aruba ariba

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72 BACANAL MARZO 2012 UNA ISLA A POCOS KILOMETROS DEL CONTINENTE SUDAMERICANO ESTABLECIDA COMO UN VIAJE CLASICO A LOS PLACERES DEL CARIBE. ARUBA TIENE TODO EL COLOR Y TODOS LOS ATRACTIVOS PARA PASAR UNOS DIAS INOLVIDABLES. ENFOCADA ENTERAMENTE AL TURISMO Y CON UNA POBLACION DE CIEN MIL HABITANTES, RECIBE MAS DE SETENTA MIL PERSONAS CADA MES. LA MEZCLA CORRECTA ENTRE NATURALEZA, CONFORT Y BUEN VIVIR. TEXTO JAVIER ROMBOUTS (ENVIADO ESPECIAL) FOTOS GENTILEZA ARUBA TOURISM AUTHORITY D esde hace algunos años, las islas son material de J.J. Abrahms. Así ocurrió con Lost y ahora con Alcatraz. Antes, lo habían sido de Gilligan y también del enano que grita- ba "el avión, el avión" en La Isla de la Fantasía. Aruba es una isla de las Antillas Menores, cer- cana a la costa de Venezuela. Y durante siglos pasó de mano en mano -primero España, des- pués Holanda, breve interrupto inglés, nue- vamente Holanda- hasta desembocar en una independencia medio sui generis a partir de 1986. Esto es, los arubeños -se llaman a sí mismos arubianos- tienen pasaporte holandés, gozan de los beneficios de un ciudadano de la Unión Europea, pero la isla no forma parte de la unión de países del Viejo Mundo. Tal vez, en estos tiempos de crisis que corren, los arubeños o arubianos están agradecidos por este acuerdo político. Porque, básicamente, Aruba vive del turismo. Y la palabra crisis -mucho menos el giro crisis económica- no figura en su diccio- nario. De hecho, Aruba tiene casi plena ocupa- ción laboral y un notable crecimiento edilicio, sobre todo en su capital, Oranjestad. Aclaración importante: la mención de las series del primer párrafo no fue sólo una licencia a la hora de comenzar a escribir una nota sobre turismo sin hablar, al menos en el comienzo, de turismo. El motivo es otro: pasa que Aruba, como las series, tiene algo de ficción. Es, por decirlo de algún modo, un sitio donde perderse, como se perdieron Gilligan y sus amigos. La isla mantiene casi virgen toda su costa norte, con playas de grandes olas y refu- gios inexplorados. Es también, por decirlo de algún modo, una suerte de isla de la fantasía donde se cumplen todos y cada uno de los cli- chés que cualquiera imagina sobre el Caribe: playas de arena blanca, mar turquesa, aguas cálidas, fiestas en la playa, peces de colores, fiestas en los hoteles, posibilidad de snorquel, buceo y otros deportes o pasatiempos acuáti- ARUBA ARIBA VIAJERO BACANAL LA ISLA SOLO MIDE 7 KILOMETROS POR 21 Y TIENE 100.000 HABITANTES DE 40 NACIONALIDADES DISTINTAS.

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A pocos kilómetros del continente, un destino clásico con todo el color y los atractivos para pasar unos días inolvidables.

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Una isla a pocos kilometros del continente sUdamericano establecida como Un viaje clasico a los placeres del

caribe. arUba tiene todo el color y todos los atractivos para pasar Unos dias inolvidables. enfocada enteramente

al tUrismo y con Una poblacion de cien mil habitantes, recibe mas de setenta mil personas cada mes. la mezcla

correcta entre natUraleza, confort y bUen vivir.

texto Javier rombouts (enviado especial) Fotos Gentileza aruba tourism authority

Desde hace algunos años, las islas son material de J.J. Abrahms. Así ocurrió

con Lost y ahora con Alcatraz. Antes, lo habían sido de Gilligan y también del enano que grita-ba "el avión, el avión" en La Isla de la Fantasía. Aruba es una isla de las Antillas Menores, cer-cana a la costa de Venezuela. Y durante siglos pasó de mano en mano -primero España, des-pués Holanda, breve interrupto inglés, nue-vamente Holanda- hasta desembocar en una independencia medio sui generis a partir de 1986.

