, su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado. letrilla satírica Mas no ha de salir de aquí. 1. Yo, que nunca sé callar,

Y sólo tengo por mengua No vaciarme por la lengua Y el morirme por hablar, A todos quiero contar Cierto secreto que oí, Mas no ha de salir de aquí.

2. Mediquillo se consiente

Que al que enferma y va a curallo, Yendo a mula, va a caballo, Y por la posta el doliente. Y viéndole tan valiente, Llámanle el Doctor Sofí, Mas no ha de salir de aquí.

3. Mandádose ha pregonar

Que digan, midiendo cueros, «¡Agua va!» los taberneros, Como mozas de fregar, Que dejen el bautizar

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A los Curas de Madrí, Mas no ha de salir de aquí.

4. Dicen, y es bellaquería,

Que hay pocos cogotes salvos Y que, según hay de calvos Que como hay zapatería, Ha de haber cabellería Para poblarlos allí, Mas no ha de salir de aquí.

5. Los perritos regalados

Que a pasteleros se llegan, Si con ellos veis que juegan, Ellos quedarán picados, Habrá estómagos ladrados Si comen lo que comí, Mas no ha de salir de aquí.

6. Madre diz que hay caracol

Que su casa trae a cuestas, Y los Domingos y fiestas Saca sus hijas al Sol. La vieja es el facistol, Las niñas solfean por sí, Mas no ha de salir de aquí.

7. Yo conozco Caballero

Que entinta el cabello en vano, Y por no parecer cano, Quiere parecer tintero; Y siendo nieve de Enero, De Mayo se hace alhelí, Mas no ha de salir de aquí.

8. Invisible viene a ser

Por su pluma y por su mano Cualquier maldito escribano, Pues nadie los puede ver. Culpas le dan de comer: Al diablo sucede así. Mas no ha de salir de aquí.

9. Maridillo hay que retrata

Los cuchillos verdaderos, Que al principio tiene aceros Y al cabo en cuerno remata; Mas su mujer de hilar trata El cerro de Potosí. Mas no ha de salir de aquí.

10. Y afirman en conclusión

De los oficios que canto Que ya no hay oficio santo Sino el de la Inquisición.

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Quien no es ladrillo es ladrón, Toda mi vida lo oí, Mas no ha de salir de aquí.

A una nariz 1. Érase un hombre a una nariz pegado, erase una nariz superlativa, erase una nariz sayón y escriba, érase un peje espada muy barbado.

2. Era un reloj de sol mal encarado, 5 érase una alquitara pensativa, érase un elefante boca arriba, era Ovidio Nasón más narizado. 3. Érase un espolón de una galera, erase una pirámide de Egipto, 10 las doce tribus de narices era. Érase un naricísimo infinito,

4. muchísimo nariz, nariz tan fiera, que en la cara de Anás fuera delito. Lope de Vega y Carpio (1562-1635) [soneto] Cuando imagino de mis breves días los muchos que el tirano amor me debe y en mi cabello anticipar la nieve más que los años las tristezas mías, veo que son sus falsas alegrías 5 veneno que en cristal la razón bebe, por quien el apetito se le atreve vestido de mis dulces fantasías. ¿Qué hierbas del olvido ha dado el gusto a la razón que, sin hacer su oficio, 10 quiere contra razón satisfacelle? Mas consolarse quiere mi disgusto que es el deseo del remedio indicio y el remedio de amor querer vencelle.

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1 A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos. 5 No sé qué tiene el aldea donde vivo y donde muero, que con venir de mí mismo no puedo venir más lejos. Ni estoy bien ni mal conmigo; 10 mas dice mi entendimiento que un hombre que todo es alma está cautivo en su cuerpo. Entiendo lo que me basta, y solamente no entiendo 15 cómo se sufre a sí mismo un ignorante soberbio. De cuantas cosas me cansan fácilmente me defiendo; pero no puedo guardarme 20 de los peligros de un necio. El dirá que yo lo soy, pero con falso argumento; que humildad y necedad no caben en un sujeto. 25 La diferencia conozco, porque en él y en mí contemplo su locura en su arrogancia, mi humildad en mi desprecio. O sabe naturaleza 30 más que supo, en este tiempo, o tantos que nacen sabios es porque lo dicen ellos. «Sólo sé que no sé nada,» dijo un filósofo, haciendo 35 la cuenta con su humildad, adonde lo más es menos. No me precio de entendido, de desdichado me precio; que los que no son dichosos, 40 ¿cómo pueden ser discretos? No puede durar el mundo, porque dicen, y lo creo, que suena a vidrio quebrado y que ha de romperse presto. 45 Señales son del juïcio ver que todos le perdemos, unos por carta de más, otros por carta de menos. Dijeron que antiguamente 50 se fue la verdad al cielo: tal la pusieron los hombres que desde entonces no ha vuelto. En dos edades vivimos los propios y los ajenos: 55 la de plata los extraños,

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y la de cobre los nuestros. ¿A quién no dará cuidado, si es español verdadero, ver los hombres a lo antiguo 60 y el valor a lo moderno? Todos andan bien vestidos, y quéjanse de los precios, de medio arriba romanos, de medio abajo romeros. 65 Dijo Dios que comería su pan el hombre primero en el sudor de su cara por quebrar su mandamiento; y algunos, inobedientes 70 a la vergüenza y al miedo, con las prendas de su honor han trocado los efectos. Virtud y filosofía peregrinan como ciegos: 75 el uno se lleva al otro, llorando van y pidiendo. Dos polos tiene la tierra, universal movimiento: la mejor vida el favor, 80 la mejor sangre el dinero. Oigo tañer las campanas, y no me espanto, aunque puedo, que en lugar de tantas cruces haya tantos hombre muertos. 85 Mirando estoy los sepulcros, cuyos mármoles eternos están diciendo sin lengua que no lo fueron sus dueños. ¡Oh, bien haya quien los hizo! 90 Porque solamente en ellos de los poderosos grandes se vengaron los pequeños. Fea pintan a la envidia; yo confieso que la tengo 95 de unos hombres que no saben quien vive pared en medio. Sin libros y sin papeles, sin tratos, cuentas ni cuentos, cuando quieren escribir, 100 piden prestado el tintero. Sin ser pobres ni ser ricos, tienen chimenea y huerto; no los despiertan cuidados, ni pretensiones ni pleitos; 105 ni murmuran del grande, ni ofendieron al pequeño; nunca, como yo, firmaron parabién, ni pascuas dieron. Con esta envidia que digo 110 y lo que paso en silencio,

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a mis soledades voy, de mis soledades vengo. Tema 3. La Edad del Libro. Teatro. Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño Sale en lo alto de un monte ROSAURA en hábito de hombre, de camino, y en representando los primeros versos va bajando. ROSAURA. Hipogrifo violento, que corriste parejas con el viento, ¿dónde rayo sin llama, pájaro sin matiz, pez sin escama y bruto sin instinto 5 natural, al confuso laberinto de esas desnudas peñas te desbocas, te arrastras y despeñas? Quédate en este monte, donde tengan los brutos su Faetonte; 10 que yo, sin más camino que el que me dan las leyes del destino, ciega y desesperada, bajaré la cabeza enmarañada deste monte eminente 15 que arruga el sol el ceño de la frente. Mal, Polonia, recibes a un extranjero, pues con sangre escribes su entrada en tus arenas; y apenas llega, cuando llega a penas. 20 Bien mi suerte lo dice; mas ¿dónde halló piedad un infelice? (Sale CLARÍN, gracioso.) CLARÍN. Di dos, y no me dejes en la posada a mí cuando te quejes; que si dos hemos sido 25 los que de nuestra patria hemos salido a probar aventuras, dos los que entre desdichas y locuras aquí habemos llegado, y dos los que del monte hemos rodado, 30 ¿no es razón que yo sienta meterme en el pesar y no en la cuenta? ROSAURA. No quise darte parte en mis quejas, Clarín, por no quitarte, llorando tu desvelo, 35 el derecho que tienes al consuelo; que tanto gusto había en quejarse, un filósofo decía, que, a trueco de quejarse, habían las desdichas de buscarse. 40

CLARÍN. El filósofo era un borracho barbón. ¡Oh, quién le diera

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más de mil bofetadas! Quejárase después de muy bien dadas. Mas ¿qué haremos, señora, 45 a pie, solos, perdidos y a esta hora en un desierto monte, cuando se parte el sol a otro horizonte? ROSAURA. ¡Quién ha visto sucesos tan extraños! Mas si la vista no padece engaños 50 que hace la fantasía, a la medrosa luz que aún tiene el día me parece que veo un edificio. CLARÍN. O miente mi deseo,

o termino las señas. 55 ROSAURA. Rústico nace entre desnudas peñas un palacio tan breve que el sol apenas a mirar se atreve; con tan rudo artificio la arquitectura está de su edificio 60 que parece, a las plantas de tantas rocas y de peñas tantas que al sol tocan la lumbre, peñasco que ha rodado de la cumbre. CLARÍN. Vámonos acercando; 65 que éste es mucho mirar, señora, cuando es mejor que la gente que habita en ella generosamente nos admita. ROSAURA. La puerta (mejor diré funesta boca) abierta 70 está, y desde su centro nace la noche, pues la engendra dentro. (Suena ruido de cadenas.) CLARÍN. ¡Qué es lo que escucho, cielo! ROSAURA. Inmóvil bulto soy de fuego y yelo. CLARÍN. Cadenita hay que suena. 75 Mátenme, si no es galeote en pena; bien mi temor lo dice. (Dentro SEGISMUNDO.) SEGISMUNDO. ¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice! ROSAURA. ¡Qué triste voz escucho! Con nuevas penas y tormentos lucho. 80 CLARÍN. Yo con nuevos temores. ROSAURA. Clarín... CLARÍN. Señora... ROSAURA. Huigamos los rigores desta encantada torre. CLARÍN. Yo aún no tengo ánimo de huir, cuando a eso vengo. ROSAURA. ¿No es breve luz aquella 85 caduca exhalación, pálida estrella, que en trémulos desmayos, pulsando ardores y latiendo rayos, hace más tenebrosa la obscura habitación con luz dudosa? 90

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Sí, pues a sus reflejos puedo determinar (aunque de lejos) una prisión obscura que es de un vivo cadáver sepultura; y porque más me asombre, 95 en el traje de fiera yace un hombre de prisiones cargado, y sólo de la luz acompañado. Pues hüir no podemos, desde aquí sus desdichas escuchemos; 100 sepamos lo que dice. (Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y a la luz, vestido de pieles.) SEGISMUNDO. ¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice! Apurar, cielos, pretendo ya que me tratáis así, qué delito cometí 105 contra vosotros naciendo; aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido. Bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor; 110 pues el delito mayor del hombre es haber nacido. Sólo quisiera saber, para apurar mis desvelos (dejando a una parte, cielos, 115 el delito de nacer), qué más os pude ofender, para castigarme más. ¿No nacieron los demás? Pues si los demás nacieron, 120 ¿qué privilegios tuvieron que yo no gocé jamás? Nace el ave, y con las galas que le dan belleza suma, apenas es flor de pluma, 125 o ramillete con alas cuando las etéreas salas corta con velocidad, negándose a la piedad del nido que deja en calma: 130 ¿y teniendo yo más alma, tengo menos libertad? Nace el bruto, y con la piel que dibujan manchas bellas, apenas signo es de estrellas, 135 gracias al docto pincel, cuando, atrevido y crüel, la humana necesidad le enseña a tener crueldad, monstruo de su laberinto: 140 ¿y yo con mejor distinto tengo menos libertad? Nace el pez, que no respira, aborto de ovas y lamas,

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y apenas bajel de escamas 145 sobre las ondas se mira, cuando a todas partes gira, midiendo la inmensidad de tanta capacidad como le da el centro frío: 150 ¿y yo con más albedrío tengo menos libertad? Nace el arroyo, culebra que entre flores se desata, y apenas, sierpe de plata, 155 entre las flores se quiebra, cuando músico celebra de las flores la piedad que le dan la majestad, el campo abierto a su ida: 160 ¿y teniendo yo más vida tengo menos libertad? En llegando a esta pasión un volcán, un Etna hecho, quisiera sacar del pecho 165 pedazos del corazón. ¿Qué ley, justicia o razón negar a los hombres sabe privilegio tan süave, excepción tan principal, 170 que Dios le ha dado a un cristal, a un pez, a un bruto y a un ave? ROSAURA. Temor y piedad en mí sus razones han causado. SEGISMUNDO.¿Quié[n] mis voces ha escuchado? 175 CLARÍN ¿Es Clotaldo? (Aparte) Di que sí. ROSAURA. No es sino un triste, ¡ay de mí! que en estas bóvedas frías oyó tus melancolías.

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Lope de Vega Fuente Ovejuna, acto III, escena tercera. MÚSICOS. ¡Muchos años vivan Isabel y Fernando, y mueran los tiranos! 2030 BARRILDO. Diga su copla Frondoso. FRONDOSO. Ya va mi copla a la fe; si le faltare algún pie, enmiéndelo el más curioso. ¡Vivan la bella Isabel, 2035 y Fernando de Aragón, pues que para en uno son, él con ella, ella con él! A los cielos San Miguel lleve a los dos de las manos. 2040 ¡Vivan muchos años, y mueran los tiranos! LAURENCIA. Diga Barrildo. BARRILDO. Ya va, que a fe que la he pensado. PASCUALA. Si la dices con cuidado, 2045 buena y rebuena será. BARRILDO. ¡Vivan los reyes famosos muchos años, pues que tienen la vitoria, y a ser vienen nuestros dueños venturosos! 2050 Salgan siempre vitoriosos de gigantes y de enanos, ¡y mueran los tiranos! MÚSICOS. ¡Muchos años vivan Isabel y Fernando, 2055 y mueran los tiranos! LAURENCIA. Diga Mengo. FRONDOSO. Mengo diga. MENGO. Yo soy poeta donado. PASCUALA. Mejor dirás lastimado el envés de la barriga. 2060 MENGO. Una mañana en domingo me mandó azotar aquél, de manera que el rabel daba espantoso respingo; pero agora que lo pringo, 2065 ¡vivan los reyes cristiánigos, y mueran los tiránigos! MÚSICOS. ¡Vivan muchos años! ESTEBAN. Quita la cabeza allá. MENGO. Cara tiene de ahorcado. 2070 (Saca un escudo JUAN ROJO, con las armas [reales].) CUADRADO. Ya las armas han llegado. ESTEBAN. Mostrá las armas acá. JUAN ROJO. ¿Adónde se han de poner?

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CUADRADO. Aquí, en el ayuntamiento. ESTEBAN. ¡Bravo escudo! BARRILDO. ¡Qué contento! 2075 FRONDOSO. Ya comienza a amanecer, con este sol, nuestro día. ESTEBAN. ¡Vivan Castilla y León, y las barras de Aragón, y muera la tiranía! 2080 Advertid, Fuente Ovejuna, a las palabras de un viejo; que el admitir su consejo no ha dañado vez ninguna. Los Reyes han de querer 2085 averiguar este caso, y más tan cerca del paso y jornada que han de hacer. Concertaos todos a una en lo que habéis de decir. 2090 FRONDOSO. ¿Qué es tu consejo? ESTEBAN. Morir diciendo Fuente Ovejuna, y a nadie saquen de aquí. FRONDOSO. Es el camino derecho. Fuente Ovejuna lo ha hecho. 2095 ESTEBAN. ¿Queréis responder así? TODOS. Sí. ESTEBAN. Ahora pues, yo quiero ser agora el pesquisidor, para ensayarnos mejor en lo que habemos de hacer. 2100 Sea Mengo el que esté puesto en el tormento. MENGO. ¿No hallaste otro más flaco? ESTEBAN. ¿Pensaste que era de veras? MENGO. Di presto. ESTEBAN. ¿Quién mató al Comendador? 2105 MENGO. Fuente Ovejuna lo hizo. ESTEBAN. Perro, ¿si te martirizo? MENGO. Aunque me matéis; señor. ESTEBAN. Confiesa, ladrón. MENGO. Confieso. ESTEBAN. Pues ¿quién fue? MENGO. Fuente Ovejuna. 2110 ESTEBAN. Dalde otra vuelta. MENGO. Es ninguna. ESTEBAN. ¡Cagajón para el proceso! (Sale el REGIDOR [CUADRADO].) REGIDOR. ¿Qué hacéis de esta suerte aquí? FRONDOSO. ¿Qué ha sucedido, Cuadrado? REGIDOR. Pesquisidor ha llegado. 2115 ESTEBAN. Echá todos por ahí.

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REGIDOR. Con él viene un capitán. ESTEBAN. Venga el diablo: ya sabéis lo que responder tenéis. REGIDOR. El pueblo prendiendo van, sin dejar alma ninguna. 2120 ESTEBAN. Que no hay que tener temor. ¿Quién mató al Comendador, Mengo? MENGO. ¿Quién? ¡Fuente Ovejuna! Tirso de Molina (1585-1648) El burlador de Sevilla o el convidado de Piedra ESCENA XX. Sale DON GONZALO como de antes, y encuéntrase con ellos.Dichos. DON JUAN. ¿Quién va? DON GONZALO. Yo soy. CATALINÓN. ¡Muerto estoy! DON GONZALO. El muerto soy, no te espantes.

No entendí que me cumplieras 2715 la palabra, según haces de todos burla.

DON JUAN. ¿Me tienes en opinión de cobarde?

DON GONZALO. Sí, que aquella noche huiste de mí cuando me mataste. 2720 DON JUAN. Huí de ser conocido; mas ya me tienes delante. Di presto lo que me quieres. DON GONZALO. Quiero a cenar convidarte. CATALINÓN. Aquí excusamos la cena, 2725 que toda ha de ser fiambre, pues no parece cocina. DON JUAN. Cenemos. DON GONZALO. Para cenar es menester que levantes esta tumba. DON JUAN. Y si te importa, 2730 levantaré estos pilares. DON GONZALO. Valiente estás. DON JUAN. Tengo brío y corazón en las carnes. CATALINÓN. Mesa de Guinea es esta. Pues ¿no hay por allá quien lave? 2735 DON GONZALO. Siéntate. DON JUAN. ¿Adónde? CATALINÓN. Con sillas vienen ya los negros pajes. (Entran dos enlutados con dos sillas.) ¿También acá se usan lutos y bayeticas de Flandes? DON GONZALO. Siéntate tú.

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CATALINÓN. Yo, señor, 2740 he merendado esta tarde. DON GONZALO. No repliques. CATALINÓN. No replico. (Aparte) Dios en paz desto me saque. (Alto) ¿Qué plato es este, señor? DON GONZALO. Este plato es de alacranes 2745 y víboras. CATALINÓN. ¡Gentil plato! DON GONZALO. Estos son nuestros manjares. ¿No comes tú? DON JUAN. Comeré si me dieses áspid áspides Cuantos el infierno tiene. 2750 DON GONZALO. También quiero que te canten. CATALINÓN. ¿Qué vino beben acá? DON GONZALO. Pruébalo. CATALINÓN. Hiel y vinagre es este vino. CON GONZALO. Este vino exprimen nuestros lagares. 2755 (Cantan.) MÚSICOS. Adviertan los que de Dios juzgan los castigos grandes, que no hay plazo que no llegue ni deuda que no se pague. CATALINON. ¡Malo es esto, vive Cristo! 2760 Que he entendido este romance, y que con nosostros habla. DON JUAN. Un hielo el pecho me abrasa. (Cantan) Mientras en el mundo viva, No es justo que diga, nadie: 2765 ¡Qué largo me lo fiáis, siendo tan breve el cobrarse! CATALINÓN. ¿De qué es este guisadillo? DON GONZALO. De uñas. CATALINÓN. De uñas de sastre será, si es guisado de uñas. 2770 DON JUAN. Ya he cenado; haz que levanten la mesa. DON GONZALO. Dame esa mano; No temas la mano darme. DON JUAN. ¿Eso dices? ¿Yo, temor? ¡Que me abraso! No me abrases 2775 con tu fuego. DON GONZALO. Este es poco para el fuego que buscaste. Las maravillas de Dios son, Don Juan, investigables, y así quiere que tus culpas 2780 a manos de un muerto pagues. Y si pagas deste suerte,

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esta es justicia de Dios: “Quien tal hace, que tal pague.” DON JUAN. ¡Que me abraso, no me aprietes! 2785 Con la daga he de matarte. Mas ¡ay! Que me canso en vano de tirar golpes al aire. A tu hija no ofendí, que vio mis engaños antes. 2790 DON GONZALO. No importa, que ya pusiste tu intento. DON JUAN. Deja que llame quien me confiese y absuelva. DON GONZALO. No hay lugar; ya acuerdas tarde. DON JUAN. ¡Que me quemo! ¡Que me abraso! 2795 ¡Muerto soy! (Cae muerto) CATALINÓN. No hay quien se escape, que aquí tengo de morir también por acompañarte. DON GONZALO. “Esta justicia de Dios: Quien tal hace, que tal pague.” 2800 (Húndese el sepulcro de DON

JUAN y DON GONZALO, con mucho ruido, y sale CATALINÓN arrastrándose.)

CATALINON. ¡Válgame Dios! ¿Qué es aquesto? Toda la capilla se arde, y con el muerto ha quedado para que le vele y guarde. Arrastrando, como pueda 2805 iré a avisar a su padre. ¡San Jorge, San Agnus Dei, sacadme en paz a la calle! (Vase.) ESCENA XXI. Salen el REY, DON DIEGO y Acompañamiento. DON DIEGO. Ya el Marqués, señor, espera besar vuestros pies reales. 2810 REY. Entre luego, y avisad al Conde, porque no aguarde. ESCENA XXII Dichos. Salen BATRICIO y GASENO. BATRICIO. ¿Dónde, señor, se permiten, desenvolturas tan grandes, que tus criados afrenten 2815 a los hombres miserables? REY. ¿Qué dices? BATRICIO. Don Juan Tenorio, alevoso y detestable, la noche del casamiento, antes que le consumase, 2820 a mi mujer me quitó; testigos tengo delante.

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ESCENA XXIII. Salen TISBEA, ISABELA y Acompañamiento. Dichos. TISBEA. Si Vuestra Alteza, señor, de Don Juan Tenorio no hace justicia, a Dios y a los hombres, 2825 mientras viva he de quejarme. Derrotado le echó el mar; dile vida y hospedaje, y pagóme esta amistad con mentirme y engañarme 2830 con nombre de mi marido. REY. ¿Qué dices? ISABELA. Dice verdad. ESCENA XXIV. Salen AMINTA y el DUQUE OCTAVIO. Dichos. AMINTA. ¿En dónde mi esposa está? REY. ¿Quién es? AMINTA. Pues ¿no lo sabe? El señor Don Juan Tenorio, 2835 con quien vengo a desposarme, porque me debe el honor, y es noble y no ha de negarme. Manda que nos desposemos. ESCENA XXV Sale el MARQUÉS de la MOTA. Dichos. MOTA. Pues es tiempo, gran señor, 2840 que a luz verdades se saquen, sabrás que Don Juan Tenorio la culpa que me imputaste tuvo él, pues como amigo, pudo el cruel engañarme; 2845 de que tengo dos testigos. REY. ¿Hay desvergüenza más grande? Prendelde y matalde luego. DON DIEGO. En premio de mis servicios haz que le prendan y pague 2850 sus culpas, porque del cielo rayos contra mí no bajen. Si es mi hijo tan malo. REY. ¡Esto mis privados hacen! ESCENA XXVI Sale CATALINÓN. Dichos. CATALINÓN. Señores, escuchad, oíd 2855 El suceso más notable Que en el mundo ha sucedido, y oyéndome, matadme. Don Juan, del Comendador haciendo burla, una tarde, 2860 después de haberle quitado las dos prendas que más valen, tirando al bulto de piedra la barba por ultrajarle, a cenar le convidó. 2865

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¡Nunca fuera a convidarle! Fue el bulto, y convidóle; y agora porque no os canse, acabando de cenar, entre mil presagios graves, 2870 de la mano le tomó, y le aprieta hasta quitarle la vida, diciendo: “Dios me manda que así te mate, castigando tus delitos. 2875 Quién tal hace, que tal pague.” REY. ¿Qué dices? CATALINÓN. Lo que es verdad, diciendo antes que acabes, que a Doña Ana no debía honor, que lo oyeron antes 2880 del engaño. MOTA. Por las nuevas mil albricias pienso darte. REY. ¡Justo castigo del cielo! Y agora es bien que se casen todos, pues la causa es muerta 2885 vida de tantos desastres. OCTAVIO. Pues ha enviudado Isabela, quiero con ella casarme. MOTA. Yo con mi prima. BATRICIO. Y nosotros con las nuestras, porque acabe, 2890 el Convidado de piedra. REY. y el sepulcro se traslade a San Francisco en Madrid para memoria más grande.

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Tema 4. La Edad de la Literatura. Ilustración y Romanticismo. Benito Jerónimo Feijoo Teatro crítico universal Tomo sexto, discurso duodécimo El no sé qué §. I

1. En muchas producciones, no sólo de la naturaleza, mas aun del arte, encuentran los hombres, fuera de aquellas perfecciones sujetas a su comprehensión, otro género de primor misterioso, que cuanto lisonjea el gusto, atormenta el entendimiento: que palpa el sentido, y no puede descifrar la razón; y así, al querer explicarle, no encontrando voces, ni conceptos, que satisfagan la idea, se dejan caer desalentados en el rudo informe, de que tal cosa tiene un no sé qué, que agrada, que enamora, que hechiza, y no hay que pedirles revelación más clara de este natural misterio.

2. Entran en un edificio, que al primer golpe que da en la vista, los llena de gusto, y admiración. Repasándole luego con un atento examen, no hallan, que ni por su grandeza, ni por la copia de luz, ni por la preciosidad del material, ni por la exacta observancia de las reglas de arquitectura exceda, ni aun acaso iguale a otros que han visto, sin tener que gustar, o que admirar en ellos. Si les preguntan, qué hallan de exquisito, o primoroso en éste responden, que tiene un no sé qué, que embelesa.

3. Llegan a un sitio delicioso, cuya amenidad costeó la naturaleza por sí sola. Nada encuentran de exquisito en sus plantas, ni en su colocación, figura, o magnitud, aquella estudiada proporción, que emplea el arte en los plantíos hechos para la diversión de los Príncipes, o los Pueblos. No falta en él la cristalina hermosura del agua corriente, complemento precioso de todo sitio agradable; pero que bien lejos de observar en su curso las mensuradas direcciones, despeños y resaltes, con que se hacen jugar las ondas en los Reales jardines, errante camina por donde la casual abertura del terreno da paso al arroyo. Con todo, el sitio le hechiza; no acierta a salir de él, y sus ojos se hallan más prendados de aquel natural desaliño, que de todos los artificiosos primores, que hacen ostentosa, y grata vecindad a las Quintas de los magnates. Pues, ¿qué tiene este sitio, que no haya en aquéllos? Tiene un no sé qué, que aquéllos no tienen. Y no hay que apurar, que no pasarán de aquí.

4. Ven una dama, o para dar más sensible idea del asunto, digámoslo de otro modo: ven una graciosita aldeana, que acaba de entrar en la Corte; y no bien fijan en ella los ojos, cuando la imagen, que de ellos trasladan a la imaginación, les representa un objeto amabilísimo. Los mismos que miraban con indiferencia o con una inclinación tibia las más celebradas hermosuras del pueblo, apenas pueden apartar la vista de la rústica belleza. ¿Qué encuentran en ella de singular? La tez no es tan blanca, como otras muchas que ven todos los días, ni las facciones son más ajustadas, ni más rasgados los ojos, ni más encarnados los labios, ni tan espaciosa la frente, ni tan delicado el talle. No importa. Tiene un no sé qué la aldeanita, que vale más que todas las perfecciones de las otras. No hay que pedir más, que no dirán más. Este no sé qué es el encanto de su voluntad y atolladero de su entendimiento.

§. II

5. Si se mira bien, no hay especie alguna de objetos donde no se encuentre este no sé qué. Elévanos tal vez con su canto una voz, que ni es tan clara, ni de tanta extensión, ni de tan libre juego como otras, que hemos oído. Sin embargo, ésta nos suspende, más que las otras. ¿Pues cómo, si es inferior a ellas en claridad, extensión y gala? No importa. Tiene esta voz un no sé qué, que no hay en las otras. Enamóranos el estilo de un autor, que ni en la tersura, y brillantez iguala a otros que hemos leído, ni en la propiedad los excede: con todo,

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interrumpimos la lectura de éstos sin violencia, y aquél apenas podemos dejarle de la mano. ¿En qué consiste? En que este autor tiene en el modo de explicarse un no sé qué, que hace leer con deleite cuanto dice. En las producciones de todas las artes hay este mismo no sé qué. Los pintores lo han reconocido en la suya debajo del nombre de manera, voz que, según ellos la entienden, significa lo mismo, y con la misma confusión que el no sé qué; porque dicen, que la manera de la pintura es una gracia oculta, indefinible, que no está sujeta a regla alguna, y sólo depende del particular genio del artífice. Domoncioso (in Praeamb. ad Tract. de Pictur.) dice, que hasta ahora nadie pudo explicar qué es, o en qué consiste esta misteriosa gracia: Quam nemo umquam scribendo potuit explicare; que es lo mismo que caerse de lleno en el no sé qué.

