averiguaciones previas

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Zamara González

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Diseño de portada: Álvaro Jasso

Primera edición electrónica, Mayo 2012

© Zamara González

© Publicaciones Malaletra Internacional

http://libros.malaletra.com

Milwaukee 78-10 / Col. Nápoles / 03810 México, D. F.

Hecho en México

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AVERIGUACIONESPREVIAS

ZAMARA GONZÁLEZ

Libros Malaletra

Narrativa

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Zamara González

Estudiante de Lengua y Literatura de Hispanoamérica en la Universi-dad Autónoma de Baja California, Campus Tijuana. Estuvo en un in-tercambio en la UNAM en el 2011. Oboísta de la Sinfónica Juvenil deTijuana. Ha publicado algunos cuentos y ganado algunos concursosen Tijuana y en Monterrey. Actualmente trabaja en The Music Studio enSan Ysidro y espera terminar pronto la licenciatura.

twitter: @zamarag

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TRES

Cero: Génesis

Habitaciones desde trescientos cuarenta y nueve pesos; suites de lujocon jacuzzi, quinientos cincuenta y nueve pesos. Así decía el letreroluminoso en lo alto de la entrada, justo debajo de M-O-T-E-L: par-padeante, rojo, rojísimo e indiscreto. Yo sabía que en ese lugar y enese punto de la noche la avenida era transitada solamente por algunasrutas de autobuses nocturnos, casi vacíos. Una luna menguante de he-rrería, con evidente estilo tapatío, adornaba el frente de la recepción.El tump de mi bastón advirtió al joven que se encontraba tras el mos-trador haciendo no sé qué cosas, distraído. Me pareció descortés queno me ofreciera su ayuda, pues yo llevaba un maletín notoriamenteabultado y una máquina de escribir en un veliz. Solicité una habitaciónsencilla, la más económica, que fuera silenciosa y que, preferentemen-te, hubiera sido aseada ese mismo día. Con un tono grosero me res-pondió que sólo quedaba una habitación, una suit de lujo con xacusi, medijo, y le noté una sonrisita estúpida y complaciente. Después hizo unallamada, por los cambios de su voz imaginé que llamaba a su superior.

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Me dijo que por el mismo precio de la habitación sencilla me podríandar la suite. El peso del maletín colgado de mi hombro izquierdo meestaba matando. Acepté y tomé la llave, el muchacho señaló un pasillo,habitación siete, me dijo. Secamente di las gracias, de nuevo esperan-zado a que se ofreciera a llevar mi veliz, pero él sólo dio la vuelta ycomenzó a hojear las listas de registros del motel. Al llegar al pasillo,en la puerta número ocho un hombre trajeado, alto y moreno, se dis-ponía a salir. Nos miramos por un segundo, no me dio la gana de seramable y me quedé callado. Él también. Así estaba mejor, era tarde yyo tenía una novela que terminar.

*

Pues es que ya les dije que despuesito que llegaron ellos sólo quedabauna suit disponible, la siete. Y después llegó el pendejo ese del bastón.Yo estaba revisando los registros y haciendo cuentas. Ya era tarde, co-mo que a esa hora yo ya no esperaba que entrara nadie. Y luego llegóel señor que les digo y me habló medio golpeado, pero uno tiene queser amable, ¿no? Entonces se puso acá bien exigente, que quería unapinche habitación silenciosa y limpiecita. Yo pensé que qué pendejode su parte ponerse sus moños, si acababa de entrar a un motel de la5 y 10. O sea, que no la chingue. Total, que le llamé al boss y me dijoque le rentara la suit que quedaba disponible, pero a precio de sencilla.Y yo pensé, uy no, se rayó este güey. Y así como que me dio coraje,¿para qué fregados quería habitación con xacusi y espejos en el techoun vejete solo y amargado? Qué desperdicio. Y luego me acordé de minovia, y que hubiera estado mejor que la suit nos la dieran a nosotros,que somos jóvenes y felices. Pero bueno, le di las llaves y le dije para

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dónde tenía que jalar, y el ruco se quedó ahí parado, mirándome. Y amí me puso nervioso, sentí que me iba a sacar una fusca o algo así,uno ya no sabe con tanto pinche loco suelto. Y nada más me dio porvoltear a otro lado y hacerme pendejo con las listas de registros. Hastaque el ruco se fue y algo me dio, así como un presentimiento, de quesería una noche difícil en la chamba.

*

Martha y Joaquín llegaron al motel poco antes de que oscureciera. Erael de siempre. Pidieron la habitación de siempre. Se tomaron de lamano solamente hasta llegar al pasillo. Joaquín abrió la puerta, Marthaentró, dejó su bolso en el tocador, Joaquín cerró la puerta y le besó lanuca. Él le desabotonó la blusa, ella se recostó sobre la cama, él apagóla luz. Todo acontecía como siempre, como cada viernes en la habita-ción número ocho. Esa noche Martha y Joaquín hicieron el amor co-mo nunca.

*

Entré a la habitación, la supuesta suite que me habían ofrecido. Por finestaba solo, lejos de ese todo tan terrible que ocurre allá afuera. Ahorasólo estábamos yo y las trescientas páginas de esa obra que me pon-dría en la cima. Nadie más leería mi nombre en la gaceta para soltardespués una carcajada, nunca más mi apellido figuraría en la lista deejemplos que se dan cuando se habla de lo mediocre. De pronto mesentí como un volcán dormido, o como un alacrán bajo la almohada,o como un cáncer que crece sin que alguien se percate de él. De pron-

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to me sentí todo lo terrible que puede o no ocurrirle a los ingenuos.Saqué el montón de hojas amarillentas del maletín, saqué también mimáquina de escribir y la coloqué encima del tocador, en el que notémanchas de labial rojas, rojísimas e indiscretas. Me puse las gafas, mesenté y al arrastrar la silla mi bastón rodó cerca de la puerta. Hacía uncalor insoportable, me levanté de nuevo y abrí la ventana, por fortu-na ésta contaba con una malla para evitar la entrada de insectos. Justocuando volví a sentarme escuché un chasquido, un parpadeo sonoro,instantáneo. El foco de la habitación se había fundido. Entonces llaméa la recepción.

*

Martha y Joaquín se abrazaban, desnudos, en medio de las sábanas re-vueltas, en medio de un secreto que sólo él y ella conocían. Ella sepuso de pie. Él la siguió con la mirada. Ella abrió la llave y el agua em-pezó a llenar la tina. Le dijo No hay toallas, Joaquín. Él, como siempre,se vistió y salió a la recepción.

