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1 “EN TU NOMBRE, SEÑOR...” (Lc 5,5) “EN TU NOMBRE, SEÑOR...” Introducción I. Una situación nueva

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“EN TU NOMBRE, SEÑOR...” (Lc 5,5)

“EN TU NOMBRE, SEÑOR...” Introducción I. Una situación nueva

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2 1.1. El silencio de la cultura sobre Dios

1.2. El silencio sobre Dios en el hogar 1.3. El silencio sobre Dios en la enseñanza 1.4. Intento de reducir la religión a un asunto privado e irracional 1.5. Ambigüedad del renacimiento del interés por las cuestiones religiosas

II. Necesidad de emprender acciones novedosas y audaces

2.1. Es importante iniciar la formación religiosa en la familia 2.2. El recurso a los nuevos instrumentos de la técnica 2.3. Hay que saber situarse en la sociedad laica y secularizada 2.4. Desde una actitud de diálogo con otros grupos religiosos 2.5. Comprometidos con la promoción de la justicia y del respeto a los

derechos humanos III. El perfil básico del evangelizador

3.1. Dotados de una profunda fe 3.2. Con una clara identidad cristiana y eclesial 3.3. Dotados de una honda sensibilidad social

IV. La parroquia, el ámbito más inmediato de la evangelización

4.1. La parroquia, escuela de formación doctrinal 1) Estudio de la Biblia 2) Catecumenado de adultos 3) Lectura de los signos de los tiempos

4.2. La parroquia, escuela de oración 1) El aprendizaje de la oración personal

2) La iniciación en la oración comunitaria 3) Los ejercicios piadosos

4.3. La parroquia, escuela de comunión y lugar de encuentro

1) La parroquia, lugar de acogida 2) La parroquia, lugar de comunión intraeclesial 3) La parroquia, lugar de comunión con los demás

V. Las comunidades religiosas, una respuesta del Espíritu a los problemas humanos

5.1. La educación cristiana de la juventud 5.2. El servicio a los pobres 5.3. El diálogo con la cultura actual 5.4. La prioridad de Dios como fundamento de la radicalidad evangélica

VI. Los movimientos apostólicos y su cometido en la transformación de la realidad

6.1. La presencia de la Iglesia en los ambientes 6.2. La transformación del orden temporal

VII. Conclusión

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4 INTRODUCCIÓN

La Iglesia “existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal

del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa”. 1 Estas palabras de Pablo VI expresan con admirable exactitud y concisión la misión de la Iglesia y el rico contenido de la misma. Ambos elementos, la misión evangelizadora y el contenido que se ha de proclamar, se los confió Jesucristo y han estado presentes en su tarea pastoral a lo largo de los siglos, de la misma manera que lo están hoy.

Pero la Iglesia está inserta en nuestra historia, y por eso se tiene que preguntar si el modo en que cumple con su misión es el adecuado a este lugar y este momento; y si el lenguaje que emplea para presentar el Evangelio resulta significativo e interpelante para los hombres concretos con quienes está desarrollando su tarea. Es lo que pretende decir el Vaticano II, cuando afirma que hay que “escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas”. 2 Fiel a esta llamada del Espíritu, durante los últimos decenios del siglo XX la Iglesia universal ha realizado un gran esfuerzo para dar la respuesta adecuada al momento en que estamos viviendo. Y fruto del mismo han sido tres espléndidos documentos que tratan de la evangelización y de la catequesis: Evangelii nuntiandi, que recoge substancialmente las aportaciones del Sínodo de 1974; Catechesi tradendae, que presenta los resultados del Sínodo de 1978; y la encíclica Redemptoris missio, en la que el actual Papa Juan Pablo II ha vuelto sobre el mismo tema.

A la luz de este rico cuerpo de doctrina, nuestra Iglesia de Málaga ha reflexionado y sigue buscando de forma ininterrumpida, mediante un continuo proceso que comenzó ya en los tiempos del Concilio Vaticano II, cómo proclamar el Evangelio aquí y ahora. Con esta Carta Pastoral pretendo decir a todos una palabra de aliento y recalcar las prioridades que ha propuesto nuestro nuevo Proyecto Pastoral Diocesano, elaborado gracias a una amplia y rica participación de toda la comunidad diocesana. Mi intención consiste en ayudar a que aquello que es obra de la reflexión de todos, se convierta ahora en responsabilidad y en tarea común.

Me ha parecido oportuno evitar las citas de documentos diocesanos muy conocidos por todos. Pero el lector atento podrá intuir con facilidad numerosas referencias implícitas a los trabajos del Consejo Pastoral Diocesano, 3 al Proyecto Pastoral Diocesano 1996-2000, cuyas primera y segunda parte conservan su enjundioso valor catequético, y al Proyecto Pastoral Diocesano 2001-2006. Es verdad que apenas los cito de manera literal, pero los he tenido muy en cuenta para dejarme empapar por sus orientaciones, su espíritu y sus objetivos, pues como Obispo de la Diócesis, me considero el primer destinatario de los mismos.

1 PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 14. 2 VATICANO II, Gaudium et spes, 4. 3 Pienso que sus aportaciones, publicadas en Mayo de este año, bajo el título CONSEJO

PASTORAL DIOCESANO, Ponencias 1995-2.000, Málaga, 2.001, constituyen un rico material de estudio, que ha de ser también fuente de inspiración para concretar los proyectos pastorales de la parroquia.

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5 I. UNA SITUACIÓN NUEVA

Uno de los aspectos que más deben preocuparnos en el momento presente es el

de la transmisión de la fe y el de la Iniciación Cristiana. Como decisión personal, la fe ha sido siempre fruto de un encuentro personal más o menos profundo con Dios. Pero la novedad del momento en que vivimos es que apenas existen cauces por los que llegue a las nuevas generaciones el anuncio de Dios, el Evangelio de Jesucristo y la invitación a acoger su presencia. Contamos aún con un número no desdeñable de hogares cristianos en los que se vive y se transmite la fe, con el trabajo serio y abnegado de muchos profesores de religión que se toman su trabajo como verdadero apostolado y con la labor catequética de las parroquias. Es una riqueza que conviene valorar y alentar como se merece, pero si echamos una mirada sobre el mundo que nos rodea, hay que plantearse en qué medida vamos a poder seguir contando con ella.

Uno de los aspectos más visibles de la sociedad española de los últimos treinta años es el ritmo en que ha ido impregnándose de una ideología laicista, que muy poco o nada tiene que ver con esa justa autonomía de las realidades terrenas que constata el Vaticano II.4 El fenómeno al que ahora me refiero es consecuencia de un esfuerzo más o menos solapado por eliminar todo signo y referencias religiosos. 1.1.El silencio de la cultura sobre Dios.

En tiempos aún recientes, todo el entorno cultural nos hablaba de Dios y del Evangelio. Pero la situación ha cambiado radicalmente en pocos años, de modo que numerosos niños no sólo no escuchan nada sobre Dios, sobre Jesucristo y sobre la Virgen, sino que tampoco conocen las oraciones que nosotros, los adultos, aprendimos de pequeños. La radio, la televisión y los ordenadores que manejan con admirable soltura guardan un impresionante silencio sobre Dios, sobre el Evangelio y sobre las cuestiones religiosas en general. Con el argumento de que el Estado no es confesional, cuestión en la que estamos de acuerdo, con frecuencia se adopta una postura activamente militante frente a todo lo religioso, que trata de eliminar y reprimir de forma sistemática todo aquello que tenga que ver con la religión, incluyendo las noticias sobre la Iglesia. Al final, en los medios de comunicación se puede hablar de todo, menos de la religión, por más que nos interese a muchos y que los medios públicos estén pagados con nuestro dinero. 1.2. El silencio sobre Dios en el hogar.

Hoy, en muchos casos, la familia apenas es ya transmisora de inquietud, de conocimientos y de valores religiosos. De muchos hogares de matrimonios jóvenes han desaparecido todas las referencias religiosas, incluidas las imágenes y cuadros. Además, no se suele rezar en familia, ni siquiera entre matrimonios que aún frecuentan el templo los domingos. No sólo se ha olvidado el rezo del rosario, sino que ni siquiera se pronuncia una breve oración para bendecir la mesa o para finalizar la jornada. En otros tiempos, resultaba normal rezar con los niños cuando se los llevaba a la cama, pero es una costumbre que si no ha desaparecido del todo, está desapareciendo..

Y aunque nuestras familias aún piden el bautismo y la primera comunión para

4 Cf Gaudium et spes, 36.

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6 sus hijos en proporciones altas, los mismos progenitores no valoran la riqueza de estos

dones y no suelen comprometerse con los sacramentos que solicitan. Son creyentes a su modo, pero el ritmo de vida que se nos impone, la secularización radical de la cultura en que vivimos y la presente crisis de valores los mantienen, en unos casos, cohibidos y, en otros, ajenos a toda educación religiosa. Es algo que se echa de ver por la deserción de la misa dominical y por el escaso interés que suelen prestar a las convocatorias de padres que han solicitado el bautismo o la primera comunión para sus hijos 1.3. El silencio sobre Dios en la enseñanza.

A lo largo del verano se ha desarrollado un debate más bien agrio sobre la enseñanza de la religión en la escuela. Partiendo de unos hechos concretos, que se han magnificado y distorsionado, parece que algunos pretendían la supresión de la enseñanza de la religión católica en el ámbito escolar. Por mi parte, lo considero una injusticia contra los legítimos deseos de los padres. Y además, una torpeza por parte de aquellos cristianos que apoyan dicha posibilidad, pues la síntesis entre la fe y los restantes saberes se comienza a realizar ya en la escuela.

Pero hay que conseguir el pleno reconocimiento de la religión, pues mientras

que se mantenga en las precarias condiciones actuales, la importancia de las demás materias puede llevar al niño de manera implícita a pensar que el mundo en que vivimos y los saberes con que nos ayudamos a vivir no tienen nada que ver con lo que aprende en esa clase marginal que es la de religión. Es decir, que la religión, esa que se le imparte ahora de forma casi vergonzante, es una materia que carece de importancia y cuanto dice tiene poco que ver con la visión del mundo, del hombre y de la historia que transmiten los restantes saberes.

Habituado a lo concreto de la vida diaria y a manejar artefactos maravillosos, y

sin que nadie le ayude a lo largo de sus estudios a realizar una síntesis entre la vida de cada día y los contenidos de la fe, ésta terminaría por perder valor e importancia a los ojos del niño. 1.4. Intento de reducir la religión a una cuestión privada e irracional.

Por otra parte, el renacimiento de los fundamentalismos religiosos, la pervivencia de guerras de religión o que tienen un componente religioso notable y la aparición de sectas que esclavizan a sus seguidores, han creado cierta sospecha hacia toda religión organizada.

Por principio, una religión organizada tiene, como uno de sus componentes

básicos, un Credo, en el que resume una serie de propuestas que considera verdaderas. Y tiene así mismo un mundo de valores que presenta como verdaderos y absolutos. Ambas propuestas chocan contra la mentalidad relativista de las sociedades democráticas y del pensamiento liberal. Por eso algunos que se presentan como ilustrados temen y proclaman que quienes afirmamos haber descubierto la verdad del Evangelio como revelación definitiva de Dios y sostenemos unos principios morales absolutos, seamos personas propensas a la intolerancia y al dogmatismo.

De ahí, la tendencia entre políticos de todo signo y entre numerosos intelectuales a presentar la fe como un asunto irracional y como una decisión que debe mantenerse en

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7 el ámbito privado, para no perturbar las relaciones sociales y para no llevar a la

intolerancia.5 Es decir, a deslegitimarla ante la inteligencia y ante la sociedad. Una prueba reciente de cuanto digo ha sido la enconada resistencia a hacer mención de Dios en la Carta de los Derechos Fundamentales de los ciudadanos de la unión Europea, proclamada en la cumbre de Niza en el mes de Diciembre del año 2000.

Pero si la religión se reduce a una cuestión irracional y puramente subjetiva, la fe

se convierte en un sentimiento vago, sin ningún valor objetivo y sin posibilidad alguna de ser compartida y menos enseñada y vivida en comunidad. 1.5. Ambigüedad del renacimiento del interés por las cuestiones religiosas.6

Son muchos los pensadores y analistas de la cultura que insisten en que hay un resurgimiento del interés por las cuestiones religiosas. Por otra parte, todavía se mantiene muy alto el porcentaje de quienes solicitan los sacramentos de la iniciación cristiana. Y parece también evidente que la religiosidad popular está en auge.

Sin embargo, estos hechos no deben llevarnos a engaño. Cuando se analizan las

cosas a fondo, el interés por lo religioso se queda en una actitud vagamente sentimental y superficial; la solicitud de los sacramentos no se ve complementada por un compromiso consecuente. Y en cuanto a la religiosidad popular, que constituye una auténtica riqueza de la Iglesia, ante su auge, ha ido en aumento la tendencia interesada por parte de personas que se confiesan no creyentes, a considerarla y presentarla como un elemento identificador de las raíces culturales de nuestro pueblo, para desligarla de la Iglesia y controlarla.

