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EL SECRETO DEL AGUA La novela sobre cambio climático y agua ARTURO ARNAU

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EL SECRETO DELAGUA

La novela sobre cambio climático y agua

ARTURO ARNAU

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© Arturo Arnau, 2007Reservados todos los derechos.

«No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su trata-miento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquiermedio, ya sea electrónico, mecánico por fotocopia, por registro u otrosmétodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.»

Ediciones Díaz de SantosInternet: http//www.diazdesantos.es/edicionesE-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-7978-820-9Depósito Legal: M. 21.710-2007

Fotocomposición: P55 Servicios CulturalesDiseño de cubierta: P55 Servicios CulturalesImpresión: Fernández CiudadEncuadernación: Rústica-Hilo

Printed in Spain - Impreso en España

Este libro está impreso sobre papel ecológico.

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A Mª Dolores, Alba y Artur.

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Arturo Arnau

Una gota de agua de condensación se precipitaba porel exterior del vaso de horchata fresca apoyado sobre lamesa de caoba del despacho del director. En la sede va-lenciana de la Water Corporation ya pasaba de la medianoche,y sólo tres personas se encontraban en el edificio: el direc-tor delegado, Robert Graves, y sus dos guardaespaldas.

Las manos nudosas de Robert asieron el vaso con firmeza ylo llevaron hasta su boca seca; enseguida el líquido se hundiópor su esófago produciéndole una sensación de alivio en aque-lla noche extrañamente calurosa del mes de diciembre.

Robert se acababa de dar un baño en la piscina conmosaico de delfines y mármoles policromados que formabaparte de su amplia oficina, un albornoz de algodón cubría sucuerpo sexagenario.

De pie, junto a la mesa, Robert dejó que su mirada seperdiera en el techo del despacho, cubierto de porcelana deCastellón con motivos mitológicos y, sin saber por qué, sumente comenzó a hacer un rápido repaso de lo que habíansido sus veinte años en el cargo, como si hubiese llegado elmomento de hacer balance.

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2 El secreto del agua

Veinte años al frente de la delegación en Europa de aquellamultinacional dedicada al aprovechamiento de los recursoshídricos. Bajo su dirección, la empresa había construidodecenas de centrales hidroeléctricas, varios canales nave-gables, y había modernizado buena parte de los puertosdel Mediterráneo. Aunque de lo que más orgulloso se sentíaRobert era del esfuerzo que la empresa dedicaba a construirespacios de ocio en los que el agua era la protagonista,como los parques acuáticos y los baños públicos de unaveintena de ciudades europeas. Precisamente, su despachoestaba situado dentro del recinto que ocupaban los bañosde la ciudad de Valencia.

Robert reconocía que la empresa correspondía a su tra-bajo de manera generosa: un salario de ochenta millones deeuros, una mansión con campo de golf a las afueras de laciudad, estudios para sus hijos en la Universidad de Har-vard, chófer, y jet privado esperándole en el aeropuerto.Pero tampoco ignoraba que con todo esto se le pagaba algomás que su trabajo, también se pagaba su silencio.

El cargo de director delegado de la Water Corporationconllevaba ciertas obligaciones que no eran de dominio pú-blico, es más, que se llevaban en el mayor de los secretos.Robert era una de las doce únicas personas de la empresa,y de todo el mundo, que conocía el secreto milenario delagua, algo que no podía revelar sin poner en peligro su vida.Y precisamente en aquellos momentos, de pie junto a lamesa de su despacho, y con el vaso de horchata aún en lamano, era consciente de que su vida corría peligro.

En el antedespacho de Robert se rompió el velo de silen-cio cuando empezó a resonar la melodía polifónica de un

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teléfono móvil. Era el celular de Juan Fernández, que estabaacompañado por su hermano José, dos gemelos de piel os-cura y agrietada, casi dos metros de estatura y músculosde gimnasio. Los Fernández eran guardaespaldas del direc-tor delegado desde hacía cinco años.

Alguien llamaba desde Washington.—Hello!—Hola Juan, soy William Hammer, el jefe de seguridad de

la Water Corporation, tengo una orden para ti.—Usted dirá, señor— contestó Juan haciéndole a su her-

mano un mohín de sorpresa porque no era habitual que lellamasen desde Estados Unidos, y menos el jefe de seguri-dad de la empresa.

—Has de acabar con la vida de Robert Graves, —y añadiócon voz rotunda—, y has de hacerlo ahora mismo.

La orden recibida resonó como un martillazo en el cerebrode Juan, y enseguida sus ojos comenzaron a agitarse comosi estuviesen buscando un sitio por donde escapar de susórbitas.

—Cobramos por guardarle las espaldas, ¿cómo vamos aasesinarle?, balbuceó Juan en un último intento de escapara aquella orden inesperada y siniestra que le estaban dandodesde América. Pero su interlocutor aumentó la intensidad ygravedad de su voz para dejar bien claro el rango de cadacual.

—Te pagamos lo suficiente para que cumplas las órdenessin rechistar. Si te parece mal, vuelve con tu hermano apasar hambre en las calles de Bogotá, de donde os saquécuando apenas teníais quince años y os mal alimentabais enlos cubos de basura, —y su voz tronó como si fuese el finalde una traca— ¡nunca más añadas un pero a mis órdenes!