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Jorge Luis Borges - "Historia universal de la infamia"8JORGE LUIS BORGESHISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIAAlianza Editorialv1.0 (07-Jun-2003)Scanned & proofed by MueRTe for #bookz & #bibliotecaHistoria universal de la infamia fue publicado originalmente en 1935.Esta edicin corresponde a la que, revisada por el propio autor, public Emec Editores en 1974.Diseo de cubierta: Nesl Soul Mara Kodama, 1995 Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1971, 1975, 1978, 1979, 1981, 1983, 1986, 1987, 1989, 1991, 1993, 1995, 1997, 1998Distribuye para Argentina: Vaccaro SnchezMoreno, 794 - CP 1091 Capital Federal - Buenos AiresInterior: Distribuidora Bertrn - Av. Vlez Sarsfield, 1950CP 1285 Capital Federal - Buenos AiresReservados todos los derechos. El contenido de esta obra est protegido por la Ley, que establece penas de prisin y/o multas, adems de las correspondientes indemnizaciones por daos y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren pblicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artstica o cientfica, o su transformacin, interpretacin o ejecucin artstica fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a travs de cualquier medio, sin la preceptiva autorizacin.Para su mayor comodidad, pida a su proveedor habitual que le reserve las entregas de JORGE LUIS BORGES. Comprando siempre sus libros en el mismo punto de venta, se beneficiar de un servicio ms rpido, ya que nos permite lograr una distribucin de ejemplares ms precisa.ISBN: 84-487-0468-1Depsito Legal: B. 7.886-98Impreso en Espaa - Printed in Spain - Marzo de 1998Impresin y encuadernacin: CayfosaCtra. Caldas, km 3 Santa Perptua de Mogoda (Barcelona)Alianza Editorial, S.A.Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; telf. 393 88 88ndicePrlogo a la primera edicin Prlogo a la edicin de 1954 Historia universal de la infamia nEl atroz redentor Lazarus Morell nEl impostor inverosmil Tom Castro nLa viuda Ching, pirata nEl proveedor de iniquidades Monk Eastman nEl asesino desinteresado Bill Harrigan nEl incivil maestro de ceremonias Kotsuk no Suk nEl tintorero enmascarado Hkim de Merv Hombre de la Esquina Rosada Etctera nUn telogo en la muerte nLa cmara de las estatuas nHistoria de los dos que soaron nEl brujo postergado nEl espejo de tinta nUn doble de Mahoma ndice de las fuentes Prlogo a la primera edicinLos ejercicios de prosa narrativa que integran este libro fueron ejecutados de 1933 a 1934. Derivan, creo, de mis relecturas de Stevenson y de Chesterton y aun de los primeros films de von Sternberg y tal vez de cierta biografa de Evaristo Carriego. Abusan de algunos procedimientos: las enumeraciones dispares, la brusca solucin de continuidad, la reduccin de la vida entera de un hombre a dos o tres escenas. (Ese propsito visual rige tambin el cuento "Hombre de la Esquina Rosada".) No son, no tratan de ser, psicolgicos.En cuanto a los ejemplos de magia que cierran el volumen, no tengo otro derecho sobre ellos que los de traductor y lector. A veces creo que los buenos lectores son cisnes an ms tenebrosos y singulares que los buenos autores. Nadie me negar que las piezas atribuidas por Valry a su pluscuamperfecto Edmond Teste valen notoriamente menos que las de su esposa y amigos.Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: ms resignada, ms civil, ms intelectual.J.L.B.Buenos Aires, 27 de mayo de 1935.Prlogo a la edicin de 1954Yo dira que barroco es aquel estilo que deliberadamente agota (o quiere agotar) sus posibilidades y que linda con su propia caricatura. En vano quiso remedar Andrew Lang, hacia mil ochocientos ochenta y tantos, la Odisea de Pope; la obra ya era su parodia y el parodista no pudo exagerar su tensin. Barroco (Baroco) es el nombre de uno de los modos del silogismo; el siglo XVIII lo aplic a determinados abusos de la arquitectura y de la pintura del XVII; yo dira que es barroca la etapa final de todo arte, cuando ste exhibe y dilapida sus medios. El barroquismo es intelectual y Bernard Shaw ha declarado que toda labor intelectual es humorstica. Este humorismo es involuntario en la obra de Baltasar Gracin; voluntario o consentido, en la de John Donne.Ya el excesivo ttulo de estas pginas proclama su naturaleza barroca. Atenuarlas hubiera equivalido a destruirlas; por eso prefiero, esta vez. invocar la sentencia quod scripsi, scripsi (Juan, 19, 22) y reimprimirlas, al cabo de veinte aos, tal cual. Son el irresponsable juego de un tmido que no se anim a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificacin esttica alguna vez) ajenas historias. De estos ambiguos ejercicios pas a la trabajosa composicin de un cuento directo Hombre de la Esquina Rosada que firm con el nombre de un abuelo de sus abuelos, Francisco Bustos, y que ha logrado un xito singular y un poco misterioso.En su texto, que es de entonacin orillera, se notar que he intercalado algunas palabras cultas: vsceras, conversiones, etc. Lo hice, porque el compadre aspira a la finura, o (esta razn excluye la otra, pero es quiz la verdadera) porque los compadres son individuos y no hablan siempre como el Compadre, que es una figura platnica.Los doctores del Gran Vehculo ensean que lo esencial del universo es la vacuidad. Tienen plena razn en lo referente a esa mnima parte del universo que es este libro. Patbulos y piratas lo pueblan y la palabra infamia aturde en el ttulo, pero bajo los tumultos no hay nada. No es otra cosa que apariencia, que una superficie de imgenes; por eso mismo puede acaso agradar. El hombre que lo ejecut era asaz desdichado, pero se entretuvo escribindolo; ojal algn reflejo de aquel placer alcance a los lectores.En la seccin Etctera he incorporado tres piezas nuevas.J.L.B.I inscribe this book to S.D.: English, innumerable and an Angel. Also: I offer her that kernel of myself that I have saved, somehow the central heart that deals not in words, traffics not with dreams and is untouched by time, by joy, by adversities.Historia universal de la infamiaEl atroz redentor Lazarus MorellLA CAUSA REMOTAEn 1517 el P. Bartolom de las Casas tuvo mucha lstima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importacin de negros que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas. A esa curiosa variacin de un filntropo debemos infinitos hechos: los blues de Handy, el xito logrado en Pars por el pintor doctor oriental D. Pedro Figari, la buena prosa cimarrona del tambin oriental D. Vicente Rossi, el tamao mitolgico de Abraham Lincoln, los quinientos mil muertos de la Guerra de Secesin, los tres mil trescientos millones gastados en pensiones militares, la estatua del imaginario Falucho, la admisin del verbo linchar en la dcimotercera edicin del Diccionario de la Academia, el impetuoso film Aleluya, la fornida carga a la bayoneta llevada por Soler al frente de sus Pardos y Morenos en el Cerrito, la gracia de la seorita de Tal, el moreno que asesin Martn Fierro, la deplorable rumba El Manisero, el napoleonismo arrestado y encalabozado de Toussaint Louverture, la cruz y la serpiente en Hait, la sangre de las cabras degolladas por el machete del papaloi, la habanera madre del tango, el candombe.Adems: la culpable y magnfica existencia del atroz redentor Lazarus Morell.EL LUGAREl Padre de las Aguas, el Mississippi, el ro ms extenso del mundo, fue el digno teatro de ese incomparable canalla. (lvarez de Pineda lo descubri y su primer explorador fue el capitn Hernando de Soto, antiguo conquistador del Per, que distrajo los meses de prisin del Inca Atahualpa ensendole el juego del ajedrez. Muri y le dieron por sepultura sus aguas.)El Mississippi es ro de pecho ancho; es un infinito y oscuro hermano del Paran, del Uruguay, del Amazonas y del Orinoco. Es un ro de aguas mulatas; ms de cuatrocientos millones de toneladas de fango insultan anualmente el Golfo de Mjico, descargadas por l. Tanta basura venerable y antigua ha construido un delta, donde los gigantescos cipreses de los pantanos crecen de los despojos de un continente en perpetua disolucin y donde los laberintos de barro, de pescados muertos y de juncos, dilatan las fronteras y la paz de su ftido imperio. Ms arriba, a la altura del Arkansas y del Ohio, se alargan tierras bajas tambin. Las habita una estirpe amarillenta de hombres esculidos, propensos a la fiebre, que miran con avidez las piedras y el hierro, porque entre ellos no hay otra cosa que arena y lea y agua turbia.LOS HOMBRESA principios del siglo XIX (la fecha que nos interesa) las vastas plantaciones de algodn que haba en las orillas eran trabajadas por negros, de sol a sol. Dorman en cabaas de madera, sobre el piso de tierra. Fuera de la relacin madre-hijo, los parentescos eran convencionales y turbios. Nombres tenan, pero podan prescindir de apellidos. No saban leer. Su enternecida voz de falsete canturreaba un ingls de lentas vocales. Trabajaban en filas, encorvados bajo el rebenque del capataz. Huan, y hombres de barba entera saltaban sobre hermosos caballos y los rastreaban fuertes perros de presa.A un sedimento de esperanzas bestiales y miedos africanos haban agregado las palabras de la Escritura: su fe por consiguiente era la de Cristo. Cantaban hondos y en montn: Go down Moses. El Mississippi les serva de magnfica imagen del srdido Jordn.Los propietarios de esa tierra trabajadora y de esas negradas eran ociosos y vidos caballeros de melena, que habitaban en largos caserones que miraban al ro siempre con un prtico pseudo griego de pino blanco. Un buen esclavo les costaba mil dlares y no duraba mucho. Algunos cometan la ingratitud de enfermarse y morir. Haba que sacar de esos inseguros el mayor rendimiento. Por eso los tenan en los campos desde el primer sol hasta el ltimo; por eso requeran de las fincas una cosecha anual de algodn o tabaco o azcar. La tierra, fatigada y manoseada por esa cultura impaciente, quedaba en pocos aos exhausta: el desierto confuso y embarrado se meta en las plantaciones. En las chacras abandonadas, en los suburbios, en los caaverales apretados y en los lodazales abyectos, vivan los poor whites, la canalla blanca. Eran pescadores, vagos cazadores, cuatreros. De los negros solan mendigar pedazos de comida robada y mantenan en su postracin un orgullo: el de la sangre sin un tizne, sin mezcla. Lazarus Morell fue uno de ellos.EL HOMBRELos daguerrotipos de Morell que suelen publicar las revistas americanas no son autnticos. Esa carencia de genuinas efigies de hombre tan memorable y famoso, no debe ser casual. Es verosmil suponer que Morell se neg a la placa bruida; esencialmente para no dejar intiles rastros, de paso para alimentar su misterio... Sabemos, sin embargo, que no fue agraciado de joven y que los ojos demasiado cercanos y los labios lineales no predisponan en su favor. Los aos, luego, le confirieron esa peculiar majestad que tienen los canallas encanecidos, los criminales venturosos e impunes. Era un caballero antiguo del Sur, pese a la niez miserable y a la vida afrentosa. No desconoca las Escrituras y predicaba con singular conviccin. "Yo lo vi a Lazarus Morell en el plpito anota el dueo de una casa de juego en Baton Rouge, Luisiana, y escuch sus palabras edificantes y vi las lgrimas acudir a sus ojos. Yo saba que era un