antología literaria 1er año
DESCRIPTION
EET1 / Delta de San Fernando Prácticas del Lenguaje Prof. Marisa NegriTRANSCRIPT
1
ANTOLOGIA LITERARIA
PRIMER AÑO
Escuela de Educación Técnica Nro 1 de San Fernando
Prof. Marisa Negri
2
NARRATIVA
Pablo Pino
3
índice
El árbol de lilas (María Teresa Andruetto)
Dos cuentos de Sapo en Buenos Aires (Gustavo Roldán)
La honda de David (Augusto Monterroso)
El maestro (Javier Villafañe)
Los superjuguetes duran todo el verano (Brian W. Aldiss)
Vendrán las lluvias suaves (Ray Bradbury)
4
El árbol de lilas (María Teresa Andruetto)
Para Alberto
UNO
Él se sentó a esperar bajo la sombra de un árbol florecido de lilas.
Ilustración de Liliana Menéndez
Pasó un señor rico y le preguntó: ¿Qué hace sentado bajo este árbol, en vez de trabajar y hacer
dinero?
Y el hombre le contestó:
Espero.
Pasó una mujer hermosa y le preguntó: ¿Qué hace sentado bajo este árbol, en vez de
conquistarme?
Y el hombre le contestó:
Espero.
Pasó un niño y le preguntó: ¿Qué hace Usted, señor, sentado bajo este árbol, en vez de jugar?
Y el hombre le contestó:
Espero.
Pasó la madre y le preguntó: ¿Qué hace este hijo mío, sentado bajo un árbol, en vez de ser
feliz?
Y el hombre le contestó:
Espero.
5
DOS
Ella salió de su casa.
Cruzó la calle, atravesó la plaza y pasó junto al árbol florecido de lilas.
Miró rápidamente al hombre.
Al árbol.
Pero no se detuvo.
Había salido a buscar, y tenía prisa.
El la vio pasar,
alejarse,
volverse pequeña,
desaparecer.
Y se quedó mirando el suelo nevado de lilas.
Ella fue por el mundo a buscar.
Por el mundo entero.
En el Este había un hombre con las manos de seda.
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
Lo siento, pero no,
dijo el hombre con las manos de seda.
Y se marchó.
En el Norte había un hombre con los ojos de agua.
6
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
No lo creo, me voy,
dijo el hombre con los ojos de agua.
Y se marchó.
En el Oeste había un hombre con los pies de alas.
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
Te esperaba hace tiempo, ahora no,
dijo el hombre con los pies de alas.
Y se marchó.
En el Sur había un hombre con la voz quebrada.
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
No, no soy yo,
dijo el hombre con la voz quebrada.
Y se marchó.
7
TRES
Ella siguió por el mundo buscando, por el mundo entero.
Una tarde, subiendo una cuesta, encontró a una gitana.
La gitana la miró y le dijo:
El que buscas espera, bajo un árbol, en una plaza.
Ella recordó al hombre con los ojos de agua, al que tenía las manos de seda, al de los pies de
alas y al que tenía la voz quebrada.
Y después se acordó de una plaza, de un árbol que tenía flores lilas, y del hombre que estaba
sentado a su sombra.
Entonces se volvió sobre sus pasos, bajó la cuesta, y atravesó el mundo. El mundo entero.
Llegó a su pueblo, cruzó la plaza, caminó hasta el árbol y le preguntó al hombre que estaba
sentado a su sombra:
¿Qué hacés aquí, sentado bajo este árbol?
Y el hombre dijo con la voz quebrada:
Te espero.
Después él levantó la cabeza y ella vio que tenía los ojos de agua,
la acarició y ella supo que tenía las manos de seda,
la llevó a volar y ella supo que tenía también los pies de alas.
8
María Teresa Andruetto nació el 26 de enero de 1954 en Arroyo Cabral, hija de un partisano
piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses afincados en la
llanura. Se crió en Oliva, en el corazón de la Córdoba cerealera, un pueblo marcado por la
existencia de un asilo de enfermos mentales que, en tiempos de su infancia, era considerado el
más grande de Sudamérica. En los años setenta estudió Letras en la Universidad Nacional de
Córdoba. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la
dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes.
Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así
como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa, acompañó procesos
de escritura con niños, adolescentes, jóvenes en riesgo social y adultos en programas oficiales e
instituciones privadas, dentro y fuera de la institución escolar, y ejerció la docencia en los niveles
medio y terciario. Coordinó ateneos de discusión y colecciones de libros para niños y jóvenes.
En 1992 su novela Tama obtuvo el Premio Municipal Luis de Tejeda y a partir de esa circunstancia
comenzó a publicar la escritura que tenía acumulada. Publicó las novelas Tama (Alción 2003),
Stefano (Sudamericana, 1998), Veladuras (Norma, 2005), La Mujer en Cuestión (DeBolsillo 2009) y
Lengua Madre (Mondadori,2010), el libro de cuentos Todo Movimiento es Cacería ( Alción, 2002),
los libros de poemas Palabras al rescoldo ( Argos, 1993), Pavese y otros poemas (Argos, 1998),
Kodak (Argos, 2001), Beatriz ( Argos, 2005), Pavese/Kodak (Ediciones del dock, 2008), Sueño
Americano (Caballo negro editora, 2009) y Tendedero (CILC, 2009), la obra de teatro Enero
(Ferreyra editor, 2005) y numerosos libros para niños y jóvenes, entre otros El anillo encantado
(Sudamericana, 1993), Huellas en la arena (Sudamericana,1998), La mujer vampiro (Sudamericana,
2000), Benjamino (Sudamericana, 2003), Trenes (Alfaguara, 2007), El país de Juan (Anaya,
2003/Aique 2010), Campeón (Calibroscopio, 2009), El árbol de lilas (Comunicarte, 2006), Agua
cero (Comunicarte, 2007) y El incendio (El Eclipse, 2008). Tiene dos hijas y vive con su marido en
un paraje de las sierras cordobesas.
9
De Sapo en Buenos Aires (Gustavo Roldán)
UNA PIEDRA MUY GRANDE
Esa tarde la lluvia caía y caía y un olor a tierra mojada llenaba el monte.
¡Eh, don sapo! -gritó el piojo desde debajo de la panza del ñandú-. ¡Aquí no nos moja la lluvia!
¡Qué oportunidad para que nos cuente un cuento!
- ¡Un cuento de Buenos Aires, don sapo! ¡Cuéntenos más de Buenos Aires! –pidió la garza blanca.
- ¡Eso, don sapo! –dijo el quirquincho-. ¿Qué les gusta a los que viven allá? ¿Tienen buena tierra?
¿Les gusta el olor de la tierra mojada?
- Son raros, no tienen tierra a mano, los pobres.
- ¿Cómo?
- ¿Qué no tienen tierra?
- ¡No puede ser, don sapo!
- ¡No nos hagas bromas, don sapo! ¡Cómo no van a tener tierra!
- Ya les explico. Tienen que pensar que allá las cosas son diferentes.
- Sí, pero no puedo creer que no tengan tierra.
- Y sin embargo es así. Todo todo es como una piedra muy grande y chata.
- ¿Una piedra muy grande?
- Sí. Tapa todo el suelo.
- ¿Tienen el suelo forrado?
- Sí, pero en el fondo se ve que la tierra les gusta, porque vuelta a vuelta la rompen y hacen
grandes pozos, y ahí, debajo de la piedra, tienen tierra.
- ¿Y qué hacen con esa tierra?
- La sacan afuera, la tienen algunos días amontonada y después la vuelven a meter al pozo y la
vuelven a tapar con la piedra.
10
- ¿Y siempre hacen eso?
- Todos los días. Cuando tapan un pozo se van un poco más allá y cavan otro pozo.
- ¿Y después lo tapan otra vez?
- Claro, pero otro poco más allá vuelven a cavar otro pozo.
- ¿Y así toda la vida?
- Parece.
- ¡Pero no tiene sentido, don sapo!
- Mire m’hijo, no se apure a juzgar. Se ve que a ellos les gusta hacerlo, y bueno. Lo que les aseguro
es que cavan y cavan y rompen las piedras todo el día.
- Bueno, don sapo, pero lo que no entiendo es por qué no dejan toda esa tierra afuera del pozo y
listo. La tienen a mano para toda la vida.
- Es que allá tienen muchas leyes, y parece que la ley dice que tiene que ser así.
- Bueno, unos cavan y cavan. ¿Y qué hacen los otros?
- Se paran y miran dentro del pozo. Se paran y miran. Por eso digo que les gusta la tierra.
