asimov, isaac - estoy en puertomarte sin hilda
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Isaac Asimov 1 Isaac Asimov
Estoy en Puertomarte sin Hilda
Isaac Asimov
Introduccin
La Campana Armoniosa
La Piedra Viviente
Qu Importa El Nombre
Cuando Muere La Noche
Pat De Foie-Gras
Polvo Mortal
Una Estratagema Indita
*Estoy En Puertomarte Sin Hilda
Nota Necrolgica
Luz Estelar
La Bola de Billar
Di
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io
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el
B
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n
G
it
an
o
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Introduccin
Entre la mayora de los que no estn familiarizados con el tema, hay una tendencia
a considerar la ciencia ficcin como un miembro ms del grupo de gneros espe-
cializados, tales como el policiaco, el del oeste, el de aventuras, el de narraciones
deportivas, el amoroso y similares.
A quienes conocen bien la ciencia ficcin, esto les ha parecido siempre extrao
porque, sub finem, este gnero pretende ser una respuesta literaria a los cambios
cientficos, y esa respuesta puede abarcar la escala completa de la experiencia
humana. En otras palabras, la ciencia ficcin lo comprende todo.
Cmo diferenciar un relato de ciencia ficcin de uno de aventuras, por ejemplo,
cuando sub finem es tan intensamente aventurera que deja plidas las narraciones
normales de este tipo? Evidentemente, un viaje a la luna es ante todo una aventura de
lo ms emocionante, aparte de que sea otra cosa.
Yo he ledo excelentes relatos de ciencia ficcin que caen dentro de clasificaciones
poco comunes, y que aportan un gran enriquecimiento al tema que han tocado. Arthur
C. Clarke escribi un delicioso relato del oeste..., pero se desarrollaba bajo el mar, y
salan delfines en vez de ganado. No obstante, su ttulo era Un hogar en la pradera, y
le cuadraba.
Clifford D. Simak escribi Regla 18, que es un tpico relato deportivo, pero que
incluye viajes en el tiempo, de modo que el autocar del equipo terrestre va recogiendo a
las grandes figuras de todos los tiempos, con las que cuentan para ganar el partido anual
frente a Marte.
En Los amantes, Philip Jos Farmer logr una notable variacin del simple relato
amoroso al escribir una historia de amor sobria y conmovedora que cruzaba la barrera
no ya de la religin o del color de la piel, sino de las especies.
Cosa curiosa, era el gnero policaco el que pareca ms difcil de combinar con la
ciencia ficcin. Indudablemente, esto resulta chocante. Lo natural sera pensar que la
ciencia ficcin puede mezclarse fcilmente con lo policaco. La ciencia en s es casi un
enigma, y un investigador cientfico es casi un Sherlock Holmes.
Y si queremos darle la vuelta a las cosas, no existen novelas policacas que hacen
uso de la mentalidad cientfica? El Dr. Thorndyke, de R. Austin Freeman, es un
ejemplo famoso y afortunado de detective cientfico (en el campo de la creacin
literaria).
Y, sin embargo, los escritores de ciencia ficcin se sentan cohibidos frente a lo
policaco en la ciencia ficcin.
A finales de los aos 40 me explicaron por fin esto. Me dijeron que, por su misma
naturaleza, la ciencia ficcin no jugara limpio con el lector. En una historia de ciencia
ficcin, el detective poda decir: Pero como usted sabe, Watson, a partir de 2175, en
que todos los espaoles aprendieron a hablar en francs, el espaol ha pasado a ser una
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Isaac Asimov 3 Introduccin
lengua muerta. Cmo es, entonces, que Juan Lpez dijo estas significativas palabras en
espaol?
O tambin podra hacer que su detective sacara un extrao aparato y dijera: Como
sabe, Watson, mi frannistn de bolsillo es perfectamente capaz de detectar cualquier
joya oculta en un instante.
Tales argumentos no me impresionaron. Me pareca que los escritores de relatos
policacos corrientes (no de la variedad de ciencia ficcin) podan ser igual de desleales
con sus lectores. Podan ocultar deliberadamente una pista necesaria. Podan introducir
un personaje adicional, surgido de la nada. Podan, sencillamente, olvidarse de algo a lo
que haban estado dando gran relieve, y no volver a mencionarlo. Podan hacer
cualquier cosa.
Sin embargo, el hecho era que no lo hacan. Respetaban la regla de ser leales al
lector. Podan oscurecer pistas, pero no las omitan. Las lneas esenciales de pensa-
miento podan insinuarse de manera casual, pero se insinuaban. Al lector se le orientaba
sin remordimientos hacia una direccin equivocada, se le despistaba y se le confunda,
pero no se le engaaba.
Pareca, pues, fuera de toda duda, que los mismos principios habran de aplicarse al
relato policaco de ciencia ficcin. No se hacen surgir aparatos nuevos ante el lector
para resolver con ellos el enigma. No se toma ventaja de la historia futura para
introducir fenmenos ad hoc. De hecho, se han de explicar cuidadosamente todas las
facetas del ambiente futuro con la suficiente antelacin para que el lector tenga una
razonable oportunidad de ver la solucin. El detective de novela slo puede hacer uso
de hechos conocidos por el lector en el presente o de hechos del futuro ficticio, que
han de ser expuestos cuidadosamente de antemano. Incluso se deben mencionar algunos
hechos de nuestro presente si se van a utilizar... para asegurarse de que el lector se est
dando cuenta del mundo que le rodea actualmente.
Una vez aceptado todo esto, no slo resulta evidente que el relato policaco de
ciencia ficcin es un gnero literario perfectamente admisible, sino que se hace evidente
tambin que es mucho ms divertido de escribir y de leer, ya que a menudo posee un
fondo fascinante de por s, aparte de la intriga.
Pero hablar es fcil; as que sustitu la boca por la mquina, y en 1953 escrib una
novela policaca de ciencia ficcin titulada Las cuevas de acero (publicada en 1954).
Fue aceptada por los crticos como una buena novela policaca, y despus de su
aparicin no o decir ja ms a nadie que los relatos policacos de ciencia ficcin fueran
imposibles de escribir. Incluso escrib una continuacin titulada El sol desnudo
(publicada en 1957), slo para demostrar que el primer libro no era accidental.
Entre una y otra novela, y despus, escrib tambin varias narraciones cortas para
demostrar que los relatos policacos de ciencia ficcin pueden ser todo lo extensos que
se quiera.
Estos cortos relatos policacos de ciencia ficcin (junto con algunos otros que se
apartan ms del gnero) son los que se recogen en este volumen, siguiendo el orden de
publicacin. Juzguen ustedes mismos.
Isaac Asimov
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La Campana Armoniosa1
Louis Peyton no discuta jams en pblico los mtodos con los cuales haba burlado a
la polica de la Tierra en una docena de duelos de ingenio y alarde, con la amenaza de la
psicoprueba siempre aguardando, pero siempre frustrada. Desde luego habra sido una
tontera, pero en sus momentos de mayor satisfaccin, le venan ganas de dejar un
testamento para abrir despus de su muerte, en el que se viera bien claro que sus
continuos xitos se deban a su habilidad y no a la suerte.
En ese testamento dira: No se puede trazar un plan para encubrir un crimen sin que
aparezca en l huella de su creador. As que es preferible buscar en los acontecimientos
algn plan ya existente y ajustar enton. ces a l tus propias acciones.
Con ese principio en la cabeza fue como Peyton plane el asesinato de Albert
Cornwell.
Cornwell, un tipo que negociaba con cosas robadas, se acerc a Peyton, el cual se
hallaba en su acostumbrada mesa individual del Grinnell. Tena un brillo especial el
traje azul de Cornwell, una mueca especial su arrugado rostro, y estaban especialmente
erizados los pelos de su bigote ordinariamente lacio.
-Seor Peyton -dijo saludando a su futuro asesino sin el menor presentimiento-,
cunto me alegro de verle. Casi haba perdido las esperanzas, seor; casi las haba
perdido.
Peyton, a quien le molestaba que le interrumpieran mientras lea el peridico y
tomaba el postre en el Grinnell, dijo:
-Si tiene algn asunto que tratar conmigo, Cornwell, sabe dnde puede encontrarme.
Peyton pasaba de los cuarenta, y su pelo haba dejado atrs su original negrura, pero
su espalda se mantena tiesa, conservaba su aspecto joven, tenia los ojos oscuros y una
voz de lo ms cortante debido a su larga experiencia.
-Es que esto es muy especial, seor Peyton -dijo Cornwell-. Muy especial. Se trata de
un escondrijo, seor; un escondrijo de... ya sabe, seor.
Y movi el dedo ndice de su mano derecha como si fuera un badajo que golpeara
algo invisible, y con la izquierda ahuec momentneamente el odo.
Peyton volvi una hoja del peridico, algo hmedo todava del tele-distribuidor, lo
dobl y pregunt: -Campanas armoniosas?
-Chist, seor! -susurr Cornwell alarmado.
-Venga conmigo -dijo Peyton.
1 Ttulo original: The singing Bell
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Isaac Asimov 5 La Campana Armoniosa
Atravesaron el parque. Otro principio de Peyton era que, para confidencias, no haba
nada como una conversacin en voz baja al aire libre.
-Un escondrijo de Campanas Armoniosas; un escondrijo repleto de Campanas.
Toscas, pero hermosas, seor Peyton -susurr Cornwell.
-Las ha visto?
-No, seor, pero he hablado con uno que s las ha visto. Me dio suficientes pruebas
para convencerme. All hay de sobra para que usted y yo podamos retirarnos en la
opulencia. En la ms completa opulencia, seor.
-Quin era ese otro hombre?
Una expresin de astucia cruz el semblante de Cornwell como el humo de una
antorcha, y ms que animarlo lo ensombreci, confirindole una repulsiva untuosidad.
-El hombre era un excavador lunar que tena un mtodo para localizar Campanas en
las laderas de los crteres. No conozco su mtodo; nunca me lo lleg a decir. Pero ha
recogido docenas de Campanas, las ha ocultado en la Luna y ha venido a la Tierra para
ver la manera de darles salida.
-Ha muerto, no?
-S. Fue un accidente de lo ms horrible, seor Peyton. Se despe. Fue una
verdadera pena. Por supuesto, sus actividades en la Luna eran totalmente ilegales. El
Dominio es muy severo con eso de la extraccin no autorizada de Campanas. As que
tal vez haya sido un castigo, despus de todo... En cualquier caso, yo tengo su mapa.
-No me interesan los detalles de su pequeo negocio. Lo que quiero es saber por qu
ha acudido a m -dijo Peyton con una expresin de tranquila indiferencia en el rostro.
-Bueno, hay bastantes para los dos, seor Peyton, y los dos podemos ayudarnos. Por
mi parte, s dnde se encuentra el escondrijo y puedo conseguir una nave espacial.
Usted...
-S?
-Usted puede pilotar la nave y tiene excelentes relaciones para dar salida a las
Campanas. Es una divisin muy justa del trabajo, seor Peyton. No le parece?