adltero, un ladrn de negros y un asesino en la faz del Seor, pero tambin mis ojos lloraron."Otro buen testimonio de esas efusiones sagradas es el que suministra el propio Morell. "Abr al azar la Biblia, di con un conveniente versculo de San Pablo y prediqu una hora y veinte minutos. Tampoco malgastaron ese tiempo Crenshaw y los compaeros, porque se arrearon todos los caballos del auditorio. Los vendimos en el Estado de Arkansas, salvo un colorado muy brioso que reserv para mi uso particular. A Crenshaw le agradaba tambin, pero yo le hice ver que no le serva."EL MTODOLos caballos robados en un Estado y vendidos en otro fueron apenas una digresin en la carrera delincuente de Morell, pero prefiguraron el mtodo que ahora le aseguraba su buen lugar en una Historia Universal de la Infamia. Este mtodo es nico, no solamente por las circunstancias sui generis que lo determinaron, sino por la abyeccin que requiere, por su fatal manejo de la esperanza y por el desarrollo gradual, semejante a la atroz evolucin de una pesadilla. Al Capone y Bugs Moran operan con ilustres capitales y con ametralladoras serviles en una gran ciudad, pero su negocio es vulgar. Se disputan un monopolio, eso es todo... En cuanto a cifras de hombres, Morell lleg a comandar unos mil, todos juramentados. Doscientos integraban el Consejo Alto, y ste promulgaba las rdenes que los restantes ochocientos cumplan. El riesgo recaa en los subalternos. En caso de rebelin, eran entregados a la justicia o arrojados al ro correntoso de aguas pesadas, con una segura piedra a los pies. Eran con frecuencia mulatos. Su facinerosa misin era la siguiente:Recorran con algn momentneo lujo de anillos, para inspirar respeto las vastas plantaciones del Sur. Elegan un negro desdichado y le proponan la libertad. Le decan que huyera de su patrn, para ser vendido por ellos una segunda vez, en alguna finca distante. Le daran entonces un porcentaje del precio de su venta y lo ayudaran a otra evasin. Lo conduciran despus a un Estado libre. Dinero y libertad, dlares resonantes de plata con libertad, qu mejor tentacin iban a ofrecerle? El esclavo se atreva a su primera fuga.El natural camino era el ro. Una canoa, la cala de un vapor, un lanchn, una gran balsa como el cielo con una casilla en la punta o con elevadas carpas de lona; el lugar no importaba, sino el saberse en movimiento, y seguro sobre el infatigable ro... Lo vendan en otra plantacin. Hua otra vez a los caaverales o a las barrancas. Entonces los terribles bienhechores (de quienes empezaba ya a desconfiar) aducan gastos oscuros y declaraban que tenan que venderlo una ltima vez. A su regreso le daran el porcentaje de las dos ventas y la libertad. El hombre se dejaba vender, trabajaba un tiempo y desafiaba en la ltima fuga el riesgo de los perros de presa y de los azotes. Regresaba con sangre, con sudor, con desesperacin y con sueo.LA LIBERTAD FINALFalta considerar el aspecto jurdico de estos hechos. El negro no era puesto a la venta por los sicarios de Morell hasta que el dueo primitivo no hubiera denunciado su fuga y ofrecido una recompensa a quien lo encontrara. Cualquiera entonces lo poda retener, de suerte que su venta ulterior era un abuso de confianza, no un robo. Recurrir a la justicia civil era un gasto intil, porque los daos no eran nunca pagados.Todo eso era lo ms tranquilizador, pero no para siempre. El negro poda hablar; el negro, de puro agradecido o infeliz, era capaz de hablar. Unos jarros de whisky de centeno en el prostbulo de El Cairo, Illinois, donde el hijo de perra nacido esclavo ira a malgastar esos pesos fuertes que ellos no tenan por qu darle, y se le derramaba el secreto. En esos aos, un Partido Abolicionista agitaba el Norte, una turba de locos peligrosos que negaban la propiedad y predicaban la liberacin de los negros y los incitaban a huir. Morell no iba a dejarse confundir con esos anarquistas. No era un yankee, era un hombre blanco del Sur hijo y nieto de blancos, y esperaba retirarse de los negocios y ser un caballero y tener sus leguas de algodonal y sus inclinadas filas de esclavos. Con su experiencia, no estaba para riesgos intiles.El prfugo esperaba la libertad. Entonces los mulatos nebulosos de Lazarus Morell se transmitan una orden que poda no pasar de una sea y lo libraban de la vista, del odo, del tacto, del da, de la infamia, del tiempo, de los bienhechores, de la misericordia, del aire, de los perros, del universo, de la esperanza, del sudor y de l mismo. Un balazo, una pualada baja o un golpe, y las tortugas y los barbos del Mississippi reciban la ltima informacin.LA CATSTROFEServido por hombres de confianza, el negocio tena que prosperar. A principios de 1834 unos setenta negros haban sido "emancipados" ya por Morell, y otros se disponan a seguir a esos precursores dichosos. La zona de operaciones era mayor y era necesario admitir nuevos afiliados. Entre los que prestaron el juramento haba un muchacho, Virgil Stewart, de Arkansas, que se destac muy pronto por su crueldad. Este muchacho era sobrino de un caballero que haba perdido muchos esclavos. En agosto de 1834 rompi su juramento y delat a Morell y a los otros. La casa de Morell en Nueva Orleans fue cercada por la justicia. Morell, por una imprevisin o un soborno, pudo escapar.Tres das pasaron. Morell estuvo escondido ese tiempo en una casa antigua, de patios con enredaderas y estatuas, de la calle Toulouse. Parece que se alimentaba muy poco y que sola recorrer descalzo las grandes habitaciones oscuras, fumando pensativos cigarros. Por un esclavo de la casa remiti dos cartas a la ciudad de Natchez y otra a Red River. El cuarto da entraron en la casa tres hombres y se quedaron discutiendo con l hasta el amanecer. El quinto, Morell se levant cuando oscureca y pidi una navaja y se rasur cuidadosamente la barba. Se visti y sali. Atraves con lenta serenidad los suburbios del Norte. Ya en pleno campo, orillando las tierras bajas del Mississippi, camin ms ligero.Su plan era de un coraje borracho. Era el de aprovechar los ltimos hombres que todava le deban reverencia: los serviciales negros del Sur. stos haban visto huir a sus compaeros y no los haban visto volver. Crean, por consiguiente, en su libertad. El plan de Morell era una sublevacin total de los negros, la toma y el saqueo de Nueva Orleans y la ocupacin de su territorio. Morell, despeado y casi deshecho por la traicin, meditaba una respuesta continental: una respuesta donde lo criminal se exaltaba hasta la redencin y la historia. Se dirigi con ese fin a Natchez, donde era ms profunda su fuerza. Copio su narracin de ese viaje:"Camin cuatro das antes de conseguir un caballo. El quinto hice alto en un riachuelo para abastecerme de agua y sestear. Yo estaba sentado en un leo, mirando el camino andado esas horas, cuando vi acercarse un jinete en un caballo oscuro de buena estampa. En cuanto lo avist determin quitarle el caballo. Me par, le apunt con una hermosa pistola de rotacin y le di la orden de apear. La ejecut y yo tom en la zurda las riendas y le mostr el riachuelo y le orden que fuera caminando delante. Camin unas doscientas varas y se detuvo. Le orden que se desvistiera. Me dijo: 'Ya que est resuelto a matarme, djeme rezar antes de morir'. Le respond que no tena tiempo de or sus oraciones. Cay de rodillas y le descerraj un balazo en la nuca. Le abr de un tajo el vientre, le arranqu las vsceras y lo hund en el riachuelo. Luego recorr los bolsillos y encontr cuatrocientos dlares con treinta y siete centavos y una cantidad de papeles que no me demor en revisar. Sus botas eran nuevas, flamantes, y me quedaban bien. Las mas, que estaban muy gastadas, las hund en el riachuelo.As obtuve el caballo que precisaba, para entrar en Natchez."LA INTERRUPCINMorell capitaneando puebladas negras que soaban ahorcarlo, Morell ahorcado por ejrcitos negros que soaba capitanear me duele confesar que la historia del Mississippi no aprovech esas oportunidades suntuosas. Contrariamente a toda justicia potica (o simetra potica) tampoco el ro de sus crmenes fue su tumba. El dos de enero de 1835, Lazarus Morell falleci de una congestin pulmonar en el hospital de Natchez, donde se haba hecho internar bajo el nombre de Silas Buckley. Un compaero de la sala comn lo reconoci. El dos y el cuatro, quisieron sublevarse los esclavos de ciertas plantaciones, pero los reprimieron sin mayor efusin de sangre.El impostor inverosmil Tom CastroEse nombre le doy porque bajo ese nombre lo conocieron por calles y por casas de Talcahuano, de Santiago de Chile y de Valparaso, hacia 1850, y es justo que lo asuma otra vez, ahora que retorna a estas tierras siquiera en calidad de mero fantasma y de pasatiempo del sbado (1). El registro de nacimiento de Wapping lo llama Arthur Orton y lo inscribe en la fecha 7 de junio de 1834. Sabemos que era hijo de un carnicero, que su infancia conoci la miseria inspida de los barrios bajos de Londres y que sinti el llamado del mar. El hecho no es inslito. Run away to sea, huir al mar, es la rotura inglesa tradicional de la autoridad de los padres, la iniciacin heroica. La geografa la recomienda y aun la Escritura (Salmos, 107): Los que bajan en barcas a la mar, los que comercian en las grandes aguas; sos ven las obras de Dios y sus maravillas en el abismo. Orton huy de su deplorable suburbio color rosa tiznado y baj en un barco a la mar y contempl con el habitual desengao la Cruz del Sur, y desert en el puerto de Valparaso. Era persona de una sosegada idiotez. Lgicamente, hubiera podido (y debido) morirse de hambre, pero su confusa jovialidad, su permanente sonrisa y su mansedumbre infinita le conciliaron el favor de cierta familia de Castro, cuyo nombre adopt. De ese episodio sudamericano no quedan huellas, pero su gratitud no decay, puesto que en 1861 reaparece en Australia, siempre con ese nombre: Tom Castro. En Sydney conoci a un tal Bogle, un negro sirviente. Bogle, sin ser hermoso, tena ese aire reposado y monumental, esa solidez como de obra de ingeniera que tiene el hombre negro entrado en aos, en carnes y en autoridad. Tena una segunda condicin, que determinados manuales de etnografa han negado a su raza: la ocurrencia genial. Ya veremos luego la prueba. Era un varn morigerado y decente, con los antiguos apetitos africanos muy corregidos por el uso y abuso del calvinismo. Fuera de las visitas del dios (que describiremos despus) era absolutamente normal, sin otra irregularidad que un pudoroso y largo temor que lo demoraba en las bocacalles, recelando del Este, del Oeste, del Sur y del Norte, del violento vehculo que dara fin a sus das.Orton lo vio un atardecer en una desmantelada esquina de Sydney, crendose decisin para sortear la imaginaria muerte. Al rato largo de mirarlo le ofreci el brazo y atravesaron asombrados los dos la calle inofensiva. Desde ese instante de un atardecer ya difunto, un protectorado se estableci: el del negro inseguro y monumental sobre el obeso tarambana de Wapping. En setiembre de 1865, ambos leyeron en un diario local un desolado aviso.EL IDOLATRADO HOMBRE MUERTOEn las postrimeras de abril de 1854 (mientras Orton provocaba las efusiones de la hospitalidad chilena, amplia como sus patios) naufrag en aguas del Atlntico el vapor Mermaid, procedente de Ro de Janeiro, con