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ASPECTOS DE LA IDEOLOGÍA QUEVEDESCA EN LA ESPAÑA DEFENDIDA Victoriano Roncero López SUNY - Stony Brook En 1609 Que vedo inició la redacción de la España defendida, intelectualmente, sin duda alguna, uno de sus proyectos más ambiciosos. Ya había escrito, y circulaban en copias manuscritas, varios de los Sueños, obras festivas, el Anacreón castellano, la primera versión del Focílides, estas dos últimas obras dedicadas al duque de Osuna, las Lágrimas de Hieremías castellanas 1 , y numerosas poesías. Se trata de un número im- portante de textos, suficientes para poder afirmar que en este momento se hallaban ya bien marcadas varias de las líneas genéricas e ideológicas de lo que había de ser su producción posterior: el humor y la erudición. Los dos componentes, sin embargo, no se excluyen, sino que reflejan dos puntos de acercamiento distinto a temas y problemas que rondarán al autor a lo largo de toda su vida, porque, como señaló muy bien Juventino Caminero, «nuestro autor se ha asignado la misión específica y no traicionada de pro- pagar su ideología político-social y religiosa en todos sus escritos» 2 . Esta ideología político-social y religiosa, como vamos a ver en este trabajo, mantie- ne una coherencia y consistencia que se aprecia desde estas primeras obras y que se halla presente con el mismo vigor en las últimas escritas, como la Hora de todos o el 1 En esta obra parece referirse a la España defendida: «Que realmente no ai lengua que más ni mexor case las frasis con la hebrea que la nuestra, por tener casi la misma gramática, como mostraremos algún día»; cito por la edición de Edward M. Wilson y José Manuel Blecua, Madrid, Anejos de RFE, 1953; pp. 119-120. Las demás citas de Quevedo, a no ser que se especifique lo contrario, están tomadas de F. De Quevedo, Obras completas. Obras en prosa, ed. de Felicidad Buendía, Madrid, Aguilar, 1979 6 . 2 Juventino Caminero, Quevedo. Víctima o verdugo, Kassel, Edition Reichenberger, 1984, p. 50. AISO. Actas IV (1996). Victoriano RONCERO LÓPEZ. Aspectos de la ideología queved...

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ASPECTOS DE LA IDEOLOGÍA QUEVEDESCA ENLA ESPAÑA DEFENDIDA

Victoriano Roncero LópezSUNY - Stony Brook

En 1609 Que vedo inició la redacción de la España defendida, intelectualmente, sinduda alguna, uno de sus proyectos más ambiciosos. Ya había escrito, y circulaban encopias manuscritas, varios de los Sueños, obras festivas, el Anacreón castellano, laprimera versión del Focílides, estas dos últimas obras dedicadas al duque de Osuna, lasLágrimas de Hieremías castellanas1, y numerosas poesías. Se trata de un número im-portante de textos, suficientes para poder afirmar que en este momento se hallaban yabien marcadas varias de las líneas genéricas e ideológicas de lo que había de ser suproducción posterior: el humor y la erudición. Los dos componentes, sin embargo, nose excluyen, sino que reflejan dos puntos de acercamiento distinto a temas y problemasque rondarán al autor a lo largo de toda su vida, porque, como señaló muy bien JuventinoCaminero, «nuestro autor se ha asignado la misión específica y no traicionada de pro-pagar su ideología político-social y religiosa en todos sus escritos»2.

Esta ideología político-social y religiosa, como vamos a ver en este trabajo, mantie-ne una coherencia y consistencia que se aprecia desde estas primeras obras y que sehalla presente con el mismo vigor en las últimas escritas, como la Hora de todos o el

1 En esta obra parece referirse a la España defendida: «Que realmente no ai lengua que más ni mexorcase las frasis con la hebrea que la nuestra, por tener casi la misma gramática, como mostraremos algúndía»; cito por la edición de Edward M. Wilson y José Manuel Blecua, Madrid, Anejos de RFE, 1953; pp.119-120. Las demás citas de Quevedo, a no ser que se especifique lo contrario, están tomadas de F. DeQuevedo, Obras completas. Obras en prosa, ed. de Felicidad Buendía, Madrid, Aguilar, 19796.

2 Juventino Caminero, Quevedo. Víctima o verdugo, Kassel, Edition Reichenberger, 1984, p. 50.

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Marco Bruto. Semejante coherencia desmiente las opiniones expresadas por algunosquevedistas que han querido ver en nuestro escritor un oportunista adulador3. El pensa-miento político quevediano, como no podía ser de otra forma, gira en torno al sistemapolítico-social que controlaba la sociedad española del seiscientos, el denominado porJosé Antonio Maravall complejo «monárquico señorial».