Peyton consider su norma de vida -norma que ya exista- y el asunto pareca
encajar.
-Saldremos para la Luna el 10 de agosto -dijo.
-Seor Peyton! Si todava estamos en abril -exclam Cornwell detenindose en su
paseo.
Peyton sigui caminando con paso invariable y Cornwell tuvo que correr para
alcanzarle.
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-Me oye usted, seor Peyton?
-El 10 de agosto. Yo me pondr en contacto con usted a su debido tiempo y le dir
adnde ha de llevar su nave. No intente verse conmigo personalmente hasta entonces.
Adis, Cornwell.
-Mitad y mitad? -pregunt Cornwell.
-De acuerdo ---contest Peyton-. Adis.
Peyton prosigui solo su paseo y consider una vez ms su plan de vida. A la edad de
veintisiete aos haba comprado un trozo de terreno en las Rocosas, en el que algn
antiguo propietario haba construido una casa destinada a servir de refugio contra la
amenaza de las guerras atmicas de dos siglos atrs, aunque en definitiva nunca llegaran a
estallar. La casa haba quedado, sin embargo, como el testimonio de un aterrado esfuerzo
por autobastarse.
Era de acero y hormign y estaba situada en el ms apartado lugar que poda encontrarse
en la Tierra, muy por encima del nivel del mar y protegida por todas partes con las crestas
an ms elevadas de las montaas. Tena su grupo electrgeno, su aprovisionamiento de
agua de los arroyos de las montaas, sus cmaras frigorficas en donde caban
perfectamente diez mitades de buey, su bodega equipada como una fortaleza y un arsenal
de armas dispuestas para detener las hordas hambrientas y aterrorizadas que nunca
vinieron. Y tena su acondicionador que poda filtrar el aire una y otra vez hasta- limpiarlo
de todo, excepto (ah, la fragilidad humana!) de radiactividad.
En aquella casa de supervivencia, Peyton pasaba el mes de agosto de cada ao de su
vida de soltero impenitente. Desconectaba los comunicadores, la televisin y el tele-
distribuidor de peridicos. Instalaba una barrera de campo de fuerza alrededor de su
propiedad y conectaba un mecanismo que adverta si alguien se aproximaba a la casa, en
el punto donde la barrera cruzaba el nico camino que serpeaba a travs de las montaas.
Durante un mes al ao, poda estar completamente solo. Nadie le vea, nadie poda
llegar hasta l. En completa soledad, poda gozar de las nicas vacaciones que tanto
estimaba despus de once meses de convivir con una humanidad por la que no senta ms
que un fro desprecio.
Incluso la polica -aqu Peyton sonri- conoca su riguroso respeto por el mes de agosto.
Una vez haba renunciado a la fianza y se haba sometido a la psicoprueba antes que
renunciar a su mes de agosto.
A Peyton se le ocurri otro aforismo que poda incluir tambin en su testamento: No
hay nada que d tanta impresin de inocencia como una triunfante falta de coartada.
El 30 de julio, como el 30 de julio de todos los aos, Louis Peyton tom en Nueva
York el estrato-reactor de no-gravedad de las 9,15 y lleg a Denver a las 12,30. All
almorz y tom el autobs semigrave de la 1,45 hasta Hump's Point, desde donde Sam
Leibman le subi en su viejo coche terrestre -de gravedad completa!- hasta los linderos
de su propiedad. Sam Leibman acept muy serio la propina de diez dlares que siempre le
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Isaac Asimov 7 La Campana Armoniosa
daba y se toc el sombrero como vena haciendo cada 30 de julio desde haca quince
aos.
El 31 de julio, como todos los treinta y uno de julio, Louis Peyton volvi a Hump's
Point en su aerodeslizador de no-gravedad y encarg en el almacn general de Hump's
Point las provisiones necesarias para pasar el mes. No tena nada de particular aquel
encargo. Prcticamente no era ms que una repeticin de otros muchos encargos
anteriores.
MacIntyre, el encargado del almacn, repas gravemente la lista, la transmiti al
Almacn Central del Mountain District de Denver, y al cabo de una hora lleg el pedido
mediante el rayo transportador de las masas. Peyton carg las provisiones en su
aerodeslizador con la ayuda de MacIntyre, dej su habitual propina de diez dlares y
regres a casa.
El 1 de agosto, a las 12,01 de la noche, puso al mximo el campo de fuerza que
cercaba su propiedad, y Peyton qued aislado.
Y entonces cambi de plan. Deliberadamente se tom ocho das de tiempo. Entretanto,
fue destruyendo lenta y meticulosamente las provisiones que haba adquirido para el mes
de agosto. Emple las cmaras pulverizadoras que servan para deshacerse de la basura de
la casa. Eran unas cmaras de modelo avanzado, capaces de reducir todas las materias,
hasta los metales y los silcatos, a un polvillo molecular impalpable y casi invisible. El
exceso de energa que produjo el proceso fue arrastrado por el riachuelo de la montaa
que atravesaba su propiedad. Durante una semana, el agua estuvo corriendo unos cinco
grados ms caliente de lo normal.
El 9 de agosto, su aerodeslizador le llev a un lugar de Wyoming, donde le
aguardaban Cornwell y una nave espacial. La nave en s representaba una cuestin deli-
cada, por supuesto, ya que haba unos hombres que la haban vendido, unos hombres
que la haban transportado y haban ayudado a prepararla para el vuelo. Sin embarg,
todos esos hombres no podan conducir ms que a Cornwell; y Cornwell, pens Peyton
con un asomo de sonrisa en sus labios fros, sera un punto muerto.
El 10 de agosto, la nave espacial, con Peyton a los mandos y Cornwell -con su mapa-
como pasajero, abandon la superficie de la Tierra. Su campo de nogravedad era
excelente. A pleno rendimiento, el peso de la nave quedaba reducido a menos de una
onza. Las micropilas suministraban energa silenciosa y eficientemente; y sin llamas ni
ruidos, la nave traspas la atmsfera, se convirti en un puntito, y desapareci.
Era muy poco probable que el vuelo tuviera testigos, o que en estos tiempos de paz
idlica y sosegada hubiese un radar vigilando como en los das de antao. A decir
verdad, no haba ninguno.
Dos das en el espacio; despus, dos semanas en la Luna. Casi instintivamente, Peyton
haba contado con esas dos semanas desde un principio. No se haca ilusiones respecto
al valor de los mapas caseros, trazados por manos inexpertas. Podan servirle al que -los
haba hecho, que contaba con la ayuda de la memoria. Para un extrao, podan no ser
ms que un criptograma.
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Cornwell le ense a Peyton el mapa por primera vez slo despus de haber
despegado.
-Al fin y cabo, seor, este es mi nico triunfo -dijo sonriendo obsequiosamente.
-Lo ha confrontado con los mapas lunares?
-Me sera muy difcil hacerlo, seor Peyton. Confo en usted.
Peyton le mir framente al devolverle el mapa. Lo nico cierto que tena anotado
era el Crter Tycho, donde se hallaba situada la subterrnea Ciudad Lunar.
En cierto modo, al menos, tenan la astronoma de parte de ellos. Tycho estaba en la
parte iluminada de la Luna en ese momento. Lo cual significaba que era poco probable
tropezarse con las naves de patrulla, y menos an que fueran vistos.
Peyton hizo descender la nave mediante un aterrizaje de no-gravedad, con arriesgada
rapidez, en las oscuridad protectora y fra de la sombra interna del crter. El sol haba
rebasado ya su cenit y la sombra no disminuira. Cornwell. puso cara larga.
-Por Dios, por Dios, seor Peyton! No podemos ponernos a explorar a plena luz
solar.
-El da lunar no dura eternamente -dijo Peyton con presteza-. Quedan unas cien horas
de sol. Podemos emplear ese tiempo para aclimatarnos y estudiar el mapa.
La respuesta fue rpida, pero en plural. Peyton estudi las cartas lunares una y otra
vez, tomando meticulosas medidas y tratando de encontrar la serie de crteres con-
signados en aquel galimatas casero que era la clave de... de qu?
-El crter que buscamos puede ser cualquiera de estos tres: el GC-3, el GC-5 o el
MT-10 -dijo Peyton finalmente.
-Qu vamos a hacer, seor Peyton? -pregunt Cornwell con ansiedad.
-Los exploraremos todos -dijo Peyton-, empezando por el ms cercano.
Pas el lmite de la fase iluminada y se encontraron en la oscuridad de la noche.
Despus de eso, fueron saliendo a perodos cada vez ms largos a la superficie lunar
para acostumbrarse al eterno silencio y negrura, a los toscos puntos de las estrellas y a
la raja luminosa que era la Tierra asomando en el borde del crter, por encima de ellos.
Dejaban unas huellas profundas e informes en el polvo reseco que no, se mova ni
levantaba polvareda. Peyton se dio cuenta de ello por primera vez cuando salieron del
crter a plena luz de la Tierra gibosa. Eso fue al octavo da de su llegada a la Luna.
El fro lunar limitaba el tiempo que podan permanecer fuera de la nave en sus
salidas. Sin embargo, cada da lograban estar ms tiempo. A los once das de llegar, ya
tenan descartado el CG-3 como posible depsito de las Campanas Armoniosas.
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Isaac Asimov 9 La Campana Armoniosa
A los quince das, el fro espritu de Peyton arda de desesperacin. Tena que ser el
CG-3. El MT-10 estaba demasiado lejos. No tendran tiempo para llegar a l, explorarlo
y poder volver a la Tierra para el 31 de agosto.
Sin embargo, en ese mismo decimoquinto da se le disip definitivamente la
desesperacin, cuando descubrieron las Campanas.
No eran bonitas. Eran simples pedruscos de roca gris, del tamao del doble de un
puo, huecas en su interior y ligeras como una pluma bajo la gravedad lunar. Haba
unas dos docenas y, despus de pulirlas convenientemente, podran venderse por lo
menos a cien mil dlares cada una.
Con todo cuidado, llevaron las Campanas a la nave transportndolas en el hueco de
las manos; las metieron en una caja de serrn y volvieron a por ms. Hicieron tres viajes
que, de ser en la Tierra, les habran dejado rendidos de cansancio; pero bajo la
insignificante gravedad de la Luna, apenas llegaron a notarlo.
Cornwell le tendi las ltimas Campanas a Peyton, y ste las coloc cuidadosamente
junto a la entrada de la escotilla.
-Qutelas, seor Peyton -dijo; a travs del transmisor, su voz sonaba speramente en
los odos del otro-. Voy a subir.
Se agach para dar el gran salto lento por la gravedad lunar, mir hacia arriba, y se
qued helado de terror. Su rostro, claramente visible a travs de la dura lusilita del
casco, se hel en una ltima mueca de terror.
-No, seor Peyton! No!...
El dedo de Peyton oprimi el gatillo de la pistola espacial que sostena. Dispar. Se
produjo un fucilazo de insoportable resplandor, y Cornwell se convirti en el residuo
inerte de un hombre, tendido entre los restos de un traje espacial salpicado de sangre
congelada.