- ¡Pobres! ¡Qué mala suerte tener esa piedra arriba! ¡El trabajo que les cuesta!
- Y bueno, amigo piojo, son cosas de la vida. No a todos nos toca la suerte de vivir en el monte.
11
Una cara muy fea
El piojo daba vueltas y vueltas y pegaba grandes saltos mortales arriba de la cabeza del ñandú.
-Eh, compadre, ¿qué le anda pasando? Me está haciendo un revoltijo en las plumas.
-Es que estoy ordenando mis ideas, pero ya están a punto. Mire, ahí llega don sapo para resolver
mis dudas.
-Lo escucho y contesto como contestador automático. ¿Qué dudas anda teniendo amigo piojo?
-Don sapo, lo que no me puedo imaginar es cómo son esas gentes. ¿Son lindos? ¿Son feos?
-Feos, m’hijo. Muy feos.
-Eh, don sapo, usted siempre dice que no hay que andar criticando, y ahora nos viene con eso…
-Es que no lo digo yo. Es la opinión de ellos mismos.
-¿Dicen que son feos?
-No es que lo digan, pero siempre se andan tapando el cuerpo con trapos de colores. Apenas se
dejan sin tapar la cara. Y si se esconden tanto, no debe ser porque se sientan lindos…
-¿Todo el cuerpo tapado? ¿Aunque haga calor?
-Todito, m’hijo. Todo tapado. Y lo peor, tienen que trabajar toda la vida para comprar esos trapos.
-¿Trabajar toda la vida? –dijo el monito sorprendido-.¿Tantos tienen que comprar?
-Muchos. No, muchos no, muchísimos. Compran unos para trabajar, otros para pasear, algunos
para usar de día, otros de noche. Unos para los días comunes, otros para los días de fiesta…
-¡Están todos locos!
-No diga eso m’hijo. Si así están contentos…
-Bueno, estarán contentos, pero cómo se deben sentir de feos para hacer todo eso.
-Don sapo –dijo la garza blanca-, ¿y la cara? Porque usted dijo que en lacara no se ponen trapos.
-No, ahí no.
-Entonces no se ven tan fea la cara.
12
-No crea m’hija, no crea. No se ponen trapos, pero ni le cuento lo que hacen, en especial las
mujeres: ¡Se pintan de todos los colores!
-¡Eh, don sapo!, ¿no nos está haciendo un cuento? –dijo el piojo.
-¿Un cuento? ¿Una mentira? ¿Yo? ¿Me creen capaz de andar inventando historias? No, m’hijo,
todo lo que digo es cierto. Se pintan la boca, los cachetes, los ojos; de rojo, de verde, de azul, de
negro, de cualquier color.
-¿Se pintan toda la cara?
-Toda, y de varios colores a la vez.
-¿Hasta las orejas?
-No, las orejas es lo único que no se pintan.
-Ah, bueno, por lo menos se ven lindas las orejas.
-Yo no dije eso. Dije que no se pintan.
-Por eso, será porque no se las ven tan feas.
-Es que hay otras cosas. No se pintan pero se hacen un agujero y se cuelgan piedritas de colores.
-Don sapo –dijo con un poco de timidez el monito-, usted sabe que nosotros le creemos todo lo
que nos cuenta, pero eso de que alguien se haga un agujero en la oreja y se cuelgue piedritas de
colores… No, don sapo, eso no puede ser cierto.
-Mire m’hijo, sé que algunos dicen que soy un sapo mentiroso, a lo mejor por alguna mentirita que
dije cuando chico, pero ahora estoy hablando enserio. Y el sapo se fue silbando a pegar una
zambullida en el río.
Los bichos se quedaron un rato callados, pensando. Después el mono dijo:
-¡Añamembuí! ¡Qué lindo miente don sapo!
-Cierto, -dijo el tapir-, un poco más y me hace creer que en Buenos Aires se agujerean las orejas y
se cuelgan piedritas de colores…
-Y bueno –dijo el piojo-, aunque mentiroso, habría que darle un premio por la imaginación que
tiene. ¡Pero miren si uno va a creer todas esas cosas!
13
Gustavo Roldán (nació el 16 de agosto de 1935 en Sáenz Peña, provincia de Chaco - falleció el 3 de
abril de 2012 en Buenos Aires) .1 fue un escritor argentino.
Centró su trabajo como director de colecciones de libros para niños; coordinador de talleres
literarios de escritura y reflexión; de grupos de trabajo sobre literatura infantil; de talleres y
encuentros con niños en escuelas y bibliotecas en su país. Además se desempeñó en medios
gráficos, como las revistas infantiles Humi y Billiken.
Se licenció en Letras Modernas de la Facultad de Filosofía y Humanidades, en la Universidad
Nacional de Córdoba. Colaboró en las revistas infantiles Humi y Billiken.
Junto a su esposa, la también escritora de libros infantiles Laura Devetach, fueron defensores de la
literatura infantil como literatura en si misma, despojada de intenciones moralizantes:
Hay demasiados educadores –los padres, la policía, la escuela y las iglesias–; la función de la
literatura es cualquier cosa menos esa. Que de paso también educa, sí, pero esa no es su función.1
Según declara en su autobiografía, "aspiro a escribir textos donde la cantidad de años que tenga el
lector no sea más que un accidente como el verano o la lluvia o el frío."
Fue ganador con el Primer Premio Concurso Internacional de Cuentos para Niños, el Premio
Periquillo (México), el Tercer Premio Nacional de Literatura y el Premio del Fondo Nacional de las
Artes.
14
La honda de David (Augusto Monterroso)
Había una vez un niño llamado David N., cuya puntería y habilidad en el manejo de la resortera
despertaba tanta envidia y admiración en sus amigos de la vecindad y de la escuela, que veían en
él -y así lo comentaban entre ellos cuando sus padres no podían escucharlos- un nuevo David.
Pasó el tiempo
Cansado del tedioso tiro al blanco que practicaba disparando sus guijarros contra latas vacías o
pedazos de botella, David descubrió que era mucho más divertido ejercer contra los pájaros la
habilidad con que Dios lo había dotado, de modo que de ahí en adelante la emprendió con todos
los que se ponían a su alcance, en especial contra Pardillos, Alondras, Ruiseñores y Jilgueros, cuyos
cuerpecitos sangrantes caían suavemente sobre la hierba, con el corazón agitado aún por el susto
y la violencia de la pedrada.
David corría jubiloso hacia ellos y los enterraba cristianamente.
Cuando los padres de David se enteraron de esta costumbre de su buen hijo se alarmaron mucho,
le dijeron que qué era aquello, y afearon su conducta en términos tan ásperos y convincentes que,
con lágrimas en los ojos, él reconoció su culpa, se arrepintió sincero y durante mucho tiempo se
aplicó a disparar exclusivamente sobre los otros niños.
Dedicado años después a la milicia, en la Segunda Guerra Mundial David fue ascendido a general y
condecorado con las cruces más altas por matar él solo a treinta y seis hombres, y más tarde
degradado y fusilado por dejar escapar con vida una Paloma mensajera del enemigo.
15
Augusto Monterroso
(Tegucigalpa, Honduras, 1921 - Ciudad de México, 2003) Escritor guatemalteco, uno de los autores
latinoamericanos más reconocidos a nivel internacional. Aunque nacido en Honduras, Augusto
Monterroso era hijo de padre guatemalteco y optó por esta nacionalidad al llegar a su mayoría de
edad. Participó en la lucha popular que derrocó a la dictadura de Jorge Ubico y posteriormente
hubo de exiliarse. Con un paréntesis en Guatemala y algún destino diplomático, vivió desde 1944
en México, donde trabajó en la UNAM y, como traductor, en el Fondo de Cultura Económica.
De formación autodidacta, desde muy joven alternó la lectura de los clásicos de las lenguas
española e inglesa con trabajos que le servían para contribuir al sostenimiento de su familia. Fue
cofundador de la revista literaria Acento y se le ubica como integrante de la Generación del 40.
Escritor de fama internacional, mereció importantes galardones y reconocimientos, como el
premio nacional de cuento Saker-Ti (Guatemala, 1952), el premio de literatura Magda Donato
(México, 1970), el Xavier Villaurrutia (México, 1975), la Orden del Águila Azteca (México, 1988), el
premio literario del Instituto Ítalo-Latinoamericano (Roma, 1993), el Premio Nacional de Literatura
Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1997), el Príncipe de Asturias (España, 2000) y el Juan Rulfo
(México, 2000).
16
El maestro (Javier Villafañe)
El primer día de clase había treinta y cinco alumnos en el aula.