6. Esta gracia oculta, este no sé qué, fue quien hizo preciosas las tablas de Apeles sobre todas las de la antigüedad: lo que el mismo Apeles, por otra parte muy modesto, y grande honrador de todos los buenos profesores del Arte, testificaba diciendo, que en todas las demás perfecciones de la pintura había otros que le igualaban, o acaso en una, u otra la excedían; pero él los excedía en aquella gracia oculta, la cual a todos los demás faltaba; Cum eadem aetate maximi pictores essent, quorum opera cum admirarentur, collaudatis omnibus, deesse iis unam illam Venerem dicebat, quam Graeci Charita vocant, caetera omnia contigisse, sed hac sola sibi neminem parem. (Plin., líb. 35, cap. 10.) Donde es de advertir que aunque Plinio, que refiere esto, recurre a la voz griega, charita, o charis, por no hallar en el idioma latino voz alguna competente para explicar el objeto, tampoco la voz griega le explica; porque charis significa genéricamente gracia, y así las tres Gracias del gentilismo se llaman en griego charites: de donde se infiere, que aquel primor particular [370] de Apeles, tan no sé qué es para el Griego, como para el Latino, y el Castellano.

§. III

7. No sólo se extiende el no sé qué a los objetos gratos, mas también a los enfadosos: de suerte, que como en algunos de aquellos hay un primor que no se explica, en algunos de éstos hay una fealdad, que carece de explicación. Bien vulgar es decir: Fulano me enfada sin saber por qué. No hay sentido que no represente este, o aquel objeto desapacible, en quienes hay cierta cualidad displicente, que resiste a los conatos, que el entendimiento hace para explicarla; y últimamente la llama un no sé qué, que disgusta, un no sé qué, que fastidia; un no sé qué, que da en rostro, un no sé qué, que horroriza.

8. Intentamos, pues, en el presente Discurso explicar lo que nadie ha explicado, descifrar ese natural enigma, sacar esta cosicosa de las misteriosas tinieblas en que ha estado hasta ahora; en fin, decir lo que es esto, que todo el mundo dice, que no sabe qué es.

[…]

13. Si es el juego de la voz en quien hallas el no sé qué (aunque esto pienso que rara vez sucede), no podré darte una explicación idéntica, que venga a todos los casos de este género, porque no son de una especie todos los primores, que caben en el juego de la voz. Si yo oyese esa misma voz, te diría a punto fijo en qué está esa gracia que tú llamas oculta. Pero te explicaré algunos de esos primores (acaso todos), que tú no aciertas a explicar, para que, cuando llegue el caso, por uno, o por otro descifres el no sé qué. Y pienso, que todos se reducen a tres: El primero es el descanso con que se maneja la voz. El segundo la exactitud de la entonación. El tercero el complejo de aquellos arrebatados puntos musicales, de que se componen los gorjeos.

14. El descanso con que la voz se maneja dándole todos los movimientos sin afán, ni fatiga alguna, es cosa graciosísima para el que escucha. Algunos manejan la voz con gran celeridad; pero es una celeridad afectada, o lograda a esfuerzos fatigantes del que canta; y todo lo que es

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afectado, y violento disgusta. Pero esto pocos hay que no lo entiendan; y así pocos constituirán en este primor el no sé qué.

15. La perfección de la entonación es un primor, que se oculta aun a los músicos. He dicho la perfección de la entonación. No nos equivoquemos. Distinguen muy bien los músicos los desvíos de la entonación justísima hasta un cierto grado: pongo por ejemplo, hasta el desvío de una coma, o media coma, o sea norabuena de la cuarta parte de una coma; de modo, que los que tienen el oído muy [374] delicado, aun siendo tan corto el desvío, perciben que la voz no da el punto con toda justeza, bien que no puedan señalar la cantidad del desvío; esto es, si se desvía media coma, la tercera parte de una coma, &c. Pero cuando el desvío es mucho menor: v. gr. la octava parte de una coma, nadie piensa que la voz desdice algo de la entonación justa. Con todo, este defecto que por muy delicado se escapa a la reflexión del entendimiento, hace efecto sensible en el oído; de modo, que ya la composición no agrada tanto como si fuese cantada por otra voz, que diese la entonación más justa; y si hay alguna que la dé mucho más cabal, agrada muchísimo; y éste es uno de los casos en que se halla en el juego de la voz un no sé qué, que hechiza; y el no sé qué descifrado es la justísima entonación. Pero se ha de advertir, que el desvío de la entonación se padece muy frecuentemente, no en el todo del punto, sino en alguna, o algunas partes minutísimas de él; de suerte, que aunque parece que la voz está firme: pongo por ejemplo, en re, suelta algunas sutilísimas hilachas, ya hacia arriba, ya hacia abajo, desviándose por interpolados espacios brevísimos de tiempo de aquel indivisible grado, que en la escalera del diapasón debe ocupar el re. Todo esto desaira más, o menos el canto, como asimismo el carecer de estos defectos le da una gracia notable.

[…]

17. Hemos explicado el qué del no sé qué en el ejemplo propuesto. Resta explicar el por qué. Pero éste queda explicado en el núm. 11, así para éste, como para todo género de objetos: de suerte, que sabido qué es lo que agrada en el objeto en el por qué no hay que saber, sino que aquello está en la proporción debida, congruente a la facultad perceptiva, o al temple de su órgano. Y para que se vea, que no hay más que saber en esta materia, escoja cualquiera un objeto de su gusto, aquel, en quien no halle nada de ese misterioso no sé qué, y dígame, ¿por qué es de su gusto, o por qué le agrada? No responderá otra cosa que lo dicho.

§. VI

18. El ejemplo propuesto da una amplísima luz para descifrar el no sé qué en todos los demás objetos, a cualquiera sentido que pertenezcan. Explica adecuadamente el qué de los objetos simples, y el por qué de simples, y compuestos. El por qué es uno mismo en todos. El qué de los simples es aquella diferencia individual privativa de cada uno en la forma que la explicamos en el núm. 12. De suerte, que toda la distinción que hay en orden a esto entre los objetos agradables, en que no se halla no sé qué, y aquellos en que se halla, consiste en que aquellos agradan por su especie, o ser específico, éstos por su ser individual. A éste le agrada el color blanco por ser blanco, aquél el verde por ser verde. Aquí no encuentran misterios que descifrar. La especie les agrada, pero encuentran tal vez un blanco, o un verde, que sin tener más intenso el color, les agrada mucho más que los otros. Entonces dicen, que aquel blanco, o aquel verde tienen un no sé qué, que los enamora; y este no sé qué digo yo que es la diferencia individual de esos dos colores; aunque tal vez puede consistir en la insensible mezcla de otro color, lo cual ya pertenece a los objetos compuestos, de que trataremos luego.

19. Pero se ha de advertir, que la diferencia individual [376] no se ha de tomar aquí con tan exacto rigor filosófico, que a todos los demás individuos de la misma especie esté negado el propio atractivo. En toda la colección de los individuos de una especie hay algunos recíprocamente muy semejantes, de suerte, que apenas los sentidos los distinguen. Por

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consiguiente, si uno de ellos por su diferencia individual agrada, también agradará el otro por la suya.

20. Dije en el núm. 18, que el ejemplo propuesto explica adecuadamente el qué de los objetos simples. Y porque a esto acaso se me opondrá, que la explicación del manejo de la voz no es adaptable a otros objetos distintos, por consiguiente es inútil para explicar el qué de otros; respondo, que todo lo dicho en orden al manejo de la voz ya no toca a los objetos simples, sino a los compuestos. Los gorjeos son compuestos de varios puntos. El descanso, y entonación no constituyen perfección distinta de la que en sí tiene la música que se canta, la cual también es compuesta: quiero decir, sólo son condiciones para que la música suene bien, la cual se desluce mucho faltando la debida entonación, o cantando con fatiga. Pero por no dejar incompleta la explicación del no sé qué de la voz, nos extendimos también al manejo de ella; y también porque lo que hemos escrito en esta parte puede habilitar mucho a los Lectores para discurrir en orden a otros objetos diferentísimos.

[…]

§. VIII

27. Aunque la explicación, que hasta aquí hemos dado del no sé qué, es adaptable a cuanto debajo de esta confusa expresión está escondido, debemos confesar, que hay cierto no sé qué propio de nuestra especie; el cual, por razón de su especial carácter, pide más determinada explicación. Dijimos arriba, que aquella gracia o hermosura del rostro, a la cual, por no entendida, se aplica el no sé qué, consiste en una determinada proporción de sus partes, la cual proporción es distinta de aquélla, que vulgarmente está admitida como pauta indefectible de la hermosura. Mas como quiera que esto sea verdad, hay en algunos rostros otra gracia más particular, la cual, aun faltando la de la ajustada proporción de las facciones, los hace muy agradables. Esta es aquella representación, que hace el rostro de las buenas cualidades del alma, en la forma que para otro intento hemos explicado en el Tomo V, Disc. III, desde el núm. 10 hasta el num. 16 inclusive, a cuyo lugar remitimos al Lector, por no obligarnos a repetir lo que hemos dicho allí. En el complejo de aquellos varios sutiles movimientos de las partes del rostro, especialmente de los ojos, de que se compone la representación expresada, no tanto se mira la hermosura corpórea, como la espiritual; o aquel complejo parece hermoso, [380] porque muestra la hermosura del ánimo, que atrae sin duda mucho más que la del cuerpo. Hay sujetos, que precisamente con aquellos movimientos, y positura de ojos, que se requieren para formar una majestuosa y apacible risa, representan un ánimo excelso, noble, perspicaz, complaciente, dulce, amoroso, activo, lo que hace, a cuantos los miran, los amen sin libertad.

28. Esta es la gracia suprema del semblante humano. Esta es la que, colocada en el otro sexo, ha encendido pasiones más violentas, y pertinaces, que el nevado candor, y ajustada simetría de las facciones. Y ésta es la que los mismos, cuyas pasiones ha encendido, por más que la están contemplando cada instante, no acaban de descifrar; de modo, que cuando se ven precisados de los que pretenden corregirlos a señalar el motivo por que tal objeto los arrastra (tal objeto digo, que carece de las perfecciones comunes), no hallan que decir, sino que tiene un no se qué, que enteramente les roba la libertad. Téngase siempre presente (para evitar objeciones), que esta gracia, como todas las demás, que andan rebozadas debajo del manto del no sé qué, es respectiva al genio, imaginación y conocimiento del que la percibe Más me ocurría que decir sobre la materia; pero por algunas razones me hallo precisado a concluir aquí este Discurso.

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Teatro crítico universal, Tomo quinto, discurso 3. Nuevo arte fisonómico 1. El cultivo de las Letras tiene lo fácil y lo difícil con orden inverso, respecto del cultivo de los campos. Éste desmonta malezas, para lograr en el mismo terreno vegetales útiles. Aquél arranca errores, para plantar verdades. La Agricultura hace lo primero con gran facilidad; y la cuesta gran fatiga y prolijidad lo segundo. El estudio apenas a costa de inmensos afanes consigue lo primero; pero conseguido lo primero, se halla hecho lo segundo; pues arrancado un error, se ve en el mismo sitio plantada una verdad.

2. Hemos probado en el Discurso antecedente la vanidad del Arte Fisionómico; y si conseguimos desarraigar del Vulgo la engañosa impresión que tiene en orden a él, con eso substituimos a ese común error una verdad, que consiste en el desengaño o conocimiento del mismo error. Bastante es el valor de este fruto para compensarnos la fatiga.

3. Mas si después de desterrar la Fisionomía falsa, que hasta ahora estaba admitida, pudiésemos introducir otra Fisionomía verdadera, en que ninguno ha pensado hasta ahora, nadie nos negaría la gloria del logro proporcionada a la arduidad de la empresa. Eso pretendo en este Discurso, que será lo mismo que descubrir una nueva luz en el Cielo, o un País incógnito en el Orbe Literario. Pero no se espere de mí por ahora más que un diseño vasto, un mapa confuso de este nuevo País; porque la prisa con que camino [64] para dar cuanto antes a la luz este quinto Tomo, que con instancia me piden de todas partes, no me deja más tiempo que el preciso, para lustar arrebatadamente sus costas.

§. II 4. Es el magisterio de la Naturaleza sapientísimo; pero en la explicación algo confuso. Dicta infinitas verdades; más para su inteligencia es menester que sean muy agudos los discípulos. Todos oyen sus voces; pero poquísimos las entienden: los más, ni aun las atienden. Vese esto en la materia que tratamos. Apenas hay quien no experimente, que llegando a conversa con tal y tal hombre, antes que sus obras puedan informarle de su interior, se halla preocupado a favor suyo, o contra él, inclinado, o al cariño o a la desestimación. ¿Y qué reflexión hicieron los hombres sobre esto? Los más, ninguna; algunos pocos, muy errada.

5. Estos segundos son los Fisionomistas, los cuales reparando, que no pocas veces aquel exterior que a primera vista observamos en una persona, nos deja impresa en la mente cierta imagen, o hermosa, o desapacible de su espíritu, la cual, aunque confusa, no deja de tener algún influjo respecto del corazón, coligieron que la conformación externa de los miembros del cuerpo, era índice de las disposiciones del alma. Esta experiencia fue motivo práctico coadyuvante del fundamento teórico de la Fisionomía, que expusimos en el Discurso antecedente; y los dos juntos persuadieron a muchos grandes hombres, como Hipócrates, Platón, Aristóteles, Galeno, Avicena, y otros que siguieron a estos, que se podía establecer reglas conjeturales, para indagar por la figura y color de los miembros todas las cualidades interiores.

6. La voz que articula la Naturaleza en la experiencia insinuada, guía hacia otro término; per los Fisionomistas no acertaron a seguir su rumbo. Ese es el que ahora voy a descubrir.

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José Cadalso (1741-1782)

Cartas marruecas. Carta I Gazel a Ben-Beley He logrado quedarme en España después del regreso de nuestro embajador, como lo deseaba muchos días ha, y te lo escribí varias veces durante su mansión en Madrid. Mi ánimo era viajar con utilidad, y este objeto no puede siempre lograrse en la comitiva de los grandes señores, particularmente asiáticos y 5 africanos. Éstos no ven, digámoslo así, sino la superficie de la tierra por donde pasan; su fausto, los ningunos antecedentes por donde indagar las cosas dignas de conocerse, el número de sus criados, la ignorancia de las lenguas, lo sospechosos que deben ser en los países por donde caminan, y otros motivos, les impiden muchos medios que se ofrecen al particular que viaja con menos nota. 10 Me hallo vestido como estos cristianos, introducido en muchas de sus casas, poseyendo su idioma, y en amistad muy estrecha con un cristiano llamado Nuño Núñez, que es hombre que ha pasado por muchas vicisitudes de la suerte, carreras y métodos de vida. Se halla ahora separado del mundo y, según su expresión, encarcelado dentro de sí mismo. En su compañía se me pasan con 15 gusto las horas, porque procura instruirme en todo lo que pregunto; y lo hace con tanta sinceridad, que algunas veces me dice: «De eso no entiendo»; y otras: «De eso no quiero entender». Con estas proporciones hago ánimo de examinar no sólo la corte, sino todas las provincias de la Península. Observaré las costumbres de este pueblo, notando las que le son comunes con las de otros 20 países de Europa, y las que le son peculiares. Procuraré despojarme de muchas preocupaciones que tenemos los moros contra los cristianos, y particularmente contra los españoles. Notaré todo lo que me sorprenda, para tratar de ello con Nuño y después participártelo con el juicio que sobre ello haya formado. Con esto respondo a las muchas que me has escrito pidiéndome noticias del país 25 en que me hallo. Hasta entonces no será tanta mi imprudencia que me ponga a hablar de lo que no entiendo, como lo sería decirte muchas cosas de un reino que hasta ahora todo es enigma para mí, aunque me sería esto muy fácil: sólo con notar cuatro o cinco costumbres extrañas, cuyo origen no me tomaría el trabajo de indagar, ponerlas en estilo suelto y jocoso, añadir algunas reflexiones 30 satíricas y soltar la pluma con la misma ligereza que la tomé, completaría mi obra, como otros muchos lo han hecho. Pero tú me enseñaste, oh mi venerado maestro, tú me enseñaste a amar la verdad. Me dijiste mil veces que faltar a ella es delito aun en las materias frívolas. Era entonces mi corazón tan tierno, y tu voz tan eficaz cuando me 35 imprimiste en él esta máxima, que no la borrará la sucesión de los tiempos. Alá te conserve una vejez sana y alegre, fruto de una juventud sobria y contenida, y desde África prosigue enviándome a Europa las saludables advertencias que acostumbras. La voz de la virtud cruza los mares, frustra las

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distancias y penetra el mundo con más excelencia que la luz del sol, pues esta 40 última cede parte de su imperio a las tinieblas de la noche, y aquélla no se oscurece en tiempo alguno. ¿Qué será de mí en un país más ameno que el mío, y más libre, si no me sigue la idea de tu presencia, representada en tus consejos? Ésta será una sombra que me seguirá en medio del encanto de Europa; una especie de espíritu tutelar que me sacará de la orilla del precipicio; o como el 45 trueno, cuyo estrépito y estruendo detiene la mano que iba a cometer el delito. Carta IV [El decaimiento de los países europeos y sus causas] Del mismo al mismo Los europeos del siglo presente están insufribles con las alabanzas que amontonan sobre la era en que han nacido. Si los creyeras, dirías que la naturaleza humana hizo una prodigiosa e increíble crisis precisamente a los mil y setecientos años cabales de su nueva cronología. Cada particular funda una 5 vanidad grandísima en haber tenido muchos abuelos no sólo tan buenos como él, sino mucho mejores, y la generación entera abomina de las generaciones que le han precedido. No lo entiendo. Mi docilidad aun es mayor que su arrogancia. Tanto me han dicho y repetido de las ventajas de este siglo sobre los otros, que me he puesto muy de veras a 10 averiguar este punto. Vuelvo a decir que no lo entiendo; y añado que dificulto si ellos se entienden a sí mismos. Desde la época en que ellos fijan la de su cultura, hallo los mismos delitos y miserias en la especie humana, y en nada aumentadas sus virtudes y comodidades. Así se lo dije con mi natural franqueza a un cristiano que el otro 15 día, en una concurrencia bastante numerosa, hacía una apología magnífica de la edad, y casi del año, que tuvo la dicha de producirle. Espantose de oírme defender la contraria de su opinión; y fue en vano cuanto le dije, poco más o menos del modo siguiente: «No nos dejemos alucinar de la apariencia, y vamos a lo sustancial. La 20 excelencia de un siglo sobre otro creo debe regularse por las ventajas morales o civiles que produce a los hombres. Siempre que éstos sean mejores, diremos también que su era es superior en lo moral a la que no produjo tales proporciones; entendiéndose en ambos casos esta ventaja en el mayor número. Sentado este principio, que me parece justo, veamos ahora qué ventajas morales 25 y civiles tiene tu siglo de mil setecientos sobre los anteriores. En lo civil, ¿cuáles son las ventajas que tiene? Mil artes se han perdido de las que florecieron en la antigüedad; y las que se han adelantado en nuestra era, ¿qué producen en la práctica, por mucho que ostenten en la especulativa? Cuatro pescadores vizcaínos en unas malas barcas hacían antiguamente viajes que no se hacen 30 ahora sino rara vez y con tantas y tales precauciones que son capaces de espantar a quien los emprende. De la agricultura, la medicina, ¿sin preocupación no puede decirse lo mismo? »Por lo que toca a las ventajas morales, aunque la apariencia favorezca nuestros días, en la realidad ¿qué diremos? Sólo puedo asegurar que este siglo tan feliz en 35 tu dictamen ha sido tan desdichado en la experiencia como los antecedentes. Quien escriba sin lisonja la historia, dejará a la posteridad horrorosas relaciones de príncipes dignísimos destronados, quebrantados tratados muy justos, vendidas muchas patrias dignísimas de amor, rotos los vínculos matrimoniales, atropellada la autoridad paterna, profanados juramentos solemnes, violado el 40 derecho de hospitalidad, destruida la amistad y su nombre sagrado, entregados

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por traición ejércitos valerosos; y sobre las ruinas de tantas maldades levantarse un suntuoso templo al desorden general. »¿Qué se han hecho esas ventajas tan jactadas por ti y por tus semejantes? Concédote cierta ilustración aparente que ha despojado a nuestro siglo de la 45 austeridad y rigor de los pasados; pero, ¿sabes de qué sirve esta mutación, este oropel que brilla en toda Europa y deslumbra a los menos cuerdos? Creo firmemente que no sirve más que de confundir el orden respectivo, establecido para el bien de cada estado en particular. »La mezcla de las naciones en Europa ha hecho admitir generalmente los vicios 50 de cada una y desterrar las virtudes respectivas. De aquí nacerá, si ya no ha nacido, que los nobles de todos los países tengan igual despego a su patria, formando entre todos una nación separada de las otras y distinta en idioma, traje y religión; y que los pueblos sean infelices en igual grado, esto es, en proporción de la semejanza de los nobles. Síguese a esto la decadencia general de los 55 estados, pues sólo se mantienen los unos por la flaqueza de los otros, y ninguno por fuerza suya o propio vigor. El tiempo que tardan las cortes en uniformarse exactamente en lujo y relajación tardarán también las naciones en asegurarse las unas de la ambición de las otras: y este grado de universal abatimiento parecerá un apetecible sistema de seguridad a los ojos de los políticos afeminados; pero 60 los buenos, los prudentes, los que merecen este nombre, conocerán que un corto número de años las reducirá todas a un estado de flaqueza que les vaticine pronta y horrorosa destrucción. Si desembarcasen algunas naciones guerreras y desconocidas en los dos extremos de Europa, mandadas por unos héroes de aquellos que produce un clima, cuando otro no da sino hombres medianos, no 65 dudo que se encontrarían en la mitad de Europa, habiendo atravesado y destruido un hermosísimo país. ¿Qué obstáculos hallarían de parte de sus habitantes? No sé si lo diga con risa o con lástima: unos ejércitos muy lucidos y simétricos sin duda, pero debilitados por el peso de sus pasiones y mandados por generales en quienes hay menos de lo que se requiere de aquel gran estímulo de 70 un héroe, a saber, el patriotismo. Ni creas que para detener semejantes irrupciones sea suficiente obstáculo el número de las ciudades fortificadas. Si reinan el lujo, la desidia y otros vicios semejantes, fruto de la relajación de las costumbres, éstos sin duda abrirán las puertas de las ciudadelas a los enemigos. La mayor fortaleza, la más segura, la única invencible, es la que consiste en los 75 corazones de los hombres, no en lo alto de los muros ni en lo profundo de los fosos. »¿Cuáles fueron las tropas que nos presentaron en las orillas de Guadalete los godos españoles? ¡Cuán pronto, en proporción del número, fueron deshechos por nuestros abuelos, fuertes, austeros y atrevidos! ¡Cuán largo y triste tiempo el 80 de su esclavitud! ¡Cuánta sangre derramada durante ocho siglos para reparar el daño que les hizo la afeminación, y para sacudir el yugo que jamás los hubiera oprimido, si hubiesen mantenido el rigor de las costumbres de sus antepasados!». No esperaba el apologista del siglo en que nacimos estas razones, y mucho 85 menos las siguientes, en que contraje todo lo dicho a su mismo país, continuando de este modo: «Aunque todo esto no fuese así en varias partes de Europa, ¿puedes dudarlo respecto de la tuya? La decadencia de tu patria en este siglo es capaz de demostración con todo el rigor geométrico. ¿Hablas de población? Tienes diez 90 millones escasos de almas, mitad del número de vasallos españoles que contaba Fernando el Católico. Esta disminución es evidente. Veo algunas pocas casas nuevas en Madrid y tal cual ciudad grande; pero sal por esas provincias y verás a lo menos dos terceras partes de casas caídas, sin esperanza de que una sola pueda algún día levantarse. Ciudad tienes en España que contó algún día quince 95 mil familias, reducidas hoy a ochocientas. ¿Hablas de ciencias? En el siglo

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antepasado tu nación era la más docta de Europa, como la francesa en el pasado y la inglesa en el actual; pero hoy, del otro lado de los Pirineos, apenas se conocen los sabios que así se llaman por acá. ¿Hablas de agricultura? Ésta siempre sigue la proporción de la población. Infórmate de los ancianos del 100 pueblo, y oirás lástimas. ¿Hablas de manufacturas? ¿Qué se han hecho las antiguas de Córdoba, Segovia y otras? Fueron famosas en el mundo, y ahora las que las han reemplazado están muy lejos de igualarlas en fama y mérito: se hallan muy en sus principios respecto a las de Francia e Inglaterra». Me preparaba a proseguir por otros ramos, cuando se levantó muy sofocado el 105 apologista, miró a todas partes y, viendo que nadie le sostenía, jugó como por distracción con los cascabeles de sus dos relojes, y se fue diciendo: -No consiste en eso la cultura del siglo actual, su excelencia entre todos los pasados y venideros, y la felicidad mía y de mis contemporáneos. El punto está en que se come con más primor; los lacayos hablan de política; los maridos y los 110 amantes no se desafían; y desde el sitio de Troya hasta el de Almeida, no se ha visto producción tan honrosa para el espíritu humano, tan útil para la sociedad y tan maravillosa en sus efectos como los polvos sampareille inventados por Mr. Friboleti en la calle de San Honorato de París. -Dices muy bien -le repliqué-; y me levanté para ir a mis oraciones 115 acostumbradas, añadiendo una, y muy fervorosa, para que el cielo aparte de mi patria los efectos de la cultura de este siglo, si consiste en lo que éste ponía su defensa. Carta V [Visión crítica de fuentes históricas sobre las conquistas territoriales de España ]

Del mismo al mismo He leído la toma de Méjico por los españoles y un extracto de los historiadores que han escrito las conquistas de esta nación en aquella remota parte del mundo que se llama América, y te aseguro que todo parece haberse ejecutado por arte mágica: descubrimiento, conquista, posesión, dominio son otras tantas 5 maravillas. Como los autores por los cuales he leído esta serie de prodigios son todos españoles, la imparcialidad que profeso pide también que lea lo escrito por los extranjeros. Luego sacaré una razón media entre lo que digan éstos y aquéllos, y creo que en ella podré fundar el dictamen más sano. Supuesto que la conquista y 10 dominio de aquel medio mundo tuvieron y aún tienen tanto influjo sobre las costumbres de los españoles, que son ahora el objeto de mi especulación, la lectura de esta historia particular es un suplemento necesario al de la historia general de España, y clave precisa para la inteligencia de varias alteraciones sucedidas en el estado político y moral de esta nación. No entraré en la cuestión 15 tan vulgar de saber si estas nuevas adquisiciones han sido útiles, inútiles o perjudiciales a España. No hay evento alguno en las cosas humanas que no pueda convertirse en daño o en provecho, según lo maneje la prudencia.