*

Yo no me fijé cuándo se metió el señor del bastón a su cuarto, pero síme acuerdo que justo después vino el hombre de la habitación ocho,él solo, sin la muchacha. Me pidió unas toallas y a mí se me hizo raroque no me las pidiera por teléfono, con todo gusto se las hubiera lle-vado, para eso le pagan a uno. Pero creo que algunos, sobre todo lasparejas, quieren su privacidad. El que sí estuvo friegue y friegue todala noche fue el ruquillo de la siete. Primero me llamó y me dijo que

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tenía calor, que si no teníamos sistema de a-cé, o no sé qué fregados.Le dije que podía abrir la ventana mientras yo le iba a buscar un ven-tilador disponible. Pura madre le fui a buscar el ventilador, yo ya sabíaque los que teníamos estaban bien gachos y ni servían. Total que al ra-to me llama otra vez, bien histérico. Que no hay luz, que se fundió elfoco, que cómo es posible. Pues ahí te voy con una lámpara de pilas yun foco nuevo. Yo me acuerdo que cuando estuve cambiando el foco,en la habitación de al lado, no se escuchaba nada más que el agua co-rriendo. Ni voces, ni gritos.

*

Finalmente hubo luz y yo pude empezar a corregir y reescribir las últi-mas hojas de mi novela. Pero me siguió dando vueltas en la cabeza esetonito con el que el joven de la recepción me advirtió que alguien po-día tropezar con mi bastón, que tuviera mucho cuidadito, así lo dijo,mucho cuidadito. No entiendo porqué me molestó tanto. Pero al cabo deun rato lo olvidé. Comencé a revisar, una tras otra, las hojas amarillen-tas. Y de golpe y sin darme cuenta, se instaló en mí una escena magní-fica: vestido con un traje marrón, yo entraba a la oficina de mi editor,llevaba en mano mi borrador final listo para ser revisado, me sentabafrente a él y ponía las hojas sobre la mesa, él sonreía y yo le sonreía devuelta, encendíamos un cigarrillo, él nos servía dos copas de un vinotinto, tintísimo e indiscreto. Con esta escena en mente reescribí, sindetenerme, casi todos los capítulos que me hacían falta. Cuando termi-né el penúltimo, escuché gritos en la habitación de al lado. Me molestómucho. Alguien que era un desconocido para mí, alguien que no meinteresaba conocer, había roto la escena de mi brindis con el editor.

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Decidí tomarme un descanso. Opté por una ducha, pues el calor de lanoche era insoportable. Los gritos continuaban del otro lado de la pa-red. Tomé el teléfono y marqué a la recepción, pedí que se hiciera al-go al respecto. El recepcionista me aseguró que de inmediato llamaríasu atención y me pidió una disculpa. Sonó sincero, yo me tranquilicé.Poco después me di cuenta de que no había toallas. Ni siquiera quisetomar el teléfono, salí de la suite y fui directo a la recepción.

Uno: Él

Pues les digo que como una hora después de que le fui a cambiar elfoco al señor del bastón, me volvió a llamar. Me dijo que en la habita-ción ocho se traían un escándalo, y que quería que los fuera a callar. Amí de plano me botó la canica en ese momento, y como pude le dijeque yo arreglaría ese asunto y hasta le pedí una disculpa. Si vieran có-mo me pesó. Pues claro que las parejitas hacen escándalo, es un motel.A mí ya me ha tocado escuchar un chorro de cosas raras. A veces llegacada zafado y con esas paredes todo se escucha. Total que con mu-cha pena marqué a la suit ocho y me contestó una muchacha, así bienquedito me dijo Bueno, y justo cuando le iba a empezar a explicar to-do el asunto como que se cortó la llamada o algo pasó, porque ya noescuché nada. Me quedé pensando que tal vez había llamado en malmomento. Volteé para la calle y se me hizo curioso darme cuenta deque hacía mucho rato que no pasaban camiones. Y pensé en un friegode cosas que nada tenían que ver con el motel, o con la noche, o elpinche calorón. En eso que llega el vejete sin su bastón, cojeando, yme acuerdo que me gritó Escúchame bien, ¿de qué se trata todo esto?,

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primero el escándalo insoportable, y ahora resulta que no hay toallas.Se me trabó la quijada de puro coraje, ni le dije nada. Sólo agarré unastoallas limpias y se las di. El viejo se fue encabronado. Y yo volví amirar hacia la calle. Vacía. Ni una puta alma allá afuera.

*

Martha y Joaquín se terminaban de vestir, con el cabello aún húmedo.Martha dijo Tenemos que hablar. Joaquín permaneció mudo, con lavista clavada al suelo. Martha habló de futuros, sobre todo del suyo.Habló de juventudes y planes y realidades que se escapaban de las ma-nos de Joaquín. Martha hizo una pausa. Joaquín tembló. Ella dijo Esque yo ya no te quiero. El teléfono timbró y ella contestó. Él no par-padeaba, estaba ya en otro lugar. Bueno, dijo Martha. Joaquín la jalóde las muñecas y la abrazó fuertemente. Ella lloraba sin saber por qué.Él puso las manos alrededor del cuello de Martha y apretó como quienhunde el índice en una llaga. Dos. Tres. Siete minutos. La soltó y salióde la habitación. Dudó, dudó de la luz y de las puertas y del silencio.La puerta número siete estaba entreabierta, Joaquín asomó la cabeza ydescubrió el cuarto vacío. Entró y tropezó con un bastón, se puso depie. Caminó hacia la ventana, rompió la malla y salió. Al dirigirse haciala calle sintió vértigo. Notó a lo lejos un autobús vacío y nunca másvolvió a saber de sí mismo.

*

Ni siquiera reproché la falta de amabilidad con la que el recepcionistame entregó las toallas. Quería llegar a mi habitación y sentir el agua he-

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lada lo antes posible. Al llegar al pasillo, con horror descubrí la puer-ta de mi suite abierta. Entré apresurado y, debo admitir, jamás habíasentido tal alivio como cuando descubrí el montón de hojas y la má-quina de escribir intactos. Pero algo más llamó mi atención: la mallade la ventana estaba completamente destrozada. No cabía duda de quealguien más había estado en la habitación. Salí al pasillo y, antes de di-rigirme a la recepción, noté que la suite número ocho estaba abierta.No sé cómo reuní el coraje suficiente para asomarme. Entonces la viallí, en el piso, junto a la cama. El teléfono descolgado y la mirada cla-vada en el techo. Mareado, salí de la suite y caminé hacia la recepciónpensando que la muerte era una extraordinaria manera de terminar minovela.