En este entramado ideológico aparece la España defendida, obra de gran erudiciónpero con un trasfondo ideológico importante que explica y justifica esa profusión deconocimientos; no olvidemos que más adelante, al hablar de la envidia en su Virtudmilitante, defiende el concepto de una erudición con mensaje:

La propia invidia se tiene el entendimiento a sí propio muchas vezes... Quando gastasu atenzión, el entendimiento, en lo que suzedió para ostentarse erudito, i no en lascausas por que suzedió, i para qué, con que pudiera ser acertado. Quando quiere más, serdocto que aprouechado; entendimiento que se detiene en solamente la narrazión de lamemoria, más se muestra memoria que entendimiento4.

Nada de amontonamiento de datos, citas y libros de los más variados autores paraostentar su sabiduría, sino que hay que ponerlos al servicio de una idea, de un conceptoque se pretende expresar o defender; en este caso el de la grandeza de España. Porqueeso es al fin y al cabo la España defendida, una defensa apasionada y culta del pasadoy presente de España, asediada, en palabras de Quevedo, por «tantas calumnias deextranjeros» y no defendida por sus propios conciudadanos; en esa dualidad de papelesde la que hablaba Raimundo Lida5.

Aquí apreciamos ya uno de los principios que informan la ideología quevedesca: elpatriotismo. El concepto ya ha sido estudiado y destacado por críticos anteriores6, unode los cuales ha considerado al escritor madrileño como «mártir de su patriotismo»7. Sibien es un concepto que ya se puede rastrear en su producción anterior y seguiráemergiendo en obras posteriores, en ninguna de ellas se presenta como leit motif deldiscurso quevediano. Ésta es la singularidad de la España defendida, porque lo queimpulsa a Quevedo a emprender la obra es, como ya hemos visto, defender a su patria,demostrar que su pasado y su presente no tienen parangón en ninguno de los estadosdel Occidente europeo de su época; es por ello, por ejemplo, que cuando decide ensal-zar a los escritores españoles no los compara con franceses, italianos u holandeses

3 Es la opinión de Pablo Jauralde: «Pero, lo que es más importante, así -servil, adulador, anticipada-mente humillado, intransigente- se nos muestra el propio Quevedo frente a nobles, poderosos o plebeyos ensus pretensiones y en su conducta. No importa que de vez en cuando hiera al noble caído o al poderosomuerto, casi siempre lo hace como trampolín para una nueva adulación, teniendo exquisito cuidado en nopersonalizar demasiado»; «Introducción», F. de. Q., Obras festivas, ed. de..., Madrid, Castalia, 1981, p. 12.

4 Francisco de Quevedo, Virtud militante. Contra las quatro pestes del mundo, inuidia, ingratitud,soberbia, auarizia, ed. de Alfonso Rey, Santiago de Compostela, Universidad, 1985, p. 84.

5 Raimundo Lida, Prosas de Quevedo, Barcelona, Crítica, 1981, p. 43.6 R. Selden Rose, «The patriotism of Quevedo», The Modern Language Journal, IX (1924-1925), pp.

227-236; Doris L. Baum, Traditionalism in the Works of Francisco de Quevedo y Villegas, Chapel Hill,The University of North Carolina Press, 1970.

7 Baltasar Isaza Calderón, «Don Francisco de Quevedo y Villegas», Universidad, 24 (1946), p. 74.

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contemporáneos, sino que echa mano de los escritores clásicos griegos y latinos, comole recuerda a Gerardo Mercator: «No quiero competir con tu lengua propia, con lagriega y latina, en el propio idioma» (p. 577a). La situación geográfica, la historia, lalengua primitiva, la literatura, el origen de sus habitantes constituyen pruebas de lagrandeza del país, y para apuntalar esta idea recurre a su erudición, citando cuando esposible textos de autores no españoles para hacer ver su prurito de imparcialidad; elcaso más extenso y notorio es el de la descripción geográfica de la Península Ibérica,en el que traduce las palabras de Pompeyo Trogo para terminar afirmando: «Esto dicede España no español, hijo apasionado, sino Justino de Trogo Pompeo, y añade tantasalabanzas de la paciencia, fortaleza, sufrimiento y magnanimidad de sus hijos, que, porno hacer largo el capítulo, dejo de referirlas» (p. 552a).

La erudición humanística de Quevedo se convierte, pues, en un instrumento de supatriotismo dirigido a exaltar las grandezas de la nación y demostrar que, frente a laenvidia de las demás naciones, España se halla en «soledad y contra todos», en pala-bras de Claudio Guillen8. Eso sí se trata de un humanismo típico del siglo XVII quecritica los rigores filológicos de sus antepasados9, y en el caso de Quevedo de uno delos enemigos de España, Scalígero: «Y, cuando más glorioso llega a ser un Duza y unScalígero, es para mirar si Plauto dijo oro porprecor, mudar una letra, alterar una voz»(p. 579a). Para él estos estudios carecen de valor, aunque él mismo en determinadomomento haga obstentación de ellos al analizar un párrafo oscuro de una comedia dePlauto, la sabiduría ha de indagar otros aspectos; el prurito filológico es algo del pasa-do. La filología, utilizada por él en los capítulos segundo y tercero de su obra, le sirvede arma política con la que derrotar a los enemigos de su país.