Pero también es cierto que estos hechos pueden constituir puntos de arranque valiosos para la evangelización. De la religiosidad popular, dijo muy atinadamente Pablo VI que “cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz de la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción”. 7 También la asistencia a la misa del domingo, aunque sea inferior a la que se da en de otros lugares de España, constituye una riqueza que no debemos dejar en el olvido. Sobre todo, cuando a la celebración añadimos la nueva sensibilidad hacia valores humanos y éticos importantes, que pertenecen también a la entraña del Evangelio. En concreto, me refiero a la sensibilidad ante la situación de injusticia que existe en nuestros cristianos, a los anhelos de paz, al aprecio con que acogen las actitudes solidarias, a la general aceptación de que los derechos humanos son patrimonio de todos, al amor a la naturaleza y a la alegría de vivir, que caracteriza a nuestras gentes.

5 Cf sobre el tema F. GARCÍA-J.I.TELLECHEA, Tolerancia y fe católica en España,

Salamanca 1996. 6 Se puede profundizar en este tema acudiendo a PAUL VALADIER, Un cristianismo de

futuro. Por una nueva alianza entre razón y fe, Madrid 2.001, pgs 27-38. 7 PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 48.

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9 II. Necesidad de emprender acciones novedosas y audaces

En cada momento histórico y en cada situación nueva, la Iglesia ha sabido acudir

a la luz y a la fuerza del Espíritu Santo para encontrar los caminos que Dios le tiene preparados y para seguirlos con audacia y confianza. Con frecuencia, han sido los Santos quienes han encontrado algunos de estos caminos. Si repasamos la historia, comprobamos que, ante los nuevos problemas, personas como San Francisco de Asís, Santa Teresa, San Juan de Dios, San Ignacio de Loyola, San Vicente de Paúl, San Juan Bosco, la Beata Madre Petra del Valle de Abdalajís, el Beato Marcelo Spínola y el Beato Manuel González, por citar sólo algunos, supieron encontrar respuestas que siguen conservando toda su vigencia.

Pero lo normal es que haya sido cada comunidad cristiana, cada parroquia la que, buscando con tenacidad y con fe, ha descubierto por dónde la quiere encaminar el Señor. Y en esta búsqueda, ayer como hoy, tiene que hacer frente a actitudes muy complejas: desde etapas difíciles de desierto a oasis que preludian la tierra prometida. En cualquier caso, lo que importa es saber respetar el ritmo de Dios, con la constancia y la paciencia de nuestros agricultores, pues en cuestiones de evangelización no existen atajos.

Ahora nos corresponde a todos descubrir hacia dónde nos llama Dios, y pienso

que hay algunos signos que nos permiten empezar a caminar. Me voy a limitar a sugerirlos, con el deseo de que los analicéis y concretéis luego entre todos, en vuestra situación particular. 2.1. Conviene iniciar la formación religiosa en la familia.

Como he dicho antes, me preocupa de verdad hallar cauces para suscitar el interés por la vida religiosa de la persona desde su más tierna infancia; para darle una formación sólida, que no esté en contradicción con el mundo de conocimientos y de valores que percibe a través de sus estudios; para iniciarla en la vida de oración y en la práctica de los valores evangélicos; y para que pueda comprobar por sí misma que el Evangelio es la plenitud del hombre. En los últimos años se han realizado esfuerzos importantes en la catequesis de niños y en esa feliz iniciativa de las madres catequistas, aunque no acaba de cuajar. Pero tenemos que redoblar los esfuerzos por mejorar lo que tenemos y por abrir nuevos caminos.

En concreto, tenemos que preocuparnos por convertir a la familia en la primera escuela de catequesis. El Papa Juan Pablo II no cesa de insistir en que “la familia es el primero y más importante camino” de la Iglesia; 8 en que “los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia”; 9 y en que la familia constituye, en cierto modo, “la quintaesencia de la actividad de los sacerdotes a cualquier nivel”. 10 Si conseguimos que la familia se convierta en una verdadera iglesia doméstica, tenemos asegurado el espacio más fecundo y más interesante para la transmisión de la fe, pues nada es comparable a la ternura, la paciencia y la dulzura de los padres para que los niños capten la bondad y la belleza de Dios.

8 JUAN PABLO II, Carta a las familias, 2,1. 9 JUAN PABLO II, Familiaris consortio, 70. 10 JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes. Jueves Santo de 1994.

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10

Aparte del testimonio personal, que es de un valor incalculable para educación de los niños, en la familia se presta una atención personal a cada uno de los miembros y se cultiva ese diálogo sencillo que nos ayuda a profundizar, sin esfuerzo notable, en los grandes temas de la fe. Cuando los padres comparten la visión evangélica de la existencia, les resulta fácil transmitirla día a día en su comentario de los acontecimientos cotidianos. Y esta primera aproximación se puede ir completando con una presentación más sistemática, aprovechando la celebración de los misterios cristianos a lo largo del año o de acontecimientos familiares extraordinarios.

Con palabras del Directorio General para la Catequesis, “La familia, como ‘lugar’ de catequesis tiene un carácter único: transmite el Evangelio enraizándolo en un contexto de profundos valores humanos. Sobre esta base humana, es más honda la iniciación en la vida cristiana: el despertar del sentido de Dios, los primeros pasos en la oración, la educación de la conciencia moral y la formación del sentido cristiano del amor humano, concebido como reflejo del amor de Dios, Creador y Padre”.11

2.2. El recurso a los a los nuevos instrumentos de la técnica.

De todos es conocida la afición de los niños, desde sus primeros años de su vida,

a los juegos y a otras formas de representaciones mediante imágenes que encuentran en la televisión y en los ordenadores. A través de estos medios, van descubriendo nuevas sensaciones, formas de comportamiento y, en el fondo, una manera de entender a la persona humana y a la existencia. Pienso que, a la hora de abrir nuevos cauces de evangelización, no podemos olvidar este interés de los niños y de los jóvenes por los nuevos medios que nos ofrece la técnica.

El Directorio General para la Catequesis, citando otros documentos de la Iglesia,

es muy elocuente a este respecto:

“Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia, que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Por eso, junto a los numerosos medios tradicionales en vigor, la utilización de los mass media ha llegado a ser esencial para la evangelización y la catequesis. En efecto, la Iglesia se sentiría culpable ante su Señor si no emplease esos poderosos medios, que la inteligencia humana perfecciona cada vez más”. 12

También en este campo, los hijos de las tinieblas han sido más sagaces que los

hijos de la luz. Los niños se han convertido en un mercado floreciente, que no está surtido por los productos educativos que sería deseable. Y lo más grave es que, en lugar de tomar iniciativas audaces, nos limitemos a lamentar el enorme número de horas que pasan ante los diversos medios técnicos, recibiendo todo tipo de productos menos los relacionados con el Evangelio.

Comprendo que no está en nuestras manos elaborar los materiales adecuados que

11 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis, n. 255. 12 Id. n. 160.

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11resulten atractivos y educativos al mismo tiempo. Pero seguramente existen en el

mercado productos valiosos y algunas experiencias interesantes que pueden servir de referencia y de estímulo. Y me pregunto si hemos realizado los esfuerzos de creatividad y reflexión necesarios sobre nuestras posibilidades en este campo. Es hora de que intensifiquemos los esfuerzos, porque “tales subsidios no pueden faltar en una catequesis bien programada”. 13

Pero además de buscar en ellos un cauce para transmitir el Evangelio a los niños, aspecto en el que me ha parecido oportuno detenerme algo, tenemos que emplearlos más a fondo para proclamar el Evangelio a todo el Pueblo de Dios. Como dice nuestro Proyecto Pastoral Diocesano 2.001-2006, hablando de los Medios de Comunicación Social, “los nuevos areópagos, el mundo de la globalización y las nuevas tecnologías reclaman una presencia de la Iglesia con más imaginación. Hay que estar abiertos a las nuevas tecnologías y ponerlas al servicio de la nueva evangelización”.14 2.3. Aprender a situarse en la sociedad laica y secularizada.

Los ciudadanos de las democracias modernas, habituados a decidir todo por

mayoría y mediante pactos, tienen una especial dificultad para entender que los católicos confesemos un Credo con la firmeza de quien se sabe sostenido por la verdad del Evangelio y por la solidez de unos valores cuya vigencia no depende de las modas, de los pactos ni de las mayorías. Quizá por ello pretenden reducir la religión a un fenómeno absolutamente privado, sin ninguna dimensión pública. Ni siquiera la libertad de expresión, un elemento básico de la democracia, permite, a juicio de algunos sectores, que la Iglesia como tal se pronuncie sobre asuntos públicos. Y hasta se considera un anacronismo que la religión católica –insisto en lo de católica, porque la religión sin apellido es algo que sólo existe en la mente de unos cuantos teóricos– se pueda enseñar en las escuelas.

Parecen no advertir que

“Las democracias necesitan hombres y mujeres con convicciones, para no hundirse en el mercadeo, en la corrupción, o simplemente en la rutina del trámite sin alma. No funcionan duraderamente sin un conjunto de valores y de normas vividas y aceptadas por los ciudadanos. Como consecuencia, y aunque sean minoritarios y criticados, los creyentes tienen que ocupar un lugar fundamental, pues cabe legítimamente esperar de ellos el sentido del bien común, la preocupación por las solidaridades concretas y efectivas y una participación grande en la vida pública a través de asociaciones diversas”. 15

Pero los católicos españoles no hemos aprendido aún a situarnos correctamente

en esta sociedad que ha ido emergiendo. Unos, porque se sienten acomplejados de seguir siendo creyentes, ante las críticas bastante superficiales de una minoría muy combativa que se presenta como agnóstica. Otros, porque a falta de una fe sólidamente personalizada y meditada, experimentan un notable desasosiego ante los descubrimientos de las ciencias y los procesos sociales, y para conservar su fe,

13 Ibid. 14 DIÓCESIS DE MÁLAGA, Proyecto Pastoral Diocesano 2.001-2.006, pg 229. 15 PAUL VALADIER, Un cristianismo de futuro. Por una nueva alianza entre razón y fe,

Madrid 2001, 203.

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12pretenden vivir hoy con la fe del carbonero evitando pensar y reflexionar para ahorrarse

preguntas un tanto incómodas. Y muchos, porque tratan de resolver una situación incómoda con el fácil recurso de sentirse víctimas y de sufrir en silencio. Esto significa que todavía no hemos aprendido a vivir la fe cristiana con hondura y responsabilidad lúcida en esta nueva situación.

Es necesario profundizar en nuestra fe para saber dar razón de nuestra esperanza y salir fuera de los templos, con humildad y con inteligencia, a vivir y a manifestar nuestra fe en medio de esta sociedad nueva y diferente. Con palabras del autor que acabo de citar más arriba, hay que “buscar vías concretas para una presencia efectiva actual, a partir de una simpatía de principio, de la cual no se comprendería el que un cristiano pudiera apartarse, puestas aparte todas las ideologías”. 16

Con otras palabras, tenemos que amar este mundo, porque es el mundo de Dios; tenemos que seguir apostando por la esperanza, porque sabemos que Jesucristo ha vencido al pecado y nos ha dado el Espíritu Santo para que nos sostenga; y tenemos que seguir creyendo en el hombre y en su apertura al Evangelio, porque creemos en el Dios que nos ha creado y que se ha encarnado en Jesucristo. Con palabras del Vaticano II,

“El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos, son también el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón. Pues la comunidad que ellos forman está compuesta por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el Reino del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para proponérselo a todos”.17

2.4. Desde una actitud de diálogo con otros grupos religiosos.

Algún pensador ha escrito que los conflictos futuros no tendrán como causa la lucha entre los príncipes ni entre las ideologías, sino que serán conflictos de civilizaciones, en las que las religiones tienen un peso particular. 18 Personalmente no considero acertado este diagnóstico, pero a tenor de lo que está sucediendo en nuestros días, esta idea podría resultar cierta si no ponemos ahora el remedio entre todos.

Precisamente uno más de los méritos de Juan Pablo II consiste en haber

impulsado el diálogo entre las diversas religiones hasta límites que han llegado a sorprender a no pocos hijos fieles de la Iglesia. El encuentro de oración por la paz que se celebró en Asís y en el que participaron líderes de casi todas las religiones de la tierra estuvo ya rodeado de cierta polémica. Su objetivo ante aquel encuentro y su intención al promover el diálogo no siempre han sido bien entendidos por todo el pueblo cristiano. Sin embargo, el Papa ha sabido situarse mejor que sus críticos en la estela del Vaticano II, que nos dice:

“(La Iglesia Católica) exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones,

16 Ibid 17 VATICANO II, Gaudium et spes, 1. 18 Cf SAMUEL HUNTINGTON, El choque de civilizaciones: la democratización a

finales del siglo XX, Barcelona, Paidos, 1994.