*

Después llegó el ruco otra vez, pero así como ido. Y me contó lo quehabía encontrado en el siete y el ocho. Yo llamé rápido a la policía por-que supe que la muchacha no se había muerto así como así, y que pro-bablemente el loco que la acompañaba todavía andaba por el rumbo.En lo que llegaban las patrullas y todo ese argüende, me quedé pen-sando que qué gacho era morirse en un motel.

Dos: Ella

Pues les digo que como una hora después de que le fui a cambiar elfoco al señor del bastón, me volvió a llamar. Me dijo que en la habita-ción ocho se traían un escándalo, y que quería que los fuera a callar. A

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mí de plano me botó la canica en ese momento, y como pude le dijeque yo arreglaría ese asunto y hasta le pedí una disculpa. Si vieran có-mo me pesó. Pues claro que las parejitas hacen escándalo, es un motel.A mí ya me ha tocado escuchar un chorro de cosas raras. A veces llegacada zafado y con esas paredes todo se escucha. Total que con muchapena marqué a la suit ocho y me contestó una voz así bien gruesa. Ledije que había recibido algunas quejas y que, si no era mucho pedir,le bajaran al ruido. El señor me dijo que no había problema y me pi-dió una disculpa. Cuando colgué sentí bonito de saber que había genteasí de buena onda. Y pensé que a la gente así le iba bien, no como alviejito mamón, que de seguro le iba de la chingada y por eso estabatan amargado. Y mientras pensaba esas cosas, llegó bien emputado yme acuerdo que me gritó Escúchame bien, ¿de qué se trata todo esto?,primero el escándalo insoportable, y ahora resulta que no hay toallas.A mí me dio mucha risa y como que la traté de disimular, agarré rá-pido las toallas y se las di. Y el viejo se dio cuenta de que me estababurlando de él, casi se le salían los ojos del coraje. Se dio media vueltay se fue cojeando rumbo al pasillo. Yo volteé hacía la calle, pasaban unmontón de camiones y me dio gusto ver a tanta gente en una nochetan caliente.

*

Martha y Joaquín se terminaban de vestir, con el cabello aún húmedo.Joaquín dijo Tenemos que hablar. Martha se sentó frente al tocador.Joaquín habló de pasados, sobre todo del suyo. Joaquín habló de expe-riencias, de su mujer, de sus hijos, y de realidades que se le escapabande las manos a Martha. Joaquín hizo una pausa y miró con ternura a

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Martha. Martha parpadeó y una lágrima le rodó por la mejilla derecha.Él dijo Es que yo ya no te quiero. El teléfono timbró y Joaquín con-testó. Martha sintió que toda la sangre del cuerpo le subía a la cabeza,se mareó, sintió miedo. Él colgó el auricular y giró. Ella no lo miraba.Joaquín entró al baño y se vio al espejo, supo que hacía lo correcto.Martha sintió que toda la sangre del cuerpo se le iba a los pies y sesintió valiente. Tomó su bolso y sacó un revólver. Se puso de pie y seasomó por la ventana, respiró profundamente. Una. Dos. Siete veces.Caminó hacia el baño, empujó la puerta y sintió que era el corazón delmundo el que se abría. Joaquín giró la cabeza y la miró con horror.Ella apretó el gatillo, como quien hunde el índice en la llaga, y no vol-vió a saber de sí misma.

*

Ni siquiera reproché la falta de amabilidad con la que el recepcionistame entregó las toallas. Quería llegar a mi habitación y sentir el aguahelada lo antes posible. Pero al llegar al pasillo escuché un golpe in-confundible. De pronto sentí miedo, me quedé ahí parado sin sabera dónde moverme. Inmediatamente salió de la suite ocho el hombrede traje que había visto antes, su rostro estaba pálido y corría hacia larecepción. En menos de un minuto ya estaba de vuelta, junto con elrecepcionista. Yo sé que no fue por morbo, pero francamente aún nologro explicarme el porqué me entusiasmó la idea de acompañarlos.Me asomé lentamente a la habitación. Y ahí estaba ella, tirada frenteal tocador. El suelo estaba rojo, rojísimo e indiscreto. Salí al pasillo,mareado. Respiré profundamente y pensé que la muerte era una extra-ordinaria manera de terminar mi novela.

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Entonces ahí estaba yo: mirando a la calle y todos sus camiones y sugente. Estaba sonriendo como pendejo cuando de repente pum, queescucho un balazo. Me cagué del miedo, pensé que ya había validomadres y que nos iban a asaltar. Llamé rapidito a la policía. Y en esoque llega el señor ese de la voz profunda y me dice que la muchachase había pegado un tiro ahí en la suit ocho. Nada más de imaginarmetoda la sangre me dio asco. Le dije al señor que ya había llamado ala policía, que ya estaban en camino. Y pues ahí te voy hasta la ocho,con las tripas revueltas y cara de sufrimiento. Cuando entré a la habi-tación ni siquiera pude voltear bien, como que nada más vi de reojo.Salí al pasillo y ahí estaba el viejillo del bastón, también con su cara demortificación. Nos vimos a los ojos por primera vez y yo me quedépensando que qué gacho era morirse en un motel.

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En todas las desgraciasque nuestra raza padece

siempre aparecede por medio una mujer.

W. S. Gilbert

Mira, Patricio, te voy a decir la verdad: yo no sé cómo terminé metidohasta el fondo en esta bronca. O, mejor dicho, sí sé cómo ocurrió todoeso que tuvo que ocurrir para que yo terminara aquí, pero incluso aho-rita, ya en la procu, me cuesta creerlo. Todo empezó el día que metocó llevar cadáver a la universidad. Tenía casi ocho meses trabajan-do ahí en la SEMEFO. Supuestamente era temporal, pero la verdades que a mí ya se me hacía cómodo estar ahí: buena paga, estabilidad,poca competencia laboral. No, no te rías, si eso sí es una ventajota.Bueno, no me desvío porque se ve que ya casi me van a llamar y note quiero dejar con la historia a medias. El punto es que ese día fui allevar un cuerpo a la escuela de medicina. Cada mes nos tocaba llevarmuertito al laboratorio y a mí me gustaba ofrecerme para el trabajo,

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porque esas veces me dejaban el resto del día libre. Y yo me podíaquedar ahí en el campus, o meterme al cine, o irme a dormir todo eldía si así me daba la gana. Llegué con el paquete: varón, alrededor de25 años, encontrado en un edificio abandonado del centro, ahí dondeantes había un banco, ¿te acuerdas? Pues ahí lo encontraron: siete na-vajazos y, curiosamente, un disparo que le dieron ya muerto. De planonadie alzó la mano por el ajusticiado y a mí me dijeron Vas, Tigre, llé-vate al muchacho.