Otro rasgo de su patriotismo humanista aparece en la homologación de los poetas,prosistas y dramaturgos españoles de los siglos XV y XVI con los poetas, prosistas ydramaturgos clásicos, tanto latinos como griegos, incluso llegando a valorar a aquéllospor encima de éstos, dentro de una concepción que ya había sido expuesta en 1581 porFrancisco Sánchez en su Quod nihil scitur10, autor y libro conocidos por Quevedo.

Su concepto del patriotismo le hace incurrir en una ligera contradicción, pues alprincipio de la obra, cuando afirma la historicidad del Cid y de Bernardo del Carpió,escribe que: «el hijo de la república, lo que le toca es ser propicio a su patria» (p. 550b).Para él, la existencia de los dos héroes castellanos está fuera de toda duda y desechatodos aquellos textos en los que se cuestiona la veracidad de alguno de estos dos perso-najes, aunque la realidad histórica de algunos hechos a ellos atribuidos se hallaba enentredicho, tal y como lo demuestran las palabras de Cervantes, en el Quijote (I, 49),donde el protagonista afirma que: «En lo de que hubo Cid no hay duda, ni menos

8 Claudio Guillen, «Quevedo y los géneros literarios», en Quevedo inperspective, ed. de James Iffland,Newark, Juan de la Cuesta, 1982, p.8.

9 Sobre este tema véase Francisco Rico, El sueño del humanismo. De Petrarca a Erasmo, Madrid,Alianza, 1993, pp. 154-159.

10«Nec a me postules multorum autoritates aut in autores reverentiam, quae potius servilis et indoctianimi est quam liberi et veritatem inquirentis. Autoritas credere iubet, ratio demonstrar»; citado por Fran-cisco Rico, ibidem, p. 158.

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Bernardo del Carpió; pero de que hicieron las hazañas que dicen, creo que la hay muygrande». Contra estas afirmaciones y otras más radicales, Quevedo enfrenta su orgullocastellano que le impide rechazar como fábula la leyenda del primer héroe nacional.

Sin embargo, y curiosamente, su patriotismo no le impide destruir el fabulosoentramado de los reyes inventados por Annio de Viterbo, separándose de esta manerade la tradición de otros países europeos y de algunos historiadores españoles de crearun pasado mitológico para su nación. En este caso, su sentido humanista de la Historiarechaza estas invenciones basadas en los nombres de ciudades o ríos, fenómeno queparodia al afirmar que el paraíso terrenal se podía localizar en una aldea próxima aMadrid. Para Quevedo únicamente desde la llegada de los cartagineses era posibleverificar la realidad de los datos históricos, pero aún así pasa como sobre ascuas, sinintentar profundizar en ellos, quizás porque tampoco existían demasiados documentosen los que basar sus aseveraciones, ausencia que orgullosamente destaca Quevedo,porque los españoles más se precian de actuar que de escribir: «y no tuvieran historiascopiosas y elegantes todos los reyes de España, era para nosotros gloriosa respuestaque los españoles, más se precian de hacer cosas dignas de ser escritas, que no deescribir sueños o lo que otros hicieron» (p. 580b). Esta misma idea será repetida en elparlamento del renegado Sinán Bey enLa Hora de todos, donde se afirma que: «servíasesu valentía de ajenas plumas; tomaron para sí el obrar, dejaron a los Latinos el escribir;en tanto que no supieron ser historiadores, supieron merecerlos»".

Ese mismo patriotismo produce una respuesta airada cuando defiende la venida delapóstol Santiago a España negada, entre otros, por el cardenal César Baronio, comorecordará posteriormente en suMemorialpor el patronato de Santiago12. Para Quevedo,Santiago constituía el símbolo de la España católica, el instrumento que Dios habíaenviado para cuidar de la pureza religiosa del reino. Por todo ello el intento de refuta-ción de su presencia en España provoca su enfado: «y no quiso que Santiago hubiesesido patrón de España ni venido a ella. Y espero a cuando otro escribirá que para losespañoles no hay Dios» (p. 550a). Santiago representa a España, su lugar preferencialen el podio de los países europeos, como más tarde afirmará en su citado Memorial porel patronato de Santiago, en el que recuerda que el obispo de Burgos, Alonso deCartagena, había dado precedencia a la corona de Castilla frente a la de Inglaterra porel patronazgo jacobeo13. Esta idea de la preferencia divina por España tiene una largatradición en nuestra literatura, pues ya aparece expresada en el Poema de FernánGonzález, en el que se cita como muestra de esa predilección sobre Francia e Inglaterrala estancia y sepultura del apóstol en España:

" F. de Q., La Hora de todos y la Fortuna con seso, ed. de Jean Bourg, Pierre Dupont y Pierre Geneste,Madrid, Cátedra, 1987, p. 302. Sin embargo, el renegado había elogiado las universidades y estudios deEspaña, donde «florecen, a pesar de la muerte, sus hazañas y virtudes y nombres, rescatándose del olvido delos sepulcros por el estudio que los enriqueció de noticias y sacó de bárbaras a sus gentes»; p. 297.