El maestro era un hombre gordo, muy gordo. Pasó lista mientras iba diciendo los nombres, los
alumnos se ponían de pie y él los miraba. Los pesaba con los ojos.
Una mañana el maestro les dijo a los alumnos:
—Tenemos que hacer una huerta en la escuela y sembrar semillas de lechuga, porque la lechuga
es muy rica para comerla en ensalada.
Los alumnos, en el fondo de la escuela, puntearon la tierra, sembraron semilla de lechuga y
después regaron la tierra.
—Pronto vamos a tener ensalada, dijo el maestro y preguntó: ¿a ustedes les gusta la ensalada?
Treinta y cinco voces respondieron al mismo tiempo: —Síiiiiiii...
—Muy bien —dijo el maestro.
Al día siguiente el maestro escribió en el pizarrón la letra A, la letra B, la letra C. Escribió todo el
abecedario. Y los niños escribieron en el cuaderno desde la A, hasta la Z. Después, el maestro
escribió en el pizarrón: uno más uno, igual a dos. Y los alumnos escribieron en el cuaderno: uno
más uno, igual a dos. Los alumnos, todas las mañanas, después de izar la bandera y cantar el
himno, regaban la huerta.
Una mañana el maestro sacó del portafolios un cuchillo y una piedra de afilar. Afiló el cuchillo en la
piedra y mostró a los alumnos el cuchillo afilado.
—Cu-chi-llo —dijo, y agregó—: C de cielo, U de un, CH de chicha, LL de llanto, O de orar.
En la huerta habían crecido plantas de lechuga. Sobre el pupitre del maestro había sal, pimienta,
vinagre y aceite.
Al día siguiente, cuando el maestro pasó lista, había treinta y cuatro alumnos en el aula. Al otro día
treinta y tres, al otro día treinta y dos. Hasta que quedó solo un alumno en el aula. Era muy flaco,
pálido, con las orejas transparentes.
Una mañana llegó un inspector. Era un hombre con sombrero y bigotes. El maestro le sacó el
sombrero, le afeitó los bigotes y se lo comió. Por suerte quedaba una planta de lechuga en la
huerta.
17
Javier Villafañe
Nació en Buenos Aires el 24 de junio de 1909. Fue poeta, escritor y, desde muy pequeño, titiritero.
Con su carreta La Andariega viajó por Argentina y varios países americanos realizando funciones
de títeres. En 1967, su libro Don Juan el Zorro es objetado y retirado de circulación por la dictadura
militar imperante en Argentina.
Villafañe decidió entonces abandonar el país y radicarse en Venezuela donde, trabajando para la
Universidad de Los Andes, fundó un Taller de Títeres para formar artistas de esa disciplina.
En 1978, con el auspicio del gobierno venezolano, repitió su experiencia trashumante en el Viejo
Continente: con un teatro ambulante recorrió el camino de Don Quijote a través de La Mancha, en
España.
En 1984 retornó a la Argentina. Fue autor, entre muchos otros libros, de Los sueños del sapo
(Hachette), Historias de pájaros (Emecé), Circulen, caballeros, circulen (Hachette), Cuentos y
títeres (Colihue), El caballo celoso (Espasa-Calpe), El hombre que quería adivinarle la edad al diablo
(Sudamericana), El Gallo Pinto (Hachette) y Maese Trotamundos por el camino de Don Quijote
(Seix Barral).
El primer día de abril 1996, a los 86 años, falleció en Buenos Aires.
18
LOS SUPERJUGUETES DURAN TODO EL VERANO (Brian W. Aldiss)
En el jardín de la señora Swinton siempre era verano. Estaba rodeado de hermosos almendros,
perpetuamente en flor. Monica Swinton cortó una rosa color azafrán, y la enseñó a David.
—¿A que es bonita? David la miró y sonrió sin contestar. Se apoderó de la flor, atravesó corriendo
el jardín y desapareció tras la perrera donde acechaba el robosegador, preparado para cortar,
barrer o rodar cuando llegara el momento. Monica se había quedado sola en el impecable sendero
de grava plastificada.
Cuando tomó la decisión de seguir al niño, le encontró en el patio, y la rosa flotaba en el estanque.
David se había metido en el agua, todavía calzado con las sandalias.
—David, cariño, ¿por qué has de portarte tan mal? Ve enseguida a cambiarte los zapatos y los
calcetines.
El niño entró en la casa sin protestar, su cabeza morena oscilando a la altura de la cintura de su
madre. A la edad de tres años, no mostró el menor temor al secador ultrasónico de la cocina. Sin
embargo, antes de que su madre pudiera localizar un par de zapatillas, se zafó de ella y
desapareció en el silencio de la casa.
Estaría buscando a Teddy. Monica Swinton, veintinueve años, de figura grácil y ojos centelleantes,
fue a sentarse en la sala de estar y acomodó sus miembros con elegancia. Empezó por sentarse y
pensar. Al cabo de poco, sólo estaba sentada. El tiempo se le reclinaba en el hombro con la pereza
maníaca reservada a los niños, los locos y las esposas cuyos maridos están lejos de casa,
mejorando el mundo. Casi por reflejo, extendió la mano y cambió la longitud de onda de las
ventanas. El jardín se desvaneció. En su lugar, apareció el centro de la ciudad junto a su mano
izquierda, abarrotado de gente, botes neumáticos y edificios, pero mantuvo el sonido al mínimo.
Continuó sola. Un mundo superpoblado es el lugar ideal para estar solo.
Los directores de Synthank estaban disfrutando de un gran banquete para celebrar el lanzamiento
de su nuevo producto. Algunos utilizaban máscaras faciales de plástico, muy populares en aquel
momento. Todos eran elegantemente delgados, pese a la abundante comida y bebida que estaban
trasegando. Todas sus esposas eran elegantemente delgadas, pese a la abundante comida y
bebida que también estaban trasegando. Una generación anterior y menos sofisticada les habría
considerado gente hermosa, aparte de sus ojos.
Henry Swinton, director gerente de Synthank, estaba a punto de pronunciar un discurso.
—Siento que tu mujer no haya podido venir para oírte —dijo su vecino.
19
—Monica prefiere quedarse en casa, absorta en hermosos pensamientos —contestó Swinton sin
abandonar su sonrisa.
—No cabe duda de que una mujer tan hermosa ha de alumbrar hermosos pensamientos —dijo el
vecino.
Aleja tu mente de mi esposa, bastardo, pensó Swinton, siempre sonriente.
Se levantó entre aplausos para pronunciar el discurso. Después de un par de bromas, dijo: —El día
de hoy representa un auténtico avance para la empresa. Han pasado casi diez años desde que
lanzamos al mercado nuestras primeras formas de vida sintética. Todos sabéis el éxito que han
alcanzado, en particular los dinosaurios en miniatura. Pero ninguna de ellas poseía inteligencia.
»Parece una paradoja que en este momento de la historia seamos capaces de crear vida pero no
inteligencia. Nuestra primera línea de venta, la Cinta CrossweIl, es la más vendida, y la más
estúpida.
Todo el mundo rió.
–Aunque las tres cuartas partes de nuestro mundo superpoblado mueren de hambre, nosotros
somos afortunados de tener más que nadie, gracias al control de natalidad. Nuestro problema es
la obesidad, no la malnutrición. Supongo que no hay nadie en esta mesa que no tenga una
Crosswell en el intestino delgado, un parásito cibernético perfectamente inofensivo que permite a
su anfitrión comer hasta un cincuenta por ciento más, y sin embargo mantener la figura. ¿No es
así?
Asentimientos generales.
–Nuestros dinosaurios en miniatura son casi igualmente estúpidos. Hoy lanzamos una forma de
vida sintética inteligente: un criado de tamaño natural. No sólo posee inteligencia, sino una
cantidad controlada de inteligencia. Creemos que la gente tendría miedo de un ser con cerebro
humano. Nuestro criado lleva un pequeño ordenador en el cerebro.
»Se han lanzado al mercado seres mecánicos con miniordenadores en lugar de cerebro, objetos de
plástico sin vida, superjuguetes…, pero por fin hemos descubierto una forma de insertar circuitos
informáticos en carne sintética.
David estaba sentado junto a la larga ventana de su cuarto, forcejeando con lápiz y papel. Por fin,
dejó de escribir e hizo rodar el lápiz arriba y abajo por el sobre inclinado del escritorio.
—¡Teddy! —dijo. El oso saltó de la cama, se acercó con paso rígido y agarró la pierna del niño.
David lo levantó y sentó sobre el escritorio.
—¡Teddy, no sé qué decir!
—¿Qué has dicho hasta el momento?
