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Bourdieu

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  • Razones prcticas Sobre la teora de la accin

    Pierre Bourdieu

    Traducido por Thomas Kauf Editorial Anagrama, Barcelona, 1997

    Ttulo original: Raisons pratiques. Sur la thorie de laction

    ditions du Seuil, Pars, 1994

    La paginacin se corresponde con la edicin impresa. Se han

    eliminado las pginas en blanco

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  • PREFACIO

    Tal vez la situacin en la que me met tratando de demos- trar, ante pblicos extranjeros, la validez universal de modelos elaborados a propsito del caso particular de Francia, me haya permitido ir, en estas conferencias, a lo que creo que consti- tuye lo esencial de mi labor y que, sin duda por mi culpa, suele pasrseles por alto a los lectores y a los comentaristas, incluso a los mejor intencionados, es decir a lo ms elemen- tal y fundamental.

    Para empezar, una filosofa de la ciencia que cabe llamar relacional, en tanto que otorga la primaca a las relaciones: aunque, en opinin de autores tan diferentes como Cassirer o Bachelard, esta filosofa sea la de toda la ciencia moderna, slo se aplica en contadas ocasiones a las ciencias sociales, sin duda porque se opone, muy directamente, a las rutinas del pensamiento habitual (o semicientfico) del mundo social, que se ocupa ms de realidades sustanciales, individuos, grupos, etc., que de relaciones objetivas que no se pueden mostrar ni tocar con la mano y que hay que conquistar, elaborar y validar a travs de la labor cientfica.

    A continuacin, una filosofa de la accin, designada a veces como disposicional, que toma en consideracin las po- tencialidades inscritas en el cuerpo de los agentes y en la es- tructura de las situaciones en las que stos actan o, con mayor exactitud, en su relacin. Esta filosofa, que se con- densa en un reducido nmero de conceptos fundamentales,

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  • habitus, campo, capital, y cuya piedra angular es la relacin de doble sentido entre las estructuras objetivas (las de los campos sociales) y las estructuras incorporadas (las de los ha- bitus.), se opone radicalmente a los presupuestos antropolgi- cos inscritos en el lenguaje en el que los agentes sociales, y muy especialmente los intelectuales, por lo general suelen confiar para rendir cuenta de la prctica (particularmente cuando, en nombre de un racionalismo estrecho, consideran como irracional toda accin o representacin que no est engendrada por las razones explcitamente planteadas de un individuo autnomo, plenamente consciente de sus motiva- ciones). Y en la misma medida se opone a las tesis ms ex- tremas de un estructuralismo concreto, negndose a reducir los agentes, a los que considera eminentemente como activos y actuantes (sin por ello convertirlos en sujetos), a meros epifenmenos de la estructura (cosa que la expone a parecer igualmente deficiente a los partidarios de ambas posturas). Esta filosofa de la accin se afirma desde el principio rom- piendo con un buen nmero de nociones patentadas que fueron introducidas sin examen previo en el discurso cien- tfico (sujeto, motivacin, protagonista, rol, etc.) y con toda una serie de oposiciones socialmente muy podero- sas, individuo/sociedad, individual/colectivo, consciente/in- consciente, interesado/desinteresado, objetivo/subjetivo, etc., que parecen constitutivas de toda mente normalmente cons- tituida.

    Soy consciente de mis escasas posibilidades de lograr transmitir realmente, slo mediante el discurso, los princi- pios de esta filosofa y las disposiciones prcticas, el oficio, en el que se encarnan. Peor an, s que designndolas con el nombre de filosofa, haciendo con ello una concesin al uso corriente, me expongo a verlas transformadas en proposicio- nes tericas, sometidas a discusiones tericas, muy adecuadas para erigir nuevos obstculos para la transmisin de las for- mas constantes y controladas de actuar y de pensar que son constitutivas de un mtodo. Pero tengo la esperanza de que por lo menos podr contribuir a clarificar los persistentes

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  • malentendidos respecto a mi labor, en particular aquellos que se mantienen, a veces deliberadamente, gracias a la repe- ticin incesante de las mismas objeciones carentes de objeto, a las mismas reducciones involuntarias o voluntarias al ab- surdo:1 pienso por ejemplo en las acusaciones de holismo o de utilitarismo y en tantas otras categorizaciones categri- cas engendradas por el pensamiento clasificatorio de los lec- tores o por la impaciencia reductora de los auctores aspi- rantes.

    Me parece que la resistencia que tantos intelectuales opo- nen al anlisis sociolgico, siempre sospechoso de reduccio- nista tosquedad, y especialmente aborrecible cuando se aplica directamente a su propio universo, se basa en una especie de prurito (espiritualista) mal entendido que les impide aceptar la representacin realista de la accin humana que es la con- dicin primera de un conocimiento cientfico del mundo so- cial o, con mayor exactitud, en una idea absolutamente im- procedente de su dignidad de sujetos, que les hace conside- rar el anlisis cientfico de las prcticas como un atentado contra su libertad o su desinters.