Esto es, los arubeños -se llaman a sí mismos arubianos- tienen pasaporte holandés, gozan de los beneficios de un ciudadano de la Unión Europea, pero la isla no forma parte de la unión de países del Viejo Mundo. Tal vez, en estos tiempos de crisis que corren, los arubeños o arubianos están agradecidos por este acuerdo

político. Porque, básicamente, Aruba vive del turismo. Y la palabra crisis -mucho menos el giro crisis económica- no figura en su diccio-nario. De hecho, Aruba tiene casi plena ocupa-ción laboral y un notable crecimiento edilicio, sobre todo en su capital, Oranjestad.

Aclaración importante: la mención de las series del primer párrafo no fue sólo una licencia a la hora de comenzar a escribir una nota sobre turismo sin hablar, al menos en el comienzo, de turismo. El motivo es otro: pasa que Aruba, como las series, tiene algo de ficción.

Es, por decirlo de algún modo, un sitio donde perderse, como se perdieron Gilligan y sus amigos. La isla mantiene casi virgen toda su costa norte, con playas de grandes olas y refu-gios inexplorados. Es también, por decirlo de algún modo, una suerte de isla de la fantasía donde se cumplen todos y cada uno de los cli-

chés que cualquiera imagina sobre el Caribe: playas de arena blanca, mar turquesa, aguas cálidas, fiestas en la playa, peces de colores,

fiestas en los hoteles, posibilidad de snorquel, buceo y otros deportes o pasatiempos acuáti-

ArubA ariba

viajero Bacanal

lA islA solo mide 7 kilometros por 21 y tiene 100.000 hAbitAntes de 40 nAcionAlidAdes distintAs.

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cos, tragos a cualquier hora del día, fiestas en las calles, mujeres hermosas, surf, kitesurf, música en el aire y más fiestas.

Sin embargo, sobre todo es, también por decirlo de algún modo, una isla extraña. Pequeña y extraña: sólo mide 7 kilómetros por 21 y tiene unos 100.000 habitantes. Y en tan poco lugar y con tan pocos habitantes, convi-ven 40 nacionalidades que la vuelven esencial-mente multicultural. En Aruba buena parte de sus habitantes hablan un promedio de cuatro idiomas. Y ninguno de esos cuatro idiomas es el que hablan entre ellos.

Veamos: se habla holandés -es el idioma oficial en los colegios-, se habla castellano, se habla portugués, se habla inglés. Pero entre sus habitantes se habla papiamento que es, sin-tetizando y con trazo grueso, una mezcla de holandés con inglés, con castellano, con papia-

no -la lengua del pueblo originario de la isla- y con portugués. Un idioma que mantiene una estructura cercana al castellano pero que los arubeños o arubianos hablan a mil kilómetros por hora y con un marcado acento brasileño. De tan multiterrestre, casi extraterrestre.

- ¿Primera vez en la isla?, -pregunta Darren, el barman del hotel Talk of the Town a los recién llegados.

- Sí.- ¡Bonbini a Aruba, entonces! -dice y, sin

que medie ningún pedido sirve un trago de color naranja, con algo de ocre. Un trago que parece un atardecer. Un trago que el barman sirve justo en el momento que atardece en Aruba.

carnaval toda la vidaEl Talk of the Town es un hotel boutique

con una barra al aire libre, de esas que invi-tan a tomar una segunda copa. El hotel tiene a la piscina como centro de gravedad; el agua mansa está rodeada por palmeras y galerías que llevan a habitaciones cómodas, sin lujos des-medidos. El trago que sirvió antes del subtítulo Darren se llama Aruba Ariba, un clásico de la isla tanto como las tablas de surf, los pelícanos y las excursiones en barcos. Tiene vodka, ron, jugo de naranja, jugo de mora, jugo de piña y un toque de Grand Marnier. Darren cuen-ta que salió segundo en una competencia de bartenders que se hace todos los años en la isla. Lo cuenta con orgullo y ofrece un trago de su creación. Dice que todavía no le encuentra el nombre a su trago, algo extraño para un hom-bre que maneja cuatro idiomas. Así y todo, el trago -quizás un tanto dulzón aunque no desagradable- sigue sin ser bautizado.