20
—He dicho… —Cogió su carta y la miró fijamente—. He dicho: «Querida mamá, espero que te
encuentres bien. Te quiero…»
Se hizo un largo silencio, hasta que el oso dijo:
—Suena bien. Baja y dásela.
Otro largo silencio.
—No acaba de convencerme. Ella no lo entenderá.
Dentro del oso, un pequeño ordenador activó su programa de posibilidades.
—¿Por qué no lo repites a lápiz?
David estaba mirando por la ventana.
—¿Sabes lo que estaba pensando, Teddy? ¿Cómo diferencias las cosas reales de las que no lo son?
El oso repasó sus alternativas.
—Las cosas reales son buenas.
—Me pregunto si el tiempo es bueno. Creo que a mamá no le gusta mucho el tiempo. El otro día,
hace muchísimos días, dijo que el tiempo se le escapaba. ¿El tiempo es real, Teddy?
—Los relojes miden el tiempo. Los relojes son reales. Mamá tiene relojes, de modo que deben
gustarle. Lleva un reloj en la muñeca, junto con el dial.
David había empezado a dibujar un jumbo en el reverso de su carta.
—Tú y yo somos reales, ¿verdad, Teddy?
Los ojos del oso contemplaron al niño sin pestañear.
—Tú y yo somos reales, David.
Estaba especializado en dar consuelo.
Monica paseaba sin prisas por la casa. Ya faltaba poco para sintonizar el correo de la tarde. Marcó
el número de la central de correos en el dial de la muñeca, pero no apareció nada. Unos minutos
más.
Podía proseguir su cuadro. O llamar a sus amigas. O esperar a que Henry llegara a casa. O subir a
jugar con David…
Salió al vestíbulo y se acercó al pie de la escalera.
—¡David!
21
No hubo respuesta. Llamó otra vez, y una tercera.
—¡Teddy! —llamó, en un tono más perentorio.
—Sí, mamá.
Al cabo de un momento, la cabeza de pelaje dorado de Teddy apareció en el rellano de la escalera.
—¿Está David en su habitación, Teddy?
—David ha salido al jardín, mamá.
—¡Baja, Teddy!
Monica permaneció inmóvil, contemplando bajar peldaño a peldaño a la figurita peluda sobre sus
extremidades achaparradas. Cuando llegó al vestíbulo, lo cogió y transportó hasta la sala de estar.
Yacía quieto en sus brazos, con la mirada fija en ella. Apenas notaba la vibración del motor.
—Quédate ahí, Teddy. Quiero hablar contigo.
Lo dejó sobre la mesa, y el osito obedeció, con los brazos extendidos en el gesto eterno del abrazo.
—Teddy, ¿te ordenó David decirme que había salido al jardín?
Los circuitos del cerebro del oso eran demasiado sencillos para cualquier artificio.
—Sí, mamá.
—Luego me has mentido.
—Sí, mamá.
—¡Deja de llamarme mamá! ¿Por qué me esquiva David? No tendrá miedo de mí, ¿verdad?
—No. Él te quiere.
—¿Por qué no podemos comunicarnos?
—David está arriba.
La respuesta la dejó sin habla. ¿Para qué perder el tiempo hablando con esa máquina? ¿Por qué
no subir, tomar a David en sus brazos y hablar con él, como haría cualquier madre con su hijo
adorado? Oyó el peso del silencio que reinaba en la casa, pero pesaba de un modo diferente en
cada habitación. En el rellano del primer piso, algo se movía con sigilo: David, que intentaba huir
de ella…
Se acercaba el final del discurso. Los invitados estaban atentos, y también la prensa, alineada a lo
largo de dos paredes del salón de banquetes, grabando las palabras de Henry y fotografiándole de
vez en cuando.
22
—Nuestro criado será, en muchos sentidos, un producto de ordenador. Sin ordenadores, jamás
habríamos podido dominar las complejidades bioquímicas de la carne sintética. Este criado será
también una extensión del ordenador, pues contendrá un ordenador en la cabeza, un ordenador
microminiaturizado capaz de afrontar casi cualquier situación que pueda surgir en el hogar. Con
reservas, por supuesto.
Risas. Muchos de los presentes conocían el acalorado debate que había tenido lugar en el seno de
la junta de Synthank, antes de que se hubiera tomado la decisión de que el criado, bajo el
impecable uniforme, fuera un ser neutro.
—Entre todos los triunfos de nuestra civilización, sí, y entre los espantosos problemas de
superpoblación, es triste recordar a los muchos millones de personas que sufren cada día más de
soledad y aislamiento. Nuestro criado será de gran ayuda para ellas. Siempre contestará, y no
puede aburrirle ni la conversación más insípida.
»Para el futuro, proyectaremos más modelos, masculinos y femeninos, algunos sin las limitaciones
de éste, os lo prometo, de un diseño más avanzado, verdaderos seres bioeléctricos.
»No sólo poseerán sus propios ordenadores, capaces de programación individual: estarán
conectados con la Red Mundial de Datos. De esta forma, todo el mundo podrá disfrutar del
equivalente de un Einstein en sus hogares. El aislamiento personal será erradicado para siempre.
Se sentó, arropado por una salva de aplausos entusiastas. Hasta el criado sintético, sentado a la
mesa con un traje poco ostentoso, aplaudió con fervor.
David rodeó con sigilo una esquina de la casa, arrastrando su bolsa. Trepó al banco ornamental
situado bajo la ventana del vestíbulo y echó un vistazo al interior. Su madre estaba de pie en mitad
de la sala. La miró, fascinado. Tenía el rostro inexpresivo. Tal falta de expresión le asustó. No se
movió; ella no se movió. Era como si el tiempo se hubiera detenido, tanto dentro corno en el
jardín. Teddy paseó la vista en torno, le vio, saltó de la mesa y se acercó a la ventana. Forcejeó con
su garra y consiguió abrirla.
Ambos se miraron.
—No soy bueno, Teddy. ¡Huyamos!
—Eres un niño muy bueno. Tu mamá te quiere.
David negó lentamente con la cabeza.
—Si me quiere, ¿por qué no puedo hablar con ella?
—No seas tonto, David. Mamá se siente sola. Por eso te tiene a ti.
—Tiene a papá. Yo no tengo a nadie, excepto a ti, y me siento solo.
23
Teddy le dio una palmada cariñosa en la cabeza.
—Si tan mal te sientes, sería mejor que volvieras al psiquiatra.
—Odio a ese viejo psiquiatra. Con él tengo la sensación de no ser real.
Empezó a correr entre la hierba. El oso saltó de la ventana y le siguió con la máxima rapidez que le
permitían sus patas achaparradas.
Monica Swinton estaba en el cuarto de los juguetes. Llamó a su hijo una vez y permaneció inmóvil,
indecisa. Todo era silencio.
Lápices esparcidos sobre el escritorio. Obedeciendo a un repentino impulso, se acercó al escritorio
y lo abrió. Dentro había docenas de hojas de papel. Muchas estaban escritas a lápiz con la torpe
caligrafía de David, cada letra de un color distinto a la anterior. Ninguno de los mensajes estaba
terminado.
MI QUERIDA MAMÁ, CÓMO ESTÁS, ME QUIERES TANTO QUERIDA MAMÁ, TE QUIERO Y TAMBIÉN
A PAPÁ Y EL SOL ESTÁ BRILLANDO
QUERIDíSIMA MAMÁ, TEDDY ME ESTÁ AYUDANDO A ESCRIBIRTE. TE QUIERO Y TAMBIÉN A TEDDY
QUERIDA MAMÁ, SOY TU ÚNICO HIJO Y TE QUIERO TANTO QUE A VECES
QUERIDA MAMÁ, TÚ ERES DE VERDAD MI MAMÁ Y ODIO A TEDDY
QUERIDA MAMÁ, ADIVINA CUÁNTO TE QUIERO QUERIDA MAMÁ, SOY TU HIJITO NO TEDDY Y TE
QUIERO PERO TEDDY
QUERIDA MAMÁ, ESTA CARTA ES SÓLO PARA TI PARA DECIRTE CUANTÍSIMO…
Monica dejó caer las hojas de papel y estalló en lágrimas. Con sus alegres e inadecuados colores,
las cartas revolotearon y se posaron en el suelo.
24
Henry Swinton cogió el expreso de vuelta a casa, de muy buen humor, y de vez en cuando dirigió
la palabra al criado sintético que se llevaba a casa. El criado contestaba con educación y precisión,
aunque sus respuestas no siempre eran adecuadas según los criterios humanos.