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13dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan

aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales, que se encuentran en ellos”.19

Esta recomendación del Concilio se hace más apremiante ante el renacer de la inquietud religiosa tras la muerte de las ideologías y ante la creciente presencia, en nuestros pueblos y ciudades, de personas que profesan otras religiones. Y de manera especial, ante la presencia creciente de hermanos musulmanes en nuestra tierra andaluza. Para hacernos una idea, en Europa hay actualmente en torno a 25 millones de musulmanes, de los que 4 millones viven en Francia. Es difícil saber los que viven en España, pero su número no deja de aumentar y este hecho no puede pasar inadvertido a nuestros desvelos pastorales. 20 El Vaticano II nos dijo que

“Si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Santo Sínodo exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua, defiendan y promuevan juntos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres”.21 Se trata de un diálogo difícil, pero absolutamente necesario. 22 Sin embargo,

como católicos, no podemos ceder a la tentación de caer en una especie de sincretismo religioso que terminaría minando los fundamentos mismos de toda religión. 23 Conviene que nos dejemos guiar por los sabios principios de la Iglesia en torno a esta cuestión,24 pues como nos dice el Papa,

“El diálogo debe continuar. En la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo es también importante para proponer una firme base de paz y alejar el espectro funesto de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos períodos de la historia de la humanidad”.25

2.5. Comprometidos con la promoción de la justicia y del respeto a los derechos humanos.

En su espléndida Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, Pablo VI presenta la evangelización del mundo contemporáneo en conexión íntima con la justicia. Y es

19 VATICANO II, Nostra aetate, 2. 20 Es un tema que también han abordado nuestros vecinos franceses. La presencia de los

musulmanes y la forma de abordar con espíritu evangélico esta presencia fue el tema de estudio de la Conferencia Episcopal Francesa, reunida en Lourdes durante el mes de Noviembre de 1998.

21 VATICANO II, Nostra aetate, 3. 22 A pesar de la dificultad, no podemos compartir el pesimismo con que aborda el tema

GIOVANNI SARTORI, La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, Madrid, Taurus, 2001.

23 Ante esta tentación que seduce a numerosas personas ilustradas pero con escasa profundidad t eológi ca, cf l a lúci da obra de GAVIN D́COSTA (Ed. ), La unicidad cristiana reconsiderada. El mito de una teología de las religiones pluralista, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2.000.

24 Especialmente por la Instrucción del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos que lleva por título Diálogo y anuncio (19 de Mayo de 1991). Me consta que está a punto de salir un nuevo documento sobre este mismo tema.

25 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 55.

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14natural, pues como él mismo dice,

“entre evangelización y promoción humana –desarrollo, liberación- existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Vínculos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de Redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélicos como es el de la caridad”.26 Y después de asentar estos sólidos principios, avisa a todo Pueblo de Dios que

proclamar el amor fraterno sin tomarse en serio las cuestiones de la justicia social es señal de que no se ha comprendido bien el Evangelio. En un mundo inmensamente rico, en el que mueren de hambre miles de personas cada día, tenemos que evangelizar con el lenguaje de Jesucristo, con obras y con palabras. 27 Especialmente si tenemos en cuenta que durante los últimos veinte años no sólo ha aumentado el número de pobres, sino que se ha agrandado el abismo que separa a los unos de los otros. 28

Por eso ha insistido también Juan Pablo II en que

“Esta vertiente ético-social se propone como una dimensión imprescindible del testimonio cristiano. Se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad, con la lógica de la Encarnación y, en definitiva, con la misma tensión escatológica del cristianismo”.29 La situación de injusticia y de pobreza nos afecta de una manera especial. No

sólo por el doloroso fenómeno de los inmigrantes que llegan cada día –cuando no pierden la vida en aguas del Estrecho –sino porque los pobres están también entre nosotros. Como recordaréis, el estudio que se publicó el año 1996 nos decía que los hogares de la provincia de Málaga que podían considerarse pobres se acercaban al 24 %; mientras que en Melilla, este porcentaje rondaba el 32 %.

Estos hechos dolorosos no pueden quedar ocultos bajo el bienestar de los demás y detrás de los signos de bonanza y de riqueza que se manifiestan en las localidades de la costa. Pues como enseña también el Papa Juan Pablo II,

“El Señor, mediante la Eucaristía, sacramento y sacrificio, nos une consigo y nos une entre nosotros con un vínculo más perfecto que toda unión natura; y unidos nos envía al mundo entero para dar testimonio, con la fe y con las obras, del amor de Dios, preparando la venida de su Reino y anticipándolo en las sombras del tiempo presente”.30

26 PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 31. 27 Cf. VATICANO II, Dei Verbum, 2. 28 Cf JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis, 14. 29 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 52. 30 JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis, 48.

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15III. El perfil básico del evangelizador

El Directorio General para la Catequesis, que deberá convertirse en el libro

básico de formación y de revisión para cuantos desempeñan algún ministerio eclesial en nuestras comunidades, insiste en que la formación religiosa del catequista debe estar adaptada a las necesidades de este momento histórico en el que nos ha tocado vivir. “Para responder a él (a este momento histórico), dice, se necesitan catequistas dotados de una fe profunda, de una clara identidad cristiana y eclesial y de una honda sensibilidad social. Todo plan formativo ha de tener en cuenta estos aspectos”. 31

Pienso que no me excedo al considerar que lo que se dice aquí del catequista, se puede afirmar con igual derecho de todos los que desempeñan alguno de los restantes servicios o ministerios eclesiales. Por eso me voy a detener en este texto sobre el que he hablado en otras ocasiones, por considerar que tiene una importancia decisiva. 3.1. Dotados de una profunda fe.

Lo primero que se le pide al evangelizador es que sea persona de una fe profunda. Y es natural, porque la fe es vida y se transmite por vía de contagio. De ahí que antes de preguntarnos qué debemos hacer para evangelizar a nuestro mundo, nos debamos preguntar quiénes somos cada uno y quiénes estamos llamados a ser. Pues aunque la Palabra tiene fuerza por sí misma para llegar al corazón del oyente, también es cierto que nuestro mundo presta mayor atención a los testigos que a los sabios, por lo que “la Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio”32, pues “hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación”, y “el mundo exige evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente como si estuvieran viendo al Invisible”. 33

Con palabras de Juan Pablo II, “es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro, es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil de ‘hacer por hacer’. Tenemos que resistir esta tentación, buscando ‘ser’ antes que hacer”. 34

Ser persona de fe profunda significa, entre otras muchas cosas, haber vivido y seguir viviendo un encuentro profundo con Dios, que se traduce en una confianza renovada en Él y en una mayor fidelidad al Evangelio. Dicho encuentro se realiza de modo privilegiado, aunque no único, en la oración. Especialmente, en la oración comunitaria de la Iglesia que tiene lugar en la Liturgia y alcanza su cumbre y su meta en la celebración de la Eucaristía, pues “de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin”.35

31 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis, 237 32 PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 21. 33 Id. 76. 34 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 1. 35 VATICANO II, Sacrosanctum concilium, 10-

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16

Cuando la práctica sacramental y la restante vida de oración del evangelizador es pobre, difícilmente puede transmitir esa pasión por Dios y esa confianza amistosa en Él que caracteriza a la persona creyente. Durante tiempos felizmente superados algunos creyentes albergaban el temor de que la vida de oración los pudiera alejar de su compromiso a favor del hombre. Pero lejos de apartar de la existencia concreta y de la preocupación por los marginados, la participación en la Liturgia es el hontanar inagotable de vida teologal, que se traduce en amor a los más pobres, en compromiso por la justicia y en esfuerzo por llevar a la vida la práctica de los derechos humanos. 36 3.2. Con una clara identidad cristiana y eclesial.

Según ponen en evidencia algunos sondeos sociológicos, un notable porcentaje de españoles que se confiesan católicos y practicantes, al ser preguntados sobre sus creencias, manifiestan no creer en aspectos tan centrales de la fe como son la resurrección de Jesucristo, su condición de Hijo unigénito de Dios, la vida eterna y diversos preceptos de la moral católica. Es natural que, estando en esta situación, no se sientan Iglesia ni comulguen con los documentos en los que la Iglesia trata de actualizar la fe de sus miembros y dar respuestas a cuestiones concretas.

Otras veces se advierte en algunas respuestas una concepción infantil de la fe.

Da la impresión de que estas personas no han actualizado ni profundizado el conocimiento del Credo que recibieron en la catequesis de la primera comunión. Y aunque conocen los fundamentos de la fe, la falta de una comprensión de la misma más rica y matizada a la luz de los avances culturales, mantiene a estos cristianos en una actitud de miedo a pensar en la fe que confiesan y a confesarla sin reticencias.

Por otra parte, al no estar insertos en comunidades cristianas vivas y no

conocer la realidad de Iglesia sino mediante la imagen parcial y deformada que perciben en los medios de comunicación, parece normal que en lugar de sentirse agradecidos y orgullosos de pertenecer al Pueblo de Dios, experimenten cierto desasosiego cuado tienen que manifestar su condición de católicos. Y si hace unos años era corriente escuchar especialmente a los jóvenes eso de “Jesucristo sí, Iglesia no”, hoy no es raro oír a personas adultas afirmar que son cristianos por libre. El sincero examen de conciencia que realizó el Vaticano II, y que debemos seguir realizando cada generación de católicos, 37 se ha convertido, para algunos, en una visión parcial y amarga del Pueblo de Dios que los ha impulsado a la desafección eclesial.

Durante los años del Concilio, estas exigencias, la de la propia identidad cristiana y la de la identidad eclesial, llevaron al Pueblo de Dios a profundizar sosegadamente en el conocimiento y en el amor de Jesucristo, del Espíritu Santo y de Dios Padre y a poner la fe trinitaria como el núcleo central de toda catequesis.38 Todo ello para que los cristianos se pongan “con nuevo asombro de fe frente al amor del Padre que ha entregado su Hijo, ‘para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna’” y para que eleven “su acción de gracias por el don de la Iglesia, fundada por Cristo como ‘sacramento’, signo e instrumento de íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”. Al mismo tiempo, esta gratitud se debe

36 Cf VATICANO II, Apostolicam actuositatem, 4. 37 Cf VATICANO II, Gaudium et spes, 43. 38 Cf. VATICANO II, Lumen gentium, 2,3,4.

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17extender “a los frutos de santidad madurados en la vida tantos hombres y mujeres que

en cada generación y en cada época histórica han sabido acoger sin reservas el don de la Redención”.39

Y de paso, hay que reconocer los pecados de los cristianos a lo largo de la historia, para pedir perdón de ellos y convertirse.40 Es algo que no debe escandalizarnos, pues la Iglesia está compuesta por hombres pecadores. Y cuando le criticaban a Jesús porque acogía a los pecadores, Él dijo claramente que había venido a buscarlos, porque ellos son los que necesitan el perdón y la misericordia de Dios.

Reconociendo sus pecados y pidiendo perdón de ellos con humildad, la Iglesia “sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido”.41 Y la intención más profunda del Jubileo, recuperando la memoria de los Santos y realizando un profundo examen de conciencia, ha consistido en “confirmar en los cristianos de hoy la fe en el Dios revelado en Cristo, sostener la esperanza prolongada en la espera de la vida eterna (y) vivificar la caridad comprometida activamente en el servicio a los hermanos”. 42 Por eso insiste el Papa en que “si quisiéramos individuar el núcleo esencial de la gran herencia que nos deja (el Jubileo 2000), no dudaría en concretarla en la contemplación del rostro de Cristo: contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino”.43

También existe un desconcierto importante en el campo de los criterios morales.

Es el tema que aborda el Papa en su encíclica Veritais splendor, en la que, hablando de la fractura entre libertad y verdad, dice:

“Nos encontramos ante una mentalidad que abarca, -a menudo de manera profunda, vasta y capilar- las actitudes y los comportamientos de los mismos cristianos, cuya fe se debilita y pierde la propia originalidad de nuevo criterio de interpretación y actuación para la existencia personal, familiar y social. En realidad, los criterios de juicio y de elección seguidos por los mismos creyentes se presentan frecuentemente –en el contexto de una cultura ampliamente descristianizada- como extraños e incluso opuestos a los del Evangelio”. 44

Insisto en este punto porque, a veces, no se percibe con claridad en los miembros de nuestras comunidades esa identidad cristiana que les permitiría disfrutar de la riqueza del Evangelio, sentirse miembros activos y corresponsables del Pueblo de Dios y desarrollar en nuestra historia el dinamismo renovador del Evangelio. Unos, debido a que reducen la grandeza misteriosa del Evangelio a una simple moral muy condicionada por la cultura de hoy; otros, porque tienen una visión muy parcial y distorsionada de la Iglesia; y bastantes, porque no han descubierto todavía la fuerza

39 JUAN PABLO II, Tertio millennio adveniente, 32. 40 Cf Id 33-36. Cf COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Memoria y

reconciliación. La Iglesia y las culpas del pasado, Madrid, 2.000. 41 VATICANO II, Gaudium et spes, 3. 42 JUAN PABLO II, Tertio millennio adveniente, 31. 43 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 15. 44 JUAN PABLO II, Veritais splendor, 88.

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18transformadora y renovadora de la acción de Jesucristo en los sacramentos.