12 «¡Cuánto, señor, se ha sentido en España que el cardenal Baronio niegue la venida de Santiago aella»; p. 878a.

" Ed. cit., p. 859b.

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Pero non oluidemos al apóstol honrrado,fyjo del Zebedeo, Santyago llamado.Fuerte m[¡']ent quiso Dios a Espanna honrrar,quando al santo apóstol quiso y enbyar,d'Inglatierra e Frangía quiso la mejorar,sabet non yaz apóstol en tod aquel lugar. (152c-153d)14

De este concepto de predilección deduce Quevedo el carácter de elegido del pue-blo español. Como recordaba el autor del Poema de Fernán González en ningún otropaís de Europa, exceptuando Roma, se halla enterrado ningún apóstol. A este hechohay que añadir la idea, clave en la teoría política quevediana, de que el rey ha sidoelegido por Dios y de que ha sido éste el que junto al apóstol le ha otorgado a losAustrias tan gran imperio: «por la gracia de Dios y por el patrocinio de Santiago esvuestra majestad el mayor y el mejor rey del mundo»15. En la España defendida reco-noce el favor divino que ha guiado las acciones de los reyes españoles en los campos debatalla y en otras empresas arriesgadas:

Como Dios de los ejércitos, unas veces nos amparó, y éstas fueron muchas, connuestro patrón Santiago... Milicia fuimos suya en las Navas de Tolosa. La diestra deDios venció en el Cid, y la misma tomó a Gama y a Pacheco y a Alburquerque porinstrumento en las Indias orientales para quitar la paz a los ídolos. ¿Quién sino Dios,cuya mano es miedo sobre todas las cosas, amparó a Cortés para que lograse dichososatrevimientos, cuyo premio fue todo un Nuevo Mundo? Voz fue de Dios, la cual hallaobediencia en todas las cosas, aquella con que Ximénez de Cisneros detuvo el día en labatalla de Oran. (p. 587a-b)

Quevedo como tantos otros españoles de su época reconoce la intervención divinaen ayuda de los reyes españoles; es la teoría providencialista que impera en la Españade los Austrias y que constituye uno de los pilares sobre los que se fundamenta elpensamiento político quevediano, tal y como se refleja en obras como los Grandesanales de quince días, Política de Dios o Xa. Execración contra los judíos, entre otras.En la última obra citada describe ciertas catástrofes (incendios, hundimientos de bar-cos) o derrotas (en Flandes) como castigos divinos16. Pero dentro de la ideologíaquevedesca y en su concepto del pueblo español como heredero de los hebreos, la

14 Cito por Poema de Fernán González, ed. de Alonso Zamora Vicente, Madrid, Espasa-Calpe, 19704.15 Memorial por el patronato de Santiago, ed. cit., p. 866a. Para este tema y otros relacionados con este

Memorial, véase Alfonso Rey, «Los memoriales de Quevedo a Felipe IV», Edad de Oro, XII (1993), pp.258-262.

16 «Castiga Dios nuestras culpas con permitir que nuestros regocijos sean nuestras lágrimas; lo que sevio en dos fiestas de toros en la plaza, adonde, en la primera, quemándose una noche hasta los cimientosuna acera, no pereció nadie, y la segunda, no cayéndose nada ni ardiendo una madera, murieron miserable-mente tantas personas. Castiga Dios con permitir en Cádiz que nuestros puertos sean cosarios de nuestrasmercancías y las anclas de nuestros navios sus huracanes. Da a los rebeldes las plazas en Flandes»; cito porF. de Q. Execración contra los judíos, ed. de Fernando Cabo Aseguinolaza y Santiago Fernández Mosquera,Barcelona, Crítica, 1993, pp. 78-79.

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intervención divina y sobre todo del apóstol Santiago redunda siempre en beneficio delos católicos reyes españoles. Quevedo se hace eco de la importancia del apóstol en laexpulsión de los árabes. Para ello rememora la leyenda del Santiago Matamoros, elapóstol que con la espada en la mano luchó al lado de los cristianos en la batalla deClavijo para derrotar a los infieles y expulsarlos de España; así en la Execración lee-mos:

Los gloriosos antecesores de V.M. expelieron de todos sus reinos la nación pérfidahebrea cuando se coronaban en pocos y pobres retazos de España, recobrados a la inun-dación de los moros por el valor de las reliquias cristianas que, de aquella universalruina, quedaron parte despreciadas, parte defendidas, por la espada de Santiago, su úni-co patrón17.