Los Swinton vivían en uno de los barrios más lujosos de la ciudad, a medio kilómetro sobre el nivel
del suelo. Encerrado entre otros apartamentos, el suyo carecía de ventanas al exterior, pues nadie
quería ver el mundo exterior superpoblado. Henry abrió la puerta con el escáner retiniano y entró,
seguido del criado.
Al instante, Henry se encontró rodeado por la confortadora ilusión de jardines sumergidos en un
verano eterno. Era asombroso lo que Todograma podía hacer para crear inmensos espejismos en
un espacio reducido. Detrás de las rosas y las glicinas se alzaba su casa. El engaño era completo:
una mansión georgiana parecía darle la bienvenida.
—¿Te gusta? —preguntó al criado.
—Las rosas tienen parásitos a veces.
—Estas rosas están garantizadas contra toda imperfección.
—Siempre es aconsejable comprar productos garantizados, aunque sean un poco más caros.
—Gracias por la información —dijo Henry con sequedad. Las formas de vida sintéticas tenían
menos de diez años, y los antiguos androides mecánicos menos de dieciséis. Aún estaban
eliminando los fallos de sus sistemas, año tras año.
Abrió la puerta y llamó a Monica. Su esposa salió de la sala de estar al instante y le echó los brazos
al cuello, le besó con pasión en las mejillas y los labios. Henry se quedó asombrado.
Apartó la cabeza para mirarle la cara y vio que parecía irradiar luz y belleza. Hacía meses que no la
veía tan entusiasmada. La abrazó con más fuerza.
—¿Qué ha pasado, cariño?
—Henry, Henry… Oh, querido. Estaba tan desesperada… Pero sintonicé el correo de la tarde y…
¡No te lo vas a creer! ¡Es maravilloso!
—Por el amor de Dios, mujer, ¿qué es maravilloso?
Vislumbró el encabezamiento de la fotostática que ella sujetaba, recién salida del receptor mural y
todavía húmeda: Ministerio de la Población. Sintió que el color abandonaba su semblante a causa
de la sorpresa y la esperanza.
—Monica… Oh… ¡No me digas que ha salido nuestro número!
—Sí, querido, hemos ganado la lotería de paternidad de esta semana. ¡Podemos concebir un hijo
ahora mismo!
25
Henry lanzó un grito de júbilo. Bailaron por la sala. La presión demográfica era tan enorme que la
reproducción era controlada estrictamente. Se requería un permiso del gobierno para tener hijos.
Habían esperado cuatro años a que llegara aquel momento. Proclamaron a los cuatro vientos su
alegria.
Pararon por fin, jadeantes, y se quedaron en el centro de la sala, riendo de la mutua felicidad.
Cuando había bajado del cuarto de los juguetes, Monica había desoscurecido las ventanas, de
modo que ahora exhibían la perspectiva del jardín. El sol artificial teñía de oro el césped… y David
y Teddy les estaban mirando a través de la ventana.
Al ver sus caras, Henry y su mujer se pusieron serios.
—¿Qué haremos con ellos? —preguntó Henry.
—Teddy no causa problemas. Funciona bien.
—¿David funciona mal?
—Su centro de comunicación verbal todavía le causa problemas. Creo que tendrá que volver a la
fábrica.
—De acuerdo. Veremos cómo funciona antes de que nazca el niño. Lo cual me recuerda… Tengo
una sorpresa para ti. ¡Ayuda en el momento necesario! Ven al vestíbulo, te enseñaré lo que he
traído.
Mientras los dos adultos desaparecían de la sala, el niño y el oso se sentaron bajo las rosas.
—Teddy… Supongo que papá y mamá son reales, ¿verdad?
—Haces unas preguntas muy tontas, David —contestó Teddy—. Nadie sabe lo que significa «real».
Entremos.
—Antes voy a coger otra rosa.
Arrancó una flor brillante y se la llevó a la casa. Podría dejarla sobre la almohada cuando fuera a
dormir. Su belleza y suavidad le recordaban a mamá.
26
Brian Aldiss nació el 18 de agosto de 1925 en Norfolk, Inglaterra. Tras terminar sus estudios es
llamado a filas por el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial. Cuatro años más tarde
pudo dejar la vida militar, y halló trabajo como librero, mientras empezaba a escribir relatos y
poco a poco iba interesando al público gracias a su participación en varias revistas y al ganar el
primer premio del popular certamen de cuentos del periódico The Observer. En 1948 se casó con
Olive Fortescue, de la que se divorció en 1965 para casarse con Margaret Manson. Su primer libro
publicado, The Brightfount Diaries, apareció en 1955, el mismo año en que nació su primer hijo,
Clive. A partir de dicha publicación surgieron cada vez más relatos y novelas de su pluma,
especialmente de ciencia ficción. Fue uno de los mayores propulsores de la nueva ola de dicho
género, que abogaba más por un interés artístico y narrativo que por el tecnológico y simplista de
las novelas pulp. Abandonó su oficio de librero para dedicarse por completo a la escritura y al
periodismo literario. En 1962 obtuvo el Premio Hugo a mejor relato por la serie de Invernáculo, en
1965 recibió el Nébula a mejor relato por El árbol de la saliva y en 1982, el John W. Campbell
Memorial por Heliconia Primavera. En 2005 fue ordenado Caballero del Imperio Británico.
27
Vendrán las lluvias suaves (Ray Bradbury)
En el living, cantaba el reloj con voz: "tic-tac, las siete, arriba, ¡las siete!" como si temiera que
nadie se levantara. Esa mañana la casa estaba vacía.
El reloj continuó con su tic-tac, repitiendo y repitiendo sus sonidos en el vacío. "Las siete y uno, el
desayuno, ¡las siete y uno!"
En la cocina, el horno del desayuno dejó escapar un silbido y arrojó de su cálido interior ocho
tostadas perfectamente hechas, ocho huevos perfectamente fritos, dieciséis tajadas de panceta,
dos cafés y dos vasos de leche fresca.
"Hoy es 4 de agosto de 2026", dijo una segunda voz desde el cielo raso de la cocina, "en la ciudad
de Allendale, California". Repitió la fecha tres veces para que todos la recordaran. "Hoy es el
cumpleaños del señor Featherstone. Hoy es el aniversario del casamiento de Tilita. Hay que pagar
el seguro, y también las cuentas de agua, gas y electricidad".
En algún lugar dentro de las paredes, los transmisores cambiaban, las cintas de memorias se
deslizaban bajo los ojos eléctricos.
"Ocho y uno, tictac, ocho y uno, a la escuela, al trabajo, corran, ¡ocho y uno!" Pero no se oyeron
portazos, ni las suaves pisadas de las zapatillas sobre las alfombras. Afuera llovía. La caja
meteorológica en la puerta de entrada recitó suavemente: "Lluvia, lluvia, gotas, impermeables
para hoy..." Y la lluvia caía sobre la casa vacía, despertando ecos.
Afuera, la puerta del garaje se levantó, sonó un timbre y reveló el auto preparado. Después de una
larga espera la puerta volvió a bajar.
A las ocho y treinta los huevos estaban secos y las tostadas duras como una piedra. Una pala de
aluminio los llevo a la pileta, donde recibieron un chorro de agua caliente y cayeron en una
garganta de metal que los digirió y los llevó hasta el distante mar. Los platos sucios cayeron en la
lavadora caliente y salieron perfectamente secos.
"Nueve y quince", cantó el reloj, "hora de limpiar".
De los reductos de la pared salieron diminutos ratones robots. Los pequeños animales de la
limpieza, de goma y metal, se escurrieron por las habitaciones. Golpeaban contra los sillones,
giraban sobre sus soportes sacudiendo las alfombras, absorbiendo suavemente el polvo oculto.
Luego, como misteriosos invasores, volvieron a desaparecer en sus reductos. Sus ojos eléctricos
rosados se esfumaron. La casa estaba limpia.
"Las diez". Salió el sol después de la lluvia. La casa estaba sola en una ciudad de escombros y
cenizas. Era la única casa que había quedado en pie. Durante la noche, la ciudad en ruinas
producía un resplandor radiactivo que se veía desde kilómetros de distancia.
28
"Las diez y quince". Los rociadores del jardín se convirtieron en fuentes doradas, llenando el aire
suave de la mañana de ondas brillantes. El agua golpeaba contra los vidrios de las ventanas, corría
por la pared del lado oeste, chamuscado, donde la casa se había quemado en forma pareja y había
desaparecido la pintura blanca. Todo el lado occidental de la casa estaba negro, excepto en cinco
lugares. Allí la silueta pintada de un hombre cortando el césped. Allá, como en una fotografía, una
mujer inclinada, recogiendo flores. Un poco más adelante, sus imágenes quemadas en la madera,
en un instante titánico, un niñito con las manos alzadas; un poco más arriba, la imagen de una
pelota arrojada, y frente a él una niña, con las manos levantadas como para recibir esa pelota que
nunca bajó.
