asimov, isaac - estoy en puertomarte sin hilda

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Isaac Asimov 1 Isaac Asimov Estoy en Puertomarte sin Hilda Isaac Asimov Introducción La Campana Armoniosa La Piedra Viviente Qué Importa El Nombre Cuando Muere La Noche Patê De Foie-Gras Polvo Mortal Una Estratagema Inédita *Estoy En Puertomarte Sin Hilda Nota Necrológica Luz Estelar La Bola de Billar Diario del Barón Gitano

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  • Isaac Asimov 1 Isaac Asimov

    Estoy en Puertomarte sin Hilda

    Isaac Asimov

    Introduccin

    La Campana Armoniosa

    La Piedra Viviente

    Qu Importa El Nombre

    Cuando Muere La Noche

    Pat De Foie-Gras

    Polvo Mortal

    Una Estratagema Indita

    *Estoy En Puertomarte Sin Hilda

    Nota Necrolgica

    Luz Estelar

    La Bola de Billar

    Di

    ar

    io

    d

    el

    B

    ar

    n

    G

    it

    an

    o

  • Introduccin

    Entre la mayora de los que no estn familiarizados con el tema, hay una tendencia

    a considerar la ciencia ficcin como un miembro ms del grupo de gneros espe-

    cializados, tales como el policiaco, el del oeste, el de aventuras, el de narraciones

    deportivas, el amoroso y similares.

    A quienes conocen bien la ciencia ficcin, esto les ha parecido siempre extrao

    porque, sub finem, este gnero pretende ser una respuesta literaria a los cambios

    cientficos, y esa respuesta puede abarcar la escala completa de la experiencia

    humana. En otras palabras, la ciencia ficcin lo comprende todo.

    Cmo diferenciar un relato de ciencia ficcin de uno de aventuras, por ejemplo,

    cuando sub finem es tan intensamente aventurera que deja plidas las narraciones

    normales de este tipo? Evidentemente, un viaje a la luna es ante todo una aventura de

    lo ms emocionante, aparte de que sea otra cosa.

    Yo he ledo excelentes relatos de ciencia ficcin que caen dentro de clasificaciones

    poco comunes, y que aportan un gran enriquecimiento al tema que han tocado. Arthur

    C. Clarke escribi un delicioso relato del oeste..., pero se desarrollaba bajo el mar, y

    salan delfines en vez de ganado. No obstante, su ttulo era Un hogar en la pradera, y

    le cuadraba.

    Clifford D. Simak escribi Regla 18, que es un tpico relato deportivo, pero que

    incluye viajes en el tiempo, de modo que el autocar del equipo terrestre va recogiendo a

    las grandes figuras de todos los tiempos, con las que cuentan para ganar el partido anual

    frente a Marte.

    En Los amantes, Philip Jos Farmer logr una notable variacin del simple relato

    amoroso al escribir una historia de amor sobria y conmovedora que cruzaba la barrera

    no ya de la religin o del color de la piel, sino de las especies.

    Cosa curiosa, era el gnero policaco el que pareca ms difcil de combinar con la

    ciencia ficcin. Indudablemente, esto resulta chocante. Lo natural sera pensar que la

    ciencia ficcin puede mezclarse fcilmente con lo policaco. La ciencia en s es casi un

    enigma, y un investigador cientfico es casi un Sherlock Holmes.

    Y si queremos darle la vuelta a las cosas, no existen novelas policacas que hacen

    uso de la mentalidad cientfica? El Dr. Thorndyke, de R. Austin Freeman, es un

    ejemplo famoso y afortunado de detective cientfico (en el campo de la creacin

    literaria).

    Y, sin embargo, los escritores de ciencia ficcin se sentan cohibidos frente a lo

    policaco en la ciencia ficcin.

    A finales de los aos 40 me explicaron por fin esto. Me dijeron que, por su misma

    naturaleza, la ciencia ficcin no jugara limpio con el lector. En una historia de ciencia

    ficcin, el detective poda decir: Pero como usted sabe, Watson, a partir de 2175, en

    que todos los espaoles aprendieron a hablar en francs, el espaol ha pasado a ser una

  • Isaac Asimov 3 Introduccin

    lengua muerta. Cmo es, entonces, que Juan Lpez dijo estas significativas palabras en

    espaol?

    O tambin podra hacer que su detective sacara un extrao aparato y dijera: Como

    sabe, Watson, mi frannistn de bolsillo es perfectamente capaz de detectar cualquier

    joya oculta en un instante.

    Tales argumentos no me impresionaron. Me pareca que los escritores de relatos

    policacos corrientes (no de la variedad de ciencia ficcin) podan ser igual de desleales

    con sus lectores. Podan ocultar deliberadamente una pista necesaria. Podan introducir

    un personaje adicional, surgido de la nada. Podan, sencillamente, olvidarse de algo a lo

    que haban estado dando gran relieve, y no volver a mencionarlo. Podan hacer

    cualquier cosa.

    Sin embargo, el hecho era que no lo hacan. Respetaban la regla de ser leales al

    lector. Podan oscurecer pistas, pero no las omitan. Las lneas esenciales de pensa-

    miento podan insinuarse de manera casual, pero se insinuaban. Al lector se le orientaba

    sin remordimientos hacia una direccin equivocada, se le despistaba y se le confunda,

    pero no se le engaaba.

    Pareca, pues, fuera de toda duda, que los mismos principios habran de aplicarse al

    relato policaco de ciencia ficcin. No se hacen surgir aparatos nuevos ante el lector

    para resolver con ellos el enigma. No se toma ventaja de la historia futura para

    introducir fenmenos ad hoc. De hecho, se han de explicar cuidadosamente todas las

    facetas del ambiente futuro con la suficiente antelacin para que el lector tenga una

    razonable oportunidad de ver la solucin. El detective de novela slo puede hacer uso

    de hechos conocidos por el lector en el presente o de hechos del futuro ficticio, que

    han de ser expuestos cuidadosamente de antemano. Incluso se deben mencionar algunos

    hechos de nuestro presente si se van a utilizar... para asegurarse de que el lector se est

    dando cuenta del mundo que le rodea actualmente.

    Una vez aceptado todo esto, no slo resulta evidente que el relato policaco de

    ciencia ficcin es un gnero literario perfectamente admisible, sino que se hace evidente

    tambin que es mucho ms divertido de escribir y de leer, ya que a menudo posee un

    fondo fascinante de por s, aparte de la intriga.

    Pero hablar es fcil; as que sustitu la boca por la mquina, y en 1953 escrib una

    novela policaca de ciencia ficcin titulada Las cuevas de acero (publicada en 1954).

    Fue aceptada por los crticos como una buena novela policaca, y despus de su

    aparicin no o decir ja ms a nadie que los relatos policacos de ciencia ficcin fueran

    imposibles de escribir. Incluso escrib una continuacin titulada El sol desnudo

    (publicada en 1957), slo para demostrar que el primer libro no era accidental.

    Entre una y otra novela, y despus, escrib tambin varias narraciones cortas para

    demostrar que los relatos policacos de ciencia ficcin pueden ser todo lo extensos que

    se quiera.

    Estos cortos relatos policacos de ciencia ficcin (junto con algunos otros que se

    apartan ms del gnero) son los que se recogen en este volumen, siguiendo el orden de

    publicacin. Juzguen ustedes mismos.

    Isaac Asimov

  • La Campana Armoniosa1

    Louis Peyton no discuta jams en pblico los mtodos con los cuales haba burlado a

    la polica de la Tierra en una docena de duelos de ingenio y alarde, con la amenaza de la

    psicoprueba siempre aguardando, pero siempre frustrada. Desde luego habra sido una

    tontera, pero en sus momentos de mayor satisfaccin, le venan ganas de dejar un

    testamento para abrir despus de su muerte, en el que se viera bien claro que sus

    continuos xitos se deban a su habilidad y no a la suerte.

    En ese testamento dira: No se puede trazar un plan para encubrir un crimen sin que

    aparezca en l huella de su creador. As que es preferible buscar en los acontecimientos

    algn plan ya existente y ajustar enton. ces a l tus propias acciones.

    Con ese principio en la cabeza fue como Peyton plane el asesinato de Albert

    Cornwell.

    Cornwell, un tipo que negociaba con cosas robadas, se acerc a Peyton, el cual se

    hallaba en su acostumbrada mesa individual del Grinnell. Tena un brillo especial el

    traje azul de Cornwell, una mueca especial su arrugado rostro, y estaban especialmente

    erizados los pelos de su bigote ordinariamente lacio.

    -Seor Peyton -dijo saludando a su futuro asesino sin el menor presentimiento-,

    cunto me alegro de verle. Casi haba perdido las esperanzas, seor; casi las haba

    perdido.

    Peyton, a quien le molestaba que le interrumpieran mientras lea el peridico y

    tomaba el postre en el Grinnell, dijo:

    -Si tiene algn asunto que tratar conmigo, Cornwell, sabe dnde puede encontrarme.

    Peyton pasaba de los cuarenta, y su pelo haba dejado atrs su original negrura, pero

    su espalda se mantena tiesa, conservaba su aspecto joven, tenia los ojos oscuros y una

    voz de lo ms cortante debido a su larga experiencia.

    -Es que esto es muy especial, seor Peyton -dijo Cornwell-. Muy especial. Se trata de

    un escondrijo, seor; un escondrijo de... ya sabe, seor.

    Y movi el dedo ndice de su mano derecha como si fuera un badajo que golpeara

    algo invisible, y con la izquierda ahuec momentneamente el odo.

    Peyton volvi una hoja del peridico, algo hmedo todava del tele-distribuidor, lo

    dobl y pregunt: -Campanas armoniosas?

    -Chist, seor! -susurr Cornwell alarmado.

    -Venga conmigo -dijo Peyton.

    1 Ttulo original: The singing Bell

  • Isaac Asimov 5 La Campana Armoniosa

    Atravesaron el parque. Otro principio de Peyton era que, para confidencias, no haba

    nada como una conversacin en voz baja al aire libre.

    -Un escondrijo de Campanas Armoniosas; un escondrijo repleto de Campanas.

    Toscas, pero hermosas, seor Peyton -susurr Cornwell.

    -Las ha visto?

    -No, seor, pero he hablado con uno que s las ha visto. Me dio suficientes pruebas

    para convencerme. All hay de sobra para que usted y yo podamos retirarnos en la

    opulencia. En la ms completa opulencia, seor.

    -Quin era ese otro hombre?

    Una expresin de astucia cruz el semblante de Cornwell como el humo de una

    antorcha, y ms que animarlo lo ensombreci, confirindole una repulsiva untuosidad.

    -El hombre era un excavador lunar que tena un mtodo para localizar Campanas en

    las laderas de los crteres. No conozco su mtodo; nunca me lo lleg a decir. Pero ha

    recogido docenas de Campanas, las ha ocultado en la Luna y ha venido a la Tierra para

    ver la manera de darles salida.

    -Ha muerto, no?

    -S. Fue un accidente de lo ms horrible, seor Peyton. Se despe. Fue una

    verdadera pena. Por supuesto, sus actividades en la Luna eran totalmente ilegales. El

    Dominio es muy severo con eso de la extraccin no autorizada de Campanas. As que

    tal vez haya sido un castigo, despus de todo... En cualquier caso, yo tengo su mapa.

    -No me interesan los detalles de su pequeo negocio. Lo que quiero es saber por qu

    ha acudido a m -dijo Peyton con una expresin de tranquila indiferencia en el rostro.