rumbo a Liverpool. Entre los que perecieron estaba Roger Charles Tichborne, militar ingls criado en Francia, mayorazgo de una de las principales familias catlicas de Inglaterra. Parece inverosmil, pero la muerte de ese joven afrancesado, que hablaba ingls con el ms fino acento de Pars y despertaba ese incomparable rencor que slo causan la inteligencia, la gracia y la pedantera francesas, fue un acontecimiento trascendental en el destino de Orton, que jams lo haba visto. Lady Tichborne, horrorizada madre de Roger, rehus creer en su muerte y public desconsolados avisos en los peridicos de ms amplia circulacin. Uno de esos avisos cay en las blandas manos funerarias del negro Bogle, que concibi un proyecto genial.LAS VIRTUDES DE LA DISPARIDADTichborne era un esbelto caballero de aire envainado, con los rasgos agudos, la tez morena, el pelo negro y lacio, los ojos vivos y la palabra de una precisin ya molesta; Orton era un palurdo desbordante, de vasto abdomen, rasgos de una infinita vaguedad, cutis que tiraba a pecoso, pelo ensortijado castao, ojos dormilones y conversacin ausente o borrosa. Bogle invent que el deber de Orton era embarcarse en el primer vapor para Europa y satisfacer la esperanza de Lady Tichborne, declarando ser su hijo. El proyecto era de una insensata ingeniosidad. Busco un fcil ejemplo. Si un impostor en 1914 hubiera pretendido hacerse pasar por el Emperador de Alemania, lo primero que habra falsificado seran los bigotes ascendentes, el brazo muerto, el entrecejo autoritario, la capa gris, el ilustre pecho condecorado y el alto yelmo. Bogle era ms sutil: hubiera presentado un kaiser lampio, ajeno de atributos militares y de guilas honrosas y con el brazo izquierdo en un estado de indudable salud. No precisamos la metfora; nos consta que present un Tichborne fofo, con sonrisa amable de imbcil, pelo castao y una inmejorable ignorancia del idioma francs. Bogle saba que un facsmil perfecto del anhelado Roger Charles Tichborne era de imposible obtencin. Saba tambin que todas las similitudes logradas no haran otra cosa que destacar ciertas diferencias inevitables. Renunci, pues, a todo parecido. Intuy que la enorme ineptitud de la pretensin sera una convincente prueba de que no se trataba de un fraude, que nunca hubiera descubierto de ese modo flagrante los rasgos ms sencillos de conviccin. No hay que olvidar tampoco la colaboracin todopoderosa del tiempo: catorce aos de hemisferio austral y de azar pueden cambiar a un hombre.Otra razn fundamental: Los repetidos e insensatos avisos de Lady Tichborne demostraban su plena seguridad de que Roger Charles no haba muerto, su voluntad de reconocerlo.EL ENCUENTROTom Castro, siempre servicial, escribi a Lady Tichborne. Para fundar su identidad invoc la prueba fehaciente de dos lunares ubicados en la tetilla izquierda y de aquel episodio de su niez, tan afligente pero por lo mismo tan memorable, en que lo acometi un enjambre de abejas. La comunicacin era breve y a semejanza de Tom Castro y de Bogle, prescinda de escrpulos ortogrficos. En la imponente soledad de un hotel de Pars, la dama la ley y la reley con lgrimas felices y en pocos das encontr los recuerdos que le peda su hijo.El 16 de enero de 1867, Roger Charles Tichborne se anunci en ese hotel. Lo precedi su respetuoso sirviente, Ebenezer Bogle. El da de invierno era de muchsimo sol; los ojos fatigados de Lady Tichborne estaban velados de llanto. El negro abri de par en par las ventanas. La luz hizo de mscara: la madre reconoci al hijo prdigo y le franque su abrazo. Ahora que de veras lo tena, poda prescindir del diario y las cartas que l le mand desde el Brasil: meros reflejos adorados que haban alimentado su soledad de catorce aos lbregos. Se las devolva con orgullo: ni una faltaba.Bogle sonri con toda discrecin: ya tena dnde documentarse el plcido fantasma de Roger Charles.AD MAJOREM DEI GLORIAMEse reconocimiento dichoso que parece cumplir una tradicin de las tragedias clsicas debi coronar esta historia, dejando tres felicidades aseguradas o a lo menos probables: la de la madre verdadera, la del hijo apcrifo y tolerante, la del conspirador recompensado por la apoteosis providencial de su industria. El Destino (tal es el nombre que aplicamos a la infinita operacin incesante de millares de causas entreveradas) no lo resolvi as. Lady Tichborne muri en 1870 y los parientes entablaron querella contra Arthur Orton por usurpacin de estado civil. Desprovistos de lgrimas y de soledad, pero no de codicia, jams creyeron en el obeso y casi analfabeto hijo prdigo que resurgi tan intempestivamente de Australia. Orton contaba con el apoyo de los innumerables acreedores que haban determinado que l era Tichborne, para que pudiera pagarles.Asimismo contaba con la amistad del abogado de la familia, Edward Hopkins, y con la del anticuario Francis J. Baigent. Ello no bastaba, con todo. Bogle pens que para ganar la partida era imprescindible el favor de una fuerte corriente popular. Requiri el sombrero de copa y el decente paraguas y fue a buscar inspiracin por las decorosas calles de Londres. Era el atardecer; Bogle vag hasta que una luna del color de la miel se duplic en el agua rectangular de las fuentes pblicas. El dios lo visit. Bogle chist a un carruaje y se hizo conducir al departamento del anticuario Baigent. ste mand una larga carta al Times, que aseguraba que el supuesto Tichborne era un descarado impostor. La firmaba el padre Goudron, de la Sociedad de Jess. Otras denuncias igualmente papistas la sucedieron. Su efecto fue inmediato: las buenas gentes no dejaron de adivinar que Sir Roger Charles era blanco de un complot abominable de los jesuitas.EL CARRUAJECiento noventa das dur el proceso. Alrededor de cien testigos prestaron fe de que el acusado era Tichborne entre ellos, cuatro compaeros de armas del regimiento seis de dragones. Sus partidarios no cesaban de repetir que no era un impostor, ya que de haberlo sido hubiera procurado remedar los retratos juveniles de su modelo. Adems, Lady Tichborne lo haba reconocido y es evidente que una madre no se equivoca. Todo iba bien, o ms o menos bien, hasta que una antigua querida de Orton compareci ante el tribunal para declarar. Bogle no se inmut con esa prfida maniobra de los "parientes"; requiri galera y paraguas y fue a implorar una tercera iluminacin por las decorosas calles de Londres. No sabremos nunca si la encontr. Poco antes de llegar a Primrose Hill lo alcanz el terrible vehculo que desde el fondo de los aos lo persegua. Bogle lo vio venir, lanz un grito, pero no atin con la salvacin. Fue proyectado con violencia contra las piedras. Los marcadores cascos del jamelgo le partieron el crneo.EL ESPECTROTom Castro era el fantasma de Tichborne, pero un pobre fantasma habitado por el genio de Bogle. Cuando le dijeron que ste haba muerto se aniquil. Sigui mintiendo, pero con escaso entusiasmo y con disparatadas contradicciones. Era fcil prever el fin.El 27 de febrero de 1874, Arthur Orton (alias) Tom Castro fue condenado a catorce aos de trabajos forzados. En la crcel se hizo querer; era su oficio. Su comportamiento ejemplar le vali una rebaja de cuatro aos. Cuando esa hospitalidad final lo dej la de la prisin recorri las aldeas y los centros del Reino Unido, pronunciando pequeas conferencias en las que declaraba su inocencia o afirmaba su culpa. Su modestia y su anhelo de agradar eran tan duraderos que muchas noches comenz por defensa y acab por confesin, siempre al servicio de las inclinaciones del pblico.El 2 de abril de 1898 muri.(1) Esta metfora me sirve para recordar al lector que estas biografas infames aparecieron en el suplemento sabtico de un diario de la tarde.La viuda Ching, pirataLa palabra corsarias corre el albur de despertar un recuerdo que es vagamente incmodo: el de una ya descolorida zarzuela, con sus teoras de evidentes mucamas, que hacan de piratas coreogrficas en mares de notable cartn. Sin embargo, ha habido corsarias: mujeres hbiles en la maniobra marinera, en el gobierno de tripulaciones bestiales y en la persecucin y saqueo de naves de alto bordo. Una de ellas fue Mary Read, que declar una vez que la profesin de pirata no era para cualquiera, y que, para ejercerla con dignidad, era preciso ser un hombre de coraje, como ella. En los charros principios de su carrera, cuando no era an capitana, uno de sus amantes fue injuriado por el matn de a bordo. Mary lo ret a duelo y se bati con l a dos manos, segn la antigua usanza de las islas del Mar Caribe: el profundo y precario pistoln en la mano izquierda, el sable fiel en la derecha. El pistoln fall, pero la espada se port como buena... Hacia 1720 la arriesgada carrera de Mary Read fue interrumpida por una horca espaola, en Santiago de la Vega (Jamaica).Otra pirata de esos mares fue Anne Bonney, que era una irlandesa resplandeciente, de senos altos y de pelo fogoso, que ms de una vez arriesg su cuerpo en el abordaje de naves. Fue compaera de armas de Mary Read, y finalmente de horca. Su amante, el capitn John Rackam, tuvo tambin su nudo corredizo en esa funcin. Anne, despectiva, dio con esta spera variante de la reconvencin de Aixa a Boabdil: "Si te hubieras batido como un hombre no te ahorcaran como a un perro".Otra, ms venturosa y longeva, fue una pirata que oper en las aguas del Asia, desde el Mar Amarillo hasta los ros de la frontera del Annam. Hablo de la aguerrida viuda de Ching.LOS AOS DE APRENDIZAJEHacia 1797, los accionistas de las muchas escuadras pirticas de ese mar fundaron un consorcio y nombraron almirante a un tal Ching, hombre justiciero y probado. ste fue tan severo y ejemplar en el saqueo de las costas que los habitantes despavoridos imploraron con ddivas y lgrimas el socorro imperial. Su lastimosa peticin no fue desoda: recibieron la orden de poner fuego a sus aldeas, de olvidar sus quehaceres de pesquera, de emigrar tierra adentro y aprender una ciencia desconocida llamada agricultura. As lo hicieron, y los frustrados invasores no hallaron sino costas desiertas. Tuvieron que entregarse, por consiguiente, al asalto de naves: depredacin an ms nociva que la anterior, pues molestaba seriamente al comercio. El gobierno imperial no vacil y orden a los antiguos pescadores el abandono del arado y la yunta y la restauracin de remos y redes. stos se amotinaron, fieles al antiguo temor, y las autoridades resolvieron otra conducta: nombrar al almirante Ching jefe de los Establos Imperiales. ste iba a aceptar el soborno. Los accionistas lo supieron a tiempo, y su virtuosa indignacin se manifest en un plato de orugas envenenadas, cocidas con arroz. La golosina fue fatal: el antiguo almirante y jefe novel de los Establos Imperiales entreg su alma a las divinidades del mar. La viuda, transfigurada por la doble traicin, congreg a los piratas, les revel el enredado caso y los inst a rehusar la clemencia falaz del Emperador y el ingrato servicio de los accionistas de aficin envenenadora. Les propuso el abordaje por cuenta propia y la votacin de un nuevo almirante. La elegida fue ella. Era una mujer sarmentosa, de ojos dormidos y sonrisa cariada. El pelo renegrido y aceitado tena ms resplandor que los ojos.A sus tranquilas rdenes, las naves se lanzaron al peligro y al alto mar.EL COMANDOTrece aos de metdica aventura