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Tema 4. La Edad de la Literatura. Costumbrismo. Mariano José de Larra (1809-1837)

Artículos "Vuelva usted mañana (artículo del Bachiller)" Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza. Nosotros, que ya en uno de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo que nunca nos habíamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de este pecado, por más que 5 conozcamos que hay pecados que pican en historia, y que la historia de los pecados sería un tanto cuanto divertida. Convengamos solamente en que esta institución ha cerrado y cerrará las puertas del cielo a más de un cristiano. Estas reflexiones hacía yo casualmente no hace muchos días, cuando se presentó en mi casa un extranjero de estos que, en buena o en mala parte, han 10 de tener siempre de nuestro país una idea exagerada e hiperbólica; de éstos que, o creen que los hombres aquí son todavía los espléndidos, francos, generosos y caballerescos seres de hace dos siglos, o que son aún las tribus nómadas del otro lado del Atlante: en el primer caso vienen imaginando que nuestro carácter se conserva tan intacto como [nuestras ruinas] nuestra ruina; 15 en el segundo vienen temblando por esos caminos, y preguntan si son los ladrones que los han de despojar los individuos de algún cuerpo de guardia establecido precisamente para defenderlos de los azares de un camino, comunes a todos los países. Verdad es que nuestro país no es de aquellos que se conocen a primera ni a 20 segunda vista, y si no temiéramos que nos llamasen atrevidos, lo [comparáramos] compararíamos de buena gana a esos juegos de manos sorprendentes e inescrutables para el que ignora su artificio, que estribando en una grandísima bagatela, suelen después de sabidos dejar asombrado de su poca perspicacia al mismo que se devanó los sesos por buscarles causas 25 extrañas. Muchas veces la falta de una causa determinante en las cosas nos hace creer que debe de haberlas profundas para mantenerlas al abrigo de nuestra penetración. Tal es el orgullo del hombre, que más quiere declarar en alta voz que las cosas son incomprensibles cuando no las comprende él, que confesar que el ignorarlas puede depender de su torpeza. 30 Esto no obstante, como quiera que entre nosotros mismos se hallen muchos en esta ignorancia de los verdaderos resortes que nos mueven, no tendremos derecho para extrañar que los extranjeros no los puedan tan fácilmente penetrar. Un extranjero de éstos fué el que se presentó en mi casa, provisto de 35 competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de

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familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en París de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían. Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró 40 formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Parecióme el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admiróle la 45 proposición, y fué preciso explicarme más claro. --Mirad --le dije--, monsieur Sans-délai, que así se llamaba; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos. --Ciertamente --me contestó--. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve 50 sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizados en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que 55 pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los 60 quince, cinco días. Al llegar aquí monsieur Sans-délai, traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fué bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me 65 sacaban al rostro mal de mi grado. --Permitidme, monsieur Sans-délai --le dije entre socarrón y formal--, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid. --¿Cómo? 70 --Dentro de quince meses estáis aquí todavía. --¿Os burláis? --No por cierto. --¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa! --Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador. 75 --¡Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal [siempre] de su país por hacerse superiores a sus compatriotas. --Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis. 80 --¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad. --Todos os comunicarán su inercia. Conocí que no estaba el señor de Sans-délai muy dispuesto a dejarse convencer sino por la experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían mucho los hechos en hablar por mí. 85 Amaneció el día siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido en conocido; encontrámosle por fin, y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diéramos una 90 vuelta por allí dentro de unos días. Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres

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días: fuimos. --Vuelva usted mañana --nos respondió la criada--, porque el señor no se ha levantado todavía. --Vuelva usted mañana --nos dijo al siguiente día--, porque el amo acaba de 95 salir. --Vuelva usted mañana --nos respondió al otro--, porque el amo está durmiendo la siesta. --Vuelva usted mañana --nos respondió el lunes siguiente--, porque hoy ha ido a los toros. 100 --¿Qué día, a qué hora se ve a un español? Vímosle por fin, y Vuelva usted mañana --nos dijo--, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio. A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz y la noticia no servía. Esperando 105 nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos. Es claro que faltando este principio no tuvieron lugar las reclamaciones. Para las proposiciones que acerca de varios establecimientos y empresas utilísimas pensaba hacer, había sido preciso buscar un traductor; por los 110 mismos pasos que el genealogista nos hizo pasar el traductor; de mañana en mañana nos llevó hasta el fin del mes. Averiguamos que necesitaba dinero diariamente para comer, con la mayor urgencia; sin embargo, nunca encontraba momento oportuno para trabajar. El escribiente hizo después otro tanto con las copias, sobre llenarlas de mentiras, porque un escribiente que sepa escribir no 115 le hay en este país. No paró aquí; un sastre tardó veinte días en hacerle un frac, que le había mandado llevarle en veinticuatro horas; el zapatero le obligó con su tardanza a comprar botas hechas; la planchadora necesitó quince días para plancharle una camisola; y el sombrerero, a quien le había enviado su sombrero a variar el ala, 120 le tuvo dos días con la cabeza al aire y sin salir de casa. Sus conocidos y amigos no le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondían a sus esquelas. ¡Qué formalidad y qué exactitud! --¿Qué os parece de esta tierra, monsieur Sans-délai? --le dije al llegar a estas pruebas. 125 --Me parece que son hombres singulares... --Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca. Presentóse con todo, yendo y viniendo días, una proposición de mejoras para un ramo que no citaré, quedando recomendada eficacísimamente. A los cuatro días volvimos a saber el éxito de nuestra pretensión. 130 --Vuelva usted mañana --nos dijo el portero--. El oficial de la mesa no ha venido hoy. --Grande causa le habrá detenido --dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos, ¡qué casualidad! al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos 135 claros de Madrid. Martes era el día siguiente, y nos dijo el portero: --Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy. --Grandes negocios habrán cargado sobre él--, dije yo. Como soy el diablo y aun he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada 140 por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo [acertar] el acertar. --Es imposible verle hoy --le dije a mi compañero--; su señoría está, en efecto, ocupadísimo. 145 Diónos audiencia el miércoles inmediato, y ¡qué fatalidad! el expediente había

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pasado a informe, por desgracia, a la única persona enemiga indispensable de monsieur y [su plan] de su plan, porque era quien debía salir en él perjudicado. Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar. Verdad es que nosotros no habíamos podido encontrar empeño para 150 una persona muy amiga del informante. Esta persona tenía unos ojos muy hermosos, los cuales sin duda alguna le hubieran convencido en sus ratos perdidos de la justicia de nuestra causa. Vuelto de informe, se cayó en la cuenta en la sección de nuestra bendita oficina de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar 155 este pequeño error; pasóse al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y hétenos caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera. Fué el caso al llegar aquí que el expediente salió del primer establecimiento y nunca llegó al otro. 160 --De aquí se remitió con fecha de tantos --decían en uno. --Aquí no ha llegado nada --decían en otro. --¡Voto va! --dije yo a monsieur Sans-délai-- ¿sabéis que nuestro expediente se ha quedado en el aire como el alma de Garibay, y que debe de estar ahora posado como una paloma sobre algún tejado de esta activa población? 165 Hubo que hacer otro. ¡Vuelta a los empeños! ¡Vuelta a la prisa! ¡Qué delirio! --Es indispensable --dijo el oficial con voz campanuda--, que esas cosas vayan por sus trámites regulares. Es decir, que el toque estaba, como el toque del ejercicio militar, en llevar nuestro expediente tantos o cuantos años de servicio. 170 Por último, después de cerca de medio año de subir y bajar, y estar a la firma o al informe, o a la aprobación, o al despacho, o debajo de la mesa, y de volver siempre mañana, salió con una notita al margen que decía: "A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponente, negado". --¡Ah, ah, monsieur Sans-délai! --exclamé riéndome a carcajadas--; éste es 175 nuestro negocio. Pero monsieur Sans-délai se daba a todos los oficinistas, que es como si dijéramos a todos los diablos. --¿Para esto he echado yo viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: Vuelva usted 180 mañana? ¿Y cuando este dichoso mañana llega, en fin, nos dicen redondamente que no? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras. --¿Intriga, monsieur Sans-délai? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra; ésa es la gran 185 causa oculta: es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas. Al llegar aquí, no quiero pasar en silencio algunas razones de las que me dieron para la anterior negativa, aunque sea una pequeña digresión. --Ese hombre se va a perder --me decía un personaje muy grave y muy patriótico. 190 --Esa no es una razón --le repuse--; si él se arruina, nada, nada se habrá perdido en concederle lo que pide; él llevará el castigo de su osadía o de su ignorancia. --¿Cómo ha de salir con su intención? --Y suponga usted que quiere tirar su dinero y perderse; ¿no puede uno aquí morirse siquiera, sin tener un empeño para el oficial de la mesa? 195 --Puede perjudicar a los que hasta ahora han hecho de otra manera eso mismo que ese señor extranjero quiere [hacer]. --¿A los que lo han hecho de otra manera, es decir, peor? --Sí, pero lo han hecho. --Sería lástima que se acabara el modo de hacer mal las cosas. Conque, porque 200 siempre se han hecho las cosas del modo peor posible, ¿será preciso tener

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consideraciones con los perpetuadores del mal? Antes se debiera mirar si podrían perjudicar los antiguos al moderno. --Así está establecido; así se ha hecho hasta aquí; así lo seguiremos haciendo. --Por esa razón deberían darle a usted papilla todavía como cuando nació. 205 --En fin, señor [Bachiller] Fígaro, es un extranjero. --¿Y por qué no lo hacen los naturales del país? --Con esas socaliñas vienen a sacarnos la sangre. --Señor mío --exclamé, sin llevar más adelante mi paciencia--, está usted en un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de 210 empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más que ellas. 215 Un extranjero --seguí --que corre a un país que le es desconocido, para arriesgar en él sus caudales, pone en circulación un capital nuevo, contribuye a la sociedad, a quien hace un inmenso beneficio con su talento y su dinero. Si pierde, es un héroe; si gana, es muy justo que logre el premio de su trabajo, pues nos proporciona ventajas que no podíamos acarrearnos solos. Ese 220 extranjero que se establece en este país, no viene a sacar de él el dinero, como usted supone; necesariamente se establece y se arraiga en él, y a la vuelta de media docena de años, ni es extranjero ya, ni puede serlo; sus más caros intereses y su familia le ligan al nuevo país que ha adoptado; toma cariño al suelo donde ha hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido una compañera; 225 sus hijos son españoles, y sus nietos lo serán; en vez de extraer el dinero, ha venido a dejar un capital suyo que traía, invirtiéndole y haciéndole producir; ha dejado otro capital de talento, que vale por lo menos tanto como el del dinero; ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse; ha hecho una mejora, y hasta ha contribuído al 230 aumento de la población con su nueva familia. Convencidos de estas importantes verdades, todos los gobiernos sabios y prudentes han llamado a sí a los extranjeros: a su grande hospitalidad ha debido siempre la Francia su alto grado de esplendor; a los extranjeros de todo el mundo que ha llamado la Rusia, ha debido el llegar a ser una de las primeras naciones en muchísimo 235 menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser las últimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos... Pero veo por sus gestos de usted – concluí interrumpiéndome oportunamente a mí mismo-- que es muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer. ¡Por cierto, si usted mandara, podríamos fundar en usted grandes esperanzas! [La fortuna es 240 que hay hombres que mandan más ilustrados que usted, que desean el bien de su país, y dicen: "Hágase el milagro y hágalo el diablo." Con el Gobierno que en el día tenemos, no estamos ya en el caso de sucumbir a los ignorantes o a los malintencionados, y quizá ahora se logre que las cosas vayan a mejor, aunque despacio, mal que les pese a los batuecos.] 245 Concluída esta filípica, fuíme en busca de mi Sans-délai. --Me marcho, señor [Bachiller] Fígaro--me dijo--. En este país no hay tiempo para hacer nada; sólo me limitaré a ver lo que haya en la capital de más notable. --¡Ay! mi amigo --le dije--, idos en paz, y no queráis acabar con vuestra poca paciencia; mirad que la mayor parte de nuestras cosas no se ven. 250 --¿Es posible? --¿Nunca me habéis de creer? Acordáos de los quince días... Un gesto de monsieur Sans-délai me indicó que no le había gustado el recuerdo. --Vuelva usted mañana--nos decían en todas partes--, porque hoy no se ve. 255 --Ponga usted un memorialito para que le den a usted permiso especial.

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Era cosa de ver la cara de mi amigo al oír lo del memorialito: representábasele en la imaginación el informe, y el empeño, y los seis meses, y... Contentóse con decir: --Soy [un] extranjero--. ¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos! 260 Aturdíase mi amigo cada vez más, y cada vez nos comprendía menos. Días y días tardamos en ver [a fuerza de esquelas y de volver] las pocas rarezas que tenemos guardadas. Finalmente, después de medio año largo, si es que puede haber un medio año más largo que otro, se restituyó mi recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra, y dándome la razón que yo ya antes me tenía, 265 y llevando al extranjero noticias excelentes de [las] nuestras costumbres [de nuestros batuecos]; diciendo, sobre todo, que en seis meses no había podido hacer otra cosa sino volver siempre mañana, y que a la vuelta de tanto mañana, eternamente futuro, lo mejor, o más bien lo único que había podido hacer bueno, había sido marcharse. 270 ¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendrá razón el buen monsieur Sans-délai en hablar mal de nosotros y de nuestra pereza? ¿Será cosa de que vuelva el día de mañana con gusto a visitar nuestros hogares? Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, 275 pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo y pereza de abrir los ojos para hojear [los pocos folletos] que tengo que darte [ya], te contaré cómo a mí mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa; abandonar más de una 280 pretensión empezada y las esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que pueda hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me 285 levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un café, hablando o roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la 290 madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fué de pereza. Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el título de este artículo, que llamé: Vuelva usted 295 mañana; que todas las noches y muchas tardes he querido durante ese tiempo escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: ¡Eh, mañana le escribiré! Da gracias a que llegó por fin este mañana, que no es del todo malo; pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás! (El Pobrecito Hablador, enero de1833).

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Jose Zorrilla: (1817-1893) Don Juan Tenorio. acto III. Panteón de la familia Tenorio. Como estaba en el acto primero de la Segunda Parte, menos las estatuas de doña Inés y de don Gonzalo, que no están en su lugar Escena primera. DON JUAN, embozado y distraído, entra en la escena lentamente. Culpa mía no fue; delirio insano me anajenó la mente acalorada. Necesitaba víctimas mi mano que inmolar a mi fe desesperada, y al verlos en mitad de mi camino, 5 presa les hice allí de mi locura. ¡No fui yo, vive Dios!, ¡fue su destino! Sabían mi destreza y mi ventura. ¡Oh! Arrebatado el corazón me siento por vértigo infernal.... mi alma perdida 10 va cruzando el desierto de la vida cual hoja seca que arrebata el viento. Dudo..., temo..., vacilo.... en mi cabeza siento arder un volcán.... muevo la planta sin voluntad, y humilla mi grandeza 15 un no sé qué de grande que me espanta. (Un momento de pausa.) ¡Jamás mi orgullo concibió que hubiere nada más que el valor...! Que se aniquila el alma con el cuerpo cuando muere creí..., mas hoy mi corazón vacila. 20 ¡Jamás creí en fantasmas...! ¡Desvaríos! Mas del fantasma aquel, pese a mi aliento, los pies de piedra caminando siento, por doquiera que voy, tras de los míos. ¡Oh! Y me trae a este sitio irresistible, 25 misterioso poder... (Levanta la cabeza y ve que no está en su pedestal la estatua de DON GONZALO.) ¡Pero qué veo! ¡Falta de allí su estatua...! Sueño horrible, déjame de una vez... No, no te creo. Sal, huye de mi mente fascinada, fatídica ilusión..., estás en vano 30 con pueriles asombros empeñada en agotar mi aliento sobrehumano. Si todo es ilusión, mentido sueño, nadie me ha de aterrar con trampantojos; si es realidad, querer es necio empeño 35 aplacar de los cielos los enojos. No: sueño o realidad, del todo anhelo vencerle o que me venza; y si piadoso busca tal vez mi corazón el cielo, que le busque más franco y generoso. 40 La efigie de esa tumba me ha invitado a venir a buscar prueba más cierta de la verdad en que dudé obstinado...

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Heme aquí, pues comendador, despierta. (Llama al sepulcro del COMENDADOR. Este sepulcro se cambia en una mesa que parodia horriblemente la mesa en que cenaron en el acto anterior DON JUAN, CENTELLAS y AVELLANEDA. En vez de las guirnaldas que cogían en pabellones sus manteles, de sus flores y lujoso servicio, culebras, huesos y fuego, etcétera. (A gusto del pintor.) Encima de esta mesa aparece un plato de ceniza, una copa de fuego y un reloj de arena. Al cambiarse este sepulcro, todos los demás se abren y dejan paso a las osamentas de las personas que se suponen enterradas en ellos, envueltas en sus sudarios. Sombras, espectros y espíritus pueblan el fondo de la escena La tumba de DOÑA INÉS permanece.) escena segunda. DON JUAN, la ESTATUA de DON GONZALO, las SOMBRAS ESTATUA. Aquí me tienes, don Juan, 45 y he aquí que vienen conmigo los que tu eterno castigo de Dios reclamando están. JUAN. ¡Jesús! ESTATUA. ¿Y de qué te alteras,

si nada hay que a ti te asombre, 50 y para hacerte eres hombre plato con sus calaveras? JUAN. ¡Ay de mí! ESTATUA. Qué, ¿el corazón

te desmaya? JUAN. No lo sé; concibo que me engañé; 55 no son sueños..., ¡ellos son! (Mirando a los espectros.) Pavor jamás conocido el alma fiera me asalta, y aunque el valor no me falta, me va faltando el sentido. 60 ESTATUA. Eso es, don Juan, que se va

concluyendo tu existencia, y el plazo de tu sentencia está cumpliéndose ya.

JUAN. ¡Qué dices! ESTATUA. Lo que hace poco 65

que doña Inés te avisó, lo que te he avisado yo, y lo que olvidaste loco. Mas el festín que me has dado debo volverte, y así 70 llega, don Juan, que yo aquí cubierto te he preparado.

JUAN. ¿Y qué es lo que ahí me das? ESTATUA. Aquí fuego, allí ceniza. JUAN. El cabello se me eriza. 75 ESTATUA. Te doy lo que tú serás. JUAN. ¡Fuego y ceniza he de ser! ESTATUA. Cual los que ves en redor en eso para el valor, la juventud y el poder. 80

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JUAN. Ceniza, bien; ¡pero fuego! ESTATUA. El de la ira omnipotente, do arderás eternamente por tu desenfreno ciego. JUAN. ¿Conque hay otra vida más 85 y otro mundo que el de aquí? ¿Conque es verdad, ¡ay de mí!, lo que no creí jamás? ¡Fatal verdad que me hiela la sangre en el corazón! 90 Verdad que mi perdición solamente me revela. ¿Y ese reló? ESTATUA. Es la medida de tu tiempo. JUAN. ¡Expira ya! ESTATUA. Sí; en cada grano se va un instante de tu vida. 95 JUAN. ¿Y esos me quedan no más? ESTATUA. Sí. JUAN. ¡Injusto Dios! Tu poder me haces ahora conocer, cuando tiempo no me das 100 de arrepentirme. ESTATUA. Don Juan, un punto de contrición da a un alma la salvación y ese punto aún te le dan. JUAN. ¡Imposible! ¡En un momento 105 borrar treinta años malditos de crímenes y delitos! ESTATUA. Aprovéchale con tiento, (Tocan a muerto.) porque el plazo va a expirar, y las campana doblando 110 por ti están, y están cavando la fosa en que te han de echar. (Se oye a lo lejos el oficio de difuntos.) JUAN. ¿Conque por mí doblan? ESTATUA. Sí. JUAN. ¿Y esos cantos funerales? ESTATUA. Los salmos penitenciales, 115 que están cantando por ti. (Se ve pasar por la izquierda luz de hachones, y rezan dentro.) JUAN. ¿Y aquel entierro que pasa? ESTATUA. Es el tuyo. JUAN. ¡Muerto yo! ESTATUA. El capitán te mató a la puerta de tu casa. 120 JUAN. Tarde la luz de la fe penetra en mi corazón, pues crímenes mi razón a su luz tan sólo ve. Los ve... con horrible afán 125 porque al ver su multitud

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ve a Dios en la plenitud de su ira contra don Juan. ¡Ah! Por doquiera que fui la razón atropellé, 130 la virtud escarnecí y a la justicia burlé*, y emponzoñé cuanto vi. Yo a las cabañas bajé y a los palacios subí, 135 y los claustros escalé; y pues tal mi vida fue, no, no hay perdón para mí. ¡Mas ahí estáis todavía (A los fantasmas.) con quietud tan pertinaz! 140 Dejadme morir en paz a solas con mi agonía. Mas con esta horrenda calma, ¿qué me auguráis, sombras fieras? ¿Qué esperan de mí? (A la estatua de DON GONZALO.) ESTATUA. Que mueras 145 para llevarse tu alma. Y adiós, don Juan; ya tu vida toca a su fin, y pues vano todo fue, dame la mano en señal de despedida. 150 JUAN. ¿Muéstrasme ahora amistad? ESTATUA. Sí: que injusto fui contigo, y Dios me manda tu amigo volver a la eternidad. JUAN. Toma, pues. ESTATUA. Ahora, don Juan, 155 pues desperdicias también el momento que te dan, conmigo al infierno ven. JUAN. ¡Aparta, piedra fingida! Suelta, suéltame esa mano, 160 que aún queda el último grano en el reloj de mi vida. Suéltala, que si es verdad que un punto de contrición* da a un alma la salvación 165 de toda una eternidad, yo, Santo Dios, creo en Ti: si es mi maldad inaudita*, tu piedad es infinita... ¡Señor, ten piedad de mí! 170 ESTATUA. Ya es tarde. (DON JUAN se hinca de rodillas, tendiendo al cielo la mano que le deja libre la estatua. Las sombras, esqueletos, etc., van a abalanzarse sobre él, en cuyo momento se abre la tumba de DOÑA INÉS y aparece ésta. DOÑA INÉS toma la mano que DON JUAN tiende al cielo.)

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escena tercera DON JUAN, LA ESTATUA DE DON GONZALO DOÑA INÉS, SOMBRAS, etc. INÉS. ¡No! Heme ya aquí, don Juan mi mano asegura esta mano que a la altura tendió tu contrito afán, y Dios perdona a don Juan 175 al pie de la sepultura. JUAN. ¡Dios clemente! ¡Doña Inés! INÉS. Fantasmas, desvaneceos: su fe nos salva..., volveos a vuestros sepulcros, pues. 180 La voluntad de Dios es de mi alma con la amargura purifiqué su alma impura, y Dios concedió a mi afán la salvación de don Juan 185 al pie de la sepultura. JUAN. ¡Inés de mi corazón! INÉS. Yo mi alma he dado por ti, y Dios te otorga por mí tu dudosa salvación. 190 Misterio es que en comprensión no cabe de criatura: y sólo en vida más pura los justos comprenderán que el amor salvó a don Juan 195 al pie de la sepultura. Cesad, cantos funerales (Cesa la música y salmodia.) callad, mortuorias campanas (Dejan de tocar a muerto.) ocupad, sombras livianas, vuestras urnas sepulcrales 200 (Vuelven los esqueletos a sus tumbas, que se cierran.) volved a los pedestales, animadas esculturas; (Vuelven las estatuas a sus lugares.) y las celestes venturas en que los justos están, empiecen para don Juan 205 en las mismas sepulturas. (Las flores se abren y dan paso a varios angelitos que rodean a DOÑA INÉS y a DON JUAN, derramando sobre ellos flores y perfumes, y al son de una música dulce y lejana, se ilumina el teatro con luz de aurora. DOÑA INÉS cae sobre un lecho de flores, que quedará a la vista en lugar de su tumba, que desaparece.) escena última DOÑA INÉS, DON JUAN, LOS ÁNGELES JUAN. ¡Clemente Dios, gloria a Ti! Mañana a los sevillanos aterrará el creer que a manos de mis víctimas caí. 210

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Mas es justo: quede aquí al universo notorio que, pues me abre el purgatorio un punto de penitencia, es el Dios de la clemencia el Dios de Don Juan Tenorio. (Cae DON JUAN a los pies de DOÑA INÉS, y mueren ambos. De sus bocas salen sus almas representadas en dos brillantes llamas, que se pierden en el espacio al son de la música. Cae el telón.) burlar: engañar, al.: täuschen, missachten, brechen contrición: al.: Reue, Bussfertigkeit. inaudita: al.: noch nie dagewesen, unerhört.

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Tema 4. La Edad de la Literatura. Poesía romántica. José de Espronceda (1808-1842) La Canción del Pirata 1. Con diez cañones por banda,

viento en popa, a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un velero bergantín: bajel pirata que llaman, 5 por su bravura, el Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín.

2. La luna en el mar riela, en la lona gime el viento, 10 y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, 15 y allá a su frente Estambul:

3. "Navega, velero mío, sin temor, que ni enemigo navío, ni tormenta, ni bonanza 20 tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor.

4. Veinte presas hemos hecho a despecho 25 del inglés, y han rendido cien naciones sus pendones a mis pies."

Que es mi barco mi tesoro, 30 que es mi Dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.

5. "Allá muevan feroz guerra ciegos reyes 35 por un palmo más de tierra; que yo aquí tengo por mío cuanto abarca el mar bravío, a quien nadie impuso leyes.

6. Y no hay playa, 40 sea cualquiera, ni bandera

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de esplendor, que no sienta mi derecho 45 y dé pecho a mi valor."

Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, 50 mi única patria, la mar.

7. "A la voz de «¡barco viene!» es de ver cómo vira y se previene a todo trapo a escapar; 55 que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer.

8. En las presas yo divido lo cogido 60 por igual; sólo quiero por riqueza la belleza sin rival." 65

Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.

9. ¡Sentenciado estoy a muerte! 70 Yo me río; no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, colgaré de alguna entena, quizá en su propio navío. 75

10. Y si caigo, ¿qué es la vida? Por perdida ya la di, cuando el yugo 80 del esclavo, como un bravo, sacudí.

Que es mi barco mi tesoro, 85 que es mi Dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.

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11. "Son mi música mejor aquilones, 90 el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones.

12. Y del trueno 95 al son violento, y del viento al rebramar, yo me duermo sosegado, 100 arrullado por el mar."

Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, 105 mi única patria, la mar.

Himno al Sol Para y óyeme ¡oh Sol! Yo te saludo y extático ante tí me atrevo a hablarte. ardiente como tú mi fantasía, arrebatada en ansia de admirarte, intrépidas a ti sus alas guía. 5 ¡Ojalá que mi acento poderoso sublime resonando, del trueno pavoroso la temerosa voz sobrepujando, ¡oh Sol! a ti llegara, 10 y en medio de tu curso te parara! ¡Ah! si la llama que mi mente alumbra diera también su ardor a mis sentidos, al rayo vencedor que los deslumbra, los anhelantes ojos alzaría, 15 y en tu semblante fúlgido atrevidos mirando sin cesar los fijaría. ¡Cuánto siempre te amé, sol refulgente! ¡Con qué sencillo anhelo, siendo niño inocente, 20 seguirte ansiaba en el tendido cielo, y extático te vía y en contemplar tu luz me embebecía! De los dorados límites de Oriente, que ciñe el rico en perlas Océano, 25 al término sombroso de Occidente las orlas de tu ardiente vestidura tiendes en pompa, augusto soberano,

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y el mundo bañas en tu lumbre pura. Vívido lanzas de tu frente el día, 30 y, alma y vida del mundo, tu disco en paz majestuoso envía plácido ardor fecundo, y te elevas triunfante, corona de los orbes centellante. 35 Tranquilo subes del Cenit dorado al regio trono en la mitad del cielo, de vivas llamas y esplendor ornado, y reprimes tu vuelo. Y desde allí tu fúlgida carrera 40 rápido precipitas, y tu rica, encendida cabellera en el seno del mar, trémula agitas, y tu esplendor se oculta, y el ya pasado día 45 con otros mil la eternidad sepulta. ¡Cuántos siglos sin fin, cuántos has visto en su abismo insondable desplomarse! ¡Cuánta pompa, grandeza y poderío de imperios populosos disiparse 50 ¿Qué fueron ante ti? Del bosque umbrío secas y leves hojas desprendidas, que en círculos se mecen, y al furor de Aquilón desaparecen. Libre tú de la cólera divina, 55 viste anegarse el universo entero, cuando las hojas por Jehová lanzadas, impelidas del brazo justiciero, y a mares por los vientos despeñadas, bramó la tempestad; retumbó en torno 60 el ronco trueno, y con temblor crujieron los ejes de diamante de la tierra; montes y campos fueron alborotado mar, tumba del hombre. Se estremeció el profundo, 65 y entonces tú, como Señor del mundo, sobre la tempestad tu trono alzabas, vestido de tinieblas, y tu faz engreías, y a otros mundos en paz resplandecías. 70 Y otra vez nuevos siglos, nuevas gentes, viste llegar, huir, desvanecerse en remolino eterno, cual las olas llegan, se agolpan y huyen de Océano y tornan otra vez a sucederse; 75 mientra inmutable tú, solo y radiante ¡Oh Sol! siempre te elevas, y edades mil y mil huellas triunfante. ¿Y habrás de ser eterno, inextinguible, sin que nunca jamás tu inmensa hoguera 80 pierda su resplandor, siempre incansable, audaz siguiendo tu inmortal carrera, hundirse las edades contemplando,

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y solo, eterno, perenal, sublime, monarca poderoso dominando? 85 No, que también la muerte, si de lejos te sigue, no menos anhelante te persigue. ¿Quién sabe si tal vez pobre destello eres tú de otro sol que otro universo 90 mayor que el nuestro un día con doble resplandor esclarecía? Goza tu juventud y tu hermosura, ¡Oh Sol! que cuando el pavoroso día llegue que el orbe estalle y se desprenda 95 de la potente mano del Padre Soberano, y allá a la eternidad también descienda deshecho en mil pedazos, destrozado y en piélagos de fuego 100 envuelto para siempre y sepultado. De cien tormentas al horrible estruendo, en tinieblas sin fin tu llama pura entonces morirá. Noche sombría cubrirá eterna la celeste cumbre; 105 ni aun quedará reliquia de tu lumbre.