En este pasaje une Quevedo a los dos grandes enemigos infieles de España y, por lotanto, de la Cristiandad: árabes y hebreos. A estos últimos también les dedica algunospárrafos en la España defendida. Ciertamente en esta obra no se da el ensañamiento detextos posteriores, porque la intencionalidad primordial de Quevedo en este discursono es la de atacar a los enemigos, fieles o infieles, de España, pero sí hay indicios de eseantisemitismo tan característico de don Francisco18. En la obra, no lo olvidemos, Quevedopretende demostrar que el antiguo español provenía directamente del hebreo, un ele-mento más en su defensa del carácter de elegido del pueblo español, pero en un mo-mento determinado reconoce que las palabras de origen hebreo que, según él, se con-servan en nuestra lengua fueron introducidas por los judíos «que mancharon a España.¡Maldita inundación! Estos borraron lengua, palabras y obras y nobleza en gran parte,y tuvieron asistencia principal en Toledo» (p. 567b). La referencia a Toledo auna elcarácter de centro político que en su momento tuvo esa ciudad con su consideracióncomo modelo del buen hablar. Pero en estos textos relativos a la lengua hebrea y a surelación con el castellano parece apreciarse una clara contradicción en el pensamientoquevediano: por una parte, se muestra orgulloso de la herencia hebraica de nuestralengua primitiva: por otra, desprecia la influencia que los judíos, asentados en Españatras la llegada de los romanos, tuvieron sobre nuestra lengua. Sin embargo, Quevedodiferencia claramente desde el punto de vista cristiano dos momentos en la historia delpueblo hebreo: en el primero se presenta como el pueblo elegido por Dios, y en elsegundo como el asesino del hijo de Dios. Por tanto, Quevedo se enorgullece de esteorigen hebraico que une directamente a los españoles y a su lengua con el puebloelegido, no con el desheredado.

El segundo texto en el que aparecen referencias a los judíos está también relaciona-do con la historia de la lengua española; en este caso se trata de su intento de demostrarque el español hablado en la época medieval estaba más próximo al latín que el españolde su época. Para esta demostración elige, curiosamente, un fragmento del capítulo 14

17 Ed. cit., p. 85.18 Véanse especialmente los trabajos de Juventino Caminero, «Formas de antisemitismo en la obra de

Quevedo», Letras de Deusto, 20 (julio-diciembre, 1980), pp. 5-56 y Quevedo. Víctima o verdugo.

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del libro XII del Fuero Juzgo: «Los siervos christianos no se lleguen de ninguna mane-ra a los judíos, ni entren en sus casas» en el que, como queda aclarado por el encabeza-miento, se prohiben los contactos entre los judíos y los cristianos. La elección de estepárrafo no ha sido casual, para su intención hubiera podido escoger cualquier otrocapítulo, pero en este caso le venía como anillo al dedo éste en el que se reflejaba cómolas antiguas leyes españolas, incluidas las promulgadas en la época visigoda19, habíaninstaurado la separación entre el pueblo cristiano y el hebreo, separación que los ReyesCatólicos intentaron imponer con la expulsión ordenada en 1492, y que Quevedo re-cordará a Felipe IV y Olivares en la Execración contra los judíos, obra escrita, no loolvidemos, con motivo de la presencia de asentistas judíos portugueses en España,llamados y protegidos por el Conde-duque en 1626 para intentar acabar con el mono-polio de los banqueros genoveses20.

El odio antisemítico de Quevedo tiene sus raíces en su religiosidad; nuestro autorera un «cristiano viejo, intransigente y batallador»21. Su doctrina política, como la demuchos otros teóricos de su época, se hallaba subordinada a la religión, idea que es-tructura su gran tratado político la Política de Dios, y que se halla claramente expresa-da y resumida en la ya citada Execración, donde llega a anteponer la pureza espiritualdel país a los beneficios económicos que podría producir la colaboración con losasentistas marranos portugueses, enemigos de la religión católica22. La España defen-dida participa también de este espíritu religioso, en cuanto que Quevedo presenta unaEspaña pura en la que los vicios y las herejías han sido importados de otros paíseseuropeos:

¿Quién no nos dice que somos locos inorante y soberbios, no teniendo nosotrosvicio que no le debamos a su comunicación de ellos? ¿Supieran en España que ley habíapara el que, lascivo, ofendía las leyes de la Naturaleza, si Italia no se lo hubiera enseña-do? ¿Hubiera el brindis repetido aumento el gasto a las mesas castellanas, si los tudescosno lo hubieran traído? Ociosa hubiera estado la Santa Inquisición si sus Melantones,Calvinos, Luteros y Zuinglios y Besas no hubieran atrevídose a nuestra fe (pp. 550b-551a)

La alusión a la herejía en este apartado constituye una clara evidencia del conserva-durismo ideológico de Quevedo que, como afirmó Juventino Caminero, «se ve amena-zado por el colosal fantasma de la herejía»23. Porque, y no lo olvidemos, moteja de

19 José Ángel García de Cortázar recuerda que a partir de «las disposiciones de Sisebuto de 613, losjudíos se convierten en perseguidos y excluidos del conjunto de la sociedad»; La época medieval, vol. 2 deHistoria de España, dir. por Miguel Artola, Madrid, Alianza ed., 1988, p. 36.