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Ya el atardecer es noche cuando Jonathan, guía y representante de la Secretaría de Turismo de la isla, invita a una fiesta en las calles de San Nicolás, el Carubbian Festival. “Una fiesta popular”, dice, “que se hace todas las semanas, los jueves, anunciando el fin de semana”. Tiene su razón: todas las noches en Aruba parecen estar ubicadas sólo a unos centímetros del fin de semana. Todas las noches parecen ser la pre-via al finde: por eso, las fiestas nocturnas en la playa van de lunes a lunes. Por supuesto, las de los viernes y las de los sábados, explotan. Pero no nos adelantemos que, en rigor, los recién llegados aún no tienen el dato de las fiestas noc-turnas en las playas, para eso faltan unas horas. Por el momento, sólo se trata de ir por una ruta, bordeando el mar, hacia una fiesta callejera en casi casi una de las puntas de la isla.

¿Hay una ciudad en el mundo que pase once meses del año preparándose para el carnaval y después pase el siguiente mes en estado de car-naval? Hay: se llama San Nicolás y queda en Aruba. Es que a diferencia de Río, Venecia, Gualeguaychú y siguen las firmas, San Nicolás vive en estado de carnaval permanente. Todas las semanas del año desfilan comparsas por sus calles. Todas las semanas del año se venden en pequeños puestitos comidas típicas de la isla: Stoba di Cabrito (estofado de cabrito), Keri Keri (un guiso de olla a base de pescado), pas-techi (pastelitos de carne), Sopi di Baca Boe (sopa a base de carne vacuna), Pan batí (pan-queques de harina de trigo), Funchi (una suerte de polenta frita). Y todas las semanas del año los vestidos de las comparsas se lucen al ritmo de tambores potentes y milenarios.

Hay también en San Nicolás un orgullo por el pasado de la isla; de hecho, es la zona de Aruba con mayor población nativa y, claro, pobre. Esta no es la zona para las fincas holandesas o los hoteles mil estrellas estilo Hawaii como los imponentes Aruba Marriott Resort o el Divi Aruba Phoenix Beach Resort o el Riu Palace o las sucursales que en la isla poseen las cadenas Holiday Inn y Hyatt. Acá, en San Nicolás, se respira una Aruba más terrestre y primitiva, más agria en su aliento; una Aruba sin tragos sofis-ticados, una Aruba no edulcorada, una Aruba de cerveza.

En San Nicolás, Jonathan y los recién lle-gados se cruzan con otro grupo de argentinos: son agentes de viajes, de Córdoba. Ellos tam-bién tienen guía; en rigor, una guía, Paula, que también trabaja para la Secretaría de Turismo. La pregunta de los recién llegados, al menos de los hombres que integran el grupo de recién llegados, es inmediata: ¿por qué ellos Paula y nosotros Jonathan? ¿Por qué ellos Paula, una arubeña espigada, tan parecida a las actrices Thandie Newton (en su mejor momento, en Misión Imposible, ponele) y Zoë Saldana -si no

las ubican, las googlean y después opinan- y nosotros Jonathan, un arubeño tan parecido a Jonathan?

Hay preguntas que jamás tendrán respues-ta. Sólo resta disfrutar de ese carnaval semanal, de la gente bailando por las calles, de la sensa-ción de que el mundo, con música, siempre es mucho mejor.

dias (y noches) de playaLos cruceros recreativos en Aruba -catama-ranes- tienen dos fines precisos: el primero, bucear en aguas increíblemente transparentes,

visitar barcos hundidos, maravillarse con la fauna y la flora acuática y tirarse desde el lugar más alto del barco a un mar que espera con los brazos abiertos; el segundo, tomar tragos desde que se abre el bar -nueve de la mañana, aprox.- hasta que el barco vuelve a puerto, entre las dos y las cuatro de la tarde. Tanto la bebida como la comida que se consume en estos catamaranes, vale aclararlo, está incluida en el precio de la excursión. Con el free bar la fiesta arranca ni bien se sueltan amarras: otra vez música, otra vez fiesta, otra vez Aruba Ariba.