Peyton se detuvo a contemplar sombramente al hombre muerto, pero slo un
segundo. Luego traslad las ltimas Campanas a las cajas que tena preparadas; se quit
el traje, puso primero en funcionamiento el campo de no-gravedad, conect luego las
micropilas y, considerndose en potencia uno o dos millones ms rico que dos semanas
antes, emprendi el viaje de regreso a la Tierra.
El 29 de agosto, la nave de Peyton descenda sigilosamente, con la popa baja, en el
lugar de Wyoming de donde haba partido el 10 de agosto. El cuidado con que Peyton
haba escogido el lugar no haba sido intil. Su aerodeslizador estaba an all, oculto al
abrigo de una profunda hendidura del paisaje rocoso y accidentado.
Carg otra vez con las Campanas metidas en sus cajas, y las llev a la ms profunda
de las grietas, cubrindolas con una ligera capa de tierra. Volvi de nuevo a la nave para
disponer los mandos y hacer los ltimos ajustes. Sali de nuevo y, dos minutos despus,
los controles automticos se hicieron cargo de la nave.
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Veloz y silenciosa, la nave sali disparada hacia arriba, ms y ms, virando algo
hacia el Oeste por efecto de la rotacin de la Tierra. Peyton la sigui con la mirada,
hacindose sombra con la mano sobre sus ojos estrechos, y cuando estaba ya a punto de
perderla de vista, se produjo un diminuto resplandor seguido de una nubecilla contra el
azul del cielo.
La boca de Peyton se crisp en una sonrisa. Haba calculado bien. Al retirar las
barras de cadmio que hacan de tope, las micropilas haban rebasado el nivel de segu-
ridad del suministro de energa, y la nave se haba desintegrado por el calor de la
explosin que a continuacin tuvo lugar.
Veinte minutos despus, se encontraba de nuevo en su propiedad. Se senta cansado
y le dolan los msculos bajo la gravedad de la Tierra. Durmi bien.
Doce horas ms tarde, de madrugada an, lleg la polica.
El hombre que abri la puerta se cruz de manos sobre su barriga y agach su
sonriente cabeza dos o tres veces a modo de saludo. El que entr, H. Seton Davenport,
del Departamento Terrestre de Investigacin, mir incmodo en torno suyo.
La estancia a la que haba entrado era espaciosa y estaba sumida en la semioscuridad,
salvo el rincn donde brillaba una lmpara de trabajo enfocada sobre una combinacin
de butaca y escritorio. Las paredes estaban cubiertas de filas de libro-films. Unos,
mapas galcticos desplegados ocupaban un ngulo de la habitacin, y en otro brillaba
levemente una Lente Galctica sobre un estante.
-Es usted el doctor Wendell Urth? -pregunt Davenport en un tono que pareca dar a
entender cierta incredulidad.
Davenport era un hombre fornido, de pelo negro, nariz fina y prominente, y con una
cicatriz estrellada en una mejilla que marcaba para siempre el lugar donde le haba
golpeado un neuroltigo, desde escasa distancia.
-Yo soy -contest el doctor Urth con una dbil voz de tenor-. Y usted es el inspector
Davenport.
-En la Universidad me han recomendado que recurriera a usted como extraterrlogo -
dijo el inspector al mismo tiempo que presentaba sus credenciales.
-Eso me ha dicho usted hace media hora por telfono -dijo Urth cortsmente.
Sus rasgos eran toscos, tena una nariz que pareca un higo aplastado y protega sus
ojos saltones con gruesas gafas.
-Ir derecho al grano, doctor Urth. Supongo que usted habr visitado la Luna, y...
El doctor Urth, que haba sacado una botella de lquido rojizo y dos vasos, un tanto
empaados por el, polvo, de detrs de una desordenada pila de libro-films, brusquedad
repentina:
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Isaac Asimov 11 La Campana Armoniosa
-Nunca he visitado la Luna, inspector. Y no pienso hacerlo jams! Los viajes
espaciales son una locura. No creo en ellos. Sintese, por favor, sintese -aadi en tono
ms suave-. Beba algo.
El inspector Davenport obedeci y dijo: -Pero usted es...
-Un extraterrlogo. S. Me intereso por otros mundos, pero eso no significa que tenga
que ir all. Santo cielo!, tampoco hara falta que fuese viajero en el tiempo para ser
historiador, no? -se sent, y una vez ms se dibuj una amplia sonrisa en su rostro
redondo, mientras deca-: Ahora cunteme el objeto de su visita.
-He venido -dijo el inspector arrugando el ceo para consultarle sobre un caso de
asesinato.
-Asesinato? Qu tengo yo que ver con asesinatos? -Este asesinato, doctor Urth, ha
ocurrido en la Luna. -Asombroso.
-Ms que asombroso. Es un caso sin precedentes, doctor Urth. En los cincuenta aos
desde que se estableci el Dominio Lunar, ha habido naves que han estallado y trajes
espaciales que sufrieron algn escape. Hombres que han muerto achicharrados en la
casa que da al Sol, que se han congelado en el lado oscuro, y que se han asfixiado en
ambos sectores. Incluso ha habido quien se ha matado por una cada, lo cual,
considerando la gravedad lunar, constituye toda una proeza. Pero en todo ese tiempo,
ningn hombre haba muerto en la Luna a consecuencia del deliberado acto de violencia
de otro hombre... hasta ahora.
-Cmo lo han hecho? -pregunt el doctor Urth.
-Con una pistola espacial. Las autoridades llegaron al lugar del crimen en cuestin de
una hora gracias a una afortunada serie de circunstancias. Una nave de patrulla observ
un resplandor luminoso sobre la superficie lunar. Ya sabe a qu enorme distancia puede
percibirse un resplandor en la cara oscura de la Luna. El piloto dio parte a la Ciudad
Lunar y aterriz. En el momento en que estaba dando la vuelta, jura que pudo divisar, a
la luz de la Tierra, lo que pareca una nave en el momento de despegar. Al aterrizar,
descubri un cadver reventado y huellas.
-Y supone usted que el resplandor luminoso fue debido a la explosin del disparo? -
dijo el doctor Urth.
-Es seguro. El cadver estaba fresco. Algunas partes interiores del cuerpo no se
haban congelado an. Las huellas pertenecan a dos personas. Despus de medirlas
cuidadosamente, qued demostrado que haba dos clases de huellas de dimetro algo
distinto, lo que indicaba que correspondan a botas espaciales de diferente tamao. En
su mayora conducan a los crteres GC-3 y GC-5, un par de...
-Estoy familiarizado con la clave oficial para denominar los crteres lunares -dijo el
doctor Urth amablemente.
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-Hum. En cualquier caso, en el GC-3 las huellas conducan a una grieta de la pared
del crter en cuyo interior se encontraron fragmentos de piedra pmez. Sometidos a los
rayos X, las estructuras de difraccin demostraron que se trataba...
-De Campanas Armoniosas -interrumpi el extraterlogo con gran excitacin-. No
me diga que su crimen est relacionado con las Campanas Armoniosas!
-Y qu si lo est? -pregunt Davenport turbado.
-Yo tengo una. La descubri una expedicin de la Universidad y me la regalaron en
agradecimiento por... Pero venga, inspector, se la voy a ensear.
El doctor Urth se levant inmediatamente y cruz la habitacin, hacindole al otro
una sea para que le siguiera. Davenport, molesto, le sigui.
Entraron en una segunda habitacin, ms espaciosa que la primera, ms oscura y
mucho ms desordenada. Davenport se qued mudo de asombro al ver la cantidad tan
heterognea de cosas que se amontonaban all sin la menor pretensin de orden.
Apart un trozo de vidrio azul de Marte; luego, una cosa que ciertos romnticos
tenan por un artefacto de los marcianos, extinguidos hace ya tanto tiempo; un pequeo
meteorito, un modelo de una primitiva nave espacial, y una botella sellada sin nada"
dentro, con una etiqueta garabateada donde pona: Atmsfera de Venus.
-He convertido toda mi casa en un museo -dijo el doctor Urth alegremente-. Es una
de las ventajas que tiene el estar soltero. Por supuesto, no tengo todo esto muy
organizado. Algn da, cuando tenga libre una semana o as...
Durante un momento mir perplejo a su alrededor; luego, acordndose, apart un
grfico del sistema evolutivo de los invertebrados marinos, que eran las formas de vida
ms evolucionadas existentes en el planeta Barnard, y dijo:
-Aqu est. Me temo que est agrietada.
La Campana colgaba de un alambre delgado, al cual estaba soldada cuidadosamente.
Efectivamente, estaba agrietada. Tena un estrangulamiento por la mitad, lo que le daba
el aspecto de dos pequeos globos aplastados y pegados el uno al otro firme aunque
imperfectamente.
A pesar de ello, la haban pulido amorosamente hasta conseguir un brillo apagado de
un gris suave, una aterciopelada finura, y estaba marcada por unas' ligeras picaduras que
los laboratorios, en sus intiles esfuerzos por producir Campanas artificiales, haban
sido incapaces de imitar.
-He hecho innumerables experimentos, antes de encontrarle un badajo decente. Una
Campana agrietada es temperamental. Pero el hueso le va bien. Tengo uno aqu -y
levant algo que pareca una especie de gruesa cucharilla hecha de una sustancia gris
blancuzca- que me he fabricado yo de un fmur de buey. Escuche.
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Isaac Asimov 13 La Campana Armoniosa
Con sorprendente delicadeza, sus dedos regordetes manejaron la Campana, buscando el
punto ms adecuado. La ajust, sujetndola cuidadosamente. Luego dej que la
campana oscilara libremente, baj el extremo grueso de la cuchara de hueso y golpe la
Campana con suavidad.
Fue como si un milln de arpas hubieran sonado a una milla de distancia.
Aument, se debilit y volvi otra vez. No proceda de ningn punto determinado.
Sonaba en el interior de la cabeza, de un modo increblemente dulce, pattico y
tembloroso a la vez.
Se fue extinguiendo lentamente, y los dos hombres permanecieron en silencio
durante un minuto.
-No est mal, eh? -dijo el doctor Urth, y dndole un golpecito con la mano, dej
que la Campana oscilara en el alambre.
-Tenga cuidado! No la rompa -exclam Davenport inquieto. Era proverbial la
fragilidad de una buena Campana Armoniosa.
-Los gelogos dicen que las Campanas no son ms que concreciones de piedra
pmez endurecidas por la presin, en cuyo interior queda un vaco donde repiquetean
y entrechocan libremente pequeas partculas rocosas. Eso es lo que ellos dicen. Pero
si slo consiste en eso, por. qu no podemos reproducir una? Y eso que sta,
comparada con una Campana perfecta, nos parecera la armnica de un nio -dijo el
doctor Urth.
-Exacto -dijo Davenport-. Y no hay ni una docena de personas en la Tierra que
posean una que est perfecta, y habr un centenar de instituciones y particulares que
compraran una a cualquier precio, sin importarles su procedencia. Por un surtido de
Campanas, bien valdra la pena un asesinato.
