bailando sobre la tumba
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Jorge Uzeta
RESEÑA DE "BAILANDO SOBRE LA TUMBA" DE NIGEL BARLEY
Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXIV, núm. 94, primavera, 2003, pp. 287-291,
El Colegio de Michoacán, A.C
México
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Relaciones. Estudios de historia y sociedad,
ISSN (Versión impresa): 0185-3929
El Colegio de Michoacán, A.C
México
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NIG
EL BARLEY, BAILANDO
SOBRE LA
TUMBA,
TRADUCCIÓN
DE FEDERICO CO
RRIENTE, BAR-
CELON
A, EDITORIAL AN
AGRAM
A, 2000, 24
ILUSTRACION
ES, 321 P.
Pocos tem
as de análisis antropoló-gico resultan tan inm
ediatamente lla-
mativos com
o el de la muerte. El he-
cho en sí, como una de las inevitables
crisis de vida, y los incontables ritua-les y m
etáforas en que se le arropa, entanto elaboraciones distintas de unsuceso pancultural, continúan siendom
ateriales de obstinados intentos et-nográficos para determ
inar sus signi-ficados e im
pactos sociales. Aéste pro-
pósito, Nigel Barley ha vertebrado
una amplia reflexión sobre el tem
a enun ensayo estructurado m
ediante pe-queños contrastes entre culturas, enel que presenta num
erosos casos dedistintas latitudes y épocas incluyen-do sus propios apuntes etnográficos.N
o estamos ante una acabada pro-
puesta de análisis social como la que
articuló, digamos, Renato Rosaldo
(1991) a partir de los sentimientos de
aflicción e ira precipitados por lam
uerte. Más m
odestamente, Barley
se ocupa de aportar un abanico deelem
entos interpretativos mientras
hace accesibles enfoques antropológi-cos a lectores no necesariam
ente es-pecializados.
El ejercicio comparativo, realiza-
do con esa escritura amena y en oca-
siones jocosa que ya es característicaen Barley, le facilita desde el principiocriticar la tendencia occidental de es-tablecer los propios patrones com
om
edida universal, pues es verdadque la m
uerte no se encuentra inva-riablem
ente en el rango que nos sería“natural” (el del dolor), en beneficiode la observación de la m
ultitud derepresentaciones socialm
ente obliga-das frente a un deceso (25, 27). Subra-yando la im
posibilidad de analizar ytraducir las m
últiples emociones o es-
tados internos de quien se planta anteun cadáver, Barley trabaja sobre lapropuesta de que existe un vínculoentre la m
uerte y la noción cultural depersona. Esto le lleva a identificar losefectos del shock
funerario a manera
de cortocircuito lingüístico y, en con-secuencia, al cuerpo hum
ano como
punto de cruce semántico (34-37; 57).
En esta idea presenta y comenta ilus-
trativos extractos de mitología, de
prácticas, y de creencias: desde juegosde palabras, canciones, m
etáforas y pa-rentescos rituales que prohijan brom
asfunerarias, hasta necrológicas capacesde hum
anizar a infames asesinos.
La realidad biológica de la muer-
te, y una disquisición acerca de lascreencias occidentales sobre el alm
ahum
ana, llevan a nuestro autor a cues-tionar el térm
ino de identidad socialen tanto elaboración que “a m
enudoviolenta el pensam
iento de otros”
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sobre los que era necesario profundi-zar), Barley expone un funeral inglésluego del triste deceso de su padre,cerem
onia que culmina con un ritual
a contrapelo de sus sentimientos com
odeudo cercano en m
edio de una pa-rentela distante.
Uno de los puntos m
ás atractivosdel texto es la m
anera en que el autoraborda la relación entre m
uerte y po-der. Si bien num
erosos autores handesarrollado propuestas sofisticadaspolem
izando sobre el simbolism
o dela m
uerte, o de las crisis de vida enesos térm
inos (véase por ejemplo la
provechosa discusión entre Raymond
Firth y Abner Cohen, 1979; o la m
ane-ra en que Clifford G
eertz critica alfuncionalism
o a través del análisis deun funeral javanés, 1990), Barley seabstiene de profundizar sobre cues-tiones de dom
inación, subordinación,y cam
bio social. Aunque no las igno-
ra del todo, prefiere vislumbrarlas a
través de varios casos que le llevan asubrayar “la capacidad de los ritualespara transm
itir dos mensajes opues-
tos al mism
o tiempo” (150). El cuerpo
mom
ificado de Lenin da pie a la revi-sión de diversos m
ecanismos sim
bóli-cos que pretenden asegurar la perpe-tuidad
de determ
inados sistem
aspolíticos. En un atractivo ejem
plo,describe cóm
o en algunas culturas sedispone de la inm
ortalidad de la mo-
narquía a través de un muñeco que,
tomando el lugar del soberano m
uer-to, representa el cuerpo político conaspiraciones de eternidad. Este m
u-ñeco es relevado por quien, asum
ien-do aquella inm
ortalidad, da continui-dad práctica al sistem
a. En el extremo
opuesto, los funerales de gente me-
nos encumbrada devienen tam
biénen evidentes sucesos políticos al desa-rrollarse com
o manifestaciones con-
testatarias frente al poder; el ejemplo
aquí son los funerales de miem
bros delEjército Republicano Irlandés (150).
