basaglia, franco - la mayoría marginada

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  • 16/Papel 451

  • Franco Basagia Franca Basagia Ongaro

    La mayora marginada

    La ideologa del control social

    editorial laia I barcelona

  • La edicin original italiana fue publicada por editorial Einaudi, de Turin, con el ttulo La maggioranza deviante.

    by Giulio Einaudi, Torino, 1971.

    Versin castellana de Jaume Reig.

    Primera edicin castellana: mayo 1973.

    Diseo y realizacin de la cubierta: Enric Satu.

    de la presente edicin (incluida la traduccin y diseo de la cu-bierta), Edilorial Laia, S. A., Constitucin, 18-20, Barcelona-14. Impreso en Grl'icas Saturno. Andrs Doria, 29. Barcelona-3

    ISBN: 84-7222-461-9

    Depsito legal: B. 17530-1973

    Printed in Spain - Impreso en Espaa.

  • Se hallarn reproducidos por entero en el presente volu-men los siguientes escritos:

    Jurgen Ruesch, Social Disability: the Problem of Misfits in Society. Informe presentado en el congreso Towards a Healthy Community organizado por la World Fe-deration for Mental Health and Social Psychiatry, Edinburgh, mayo 1969.

    Edwin Lemert, Paranoia and the Dynamics of Exclusion, del volumen Human Deviance, Social Problems and So-cial Control, Prentice Hall Inc., Englewood Cliffs, New Jersey, 1967.

    Gianni Scalia, La ragione della follia, publicado en una pri-mera versin en Classe e stato, 5, diciembre 1968.

    Las entrevistas a los componentes del Network de Londres fueron recogidas en septiembre de 1969 por Paolo Tranchi-na, Mario Mariani y por los autores.

  • EL TRAJE ESTRECHO

  • Jurgen Ruesch

    La poblacin moderna est formada por un grupo cen-Tral que comprende gobierno, industria, finanza, cien-cia, igtra, ejrcito y enseanza. En torno a este ncleo gira un crculo de consumidores de bienes y servicios, organizados por quien ocupa el centro. En la periferia estn luego los marginados, que no tienen ninguna funcin significativa en nuestra sociedad... Entre los marginados estn algunos teenagers y jve-nes... stos se rebelan contra la sociedad de consumo, desprecian los bienes materiales y persiguen la conse-cucin de su propia realizacin personal y el desarrollo de la experiencia interior... Estos hippies o semihippies han abandonado el camino que ha emprendido la so-ciedad tecnolgica... Otro sector de jvenes, en su mayor parte estudiantes, opta por la lnea opuesta. En su rebelin contra la estandarizacin, la homoge-neizacin y el engranaje social, llaman a la puerta del establishment para imponer su voz en la gestin de la universidad. Se oponen a la tecnificacin del hombre, ponen nfasis en la diversidad cultural y exigen un en-frentamiento abierto. Si no se aceptan sus peticiones, se entregan a actos destructivos con el intento de rom-per la estructura organizada. Tanto la solucin de abandonar el terreno por parte de los hippies, como la exigencia de una mayor parti-cipacin de los activistas, representan una reaccin contra el centro deshumanizado de nuestra sociedad...

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    Ronald Laing

    No creo posible que estos comportamientos margina-les surtan un efecto revolucionario sobre la estructura del poder estatal...Quienquiera que acte de manera revolucionaria es un marginado en la medida en que no se conforma a la norma... Pero si las reacciones emotivas individuales tienen o no un impacto en el sistema para cambiarlo, es otra cosa. Creo que una gran cantidad de marginados no incide a este nivel, no produce ningn efecto sobre el sistema, capaz de pro-vocar un movimiento en el sistema mismo... Sin em-bargo, qu deberan hacer estos jvenes? Deben su-frir la violencia de la cadena del montaje universita-rio, carente de rostro y espritu, y que destruye el alma? Intentarn seguir el juego del sistema, pretendiendo sacar un poco de alegra de la vida, en la medida de lo posible. Este movimiento muestra que, pese a todo, la cosa es posible. O sea, que si los hippies muestran que esto es posible, entonces los menos aventureros y valientes, o los menos desesperados, pueden empezar a sentir que tambin ellos podran permitirse gozar de la vida un poco ms de lo que estn haciendo ahora...

    Edwin Lemert

    En nuestra sociedad, que tiene por base la organiza-cin, se pone de relieve el valor del conformarse a las reglas y la tendencia siempre creciente de las lites organizadoras a apoyarse, para sus fines en el poder directo. ste se ejerce, habitualmente, con el propsi-to de aislar y neutralizar a grupos e individuos que ofrecen resistencia, de modo que se les impide el acce-so al poder o se les niegan los medios para favorecer los fines y valores marginados que persiguen. Una de las maneras de obtenerlo de modo ms inmediatamen-te eficaz es interrumpir, retrasar o bloquear el fluir de las informaciones. Se hace necesario racionalizar y justificar el proced-

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    miento dndole una base democrtica, que oculte cier-tas acciones, desfigure la representacin del significa-do que subyace en ellas, y se hace preciso tambin echar mano a medios inmorales e ilegales. La dificultad de procurarse un conocimiento sociol-gico de estas tcnicas, que podemos definir como con-trol por encima del control, y la negativa por parte de los que las usan a reconocer que existen, son la consecuencia lgica de la percepcin de la amenaza que dicho conocimiento y admisin puede representar para las estructuras de poder informal.

    JHrgen Ruesch

    Preguntmonos ahora cuntos son los socialmente inhbiles, cuntos los marginados y cuntos pertene-cen al centro de la nueva sociedad postindustrial... Si traducimos estos porcentajes, referidos a la poblacin adulta, en cifras que abarquen a la poblacin entera de los Estados Unidos, su centro est representado tan slo por un 10 por ciento, mientras que el grupo cen-tral abarca el 25 por ciento. Por tanto, cerca de un tercio de la poblacin total desempea cierto tipo de trabajo por el que percibe una compensacin. Los en-fermos (y entre stos hay que incluir a los ancianos), los incapacitados y los jvenes forman el 65 por cien-to, o los dos tercios de la poblacin total. Este grupo puede definirse como mundo del ocio (leisure world).

    Salud y enfermedad, norma y desviacin, interior y exterior, ms o menos, antes y despus, son en la ten-dencia totalizante del capital polos contrarios y, al mis-mo tiempo, equivalentes de una realidad nica: porcen-tajes de la misma unidad que varan cuantitativamente de acuerdo con la funcin prevalente que desempea el uno o el otro en un proceso total en el que el hombre se convierte en objeto del ciclo productivo.

    El problema del drop-out, del marginado, del que no quiere o no puede integrarse, del misfit a quien el traje

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    social le va demasiado estrecho, se dilata hasta constituir la paradoja de una marginacin universal que se anula en su misma universalidad. Cul ser el nmero de margi-nados de que tendr necesidad el capital? Ruesch afirma que, en Estados Unidos, el 65 por ciento de la poblacin lleva un traje social demasiado estrecho. El poder central de los tecncratas determina la medida que deber adap-tarse a todos. Las manos desaparecern vergonzosas en las abundantes mangas, los pasos inciertos quedarn dificul-tados por pantalones demasiado largos, las robustas mu-ecas sobresaldrn de mangas demasiado cortas que im-pedirn todo movimiento: y no ser posible reclamar, por temor a quedarse sin vestido.

    Laing, Lemert y Ruesch de manera diversa, cada uno con su propia ideologa prctica hablan en sus inter-pretaciones de nuestro futuro contenido. Hablan de jve-nes que no soportan la camisa social, que es demasiado estrecha. Pero en nuestra sociedad hay medios para iden-tificar el ms y el menos, y quien se pone un vestido he-cho para otro (una realida/ ajena), ya no se da cuenta ms de ello, del mismo modo que el enfermo mental de las instituciones pblicas no sabe qu es ir vestido a me-dida.

  • IDEOLOGA DE LA DIFERENCIA

  • En el mbito de las ciencias humanas se aborda a me-nudo problemas terico-cientficos que no nacen direc-tamente de la realidad en que se trabaja, sino que se importan como problemas tpicos de otras culturas (de niveles de "HesarroUo distintos), transferidos a un terre-no en donde se identifican los signos de su presencia a condicin de un preciso reconocimiento crtico. Este me-canismo de identificacin a nivel ideolgico parece t-pico de las culturas subordinadas, que tienen una>fluicin marginal y dependiente en el juego poltico-econmico por el que estn determinadas, y del que participan segn su diverso grado de desarrollo^ De hecho, a los diferentes niveles socioeconmicos les corresponden diversas for-mas de definicin cultural; es decir, problemas nacidos en pases con un elevado desarrollo tecnolgico indus-trial, se asumen como temas artificiales en pases con me-nor desarrollo socioeconmico.

    Por consiguiente, el lenguaje intelectual es a menudo resultado de la absorcin de culturas dependientes de realidades diversas, convirtindose en gatrimonio de una lite restringida, una especie de mutuo entendimiento entre los privilegiados que pueden descifrar el mensaje y descubrir sus referencias. De este modo aumenta la ambigedad de la naturaleza de los problemas, que re-sultan a la vez concretos y artificialmente originados: esto es, se convierten en realidad, a travs de la racionaliza-cin ideolgica que se opera en ellos.

    Examinemos el fenmeno de la_$ mcirgincions^ Sien-do ste en la actualidad un problema crucial y decisivo en los pases con gran desarrollo industrial, y sin haber estallado an en Italia, ha sido importado a nuestra cultu-

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    ra como tema ideolgico de un problema real slo en otras partes.

    Entre nosotros el marginado, como aquel que se en-cuentraTura o en el lmite de la norm^^j se mantiene en el seno de la ideologa mdica o de la judicial que con-siguen abarcarlo, explicarlo y controlarlo. El presupuesto aqu implcito de que se trata de personalidades origina-riamente anormales, permite su absorcin en el terreno mdico o penal, sin que su desviacin como rechazo concreto de valores relativos, propuestos y definidos como absolutos e inmodificables ponga en tela de juicio la validez de la norma y de sus lmites. En este sentido la ideologa mdica o la penal sirven aqu para contener, mediante la definicin de anormalidad origina-ria, el fenmeno, trasponindolo a un terreno que ga-rantiza el mantenimiento de los valores normativos. No se trata de una respuesta tcnica a un problema para especialistas, sino ms bien de una estrategia defensiva, destinada a mantener a todos los niveles el statu quo. Ca ciencia, en este caso, cumple con su misin suminis-trando clasificaciones y etiquetas que permiten la neta separacin entre norma y anormalidad.