se sucedieron. Seis escuadrillas integraban la armada, bajo banderas de diverso color: la roja, la amarilla, la verde, la negra, la morada y la de la serpiente, que era de la nave capitana. Los jefes se llamaban Pjaro y Piedra, Castigo de Agua de la Maana, Joya de la Tripulacin, Ola con Muchos Peces y Sol Alto. El reglamento, redactado por la viuda Ching en persona, es de una inapelable severidad, y su estilo justo y lacnico prescinde de las desfallecidas flores retricas que prestan una majestad ms bien irrisoria a la manera china oficial, de la que ofreceremos despus algunos alarmantes ejemplos. Copio algunos artculos:"Todos los bienes transbordados de naves enemigas pasarn a un depsito y sern all registrados. Una quinta parte de lo aportado por cada pirata le ser entregada despus; el resto quedar en el depsito. La violacin de esta ordenanza es la muerte.La pena del pirata que hubiere abandonado su puesto sin permiso especial ser la perforacin pblica de sus orejas. La reincidencia en esta falta es la muerte.El comercio con las mujeres arrebatadas en las aldeas queda prohibido sobre cubierta; deber limitarse a la bodega y nunca sin el permiso del sobrecargo. La violacin de esta ordenanza es la muerte."Informes suministrados por prisioneros aseguran que el rancho de esos piratas consista principalmente en galleta, en obesas ratas cebadas y arroz cocido, y que, en los das de combate, solan mezclar plvora con su alcohol. Naipes y dados fraudulentos, la copa y el rectngulo del "fantan", la visionaria pipa del opio y la lamparita distraan las horas. Dos espadas de empleo simultneo eran las armas preferidas. Antes del abordaje, se rociaban los pmulos y el cuerpo con una infusin de ajo; seguro talismn contra las ofensas de las bocas de fuego.La tripulacin viajaba con sus mujeres, pero el capitn con su harem, que era de cinco o seis, y que solan renovar las victorias.HABLA KIA-KING, EL JOVEN EMPERADORA mediados de 1809 se promulg un edicto imperial, del que traslado la primera parte y la ltima. Muchos criticaron su estilo:"Hombres desventurados y dainos, hombres que pisan el pan, hombres que desatienden el clamor de los cobradores de impuestos y de los hurfanos, hombres en cuya ropa interior estn figurados el fnix y el dragn, hombres que niegan la verdad de los libros impresos, hombres que dejan que sus lgrimas corran mirando el Norte, molestan la ventura de nuestros ros y la antigua confianza de nuestros mares. En barcos averiados y deleznables afrontan noche y da la tempestad. Su objeto no es benvolo: no son ni fueron nunca los verdaderos amigos del navegante. Lejos de prestarle ayuda, lo acometen con ferocsimo impulso y lo convidan a la ruina, a la mutilacin o a la muerte. Violan as las leyes naturales del Universo, de suerte que los ros se desbordan, las riberas se anegan, los hijos se vuelven contra los padres y los principios de humedad y sequa son alterados...... Por consiguiente te encomiendo el castigo, Almirante Kvo-Lang. No pongas en olvido que la clemencia es un atributo imperial y que sera presuncin en un sbdito intentar asumirla. S cruel, s justo, s obedecido, s victorioso."La referencia incidental a las embarcaciones averiadas era, naturalmente, falsa. Su fin era levantar el coraje de la expedicin de Kvo-Lang. Noventa das despus, las fuerzas de la viuda Ching se enfrentaron con las del Imperio Central. Casi mil naves combatieron de sol a sol. Un coro mixto de campanas, de tambores, de caonazos, de imprecaciones, de gongs y de profecas, acompa la accin. Las fuerzas del Imperio fueron deshechas. Ni el prohibido perdn ni la recomendada crueldad tuvieron ocasin de ejercerse. Kvo-Lang observ un rito que nuestros generales derrotados optan por omitir: el suicidio.LAS RIBERAS DESPAVORIDASEntonces los seiscientos juncos de guerra y los cuarenta mil piratas victoriosos de la Viuda soberbia remontaron las bocas del Si-Kiang, multiplicando incendios y fiestas espantosas y hurfanos a babor y estribor. Hubo aldeas enteras arrasadas. En una sola de ellas, la cifra de los prisioneros pas de mil. Ciento veinte mujeres que solicitaron el confuso amparo de los juncales y arrozales vecinos fueron denunciadas por el incontenible llanto de un nio y vendidas luego en Macao. Aunque lejanas, las miserables lgrimas y lutos de esa depredacin llegaron a noticias de Kia-King, el Hijo del Cielo. Ciertos historiadores pretenden que le dolieron menos que el desastre de su expedicin punitiva. Lo cierto es que organiz una segunda, terrible en estandartes, en marineros, en soldados, en pertrechos de guerra, en provisiones, en augures y astrlogos. El comando recay esta vez en Ting-Kvei. Esa pesada muchedumbre de naves remont el delta del Si-Kiang y cerr el paso de la escuadra pirtica. La Viuda se aprest para la batalla. La saba difcil, muy difcil, casi desesperada; noches y meses de saqueo y de ocio haban aflojado a sus hombres. La batalla nunca empezaba. Sin apuro el sol se levantaba y se pona sobre las caas trmulas. Los hombres y las armas velaban. Los mediodas eran ms poderosos, las siestas infinitas.EL DRAGN Y LA ZORRASin embargo, altas bandadas perezosas de livianos dragones surgan cada atardecer de las naves de la escuadra imperial y se posaban con delicadeza en el agua y en las cubiertas enemigas. Eran areas construcciones de papel y de caa, a modo de cometas, y su plateada o roja superficie repeta idnticos caracteres. La Viuda examin con ansiedad esos regulares meteoros y ley en ellos la lenta y confusa fbula de un dragn, que siempre haba protegido a una zorra, a pesar de sus largas ingratitudes y constantes delitos. Se adelgaz la luna en el cielo y las figuras de papel y de caa traan cada tarde la misma historia, con casi imperceptibles variantes. La Viuda se afliga y pensaba. Cuando la luna se llen en el cielo y en el agua rojiza, la historia pareci tocar a su fin. Nadie poda predecir si un ilimitado perdn o si un ilimitado castigo se abatiran sobre la zorra, pero el inevitable fin se acercaba. La Viuda comprendi. Arroj sus dos espadas al ro, se arrodill en un bote y orden que la condujeran hasta la nave del comando imperial.Era el atardecer: el cielo estaba lleno de dragones, esta vez amarillos. La Viuda murmuraba una frase: "La zorra busca el ala del dragn", dijo al subir a bordo.LA APOTEOSISLos cronistas refieren que la zorra obtuvo su perdn y dedic su lenta vejez al contrabando de opio. Dej de ser la Viuda; asumi un nombre cuya traduccin espaola es Brillo de la Verdadera Instruccin."Desde aquel da (escribe un historiador) los barcos recuperaron la paz. Los cuatro mares y los ros innumerables fueron seguros y felices caminos.Los labradores pudieron vender las espadas y comprar bueyes para el arado de sus campos. Hicieron sacrificios, ofrecieron plegarias en las cumbres de las montaas y se regocijaron durante el da cantando atrs de biombos."El proveedor de iniquidades Monk EastmanLOS DE ESTA AMRICAPerfilados bien por un fondo de paredes celestes o de cielo alto, dos compadritos envainados en seria ropa negra bailan sobre zapatos de mujer un baile gravsimo, que es el de los cuchillos parejos, hasta que de una oreja salta un clavel porque el cuchillo ha entrado en un hombre, que cierra con su muerte horizontal el baile sin msica. Resignado, el otro se acomoda el chambergo y consagra su vejez a la narracin de ese duelo tan limpio. sa es la historia detallada y total de nuestro malevaje. La de los hombres de pelea de Nueva York es ms vertiginosa y ms torpe.LOS DE LA OTRALa historia de las bandas de Nueva York (revelada en 1928 por Herbert Asbury en un decoroso volumen de cuatrocientas pginas en octavo) tiene la confusin y la crueldad de las cosmogonas brbaras y mucho de su ineptitud gigantesca: stanos de antiguas cerveceras habilitadas para conventillos de negros, una raqutica Nueva York de tres pisos, bandas de forajidos como los ngeles del Pantano (Swamp Angels) que merodeaban entre laberintos de cloacas, bandas de forajidos como los Daybreak Boys (Muchachos del Alba) que reclutaban asesinos precoces de diez y once aos, gigantes solitarios y descarados como los Galerudos Fieros (Plug Uglies) que procuraban la inverosmil risa del prjimo con un firme sombrero de copa lleno de lana y los vastos faldones de la camisa ondeados por el viento del arrabal, pero con un garrote en la diestra y un pistoln profundo; bandas de forajidos como los Conejos Muertos (Dead Rabbits) que entraban en batalla bajo la ensea de un conejo muerto en un palo; hombres como Johnny Dolan el Dandy, famoso por el rulo aceitado sobre la frente, por los bastones con cabeza de mono y por el fino aparatito de cobre que sola calzarse en el pulgar para vaciar los ojos del adversario; hombres como Kit Burns, capaz de decapitar de un solo mordisco una rata viva; hombres como Blind Danny Lyons, muchacho rubio de ojos muertos inmensos, rufin de tres rameras que circulaban con orgullo por l; filas de casas de farol colorado como las dirigidas por siete hermanas de New England, que destinaban las ganancias de Nochebuena a la caridad; reideros de ratas famlicas y de perros, casas de juego chinas, mujeres como la repetida viuda Red Norah, amada y ostentada por todos los varones que dirigieron la banda de los Gophers; mujeres como Lizzie the Dove, que se enlut cuando lo ejecutaron a Danny Lyons y muri degollada por Gentle Maggie, que le discuti la antigua pasin del hombre muerto y ciego; motines como el de una semana salvaje de 1863, que incendiaron cien edificios y por poco se aduean de la ciudad; combates callejeros en los que el hombre se perda como en el mar porque lo pisoteaban hasta la muerte; ladrones y envenenadores de caballos como Yoske Nigger tejen esta catica historia. Su hroe ms famoso es Edward Delaney, alias William Delaney, alias Joseph Marvin, alias Joseph Morris, alias Monk Eastman, jefe de mil doscientos hombres.EL HROEEsas fintas graduales (penosas como un juego de caretas que no se sabe bien cul es cul) omiten su nombre verdadero si es que nos atrevemos a pensar que hay tal cosa en el mundo. Lo cierto es que en el Registro Civil de Williamsburg, Brooklyn, el nombre es Edward Ostermann, americanizado en Eastman despus. Cosa extraa, ese malevo tormentoso era hebreo. Era hijo de un patrn de restaurante de los que anuncian Kosher, donde varones de rabnicas barbas pueden asimilar sin peligro la carne desangrada y tres veces limpia de terneras degolladas con rectitud. A los diecinueve aos, hacia 1892, abri con el auxilio de su padre una pajarera. Curiosear el vivir de los animales, contemplar sus pequeas decisiones y su inescrutable inocencia fue una pasin que lo acompa hasta el final. En ulteriores pocas de esplendor, cuando rehusaba con desdn los cigarros de hoja de los pecosos sachems de Tammany o visitaba los mejores prostbulos en un coche automvil precoz, que pareca el hijo natural de una gndola, abri un segundo y falso comercio, que hospedaba cien gatos finos y ms de cuatrocientas palomas que no estaban en venta para cualquiera. Los quera individualmente y sola recorrer a pie su distrito con un gato feliz en el brazo, y otros que lo seguan con ambicin.Era un hombre ruinoso y monumental. El pescuezo era corto, como de toro, el pecho inexpugnable, los brazos peleadores y