Quedaban las cinco zonas de pintura; el hombre, la mujer, los niños, la pelota. El resto era una
delgada capa de carbón.
El suave rociador llenó el jardín de luces que caían.
Hasta ese día, cuánta reserva había guardado la casa. Con cuánto cuidado había preguntado:
"¿Quién anda? ¿Contraseña?", y al no recibir respuesta de los zorros solitarios y de los gatos que
gemían, había cerrado sus ventanas y bajado las persianas con una preocupación de solterona por
la autoprotección, casi lindante con la paranoia mecánica.
La casa se estremecía con cada sonido. Si un gorrión rozaba una ventana, la persiana se levantaba
de golpe. ¡El pájaro, sobresaltado, huía! ¡No, ni siquiera un pájaro debía tocar la casa!
La casa era un altar con diez mil asistentes, grandes y pequeños, que reparaban y atendían, en
grupos. Pero los dioses se habían marchado, y el ritual de la religión continuaba, sin sentido, inútil.
"Las doce del mediodía".
Un perro aulló, temblando, en el pórtico de entrada.
La puerta del frente reconoció la voz del perro y abrió. El perro, antes enorme y fornido, en ese
momento flaco hasta los huesos y cubierto de llagas, entró en la casa y la recorrió, dejando huellas
de barro. Detrás de él se escurrían furiosos ratones, enojados por tener que recoger barro,
alterados por el inconveniente.
Porque ni un fragmento de hoja seca pasaba bajo la puerta sin que se abrieran de inmediato los
paneles de las paredes y los ratones de limpieza, de cobre, saltaran rápidamente para hacer su
tarea. El polvo, los pelos, los papeles, eran capturados de inmediato por sus diminutas mandíbulas
de acero, y llevados a sus madrigueras. De allí, pasaban por tubos hasta el sótano, donde caían en
un incinerador.
El perro subió corriendo la escalera, aullando histéricamente ante cada puerta, comprendiendo
por fin, lo mismo que comprendía la casa, que allí sólo había silencio.
29
Husmeó el aire y arañó la puerta de la cocina. Detrás de la puerta, el horno estaba haciendo
panqueques que llenaban la casa de un olor apetitoso mezclado con el aroma de la miel.
El perro echó espuma por la boca, tendido en el suelo, husmeando, con los ojos enrojecidos. Echó
a correr locamente en círculos, mordiéndose la cola, lanzado a un frenesí, y cayó muerto. Estuvo
una hora en el living.
"Las dos", cantó una voz.
Percibiendo delicadamente la descomposición, los regimientos de ratones salieron
silenciosamente, como hojas grises en medio de un viento eléctrico...
"Las dos y quince".
El perro había desaparecido.
En el sótano, el incinerador resplandeció de pronto con un remolino de chispas que saltaron por la
chimenea.
"Las dos y treinta y cinco".
De las paredes del patio brotaron mesas de bridge. Cayeron naipes sobre la felpa, en una lluvia de
piques, diamantes, tréboles y corazones. Apareció una exposición de Martinis en una mesa de
roble, y saladitos. Se oía música.
Pero las mesas estaban en silencio, y nadie tocaba los naipes.
A las cuatro, las mesas se plegaron como grandes mariposas y volvieron a entrar en los paneles de
la pared.
"Cuatro y treinta"
Las paredes del cuarto de los niños brillaban.
Aparecían formas de animales: jirafas amarillas, leones azules, antílopes rosados, panteras lilas
que daban volteretas en una sustancia de cristal. Las paredes eran de vidrio. Se llenaban de color y
fantasía. El rollo oculto de una película giraba silenciosamente, y las paredes cobraban vida. El piso
del cuarto parecía una pradera. Sobre ella corrían cucarachas de aluminio y grillos de hierro, y en
el aire cálido y tranquilo las mariposas de delicada textura aleteaban entre los fuertes aromas que
dejaban los animales... Había un ruido como de una gran colmena amarilla de abejas dentro de un
hueco oscuro, el ronroneo perezoso de un león. Y de pronto el ruido de las patas de un okapi y el
murmullo de la fresca lluvia en la jungla, y el ruido de pezuñas en el pasto seco del verano. Luego
las paredes se disolvían para transformarse en campos de pasto seco, kilómetros y kilómetros bajo
un interminable cielo caluroso. Los animales se retiraban a los matorrales y a los pozos de agua.
Era la hora de los niños.
30
"Las cinco". La bañera se llenó de agua caliente y cristalina.
"Las seis, las siete, las ocho". La vajilla de la cena se colocó en su lugar como por arte de magia, y
en el estudio hubo un click. En la mesa de metal frente a la chimenea, donde en ese momento
chisporroteaban las llamas, saltó un cigarro, con un centímetro de ceniza gris en la punta,
esperando.
"Las nueve". Las camas calentaron sus circuitos ocultos, porque las noches eran frías en esa zona.
"Las nueve y cinco". Habló una voz desde el cielo raso del estudio: "Señora Mc Clellan, ¿qué
poema desea esta noche?"
La casa estaba en silencio.
La voz dijo por fin:
"Ya que usted no expresa su preferencia, elegiré un poema al azar". Comenzó a oírse una suave
música de fondo. "Sara Teasdale. Según recuerdo, su favorito..."
Vendrán las lluvias suaves y el olor a tierra
Y el leve ruido del vuelo de las golondrinas
El canto nocturno de los sapos en los charcos
La trémula blancura del ciruelo silvestre
Los ruiseñores con sus plumas de fuego
Silbando sus caprichos en la alambrada
Y ninguno sabrá si hay guerra
Ni le importará el final, cuando termine
A nadie le importaría, ni al pájaro ni al árbol,
Si desapareciera la humanidad
Ni la primavera, al despertar al alba,
Se enteraría de que ya no estamos.
El fuego ardía en la chimenea de piedra y el cigarro cayó en un montículo de ceniza en el cenicero.
Los sillones vacíos se miraban entre las paredes silenciosas, y sonaba la música. A las diez la casa
comenzó a apagarse.
31
Soplaba el viento. Una rama caída de un árbol golpeó contra la ventana de la cocina. Un frasco de
solvente se hizo añicos sobre la cocina. ¡La habitación ardió en un instante!
"¡Fuego!" gritó una voz. Se encendieron las luces de la casa, las bombas de agua de los cielos rasos
comenzaron a funcionar. Pero el solvente se extendió sobre el linóleo, lamiendo, devorando, bajo
la puerta de la cocina, mientras las voces continuaban gritando al unísono: "¡Fuego, fuego, fuego!"
La casa trataba de salvarse. Las puertas se cerraban herméticamente, pero el calor rompió las
ventanas y el viento soplaba y avivaba el fuego.
La casa cedió mientras el fuego, en diez mil millones de chispas furiosas, se trasladaba con
llameante facilidad de una habitación a otra y luego subía la escalera. Mientras las ratas de agua se
escurrían y chillaban desde las paredes, proyectaban su agua, y corrían a buscar más. Y los
rociadores de la pared soltaban sus chorros de lluvia mecánica.
Pero demasiado tarde. En alguna parte, con un suspiro, una bomba se detuvo. La lluvia
bienhechora cesó. La reserva de agua que había llenado los baños y había lavado los platos
durante muchos días silenciosos se había terminado.
El fuego subía la escalera, creciendo, se alimentaba en los Picasso y los Matisse de las salas del
piso alto, como si fueran manjares, quemando los óleos, tostando tiernamente las telas hasta
convertirlas en despojos negros.
¡El fuego ya llegaba a las camas, a las ventanas, cambiaba los colores de los cortinados!
Luego, aparecieron los refuerzos.
Desde las puertas-trampa del altillo, los rostros ciegos de los robots miraban con sus bocas
abiertas de donde salía una sustancia química verde.
El fuego retrocedió, como habría retrocedido hasta un elefante a la vista de una serpiente muerta.
En ese momento había veinte serpientes ondulando por el suelo, matando el fuego con un claro y
frío veneno de espuma verde.
Pero el fuego era inteligente. Había lanzado llamas fuera de la casa, que subieron al altillo donde
estaban las bombas. ¡Una explosión! El cerebro del altillo que dirigía las bombas quedó
destrozado.
El fuego volvió a todos los armarios y las ropas colgadas en ellos.