    Es indudable que el anlisis sociolgico apenas deja mar- gen para las concesiones al narcicismo y que lleva a caber una ruptura radical con la imagen profundamente complaciente de la existencia humana que preconizan aquellos que a toda costa quieren creerse los seres ms irremplazables. Y resulta igual de indudable que constituye uno de los instrumentos ms poderosos de conocimiento de uno mismo como ser so- cial, es decir como ser singular. Aunque ponga en tela de jui- cio las libertades ilusorias que se otorgan a s mismos aquellos que consideran esta forma de conocimiento del propio ser como un descenso a los infiernos y que peridicamente aplauden la ltima vicisitud del momento de la sociologa de la libertad que algn autor ya defenda con este mismo

    1. La referencia a estas crticas constituye, junto con la necesidad de recor- dar los mismos principios en ocasiones y ante pblicos diferentes, una de las cau- sas de las repeticiones que el lector encontrar en este libro y que he preferido conservar en aras de la claridad.

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  • nombre hace casi treinta aos, ofrece algunos de los medios ms eficaces de acceder a la libertad que el conocimiento de los determinismos sociales permite conquistar contra los de- terminismos.

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  • 1. ESPACIO SOCIAL Y ESPACIO SIMBLICO1

    Creo que si yo fuera japons no me gustara nada lo que

    los que no son japoneses escriben sobre Japn. Y cuando em- pezaba a interesarme por la sociedad francesa, hace ms de veinte aos, reconoc la irritacin que me provocaban los tra- bajos norteamericanos de etnologa de Francia en la crtica que dos socilogos japoneses, Hiroshi Minami y Tetsuro Watsuji haban formulado respecto al famoso libro de Ruth Benedict El crisantemo y la espada. No hablar pues de sensibilidad ja- ponesa, ni de misterio o de milagro japons. Hablar de un pas que conozco bien no por haber nacido en l, ni por hablar su idioma, sino porque lo he estudiado mucho, Francia. Significa eso que voy a encerrarme en la particularidad de una sociedad singular y que no voy a hablar para nada de Ja- pn? No lo creo. Pienso por el contrario que presentando el modelo del espacio social y del espacio simblico que he ela- borado a propsito del caso particular de Francia, no dejar de hablar de Japn (como, si hablara en otra parte, hablara de Estados Unidos o de Alemania). Y para que entiendan com- pletamente este discurso que les concierne y que, si hablo del homo academicus francs, incluso podr parecerles desbor- dante de alusiones personales, quisiera incitarles y ayudarles a ir ms all de la lectura particularizante que, adems de poder constituir un excelente sistema de defensa contra el anlisis,

    1. Conferencia pronunciada en la universidad de Todai en octubre de 1989.

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  • es el equivalente exacto, visto desde la perspectiva de la re- cepcin, de la curiosidad por los particularismos exticos que tantos trabajos sobre Japn ha inspirado.

    Mi obra, y en especial La distincin, est particularmente expuesta a una lectura de este tipo. El modelo terico presen- tado en ella no viene adornado con todos los signos con los que se suele reconocer la gran teora, empezando por la falta de cualquier referencia a una realidad emprica determinada. En ningn momento se examina en s mismas y para s mis- mas las nociones de espacio social, de espacio simblico o de clase social; se utilizan y se ponen a prueba en una labor de investigacin inseparablemente terica y emprica que, a pro- psito de un objeto bien situado en el espacio y en el tiempo, la sociedad francesa de la dcada de los setenta, moviliza una pluralidad de mtodos de observacin y de medida, cuantitati- vos y cualitativos, estadsticos y etnogrficos, macrosociolgi- cos y microsociolgicos (otras tantas oposiciones carentes de sentido); la relacin de esta investigacin no se presenta en el lenguaje al que muchos socilogos, sobre todo norteamerica- nos, nos tienen acostumbrados y cuya apariencia de universa- lidad slo se debe a la indeterminacin de un lxico impreciso y mal deslindado del uso corriente tomar un nico ejemplo, la nocin de profesin. Gracias a un montaje discursivo que permite yuxtaponer cuadros estadsticos, fotografas, fragmen- tos de entrevistas, facsmiles de documentos y la lengua abs- tracta del anlisis, este tipo de relacin hace que coexistan lo ms abstracto y lo ms concreto, una fotografa del presidente de la Repblica de la poca jugando al tenis o la entrevista de una panadera con el anlisis ms formal del poder generador y unificador del habitus.