    El hecho resulta evidente en la alianza originaria de la psiquiatra con la justicia. El psiquiatra, en el cumpli-miento de su deber profesional, es al mismo tiempo m-dico y guardin del orden, en el sentido de que en su ac-cin supuestamente teraputica expresa tanto la ideolo-ga mdica como la penal de IET organizacin social de la que es miembro operante. Es decir, que se le reconoce el derecho de poner en prctica todo tipo de sancin de-bido al aval que le da la ciencia, por un arrair.n pacto ^ue le ata a la tutela y a la defensa de la norma.^ Por~ esto, en nuestra cultura el fenmeno de las marginaciones sigue comprendido en el mbito de un conocimiento y de una prctica de ndole represiva y violenta, que co-rresponde a una fase del desarrollo del capital en que el control se manifiesta an en formas rgidas y atrasa-das, en el estigma del psicpata y del delicuente.

    1. Cuando el psiquiatra ordena que se retenga a un enfermo, es la ciencia la que avala y justifica todos sus actos, aunque stos consti-tuyan una explcita declaracin de impotencia.

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    Sin embargo, en los Estados Unidos, que aqu toma-mos como ejemplo paradigmtico para comprobar las tesis que estamos sosteniendo, el problema ha sido racio-nalizado a un nivel multidisciplinario de ndole diversa, en donde la ideologa mdico-judicial se ha ido identifi-cando progresivamente con la sociolgica, debido a la necesidad de promover y garantizar la totalizacin del control de un fenmeno que va adquiriendo mayores proporciones, con una explcita discusin de los valores sociales normativos. En este caso la definicin de anor-malidad originaria ya no resulta suficiente para explicar y abarcar un fenmeno que se configura, explcitamente, como resultado de una exclusin-autoexclusin de la produccin, afrontada y en parte absorbida por las or-ganizaciones sociales de asistencia, presentes en la tole-rancia represiva del capitalismo avanzado. El impulso c[e estas contradicciones es el que ha obligado a una toma de posicin masiva tal como la que se manifiesta en la ley Kennedy de 1963 y que reconoce que el problema de la salud mental es un problema eminentemente social. Se Ka llegado a comprender que, para la produccin, la enfer-medad puede convertirse del mismo modo que la sa-lud en uno de los polos determinantes de la economa general del pas. Lo demuestra la absorcin en el ciclo productivo mediante la creacin de nuevas institucio-nes terapeuticoasistenciales de los grupos marginados a los que antes se exclua permitiendo y asegurando su control social, como control tcnico.

    Las teoras cientficas que versan sobre la margina-cin, nacidas en la cultura inglesa y americana en res-puesta a una realidad inmediata, e importadas a Italia, tienen en definitiva el significado de ideologas de recam-bio,^ si no llegan a verificarse en nuestro terreno prcti-co gracias a una accin que defina sus premisas, natura-leza, lmites y consecuencias dependientes de nuestra realidad. En este caso la nueva ideologa de tipo sociol-gico vendra a sobreponerse a las arcaicas ideologas psi-quitricas, disponindose como reserva potencial de ul-

    2. Este concepto de ideologa de recambio se ha elaborado discu-tiendo con Gianni Scalia.

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    teriores elaboraciones ideolgicas. El estigma genrico de tnarginacin viene pues a sustituir al ms especfico y ms violento de psicopata-delincuencia. Los rgidos pa-rmetros de la ciencia mdica se distienden por interven-cin de las llamadas ciencias humanas que, con todo, no modifican la esencia del fenmeno, sino que lo dilatan en una indiferenciada y falsa totalizacin que aparente-mente parece unir los opuestos, sin enfrentarse en reali-dad con el problema de sus diferencias y relaciones.

    Entre nosotros, no obstante, el nivel de desarrollo del capital no tiende todava a expresarse en su dimensin total y, por tanto, tampoco se ve obligado a un tipo de control totalizador. La ideologa de la diferencia sobre la que se basa la definicin de anormalidad originaria con que se define la estructura de la personalidad del marginado-psicpata es aqu an suficiente para garan-tizar, por contraste, la integridad de sus valores. "^ ^^ ^:;:::-^

    Los proyectos de reformas propuestos, boicoteados^-retirados, de nuevo propuestos; las directrices de accin, tericamente aceptadas, pero nunca puestas en prctica; la ausencia de programacin real que parta de nuestra situacin y constituya una respuesta prctica a nuestras exigencias; la ausencia de planes experinaentales que ve-rifiquen la validez y utilidad real de los nuevos progra-mas ; la adecuacin a las nuevas teoras, sin que los actos modifiquen la situacin en la que deben incidir, y, sobre todo, la conservacin de las instituciones en su constante funcin represiva de control, son la .demostracin de lo imposible que es una accin de renovacin tcnica que no se imponga como una necesidad econmica. Resulta irhposible por no ser necesario al capital adecuar un nivel de desarrollo a otro en el que las nuevas ideologas tcnico-cientficas operen en respuesta a particulares exi-gencias socioeconmicas, como su correspondiente racio-nalizacin. O para ser ms claros, ^ s imposible adoptar sis-temas de control social de tipo ms avanzado, cuando los viejos todava son suficientes en muchos aspectos.

    El manicomio, la crcel, la escuela, las instituciones que sirven para controlar las desviaciones, etc. corres-ponden a un tipo de represin adecuada a nuestro nivel de desarrollo socioeconmico. El resto el uso del nuevo

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    lenguaje tcnico que no corresponde a la realidad es fruto de una importacin ideolgica que, por su adecua-cin formal a las nuevas tcnicas, prepara el terreno al que debera ser el nuevo tipo de control, necesario tam-bin pa ra el momento en que nuestra realidad econmica se modifique de acuerdo con la lgica del capital. Por esto, el nuevo lenguaje adoptado'atiW'ra 'por los tcnicos lenguaje nacido en otras par tes como respuesta tcnica y al mismo t iempo econmica a una realidad socioecon-mica que ha madurado gradualmente se limita aqu a recubrir a la antigua, conservando su misma naturaleza, bajo las nuevas definiciones formales, naturaleza que slo una accri prctica y real podra t ransformar. Pero cuan-tcT^ms aumenta la distancia entre el lenguaje y la rea-lidad, tanto ms se siente la necesidad de confiarse en las palabras y en su ambigedad constitutiva.

    Lo que sucede en las programaciones relativas a la asistencia psiquitrica en muchas administraciones pro-vinciales, nos lo demuestra claramente. Lo que sucedi en la provincia de Venecia, parece constituir u n ejemplo preciso de cmo la_ nueva ideologa, en cuanto eleccin tcnico-cultural, sirve tambin para garantizar la inac-cTn, en consonancia con una opcin poltico-econmica especfica.

    El hospital psiquitrico de la ciudad est situado en dos islas apartadas del contexto urbano y, dada la particu-lar configuracin de Venecia, es provincial. Se trata de dos antiguas construcciones que, como toda la ciudad, se man-tienen en un estado de grave precariedad.

    En 1967 la administracin provincial local anunci la convocatoria de un concurso para la construccin de un nuevo hospital psiquitrico en tierra firme. La convocatoria, por vez primera en Italia, exiga la construccin de un hos-pital abierto, administrado por una comunidad teraputica. Pese a todas las reservas que merece esta modalidad de asistencia, aun cuando se presente como un modelo resolu-tivo del problema psiquitrico, para la situacin italiana de los manicomios de entonces poda resultar un precedente de cierto peso la existencia de una convocatoria de concur-so que reconoca implcitamente en el enfermo mental un nuevo status social, antes de que existiese una ley que lo definiese. Se eligieron los mejores proyectos, pero en el mo-mento en que haba que proceder a la construccin del hos-pital, que ya contaba con la adquisicin de un terreno, los

  • FRANCO BASAGLIA Y FRANCA BASAGLIA ONGARO

    administradores descubrieron documentando su descu-brimiento en un congreso nacional que obtuvo el apoyo de las autoridades polticas y cientficas que la construccin de un nuevo hospital psiquitrico podra perpetuar el este-reotipo de la enfermedad mental al institucionalizar al en-fermo.

    Sin embargo, el rechazo del hospital psiquitrico como fuente de enfermedad vlido para toda programacin psiquitrica que parta de cero no puede prescindir de la existencia de los ms de ciento cincuenta mil internados de nuestros manicomios, cuyas condiciones higienicosanita-rias y asistenciales especficas son de sobra conocidas. Con todo, la teora poda resultar til como ocasin de postergar una vez ms el problema del hospital y abrazar las nuevas tesis ms modernas de la psiquiatra de sector, proyec-tada en el exterior, que permitan diferir hasta una pro-gramacin ulterior todo el problema de la asistencia psi-quitrica. La ltima novedad es que los dos hospitales psi-quitricos de Venecia se estn cayendo al mismo tiempo. Prescindiendo del juego poltico que la denuncia de la crisis y el hundimiento de los hospitales puede entraar, la admi-nistracin provincial local, a la hora de enfrentarse con las contradicciones que ha originado, no consigue hallar ms solucin que eliminar los enfermos y distribuirlos en diver-sos hospitales, organizando una nueva comisin de estudio para la realizacin de nuevos programas de asistencia psi-quitrica.

    El artculo de un peridico local que aqu reproducimos refiere el desarrollo exacto de la situacin.

    El problema de los manicomios. Tres soluciones para los enfermos de San Clemente. En Ca' Comer se va contra reloj en la bsqueda del espacio necesario para la "emigra-cin" forzada de los enfermos mentales del hospital psi-quitrico, cuyos muros como anunci dramticamente el asesor Mario Vianello la otra noche amenazan ruina. No-venta enfermos han sido trasladados a los pasillos, y all son atendidos; otros cuatrocientos ochenta debern ser transferidos dentro de dos meses, y todo el hospital psi-quitrico deber ser evacuado antes de seis.

    Las perspectivas de solucin son conocidas: obtener asistencia en los diversos hospitales de la ciudad y pro-vincia, conseguir un albergue o edificio que rena la misma capacidad receptora, construir departamentos psiquitricos en tierra firme. Ahora, cuarenta y ocho horas despus del "informe" Vianello en el Consejo provincial, las posibilida-des de solucin del problema son las siguientes:

    traslado de casi trescientos enfermos "yacentes crnicos tranquilos" a institutos de asistencia: se t rata de gente que por razones sociales han permanecido en el hospital

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    psiquitrico aun sin tener necesidad de asistencia psi-quitrica ;

    para los verdaderos enfermos mentales el problema es ms difcil: son pocos los psiquiatras que consideren nece-sario que el traslado de los enfermos se efecte "en blo-que", es decir, incluyendo a mdicos y enfermeros. Este xodo forzado exige poder disponer de un gran edificio que, segn ciertos rumores, ya habra sido elegido. En este caso estara garantizada la "continuidad teraputi-ca", y el traslado sera menos perturbador que una dias-pora desorganizada;

    iniciar de inmediato la construccin de secciones psiqui-ti-icas en tierra lirmc, en los terrenos ya adquiridos por la provincia de acuerdo con un plan de programacin y descentralizacin de los servicios de asistencia. Se po-dra recurrir a la construccin industrializada (prefa-bricados funcionales y garantizados): las instalaciones estaran listas al cumplirse los seis meses indicados por los tcnicos que han descubierto las malas condiciones de San Clemente;

    los presidentes de los hospitales provinciales han prometido al mdico provincial, profesor Siggia, dar pronto una respuesta acerca de la demanda de camas e instalacio-nes para enfermos mentales. (II Gazzettino, Venecia, 5 febrero 1970.)