El extraterrlogo se volvi hacia Davenport y se subi las gafas sobre su increble
nariz con su gordezuelo dedo ndice.
-No he olvidado su caso de asesinato. Contine, por favor.
-Se puede resumir en una sola frase. Conozco la identidad del criminal.
Haban vuelto a sentarse en la biblioteca y el doctor Urth cruz las manos sobre su
voluminoso abdomen.
-De veras? Entonces supongo que no tiene ningn problema, inspector.
-Saber y demostrar no es lo mismo, doctor Urth. Desgraciadamente no tiene
ninguna coartada.
-Querr decir que desgraciadamente la tiene, no?
-Quiero decir lo que he dicho. Si tuviera una coartada, se la podra echar abajo de
algn modo, porque sera falsa. Si hubiera testigos que aseguraran haberle visto en la
-
Tierra en el momento del crimen, se podra desbaratar su testimonio. Si tuviera una
prueba documental, se podra demostrar que era una falsificacin o alguna clase de
truco. Por desgracia, no tiene nada de eso.
-Qu es lo que tiene?
El inspector Davenport describi cuidadosamente la propiedad que Peyton tena
en Colorado. Y concluy:
-Ha pasado all el mes de agosto, todos los aos, en el aislamiento ms estricto.
Incluso el T. B. I. tendra que testimoniarlo as. Cualquier jurado tendra que suponer
que tambin este mes de agosto estuvo en su finca, a menos que podamos presentar
una prueba definitiva de su estancia en la Luna.
-Qu le hace pensar que s estuvo en la Luna? Quiz sea inocente.
-No! -exclam Davenport casi con violencia-. Durante quince aos he estado
tratando de reunir pruebas evidentes contra l y nunca lo he logrado. Pero aqu me
huelo yo un crimen de Peyton. Le aseguro que, aparte de Peyton, nadie en el mundo
tendra el descaro o, en este caso, los contactos convenientes para intentar dar salida
a las Campanas Armoniosas que haya trado de contrabando. Sabemos que es un
experto piloto espacial. Sabemos tambin que tuvo contactos con el hombre ase-
sinado, aunque desde luego hace varios meses de eso. Desgraciadamente, nada de
esto constituye una prueba.
-No sera ms sencillo utilizar la psicoprueba, ahora que se ha legalizado su uso?
-pregunt el doctor Urth.
Davenport frunci el ceo y la cicatriz de la mejilla se le puso lvida.
-Ha ledo usted la ley Honski-Hiakawa, doctor Urth?
-No.
-Creo que nadie la ha ledo. El gobierno dice que es fundamental el derecho a la
inviolabilidad mental. Muy bien, pero a qu conduce esto? Si el hombre que es
sometido a la psicoprueba resulta inocente del crimen de que se le acusa, tiene derecho a
toda la compensacin que sea capaz de sonsacarle al tribunal. En un caso reciente, al
cajero de un banco le dieron veinticinco mil dlares de indemnizacin por haber sido
sometido a la psicoprueba por una sospecha de robo. Resulta que la prueba
circunstancial que pareca indicar que hubo robo, lo que en realidad indicaba era una
mera cuestin de adulterio. Aleg que haba perdido el empleo, que fue amenazado por
el marido en cuestin, corriendo seriamente peligro, y que finalmente se haba visto
difamado y puesto en ridculo por un periodista desaprensivo que haba llegado a
enterarse del resultado de la prueba, todo lo cual fue aceptado por el tribunal.
-Comprendo el punto de vista de ese hombre.
-Todos lo comprendemos. Ese es el problema. Y otra cosa ms: cualquier hombre
que haya sido sometido a la psicoprueba por cualquier motivo no puede ser sometido de
-
Isaac Asimov 15 La Campana Armoniosa
nuevo a ella bajo ningn concepto. Ningn hombre, dice la ley, ser sometido dos veces
en su vida a un riesgo mental.
-Es una traba.
-Exactamente. En los dos aos que hace que se ha legitimado la psicoprueba, no
puedo contar el nmero de pcaros y oportunistas que han intentado que se les someta a
ella por haber robado una cartera, con objeto de poder dedicarse despus tranquilamente
al fraude sistemtico. Conque comprender usted que el Departamento no permitir que
Peyton sea psicoprobado hasta que tengamos pruebas evidentes de su culpabilidad.
Puede que no haga falta una prueba legal, sino una prueba lo bastante slida como para
convencer a mi jefe. Lo peor del caso, doctor Urth, es que si nos presentamos ante el
tribunal sin el acta de una psicoprueba, no podemos ganar. En caso tan serio como el de
asesinato, el no haber empleado la psicoprueba es claro indicio, aun para el jurado ms
estpido, de que la acusacin no pisa terreno firme.
-Entonces, qu quiere de m?
-La prueba de que estuvo en la Luna durante parte del mes de agosto. Hay que
hacerlo de prisa. No puedo retenerle como sospechoso mucho tiempo ms. Y si corre
por ah la noticia del crimen, la prensa mundial estallar como un asteroide al chocar
con la atmsfera de Jpiter. Es un crimen fascinante, comprenda: el primer asesinato
cometido en la Luna.
-Cundo se cometi exactamente el asesinato? -pregunt el doctor Urth de repente
iniciando una serie de rpidas preguntas.
-El veintisiete de agosto.
-Y cundo le arrestaron?
-Ayer, treinta de agosto.
-Entonces, si Peyton es el asesino, ha tenido tiempo de volver a la Tierra.
-No mucho, el justo nada ms -los labios de Davenport se contrajeron-. De haber
llegado yo un da antes... de haber encontrado su casa vaca...
-Y cunto tiempo supone usted que estuvieron juntos los dos, la vctima y el
asesino, en la Luna?
-A juzgar por las distancias que cubren las huellas, varios das. Una semana, lo
menos.
-Han encontrado la nave que utilizaron?
-No, y probablemente no la encontraremos nunca. Hace unas diez horas, la
Universidad de Denver inform que ha habido un aumento de radiactividad bsica;
empez anteayer a las seis de la tarde y persisti durante varias horas. Es muy sencillo,
Dr. Urth, programar los controles de una nave para que despegue sin tripulacin y
estalle, a una altura de cincuenta millas, por cortocircuito en las micropilas.
-
-Yo que Peyton -dijo el Dr. Urth pensativo- habra matado al hombre a bordo y
hubiera hecho estallar el cadver junto con la nave.
-Usted no conoce a Peyton -dijo Davenport de mal humor-. Disfruta burlndose de la
ley. Lo tiene a gala. El habernos dejado el cadver en la Luna es un desafo.
-Ya comprendo -el Dr. Urth se acarici el estmago con un movimiento rotatorio, y
aadi-: Bueno, hay una posibilidad.
-De que pueda robar usted que ese hombre estuvo en la Luna?
-De . poder darle mi opinin. -Ahora?
-Cuanto antes, mejor. Naturalmente, si tengo la oportunidad de entrevistar al seor
Peyton.
-Eso se puede arreglar. Tengo ah esperando un reactor de no-gravedad. Podemos estar
en Washington en veinte minutos.
Pero una expresin de profunda alarma pas por el rollizo semblante del
extraterrlogo. Se puso en pie y se alej del agente del T. B. I., dirigindose al rincn
ms oscuro de la desordenada habitacin.
-No!
-Qu pasa, Dr. Urth?
-No subir en un reactor de no-gravedad. No me fo.
Davenport mir con perplejidad al Dr. Urth.
-Prefiere que tomemos un monorral? -tartamude.
-Desconfo de todos los medios de transporte -exclam el Dr. Urth-. No me fo.
Excepto andar. Andar no me importa -le haba entrado una repentina impaciencia-. No
podra traer usted al seor Peyton a esta ciudad, a algn lugar donde pueda yo ir
andando? Al Ayuntamiento, por ejemplo? Al Ayuntamiento he ido andando muchas
veces.
Davenport contempl con desaliento la habitacin. Mir los miles de libros que
versaban sobre la ciencia de los aos-luz. A travs de la puerta abierta se vea la habita-
cin contigua con sus muestras de mundos situados ms all del firmamento. Mir al
Dr. Urth, plido ante la sola idea de subir a un reactor de no-gravedad, y se encogi de
hombros.
-Le traer a Peyton aqu. A esta misma habitacin. Satisfecho con eso?
-S -el Dr. Urth dej escapar un profundo suspiro.
-Espero que pueda ayudarnos, Dr. Urth.
-
Isaac Asimov 17 La Campana Armoniosa
-Har lo que pueda, seor Davenport.
. Louis Peyton mir con disgusto en torno suyo, y de un modo despectivo al hombre
grueso que le saludaba con un movimiento de cabeza. Mir el asiento que le ofrecan y
lo limpi con la mano antes de sentarse. Davenport tom asiento cerca de l, con la
funda de su pistola bien a la vista.
El hombre grueso sonri al sentarse y se acarici su voluminoso abdomen como si
acabara de terminar una buena comida y quisiera hacrselo saber al resto del mundo.
-Buenas tardes, seor Peyton. Soy el Dr. Urth, extraterrlogo -dijo.
-Y qu quiere de m? -pregunt Peyton, mirndole de nuevo.
-Quiero saber si estuvo en la Luna durante el mes de agosto.
-No estuve.
-Sin embargo, nadie le vio a usted en la Tierra entre el 1 de agosto y el 31 del mismo
mes.
-Hice la vida que habitualmente suelo hacer todos los meses de agosto. Nunca me ve
nadie durante ese mes. Que se lo diga l -y movi la cabeza en direccin a Davenport.
El Dr. Urth ri entre dientes.
-Qu estupendo sera que pudiramos comprobar esta cuestin. Si hubiera, al menos,
una manera de diferenciar la Luna de la Tierra. Si, por ejemplo, pudiramos analizar el
polvo de su pelo y decir: Aj!, polvo lunar. Pero, desgraciadamente, no podemos. El
polvo lunar es muy parecido al polvo terrestre. Y aun cuando no lo fuera, no
encontraramos nada en su pelo, a menos que usted hubiera pisado la superficie lunar
sin traje espacial, lo cual es muy improbable.
Peyton permaneci impasible.
El Dr. Urth prosigui, sonriendo con benevolencia, mientras alzaba una mano para
asegurar las gafas que le colgaban peligrosamente en la punta de la nariz:
-Un hombre que viaja por el espacio o por la Luna respira aire de la Tierra y come
alimentos terrestres. Lleva el ambiente de la Tierra pegado a su piel, ya se encuentre
metido en su nave o en su traje espacial. Estamos buscando a un hombre que pas dos
das en el espacio camino de la Luna, una semana por lo menos en la Luna, y dos das
ms de regreso de all. En todo ese tiempo llev la Tierra pegada a su piel, y eso nos lo
hace difcil.
-Mi sugerencia -dijo Peyton- es que la cosa resultara menos difcil si me soltaran y
buscaran al verdadero asesino.
-
-Puede que lleguemos a esa decisin -dijo el doctor Urth-. Ha visto alguna vez algo
parecido a esto? Alarg su mano regordeta hacia el suelo y la levant, mostrando una
especie de esfera gris de apagados destellos.