La clase en el anfiteatro era temprano, como a las siete y media.Ese día le tocaba a un grupo de cuarto semestre, con un profesor quesiempre me sacaba plática, ¿Cómo andamos, Tigre? ¿A quién me vasa presentar hoy?, así me decía siempre y luego se reía como si yo deverdad le fuera a presentar al bulto: Mire, profe, le presento acá a miamigo. Ya como éramos compas, el profe me daba permiso de que-darme a la clase.

Ese día había como quince alumnos, se notaba que todos an-daban bien desvelados. Pinches estudiantes de medicina, me cae quesiempre les tocan las peores jodas. Total que los muchachos ya estabanrodeando la mesa, el profe a la cabeza dando instrucciones y el ansiadomuertito ahí quieto, como jamón en nochebuena. Rosalinda, hazme elfavor de abrir la bolsa mientras preparo el material, le dijo el profesora una muchacha que yo nunca había visto, pero que estaba bien pinchebonita, me cae. Yo la miré un rato así, checa, a la cara, directamente.Y nomás por eso yo fui el único que se dio cuenta del momento enque a Rosalinda le cambió la expresión. Pasó de la cara de desvelo aun gesto que era mezcla de miedo y de sorpresa en el mismo instanteen que se abrió la bolsa y el rostro de mi encargo se asomó: poderoso,así como avisando cómo era estar muerto.

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El grito que vino después nunca lo olvidaré. Rosalinda, ¿qué tepasa?, Rosalinda, respira despacio, Ay dios, profesor, Rosalinda se des-mayó. En menos de un minuto todo se empezó a ir al carajo, con esosprimeros auxilios y luego A ver, Tigre, ayúdame a llevar a Rosalindaa la enfermería, y sentir su cuerpo delgadito entre mis brazos, y que-darme con el profesor a esperar que despertara. Luego fue verla abrirlos ojos, así bien mojados y los labios temblando, y luego por primeravez su voz, o más bien por segunda vez porque ya la había oído gritar.Y Rosalinda diciendo: Perdón, maestro, no sé qué me pasó, pero yame siento bien, no se preocupe, es que ando bien cansada, mejor mevoy a mi casa. Y finalmente, yo tomando la peor decisión de mi vida.Rosalinda se me acercó y me pidió que la acompañara a la parada delcamión, ¿y yo cómo le iba a decir que no? Tú eres el de la SEMEFO,¿verdad?, te quiero hacer unas preguntas que son muy importantes pa-ra mí en este momento. Y a mí eso me terminó de intrigar, Rosalindatan retoño cerradito. Me mataba de curiosidad, ¿me explico?

La muchacha me empezó a preguntar cosas que nada tenían quever una y otra, pero ya después de un rato llegó al grano. Me preguntósi yo había estado ahí para recibir el cuerpo, me preguntó dónde lo ha-bían encontrado, le conté lo de los navajazos y después lo del disparopost-mórtem, pero me dio asco contarle esos detalles que a mí me pa-recían innecesarios. ¿A ti no te da como cosa hablar de muertos? Yonunca he entendido por qué nos llaman tanto la atención las muertescon antecedentes y motivos complejos. Quizá es porque no nos gustano poder culpar a alguien o a algo más grande que nosotros mismos,no nos gusta decir que el cuerpo simplemente nos dejó de funcionaro que fue cuestión de suerte, simplemente es algo que no podemosasimilar. Preferimos que sea el gobierno o la maldad o los cholos, o

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cualquier otra cosa, pero nunca la naturaleza o el azar. Si supieras lacantidad de muertos por accidentes pendejos que llegan al trabajo porcada asesinado, pero de eso nadie se entera. Como que a huevo quere-mos que las cosas sean más interesantes de lo que en realidad son. ¿Apoco no? No te hagas, si todos somos así. Nos gusta exagerar todo.A ver, por ejemplo, ¿tú por qué estás aquí? ¿Por posesión de arma defuego? Ahí está, ¿qué chingados tenías que hacer con una pistola? Tedigo, nos gusta el puro pinche drama. Pues ya me dijiste que la pis-tola no era tuya, ya sé. ¿Pero a poco nomás la conseguiste para queesos cholitos que me platicaste te devolvieran tu cartera? ¿Y para quéte metías en tanta bronca nomás por una pinche cartera? Me dices queeres bien tranquis y que no sabes por qué estás aquí, pero ahí está loque te digo: modesto a la chingada, a ti también te gusta exagerarle.¿No? A no ser que me estés cuenteando. Ahí está. Nomás la hacemosde pedo. Bueno, como te decía: después de tanta pregunta, Rosalindase quedó callada y yo le dije que para qué quería saber todas esas on-das. Se le rozaron los ojos y me dijo que el cuerpo era de un familiarque llevaba meses perdido, que necesitaba reunir toda la informaciónque pudiese, que llegaría al fondo del asunto sin importar el riesgo ypuras ondas así.

No sé de dónde o por qué saqué la idea de que ella necesitabade mí. No sé cómo explicar así como una urgencia que tuve, no me lovas a creer y menos me van a creer estos weyes ahorita que me toquepasar. No sé si fue mi deseo de aventura y mis ganas de hacerme el hé-roe, el punto es que de golpe le ofrecí mis servicios como chofer, de-tective y guardaespaldas. Rosalinda lo pensó un rato y al final sonrió,me puso dos condiciones: no hacer más preguntas y nunca bajarmedel carro. Yo no le puse peros y la llevé a mi carro, así, a lo pendejo.

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Pero igual, mírame ahora. Primero fuimos al edificio en donde habíanencontrado al difunto, Rosalinda se bajó y regresó enseguida, con lacara roja. Hijos de puta, dijo bajito, para que yo no pudiera oírla. Perola oí y me empecé a imaginar lo que todo mundo se imagina cuandoescucha de asesinatos: seguro ese wey andaba metido en algo feo. Yentonces también pensé que tal vez Rosalinda no era nomás una estu-diante de medicina bonita. Estuvimos manejando casi tres horas entrebarrios bien jodidos, nomás dando vueltas, y yo también dándole vuel-tas a la idea del misterio, ¿no?, hasta que Rosalinda me dijo que meestacionara frente a una casa. Se bajó y esta vez tardó como una horaen salir, te juro que estuve a punto de bajar a buscarla. Cuando regresótenía una cara serenita, como si ya hubiera ganado en algo que yo nopodía entender.