Nuestro autor señala a ese propó-
sito, que la ubicación espacial de losm
uertos y el tiempo de fallecim
ientoson asim
ismo hechos políticos, sien-
do elementos que llegan a restablecer
“el vínculo entre el hombre y la natu-
raleza en diferentes mom
entos” (176).Esta asociación sim
bólica no sólo de-term
ina la naturaleza de los espacios(Barley lo ejem
plifica con la propie-dad territorial avalada por la presen-cia de tum
bas de los antepasados),sino que tam
bién llega a enlazar a vi-vos y m
uertos como parte de grupos
de identidad que pueden ir de lo mi-
noritario a lo nacional. Se trata, como
bien lo señala Barley al hablar de laubicación de las tum
bas, de puntosde referencia para otros m
apas cultu-rales (173).
Más adelante, nuestro autor da
cuenta de las múltiples m
etáforas queincluyen nociones particulares de
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pueblos (65). Los ejemplos expuestos
muestran que el cuerpo hum
ano esuna construcción que depende de lacom
binación de componentes sim
bó-licos diversos, cuya ausencia m
etafí-sica puede ser, para algunos, causa dem
uerte y no a la inversa, como se asu-
me en O
ccidente. Incluso en esta tra-dición, señala, se han “engendrado”recientem
ente subtipos de muerte en
función de los avances de la ciencia mé-
dica, incluidos los requerimientos de
órganos para transplantes, o de consi-deraciones en torno al aborto. La re-flexión sobre el cuerpo se extiende asíhacia los discutibles lím
ites que mar-
can el comienzo y fin de la vida (68).
Los mitos que intentan explicar la
realidad de la muerte, o que la ofre-
cen “como una solución a los proble-
mas de la existencia” (83), le llevan a
considerar ciertas relaciones con latecnología, entre ellas una m
uy pecu-liar con la práctica fotográfica. En estepunto, nuestro autor ilustra cóm
o losm
itos locales referidos a la muerte en
la zona andina llegaron a ser útiles,por una parte, para explicar avancescientíficos portentosos (com
o la llega-da del hom
bre a la luna); por la otra,para ser im
puesta con violencia inusi-tada por el grupo terrorista SenderoLum
inoso a sus enemigos.
Más adelante, Barley presenta las
creencias sobre lo parecido que resul-ta el m
ás allá con este mundo –ya sea
en igualdad, en mejoría, o bien en tér-
minos de un m
undo al revés– para,enseguida, m
atizarlas con varios ca-sos en que ilustra sobre las relacionessociales (sexuales, m
atrimoniales, le-
gales, identitarias, etc.) que aquellosque ya no están físicam
ente en estem
undo siguen en posibilidad de man-
tener con quienes no hemos traspasa-
do el umbral de la m
uerte. De ahí la
discusión sobre la “energía” o “esen-cia vital” que puede pasar de un cuer-po a otro m
ediante relaciones sexuales,procreativas, y de canibalism
o (122).Siguiendo una sentencia de Lévi-
Strauss, Barley también se ocupa de
las teorías de la concepción como pró-
logo necesario para comprender las
propias sobre la muerte. Rem
arcandolos papeles diferenciados entre los se-xos, nos presenta varios ejem
plos depoblaciones no occidentales en que“la distinción carne/hueso se estim
aa m
enudo como la base física del pa-
rentesco” (130). Esto le lleva de re-greso a las convenciones que indicanlos lím
ites del cuerpo, para desde ahíadentrarse en la recuperación que ha-cen los deudos, por parentesco y sexo,de las partes que lo conform
an (hue-sos, nom
bres, sangre, derechos, etc.) am
anera de un retorno a los orígenes(131-133; 135). En contraste con estacálida cercanía, y esbozando apenasla relación del cuerpo con el dolor fí-sico y social (a m
i juicio elementos
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1
GEERTZ, Clifford, La interpretación de las
culturas, Barcelona, Gedisa, 1990,
131-151.R
OSA
LDO, Renato, Cultura y verdad. N
ue-va propuesta de análisis social, M
éxi-co, Consejo N
acional para la Cultu-ra y las A
rtes/Grijalbo, 1991, 229.
Jorge Uzeta
Universidad de G
uanajuatouzetaji@
hotmail.com
VERÓN
ICA ZÁRATE TOSCAN
O, LO
S NO
BLES
ANTE LA
MUERTE EN
MÉXICO
. ACTITUDES, CE-
REMO
NIAS Y
MEM
ORIA
(1750-1850),M
ÉXI-
CO, EL CO
LEGIO
DE MÉXICO
E INSTITUTO
MO
RA, 2002, 484 P.