    Se admite sin temor alguno que trescientos enfermos en realidad no son verdaderos enfermos, sino que se les mantiene en el hospital psiquitrico, sometidos a las rgi-das reglas del intemamiento, simplemente porque no hay solucin social adecuada para ellos, y mientras tanto se con-serva la etiqueta d enfermedades que no padecen o se les define como psicpatas asocales, etc., confirmndose una vez ms el estrecho lazo de unin entre orden pblico y psi-quiatra. ' Se declara asimismo que faltan medios para re-solver la situacin actual, cuando hace tan slo un ao se haban elaborado vastos programas a largo plazo, decla-raciones de principio sobre la eleccin del tipo de asistencia ms moderna y en respuesta a las exigencias ms actuales, involucrando a las autoridades acadmicas y polticas en un convenio nacional. (Cuanto ms aumenta la distancia entre

    3. Cf. E. GoFFMAN, Mental Simptoms and Public Order, en Disor-ders of Comimication, Research Publications, Proceedings of the As-sociation for Research en Nervous and Mental Disease, 7-8 diciembre de 1962, The Williams & Wilkins Company, Baltimore, 1964.

  • 2 2 FRANCO BASAGLIA Y FRANCA BASAGLIA ONGARO

    lenguaje y realidad, tanto mayor necesidad se siente de con-fiar en tas palabras y en su ambigedad constitutiva.)

    La contradiccin resulta evidente a nivel de los mismos administradores, obligados a justificar en otra parte su ac-tuacin y recordar la demostrada capacidad de los cam-bios de programa para adecuarse a las conquistas siempre nuevas de la moderna psiquiatra; sin sentir la ms mnima molestia al obstinarse en mantener iinTaparato terico, siem-pre distinto y en contraste estridente y dramtico con una realidad inalterada.

    Es ste un ejemplo de las contradicciones referentes al problema institucional especfico. Pero la misma cul-tu ra psiquitrica oficial se mantiene an, coherente con una situacin econmica que es ms; regresiva. Si se ana-lizan las elaboraciones tericas sobre las que se funda el aparato psiquitrico tradicional, la definicin de en-fermedad (lo mismo que las instituciones encomendadas a su custodia y ciiidado) sigue estando planteada a base d0 violencia y represioil. Clasificaciones discriminatorias, d i a ^ s t i c s que adquieren el significado de un determi-nado juicio de valor, definiciones de estados morbosos que se convierten en estigma, son la evidencia de lo que sigue subyacente en nuestra cultura psiquitrica: la ideologa de la diferencia como exasperacin de la dis-tancia que separa los opuestos, salud y enfermedad, norma y desviacin.

    En nuestra cul tura el problema de las marginaciones, que se aborda como tema perteneciente a la sociologa, est ausente del mbito disciplinar de la psiquiatra, en donde aparece en la forma de las personalidades psico-pticas de competencia de la medicina. Lo anormal contina siendo englobado en una sintomatologa clni-ca que se mantiene en el ambiente de los parmetros nosogrficos clsicos, de ndole positivista. El equvoco creado por la clasificacin tradicional la definicin, importada de la cultura alemana, de los psicpatas como personas que sufren y hacen sufrir a los dems ha ser-vido para confundir, con un ms explcito juicio de valor, los trminos del problema. El carcter clasificatorio de las anormalidades psquicas se ha mantenido en el inte-rior de la ideologa mdica, incluso frente a la irrupcin

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    de las tendencias psicodinmicas y de otras teoras, con el nico resultado de crear nuevas y diversas etiquetas para estigmatizar todo comportamiento que se aparte de la norma y tambin del cuadro de los sndromes psi-quitricos codificados.

    En nuestra cultura mdica las personalidades psico-pticas siguen representando uno de los captulos ms ambiguos, controvertidos y difcilmente delineables de la nosografa psiquitrica, tanto es as que siempre ha sido difcil definir con exactitud la autonoma de su cuadro sintomatolgico. El trmino se utiliza habitualmente al referirse a sujetos que pueden reagruparse segn algunas caractersticas peculiares:

    a) una precaria integracin social, acompaada de per-turbaciones del comportamiento y conductas, por lo general, antisociales;

    fe) un historial clnico que, si bien no siempre es de-finible como patolgico, no permite considerar nor-males a estos sujetos.

    Las personalidades psicopticas son, pues, definidas como personalidades en el lmite de la norma, caracte-rizadas por alteraciones del comportamiento, perturba-ciones afectivas, con tendencia a conductas antisociales; todo ello reducible a anomalas del carcter, referidas a tipologas particulares. A este respecto la psiquiatra ita-liana depende an de la subdivisin schneideriana en for-mas reagrupadas en diez tipos (a su vez separados en sub-grupos y asociaciones transitorias), donde el inters cla-sificatorio y codificador supera toda finalidad.

    En el caso de la posterior definicin de personalidad socioptica, donde se toma en consideracin el elemento social como segundo polo de la relacin, lo anormal sigue siendo asimismo referido a la^Jnfraccin ^e^iiT esquema de valores (mdicos, psicolgicos y sociales) que es acep-tado~como natural Irreductible, y nunca como algo de-pendiente del sistema social del que el individuo forma ^rte. En aquellas interpretaciones en las que esta dimeri^ sin penetra en el terreno mdico, es obvio que sta se refiere principalmente a las consecuencias que comporta

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    una personalidad psicoptica, ms que a las presiones so-ciales de que es objeto, mantenindose con ello en la l-nea de lajdeologa custodialisticopunitiva,] que constituye siempre la base de las instituciones destinadas a preservar la norma.

    Por consiguiente, el problema de los marginados toda-va conserva en nuestra cultura la apariencia de lo psi-coptico, y en l resuena el eco de las clasificaciones de Lombroso, con su finalidad de proteger a los sanos de los estrambticos, de locos morales revolucionarios, de los re-volucionarios y delincuentes polticos pasionales, de los anarquistas, por no citar sino algunas de sus definiciones en las que nicamente queda explicitado el firme deseo de

    'subvertir el orden constituido, por otra parte firmemente defendido por Lombroso.

    En estas definiciones no hay equvocos: la ideologa mdica permite un jiicio politicomoral que reconoce en las ^definiciones cientficas un autntico carcter clasista, _sin tapujos o enmascaramientos artificiosos.. La. realid&d es que las ideas clave son las de la clase dommanje, la cual no toleTTa los elementos que no respetan sus reglas. Si no fuese as si el transgresor no fuese castigado, por qu tendran que ser observadas, cuando no es po-sible reconocer ni un solo valor en su aplicacin?

    Son stos juicios que pueden encontrar una justifica-cin en la poca en que fueron formulados (el atlas de Lombroso sobre el Uomo delinquente es de 1897). Sin em-bargo, cuando en un recientsimo tratado italiano de psi-quiatra de entre los muchos que han florecido en estos ltimos aos se leen afirmaciones anlogas, la cosa re-sulta ms difcil de comprender. Teniendo en cuenta la clasificacin que se sigue haciendo de los psicpatas, es evidente que siempre es esencial estigmatizar a quien se aparta de la norma mediante juicios de valor que hagan resaltar su amoralidad y disolucin, si bien la sancin sigue siendo de ndole mdica. Cualquier cosa que haga el psicpata se considera siempre errnea, porque el jui-cio precede a todas sus acciones como una marca de f-brica: si un acto es errneo, tambin lo es su contra-rio, porque el error inicial es no haber aceptado (y las motivaciones de este rechazo pueden ser de naturaleza

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    diversa, pero no tienen peso alguno en el juicio que se l'ormula) las reglas del juego.

    De esta manera se define como hipertmico a quien es optimista exuberante hasta la euforia. Quien demuestra un altruismo excesivo despierta serias preocupaciones. Quien defiende sus propias razones sufre de una fcil com-batividad que puede degenerar en querellas y belicosidad en quien por su inconstancia a menudo no persevera. (Presencia y ausencia de belicosidad tienen aqu idntica connotacin negativa.) El depresivo tendr caractersti-cas opuestas al hipertmico. Est tambin el fantico, que es definido como aquel que quiere imponer a los dems sus propias convicciones que propaga con toda su fuerza; en contraposicin, otro tipo de fantico se limita a pro-fesar las propias ideas con la mxima fe y desdeando a los dems. En este grupo est quizs encuadrado el psi-cpata paranoico... en quien se encuentran los siguientes elementos esenciales: hipertrofia del yo, timidez en sus relaciones con los dems, egosmo y susceptibilidad.

    La diferencia con Lombroso es mnima. Estn los psi-cpatas volubles o inestables] los anticos (carecen de todo sentimiento superior y de toda capacidad de apre-ciacin moral)... el concepto de psicopata antica est muy cerca del de locura moral de los viejos autores. El histrinico es tambin definido como manitico de la notoriedad. En suma, el psicpata carece de voluntad, presenta una mala adaptacin dentro del grupo sociocul-tural... insuficiencia de empatia, es decir, de participacin afectiva con el prjimo... es fro, carente de moral (hecho que a menudo se encubre tras afirmaciones tericas e ilusorias que suenan como si fuesen inspiradas por una intensa vida interior), no acusa nunca sentido de culpa, es incapaz de lealtad, de firmeza... toda accin y decisin es improvisada, fragmentaria, discontinua... carece, en suma, de estilo en su modo de existir, en su ser en el mundo.

    stas son las definiciones de uno de los ms recientes tratados italianos de psiquiatra sobre el tema de la psi-copata. Las clasificaciones no llegan aqu a justificarse ni tan slo tomando como base la ausencia de dialctica interna en el comportamiento psicoptico, lo que hara

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    ms digno de consideracin el juicio negativo respecto a ambas caras de su conducta. Lo psicoptico es sobre todo diferente, puesto que pone en cuestin los fundamentos de la norma que se defiende, construyndose un espacio y una categora medicolegal para circunscribirlo y aislarlo.