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Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

Rimas LIII (38) Volverán las oscuras golondrinas Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y, otra vez, con el ala a sus cristales jugando llamarán; pero aquéllas que el vuelo refrenaban 5 tu hermosura y mi dicha al contemplar, aquéllas que aprendieron nuestros nombres... ésas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, 10 y otra vez a la tarde, aun más hermosas, sus flores se abrirán; pero aquéllas, cuajadas de rocío, cuyas gotas mirábamos temblar y caer, como lágrimas del día... 15 ésas... ¡no volverán! Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón, de su profundo sueño tal vez despertará; 20 pero mudo y absorto y de rodillas, como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido..., desengáñate:

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¡así no te querrán! XIII (29) Tu pupila es azul, y cuando ríes, su claridad süave me recuerda el trémulo fulgor de la mañana que en el mar se refleja. 5 Tu pupila es azul, y cuando lloras, las trasparentes lágrimas en ella [*] se me figuran gotas de rocío sobre una vïoleta. 10 Tu pupila es azul, y si en su fondo como un punto de luz radia una idea, me parece en el cielo de la tarde una perdida estrella. Tema 4. La Edad de la Literatura Benito Pérez Galdós, Tristana [libro]

Leopoldo Alas (Clarín) “El dúo de la tos” [Cuento. Texto completo] El gran hotel del Águila tiende su enorme sombra sobre las aguas dormidas de la dársena. Es un inmenso caserón cuadrado, sin gracia, de cinco pisos, falansterio del azar, hospicio de viajeros, cooperación anónima de la indiferencia, negocio por acciones, dirección por contrata que cambia a 5 menudo, veinte criados que cada ocho días ya no son los mismos, docenas y docenas de huéspedes que no se conocen, que se miran sin verse, que siempre son otros y que cada cual toma por los de la víspera. «Se está aquí más solo que en la calle, tan solo como en el desierto», piensa un bulto, un hombre envuelto en un amplio abrigo de verano, que chupa un 10 cigarro apoyándose con ambos codos en el hierro frío de un balcón, en el tercer piso. En la obscuridad de la noche nublada, el fuego del tabaco brilla en aquella altura como un gusano de luz. A veces aquella chispa triste se mueve, se amortigua, desaparece, vuelve a brillar. «Algún viajero que fuma», piensa otro bulto, dos balcones más a la derecha, en 15 el mismo piso. Y un pecho débil, de mujer, respira como suspirando, con un vago consuelo por el indeciso placer de aquella inesperada compañía en la soledad y la tristeza. «Si me sintiera muy mal, de repente; si diera una voz para no morirme sola, ese que fuma ahí me oiría», sigue pensando la mujer, que aprieta contra un busto 20 delicado, quebradizo, un chal de invierno, tupido, bien oliente. «Hay un balcón por medio; luego es en el cuarto número 36. A la puerta, en el

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pasillo, esta madrugada, cuando tuve que levantarme a llamar a la camarera, que no oía el timbre, estaban unas botas de hombre elegante». De repente desapareció una claridad lejana, produciendo el efecto de un 25 relámpago que se nota después que pasó. «Se ha apagado el foco del Puntal», piensa con cierta pena el bulto del 36, que se siente así más solo en la noche. «Uno menos para velar; uno que se duerme.» Los vapores de la dársena, las panzudas gabarras sujetas al muelle, al pie del hotel, parecen ahora sombras en la sombra. En la obscuridad el agua toma la 30 palabra y brilla un poco, cual una aprensión óptica, como un dejo de la luz desaparecida, en la retina, fosforescencia que padece ilusión de los nervios. En aquellas tinieblas, más dolorosas por no ser completas, parece que la idea de luz, la imaginación recomponiendo las vagas formas, necesitan ayudar para que se vislumbre lo poco y muy confuso que se ve allá abajo. Las gabarras se 35 mueven poco más que el minutero de un gran reloj; pero de tarde en tarde chocan, con tenue, triste, monótono rumor, acompañado del ruido de la mar ue a lo lejos suena, como para imponer silencio, con voz de lechuza. El pueblo, de comerciantes y bañistas, duerme; la casa duerme. El bulto del 36 siente una angustia en la soledad del silencio y las sombras. 40 De pronto, como si fuera un formidable estallido, le hace temblar una tos seca, repetida tres veces como canto dulce de codorniz madrugadora, que suena a la derecha, dos balcones más allá. Mira el del 36, y percibe un bulto más negro que la obscuridad ambiente, del matiz de las gabarras de abajo. «Tos de enfermo, tos de mujer.» Y el del 36 se estremece, se acuerda de sí mismo; había 45 olvidado que estaba haciendo una gran calaverada, una locura. ¡Aquel cigarro! Aquella triste contemplación de la noche al aire libre. ¡Fúnebre orgía! Estaba prohibido el cigarro, estaba prohibido abrir el balcón a tal hora, a pesar de que corría agosto y no corría ni un soplo de brisa. «¡Adentro, adentro!» ¡A la sepultura, a la cárcel horrible, al 36, a la cama, al nicho!» 50 Y el 36, sin pensar más en el 32, desapareció, cerró el balcón con triste rechino metálico, que hizo en el bulto de la derecha un efecto melancólico análogo al que produjera antes el bulto que fumaba la desaparición del foco eléctrico del Puntal. «Sola del todo», pensó la mujer, que, aún tosiendo, seguía allí, mientras hubiera 55 aquella compañía... compañía semejante a la que se hacen dos estrellas que nosotros vemos, desde aquí, juntas, gemelas, y que allá en lo infinito, ni se ven ni se entienden. Después de algunos minutos, perdida la esperanza de que el 36 volviera al balcón, la mujer que tosía se retiró también; como un muerto que en forma de 60 fuego fatuo respira la fragancia de la noche y se vuelve a la tierra. Pasaron una, dos horas. De tarde en tarde hacia dentro, en las escaleras, en los pasillos, resonaban los pasos de un huésped trasnochador; por las rendijas de la puerta entraban en las lujosas celdas, horribles con su lujo uniforme y vulgar, rayos de luz que giraban y desaparecían. 65 Dos o tres relojes de la ciudad cantaron la hora; solemnes campanadas precedidas de la tropa ligera de los cuartos, menos lúgubres y significativos. También en la fonda hubo reloj que repitió el alerta. Pasó media hora más. También lo dijeron los relojes. «Enterado, enterado», pensó el 36, ya entre sábanas; y se figuraba que la hora, 70 sonando con aquella solemnidad, era como la firma de los pagarés que iba presentando a la vida su acreedor, la muerte. Ya no entraban huéspedes. A poco, todo debía morir. Ya no había testigos; ya podía salir la fiera; ya estaría a solas con su presa. En efecto; en el 36 empezó a resonar, como bajo la bóveda de una cripta, una tos

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75 rápida, enérgica, que llevaba en sí misma el quejido ronco de la protesta. «Era el reloj de la muerte», pensaba la víctima, el número 36, un hombre de treinta años, familiarizado con la desesperación, solo en el mundo, sin más compañía que los recuerdos del hogar paterno, perdidos allá en lontananzas de desgracias y errores, y una sentencia de muerte pegada al pecho, como una 80 factura de viaje a un bulto en un ferrocarril. Iba por el mundo, de pueblo en pueblo, como bulto perdido, buscando aire sano para un pecho enfermo; de posada en posada, peregrino del sepulcro, cada albergue que el azar le ofrecía le presentaba aspecto de hospital. Su vida era tristísima y nadie le tenía lástima. Ni en los folletines de los periódicos 85 encontraba compasión. Ya había pasado el romanticismo que había tenido alguna consideración con los tísicos. El mundo ya no se pagaba de sensiblerías, o iban éstas por otra parte. Contra quien sentía envidia y cierto rencor sordo el número 36 era contra el proletariado, que se llevaba toda la lástima del público. -El pobre jornalero, ¡el pobre jornalero! -repetía, y nadie se acuerda del pobre 90 tísico, del pobre condenado a muerte del que no han de hablar los periódicos. La muerte del prójimo, en no siendo digna de la Agencia Fabra, ¡qué poco le importa al mundo! Y tosía, tosía, en el silencio lúgubre de la fonda dormida, indiferente como el desierto. De pronto creyó oír como un eco lejano y tenue de su tos... Un eco... en 95 tono menor. Era la del 32. En el 34 no había huésped aquella noche. Era un nicho vacío. La del 32 tosía, en efecto; pero su tos era... ¿cómo se diría? Más poética, más dulce, más resignada. La tos del 36 protestaba; a veces rugía. La del 32 casi parecía un estribillo de una oración, un miserere, era una queja tímida, discreta, 100 una tos que no quería despertar a nadie. El 36, en rigor, todavía no había aprendido a toser, como la mayor parte de los hombres sufren y mueren sin aprender a sufrir y a morir. El 32 tosía con arte; con ese arte del dolor antiguo, sufrido, sabio, que suele refugiarse en la mujer. Llegó a notar el 36 que la tos del 32 le acompañaba como una hermana que 105 vela; parecía toser para acompañarle. Poco a poco, entre dormido y despierto, con un sueño un poco teñido de fiebre, el 36 fue transformando la tos del 32 en voz, en música, y le parecía entender lo que decía, como se entiende vagamente lo que la música dice. La mujer del 32 tenía veinticinco años, era extranjera; había venido a España 110 por hambre, en calidad de institutriz en una casa de la nobleza. La enfermedad la había hecho salir de aquel asilo; le habían dado bastante dinero para poder andar algún tiempo sola por el mundo, de fonda en fonda; pero la habían alejado de sus discípulas. Naturalmente. Se temía el contagio. No se quejaba. Pensó primero en volver a su patria. ¿Para qué? No la esperaba nadie; además, 115 el clima de España era más benigno. Benigno, sin querer. A ella le parecía esto muy frío, el cielo azul muy triste, un desierto. Había subido hacia el Norte, que se parecía un poco más a su patria. No hacía más que eso, cambiar de pueblo y toser. Esperaba locamente encontrar alguna ciudad o aldea en que la gente amase a los desconocidos enfermos. 120 La tos del 36 le dio lástima y le inspiró simpatía. Conoció pronto que era trágica también. «Estamos cantando un dúo», pensó; y hasta sintió cierta alarma del pudor, como si aquello fuera indiscreto, una cita en la noche. Tosió porque no pudo menos; pero bien se esforzó por contener el primer golpe de tos. La del 32 también se quedó medio dormida, y con algo de fiebre; casi deliraba 125 también; también trasportó la tos del 36 al país de los ensueños, en que todos los ruidos tienen palabras. Su propia tos se le antojó menos dolorosa apoyándose en aquella varonil que la protegía contra las tinieblas, la soledad y el silencio. «Así se acompañarán las almas del purgatorio.» Por una asociación

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de ideas, natural en una institutriz, del purgatorio pasó al infierno, al del Dante, 130 y vio a Paolo y Francesca abrazados en el aire, arrastrados por la bufera infernal. La idea de la pareja, del amor, del dúo, surgió antes en el número 32 que en el 36. La fiebre sugería en la institutriz cierto misticismo erótico; ¡erótico!, no es ésta la 135 palabra. ¡Eros! El amor sano, pagano ¿qué tiene aquí que ver? Pero en fin, ello era amor, amor de matrimonio antiguo, pacífico, compañía en el dolor, en la soledad del mundo. De modo que lo que en efecto le quería decir la tos del 32 al 36 no estaba muy lejos de ser lo mismo que el 36, delirando, venía como a adivinar. 140 «¿Eres joven? Yo también. ¿Estás solo en el mundo? Yo también. ¿Te horroriza la muerte en la soledad? También a mí. ¡Si nos conociéramos! ¡Si nos amáramos! Yo podría ser tu amparo, tu consuelo. ¿No conoces en mi modo de toser que soy buena, delicada, discreta, casera, que haría de la vida precaria un nido de pluma blanda y suave para acercarnos juntos a la muerte, pensando en 145 otra cosa, en el cariño? ¡Qué solo estás! ¡Qué sola estoy! ¡Cómo te cuidaría yo! ¡Cómo tú me protegerías! Somos dos piedras que caen al abismo, que chocan una vez al bajar y nada se dicen, ni se ven, ni se compadecen... ¿Por qué ha de ser así? ¿Por qué no hemos de levantarnos ahora, unir nuestro dolor, llorar juntos? Tal vez de la unión de dos llantos naciera una sonrisa. Mi alma lo pide; 150 la tuya también. Y con todo, ya verás cómo ni te mueves ni me muevo.» Y la enferma del 32 oía en la tos del 36 algo muy semejante a lo que el 36 deseaba y pensaba: Sí, allá voy; a mí me toca; es natural. Soy un enfermo, pero soy un galán, un caballero; sé mi deber; allá voy. Verás qué delicioso es, entre lágrimas, con 155 perspectiva de muerte, ese amor que tú sólo conoces por libros y conjeturas. Allá voy, allá voy... si me deja la tos... ¡esta tos!... ¡Ayúdame, ampárame, consuélame! Tu mano sobre mi pecho, tu voz en mi oído, tu mirada en mis ojos...» Amaneció. En estos tiempos, ni siquiera los tísicos son consecuentes 160 románticos. El número 36 despertó, olvidado del sueño, del dúo de la tos. El número 32 acaso no lo olvidara; pero ¿qué iba a hacer? Era sentimental la pobre enferma, pero no era loca, no era necia. No pensó ni un momento en buscar realidad que correspondiera a la ilusión de una noche, al vago consuelo de aquella compañía de la tos nocturna. Ella, eso sí, se había ofrecido de buena 165 fe; y aun despierta, a la luz del día, ratificaba su intención; hubiera consagrado el resto, miserable resto de su vida, a cuidar aquella tos de hombre... ¿Quién sería? ¿Cómo sería? ¡Bah! Como tantos otros príncipes rusos del país de los ensueños. Procurar verle... ¿para qué? Volvió la noche. La del 32 no oyó toser. Por varias tristes señales pudo 170 convencerse de que en el 36 ya no dormía nadie. Estaba vacío como el 34. En efecto; el enfermo del 36, sin recordar que el cambiar de postura sólo es cambiar de dolor, había huido de aquella fonda, en la cual había padecido tanto... como en las demás. A los pocos días dejaba también el pueblo. No paró hasta Panticosa, donde tuvo la última posada. No se sabe que jamás hubiera 175 vuelto a acordarse de la tos del dúo. La mujer vivió más: dos o tres años. Murió en un hospital, que prefirió a la fonda; murió entre Hermanas de la Caridad, que algo la consolaron en la hora terrible. La buena psicología nos hace conjeturar que alguna noche, en sus tristes insomnios, echó de menos el dúo de la tos; pero no sería en los últimos 180 momentos, que son tan solemnes. O acaso sí. FIN 1896

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Emilia Pardo Bazán,.

Las medias rojas Cuando la rapaza* entró, cargada con el haz de leña que acababa de me rodear en el monte del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza, entregado a la ocupación de picar un cigarro, sirviéndose, en vez de navaja, de una uña córnea, color de ámbar oscuro, porque la había tostado el fuego de las apuradas 5 colillas. Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la moda «de las señoritas» y revuelto por los enganchones de las ramillas que se agarraban a él. Después, con la lentitud de las faenas aldeanas, preparó el fuego, lo prendió, desgarró las berzas, las echó en el pote negro, en compañía de unas patatas mal 10 troceadas y de unas judías asaz secas, de la cosecha anterior, sin remojar. Al cabo de estas operaciones, tenía el tío Clodio liado su cigarrillo, y lo chupaba desgarbadamente, haciendo en los carrillo dos hoyos como sumideros, grises, entre el azuloso de la descuidada barba Sin duda la leña estaba húmeda de tanto llover la semana entera, y ardía mal, 15 soltando una humareda acre; pero el labriego no reparaba: al humo ¡bah!, estaba él bien hecho desde niño. Como Ildara se inclinase para sopla y activar la llama, observó el viejo cosa más insólita: algo de color vivo, que emergía de las remendadas y encharcadas sayas de la moza... Una pierna robusta, aprisionada en una media roja, de algodón... 20 -¡Ey! ¡Ildara! -¡Señor padre! -¿Qué novidá es esa? -¿Cuál novidá? -¿Ahora me gastas medias, como la hirmán del abade? 25 Incorporóse la muchacha, y la llama, que empezaba a alzarse, dorada, lamedora de la

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negra panza* del pote, alumbró su cara redonda, bonita, de facciones pequeñas, de boca apetecible, de pupilas claras, golosas de vivir. -Gasto medias, gasto medias -repitió sin amilanarse-. Y si las gasto, no se las debo a ninguén. 30 -Luego* nacen los cuartos* en el monte -insistió el tío Clodio con amenazadora sorna. -¡No nacen!... Vendí al abade unos huevos, que no dirá menos él... Y con eso merqué las medias. Una luz de ira cruzó por los ojos pequeños, engarzados en duros párpados, bajo cejas hirsutas, del labrador... Saltó del banco donde estaba escarrancado, y agarrando a su 35 hija por los hombros, la zarandeó brutalmente, arrojándola contra la pared, mientras barbotaba: -¡Engañosa! ¡engañosa! ¡Cluecas andan las gallinas que no ponen! Ildara, apretando los dientes por no gritar de dolor, se defendía la cara con las manos. Era siempre su temor de mociña guapa y requebrada, que el padre la mancase, como le 40 había sucedido a la Mariola, su prima, señalada por su propia madre en la frente con el aro de la criba, que le desgarró los tejidos. Y tanto más defendía su belleza, hoy que se acercaba el momento de fundar en ella un sueño de porvenir. Cumplida la mayor edad, libre de la autoridad paterna, la esperaba el barco, en cuyas entrañas tanto de su parroquia y de las parroquias circunvecinas se habían ido hacia la suerte, hacia lo 45 desconocido de los lejanos países donde el oro rueda por las calles y no hay sino bajarse para cogerlo. El padre no quería emigrar, cansado de una vida de labor, indiferente de la esperanza tardía: pues que se quedase él... Ella iría sin falta; ya estaba de acuerdo con el gancho, que le adelantaba los pesos para el viaje, y hasta le había dado cinco de señal, de los cuales habían salido las famosas medias... Y el tío Clodio, ladino, sagaz, 50 adivinador o sabedor, sin dejar de tener acorralada y acosada a la moza, repetía: -Ya te cansaste de andar descalza de pie y pierna, como las mujeres de bien, ¿eh, condenada? ¿Llevó medias alguna vez tu madre? ¿Peinóse como tú, que siempre estás dale que tienes con el cacho de espejo? Toma, para que te acuerdes... Y con el cerrado puño hirió primero la cabeza, luego, el rostro, apartando las medrosas 55 manecitas, de forma no alterada aún por el trabajo, con que se escudaba Ildara, trémula. El cachete más violento cayó sobre un ojo, y la rapaza vio como un cielo estrellado, miles de puntos brillantes envueltos en una radiación de intensos coloridos sobre un negro terciopeloso. Luego, el labrador aporreó la nariz, los carrillos. Fue un instante de furor, en que sin escrúpulo la hubiese matado, antes que verla marchar, dejándole a él 60 solo, viudo, casi imposibilitado de cultivar la tierra que llevaba en arriendo, que fecundó con sudores tantos años, a la cual profesaba un cariño maquinal, absurdo. Cesó al fin de pegar; Ildara, aturdida de espanto, ya no chillaba siquiera. Salió fuera, silenciosa, y en el regato próximo se lavó la sangre. Un diente bonito, juvenil, le quedó en la mano. Del ojo lastimado, no veía. 65 Como que el médico, consultado tarde y de mala gana, según es uso de labriegos, habló de un desprendimiento de la retina, cosa que no entendió la muchacha, pero que consistía... en quedarse tuerta. Y nunca más el barco la recibió en sus concavidades para llevarla hacia nuevos horizontes de holganza y lujo. Los que allá vayan, han de ir sanos, válidos, y las 70 mujeres, con sus ojos alumbrando y su dentadura completa... rapaza: muchacha de corta edad. luego: entonces. los cuartos: el dinero.

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Tema 4. La Edad de la Literatura. Literatura hispanoamericana. Rubén Darío (1867-1916) Lo fatal 1. Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. 2. Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror... Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por 3. lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta con sus frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, ¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!... (1905) Nocturno A Mariano de Cavia 1. Los que auscultasteis el corazón de la noche, los que por el insomnio tenaz habéis oído el cerrar de una puerta, el resonar de un coche lejano, un eco vago, un ligero ruido... 2. En los instantes del silencio misterioso, cuando surgen de su prisión los olvidados, en la hora de los muertos, en la hora del reposo, ¡sabréis leer estos versos de amargor impregnados!... 3. Como en un vaso vierto en ellos mis dolores de lejanos recuerdos y desgracias funestas, y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores, y el duelo de mi corazón, triste de fiestas. 4. Y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido, y la pérdida del reino que estaba para mí, el pensar que un instante pude no haber nacido, ¡y el sueño que es mi vida desde que yo nací! 5. Todo esto viene en medio del silencio profundo en que la noche envuelve la terrena ilusión, y siento como un eco del corazón del mundo que penetra y conmueve mi propio corazón. (Cantos de vida y esperanza, 1905)

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¡Torres de Dios!... [Versos escritos en el ejemplar de Prosas profanas enviado al poeta Juan R. Jiménez.] 1. ¡Torres de Dios! ¡Poetas! ¡Pararrayos celestes, que resistís las duras tempestades, como crestas escuetas, como picos agrestes, rompeolas de las eternidades! 2. La mágica Esperanza anuncia el día en que sobre la roca de armonía expirará la pérfida sirena. ¡Esperad, esperemos todavía! 3. Esperad todavía. El bestial elemento se solaza En el odio a la sacra prosa, y se arroja baldón de raza a raza. La insurrección de abajo tiende a los Excelentes. El caníbal codicia su tasajo con roja encía y afilado dientes. 4. Torres, poned al pabellón sonrisa. Poned, ante ese mal y ese recelo, una soberbia insinuación de brisa y una tranquilidad de mar y cielo…. César Vallejo (1892-1937) Los nueve monstruos I, desgraciadamente, el dolor crece en el mundo a cada rato, crece a treinta minutos por segundo, paso a paso, y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces y la condición del martirio, carnívora voraz, 5 es el dolor dos veces y la función de la yerba purísima, el dolor dos veces y el bien de sér, dolernos doblemente. Jamás, hombres humanos, 10 hubo tánto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, en el vaso, en la carnicería, en la arimética! Jamás tánto cariño doloroso, jamás tan cerca arremetió lo lejos, jamás el fuego nunca 15 jugó mejor su rol de frío muerto! Jamás, señor ministro de salud, fue la salud

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más mortal y la migraña extrajo tánta frente de la frente! Y el mueble tuvo en su cajón, dolor, 20 el corazón, en su cajón, dolor, la lagartija, en su cajón, dolor. Crece la desdicha, hermanos hombres, más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece con la res de Rousseau, con nuestras barbas; 25 crece el mal por razones que ignoramos y es una inundación con propios líquidos, con propio barro y propia nube sólida! Invierte el sufrimiento posiciones, da función en que el humor acuoso es vertical 30 al pavimento, el ojo es visto y esta oreja oída, y esta oreja da nueve campanadas a la hora del rayo, y nueve carcajadas a la hora del trigo, y nueve sones hembras 35 a la hora del llanto, y nueve cánticos a la hora del hambre y nueve truenos y nueve látigos, menos un grito. El dolor nos agarra, hermanos hombres, por detrás de perfíl, 40 y nos aloca en los cinemas, nos clava en los gramófonos, nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente a nuestros boletos, a nuestras cartas; y es muy grave sufrir, puede uno orar… 45 Pues de resultas del dolor, hay algunos que nacen, otros crecen, otros mueren, y otros que nacen y no mueren, otros que sin haber nacido, mueren, y otros 50 que no nacen ni mueren (son los más) Y también de resultas del sufrimiento, estoy triste hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo, de ver al pan, crucificado, al nabo, 55 ensangrentado, llorando, a la cebolla, al cereal, en general, harina, a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo, al vino, un ecce-homo, 60 tan pálida a la nieve, al sol tan ardio! ¡Cómo, hermanos humanos, no deciros que ya no puedo y ya no puedo con tánto cajón, tánto minuto, tánta 65 lagartija y tánta inversión, tanto lejos y tánta sed de sed! Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer? !Ah! desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer. 70

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Los heraldos negros 1. Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… Yo no sé! 2. Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán talvez los potros de bárbaros atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte. 3. Son las caídas hondas de los Cristos del alma, de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema 4. Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada. Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! Poema para ser leído y cantado 1. Sé que hay una persona que me busca en su mano, día y noche, encontrándome, a cada minuto, en su calzado. ¿Ignora que la noche está enterrada con espuelas detrás de la cocina? 2. Sé que hay una persona compuesta de mis partes, a la que integro cuando va mi talle cabalgando en su exacta piedrecilla. ¿Ignora que a su cofre no volverá moneda que salió con su retrato? 3. Sé el día, pero el sol se me ha escapado; sé el acto universal que hizo en su cama con ajeno valor y esa agua tibia, cuya superficial frecuencia es una mina. ¿Tan pequeña es, acaso, esa persona, que hasta sus propio pies así la pisan? 4. Un gato es el lindero entre ella y yo, al lado mismo de su tasa de agua. La veo en las esquinas,

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se abre y cierra su veste, antes palmera interrogante... ¿Qué podrá hacer sino cambiar de llanto? Pero me busca y busca. ¡Es una historia!. Jorge Luis Borges (Ficciones - 1944) “Las Ruinas Circulares” And if he left off dreamíng about you... Through the Looking-Glass, IV Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado 5 de griego y donde es infrecuente la lepra, Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó* la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas* que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la 10 selva palúdica* ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendi6 bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos" pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río 15 abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla 20 dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas. El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a 25 responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales*. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo* suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar. Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica*. 30 El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas*; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía*, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si 35 adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría* a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría* en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar* por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo. 40 A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de

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aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de bueno afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no 45 velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino*, díscolo* a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. 50 El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso*, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta* unas rachas de sueño débil, veteadas* fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso 55 congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos. Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre 60 todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi 65 acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía. 70 Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aún sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó 75 la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retornó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se 80 incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido. En las cosmogonías* gnósticas*, los demiurgos* amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó 85 toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie* que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo*, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple 90 dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que 95 alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba,

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el soñado se despertó. El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas 100 dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy. Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara 105 una cumbre lejana. Al otro día, flameaba* la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer – y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable* selva y de ciénaga*. Antes (para que no supiera nunca que era un 110 fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje. Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío*. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba* ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o 115 soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero 120 le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar* el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su 125 condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas. 130 El término de sus cavilaciones* fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro*, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía* de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron* el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las 135 ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico*. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones* de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con 140 alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo. cortadera: planta de hojas alternas, largas, angostas y aplanadas. Sus bordes cortan como una navaja. Se usa el tallo para tejer cuerdas y sombreros. palúdica: que pertenece a una laguna o un pantáno; al.: sumpfig. repechar: subir por una cuesta muy pendiente. frugal: que necesita o se manifiesta en lo poco; al.: genügsam. dialéctica: de dos partes opuestas grada: peldaño; al.: Stufe, Freitreppe. cosmografía: descripción astronómica del mundo, o astronomía descriptiva.

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redimir: salvar, rescatar; al.: erlösen, loskaufen. embaucar: engañar; al.: betrügen. interpolar: interrumpir, intercalar; al.: einfügen, einlegen. cetrino:color amarillo verdoso; melancólico; al.: gelblich, schwermütig. díscolo:desobediente; que no es dócil; al.: widerspenstig. viscoso: pegajoso; al.: schleimig, zähflüssig. cicuta: planta de unos dos metros de altura, con tallo purpúreo en la base y muy ramoso en lo alto, hojas triangulares y divididas en gajos elípticos. Su zumo es venenoso y se usa como medicina; al.: Schierling. veteadas: que tienen vetas, o sea, venas, hilos, correas, al.mit Adern. cosmogonía: relato mítico relativo a los orígenes del mundo; teoría científica que trata del origen y la evolución del universo. gnóstico, gnosticismo: doctrina filosófica y religiosa de los primeros siglos de la Iglesia, mezcla de la cristiana con creencias judaicas y orientales; se dividió en varias sectas y pretendía tener un conocimiento intuitivo y misterioso de las cosas divinas. demiurgo: en la filosofía de los gnósticos, alma universal, principio activo del mundo. efigie: imagen de una persona. crepúsculo:claridad antes de salir el sol; al.: Morgendämmerung. flamear: ondear; al.: flattern. inextricable: enredado, confuso; al.: undurchdringlich, verwickelt. ciénaga: lugar lleno de cieno; al.: Morast. hastío: Repugnancia, gran aburrimiento, al.: Ekel, Überdruss. prosternarse: Arrodillarse o inclinarse por respeto, al.: sich niederwerfen. cerro: elevación de la tierra, menos alta que una montaña; cuello del animal, al.: Hügel; Tiernacken. hollar: pisar, comprimir, humillar, al.: betreten, missachten. cavilaciones, cavilación, cavilar: pensar con intensidad en algo; al.: Grübeleien. encía: carne que rodea y protege la dentadura, al.: Zahnfleisch. herrumbrar: producir óxido del hierro. concéntrico: con un mismo centro. iirón: Faja; pedazo desgarrado del vestido, al.: Fetzen.