    -Bueno, hay bastantes para los dos, seor Peyton, y los dos podemos ayudarnos. Por

    mi parte, s dnde se encuentra el escondrijo y puedo conseguir una nave espacial.

    Usted...

    -S?

    -Usted puede pilotar la nave y tiene excelentes relaciones para dar salida a las

    Campanas. Es una divisin muy justa del trabajo, seor Peyton. No le parece?

    Peyton consider su norma de vida -norma que ya exista- y el asunto pareca

    encajar.

    -Saldremos para la Luna el 10 de agosto -dijo.

    -Seor Peyton! Si todava estamos en abril -exclam Cornwell detenindose en su

    paseo.

    Peyton sigui caminando con paso invariable y Cornwell tuvo que correr para

    alcanzarle.

  • -Me oye usted, seor Peyton?

    -El 10 de agosto. Yo me pondr en contacto con usted a su debido tiempo y le dir

    adnde ha de llevar su nave. No intente verse conmigo personalmente hasta entonces.

    Adis, Cornwell.

    -Mitad y mitad? -pregunt Cornwell.

    -De acuerdo ---contest Peyton-. Adis.

    Peyton prosigui solo su paseo y consider una vez ms su plan de vida. A la edad de

    veintisiete aos haba comprado un trozo de terreno en las Rocosas, en el que algn

    antiguo propietario haba construido una casa destinada a servir de refugio contra la

    amenaza de las guerras atmicas de dos siglos atrs, aunque en definitiva nunca llegaran a

    estallar. La casa haba quedado, sin embargo, como el testimonio de un aterrado esfuerzo

    por autobastarse.

    Era de acero y hormign y estaba situada en el ms apartado lugar que poda encontrarse

    en la Tierra, muy por encima del nivel del mar y protegida por todas partes con las crestas

    an ms elevadas de las montaas. Tena su grupo electrgeno, su aprovisionamiento de

    agua de los arroyos de las montaas, sus cmaras frigorficas en donde caban

    perfectamente diez mitades de buey, su bodega equipada como una fortaleza y un arsenal

    de armas dispuestas para detener las hordas hambrientas y aterrorizadas que nunca

    vinieron. Y tena su acondicionador que poda filtrar el aire una y otra vez hasta- limpiarlo

    de todo, excepto (ah, la fragilidad humana!) de radiactividad.

    En aquella casa de supervivencia, Peyton pasaba el mes de agosto de cada ao de su

    vida de soltero impenitente. Desconectaba los comunicadores, la televisin y el tele-

    distribuidor de peridicos. Instalaba una barrera de campo de fuerza alrededor de su

    propiedad y conectaba un mecanismo que adverta si alguien se aproximaba a la casa, en

    el punto donde la barrera cruzaba el nico camino que serpeaba a travs de las montaas.

    Durante un mes al ao, poda estar completamente solo. Nadie le vea, nadie poda

    llegar hasta l. En completa soledad, poda gozar de las nicas vacaciones que tanto

    estimaba despus de once meses de convivir con una humanidad por la que no senta ms

    que un fro desprecio.

    Incluso la polica -aqu Peyton sonri- conoca su riguroso respeto por el mes de agosto.

    Una vez haba renunciado a la fianza y se haba sometido a la psicoprueba antes que

    renunciar a su mes de agosto.

    A Peyton se le ocurri otro aforismo que poda incluir tambin en su testamento: No

    hay nada que d tanta impresin de inocencia como una triunfante falta de coartada.

    El 30 de julio, como el 30 de julio de todos los aos, Louis Peyton tom en Nueva

    York el estrato-reactor de no-gravedad de las 9,15 y lleg a Denver a las 12,30. All

    almorz y tom el autobs semigrave de la 1,45 hasta Hump's Point, desde donde Sam

    Leibman le subi en su viejo coche terrestre -de gravedad completa!- hasta los linderos

    de su propiedad. Sam Leibman acept muy serio la propina de diez dlares que siempre le

  • Isaac Asimov 7 La Campana Armoniosa

    daba y se toc el sombrero como vena haciendo cada 30 de julio desde haca quince

    aos.

    El 31 de julio, como todos los treinta y uno de julio, Louis Peyton volvi a Hump's

    Point en su aerodeslizador de no-gravedad y encarg en el almacn general de Hump's

    Point las provisiones necesarias para pasar el mes. No tena nada de particular aquel

    encargo. Prcticamente no era ms que una repeticin de otros muchos encargos

    anteriores.

    MacIntyre, el encargado del almacn, repas gravemente la lista, la transmiti al

    Almacn Central del Mountain District de Denver, y al cabo de una hora lleg el pedido

    mediante el rayo transportador de las masas. Peyton carg las provisiones en su

    aerodeslizador con la ayuda de MacIntyre, dej su habitual propina de diez dlares y

    regres a casa.

    El 1 de agosto, a las 12,01 de la noche, puso al mximo el campo de fuerza que

    cercaba su propiedad, y Peyton qued aislado.

    Y entonces cambi de plan. Deliberadamente se tom ocho das de tiempo. Entretanto,

    fue destruyendo lenta y meticulosamente las provisiones que haba adquirido para el mes

    de agosto. Emple las cmaras pulverizadoras que servan para deshacerse de la basura de

    la casa. Eran unas cmaras de modelo avanzado, capaces de reducir todas las materias,

    hasta los metales y los silcatos, a un polvillo molecular impalpable y casi invisible. El

    exceso de energa que produjo el proceso fue arrastrado por el riachuelo de la montaa

    que atravesaba su propiedad. Durante una semana, el agua estuvo corriendo unos cinco

    grados ms caliente de lo normal.

    El 9 de agosto, su aerodeslizador le llev a un lugar de Wyoming, donde le

    aguardaban Cornwell y una nave espacial. La nave en s representaba una cuestin deli-

    cada, por supuesto, ya que haba unos hombres que la haban vendido, unos hombres

    que la haban transportado y haban ayudado a prepararla para el vuelo. Sin embarg,

    todos esos hombres no podan conducir ms que a Cornwell; y Cornwell, pens Peyton

    con un asomo de sonrisa en sus labios fros, sera un punto muerto.

    El 10 de agosto, la nave espacial, con Peyton a los mandos y Cornwell -con su mapa-

    como pasajero, abandon la superficie de la Tierra. Su campo de nogravedad era

    excelente. A pleno rendimiento, el peso de la nave quedaba reducido a menos de una

    onza. Las micropilas suministraban energa silenciosa y eficientemente; y sin llamas ni

    ruidos, la nave traspas la atmsfera, se convirti en un puntito, y desapareci.

    Era muy poco probable que el vuelo tuviera testigos, o que en estos tiempos de paz

    idlica y sosegada hubiese un radar vigilando como en los das de antao. A decir

    verdad, no haba ninguno.

    Dos das en el espacio; despus, dos semanas en la Luna. Casi instintivamente, Peyton

    haba contado con esas dos semanas desde un principio. No se haca ilusiones respecto

    al valor de los mapas caseros, trazados por manos inexpertas. Podan servirle al que -los

    haba hecho, que contaba con la ayuda de la memoria. Para un extrao, podan no ser

    ms que un criptograma.

  • Cornwell le ense a Peyton el mapa por primera vez slo despus de haber

    despegado.

    -Al fin y cabo, seor, este es mi nico triunfo -dijo sonriendo obsequiosamente.

    -Lo ha confrontado con los mapas lunares?

    -Me sera muy difcil hacerlo, seor Peyton. Confo en usted.

    Peyton le mir framente al devolverle el mapa. Lo nico cierto que tena anotado

    era el Crter Tycho, donde se hallaba situada la subterrnea Ciudad Lunar.

    En cierto modo, al menos, tenan la astronoma de parte de ellos. Tycho estaba en la

    parte iluminada de la Luna en ese momento. Lo cual significaba que era poco probable

    tropezarse con las naves de patrulla, y menos an que fueran vistos.

    Peyton hizo descender la nave mediante un aterrizaje de no-gravedad, con arriesgada

    rapidez, en las oscuridad protectora y fra de la sombra interna del crter. El sol haba

    rebasado ya su cenit y la sombra no disminuira. Cornwell. puso cara larga.

    -Por Dios, por Dios, seor Peyton! No podemos ponernos a explorar a plena luz

    solar.

    -El da lunar no dura eternamente -dijo Peyton con presteza-. Quedan unas cien horas

    de sol. Podemos emplear ese tiempo para aclimatarnos y estudiar el mapa.

    La respuesta fue rpida, pero en plural. Peyton estudi las cartas lunares una y otra

    vez, tomando meticulosas medidas y tratando de encontrar la serie de crteres con-

    signados en aquel galimatas casero que era la clave de... de qu?

    -El crter que buscamos puede ser cualquiera de estos tres: el GC-3, el GC-5 o el

    MT-10 -dijo Peyton finalmente.

    -Qu vamos a hacer, seor Peyton? -pregunt Cornwell con ansiedad.

    -Los exploraremos todos -dijo Peyton-, empezando por el ms cercano.

    Pas el lmite de la fase iluminada y se encontraron en la oscuridad de la noche.

    Despus de eso, fueron saliendo a perodos cada vez ms largos a la superficie lunar

    para acostumbrarse al eterno silencio y negrura, a los toscos puntos de las estrellas y a

    la raja luminosa que era la Tierra asomando en el borde del crter, por encima de ellos.

    Dejaban unas huellas profundas e informes en el polvo reseco que no, se mova ni

    levantaba polvareda. Peyton se dio cuenta de ello por primera vez cuando salieron del

    crter a plena luz de la Tierra gibosa. Eso fue al octavo da de su llegada a la Luna.

    El fro lunar limitaba el tiempo que podan permanecer fuera de la nave en sus

    salidas. Sin embargo, cada da lograban estar ms tiempo. A los once das de llegar, ya

    tenan descartado el CG-3 como posible depsito de las Campanas Armoniosas.

  • Isaac Asimov 9 La Campana Armoniosa

    A los quince das, el fro espritu de Peyton arda de desesperacin. Tena que ser el

    CG-3. El MT-10 estaba demasiado lejos. No tendran tiempo para llegar a l, explorarlo

    y poder volver a la Tierra para el 31 de agosto.

    Sin embargo, en ese mismo decimoquinto da se le disip definitivamente la

    desesperacin, cuando descubrieron las Campanas.

    No eran bonitas. Eran simples pedruscos de roca gris, del tamao del doble de un

    puo, huecas en su interior y ligeras como una pluma bajo la gravedad lunar. Haba

    unas dos docenas y, despus de pulirlas convenientemente, podran venderse por lo

    menos a cien mil dlares cada una.

    Con todo cuidado, llevaron las Campanas a la nave transportndolas en el hueco de

    las manos; las metieron en una caja de serrn y volvieron a por ms. Hicieron tres viajes

    que, de ser en la Tierra, les habran dejado rendidos de cansancio; pero bajo la

    insignificante gravedad de la Luna, apenas llegaron a notarlo.

    Cornwell le tendi las ltimas Campanas a Peyton, y ste las coloc cuidadosamente

    junto a la entrada de la escotilla.

    -Qutelas, seor Peyton -dijo; a travs del transmisor, su voz sonaba speramente en

    los odos del otro-. Voy a subir.

    Se agach para dar el gran salto lento por la gravedad lunar, mir hacia arriba, y se

    qued helado de terror. Su rostro, claramente visible a travs de la dura lusilita del

    casco, se hel en una ltima mueca de terror.