    Su finalidad es la adaptacin del anormal a los pa-rmetros que dicta la norma de una sociedad en vas de desarrollo, donde la eficiencia de un polo de la realidad est subordinada a la ineficiencia codificada del otro. Si en la sociedad auyente se tiende a romper el rgido lazo de unin entre la ideologa mdica y la ley, para crear un nuevo tipo de interdisciplinariedad con otras ciencias hu-manas, la finalidad de este cambio de postura no la cons-tituye el mejoramiento de la vida y condiciones del hom-bre, sino el descubrimiento de un nuevo tipo de produc-tividad y eficiencia que consiguen tambin explotar al ineficiente y al improductivo o encontrar para ellos una nueva funcionalidad. La funcin es siempre adecuada a la estructura, y una intervencin tcnica resulta eficaz slo e el caso de que esta coincidencia sea respetada. Esto quiere decir que a un nivel dado de desarrollo econmico corresponde un lenguaje cientfico adecuado y una ade-cuada realidad institucional. Las elaboraciones cientfi-cas de vanguardia o bien ponen en crisis la estructura sobre la que actan, debido a la imposibilidad concreta de llevar adelante su propio discurso practicoterico, o bien son absorbidas como lenguaje puramente ideolgico, que sirve de coartada para el inmovilismo presente, en es-pera de producir una realidad ulterior, adecuada al ulte-rior nivel de desarrollo.

    Por lo tanto, nuestra burocracia psiquitrica debe seguir defendiendo sus propias instituciones conservado-ras, estrechamente ligadas al nivel de realidad en que vivi-mos y operamos (el nivel de desarrollo socioeconmico de nuestro pas, que exige an un tipo de control basado en la ideologa de la desigualdad) y, al mismo tiempo, no puede dejar de tener en cuenta el significado de ciertas experiencias prcticas actuales. Sera ms fcil adecuarse a un nuevo lenguaje que proviniese de una anticipacin terica abstracta, que disponerse a aceptar el lenguaje, si bien contradictorio, nacido como respuesta a una reali-

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    dad prctica. Si la funcin tcnica y la estructura social deben coincidir para que la intervencin tcnica sea eficaz, resulta implcito que los psiquiatras, en el desempeo de su funcin, estn explcitamente delegados para guardar el orden y defender la norma, y que aceptan esta delega-cin. En el caso de que la coincidencia quede alterada por una intervencin que quiera responder prcticamente a necesidades autnticas, esta intervencin o bien sirve para desenmascarar el significado implcito en esta coin-cidencia y delegacin, o bien produce inevitablemente el incremento del fenmeno que la intervencin tcnica qui-siera obviar.

    Ello resulta evidente al extenderse las enfermedades en un momento en que en el seno de la lgica capitalis-ta se crean nuevos servicios destinados a su tratamiento. El aumento que se reconoce, estadsticamente, se atribuye a una nueva concienciacin debida a la existencia del nue-vo servicio, del que todos los enfermos pueden disponer. Sin embargo, en poltica sanitaria un servicio debera re-ducir el fenmeno para el que ha sido creado, en respuesta a una carencia tecnicofuncional. En cambio, desde el mo-mento en que el nuevo servicio slo puede tender como cualquier otra institucin inserta en el ciclo de produc-cin a su propia supervivencia, su finalidad es la pro-duccin, en cuyo crculo el enfermo queda absorbido como nuevo objeto, y no como sujeto para cuyas necesidades se ha creado el servicio.

    En una estructura social distinta cuya finalidad no sea a produccin, sino el hombre y sus condiciones de vida, siendo la produccin uno de sus instrumentos de super-vivencia, la instalacin de un nuevo servicio tcnico pro-duce resultados opuestos. En Cuba, por ejemplo, el ser-vicio sanitario psiquitrico funciona, adems de existir los servicios del gran hospital de La Habana que est en vas de desmantelamiento, gracias a la organizacin de pequeos centros ambulatorios situados en las distintas regiones del pas. El inicio de esta nueva actividad haba creado, en el primer perodo, un aumento de pacientes mentales que se curaban ambulatoriamente, con su poste-rior reduccin. Significa esto, acaso, que no existe en Cuba la enfermedad mental o que est retrocediendo r-

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    pidamente? Ciertamente no. Se trata tan slo de la distinta manera de disponer de un determinado servicio en una estructura social que tiende a responder a las necesidades del hombre, y no a las exigencias del capital. Lo que una vez ms nos confirma la importancia que reviste el,aspec-to social de la enfermedad para la determinacin de l a misma.

    Si se considera la enfermedad mental como una con-tradiccin del hombre, que puede verificarse en cualquier tipo de sociedad, uede afirmarse tambin que toda so-ciedad hace de la enfermedad lo que ms le conviene, y que es la apariencia social as construida la que ser des-pus determinante en su evolucin sucesiva. En estos tr-minos es posible hablar de una estrecha' relacin entre psiquiatra y poltica, porque la psiquiatra defiende los Tmites de la norma que define una determinada orga-nizacin politicosocial. Si bien es cierto que la poltica no cura a los enfermos mentales, se puede responder pa-radjicamente que, sin embargo, los hace enfermar con una definicin que tiene un preciso significado poltico, en el sentido de que la definicin de enfermedad sirve, en este caso, para mantener intactos los valores de norma que se someten a discusin. El hecho de que luego quien cae bajo las sanciones ms rgidas en el momento de traspasar ei lmite sea siempre el que no dispone de un espacio privado donde poder expresar con seguridad su propia desviacin, no es sino consecuencia lgica de una premisa implcita en el tipo de organizacin social en el que estamos insertos.

    La invitacin a la prudencia en la divulgacin de lo que es la realidad, el significado y la funcin de las ins-tituciones confiadas a tutelar la norma en nuestra socie-dad, sigue siendo una invitacin a mantener tajante la divisin entre lo normal y lo anormal, y una confirmacin del estrecho lazo de unin que existe entre psiquiatra y orden pblico..El problema de la asistencia psiquitrica no es slo un problema tcnico, puesto que se trata de una tcnica que se utiliza para la defensa de lmites normati-vos que no tienen ni pueden tener un valor objetivo.

    El psiquiatra acta siempre de acuerdo con su doble misin de hombre de ciencia y mantenedor del orden. Pero

  • LA MAYORA MARGINADA 29

    ambas funciones estn recprocamente en evidente contra-diccin, dado que el hombre de ciencia debera procurar salvaguardar y curar al hombre enfermo, mientras que el guardin del orden tiende a salvaguardar y defender al hombre sano. Cul de los dos polos en contraste preva-lece en el papel del psiquiatra? De qu manera se puede presumir de curar a quien se sale de la norma, si nuestra principal preocupacin es la adaptacin a la norma y el mantenimiento de sus lmites?

    Nadie sostiene que la enfermedad mental no existe, pero la verdadera abstraccin no est en el modo de ma-nifestarse la enfermedad, sino en los conceptos cientficos que la definen sin que se le haga frente como hecho real. Qu otra cosa significan esquizofrenia, psicopata o alie-nacin, sino conceptos abstractos e irreales, la exageracin de un fallo en la comprensin de la contradiccin que no-sotros somos y que la enfermedad es? Qu otra cosa son las definiciones, sino el intento de resolver con conceptos abstractos estas contradicciones, reducidas as a meras mercancas, etiquetas, nombres y juicios de valor que sir-ven para confirmar una diferencia?

    El razonamiento de nuestros tcnicos an se mueve claramente en el terreno dominado por la ideologa de la diferencia, donde la exageracin de las contradicciones sirve para defender y mantener el desarrollo econmico en vas de expansin.* Del mismo modo que las opiniones que aparecen en el coloquio ideal entre los psiquiatras de la sociedad afluyente y que reproduce la introduccin del libro son clara expresin de una adaptacin a la nueva crtica interna a partir de la funcin tcnica que va deli-nendose al igual que la nueva estructura, modificada por la nueva fase de desarrollo del capital. La distancia es evidente, si bien por encima de las apariencias el pro-blema permanece intacto, una vez se ha logrado verificar la equivalencia de los opuestos.

    4. Lanse atentamente las ya mencionadas definiciones de psico-pata extradas del reciente tratado italiano de psiquiatra.

  • LOS CUELLOS NEGROS

  • Ideologa de la diferencia e ideologa de la equivalen-cia llegan a coincidir en la medida en que responden a dos momentos conceptuales y prcticos diferentes, liga-dos a diversas fases del desarrollo socioeconmico. En estas dos distintas racionalizaciones se funda la evolucin de la ciencia, cuya eficacia real resulta directamente de-pendiente de la correlacin entre estructura socioecon-mica y funcin institucional especfica: es decir, la inter-vencin tecnicocientfica, como nueva hiptesis que pone en cuestin la realidad actual, slo puede hallar su veri-ficacin en el momento en que se hace funcional respecto a la fase ulterior del desarrollo socioeconmico general, encontrando al mismo tiempo junto a su verificacin su propia muerte al hacer de la hiptesis primitiva un absoluto.

    En el caso especfico de las marginaciones es evidente que la ideologa de la diferencia sirve tambin para san-cionar la forma de control ms adecuada a una fase par-ticular del desarrollo tecnicoindustrial; del mismo modo que la intervencin de las nuevas ciencias sociales con la consiguiente extensin del problema y, por tanto, del campo de investigacin y atencin tiende a sustituir, correspondiendo a las precedentes formas de control, las teorizaciones y las prcticas precedentes, considerndolas fases superadas e innecesarias y, en este sentido, defini-das como puramente ideolgicas.

    La vieja ideologa custodialstico-punitiva resulta, eri efecto, insuficiente para la totalizacin del control, en co-rrelacin con el desarrollo del capital. Por esto es ahora posible poner al desnudo, mediante anlisis sociolgicos y sociopsiquitricos, aquello que ya no es necesario se-guir ocultando.

  • 3 4 FRANCO BASAGLIA Y FRANCA BASAGLIA ONGARO

    La literatura norteamericana es especialmente rica en anlisis que denuncian los aspectos ms contradictorios de la vida social americana: investigaciones sociolgicas sobre los ghettos negros, simultneas a las campaas in-tegracionistas (para cuando la gente de color haya com-prendido y aceptado su puesto en la civilizacin de los blancos); anlisis sociolgicos de las condiciones de los en-fermos mentales en los asilos psiquitricos (nos referi-mos, en particular, a los anlisis de E. Goffman); estu-dios sobre el problema de las marginaciones, en relacin al establecimiento de nuevos centros psiquitricos des-tinados a su control; crticas a la objetivacin del hom-bre perpetrada por las viejas teoras, que a su vez dan origen a las nuevas.

