artaud el anarquista coronado

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Artaud, el anarquista coronado «Si soy poeta o actor no es para escribir o declamar poesías sino para vivirlas. Cuando recito un poema no lo hago para ser aplaudido, sino para sentir cuerpos de hombres o mujeres, digo cuerpos, temblar y vibrar al unísono del mío, virar como se vira, de la obtusa contemplación del buda sentado, muslos instalados y sexo gratuito, a la materialización corporal y real de un ser integral de poesía ». Antonin Artaud En el principio era el Caos. Todo era noche, nada tenía forma fija, movimiento constante, flujo y reflujo incesante, choque eléctrico de los elementos, agua contra fuego, húmedo contra seco, blando contra duro, pesadez contra levedad. Caos, nada y algo, materia y antimateria simultáneas. No había sol, ni luna, ni estrellas, ni animales, ni plantas. Entonces fue el símbolo. El cielo y la tierra. Cosmos. Misterio y a la vez expresión de ese misterio. La palabra trueno era el sonido del trueno. El hombre sentía el profundo fragor del cielo, un pie que se adelanta, el tronar del corazón, veía el relámpago y al dios. Viento, susurro, aliento, soplo, espíritu. Los elementos estaban llenos de magia y las palabras no tenían un significado definitivo e inalterable. Luego el hombre advierte que entre las cosas y sus nombres se abre un abismo. Cesa la creencia en la semejanza entre el objeto y su signo. Entonces fue la palabra razonada, el logos. El pensamiento emprendió, como primera tarea, fijar un significado preciso y único a los vocablos; surge la gramática y se convierte en el primer peldaño de la lógica. El relato mítico es desplazado y reemplazado por el discurso racional, con ese desplazamiento los hombres dioses, los númenes de ríos, bosques, montañas y animales quedan hundidos en la bruma del olvido… La conciencia se escinde, espíritu y cuerpo, cosas y palabras, sangran por la misma herida. Antonin Artaud, a principios del siglo XX emprenderá la revuelta más intensa y manifiesta ante la amnesia del hombre hacía su condición sagrada y vital. Rebelión anárquica contra la representación, la supremacía del logos y el lenguaje como formas de poder y sujeción. Pensamiento intempestivo que

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Artaud, el anarquista coronado

«Si soy poeta o actor no es para escribir o declamar poesías sino para vivirlas. Cuando recito un poema no lo hago para ser aplaudido, sino para sentir cuerpos de hombres o mujeres, digo cuerpos, temblar y vibrar al unísono del mío, virar como se vira, de la obtusa contemplación del buda sentado, muslos instalados y sexo gratuito, a la materialización corporal y real de un ser integral de poesía». Antonin Artaud

En el principio era el Caos. Todo era noche, nada tenía forma fija, movimiento constante, flujo y reflujo incesante, choque eléctrico de los elementos, agua contra fuego, húmedo contra seco, blando contra duro, pesadez contra levedad. Caos, nada y algo, materia y antimateria simultáneas. No había sol, ni luna, ni estrellas, ni animales, ni plantas. Entonces fue el símbolo. El cielo y la tierra. Cosmos. Misterio y a la vez expresión de ese misterio. La palabra trueno era el sonido del trueno. El hombre sentía el profundo fragor del cielo, un pie que se adelanta, el tronar del corazón, veía el relámpago y al dios. Viento, susurro, aliento, soplo, espíritu. Los elementos estaban llenos de magia y las palabras no tenían un significado definitivo e inalterable. Luego el hombre advierte que entre las cosas y sus nombres se abre un abismo. Cesa la creencia en la semejanza entre el objeto y su signo. Entonces fue la palabra razonada, el logos. El pensamiento emprendió, como primera tarea, fijar un significado preciso y único a los vocablos; surge la gramática y se convierte en el primer peldaño de la lógica. El relato mítico es desplazado y reemplazado por el discurso racional, con ese desplazamiento los hombres dioses, los númenes de ríos, bosques, montañas y animales quedan hundidos en la bruma del olvido… La conciencia se escinde, espíritu y cuerpo, cosas y palabras, sangran por la misma herida.