largos, la nariz rota, la cara aunque historiada de cicatrices menos importante que el cuerpo, las piernas chuecas como de jinete o de marinero. Poda prescindir de camisa como tambin de saco, pero no de una galerita rabona sobre la ciclpea cabeza. Los hombres cuidan su memoria. Fsicamente, el pistolero convencional de los films es un remedo suyo, no del epiceno y fofo Capone. De Wolheim dicen que lo emplearon en Hollywood porque sus rasgos aludan directamente a los del deplorado Monk Eastman... ste sala a recorrer su imperio forajido con una paloma de plumaje azul en el hombro, igual que un toro con un benteveo en el lomo.Hacia 1894 abundaban los salones de bailes pblicos en la ciudad de Nueva York. Eastman fue el encargado en uno de ellos de mantener el orden. La leyenda refiere que el empresario no lo quiso atender y que Monk demostr su capacidad demoliendo con fragor el par de gigantes que detentaban el empleo. Lo ejerci hasta 1899, temido y solo.Por cada pendenciero que serenaba, haca con el cuchillo una marca en el brutal garrote. Cierta noche, una calva resplandeciente que se inclinaba sobre un bock de cerveza le llam la atencin y la desmay de un mazazo. Me faltaba una marca para cincuenta!", exclam despus.EL MANDODesde 1899 Eastman no era slo famoso. Era caudillo electoral de una zona importante, y cobraba fuertes subsidios de las casas de farol colorado, de los garitos, de las pindongas callejeras y los ladrones de ese srdido feudo. Los comits lo consultaban para organizar fechoras y los particulares tambin. He aqu sus honorarios: 15 dlares una oreja arrancada, 19 una pierna rota, 25 un balazo en una pierna, 25 una pualada, 100 el negocio entero. A veces, para no perder la costumbre, Eastman ejecutaba personalmente una comisin.Una cuestin de lmites (sutil y malhumorada como las otras que posterga el derecho internacional) lo puso enfrente de Paul Kelly, famoso capitn de otra banda. Balazos y entreveros de las patrullas haban determinado un confn. Eastman lo atraves un amanecer y lo acometieron cinco hombres. Con esos brazos vertiginosos de mono y con la cachiporra hizo rodar a tres, pero le metieron dos balas en el abdomen y lo abandonaron por muerto. Eastman se sujet la herida caliente con el pulgar y el ndice y camin con pasos de borracho hasta el hospital. La vida, la alta fiebre y la muerte se lo disputaron varias semanas, pero sus labios no se rebajaron a delatar a nadie. Cuando sali, la guerra era un hecho y floreci en continuos tiroteos hasta el diecinueve de agosto del novecientos tres.LA BATALLA DE RIVINGTONUnos cien hroes vagamente distintos de las fotografas que estarn desvanecindose en los prontuarios, unos cien hroes saturados de humo de tabaco y de alcohol, unos cien hroes de sombrero de paja con cinta de colores, unos cien hroes afectados quien ms quien menos de enfermedades vergonzosas, de caries, de dolencias de las vas respiratorias o del rin, unos cien hroes tan insignificantes o esplndidos como los de Troya o Junn, libraron ese renegrido hecho de armas en la sombra de los arcos del Elevated. La causa fue el tributo exigido por los pistoleros de Kelly al empresario de una casa de juego, compadre de Monk Eastman. Uno de los pistoleros fue muerto y el tiroteo consiguiente creci a batalla de incontados revlveres. Desde el amparo de los altos pilares hombres de rasurado mentn tiraban silenciosos, y eran el centro de un despavorido horizonte de coches de alquiler cargados de impacientes refuerzos, con artillera Colt en los puos. Qu sintieron los protagonistas de esa batalla? Primero (creo) la brutal conviccin de que el estrpito insensato de cien revlveres los iba a aniquilar en seguida; segundo (creo) la no menos errnea seguridad de que si la descarga inicial no los derrib, eran invulnerables. Lo cierto es que pelearon con fervor, parapetados por el hierro y la noche. Dos veces intervino la polica y dos la rechazaron. A la primer vislumbre del amanecer el combate muri, como si fuera obsceno o espectral. Debajo de los grandes arcos de ingeniera quedaron siete heridos de gravedad, cuatro cadveres y una paloma muerta.LOS CRUJIDOSLos polticos parroquiales, a cuyo servicio estaba Monk Eastman, siempre desmintieron pblicamente que hubiera tales bandas, o aclararon que se trataba de meras sociedades recreativas. La indiscreta batalla de Rivington los alarm. Citaron a los dos capitanes para intimarles la necesidad de una tregua. Kelly (buen sabedor de que los polticos eran ms aptos que todos los revlveres Colt para entorpecer la accin policial) dijo acto continuo que s; Eastman (con la soberbia de su gran cuerpo bruto) ansiaba ms detonaciones y ms refriegas. Empez por rehusar y tuvieron que amenazarlo con la prisin. Al fin los dos ilustres malevos conferenciaron en un bar, cada uno con un cigarro de hoja en la boca, la diestra en el revlver y su vigilante nube de pistoleros alrededor. Arribaron a una decisin muy americana: confiar a un match de box la disputa. Kelly era un boxeador habilsimo. El duelo se realiz en un galpn y fue estrafalario. Ciento cuarenta espectadores lo vieron, entre compadres de galera torcida y mujeres de frgil peinado monumental. Dur dos horas y termin en completa extenuacin. A la semana chisporrotearon los tiroteos. Monk fue arrestado, por ensima vez. Los protectores se distrajeron de l con alivio; el juez le vaticin, con toda verdad, diez aos de crcel.EASTMAN CONTRA ALEMANIACuando el todava perplejo Monk sali de Sing Sing, los mil doscientos forajidos de su comando estaban desbandados. No los supo juntar y se resign a operar por su cuenta. El 8 de setiembre de 1917 promovi un desorden en la va pblica. El 9 resolvi participar en otro desorden y se alist en un regimiento de infantera.Sabemos varios rasgos de su campaa. Sabemos que desaprob con fervor la captura de prisioneros y que una vez (con la sola culata del fusil) impidi esa prctica deplorable. Sabemos que logr evadirse del hospital para volver a las trincheras. Sabemos que se distingui en los combates cerca de Montfaucon. Sabemos que despus opin que muchos bailecitos del Bowery eran ms bravos que la guerra europea.EL MISTERIOSO, LGICO FINEl 25 de diciembre de 1920 el cuerpo de Monk Eastman amaneci en una de las calles centrales de Nueva York. Haba recibido cinco balazos. Desconocedor feliz de la muerte, un gato de lo ms ordinario lo rondaba con cierta perplejidad.El asesino desinteresado Bill HarriganLa imagen de las tierras de Arizona, antes que ninguna otra imagen: la imagen de las tierras de Arizona y de Nuevo Mjico, tierras con un ilustre fundamento de oro y plata, tierras vertiginosas y areas, tierras de la meseta monumental y de los delicados colores, tierras con blanco resplandor de esqueleto pelado por los pjaros. En esas tierras otra imagen, la de Billy the Kid: el jinete clavado sobre el caballo, el joven de los duros pistoletazos que aturden el desierto, el emisor de balas invisibles que matan a distancia, como una magia.El desierto veteado de metales, rido y reluciente. El casi nio que al morir a los veintin aos deba a la justicia de los hombres veintiuna muertes "sin contar mejicanos".EL ESTADO LARVALHacia 1859 el hombre que para el terror y la gloria sera Billy the Kid naci en un conventillo subterrneo de Nueva York. Dicen que lo pari un fatigado vientre irlands, pero se cri entre negros. En ese caos de catinga y de motas goz el primado que conceden las pecas y una crencha rojiza. Practicaba el orgullo de ser blanco; tambin era esmirriado, chcaro, soez. A los doce aos milit en la pandilla de los Swamp Angels (ngeles de la Cinaga), divinidades que operaban entre las cloacas. En las noches con olor a niebla quemada emergan de aquel ftido laberinto, seguan el rumbo de algn marinero alemn, lo desmoronaban de un cascotazo, lo despojaban hasta de la ropa interior, y se restituan despus a la otra basura. Los comandaba un negro encanecido, Gas Houser Jonas, tambin famoso como envenenador de caballos.A veces, de la buhardilla de alguna casa jorobada cerca del agua, una mujer volcaba sobre la cabeza de un transente un balde de ceniza. El hombre se agitaba y se ahogaba. En seguida los ngeles de la Cinaga pululaban sobre l, lo arrebataban por la boca de un stano y lo saqueaban.Tales fueron los aos de aprendizaje de Billy Harrigan, el futuro Billy the Kid. No desdeaba las ficciones teatrales; le gustaba asistir (acaso sin ningn presentimiento de que eran smbolos y letras de su destino) a los melodramas de cowboys.GO WEST!Si los populosos teatros del Bowery (cuyos concurrentes vociferaban "Alcen el trapo! a la menor impuntualidad del teln) abundaban en esos melodramas de jinete y balazo, la facilsima razn es que Amrica sufra entonces la atraccin del Oeste. Detrs de los ponientes estaba el oro de Nevada y de California. Detrs de los ponientes estaba el hacha demoledora de cedros, la enorme cara babilnica del bisonte, el sombrero de copa y el numeroso lecho de Brigham Young, las ceremonias y la ira del hombre rojo, el aire despejado de los desiertos, la desaforada pradera, la tierra fundamental cuya cercana apresura el latir de los corazones como la cercana del mar. El Oeste llamaba. Un continuo rumor acompasado pobl esos aos: el de millares de hombres americanos ocupando el Oeste. En esa progresin, hacia 1872, estaba el siempre aculebrado Bill Harrigan, huyendo de una celda rectangular.DEMOLICIN DE UN MEJICANOLa Historia (que, a semejanza de cierto director cinematogrfico, procede por imgenes discontinuas) propone ahora la de una arriesgada taberna, que est en el todopoderoso desierto igual que en alta mar. El tiempo, una destemplada noche del ao 1873; el precis lugar, el Llano Estacado (New Mexico). La tierra es casi sobrenaturalmente lisa, pero el cielo de nubes a desnivel, con desgarrones de tormenta y de luna, est lleno de pozos que se agrietan y de montaas. En la tierra hay el crneo de una vaca, ladridos y ojos de coyote en la sombra, finos caballos y la luz alargada de la taberna. Adentro, acodados en el nico mostrador, hombres cansados y fornidos beben un alcohol pendenciero y hacen ostentacin de grandes monedas de plata, con una serpiente y un guila. Un borracho canta impasiblemente. Hay quienes hablan un idioma con muchas eses, que ha de ser espaol, puesto que quienes lo hablan son despreciados. Bill Harrigan, rojiza rata de conventillo, es de los bebedores. Ha concluido un par de aguardientes y piensa pedir otro ms, acaso porque no le queda un centavo. Lo anonadan los hombres de aquel desierto. Los ve tremendos, tempestuosos, felices, odiosamente sabios en el manejo de hacienda cimarrona y de altos caballos. De golpe hay un silencio total, slo ignorado por la desatinada voz del borracho. Ha entrado un mejicano ms que fornido, con cara de india vieja. Abunda en un desaforado sombrero y en dos pistolas laterales. En duro ingls desea las buenas noches a todos los gringos hijos de perra que estn bebiendo. Nadie recoge el desafo. Bill pregunta quin es, y le susurran temerosamente que el Dago el Diego es Belisario Villagrn, de Chihuahua. Una detonacin retumba en seguida. Parapetado por aquel cordn de hombres altos, Bill ha disparado sobre el intruso. La copa cae del puo de Villagrn; despus, el hombre entero. El hombre no precisa otra