La m
uerte, tema que trata Verónica
Zárate en 298 páginas y otras tantasde apéndices y bibliografía en su libroLos N
obles ante la muerte en M
éxico. Ac-
titudes, ceremonias y m
emoria (1750-
1850), nos toca a todos por igual. Apesar de ser la m
uerte inherente a no-sotros, la m
ayoría no la asumim
os; laevitam
os de mil form
as. Vivimos aje-
nos a esta realidad, como si fuéram
oseternos. N
o obstante el día que nostopam
os de frente con ella, nos hace-m
os uno con todos los seres vivos,asom
ándonos a nuestra desnudez.Por ello nuestra form
a de enfrentarlarequiere de todo un ropaje cultural;la cultura de la m
uerte, le llamó la au-
tora. Quizá, esta im
potencia, fue lo
que nos quiso mostrar, al desentrañar
los sentimientos de aquellos hom
bresy m
ujeres que vivieron en grandes ca-sonas, acom
pañados de un séquito decriados y que em
belesados con el lujode sus vidas y la adulación de pro-pios y extraños, creyeron, que jam
ásiban a sentir, un día, el frío inviernoen sus entrañas.
Verónica Zárate desde las prime-
ras líneas nos introduce al objetivo desu libro: darnos a conocer “las acti-tudes de los m
iembros de la nobleza
mexicana ante la m
uerte durante lasegunda m
itad del siglo XVIIIy la pri-
mera del XIX
como parte del estilo de
vida y, sobre todo, como una dim
en-sión que revela la m
anera de pensar yvivir en esa época, es decir, su cosm
o-visión” (15).
En primer lugar, le interesa averi-
guar si existe una continuidad o unquiebre o cam
bio radical de estas acti-tudes y cosm
ovisión, entre el viejo ré-gim
en y la transición a la vida delM
éxico independiente. Sorprenden-tem
ente descubre que hay pocos cam-
bios en cuanto a las formas de “socia-
lización” de la muerte, com
o ella lellam
a a la relación entre vivos ym
uertos que se da a través de la de-voción religiosa, de las prácticas so-ciales y de los lazos fam
iliares. Esto sedebió a que a pesar de los grandescam
bios políticos, la antigua noblezasiguió desem
peñando un papel im-
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mito e historia m
ediante las cuales lam
uerte se hace comprensible o cohe-
rente: lo irreversible de un quiebre enuna pieza de alfarería en ciertas zonasde Á
frica; las metáforas de la sem
i-lla, de la luz, de la flor, del viaje, delcírculo, de la putrefacción, del coito,del sueño, o de la m
áquina. Mediante
un apunte etnográfico, además, m
ues-tra cóm
o estas metáforas pueden lle-
gar a incluir a ciertos animales falleci-
dos a manera de “seres hum
anoshonorarios” (226). Pero la m
uerte in-fantil, con su carga de absurdo alrom
per la lógica de que son los hijosquienes deben enterrar a sus padres,parece desafiar la efectividad de esasm
etáforas. Algunas culturas, se nos
muestra, se las han arreglado para ha-
cer que el pequeño difunto atravieselas etapas de la vida hasta llegar a lam
adurez. O bien, que quien ha abor-
tado facilite simbólicam
ente el pasodel feto, cuyo espíritu es potencial-m
ente peligroso, a la condición de ni-ñez. D
e ahí Barley desprende variasreflexiones sobre la “m
ala muerte” y
sobre las prácticas rituales que desac-tivan la venganza de espíritus despe-chados.
Retomando
la relación
entrem
uerte y masculinidad y vida y fem
i-nidad, enunciada en varios ejem
plosprevios, Barley se ocupa una vez m
ásde los restos hum
anos, desde los pro-ducidos por la guillotina y el caniba-
lismo, hasta los que reposan en un cu-
rioso museo policiaco de la m
uerte,pasando tam
bién por el regreso de re-liquias m
useográficas a sus “legíti-m
os propietarios” como parte de una
“redistribución de las identidades”(268). Por últim
o, la muerte com
oparte de un juego que de nuevo con-duce a la vida, es la m
etáfora selec-cionada para proveer una reflexiónen busca de com
pletar varias de lasobservaciones presentadas.
En síntesis, el texto de Barley pre-senta un abanico de casos y situacio-nes vinculadas a la m
uerte desde unenfoque de análisis cultural, dete-niéndose en algunas tem
áticas de tra-dicional im
portancia para la antro-pología: el cuerpo, el parentesco, elpoder, etc. M
uchos de sus señala-m
ientos y sugerencias, bastante atrac-tivos de por sí, están en posición deser enriquecidos, m
atizados o impug-
nados a partir no únicamente de
cuestionamientos
puntuales (por
ejemplo, la relación entre m
uerte ycam
bio social), sino también a partir
de una mayor profundidad etnográfi-
ca del entorno sociocultural en dondelos decesos ocurren.
REFEREN
CIAS
CO
HEN, A
bner, “Political Symbolism
”,A
nnual Review of A
nthropology, vol.8, 1979, 87-113.