    Entre estos anlisis puede ser til reproducir aqu el ensayo del socilogo Edwin Lemert sobre el problema de la paranoia y de la dinmica de la exclusin, puesto que asocia los dos trminos del discurso: el psiquitrico y el sociolgico. Escribe Lemert:

    Los elementos de comportamiento sobre los que se basan los diagnsticos de paranoia delirios, hostilidad, agresividad, sospecha, envidia, obstinacin, celos e ideas de relacin son fcilmente comprendidos y en cierta manera enfatizados por los dems, como reaccin social, en antte-sis con el comportamiento extrao y amanerado del esqui-zofrnico o los cambios cclicos y afectivos que puntualiza el diagnstico de mana depresiva. Por ello, la paranoia su-giere, ms que cualquier otra forma de perturbacin men-tal, la posibilidad de un anlisis sociolgico til.

    Reproducimos el texto por entero, considerando que el lector puede descubrir, teniendo en cuenta las indicacio-nes de nuestro anlisis, elementos que nuestra tenden-ciosidad podra pasar por alto. Se trata de una investi-gacin sobre la paranoia habitualmente considerada como desarrollo de una personalidad anormal y sobre la relacin que la sociedad mantiene de ordinario con ella: relacin de exclusin que se reproduce y perpeta en el mismo anlisis sociolgico.

  • Paranoia y dinmica de la exclusin Edwin Lemert

    Una de las pocas generalizaciones acerca del comporta-miento psictico que los socilogos han conseguido formu-lar con relativo acuerdo y cierta seguridad, es que dicho comportamiento ha de considerarse resultado o mani-festacin de un desorden en la comunicacin entre indi-viduo y sociedad. La generalizacin es natura lmente am-plia y, mientras que puede tipificarse fcilmente a base de material extrado de los historiales clnicos, resulta necesario profundizar el concepto y describir el proceso a travs del cual en la dinmica de las perturbaciones mentales se verifica esta rup tura de la comunicacin. Ent re los diferentes modos de afrontar el problema, la formulacin de Cameron sobre la pseudocomunidad pa-ranoide es la ms seria.^

    En esencia la idea de pseudocomunidad paranoide pue-de definirse as:^

    Paranoide es aquel que, en situaciones de stress inusual, se ve impulsado a causa de su insuficiente capacidad de aprendizaje social a manifestar reacciones sociales inade-cuadas. A partir de los fragmentos de comportamiento social ajeno, el paranoide organiza simblicamente una pseudo-comunidad cuyas funciones percibe como si tuviesen por foco su persona. Sus reacciones frente a esta comunidad imaginada, a la que ve cargada de amenazas, le impulsan a un conflicto abierto con la comunidad real, obligndole a un aislamiento temporal o permanente de todo lo que le atae. La comunidad real, que es incapaz de tomar parte en sus actitudes y reacciones, entra en accin por medio de un

    1. Norman CAMERON, The Paranoid Pseudocommunity, American Journal of Sociology, 46, 1943, pp. 33-38.

    2. En un artculo posterior, Cameron modific su concepcin ori-ginal, pero no la de los aspectos sociales de la paranoia, que son los que sobre todo nos interesan. CAMERON, The Paranoid Pseudocommunity Revisited, American Journal of Sociology, 65, 1959, pp. 52-58.

  • 36 FRANCO BASAGLIA Y FRANCA BASAGLIA ONGARO

    enrgico control o como respuesta-represalia, despus que el paranoide prorrumpe en acciones defensivas o vindica-tivas.^

    Que la comunidad contra la que el paranoide reaccio-na es una pseudocomunidad o una comunidad carente de existencia real, resulta claro de las afirmaciones de Cameron:

    Cuando [el paranoide] comienza a atribuir a los dems actitudes que l mismo tiene hacia su persona, llega a orga-nizaras, involuntariamente, en una comunidad funcional, en un grupo unificado en las presuntas reacciones, actitudes y proyectos a l referidos. De esta manera organiza a los in-dividuos algunos de los cuales son personas reales, otros tan slo supuestos o imaginados en un conjunto nico que satisface por el momento su necesidad inmediata de clari-ficacin, pero que no le da la ms mnima seguridad y que ge-neralmente contribuye a aumentar su estado de tensin. La comunidad que l se construye, no slo no corresponde a ningn tipo de organizacin en la que tambin otros parti-cipan, sino que en la prctica se halla en claro contraste con cualquier tipo de consenso general. Adems, las acciones que l atribuye al grupo no son en realidad dichas o hechas por stos; el grupo no resulta unido en ninguna empresa comn contra l.^

    No se puede negar la validez de la intuicin general del anlisis de Cameron y, en efecto, la utilidad de algunas de sus ideas ha sido reconocida. Sin embargo, debemos proponer una objecin, basada en una pregunta emprica, es decir, la de si en la prctica las cualidades insidiosas de la comunidad contra la que el paranoide reacciona cons-tituyen una pseudorrealidad o bien una construccin sim-blica. Habra adems otro punto de vista que es el tema de este artculo, es decir, que, mientras que el paranoide reacciona de manera diversa al ambiente social que le rodea, es tambin cierto que los dems reaccionan de manera diferente para con l, y esta reaccin, si no siem-pre, al menos por lo general, implica una accin secreta-mente organizada y un comportamiento conspirativo en un sentido en absoluto concreto. Una ulterior extensin de nuestra tesis es que estas reacciones diferenciales son

    3. CAMERON, The Paranoid Pseudocommunity, cit. 4. Ibid. (La cursiva es nuestra.)

  • LA MAYORA MARGINADA 37

    recprocas entre s, dado que se hallan entrelazadas y con-catenadas en todas las fases del proceso de exclusin que nace de un tipo de relacin particular. El delirio y el comportamiento a l asociado deben ser comprendidos en un contexto de exclusin que reduce la relacin y rom-pe la comunicacin.

    Trasladando as la atencin clnica del individuo a la relacin y al proceso, llevamos a cabo una explcita rup-tura con el concepto de paranoia entendida como pertur-bacin, estado, condicin o sndrome constituido por sn-tomas. Adems, no resulta necesario postular un trauma en la primera infancia o la detencin de la evolucin psi-cosexual como responsables de las principales caracters-ticas de la paranoia aunque se sepa que stos y otros factores pueden condicionar su modo de manifestarse.

    El concepto de paranoia no es ni una simple teora a priori, ni un producto que cae estrictamente en el mbi-to de la sociologa. Un notable conjunto de trabajos e investigaciones empricas en el campo de la psiquiatra y de la psicologa ponen en cuestin el hecho de que el individuo pueda considerarse dato suficiente para el es-tudio de la paranoia. Tyhurst, por ejemplo, concluye su profundo estudio sobre la literatura, afirmando que la fe en los mecanismos intrapsquicos y en el organismo ais-lado ha sido uno de los mayores obstculos para el logro de descubrimientos tiles sobre este tipo de perturba-cin.'* En efecto, como observa Milner, cuanto ms com-pleta es la investigacin de los casos, con ms frecuencia aparecen circunstancias externas intolerables." Con mayor precisin, muchos estudios acaban con la conclusin de que circunstancias extemas cambios en las normas y en los valores, cambios de lugar, ambientes extraos, ais-lamientos y separaciones lingsticas pueden crear una disposicin paranoide, incluso en ausencia de cualquier otra estructura especial del carcter."

    5. James S. TYHURST, Paranoid Patterns, en Exploration in Social Psychiatry, a cargo de Alexander H. Leighton, John A. Clausen y Robert N. Wilson, Basic Books Inc., New York, 1957, cap. 2.

    6. K. O. MILNER, The Environment as a Factor in the Etiology of Criminal Paranoia, Journal of Mental Science, 95, 1949, pp. 124-132.

    7. S. PEDERSON, Psychological Reactions to Extreme Social Displa-cement (Refugee Neuroses), Psychoanalytic Review, 36, 1946, pp. 344-354.

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    La identificacin de reacciones paranoides en personas ancianas, alcoholizados y sordos, aporta datos que gene-ralmente confirman nuestra tesis. El hecho de observar que prfugos, sometidos a un elevado grado de tensin durante la guerra y el encierro, hayan desarrollado des-pus reacciones paranoides cuando se hallaban aislados en ambientes extranjeros, obliga a centrar la atencin en datos que exigen explicaciones en trminos distintos a los organicistas o psicodinmicos.*

    De lo dicho hasta ahora debera resultar claro que nues-tra formulacin y nuestro anlisis quiere sobre todo poner en cuestin lo que Tyhurst" llama el esquema de compor-tamiento paranoide, ms que la entidad clnica entendida en sentido kraepeliano clsico. Las reacciones paranoides, los estados paranoides, las perturbaciones paranoides de la personalidad, as como la que es raramente diagnos-ticada como paranoia verdadera, que se encuentran su-perpuestos o asociados a una gran variedad de compor-tamientos individuales o de sntomas, suministran un cuerpo de datos para el estudio, a condicin de que stos asuman una prioridad sobre otros comportamientos en una interaccin social significativa. Los elementos del com-portamiento sobre los que se basan los diagnsticos de paranoia delirios, hostilidad, agresividad, sospecha, en-vidia, obstinacin, celos e ideas de relacin son fcil-mente comprendidos y en cierta medida enfatizados por los dems como reacciones sociales, en anttesis con el comportamiento extrao y araanerado del esquizofrnico o los cambios cclicos y afectivos puntualizados en las diagnosis de mana depresiva. Por esto la paranoia sugie-re, ms que cualquier otra forma de perturbacin mental, la posibilidad de un anlisis sociolgico til.

    Datos y procedimientos

    Las primeras conclusiones experimentales que presen-tamos aqu se han tomado de un estudio acerca de los

    8. F. F. KiNE, Aliens' Paranoid Reaction, Journal of Mental Scien-ce, 98, 1951, pp. 589-594; I. LISTIVAN, Paranoid States: Social and Cultu-ral Aspects, Medical Journal of Australia, 1956, pp. 776-778.

    9. TYHURST, Paranoid Patterns, cit.

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    factores que participan en la decisin de internar a los perturbados mentales en hospitales, estudio iniciado en 1952 con la colaboracin del County Department of Health de Los ngeles. Esta investigacin inclua entrevistas efec-tuadas mediante cuestionarios y propuestas a los miem-bros de cuarenta y cuatro familias del condado de Los ngeles que haban pedido activamente la. solicitud de internamiento, y el estudio de treinta y cinco casos de con-cesiones a funcionarios de la salud pblica. En diecisis casos del primer grupo y en siete del segundo haba evi-dentes sntomas paranoides. En stos los miembros de la familia y otros haban simplemente aceptado o norma-lizado el comportamiento paranoide, en algunos casos incluso durante mucho tiempo, hasta que otros elementos del comportamiento u otras exigencias llevaban al juicio crtico de que en la persona en cuestin haba algo que no andaba bien y, posteriormente, de que era necesario internarla. Adems, estos juicios crticos parecan sealar un cambio de actitud y comportamiento por parte de la familia con respecto a la persona perturbada, lo que po-da interpretarse como una ulterior contribucin, segn modalidades diversas, a la forma y a la intensidad de los sntomas paranoides.