La casa se estremeció, hasta sus huesos de roble, su esqueleto desnudo se encogía con el calor,
sus cables, sus nervios salían a la luz como si un cirujano hubiera abierto la piel para dejar las
venas y los capilares rojos temblando en el aire escaldado. "¡Auxilio, auxilio!" "¡Fuego!" "¡Rápido,
rápido!"
32
El calor quebraba los espejos como si fueran el primer hielo delgado del invierno. Y las voces
gemían, "fuego, fuego, corran, corran", como una trágica canción infantil.
Y las voces morían mientras los cables saltaban de sus envolturas como castañas calientes. Una,
dos, tres, cuatro, cinco voces murieron y ya no se oyó ninguna.
En el cuarto de los niños ardió la jungla. Rugieron los leones azules, saltaron las jirafas púrpuras.
Las panteras corrían en círculos, cambiando de color, y diez millones de animales, corriendo frente
al fuego, se desvanecieron en un lejano río humeante...
Murieron diez voces más. En el último instante, bajo la avalancha de fuego, se oían otros coros,
indiferentes, que anunciaban la hora, tocaban música, cortaban el pasto con una máquina a
control remoto, o abrían y cerraban frenéticamente una sombrilla, cerraban y abrían la puerta del
frente, sucedían mil cosas, como en una relojería donde cada reloj da locamente la hora antes o
después de otro. Era una escena de confusión maníaca, pero sin embargo una unidad; cantos,
gritos, los últimos ratones de la limpieza que se abalanzaban valientemente a llevarse las feas
cenizas... y una voz, con sublime indiferencia ante la situación, leía poemas en voz alta en el
estudio en llamas, hasta que se quemaron todos los rollos de películas, hasta que todos los cables
se achicharraron y saltaron los circuitos.
El fuego hizo estallar la casa que se derrumbó de golpe, en medio de las olas de chispas y humo.
En la cocina, un instante antes de la lluvia de fuego y madera, pudo verse al horno preparando el
desayuno en escala psicopática, diez docenas de huevos, seis panes convertidos en tostadas,
veinte docenas de tajadas de panceta, que, devorados por el fuego, ponían a funcionar
nuevamente al horno, que silbaba histéricamente...
La explosión. El altillo que caía sobre la cocina y la sala. La sala sobre el subsuelo, el subsuelo sobre
el segundo subsuelo. El freezer, un sillón, rollos de películas, circuitos, camas, todo convertido en
esqueletos en un montón de escombros, muy abajo.
Humo y silencio. Gran cantidad de humo.
La débil luz del amanecer apareció por el este. Entre las ruinas, una sola pared quedaba en pie.
Dentro de la pared, una última voz decía, una y otra vez, mientras salía el sol, iluminando el
humeante montón de escombros:
"Hoy es 5 de agosto de 2026, hoy es 5 de agosto de 2026, hoy es..."
33
(Ray Douglas Bradbury; Waukenaun, Illinois, 1920 - Los Ángeles, California, 2012) Novelista y
cuentista estadounidense conocido principalmente por sus libros de ciencia ficción. Alcanzó la
fama con la recopilación de sus mejores relatos en el volumen Crónicas marcianas (1950), que
obtuvieron un gran éxito y le abrieron las puertas de prestigiosas revistas. Se trata de narraciones
que podrían calificarse de poéticas más que de científicas, en las que lleva a cabo una crítica de la
sociedad y la cultura actual, amenazadas por un futuro tecnocratizado. En 1953 publicó su primera
novela, Fahrenheit 451, que obtuvo también un éxito importante y fue llevada al cine por François
Truffaut. En ella puso de manifiesto el poder de los medios de comunicación y el excesivo
conformismo que domina la sociedad.
Ray Bradbury se graduó en la escuela secundaria en 1938, y se ganó la vida como vendedor de
periódicos hasta 1942. Comenzó a escribir desde niño, pero publicó su primera historia en 1938,
en una revista de aficionados. Adquirió la certeza de lo que sería su estilo cuando compuso The
Lake. En 1943 dejó el trabajo de vendedor de periódicos y se dedicó a escribir a tiempo completo,
publicando en diversos medios numerosos relatos breves, hasta que en 1950, con la aparición de
Crónicas marcianas, comenzó su ascendente fama literaria. En sus páginas, que relatan los
intentos de los terrestres por colonizar el planeta Marte, se reflejan las angustias y ansiedades que
existían en la sociedad norteamericana de la década de los cincuenta, ante el peligro de una
guerra nuclear.
Considerados un clásico de la ciencia ficción, este conjunto de relatos interdependientes recoge no
sólo las vicisitudes de la colonización del planeta Marte sino también la caída de su civilización,
abarcando un período comprendido entre 1999 y 2026. Los marcianos poseen notables poderes
telepáticos, lo que causa graves contratiempos a las tres primeras expediciones. La cuarta aporta
al planeta la varicela, que contagia a los indígenas y acaba con su resistencia.
En 1951 publicó uno de sus libros mayores, El hombre ilustrado, compuesto por varios relatos de
naturaleza fantástica, y dos años más tarde otro de los más representativos, Fahrenheit 451 (título
que alude a la temperatura en que los libros empiezan a arder). Fahrenheit 451 narra la historia de
una ciudad del futuro dominada por los medios audiovisuales, en la que se acosa el individualismo,
están prohibidos los libros, y los bomberos, brazos ejecutores de un Estado totalitario, son los
34
encargados de quemarlos. Al margen de la sociedad, un grupo de hombres recluidos en los
bosques decide memorizar textos enteros de filosofía y literatura para preservar la cultura.
Bradbury advierte de los peligros y las amenazas que incumben a una sociedad enteramente
automatizada, olvidada de los valores tradicionales de la cultura, y próxima al exterminio atómico.
Consigue climas sardónicamente alucinantes en cuentos como There will come soft rains (1950),
donde una casa robotizada prosigue realizando los movimientos programados, en un mundo
carente ya de vida, hasta su postrer quema liberadora, o en The Veldt (1950), donde otra casa
automatizada, casi dotada de vida propia, masacra, con la complicidad de los niños, a los padres
de éstos.
Pero Bradbury no sólo cultivó la ciencia ficción y la literatura de corte fantástico, sino que escribió
también libros realistas e incluso incursionó en el relato policial. Su prosa se caracteriza por la
universalidad, como si no le importara tanto perfeccionar un género como escribir acerca de la
condición humana y su temática, a través de un estilo poético.
35
POESIA
Marc Chagall
36
Índice
Diecisiete haikus (Jorge Luis Borges)
Lluvia (Raúl González Tuñón)
Los papeles salvajes (Marosa Di Giorgio)
37
Diecisiete haikus (Jorge Luis Borges)
1
Algo me han dicho
la tarde y la montaña.
Ya lo he perdido.
2
La vasta noche
no es ahora otra cosa
que una fragancia.
3
¿Es o no es
el sueño que olvidé
antes del alba?
4
Callan las cuerdas.
La música sabía
lo que yo siento.
5
Hoy no me alegran
los almendros del huerto.
Son tu recuerdo.
6
Oscuramente
libros, láminas, llaves
38
siguen mi suerte.
7
Desde aquel día
no he movido las piezas
en el tablero.
8
En el desierto
acontece la aurora.
Alguien lo sabe.
9
La ociosa espada
sueña con sus batallas.
Otro es mi sueño.
10
El hombre ha muerto.
La barba no lo sabe.
Crecen las uñas.
11
Ésta es la mano
que alguna vez tocaba
tu cabellera.
12
Bajo el alero
el espejo no copia
más que la luna.
39
13
Bajo la luna
la sombra que se alarga
es una sola.
14
¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?
15
La luna nueva
ella también la mira
desde otro puerto.
16
Lejos un trino.
El ruiseñor no sabe
que te consuela.
17
La vieja mano
sigue trazando versos
para el olvido.
Jorge Luis Borges
*La cifra, 1ra ed. Buenos Aires, Emecé, 1981.
1ra ed. Madrid, Alianza Editorial, 1981. Col. Alianza Tres, 159.
40
Nacido el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires, e hijo de un profesor, estudió en Ginebra y vivió
durante una breve temporada en España relacionándose con los escritores ultraístas. En 1921
regresó a Argentina, donde participó en la fundación de varias publicaciones literarias y filosóficas
como Prisma (1921-1922), Proa (1922-1926) y Martín Fierro en la que publicó esporádicamente;
escribió poesía lírica centrada en temas históricos de su país, que quedó recopilada en volúmenes
como Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). De
esta época datan sus relaciones con Ricardo Güiraldes, Macedonio Fernández, Alfonso Reyes y
Oliveiro Girondo.