    -No, seor Peyton! No!...

    El dedo de Peyton oprimi el gatillo de la pistola espacial que sostena. Dispar. Se

    produjo un fucilazo de insoportable resplandor, y Cornwell se convirti en el residuo

    inerte de un hombre, tendido entre los restos de un traje espacial salpicado de sangre

    congelada.

    Peyton se detuvo a contemplar sombramente al hombre muerto, pero slo un

    segundo. Luego traslad las ltimas Campanas a las cajas que tena preparadas; se quit

    el traje, puso primero en funcionamiento el campo de no-gravedad, conect luego las

    micropilas y, considerndose en potencia uno o dos millones ms rico que dos semanas

    antes, emprendi el viaje de regreso a la Tierra.

    El 29 de agosto, la nave de Peyton descenda sigilosamente, con la popa baja, en el

    lugar de Wyoming de donde haba partido el 10 de agosto. El cuidado con que Peyton

    haba escogido el lugar no haba sido intil. Su aerodeslizador estaba an all, oculto al

    abrigo de una profunda hendidura del paisaje rocoso y accidentado.

    Carg otra vez con las Campanas metidas en sus cajas, y las llev a la ms profunda

    de las grietas, cubrindolas con una ligera capa de tierra. Volvi de nuevo a la nave para

    disponer los mandos y hacer los ltimos ajustes. Sali de nuevo y, dos minutos despus,

    los controles automticos se hicieron cargo de la nave.

  • Veloz y silenciosa, la nave sali disparada hacia arriba, ms y ms, virando algo

    hacia el Oeste por efecto de la rotacin de la Tierra. Peyton la sigui con la mirada,

    hacindose sombra con la mano sobre sus ojos estrechos, y cuando estaba ya a punto de

    perderla de vista, se produjo un diminuto resplandor seguido de una nubecilla contra el

    azul del cielo.

    La boca de Peyton se crisp en una sonrisa. Haba calculado bien. Al retirar las

    barras de cadmio que hacan de tope, las micropilas haban rebasado el nivel de segu-

    ridad del suministro de energa, y la nave se haba desintegrado por el calor de la

    explosin que a continuacin tuvo lugar.

    Veinte minutos despus, se encontraba de nuevo en su propiedad. Se senta cansado

    y le dolan los msculos bajo la gravedad de la Tierra. Durmi bien.

    Doce horas ms tarde, de madrugada an, lleg la polica.

    El hombre que abri la puerta se cruz de manos sobre su barriga y agach su

    sonriente cabeza dos o tres veces a modo de saludo. El que entr, H. Seton Davenport,

    del Departamento Terrestre de Investigacin, mir incmodo en torno suyo.

    La estancia a la que haba entrado era espaciosa y estaba sumida en la semioscuridad,

    salvo el rincn donde brillaba una lmpara de trabajo enfocada sobre una combinacin

    de butaca y escritorio. Las paredes estaban cubiertas de filas de libro-films. Unos,

    mapas galcticos desplegados ocupaban un ngulo de la habitacin, y en otro brillaba

    levemente una Lente Galctica sobre un estante.

    -Es usted el doctor Wendell Urth? -pregunt Davenport en un tono que pareca dar a

    entender cierta incredulidad.

    Davenport era un hombre fornido, de pelo negro, nariz fina y prominente, y con una

    cicatriz estrellada en una mejilla que marcaba para siempre el lugar donde le haba

    golpeado un neuroltigo, desde escasa distancia.

    -Yo soy -contest el doctor Urth con una dbil voz de tenor-. Y usted es el inspector

    Davenport.

    -En la Universidad me han recomendado que recurriera a usted como extraterrlogo -

    dijo el inspector al mismo tiempo que presentaba sus credenciales.

    -Eso me ha dicho usted hace media hora por telfono -dijo Urth cortsmente.

    Sus rasgos eran toscos, tena una nariz que pareca un higo aplastado y protega sus

    ojos saltones con gruesas gafas.

    -Ir derecho al grano, doctor Urth. Supongo que usted habr visitado la Luna, y...

    El doctor Urth, que haba sacado una botella de lquido rojizo y dos vasos, un tanto

    empaados por el, polvo, de detrs de una desordenada pila de libro-films, brusquedad

    repentina:

  • Isaac Asimov 11 La Campana Armoniosa

    -Nunca he visitado la Luna, inspector. Y no pienso hacerlo jams! Los viajes

    espaciales son una locura. No creo en ellos. Sintese, por favor, sintese -aadi en tono

    ms suave-. Beba algo.

    El inspector Davenport obedeci y dijo: -Pero usted es...

    -Un extraterrlogo. S. Me intereso por otros mundos, pero eso no significa que tenga

    que ir all. Santo cielo!, tampoco hara falta que fuese viajero en el tiempo para ser

    historiador, no? -se sent, y una vez ms se dibuj una amplia sonrisa en su rostro

    redondo, mientras deca-: Ahora cunteme el objeto de su visita.

    -He venido -dijo el inspector arrugando el ceo para consultarle sobre un caso de

    asesinato.

    -Asesinato? Qu tengo yo que ver con asesinatos? -Este asesinato, doctor Urth, ha

    ocurrido en la Luna. -Asombroso.

    -Ms que asombroso. Es un caso sin precedentes, doctor Urth. En los cincuenta aos

    desde que se estableci el Dominio Lunar, ha habido naves que han estallado y trajes

    espaciales que sufrieron algn escape. Hombres que han muerto achicharrados en la

    casa que da al Sol, que se han congelado en el lado oscuro, y que se han asfixiado en

    ambos sectores. Incluso ha habido quien se ha matado por una cada, lo cual,

    considerando la gravedad lunar, constituye toda una proeza. Pero en todo ese tiempo,

    ningn hombre haba muerto en la Luna a consecuencia del deliberado acto de violencia

    de otro hombre... hasta ahora.

    -Cmo lo han hecho? -pregunt el doctor Urth.

    -Con una pistola espacial. Las autoridades llegaron al lugar del crimen en cuestin de

    una hora gracias a una afortunada serie de circunstancias. Una nave de patrulla observ

    un resplandor luminoso sobre la superficie lunar. Ya sabe a qu enorme distancia puede

    percibirse un resplandor en la cara oscura de la Luna. El piloto dio parte a la Ciudad

    Lunar y aterriz. En el momento en que estaba dando la vuelta, jura que pudo divisar, a

    la luz de la Tierra, lo que pareca una nave en el momento de despegar. Al aterrizar,

    descubri un cadver reventado y huellas.

    -Y supone usted que el resplandor luminoso fue debido a la explosin del disparo? -

    dijo el doctor Urth.

    -Es seguro. El cadver estaba fresco. Algunas partes interiores del cuerpo no se

    haban congelado an. Las huellas pertenecan a dos personas. Despus de medirlas

    cuidadosamente, qued demostrado que haba dos clases de huellas de dimetro algo

    distinto, lo que indicaba que correspondan a botas espaciales de diferente tamao. En

    su mayora conducan a los crteres GC-3 y GC-5, un par de...

    -Estoy familiarizado con la clave oficial para denominar los crteres lunares -dijo el

    doctor Urth amablemente.

  • -Hum. En cualquier caso, en el GC-3 las huellas conducan a una grieta de la pared

    del crter en cuyo interior se encontraron fragmentos de piedra pmez. Sometidos a los

    rayos X, las estructuras de difraccin demostraron que se trataba...

    -De Campanas Armoniosas -interrumpi el extraterlogo con gran excitacin-. No

    me diga que su crimen est relacionado con las Campanas Armoniosas!

    -Y qu si lo est? -pregunt Davenport turbado.

    -Yo tengo una. La descubri una expedicin de la Universidad y me la regalaron en

    agradecimiento por... Pero venga, inspector, se la voy a ensear.

    El doctor Urth se levant inmediatamente y cruz la habitacin, hacindole al otro

    una sea para que le siguiera. Davenport, molesto, le sigui.

    Entraron en una segunda habitacin, ms espaciosa que la primera, ms oscura y

    mucho ms desordenada. Davenport se qued mudo de asombro al ver la cantidad tan

    heterognea de cosas que se amontonaban all sin la menor pretensin de orden.

    Apart un trozo de vidrio azul de Marte; luego, una cosa que ciertos romnticos

    tenan por un artefacto de los marcianos, extinguidos hace ya tanto tiempo; un pequeo

    meteorito, un modelo de una primitiva nave espacial, y una botella sellada sin nada"

    dentro, con una etiqueta garabateada donde pona: Atmsfera de Venus.

    -He convertido toda mi casa en un museo -dijo el doctor Urth alegremente-. Es una

    de las ventajas que tiene el estar soltero. Por supuesto, no tengo todo esto muy

    organizado. Algn da, cuando tenga libre una semana o as...

    Durante un momento mir perplejo a su alrededor; luego, acordndose, apart un

    grfico del sistema evolutivo de los invertebrados marinos, que eran las formas de vida

    ms evolucionadas existentes en el planeta Barnard, y dijo:

    -Aqu est. Me temo que est agrietada.

    La Campana colgaba de un alambre delgado, al cual estaba soldada cuidadosamente.

    Efectivamente, estaba agrietada. Tena un estrangulamiento por la mitad, lo que le daba

    el aspecto de dos pequeos globos aplastados y pegados el uno al otro firme aunque

    imperfectamente.

    A pesar de ello, la haban pulido amorosamente hasta conseguir un brillo apagado de

    un gris suave, una aterciopelada finura, y estaba marcada por unas' ligeras picaduras que

    los laboratorios, en sus intiles esfuerzos por producir Campanas artificiales, haban

    sido incapaces de imitar.

    -He hecho innumerables experimentos, antes de encontrarle un badajo decente. Una

    Campana agrietada es temperamental. Pero el hueso le va bien. Tengo uno aqu -y

    levant algo que pareca una especie de gruesa cucharilla hecha de una sustancia gris

    blancuzca- que me he fabricado yo de un fmur de buey. Escuche.

  • Isaac Asimov 13 La Campana Armoniosa

    Con sorprendente delicadeza, sus dedos regordetes manejaron la Campana, buscando el

    punto ms adecuado. La ajust, sujetndola cuidadosamente. Luego dej que la

    campana oscilara libremente, baj el extremo grueso de la cuchara de hueso y golpe la

    Campana con suavidad.

    Fue como si un milln de arpas hubieran sonado a una milla de distancia.

    Aument, se debilit y volvi otra vez. No proceda de ningn punto determinado.

    Sonaba en el interior de la cabeza, de un modo increblemente dulce, pattico y

    tembloroso a la vez.

    Se fue extinguiendo lentamente, y los dos hombres permanecieron en silencio

    durante un minuto.

    -No est mal, eh? -dijo el doctor Urth, y dndole un golpecito con la mano, dej

    que la Campana oscilara en el alambre.

    -Tenga cuidado! No la rompa -exclam Davenport inquieto. Era proverbial la

    fragilidad de una buena Campana Armoniosa.

    -Los gelogos dicen que las Campanas no son ms que concreciones de piedra

    pmez endurecidas por la presin, en cuyo interior queda un vaco donde repiquetean

    y entrechocan libremente pequeas partculas rocosas. Eso es lo que ellos dicen. Pero

    si slo consiste en eso, por. qu no podemos reproducir una? Y eso que sta,

    comparada con una Campana perfecta, nos parecera la armnica de un nio -dijo el

    doctor Urth.