bala. Sin dignarse mirar al muerto lujoso, Bill reanuda la pltica. "De veras?", dice (1). "Pues yo soy Bill Harrigan, de New York." El borracho sigue cantando, insignificante.Ya se adivina la apoteosis. Bill concede apretones de manos y acepta adulaciones, hurras y whiskies. Alguien observa que no hay marcas en su revlver y le propone grabar una para significar la muerte de Villagrn. Billy the Kid se queda con la navaja de ese alguien, pero dice "que no vale la pena anotar mejicanos". Ello, acaso, no basta. Bill, esa noche, tiende su frazada junto al cadver y duerme hasta la aurora ostentosamente.MUERTES PORQUE SDe esa feliz detonacin (a los catorce aos de edad) naci Billy the Kid el Hroe y muri el furtivo Bill Harrigan. El muchachuelo de la cloaca y del cascotazo ascendi a hombre de frontera. Se hizo jinete; aprendi a estribar derecho sobre el caballo a la manera de Wyoming o Texas, no con el cuerpo echado hacia atrs, a la manera de Oregn y de California. Nunca se pareci del todo a su leyenda, pero se fue acercando. Algo del compadrito de Nueva York perdur en el cowboy; puso en los mejicanos el odio que antes le inspiraban los negros, pero las ltimas palabras que dijo fueron (malas) palabras en espaol. Aprendi el arte vagabundo de los troperos. Aprendi el otro, ms difcil, de mandar hombres; ambos lo ayudaron a ser un buen ladrn de hacienda. A veces, las guitarras y los burdeles de Mjico lo arrastraban.Con la lucidez atroz del insomnio, organizaba populosas orgas que duraban cuatro das y cuatro noches. Al fin, asqueado, pagaba la cuenta a balazos. Mientras el dedo del gatillo no le fall fue el hombre ms temido (y quiz ms nadie y ms solo) de esa frontera. Garrett, su amigo, el sheriff que despus lo mat, le dijo una vez: "Yo he ejercitado mucho la puntera matando bfalos". "Yo la he ejercitado ms, matando hombres", replic suavemente. Los pormenores son irrecuperables, pero sabemos que debi hasta veintiuna muertes "sin contar mejicanos". Durante siete arriesgadsimos aos practic ese lujo: el coraje.La noche del 25 de julio de 1880, Billy the Kid atraves al galope de su overo la calle principal, o nica, de Fort Sumner. El calor apretaba y no haban encendido las lmparas; el comisario Garrett, sentado en un silln de hamaca en un corredor, sac el revlver y le descerraj un balazo en el vientre. El overo sigui; el jinete se desplom en la calle de tierra. Garrett le encaj un segundo balazo. El pueblo (sabedor de que el herido era Billy the Kid) tranc bien las ventanas. La agona fue larga y blasfematoria. Ya con el sol bien alto, se fueron acercando y lo desarmaron; el hombre estaba muerto. Le notaron ese aire de cachivache que tienen los difuntos.Lo afeitaron, lo envainaron en ropa hecha y lo exhibieron al espanto y las burlas en la vidriera del mejor almacn.Hombres a caballo o en tlbury acudieron de leguas a la redonda. El tercer da lo tuvieron que maquillar. El cuarto da lo enterraron con jbilo.(1) Is that so?, he drawled.El incivil maestro de ceremonias Kotsuk no SukEl infame de este captulo es el incivil maestro de ceremonias Kotsuk no Suk, aciago funcionario que motiv la degradacin y la muerte del seor de la Torre de Ako y no se quiso eliminar como un caballero cuando la apropiada venganza lo conmin. Es hombre que merece la gratitud de todos los hombres, porque despert preciosas lealtades y fue la negra y necesaria ocasin de una empresa inmortal. Un centenar de novelas, de monografas, de tesis doctorales y de peras conmemoran el hecho para no hablar de las efusiones en porcelana, en lapislzuli veteado y en laca. Hasta el verstil celuloide lo sirve, ya que la Historia Doctrinal de los Cuarenta y Siete Capitanes tal es su nombre es la ms repetida inspiracin del cinematgrafo japons. La minuciosa gloria que esas ardientes atenciones afirman es algo ms que justificable: es inmediatamente justa para cualquiera.Sigo la relacin de A. B. Mitford, que omite las continuas distracciones que obra el color local y prefiere atender al movimiento del glorioso episodio. Esa buena falta de "orientalismo" deja sospechar que se trata de una versin directa del japons.LA CINTA DESATADAEn la desvanecida primavera de 1702 el ilustre seor de la Torre de Ako tuvo que recibir y agasajar a un enviado imperial. Dos mil trescientos aos de cortesa (algunos mitolgicos), haban complicado angustiosamente el ceremonial de la recepcin. El enviado representaba al emperador, pero a manera de alusin o de smbolo: matiz que no era menos improcedente recargar que atenuar. Para impedir errores harto fcilmente fatales, un funcionario de la corte de Yedo lo preceda en calidad de maestro de ceremonias. Lejos de la comodidad cortesana y condenado a una villgiature montaraz, que debi parecerle un destierro, Kira Kotsuk no Suk imparta, sin gracia, las instrucciones. A veces dilataba hasta la insolencia el tono magistral. Su discpulo, el seor de la Torre, procuraba disimular esas burlas. No saba replicar y la disciplina le vedaba toda violencia. Una maana, sin embargo, la cinta del zapato del maestro se desat y ste le pidi que la atara. El caballero lo hizo con humildad, pero con indignacin interior. El incivil maestro de ceremonias le dijo que, en verdad, era incorregible y que slo un patn era capaz de frangollar un nudo tan torpe. El seor de la Torre sac la espada y le tir un hachazo. El otro huy, apenas rubricada la frente por un hilo tenue de sangre... Das despus dictaminaba el tribunal militar contra el heridor y lo condenaba al suicidio. En el patio central de la Torre de Ako elevaron una tarima de fieltro rojo y en ella se mostr el condenado y le entregaron un pual de oro y piedras y confes pblicamente su culpa y se fue desnudando hasta la cintura, y se abri el vientre, con las dos heridas rituales, y muri como un samurai, y los espectadores ms alejados no vieron sangre porque el fieltro era rojo. Un hombre encanecido y cuidadoso lo decapit con la espada: el consejero Kuranosuk, su padrino.EL SIMULADOR DE LA INFAMIALa Torre de Takumi no Kami fue confiscada; sus capitanes desbandados, su familia arruinada y oscurecida, su nombre vinculado a la execracin. Un rumor quiere que la idntica noche que se mat, cuarenta y siete de sus capitanes deliberaran en la cumbre de un monte y planearan, con toda precisin, lo que se produjo un ao ms tarde. Lo cierto es que debieron proceder entre justificadas demoras y que alguno de sus concilios tuvo lugar, no en la cumbre difcil de una montaa, sino en una capilla en un bosque, mediocre pabelln de madera blanca, sin otro adorno que la caja rectangular que contiene un espejo. Apetecan la venganza y la venganza debi parecerles inalcanzable.Kira Kotsuk no Suk, el odiado maestro de ceremonias, haba fortificado su casa y una nube de arqueros y de esgrimistas custodiaba su palanqun. Contaba con espas incorruptibles, puntuales y secretos. A ninguno celaban y vigilaban como al presunto capitn de los vengadores: Kuranosuk, el consejero. ste lo advirti por azar y fund su proyecto vindicatorio sobre ese dato.Se mud a Kioto, ciudad insuperada en todo el imperio por el color de sus otoos. Se dej arrebatar por los lupanares, por las casas de juego y por las tabernas. A pesar de sus canas, se code con rameras y con poetas, y hasta con gente peor. Una vez lo expulsaron de una taberna y amaneci dormido en el umbral, la cabeza revolcada en un vmito.Un hombre de Satsuma lo conoci, y dijo con tristeza y con ira: No es ste, por ventura, aquel consejero de Asano Takumi no Kami, que lo ayud a morir y que en vez de vengar a su seor se entrega a los deleites y a la vergenza? Oh, t, indigno del nombre de Samurai!Le pis la cara dormida y se la escupi. Cuando los espas denunciaron esa pasividad, Kotsuk no Suk sinti un gran alivio.Los hechos no pararon ah. El consejero despidi a su mujer y al menor de sus hijos y compr una querida en un lupanar, famosa infamia que alegr el corazn y relaj la temerosa prudencia del enemigo. ste acab por despachar la mitad de sus guardias.Una de las noches atroces del invierno de 1703 los cuarenta y siete capitanes se dieron cita en un desmantelado jardn de los alrededores de Yedo, cerca de un puente y de la fbrica de barajas. Iban con las banderas de su seor. Antes de emprender el asalto, advirtieron a los vecinos que no se trataba de un atropello, sino de una operacin militar de estricta justicia.LA CICATRIZDos bandas atacaron el palacio de Kira Kotsuk no Suk. El consejero comand la primera, que atac la puerta del frente; la segunda, su hijo mayor, que estaba por cumplir diecisis aos y que muri esa noche. La historia sabe los diversos momentos de esa pesadilla tan lcida: el descenso arriesgado y pendular por las escaleras de cuerda, el tambor del ataque, la precipitacin de los defensores, los arqueros apostados en la azotea, el directo destino de las flechas hacia los rganos vitales del hombre, las porcelanas infamadas de sangre, la muerte ardiente que despus es glacial, los impudores y desrdenes de la muerte. Nueve capitanes murieron; los defensores no eran menos valientes y no se quisieron rendir. Poco despus de media noche toda resistencia ces.Kira Kotsuk no Suk, razn ignominiosa de esas lealtades, no apareca. Lo buscaron por todos los rincones de ese conmovido palacio y ya desesperaban de encontrarlo cuando el consejero not que las sbanas de su lecho estaban an tibias. Volvieron a buscar y descubrieron una estrecha ventana, disimulada por un espejo de bronce. Abajo, desde un patiecito sombro, los miraba un hombre de blanco. Una espada temblorosa estaba en su diestra. Cuando bajaron, el hombre se entreg sin pelear. Le rayaba la frente una cicatriz: viejo dibujo del acero de Takumi no Kami.Entonces, los sangrientos capitanes se arrojaron a los pies del aborrecido y le dijeron que eran los oficiales del seor de la Torre, de cuya perdicin y cuyo fin l era culpable, y le rogaron que se suicidara, como un samurai debe hacerlo.En vano propusieron ese decoro a su nimo servil. Era varn inaccesible al honor; a la madrugada tuvieron que degollarlo.EL TESTIMONIOYa satisfecha su venganza (pero sin ira, y sin agitacin, y sin lstima), los capitanes se dirigieron al templo que guarda las reliquias de su seor.En un caldero llevan la increble cabeza de Kira Kotsuk no Suk y se turnan para cuidarla. Atraviesan los campos y las provincias, a la luz sincera del da. Los hombres los bendicen y lloran. El prncipe de Sendai los quiere hospedar, pero responden que hace casi dos aos que los aguarda su seor. Llegan al oscuro sepulcro y ofrendan la cabeza del enemigo.La Suprema Corte emite su fallo. Es el que esperan: se les otorga el privilegio de suicidarse. Todos lo cumplen, algunos con ardiente serenidad, y reposan al lado de su seor. Hombres y nios vienen a rezar al sepulcro de esos hombres tan fieles.EL HOMBRE DE SATSUMAEntre los peregrinos que acuden, hay un muchacho polvoriento y cansado que debe haber venido de lejos. Se prosterna ante el monumento de Oishi Kuranosuk, el consejero, y dice en voz alta: Yo te vi tirado en la puerta de un lupanar de Kioto y no pens que estabas meditando la venganza de tu seor, y te cre un soldado sin fe y te escup en la cara. He venido a ofrecerte satisfaccin. Dijo esto y cometi harakiri.El prior se condoli de su valenta y le