    En 1958 se hizo un estudio ms profundo que se orien-t de acuerdo con esta hiptesis y que tena en cuenta ocho casos de personas con notables caractersticas de tipo paranoide. Cuatro de ellos haban estado internados en el hospital psiquitrico de Napa, en California, donde les fue diagnosticada esquizofrenia paranoide. Otros dos casos fueron localizados y estudiados con la ayuda del fiscal del distrito de Martnez, California. Una de estas personas haba sido anteriormente internada en un hos-pital psiquitrico de California; el otro, detenido por enfermedad mental, haba sido liberado tras un proceso con jurado. Adems de stos, estaba un caso llamado de la Casa Blanca, con un historial de amenazas al presiden-te de los Estados Unidos y el consiguiente internamiento del sujeto en el hospital St. Elizabeth de Washington, D.C. El ltimo caso era el de un profesional con dificultades en el trabajo, a quien sus colegas definan y consideraban

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    exaltado, homosexual, irritante, hipercrtico y profundamente desagradable.

    De una manera muy aproximativa, los casos consti-tuan un continuum que, de situaciones caracterizadas por delirios muy elaborados, iba pasando por otros en que los hechos eran difcilmente separables por la difi-cultad de interpretacin y desembocaba en el ltimo caso que, ms que los dems, se aproximaba a lo que podra definirse como perturbacin paranoide de la personali-dad. Uno de los presupuestos para la seleccin de los casos era el de que no hubiese historial alguno o prueba de alucinaciones, y de que las personas fuesen intelectual-mente lcidas. En siete de los casos se trataba de hom-bres, cinco de los cuales eran de ms de cuarenta aos. Tres de ellos haban estado implicados en numerosas cau-sas. Uno haba publicado un pequeo trabajo, a sus ex-pensas, denunciando la psiquiatra y los hospitales psi-quitricos. Entre los hombres, cinco haban formado o formaban an parte de organizaciones tales como la es-cuela media superior de una pequea ciudad, una oficina de investigacin gubernativa, una asociacin de produc-tores agrcolas, una universidad y una agencia de negocios.

    La investigacin de los casos haba sido lo ms ex-haustiva posible, incluyendo a padres y parientes, colegas de profesin, empresarios, procuradores, polica, mdi-cos, oficiales pblicos y quienquiera que hubiese desem-peado un papel importante en la vida de las personas sometidas a examen. Algunos de los casos exigieron dos-cientas horas para la recogida de datos. Adems de los obtenidos en las entrevistas, se consult material es-crito, documentos legales, publicaciones e historiales psi-quitricos. Nuestro procedimiento, en general, consista en adoptar una perspectiva de tipo iriteractivo que nos sensibiliz frente al comportamiento perteneciente a las relaciones sociales, comportamiento que subyace o est asociado con las caractersticas ms evidentes y formales de perturbacin mental. En particular nos hemos preocu-pado de establecer el orden segn el cual se verifican los delirios y la exclusin social, y de determinar si la exclu-sin reviste la forma de conspiracin.

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    Comportamiento pertinente

    En otro trabajo i" hemos demostrado que los sntomas psicticos, tal como los describe la psiquiatra acadmica, no constituyen bases gracias a las cuales puedan preverse cambios en la condicin social o en el grado de participa-cin social de las personas a quienes ataen. Apata, alu-cinaciones, hiperactividad, oscilaciones de humor, tics, temblores, parlisis funcionales o taquicardias no tienen un significado social intrnseco. Del mismo modo como tampoco lo tienen cualidades a las que se les atribuye, tales como falta de insight, incompetencia social o incapacidad de asumir una funcin, y que de acuerdo con algunos socilogos constituyen puntos de partida ge-nricos para el anlisis de la perturbacin mental. Es ms bien el comportamiento el que, cargando de tensin las relaciones sociales, provoca cambios de status: esto es, la exclusin oficial u oficiosa de los grupos, la definicin de desfasado o el juicio de locura y el internamiento en un hospital psiquitrico.'' Aspecto que tambin se verifica cuando estn presentes clamorosos y extraos delirios paranoides. La definicin de los aspectos desde el ngulo problemtico en este tipo de perturbacin representa la condicin esencial mnima, si bien debemos tener en cuen-ta su frecuencia en forma parcialmente compensada o be-nigna en la sociedad, as como tambin su presencia ms notable como problema psiquitrico oficial en un ambien-te hospitalario.

    Con todo, es necesario ir ms all de estas observacio-nes elementales para dejar ante todo claro que la tensin es el producto que emerge de una relacin en la que el comportamiento de dos o ms personas son factores rele-vantes, y donde la tensin es vivida tanto por el ego como por el otro u otros. La relacin paranoide incluye com-portamientos alternativos, acompaados de emociones y significados que, para ser comprendidos plenamente, de-ben ser descritos de modo cubista, al menos desde dos de sus perspectivas. Por un lado, el comportamiento del in-

    10. Edwin M. LEMERT, Legal Commitment and Social Control, So-ciology and Social Research, 30, 1946, pp. 370-378.

    11. Ibid.

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    dividuo debe considerarse desde la perspectiva de los dems o del grupo y, viceversa, el comportamiento de los dems debe ser visto desde la perspectiva del individuo en cuestin.

    En el trato con los dems, en la relacin paranoide el individuo muestra:

    1. Desprecio por los valores y normas del grupo pri-mario, desprecio que se revela al dar prioridad a valores definidos verbalmente sobre otros impl-citos ; falta de lealtad en vez de confianza, tenden-cia a victimizar o intimidar a las personas de posi-cin dbil.

    2. Desprecio por la estructura implcita de los gru-pos, que se revela en el disfrute de privilegios que no le han sido concedidos y en la amenaza, o en el recurso real, a medios formales para obtener lo que se quiere.

    Por lo que se refiere al anlisis de la exclusin, el se-gundo punto reviste mayor importancia que el primero. Dicho claramente, significa que, para el grupo, el indivi-duo resulta una figura ambigua, cuyo comportamiento es incierto y con cuya lealtad no se puede contar. En suma, se trata de una persona en la que no se puede confiar, porque amenaza con desenmascarar estructuras de poder irregulares. Creemos que sta es la explicacin esencial del porqu se considera frecuentemente al paranoide pe-ligroso.^^

    Si adoptamos el punto de vista perceptivo del ego y vemos a los dems o a los grupos con sus ojos, destacan los siguientes aspectos de comportamiento:

    1. La cualidad esprea de la interaccin entre los dems y el individuo o entre los dems mientras se relacionan en su presencia.

    2. El modo abierto con que los dems le evitan. 3. La exclusin estructurada del individuo de cual-

    quier accin recproca. Los puntos descritos hasta ahora el comportamien-

    to irresponsable del individuo respecto a los valores del

    12. Robert A. DENTIJER y Kai T. ERIKSON, The Functions of Devian-ce in Groups, Social Problems, 7, 1959, p . 102.

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    grupo primario y su exclusin de toda posibilidad de ac-cin recproca no producen ni mantienen por s solos la paranoia. Es tambin necesario que stos emerjan de una relacin interdependiente que requiere confianza para que se realice. La relacin es algo por lo cual las finalida-des de un individuo pueden slo alcanzarse mediante la colaboracin de otras personas determinadas, y para los fines obtenidos por los dems son realizables si existe una colaboracin por parte del ego. Esto se deduce de la pre-suncin general segn la cual la colaboracin se apoya en la percepcin de una confianza que, a su vez, es fun-cin de la comunicacin.^^ Cuando la comunicacin queda interrumpida por la exclusin, falta la percepcin rec-proca de la confianza y la relacin se destruye o se hace paranoide. A continuacin consideremos el proceso de ex-clusin mediante el que este tipo de relacin se desarrolla.

    Proceso genrico de exclusin

    El proceso paranoide comienza cuando se establecen persistentes dificultades interpersonales entre el indivi-duo y la familia, o los colegas y los superiores en el lugar de trabajo, o los vecinos u otras personas en la comuni-dad. Estas dificultades, si no siempre, s con frecuencia, nacen de la buena fe o al ponerse de relieve, a travs de algunos puntos reconocibles, una real o temida prdida de status por parte del individuo. Ello puede acontecer con ocasin de la muerte de parientes, prdida de una cierta posicin, prdida del ttulo profesional, fracasos en la promocin, cambios de edad o del ciclo fisiolgico, mutilaciones o alteraciones de la relacin familiar y ma-trimonial. Los cambios de status se distinguen por el he-cho de no dejar ninguna alternativa aceptable para el in-dividuo, y de ah su naturaleza intolerable o insoporta-ble. Por ejemplo: para quien ha estudiado en vistas a ser profesor, no conseguir el diploma significa para l que no podr ensear nunca; o el caso del hombre de cin-

    13. James L. LOOMIS, Communications, The Development of Trust, and Cooperative Behavior, Human Relations, 12, 1959, pp. 305-315.

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    cuenta aos que encuentra su promocin frustrada, que constituye el orden normal de progreso ascendente en la organizacin, y comprende que no podr hacer carrera; o la esposa que, sometida a una histerectoma, obtiene de esta experiencia una imagen de s misma que la pre-senta mutilada como mujer.

    En los casos en que no pueden distinguirse dramti-cas prdidas de status, aparecen a menudo toda una serie de fracasos que pueden haber sido aceptados o ante los que puede haber existido cierta adaptacin, pero dndose una tensin mayor cada vez que se iniciaba un nuevo sta-tus. Lo intolerable de la prdida del status actual, que podra aparecer de poca importancia a los ojos de los dems, es la expresin de un compromiso ms intenso, nacido en algunos casos de la conciencia de que en nues-tra sociedad hay una tasa de fracasos. En algunas circuns-tancias del mismo tipo, el fracaso ha seguido al individuo y a la reputacin de persona difcil que le ha precedi-do. Esto significa que el individuo se halla a menudo en situacin de extrao, sometido a prueba en cualquier nuevo grupo en el que entra, y comprueba que los grupos y organizaciones dispuestos a correr un riesgo por l son pocos, y as se refiere a la eventual tolerancia de sus ac-ciones.