20 Véase la introducción de Cabo Aseguinolaza y Fernández Mosquera a su edición de la obra, pp. 28-43.21 Marciano Martín Pérez, Quevedo. Aproximación a su religiosidad, Burgos, Ediciones Aldecoa,

1980, p. 130.22 «Y porque este remedio puede parecer estorbo en las ocurrencias presentes el ser desta detestable,

pérfida, endurecida y maldita nación los más de los asentistas, digo que tuviera por más seguro el desampa-ro ultimado de todos que el socorro destos»; ed. cit., p. 93.

23 Véase Quevedo..., pp. 32-33.

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herejes a aquellos filólogos, como Scalígero, que se atreven a decir mal de los escrito-res latinos nacidos en España; de la misma manera que se tilda de enemigos blasfemosde la religión católica a los que atacan a la lengua española, «retrato de la lenguahebrea» (p. 577a). La imagen que Quevedo pretende preservar es la de una Españaaislada en su defensa de la auténtica fe mediante la identificación de la monarquíaespañola y religión católica, colocando «en la misma escala interpretativa la disensiónpolítica y la discrepancia confesional»24. De esta forma herejes y blasfemos son todosaquellos que atacan a España o a los españoles.

La pureza espiritual anhelada por Quevedo no se corresponde con la realidad en la quevive, por tanto ha de buscar un momento en nuestra historia que se ajuste al patrón devirtud y moderación predicadas por el Cristianismo. Para él esta sociedad ideal se dio en laEdad Media, en «los buenos hombres de Castilla, de quinientos y de cuatrocientos años aesta parte» (p. 586b), por lo que presenta en X&España defendida una imagen idealizada delas costumbres medievales, imagen que repetirá en la Epístola censoria, donde recuerdacon nostalgia la sobriedad, la pobreza, la libertad y sobre todo el espíritu guerrero comoseñas de identidad de esa Castilla ya perdida, pero añorada, en la que

Pudo sin miedo un español vellosollamar a los tudescos bacchanales,y al holandés, hereje y alevoso25.

También en el Sueño de la Muerte aparece la referencia a esta idealizada España me-dieval, cuando Enrique de Villena destaca su época en la que «honrados eran los espa-ñoles cuando podían decir deshonestos y borrachos a los extranjeros»26.

En la España defendida se ahonda más en esta visión de la Edad Media. La primeracaracterística que resalta es el amor y la obediencia ciega a sus reyes: «Es natural deEspaña la lealtad a los príncipes, y religiosa la obediencia a las leyes y el amor a losgenerales y capitanes. Siempre en todos los reyes que han tenido, buenos u malos, hansabido amar los unos y sufrir los otros» (p. 585a). La idea es coherente con la teoría delorigen divino del poder de los monarcas españoles que aparece largamente desarrolladaen la Política de Dios11, y volverá a formularse en el Marco Bruto cuando a propósitodel asesinato de Julio César afirme que: «el rey bueno se ha de amar; el malo se ha desufrir»28. Este concepto supone implícitamente que el monarca sólo es responsable desus actos ante Dios, y nadie más que el Juez supremo puede juzgar sus errores, suscrímenes, como recordará, por ejemplo, en los Grandes anales de quince días29, con

24 Ibidem, p. 44.25 Cito por F. de Q., Poesía original completa, ed. de José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1981, p. 144.26 Cito por F. de Q., Los sueños, ed. de Ignacio Arellano, Madrid, Cátedra, 1991, p. 351.27 Sobre este tema véanse, entre otros, José Antonio Maravall, Estado moderno y mentalidad social.

Siglos XVaXVII, 1.1, Madrid, Revista de Occidente, 1972, pp. 249-321, y Salvador Lissarrague, La teoríadel poder enxFrancisco de Vitoria, Madrid, 1947.

28 Ed. cit., p. 961b.29 «Dignos son de todo castigo aquellos que con ánimo sacrilego se atreven a juzgar a los reyes»; ed.

cit.,p. 844b.

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lo cual, y de una manera implícita pero, al mismo tiempo, tajante se rechaza elregicidio.

La segunda característica en que se hace especial hincapié es la de su belicismo.Quevedo destaca las victorias militares de los soldados españoles, soldados de Dios,sobre los infieles a los que consiguieron expulsar de España. Ese mismo espíritu deexpansión de la religión católica es el que domina la experiencia americana; los coloni-zadores se convierten en instrumento divino «para quitar la paz a los ídolos» (p. 587a).Con esta concepción desaparece la crítica a la colonización de América que el Quevedomoralista rechaza por ser fuente de corrupción. La Edad Media se presenta, por tanto,como la época en la que España se convierte en instrumento del brazo divino e inicia laReconquista: «y de pobres centellas de un godo perdido se esforzaban de suerte, quedieron pueblo a Dios, y libertad a su tierra y gloria a sus nombres» (p. 587a).