    -Exacto -dijo Davenport-. Y no hay ni una docena de personas en la Tierra que

    posean una que est perfecta, y habr un centenar de instituciones y particulares que

    compraran una a cualquier precio, sin importarles su procedencia. Por un surtido de

    Campanas, bien valdra la pena un asesinato.

    El extraterrlogo se volvi hacia Davenport y se subi las gafas sobre su increble

    nariz con su gordezuelo dedo ndice.

    -No he olvidado su caso de asesinato. Contine, por favor.

    -Se puede resumir en una sola frase. Conozco la identidad del criminal.

    Haban vuelto a sentarse en la biblioteca y el doctor Urth cruz las manos sobre su

    voluminoso abdomen.

    -De veras? Entonces supongo que no tiene ningn problema, inspector.

    -Saber y demostrar no es lo mismo, doctor Urth. Desgraciadamente no tiene

    ninguna coartada.

    -Querr decir que desgraciadamente la tiene, no?

    -Quiero decir lo que he dicho. Si tuviera una coartada, se la podra echar abajo de

    algn modo, porque sera falsa. Si hubiera testigos que aseguraran haberle visto en la

  • Tierra en el momento del crimen, se podra desbaratar su testimonio. Si tuviera una

    prueba documental, se podra demostrar que era una falsificacin o alguna clase de

    truco. Por desgracia, no tiene nada de eso.

    -Qu es lo que tiene?

    El inspector Davenport describi cuidadosamente la propiedad que Peyton tena

    en Colorado. Y concluy:

    -Ha pasado all el mes de agosto, todos los aos, en el aislamiento ms estricto.

    Incluso el T. B. I. tendra que testimoniarlo as. Cualquier jurado tendra que suponer

    que tambin este mes de agosto estuvo en su finca, a menos que podamos presentar

    una prueba definitiva de su estancia en la Luna.

    -Qu le hace pensar que s estuvo en la Luna? Quiz sea inocente.

    -No! -exclam Davenport casi con violencia-. Durante quince aos he estado

    tratando de reunir pruebas evidentes contra l y nunca lo he logrado. Pero aqu me

    huelo yo un crimen de Peyton. Le aseguro que, aparte de Peyton, nadie en el mundo

    tendra el descaro o, en este caso, los contactos convenientes para intentar dar salida

    a las Campanas Armoniosas que haya trado de contrabando. Sabemos que es un

    experto piloto espacial. Sabemos tambin que tuvo contactos con el hombre ase-

    sinado, aunque desde luego hace varios meses de eso. Desgraciadamente, nada de

    esto constituye una prueba.

    -No sera ms sencillo utilizar la psicoprueba, ahora que se ha legalizado su uso?

    -pregunt el doctor Urth.

    Davenport frunci el ceo y la cicatriz de la mejilla se le puso lvida.

    -Ha ledo usted la ley Honski-Hiakawa, doctor Urth?

    -No.

    -Creo que nadie la ha ledo. El gobierno dice que es fundamental el derecho a la

    inviolabilidad mental. Muy bien, pero a qu conduce esto? Si el hombre que es

    sometido a la psicoprueba resulta inocente del crimen de que se le acusa, tiene derecho a

    toda la compensacin que sea capaz de sonsacarle al tribunal. En un caso reciente, al

    cajero de un banco le dieron veinticinco mil dlares de indemnizacin por haber sido

    sometido a la psicoprueba por una sospecha de robo. Resulta que la prueba

    circunstancial que pareca indicar que hubo robo, lo que en realidad indicaba era una

    mera cuestin de adulterio. Aleg que haba perdido el empleo, que fue amenazado por

    el marido en cuestin, corriendo seriamente peligro, y que finalmente se haba visto

    difamado y puesto en ridculo por un periodista desaprensivo que haba llegado a

    enterarse del resultado de la prueba, todo lo cual fue aceptado por el tribunal.

    -Comprendo el punto de vista de ese hombre.

    -Todos lo comprendemos. Ese es el problema. Y otra cosa ms: cualquier hombre

    que haya sido sometido a la psicoprueba por cualquier motivo no puede ser sometido de

  • Isaac Asimov 15 La Campana Armoniosa

    nuevo a ella bajo ningn concepto. Ningn hombre, dice la ley, ser sometido dos veces

    en su vida a un riesgo mental.

    -Es una traba.

    -Exactamente. En los dos aos que hace que se ha legitimado la psicoprueba, no

    puedo contar el nmero de pcaros y oportunistas que han intentado que se les someta a

    ella por haber robado una cartera, con objeto de poder dedicarse despus tranquilamente

    al fraude sistemtico. Conque comprender usted que el Departamento no permitir que

    Peyton sea psicoprobado hasta que tengamos pruebas evidentes de su culpabilidad.

    Puede que no haga falta una prueba legal, sino una prueba lo bastante slida como para

    convencer a mi jefe. Lo peor del caso, doctor Urth, es que si nos presentamos ante el

    tribunal sin el acta de una psicoprueba, no podemos ganar. En caso tan serio como el de

    asesinato, el no haber empleado la psicoprueba es claro indicio, aun para el jurado ms

    estpido, de que la acusacin no pisa terreno firme.

    -Entonces, qu quiere de m?

    -La prueba de que estuvo en la Luna durante parte del mes de agosto. Hay que

    hacerlo de prisa. No puedo retenerle como sospechoso mucho tiempo ms. Y si corre

    por ah la noticia del crimen, la prensa mundial estallar como un asteroide al chocar

    con la atmsfera de Jpiter. Es un crimen fascinante, comprenda: el primer asesinato

    cometido en la Luna.

    -Cundo se cometi exactamente el asesinato? -pregunt el doctor Urth de repente

    iniciando una serie de rpidas preguntas.

    -El veintisiete de agosto.

    -Y cundo le arrestaron?

    -Ayer, treinta de agosto.

    -Entonces, si Peyton es el asesino, ha tenido tiempo de volver a la Tierra.

    -No mucho, el justo nada ms -los labios de Davenport se contrajeron-. De haber

    llegado yo un da antes... de haber encontrado su casa vaca...

    -Y cunto tiempo supone usted que estuvieron juntos los dos, la vctima y el

    asesino, en la Luna?

    -A juzgar por las distancias que cubren las huellas, varios das. Una semana, lo

    menos.

    -Han encontrado la nave que utilizaron?

    -No, y probablemente no la encontraremos nunca. Hace unas diez horas, la

    Universidad de Denver inform que ha habido un aumento de radiactividad bsica;

    empez anteayer a las seis de la tarde y persisti durante varias horas. Es muy sencillo,

    Dr. Urth, programar los controles de una nave para que despegue sin tripulacin y

    estalle, a una altura de cincuenta millas, por cortocircuito en las micropilas.

  • -Yo que Peyton -dijo el Dr. Urth pensativo- habra matado al hombre a bordo y

    hubiera hecho estallar el cadver junto con la nave.

    -Usted no conoce a Peyton -dijo Davenport de mal humor-. Disfruta burlndose de la

    ley. Lo tiene a gala. El habernos dejado el cadver en la Luna es un desafo.

    -Ya comprendo -el Dr. Urth se acarici el estmago con un movimiento rotatorio, y

    aadi-: Bueno, hay una posibilidad.

    -De que pueda robar usted que ese hombre estuvo en la Luna?

    -De . poder darle mi opinin. -Ahora?

    -Cuanto antes, mejor. Naturalmente, si tengo la oportunidad de entrevistar al seor

    Peyton.

    -Eso se puede arreglar. Tengo ah esperando un reactor de no-gravedad. Podemos estar

    en Washington en veinte minutos.

    Pero una expresin de profunda alarma pas por el rollizo semblante del

    extraterrlogo. Se puso en pie y se alej del agente del T. B. I., dirigindose al rincn

    ms oscuro de la desordenada habitacin.

    -No!

    -Qu pasa, Dr. Urth?

    -No subir en un reactor de no-gravedad. No me fo.

    Davenport mir con perplejidad al Dr. Urth.

    -Prefiere que tomemos un monorral? -tartamude.

    -Desconfo de todos los medios de transporte -exclam el Dr. Urth-. No me fo.

    Excepto andar. Andar no me importa -le haba entrado una repentina impaciencia-. No

    podra traer usted al seor Peyton a esta ciudad, a algn lugar donde pueda yo ir

    andando? Al Ayuntamiento, por ejemplo? Al Ayuntamiento he ido andando muchas

    veces.

    Davenport contempl con desaliento la habitacin. Mir los miles de libros que

    versaban sobre la ciencia de los aos-luz. A travs de la puerta abierta se vea la habita-

    cin contigua con sus muestras de mundos situados ms all del firmamento. Mir al

    Dr. Urth, plido ante la sola idea de subir a un reactor de no-gravedad, y se encogi de

    hombros.

    -Le traer a Peyton aqu. A esta misma habitacin. Satisfecho con eso?

    -S -el Dr. Urth dej escapar un profundo suspiro.

    -Espero que pueda ayudarnos, Dr. Urth.

  • Isaac Asimov 17 La Campana Armoniosa

    -Har lo que pueda, seor Davenport.

    . Louis Peyton mir con disgusto en torno suyo, y de un modo despectivo al hombre

    grueso que le saludaba con un movimiento de cabeza. Mir el asiento que le ofrecan y

    lo limpi con la mano antes de sentarse. Davenport tom asiento cerca de l, con la

    funda de su pistola bien a la vista.

    El hombre grueso sonri al sentarse y se acarici su voluminoso abdomen como si

    acabara de terminar una buena comida y quisiera hacrselo saber al resto del mundo.

    -Buenas tardes, seor Peyton. Soy el Dr. Urth, extraterrlogo -dijo.

    -Y qu quiere de m? -pregunt Peyton, mirndole de nuevo.

    -Quiero saber si estuvo en la Luna durante el mes de agosto.

    -No estuve.

    -Sin embargo, nadie le vio a usted en la Tierra entre el 1 de agosto y el 31 del mismo

    mes.

    -Hice la vida que habitualmente suelo hacer todos los meses de agosto. Nunca me ve

    nadie durante ese mes. Que se lo diga l -y movi la cabeza en direccin a Davenport.

    El Dr. Urth ri entre dientes.

    -Qu estupendo sera que pudiramos comprobar esta cuestin. Si hubiera, al menos,

    una manera de diferenciar la Luna de la Tierra. Si, por ejemplo, pudiramos analizar el

    polvo de su pelo y decir: Aj!, polvo lunar. Pero, desgraciadamente, no podemos. El

    polvo lunar es muy parecido al polvo terrestre. Y aun cuando no lo fuera, no

    encontraramos nada en su pelo, a menos que usted hubiera pisado la superficie lunar

    sin traje espacial, lo cual es muy improbable.

    Peyton permaneci impasible.

    El Dr. Urth prosigui, sonriendo con benevolencia, mientras alzaba una mano para

    asegurar las gafas que le colgaban peligrosamente en la punta de la nariz:

    -Un hombre que viaja por el espacio o por la Luna respira aire de la Tierra y come

    alimentos terrestres. Lleva el ambiente de la Tierra pegado a su piel, ya se encuentre

    metido en su nave o en su traje espacial. Estamos buscando a un hombre que pas dos

    das en el espacio camino de la Luna, una semana por lo menos en la Luna, y dos das

    ms de regreso de all. En todo ese tiempo llev la Tierra pegada a su piel, y eso nos lo

    hace difcil.

    -Mi sugerencia -dijo Peyton- es que la cosa resultara menos difcil si me soltaran y

    buscaran al verdadero asesino.