    El comportamiento del individuo arrogancia, insul-tos, tendencia a aprovecharse de los privilegios y a ins-trumentalizar la debilidad ajena reviste inicialmente una estructura fragmentada y abigarrada, en el sentido de que est limitada a la interaccin de los status obligados. Ms all de sta, el comportamiento de la persona podra ser absolutamente aceptable obsequioso, respetuoso, galn e incluso indulgente. Del mismo modo, las dems personas y los miembros de los grupos varan notable-mente en el grado de tolerancia respecto al comportamien-to en cuestin, segn la medida en que ste amenaza va-lores individuales o de la organizacin, impide sus fun-ciones o pone en funcionamiento una enojosa secuencia de acciones sociales. En el primer perodo genrico, la tolerancia de los dems ante el comportamiento agresivo del individuo, en general, es amplia y es muy probable que sea interpretada como una variacin del comporta-

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    miento normal, en particular en ausencia de noticias bio-grficas sobre la persona. A lo sumo la gente observa que hay en l algo que no funciona, o que debe estar mal, o que es realmente estrambtico, o afirma: verdadera-mente no lo entiendo."

    En la percepcin que los dems tienen del individuo se verifica, en algn punto de la cadena de interacciones, una nueva configuracin, con alteraciones en la relacin figura-fondo. El individuo, tal como ya hemos indicado, es una figura ambigua, comparable a las figuras de esca-las o de cubos esbozados, que se destruyen si se miran atentamente. De una variante normal, la persona se trans-forma en alguien con quien no se puede contar, alguien en quien no se puede confiar, en un sujeto peligroso, o en alguien con quien los dems no quisieran tener nada que ver. Al respecto podemos ver un claro ejemplo en la reaccin del jefe de un departamento de msica de una universidad, que acept hablar con un hombre que haba trabajado durante aos en una teora encaminada a componer msica matemticamente:

    Cuando pidi se le admitiese en el staff a fin de poder usar los computadores electrnicos de la universidad, yo adopt una actitud nueva... al hacer una objecin a su teo-ra, se turb; as que cambi mi reaccin en un s y no.

    Este ejemplo muestra que, al verificarse una nueva orientacin perceptiva, ya sea como consecuencia de la relacin continua o por el posterior conocimiento de in-formaciones biogrficas, la ndole de la relacin experi-menta un cambio. En nuestro lenguaje, se hace espuria, es decir, queda caracterizada por una conversacin pro-tectora, evasiva, secundante, orientada hacia temas pre-establecidos, subreacciones y silencio, todo ello calculado para impedir una interaccin intensa, o para proteger los valores individuales y del grupo coartando sus posibili-dades de acceso. Cuando la interaccin se verifica entre dos o ms personas en presencia del individuo, va seguida

    14. Elaine GUMMING y John CUMMING, Closed Ranks, Harvard Uni-versity Press, Cambridge, 1957, cap. 6.

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    de un repertorio entero de misteriosos signos expresivos que slo poseen un significado para ellos.

    Los efectos manifiestos de una relacin espuria son: 1. Detener el fluir de la informacin para el ego. 2. Crear una contradiccin entre las ideas expresadas

    y disimular respecto aquellas con las cuales l tie-ne relacin.

    3. Hacer la situacin o la imagen del grupo tan ambi-gua para el ego como lo es para los dems.

    Es intil decir que esta clase de relacin espuria es una de las ms difciles de afrontar por parte del adulto en nuestra sociedad, puesto que complica o hace imposible toda decisin y tambin porque es moralmente odiosa.^'

    De hecho, el proceso de la inclusin a la exclusin no es uniforme. Ambas partes, el individuo y los miembros del grupo, cambian sus percepciones y reacciones, y la in-certidumbre es usual, dado que depende del recproco juego de valores, del ansia y de la culpa de ambas partes. Los miembros de un grupo excluyente pueden decidir que han sido injustos e intentar volver a otorgar su confianza al excluido. Esta apertura podra ser rechazada o usada por el ego como medio para un ataque ulterior. Hemos visto tambin que el ego podra rendirse a los dems, tal vez de un modo abyecto, e intentar entrar de nuevo en el grupo, tan slo para ser nuevamente rechazado. En algu-nos casos se llega a un compromiso y se obtiene una par-cial reintegracin del ego en las relaciones sociales infor-males. La direccin que toma la exclusin informal de-pende de las reacciones del ego, del grado de comunica-cin entre los que se relacionan, de la composicin y es-tructura de los grupos informales y de las percepciones de las dems figuras clave presentes en los puntos de interaccin que pueden influir directamente en el status del ego.

    15. La interaccin en algunos aspectos es semejante a la que se usa con los nios, especialmente el enfant terrible. La funcin del len-guaje en dicha interaccin fue estudiada por Sapir hace aos. Edward SAPIR, Abnormal Types of Speech in Nootka, Geological Survey Memoir 62, Anthropological Series, Canada Department of Mines, Ottawa, 1915.

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    Crisis de la organizacin y exclusin formal

    Hasta aqu hemos estudiado la exclusin como proceso informal. La exclusin informal podra verificarse dejan-do intacto el status formal del ego en una organizacin. En la medida en que este status se conserva y las compensa-ciones son suficientes para hacerlo vlido dentro de sus lmites, puede mantenerse una paz inquieta entre el indi-viduo y los dems. Pero el aislamiento social del ego y las fuertes constricciones de que es objeto le convierten en un agente imprevisible; adems, el cambio y las lu-chas internas de poder, especialmente si se trata de gran-des y complejas organizaciones, significan que las condi-ciones que podran garantizar cierta estabilidad pueden tener una vida breve.

    Las crisis que se asientan en una organizacin y que in-cluyen una relacin paranoide pueden surgir segn mo-dalidades distintas. El individuo puede actuar de tal modo que provoque en los dems ansiedades intolerables, hasta el punto de que stos exijan que se haga algo. Adems, su referencia a una autoridad ms elevada o la apelacin al exterior de la organizacin puede poner en funciona-miento procedimientos que no permiten al detentador del poder otra opcin que la de intervenir. En algunas situa-ciones el ego se mantiene relativamente tranquilo y no ataca abiertamente la organizacin. Por lo que a l se refiere, la accin tiene su origen en las ansias crecientes o en el clculo de sus colegas que son en algunos casos sus inmediatos superiores. Por ltimo, la crisis puede precipitarse como consecuencia de procedimientos orga-nizativos secundarios regulares, promociones, pensiones o traslados.

    Suponiendo una situacin crtica en la que el conflicto entre individuo y miembros de la organizacin motive una accin para excluir formalmente al primero, pueden darse diversas posibilidades. Una de ellas es el traslado del ego de un departamento, seccin o divisin de la or-ganizacin a otra, medida sta que se adopta a menudo en el servicio militar o en las grandes empresas. Esto requiere que el individuo acepte el traslado y que haya

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    un departamento dispuesto a aceptarlo. Si bien ello pue-de llevarse a cabo de varias maneras, los artificios e infor-maciones denegadas, la corrupcin o las amenazas sutil-mente veladas forman parte por lo general de los medios usados para llevar el traslado a buen fin. Es obvio que existe un lmite para el uso de los traslados como solu-cin al problema, lmite que se basa en la entidad de la organizacin y en la precedente difusin de noticias acer-ca del individuo que es objeto de traslado.

    La segunda solucin, que nosotros denominamos en-capsulamienfo, tiende, en pocas palabras, a reorganizar y redefinir el status del ego. Lo cual tiene por efecto ais-larlo de la organizacin y hacerlo directamente responsa-ble frente a uno o dos superiores, los cuales actan como intermediarios suyos. Con frecuencia, el traslado se hace ms llevadero gracias al aumento de algunas compensa-ciones materiales. Al individuo en cuestin se le podra promover o ascender nominalmente, se le puede dar un despacho ms grande, una secretaria personal, o bien pue-de eximrsele de tareas pesadas. A veces se crea para l un status especial.

    Este tipo de solucin tiene xito con frecuencia, por-que se trata de una especie de reconocimiento formal por parte de la organizacin de la intensa constriccin del ego en su status y, en parte, de una victoria sobre sus enemi-gos. En efecto, este proceder le lleva a superarlos, ponin-dolo en comunicacin directa con las autoridades supe-riores, que as pueden relacionarse con l sin intermedia-rios. Adems esta medida evita que sus colegas tengan necesidad en el futuro de seguir conspirando en contra suyo. Una solucin de este tipo se usa a veces para de-sembarazarse de algn enojoso funcionario de hacienda, de los oficiales de alto grado o de las personae non gratae en las universidades.

    Un tercer tipo de respuesta al problema de la para-noia en una organizacin es el despido inmediato, el im-poner la dimisin o la no renovacin de la nmina. Final-mente, puede organizarse un procedimiento por el que el individuo que experimenta una relacin paranoide queda despedido por enfermedad o se le obliga a someterse a una cura psiquitrica. El ejemplo lmite lo constituye la

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    presin (ejercida asimismo sobre la familia), o la accin directa, dirigida a hacer internar a la persona en un hos-pital psiquitrico.

    El orden de las soluciones mencionadas, en respuesta al problema del paranoide, refleja de manera aproximada la entidad de los riesgos que van asociados a determi-nadas alternativas en cuanto a probabilidades de fracaso y en cuanto a repercusiones nocivas para la organizacin. En general, las organizaciones suelen mostrar notable re-sistencia a llevar a cabo decisiones que exigen la expulsin del individuo o su hospitalizacin forzada, sin tener en cuenta sus condiciones mentales. Una explicacin de esta actitud es el hecho de que el individuo en cuestin podra tener cierto poder dentro de la organizacin, poder basa-do en su posicin, habilidad o informaciones de que slo l dispone,'^ y, en este caso a menos que haya una fuer-te coalicin en contra suyo el conservadurismo general caracterstico de las decisiones administrativas puede ir en su favor. La novela de Herman Wouk The Caine Muti-ny (El Motn del Caine) demuestra dramticamente al-gunas de las dificultades que suelen hallarse a la hora de destituir a una persona de posicin elevada en la orga-nizacin militar, conservadora por excelencia. Un ejem-plo lmite de este conservadurismo lo ilustra el caso que pudimos presenciar de un jefe de departamento al que se mantena en su posicin por ms que sufriese autnticas alucinaciones y manifestase delirios paranoides." Otro factor que acta en favor del individuo es el hecho de que el despido de una persona con posicin eminente supone el desfavor de quienes le han puesto all. En este caso puede resultar comprometida la solidaridad de grupo de administradores y la oposicin puede crear simpatas en favor del ego a niveles ms altos.

    Aun en el caso de que una persona quede casi por completo excluida y, de hecho, se la aisle de la organiza-cin, con todo, sta podra conservar an cierto poder ex-

    16. Vase un anlisis sistemtico de las dificultades organizativas para alejar a una persona no promovible de su puesto. B. LEVENSON, Bureaucratic Succession, en Complex Organizations, a cargo de Amitai Etzioni, Holt, Rinehart & Winston Inc., New York, 1961, pp. 362-395.