3.3. Dotados de una honda sensibilidad social.

A veces oigo decir a personas serias y sensatas que tienen la impresión de que, en estos últimos años, la Iglesia se ha recluido en los templos. Aunque es evidente que ha crecido la sensibilidad social y el amor preferencial por los empobrecidos, la mayoría de los que se comprometen en favor de los demás lo hace en organizaciones de ayuda que buscan paliar las consecuencias de la injusticia antes que transformar la realidad, que es lo que nos propone el Vaticano II. 45 Siendo muy loable la tarea de quienes trabajan en estas organizaciones, debemos insistir en que el apostolado de los seglares, especialmente el asociado, tal como lo entiende el Concilio Vaticano II, apunta en otra dirección. Por eso dice con toda claridad: “Es necesario, sin embargo, que los laicos asuman, como obligación suya propia la instauración del orden temporal, y que actúen en él de una manera directa y concreta, guiados por la luz del Evangelio y el pensamiento de la Iglesia y movidos por el amor cristiano”.46

Necesitamos, pues, más laicos que hagan presente el Evangelio y su dinamismo transformador en la empresa, en los sindicatos, en la política, en la universidad, en el desarrollo científico, en los avances de la bioética, en los medios de comunicación y en las organizaciones ciudadanas.

Es un apostolado difícil, pero no por eso menos necesario. Especialmente

ahora, cuando es frecuente escuchar a políticos de signo diverso que la Iglesia no debe inmiscuirse en asuntos temporales, porque, dicen, la fe es una cuestión privada y ha de mantenerse al margen de la actividad política, sindical y profesional de los ciudadanos. Desconocen o simulan desconocer la dimensión pública de la fe, que con tanta energía recalcó el Vaticano II. Y esto es signo de que no tenemos militantes cristianos que, con su vida y su ejemplo, pongan de manifiesto el irrenunciable papel de la Iglesia en la vida económica, política y social.

Entre los retos que se nos plantean hoy a los cristianos, Juan Pablo II, tras insistir en “el esfuerzo que el Magisterio eclesial ha realizado, sobre todo en el siglo XX, para interpretar la realidad social a la luz del Evangelio y ofrecer de modo cada vez más puntual y orgánico su propia contribución a la solución de la cuestión social, que ha llegado a ser ya una cuestión planetaria”, añade que “esta vertiente ético-social se propone como una dimensión imprescindible del testimonio cristiano” y “se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad, ni con la lógica de la Encarnación y, en definitiva, con la misma tensión escatológica del cristianismo”. Pues aunque nadie pone en duda la primacía de la caridad, no se recalca que, en la situación presente, la caridad tiene que convertirse necesariamente “en servicio a la cultura, a la política, a la economía, a la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamentales de los que depende el destino humano y el futuro de la civilización”. 47

45 Cf VATICANO II, Apostolicam actuositatem, 7. 46 Id. 8. 47 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 51.

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19Pero esta rica doctrina de la Iglesia es muy poco conocida por el Pueblo de

Dios. En primer lugar, porque cuando salen a la luz los documentos de este tipo, los medios de comunicación no manifiestan interés en dar a conocer su contenido. Y luego, porque no hemos sabido descubrir la forma de darlos a conocer a los fieles. Sólo algunos movimientos apostólicos se ocupan asiduamente de este cometido, pero su loable empeño llega a muy pocos cristianos.

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20IV. LA PARROQUIA, EL ÁMBITO MÁS INMEDIATO DE LA

EVANGELIZACIÓN

Durante los últimos años se ha realizado una rica reflexión teológica y pastoral sobre la parroquia. 48Y como decía uno de los ponentes en el Congreso sobre Parroquia Evangelizadora, “basándonos en diversos estudios que se han realizado últimamente sobre la parroquia y en la observación de muchos que trabajan en el campo parroquial, comprobamos que la parroquia tiene una misión insustituible en la Iglesia: porque es necesaria una manifestación concreta de la Iglesia en la totalidad armónica de sus funciones (...). Porque la territorialidad asegura la catolicidad real y la continuidad, mejor que la libre adscripción (...). Porque es un lugar próximo y abierto a todos para la iniciación cristiana (...). Porque sigue siendo la estructura eclesial que entra en contacto con mayor número de personas”.49

Convencido de que estas apreciaciones son correctas, voy a comenzar centrando mi atención en la parroquia, como lugar privilegiado en el que convertir en realidad vivida cuanto he dicho. No es mi intención analizar la realidad de la parroquia ni profundizar en lo que debe ser para dar respuesta a nuestra situación presente. Me limito a algo mucho más modesto, fruto de la observación y de los ricos diálogos que tengo con seglares, sacerdotes, religiosas y religiosos cuando voy realizando la visita pastoral. Os lo ofrezco a modo de sugerencias y de horizonte hacia el que debemos caminar.

Pero quiero añadir alguna observación sobre la parroquia que considero pertinente. En primer lugar, se comete un error cuando se la contempla y se la trata como una realidad aislada del contorno humano y eclesial. La experiencia de los últimos años nos ha manifestado con generosidad que hay que concebir la parroquia como una célula vida del Arciprestazgo. Y esto quiere decir que su programación y su estilo de trabajo no pueden prescindir de las parroquias vecinas; y mucho menos, actuar en contra de lo acordado mediante un diálogo leal y abierto, en el que deben participar también un buen número de representantes seglares. Esto no significa que todas deban seguir el mismo ritmo, pues cada una tiene su propia personalidad y sus posibilidades, pero sí que debe caminar en la misma dirección en que lo hacen las demás, de acuerdo con el Proyecto Pastoral Diocesano.

Volviendo a la parroquia como tal, os ofrezco algunas sugerencias que considero importantes. 4.1. La parroquia, escuela de formación doctrinal.

Cuando visito a las parroquias, le suelo dar gracias a Dios por la notable presencia de seglares que tienen clara su condición de miembros activos y responsables de la Iglesia y aportan su tiempo y su carisma a la misión evangelizadora. En ellos se pueden comprobar, en diferente medida, las tres características del evangelizador que acabo de analizar. Pero en una sociedad tan cambiante como la actual, hay que intensificar la formación de quienes están trabajando pastoralmente y, de paso, preparar a las nuevas generaciones. De ahí la importancia de que cada parroquia o

48 Cf CONGRESO. Parroquia evangelizadora, Madrid, Edice, 1989. 49 JOAN BESTARD COMAS, ¿Evangelizan nuestras parroquias?” en CONGRESO.

Parroquia evangelizadora, Madrid, Edice, 1989, pgs 88-89.

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21grupo de ellas disponga, según sus posibilidades, de planes de formación y de ofertas

diferenciadas.

Pienso que también entre nosotros se tienen vigencia estas lúcidas palabras de K. Lehmann: “La transmisión de las verdades religiosas está entre nosotros particularmente debilitada. Más aún, para decirlo realísticamente, está interrumpida... Por todas partes, en el mundo, la transmisión de la fe y de los valores morales que proceden del Evangelio, a la generación próxima (a los jóvenes) está en peligro. El conocimiento de la fe y el reconocimiento moral se reducen frecuentemente a un mínimo”.50

Comprendo que siempre será una minoría de los miembros la que pueda seguir procesos catequéticos de solvencia y hondura, pero esas personas serán luego el fermento de la comunidad parroquial: mediante la educación de los propios hijos, el desempeño de ministerios laicales en la parroquia, la militancia en diversos movimientos apostólicos o el apostolado personal. Por supuesto que el número tiene su importancia, pero no olvidemos que el Reino de Dios brota en la insignificancia, como el grano de mostaza. Además de las catequesis pre-sacramentales, que están ya implantadas en casi todas las parroquias, sería conveniente que la parroquia pudiera ofrecer estos tres servicios básicos: Estudio de la Biblia, Catecumenado de Adultos y Lectura de los signos de los tiempos. Y se debe procurar que cada uno de estos servicios tome la palabra formación en el sentido en que la entiende la ponencia que se presentó en el Consejo Pastoral Diocesano. 51

1) Estudio de la Biblia. Algunas parroquias, también en poblaciones pequeñas, han iniciado y continúan esta experiencia. Es una manera valiosa de poner a nuestros fieles ante la Palabra de Dios. Si pretendemos que proclamen el Evangelio con obras y con palabras, es necesario que conozcan la Biblia, que aprendan a manejarla con alguna soltura y que lean y mediten en familia la Palabra. Pues resulta un contrasentido que no conozcan de manera directa la Escritura, a pesar de que “la palabra de Dios posee tan gran fuerza y virtud, que ella es sostén y vigor de la Iglesia, y para los hijos de la misma Iglesia, fortaleza de su fe, manjar del alma y fuente pura y perenne de vida espiritual”. 52

A veces da la impresión de que no tenemos en cuenta que la “la contemplación

del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de Él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto de que San Jerónimo afirma con vigor: ‘Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo”. 53

Hoy existen materiales de estudio adecuados para situaciones muy diversas y hay Diócesis españolas en las que el estudio de la Biblia está siendo ya el mejor alimento de la fe del Pueblo de Dios. La riqueza y la fuerza de la Palabra de Dios es un tesoro que la mayoría del pueblo cristiano no ha descubierto todavía, y si no le acostumbramos a leer, a entender, a meditar y a saborear este tesoro, le privamos de un lugar privilegiado de encuentro con Dios y de un medio especialmente útil para

50 K. LEHMANN, en el Sínodo de Obispos de 1985. 51 Cf ANTONIO TUBIO, Los agentes de la pastoral: formación, en CONSEJO

PASTORAL DIOCESANO, Ponencias 1995-2000, Málaga 2001, pgs 273-274. 52 VATICANO II, Dei Verbum, 21. 53 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 17.

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22alimentar su fe. Es verdad que ya recibe el pan de la Palabra en la celebración de los

sacramentos, especialmente cuando las lecturas van seguidas de la correspondiente homilía, pero hay que ofrecerle nuevas posibilidades para que asimile y digiera ese alimento. “Es necesario, en particular, dice el Papa, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la ‘Lectio divina’, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia”. 54

2) Catecumenado de adultos. Me refiero a la presentación actualizada, sistemática y viva de las verdades centrales de la fe católica. Es la gran intuición que movió a elaborar el Catecismo de la Iglesia: la formación del Pueblo de Dios, que le permitiera mantener su identidad católica. Pero la lectura personal del Catecismo no está al alcance de todos y no es posible para la mayoría de nuestros fieles.

El Directorio General de Catequesis señala la importancia de recuperar la iniciación cristiana en un mundo como el nuestro. Es algo en lo que también venimos insistiendo hace tiempo los Obispos de Andalucía. Es el mínimo a que tiene derecho toda persona creyente. Desde esta óptica, “La catequesis es una formación básica, esencial, centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las certezas más básicas de la fe y en los valores evangélicos más fundamentales. La catequesis pone los cimientos del edificio espiritual del cristiano, alimenta las raíces de su vida de fe, capacitándole para recibir el posterior alimento sólido en la vida ordinaria de la comunidad cristiana”.55

Aparte de que no debemos dar por supuesta en los cristianos de hoy esta formación básica, el empuje de las sectas, la seducción que ejerce en muchos creyentes la propuesta de llegar a una especie de sincretismo religioso y la necesidad perentoria de mantenerse en diálogo con la cultura actual exige a nuestros fieles una formación permanente que no suele recibir la mayoría. Además, la forma desfasada de comprender y de presentar las verdades centrales de la fe que tienen muchos de ellos, incluso personas con estudios superiores, les impide participar en el diálogo con la cultura actual en que tanto insisten los documentos del Magisterio, 56 y no les permite dar a los demás ni a sí mismos razón de su esperanza. (1P, 3,15). Seguramente ésta es una de las causas que induce a numerosos no creyentes a decir que la fe es una actitud irracional, sin ningún fundamento que la presente como intelectualmente responsable.

En un mundo tan ilustrado y crítico como el nuestro, la fe del carbonero ya no sirve, pues está desfasada y desvalida frente a las exigencias normales de la razón humana. Es verdad que la fe en un don divino, pero así mismo es cierto que este don va destinado a un ser inteligente y responsable, a quien Dios no pide que abdique de su condición humana. Es el gran mensaje de la encíclica de Juan Pablo II Fides et ratio.

También en este aspecto son maestros los Padres de la Iglesia, cuyas catequesis nos enseñan que, en un contexto cultural muy ajeno y adverso al Evangelio,

54 Id 39. 55 DIRECTORIO GENERAL DE CATEQUESIS, 67. 56 Cf CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura,

especialmente los números 27-30; 33-35.