  • -Puede que lleguemos a esa decisin -dijo el doctor Urth-. Ha visto alguna vez algo

    parecido a esto? Alarg su mano regordeta hacia el suelo y la levant, mostrando una

    especie de esfera gris de apagados destellos.

    -Parece una Campana Armoniosa -dijo Peyton sonriendo.

    -Es una Campana Armoniosa. El mvil del asesinato fueron las Campanas

    Armoniosas. Qu opina de sta?

    -Creo que est muy agrietada.

    -Ah, pero examnela bien! -dijo el Dr. Urth, y con un rpido movimiento de mano se

    la lanz a Peyton desde una distancia de dos metros.

    Davenport lanz un grito, y medio se levant de la silla. Peyton alz los brazos con

    esfuerzo, pero tan rpidamente que logr atrapar la Campana.

    -Condenado loco -dijo Peyton-. No la tire de esa manera.

    -Siente respeto por las Campanas Armoniosas, no es cierto?

    -Demasiado para romper una. Eso al menos no es un crimen -Peyton la acarici

    suavemente, luego se la acerc al odo y la agit con cuidado para or el suave

    entrechocar de lunolitos, esas partculas diminutas de piedra pmez al agitarse en el

    vaco.

    Luego, sosteniendo la Campana por el alambre de acero que an tena sujeto, desliz

    la ua del pulgar por su superficie con un movimiento ondulatorio de experto. Vibr!

    Fue una nota muy dulce, como el sonido de una flauta, que se prolong en una tenue

    reverberacin y se fue extinguiendo lentamente, suscitando con su hechizo imgenes de

    un atardecer de verano.

    Por un instante, los tres hombres se sintieron embargados por el efecto del sonido.

    -Echemela, seor Peyton. Lncemela para ac! -dijo entonces el Dr. Urth, y tendi

    la mano con gesto apremiante.

    Maquinalmente, Louis Peyton lanz la Campana, que describi una curva reducida,

    como un tercio de la distancia que deba recorrer hasta la mano tendida del doctor Urth,

    cay y se estrell contra el suelo con una disonancia dolorosa, como un gemido.

    Davenport y Peyton se quedaron mirando los fragmentos grises sin decir palabra, y

    casi pas inadvertida la voz tranquila del Dr. Urth cuando dijo:

    -En cuanto se localice el escondrijo de las Campanas del criminal, pedir una sin

    grietas y perfectamente bruida como restitucin y honorarios.

    -Honorarios? Por qu?-pregunt Davenport irritado.

    -Ahora est ya completamente aclarado el asunto. Pese a mi pequeo discurso de

    hace un momento, hay algo en la Tierra que ningn viajero del espacio se lleva consigo,

  • Isaac Asimov 19 La piedra viviente

    y es la gravedad de la superficie terrestre. El hecho de que el seor Peyton pueda

    equivocarse de manera tan garrafal al lanzar un objeto, que evidentemente tiene tanto

    valor para l, slo puede significar que sus msculos no han tenido tiempo de adaptarse

    otra vez a la fuerza de la gravedad terrestre. Mi opinin profesional, seor Davenport, es

    que su prisionero ha estado estos ltimos das lejos de la Tierra. O ha estado en el

    espacio, o en algn cuerpo celeste bastante ms pequeo que la Tierra... como, por

    ejemplo, en la Luna. Davenport se puso en pie con una expresin triunfal.

    -Haga constar su opinin por escrito -dijo, con la mano sobre la pistola-; eso ser

    suficiente para que nos concedan el permiso de utilizar una psicoprueba.

    Louis Peyton, perplejo y sin oponer resistencia, slo alcanzaba a comprender

    vagamente que, cualquiera que fuese el testamento que dejara ahora, tendra que hacer

    constar en l su fracaso final.

    EPILOGO

    Mis relatos dan lugar muchas veces a que me escriban mis lectores cartas muy

    agradables, aun cuando saquen a colacin algn punto embarazoso. Por ejemplo,

    despus de publicar este relato, recib una de un joven en la que me contaba que, ins-

    pirado por el razonamiento del doctor Urth, estudi el problema de si afectaran

    realmente las diferencias de peso en la manera de lanzar un objeto. Al final, hizo un

    experimento cientfico para comprobarlo.

    Prepar varios objetos, todos del mismo tamao y aspecto, pero de pesos diferentes, e

    hizo que varias personas los lanzaran, sin prevenirles de cules eran los pesados y cules

    no. Comprob que todos los objetos fueron lanzados ms o menos con la misma pre-

    cisin.

    Esto me preocup un poco, pero considero que las conclusiones de este joven no se

    pueden aplicar con todo rigor. Slo con sostener un objeto al disponerse a lanzarlo, uno

    estima inconscientemente su peso y ajusta el esfuerzo muscular de acuerdo con l, si es

    que est acostumbrado a la gravedad bajo la cual opera.

    Los astronautas se sujetan generalmente con correas durante sus vuelos y no han hecho

    nada a baja gravedad, salvo cortos paseos por el espacio. Al parecer, esos paseos han

    resultado sorprendentemente fatigosos, por lo que parece que un cambio de gravedad

    requiere una considerable aclimatacin. Y un regreso a la gravedad terrestre, despus de

    tal aclimatacin, requiere una considerable reaclimatacin.

    As que, por el momento al menos, sigo siendo del mismo criterio que el doctor Urth.

    La piedra viviente2

    Grande es el cinturn de asteroides y pequea la parte ocupada por el hombre. Larry

    Vernadsky haba sido asignado a la Estacin Cinco por un perodo de un ao; se hallaba

    ya en el sptimo mes, pero cada vez se preguntaba con ms frecuencia si su salario

    podra compensarle de su casi solitario confinamiento, a setenta millones de millas de la

    2 Ttulo original: The talking Stone

  • Tierra. Era un joven delgado que no tena pinta de ingeniero espacio-nutico ni de

    hombre de los asteroides. Tena los ojos azules, el pelo color mantequilla, un invencible

    aire de inocencia que ocultaba su despierta mentalidad, y un espritu curioso agudizado

    por el aislamiento.

    Tanto su cara de inocencia como su curiosidad le fueron tiles a bordo del Robert Q.

    Cuando el Robert Q. aterriz en la plataforma exterior de la Estacin Cinco,

    Vernadsky subi a bordo casi inmediatamente. Manifestaba ese desbordante regocijo

    que, de ser perro, habra acompaado de un menear de cola y un alegre concierto de

    ladridos.

    El hecho de que el capitn del Robert Q. acogiera sus risas con el silencio severo y

    desabrido que se reflejaba pesadamente en su rostro de toscas facciones, no importaba

    en absoluto. Para. Vernadsky, la nave representaba la tan deseada compaa y era bien

    venida. A su disposicin pona la cantidad que quisiera de los millones de galones de

    hielo y las toneladas de concentrados de alimentos congelados que se almacenaban en el

    interior del asteroide hueco que serva de Estacin Cinco. Vernadsky tena lista toda

    clase de herramental elctrico que pudiera hacer falta, toda clase de recambios

    necesarios para un motor ultra-atmico.

    Todo el semblante juvenil de Vernasdky irradiaba alegra mientras rellenaba el

    impreso rutinario, tomando rpidamente anotaciones que ms tarde pasara a datos de

    computadora para archivarlos. Anot el nombre de la nave y su nmero de serie, el

    nmero de motor, nmero del generador de campo y dems, puerto de embarque

    (hemos tocado un montn de puertos por todos estos malditos asteroides, ya no

    recuerdo cul fue el ltimo, y Vernadsky escribi simplemente Cinturn, que era la

    abreviatura usual de Cinturn de Asteroides); puerto de destino (la Tierra); motivo

    de su escala (fallos en la transmisin ultra-atmica).

    -Cuntos componen su tripulacin, capitn? -pregunt Vernadsky mientras revisaba

    la documentacin de la nave.

    -Dos -dijo el capitn-. Qu tal si echa una mirada a los ultra-atmicos? Llevamos un

    cargamento para entregar -tena azulencas las mejillas debido al espesor de su barba, y

    su aspecto era el de un endurecido minero que ha pasado toda su vida en los asteroides.

    Sin embargo, tena una manera de hablar propia de un hombre educado, casi adulto.

    -Por supuesto -Vernadsky subi su equipo detector a la sala de motores, seguido del

    capitn. Comprob los circuitos, el grado de vaco y la densidad del campo de fuerza

    con toda soltura y diligencia.

    No pudo evitar hacerse sus reflexiones acerca del capitn. A pesar de la aversin que

    l senta por lo que le rodeaba, se daba cuenta vagamente de que haba algunas personas

    que sentan fascinacin por los inmensos vacos y por la libertad de los espacios. Sin

    embargo, presenta que un hombre como el capitn no sera minero de los asteroides

    slo por amor a la soledad.

    -Transporta usted algn tipo especial de mineral? -pregunt.

  • Isaac Asimov 21 La piedra viviente

    -Cromo y manganeso -dijo el capitn, frunciendo el ceo.

    -De veras?... Yo en su lugar le cambiara el multiplicador Jenner.

    -Es eso lo que va mal?

    -No, no es eso. Pero lo lleva algo gastado. Se arriesga a tener otro fallo dentro de un

    milln de millas. Y puesto que est aqu la nave...

    -De acuerdo, cmbielo. Pero haga el favor de encontrar la pega.

    -Hago lo que puedo, capitn.

    La ltima observacin del capitn fue lo bastante spera como para desanimar

    incluso a Vernasdky. Durante un rato trabaj en silencio; luego se puso en pie.

    -Tiene usted velado un semirreflector gamma. Cada vez que el haz de positrones

    completa el ciclo de su recorrido, la transmisin vacila un segundo. Tendr que

    cambiarlo.

    -Cunto tardar?

    -Varias horas. Quiz doce.

    -Cmo? Ya voy con retraso.

    -Lo siento -Vernadsky segua de buen humor-. Es lo ms que puedo hacer. Hay que

    inundar de helio el sistema durante tres horas, antes de que yo pueda entrar en l. Y

    despus tengo que ajustar el nuevo semirreflector, y eso lleva tiempo. Podra hacerle

    una reparacin en cuestin de minutos, pero no quedara del todo bien. Tendra una

    avera antes de llegar a la rbita de Marte.

    -Pues venga. Empiece de una vez -dijo el capitn de mal talante.

    Vernadsky traslad con cuidado el bidn de helio a bordo de la nave. Dado que los

    generadores de pseudogravedad estaban desconectados, su peso era prcticamente nulo,

    aunque conservaba toda su masa e inercia. Las operaciones resultaban an ms difciles,

    puesto que tambin Vernadsky careca de peso.

    Debido a que andaba con la atencin puesta enteramente en el bidn de helio, se

    equivoc al doblar una esquina en el atestado interior de la nave, y se encontr de

    pronto en un compartimiento extrao y oscuro.

    Slo tuvo tiempo de dar un grito de sorpresa, y acudieron precipitadamente dos

    hombres que les echaron fuera, a l y al bidn, y cerraron la puerta.

    Guard silencio mientras ajustaba el bidn a la vlvula de entrada del motor y

    escuchaba el ruido suave, como un suspiro prolongado, que el helio produca a medida

    que inundaba el interior, barriendo lentamente los gases empadados de radiactividad

    hacia el espacio vaco que todo lo admite.

  • Su curiosidad se impuso sobre su prudencia, y dijo:

    -Lleva usted una gran siliconia a bordo de la nave, capitn. Es enorme.