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Pablo Neruda (1904-1973) 1. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 2. Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos». 3. El viento de la noche gira en el cielo y canta. 4. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y aveces ella también me quiso. 5. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. 6. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. 7. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. 8. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al lama como al pasto el rocío. 9. Qué importa que me amor no pudiera guardarla. 10. La nohe está estrellada y ella no está conmigo. 11. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. 12. Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. 13. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 14. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. 15. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. 16. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. 17. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido. 18. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

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En la tierra PEQUEÑA rosa, rosa pequeña, a veces, diminuta y desnuda, 5 parece que en una mano mía cabes, que así voy a cerrarte y a llevarte a mi boca, 10 pero de pronto mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios, has crecido, suben tus hombros como dos colinas, 15 tus pechos se pasean por mi pecho, mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada línea de luna nueva que tiene tu cintura: en el amor como agua de mar te has desatado: 20 mido apenas los ojos más extensos del cielo y me inclino a tu boca para besar la tierra. Oda al color verde Cuando la tierra fue calva y callada, silencio y cicatrices, extensiones 5 de lava seca y piedra congelada, apareciò el verde, el color verde, 10 trébol, acacia, río de agua verde. Se derramó el cristal 15 Inesperado y crecieron y se multiplicaron los numerosos verdes, 20 verdes de pasto y ojos, verdes de amor marino, verdes de campanario, verdes 25 delgados, para

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la red, para las algas, para el cielo, para la selva el verde tembloroso, para las uvas 30 un ácido verde. Vestido de la tierra, poblaciòn del follaje, no sólo 35 uno sino la multiplicaciòn del ancho verde, ennegrecido como 40 noche verde, claro y agudo como violín verde, espeso en la espesura, 45 metálico, sulfúrico en la mina de cobre, venenoso en las lanzas oxidadas, 50 húmedo en el abrazo de la ciénaga, virtud de la. hermosura. Ventana de la luna en moviemiento, 55 cárdenos, muertos verdes que enrojecen a la luz del otoño en el puñal del eucaliptus, frío como piel de pescado, 60 enfermedades verdes, neones saturnianos que te afligen con agobiante luz, verde volante 65 de la nupcial luciérnaga, y tierno verde suave de la lechuga cuando 70 recibe sol en gotas de los castos limones exprimidos por una mano verde. El verde 75 que no tuve, no tengo ni tendría, el fulgor submarino y subterráneo,

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la luz 80 de la esmeralda, águila verde entre las piedras, ojo del abismo, mariposa helada, estrella que no pudo encontrar cielo 85 y enterró su ola verde en la más honda cámara terrestre, 90 y allí como rosario del infierno, fuego del mar o corazón de tigre, espléndida dormiste, piedra verde, 95 uña de las montañas, río fatuo, estatua hostil, endurecido verde. 1956 Octavio Paz (1914-1998) Palabra 1. Palabra, voz exacta y sin embargo equívoca; obscura y luminosa; herida y fuente: espejo; espejo y resplandor; 5 resplandor y puñal, vivo puñal amado, ya no puñal, sí mano suave: fruto. 2. Llama que me provoca; 10 cruel pupila quieta en la cima del vértigo; invisible luz fría cavando en mis abismos, llenándome de nada, de palabras, 15 cristales fugitivos que a su prisa someten mi destino. 3. Palabra ya sin mí, pero de mí, como el hueso postrero, antónimo y esbelto, de mi cuerpo; 20 sabrosa sal, diamante congelado de mi lágrima obscura.

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4. Palabra, una palabra abandonada, riente y pura, libre, como la nube, el agua, 25 como el aire y la luz, como el ojo vagando por la tierra, como yo, si me olvido. 5. Palabra, una palabra, la última y primera, 30 la que callamos siempre, la que siempre decimos, sacramento y ceniza. Entre la piedra y la flor A Teodoro Cesarman I 1. Amanecemos piedras. 2. Nada sino la luz.. No hay nada sino la luz contra la luz. 3. La tierra: palma de una mano de piedra. 4. El agua callada 5 en su tumba calcárea. El agua encarcelada, húmeda lengua humilde que no dice nada. Alza la tierra un vaho. 10 Vuelan pájaros pardos, barro alado. El horizonte: unas cuantas nubes arrasadas. Planicie enorme, sin arrugas. El henequén, índice verde, 15 divide los espacios terrestres. Cielo ya sin orillas. [...] III 13. Entre la piedra y la flor, el hombre: el nacimiento que nos lleva a la muerte, 55 la muerte que nos lleva al nacimiento. 14. El hombre, sobre la piedra lluvia persistente y río entre llamas y flor que vence al huracán 60 y pájaro semejante al breve relámpago: el hombre entre sus frutos y sus obras. 15. El henequén*, verde lección de geometría

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sobre la tierra blanca y ocre. Agricultura, comercio, industria, lenguaje. 65 Es una planta vivaz y es una fibra, es una acción en la Bolsa y es un signo. Es tiempo humano, tiempo que se acumula, tiempo que se dilapida. 70 La sed y la planta, la planta y el hombre, el hombre, sus trabajos y sus días. [...] henequén: planta oriunda de Méjico con hojas triangulares y espinas en el margen y en la punta; al.: Agave. La mirada 1. Entre la tarde que se obstina y la noche que se acumula hay la mirada de una niña. 2. Deja el cuaderno y la escritura, todo su ser dos ojos fijos. En la pared la luz se anula. 3. Mira su fin o su principio? Ella dirá que no ve nada. Es transparente el infinito. Nunca sabrá que lo miraba.

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Tema 4. La Edad de la Literatura Azorín (José Martínez Ruiz, 1873-1967) Una ciudad y un balcón No me podrán quitar el dolorido Sentir... GARCILASO Entremos en la catedral; flamante, blanca, acabada de hacer está. En un ángulo, junto a la capilla en que se venera la Virgen de la Quinta Angustia, se halla la puertecilla del campanario. Subamos a la torre; desde lo alto se divisa la ciudad toda y la campiña. Tenemos un maravilloso, mágico catalejo: descubriremos 5 con él hasta los detalles más diminutos. Dirijámoslo hacia la lejanía; allá, por los confines del horizonte, sobre unos lomazos redondos, ha aparecido una manchita negra; se remueve, levanta una tenue polvareda, avanza. Un tropel de escuderos, lacayos y pajes es, que acompaña a un noble señor. El caballero marcha en el centro de su servidumbre; ondean al viento las plumas 10 multicolores de su sombrero; brilla el puño de la espada; fulge sobre su pecho una firmeza de oro. Vienen todos a la ciudad; bajan ahora de las colinas y entran en la vega. Cruza la vega un río: sus aguas son rojizas y lentas; ya sesga en sus meandros; ya se embarranca en hondas hoces. Crecen los a les tupidos en el llano. La arboleda se ensancha y asciende por las alturas inmediatas. Una 15 ancha vereda —parda entre la verdura— parte de la ciudad y sube por la empinada montaña de allá lejos. Esa vereda lleva los rebaños del pueblo, cuando declina e1 otoño, hacia las cálidas tierras de Extremadura. Ahora las mesetas vecinas, la llanada de la vega, los alcores que bordean e1 río, están llenos de blancos carneros que sobre las praderías forman como grandes copos 20 de nieve. De la lana y el cuero vive la diminuta ciudad. En las márgenes del río hay un obraje de paños y unas tenerías. A la salida del pueblo —por la Puerta Vieja— se desciende hasta el río; en esa cuesta están las tenerías. Entre las tenerías se ve una casita medio caída, medio arruinada; vive en ese chamizo una buena vieja 25 —llamada Celestina— que todas las mañanas sale con un jarrillo desbocado y lo trae lleno de vino para la comida, y que luego va de casa en casa, en la ciudad, llevando agujas, gorgueras, garvines, ceñideros y otras bujerías para las mozas. En el pueblo los oficiales de mano se agrupan en distintas callejuelas; aquí están los tundidores, perchadores, cardadores, arcadores, perailes; allá, en 30 la otra, los correcheros, guarnicioneros, boteros, chicarreros. Desde que quiebra el alba, la ciudad entra en animación; cantan los perailes los viejos romances de Blanca-flor y del Cid —como cantan los cardadores de Segovia en la novela El donado hablador—; tunden los paños los tundidores; córtanle con sutiles tijeras el pelo los perchadores; cardan la blanca lana los cardadores; los chicarreros 35 trazan y cosen zapatillas y chapines; embrean y trabajan las botas y cueros en que se ha de encerrar el vino y el aceite los boteros. Ya se han despertado las monjas de la pequeña monjía que hay en el pueblo; ya tocan las campanitas cristalinas. Luego, cuando avance el día, estas monjas saldrán de su convento, devanearán por la ciudad, entrarán y saldrán en las casas de los hidalgos, 40 pasarán y tornarán a pasar por las calles. Todos los oficiales trabajan en las puertas y en los zaguanes. Cuelga de la puerta de esta tiendecilla la imagen de un cordero; de la otra, una olla; de la de más allá, una estrella. Cada mercader tiene su distintivo. Las tiendas son pequeñas, angostas, lóbregas. A los cantos de los perailes se mezclan en estas horas de la mañana las 45 salmodias de un ciego rezador. Conocido es en la ciudad; la oración del Justo Juez, la de San Gregorio y otras muchas va diciendo por las casas con voz sonora y lastimera; secretos sabe para toda clase de dolores y trances mortales; un muchachuelo le conduce: la malicia y la inteligencia brillan en los ojos del mozuelo. En las tiendecillas se ven las caras finas de los judíos. Pasan por las

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50 callejas los frailes con sus estameñas blancas o pardas. La campana de la catedral lanza sus largas campanadas. Allá, en la orilla del río, unas mujeres lavan y carmenan la lana. (Se ha descubierto un nuevo mundo; sus tierras son inmensas: hay en él bosques formidables, ríos anchurosos, montañas de oro, hombres extraños, 55 desnudos y adornados con plumas Se multiplican en las ciudades de Europa las imprentas; corren y se difunden millares de libros. La antigüedad clásica ha renacido; Platón y Virgilio han vuelto al mundo. Florece el tronco de la vieja humanidad.)

En la plaza de la ciudad se levanta un caserón de piedra; cuatro grandes balcones se 60 abren en la fachada. Sobre la puerta resalta un recio blasón. En el primer balcón de la

izquierda se ve sentado en un sillón un hombre; su cara está pálida, exangüe, y remata en una barbita afilada y gris. Los ojos de este caballero están velados por una profunda tristeza; el codo lo tiene el caballero puesto en el brazo del sillón y su cabeza descansa en la palma de la mano... * * *

65 Le sucede algo al catalejo con que estábamos observando la ciudad y la campiña. No se divisa nada; indudablemente se ha empañado el cristal. Limpiémosle. Ya está claro; tornemos a mirar. Los bosques que rodeaban la ciudad han desaparecido. Allá, por aquellas lomas redondas que se recortan en el cielo azul, en los confines del horizonte, ha aparecido una manchita negra; se remueve, avanza, levanta una nubecilla de polvo. 70 Un coche enorme, pesado, ruidoso, es; todos los días, a esta hora surge en aquellas colinas, desciende por las suaves laderas cruza la vega y entra en la ciudad. Donde había un tupido boscaje, aquí en la llana vega, hay ahora trigales de regadío, huertos herreñales, cuadros y emparrados de hortalizas; en las caceras, azarbes y landronas que cruzan la llanada, brilla el agua que se reparte por toda la vega desde las represas del 75 río. El río sigue su curso manso como antaño. Ha desaparecido el obraje de paños que había en sus orillas; quedan las aceñas que van moliendo las maquilas como en los días pasados. En la cuesta que asciende hasta la ciudad, no restan más que una o dos tenérías; la mayor parte del año están cerradas. No encontramos ni rastro de aquella casilla medio derrumbada en que vivía una vieja que todas las mañanas salía a por vino 80 con un jarrico y que iba de casa en casa llevando chucherías para vender. En la ciudad no cantan los perailes. De los oficios viejos del mero y de lana, casi todos han desaparecido; es que ya por la ancha y parda vereda que cruza la vega no se ve la muchedumbre de ganados que antaño, al declinar el otoño, pasaban a Extremadura. No quedan más que algunos boteros en sus zaguanes lóbregos; en las callejas altas, algún 85 viejo telar va marchando todavía con su son rítmico. La ciudad está silenciosa; de tarde en tarde pasa un viejo rezador que salmodia la oración del Justo Juez. Los caserones están cerrados. Sobre las tapias de un jardín surgen las cimas agudas, rígidas, de dos cipreses. Las campanas de la catedral lanzan — como hace tres siglos — sus campanadas lentas, solemnes, clamorosas. 90 (Una tremenda revolución ha llenado de espanto al mundo; millares de hombres han sido guillotinados; han subido al caso un rey y una reina. Los ciudadanos se reúnen en parlamentos. Han sido votados y promulgados unos códigos en que se proclama que todos los humanos son libres e iguales. Vuelan por todo el planeta muchedumbre de libros, folletos y periódicos.) 95 En el primero de los balcones de la izquierda, en la casa que hay en la plaza, se divisa un hombre. Viste una casaca sencilla-mente bordada. Su cara es redonda y está afeitada pulcramente. El caballero se halla sentado en un sillón; tiene el codo puesto en uno de los brazos del asiento y su cabeza reposa en 1a palma de la mano. Los ojos del caballero están velados por una profunda, indefinible tristeza...

*** 100 Otra vez se ha empañado el cristal de nuestro catalejo- nada se ve. Limpiémoslo. Ya está; enfoquémoslo de nuevo hacia la ciudad y el campo. Allá en los confines del horizonte, aquellas lomas que destacan sobre el cielo diáfano, han sido como cortadas

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con un cuchillo. Los rasga una honda y recta hendidura; por esa hendidura, sobre el suelo, se ven dos largas y brillantes barras de hierro que cruzan una junto a otra, 105 paralelas, toda la campiña. De pronto aparece en el costado de las lomas una manchita negra: se mueve, adelanta rápidamente, va dejando en el cielo un largo manchón de humo. Ya avanza por la vega. Ahora vemos un extraño carro de hierro con una chimenea que arroja una espesa humareda, y detrás de él una hilera de cajones negros con ventanitas; por las ventanitas se divisan muchas caras de hombres y mujeres. Todas 110 las mañanas surge en la lejanía este negro carro con sus negros cajones, despide penachos de humo, lanza agudos silbidos, corre vertiginosamente y se mete en uno de los arrabales de la ciudad. El río se desliza manso, con sus aguas rojizas; junto a él —donde antaño estaban los molinos y el obraje de paños— se levantan dos grandes edificios; tienen una 115 elevadísima y sutil chimenea; continuamente están llenando de humo denso el cielo de la vega. Muchas de las callejas del pueblo han sido ensanchadas; muchas de aquellas callejitas que serpenteaban en entrantes y salientes —con sus tiendecillas— son ahora amplias y rectas calles donde el sol calcina las viviendas en verano y el vendaval frío levanta cegadoras tolvaneras en invierno, las afueras del pueblo, cerca de la Puerta 120 Vieja, se ve un edificio redondo, con extensas graderías llenas de asientos, y un círculo rodeado de un vallar de madera en medio. A la otra parte de la ciudad se divisa otra enorme edificación, con innumerables ventanitas: por la mañana, a mediodía, por la noche parten de ese edificio agudos, largos, ondulantes sones de cornetas. Centenares de lucecitas iluminan la ciudad durante la noche: se encienden y apagan ellas solas. 125 (Todo el planeta está cubierto de una red de vías férreas; caminan veloces por ellas los trenes; otros vehículos —también movidos por sí mismos— corren vertiginosos por campos, ciudades y montañas. De nación a nación se puede transmitir la voz humana. Por los aires, etéreamente, de continente a continente, van los pensamientos del hombre. En extraños aparatos se remonta el hombre por los cielos; a los senos de los 130 mares desciende en unas raras naves y por allí marcha; de las procelas marinas, antes espantables, se ríe ahora subido en gigantescos barcos. Los obreros de todo el mundo se tienden las manos por encima de las fronteras.) En el primer balcón de la izquierda, allá en la casa de piedra que está en la plaza, hay un hombre sentado. Parece abstraído en una profunda meditación. Tiene un fino bigote de 135 puntas levantadas. Está el caballero, sentado, con el codo puesto en uno de los brazos del sillón y la cara apoyada en la mano. Una honda tristeza empaña sus ojos...

***

¡Eternidad, insondable eternidad del dolor! Progresará maravillosamente la especie humana; se realizarán las más fecundas transformaciones. Junto a un balcón, en una ciudad, en una casa, siempre habrá un hombre con la cabeza, meditadora y triste, 140 reclinada en la mano. No le podrán quitar el dolorido sentir.

(De España, 1905)

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Miguel de Unamuno Prólogo de Tres novelas ejemplares y un prólogo I ¡TRES NOVELAS EJEMPLARES Y UN PROLOGO! Lo mismo pude haber puesto en la portada de este libro Cuatro novelas ejemplares. ¿Cuatro? ¿Por qué? Porque este prólogo es también una novela. Una novela, entendámonos, y no una nívola; una novela. 5 Eso de nívola, como bauticé a mi novela -¡tan novela!- Niebla, y en ella misma, página 158, lo explico, fue una salida que encontré para mis... -¿críticos? Bueno; pase- críticos. Y lo han sabido aprovechar porque ello favorecía su pereza mental. La pereza mental, el no saber juzgar sino conforme a precedentes, es lo más propio de los que se consagran a críticos. 10 Hemos de volver aquí en este prólogo -novela o nívola- más de una vez sobre la nivolería. Y digo hemos de volver así en episcopal primera persona del plural, porque hemos de ser tú, lector, y yo, es decir, nosotros, los que volvamos sobre ellos. Ahora, pues, a lo de ejemplares. ¿Ejemplares? ¿Por qué? 15 Miguel de Cervantes llamó ejemplares a las novelas que publicó después de su Quijote porque, según en el prólogo a ellas nos dice, "no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso". Y luego añade: "Mi intento ha sido poner en la gloria de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse sin daño de barras, digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y 20 agradables antes aprovechan que dañan." Y en seguida: "Sí; que no siempre se está en los templos, no siempre se ocupan los oratorios, no siempre se asiste a los negocios por calificados que sean; horas hay de recreación donde el afligido espíritu descanse; para este efecto se plantan las alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestiones y se cultivan con curiosidad los jardines." Y agrega: "Una cosa me atreveré a decirte: que si 25 por algún modo alcanzara que la lección de estas novelas pudiera inducir a quien las leyere a algún mal deseo o pensamiento, antes me cortara la mano con que las escribí que sacarlas en público; mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al cincuenta y cinco de los años gano por nueve más y por la mano." De lo que se colige: primero, que Cervantes más buscó la ejemplaridad que hoy 30 llamaríamos estética que no la moral en sus novelas, buscando dar con ellas horas de recreación donde el afligido espíritu descanse, y segundo, que lo de llamarlas ejemplares fue ocurrencia posterior a haberlas escrito. Lo que es mi caso. Este prólogo es posterior a las novelas a que precede y prologa como una gramática es posterior a la lengua que trata de regular y una doctrina moral posterior a los actos de 35 virtud o de vicio que con ella tratan de explicarse. Y este prólogo es, en cierto modo, otra novela; la novela de mis novelas. Y a la vez la explicación de mi novelería. O si se quiere, nivolería. Y llamo ejemplares a estas novelas porque las doy como ejemplo -así, como suena-, ejemplo de vida y de realidad. 40 ¡De realidad! ¡De realidad, sí! Sus agonistas, es decir, luchadores -o si queréis los llamaremos personajes-, son reales, realísimos y con la realidad más intima, con la que se dan ellos mismos, en puro querer ser o en puro querer no ser, y no con la que la den los lectores. II Nada hay más ambiguo que eso que se llama realismo en el arte literario. Porque, ¿qué 45 realidad es la de ese realismo? Verdad es que el llamado realismo, cosa puramente externa, aparencial, cortical y anecdótica, se refiere al arte literario y no al poético o creativo. En un poema -y las mejores novelas son poemas-, en una creación, la realidad no es la del que llaman los

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críticos realismo. En una creación la realidad es una realidad íntima, creativa y de 50 voluntad. Un poeta no saca sus criaturas -criaturas vivas- por los modos del llamado realismo. Las figuras de los realistas suelen ser maniquíes vestidos, que se mueven por cuerda y que llevan en el pecho un fonógrafo que repite las frases que su Maese Pedro recogió por calles y plazuelas y cafés y apuntó en su cartera. ¿Cuál es la realidad íntima, la realidad real, la realidad eterna, la realidad poética o 55 creativa de un hombre? Sea hombre de carne y hueso o sea de los que llamamos ficción, que es igual. Porque Don Quijote es tan real como Cervantes; Hamlet o Macbeth tanto como Shakespeare, y mi Augusto Pérez tenía acaso sus razones al decirme, como me dijo -véase mi novela (¡y tan novela!) Niebla, páginas 280 a 281- que tal vez no fuese yo sino un pretexto para que su historia y las de otros, incluso la mía misma, lleguen al 60 mundo. ¿Qué es lo más intimo, lo más creativo, lo más real de un hombre? Aquí tengo que referirme, una vez más, a aquella ingeniosísima teoría de Oliver Wendell Holmes -en su The autocrat of the breakfast table, III- sobre los tres Juanes y los tres Tomases. Y es que nos dice que cuando conversan dos, Juan y Tomás, hay seis 65 en conversación, que son: Tres Juanes: 1. El Juan real; conocido sólo para su Hacedor. 2. El Juan ideal de Juan; nunca el real, y a menudo muy desemejante de él. 3. El Juan ideal de Tomás; nunca el Juan real ni el Juan de Juan, sino a menudo muy desemejante de ambos. 70 Tres Tomases: 1. El Tomás real. 2. El Tomás ideal de Tomás. 3. El Tomás ideal de Juan. Es decir, el que uno es, el que se cree ser y el que le cree otro. Y Oliver Wendell Holmes pasa a disertar sobre el valor de cada uno de ellos. 75 Pero yo tengo que tomarlo por otro camino que el intelectualista yanqui Wendell Holmes. Y digo que, además del que uno es para Dios -si para Dios es uno alguien- y del que es para los otros y del que se cree ser, hay el que quisiera ser. Y que éste, el que uno quiere ser, es en él, en su seno, el creador, es el real de verdad. Y por el que hayamos querido ser, no por el que hayamos sido, nos salvaremos o perderemos. Dios 80 le premiará o castigará a uno a que sea por toda la eternidad lo que quiso ser. Ahora que hay quien quiere ser y quien quiere no ser, y lo mismo en hombres reales encarnados en carne y hueso que en hombres reales encarnados en ficción novelesca o nivolesca. Hay héroes del querer no ser, de la noluntad. Mas antes de pasar más adelante cúmpleme explicar que no es lo mismo querer no ser 85 que no querer ser. Hay, en efecto, cuatro posiciones, que son dos positivas a) querer ser; b) querer no ser; y dos negativas: c) no querer ser; d) no querer no ser. Como se puede: creer que hay Dios, creer que no hay Dios, no creer que hay Dios, y no creer que no hay Dios. Y ni creer que no hay Dios es lo mismo que no creer que hay Dios, querer no ser es no 90 querer ser. De uno que no quiere ser difícilmente se saca una criatura poética, de novela; pero de uno que quiere no ser, sí. Y el que quiere no ser, no es, ¡claro!, un suicida. El que quiere no ser lo quiere siendo. ¿Qué? ¿Os parece un lío? Pues si esto os parece un lío y no sois capaces, no ya sólo de 95 comprenderlo, más de sentirlo y de sentirlo apasionada y trágicamente, no llegaréis nunca a crear criaturas reales y, por tanto, no llegaréis a gozar de ninguna novela, ni de la de vuestra vida. Porque sabido es que el que goza de una obra de arte es porque la crea en sí, la re-crea y se recrea con ella. Y por eso Cervantes en el prólogo a sus Novelas ejemplares hablaba de "horas de recreación". Y yo me he recreado con su 100 Licenciado Vidriera, recreándolo en mí al re-crearme. Y el Licenciado Vidriera era yo mismo. III

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Quedamos, pues -digo, me parece que hemos quedado en ello...-, en que el hombre más real, realis, más res, más cosa, es decir, más causa -sólo existe lo que obra-, es el que quiere ser o el que quiere no ser, el creador. Sólo que este hombre que podríamos 105 llamar, al modo kantiano, numénico, este hombre volitivo e ideal -de idea-voluntad o fuerza- tiene que vivir en un mundo fenoménico, aparencial, racional, en el mundo de los llamados realistas. Y tiene que soñar la vida que es sueño. Y de aquí, del choque de esos hombres reales, unos con otros, surgen la tragedia y la comedia y la novela y la nívola. Pero la realidad es la íntima. La realidad no la constituyen las bambalinas, ni las 110 decoraciones, ni el traje, ni el paisaje, ni el mobiliario, ni las acotaciones, ni... Comparad a Segismundo con Don Quijote, dos soñadores de la vida. La realidad en la vida de Don Quijote no fueron los molinos de viento, sino los gigantes. Los molinos eran fenoménicos, aparenciales; los gigantes eran numénicos, substanciales. El sueño es el que es vida, realidad, creación. La fe misma no es, según san Pablo, sino la 115 substancia de las cosas que se esperan, y lo que se espera es sueño. Y la fe es la fuente de la realidad, porque es la vida. Creer es crear. ¿O es que la Odisea, esa epopeya que es una novela, y una novela real, muy real, no es menos real cuando nos cuenta prodigios de ensueño que un realista excluiría de su arte? IV Sí, ya sé la canción de los críticos que se han agarrado a lo de la nívola; novelas de 120 tesis, filosóficas, símbolos, conceptos personificados, ensayos en forma dialogada... y lo demás. Pues bien; un hombre, y un hombre real, que quiere ser o que quiera no ser, es un símbolo, y un símbolo puede hacerse hombre. Y hasta un concepto. Un concepto puede llegar a hacerse persona. Yo creo que la rama de una hipérbola quiere -¡así, quiere!- 125 llegar a tocar a su asíntota y no lo logra, y que el geómetra que sintiera ese querer desesperado de la unión de la hipérbola con su asíntota nos crearía a esa hipérbola como a una persona, y persona trágica. Y creo que la elipse quiere tener dos focos. Y creo en la tragedia o en la novela del binomio de Newton. Lo que no sé es si Newton la sintió. ¡A cualquier cosa llaman puros conceptos o entes de ficción los críticos! 130 Te aseguro, lector, que si Gustavo Flaubert sintió, como dicen, señales de envenenamiento cuando estaba escribiendo, es decir, creando, el de Ema Bovary, en aquella novela que pasa por ejemplar de novelas, y de novelas realistas, cuando mi Augusto Pérez gemía delante de mí -dentro de mí más bien-: «Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir...» -Niebla, página 287- sentía yo morirme. 135 "¡Es que Augusto Pérez eres tú mismo!..." -se me dirá-. ¡Pero no! Una cosa es que todos mis personajes novelescos, que todos los agonistas que he creado los haya sacado de mi alma, de mi realidad íntima -que es todo un pueblo-, y otra cosa es que sean yo mismo. Porque, ¿quién soy yo mismo? ¿Quién es el que se firma Miguel de Unamuno? Pues... uno de mis personajes, una de mis criaturas, uno de mis agonistas. Y ese yo 140 último e íntimo y supremo, ese yo trascendente -o inmanente-, ¿quién es? Dios lo sabe... Acaso Dios mismo... Y ahora os digo que esos personajes crepusculares -no de mediodía ni de medianoche- que ni quieren ser ni quieren no ser, sino que se dejan llevar y traer, que todos esos personajes de que están llenas nuestras novelas contemporáneas españolas no son, con 145 todos los pelos y señales que les distinguen, con sus muletillas y sus tics y sus gestos, no son en su mayoría personas, y que no tienen realidad íntima. No hay un momento en que se vacíen, en que desnuden su alma. A un hombre de verdad se le descubre, se le crea, en un momento, en una frase, en un grito. Tal en Shakespeare. Y luego que le hayáis así descubierto, creado, lo conocéis 150 mejor que él se conoce a sí mismo acaso. Si quieres crear, lector, por el arte, personas, agonistas trágicos, cómicos o novelescos, no acumules detalles, no te dediques a observar exterioridades de los que contigo conviven, sino trátalos, excítalos si puedes, quiérelos sobre todo y espera a que un día –

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acaso nunca- saquen a luz y desnuda el alma de su alma, el que quieren ser, en un grito, 155 en un acto, en una frase, y entonces toma ese momento, mételo en ti y deja que como un germen se te desarrolle en el personaje de verdad, en el que es de veras real. Acaso tú llegues a saber mejor que tu amigo Juan o que tu amigo Tomás quién es el que quiere ser Juan o el que quiere ser Tomás o quién es el que cada uno de ellos quiere no ser. Balzac no era un hombre que hacía vida de mundo ni se pasaba el tiempo tomando 160 notas de lo que veía en los demás o de lo que les oía. Llevaba el mundo dentro de sí. V Y es que todo hombre humano lleva dentro de sí las siete virtudes y sus siete opuestos vicios capitales: es orgulloso y humilde, glotón y sobrio, rijoso y casto, envidioso y caritativo, avaro y liberal, perezoso y diligente, iracundo y sufrido. Y saca de sí mismo lo mismo al tirano que al esclavo, al criminal que al santo, a Caín que a Abel. 165 No digo que Don Quijote y Sancho brotaron de la misma fuente porque no se oponen entre sí, y Don Quijote era Sancho pancesco y Sancho Panza era quijotesco, como creo haber probado en mi Vida de Don Quijote y Sancho. Aunque no falte acaso quien me salte diciendo que el Don Quijote y el Sancho de esa mi obra no son los de Cervantes. Lo cual es muy cierto. Porque ni Don Quijote ni Sancho son de Cervantes ni míos, sino 170 que son de todos los que los crean y re-crean. O mejor, son de sí mismos, y nosotros, cuando los contemplamos y creamos, somos de ellos. Y yo no sé si mi Don Quijote es otro que el de Cervantes o si, siendo el mismo, he descubierto en su alma honduras que el primero que nos le descubrió, que fue Cervantes, no las descubrió. Porque estoy seguro, entre otras cosas, de que Cervantes 175 no apreció todo lo que en el sueño de la vida del Caballero significó aquel amor vergonzoso y callado que sintió por Aldonza Lorenzo. Ni Cervantes caló todo el quijotismo de Sancho Panza. Resumiendo: todo hombre humano lleva dentro de si las siete virtudes capitales y sus siete vicios opuestos, y con ellos es capaz de crear agonistas de todas clases. 180 Los pobres sujetos que temen la tragedia, esas sombras de hombres que leen para no enterarse o para matar el tiempo -tendrán que matar la eternidad-, al encontrarse en una tragedia, o en una comedia, o en una novela, o en una nívola si queréis, con un hombre, con nada menos que todo un hombre, o con una mujer, con nada menos que una mujer, se preguntan: "¿Pero de dónde habrá sacado este autor esto?" A lo que no cabe sino una 185 respuesta, y es: "¡de ti, no!" Y como no lo ha sacado uno de él, del hombre cotidiano y crepuscular, es inútil presentárselo, porque no lo reconoce por hombre. Y es capaz de llamarle símbolo o alegoría. Y ese sujeto cotidiano y aparencial, ese que huye de la tragedia, no es mi sueño de una sombra, que es como Píndaro llamó al hombre. A lo sumo será sombra de un sueño, que 190 dijo el Tasso. Porque el que siendo sueño de una sombra y teniendo la conciencia de serlo sufra con ello y quiera serlo o quiera no serlo, será un personaje trágico y capaz de crear y de re-crear en sí mismo personajes trágicos -o cómicos-, capaz de ser novelista; esto es: poeta y capaz de gustar de una novela, es decir, de un poema. VI ¿Está claro? 195 La lucha, por dar claridad a nuestras creaciones, es otra tragedia. Y este prólogo es otra novela. Es la novela de mis novelas, desde Paz en la guerra y Amor y pedagogía y mis cuentos -que novelas son- y Niebla y Abel Sánchez -ésta acaso la más trágica de todas-, hasta las TRES NOVELAS EJEMPLARES que vas a leer, lector. Si este prólogo no te ha quitado la gana de leerlas. 200 ¿Ves, lector, por qué las llamo ejemplares a estas novelas? ¡Y ojalá sirvan de ejemplo! Sé que en España, hoy, el consumo de novelas lo hacen principalmente mujeres. ¡Es decir, mujeres, no!, sino señoras y señoritas. Y sé que estas señoras y señoritas se

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aficionan principalmente a leer aquellas novelas que les dan sus confesores o aquellas otras que se las prohíben; o sensiblerías que destilan mangla o pornografías que 205 chorrean pus. Y no es que huyan de lo que les haga pensar; huyen de lo que les haga conmoverse. Con conmoción que no sea la que acaba en... ¡Bueno, más vale callarlo! Esas señoras y señoritas se extasían, o ante un traje montado sobre un maniquí, si el traje es de moda, o ante el desvestido o semidesnudo; pero el desnudo franco y noble les repugna. Sobre todo el desnudo del alma. 210 ¡Y así anda nuestra literatura novelesca! Literatura... sí, literatura. Y nada más que literatura. Lo cual es un género de subsistencia, sujeta a la ley de la oferta y la demanda, y a exportación e importación, y a registro de aduana y a tasa. Allá van, en fin, lectores y lectoras, señores, señoras y señoritas, estas tres novelas 215 ejemplares, que aunque sus agonistas tengan que vivir aislados y desconocidos, yo sé que vivirán. Tan seguro estoy de esto como de que viviré yo. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Dios sólo lo sabe... FIN Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936). El pasajero 1. ¡Tengo rota la vida! En el combate de tantos años ya mi aliento cede, y al orgulloso pensamiento abate la idea de la muerte, que lo obsede. 2. Quisiera entrar en mí, vivir conmigo, poder hacer la cruz sobre mi frente, y sin saber de amigo ni enemigo, apartado, vivir devotamente. ¿Dónde la verde quiebra de la altura con rebaños y músicos pastores? ¿Dónde gozar de la visión tan pura 3. que hace hermanas las almas y las flores? ¿Dónde cavar en paz la sepultura y hacer místico pan con mis dolores?