Estaciónate aquí, frente a este taller, me dijo cuando ya había os-curecido. Estábamos al lado de un taller como abandonado, bien os-curo. Rosalinda abrió la puerta del carro y yo la agarré de la muñeca yle dije que aguantara, que me tenía que dar una explicación o algo, queyo no la iba a dejar que se metiera así nomás al peligro. Se me quedóviendo bien feo, y luego yo la solté poquito a poco y nomás le acariciétantito la mano. En ese momento como que le cambió la cara y memiró como ninguna mujer me ha visto antes. Se bajó del carro y semetió al taller. Yo me quedé esperando un rato. No sabía si seguirlao quedarme ahí nomás a ver cuándo regresaba. Ahí fue cuando me dicuenta de que la había cagado, ¿sabes cómo se siente así como un hue-co en la panza cuando te das cuenta de que la cagaste en algo y que yano hay marcha atrás? Ah, pues así sentí. Y justo en ese momento delhueco en la panza: un dos tres pinches cuatro balazos, sonaron desdeadentro del taller y yo nomás me quedé hecho bolita en el asiento del

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carro. La verdad no supe ni cuánto tiempo fue, pero en ese rato meempecé a acordar de una canción. No creerías las cosas que he hecho porella, cobardemente pero sin vergüenza. Pasó otro rato y me bajé del carro.Le quise hablar a la policía, pero la verdad no sabía ni dónde estaba yme preocupaba más Rosalinda. Busqué la entrada al taller y empecé acaminar y a pensar en un montón de pendejadas: me imaginé a unosmatones, tres matones, rodeando a Rosalinda y ella gritándoles y llo-rando y vuelta loca, reclamándoles. Y los matones riéndose de Rosa-linda, uno escupiendo y otro fumando un Camel gringo. Caminé hastala entrada y había unas escaleras que bajaban. Imaginé entonces a Ro-salinda sacando una pistola de su chamarra morada, temblando, con lacara toda blanca. Y los matones que seguían riendo, el que había escu-pido ahora tosía y el del Camel aventaba la colilla. Las escaleras dabana un lote con un montón de partes oxidadas. No había gente, pero viuna mesa de aluminio con una baraja revuelta encima. También ha-bía un radio prendido y estaban pasando un partido de baseball. Así sesiente cuando la verdad es la palabra sometida, todavía me estaba acordandode la canción. Y seguía imaginándome a Rosalinda, aún apuntando alos hombres y ellos, hasta ese momento, dejando de reír y sacando susarmas. Seguí caminando por el lote y ahí en una esquina, entre purofierro viejo, vi a Rosalinda tirada y, aunque estaba oscuro, yo sabía queestaba llena de sangre. Ella usó mi cabeza como un revólver e incendió mi con-ciencia con sus demonios. Me quedé ahí nomás, parado, pensando en unchingo de cosas, todas al mismo tiempo. Pensaba en lo tibia que aúnestaba la muchacha, pensaba en los hombres disparando y en el parti-do de baseball en el radio, pensaba aún en la canción. Y pensaba todotan rápido que no alcanzaba a darme cuenta de qué estaba pensandoen realidad. Fui tan dócil como un guante y tan sincero como pude. Lo demás

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no lo recuerdo bien, perdóname si la historia se enreda toda. Me pusenervioso, lloré, di vueltas por el lote, pasaron horas y horas y yo no-más pensando rápido, pensando mal. Sé que durante esas horas yo ymi mundo de mañanas en la Facultad de Medicina y de días libres nosíbamos de golpe a la mierda, a esta celda de averiguaciones previas. Lacanción sigue en mi cabeza, Me vi llegando tarde, tarde a todo.

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CHULA

Fui hasta esos departamentos porque me dijeron que ahí rentaban pis-tolas a buen precio; las rentan por noche, además el depósito que tepiden es muy accesible. Lo de rentar pistolas no es algo conocido portodos en la ciudad. A mí me lo platicó, como en secreto, un compañe-ro de trabajo con quien acostumbro salir los viernes por la noche. Nofue difícil encontrar el lugar: "llegas al centro y te metes por el callejónque te digo, luego luego vas a ver los apartamentos así, medio despin-tados, de segurito afuera verás al Mocho, un morrillo pelón, chama-quito, a él le dices qué onda".

El Mocho me condujo escaleras arriba, uno, dos, tres pisos.Frente a la puerta había un perro sarnoso y viejo, ahí donde se acos-tumbra poner un tapete de bienvenida. Una vez adentro, me quedéinmóvil, recargado en la puerta. El proceso fue rápido, me dieron al-gunas instrucciones sobre su manejo y dijeron que debía entregarla ala mañana siguiente. Bajé uno, dos, tres pisos con el Mocho siguién-dome tranquilo, como si nada pasara. Por momentos sentí que yo noera Patricio Mercado, un hombre de 40 y tantos años, callado, solteroy con una pistola en el bolsillo.

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Yo no soy un hombre de fijaciones, lo juro. Tampoco soy deesos que disfrutan de destacar o de ser el centro de atención. Nuncahe salido en el periódico local, y cuando hay censos nunca estoy en lacasa. Trabajo en una fábrica de botellas de detergente, así que todo eldía están las máquinas inflando plástico y a mí me gusta eso, porqueentonces no tengo que hablar. No me gusta que me pregunten la ho-ra, y uno de mis mayores temores en la infancia era caminar a la orillade las canchas y que alguien me gritara "¡bolita, por favor!". Siendoasí, uno puede andar tranquilo; uno puede, aunque sea por momentos,sentirse más o menos feliz.

Mi obsesión por la Chula empezó una mañana algunas semanasatrás. Las nueve a eme, Avenida Revolución, día de quincena y pagodel bono de puntualidad en el trabajo. Esa mañana, al caminar por laavenida, todo parecía estar en su lugar: globos sucios y desinflados col-gando de las terrazas de los bares, evidencia triste de la noche anterior;hombres morenos y delgados empujando envases sobre sus carretillasimprovisadas: dos cartones de coronitas, tres de las verdes, uno de so-les; un muchacho llevándole sus Delicados al señor de La casa del habano;los señores trajeados del Rotario tomando un café en Sanborn's y afue-ra una fila india de niños indios ofreciendo las mismas pulseras madein Taiwan; el regazo de un Tláloc de piedra, o de su stunt fronterizo,lleno de botellas vacías de The Coca-cola Company, junto a él su placa:este monumento ha sido donado por el gobernador Fulanito de Talcon apoyo del Vigésimotanto Ayuntamiento; el señor de la farmaciaplaticando con el señor de la farmacia de enfrente sobre el señor de lafarmacia de al lado cuyo negocio quebró, todo en un giroscopio far-macéutico de grandes ofertas. "Chula", de pronto. "Chula", que se meatraviesa. "Chula" y ya no pude dejar de pensar en eso. "Chula" decía