    El capitn se volvi lentamente hacia Vernadsky.

    -Ah, s? -pregunt con una voz completamente neutra.

    -La he visto. Le importara que le echara otra mirada?

    -Para qu?

    -Bueno, ver usted, capitn, hace ms de medio ao que estoy en esta roca. He ledo

    todo lo que ha cado en mis manos sobre asteroides, lo cual quiere decir que me he ledo

    todo lo que se refiere a las siliconias. Y jams he visto ni siquiera una pequea. Sea

    comprensivo -dijo Vernadsky con tono implorante.

    -Creo que tiene un trabajo que hacer.

    -Slo dejar que el helio vaya limpiando durante unas horas. Mientras no termine, no

    tengo nada que hacer. Pero cmo es que transporta usted una siliconia, capitn?

    -Es mi mascota. Hay a quien le gustan los perros. A m me gustan las siliconias.

    -Ha logrado que hable?

    El capitn se azor.

    -Por qu lo pregunta?

    -Algunas han hablado. Otras llegan incluso a leer el. pensamiento.

    -Qu es usted? Un experto en estas malditas cosas?

    -He ledo sobre todas estas cosas. Ya se lo he dicho. Vamos, capitn. Djeme verla.

    Vernadsky hizo como que no se daba cuenta de que tena al capitn enfrente y un

    tripulante a cada lado. Cualquiera de los tres era ms alto que l, ms pesado, y todos

    ellos -estaba seguro- iban armados.

    -Bueno, qu hay de malo? No se la voy a robar. Slo quiero verla -dijo Vernadsky.

    Debi de ser el trabajo de reparacin sin terminar, lo que le salv la vida en ese

    momento. An ms, puede que fuera su aspecto de alegre y estpido candor lo que hizo

    que le dejaran tranquilo.

    -Bueno, vamos -dijo el capitn.

    Y Vernadsky le sigui, mientras trabajaba su gil pensamiento y el pulso le galopaba

    febrilmente.

  • Isaac Asimov 23 La piedra viviente

    Vernadsky contempl con verdadero pavor y algo de repugnancia la criatura gris que

    tena delante. Era completamente cierto que no haba visto jams una siliconia, pero

    haba visto fotos tridimensionales y haba ledo descripciones de ella. Sin embargo, la

    presencia real y efectiva de una cosa tiene algo que no pueden suplir ni las palabras ni

    las fotografas.

    Tena la piel de un gris suavemente aceitoso. Sus movimientos eran lentos, como

    correspondan a una criatura que se cobijaba en la piedra y era de piedra ms de la mitad

    de s misma. No se vea la menor contorsin de msculos debajo de esa piel; en cambio,

    se mova de un modo viscoso mediante delgadas placas de piedra que resbalaban

    grasientas unas sobre otras.

    En general, tena una forma ovoide, redonda por arriba, aplastada por abajo, con dos

    series de apndices. Debajo estaban las patas dispuestas radialmente. Tena seis en

    total y terminaban en afiladas puntas silceas, reforzadas con unas fundas metlicas.

    Estas extremidades podan trocear la roca, desmenuzndola en porciones comestibles.

    En la achatada base de la criatura, oculta a la vista a menos que pusieran del revs a

    la siliconia, estaba la nica abertura hacia su interior. Se meta las piedras

    desmenuzadas en esa cavidad. Dentro, la piedra caliza y los silicatos hidratados

    reaccionaban para formar las siliconas con las que se formaban los tejidos de la criatura.

    El slice sobrante volva a salir por la cobertura en forma de excrementos blancos como

    guijarros.

    Qu desconcertados se sintieron los extraterrlogos ante los suaves guijarros

    diseminados por las pequeas operarias de las estructuras rocosas de los asteroides,

    hasta que fueron descubiertas las primeras siliconias! Y cmo se maravillaban

    despus al ver la manera con que estas criaturas hacan que las siliconias -estos

    polmeros de silicona y oxgeno con cadenas laterales de hidrocarburo- realizaran esa

    multiplicidad de funciones que las protenas realizan en la vida terrestre!

    De lo ms alto del dorso de la criatura surgan los restantes apndices, dos conos

    invertidos, huecos y en direcciones opuestas, que encajaban cmodamente en sus

    correspondientes huecos situados a lo largo del dorso y an levantarse un poco hacia

    arriba.

    Cuando la siliconia horadaba la roca, plegaba las orejas para ofrecer el menor

    obstculo posible en su avance. Cuando descansaba en su caverna excavada, las sacaba

    para poder captar mejor y con ms sensibilidad. El vago parecido que tenan con las

    orejas de un conejo hacan inevitable el nombre de siliconia. Los extraterrlogos ms

    serios, que se referan habitualmente a esas criaturas con el nombre de Siliconeus

    asteroidea, pensaban que las orejas deban tener alguna relacin con los rudimentarios

    poderes telepticos que tales bestias posean. Pero haba tambin una minora que

    sostena otras hiptesis. La siliconia se deslizaba lentamente por encima de una roca

    untada de aceite. En un rincn del compartimiento haba un montn ms de rocas

    esparcidas, que, como Vernadsky saba, constituan el alimento de aquella criatura. O al

    menos la necesitaba para la formacin de sus tejidos. Porque, segn haba ledo, eso

    slo no bastaba para proporcionarle toda su energa.

    Vernadsky estaba maravillado.

  • -Es un monstruo dijo-. Tiene casi medio metro de ancho.

    El capitn refunfu unas palabras evasivas.

    -Dnde la consigui? -pregunt Vernadsky.

    -La encontr en una roca.

    -Pues escuche, la mayor que se ha encontrado tendr unos cinco centmetros. Esta la

    poda vender a algn museo o universidad de la Tierra por un par de miles de dlares,

    quiz.

    El capitn se encogi de hombros.

    -Bueno, ya la ha visto. Volvamos a los motores.

    Haba agarrado fuertemente a Vernadsky por el codo, y estaban ya a punto de

    marcharse, cuando algo vino a detenerles: una voz a la vez lenta y farfullante, hueca y

    arenosa.

    Fue producida mediante la friccin cuidadosamente modulada de unas placas contra

    otras, y Vernadsky se qued mirando con horror a quien haba hablado.

    Era la siliconia, que se haba convertido de repente en una piedra parlante. Haba

    dicho:

    -El hombre se pregunta si esta cosa puede hablar.

    -Vlgame el espacio, s que habla! -susurr Vernadsky.

    -Muy bien -dijo el capitn con impaciencia-. Ya la ha visto y la ha odo tambin.

    Vmonos ya.

    -Y lee el pensamiento -dijo Vernadsky.

    La siliconia dijo:

    -Marte da una vuelta cada dos cuatro horas tres siete y medio minutos. La densidad

    de Jpiter es uno punto dos. Urano fue descubierto en el ao uno siete ocho uno. Plutn

    es el planeta ms alejado. El Sol es el ms pesado, con una masa de dos cero cero cero

    cero cero...

    El capitn tir de Vernadsky y se lo llev. Vernadsky, medio andando hacia atrs,

    medio tropezando, escuchaba fascinado aquel apagado zumbido de ceros.

    -De dnde sac la piedra todas esas tonteras, capitn? -pregunt.

    -Le lemos un viejo libro de Astronoma. Muy viejo. De antes de que se inventaran

    los viajes espaciales -dijo uno de los tripulantes con disgusto-. Ni siquiera era un libro-

    film. Se trataba de una impresin corriente.

  • Isaac Asimov 25 La piedra viviente

    -Cllate -dijo el capitn

    Vernadsky, comprob la salida de helio que iba eliminando las radiaciones gamma.

    Ya era hora de terminar la limpieza y ponerse a trabajar en el interior. Fue un trabajo

    concienzudo, y Vernadsky slo lo interrumpi una vez para tomarse un caf y

    descansar.

    -Sabe cmo me lo imagino todo, capitn? -dijo con la inocencia brillando en su

    sonrisa-. Me imagino a esa cosa viviendo dentro de las rocas de algn asteroide durante

    toda su vida. Durante cientos de aos, quiz. Es un bicho tremendo, y probablemente es

    mucho ms listo que las siliconias corrientes. Entonces viene usted y la encuentra, y ella

    descubre que el universo no es slo roca. Descubre trillones de cosas que nunca haba

    imaginado, por eso le interesa la Astronoma. Son un mundo nuevo todas esas ideas que

    encuentra en el libro y en las mentes humanas, tambin. No cree usted?

    Trataba desesperadamente de hacer hablar al capitn, sonsacarle algo concreto en

    qu poder basar sus deducciones. Por ese motivo se arriesg a decir eso, que deba de

    ser la mitad de la verdad. La mitad ms pequea, por supuesto.

    Pero el capitn, recostado contra el mamparo con los brazos cruzados, se limit a

    decir:

    -Cundo lo tendr terminado?

    Fue su ltimo comentario, y Vernadsky se vio obligado a contentarse con ello. El

    motor qued finalmente arreglado a gusto de Vernadsky, y el capitn pag al contado

    unos honorarios razonables, cogi su recibo y despeg en medio de una llamarada de

    hiperenerga de la nave.

    Vernadsky vio cmo se alejaba, y sinti una excitacin casi irresistible. Se dirigi

    rpidamente al transmisor subetrico.

    -Tengo que tener razn -murmur para s-, tengo que tenerla.

    El oficial Milt Hawkins recibi la llamada en la soledad de su alojamiento en el

    Puesto de Polica del Asteroide nmero 72. Estaba a solas, con una barba de dos das,

    una lata de cerveza y un proyector de pelculas, y la melancola que reflejaba su rostro

    colorado y mofletudo era el resultado de la soledad en que viva, igual que lo era la

    forzada animacin de los ojos de Vernadsky.

    El oficial Hawkins se encontr de pronto mirando esos ojos y se sinti feliz. Aun

    cuando se tratara slo de Vernadsky, la compaa era bien venida. Le salud efu-

    sivamente y escuch complacido el sonido de la voz sin preocuparse demasiado de lo

    que deca.

    De pronto, la diversin desapareci y prest atencin. -Un momento. Un-mo-men-

    to! -dijo-. De qu ests hablando?

    -No me has escuchado, polizonte sordo? Estoy poniendo toda el alma en lo que te

    digo.

  • -Bueno, dmelo por partes, por favor. Qu dices de una siliconia?

    El tipo ese lleva una a bordo. Dice que es su mascota y la alimenta con rocas

    grasientas.

    -Bah! Un minero de la ruta de los asteroides sera capaz de convertir un pedazo de

    queso en su mascota, si pudiera hacer que le diera conversacin.

    -Pero no es una silicona normal y corriente. No se trata de una de esas que tienen

    unos pocos centmetros. Tiene ms de treinta centmetros de ancho. No lo com-

    prendes? Espacio! Yo crea que un tipo que vive aqu tenia que saber algo sobre los

    asteroides.

    -Est bien. Por qu me lo cuentas?

    -Escucha, las rocas grasientas le sirven para formar sus tejidos, pero de dnde crees

    que consigue su energa una siliconia de ese tamao?

    -No tengo ni idea.

    -Exactamente de... hay alguien ah en este momento?

    -En este momento, no. Ojal.

    -Dentro de un minuto no pensars as. Las siliconias obtienen su energa mediante la

    absorcin directa de rayos gamma.

    -Quin lo dice?