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23descubrieron que la formación teológica del Pueblo de Dios era la forma mejor de

apostar por el futuro. Sólo así pondremos cimientos sólidos a la Iglesia de hoy y de mañana: ayudando a las comunidades cristianas a conocer su fe, a armonizar su visión cristiana del hombre y del mundo con la que nos ofrecen las ciencias y a llegar a esa comprensión de los misterios que el Vaticano I tildó de modesta y fructuosísima a la vez.57

Una comunidad que carezca de formación y no ponga los medios necesarios

para adquirirla se sentirá acomplejada ante el impresionante desarrollo del saber profano y se verá obligada a rehuir el diálogo con los creyentes de otras religiones y con los no creyentes. Una actitud que parece la menos apropiada en un mundo en el que se busca cada día con más ahínco la razón de nuestras decisiones y en el que el pluralismo, incluido el religioso, se acrecienta sin cesar. 3) Lectura de los signos de los tiempos. En nuestro mundo plural, pero controlado por los dueños de los medios de comunicación, la voz de la Iglesia nunca llega al pueblo con la hondura y con el rigor necesarios. Sólo llegan fragmentos de la misma, casi siempre sacados de contexto y, con frecuencia, sometidos a interpretaciones arbitrarias. Basta con estar atentos a problemas graves que están en el ánimo de todos.

En cuestiones tan serias y complejas como son el aborto, la eutanasia, la

clonación de seres humanos, la presunta explosión de la población mundial, la globalización de la economía y otras semejantes, a la mayoría de los cristianos no les llega la voz de la Iglesia ni sus razones. Y la presentación sesgada de los hechos por parte de una mentalidad que no comparte los valores cristianos, que ofrece todos los apoyos a la propia posición y oculta o deforma las razones del otro, termina por minar la confianza de numerosos cristianos en la Iglesia y sus razones de peso. La impresión que la gente percibe de esta presentación sesgada es que la Iglesia es un freno a todo lo que sean los nuevos descubrimientos, y que no tiene más apoyo racional que su oscurantismo y sus miedos.

Comprendo que la cuestión es difícil, pero tal vez nos faltan imaginación y

reflejos para buscar algún tipo de respuesta a estos desafíos. Y me pregunto si la parroquia no será el lugar adecuado para organizar mesas redondas y conferencias que presenten a los fieles la verdadera doctrina de la Iglesia y la seriedad de sus razones. Dada la gran diversidad de situaciones, cada comunidad tendría que desarrollar algún medio para ayudar al Pueblo de Dios a leer e interpretar los signos de los tiempos y para conocer las razones que avalan la doctrina católica. Sólo así podremos reconciliar con la Iglesia la fe de numerosos creyentes que se declaran católicos y, sin embargo, no aceptan como parte integrante de su fe aspectos fundamentales del dogma y de la moral católica que les propone el Magisterio.

La verdadera apertura a los signos de los tiempos no consiste en asumir aquello que propugna el más osado, sino en conocer con rigor, analizar con hondura, dialogar y decidir según los dictados de una conciencia rectamente ilustrada y comprometida. Es una tarea en que ha dado excelentes frutos el método de trabajo de los movimientos apostólicos que se conoce como “revisión de vida”. Quizá habría que recuperar su impulso transformador a la hora de abordar los acontecimientos presentes a la luz del Evangelio.

57 Cf VATICANO I, Constitución dogmática “Dei Filius” sobre la fe católica, cap IV. H.

DENZINGER-P. HÜNERMANN, 3016.

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4.2. La parroquia, escuela de oración

La historia de las religiones nos enseña que la oración es un elemento fundamental de toda actitud religiosa y que si calla la oración, Dios desaparece de la conciencia del hombre. Y es normal, porque la fe es entrega confiada y amistosa, por lo que encuentra en la oración su alimento y su expresión más profunda.

No es posible conservar una amistad si no se cultiva el trato con el amigo. Y en el caso de la oración evangélica, es un trato en el que tiene primacía la actitud de escucha, pues lo más característico del cristianismo es que Dios ha salido a nuestro encuentro y nos ha hablado. En los tiempos antiguos, nos habló de diferentes formas y por los medios más diversos; y en estos últimos tiempos, nos ha hablado en su Hijo Jesucristo (cf Hbr 1, 1-2). Ante esta iniciativa divina, la postura correcta del hombre es la escucha, que nos adentra contemplativamente en el Misterio divino y nos devuelve luego al mundo con la mirada y con los sentimientos de Dios. Por eso afirmamos que la oración no sólo no nos aparta del compromiso con el hombre, sino que nos lleva a él con toda radicalidad.

El Papa Juan Pablo II nos acaba de decir que “nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas ‘escuelas de oración’, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hacia el arrebato del corazón”.58 Y es que ninguno de nosotros nace sabiendo orar, sino que la oración requiere un aprendizaje y unas condiciones materiales que no se suelen dar en todas partes. De ahí la importancia de convertir nuestras parroquias en “escuelas de oración”.

1) El aprendizaje de la oración personal. Antiguamente, cuando era costumbre

rezar en los hogares, junto con las oraciones más clásicas de nuestro ambiente, se nos iba iniciando a los niños en la oración. Los padres no sólo enseñaban el “Padre nuestro” a sus hijos, sino que les explicaban con paciencia y con ternura el significado de cada palabra y de cada petición. La actitud recogida y reverente que adoptaban ellos mismos para rezar era ya una catequesis plástica de la grandeza de Dios; la serenidad con que pronunciaban cada palabra abría la mente de los hijos a la bondad divina; y los jugosos comentarios con que introducían la oración por los diversos problemas y acontecimientos se convertían en una rica iniciación en la oración de alabanza, de acción de gracias, de petición y de entrega confiada a la voluntad divina.

La parroquia también ofrecía diversas formas de orar, además de la celebración

de los sacramentos. Y era frecuente ver en los templos a numerosas personas recogidas en oración personal. Los sacerdotes las atendían personalmente cuando deseaban iniciarse, les ofrecían libros y otros medios a su alcance para orar y las orientaban cuando pedían ayuda para solventar las dificultades que surgían sobre la marcha. Se disponía de más tiempo y había más sacerdotes dedicados a las tareas parroquiales.

Nuestra situación es diferente, porque hoy apenas se reza en los hogares y el

ritmo de vida que llevamos nos dificulta el recogimiento y el silencio. Además, la actividad a la que nos vemos sometidos y el bombardeo de noticias y sensaciones que recibimos de los medios de comunicación nos vacían y nos dispersan. Nada nos habla

58 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 33.

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25de Dios y todo nos invita a estar pendientes de nosotros. Además, no resulta fácil tener

los templos abiertos y a disposición de las personas que desean hacer una visita al Santísimo. En resumen, vemos que, por diferentes causas, apenas se ora y no resulta fácil encontrar guías que inicien en la vida de oración. Por otra parte, como he dicho antes, no hay que dar por supuesto que el bautizado sepa orar. Más bien, hay que partir de la sospecha fundada de que no sabe hacerlo. Y sin embargo, seguimos necesitando la oración y no son pocos los que la echan de menos.

Quizá por eso, cuando se imparten cursos de oración suelen encontrar una buena

acogida por parte de los fieles, que agradecen la oportunidad que se les brinda. Pero dichos cursos, con ser una oferta interesante y una buena forma de iniciar, no constituyen una respuesta suficiente. Es necesario que la parroquia misma ofrezca espacios y tiempos para orar; que haya alguna persona con experiencia para atender a quienes se inician; y que pueda dar respuesta a quienes le plantean las dificultades que van surgiendo en este camino apasionante.

En principio, esta misión les corresponde principalmente a los sacerdotes, pues el Concilio les recomienda que enseñen a orar a los miembros de sus comunidades y que los lleven “como de la mano a practicar durante toda su vida un espíritu de oración cada vez más perfecto, según las gracias y necesidades de cada uno”. 59 Por mi parte, pienso que el tiempo que los presbíteros dedican a este menester es un tiempo muy bien empleado. Pero reconozco que también los seglares pueden desempeñar y desempeñan con gran provecho este menester, siempre que hayan recibido la necesaria preparación.

En todo caso, hay que buscar la forma de facilitar al Pueblo de Dios un espacio

en el que sea posible hallar el recogimiento y el silencio. Tenemos que recuperar la costumbre de que los templos permanezcan abiertos algunas horas cada día, para que los fieles que así lo deseen, puedan acudir a orar ante el sagrario.

2) La iniciación en la oración comunitaria.”La liturgia, ha dicho el Vaticano II,

es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor”. 60 Esta afirmación del Concilio, que llama la atención sobre un aspecto nuclear de nuestra vida de fe, puede quedarse en una hermosa teoría si no mejoramos la formación litúrgica de nuestras comunidades. Hay que ayudarle a recuperar el sentido de los símbolos y de los ritos litúrgicos, y una manera de hacerlo consiste en el buen funcionamiento del equipo de liturgia.

Pero además de la escasa formación litúrgica, pienso que nuestras comunidades adolecen de dos carencias especialmente graves en este campo: la falta de aprecio en que ha caído el recurso al sacramento de la reconciliación y la facilidad con que se deja de acudir a la celebración comunitaria de la muerte y de la resurrección de Jesucristo en la eucaristía del domingo.

Posiblemente en el origen de estas actitudes estaba el noble y legítimo deseo de

escapar a la rutina y de hacer caer en la cuenta de que la misa y la confesión de los pecados no se deben limitar a su aspecto de preceptos de la Iglesia ni a realizar unas

59 VATICANO II, Presbyterorum ordinis, 5. 60 VATICANO II, Sacrosanctum concilum, 10.

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26acciones que se agotan en sí mismas. Pero los resultados a los que se ha llegado no son

satisfactorios y hay que analizar con hondura las consecuencias de la situación presente.

Dice el Concilio que “ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y su quicio en la celebración de la santísima eucaristía, por la que debe consiguientemente comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad”. 61 Y es que la Eucaristía dominical “es un deber irrenunciable que se ha de vivir no sólo para cumplir un precepto, sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente”. 62 Pero muchos miembros de nuestras comunidades no conocen esta doctrina y no es raro escuchar a nuestros cristianos, especialmente a los jóvenes, que la santa misa no les dice nada y que los aburre; o que la confesión de los pecados atenta contra la dignidad de la persona y su derecho a la propia intimidad.

En cuanto a los demás sacramentos, con frecuencia ni se plantea que son una

forma comunitaria de oración. Como el desconocimiento es grande en el campo de la liturgia, a veces se pretende salir al paso de esta situación introduciendo elementos novedosos, para que las celebraciones resulten más adaptadas a los participantes y amenas, sin advertir que es inútil buscar en elementos secundarios la respuesta a problemas muy de fondo.

Por supuesto, hay que cuidar la celebración de la Liturgia, para que se realice

con la dignidad que merece. Especialmente se debe prestar una atención esmerada a los cantos, que han de estar bien seleccionados y ensayados. Hay que procurar que las moniciones sean sobrias y resulten comprensibles para la comunidad y que las lecturas se realicen con una entonación que haga posible el buen entendimiento de los textos. Pero sin olvidar que el problema de fondo es el desconocimiento del significado de la liturgia y de sus signos, la poca hondura de nuestra oración y el no haber descubierto la implicación mutua entre la liturgia que celebramos en el templo y la respuesta creyente que damos a las cuestiones que plantea una existencia evangélica. Sólo cuando el creyente se pone en la presencia de Dios y se sumerge a fondo en el espíritu de los actos que realiza, descubre que la liturgia es la actualización, para nosotros hoy y aquí, de la acción salvadora de Jesucristo, que vive y actúa en la historia presente por la fuerza del Espíritu Santo.

No basta, pues, que la parroquia ofrezca la celebración de la santa misa. Para ser

fiel a su misión, tiene que fomentar “con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, externa e interna, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa”.63 Esta educación litúrgica es una apuesta de futuro y un camino seguro para avanzar en la espiritualidad evangélica, pues no podemos olvidar que “la renovación de la alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo”. 64 Y aquellas comunidades en las que, además de cuidar esta formación litúrgica de los fieles, se han ido dando pasos para iniciarlos en el rezo de alguna de las Horas, pueden dar fe de cuanto digo.

3) Los ejercicios piadosos. El mismo Concilio que puso tanto énfasis en reavivar la vida litúrgica del Pueblo de Dios, recomienda no descuidar aquellos ejercicios de

61 VATICANO II, Presbyterorum ordinis, 6. 62 JUAN PABLO II, Novo Millennio ineunte, 36. 63 VATICANO II, Sacrosanctum concilium, 19. 64 Id. 10.

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27piedad que resulten más apropiados a las costumbres y para las características de cada

comunidad cristiana. 65 La vida de numerosos santos da fe de cómo tales ejercicios piadosos fueron el impulso que los sostuvo y guió para vivir con radicalidad el Evangelio. Es el caso del Beato Manuel González, cuya vida espiritual no se puede comprender sin sus visitas al Santísimo y la adoración eucarística. Por eso, considero que limitar la oferta de la parroquia en cuestiones de oración a la celebración de la santa misa y de los otros sacramentos implica un empobrecimiento grave.

Nuestro pueblo es especialmente sensible a determinadas devociones. Es verdad que algunas veces están muy contaminadas por aspectos nada evangélicos. Pero la respuesta sensata no puede consistir en eliminarlas debido a sus adherencias negativas, pues despojar a las personas de elementos culturales muy arraigados sería mutilarlas de parte de su vida y de su historia. Ante tradiciones religiosas paganas arraigadas, nuestros mayores trataron de aprovechar sus elementos simbólicos y expresivos para darles un contenido cristiano, a la luz de la encarnación de Jesucristo. Lo verdaderamente evangélico, aunque difícil, consiste en purificar lo más posible estas prácticas, pero sabiendo que no será fácil eliminar de ellas todo tipo de contaminación. ¡No olvidemos que sólo Dios es absolutamente santo!