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el sombrero sobre la cabeza de la bestia. Chula, el burrito sin rayas. Sinrayas, así, a secas. Ah, sin rayas, eso aquí no se perdona. Porque a unburro pintado de blanco y negro se le admira, uno pasa cerca de ellosy se detiene un momento para averiguar que no es una cebra, sino unburro rayado; uno camina cinco o diez pasos y se ríe del ingenio deesos hombres que ofrecen a los turistas llevarse una foto revelada arte-sanalmente, sentados en una carreta all mexican style, tras un burro quecometió el gravísimo error de nacer pardo y no salir bien en las fotosde recuerdo. ¿Pero para qué sirve un burro sin rayas aquí? Burros gri-ses, blancos, negros, de esos hay en todos lados, en cualquier pueblito.Aquí la gente viene a ver a los originales e insólitos burros con rayas.A partir de esa mañana no pude dejar de pensar en Chula, me moles-taba muchísimo su manera de no encajar. Me molestaba verlo ahí, tanenteramente burro, tan sentencia de lo auténtico, tan fiel a su existen-cia. Y me molestaba por sobre todo que su entereza y su autenticidadme parecieran absurdas. Yo tan acostumbrado a los burritos pintados,yo tan acostumbrado a la farsa de las calles, yo tan acostumbrado acreerme el único en este mundo que era solamente lo que podía ser:sin engaño.

Estoy sentado en una banca, creo que también donada por elayuntamiento, y trato de no parpadear. Ya viene ahí la pareja de grin-gos, pasan junto a Chula, ni siquiera voltean. Yo sabía. ¿Cómo haceun burro sin pintar para ser un burro nada más? Yo no soy un hom-bre de palabras y, así en silencio, me acerco hasta la carretilla. El señorburrero me ofrece una foto de recuerdo, five dollars, mientras un mu-chacho sentado junto a él dice como para sí mismo "no, la verdad, quéculero es cuando pasa mucho tiempo y uno termina acostumbrándo-se" mientras apaga un radio viejo. Chula no me mira aún. A esta hora

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la calle está casi vacía y caliente. Chula me mira al fin, los ojos negrosson como de vidrio y de su hocico sale un aire húmedo que se pareceal suspiro de los hombres. Siento que yo ya no soy Patricio Merca-do, un hombre de 40 y tantos años, callado, soltero y con una pistolaapuntando hacia un burro sin rayas.

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LA OVEJITA

Renato

Aquí hay muchas cachanillas, y parecen de ésas que ya se pasearonpor toda la ciudad, con bolsas y envases atorados entre las espinas. Yocreo que a este cerro vienen a dar todas. Ahora que lo pienso, nuncahe visto una flor de cachanilla. Son de esas cosas que creo que ya nome va a tocar ver. Me estoy acordando mucho de ti, pinche Mary. Meacuerdo de tus macetas llenas de geranios y rosales que nunca prendie-ron. Hace un puto calorón y quiero prender el aire del Pontiac de mihermano pero, no sé por qué, no me animo. No quiero hacer ruido.Ya pasó mucho tiempo, no sé cuánto. Bajo las ventanas, pero mejorlas vuelvo a subir porque hay vientos de Santa Ana y entra pura tie-rra y nada de aire frío. Así es siempre en estos cerros: todo caliente ytodo lento. Por eso nadie viene, por eso hay un chingo de cuevitas alas que se mete nomás el que no quiere ser encontrado. Y entoncespienso que lo mejor es seguir esperando en silencio, sudando. Mi her-mano me dejó las llaves del carro y a lo mejor quiere que me vaya, quelo deje. O nomás soy yo que me estoy inventando cosas. Y me vuelvo

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a acordar de ti, María, de cuando me dijiste que íbamos a estar juntossiempre y yo pensé "no mames, ¿siempre?", pero no te dije nada por-que te estaban brillando los ojos y entonces me dio por imaginar quesí era cierto. Luego cuando nació la bebé y yo quería que todo estu-viera bien. Te decía "ándale, todo se va a poner bien" y siempre medecías que yo nomás le daba vueltas a las cosas, a lo pendejo. Me gus-taría saber qué hora es, cuánto tiempo ha pasado, pero no sé si al finalvale la pena saberlo. Mi hermano, pienso, ¿para qué me dejó las llaves?Se empiezan a quemar un montón de cachanillas al pie del cerro y elviento empuja las flamas hacia el matorral a la orilla de la carretera. Yentonces puedo verlas: esas ondas de aire caliente que salen del asfal-to, del cofre del Pontiac, de las cachanillas. Todo se cubre de ondas,se desdibuja. No sé si estoy asustado. Qué pendejo no saber si uno es-tá o no asustado. Me acuerdo por última vez de ti, María, de tu caracon fiebre y tu cabello húmedo en la frente. Las ondas de aire calien-te se hacen más grandes y apenas alcanzo a ver las siluetas de cuatrohombres que se acercan. Pongo seguro a las puertas, no sé para qué.Me quedo en silencio, no sé para qué. Cierro los ojos porque sí estoyasustado y pienso nada más en el calor. Al final de eso se trata, de seruna pinche cachanilla dando vueltas y venir a dar a un cerro con suscuevas como interiores de carros en días de vientos de Santa Ana. To-do caliente y todo muy lento.

María

La nariz me escurre y tiemblo de frío. Renato todavía no llega conel dinero para los antigripales. Claro, a él también debe estarle escu-