    -Lo dice un tipo llamado Wendell Urth. Es un extraterrlogo muy famoso. Y es ms,

    dice que para eso es para lo que le sirven las orejas a la siliconia -Vernadsky se puso los

    dedos ndices en las sientes y los movi rpidamente-. Nada de telepatas. Detecta la

    radiacin gamma a niveles que no puede detectar ningn instrumento humano.

    -Muy bien. Y qu? -pregunt Hawkins. Pero comenzaba a ponerse pensativo.

    -Pues eso: que Urth dice que no hay suficiente radiacin gamma en ningn asteroide

    para alimentar siliconias de ms de tres o cuatro centmetros. Ni hay suficiente

    radiactividad. Y aqu tenemos una de casi medio metro, unos treinta y ocho centmetros

    largos.

    -Bueno...

    -Quiere decirse que la ha tenido que sacar de algn asteroide que est rebosante de

    energa, plagado de uranio, macizo de tantos rayos gamma. Un asteroide con suficiente

    radiactividad como para estar caliente al tacto y lejos de las rbitas regulares, de modo

    que nadie se ha tropezado con l. Supn que algn muchacho avispado aterriza en ese

    asteroide por casualidad y se da cuenta del calor de las rocas y se pone a pensar. Ese

    capitn del Robert Q. no es un ignorante buscador de piedras. Es un tipo astuto.

  • Isaac Asimov 27 La piedra viviente

    -Sigue.

    -Suponte que hace estallar algn pedazo de roca para hacer una comprobacin, y

    descubre una siliconia gigante.. Entonces se da cuenta de que ha descubierto el filn

    ms increble de la historia. Y no necesita investigaciones. La silconia puede guiarle a

    las vetas ricas.

    -Por qu?

    -Porque quiere conocer el universo. Porque ha pasado quiz un millar de aos bajo la

    roca, y acaba de descubrir las estrellas. Puede leer el pensamiento, y puede incluso

    aprender a hablar. Podra haber hecho un trato. Escucha, el capitn se apresurara a

    aprovecharlo. La explotacin del uranio es un monopolio estatal. A los mineros sin

    licencia no se les permite ni siquiera llevar contadores. Sera una ocasin estupenda para

    el capitn.

    -Quiz tengas razn -dijo Hawkins.

    -Nada de quiz. Tenas que haberles visto a mi lado mientras contemplaba la

    siliconia, dispuestos a saltar sobre m si deca una sola palabra extraa. Tenas que

    haberles visto cmo me sacaron a los dos minutos.

    Hawkins se frot su rasposa barbilla con la mano y calcul mentalmente el tiempo

    que tardara en afeitarse.

    -Cunto tiempo puedes retener al tipo en tu estacin? -pregunt.

    -Retenerlo! Espacio! Se ha marchado!

    -Qu? Entonces de qu demonios estamos hablando? Por qu le has dejado

    marchar?

    -Eran tres individuos -explic Vernadsky con paciencia-. Todos eran ms grandes

    que yo, iban armados y apuesto a que los tres estaban dispuestos a matar. Qu queras

    que hiciera?

    -De acuerdo, pero qu hacemos ahora?

    -Salir y cogerles. Es la mar de fcil. Estuve reparndole los semirreflectores y lo hice

    a mi modo. Se les cortar el suministro de energa dentro de unas diez mil millas. Y les

    instal un rastreador en el multiplicador Jenner.

    Hawkins abri los ojos con sorpresa ante el sonriente rostro de Vernadsky.

    -Santo Toledo!

    -Y no metas a nadie en esto. Slo t, yo y el crucero de la polica. Ellos no tendrn

    energa y nosotros dispondremos de un can o dos. Nos dirn dnde est el asteroide

    de uranio. Lo localizamos, y despus nos ponemos en contacto con el Cuartel General

    de la Patrulla. Les entregaremos tres, repito, tres contrabandistas de uranio, una siliconia

    gigante como jams vio nadie en la Tierra, y un, repito, un pedazo de mineral de uranio

    tremendo, como tampoco habr visto nadie en la Tierra. Y a ti te ascendern a teniente y

    a m me darn un trabajo permanente en la Tierra. De acuerdo?

  • Hawkins estaba aturdido.

    -De acuerdo -grit-. Voy para all.

    Antes de localizar la nave por el dbil reflejo del Sol, estaban ya casi encima.

    -Es que no les has dejado energa suficiente para las luces de la nave? No les

    quitaras el generador de emergencia, verdad?

    Vernadsky encogi los hombros.

    -Estn ahorrando energa, esperando que alguien les recoja. Apuesto a que en este

    momento estn empleando toda la que tienen en una llamada sub-etrica.

    -Si es as, yo no la estoy recibiendo -dijo Hawkins con sequedad.

    -No?

    -Lo que se dice nada.

    El crucero de la polica se aproxim en espiral. Su presa, con la energa cortada, iba

    por el espacio a la deriva, a una velocidad uniforme de diez mil millas por hora. El

    crucero se puso a su altura, a la misma velocidad, y se aproxim a la nave a la deriva.

    Una expresin de angustia cruz el semblante Hawkins.

    -Oh, no! -Qu pasa?

    -Esa nave ha recibido un impacto. Un meteoro. Sabe Dios los que habr en el

    cinturn de los asteroides.

    El rostro y la voz de Vernadsky perdieron toda su animacin:

    -Un impacto? Han naufragado?

    -Tiene un boquete del tamao de una puerta de establo. Lo siento, Vernadsky, pero

    esto puede tomar mal cariz.

    Vernadsky cerr los ojos y trag saliva con fuerza. Saba lo que Hawkins quera

    decir. Vernadsky haba reparado mal la nave deliberadamente, cosa que poda llegar a

    ser considerada como un delito. Y toda muerte que se deriva de un delito constituye un

    asesinato.

    -Escucha, Hawkins, t sabes por qu lo hice -dijo.

    -Yo s lo que t me has contado y lo testificar as, si es necesario. Pero si esta nave

    no haca contrabando...

    No termin la frase. Ni tena por qu.

    Entraron en la nave destrozada protegidos con sus trajes espaciales.

  • Isaac Asimov 29 La piedra viviente

    El Robert Q. era un montn de chatarra, por dentro y por fuera. Al no tener energa,

    no haba tenido posibilidad de levantar la ms mnima pantalla contra la roca que se les

    vino encima, o detectarla a tiempo; o de evitarla, si es que la llegaron a detectar. La roca

    haba perforado el casco de la nave como si se tratara de una simple chapa de aluminio.

    Haba aplastado la cabina del piloto, haba provocado el escape del aire de la nave y

    haba matado a los tres hombres que haba a bordo.

    Un miembro de la tripulacin haba ido a estamparse contra el mamparo a causa del

    impacto, y ahora no era ms que un montn de carne congelada. El capitn y el otro

    tripulante yacan en actitudes rgidas con la piel congestionada por cogulos de sangre

    helados donde el aire, al salir hirviendo de la sangre, haba roto los vasos.

    Vernadsky, que nunca haba visto esa clase de muerte en el espacio, se sinti

    enfermo; pero luch para no vomitar dentro de su traje espacial, y lo consigui.

    -Vamos a comprobar el mineral que transportaba. Tiene que estar viva. Tiene que

    estarlo -se deca a s mismo-. Tiene que estarlo.

    La puerta de la bodega se haba alabeado por la violencia de la colisin y quedaba

    una rendija de un centmetro en el lugar donde ya no encajaba con el marco.

    Hawkins levant el contador que llevaba en su mano enguantada y orient la ventana de

    mica hacia aquella grieta.

    Crepit como un milln de urracas.

    -Ya te lo dije -dijo Vernadsky con inmenso alivio. El haber averiado la nave no poda

    interpretarse ahora sino como una ingeniosa y muy loable manera de cumplir con su

    deber de ciudadano, y la colisin del meteoro que haba causado la muerte de los tres

    hombres no era ms que un lamentable accidente.

    Tuvieron que disparar dos veces el rayo de sus pistolas para hacer saltar la puerta

    retorcida y, a la luz de sus linternas, descubrieron toneladas de rocas.

    Hawkins cogi dos pedazos de discreto tamao y los dej caer cuidadosamente en

    uno de los bolsillos de su traje.

    -Como pruebas -dijo- y para verificarlas.

    -No las tengas demasiado tiempo cerca de la piel -le aconsej Vernadsky.

    -El traje me proteger hasta que lleguemos a la nave. Despus de todo, no es uranio

    puro.

    -Apuesto a que casi lo es -Vernadsky haba recuperado toda su anterior jactancia.

    -Bueno, esto simplifica las cosas. Hemos detenido a una banda de contrabandistas,

    quiz, o a parte de ella. Pero qu hacemos ahora?

    -El asteroide de uranio...

  • -De acuerdo, dnde est? Los nicos que lo saban estn muertos.

    -Espacio!

    Y de nuevo se desvaneci la animacin de Vernadsky. Sin el asteroide, slo tena

    tres cadveres y una pocas toneladas de mineral de uranio. La cosa estaba bien, pero no

    era nada espectacular. Significara una mencin, s, pero l no buscaba una mencin.

    Aspiraba a una promocin, a un trabajo fijo cerca de la Tierra, y eso requera algo ms.

    -Por todos los espacios, la siliconia! Puede vivir en el vaco. De hecho, vive siempre

    en el vaco, y sabe dnde est el asteroide.

    -Bien! -exclam Hawkins con repentino entusiasmo-. Dnde est esa cosa?

    -A popa -exclam Vernadsky-. Por aqu.

    La siliconia brill a la luz de sus linternas. Se mova y estaba viva.

    A Vernadsky le lata el corazn con violencia a causa de la excitacin.

    -Tenemos que llevrnosla, Hawkins.

    -Por qu?

    -El sonido no se transmite en el vaco, por el del espacio! Tenemos que trasladarla al

    crucero.

    -De acuerdo, de acuerdo.

    -Pero no podemos envolverla en un traje transmisor de radio.

    -He dicho que de acuerdo.

    La trasladaron con toda precaucin y cuidado, sujetando amorosamente, con los

    dedos enfundados en unos guantes metlicos, la grasienta superficie de la criatura.

    Hawkins la sostuvo mientras salan a trompicones del Robert Q.

    Ahora la tenan en la sala de control del crucero. Los dos hombres se haban

    despojado de los cascos, y Hawkins se estaba quitando el traje. Vernadsky fue incapaz

    de esperar.

    -Puedes leer nuestros pensamientos? -pregunt. Contuvo el aliento, hasta que

    finalmente el roce de las placas que cubran la roca se modul formando palabras. Para

    Vernadsky, no caba imaginar en ese momento sonido ms agradable.

    -S --dijo la siliconia-. Vaco alrededor. Nada -aadi.

    -Qu? -pregunt Hawkins. Vernadsky le hizo callar.

  • Isaac Asimov 31 La piedra viviente

    --Supongo qu es a causa del viaje que acabamos de hacer por el espacio. Debe de

    haberle impresionado.

    -Los hombres que estaban contigo encontraron uranio, un mineral especial, con

    radiaciones, energa le dijo a la siliconia, gritando las palabras como para hacer ms claros sus pensamientos.

    -Queran comida ---dijo el dbil y arenoso sonido. Por supuesto! Para la siliconia se

    trataba de comida. Era una fuente de energa.

    -Les enseaste dnde podan conseguirla? -pregunt Vernadsky.

    -S.

    -Casi no lo oigo -dijo Hawkins.

    -Hay algo que no va bien -dijo Vernadsky preocupado-. Te encuentras bien? -grit de

    nuevo.