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Luces de bohemia Escena tercera La Taberna de Pia Lagartos: Luz de acetileno: Mostrador de cinc: Zaguán oscuro con mesas y banquillos: Jugadores de mus: Borrosos diálogos. – MAXIMO ESTRELLA y DON LATINO DE HISPALIS, sombras en las sombras de un rincó, se regalan con sendos quinces de morapio. EL CHICO DE LA TABERNA. Don Max, ha venido buscándole la Marquesa del Tango. UN BORRACHO. Miau! MAX. No conozco a esa dama. 5 EL CHICO DE LA TABERNA. Enriqueta la Pisa Bien. DON LATINO. ¿Y desde cuándo titula esa golfa? EL CHICO DE LA TABERNA. Desde que heredó del finado difunto de su papá, que entodavía vive. DON LATINO. Mala sombra! 10 MAX. ¿Ha dicho si volvería? EL CHICO DE LA TABERNA. Entró, miró, preguntó y se fue rebotada, torciendo la gaita. Ya la tiene usted en la puerta! ENRIQUETA LA PISA BIEN, una mozuela golfa, revenida de un ojo, periodista y florista, levantaba el cortinillo de verde sarga, sobre su endrina cabeza, adornada de peines gitanos. LA PISA BIEN. La vara de nardos! La vara de nardos! Don Max, traigo para usted un memorial de mi mamá: Está enferma y necesita la luz del décimo que le ha fiado. MAX. Le devuelves el décimo y le dices que se vaya al infierno. LA PISA BIEN. De su perta, caballero. ¿Manda usted algo más? El ciego saca una vieja cartera, y tanteando los papeles con aire vago, extrae el décimo de la lotería y lo arroja sobre la mesa : queda abierto entre los vasos de vino, mostrando el número bajo el parpadeo azul del acetileno. LA PISA BIEN se apresura a echarle la zarpa. 15 DON LATINO. Ese número sale premiado! LA PISA BIEN. Don Max desprecia el dinero. EL CHICO DE LA TABERNA. No le deje usted irse, Don Max. MAX. Niño, yo hago lo que me da la gana. Pídele para mí la petaca al amo. EL CHICO DE LA TABERNA. Don Max, es un capicúa de sietes y cincos. 20 LA PISA BIEN. Que tiene premi, no falla! Pero es menester apoquinar tres melopeas, y este caballero está afónico. Caballero, me retiro saludándole. Si quiere usted un nardo, se lo regalo. MAX. Estate ahí. LA PISA BIEN. Me espera un cabrito viudo. 25 MAX. Que se aguante. Niño, ve a colgarme la capa. LA PISA BIEN. Por esa pañosa no dan ni los buenos días. Pídale usted las tres beatas a Pica Lagartos. EL CHICO DE LA TABERNA. Si usted le da coba*, las tiene en la mano. Dice que es usted segundo Castelar. 30 MAX. Dobla la capa, y ahueca. EL CHICO DE LA TABERNA. ¿Qué pido? MAX. Toma lo que quieran darte. LA PISA BIEN. Si no la reciben! DON LATINO. Calla, mala sombra. 35 MAX. Niño, huye veloz. EL CHICO DE LA TABERNA. Como la corza herida, Don Max. MAX. Eres un clásico. LA PISA BIEN. Si no te admiten la prenda, dices que es de un poeta.

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DON LATINO. El primer poeta de España. 40 EL BORRACHO. Cráneo previlegiado! MAX. Yo nunca tuve talento. He vivido siempre de un modo absurdo! DON LATINO. No has tenido el talento de saber vivir. MAX. Mañana me muero, y mi mujer y mi hija se quedan haciendo crices en la boca. Tosió cavernoso, con las barbas estremecidas, y en los ojos ciegos un vidriado triste, de alcohol y de fiebre. DON LATINO. No has debido quedarte sin capa. 45 LA PISA BIEN. Y ese trasto ya no parece. Siquiera, convide usted, Don Max. MAX. Tome usted lo que guste, Marquesa. LA PISA BIEN. Una copa de rute. DON LATINO. Es la bebida elegante. LA PISA BIEN. Ay! Don Latino, por algo es una la morganática del Rey de Portugal. 50 Don Max, no puedo detenerme, que mi esposo me hace señas desde la acera. MAX. Invítale a pasar. Un golfo largo y astroso, que vende periódicos, ríe asomado a la puerta, y como perro que se espulga, se sacude con jaleo de hombros, la cara en una gran risa de viruelas. Es el REY DE Portugal, que hace las bellaquerías con Enriqueta LA PISA BIEN, MARQUESA DEL TANGO. LA PISA BIEN. Pasa, Manolo! EL REY DE Portugal. Sal tú fuera. LA PISA BIEN. ¿Es qué temes perder la corona? Entra de incógnito, so pelma*! EL REY DE PORTUGAL. Enriqueta, a ver si te despeino. 55 LA PISA BIEN. Filfa*! EL REY DE PORTUGAL. Consideren ustedes que me llama Rey de Portugal para significar que no valgo un chavo! Argumentos de esta golfa desde que fue a Lisboa, y se ha enterado del valor de la moneda. Yo, para servir a ustedes, soy Gorito, y no está medio bien que mi morganática me señale por el alias. 60 LA PISA BIEN. Calla, chalado! EL REY DE PORTUGAL. ¿Te caminas? LA PISA BIEN. Aguarda que me beba una copa de Rute. Don Max me la paga. EL REY DE PORTUGAL. ¿Y qué tienes que ver con ese poeta? LA PISA BIEN. Colaboramos. 65 EL REY DE PORTUGAL. Pues despacha. LA PISA BIEN. En cuanto me la mida Pica Lagartos. PICA LAGARTOS. ¿Qué has dicho tú, so golfa? LA PISA BIEN. Perdona, rico! PICA LAGARTOS. Venancio me llamo. 70 LA PISA BIEN. Tienes un nombre de novela! anda, mídeme una copa de Rute, y dale a mi esposo un vaso de agua, que está muy acalorado. MAX. Venancio, no vuelvas a compararme con Castelar. Castaler era un idiota! Dame otro quince. DON LATINO. Me adhiero a lo del quince y a lo de Castelar. 75 PICA LAGARTOS. Son ustedes unos doctrinarios. Castelar representa una gloria nacional de España. Ustedes acaso no sepan que mi padre lo sacaba diputado. LA PISA BIEN. Hay que ver! PICA LAGARTOS. Mi padre era el barbero de Don Manuel Camo. Una gloria nacional de Huesca! [...] dar coba: halagar engañosamente, al.: jemandem Honig um den Bart schmieren. pelma: comida que se asienta en el estómago; persona molesta e inoportuna. filfa: mentira, engaño.

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Antonio Machado (1875-1939). Por tierras de España 1. El hombre de estos campos que incendia los pinares y su despojo aguarda como botín de guerra, antaño hubo raído los negros encinares, talado los robustos robledos de la sierra. 2. Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares; la tempestad llevarse los limos de la tierra por los sagrados ríos hacia los anchos mares; y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra, 3. Es hijo de una estirpe de rudos caminantes, pastores que conducen sus hordas de merinos a Extremadura fértil, rebaños trashumantes que mancha el polvo y dora el sol de los caminos. 4. Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto, hundidos, recelosos, movibles; y trazadas cual arco de ballesta, en el semblante enjuto de pómulos salientes, las cejas muy pobladas, 5. Abunda el hombre malo del campo y de la aldea, capaz de insanos vicios y crímenes bestiales, que bajo el pardo sayo esconde un alma fea, esclava de los siete pecados capitales. 6. Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza, guarda su presa y llora la que el vecino alcanza; ni para su infortunio ni goza su riqueza; le hieren y acongojan fortuna y malandanza. 7. El numen de estos campos es sanguinario y fiero: al declinar la tarde, sobre el remoto alcor, veréis agigantarse la forma de un arquero, la forma de un inmenso centauro flechador. 8. Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta no fue por estos campos el bíblico jardín; son tierras para el águila, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín.

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Yo voy soñando caminos 1. Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!... 2. ¿Adónde el camino irá? Yo voy cantando, viajero a lo largo del sendero... -La tarde cayendo está-. 3. "En el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármela un día; ya no siento el corazón." 4. Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando. Suena el viento en los álamos del río. 5. La tarde más se oscurece; y el camino que serpea y débilmente blanquea, se enturbia y desaparece. 6. Mi cantar vuelve a plañir; "Aguda espina dorada, quién te pudiera sentir en el corazón clavada." El crimen fue en Granada I El crimen Se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con estrellas, de la madrugada. Mataron a Federico 5 cuando la luz asomaba. El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara. Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva! 10 Muerto cayó Federico. -sangre en la frente y plomo en las entrañas-. ...Que fue en Granada el crimen sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada...

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II El poeta y la muerte Se le vio caminar solo con Ella, 15 sin miedo a su guadaña. Ya el sol en torre y torre; los martillos en yunque - yunque y yunque de las fraguas. Hablaba Federico, requebrando a la muerte. Ella escuchaba. 20 "Porque ayer en mi verso, compañera, sonaba el golpe de tus secas palmas, y diste el hielo a mi cantar, y el filo a mi tragedia de tu hoz de plata, te cantaré la carne que no tienes, 25 los ojos que te faltan, tus cabellos que el viento sacudía, los rojos labios donde te besaban... Hoy como ayer, gitana, muerte mía, qué bien contigo a solas, 30 por estos aires de Granada, ¡mi Granada!" III Se le vio caminar.. Labrad, amigos, de piedra y sueño, en el Alhambra, un túmulo al poeta, 35 sobre una fuente donde llore el agua, y eternamente diga: el crimen fue en Granada, ¡en su Granada! Juan Ramón Jiménez, Platero y yo Platero Platero es un burro pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, 5 las florecillas rosas, celestes y gualdas.... Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal.... Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel.... Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña ... pero fuerte y seco como de 10 piedra. Cuando paso sobre él los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo: —Tiene acero ... —Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

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El niño tonto Siempre que volvíamos por la calle de San José, estaba el niño tonto a la puerta de su casa, sentado en su sillita, mirando el pasar de los otros. Era uno de esos pobres niños a quienes no llega nunca el don de la palabra ni el regalo de la gracia; niño alegre él y triste de ver; todo para su madre, nada para los demás. 5 Un día, cuando pasó por la calle blanca aquel mal viento negro, no estaba el niño en su puerta. Cantaba un pájaro en el solitario umbral, y yo me acordé de Curros, padre más que poeta, que, cuando se quedó sin su niño, le preguntó por él a la mariposa gallega: Volvoreta d’aliñas douradas ... Ahora que viene la primavera, pienso en el niño tonto, que desde la calle de San José se 10 fué al cielo. Estará sentado en su sillita, al lado de las rosas, viendo con sus ojos, abiertos otra vez, el dorado pasar de los gloriosos. POESÍA 1. Vino, primero, pura, vestida de inocencia. Y la amé como un niño. 2. Luego se fue vistiendo de no sé qué ropajes. 5 Y la fui odiando, sin saberlo. Llegó a ser una reina, fastuosa de tesoros... ¡Qué iracunda de yel y sin sentido! 3. ...Mas se fue desnudando. 10 Y yo le sonreía. 4. Se quedó con la túnica de su inocencia antigua. Creí de nuevo en ella. 5. Y se quitó la túnica, 15 y apareción desnuda toda... ¡Oh pasión de mi vida, poesía desnuda, mía para siempre!

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Rafael Alberti () Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera vaca (Poema representable) 1, 2, 3 y 4. En estas cuatro huellas no caben mis zapatos. Si en estas cuatro huellas no caben mis zapatos, ¿de quién son estas cuatro huellas? ¿De un tiburón, 5 de un elefante recién nacido o de un pato? ¿De una pulga o de una codorniz? (Pi, pi, pi.) ¡Georginaaaaaaaaaa! ¿Donde estás? 10 ¡Que no te oigo Georgina! ¿Que pensarán de mi los bigotes de tu papá? (Papaaaaaaaa.) ¡Georginaaaaaaaaaaa! ¿Estás o no estás? 15 Abeto, ¿donde está? Alisio, ¿donde está? Pinsapo, ¿donde está? ¿Georgina paso por aquí? (Pi, pi, pi, pi) 20 Ha pasado a la una comiendo yervas. Cucu, el cuervo la iba engañando con una flor de reseda. Cuacuá, la lechuza con una rata muerta. 25 ¡Señores, perdonadme, pero me urge llorar! (Guá, guá, guá.) ¡Georgina! Ahora que te faltaba un solo cuerno para doctorarte en la verdaderamente útil carrera de ciclista 30 y adquirir una gorra de cartero. (Cri, cri, cri, cri) Hasta los grillos se apiadan de mí y me acompaña en mi dolor la garrapata. Compadecete del “smoking” que te busca y te llora entre los aguaceros 35 y del sombrero hongo que tiernamente te presiente de mata en mata. ¡Georginaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

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(Maaaaaa.) ¿Eres una dulce niña o una verdadera vaca? 40 Mi corazón siempre me dijo que eras una verdadera vaca. Tu papá, que eras una dulce niña. Mi corazón, que eras una verdadera vaca. Una dulce niña. Una verdadera vaca. 45 Una niña Una vaca. ¿Una niña o una vaca? O ¿una niña y una vaca? Yo nunca supe nada. 50 Adios, Georgina. (¡Pum!) Federico García Lorca (1898-1936). Empieza el llanto de la guitarra. Se rompen las copas de la madrugada. Empieza el llanto 5 de la guitarra. Es inútil callarla. Es imposible callarla. 10 Llora monótona como llora el agua, como llora el viento sobre la nevada. Es imposible 15 callarla. Llora por cosas lejanas. Arena del Sur caliente que pide camelias blancas. 20 Llora flecha sin blanco, la tarde sin mañana, y el primer pájaro muerto sobre la rama. ¡Oh guitarra! 25 Corazón malherido por cinco espadas.

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Prendimiento de Antoñito el Camborio en el camino a Sevilla A Margarita Xirgu 1. Antonio Torres Heredia, Hijo y nieto de Camborios, con una vara de mimbre va a Sevilla a ver los toros. Moreno de verde luna, 5 anda despacio y garboso. Sus empavonados bucles le brillan entre los ojos. A la mitad del camino cortó limones redondos, 10 y los fue tirando al agua hasta que la puso de oro. Y a la mitad del camino, bajo las ramas de un olmo, guardia civil caminera 15 lo llevó codo con codo. 2. El día se va despacio, la tarde colgada a un hombro, dando una larga torera sobre el mar y los arroyos. Las aceitunas aguardan 20 la noche de Capricornio, y una corta brisa, ecuestre, salta los montes de plomo. Antonio Torres Heredia, hijo y nieto de Camborios, 25 viene sin vara de mimbre entre los cinco tricornios. -Antonio, ¿quién eres tú? Si te llamaras Camborio, hubieras hecho una fuente 30 de sangre con cinco chorros. Ni tú eres hijo de nadie, ni legítimo Camborio. ¡Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos! 35 Están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo. 3. A las nueve de la noche lo llevan al calabozo, mientras los guardias civiles 40 beben limonada todos. Ya las nueve de la noche le cierran el calabozo, mientras el cielo reluce como la grupa de un potro. 45

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Muerte de Antoñito el Camborio A José Antonio Rubio Sacristán 1. Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. Voces antiguas que cercan voz de clavel varonil. Les clavó sobre las botas 5 mordiscos de jabalí. En la lucha daba saltos jabonados de delfín. Bañó con sangre enemiga su corbata carmesí, 10 pero eran cuatro puñales y tuvo que sucumbir. Cuando las estrellas clavan rejones al agua gris, cuando los erales sueñan 15 verónicas de alhelí, voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. 2. -Antonio Torres Heredia, Camborio de dura crin, 20 moreno de verde luna, voz de clavel varonil: ¿Quién te ha quitado la vida cerca del Guadalquivir? -Mis cuatro primos Heredias, 25 hijos de Benamejí. Lo que en otros no envidiaban, ya lo envidiaban en mí. Zapatos color corinto, medallones de marfil, 30 y este cutis amasado con aceituna y jazmín. -¡Ay, Antoñito el Camborio, digno de una Emperatriz! Acuérdate de la Virgen 35 porque te vas a morir. -¡Ay, Federico García, llama a la Guardia Civil! Ya mi talle se ha quebrado como caña de maíz. 40 Tres golpes de sangre tuvo y se murió de perfil. Viva moneda que nunca se volverá a repetir. Un ángel marchoso pone 45 su cabeza en un cojín. Otros de rubor cansados encendieron un candil. Y cuando los cuatros primos llegan a Benamejí, 50 voces de muerte cesaron

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cerca del Guadalquivir. (Romancero gitano, 1924-1927) La aurora 1. La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas. 2. La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada. 3. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible: a veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. 4. Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. 5. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre. (Poeta en Nueva York, 1929-1930)

Romance de la Guardia Civil Española A Juan Guerrero, Cónsul general de la Poesía Los caballos negros son. Las herraduras son negras. Sobre las capas relucen manchas de tinta y de cera. 5 Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras. Con el alma de charol vienen por la carretera. Jorobados y nocturnos, 10 por donde animan ordenan silencios de goma oscura y miedos de fina arena. Pasan, si quieren pasar, y ocultan en la cabeza 15 una vaga astronomía de pistolas inconcretas. ****

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¡Oh ciudad de los gitanos! En las esquinas banderas. La luna y la calabaza con las guindas en conserva. 20 ¡Oh ciudad de los gitanos! ¿Quién te vió y no te recuerda? Ciudad de dolor y almizcle, con las torres de canela. **** Cuando llegaba la noche, 25 noche que noche nochera, los gitanos en sus fraguas forjaban soles y flechas. Un caballo malherido, llamaba a todas las puertas. 30 Gallos de vidrio cantaban por Jerez de la Frontera. El viento, vuelve desnudo la esquina de la sorpresa, en la noche platinoche 35 noche, que noche nochera. **** La Virgen y San José perdieron sus castañuelas, y buscan a los gitanos para ver si las encuentran. 40 La Virgen viene vestida con un traje de alcaldesa, de papel de chocolate con los collares de almendras. San José mueve los brazos 45 bajo una capa de seda. Detrás va Pedro Domecq con tres sultanes de Persia. La media luna, soñaba un éxtasis de cigüeña. 50 Estandartes y faroles invaden las azoteas. Por los espejos sollozan bailarinas sin caderas. Agua y sombra, sombra y agua 55 por Jerez de la Frontera. **** ¡Oh ciudad de los gitanos! En las esquinas banderas. Apaga tus verdes luces que viene la benemérita. 60 ¡Oh ciudad de los gitanos! ¿Quién te vio y no te recuerda? Dejadla lejos del mar, sin peines para sus crenchas.

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**** Avanzan de dos en fondo 65 a la ciudad de la fiesta. Un rumor de siemprevivas invade las cartucheras. Avanzan de dos en fondo. Doble nocturno de tela. 70 El cielo, se les antoja, una vitrina de espuelas. **** La ciudad libre de miedo, multiplicaba sus puertas. Cuarenta guardias civiles 75 entran a saco por ellas. Los relojes se pararon, y el coñac de las botellas se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas. 80 Un vuelo de gritos largos se levantó en las veletas. Los sables cortan las brisas que los cascos atropellan. Por las calles de penumbra 85 huyen las gitanas viejas con los caballos dormidos y las orzas de monedas. Por las calles empinadas suben las capas siniestras, 90 dejando detrás fugaces remolinos de tijeras. En el portal de Belén los gitanos se congregan. San José, lleno de heridas, 95 amortaja a una doncella. Tercos fusiles agudos por toda la noche suenan. La Virgen cura a los niños con salivilla de estrella. 100 Pero la Guardia Civil avanza sembrando hogueras, donde joven y desnuda la imaginación se quema. Rosa la de los Camborios, 105 gime sentada en su puerta con sus dos pechos cortados puestos en una bandeja. Y otras muchachas corrían perseguidas por sus trenzas, 110 en un aire donde estallan rosas de pólvora negra. Cuando todos los tejados eran surcos en la tierra, el alba meció sus hombros 115 en largo perfil de piedra.

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**** ¡Oh, ciudad de los gitanos! La Guardia Civil se aleja por un túnel de silencio mientras las llamas te cercan. 120 ¡Oh, ciudad de los gitanos! ¿Quién te vio y no te recuerda? Que te busquen en mi frente. juego de luna y arena. Tema 4. La Edad de La Literatura. Siglo XX. Camilo José Cela (1916-2002) La Colmena. Cap. I. No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante. Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha merengao. 5 Para doña Rosa, el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la rimavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un buen amadeo de plata por nada de este mundo. Ni con primavera ni sin ella. A doña rosa lo que le gusta 10 es arrastrar sus arrobas, sin más ni más, por entre las mesas. Fuma tabaco de noventa, cuando está a solas, y bebe ojén, buenas copas de ojén, desde que se levanta hasta que se acuesta. Después tose y sonríe. Cuando está de buenas, se sienta en la cocina, en una banqueta baja, y lee novelas y folletines, cuanto más sangrientos, mejor: todo alimenta. Entonces le gasta bromas a la gente y les 15 cuenta el crimen de la calle de Bordadores o el del expreso de Andalucía. —El padre de Navarrete, que era amigo del general don Miguel Primo de Rivera, lo fue a ver, se plantó de rodillas y le dijo: mi general, indulte usted a mi hijo, por amor de Dios: y don iguel, aunque tenía un corazón de oro, le respondió: me es imposible, amigo Navarrete; su hijo tiene que expiar sus 20 culpas en el garrote. Qué tíos! — piensa —, hay que tener riñones! Doña Rosa tiene la cara llena de manchas, parece que está siempre mudando la piel como un lagarto. Cuando está pensativa, se distrae y se saca virutas de la cara, largas a veces como tiras de serpentinas. Después vuelve a la realidad y se pasea otra vez, para arriba y 25 para abajo, sonriendo a los cientes, a los que odia en el fondo, con sus dientecillos renegridos, llenos de basura. Don Leonardo Meléndez debe seis mil duros a Segundo Segura, el limpia. El limpia, que es un grullo, que es igual que un grullo raquítico y entumecido, estuvo ahorrando durante un montón de años para después prestárselo todo a don Leonardo. Le está bien empleado lo que le pasa. Don Leonardo es un 30 punto que vive del sable y de planear negocios que después nunca salen. No es que salgan mal, no; es que, simplemente, no salen, nibien ni mal. Don Leonardo lleva unas corbatas muy lucidas y se da fijador en el pelo, un fijador muy perfumado que huele desde lejos. Tiene aires de gran señor y un aplomo

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inmenso, un aplomo de hombre muy corrido. A mí no me parece que la haya 35 corrido demasiado, pero la verdad es que sus ademanes son los de un hombre a quien nunca faltaron conco duros en la cartera. A los acreedores los trata a patadas y los acreedores le sonríen y le miran con aprecio, por lo menos por fuera. No faltó quien pensara en meterlo en el juzgado y empapelarlo, pero el caso es que hasta ahora nadie había roto el fuego. A don Leonardo, lo que más 40 le gusta decir son dos cosas: palabritas del francés, como por ejemplo, madame y rue y cravate, y también, nosotros los Meléndez. Don Leonardo es un hombre culto, un hombre que denota saber muchas cosas. Juega siempre un par de partiditas de daas y no bebe nunca más que café con leche. A los de las mesas próximas que ve fumando tabaco rubio les dice, muy fino: ¿me da usted un 45 papel de fumar? Quisiera liar un pitillo de picadura, pero me encuentro sin papel. Entonces el otro se confía: no, no gasto. Si quiere usted un pitillo hecho… Don Leonardo pone un gesto ambiguo y tarda unos segundos en responder: bueno, fumaremos rubio por variar. A mí la hebra no me gusta mucho, créame usted. A veces el de al lado le dice no más que: no, papel no tengo, siento no 50 poder complacerle…, y entonces don Leonardo se queda sin fumar. Acodados sobre el viejo, sobre el costroso mármol de los veladores, los clientes ven pasar a la duenna, casi sin mirarla ya, mientras piensan, vagamente, en ese mundo que ay!, no fue lo que pudo haber sido, en ese mundo en el que todo ha ido fallando poco a poco, sin que nadie se lo explicase, a lo mejor por una 55 minucia insignificnte. Muchos de los mármoles de la señorita Esperanza Redondo, muerta en laflor de la juventud; o bien: R.I.P. El Excmo. Sr. D. Rairo López Puente. Subsecretario de Fomento. Los clientes de los cafés son gentes que creen que las cosas pasan porque sí, que no merece la pena poner remedio a nada. En el de doña rosa, todos fuman y los 60 más meditan, a solas, sobre las pbres, amables, entrañables cosas que les llenan o les vacían la vida entera. Hay quién pone al silencio un admán soñador, de imprecisa recordación, y hay también quien hace memoria con la cara absorta y en la cara pintdo el gesto de la bestia ruin, de la amorosa, suplicante bestia cansada: la mano sujetando la frente y el mirar lleno de amargura como un mar 65 encalmado. Hay tardes en que la conversación muere de mesa en mesa, una conversación sobre gatas paridas, o sobre el suministro, o sobre aquel niño muerto que alguien no recuerda, sobre aquel niño muerto que, ¿no se acuerda usted?, tenía el pelito rubio, era muy moo y más bien delgadito, llevaba siempre un jersey de 70 punto color beige y debía andar por los cinco años. En estas tardes, el corazón del café late como el de un enfermo, sin compás, y el aire se hace com más espeso, más gris, aunque de cuando en cuando lo cruce, como un relámpag, un aliento más tibio que no se sabe de dónde viene, un aliento lleno de esperanza que abre, por unos segundos, un agujerito en cada espíritu. […]