Los recién llegados ya no son tan recién lle-

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gados y ahora saben sobre las fiestas nocturnas en las playas. Hay, en verdad, varias fiestas por noche pero algunas sobresalen. Las principa-les playas de Aruba son Eagle Beach y Palm Beach. Un poco más atrás -al menos durante el día- llega Surfside Beach. Y un poco más lejos -literalemente más alejada, en la punta de la isla- Baby Beach. En las primeras tres, hay fies-tas nocturnas pero en las primeras tres también -sobre todo en Palm Beach- hay fiesta todo el día. Los barras de los bares de Palm Beach son circulares y, en los momentos de mayor acción, tienen entre cinco y ocho bartenders. Como en San Nicolás, pero por otros motivos, acá también se pasa de los tragos sofisticados. Lo que sale es el mojito, el ron con cola, la cerve-za Chill -producto nacional- que tiene cierto parecido con la Corona mexicana. Invitar una ronda tiene su precio: las botellas pequeñas -y son realmente pequeñas- de Chill cuestan 5 dólares, los tragos no bajan de 10. Y eso duran-te el día, la noche -como en cualquier lugar del

mundo- es aún más cara. Pero el agite del lugar bien lo vale.

Hay una escena repetida en las películas con fiestas en las playas, digamos, califor-nianas: chicas bailando solas un poco borra-chas, otro poco en trance, pequeñas fogatas, gente entrando al mar para despejar la cabeza, mucho tumulto en las barras, pasadas de Djs que suben a escena como rockstars, motos de agua paradas a unos metros de la orilla, con gente que llega a la fiesta por vía acuática, algunos veleros que vuelven sus cubiertas otras pistas de baile. Bueno, exactamente eso es una fiesta nocturna de playa en Aruba. Como en otros items, la isla no le teme al lugar común. Por el contrario: ¿imaginaban algo parecido

lAs noches siempre estAn ubicAdAs A unos centímetros del fin de semAnA. y lAs fiestAs en lAs plAyAs vAn de lunes A lunes.

a esto? Bueno, acá lo tienen. En estas fiestas, Surfside Beach empareja la carrera con las otras playas de moda. Incluso, algunas noches, gana cómodamente. Sólo se trata de elegir alguna, siempre después de la medianoche. Antes, es la hora de los restaurantes.

cocina paraisoComo todo destino que tiene su eje en el turismo, Aruba ofrece una larga variedad de opciones a la hora de comer. Por supuesto, los restaurantes donde la especialidad esta centra-da en productos del mar -pescados y maris-cos- van primeros en la lista. Acá sobresalen The Old Fisherman -imperdible la langosta y el pulpo-, Marina Pirata -que también tiene

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platos típicos de la isla-, Moby Dick y un sitio, perdido a mitad de camino entre Oranjestad y San Nicolás, en Savaneta y conocido como Zee Rover (Piratas de Mar): un embarcadero donde se come el mejor pescado frito de la isla. El lugar, como primera impresión, bien puede asustar un poco: más que un embarcadero parece un desarmadero, pero el pescado frito que sirven, obliga a la aventura.

De más está decirlo: no sólo del mar vive Aruba. Hay cocina japonesa (Benihana), fran-cesa (Papilon), italiana (Gianni´s), cubana (Mr. Jazz), mexicana (Señor Frog´s), arubeña (The Aruban Chef, la versión sofisticada de la comi-da típica de la isla) y el etcétera es largo. Incluso, hay un restaurante de cocina argentina. Claro, se llama El Gaucho.

Pero si se quiere comer en medio del Mar Caribe, en un deck sobre el agua; si se quiere deslumbrar a una mujer o a un hombre con platos de alta cocina y una carta de tragos y vinos acorde, el lugar se llama Pinchos. Todo en este restaurante está pensado para el disfrute: pocas mesas, una atención esmerada -incluye a

la propietaria del lugar yendo mesa por mesa y preguntando cómo va la cosa-, la música como parte activa de la puesta en escena y una deco-ración que remite al Caribe pero sin caer en el cliché. No lo necesita: tiene el mar como la mejor escenografía posible.

Para aquellos que no quieren la opción fies-ta playera después de la cena, la isla ofrece una buena cantidad de bares, pubs, casinos, dis-cos y shoppings -con horarios nocturnos muy flexibles- para el paseo y las compras. También en algunos hoteles, la barra de las piscinas se activa por las noches y entonces se tiene una buena combinación menos, digamos, salvaje, más protegida y urbana de fiesta con agua.