En esta línea inteligente se pronunció la Conferencia Episcopal Latino Americana (CELAM) en su reunión de Puebla; y en esta línea se pronunció Pablo VI, como he señalado más arriba, hablando de la religiosidad popular, y como recomienda a propósito del rosario.66 Pero ya el Concilio había dicho:

“Se recomiendan encarecidamente los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, siempre que sean conformes a las leyes y normas de la Iglesia, especialmente los que se realizan por mandato de la Sede Apostólica”.67

4.3. La parroquia, escuela de comunión y lugar de encuentro

El libro de Los Hechos de los Apóstoles leído, estudiado y meditado con sosiego nos ofrece una catequesis del misterio de la Iglesia en vivo. Entre otros elementos, pone de manifiesto que el principal protagonista del crecimiento y del desarrollo de la Iglesia es el Espíritu Santo. Y a la luz de los acontecimientos diarios, enseña cómo este Espíritu va guiando a la comunidad cristiana, que se deja interpelar por los signos de los tiempos; y que los discípulos de Jesús están convencidos de que sólo el Espíritu Santo los puede llevar a la verdad completa (cf Jn 14, 15-21; 26). Por eso, ante los retos y preguntas con que tienen que enfrentarse, se reúnen a orar, a dialogar con libertad y a buscar la voluntad de Dios (cf Hch 15, 1-26).

Son enseñanzas que conservan intacta su vigencia y es importante que recuperemos su fuerza vivificadora. En cierto sentido, es lo que nosotros hoy realizamos a través de los consejos de pastoral y de las asambleas parroquiales: analizar la realidad actual, a la luz del Espíritu, que nos sigue hablando en la Palabra y en los acontecimientos, para descubrir los caminos del Señor. Para que este estilo vaya calando, es necesario potenciar las relaciones comunitarias directas en nuestras parroquias. Pues como nos dice el Papa, “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la

65 Cf Id. 13. 66 Cf PABLO VI, Marialis cultus, 42-50. 67 CONCILIO VATICANO II, Sacrosanctum concilium, 13.

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28comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que

comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”. 68

1) La parroquia, lugar de acogida. La acogida es una de las recomendaciones que aparece con mayor insistencia en nuestros diversos programas parroquiales. Nos referimos, con esta palabra, a la actitud que debe adoptar el sacerdote o la persona responsable ante quien acude a la parroquia a solicitar algún servicio. Especialmente cuando esa persona que acude es alguien que no suele frecuentar la vida parroquial por diferentes motivos, y ahora viene porque desea casarse por la Iglesia, bautizar un hijo o pedir que se celebre la misa por algún familiar que ha fallecido. Son personas que no están familiarizadas con la vida parroquial, que tal vez acuden cargadas de prejuicios y por eso cuando ven que se las recibe con respeto y con afecto cordial, como a alguien que es de casa, se sienten predispuestas a descubrir la presencia de Jesús de Nazaret en esa comunidad que es también algo suyo: su familia en la fe.

Sin embargo, la acogida tiene un alcance más profundo que su dimensión pastoral, aunque ésta no sea desdeñable. Es la manera sencilla y natural de vivir el amor fraterno que debe caracterizarnos a los discípulos de Jesús. Precisamente porque nuestro mundo rico es también el mundo de las prisas, del pragmatismo y del individualismo, las personas que sufren de soledad son muy numerosas. Y cada día crece el número de quien busca alguien a quien poder manifestar sus problemas y sus sentimientos más profundos. No pretenden que se les dé una ayuda material que muchas no necesitan, ni una solución a sus problemas que saben que les corresponde a ellas. Buscan que alguien las escuche, les haga de espejo en el que poder encontrarse consigo mismas y les ofrezca un signo de humanidad. Pues, con frecuencia, sólo necesitan esta escucha, aunque luego no suelen desdeñar la ayuda necesaria para discernir la voluntad de Dios y para encontrar alguna luz.

La experiencia nos enseña que la parroquia puede ser el último recurso para quien ha intentado casi todo y se encuentra perdido. Unas veces, son problemas conyugales; otras muchas, problemas referentes a los hijos; y siempre, algo que afecta a la persona en los más profundo de su ser. El hecho no siempre fácil de acogerla y escucharla con paciencia y con afecto, puede convertirse en la parte más importante de esa respuesta que busca.

Y no conviene olvidar que se está produciendo un fenómeno nuevo, aunque todavía minoritario: el retorno a la fe de personas que se alejaron un día por motivos diferentes. No es raro que, con ocasión de la primera comunión de los hijos, haya padres que regresan al hogar de la Iglesia con nuevas energías. Otras veces, los que acuden son personas que se habían apartado de la comunidad por causa de un divorcio, seguido del matrimonio civil, y que se preguntan ahora cómo pueden vivir la realidad de su bautismo. Y en ocasiones, son jóvenes no bautizados, adolescentes en la mayoría de los casos, que acuden solicitando ese bautismo que no pidieron sus padres para ellos. Son ocasiones importantes en las que la parroquia está llamada a reflejar con más hondura si cabe el rostro de Jesucristo, buen Pastor. Y el rostro de Dios Padre que sale cada tarde a otear el horizonte, porque espera el regreso de su hijo.

2) La parroquia, lugar de comunión intraeclesial. Es otra misión de la parroquia: ayudar a los bautizados a comprender que el Señor quiso “salvar a los

68 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 43.

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29hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le

conociera en la verdad y le sirviera”. Este pueblo es la Iglesia, Pueblo de Dios, que “constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por Él como instrumentos de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra”. 69

Esta dimensión comunitaria de la fe se aprende y se interioriza en la parroquia, en la que deja de ser una hermosa teoría para convertirse en una realidad visible y dinámica. En ella convergen la multitud de los carismas y ministerios al servicio de la evangelización. Es lo que nos enseñan las asambleas parroquiales de programación, celebración y revisión: los diversos ministerios (catequistas, movimientos y asociaciones, miembros de cáritas, equipo de liturgia, responsables de la pastoral juvenil y de la pastoral de la salud, entre otros) aportan cada uno lo mejor de sí para llevar adelante el único proyecto. Esta comunión, como realidad también humana, no está carente de dificultades y de tensiones. Pero lo que importa es que el diálogo, la escucha mutua y leal y la búsqueda sincera de la voluntad de Dios permitan al Espíritu Santo abrirse camino incluso en medio de nuestras debilidades.

Además de esta comunión dialogante de los múltiples ministerios, tiene que avanzar la comunión y mutua aceptación de los diversos carismas, que han dado lugar a diferentes asociaciones y movimientos. La pluralidad es una riqueza que pone de manifiesto la imaginación creadora y la grandeza de Dios, siempre que no se convierta en dispersión y que ningún grupo pretenda tener la exclusiva de los caminos del Señor. Para ello no es suficiente estar en sintonía con el Papa, elemento ciertamente imprescindible, sino que hay que expresar esta sintonía a través de la comunión dentro de la Iglesia local, que tiene su expresión más cercana en la parroquia. En ella cabemos todos y todos tenemos un lugar y una parte en la única misión. La comunión está hablando de carismas diferentes, pero también de carismas orgánicamente unidos como están unidos los miembros del único Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Tampoco esta comunión resulta fácil, aunque sea imprescindible, si queremos ser esa “comunión de vida, de caridad y de verdad”, de que nos habla el Vaticano II. Y esto quiere decir que no basta con mantener las relaciones amistosas de quienes se respetan y valoran, sino que hay que caminar hacia una integración apostólica activa que refleje que somos miembros diferentes de un mismo cuerpo.

Finalmente esta comunión ha de ponerse de manifiesto en que todos tratamos de vivir y proclamar la integridad de la única y misma fe. Lo que distingue a unos ministerios de otros no debe consistir en que unos se dediquen a la predicación, olvidando la caridad; ni en que otros se dediquen a la caridad, descuidando la vida litúrgica; o en que aquellos se centren en el compromiso por transformar la realidad para que avancen la justicia y los derechos humanos como exige el Evangelio, descuidando la proclamación explícita de la persona y la obra de Jesucristo. Lo que ha de diferenciar a los diversos ministerios es el acento que ponen en cada uno de estos aspectos y la forma de trabajo con que desarrollan su misión, conscientes sin embargo de que todos necesitan completar su tarea con la aportación de los demás miembros. Sólo desde esta comunión apostólica conseguiremos que nuestra presentación del Evangelio no descuide ninguna de sus dimensiones esenciales.

3) La parroquia, lugar de comunión con los demás. Uno de los signos visibles de nuestra sociedad democrática es el pluralismo cultural y religioso. En ella

69 VATICANO II, Lumen gentium, 9.

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30convivimos con personas que no comparten nuestra fe. Unas, porque se alejaron un día

de la misma; otras, por tener creencias religiosas diferentes; y muchas, porque no manifiestan ninguna inquietud por las cuestiones religiosas.

En este nuevo contexto, los católicos tenemos que aprender a ser personas

tolerantes, que fomentan el diálogo y la comunión con todos, conscientes de que los demás pueden enseñarnos muchas cosas y de que podemos trabajar unidos en favor de la promoción de la justicia y de los derechos humanos. Este esfuerzo solidario y compartido por los demás puede ser un camino espléndido hacia esa pastoral misionera que vemos tan necesaria, pues nada facilita tanto el diálogo con el otro como el trabajo conjunto en favor de los marginados.

Pero hay un grupo hacia el que debemos ser particularmente sensibles a la hora de alentar la comunión, y es ese que se ha dado en llamar “el cuarto mundo”. Es decir, “por ceñirnos a España solamente, recordemos de entrada la sangrante paradoja de que mientras el país en su conjunto es cada vez más rico, aumenta al mismo tiempo el número de pobres”, de tal manera que “se está consolidando una estructura injusta de la sociedad, llamada la sociedad de los dos tercios, formada por los ricos y los trabajadores con empleo estable y buenos sueldos, por un lado, y el tercio restante, condenado a una miserable supervivencia, que son los parados sin subsidio, los jubilados con rentas insuficientes, los temporeros, modestos agricultores y braceros, etc. Son los nuevos pobres, a los que alguien ha llamado ‘la España impresentable’”. 70

Y junto a ellos, tenemos a esos ochocientos millones de personas que están bajo los efectos del hambre en un mundo inmensamente rico. Ante la situación de pobreza de los pueblos del hemisferio Sur, los cristianos no podemos mirar hacia otro lado, pues como nos dice el Papa, “a partir de la comunión intraeclesial, la caridad se abre por su naturaleza al servicio universal, proyectándonos hacia la práctica del amor activo y concreto con cada ser humano”. 71 Por eso, nuestra espiritualidad de comunión tiene que apostar decididamente por la caridad; 72una caridad que comienza en el barrio y que se va extendiendo a todo el mundo.

En este sentido, tengo que expresar mi alegría y mi gratitud a Dios por el nuevo

impulso que se advierte en nuestras comunidades para establecer las cáritas y para dotarlas de una preparación y un enfoque que las convierten en instrumentos liberadores en favor de las personas más necesitadas. Porque el amor es más genuino en la medida en que ayuda al otro a recuperarse y a valerse por sí mismo.

Por otra parte, hay un fenómeno relativamente nuevo que es el de la inmigración. Como cristianos no podemos olvidar que muchos de los inmigrantes se encuentran entre los más pobres, aquellos con los que el mismo Jesucristo se ha identificado (cf Mt 25, 31-45). Y si nadie puede ser excluido de nuestro amor, Jesús de Nazaret nos enseñó que “en la persona de los pobres hay una especial presencia suya, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos”.73

Algunos de estos inmigrantes comparten la fe cristiana, aunque no siempre nuestra cultura, y necesitan ser acogidos e integrados en nuestras comunidades. Aparte

70 COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL SOCIAL, La Iglesia y los pobres, 6. 71 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 49. 72 Ibid. 73 Ibid.

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31de quienes llegan como turistas y permanecen pocos días, están aquellos que se quedan

a vivir aquí por estar ya jubilados o porque vinieron en busca de un trabajo. Nos corresponde a nosotros dar ese primer paso que facilita el acercamiento mutuo. Pero hay que buscar una manera de hacerlo que les permita valorar y conservar sus peculiaridades culturales, sin que tales diferencias se conviertan en barreras o en motivos de discriminación.

Por otra parte, aumenta por días la presencia de creyentes musulmanes. Según

las previsiones de los expertos, esta presencia tiende a acrecentarse y a convertirse en un hecho de larga duración. Como cristianos, no podemos cerrar los ojos a esta presencia. Además, no basta con aceptarla desde una actitud respetuosa. Es conveniente fomentar ya el mutuo conocimiento y, en la medida de lo posible, el diálogo constructivo. También desde la parroquia podemos dar pasos para que se integren en las asociaciones de vecinos, en las asociaciones de padres y en otros organismos ciudadanos.