Esta omnipresencia de Dios en la vida de los españoles de las épocas anteriores sehace palpable en las leyes que regían la vida y las costumbres de los habitantes de laPenínsula que, según nuestro autor, fueron «tan lícitamente nacidas de las divinas» (p.587a). Leyes justas que mantenían la pureza de las costumbres y de las ideas de loscastellanos, pues como afirma a modo de ejemplo: «La calumnia de palabras leves, auncomo llamar corcovado o tinoso a uno, se vio sujeta a graves castigos» (p. 587a). Esapresencia es la que justifica la existencia de la Inquisición, brazo de la justicia divinapara vigilar el cumplimiento de esas leyes recogidas en los Fueros Juzgos que castiga-ban con «rigurosas penas» los delitos, que hoy, se lamenta Quevedo, «merecen pre-mio» (p. 587a).

Todas estas características, o más bien virtudes, que contribuyeron a crear el Im-perio y que reflejaban las costumbres de pueblo elegido han sido abandonadas, olvi-dadas; en su lugar impera la corrupción, el vicio. Los hombres se dejan dominar por laavaricia, por la acumulación de riquezas, despreciando la virtud heredada de sus pa-dres; a Quevedo le preocupa la dirección que, como consecuencia de esta nueva situa-ción, lleva la sociedad; «alcanzan a todas partes las fuerzas del dinero» (p. 587b) selamenta amargamente. Porque el oro pervierte el orden social, el status quo, como lodemuestra el auge del juego, y lo que es más aberrante a los ojos del autor, el quealgunos títulos hayan sido conseguidos en las mesas de los garitos: «Grandezas hayque son dádivas del naipe y dado» (p. 587b). Esta abundancia de oro ha tenido tam-bién su efecto negativo en el exceso de adornos de las mujeres, exceso de adornopropiciado por la vanidad y que ha traído como consecuencia la necesidad de la im-portación de productos superfluos de otros países europeos: «de suerte que nos dejanlos extranjeros el reino lleno de sartas y invenciones y cambray y hilos y dijes, y sellevan el dinero todo, que es el niervo y sustancia del reino» (p. 588a). El tema reapa-recerá en el episodio de los tres franceses y el español de La Hora de todos, cuandouno de ellos comenta que «con los peines y alfileres, derramados por todos los reinos,aguzamos, peinamos y sangramos poco a poco las venas de las Indias». El tema yahabía sido esbozado al principio de la España defendida cuando Quevedo al alabarlas cualidades de nuestro país, afirmaba que nuestras riquezas producían gran envidiaentre las otras naciones, y que ya desde la Antigüedad éstas habían pretendido des-

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pojarnos de ellas, convirtiendo nuestra riqueza en la suya y dejándonos en la pobre-za30.

Otro de los temas favoritos del Quevedo moralista y misógino aparece también enla España defendida, el de la mujer adúltera y el del cornudo, símbolos en este caso deestos nuevos tiempos y de la degeneración de las costumbres que se daba en la Españade principios del siglo XVII. Esto frente a la pintura que en laEpístola censoria hace elescritor madrileño de la mujer como fiel y abnegada compañera del hombre, al queacompañaba «más veces en la hueste que en la cama; / sano le aventuró, vengóle heri-do»; para continuar haciendo referencia a su condición de madre y mujer de su casa ya su alejamiento de las actividades propias de las cortesanas31.

Pero lo que más parece indignar a Quevedo es el efecto que estas nuevas modas ycostumbres producen en los hombres: el afeminamiento. El escritor añorante de unaépoca en la que la mujer hilaba antes la mortaja que el vestido del marido, se rebelacontra lo que él considera como antinatural, contra esta imitación por parte de loshombres de las galas femeninas, imitación que llega hasta tal punto que «las galas enalgunos parecen arrepentimiento de haber nacido hombres» (p. 588a). De aquí a lahomosexualidad no hay nada más que un paso y el cristiano y español Quevedo nopuede tolerar que los herederos de aquellos valientes y animosos guerreros que lucha-ron con Santiago se conviertan ahora en un vil remedo de los italianos y sus depravadascostumbres, pues no olvidemos que en ese país situaba Quevedo el origen de la homo-sexualidad, al menos de la importada por los españoles, y que en sus poesías satíricascualquier referencia al pecado nefando viene personificada en un italiano; baste citarel conocido «Epitafio a un italiano llamado Julio»32.