En la década de 1930, a causa de una herida en la cabeza, comenzó a perder la visión hasta quedar
completamente ciego. A pesar de ello, trabajó en la Biblioteca Nacional (1938-1947) y, más tarde,
llegó a convertirse en su director (1955-1973). Conoció a Adolfo Bioy Casares y publicó con él
Antología de la literatura fantástica (1940). A partir de 1955 fue profesor de Literatura inglesa en
la Universidad de Buenos Aires. Durante esos años, fue abandonando la poesía en favor de los
relatos breves por los que ha pasado a la historia. Aunque es más conocido por sus cuentos, se
inició en la escritura con ensayos filosóficos y literarios, algunos de los cuales se encuentran
reunidos en Inquisiciones. La historia universal de la infamia (1935) es una colección de cuentos
basados en criminales reales. En 1955 fue nombrado académico de su país y en 1960 su obra era
valorada universalmente como una de las más originales de América Latina. A partir de entonces
se suceden los premios y las consideraciones. En 1961 comparte el Premio Fomentor con Samuel
Beckett, y en 1980 el Cervantes con Gerardo Diego. Murió en Ginebra, el 14 de junio de 1986.
41
Lluvia (Raúl González Tuñón)
Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Otras veces cae con
furia, y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños
nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la lectura tranquila corre a su lado
por los canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban:
No habían despertado todavía al amor.
No sabían nada de nosotros.
De nuestro secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos, tantos gestos que
hemos entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras de ellos, todo, todo ha desaparecido
y estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en nuestro
apretado destino, en nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección.
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la furia de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada. Recién estamos descubriendo los puentes
y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana, increíble, pero, tan real, numerosa, pero tan
mía.
Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.
42
Ambos nos ayudaremos para subir la callejuela empinada.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del otoño.
Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa, que no nos daremos cuenta
cuando todo haya muerto, cuando tú y yo
seamos sombras, y todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una
pasión irremediable.
Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero distinta, ya al
caer sobre los jardines, ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, las
fugitivas luces rojas de los
automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de
nuestra esperanza, los humildes barrios de los trabajadores.
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste y
acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría. Oh, íntima,
recóndita alegría.
Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia. Oh, generosa.
43
(Buenos Aires 29 de marzo de 1905 - 14 de agosto de 1974) fue un poeta, periodista y viajero
argentino. Participó de la vanguardia literaria argentina de los años 1920 y viajó luego a Europa.
Vivió en París y en Madrid, ciudades en las que hizo amistad con poetas como Robert Desnós,
César Vallejo, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Federico García Lorca y Pablo Neruda. González
Tuñón fue también periodista. Trabajó en el diario "Crítica", un vespertino de los años '20 y '30, de
marcado tinte sensacionalista, pero que reclutó a notables escritores de la época (entre ellos
Borges, Roberto Arlt, Enrique González Tuñón, Carlos de la Púa), y en el diario "Clarín", donde
escribió crítica de artes plásticas y crónicas de viajes. Influyó decisivamente en la cultura argentina
de los años '50 y '60 y es considerado uno de los fundadores de una corriente moderna de poesía
urbana. Póstumamente se han publicado "El banco en la plaza" y "Los melancólicos canales del
tiempo". Su obra se inicia con "Las puertas de fuego", que publicó en Buenos Aires en 1923, a los
21 años. En esa época, colaboró con la revista Martín Fierro, en la que también escribieron Jorge
Luis Borges, Oliverio Girondo, Francisco Luis Bernárdez, Leopoldo Marechal, Macedonio Fernández
y Eduardo González Lanuza, entre otros. La revista solía polemizar burlonamente con el llamado
Grupo de Boedo, que agrupaba a los escritores identificados con la literatura social, quienes a su
vez denominaban a sus colegas de "Martín Fierro" como el "Grupo de Florida". Siendo Boedo un
barrio entonces proletario y Florida la calle elegante de esa época, los polos de la polémica eran
más políticos que literarios, aunque en Tuñón sucedía justamente lo contrario: muchos de los
escritores de Boedo eran sus camaradas tal el caso de Álvaro Yunque o Elías Castelnuovo.
González Tuñón mantuvo entonces relaciones cordiales pero también coincidencias con el Grupo
de Boedo y muchos de sus integrantes, especialmente el poeta Nicolás Olivari, se encontraban
entre sus amigos. En 1928, y poco antes de embarcarse rumbo a Europa, González Tuñón publicó
"Miércoles de ceniza". Ya en París, escribió uno de los libros considerados fundamentales en su
obra: "La calle del agujero en la media", publicado en 1930. Poco más tarde, en 1936, publica otro
de sus libros claves, "La rosa blindada", inspirado en un levantamiento minero en la provincia
española de Asturias. Esta obra fue de gran importancia ya que Raúl González Tuñón, con esos
versos, fue "el primero en blindar la rosa" (tal las palabras de Neruda). Su obra por tanto no sólo
se enmarca dentro de las llamadas vanguardias de principios del Siglo XX, sino que además
44
constituyó una de las más firmes influencias de los posteriormente llamados "poetas de la Guerra
Civil española"(muy en particular de Miguel Hernández uno de los más representativos).
45
Los papeles salvajes (Marosa di Giorgio)
A veces, los caballos se reúnen allá. Las lechuzas con sus sobretodos oscuros, sus lentes muy
fuertes, sus campanillas extrañas convocan a los hongos blancos como hueso, como huevos. A
veces tenemos hambre y no hay un animalillo que degollar.
Entonces vamos por la escalera hacia el desván a buscar las viejas piñas, los racimos de tablas con
sus uvas duras y oscuras, las viejas almendras. Al partirlas salta la vicheja, lisa, suave, anacarada,
rosa o azul.
Si es de color oro la arrojamos al aire y ella se pone a girar envuelta en un anillo de fuego como un
planeta.
A veces, ni tengo hambre. La luna está fija con sus plumas veteadas. Cantan los caballos...
***
Para cazar insectos y aderezarlos, mi abuela era especial, les mantenía la vida por mayor deleite y
mayor asombro de los clientes o convidados.
A la noche íbamos a las mesitas del jardín con platitos y saleros, en torno estaban los rosales, las
rosas únicas, inmóviles y nevadas.
Se oía el rum rum de los insectos debidamente atados y mareados, los clientes llegaban como
escondiéndose, algunos pedían luciérnagas, que era lo más caro, ay! aquellas luces, otros
mariposas gruesas color crema con una hoja de menta y un minúsculo caracolillo.
… Y recuerdo cuando servimos aquella gran mariposa negra, que parecía de terciopelo, que
parecía una mujer.
***
A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar
a la alcoba, se me aparecían los ángeles.
Alguno, quedaba allí de pie, en el aire, como un gallo
46
blanco -oh, su alarido-, como una llamarada de azucenas
blancas como la nieve o color rosa.
A veces, por los senderos de la huerta, algún ángel me
seguía casi rozándome; su sonrisa y su traje, cotidianos;
se parecía a algún pariente, a algún vecino (pero, aquel
plumaje gris, siniestro, cayéndole por la espalda
hasta los suelos...). Otros eran como mariposas negras
pintadas a la lámpara, a los techos, hasta que un día
se daban vuelta y les ardía el envés del ala, el pelo,
un número increíble.
Otros eran diminutos como moscas y violetas e iban
todo el día de aquí para allá y ésos no nos infundían miedo,
hasta les dejábamos un vasito de miel en el altar.
47
Poeta uruguaya nacida en Salto. Descendiente de inmigrantes italianos y vascos, está considerada
una de las voces más singulares de Latinoamérica. Debutó en 1954 con su libro Poemas. A éste
siguieron Humo (1955), Druida (1959), Historial de las violetas (1965), Magnolia (1968), La guerra
de los huertos (1971), Está en llamas el jardín natal (1975), todas ellas recopiladas bajo el título de
Papeles Salvajes; Clavel y tenebrario (1979), La liebre de marzo (1981), Mesa de esmeralda (1985),
La falena (1989), Membrillo de Lusana (1989) y Diamelas de Clementina Médici (2000). Ha
publicado también los libros de relatos eróticos en prosa, Misales (1993) y Camino de las pedrerías
(1997), así como Reina Amelia (1999), su primera y única novela. Lectora voraz, en sus poemas los
objetos irradian una luz inquietante; los animales y las plantas son sujetos activos visitados por
ángeles y duendes. Su obra extraña y personal, es un canto a la naturaleza y sus mutaciones y está
repleta de figuras invisibles y mitológicas. Murió en Montevideo el 17 de agosto del 2004