-Parece una Campana Armoniosa -dijo Peyton sonriendo.
-Es una Campana Armoniosa. El mvil del asesinato fueron las Campanas
Armoniosas. Qu opina de sta?
-Creo que est muy agrietada.
-Ah, pero examnela bien! -dijo el Dr. Urth, y con un rpido movimiento de mano se
la lanz a Peyton desde una distancia de dos metros.
Davenport lanz un grito, y medio se levant de la silla. Peyton alz los brazos con
esfuerzo, pero tan rpidamente que logr atrapar la Campana.
-Condenado loco -dijo Peyton-. No la tire de esa manera.
-Siente respeto por las Campanas Armoniosas, no es cierto?
-Demasiado para romper una. Eso al menos no es un crimen -Peyton la acarici
suavemente, luego se la acerc al odo y la agit con cuidado para or el suave
entrechocar de lunolitos, esas partculas diminutas de piedra pmez al agitarse en el
vaco.
Luego, sosteniendo la Campana por el alambre de acero que an tena sujeto, desliz
la ua del pulgar por su superficie con un movimiento ondulatorio de experto. Vibr!
Fue una nota muy dulce, como el sonido de una flauta, que se prolong en una tenue
reverberacin y se fue extinguiendo lentamente, suscitando con su hechizo imgenes de
un atardecer de verano.
Por un instante, los tres hombres se sintieron embargados por el efecto del sonido.
-Echemela, seor Peyton. Lncemela para ac! -dijo entonces el Dr. Urth, y tendi
la mano con gesto apremiante.
Maquinalmente, Louis Peyton lanz la Campana, que describi una curva reducida,
como un tercio de la distancia que deba recorrer hasta la mano tendida del doctor Urth,
cay y se estrell contra el suelo con una disonancia dolorosa, como un gemido.
Davenport y Peyton se quedaron mirando los fragmentos grises sin decir palabra, y
casi pas inadvertida la voz tranquila del Dr. Urth cuando dijo:
-En cuanto se localice el escondrijo de las Campanas del criminal, pedir una sin
grietas y perfectamente bruida como restitucin y honorarios.
-Honorarios? Por qu?-pregunt Davenport irritado.
-Ahora est ya completamente aclarado el asunto. Pese a mi pequeo discurso de
hace un momento, hay algo en la Tierra que ningn viajero del espacio se lleva consigo,
-
Isaac Asimov 19 La piedra viviente
y es la gravedad de la superficie terrestre. El hecho de que el seor Peyton pueda
equivocarse de manera tan garrafal al lanzar un objeto, que evidentemente tiene tanto
valor para l, slo puede significar que sus msculos no han tenido tiempo de adaptarse
otra vez a la fuerza de la gravedad terrestre. Mi opinin profesional, seor Davenport, es
que su prisionero ha estado estos ltimos das lejos de la Tierra. O ha estado en el
espacio, o en algn cuerpo celeste bastante ms pequeo que la Tierra... como, por
ejemplo, en la Luna. Davenport se puso en pie con una expresin triunfal.
-Haga constar su opinin por escrito -dijo, con la mano sobre la pistola-; eso ser
suficiente para que nos concedan el permiso de utilizar una psicoprueba.
Louis Peyton, perplejo y sin oponer resistencia, slo alcanzaba a comprender
vagamente que, cualquiera que fuese el testamento que dejara ahora, tendra que hacer
constar en l su fracaso final.
EPILOGO
Mis relatos dan lugar muchas veces a que me escriban mis lectores cartas muy
agradables, aun cuando saquen a colacin algn punto embarazoso. Por ejemplo,
despus de publicar este relato, recib una de un joven en la que me contaba que, ins-
pirado por el razonamiento del doctor Urth, estudi el problema de si afectaran
realmente las diferencias de peso en la manera de lanzar un objeto. Al final, hizo un
experimento cientfico para comprobarlo.
Prepar varios objetos, todos del mismo tamao y aspecto, pero de pesos diferentes, e
hizo que varias personas los lanzaran, sin prevenirles de cules eran los pesados y cules
no. Comprob que todos los objetos fueron lanzados ms o menos con la misma pre-
cisin.
Esto me preocup un poco, pero considero que las conclusiones de este joven no se
pueden aplicar con todo rigor. Slo con sostener un objeto al disponerse a lanzarlo, uno
estima inconscientemente su peso y ajusta el esfuerzo muscular de acuerdo con l, si es
que est acostumbrado a la gravedad bajo la cual opera.
Los astronautas se sujetan generalmente con correas durante sus vuelos y no han hecho
nada a baja gravedad, salvo cortos paseos por el espacio. Al parecer, esos paseos han
resultado sorprendentemente fatigosos, por lo que parece que un cambio de gravedad
requiere una considerable aclimatacin. Y un regreso a la gravedad terrestre, despus de
tal aclimatacin, requiere una considerable reaclimatacin.
As que, por el momento al menos, sigo siendo del mismo criterio que el doctor Urth.
La piedra viviente2
Grande es el cinturn de asteroides y pequea la parte ocupada por el hombre. Larry
Vernadsky haba sido asignado a la Estacin Cinco por un perodo de un ao; se hallaba
ya en el sptimo mes, pero cada vez se preguntaba con ms frecuencia si su salario
podra compensarle de su casi solitario confinamiento, a setenta millones de millas de la
2 Ttulo original: The talking Stone
-
Tierra. Era un joven delgado que no tena pinta de ingeniero espacio-nutico ni de
hombre de los asteroides. Tena los ojos azules, el pelo color mantequilla, un invencible
aire de inocencia que ocultaba su despierta mentalidad, y un espritu curioso agudizado
por el aislamiento.
Tanto su cara de inocencia como su curiosidad le fueron tiles a bordo del Robert Q.
Cuando el Robert Q. aterriz en la plataforma exterior de la Estacin Cinco,
Vernadsky subi a bordo casi inmediatamente. Manifestaba ese desbordante regocijo
que, de ser perro, habra acompaado de un menear de cola y un alegre concierto de
ladridos.
El hecho de que el capitn del Robert Q. acogiera sus risas con el silencio severo y
desabrido que se reflejaba pesadamente en su rostro de toscas facciones, no importaba
en absoluto. Para. Vernadsky, la nave representaba la tan deseada compaa y era bien
venida. A su disposicin pona la cantidad que quisiera de los millones de galones de
hielo y las toneladas de concentrados de alimentos congelados que se almacenaban en el
interior del asteroide hueco que serva de Estacin Cinco. Vernadsky tena lista toda
clase de herramental elctrico que pudiera hacer falta, toda clase de recambios
necesarios para un motor ultra-atmico.
Todo el semblante juvenil de Vernasdky irradiaba alegra mientras rellenaba el
impreso rutinario, tomando rpidamente anotaciones que ms tarde pasara a datos de
computadora para archivarlos. Anot el nombre de la nave y su nmero de serie, el
nmero de motor, nmero del generador de campo y dems, puerto de embarque
(hemos tocado un montn de puertos por todos estos malditos asteroides, ya no
recuerdo cul fue el ltimo, y Vernadsky escribi simplemente Cinturn, que era la
abreviatura usual de Cinturn de Asteroides); puerto de destino (la Tierra); motivo
de su escala (fallos en la transmisin ultra-atmica).
-Cuntos componen su tripulacin, capitn? -pregunt Vernadsky mientras revisaba
la documentacin de la nave.
-Dos -dijo el capitn-. Qu tal si echa una mirada a los ultra-atmicos? Llevamos un
cargamento para entregar -tena azulencas las mejillas debido al espesor de su barba, y
su aspecto era el de un endurecido minero que ha pasado toda su vida en los asteroides.
Sin embargo, tena una manera de hablar propia de un hombre educado, casi adulto.
-Por supuesto -Vernadsky subi su equipo detector a la sala de motores, seguido del
capitn. Comprob los circuitos, el grado de vaco y la densidad del campo de fuerza
con toda soltura y diligencia.
No pudo evitar hacerse sus reflexiones acerca del capitn. A pesar de la aversin que
l senta por lo que le rodeaba, se daba cuenta vagamente de que haba algunas personas
que sentan fascinacin por los inmensos vacos y por la libertad de los espacios. Sin
embargo, presenta que un hombre como el capitn no sera minero de los asteroides
slo por amor a la soledad.
-Transporta usted algn tipo especial de mineral? -pregunt.
-
Isaac Asimov 21 La piedra viviente
-Cromo y manganeso -dijo el capitn, frunciendo el ceo.
-De veras?... Yo en su lugar le cambiara el multiplicador Jenner.
-Es eso lo que va mal?
-No, no es eso. Pero lo lleva algo gastado. Se arriesga a tener otro fallo dentro de un
milln de millas. Y puesto que est aqu la nave...
-De acuerdo, cmbielo. Pero haga el favor de encontrar la pega.
-Hago lo que puedo, capitn.
La ltima observacin del capitn fue lo bastante spera como para desanimar
incluso a Vernasdky. Durante un rato trabaj en silencio; luego se puso en pie.
-Tiene usted velado un semirreflector gamma. Cada vez que el haz de positrones
completa el ciclo de su recorrido, la transmisin vacila un segundo. Tendr que
cambiarlo.
-Cunto tardar?
-Varias horas. Quiz doce.
-Cmo? Ya voy con retraso.
-Lo siento -Vernadsky segua de buen humor-. Es lo ms que puedo hacer. Hay que
inundar de helio el sistema durante tres horas, antes de que yo pueda entrar en l. Y
despus tengo que ajustar el nuevo semirreflector, y eso lleva tiempo. Podra hacerle
una reparacin en cuestin de minutos, pero no quedara del todo bien. Tendra una
avera antes de llegar a la rbita de Marte.
-Pues venga. Empiece de una vez -dijo el capitn de mal talante.
Vernadsky traslad con cuidado el bidn de helio a bordo de la nave. Dado que los
generadores de pseudogravedad estaban desconectados, su peso era prcticamente nulo,
aunque conservaba toda su masa e inercia. Las operaciones resultaban an ms difciles,
puesto que tambin Vernadsky careca de peso.
Debido a que andaba con la atencin puesta enteramente en el bidn de helio, se
equivoc al doblar una esquina en el atestado interior de la nave, y se encontr de
pronto en un compartimiento extrao y oscuro.
Slo tuvo tiempo de dar un grito de sorpresa, y acudieron precipitadamente dos
hombres que les echaron fuera, a l y al bidn, y cerraron la puerta.
Guard silencio mientras ajustaba el bidn a la vlvula de entrada del motor y
escuchaba el ruido suave, como un suspiro prolongado, que el helio produca a medida
que inundaba el interior, barriendo lentamente los gases empadados de radiactividad
hacia el espacio vaco que todo lo admite.
-
Su curiosidad se impuso sobre su prudencia, y dijo:
-Lleva usted una gran siliconia a bordo de la nave, capitn. Es enorme.
El capitn se volvi lentamente hacia Vernadsky.
-Ah, s? -pregunt con una voz completamente neutra.