    17. Uno de los casos en el primer estudio.

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    temo. Cuando de alguna manera se puede invocar el po-der extemo, el asunto tiene cierto peso; o incluso simple-mente cuando la denuncia llevara automticamente a suscitar ciertas dudas acerca del funcionamiento interno de la organizacin. Este motivo toca ms de lleno al hecho de que se sienta repugnancia en despedir a una persona vindicativa y que no colabora, aunque sea rela-tivamente poco importante en la organizacin. Nos refe-rimos aqu a una especie de poder negativo derivado de la vulnerabilidad de las organizaciones frente a la propa-ganda desfavorable y la exhibicin de su vida privada; ello es probable que suceda si se reconoce formalmente la crisis, o si se llega a una revisin del caso o se echa mano de los procedimientos legales. Esto puede compro-barse all donde existen casos de paranoia. Si se intenta recurrir al internamiento, es probable que sea necesario un proceso con jurado popular, procedimiento que obli-gar a los dirigentes de la organizacin a defender sus propias acciones. Si la crisis se transforma en un debate legal genrico, es difcil demostrar la enfermedad mental, y puede haber demandas por daos y perjuicios. Aun ha-biendo hechos graves en favor de los denunciantes, la confrontacin de esta ndole slo puede arrojar una luz desfavorable sobre la organizacin.

    Naturaleza conspirativa de la marginacin

    Como conclusin de cuanto hemos indicado puede de-ducirse que la vulnerabilidad de la organizacin, as como la amenaza de represalias por parte del paranoide, cons-tituyen una base funcional para la conspiracin en aque-llos que intentan reprimir a aqul o privarle de su puesto. Es muy probable que surjan en la organizacin una coa-licin y al mismo tiempo un empeo comn de oponerse al paranoide. El grupo marginante exige a sus miembros lealtad, solidaridad y discrecin; acta asimismo de acuer-do con un esquema comn y utiliza en grados diversos las tcnicas de manipulacin y simulacin.

    Algunas conspiraciones pueden descubrirse en forma rudimentaria en los casos de exclusin informal, indepen-

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    dientemente de la crisis de la organizacin. Ello ha podi-do ilustrarse en el'caso del grupo de investigacin de una oficina, en la que los miembros del staff se reunan en torno a un refrigerador para discutir sobre un colega al que aborrecan. Usaban adems el telfono para organi-zar pequeos descansos en los que se tomaba caf sin el sujeto en cuestin y en presencia suya usaban melodas simblicas, por ejemplo tararear el tema de la cancin de Dragnet cuando l se acercaba. Con la complicidad de los supervisores, se haba introducido en la oficina una regla que prohiba conversar con los extraos, regla aparente-mente hecha para todo el mundo, pero, en realidad, diri-gida a limitar el campo de accin del compaero aislado. En cierta ocasin, una ficha de entrevista preparada por un investigador fue sustituida durante una reunin que se convoc sin l. Cuando pidi explicaciones a la reunin siguiente, sus colegas fingieron no saber nada acerca de los cambios.

    El comportamiento conspirativo entra en su fase ms aguda durante las crisis de organizacin, en las que los excluyentes que inician la accin constituyen un grupo^ dispuesto al combate. Se asiste aqu a un esfuerzo conr certado con el fin de obtener el consenso sobre el juicio formulado, reforzar el grupo y evitar mantener relacio-nes estrechas con aquellos que no quieren adherirse to-talmente a la coalicin. Se llevan a cabo tambin esfuer-zos para neutralizar a los que se mantienen apartados, pero a los que no es posible mantener ignorantes de los proyectos en curso. De este modo de cara al exterior re-sulta una aparente unanimidad, aunque sta no exista.

    En parte, el comportamiento del grupo en este punto es de naturaleza estratgica, existiendo clculos bien defi-nidos en cuanto a qu haremos, si l hace esto y lo otro. En un caso, un miembro de un consejo de administracin afirm que se estaba jugando una partida con la perso-na hostil al grupo. La accin en proyecto puede llegar al punto de tener previstas las palabras exactas que debe-rn usarse en caso de que el individuo paranoide se en-frente o desafe al grupo. En particular, existe una comu-nicacin continua y precisa entre los excluyentes, tipifi-cada en un caso por el intercambio recproco de copias

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    de todas las cartas enviadas o recibidas por la persona en cuestin.

    En estos grupos la preocupacin por el secreto se reve-la en hechos como cerrar cuidadosamente la puerta y bajar la voz cuando se habla de la persona en cuestin. El lugar y tiempo de los encuentros son de ordinario diferentes a los usuales; pueden archivarse documentos en sitios in-slitos y algunos telfonos no se usan durante una crisis paranoide.

    La evidencia del comportamiento del individuo en cuestin queda, en este perodo, enormemente aumenta-da; a menudo resulta el tema principal de las conversa-ciones entre los excluyentes, mientras que el eco de estos problemas se extiende a otros grupos que, en algunos casos, se ven arrastrados a tomar parte en la controver-sia. En ciertos puntos se toman algunas precauciones para tener a los miembros del grupo constituido infor-mados de continuo acerca de los movimientos de la per-sona y, si es posible, de sus planes.En efecto, aunque no formalmente, esto significa espiar. rLos miembros de un grupo dispuesto para la batalla, por ejemplo, encargaron a una persona ajena a la organizacin y desconocida del que los acusaba, que tomase apuntes durante un discurso celebrado con el fin de obtener el apoyo en su favor por parte de un organismo de la comunidad. En otro caso una persona cuyo despacho comunicaba con el de un jefe de departamento, se vio impulsada a hacer de informa-dor del grupo que estaba dispuesto a destituir al jefe de su posicin de autoridad. Este grupo discuti tambin seriamente si se deba colocar un guardia nocturno frente a la casa del presunto enemigo.

    Junto a la exageracin con que se pone en evidencia al paranoide, se llevan a cabo distorsiones de su imagen, sobre todo en las reuniones ms limitadas de los exclu-yentes. Talla, fuerza fsica, astucia, ancdotas acerca de las ofensas que l realiz, son exageradas con nfasis te-mtico, centrado todo l en el hecho de que se trata de una persona peligrosa. Algunos individuos dan pie a estos juicios puesto que, con anterioridad, se han lanzado a ac-ciones violentas o amenazas, si bien hay casos en que no sucede as. En las entrevistas pueden observarse contra-

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    dicciones tpicas en este punto, como pueden ser: No, no se ha peleado nunca con nadie de por aqu. Slo ha tenido un altercado con un polica del palacio del gober-nador, o bien: No, no le tengo miedo, pero uno de es-tos das explotar.

    Puede afirmarse entre parntesis que la supuesta peli-grosidad del paranoide que narran las novelas o el teatro nunca ha sido demostrada sistemticamente. En realidad, el nico elemento concreto a este propsito, observacin obtenida del estudio de casos admitidos con retraso y en gran parte procedente de paranoides ingresados en un hospital psiquitrico en Noruega, demuestra que ni los paranoicos ni los paranoides han resultado peligrosos, ni tan siquiera especialmente fastidiosos.^* Nuestra inter-pretacin del hecho, como ya hemos sugerido, es que la presunta peligrosidad del paranoide no radica en el mie-do fsico, sino en la amenaza que l representa para la or-ganizacin y en la necesidad de justificar la accin co-lectiva que se emprende en contra suyo.^'

    No obstante, no se trata de un comportamiento com-pletamente tctico tal como lo demuestran el ansia y las tensiones crecientes entre los miembros de la coali-cin durante las fases ms crticas de la interaccin. Los que participan en ella pueden desarrollar temores por completo anlogos a los que se dan entre los conspirado-res clsicos. El lder de uno de estos grupos habl del perodo de crisis paranoide como de una semana de te-rror, durante la cual se vio atacado por el insomnio y tena que tomar pildoras para el estmago. Esta pro-yeccin la revel un administrador, que, durante una crisis escolar provocada por el alejamiento de un profe-sor agresivo, haba declarado que l observaba las som-bras y se preguntaba si al regresar a su casa por la no-che vera que todo haba ido bien. Este estado de ten-sin que ejerce su accin en consonancia con una espe-cie de interrupcin de la comunicacin con el grupo, es a la vez causa y efecto de la interaccin creciente por

    18. O. ODEGARD, A Clinical Study of Delayed Admissions to a Mental Hospital, Mental Hygiene, 42, 1959, pp. 66-77.

    19. Cf. arriba.

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    parte del grupo, que altera o reconstruye sintiblicamente la imagen de aqul contra quien acta.

    Una vez ganada la batalla, la versin que dan los ex-cluyentes acerca de la peligrosidad de la persona en cues-tin se convierte en la razn efectiva que cristaliza en toda accin oficial. En este pimto la falsa representacin forma parte de una manipulacin ms deliberada del ego. Declaraciones groseramente inexactas, que con mayor frecuencia se definen como pretextos, se convierten en medios justificables para obtener la colaboracin de la persona, por ejemplo, para convencerle de que debe some-terse a una visita psiquitrica o a un perodo de observa-cin en un hospital. Este aspecto del proceso lo ha des-crito eficazmente Goffman, estableciendo su concepto de vrtice de engaos gracias al cual el paciente acaba por entrar en el hospital.^" No es necesario desarrollar ms este concepto, basta con confirmar su actuacin en el proceso de marginacin, complicado en nuestros casos por las imposiciones legales y por el riesgo siempre pre-sente de litigios.

    Desarrollo del delirio

    La idea general segn la cual el paranoide construye simblicamente la conspiracin en contra suyo es de acuerdo con nuestra interpretacin inexacta e incom-pleta. Y ni siquiera podemos aceptar que carezca de in-sight, como se afirma con frecuencia. Al contrario, mu-chos paranoides advierten perfectamente que se les ha aislado y excluido mediante un tipo de interaccin con-certada, o que se ha manipulado con ellos. Con todo, pre-sentan dificultades en valorar de modo preciso y realista la dimensin y forma de la coalicin que se ha organiza-do contra l.

    Dado que los canales de comunicacin le estn cerra-dos al paranoide, no le es posible asumir el feedback de las consecuencias que entraa su comportamiento, feed-

    20. Erving GOFFMAN, The Moral Career of the Mental Patient, Psy-chiatry, 22, 1959, pp. 127 y ss.

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    hack que sera esencial para corregir su interpretacin de las relaciones y organizacin social sobre la que debe basarse para definir su propio status y darse una identi-dad. Slo puede ver el comportamiento aparente, sin el contexto no oficial. Aunque est en condiciones de deducir con exactitud que la gente se ha organizado en contra suyo, para intentar demostrarlo, slo puede recurrir al enfrentamiento o a procedimientos formales de inquisi-cin. Para poder recibir cualquier tipo de comunicacin procedente de los dems, el paranoide debe provocar fuer-tes reacciones; de aqu sus a