Pero sería deseable dialogar y profundizar juntos en aquellos elementos religiosos que podemos compartir, como son la fe en la existencia de Dios, en la vida eterna, en el amor de Dios al hombre, en el esfuerzo por implantar en todas partes los derechos humanos y en la pasión por la justicia. Con palabras del Papa, “en la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo es también importante para proponer una firme base de paz y alejar el espectro funesto de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos períodos en la historia de la humanidad. El nombre del único Dios tiene que ser cada vez más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz”. 74

74 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 55.

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32V.- LAS COMUNIDADES RELIGIOSAS, UNA RESPUESTA DEL ESPÍRITU A

LOS PROBLEMAS HUMANOS

Si leemos la historia de la Iglesia a la luz de nuestra fe, pienso que podemos afirmar que las diferentes Órdenes, Institutos y Asociaciones religiosas han sido la respuesta del Espíritu Santo a los problemas de cada momento histórico. Ante la grave situación de los cristianos cautivos, de los ancianos sin recursos, de los niños de la calle sin escuela, de los enfermos mentales, de los enfermos sin ningún tipo de recursos y de otros grupos humanos abocados a la marginación, Dios suscitó personas especialmente sensibles a las exigencias del amor fraterno, que crearon movimientos de liberación integral y de ayuda humanitaria. Estos movimientos cuajaron en instituciones de servicio, que sobreviven al cabo de los años y de los siglos. Son las familias religiosas.

Y como la fe nos enseña que el Espíritu Santo sigue estando presente en nuestra

historia, confiamos en que también hoy y en el futuro irá dando nuevos impulsos a estas familias ya existentes y suscitando otras nuevas para hacer frente a los problemas humanos. Ese es el estilo de los verdaderos Santos: donde los demás analizamos y tal vez protestamos, ellos actúan y crean un futuro nuevo.

Es deseable que, en la Iglesia Diocesana, se consiga la mayor integración

pastoral posible entre las comunidades de religiosos y religiosas y las comunidades parroquiales. Y en este sentido, alabo y aliento los esfuerzos que se están haciendo por parte de todos en nuestra Diócesis de Málaga y Melilla. Pero hay que reconocer que el ámbito parroquial no puede cubrir todas las posibilidades pastorales de las familias religiosas, a quienes se les pide ante todo

“la fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual de cada Instituto. Precisamente en esta fidelidad a la inspiración de los fundadores y fundadoras, don del Espíritu Santo, se descubren más fácilmente y se reviven con más fervor los elementos esenciales de la vida consagrada. En efecto, cada carisma tiene, en su origen, una triple orientación: hacia el Padre, sobre todo en el deseo de buscar filialmente su voluntad (...). Hacia el Hijo, llevando a cultivar en Él una comunicación de vida íntima y gozosa (...). Hacia el Espíritu Santo, ya que dispone a la persona a dejarse conducir y sostener por Él, tanto en el propio camino espiritual como en la vida de comunión y en la acción apostólica, para vivir en aquella actitud de servicio que debe inspirar toda decisión del cristianismo auténtico”.75

Eso sí, esta fidelidad tiene que ser creativa, de forma que sepa adaptar el carisma

a las situaciones históricas de hoy. 76 En cualquier caso, el propio carisma puede exigir a veces que la deseable colaboración con la parroquia no sea la que nos plantea la sabiduría humana y sus leyes, sino la que sugiere el Espíritu Santo. Son limitaciones que todos hemos de aceptar con humildad. Pero, al mismo tiempo, sin olvidar que

“todos los religiosos (...) tienen el deber, cada uno según su propia vocación, de trabajar intensa y diligentemente para la construcción y el crecimiento de todo el Cuerpo místico de Cristo y para el bien de las Iglesia particulares”.77

75 JUAN PABLO II, Vita consecrata, 36. 76 Cf Id. 37. 77 VATICANO II, Christus dominus, 33.

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33Se trata, pues, de vivir en una comunión pastoral dinámica, que no admite reglas

fijas de actuación. Pero esta constatación no puede eximirnos de realizar todos los intentos que se consideren convenientes, sin desalentarnos por las dificultades objetivas ni por las que se derivan de nuestra humana debilidad. Por mi parte, además de agradeceros a los religiosos y religiosas vuestra contribución a la edificación de la Iglesia local, deseo ofrecer a todos algunas sugerencias. Comprendo que pueden resultar claras cuando se pronuncian en abstracto y, sin embargo, difíciles de ser llevadas a la práctica, pero eso no significa que debamos resignarnos.

Voy a comenzar recordando unas sabias palabras del Santo Padre que nos

conviene meditar a todos. Dicen así:

“El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza que ‘no defrauda’”.78 Partiendo de esta convicción y siendo consciente de que no me corresponde a mí

decir a los religiosos y religiosas como tiene que materializarse este mandato misionero en vuestras comunidades, voy a pensar en voz alta. Lo hago con todo respeto, alentado por la voluntad de comunión que siempre nos ha movido e impulsado por el ministerio de Obispo de esta Diócesis que el Señor me ha confiado. 5.1. La educación cristiana de la juventud

Dios ha puesto en vuestras manos, queridos religiosos y religiosas, a numerosos niños, adolescentes y jóvenes de Málaga y de Melilla. Además, contáis con personas muy preparadas tanto en la pedagogía humana como en la pedagogía religiosa. Sabéis también, por vuestra experiencia personal y por vuestra participación en el Consejo Pastoral Diocesano, que la pastoral de la adolescencia y de la juventud es una de nuestras urgencias pastorales.

Reconozco vuestros esfuerzos en este campo, pero tal vez sea posible buscar nuevos caminos de interesar a los jóvenes por el Evangelio y de hallar las condiciones que faciliten su perseverancia. Pienso en la importancia de encontrar un nuevo lenguaje, en la perentoria necesidad de darles una formación intelectual sólida sobre los fundamentos y las verdades de la fe, en ayudarles a descubrir la grandeza de la Iglesia sin ocultar en absoluto sus miserias y en enseñarles a valorar el mundo contemporáneo sin olvidarse de Dios.

Los Apóstoles y los misioneros de la primera generación cristiana tuvieron que tomar decisiones difíciles y arriesgadas. Entre otras, la de anunciar el Evangelio a todos los hombres y la de no imponerles la Ley judía como condición indispensable para convertirse en Pueblo de Dios. Esto supuso, entre otras cosas, la necesidad de inculturar la Tradición bíblica y el acontecimiento salvador de Jesús de Nazaret muerto y resucitado en un lenguaje y en unas categorías mentales diferentes. Manteniéndose fieles a la luz y a las llamadas del Espíritu, en un diálogo fecundo y nada fácil, se fueron abriendo caminos hasta los confines del Imperio Romano, y aprovechando audazmente sus vías de comunicación, sus centros neurálgicos de irradiación y la unificación

78 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 58.

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34cultural que había logrado. El gran impulsor de que esta misión resonara fuera de los

límites antropológicos y geográficos del pueblo judío fue San Pablo, que había recibido una exquisita preparación y que unificaba en sí la cultura judía, la romana y la griega (cf Rm 1,14-17; Ga 1, 15-24).

Cuando se analiza su obra evangelizadora, se encuentran aspectos que conservan

intacta su validez para nosotros hoy. Uno de ellos, es su esfuerzo por dotar a los seguidores de Jesucristo de una base doctrinal sólida y suficientemente clara, tanto en las cuestiones de moral como en los conceptos doctrinales. Basta con leer detenidamente sus cartas, entre ellas la Carta a los Romanos, la primera a los Corintios y la carta a los Gálatas para hacerse una idea de cómo iba poniendo cimientos firmes de doctrina. Además, buscó la manera de que esta solidez doctrinal llegara a sus oyentes en un lenguaje nuevo, para que no sólo resultara comprensible a las personas de otra cultura, sino que al mismo tiempo provocara en ellas una resonancia interior que afectara la totalidad de su existencia.

Por otra parte, iba creando comunidades vivas, en las que todos se sentían activos y responsables a través del ejercicio de los diversos carismas y ministerios (1Co 12; 13; 14). No era el líder paternalista que anula a los demás y les impide crecer, sino que alentaba a todos a descubrir su don y a desarrollar algún servicio en favor de los demás. Es algo que debemos tener muy en cuenta también hoy, cuando proclamamos que ha llegado la hora de los seglares 79 y, sin embargo, no acaban de cuajar en nuestras comunidades cristianas los diferentes ministerios laicales.

También entonces la comunión eclesial era una realidad compleja y nada fácil. En sus cartas, encontramos problemas que se nos siguen planteando a nosotros. Unas veces, la incoherencia entre la fe celebrada y la fe vivida, que, en la Iglesia de Corinto, llegó a convertirse en un escándalo tal que vaciaba de contenido la fraternidad evangélica (1Co 11, 17-34); otras, la división en bandos, dentro de la comunidad (2Co 1, 10-16); con frecuencia, interpretaciones doctrinales desviadas, que minaban el sentido de la fe recibida (cf 1Co 15). Pablo, siempre respetuoso, afrontaba abiertamente estos hechos mediante el diálogo y la búsqueda de la verdad, para que la comunión eclesial no se identificara con un relativismo estéril, en el que caben todas las posturas, porque ninguna de ellas tiene la solidez de la verdad evangélica.

Además, profundamente convencido de la verdad de Jesucristo, San Pablo no era persona que infravalorase los logros de sus contemporáneos. Él no practicaba esa especie de discurso que nació un siglo más tarde y que no sabía detectar en el mundo de su tiempo nada que no fuera despreciable. Sabía bien, como ha recordado el Vaticano II, que no se engrandece a Dios infravalorando al hombre, 80y que el creyente debe valorar en su justa medida los logros de la actividad humana.81

Por eso, recordaba a los cristianos que analizaran todo y no tuvieran empacho en

hacer suyos los valores y logros que hallaran en sus ambientes (cf Fil 4, 8-9). Es decir, que entre un discurso catastrofista, que sólo descubre errores y maldad en el mundo de hoy, y un discurso ingenuo que se mantiene abierto a todo lo nuevo sin someterlo a crítica severa, el creyente ha de distinguirse por su audacia crítica. Esto quiere decir que

79 Cf CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Los cristianos laicos, Iglesia en el

mundo, 148. 80 Cf VATICANO II, Lumen gentium, 12-22. 81 Cf Id 35-39

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35no debemos estar de espaldas al progreso, sino presentes, como fermento evangélico,

allí donde está naciendo el futuro. No olvidemos que sólo podremos evangelizar al mundo de hoy si lo asumimos desde la esperanza y le amamos, conscientes de que en él existen muchos gérmenes de vida que ha ido sembrando el Espíritu Santo.

Y en esta apasionante tarea de educar a la juventud y de abrir nuevos caminos desde la audacia y la fidelidad, vosotros podéis aportar mucho a la Iglesia diocesana por vuestra preparación más especializada. Pero la Iglesia diocesana es el ámbito comunitario en el que viven y celebran su fe las familias de esos niños y jóvenes, y está llamada a acogerlos el día en que dejen de ser niños y jóvenes. Por eso es necesario buscar formas de colaborar en el esfuerzo común. 5.2. El servicio a los pobres

Según datos dignos de todo crédito, es la Iglesia Católica la que lleva el mayor peso de atención a los pobres en Andalucía. Es verdad que cuenta con subvenciones de los gobiernos nacional y autonómico, pero también lo es que ella pone unos servicios de gran calidad y un personal altamente especializado y un voluntariado muy generoso, que da profundidad humana a estos servicios.

Además, dentro de este campo de la atención a los pobres, numerosos religiosos y religiosas, junto con muchos católicos de nuestras parroquias, estáis abriendo caminos para dar respuesta a nuevas necesidades. El esfuerzo conjunto de todos hace que también hoy la Iglesia se constituya en pionera de servicios humanos fundamentales que la sociedad no ha cubierto todavía. Pienso en las residencias para la atención a los enfermos del SIDA; en los pisos para quienes han cumplido su condena en la cárcel y buscan la forma de conseguir su reinserción social, en experiencias muy acreditadas para desengancharse de la droga, en la atención a enfermos mentales que malviven en las calles de nuestras grandes ciudades... Por ahora, son realidades muy humildes, pero con la grandeza viva del grano de mostaza, pues con frencuencia se convierten en denuncia y en llamada a la sociedad entera, señalando por dónde debemos caminar.

Ante las nuevas formas de pobreza, 82 y ante la persistencia de la pobreza de siempre, vosotros estáis llamados a ser fermento evangélico, a trazar caminos nuevos y a mantener despierta la sensibilidad del Pueblo de Dios. Pero también vosotros necesitáis el apoyo y la colaboración de todas las comunidades cristianas. Vuestra condición célibe os hace más libres para servir a los demás hasta grados heroicos, pero también os puede hacer más vulnerables si prescindís del apoyo de todo el Pueblo de Dios. Como Obispo vuestro, os ruego que estéis particularmente atentos a esos problemas humanos que tienen una especial relevancia en nuestra Andalucía de hoy y que requieren esfuerzos extraordinarios: la trata de blancas, que trae con engaño a mujeres jóvenes de los países pobres; la violencia contra la mujer y todo tipo de malos tratos domésticos; la atención a los mayores que no disponen de un puesto en una residencia digna; la ayuda a los jóvenes que han delinquido y necesitan apoyo para su reinserción social; la situación de los enfermos de SIDA, que no cuentan con una familia que los acoja; el abandono en que se hallan los enfermos mentales que carecen de un hogar y del apoyo de los suyos.