-La he visto. Le importara que le echara otra mirada?
-Para qu?
-Bueno, ver usted, capitn, hace ms de medio ao que estoy en esta roca. He ledo
todo lo que ha cado en mis manos sobre asteroides, lo cual quiere decir que me he ledo
todo lo que se refiere a las siliconias. Y jams he visto ni siquiera una pequea. Sea
comprensivo -dijo Vernadsky con tono implorante.
-Creo que tiene un trabajo que hacer.
-Slo dejar que el helio vaya limpiando durante unas horas. Mientras no termine, no
tengo nada que hacer. Pero cmo es que transporta usted una siliconia, capitn?
-Es mi mascota. Hay a quien le gustan los perros. A m me gustan las siliconias.
-Ha logrado que hable?
El capitn se azor.
-Por qu lo pregunta?
-Algunas han hablado. Otras llegan incluso a leer el. pensamiento.
-Qu es usted? Un experto en estas malditas cosas?
-He ledo sobre todas estas cosas. Ya se lo he dicho. Vamos, capitn. Djeme verla.
Vernadsky hizo como que no se daba cuenta de que tena al capitn enfrente y un
tripulante a cada lado. Cualquiera de los tres era ms alto que l, ms pesado, y todos
ellos -estaba seguro- iban armados.
-Bueno, qu hay de malo? No se la voy a robar. Slo quiero verla -dijo Vernadsky.
Debi de ser el trabajo de reparacin sin terminar, lo que le salv la vida en ese
momento. An ms, puede que fuera su aspecto de alegre y estpido candor lo que hizo
que le dejaran tranquilo.
-Bueno, vamos -dijo el capitn.
Y Vernadsky le sigui, mientras trabajaba su gil pensamiento y el pulso le galopaba
febrilmente.
-
Isaac Asimov 23 La piedra viviente
Vernadsky contempl con verdadero pavor y algo de repugnancia la criatura gris que
tena delante. Era completamente cierto que no haba visto jams una siliconia, pero
haba visto fotos tridimensionales y haba ledo descripciones de ella. Sin embargo, la
presencia real y efectiva de una cosa tiene algo que no pueden suplir ni las palabras ni
las fotografas.
Tena la piel de un gris suavemente aceitoso. Sus movimientos eran lentos, como
correspondan a una criatura que se cobijaba en la piedra y era de piedra ms de la mitad
de s misma. No se vea la menor contorsin de msculos debajo de esa piel; en cambio,
se mova de un modo viscoso mediante delgadas placas de piedra que resbalaban
grasientas unas sobre otras.
En general, tena una forma ovoide, redonda por arriba, aplastada por abajo, con dos
series de apndices. Debajo estaban las patas dispuestas radialmente. Tena seis en
total y terminaban en afiladas puntas silceas, reforzadas con unas fundas metlicas.
Estas extremidades podan trocear la roca, desmenuzndola en porciones comestibles.
En la achatada base de la criatura, oculta a la vista a menos que pusieran del revs a
la siliconia, estaba la nica abertura hacia su interior. Se meta las piedras
desmenuzadas en esa cavidad. Dentro, la piedra caliza y los silicatos hidratados
reaccionaban para formar las siliconas con las que se formaban los tejidos de la criatura.
El slice sobrante volva a salir por la cobertura en forma de excrementos blancos como
guijarros.
Qu desconcertados se sintieron los extraterrlogos ante los suaves guijarros
diseminados por las pequeas operarias de las estructuras rocosas de los asteroides,
hasta que fueron descubiertas las primeras siliconias! Y cmo se maravillaban
despus al ver la manera con que estas criaturas hacan que las siliconias -estos
polmeros de silicona y oxgeno con cadenas laterales de hidrocarburo- realizaran esa
multiplicidad de funciones que las protenas realizan en la vida terrestre!
De lo ms alto del dorso de la criatura surgan los restantes apndices, dos conos
invertidos, huecos y en direcciones opuestas, que encajaban cmodamente en sus
correspondientes huecos situados a lo largo del dorso y an levantarse un poco hacia
arriba.
Cuando la siliconia horadaba la roca, plegaba las orejas para ofrecer el menor
obstculo posible en su avance. Cuando descansaba en su caverna excavada, las sacaba
para poder captar mejor y con ms sensibilidad. El vago parecido que tenan con las
orejas de un conejo hacan inevitable el nombre de siliconia. Los extraterrlogos ms
serios, que se referan habitualmente a esas criaturas con el nombre de Siliconeus
asteroidea, pensaban que las orejas deban tener alguna relacin con los rudimentarios
poderes telepticos que tales bestias posean. Pero haba tambin una minora que
sostena otras hiptesis. La siliconia se deslizaba lentamente por encima de una roca
untada de aceite. En un rincn del compartimiento haba un montn ms de rocas
esparcidas, que, como Vernadsky saba, constituan el alimento de aquella criatura. O al
menos la necesitaba para la formacin de sus tejidos. Porque, segn haba ledo, eso
slo no bastaba para proporcionarle toda su energa.
Vernadsky estaba maravillado.
-
-Es un monstruo dijo-. Tiene casi medio metro de ancho.
El capitn refunfu unas palabras evasivas.
-Dnde la consigui? -pregunt Vernadsky.
-La encontr en una roca.
-Pues escuche, la mayor que se ha encontrado tendr unos cinco centmetros. Esta la
poda vender a algn museo o universidad de la Tierra por un par de miles de dlares,
quiz.
El capitn se encogi de hombros.
-Bueno, ya la ha visto. Volvamos a los motores.
Haba agarrado fuertemente a Vernadsky por el codo, y estaban ya a punto de
marcharse, cuando algo vino a detenerles: una voz a la vez lenta y farfullante, hueca y
arenosa.
Fue producida mediante la friccin cuidadosamente modulada de unas placas contra
otras, y Vernadsky se qued mirando con horror a quien haba hablado.
Era la siliconia, que se haba convertido de repente en una piedra parlante. Haba
dicho:
-El hombre se pregunta si esta cosa puede hablar.
-Vlgame el espacio, s que habla! -susurr Vernadsky.
-Muy bien -dijo el capitn con impaciencia-. Ya la ha visto y la ha odo tambin.
Vmonos ya.
-Y lee el pensamiento -dijo Vernadsky.
La siliconia dijo:
-Marte da una vuelta cada dos cuatro horas tres siete y medio minutos. La densidad
de Jpiter es uno punto dos. Urano fue descubierto en el ao uno siete ocho uno. Plutn
es el planeta ms alejado. El Sol es el ms pesado, con una masa de dos cero cero cero
cero cero...
El capitn tir de Vernadsky y se lo llev. Vernadsky, medio andando hacia atrs,
medio tropezando, escuchaba fascinado aquel apagado zumbido de ceros.
-De dnde sac la piedra todas esas tonteras, capitn? -pregunt.
-Le lemos un viejo libro de Astronoma. Muy viejo. De antes de que se inventaran
los viajes espaciales -dijo uno de los tripulantes con disgusto-. Ni siquiera era un libro-
film. Se trataba de una impresin corriente.
-
Isaac Asimov 25 La piedra viviente
-Cllate -dijo el capitn
Vernadsky, comprob la salida de helio que iba eliminando las radiaciones gamma.
Ya era hora de terminar la limpieza y ponerse a trabajar en el interior. Fue un trabajo
concienzudo, y Vernadsky slo lo interrumpi una vez para tomarse un caf y
descansar.
-Sabe cmo me lo imagino todo, capitn? -dijo con la inocencia brillando en su
sonrisa-. Me imagino a esa cosa viviendo dentro de las rocas de algn asteroide durante
toda su vida. Durante cientos de aos, quiz. Es un bicho tremendo, y probablemente es
mucho ms listo que las siliconias corrientes. Entonces viene usted y la encuentra, y ella
descubre que el universo no es slo roca. Descubre trillones de cosas que nunca haba
imaginado, por eso le interesa la Astronoma. Son un mundo nuevo todas esas ideas que
encuentra en el libro y en las mentes humanas, tambin. No cree usted?
Trataba desesperadamente de hacer hablar al capitn, sonsacarle algo concreto en
qu poder basar sus deducciones. Por ese motivo se arriesg a decir eso, que deba de
ser la mitad de la verdad. La mitad ms pequea, por supuesto.
Pero el capitn, recostado contra el mamparo con los brazos cruzados, se limit a
decir:
-Cundo lo tendr terminado?
Fue su ltimo comentario, y Vernadsky se vio obligado a contentarse con ello. El
motor qued finalmente arreglado a gusto de Vernadsky, y el capitn pag al contado
unos honorarios razonables, cogi su recibo y despeg en medio de una llamarada de
hiperenerga de la nave.
Vernadsky vio cmo se alejaba, y sinti una excitacin casi irresistible. Se dirigi
rpidamente al transmisor subetrico.
-Tengo que tener razn -murmur para s-, tengo que tenerla.
El oficial Milt Hawkins recibi la llamada en la soledad de su alojamiento en el
Puesto de Polica del Asteroide nmero 72. Estaba a solas, con una barba de dos das,
una lata de cerveza y un proyector de pelculas, y la melancola que reflejaba su rostro
colorado y mofletudo era el resultado de la soledad en que viva, igual que lo era la
forzada animacin de los ojos de Vernadsky.
El oficial Hawkins se encontr de pronto mirando esos ojos y se sinti feliz. Aun
cuando se tratara slo de Vernadsky, la compaa era bien venida. Le salud efu-
sivamente y escuch complacido el sonido de la voz sin preocuparse demasiado de lo
que deca.
De pronto, la diversin desapareci y prest atencin. -Un momento. Un-mo-men-
to! -dijo-. De qu ests hablando?
-No me has escuchado, polizonte sordo? Estoy poniendo toda el alma en lo que te
digo.
-
-Bueno, dmelo por partes, por favor. Qu dices de una siliconia?
El tipo ese lleva una a bordo. Dice que es su mascota y la alimenta con rocas
grasientas.
-Bah! Un minero de la ruta de los asteroides sera capaz de convertir un pedazo de
queso en su mascota, si pudiera hacer que le diera conversacin.
-Pero no es una silicona normal y corriente. No se trata de una de esas que tienen
unos pocos centmetros. Tiene ms de treinta centmetros de ancho. No lo com-
prendes? Espacio! Yo crea que un tipo que vive aqu tenia que saber algo sobre los
asteroides.
-Est bien. Por qu me lo cuentas?
-Escucha, las rocas grasientas le sirven para formar sus tejidos, pero de dnde crees
que consigue su energa una siliconia de ese tamao?
-No tengo ni idea.
-Exactamente de... hay alguien ah en este momento?
-En este momento, no. Ojal.
-Dentro de un minuto no pensars as. Las siliconias obtienen su energa mediante la
absorcin directa de rayos gamma.
-Quin lo dice?
-Lo dice un tipo llamado Wendell Urth. Es un extraterrlogo muy famoso. Y es ms,
dice que para eso es para lo que le sirven las orejas a la siliconia -Vernadsky se puso los
dedos ndices en las sientes y los movi rpidamente-. Nada de telepatas. Detecta la
radiacin gamma a niveles que no puede detectar ningn instrumento humano.