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Lourdes Ortiz, (1943) Los motivos de Circe

Como cerdos... Esa mirada torcida, agria, los ojillos turbios por una lujuria siempre insatisfecha. Ahí están de nuevo. Antes de que penetren en el umbral conoce ya esas sonrisas avarientas, esos labios glotones, resecos por la sal marina y el viento: quemaduras del deseo y del sol tras meses de navegación a 5 traves del impetuoso Oceano. Y siempre es igual. Les ve bajar de las naves, tambaleándose aún, conservando en las piernas el suave ondular de las olas, un vaivén de muchachos marineros, que han olvidado hace tiempo la recia y recta posición del lecho... y no hablaran, ni siquiera se detendrán a contemplar la sabia construcción de la 10 piedra, el ascenso riguroso de las firmes columnas, finamente torneadas, el mármol blanco pulimentado de esos corredores, esas balconadas y esas terrazas desde donde Circe contempla la insondable soledad azul y glauca del mar, ese mar que periódicamente vomita a aus costas una mananda de hombres peludos, sucios y destentados, hombres torvos, acosasdos por el hambre y el 15 hastío de la infinita soledad marina, cargados de quimeras y de anhelos de posesión: oro y rebaños, mujeres dóciles que han de quebrarse bajo el abrazo torpe y apresurado del macho que se encela y se encabrita ante la languidez acuosa de las criadas, nacidas de la frescura transparente de las aguas, de la cristalina superficie de los ríos. 20 Ellas, las doncellas, delicadas como gotas de rocío, expertas en el canto y en la danza, ligeras como la nota mas aguda y penetrante del caramillo, que resuena en los apriscos al anochecer, hacedoras de la calma, exquisitas cuando aderezan el palacio, precisas en el detalle, están ya preparando el recibimiento: mesas argenteas, cinceladas por el más experto artesano, canastillos de oro, lienzos y 25 tapetes de púrpura, áureas copas, cráteras de bronce y un amable fuego siempre encendido bajo el trípode de metal para acoger a los recien llegados. Desde hace tiempo, desde que los dioses la relegaron a esa abrupta y solitaria isla cubierta de encinares en cuyo centro se alza en medio del más tranquilo valle ese palacio que es su refugio y su huerto, Circe, la de las largas y doradas 30 trenzas, aguarda adormecida por el canto monótono de las cigarras. Y entonces les ve descender de las naves, encandilados por el humo gris que delata la presencia de la vida –ese humo que lleva dentro los olores de la carne recién asada, de los panes amasados y cocidos, un humo hogareño que aturde a los marineros y les habla de mujeres junto a la rueca, de sábanas de lienzo y 35 cráteras de metal dorado-; les ve descender y por un momento se deja engañar por la esperanza: tal vez bajo esas greñas, bajo esas manos toscas y endurecidas –callos, olor a cuerda reseca y a grasa de animal –bajo esa capa áspera y terrosa, hecha a la dureza de las tempestades, a las inclemencias del viento y de la lluvia, al dardo torrido de ese sol que talla los rostros y los convierte en 40 grotesca máscara de cerámica roja por donde asoma una expresion arisca y atolondrada como de fiera.... tal vez bajo esos músculos duros como cuerdas, bajo esa costra de sudores y miedo... ... pero siempre es lo mismo: ellos abandonan las barcas y avanzan hacia el palacio, acelerando el paso a medida que el olor de la hacienda, el balido de los 45 rebaños que reposan en el aprisco y la intuición de los peplos* que pueden desgarrarse les anima a una carrera desenfrenada que acumula todas las hambres, las pesadillas, los insomnios sobre la cubierta hóstil, acunados por las estrellas y por el desamparo de esa inmensa noche siempre obscena que se recrea en desmenuzar a los hombres, transformándoles en pobres bestias 50 acorraladas; noche que va mimando sueños de riqueza, recuerdos de pasadas victorias, pobres triunfos guerreros, aquella espada, aquel momento de la

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sangre del camarada o del amigo, aquel gruñido salvaje en el instante culminante de la lucha, cuando fue cercenada la garganta del contrario y brotó la sangre roja como gargantilla de coral... 55 ...héroes cenicientos de mil guerras, siempre insensatos, ofuscados* con su propia desdicha, incapaces de deternerse por un instante, anhelando una gloria de laureles que se resecan con el tiempo, transtornados por Marte, avariciosos y tenues en su pequeñez, confiando en ese botín, en esas nuevas tierras, en el cuerpo de la esclava, conquistada por la fuerza, robada al rival, acaparada y 60 guardada como si fuera el tener, la posesión, la acumulación de experiencias y de bienes lo único que sirviera para dar gallardía a esas costras, a esos brazos forjados para una lucha que nunca ha de detenerse, a ese terror que se dibuja en los ojos, dispuestos en todo momento al salto, a la competencia, al reto, a la locura... 65 Y el mar les va venciendo, les acartona y les reduce a bestias sin grandeza... No como el tigre ágil en el salto, suave en la huida, elegante y sutil... no como el tigre.... Altunos, altaneros y osados como leones, con la luz roja de la sangre enturbiándoles la vista, conscientes de su fuerza y de su brío, buscando solo la 70 pleitesía*; otros, en cambio, traicioneros como lobos dispuestos a caer sin miramientos sobre el rebaño y los más... embrutecidos como puercos que meten su hocico en el lodo y gruñen, gruñen... Y así será una vez más sin que ella, Circe, pueda hacer nada por impedirlo, aunque añore compañía y cuerpo de varón: unos se convertirán en leones que 75 rondarán el palacio dóciles como gatitos que huelen la leche fresca en el platillo, conservando un brillo ya ridículo de altivez bajo la melena sucia... otros, lobos que aullarán cada anochecer una melodía que recuerda las viejas tonadas marineras y la gran mayoría, cerdos... Cada uno cumpliendo la maldición, eligiendo su propio destino, su propia forma... 80 Ellas, las siervas, prepararan atentas y siempre dóciles el festín, sacarán el queso y la miel fresca batida con harina, verterán el rojo y denso vino de Prammio en las cráteras plateadas y aguardaran la inevitable transformación de los huéspedes a medida que la gula y la sed desencadenen las pasiones, precipiten los gestos atiborrados, aceleren la rspiración.... como cerdos que se 85 revuelcan en el fango de la mas inhóspita pocilga, con ese hocico que penetra en el cieno* y hoza* buscando el alimento... Y entonces Circe, la divina., ríe con una risa estentórea devuelta a una soledad irremediable, mientras ellos en su verdadero ser deambulan ya por los jardines, rebuscan entre las encinas y gruñen en un exraño lenguaje, que está hecho de 90 gemidos. Bellotas, fabucos y el fruto del cornejo comen ellos ahora, mientras Circe vuelve a la costura y al canto y las siervas rien y corren entre las aguas olvidadas de nuevo de huéspedes inorportunos... Y, mientras las siervas se bañan en la fuente al caer la tarde y los leones y los lobos atormentados bajan hasta las orillas del arroyo para lamer sus manos, 95 Circe cierrra los ojos, deja que la nostalgia nuble al tarde y recuerda a aquel en cuyo pecho alentaba ánimo indomable, aquel que tantas veces anunciara el Argifonte, Odiseo, el de multiforme ingenio, que un día llegó hasta su casa. Y no fue cerdo, ni león, ni lobo, sino espíritu noble y despierto, agudo, fue... Había tormentas en sus ojos, había páramos inmensosy batallas... era como si 100 toda Troya llameara en sus pupilas cuando bebía la mixtura agria que sus doncellas, cumpliendo el rito, habían preparado... Ni cerdo, ni lobo, ni león, sino espíritu diestro en la palabra y en el juego. Y Circe, mientras él bebía, supo que aquella vez no habría varita, ni conjuro, ni transformación alguna. Odiseo hablaba y sus palabras tenían la cadencia 105 convincente del aedo*, la potencia del verso bien templado, del retruécano, de la metáfora atrevida e inesperada. Y toda la piedad del universo, una piedad de

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hombre alerta y firma, brillaba en aquellas pupilas glaucas. —„Envaina la espada y vámonos al lecho, para que, unidos por el abrazo y el amor, crezca entre nosotros la confianza“, dijo Circe, y por vez primera, la de 110 las largas y doradas trenzas, la dotada de voz, tembló y bajo los ojos, temiendo que todo aquello no fuera sino un engaño mas, urdido por los dioses y que, al alzarlos, él, como todos los demás, no fuera ya sino puerco decidido a revolcarse en las baldosas recién fregadas. Y entonces habló él – platica altanera la suya, donde se confundían el amor por 115 los compañeros con la prestancia de ánimo – resuelto a no ceder, sabedor de que sólo Marte es vencido en brazos del sueño reparador que proporcionan los abrazos de Venus. -„Máquinas engaños –dijo-y me ordenas que entre en tu habitación y suba a tu lecho a fin de privarme del valor y de la fuerza apenas abandone las armas.“ 120 Circe entorna los ojos y ve lejano el mástil de la nave que se aleja sin atracar en sus playas... Fue sólo un año. Tras el amor, él gustaba de contar historias inacabables de hazañas en las que siempre era protagonista y ella, Circe, escuchaba atenta mientras él narraba de aquel Polifemo, el del único ojo, al que supo burlar o de aquellos lotófagos* que 125 comían la flor cuya virtud hacia que los hombres se olvidaran de volver a su patria... Flor de loto quisiera ella haber tenido para que, al tiempo que el iba forjando sus relatos, fuera olvidándose también de aquella patria lejana... cada vez más lejana, de aquella mujer paciente a la que apenas podía ya recordar, aquel hijo ni siquiera conocido, aquel noble padre que esperaría inútilmente el 130 regreso del ilustre varón destinado a ser rey de sus tierras y señor de sus rebaños. Noches enteras, sentados bejo las higueras, bebiendo vino rojo, oyendo el tañer de la cítara y escuchando los juegos amorosos de la doncellas, que se dejaban querer por aquellos marineros, que iban poco a poco recuperando sus 135 ademanes de varón, su gallardía, como si gracias a la molicie* y el descanso, a los manjares, el vino y el amor, volviera a ellos algo de la gracia y el espíritu que meses y meses de navegación, años de guerra y competencia habían anulado. Y el hablaba y hablaba, mientras acariciaba sus trenzas doradas, como si a lo 140 largo de aquel año fuera descubriendo el placer del relato, el gusto de la palabra... Ya no navegante, ya no viajero infatigable, sino poeta y narrador que se conmovía ante el giro inesperado de la frase, ante una anécdota trivial, que al ser contada y recontada una y otra vez, se iba a adornando con pequeños 145 matices, con una gracia inesperada, como si sus sentidos fueran despertando al placer del cuento inacabado, del relato imperecedero; y así dejaba abandonada su mano entre las de ella, que se recostaba bajo su axila, atenta, como un discípulo pesaroso* ante la posibilidad de que el cansancio pudiera alguna vez callar al maestro, y las palabras se iban enroscando como volutas de humo en 150 los toscos capiteles de piedra y los dulcificaban; las palabras cincelaban el muro, creaban cenefas de acanto* en los frisos de mármol antes rectos y precisos, sin adornos... -„Mi nombre es Nadie y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos.“ 155 Le gustaba repetirlo. Era como un niño grande de ojos pícaros y siempre sonrientes, complacido ante el efecto de sus retorcidas y agingantadas invenciones: el tamaño cada vez más desmesurado de Polifemo, la increíble estaca y, luego, ese momento culminante en que todo el parecia conmoverse, como si siguiera con el cuerpo y con los ojos los avatares de la descripción, 160 momento en que se detenia para mirar a Circe, para añadir al horror mismo de

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las palabras la seriedad imponente, dramática y llena de presagios de uno ojos que parecían velarse para aumentar el efecto, cuando el relato se hacía brutal, descarnado, rudo: - „El Cíclope con ánimo cruel no me contestó, pero se levantó al instante; fue 165 hacia donde estaban los compañeros... atrapó a dos y cual si fueran cachorrillos, arrojólos a tierra con tamaña violencia que el encéfalo fluyó y empapó el piso...“ Aquel énfasis!... el cuidado en la pausa, el adjetivo exacto, la progresiva y medida descripción de los distintos movimientos del cada vez más gigantesco y 170 solitario cíclope, esa ternura hacia el amigo, „cual si fueran cachorrillos“, para pasar inmediatamente después al hecho terrible, desaforado, a esa masa aplastada contra él suelo de la cueva, a esos sesos despanzurrados...cachorrillos... Y mientras iba hablando como un juglar, como un aedo, movía las manos, 175 bajaba la voz, se detenía, aceleraba de pronto el ritmo de la frase si el relato se hacía angustioso, cuando la emoción se hacía intensa y adquirían tonalidades de truenos y olas encrespadas, de pleamares cemientas que rompían contra el acantilado y luego la ablandaba: la frase se hacía dulce, amistosa, compasiva. Primero dureza, escalofrío, plasticidad de las imágenes: ¡esos huesos pelados, 180 esos intestinos devorados, esa carne del compañero desgarrada entre las fauces el más voraz de los leones! Y entonces se detenía, tomaba aliento, apretaba las muñecas de Circe para sentir el sobresalto, el acelerón del pulso, para percibir el espanto en el rostro o los dedos de afiladas uñas pellizcando el brazo, y se aflojaba todo él, como sacuido por el esfuerzo de las palabras, se recostaba en 185 los cojines y bebía vino rojo y permanecía en silencio, pensativo, como si todos los mares, todos los tiempos y los lugares se fueran concentrando en el poso de la copa; miraba hacia la línea infinita del horizonte y parecía que iba a comenzar a llorar, ya que, mientras construía y daba forma al relato, todo su cuerpo se iba tensando como un arco y su rostro se hacía impenetrable y ella, 190 Circe, aguardaba, recostada sobre él y apretaba sus manos como para darle fuerzas y él la miraba, acariciaba sus brazos desmadejados, enredaba los dedos entre sus cabellos y contaba con una voz renqueante ahora por el recuerdo, trémula: —“Nosotros contemplábamos aquel horrible espectáculo con lágrimas en los 195 ojos, alzando nuestras manos a Zeus, pues la desesperación se había adueñado de nuestro ánimo...” Callaba Odiseo y luego al cabo de un rato introducía leves modificaciones en lo contado, calculaba el efecto producido por cada palabra, jugaba con los ritmos, con las pausas, modificaba las determinaciones y hacía al malo cruel y ella, 200 Circe, iba saboreando las uvas recién cortadas y, hechicera de poderosa voz, llenaba los silencios de él con un canto que resumía aquellos miedos, aquellos alardes y él sonreía, se dejaba llevar, se acunaba en la música, parecía dormir con un grano de uva obscura entre los labios y después poseso, transfigurado, introducía un realismo escueto, una violencia imprevista en las imágenes: 205 “Así tumbado dobló la gruesa cerviz* y venciólo el sueño, que todo lo rinde. Salíale de la garganta el vino con pedazos de carne humana y eruptaba por estar cargado de vino” y complacido eruptaba a su vez, como si quisiera añador verismo a lo narrado y luego iba repasando oficios y artesanos diestros para encontrar la acertada metáfora, para poder comunicar a Circe ese 210 momento, el más horrible, cuando él, Odiseo –que en el relato era siempre un Yo enorme, una primera persona omnipresente y siempre activa – cogía y pulía la estaca vengadora: “Como el hombre taladra con el barreño el mástil del navío”... “como el broncista para dar el temple”. 215 Y así mediante comparaciones simples relataba el esfuerzo sobrehumano, la

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invención ante la desdicha de aquel grupo de hombres, los suyos, para conseguir librarse de la trampa del cíclope: “Quemole el ardiente vapor párpados y cejas”. El crepitar de las pupilas negras del gigante se confundía con el crepitar de la 220 leña bajo el trípode donde humeaba el caldo caliente y, como si un sopor embotara sus párpados, Odiseo depositaba la crátera vacía sobre el banco de piedra y Circe contemplaba aquellos labios repentinamente mudos e iba enhebrando las sílabas del relato y las repetía en voz baja, al tiempo que se apoyaba sobre el vientre de él y permanecía allí callada, adormilada también, 225 como Odiseo, por los vapores del vino y la justeza de las palabras. Contar y contar... El, Odiseo, el asolador de ciudades, que teine su casa en Ítaca...el afligido corazón, el pálido temor de los compañeros, el labrado pavimento... Y a veces parecía que la hamaca trenzada con ramas se balanceaba como el bajel* sobre las aguas y juntos recorrían la llanura del Ponto insondable 230 y vasto en la cóncava embarcación, mientras creían escuchar el canto de las sirenas y él se aferraba al mástil y fingía enormes padecimientos, convulsiones terribles ante la hermosura inefable de aquellas voces que ni siquiera la de la propia Circe podía igualar. El relato se hacía sombrío y parecía que los remos batían de nuevo el mar, 235 siguiendo el ritmo de las sílabas bien medidas, de los acentos y él volvía una y otra vez a comenzar, como el ebanista va tallando minuciosamente la madera, para corregir y limpiar la descripción hasta lograr una sonoridad férrea, dura, como de metal que de pronto cambiaba y se hacía bailarina y ágil como bajel sobre la espuma de los mares... 240 Se oye a lo lejos el balido de los rebaños y Circe entorna los párpados y parece que le tiene allí de nuevo a su lado, cuando de repente se dejaba invadir por la tristeza y aquella Itaca remota a la que debía regresar se hacía vergel y huerto en el recuerdo y los fantasmas de los pretendientes azuzaban el deseo. Y ella, Circe, sabe ahora que no era una mujer concreta la que él deseaba y añoraba, no 245 aquella mujer muda, pequeña a la que casi no podía dar forma, ni rostro, sino el miedo a la pérdida de lo propio, el acicate de la competencia, la necesidad de medir fuerzas, de retar. Era la posibilidad de que Otro, un otro cualquiera al que daba distintos rotros, estaturas y carácteres, tomara posesión de loque consideraba suyo y en ese suyo estaba esa mujer-niña a la que abandonó hacía 250 ya tantos años. Y los compañeros que compartían el lecho con las siervas no eran en cambio estímulo para el deseo, no competían, ni establecían riesgo o rivalidad alguna, porque desde aquella primera vez, desde el primer día quedó claro que nada ni nadie podría separarles, porque no había Otro para Circe, sino sólo y 255 absolutamente él, Odiseo. Y ahora, cuando ha pasado el tiempo, Circe tiembla y sabe que fue precisamente esa seguridad sin recelos de su estar juntos, aquella entrega sin recovecos, ni estrategias, sin cálculos la que le hacía languidecer, la que parecía adormecer el deseo... En aquella dulce y placentera estancia donde el relato iba poco a poco 260 sustituyendo a la acción, faltaba alguien con quién medir las fuerzas, un contendiente. No la risa de Circe, ni sus sorpresas, sus emociones o sus sobresaltos, porque Circe era ya carne de su carne, parte suya... Y se abría allá, en el fondo de su mirada de narrador infatigable, un agujero que albergaba posibles mundos a los que renunciaba a su lado: la patria perdida, ese padre 265 Laertes, aquella mujer, aquel otro lugar que le estaba reservado... Y por eso tuvo que partir. Y por eso Circe desde entonces mira hacia lo lejos oteando el horizonte, adivinando en el batir de los remos, en el balanceo de las velas el imposible regreso. Pero los que descienden de las naves vuelven a ser como antaño fieras o 270 simplemente animales de corral decicidos a revolcarse, ignorantes del juego y

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de la risa. Y ella a veces cree oír, como si fueran llevados por el aire caliente, retazos del relato, le parece escucharle cuando se concentraba, se ponía serio y comenzaba a narrar: “Mi nombre es Nadie” y sabe que Nadie será nadie para aquella mujer paciente 275 que ahora tal vez escuhce en su lugar los nuevos relatos, nadie para su madre y sus hermanos, ese Nadie que para ella, Circe, la de doradas tranzas fue Hombre, espíritu y palabra, Odiseo, enviado porlos dioses, niño-hombre, dios que en su abrazo encontraba la eternidad... horas y horas superpuestas, infinitas, mientras iba descubriendo el lugar del cuento, la creación de la nada. 280 Y, sin embargo, como si un afán de mortalidad, de sufrimiento sobre la sien y de sudor sobre la frente le azuzara, prefirió la soledad, el miedo, el tiempo, el límite, la acción y la muerte, prefirió ser Nadie junto a una esposa complaciente y sumisa, eligió ser simplemente hombre, como si al elegir la muerte, pudiera de nuevo sentirse vivo, como si el estar y el ser no le bastaran y el hacer, el 285 combate y la desesperanza, la peregrinación y la aventura fueran necesarios para que otro – ya no él – pudiera ocupar su lugar, narrar su historia, contar su triunfo y su ventura, su madurez de hombre que envejece y siente de nuevo el cansancio, la insoportable monotonía que sería con el tiempo huera repetición. Circe cree ver a través de los mares, intuye el regreso a la hacienda familiar, 290 sabe que vence, venció a los pretendientes y consiguió un algo que de pronto era la nada, porque los pretendientes muertos ejaron de ser Otros: una mujer- sombra que se le entrega y que ya no es disputada por ninguno, un hijo que crece solamente para ocupar su puesto, mientras él, Odiseo, viejo y cansado, se sentaría en el poyo de piedra junto a la puerta del palacio finamente labrado, 295 recordando, evocando el viaje, echando de menos aquella serenidad, la magia e la isla, los rumores del Océano, el sonido amodorrado de las chicharras, buscando de nuevo las palabras para contar y añorando ahora a esa bruja Circe que durante un año entero fue fuente de miel, manantial donde fluía el Verbo, Verbo hecho historia, saboreado en la carne... 300 Pero Circe no podía convencerle entonces de que aquel era el tiempo verdadero, el no-tiempo, el lugar del goce. Sabía que antes o después tenía que partir y le dejó marchar contemplando cómo, desde el momento mismo en que se izaban las velas del rápido bajel, en el momento mismo en que los remos volvieron a surcar las aguas, las arrugas surcaron la frente del hombre que, 305 testarudo, ponía cera en sus oídos y se hacía atar al mástil más elevado de la nave. Nunca Circe la de poderosa voz podría con sus encantos y sus conjuros retenerle de nuevo a su lado. Como cerdos descienden las naves. Les ha visto llegar y hace un gesto a sus siervas para que comiencen a preparar la ambrosía y el queso, los panes y los 310 lechos perfumados. Algo, como una estaca diestramente pulida por el mejor de los artesanos, atraviesa el corazón de Circe, la de doradas trenzas, y su canto, un canto amargo de nostalgias y de amores que ya nunca serán, enloquece alos marineros que aceleran el paso y corren casi ante el humo del hogar, dando gruñidos, hundiendo sus hocicos en lodo, chapoteando en el agua estanca, en la 315 ciénaga. Como cerdos... peplo: vestidura exterior, amplia y suelta, sin mangas, que bajaba de los hombros formando caídas en punta por delante, usada por las mujeres en la Grecia antigua. ofuscar: deslumbrar, oscurecer, trastornar, al.: verblenden. pleitesía: muestra de reverencia, capitulación, sometimiento. cieno: lodo blando en los ríos, al.: Schlick. hozar: levantar tierra con el hocico, al.: wühlen. estentóreo: voz ruidosa, al.: schallend. aedo: cantor épico de la antigua Grecia.

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lotófago: individuo de ciertos pueblos que habitaban en la costa septentrional de África. molicie: blandura de las cosas al tocarlas, al.: Weichheit. pesaroso: arrepentido, con pesadumbre, al.: traurig, mit Bedauern. acanto: planta con hojas anuales, largas, rizadas y espinosas; adorno característico del capitel corintio. cerviz: parte dorsal del cuello, al.: Genick. bajel: barco. Juan Goytisolo Las virtudes del pájaro solitario, cap. I. había aparecido, se nos había aparecido, en lo alto de la escaler un día como los demás, ni más ni menos que los demás (no, no me vengáis ahora con fechas, qué importancia tiene a estas alturas, después de lo ocurrido, una cifra engañosamente exacta?) 5 mientras nosotras íbamos y veníamos despreocupadas del salón a los vestuarios, cruzábamos el vestíbulo contiguo a las duchas en donde algunas jóvenes aún airosas y las ya muy baqueatadas se entregaban con la misma fuición a los ritos lustrales y, acodadas en el mostrador de la Doña o la repisa de semanarios ilustrados, contemplábamos a las parejas de los bancos lateralas, alas mesas cuidadosamente 10 dispuestas por el mozo, las lámparas de vidrio translúcido y pie borneado de bronce, alineadas como las fasces de los lictores* decía el ama al evocar su historia, los fastos y esplendores de la inauguración imperial (imperial, sí, imperial, no seáis escépticas, vivían, reinaban Napoleón y Eugenia, fue un magno acontecimiento presenciado en su día por la flor y nata de la sociedad) 15 peldaño tras peldaño, con precaución a causa del peso y volumen del calzado (los gigantescos zapatones o zuecos de aldeana) […] lictor: entre los romanos, ministro de justicia que precedía con las insignias a los cónsules y a otros magistrados. Las semanas del jardín, un círculo de lectores ALIF A partir de la breve reseña de una obra de cuyo autor no quiero acordarm, en la que se refiere el descubrimiento en una maleta sin dueño de dos poemarios de índole muy distinta atribuidos sin prueba alguna a Eusebio ***, internado a instancias de su familia en el centro siquiátrico militar de Melilla al inicio de la rebelión de julio del 36, centro 5 del que se evadió, según una versión, con la ayuda de una soldado rifeño, o en el que conforme a otra sufrió los «cursillos de reeducación» de unos siquiatras fascistas, un grupo de lectores activos y apasionados de una ciudad de provincias decidimos escribir una novela colectiva en torno a la elusiva historia del poeta, congregados por espacio de tres semanas en la benignidad veraniega de un culto y ameno jardín. 10 Los orígenes, profesiones, intereses e ideas políticas de los miembros del Círculo componían casi una rosa de los vientos. Figuraban entre ellos periodistas, cinéfilos, autores bisoños, alumnos de escuelas de creación españolas y norteamericanas, sociólogos, abogados, entnólogos, un licenciado en lengua y literatura árabe, una estudiosa del lenguaje de Quevedo, dos lectores asiduos de Ibn Arabi y otros autores 15 místicos y esotéricos. Uno de ellos, devoto de la secta hurufí influida por la Cábala y las

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teorías de Pitágoras, adujo su interpretación numérica del alfabeto arábigo y su relación con el rostro humano para imponer el doble de las catorce letras que componen éste, es decir veintiocho – tantas como caracteres del alifato -, al número de colectores del Círculo: debíamos ser veintiocho, ni uno más ni uno menos, secretario-escribano y 20 recopilador de la bibliografía consultada incluidos. Algunos de nosotros habíamos seguido las peripecias de la extrema izquierda desde el marxismo-leninismo puro y duro a una acracia inofensiva y utópica, la mayoría se ceclaraban apolíticos y uno simpatizaba con los ideales y consignas de la ultraderecha. Feministas de la fibra de Kate Millet y Ms. Lewin-Strauss habrían censurado con razón, de haberla conocido, la 25 constitución del grupo: tan sólo cuatro mujeres formaban parte de él. Los gustos literarios diferían igualmente y abarcaban una amplia gama de escuelas: del realismo tradicional o conductista al cuento onírico y fantástico. Unos asumían la enunciación del relato, otros empleaban la tercera persona gramatical. El personaje Eusebio era visto de ordinario desde fuera, a veces desde dentro, y, en ocasiones, 30 marginado o aludido de pasada. El proyecto común se basaba en la demolición sistemática de la entidad prescindible del novelista, en su alegre y liberadora suplantación. Los colectores se proponían acabar con la noción opresiva y omnímoda del Autor: cada cual podía intervenir en el relato con entera libertad, ya siguiendo el hilo de lo expuesto 35 por su predecesor, ya desautorizándolo y enmendándole la plana. El Círculo cifraba su ambición en la mezcla creadora de planteos y opciones, en elpaso de un capítulo a otro a través de fronteras móviles e inciertas. En las juntas anteriores a la confección de la novela advertimos la existencia de dos corrientes opuestas: una pretendía trazar en línea recta o zigzag la continuación de la historia y construir el personaje a bandazos; otra se 40 inclinaba hacia un tipo de narración arborescente, con digresiones y alternativas que, desde un tronco central, engendraban relatos autónomos o engastados. Los sustantadores de la primera retuvieron la hipótesis de la «reeducación» de Eusebio por los siquiatras eugenistas del Movimiento, para quienes el marxismo era producto de una degenración sico-sexual; los de la segunda, se aventuraron en las dunas de la 45 supuesta huida y las huellas confusas de su vida ulterior. Nuestro jardín cervantino, con sus arriates y macizos de flores, era también el de Borges: senderos y bifurcaciones, avances y ramificaciones, altos y vueltatrás. Ello originaba tensiones e incluso incidentes entre los colectores, pero la adicción literaria que nos unía acababa por imponerse a cualquier otra consideración. Después de vivas 50 discusiones fijamos por sorteo el orden de intervención de los participantes, alternamos las hipótesis y agrupamos la lectura pública de los realtos en los días viernes de tres semanas: nueve o diez colectores por velada. Fue así como nuestro Círculo creó estas Semanas del jardín en el respeto absoluto de la inventiva de todos sus miembros. Aunque los diferentes esquemas y la educación 55 literaria dispar de los narradores suscitaran una poderosa corriente centrífuga, la convención temática ha de ceñirse al personaje de Eusebio hacía las veces de contrapeso. Como secretario y anónimo escribano del Círculo –encubro mi nombre para que, en palabras de un clásico, «los detractores mejor puedan saciar las malas lenguas no sabiendo a quien detractar.»—, mi papel se redujo a la estructuración de lo que algún 60 crítico de vanguardia llamaría «hipertexto», de acuerdo con la nómina de lecturas en nuestras reuniones estivales en el jardín. [...] FA – Historia trunca con inesperado remate Por mi formación arabista, forjada en las aulas universitarias bajo la dirección de prestigiosos maestros, mi aproximación obsidional al esquema o matriz de la busca de Eusebio introducirá un elemento de rigor científico por desgracia inexistente en las anteriores intervenciones orientalistas o supuestamente mudéjares de mis colectores del 5 Círculo, aun sin detenerme de momento en el plagio descarado de uno de ellos del