Antonin Artaud, a principios del siglo XX emprenderá la revuelta más intensa y manifiesta ante la amnesia del hombre hacía su condición sagrada y vital. Rebelión anárquica contra la representación, la supremacía del logos y el lenguaje como formas de poder y sujeción. Pensamiento intempestivo que subvierte todo orden. Grito blasfemo contra la soberanía de la cultura europea y civilizada, acusa “un civilizado culto es para todos un hombre que conoce sistemas, de formas de signos, de representaciones. Es un monstruo que en vez de identificar actos con pensamientos ha desarrollado hasta el absurdo esa facultad nuestra de inferir actos de pensamientos (…) Y esa facultad es exclusivamente humana. Hasta diré que esta infección de lo humano contamina ideas que debían haber subsistido como ideas divinas; pues lejos de creer que el hombre ha inventado lo sobrenatural, lo divino, pienso que la intervención milenaria del hombre ha concluido por corromper lo divino.”

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Profético, genial, trágico, hombre de teatro excepcional, poeta y vidente. Artaud, alumbra en Marsella un 4 de septiembre de 1896. En la alborada de su vida, a los cuatros años de edad, es atacado por la meningitis, desde ese momento transita por diversas “casas de salud”. Los padecimientos nerviosos, el dolor inscrito en el cuerpo y los opiáceos, para atenuar su tormento encarnado, le acompañaron hasta el último destello de sus días. Soporta el suplicio del electroshock, en el transcurso de nueve años de internación en diversas clínicas psiquiátricas, en 1944 escribirá al respecto: “El electroshock me desespera, me quita la memoria, aletarga mi pensamiento y mi corazón, me convierte en un ausente que se sabe ausente y se ve durante semanas persiguiendo su ser, como un muerto junto a un vivo que ya no es él, que exige su regreso y en donde él ya no puede entrar”. Su furor volcánico se apaga un 4 de marzo de 1948, en el asilo de Ivry, donde es encontrado sentado, al pie de su cama, muerto, presuntamente a causa de una sobredosis de hidrato de cloral. Queda la roca ígnea y especular de su obra.

Atribuir el gesto Artaudeano a la reductible condición que la sociedad llama locura resultaría insustancial. Los efluvios de su espíritu responden a una inteligencia y sensibilidad poética exaltada, superior, a un sentido profundo de lo sagrado, a una lucidez visionaria, febril y apasionada. Inmerso en las grutas subterráneas de la psique, explora las corrientes del sueño, la magia, los mitos y la muerte como potencias simbólicas de transmutación y transformación. En un esfuerzo paroxístico por devolverle a la vida su ritmo atávico, agita su voluntad poética la tentativa por restablecer el lenguaje a su origen hierático, es decir a una experiencia primordial de orden cósmico. Religar el cuerpo y el espíritu a una condición total del ser “Allí donde otros proponen obras yo no pretendo otra cosa que mostrar mi espíritu. / La vida es un consumirse en preguntas. / No concibo la obra como separada de la vida. /No amo la creación separada. No concibo tampoco el espíritu separado de sí mismo.” A un vínculo inseparable entre arte y vida, entre vida e impulso vital.

Si en sus escritos tempranos (Tric Trac du Ciel, 1923, L'ombilic des limbes, Le pèse-nerfs, 1925), la tensión poética de su escritura se debate entre la imposibilidad del pensamiento- Impoder- y la estupefacción de la lengua, ante la angustia de una sensibilidad corpórea que no consigue expresarse, que no le permite poner sobre el plano literario el grito mismo de la vida, en el teatro descubrirá el vehículo idóneo para una síntesis a esa tensión. Articulando una poética teatral capaz de conjurar los poderes del espíritu y devolverle la vida a la vida. Hacía 1926 funda junto a Roger Vitrac y Robert Aron el Théâtre Alfred Jarry. En 1932 gesta el primer manifiesto del Teatro de la Crueldad: "La ilusión no versará sobre la verosimilitud o la

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inverosimilitud de la acción, sino sobre la fuerza comunicativa y la realidad de esta fuerza. No es al espíritu o a los sentidos de los espectadores a los que nos dirigimos, sino a toda su existencia. A la de ellos y a la nuestra. Arriesgamos nuestra vida en el espectáculo que se desarrolla sobre la escena”. El Teatro y su doble, publicado por primera vez en 1938, es, de todos sus escritos, el que emprende con mayor ardor la búsqueda hacia una poética total, una poética del espacio escénico.