dio sepultura en el lugar donde los capitanes reposan.ste es el final de la historia de los cuarenta y siete hombres leales salvo que no tiene final, porque los otros hombres, que no somos leales tal vez, pero que nunca perderemos del todo la esperanza de serlo, seguiremos honrndolos con palabras.El tintorero enmascarado Hkim de MervA Anglica OcampoSi no me equivoco, las fuentes originales de informacin acerca de Al Moqanna, el Profeta Velado (o ms estrictamente, Enmascarado) del Jorasn, se reducen a cuatro: a) las excertas de la Historia de los jalifas conservadas por Baladhuri, b) el Manual del gigante o Libro de la precisin y la revisin del historiador oficial de los Abbasidas, ibn abi Tair Tarfur, c) el cdice rabe titulado La aniquilacin de la rosa, donde se refutan las herejas abominables de la Rosa oscura o Rosa escondida, que era el libro cannico del Profeta, d) unas monedas sin efigie desenterradas por el ingeniero Andrusov en un desmonte del Ferrocarril Trascaspiano. Esas monedas fueron depositadas en el Gabinete Numismtico de Tehern y contienen dsticos persas que resumen o corrigen ciertos pasajes de la Aniquilacin. La Rosa original se ha perdido, ya que el manuscrito encontrado en 1899 y publicado no sin ligereza por el Morgenlndisches Archiv fue declarado apcrifo por Horn y luego por Sir Percy Sykes.La fama occidental del Profeta se debe a un grrulo poema de Moore, cargado de saudades y de suspiros de conspirador irlands.LA PRPURA ESCARLATAA los 120 aos de la Hgira y 736 de la Cruz, el hombre Hkim, que los hombres de aquel tiempo y de aquel espacio apodaran luego El Velado, naci en el Turquestn. Su patria fue la antigua ciudad de Merv, cuyos jardines y viedos y prados miran tristemente al desierto. El medioda es blanco y deslumbrador, cuando no lo oscurecen nubes de polvo que ahogan a los hombres y dejan una lmina blancuzca en los negros racimos.Hkim se cri en esa fatigada ciudad. Sabemos que un hermano de su padre lo adiestr en el oficio de tintorero: arte de impos, de falsarios y de inconstantes que inspir los primeros anatemas de su carrera prdiga. Mi cara es de oro (declara en una pgina famosa de la Aniquilacin) pero he macerado la prpura y he sumergido en la segunda noche la lana sin cardar y he saturado en la tercera noche la lana preparada, y los emperadores de las islas an se disputan esa ropa sangrienta. As pequ en los aos de juventud y trastorn los verdaderos colores de las criaturas. El ngel me deca que los carneros no eran del color de los tigres, el Satn me deca que el Poderoso quera que lo fueran y se vala de mi astucia y mi prpura. Ahora yo s que el ngel y el Satn erraban la verdad y que todo color es aborrecible.El ao 146 de la Hgira, Hkim desapareci de su patria. Encontraron destruidas las calderas y cubas de inmersin, as como un alfanje de Shiraz y un espejo de bronce.EL TOROEn el fin de la luna de xabn del ao 158, el aire del desierto estaba muy claro y los hombres miraban el poniente en busca de la luna de ramadn, que promueve la mortificacin y el ayuno. Eran esclavos, limosneros, chalanes, ladrones de camellos y matarifes. Gravemente sentados en la tierra, aguardaban el signo, desde el portn de un paradero de caravanas en la ruta de Merv. Miraban el ocaso, y el color del ocaso era el de la arena.Del fondo del desierto vertiginoso (cuyo sol da la fiebre, as como su luna da el pasmo) vieron adelantarse tres figuras, que les parecieron altsimas. Las tres eran humanas y la del medio tena cabeza de toro. Cuando se aproximaron, vieron que ste usaba una mscara y que los otros dos eran ciegos.Alguien (como en los cuentos de las 1001 Noches) indag la razn de esa maravilla. Estn ciegos, el hombre de la mscara declar, porque han visto mi cara.EL LEOPARDOEl cronista de los Abbasidas refiere que el hombre del desierto (cuya voz era singularmente dulce, o as les pareci por diferir de la brutalidad de su mscara), les dijo que ellos aguardaban el signo de un mes de penitencia, pero que l predicaba un signo mejor: el de toda una vida penitencial y una muerte injuriada. Les dijo que era Hkim hijo de Osmn, y que el ao 146 de la Emigracin haba penetrado un hombre en su casa y luego de purificarse y rezar le haba cortado la cabeza con un alfanje y la haba llevado hasta el cielo. Sobre la derecha mano del hombre (que era el ngel Gabriel) su cabeza haba estado ante el Seor, que le dio misin de profetizar y le inculc palabras tan antiguas que su repeticin quemaba las bocas y le infundi un glorioso resplandor que los ojos mortales no toleraban. Tal era la justificacin de la Mscara. Cuando todos los hombres de la tierra profesaran la nueva ley, el Rostro les sera descubierto y ellos podran adorarlo sin riesgo como ya los ngeles lo adoraban. Proclamada su comisin, Hkim los exhort a una guerra santa un djehad y a su conveniente martirio.Los esclavos, pordioseros, chalanes, ladrones de camellos y matarifes le negaron su fe: una voz grit brujo y otra impostor.Alguien haba trado un leopardo tal vez un ejemplar de esa raza esbelta y sangrienta que los monteros persas educan. Lo cierto es que rompi su prisin. Salvo el profeta enmascarado y los dos aclitos, la gente se atropell para huir. Cuando volvieron, haba enceguecido la fiera. Ante los ojos luminosos y muertos, los hombres adoraron a Hkim y confesaron su virtud sobrenatural.EL PROFETA VELADOEl historiador oficial de los Abbasidas narra sin mayor entusiasmo los progresos de Hkim el Velado en el Jorasn. Esa provincia muy conmovida por la desventura y crucifixin de su ms famoso caudillo abraz con desesperado fervor la doctrina de la Cara Resplandeciente y le tribut su sangre y su oro. (Hkim, ya entonces, descart su efigie brutal por un cudruple velo de seda blanca recamado de piedras. El color emblemtico de los Ban Abbs era el negro; Hkim eligi el color blanco el ms contradictorio para el Velo Resguardador, los pendones y los turbantes.) La campaa se inici bien. Es verdad que en el Libro de la precisin las banderas del jalifa son en todo lugar victoriosas, pero como el resultado ms frecuente de esas victorias es la destitucin de generales y el abandono de castillos inexpugnables, el avisado lector sabe a qu atenerse. A fines de la luna de rejeb del ao 161, la famosa ciudad de Nishapur abri sus puertas de metal al Enmascarado; a principios del 162, la de Astarabad. La actuacin militar de Hkim (como la de otro ms afortunado Profeta) se reduca a la plegaria en voz de tenor, pero elevada a la Divinidad desde el lomo de un camello rojizo, en el corazn agitado de las batallas. A su alrededor silbaban las flechas, sin que lo hirieran nunca. Pareca buscar el peligro: la noche que unos detestados leprosos rondaron su palacio, les orden comparecer, los bes y les entreg plata y oro.Delegaba las fatigas de gobernar en seis o siete adeptos. Era estudioso de la meditacin y la paz: un harem de 114 mujeres ciegas trataba de aplacar las necesidades de su cuerpo divino.LOS ESPEJOS ABOMINABLESSiempre que sus palabras no invaliden la fe ortodoxa, el Islam tolera la aparicin de amigos confidenciales de Dios, por indiscretos o amenazadores que sean. El profeta, quiz, no hubiera desdeado los favores de ese desdn, pero sus partidarios, sus victorias y la clera pblica del jalifa que era Mohamed Al Mahd lo obligaron a la hereja. Esa disensin lo arruin, pero antes le hizo definir los artculos de una religin personal, si bien con evidentes infiltraciones de las prehistorias gnsticas.En el principio de la cosmogona de Hkim hay un Dios espectral. Esa divinidad carece majestuosamente de origen, as como de nombre y de cara. Es un Dios inmutable, pero su imagen proyect nueve sombras que, condescendiendo a la accin, dotaron y presidieron un primer cielo. De esa primera corona demirgica procedi una segunda, tambin con ngeles, potestades y tronos, y stos fundaron otro cielo ms abajo, que era el duplicado simtrico del inicial. Ese segundo cnclave se vio reproducido en uno terciario y se en otro inferior, y as hasta 999. El seor del cielo del fondo es el que rige sombra de otras sombras y su fraccin de divinidad tiende a cero.La tierra que habitamos es un error, una incompetente parodia. Los espejos y la paternidad son abominables porque la multiplican y afirman. El asco es la virtud fundamental. Dos disciplinas (cuya eleccin dejaba libre el profeta) pueden conducirnos a ella: la abstinencia y el desenfreno, el ejercicio de la carne o su castidad.El paraso y el infierno de Hkim no eran menos desesperados. A los que niegan la Palabra, a los que niegan el Enjoyado Velo y el Rostro (dice una imprecacin que se conserva de la Rosa escondida), les prometo un Infierno maravilloso, porque cada uno de ellos reinar sobre 999 imperios de fuego, y en cada imperio 999 montes de fuego, y en cada monte 999 torres de fuego, y en cada torre 999 pisos de fuego, y en cada piso 999 lechos de fuego, y en cada lecho estar l y 999 formas de fuego (que tendrn su cara y su voz) lo torturarn para siempre. En otro lugar corrobora: Aqu en la vida padecis en un cuerpo; en la muerte y la Retribucin, en innumerables. El paraso es menos concreto. Siempre es de noche y hay piletas de piedra, y la felicidad de ese paraso es la felicidad peculiar de las despedidas, de la renunciacin y de los que saben que duermen.EL ROSTROEl ao 163 de la Emigracin y quinto de la Cara Resplandeciente, Hkim fue cercado en Sanam por el ejrcito del jalifa. Provisiones y mrtires no faltaban, y se aguardaba el inminente socorro de una caterva de ngeles de luz. En eso estaban cuando un espantoso rumor atraves el castillo. Se refera que una mujer adltera del harem, al ser estrangulada por los eunucos, haba gritado que a la mano derecha del profeta le faltaba el dedo anular y que carecan de uas los otros. El rumor cundi entre los fieles. A pleno sol, en una elevada terraza, Hkim peda una victoria o un signo a la divinidad familiar. Con la cabeza doblegada, servil como si corrieran contra una lluvia, dos capitanes le arrancaron el Velo recamado de piedras.Primero, hubo un temblor. La prometida cara del Apstol, la cara que haba estado en los cielos, era en efecto blanca, pero con la blancura peculiar de la lepra manchada. Era tan abultada o increble que les pareci una careta. No tena cejas; el prpado inferior del ojo derecho penda sobre la mejilla senil; un pesado racimo de tubrculos le coma los labios; la nariz inhumana y achatada era como de len.La voz de Hkim ensay un engao final. Vuestro pecado abominable os prohbe percibir mi esplendor... comenz a decir.No lo escucharon y lo atravesaron con lanzas.Hombre de la Esquina RosadaA Enrique AmorimA m, tan luego, hablarme del finado Francisco Real. Yo lo conoc, y eso que stos no eran sus barrios porque l saba tallar ms bien por el Norte, por esos laos de la laguna de Guadalupe y la Batera. Arriba de tres veces no lo trat, y sas en una misma noche, pero es noche que no se me olvidar, como que en ella vino la Lujanera porque s, a dormir en mi rancho y Rosendo Jurez dej, para no volver, el Arroyo. A ustedes, claro que les falta la debida esperiencia para reconocer ese nombre, pero Rosendo Jurez el Pegador era de los que pisaban ms fuerte por Villa Santa Rita. Mozo acreditao para el cuchillo era uno de los hombres de D. Nicols Paredes, que