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rriendo la nariz, pero su enfermedad le sale más cara. Me quedan tresbolsitas de té y dos tazas de agua para calentar, del azúcar mejor noacordarse. Ya van tres noches que Renato pasa en la calle y que noviene ni para avisarme que sigue vivo. Bien sabe que podría irme dela casa y quedarme con mis papás, ya no volver, ya no estar en estaespera de narices que escurren, ¿lo sabré también yo? Renato ni se haenterado de que la bebé ya no está conmigo, que la llevé con su pijamade ovejitas a que se quedara con mi mamá, porque yo ya no tenía parapañales y leche. No sabe que llevo tres días esperando que llegue conel dinero. El asunto es rápido, me dijo. No quiero que te asustes, medijo y le creí. Tú espérame en la casa. Luego levantó el dedo anular conla argolla de matrimonio y me miró sin parpadear, esperando a que yolevantara mi dedo anular con la otra argolla. La argolla que siempre meha quedado grande y se me anda perdiendo en todos lados. Me escu-rre la nariz y tengo muchas ganas de estornudar. Me cubro la boca yla argolla se mueve de abajo a arriba en el dedo. Miro por la ventana ylas luces de la calle me revuelven el estómago. Le dije muchas veces aRenato que nos fuéramos a vivir a otra ciudad, una con mejor clima.Le dije que si nos quedábamos yo me iba a estar enfermando a cadarato y él me respondía que aguantara tantito, que las cosas iban a po-nerse mejor. Un día llegó con el plan de ayudarle a su hermano en untrabajo y, aunque no me lo dijera, yo ya sabía que su hermano teníafama de conecte. Me negué, le dije que no era necesario ponernos enpeligro para salir del bache, le pedí que pensara en la niña. Es un tra-bajo fácil y de volada, me dijo. Me convenció con el anular levantadoy la argolla. Tres, cuatro, seis trabajos después empezó a desaparecersepor varios días. Yo siempre tenía fiebre, la nariz escurriendo, el achúsin salud. Y la bebé tomando agua lechosa y mi mamá a cada rato to-

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cando en la puerta. Ahora escucho un carro estacionándose afuera yme asomo otra vez por la ventana mientras doy vueltas a la argolla conel pulgar. Es el vecino y Renato ni sus luces, ni las luces del carro desu hermano, ni las luces de una patrulla aunque sea. Estoy descalza ysiento que todo el frío del piso se empuja para entrarme por lo piesy yo mejor me regreso a la cama. Paso muy rápido por enfrente delespejo del tocador, porque me da mucha vergüenza verme reflejada, yme detengo solamente hasta llegar al clóset. Enfrente hay una maletay yo sé que ya está hecha, yo sé que fui yo quien la hizo y la acomodóal pie del clóset, sé que hoy en la tarde tomé una decisión, y ya sóloestoy esperando. Esperando que Renato entre para levantar mi dedoanular y aventarle la argolla y decirle ¿Ves?, me queda grande. Me es-curre la nariz y hace mucho frío. Renato no ha regresado y la verdadya no estoy esperando el dinero para los antigripales. Yo sé que ya nova a volver, yo sé que a Renato ahora le escurre la sien y le escurre lafrente y le escurre el pecho. Y todo eso que le escurre se embarra en-tre el polvo de algún cerro. No quiero que te asustes, me dijo y le creí.Sé que Renato aún trae la argolla en el anular, a él siempre le quedóajustada.

La ovejita

¿Estás ahí?, alguien preguntó. La escuchaba desde dentro de mí, desdela boca del estómago y hacia afuera. La pregunta rebotaba en las pare-des del cuarto, se volvía eco. Desde mí hacia las paredes, de las paredesal eco y del eco a mi oído. Abrí los ojos, luego sentí cómo una agujame penetraba y giré la cabeza para no verme la sangre agolpándose en

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las venas del antebrazo. Ahora sí, chiquita, vas a saber lo que es no serde este mundo. Su voz era como la de un lobo, un lobo de fábula, unlobo como deben ser los lobos que hablan. Y la aguja seguía adentro.Sí estás ahí, ya sácala, le dije. Tuve miedo, pensé que me estaba arañandoel hueso; yo pensé que el muy cabrón estaba escarbando su nombre enmi hueso. Ya sácala, ya no queda nada en la jeringa. Soltó una risa, ya node lobo, sino de hombre con disfraz de lobo. El hombre es el lobo delhombre, el hombre es el lobo del hombre. Elombreselobodelombre.Luego sacó la aguja y me lamió el cuello. Su saliva ardía. Yo me puse apensar en que todos los cuellos son salados y en eso se parecen al mar.Maik, se me durmió el brazo. Y él dale y dale con los lengüetazos, comomarcando territorio. Maik, ya, te digo que no siento mi brazo. Es normal,dijo, ahorita se te pasa y verás qué bien te sientes. Qué bien te sientes, québien, dijeron las paredes. Luego sentí como su aguja me penetraba yapreté los ojos para no ver su cara sudada encima de la mía. Y apretélos oídos para no escuchar su jadeo de lobo o de hombre. Y apreté micabeza para no pensar en las palpitaciones de su orgasmo. El que conlobos anda a aullar se enseña. Pero él no me había enseñado nada. Unavez me subió a su moto y nos fuimos a un llano cerca de su casa. Yo tevoy a enseñar, me dijo, vas a ser mi novia biker. Pero yo nunca apren-dí a aullar ni a andar en moto. ¿Estás ahí?, la pregunta seguía colgadadel eco, con un hilito de voz, como con vergüenza y miedo y tristeza.Ahora ya se puso oscuro, como boca de lobo. Y él está en el sillón, ha-ciendo aros de humo con su boca de hombre. De mí sé muy poco. Séque estoy sentada con él en el sillón, con el brazo inmóvil. Y ademásestoy llorando sobre la cama, muy quedito, envuelta en la sábana, conlos ojos y los oídos y los pensamientos apretados. Estoy tirada en elpiso y a mi alrededor sólo hay jeringas, pienso en un mar que es salado

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como los cuellos de los hombres, y nado desesperadamente entre lasjeringas para llegar a la orilla, a las paredes. Estoy, además, afuera deuna cueva y grito Lobo, lobo, ¿estás ahí? Y el lobo me dice que está ocu-pado, que vuelva más tarde. Fuma y de la cueva salen aritos de humo.Yo le digo que no siento mis brazos, que tengo miedo. Lobo, lobo ¿estásahí? Todo va a estar bien, ahorita se te pasa, me dice la cueva. Despuéspienso en María. La misma María que me dijo Hija, no vayas a la cuevaporque ahí vive un lobo, un lobo muy guapo que anda en moto y tienespeedballs. Un lobo que te puede comer. María es mi mamá y ahoraestoy pensando en ella. Maik, ¿te acuerdas de esa canción, la de Mary teníauna ovejita? Y Maik ya no responde, tiene todos sus ojos, que son na-da más y nada menos que dos, completamente blancos y el cigarro lequema los dedos. Lobo, lobo, ¿estás ahí? La cueva se vuelve eco y ya noveo aritos de humo. Mary tenía una ovejita, una ovejita muy bonita, aquien amaba con todas sus fuerzas. Pero la muy puta de la ovejita sefue a buscar a un lobo que le dijera Reina, tú no eres de este mundo,tú no eres ovejita de este mundo. Y ahora el lobo ya no responde y nohay quien lleve a la ovejita a su casa. María, María, ven por mí, sácame deeste sillón, de esta cama, de este mar. Pero a la cueva no te metas nunca.