La lengua en su estructura misma, como expresión obligada, impone una clasificación, una ordenación del mundo, un código, en el cual el lenguaje es su legislación. No tanto por lo que permite decir, sino por lo que obliga a decir. Obligados a escoger entre el femenino o el masculino y no lo neutro, entre un yo o un tu para marcar la relación con los otros, la lengua implica una relación fatal de alienación. Hablar no es tanto comunicar, sino sujetar, toda lengua es una acción rectora generalizada. La actividad poética es por naturaleza revolucionaria, constituye un ejercicio espiritual, un método de liberación interior. En el lenguaje poético se revela un mundo y es posible crear otros. Funda conocimiento, experiencia, sentimiento, emoción e intuición, pensamiento no dirigido. Es una operación mágica, ya sea en forma de oración, letanía, epifanía, presencia, exorcismo o conjuro. Los signos son rotados y trocados por otros, devolviendo el lenguaje a su fuente originaria, por medio de la creación analógica, se hace símbolo. En este sentido, el gesto artaudeano establece una autentica batalla contra la égida rectora del lenguaje lógico y ordenador propio de la cultura civilizada. Para Artaud “la poesía es anárquica en tanto cuestiona todas las relaciones entre objeto y objeto, entre forma y significado. Es anárquica también en tanto su aparición obedece a un desorden que nos acerca más al caos”. Por medio de esta anarquía de los signos, busca un lenguaje de origen mágico y alquímico, en el que el valor de las imágenes y los símbolos tenga el poder de abolir el sentido de la representación por una experiencia vital.

Estableciendo una crítica al teatro psicológico, servil a la supremacía del texto, se propone recuperar la escena teatral en desmedro de una “literatura teatral”. Fascinado con el teatro de raigambre oriental, en el que ve el autentico teatro, apuesta por un lenguaje que se diferencie de la palabra y que constituya una poesía de los sentidos. Un “lenguaje físico, material, sólido concreto de la escena, capaz de crear bajo el lenguaje una corriente subterránea de impresiones, correspondencias y analogías”. Un modo de sustituir la poesía de la palabra por una poesía del espacio escénico. Una metafísica de la palabra, el gesto y la expresión que rescate al teatro de la servidumbre de la psicología. Una poesía del espacio, un lenguaje teatral puro, en donde el cuerpo del actor es un jeroglífico y las palabras

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estallan por su vibración y fulgor, donde sonidos, música, vestuario, máscara, gestos, luces, sombras, color, movimiento y cuerpo forman una totalidad orgánica. Una pantomima ideográfica que se asemeja a paisajes vistos en sueños, a las pinturas de Van den Leiden, Grünewald o Hieronimus Boch. Que como la peste, por medio de una destrucción anárquica, prodigiosa y cruel emancipe las formas, replanteando en el hombre sus ideas acerca de la realidad y su ubicación poética, existencial ante esta. Remitiendo a ideas de orden cósmico acerca de la Creación, el Devenir y el Caos, que permitan establecer una ecuación apasionada entre el Hombre, la Sociedad, la Naturaleza y los Objetos.

Para Artaud esta acción destructiva y desestabilizadora de la peste y del actor como un apestado, opera como metáfora del nigredo alquímico. Un conjuro de asimilación de la “parte maldita”, de lo oscuro y misterioso de las potencias atávicas del espíritu, que funciona como fuerza que las restituye. Como Nerval, a quién admiraba, Artaud ve en la poesía y específicamente en la poética teatral, un espejo que refleja la parte invisible del hombre y el mundo. Un doble que se asemeja a la Alquimia, en cuanto esta es el arte de la transmutación del alma. Una operación que funciona en un plano material real. Un proceso que en el dominio espiritual imaginario aspira a una eficacia análoga a la del proceso que en el dominio físico permite obtener oro. Dirá entonces que, el teatro es un doble, no de una realidad cotidiana y directa, sino de otra realidad, peligrosa y arquetípica. Así la poesía y el teatro se fundan como procedimiento experimental, para disolver y coagular, que simbolizan la muerte y la resurrección del espíritu. Artuad, cómo especialista de lo sagrado, poeta chamán, mago, agita su lengua solar, sibilina y llameante, ve en la danza del dragón balinés, la transformación del ying y el yang, concebidos y nacidos el uno en el otro, muriendo y renaciendo, cada uno convertidos en semilla de sí mismos dentro de su propio opuesto. Anarquía como superación de los opuestos hacia la percepción de una fuerza divina única. Fluir, devenir constante. Tao. Transmutación de la conciencia a un estado superior a través de la muerte y el renacimiento simbólicos.