era uno de los hombres de Morel. Saba llegar de lo ms paquete al quilombo, en un oscuro, con las prendas de plata; los hombres y los perros lo respetaban y las chinas tambin; nadie inoraba que estaba debiendo dos muertes; usaba un chambergo alto, de ala finita, sobre la melena grasienta; la suerte lo mimaba, como quien dice. Los mozos de la Villa le copibamos hasta el modo de escupir. Sin embargo, una noche nos ilustr la verdadera condicin de Rosendo.Parece cuento, pero la historia de esa noche rarsima empez por un placero insolente de ruedas coloradas, lleno hasta el tope de hombres, que iba a los barquinazos por esos callejones de barro duro, entre los hornos de ladrillos y los huecos, y dos de negro, dle guitarriar y aturdir, y el del pescante que les tiraba un fustazo a los perros sueltos que se le atravesaban al moro, y un emponchado iba silencioso en el medio, y se era el Corralero de tantas mentas, y el hombre iba a peliar y a matar. La noche era una bendicin de tan fresca; dos de ellos iban sobre la capota volcada, como si la soled juera un corso. Ese ju el primer sucedido de tantos que hubo, pero recin despus lo supimos. Los muchachos estbamos dende temprano en el saln de Julia, que era un galpn de chapas de cinc, entre el camino de Gauna y el Maldonado. Era un local que ust lo divisaba de lejos, por la luz que mandaba a la redonda el farol sinvergenza, y por el barullo tambin. La Julia, aunque de humilde color, era de lo ms conciente y formal, as que no faltaban musicantes, gen beberaje y compaeras resistentes pal baile. Pero la Lujanera, que era la mujer de Rosendo, las sobraba lejos a todas. Se muri, seor, y digo que hay aos en que ni pienso en ella, pero haba que verla en sus das, con esos ojos. Verla, no daba sueo.La caa, la milonga, el hembraje, una condescendiente mala palabra de boca de Rosendo, una palmada suya en el montn que yo trataba de sentir como una amist: la cosa es que yo estaba lo ms feliz. Me toc una compaera muy seguidora, que iba como adivinndome la intencin. El tango haca su volunt con nosotros y nos arriaba y nos perda y nos ordenaba y nos volva a encontrar. En esa diversin estaban los hombres, lo mismo que en un sueo, cuando de golpe me pareci crecida la msica, y era que ya se entreveraba con ella la de los guitarreros del coche, cada vez ms cercano. Despus, la brisa que la trajo tir por otro rumbo, y volv a atender a mi cuerpo y al de la compaera y a las conversaciones del baile. Al rato largo llamaron a la puerta con autorid, un golpe y una voz. En seguida un silencio general, una pechada poderosa a la puerta y el hombre estaba adentro. El hombre era parecido a la voz.Para nosotros no era todava Francisco Real, pero s un tipo alto, fornido, trajeado enteramente de negro, y una chalina de un color como bayo, echada sobre el hombro. La cara recuerdo que era aindiada, esquinada.Me golpe la hoja de la puerta al abrirse. De puro atolondrado me le ju encima y le encaj la zurda en la facha, mientras con la derecha sacaba el cuchillo filoso que cargaba en la sisa del chaleco, junto al sobaco izquierdo. Poco iba a durarme la atropellada. El hombre, para afirmarse, estir los brazos y me hizo a un lado, como despidindose de un estorbo. Me dej agachado detrs, todava con la mano abajo del saco, sobre el arma inservible. Sigui como si tal cosa, adelante. Sigui, siempre ms alto que cualquiera de los que iba desapartando, siempre como sin ver. Los primeros puro italianaje mirn se abrieron como abanico, apurados. La cosa no dur. En el montn siguiente ya estaba el Ingls esperndolo, y antes de sentir en el hombro la mano del forastero, se le durmi con un planazo que tena listo. Ju ver ese planazo y ju venrsele ya todos al humo. El establecimiento tena ms de muchas varas de fondo, y lo arriaron como un cristo, casi de punta a punta, a pechadas, a silbidos y a salivasos. Primero le tiraron trompadas, despus, al ver que ni se atajaba los golpes, puras cachetadas a mano abierta o con el fleco inofensivo de las chalinas, como rindose de l. Tambin, como reservndolo pa Rosendo, que no se haba movido para eso de la par del fondo, en la que haca espaldas, callado. Pitaba con apuro su cigarrillo, como si ya entendiera lo que vimos claro despus. El Corralero fue empujado hasta l, firme y ensangrentado, con ese viento de chamuchina pifiadora detrs. Silbado, chicoteado, escupido, recin habl cuando se enfrent con Rosendo. Entonces lo mir y se despej la cara con el antebrazo y dijo estas cosas:Yo soy Francisco Real, un hombre del Norte. Yo soy Francisco Real, que le dicen el Corralero. Yo les he consentido a estos infelices que me alzaran la mano, porque lo que estoy buscando es un hombre. Andan por ah unos bolaceros diciendo que en estos andurriales hay uno que tiene mentas de cuchillero, y de malo, y que le dicen el Pegador. Quiero encontrarlo pa que me ensee a m, que soy naides, lo que es un hombre de coraje y de vista.Dijo esas cosas y no le quit los ojos de encima. Ahora le reluca un cuchilln en la mano derecha, que en fija lo haba trado en la manga. Alrededor se haban ido abriendo los que empujaron, y todos los mirbamos a los dos, en un gran silencio. Hasta la jeta del mulato ciego que tocaba el violn, acataba ese rumbo.En eso, oigo que se desplazaban atrs, y me veo en el marco de la puerta seis o siete hombres, que seran la barra del Corralero. El ms viejo, un hombre apaisanado, curtido, de bigote entrecano, se adelant para quedarse como encandilado por tanto hembraje y tanta luz, y se descubri con respeto. Los otros vigilaban, listos para dentrar a tallar si el juego no era limpio.Qu le pasaba mientras tanto a Rosendo, que no lo sacaba pisotiando a ese balaquero? Segua callado, sin alzarle los ojos. El cigarro no s si lo escupi o si se le cay de la cara. Al fin pudo acertar con unas palabras, pero tan despacio que a los de la otra punta del saln no nos alcanz lo que dijo. Volvi Francisco Real a desafiarlo y l a negarse. Entonces, el ms muchacho de los forasteros silb. La Lujanera lo mir aborrecindolo y se abri paso con la crencha en la espalda, entre el carreraje y las chinas, y se ju a su hombre y le meti la mano en el pecho y le sac el cuchillo desenvainado y se lo dio con estas palabras:Rosendo, creo que lo estars precisando.A la altura del techo haba una especie de ventana alargada que miraba al arroyo. Con las dos manos recibi Rosendo el cuchillo y lo fili como si no lo reconociera. Se empin de golpe hacia atrs y vol el cuchillo derecho y fue a perderse ajuera, en el Maldonado. Yo sent como un fro.De asco no te carneo dijo el otro, y alz, para castigarlo, la mano. Entonces la Lujanera se le prendi y le ech los brazos al cuello y lo mir con esos ojos y le dijo con ira:Djalo a se, que nos hizo creer que era un hombre.Francisco Real se qued perplejo un espacio y luego la abraz como para siempre y les grit a los musicantes que le metieran tango y milonga, y a los dems de la diversin, que bailramos. La milonga corri como un incendio de punta a punta. Real bailaba muy grave, pero sin ninguna luz, ya pudindola. Llegaron a la puerta y grit:Vayan abriendo cancha, seores, que la llevo dormida!Dijo, y salieron sien con sien, como en la marejada del tango, como si los perdiera el tango.Deb ponerme colorao de vergenza. Di unas vueltitas con alguna mujer y la plant de golpe. Invent que era por el calor y por la apretura y ju orillando la par hasta salir. Linda la noche, para quin? A la vuelta del callejn estaba el placero, con el par de guitarras derechas en el asiento, como cristianos. Dentr a amargarme de que las descuidaran as, como si ni pa recoger changangos sirviramos. Me dio coraje de sentir que no ramos naides. Un manotn a mi clavel de atrs de la oreja y lo tir a un charquito y me qued un espacio mirndolo, como para no pensar en ms nada. Yo hubiera querido estar de una vez en el da siguiente, yo me quera salir de esa noche. En eso, me pegaron un codazo que ju casi un alivio. Era Rosendo, que se escurra solo del barrio.Vos siempre has de servir de estorbo, pendejo me rezong al pasar, no s si para desahogarse, o ajeno. Agarr el lado ms oscuro, el del Maldonado; no lo volv a ver ms.Me qued mirando esas cosas de toda la vida cielo hasta decir basta, el arroyo que se emperraba solo ah abajo, un caballo dormido, el callejn de tierra, los hornos y pens que yo era apenas otro yuyo de esas orillas, criado entre las flores de sapo y las osamentas. Qu iba a salir de esa basura sino nosotros, gritones pero blandos para el castigo, boca y atropellada no ms? Sent despus que no, que el barrio cuanto ms aporriao, ms obligacin de ser guapo. Basura? La milonga dle loquiar, y dle bochinchar en las casas, y traa olor a madreselvas el viento. Linda al udo la noche. Haba de estrellas como para marearse mirndolas, unas encima de otras. Yo forcejiaba por sentir que a m no me representaba nada el asunto, pero la cobarda de Rosendo y el coraje insufrible del forastero no me queran dejar. Hasta de una mujer para esa noche se haba podido aviar el hombre alto. Para sa y para muchas, pens, y tal vez para todas, porque la Lujanera era cosa seria. Sabe Dios qu lado agarraron. Muy lejos no podan estar. A lo mejor ya se estaban empleando los dos, en cualesquier cuneta.Cuando alcanc a volver, segua como si tal cosa el bailongo.Hacindome el chiquito, me entrever en el montn, y vi que alguno de los nuestros haba rajado y que los norteros tangueaban junto con los dems. Codazos y encontrones no haba, pero s recelo y decencia. La msica pareca dormilona, las mujeres que tangueaban con los del Norte, no decan esta boca es ma.Yo esperaba algo, pero no lo que sucedi.Ajuera omos una mujer que lloraba y despus la voz que ya conocamos, pero serena, casi demasiado serena, como si ya no juera de alguien, dicindole:Entr, m'hija y luego otro llanto. Luego la voz como si empezara a desesperarse.Abr te digo, abr guacha arrastrada, abr, perra! Se abri en eso la puerta tembleque, y entr la Lujanera, sola. Entr mandada, como si viniera arrendola alguno.La est mandando un nima dijo el Ingls.Un muerto, amigo dijo entonces el Corralero. El rostro era como de borracho. Entr, y en la cancha que le abrimos todos, como antes, dio unos pasos mareados alto, sin ver y se fue al suelo de una vez, como poste. Uno de los que vinieron con l lo acost de espaldas y le acomod el ponchito de almohada. Esos ausilios lo ensuciaron de sangre. Vimos entonces que traiba una herida juerte en el pecho; la sangre le encharcaba y ennegreca un lengue punz que antes no lo oserv, porque lo tap la chalina. Para la primera cura, una de las mujeres trujo caa y unos trapos quemados. El hombre no estaba para esplicar. La Lujanera lo miraba como perdida, con los brazos colgando. Todos estaban preguntndose con la cara y ella consigui hablar. Dijo que luego de salir con el Corralero, se jueron a un campito, y que en eso cae un desconocido y lo llama como desesperado a pelear y le infiere esa pualada y que ella jura que no sabe quin es y que no es Rosendo. Quin le iba a creer?El hombre a nuestros pies se mora. Yo pens que no le haba temblado el pulso al que lo arregl. El hombre, sin embargo, era duro. Cuando golpe, la Julia haba estao cebando unos mates y el mate dio la vuelta redonda y volvi a mi mano, ante