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cuento de un autor español publicado en Le Monde Diplomatique hace unos cuantos años… Voces: ¿quién, quién? El narrador sin inmutarse: 10 También pasaré por alto el flagrante anacronismo de algunos de mis colegas cuando fechan en 1936 el uso de electrochoques con fines médicos siendo así que esta peculiar y discutible terapéutica no se introdujo en España sino en la siguiente década. ¡Que no me vengan ahora con el placer de las imaginaciones inverosímiles ni otros cuentos chinos! ¡La historia es la historia, y el novelista debe someterse a ella! 15 Unos murmullos de desaprobación perturbaron la quietud del pensil, seguidos de carraspeos, toses y vayas. El colector aguardó sin inmutarse a que se restableciera la calma. Gracias a aquellos profesores insignes –traductores por más señas del ilustre vate del Éufrates cuya obra parecería ser la inspiradora de los mejores bardos progresistas de 20 Occidente si la cronología no se obstinara en sostener lo contrario -, me embebí en las fuentes de la cultura de Damasco y Bagdad, cuna de la refinada civilización andalusí del Califato –verdadero «jardín de poetas», cantado todavía con nostalgia por los trovadores contemporáneos -, civilización destruida con saña por las fanáticas huestes moras y beréberes de os almorávides y almohades. Por dicha razón –los estragos 25 causados por la «nube de langosta africana», según la expresión acuñada por un célebre historiador– no comparto la maurofilia literaria o de índole más rahez de algunos colegas del ramo y la reduzco a lo que es: mero folclor. La marginalidad del Magreb respecto a los núcleos irradiadores de la cultura árabe explica que mi primera cala en él haya sido reciente y fortuita: motivada, como sabéis, por el enigma de Eusebio. 30 «A mi llegada a Mur-rākuš, tras una escala interminable en el aeropuerto de Casablanca, deposité la maleta en un hotel y me dirigí, como un turista más, a la célebre plaza de Ŷāmi’al-finā1 Acababa de anochecer y en los puestecillos de comida alumbrados con lamparillas de gas, los clientes consumían la baysara2» y otros platos suculentos propios de la estación invernal. No obstante el frío, numerosos mur-rākušiy- 35 yīn3 se apiñaban en torno a al-halaqa, en donde un halāiqī4 anciano recitaba las historias de Ŷuha5 importadas del Mašiq6. En el anillo de espectadores vecino, un rapsoda entonaba una melodía agridulce en al-’amāzīgiy-ya7. Luego de vagabundear unos minutos esquivando el tarbūš8 petitorio de los al-gī-niy-yūn9 y el campanilleo sacafotos de los as-saq-qāīn10, que allí llaman al-gar-rābīn, di con una al-halaqa cuyo teatro me 40 interesó por haber leído la tesis que le consagró un compañero de promoción, maurófilo y etnólogo amén de otras cosillas: un mamotreto de casi trescientas páginas sobre al- hadra11 de los juglares de Abi Rah-hāl12. »Los discípulos secularizados de Sayyidī Rah-hal al-Budālī13, cuya silsila14 iniciática se remonta, conforme a la leyenda, a Al-Ŷāzūlī y a Ăs-šadi-lī15, son famosos en Marruecos 45 por el at-tahay-yur16, durante el cual, en estado de trance, se abandonan a danzas extáticas alrededor de un hornillo sobre el que caldea el muqrāŷ17. El muqad-dam,18 a quien saludé en árabe clásico, me ofreció ceremoniosamente un taburete para que pudiera contemplar cómodamente la hadra. »El ar-rah-ha’lī19 al matbu’, vestido con unos simples zaragüelles, descalzo y con una 50 cabellera larga e hirsuta que agitaba rítmicamente al compás de al-bandīr20 y la flauta, invocaba el auxilio del Profeta, de Say-yidī Rah-hal y de los demás santos del Tas- sawt21. Inclinaba el busto hacia las rodillas, con las manos sujetas a la espalda, a una cadencia cada vez más endiablada. Una malā’ikiy-ya22 imitaba sus movimientos, poseída, según me dijo el muqad-dam, por Lal-la Malīka23. El rah-hali, arrodillado 55 ahora junto al muqrāŷ, perdida la mirada, alborotados los cabellos y empapado de sudor, aproximaba sus labios al as-sunbula24 que surgía del pico del recipiente. Tras el at-taslīm25, acompañado de plegarias y letanías de los presentes, se alzó del suelo, pidió a la asistencia que repitiera sus palabras -¡al-baraka, al-baraka!26 – y agarró el escalfador con mano firme, vertió en su boca un chorro de agua ardiente, gargarizó con 60 ella y empezó a rociar al público con su aš-šakwa27 sin manifestar ninguna señal de

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dolor. Fue entonces, mientras contemplaba el ŷadba28 del mawlā al-muqrāŷ29, y la blancor del as-sunbula, cuando imaginé a Eusebio, maskūn30 por Mimún o Hamú el yaz-zār31, en una escena semejante y...» Los abucheos de los colectores reunidos en el ameno y culto jardín, a quienes 65 había distribuido el texto antes de leerlo, con sus notas y la reproducción canónica de la grafía árabe, ahogaron su voz. Aprovechando el barullo, alguien subió al estrado desde el que el arabista narraba su historia y leyó la advertencia de Sempronio a su amo Calixto en el octavo auto de La Celestina: «Deja, señor, esos rodeos, deja esas poesías, que no es habla conveniente la que 70 a todos no es común, la que todos no participan, la que pocos entienden. Di: “aunque se ponga el sol” y sabrán todos lo que dices. Y come alguna conserva, con que tanto espacio de tiempo te sostengas.» Un aplauso cerrado remató la sesión.

1. Literalmente «mezquita del patio o plaza». Según la versión popular más extendida, «asamblea de la aniquilación», nombre derivado de una leyenda según la cual los amotinados contra el sultán aparecieron ahorcados en el espacio actual de la plaza.

2. Potaje de habas muy popular en Marruecos. 3. Círculo formado por la asistencia en torno a un espectáculo. 4. El actor, músico o narrador de la hālaqa. 5. Personaje juvenil famoso en el mundo árabe, conocido por sus rasgos de ingenio,

astucia y humor. 6. El Oriente Próximo. 7. Dialecto beréber del Atlas Central. 8. Especie de birrete común en Marruecos. 9. Cofradía de músicos y bailarines descendientes de los esclavos oriundos del África

sursahariana. Su nombre es una deformación de Guinea. 10. Aguadores vestidos con trajes tradicionales y tocados con un sombrero amplio que

distribuyen el agua fresca conservada en sus pellejos (al gerba) y agitan sus campanillas para atraer a los clientes o arrancar una foto a los turistas.

11. Asamblea durante la cual los adeptos de Sayyidī Rah-hal recitan sus letanías y ejecutan sus danzas extáticas.

12. Véase la siguiente nota. 13. Místico fundador de la cofradía rah-hāliya (m. En 1543). Se le atribuyen grandes

poderes carismáticos. 14. Literalmente, cadena: genealogía espiritual. 15. Dos maestros sufíes cuya doctrina se extendió en gran parte del mundo árabe. 16. Danza frenética de los rah-hāliyin. 17. Recipiente de metal, calentado por el hornillo hasta que el agua hierva y se evapore. 18. Auxiliar administrativo. En este caso, jefe de la sesión de trance. 19. El rah-hāli «sellado, marcado», por at-tebả o sello de Sayyidī Rah-hāl. 20. Gran tambor empleado por algunas cofradías en sus ceremonias y procesiones

callejeras. 21. Río que atraviesa la región donde yacen Sayyidī Rah-hāl y Abi ‘Aumar, próxima a

Mur-rākuš. 22. Posesa. 23. Un célebre ŷinn o diablejo de sexo femenino. 24. Vapor que sale del pico del muarāŷ. 25. Acto de sumisión al santo. 26. La bendición. 27. Aspersión bucal dotada de poderes mágicos y curativos. 28. Danza extática propia de las cofradías populares. 29. Literalmente, el amo del muqrāŷ, el que maneja el recipiente con el agua en

ebullición. 30. Poseso.

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31. Dos ŷinūn (pl. De ŷinn) invocados con frecuencia en los ritos de la cofradía. Antonio Muñoz Molina (*1956) Beatus Ille, cap. I Mixing memory and desire T.S. Eliot 1 Ha cerrado muy despacio la puerta y ha salido con el sigilo de quien a medianoche deja a un enfermo que acaba de dormirse. He escuchado sus pasos lentos por el pasillo, temiendo o desesando que regresara en el último instante para dejar la maleta al pie de la cama y sentarse en ella con un gesto de 5 rendición o fatiga, como si ya volviera del viaje que nunca hasta esta noche ha podido emprender. Al cerrarse la puerta la habitación ha quedado en sombras, y ahora sólo me alumbra el hilo de la luz que viene del corredor y se desliza afiladamente hasta los pies de la cama, pero en la ventana hay una noche azul oscura y por sus postigos abiertos viene un aire de noche próxima al verano y 10 cruzada desde muy lejos por las sirenas de los expresos que avanzan bajo la luna por el valle lívido del Guadalquivir y suben las laderas de Mágina camino de la estación donde él, Minaya, la está esperando ahora mismo sin atreverse siquiera a desear que Inés, delgada y sola, con su breve falda rosa y su pelo recogido en una cola de caballo, vaya a surgir en una esquina del andén. Está solo, sentado 15 en un banco, fumando tal vez mientras mira las luces rojas y las vías y los vagones detenidos en el límite de la estación y de la noche. Ahora, cuando se ha cerrado la puerta, puedo, si quiero, imaginarlo todo para mí solo, es decir, para nadie, puedo hundir la cara bajo el embozo que Inés alisó con tan secreta ternura antes de marcharse y así, emboscado en la sombra y en el calor de mi cuerpo bajo las sábanas, puedo imaginar o contar lo que ha sucedido y aun dirigir sus pasos, los de Inés y los suyos, camino del encuentro y del reconocimiento en el andén 20 vacío, como si en este instante los inventara y dibujara su presencia, su deseo y su culpa. Cerró la puerta y no se volvió para mirarme, porque yo se lo había prohibido, sólo vi por última vez su delicado cuello blanco y el inicio del pelo y luego oí sus pasos Que se amortiguaban al alejarse hacia el final del pasillo, donde se detuvieron. Tal vez 25 dejó en el suelo la maleta y se volvió hacia la puerta que acababa de cerrar, yo yo entonces temí y probablemente deseé que no siguiera avanzando, pero en seguida sonaron otra vez los pasos, más lejos, muy hondos ya, en la escalera, y sé que cuando llegó al patio se detuvo de nuevo y alzó los ojos hacia la ventana, pero no quise asomarme, porque ya no era necesario. Basta mi conciencia y la soledad y las palabras 30 que pronuncio en voz baja para guiarla camino de la calle y de la estación donde él no sabe no seguir esperándola. Ya no es preciso escribir para adivinar o inventar las cosas. Él, Minaya, lo ignora, y supongo que alguna vez se rendirá inevitablemente a la superstición de la escritura, porque no conoce el valor del silencio ni de las páginas en blanco. Ahora, mientras espera el tren que al final de esta noche, cuando llegue a 35 Madrid, lo habrá apartado para siempre de Mágina, mira las vías desiertas y las sombras de los olivos más allá de las tapias, pero entre sus ojos y el mundo persiste Inés y la casa donde la conoció, el retrato nupcial de Mariana, el espejo donde se miraba Jacinto Solana mientras escribía un poema lacónicamente titulado Invitación. Como el primer día, cuando apareció en la casa con aquella aciaga* melancolía de huésped recién 40 llegado de los peores trenes de la noche, Minaya, en la estación, todavía contempla la fachada blanca desde el otro lado de la fuente, la alta casa medio velada por la bruma del agua que sube y cae sobre la taza de piedra desbordando el brocal y algunas veces

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llega más alto que las copas redondas de las acacias. Mira la casa y siente tras él otras miradas que van a confluir en ella para dilatar su imagen agregándole la distancia de 45 todos los años transcurridos desde que la levantaron, y ya no sabe si es él mismo quien la está recordando o si ante sus ojos se alza la sedimentada memoria de todos los hombres que la miraron y vivieron en ella desde mucho antes de que naciera él. La percepción indudable, pensará, la amnesia, son dones que sólo poseen del todo los espejos, pero si hubiera un espejo capaz de recordar estaría plantado ante la fachada de 50 esta casa, y sólo él habría percibido la sucesión de lo inmóvil, la fábula encubierta bajo su quietud de balcones cerrados, su persistencia en el tiempo. En las esquinas se encienden al anochecer luces amarillas que no llegan a alumbrar la plaza, tan sólo esculpen en la oscuridad la boca de un callejón, aclaran una mancha de cal o la forma de una reja, sugieren la puerta de una iglesia en cuya hornacina más alta 55 hay un vago San Pedro descabezado por iras de otro tiempo. La iglesia, cerrada desde 1936, y el apóstol sin cabeza que todavía levanta la bendición de una mano amputada, nombran a la plaza, pero es el palacio el que define su anchura, nunca abierta, muy pocas veces enturbiada por los automóviles. El palacio es más antiguo que las acacias y los setos, pero la fuente ya estaba allí cuando lo construyeron, traída de Italia hace 60 cuatro siglos por un duque muy devoto de Miguel Ángel, y también la iglesia y sus gárgolas* renegridas de liquen* que cuando llueve expulsan el agua sobre la calle con un ceño* de vómito. Desde la plaza, tras los árboles, como un viajero casual, Minaya mira la arquitectura de la casa, dudando todavía ante los llamadores de bronce, dos manos doradas que al golpear la madera oscura provocan una resonancia grave y tardía 65 en el patio, bajo la cúpula de cristal. Losas de mármol, recuerda, columnas blancas sosteniendo la galería encristalada, habitaciones con el pavimento de madera donde los pasos sonaban como en la cámara de un buque, aquel día, el único, cuando tenía seis años y lo trajeron a la casa y caminaba sobre el misteriosos suelo entarimado como pisando al fin la materia y las dimensiones del espacio que merecía su imaginación. 70 Antes de aquella tarde, cuando pasaben por la plaza camino de la iglesia de Santa María su madre le apretaba la mano y andaba más de prisa para impedir que se quedara quieto en la acera, atrapado por el deseo de permanecer siempre mirando la casa, imaginando lo que habría detrás de la puerta tan alta y de los balcones y las ventanas redondas del último piso que se encend~ian de noche omo las claraboyas de un submarino. En aquel 75 tiempo Minaya percibía las cosas con una claridad muy parecida al asombro, y andaba siempre inventando entre ellas vínculos de misterio que sin explicarle el mundo se lo habitaban de fábulas o amenazas. Porque advertía la hostilidad de su madre hacia aquella casa nunca le preguntó quién vivía en ella, pero una vez, cuando acompañaba a su padre a una visita, él se detuvo junto a la fuente y con esa ironía triste que era, según 80 supo Minaya muchos años después, su única arma contra la tenacidad del fracaso, le dijo: —¿Ves esa casa tan grande? Pues ahí vive mi primo Manuel, tu tío. Desde entonces, la casa y su mitológico habitante cobraron para él el tamaño heroico de las aventuras del cine. Saber que en ella vivía un hobre inaccesible que era, sin 85 embargo, su tío, procuraba a Minaya un orgullo semejante al que obtenía a veces imaginando que su verdadero padre no era el hombre triste que se dormía cada noche en la mesa después de hacer cuentas interminables en los márgenes del periódico, sino el Coyote o el Capitán Trueno o el Guerrero del Antifaz, alguien vestido de oscuro y casi siempre enmascarado que alguna vez, muy pronto, deseaba Minaya, vendría para 90 recogerlo después de una viaje muy largo y lo devolvería a su verdadera vida y a la dignidad de su nombre. Su padre, el otro, que casi siempre era una sobra o un melancólico impostor, estaba sentado en uno de los sillones rojos de su dormitorio. La luz tenía tonalidades rojas cuando atravesaba las cortinas, y sobre un fondo rosado, en el techo, en la penumbra cálida, se perfilaban como en la cámara oscura pequeñas 95 siluetas invertidas, un niño con un mandil azul, un hombre a caballo, un lengo ciclista, minucioso como el dibujo de un libro, que se deslizaba cabeza abajo hacia un ángulo de la pared esfumándose en ella tras el niño de azul y el tenue jinete que lo precedían.

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Minaya sabía que algo iba a suceder esa misma tarde. Un camión se había parado en la puerta, y una cuadrilla de hombres desconocidos y temibles que olían a sudor andaban 100 sin apuro por las habitaciones, levantando los muebles entre sus brazos desnudos, arrastrando hacia la calle el baúl que contenía los vestidos de su madre, desordenándolo todo, gritándose palabras que él no conocía y que le daban miedo. Colgaron en el alero un garfio y una polea y pasaron por ella una soga a la que iban atando desde el balcón los muebles más queridos, y Minaya, oculto tras una cortina, miraba cómo un armario 105 que le pareció despedazado por aquellos hombres, una mesa de patas curvas sobre la que siempre hubo un perro de escayola, una cama desarmada, la suya, oscilaban sobre la calle como a punto de caer y romperse en astillas entre las carcajadas de los invasores. Para que ningún suplicio le fuese negado aquella tarde, su madre le puso el traje de marinero que sólo sacaba del armario cuando iban a visitar a algún pariente 110 lúgubre*. Por eso se escondía, aparte del miedo que le daban los hombres, porque los niños de la calle, si lo vieran vestido así, con aquel lazo azul sobre el pecho y la esclavina absurda que le recordaba un hábito de monaguillo, se reirían de él con la saña* unánime de su confabulación, porque eran como los hombres que devastaban su casa, sucios, grandes, inexplicables y malvados. 115 Dios nos valga, dijo luego su madre, en el comedor ahora vacío, mirando las paredes desnudas, las manchas de claridad donde estuvieron los cuadros, mordiéndose los labios pintados, y su voz ya no sonaba igual en la casa despojada. Habían cerrado la puerta y lo llevaban de la mano caminando en silencio, y no le contestaron cuando preguntó a dónde iban, pero él, con la inteligencia aguzada por la súbita irrupción del desorden, lo 120 supo antes de que doblaran la esquina de la plaza de San Pedro y se detuvieran ante la puerta con llamadores de bronce que eran manos de mujer. Su padre se ajustó el nudo de la corbata y se irguió dentro del traje de domingo como para recobrar toda su estatura, entonces prodigiosa. «Anda, llama tú», le dijo a su madre, pero ella se negó agriamente a hacerle caso. «Mujer, no querrás que nos vayamos de Mágina sin 125 despedirnos de mi primo.» Columnas blancas, una alta cúpula de vidrios rojos, amarillos, azules, un hombre de pelo gris que no se parecía a los héroes del cine y que lo tomó de la mano para conducirlo a un gran salón de suelo entarimado donde brillaba como luna fría la última claridad de la tarde mientras una gran sombra que tal vez no pertenece a la realidad, 130 sino a las modificaciones de la memoria, iba anegando las paredes sobrenaturalmente cubiertas por todos los libros del mundo. Estuvo primero inmóvil, sentado en el filo de una silla tan alta que sus pies no rozaban el suelo, sobrecogido por el tamaño de todas las cosas, de las estanterías, de los ventanales que daban a la plaza, del vasto espacio sobre su cabeza. Una mujer lenta y enlutada vino para servirles pequeñas tazas 135 humeantes y le ofreció a él algo, un bombón o una galleta, hablándole de usted, cosa que le desconcertó tanto como descubrir que aquella caja tan alta y tan oscura y tapada con un cristal era un reloj. Ellos, sus padres y el hombre a quien habían dado en llamar su tío, hablaban en voz baja, en un tono lejano y neutro que adormecía a Minaya, actuando como un sedante para su excitación y permitiéndole que se recuyera en la 140 secreta delicia de ir mirándolo todo como si estuviera solo en la biblioteca. —Nos vamos a Madrid, Manuel —, dijo su padre—. Y allí borrón y cuenta nueva. En Mágina nohay estímulo para un hombre emprendedor, no hay dinamismo, no hay mercado. Entonces su madre, que estaba junto a él, muy rígida, se cubrió la cara con las manos, y 145 Minaya tardó un poco en entender que ese ruido extraño y seco que hacía era llanto, porque nunca hasta esa tarde la había visto llorar. Fue, por primera vez, el mismo llanto sin lágrimas que aprendió a reconocer y espiar durante muchos años, y que según supo cuando sus padres ya estaban muertos y a salvo de toda desgracia o ruina, revelaba en su madre el rencor obstinado e inútil contra la vida y contra el hombre que siempre 150 estaba a punto de hacerse rico, de encontrar el socio o la oportunidad que también él merecía, de romper el asedio de la mala suerte, de ir a la cárcel, una vez, por una estafa mediocre.

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—Tu abuela Cristina, hijo mío, ella empezó nuestra desgracia, porque si no hubiera cometido la estupidez de enamorarse de mi padre y de renunciar a su familia para 155 casarse con él ahora nosotros viviríamos en ese palacio de mi primo y yo tendría la capital para triunfar en los negocios. Pero a tu abuela le gustaban los versos y el romanticismo, y cuando el infeliz de mi padre, que descanse en paz, Dios me perdone, le dedicó aquellas poesías y le dijo cuatro cursiladas sobre el amor y el crepúsculo, a ella no le importó que fuera un escribiente del Registro Civil, ni que don Apolonio, su 160 padre, tu bisabuelo, la amenazara con desheredarla. Y la desheredó, ya lo creo, como en los folletines, y no volvió a mirarla ni a preguntar por ella durante el resto de su vida, que ya fue poca, por culpa de aquel disgusto, y le buscó la ruina a ella y a mí, y también a ti y a tus hijos si los tienes, porque a ver cómo puedo yo levantar cabeza y darte un porvenir si la mala suerte me ha perseguido desde antes de nacer. 165 —Pero es absurdo que te quejes. Si la abuela Cristina no se hubiera casado con tu padre tú no habrías nacido. —¿Y te parece poco privilegio? Algunos días después del entierro de sus padres, que le dejaron morir algunos retratos de familia y un raro instinto para percibir la cercanía del fracaso, Minaya recibió una 170 carte de pésame de su tío Manuel, escrita con la misma letra muy inclinada y picuda que cuatro años más tarde reconocería en su breve invitación a que pasara en Mágina unas semanas de febrero, ofreciéndole su casa y su biblioteca y toda la ayuda que él pudiera prestarle en su investigación sobre la vida y la obra de Jacinto Solana, ese poeta casi inédito de la generación de la República sobre el que Minaya estaba escribiendo su 175 tesis doctoral. —Mi primo hubiera querido ser inglés —decía su padre—. Toma el té a media tarde y fuma su pipa sentado en un sillón de cuero, y encima es republicano, como si fuera un albañil. Sin atreverse todavía a usar el llamador, Minaya buscaba en el abrigo la carta de su tío 180 como si se tratara de un salvoconducto que le será exigido cuando le abran, cuando de nuevo cruce el portal donde había un zócalo de azulejos y quiera llegar al patio en el que aquella tarde anduvo como perdido, esperando a que salieran sus padres de la biblioteca, porque la criada que le hablaba de usted se lo había llevado de allí cuando empezó el llanto de su madre, poseído por la perdurable fascinación de lor rostros 185 sombríos que lo miraban desde los cuadros de los muros y de la luz y el dibujo como de grandes flores o pájaros que formaban los vidrios de la cúpula. Al principio se limitó a caminar en línea recta de una columna a otra, por que lo complacía el sonido de sus propios pasos metódicos y era como inventar uno de esos juegos que sólo conocía él, pero luego se atrevió a subir sigilosamente los primeros peldaños hacia la galería y su 190 propia iagen en el espejo del rellano lo obligó a deternse, guardián o enemigo simétrico que le prohibiera seguir avanzando hacia las habitaciones más altas o adentrarse en el corredor imaginario que se prolongaba al otro lado del cristal y donde tal vez guarde el olvido varios rostros no exactamente iguales de Mariana, la estampa de Manuel cuando subió tras ella con su uniforme de teniente, la expresión que tuvieron por única vez los 195 ojos de Jacinto Solana en la madrugada del 21 de mayo de 1937, víspera ignorada del crimen, después de ser arrebatado por las caricias y el llanto sobre la hierba del jardín y de decirse que no importaban la culpabilidad ni laguerra en aquella noche en que acceder al sueño hubiera sido una traición a la felicidad. En ese espejo donde Inés ya no volverá a mirarse Minaya sabe que buscará el rastro 200 imposible de un niño vestido de marinero que se detuvo ante él hace veinte años cuando una voz, la de su padre, se ordenó que bajara. Era, en el patio, más alto que se primo, y al ver su chaqueta impecable y sus botas tan limpias y el opulanto ademán con que consultó el reloj cuya cadena dorada le cruzaba el chaleco se hubiera dicho que él era el dueño de aquella casa.«Si yo hubiera tenido tan sólo la mitad de oportunidades que ha 205 tenido mi primo desde que nació», decía, atrapado entre el rencor y la envidia y un inconfesado orgullo de familia, porque al fin y al cabo también él era nieto del hombre que levantó la casa. Hablaba el extravío de Manuel y del letargo en que pareció

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detenerse su vida desde el día en que una bala perdida mató a la mujer con la que acababa de casarse, pero nunca era más envenenada su ironía que cuando recordaba las 210 ideas políticas de su primo y el influjo que había ejercido sobre llas aquel Jacinto Solana que se ganaba la vida n los periódicos izquierdistas de Madrid y que una vez habló en un mitin del Frente Popular en la plaza de toros de Mágina, que fue condenado a muerte después de la guerra y luego indultado y salió de la cárcel para morir del modo que merecía en un tiroteo con la Guardia Civil. Y así, desde que tuvo uso de razón y 215 memoria para recordar las sobremesas en que su padre hacía cábalas sobre negocios insensatos y largas operaciones aritméticas en los márgenes del periódico, renegando de la ingratitud de la fortuna y de la insultante desidia y prosperidad de su primo, Minaya concibió una imagen muy desdibujada y a la vez muy precisa de Manuel que siempre fue inseparable de aquella tarde única de su infancia y de una cierta idea de heroicidad 220 antigua y sosegado retiro. Ahora, cuando Manuel está muerto y su verdadera historia ha suplantado en la imaginación de Minaya el misterio del hombre de pelo gris que perduró en ella durante veinte años, yo quiero invocar no su huida de esta noche, sino el regreso, el instante en que guarda la carta que recibió en Madrid y se dispone a llamar y teme que le abran, pero no sabe que es lo mismo regresar y huir, porque también esta 225 noche, cuando ya se marchaba, ha mirado la fachada blanca y las ventanas circulares del último piso donde hay encendida una luz Que no alumbra a nadie, como si el buque submarino que quiso habitar en su infancia hubiera sido abandonado y navegara sin gobierno por un océano de oscuridad. No volveré nunca, piensa, ensañado en su dolor, en la huida, en el recuerdo de Inés, porque ama la literatura y las despedidas para 230 siempre que sólo ocurren en ella, y sube por los callejones con la cabeza baja, como agrediendo el aire, y sale a la plaza del general Orduña donde hay un taxi que lo llevará a la estación, tal vez el mismo al que subió hace tres meses, cuando vino a Mágina para buscar en casa de Manuel un refugio contra el miedo. Con mucho gusto te ayudaré si me es posible en tus investigaciones sobre Jacinto Solana, que, como ya sabrás, vivió 235 algún tiempo en esta casa, en 1947, cuando salió de la cárcel, le había escrito, pero temo que no hallarás aquí ni un solo rastro de su obra, porque todo lo que escribió antes de morir fue destruido en circunstancias que sin duda tú sabrás imaginar. aciago: infeliz, desgraciado. al.: unheilvoll. gárgola: en fuentes o tejados: canal con un final adornado. al.: Wasserspeier. lúgubre: fúnebre, triste, sombrío. al.: düster. saña: rencor, enojo. al.: Wut, Hass.