-Muy bien. Y qu? -pregunt Hawkins. Pero comenzaba a ponerse pensativo.
-Pues eso: que Urth dice que no hay suficiente radiacin gamma en ningn asteroide
para alimentar siliconias de ms de tres o cuatro centmetros. Ni hay suficiente
radiactividad. Y aqu tenemos una de casi medio metro, unos treinta y ocho centmetros
largos.
-Bueno...
-Quiere decirse que la ha tenido que sacar de algn asteroide que est rebosante de
energa, plagado de uranio, macizo de tantos rayos gamma. Un asteroide con suficiente
radiactividad como para estar caliente al tacto y lejos de las rbitas regulares, de modo
que nadie se ha tropezado con l. Supn que algn muchacho avispado aterriza en ese
asteroide por casualidad y se da cuenta del calor de las rocas y se pone a pensar. Ese
capitn del Robert Q. no es un ignorante buscador de piedras. Es un tipo astuto.
-
Isaac Asimov 27 La piedra viviente
-Sigue.
-Suponte que hace estallar algn pedazo de roca para hacer una comprobacin, y
descubre una siliconia gigante.. Entonces se da cuenta de que ha descubierto el filn
ms increble de la historia. Y no necesita investigaciones. La silconia puede guiarle a
las vetas ricas.
-Por qu?
-Porque quiere conocer el universo. Porque ha pasado quiz un millar de aos bajo la
roca, y acaba de descubrir las estrellas. Puede leer el pensamiento, y puede incluso
aprender a hablar. Podra haber hecho un trato. Escucha, el capitn se apresurara a
aprovecharlo. La explotacin del uranio es un monopolio estatal. A los mineros sin
licencia no se les permite ni siquiera llevar contadores. Sera una ocasin estupenda para
el capitn.
-Quiz tengas razn -dijo Hawkins.
-Nada de quiz. Tenas que haberles visto a mi lado mientras contemplaba la
siliconia, dispuestos a saltar sobre m si deca una sola palabra extraa. Tenas que
haberles visto cmo me sacaron a los dos minutos.
Hawkins se frot su rasposa barbilla con la mano y calcul mentalmente el tiempo
que tardara en afeitarse.
-Cunto tiempo puedes retener al tipo en tu estacin? -pregunt.
-Retenerlo! Espacio! Se ha marchado!
-Qu? Entonces de qu demonios estamos hablando? Por qu le has dejado
marchar?
-Eran tres individuos -explic Vernadsky con paciencia-. Todos eran ms grandes
que yo, iban armados y apuesto a que los tres estaban dispuestos a matar. Qu queras
que hiciera?
-De acuerdo, pero qu hacemos ahora?
-Salir y cogerles. Es la mar de fcil. Estuve reparndole los semirreflectores y lo hice
a mi modo. Se les cortar el suministro de energa dentro de unas diez mil millas. Y les
instal un rastreador en el multiplicador Jenner.
Hawkins abri los ojos con sorpresa ante el sonriente rostro de Vernadsky.
-Santo Toledo!
-Y no metas a nadie en esto. Slo t, yo y el crucero de la polica. Ellos no tendrn
energa y nosotros dispondremos de un can o dos. Nos dirn dnde est el asteroide
de uranio. Lo localizamos, y despus nos ponemos en contacto con el Cuartel General
de la Patrulla. Les entregaremos tres, repito, tres contrabandistas de uranio, una siliconia
gigante como jams vio nadie en la Tierra, y un, repito, un pedazo de mineral de uranio
tremendo, como tampoco habr visto nadie en la Tierra. Y a ti te ascendern a teniente y
a m me darn un trabajo permanente en la Tierra. De acuerdo?
-
Hawkins estaba aturdido.
-De acuerdo -grit-. Voy para all.
Antes de localizar la nave por el dbil reflejo del Sol, estaban ya casi encima.
-Es que no les has dejado energa suficiente para las luces de la nave? No les
quitaras el generador de emergencia, verdad?
Vernadsky encogi los hombros.
-Estn ahorrando energa, esperando que alguien les recoja. Apuesto a que en este
momento estn empleando toda la que tienen en una llamada sub-etrica.
-Si es as, yo no la estoy recibiendo -dijo Hawkins con sequedad.
-No?
-Lo que se dice nada.
El crucero de la polica se aproxim en espiral. Su presa, con la energa cortada, iba
por el espacio a la deriva, a una velocidad uniforme de diez mil millas por hora. El
crucero se puso a su altura, a la misma velocidad, y se aproxim a la nave a la deriva.
Una expresin de angustia cruz el semblante Hawkins.
-Oh, no! -Qu pasa?
-Esa nave ha recibido un impacto. Un meteoro. Sabe Dios los que habr en el
cinturn de los asteroides.
El rostro y la voz de Vernadsky perdieron toda su animacin:
-Un impacto? Han naufragado?
-Tiene un boquete del tamao de una puerta de establo. Lo siento, Vernadsky, pero
esto puede tomar mal cariz.
Vernadsky cerr los ojos y trag saliva con fuerza. Saba lo que Hawkins quera
decir. Vernadsky haba reparado mal la nave deliberadamente, cosa que poda llegar a
ser considerada como un delito. Y toda muerte que se deriva de un delito constituye un
asesinato.
-Escucha, Hawkins, t sabes por qu lo hice -dijo.
-Yo s lo que t me has contado y lo testificar as, si es necesario. Pero si esta nave
no haca contrabando...
No termin la frase. Ni tena por qu.
Entraron en la nave destrozada protegidos con sus trajes espaciales.
-
Isaac Asimov 29 La piedra viviente
El Robert Q. era un montn de chatarra, por dentro y por fuera. Al no tener energa,
no haba tenido posibilidad de levantar la ms mnima pantalla contra la roca que se les
vino encima, o detectarla a tiempo; o de evitarla, si es que la llegaron a detectar. La roca
haba perforado el casco de la nave como si se tratara de una simple chapa de aluminio.
Haba aplastado la cabina del piloto, haba provocado el escape del aire de la nave y
haba matado a los tres hombres que haba a bordo.
Un miembro de la tripulacin haba ido a estamparse contra el mamparo a causa del
impacto, y ahora no era ms que un montn de carne congelada. El capitn y el otro
tripulante yacan en actitudes rgidas con la piel congestionada por cogulos de sangre
helados donde el aire, al salir hirviendo de la sangre, haba roto los vasos.
Vernadsky, que nunca haba visto esa clase de muerte en el espacio, se sinti
enfermo; pero luch para no vomitar dentro de su traje espacial, y lo consigui.
-Vamos a comprobar el mineral que transportaba. Tiene que estar viva. Tiene que
estarlo -se deca a s mismo-. Tiene que estarlo.
La puerta de la bodega se haba alabeado por la violencia de la colisin y quedaba
una rendija de un centmetro en el lugar donde ya no encajaba con el marco.
Hawkins levant el contador que llevaba en su mano enguantada y orient la ventana de
mica hacia aquella grieta.
Crepit como un milln de urracas.
-Ya te lo dije -dijo Vernadsky con inmenso alivio. El haber averiado la nave no poda
interpretarse ahora sino como una ingeniosa y muy loable manera de cumplir con su
deber de ciudadano, y la colisin del meteoro que haba causado la muerte de los tres
hombres no era ms que un lamentable accidente.
Tuvieron que disparar dos veces el rayo de sus pistolas para hacer saltar la puerta
retorcida y, a la luz de sus linternas, descubrieron toneladas de rocas.
Hawkins cogi dos pedazos de discreto tamao y los dej caer cuidadosamente en
uno de los bolsillos de su traje.
-Como pruebas -dijo- y para verificarlas.
-No las tengas demasiado tiempo cerca de la piel -le aconsej Vernadsky.
-El traje me proteger hasta que lleguemos a la nave. Despus de todo, no es uranio
puro.
-Apuesto a que casi lo es -Vernadsky haba recuperado toda su anterior jactancia.
-Bueno, esto simplifica las cosas. Hemos detenido a una banda de contrabandistas,
quiz, o a parte de ella. Pero qu hacemos ahora?
-El asteroide de uranio...
-
-De acuerdo, dnde est? Los nicos que lo saban estn muertos.
-Espacio!
Y de nuevo se desvaneci la animacin de Vernadsky. Sin el asteroide, slo tena
tres cadveres y una pocas toneladas de mineral de uranio. La cosa estaba bien, pero no
era nada espectacular. Significara una mencin, s, pero l no buscaba una mencin.
Aspiraba a una promocin, a un trabajo fijo cerca de la Tierra, y eso requera algo ms.
-Por todos los espacios, la siliconia! Puede vivir en el vaco. De hecho, vive siempre
en el vaco, y sabe dnde est el asteroide.
-Bien! -exclam Hawkins con repentino entusiasmo-. Dnde est esa cosa?
-A popa -exclam Vernadsky-. Por aqu.
La siliconia brill a la luz de sus linternas. Se mova y estaba viva.
A Vernadsky le lata el corazn con violencia a causa de la excitacin.
-Tenemos que llevrnosla, Hawkins.
-Por qu?
-El sonido no se transmite en el vaco, por el del espacio! Tenemos que trasladarla al
crucero.
-De acuerdo, de acuerdo.
-Pero no podemos envolverla en un traje transmisor de radio.
-He dicho que de acuerdo.
La trasladaron con toda precaucin y cuidado, sujetando amorosamente, con los
dedos enfundados en unos guantes metlicos, la grasienta superficie de la criatura.
Hawkins la sostuvo mientras salan a trompicones del Robert Q.
Ahora la tenan en la sala de control del crucero. Los dos hombres se haban
despojado de los cascos, y Hawkins se estaba quitando el traje. Vernadsky fue incapaz
de esperar.
-Puedes leer nuestros pensamientos? -pregunt. Contuvo el aliento, hasta que
finalmente el roce de las placas que cubran la roca se modul formando palabras. Para
Vernadsky, no caba imaginar en ese momento sonido ms agradable.
-S --dijo la siliconia-. Vaco alrededor. Nada -aadi.
-Qu? -pregunt Hawkins. Vernadsky le hizo callar.
-
Isaac Asimov 31 La piedra viviente
--Supongo qu es a causa del viaje que acabamos de hacer por el espacio. Debe de
haberle impresionado.
-Los hombres que estaban contigo encontraron uranio, un mineral especial, con
radiaciones, energa le dijo a la siliconia, gritando las palabras como para hacer ms claros sus pensamientos.
-Queran comida ---dijo el dbil y arenoso sonido. Por supuesto! Para la siliconia se
trataba de comida. Era una fuente de energa.
-Les enseaste dnde podan conseguirla? -pregunt Vernadsky.
-S.
-Casi no lo oigo -dijo Hawkins.
-Hay algo que no va bien -dijo Vernadsky preocupado-. Te encuentras bien? -grit de
nuevo.