    -No bien. Aire se fue de pronto. Algo mal dentro.

    -La descompresin repentina debe haberla daado -murmur Vernadsky-. Oh, Dios!...

    Escucha, t sabes lo que quiero. Dnde est tu casa? El lugar de la comida?

    Los dos hombres guardaron silencio, esperando.

    Las orejas de la siliconia se levantaron lentamente, muy lentamente, temblaron y

    cayeron de nuevo.

    -All -dijo-. Por all.

    -Dnde? -grit Vernadsky. -All.

    -Est haciendo algo. Est sealando hacia algn sitio -dijo Hawkins.

    --Seguro, slo que no sabemos en qu direccin.

    -Bueno, qu esperas que haga? Dar las coordenadas?

    -Por qu no? -replic Vernadsky con viveza.

    Se volvi de nuevo hacia la siliconia que yaca acurrucada en el suelo. Ahora no se

    mova, y su aspecto exterior presentaba una torpeza que pareca un mal presagio.

    -El capitn sabia dnde estaba tu comida. Tena unos nmeros para localizarla, verdad?

    -dijo Vernadsky. Pidi al cielo que la siliconia le entendiera, que leyera sus pensamientos

    y no se limitara solamente a escuchar sus palabras.

    -S -dijo la siliconia con una suspirante friccin de roca.

  • -Tres grupos de nmeros -dijo Vernadsky. Tenan que ser tres. Tres coordenadas en el

    espacio con sus fechas, que daban tres posiciones del asteroide en su rbita alrededor del

    Sol. Con estos datos se poda calcular la rbita completa y determinar su posicin en

    cualquier momento. Incluso podan determinarse, sobre poco ms o menos, las

    perturbaciones planetarias.

    -S -dijo la siliconia, an ms bajo.

    -Cules eran? Cules eran los nmeros? Escrbelos, Hawkins. Coge un papel.

    -No lo s. Nmeros no importantes. La comida all -dijo la siliconia.

    -La cosa est bastante clara. No necesitaba las coordenadas, as que no les prest

    atencin.

    -Pronto no... -una larga pausa, y luego, lentamente, como si probara una palabra nueva,

    poco familiar, aadi-: ...viva. Pronto -una pausa an mayor- ...muerta. Despus de la

    muerte, qu?

    -Espera -implor Vernadsky-. Dime, escribi el capitn esos nmeros en algn sitio?

    La siliconia no contest durante un largo rato, y luego, mientras los dos hombres se

    inclinaban de tal modo que sus cabezas casi rozaban la piedra agonizante, dijo:

    -Despus de la muerte, qu?

    -Dame una respuesta. Slo una. El capitn debe haber escrito los nmeros. Dnde?

    Dnde?

    -Sobre el asteroide -susurr la siliconia. Y dej de hablar para siempre.

    La roca estaba muerta; tan muerta como la roca que le dio el ser; tan muerta como las

    paredes de la nave; tan muerta como un ser humano muerto.

    Vernadsky y Hawkins se pusieron en pie y se miraron desesperanzados.

    -No tiene sentido -dijo Hawkins-. Por qu iba a escribir las coordenadas en el

    asteroide? Es como guardar la llave en el estuche que ha de abrir.

    Vernadsky movi la cabeza.

    -Una fortuna en uranio -dijo-. El mayor. filn de la historia, y no sabemos dnde est.

    H. Seton Davenport mir a su alreredor con una extraa sensacin de placer. Aun

    relajado, su arrugado rostro de pronunciada nariz mostraba habitualmente cierta

    expresin de dureza. La cicatriz de su mejilla derecha, su pelo negro, sus cejas

    asombradas y el color moreno de su piel, todo contribua hasta en el menor detalle a

    darle el aspecto de incorruptible agente de la Oficina Terrestre de Investigacin, como

    as era.

  • Isaac Asimov 33 La piedra viviente

    Sin embargo, una especie de sonrisa asom a sus labios mientras contemplaba la

    gran habitacin, en donde la penumbra haca parecer infinitas las filas de libro-films, y

    daba un relieve misterioso a unos ejemplares de no-se-sabe-qu procedentes de Dios-

    sabe-dnde. El desorden total, el aire de separacin y casi aislamiento del mundo,

    daban un aspecto irreal a la habitacin. La hacan parecer tan irreal como su

    propietario.

    Dicho propietario estaba sentado en una combinacin de silln y mesa, baado

    por la luz brillante de la nica lmpara que haba en la habitacin. Pasaba lentamente

    las pginas de unos informes oficiales que tena entre manos. Aparte de esto, su

    mano slo se mova para ajustarse las gruesas gafas que a cada momento

    amenazaban con carsele del todo de su nariz roma y completamente aplastada. Su

    voluminosa barriga suba y bajaba sosegadamente mientras lea.

    Era el doctor Urth, el ms afamado extraterrlogo de la Tierra, si el juicio de los

    expertos tena algn valor. Los hombres acudan a l para consultarle toda clase de

    cuestiones ajenas a la Tierra, aun cuando el doctor Urth, desde que entrara en edad

    adulta, jams se haba alejado ms all de la hora de camino que haba de su casa al

    campus de la Universidad.

    Alz la vista solemnemente hacia el inspector Davenport.

    -Es muy inteligente ese joven Vernadsky -dijo.

    -Al deducir todo eso de la siliconia, no? Desde luego -dijo Davenport.

    -No, no. Deducir eso era cosa sencilla. De hecho era inevitable. Cualquier necio lo

    habra visto. Yo me refiero-y su mirada se hizo un tanto severa- al hecho de que el

    jovenzuelo haya ledo mis trabajos sobre la sensibilidad de la Siliconeus asteroidea a

    los rayos gamma.

    -Ah, s! -exclam Davenport. Naturalmente, el doctor Urth era un experto en

    siliconias. Por eso haba venido Davenport a consultarle. Slo tena una pregunta que

    hacer a este hombre; una pregunta sencilla. Sin embargo, el doctor Urth haba sacado

    hacia fuera sus gruesos labios, haba movido la cabeza gravemente y haba pedido ver

    todos los documentos del caso.

    Normalmente habra sido imposible tal cosa, pero el doctor Urth haba prestado.

    recientemente un gran servicio al T. B. I. en el caso de las Campanas Armoniosas de la

    Luna, echando abajo la original falta de coartada por la gravedad lunar, as que el

    inspector haba accedido.

    El doctor Urth termin de leerlos, dej los papeles sobre la mesa; dio un tirn al

    faldn de su camisa al tiempo que soltaba un gruido, sacndoselo del apretado encierro

    de su cinturn, y se limpi las gafas con l. Mir los cristales al trasluz para ver si

    haban quedado limpios, volvi a colocarse las gafas precariamente sobre su nariz, y

    cruz las manos sobre el vientre entrelazando sus dedos gordezuelos.

    -Quiere repetirme la pregunta, inspector? Davenport repiti pacientemente:

  • -Es cierto, en su opinin, que una siliconia del tamao y tipo descritos por el

    informe slo podra desarrollarse en un mundo rico en uranio?

    -En material radiactivo -interrumpi el doctor Urth-. Torio quiz, o tal vez uranio.

    -Entonces, su respuesta es s?

    -S.

    -Qu tamao tendra ese mundo?

    -Una milla de dimetro, tal vez -dijo el extraterrlogo pensativo-. Puede que ms.

    -Y cuntas toneladas de uranio, o, mejor dicho, de material radiactivo?

    -Cuestin de trillones. Como mnimo.

    -Sera tan amable de hacer constar todo eso por escrito y avalarlo con su firma?

    -Por supuesto.

    -Muy bien, doctor -Urth Davenport se puso de pie, cogi su sombrero con una mano y

    el legajo de informes con la otra-. Eso es todo lo que necesitamos.

    Pero la mano del doctor Urth se movi hacia los informes y la dej descansar sobre

    ellos.

    -Espere. Cmo va a encontrar el asteroide?

    -Buscndolo. Designaremos un sector de espacio a cada una de las naves de que

    dispongamos y... a buscar.

    -Cunto gasto, tiempo y esfuerzos! Y nunca lo encontrarn.

    -Es una probabilidad entre mil. Puede que s.

    -Una entre un milln. No lo encontrarn.

    -No podemos renunciar al uranio sin hacer algn intento. Su opinin profesional ya

    pone bastante alto su valor.

    -Pero hay un modo mejor de encontrar el asteroide. Yo puedo encontrarlo.

    Davenport dirigi al extraterrlogo una repentina y aguda mirada. A pesar de las

    apariencias, el doctor Urth no era ningn tonto. Tena experiencia personal al respecto.

    Por eso haba un asomo de esperanza en su voz cuando le pregunt:

    -Cmo puede encontrarlo?

    -Primero, mi recompensa -dijo el doctor Urth.

  • Isaac Asimov 35 La piedra viviente

    -Recompensa?

    -O mis honorarios, si as lo prefiere. Cuando el Gobierno llegue al asteroide, puede

    que haya all otra siliconia de gran tamao. Las siliconias son muy valiosas. Es la nica

    forma de vida que tienen los tejidos de siliconia slida y el fludo circulatorio de

    siliconia lquida. Puede que est en ellas la respuesta a la cuestin de si los asteroides no

    fueron en un principio sino partes de un nico cuerpo planetario. Y de otros muchos

    problemas... Me comprende?

    -Quiere decir que desea que se le entregue una siliconia de gran tamao?

    -Viva y en buen estado. Y libre de gastos. S.

    -Estoy seguro de que el Gobierno aceptar. Ahora, qu es lo que piensa?

    El doctor Urth dijo suavemente, como si eso lo explicara todo:

    -La frase de la siliconia.

    -Qu frase? -Davenport pareca desconcertado.

    -La que aparece en el informe. La que dijo la siliconia momentos antes de morir.

    Vernadsky le estaba preguntando si el capitn haba escrito las coordenadas y ella

    contest: Sobre el asteroide.

    Una expresin de intensa desilusin cruz el rostro de Davenport.

    -Gran espacio! Doctor, eso ya lo sabemos, y lo hemos considerado bajo todos sus

    ngulos. Bajo todos los ngulos posibles. No significa nada.

    -Nada en absoluto, inspector?

    -Nada que valga la pena. Lea el informe de nuevo. La siliconia no estaba ni siquiera

    escuchando a Vernadsky. Senta cmo se le acababa la vida y se preguntaba sobre ello.

    Pregunt por dos veces: Despus de la muerte, qu? Luego, al seguirle preguntando

    Vernadsky, contest: Sobre el asteroide. Probablemente, ni siquiera oy la pregunta

    de Vernadsky. Estaba contestando a su propia interrogante. Seguramente pensaba que

    despus de la muerte volvera a su propio asteroide; a su casa, donde estara de nuevo a

    salvo. Eso es todo.

    El doctor Urth neg con la cabeza.

    -Es usted demasiado poeta. Imagina demasiado. El problema es interesante, veamos

    si es usted capaz de resolverlo por s solo. Supongamos que la frase de la siliconia fuera

    una respuesta a Vernadsky.

    -Aunque as fuese -dijo Davenport impaciente-, de qu nos servira? En qu

    asteroide? En el asteroide de uranio? No lo podemos encontrar, as que no podemos

    encontrar las coordenadas. En algn otro asteroide que el Robert Q. empleara como

    base? No lo podemos encontrar tampoco.

  • -Cmo se aparta de lo evidente, inspector. Por qu no se pregunta qu signific