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DAVID CARRADINE

–How do I look?–You look ready.

Kill Bill Vol. 2

Usted se encuentra sentado en una banca en un parque, o en un andénsubterráneo de cualquier ciudad, o en el pórtico de una casa que le di-cen es suya. Usted se encuentra sentado y de golpe entiende que nadiemuere de años. Usted revisa sus manos y repasa, en ese teatro que esla memoria, cada cicatriz. Y así entiende, de golpe, que nadie muereporque los años se acumulan. Usted no quiere recordar, ni repasar suvida con imágenes selladas en cada parpadeo. Tampoco morir y verlotodo, o decirse "fui feliz". Ya ha comprendido que no morirá porqueun dios lo ordene o por ese paso austero y preciso que es el andar delos instantes. Dos mil doscientos setenta millones quinientos noventay dos mil segundos, treinta y siete millones ochocientos cuarenta y tresmil doscientos minutos, seiscientos treinta mil setecientas veinte ho-ras, veintiséis mil doscientos ochenta días, setenta y dos años, ¿y todopara qué?

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Hay una cueva y después de la cueva hay una idea de una cueva. Hay tam-bién una convicción desgarradora de entrar en la idea de la cueva, de encerrarse enla idea de la cueva, en la palabra "cueva", de tener la idea de frío en la cueva ytemblar en serio.

Usted podría aparecer entre las notas de entretenimiento, comootras tantas veces. Usted podría ser conocido mundialmente, admi-rado, aparecer en trivias de cine, en portadas de revistas o recortadoy pegado en la libreta de alguna adolescente. Alguien podría decir sunombre en algún punto del mundo, en un país que, tal vez, usted nun-ca haya pisado. Usted podría, de pronto, pensar en tantos años. Y asídeslizarse sin querer a la recapitulación de su vida.

Hay entonces y del mismo modo una idea de lo que yo soy atrás de lo quesoy en serio. Y lo que soy en serio es tal vez una cueva que existe y que nuncaconoceré, nunca estaré frente a ella con la convicción de entrar, nunca me sentarédentro de ella ni me frotaré los brazos ni tendré frío. Cuando pienso en todo esto,sin embargo, tiemblo.

Usted recuerda su infancia inmersa en obviedades que le condi-cionaban un objetivo: come on, boy, make me proud; sus juventudes cícli-cas dedicadas a la definición y a la redefinición y a la redefinición dealgo que no es usted; su ingenua anidación en eso que llaman joy of life,la llegada a esa meta que se desdibuja y se deslava como cualquier tintaaún húmeda; los huesos que se le trozaron en ese jaloneo de la cos-tumbre y la rutina y el desamparo de lo auténtico; finalmente, el aban-dono de usted mismo. Y nada de eso, nada en el contenido de esosaños, lo ha matado ni lo matará, usted lo sabe. Sabe que nadie muerede años.

Entonces uno puede tener la idea de la cueva, luego la idea de muchas cuevasy luego, con suerte, muchas ideas de muchas cosas. Yo, por ejemplo, he tenido mu-

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chas ideas de lo que soy y las pienso y me miro y a veces puedo entrar en las ideasde mí mismo. Son muchas y a veces escojo ser lo que soy en una idea y a veces loque soy en otra. A veces ni siquiera soy yo el que escoge y a veces soy en serio y almismo tiempo lo que soy en muchas ideas.

Usted se encuentra sentado y desdeña esa teoría de que se muereun poco a cada respiro. Usted no, no señor. Usted no ha estado mu-riendo con dignidad, como todas las personas, sino que ha estado vi-viendo erróneamente. Usted es un impostor y la gente más noble, perotambién la más perversa o estúpida, le ha llamado actor. Usted ha esta-do actuando esta vida que no es la suya. Se encuentra sentado al bordede una cama de algún cuarto de hotel y entiende que el telón no le vaa caer encima con los años.

Así he estado por mucho tiempo, viviendo en la idea que me hago de una vi-da. Es tanto aquí adentro y es todo tan aburrido allá afuera. Me he acostumbradoa estas ideas que son, por tanto prolongarlas, también mentiras. Me he acostum-brado y es todo tan extraño allá afuera. Pero no me da vergüenza vivir de estemodo, entrar en la idea de la cueva es lo más honesto que hago.

Y entonces piensa, como si le fuera posible, en todos los hom-bres que están existiendo. Piensa en sus vidas y en sus rutinas, y en loque aman y lo que los lastima. En sus idiomas, sus ojos, sus recuerdos;sus formas de dormir, de comer, de caminar. Piensa en todos ellos.Piensa en que quizás alguno de esos hombres encienda el radio y sin-tonice las noticias. Y que tal vez la voz del radio cuente cómo estabausted en un cuarto de hotel en Bangkok. Que esos hombres piensenque usted estaba loco, que era un ingrato, un viejo. Que piensen tam-bién en sus razones, que sientan como usted sintió al estar sentado enese cuarto de hotel, que vean su propia vida entre parpadeos y todosesos años que habrán, o no, de matarlo. Que sientan como usted sin-

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tió. Y usted piensa en esos hombres que encenderán radios y televi-siones, que comerán, escribirán, conducirán autobuses y vivirán vidasque sí les pertenecen. Piensa en todos ellos.

Entonces se me ocurre también que uno pasa la vida empezando cosas y queluego son las cosas las que terminan con uno. Pienso en eso y tengo grandiosas ideasde principios y finales. Telones que suben, libros que se abren, luces que se apagan,boletos que se compran, el pulso del cursor sobre el monitor. Gente que busca puer-tas, servilletas torcidas sobre la mesa, atentamentes firmados, la copiosidad que sesiente después del vértigo, la última inhalación es también la última mentira. Hayprincipios y hay finales. Luego hay un todolodeenmedio que uno se inventa, paraque los otros nos crean que estamos vivos.

Usted se encuentra sentado y deja de pensar. Ahora se pone depie y se acerca a la ventana que da al centro de Bangkok en ese cuartode hotel, observa la calle durante setenta y dos segundos. Desenredalos lazos de las cortinas y las deja caer para que no entre la luz. Ustedse encuentra sentado nuevamente, mira fijamente las cortinas y piensaen todos los telones que han caído entre aplausos, mientras sus ma-nos, con cicatrices que no quiere recordar, anudan despacio uno a unolos lazos de las cortinas. Usted se pone de pie porque sabe que de añosno ha de morir.

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La formación de este libro estuvo a cargo de Jorge Estraday se terminó el 28 de Mayo del 2012

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