-No bien. Aire se fue de pronto. Algo mal dentro.
-La descompresin repentina debe haberla daado -murmur Vernadsky-. Oh, Dios!...
Escucha, t sabes lo que quiero. Dnde est tu casa? El lugar de la comida?
Los dos hombres guardaron silencio, esperando.
Las orejas de la siliconia se levantaron lentamente, muy lentamente, temblaron y
cayeron de nuevo.
-All -dijo-. Por all.
-Dnde? -grit Vernadsky. -All.
-Est haciendo algo. Est sealando hacia algn sitio -dijo Hawkins.
--Seguro, slo que no sabemos en qu direccin.
-Bueno, qu esperas que haga? Dar las coordenadas?
-Por qu no? -replic Vernadsky con viveza.
Se volvi de nuevo hacia la siliconia que yaca acurrucada en el suelo. Ahora no se
mova, y su aspecto exterior presentaba una torpeza que pareca un mal presagio.
-El capitn sabia dnde estaba tu comida. Tena unos nmeros para localizarla, verdad?
-dijo Vernadsky. Pidi al cielo que la siliconia le entendiera, que leyera sus pensamientos
y no se limitara solamente a escuchar sus palabras.
-S -dijo la siliconia con una suspirante friccin de roca.
-
-Tres grupos de nmeros -dijo Vernadsky. Tenan que ser tres. Tres coordenadas en el
espacio con sus fechas, que daban tres posiciones del asteroide en su rbita alrededor del
Sol. Con estos datos se poda calcular la rbita completa y determinar su posicin en
cualquier momento. Incluso podan determinarse, sobre poco ms o menos, las
perturbaciones planetarias.
-S -dijo la siliconia, an ms bajo.
-Cules eran? Cules eran los nmeros? Escrbelos, Hawkins. Coge un papel.
-No lo s. Nmeros no importantes. La comida all -dijo la siliconia.
-La cosa est bastante clara. No necesitaba las coordenadas, as que no les prest
atencin.
-Pronto no... -una larga pausa, y luego, lentamente, como si probara una palabra nueva,
poco familiar, aadi-: ...viva. Pronto -una pausa an mayor- ...muerta. Despus de la
muerte, qu?
-Espera -implor Vernadsky-. Dime, escribi el capitn esos nmeros en algn sitio?
La siliconia no contest durante un largo rato, y luego, mientras los dos hombres se
inclinaban de tal modo que sus cabezas casi rozaban la piedra agonizante, dijo:
-Despus de la muerte, qu?
-Dame una respuesta. Slo una. El capitn debe haber escrito los nmeros. Dnde?
Dnde?
-Sobre el asteroide -susurr la siliconia. Y dej de hablar para siempre.
La roca estaba muerta; tan muerta como la roca que le dio el ser; tan muerta como las
paredes de la nave; tan muerta como un ser humano muerto.
Vernadsky y Hawkins se pusieron en pie y se miraron desesperanzados.
-No tiene sentido -dijo Hawkins-. Por qu iba a escribir las coordenadas en el
asteroide? Es como guardar la llave en el estuche que ha de abrir.
Vernadsky movi la cabeza.
-Una fortuna en uranio -dijo-. El mayor. filn de la historia, y no sabemos dnde est.
H. Seton Davenport mir a su alreredor con una extraa sensacin de placer. Aun
relajado, su arrugado rostro de pronunciada nariz mostraba habitualmente cierta
expresin de dureza. La cicatriz de su mejilla derecha, su pelo negro, sus cejas
asombradas y el color moreno de su piel, todo contribua hasta en el menor detalle a
darle el aspecto de incorruptible agente de la Oficina Terrestre de Investigacin, como
as era.
-
Isaac Asimov 33 La piedra viviente
Sin embargo, una especie de sonrisa asom a sus labios mientras contemplaba la
gran habitacin, en donde la penumbra haca parecer infinitas las filas de libro-films, y
daba un relieve misterioso a unos ejemplares de no-se-sabe-qu procedentes de Dios-
sabe-dnde. El desorden total, el aire de separacin y casi aislamiento del mundo,
daban un aspecto irreal a la habitacin. La hacan parecer tan irreal como su
propietario.
Dicho propietario estaba sentado en una combinacin de silln y mesa, baado
por la luz brillante de la nica lmpara que haba en la habitacin. Pasaba lentamente
las pginas de unos informes oficiales que tena entre manos. Aparte de esto, su
mano slo se mova para ajustarse las gruesas gafas que a cada momento
amenazaban con carsele del todo de su nariz roma y completamente aplastada. Su
voluminosa barriga suba y bajaba sosegadamente mientras lea.
Era el doctor Urth, el ms afamado extraterrlogo de la Tierra, si el juicio de los
expertos tena algn valor. Los hombres acudan a l para consultarle toda clase de
cuestiones ajenas a la Tierra, aun cuando el doctor Urth, desde que entrara en edad
adulta, jams se haba alejado ms all de la hora de camino que haba de su casa al
campus de la Universidad.
Alz la vista solemnemente hacia el inspector Davenport.
-Es muy inteligente ese joven Vernadsky -dijo.
-Al deducir todo eso de la siliconia, no? Desde luego -dijo Davenport.
-No, no. Deducir eso era cosa sencilla. De hecho era inevitable. Cualquier necio lo
habra visto. Yo me refiero-y su mirada se hizo un tanto severa- al hecho de que el
jovenzuelo haya ledo mis trabajos sobre la sensibilidad de la Siliconeus asteroidea a
los rayos gamma.
-Ah, s! -exclam Davenport. Naturalmente, el doctor Urth era un experto en
siliconias. Por eso haba venido Davenport a consultarle. Slo tena una pregunta que
hacer a este hombre; una pregunta sencilla. Sin embargo, el doctor Urth haba sacado
hacia fuera sus gruesos labios, haba movido la cabeza gravemente y haba pedido ver
todos los documentos del caso.
Normalmente habra sido imposible tal cosa, pero el doctor Urth haba prestado.
recientemente un gran servicio al T. B. I. en el caso de las Campanas Armoniosas de la
Luna, echando abajo la original falta de coartada por la gravedad lunar, as que el
inspector haba accedido.
El doctor Urth termin de leerlos, dej los papeles sobre la mesa; dio un tirn al
faldn de su camisa al tiempo que soltaba un gruido, sacndoselo del apretado encierro
de su cinturn, y se limpi las gafas con l. Mir los cristales al trasluz para ver si
haban quedado limpios, volvi a colocarse las gafas precariamente sobre su nariz, y
cruz las manos sobre el vientre entrelazando sus dedos gordezuelos.
-Quiere repetirme la pregunta, inspector? Davenport repiti pacientemente:
-
-Es cierto, en su opinin, que una siliconia del tamao y tipo descritos por el
informe slo podra desarrollarse en un mundo rico en uranio?
-En material radiactivo -interrumpi el doctor Urth-. Torio quiz, o tal vez uranio.
-Entonces, su respuesta es s?
-S.
-Qu tamao tendra ese mundo?
-Una milla de dimetro, tal vez -dijo el extraterrlogo pensativo-. Puede que ms.
-Y cuntas toneladas de uranio, o, mejor dicho, de material radiactivo?
-Cuestin de trillones. Como mnimo.
-Sera tan amable de hacer constar todo eso por escrito y avalarlo con su firma?
-Por supuesto.
-Muy bien, doctor -Urth Davenport se puso de pie, cogi su sombrero con una mano y
el legajo de informes con la otra-. Eso es todo lo que necesitamos.
Pero la mano del doctor Urth se movi hacia los informes y la dej descansar sobre
ellos.
-Espere. Cmo va a encontrar el asteroide?
-Buscndolo. Designaremos un sector de espacio a cada una de las naves de que
dispongamos y... a buscar.
-Cunto gasto, tiempo y esfuerzos! Y nunca lo encontrarn.
-Es una probabilidad entre mil. Puede que s.
-Una entre un milln. No lo encontrarn.
-No podemos renunciar al uranio sin hacer algn intento. Su opinin profesional ya
pone bastante alto su valor.
-Pero hay un modo mejor de encontrar el asteroide. Yo puedo encontrarlo.
Davenport dirigi al extraterrlogo una repentina y aguda mirada. A pesar de las
apariencias, el doctor Urth no era ningn tonto. Tena experiencia personal al respecto.
Por eso haba un asomo de esperanza en su voz cuando le pregunt:
-Cmo puede encontrarlo?
-Primero, mi recompensa -dijo el doctor Urth.
-
Isaac Asimov 35 La piedra viviente
-Recompensa?
-O mis honorarios, si as lo prefiere. Cuando el Gobierno llegue al asteroide, puede
que haya all otra siliconia de gran tamao. Las siliconias son muy valiosas. Es la nica
forma de vida que tienen los tejidos de siliconia slida y el fludo circulatorio de
siliconia lquida. Puede que est en ellas la respuesta a la cuestin de si los asteroides no
fueron en un principio sino partes de un nico cuerpo planetario. Y de otros muchos
problemas... Me comprende?
-Quiere decir que desea que se le entregue una siliconia de gran tamao?
-Viva y en buen estado. Y libre de gastos. S.
-Estoy seguro de que el Gobierno aceptar. Ahora, qu es lo que piensa?
El doctor Urth dijo suavemente, como si eso lo explicara todo:
-La frase de la siliconia.
-Qu frase? -Davenport pareca desconcertado.
-La que aparece en el informe. La que dijo la siliconia momentos antes de morir.
Vernadsky le estaba preguntando si el capitn haba escrito las coordenadas y ella
contest: Sobre el asteroide.
Una expresin de intensa desilusin cruz el rostro de Davenport.
-Gran espacio! Doctor, eso ya lo sabemos, y lo hemos considerado bajo todos sus
ngulos. Bajo todos los ngulos posibles. No significa nada.
-Nada en absoluto, inspector?
-Nada que valga la pena. Lea el informe de nuevo. La siliconia no estaba ni siquiera
escuchando a Vernadsky. Senta cmo se le acababa la vida y se preguntaba sobre ello.
Pregunt por dos veces: Despus de la muerte, qu? Luego, al seguirle preguntando
Vernadsky, contest: Sobre el asteroide. Probablemente, ni siquiera oy la pregunta
de Vernadsky. Estaba contestando a su propia interrogante. Seguramente pensaba que
despus de la muerte volvera a su propio asteroide; a su casa, donde estara de nuevo a
salvo. Eso es todo.
El doctor Urth neg con la cabeza.
-Es usted demasiado poeta. Imagina demasiado. El problema es interesante, veamos
si es usted capaz de resolverlo por s solo. Supongamos que la frase de la siliconia fuera
una respuesta a Vernadsky.
-Aunque as fuese -dijo Davenport impaciente-, de qu nos servira? En qu
asteroide? En el asteroide de uranio? No lo podemos encontrar, as que no podemos
encontrar las coordenadas. En algn otro asteroide que el Robert Q. empleara como
base? No lo podemos encontrar tampoco.
-
-Cmo se aparta de lo evidente, inspector. Por qu no se pregunta qu signific