Todos estos vicios demuestran la decadencia de la España en la que respira Quevedo.El escritor madrileño, conocedor de la historia y literatura de la Roma clásica, acude aella como punto de referencia para reflejar la idea del carácter virtuoso de la guerra.Raimundo Lida recordaba que Salustio, Bellum Iugurthinum, XLI, expresaba la ideade que el miedo reprimía los vicios: «metus hostilis in bonis artibus ciuitatem retinebat»33.El propio Quevedo cita en la Virtud militante la sátira VII de Juvenal en la que seaborda este mismo tópico:

La fortuna humilde, en otro tiempo, produgía castas matronas latinas, [a] malos,pequeños i humildes techos, [no] consentía el trabaxo, que llegasen los vizios, el breuesueño, i con la lana tusca las manos duras, i fatigadas, i gerca de la giudad Aníbal, i deguarnizión los maridos en la torre Colina. Aora padezemos largamente los daños de lapaz: más cruel que las armas nos acometió la luxuria, i vengó el mundo venzido. Ningúndelito ni maldad de la desorden falta desde que perezió la pobreza romana. ¡O grandes,

30 «Sólo se ha de advertir que es tal la tierra, fertilidad, sitio y clima de España, que tenemos en ella porgüespedes, olvidados de sus patrias, a todas las naciones, haciéndose en nuestra comunicación ricos ydejándonos con la suya pobres y engañados» (p. 552b).

31 Ed. cit., p. 142.32 Ed. cit., p. 650.33 Prosas de Quevedo, p. 57.

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i prudentes palabras, acreditadas no sólo con la ruina de Roma, sino también de otrasmonarchías! ¡Summo misterio político!34

El mismo argumento lo hallamos repetido en el Marco Bruto, donde afirma que «ricosfueron los romanos en tanto que supieron ser pobres»35, y en La Hora de todos%. Peroes en la España defendida donde primero esboza la idea. Aquí recuerda la experienciaromana de un pasado glorioso mientras tuvo enemigos a los que temer, pero como seprodujo el cambio en el momento en el que lograron el «ocio bestial con nombre de pazsanta» (p. 585b), que acabó con la degeneración de las costumbres y la destrucción delpoderío militar. La Historia le sirve a Quevedo de modelo, la concepción de la historiacomo «magistra vitae» le lleva a comparar la situación vivida por la antigua Roma conel presente de la monarquía española, inmersa en la denominada «pax hispánica», ase-gurada por el duque de Lerma. Pero la situación, aunque alarmante, no es irreversible;es por ello que en Quevedo todavía existe la esperanza, pues en su opinión, frente almodelo romano «España nunca goza de paz: sólo descansa, como ahora, del peso delas armas, para tornar a ellas con mayor fuerza y nuevo aliento» (p. 586a). Según estoel panorama tan desolador que ha presentado de un Imperio dominado por los vicios noes definitivo, puesto que los españoles han aprendido de los errores de los anterioresimperios, y esta paz es momentánea, un descanso en la ardua tarea de la defensa de lamonarquía y la religión católica frente a los enemigos que las acechan en las riberas deambos mares; sin la presencia de las armas españolas «corriera sin límites la soberbiade los turcos y la insolencia de los herejes, y gozaran en las Indias seguros los ídolos suadoración» (p. 586a).

El motivo sirve de una forma implícita como aviso a los gobernantes de su época,sobre todo al duque de Lerma; en este sentido la España defendida constituye un avisosobre las consecuencias que traería para la monarquía la política pacifista del valido.España ha firmado paces o treguas con sus principales enemigos (con Francia e Inglaterraantes y con Holanda en el mismo año en que está firmada la obra), y, por tanto, es vulnera-ble a la degeneración que ha causado la ruina del mayor imperio de la antigüedad.

Por todo ello, la obra no fue concebida únicamente como una «laus Hispaniae»,sino también, y es un motivo que nadie ha destacado, como una advertencia a Felipe IIIy a Lerma frente a las consecuencias que su política exterior podrían acarrear al país.Moral, religión y política se unen pues en esta obra, como en tantos otros textos denuestro autor, como elementos indivisibles en la más amplia tradición del sistematomista37.

Todos los temas hasta aquí tratados demuestran la homogeneidad del pensamiento

34 Ed. cit., p. 157.35 Ed. cit., p. 922b.36 «En tanto que fueron pobres (los romanos), conquistaron a los ricos, los cuales, haciéndolos ricos y

quedando pobres, con las mismas costumbres de la pobreza, pegándoles las del oro y las de los deleites, losdestruyeron y, con las riquezas que les dieron, tomaron de ellos venganza»; ed. cit, p. 258.

37 Véase Peter Frank de Andrea, «El sars gubernandi' de Quevedo», Cuadernos Americanos, XXIV(1945), p. 165.

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quevediano desde sus primeras obras como los Sueños o la España defendida hasta lasúltimas, La Hora de todos o el Marco Bruto. La ideología quevedesca conservadora,tradicional, del absolutismo cristiano, o como queramos llamarla, mantuvo sus funda-mentos desde un principio; aquellos temas que le preocuparon y ocuparon en su juven-tud siguieron preocupándole y ocupándole en su vejez. No hay, por tanto, cambios, nivirajes fundamentales, sin querer entrar a juzgar lo positivo o negativo de este hecho.Variaron sus opiniones sobre los artífices de la política española de su época; de laalegría y esperanza pasó a la tristeza y desilusión como podemos apreciar en el caso deOlivares. Pero Quevedo mantuvo siempre una lógica y coherencia en su pensamientopolítico y la España defendida representa una muestra temprana de este hecho.

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