82 Cf COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL SOCIAL, La Iglesia y los pobres, 90-91.

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Como hombres y mujeres de nuestro tiempo, sabéis bien que hay que ir hasta las causas de estas situaciones de explotación, de opresión y de injusticia. Muchas personas no pueden esperar hasta ese mañana que parece más lejos cada día, y por eso hay que darles la ayuda inmediata necesaria, pero sin olvidar que estamos llamados a descubrir las causas de estas situaciones, a luchar contra la injusticia y a trabajar por la justicia.83

5.3. El diálogo con la cultura actual

Entre vosotros, queridos religiosos y religiosas, suele haber también personas muy preparadas en los saberes humanos. Vuestra presencia en los hospitales, en los colegios, en la Universidad, en los medios de comunicación social, en los laboratorios donde se sigue investigando, en el mundo de la creación artística y en otros muchos foros es una gracia de Dios. Una de las tareas más fructíferas que podéis desempeñar es la de intensificar el diálogo con la cultura de hoy. Es un cometido urgente que os encomendó el Santo Padre al presentar las propuestas del Sínodo sobre la vida religiosa, celebrado el año 1994. 84Os dice entre otras cosas:

“Son muchas las personas consagradas que han promovido la cultura, investigando y defendiendo frecuentemente las culturas autóctonas. La Iglesia es hoy consciente de la necesidad de contribuir a la promoción de la cultura y al diálogo entre cultura y fe”. 85 Pero además de entablar y potenciar el diálogo, en todos estos campos, y de

manera especial en los educativos, estáis llamados a ser en ellos testigos y apóstoles de Jesucristo. Sería lamentable que la fidelidad a la cultura moderna y a sus apasionantes saberes, os llevara a olvidar que debéis afrontarla con una actitud crítica o a descuidar la misión de proclamar el Evangelio en el lugar en que os ha puesto el Señor. Como ha dicho Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Vita consecrata,

“Invito a todos los miembros de los Institutos que se dedican a la educación a que sean fieles a su carisma originario y a sus tradiciones, conscientes de que el amor preferencial por los pobres tiene una singular aplicación en la elección de los medios adecuados para liberar a los hombres de esa grave miseria que es la falta de formación cultural y religiosa”.

“Dada la importancia que revisten las Universidades y Facultades católicas y eclesiásticas en el campo de la educación y de la evangelización, los Institutos que las dirigen han de ser muy conscientes de su responsabilidad, haciendo que en ellas, a la vez que se dialoga activamente con la cultura actual, se conserve la índole católica que les es peculiar, en plena fidelidad al Magisterio de la Iglesia”.86

Vuestra presencia en estos campos es una bendición de Dios para la Diócesis. Pero estáis llamados también a prestar un precioso servicio, promoviendo el diálogo con los creyentes que son expertos en diversos campos del saber y no siempre han logrado una síntesis aceptable entre su vida de fe y la ciencia moderna. Un diálogo que será

83 Cf Id. 84 Cf JUAN PABLO II, Vita Consecrata, 98-99. 85 Id. 98. 86 Id, 97.

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37tanto más fecundo cuanto más enraizado esté en la entraña de la Iglesia local y en los

proyectos pastorales de la Diócesis.

5.4. La prioridad de Dios como fundamento de la radicalidad evangélica

La vida consagrada es un regalo de Dios y una riqueza para la humanidad. Y aunque lo haya dejado para el final, el primer servicio que estáis llamados a prestar al hombre de hoy es poner de manifiesto la grandeza, la belleza y la primacía de Dios. Nuestro mundo ha prescindido de Dios y, como consecuencia, cada día es más pobre en humanidad. Como ha escrito alguien, nuestros mayores tenían fines pero carecían de medios. Por el contrario, nosotros, los hombres y mujeres del siglo XXI, somos muy ricos en medios, pero carecemos de fines que den un horizonte de sentido a nuestra vida. Por todo ello, tenéis mucho que decir al hombre de hoy.

Pienso en vosotras, las religiosas contemplativas, que habéis convertido en tarea prioritaria “buscar el rostro de Dios”. Lejos de ser ajenas a la Evangelización del hombre contemporáneo, diría que ofrecéis una aportación fundamental a la misión pastoral de la Iglesia. Como ha dicho también el Papa Juan Pablo II,

“Como expresión del puro amor, que vale más que cualquier obra, la vida contemplativa tiene también una extraordinaria eficacia apostólica y misionera”.87 Pero no sólo los religiosos y las religiosas de vida contemplativa, sino todos en

general sois un motivo de perplejidad para el hombre postmoderno. Vuestra entrega al servicio de los pobres, vuestra vida de pobreza llevada con alegría, vuestra renuncia a la paternidad y a la maternidad y vuestra obediencia adulta son una provocación en un mundo que apuesta por la comodidad, el dinero, el sexo, la fama y el individualismo como único fundamento de lo que llama “calidad de vida”. En este contexto, vuestra vida callada es una clamorosa denuncia de una humanidad cerrada sobre sí misma, y el anuncio provocador de la bondad y la belleza de Dios. Pues

“Lo que a los ojos de los hombres puede parecer un despilfarro, para la persona seducida en el secreto de su corazón por la belleza y la bondad del Señor es una respuesta obvia de amor, exultante de gratitud por haber sido admitida de manera totalmente particular al conocimiento del Hijo y a la participación en su misión divina en el mundo”. 88

Precisamente “Dios” es la palabra más rica, más fecunda y más cargada de

futuro que los creyentes podemos decir al hombre de hoy. Y nos escuchará siempre que logremos pronunciar esta palabra desde la alegría, desde la limpieza de corazón y desde la comunión de corazones.

87 Id. 59. 88 Id, 104.

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38VI. LOS MOVIMIENTOS APOSTÓLICOS Y SU COMETIDO EN LA

TRANSFORMACIÓN DE LA REALIDAD

Finalmente unas palabras sobre los movimientos apostólicos. El Concilio Vaticano II puso de relieve la importancia capital de la parroquia para vivir y proclamar el Evangelio. Por eso recomendó:

“Acostúmbrense los laicos a trabajar en la parroquia, íntimamente unidos con sus sacerdotes, a presentar a la comunidad de la Iglesia sus propios problemas y los del mundo, así como aquellas cuestiones que se refieren a la salvación de los hombres, para, aportando las diversas opiniones, examinarlos y resolverlos; y a colaborar, según sus posibilidades, en todas las iniciativas apostólicas y misioneras de su familia eclesial”.89 Sin embargo, el mismo Concilio reconoce también a los seglares el derecho y

deber de asociarse para ejercer el apostolado en organizaciones cuya dirección llevan ellos en comunión con la Jerarquía. Es más, apuesta decididamente por el apostolado asociado, siempre que se atenga a determinadas características, como la forma más eficaz para la evangelización del mundo contemporáneo.

Entre las formas de apostolado asociado, el Concilio cita expresamente la Acción Católica. 90 También la Conferencia Episcopal Española ha apostado por ella. 91 Nuestro Consejo Pastoral ha estudiado el tema del apostolado seglar de la Acción Católica con detenimiento y hondura, por lo que no me parece necesario insistir más en este momento.92

Es verdad que “los movimientos apostólicos y las pequeñas comunidades que,

en algún momento, pudieron aparecer como ‘alternativa a la parroquia’, se van haciendo cada vez más presentes en ella, complementándola en su tarea”, 93pero esto no significa que no conserven su propia su peculiaridad. La experiencia nos ha ayudado a madurar y a contemplar la mutua relación desde una perspectiva más rica.

Precisamente por ello, porque considero que siguen conservando su identidad, me ha parecido oportuno tenerlos en cuenta, aunque sea de forma sumaria. Pienso que tenemos en ellos la mejor posibilidad para dar respuesta a dos graves carencias de nuestro trabajo pastoral: la presencia evangelizadora en los diversos ambientes y la necesidad de trasformar las situaciones de injusticia.

6.1. La presencia de la Iglesia en los ambientes

El Vaticano II fue muy claro en este aspecto, cuando dijo que “el apostolado en el ambiente social, es decir, el afán por informar con espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive, es

89 VATICANO II, Apostolicam actuositatem, 10. 90 Id, 20. 91 Cf CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Los cristianos laicos. Iglesia en el

mundo, 124-127. 92 Cf CONSEJO PASTORAL DIOCESANO, Ponencias 1995-2.000, Málaga, 2.001, pgs

69-181. 93 CONGRESO, Parroquia evangelizadora, Madrid 1989, pg 65.

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39hasta tal punto un deber y una obligación propia de los laicos que nunca podrá ser

realizada convenientemente por otros”.94 Sin embargo, esta presencia pública de la Iglesia es muy exigua en nuestra España de hoy. Apenas es significativa la presencia de los católicos en la vida política, en la vida sindical, en los medios de comunicación y en la universidad, por citar algunos ambientes, a pesar de que son muy numerosos los católicos enrolados en estos campos. Parece que nos hemos dejado ganar por esa idea interesada que se repite desde diversas instancias: que la fe es un asunto privado y que, como vivimos en un Estado que no es confesional, la Iglesia tiene que guardar silencio.

Los movimientos apostólicos, empezando por la Acción Católica, siguen siendo los instrumentos necesarios para conseguir una presencia cristiana significativa. Por una parte, mediante sus planes de formación y atención a la espiritualidad de sus miembros, consiguen que los militantes personalicen su fe, sepan dar razón de la misma y la tomen como luz que guía sus decisiones laborales, sindicales y políticas.

Por supuesto que valoro el apostolado personal, pero resulta insuficiente para que la presencia en los ambientes tenga el peso que nos corresponde a los cristianos. Por eso nuestra Diócesis ha hecho y sigue haciendo la apuesta por promover la Acción Católica, tanto la de carácter general como los movimientos especializados. No es una forma de nostalgia, sino la necesidad de contar con un medio muy apto para dar respuesta cristiana a los problemas de nuestro ambiente. 6.2. La transformación del orden temporal

Con el declinar de las ideologías, nos hemos visto sorprendidos por una oleada de pesimismo histórico y de pérdida del compromiso político y social. Es verdad que se han multiplicado las ONGs. Pero éstas, a pesar de su valor intrínseco y de los esfuerzos que están haciendo por acrecentar la solidaridad entre los pueblos y los hombres, no parecen la solución adecuada. La situación de injusticia en que vivimos requiere medidas políticas de largo alcance, y es ahí donde tienen que hacerse presente los cristianos preparados.

Es verdad que los partidos políticos reciben hoy muchas críticas, pero hay que alabar a aquellos hombres y mujeres que dedican su tiempo y su vida a esta noble actividad. Y los fallos y errores de unos pocos, no tienen por qué empañar la tarea honesta y abnegada de los más. Por otra parte, durante los últimos decenios la Iglesia nos ha ido ofreciendo un rico cuerpo de doctrina que puede y deber servir de guía a los cristianos que se dedican a la vida política, social, sindical o económica.

También los movimientos apostólicos pueden y deben desempeñar un buen papel en el cambio de estructuras. Sin confundir su militancia cristiana con la política, es evidente que pueden hacer aportaciones interesantes, aprendiendo a analizar la realidad con el mayor rigor posible, denunciando las situaciones de injusticia y apoyando propuestas que vayan en la línea que nos marca la doctrina social de la Iglesia.

En todo caso, conviene que, sin perder su legítima autonomía ni su propia identidad, trabajen siempre que sea posible en estrecha colaboración con las parroquias, para aunar esfuerzos y compartir las propias aportaciones con todo el Pueblo de Dios.

94 VATICANO II, Apostolicam actuositatem, 13.

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40En este sentido, pueden servir de fermento que fecunde la vida caritativa de la

comunidad cristiana y su compromiso a favor de la justicia.

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41VII. CONCLUSIÓN

Mi intención al escribir esta Carta Pastoral ha sido invitar a todo el Pueblo de

Dios que vive y trabaja en la Diócesis de Málaga y Melilla a acoger el Proyecto Pastoral 2.001-2.006 y a tomar parte activa para llevarlo a la práctica. Por mi parte, he querido simplemente subrayar algunos aspectos concretos del mismo e insistir en el por qué de sus opciones.

Pido a Santa María de la Victoria que nos enseñe a vivir la fe con alegría y a proclamar a nuestros hermanos, con quienes compartimos la historia de cada día, que Dios sigue haciendo maravillas a favor del hombre y quiere que compartamos el pan con todos nuestros hermanos. + Antonio Dorado, Obispo de Málaga

Málaga, Adviento de 2001.