La zona del centro de Oranjestad se esta-blece como el paseo obligado para quienes quieran salir de compras. Hay -síndrome cru-ceros- infinidad de joyerías y paseos de com-pras de marcas de alta gama. Los cruceros son una constante en Aruba. Al menos atracan dos por día. Y de ellos bajan turistas dispuestos a una compra rápida y efectiva. Para la ruta de los grandes buques, Aruba es parada obligada.

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Pero no se quedan mucho tiempo en la isla. Por eso, el centro es una suerte de enorme shopping al aire libre. Es la zona cero del deme dos.

Como para disimular el ambiente de con-sumo adictivo del centro de Oranjestad, en medio de los locales de compras sobreviven los edificios históricos de la isla: el Museo Histórico y el Arqueológico, una suerte de viaje al pasado que no logra deslumbrar a muchos de los turistas del presente.

espacio indyLlega en el momento menos pensado, nadie sabe cuándo. Lo único seguro es que llega. Hay un día Indiana Jones en cada viaje. No se puede hacer nada contra eso. De golpe, ahí está. Alguien dice:

- ¿Y si vamos a conocer el lado oscuro de la isla?

O dice:- ¿Qué excursiones están copadas?O algo por el estilo. La mayoría no dice

nada y algunos (pocos) apoyan fervorosos al autor intelectual de la pregunta. Conclusión: momento Indiana Jones y todos a bordo o a caballo o a los saltos.

En Aruba hay varias opciones para días como estos. Los Safaris en Land Rover -mucho camino empinado y bajadas a 90 grados, mucho al filo del precipicio- son un clásico de la isla. Los guías son simpáticos, con la piel curtida por el sol. Llevan esos pantaloncitos color caqui de rangers sudafricanos y sombre-ro de ala ancha al tono. No hay jirafas ni leones

ni monos ni elefantes en el recorrido pero sí bastantes saltos y charcos que salpican barro. Por unas horas, la vida es una mezcla de monta-ña rusa con caballo desbocado a pleno galope. Entre salto y barro, el guía pone una frase de su guión, siempre un poco chistosa, siempre un poco burlona. Por supuesto, a la media hora el tour se repite: más charcos, más saltos, más frases del guía. La travesía dura medio día o el día entero, visitas a piscinas naturales y playas alejadas. En este caso, menos sería más.

Otra alternativa es el submarino que reco-rre el fondo del mar. Es como entrar en una suerte de acuario tirándose de cabeza. Como virtud mayor, el viaje en submarino no es a los saltos y -sobre todo- dura notablemente menos que el recorrido del safari. Pierde en cuanto al espacio: el lugar es poco, los turistas muchos y muchas más las cámaras fotográficas y los chi-cos que gritan ¡guau! o alguna otra onomatope-

ya cada vez que aparece un pez mediano o una tortuga marina. Se sale un poco comprimido del pequeño Atlantis y es necesario un trago o algún tipo de terapia express. Pero el espectá-culo marítimo es fabuloso. Lo mismo se puede decir del safari: más allá de los saltos y del barro, las playas escondidas con sus grandes olas, la naturaleza a pleno, pagan la travesía.

finalAruba tiene, como toda isla pequeña, fecha de vencimiento más o menos cercana. Es difícil quedarse más allá de un tiempo -el ideal, apa-rentemente, es una semana- y no comenzar a repetir los días como en una especie de loop. Por eso, es mejor salir de ella deslumbrado, con gusto a poco, que quedarse más allá de lo prudente.

Es también de esos sitios donde uno desea volver porque deja buenos recuerdos. Y esos buenos recuerdos los construyen la amabilidad de los arubeños o arubianos, la belleza natural de ese primer Caribe, la mansa tranquilidad de sus playas; esa sensación de que la vida es una temporada de vacaciones que merece dis-frutarse al máximo. Para eso están las fiestas, los restaurantes, los bares, la arena blanca, el sol a pleno, la naturaleza más viva que nunca, los catamaranes, los lujosos hoteles, las noches interminables, los pubs y el mar turquesa. Incluso, para eso están los safaris, los submari-nos pequeños y los chicos que gritan ¡guau! o cualquier otra onomatopeya cada vez que una tortuga de mar se digna a aparecer en escena. *

los restAurAntes especiAlizAdos en pescAdos y mAriscos encAbezAn lA listA. pero hAy de todo: desde jAponesA A cocinA ArgentinA.