    Todo mi propsito cientfico parte en efecto de la convic- cin de que slo se puede captar la lgica ms profunda del mundo social a condicin de sumergirse en la particularidad de una realidad emprica, histricamente situada y fechada, pero para elaborarla como caso particular de lo posible, en palabras de Gaston Bachelard, es decir como caso de figura en un universo finito de configuraciones posibles. Lo que concre-

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  • tamente significa que un anlisis del espacio social de las mis- mas caractersticas que el que propongo basndome en el caso de la Francia de la dcada de los setenta es como historia com- parada aplicada al presente o como antropologa comparativa referida a un rea cultural particular, fijndose como objetivo captar lo invariante, la estructura, en la variante examinada. Estoy convencido de que, aunque presente todos los ras- gos del etnocentrismo, el procedimiento que consiste en apli- car a otro mundo social un modelo elaborado siguiendo esta lgica resulta sin duda ms respetuoso con las realidades his- tricas (y con las personas) y sobre todo ms fecundo cientfi- camente que el inters por las particularidades aparentes del aficionado al exotismo ms volcado prioritariamente en las di- ferencias pintorescas (pienso por ejemplo en lo que se dice y se escribe, en el caso de Japn, sobre la cultura del placer). El investigador, a la vez ms modesto y ms ambicioso que el aficionado a las curiosidades, trata de aprehender unas estruc- turas y unos mecanismos que, aunque por razones diferentes, escapan por igual a la mirada indgena y a la mirada forastera, como los principios de construccin del espacio social o los mecanismos de reproduccin de este espacio, y que se pro- pone representar en un modelo que aspira a una validez uni- versal. Y de este modo puede sealar las diferencias reales que separan tanto las estructuras como las disposiciones (los habi- tus) y cuyo principio no hay que indagar en las singularidades de las naturalezas o de las almas, sino en las particulari- dades de historias colectivas diferentes.

    LO REAL ES RELACIONAL

    En esta perspectiva voy a exponer el modelo que elabor en La distincin, tratando primero de poner en guardia contra una lectura sustancialista de unos anlisis que pretenden ser estructurales o, mejor dicho, relacionales (me refiero aqu, sin poder recordarla en sus pormenores, a la oposicin que hace Ernst Cassirer entre conceptos sustanciales y conceptos

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    funcionales o relacionales). Para que se me comprenda, dir que la lectura sustancialista e ingenuamente realista consi- dera cada una de las prcticas (por ejemplo la prctica del golf) o de los consumos (por ejemplo la cocina china) en s y para s, independientemente del universo de las prcticas sus- tituibles y que concibe la correspondencia entre las posiciones sociales (o las clases pensadas como conjuntos sustanciales) y las aficiones o las prcticas como una relacin mecnica y di- recta: en esta lgica, cabra considerar una refutacin del mo- delo propuesto en el hecho de que, tomando un ejemplo sin duda algo manido, los intelectuales japoneses o americanos aparentan que les gusta la cocina francesa mientras que a los intelectuales franceses les suele gustar acudir a los restaurantes chinos o japoneses, o que los comercios elegantes de Tokio o de la Quinta Avenida a menudo tienen nombres franceses mientras que los comercios elegantes del Faubourg SaintHo- nor ostentan nombres ingleses, como hair dresser. Otro ejem- plo, todava ms llamativo, creo: todos ustedes saben que, en el caso de Japn, las mujeres menos instruidas de los muni- cipios rurales son las que tienen el ndice de participacin ms alto en las consultas electorales, mientras que en Fran- cia, como puse de manifiesto mediante un anlisis de las no respuestas en los cuestionarios de opinin, el ndice de no res- puestas y de indiferencia poltica es particularmente alto entre las mujeres, entre los menos instruidos y entre los ms necesitados econmica y socialmente. Nos encontramos ante un caso de diferencia falsa que oculta una diferencia verda- dera: el apoliticismo vinculado a la desposesin de los ins- trumentos de produccin de las opiniones polticas, que se ex- presa en un caso a travs de un mero absentismo y se traduce en el otro por una especie de participacin apoltica. Y hay que preguntarse qu condiciones histricas (habra que refe- rirse en este caso a toda la historia poltica de Japn) son las que hacen que sean los partidos conservadores los que, en Ja- pn, han podido, a travs de unas formas muy particulares de clientelismo, sacar provecho de la propensin a la delegacin incondicional, que propicia la conviccin de no poseer la

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  • competencia estatutaria y tcnica imprescindible para la parti- cipacin.

    El modo de pensamiento sustancialista que es el del sen- tido comn y del racismo y que conduce a tratar las activi- dades o las preferencias propias de determinados individuos o determinados grupos de una sociedad determinada en un mo- mento determinado como propiedades sustanciales, inscritas de una vez y para siempre en una especie de esencia biolgica o lo que tampoco mejora cultural, conduce a los mismos errores en la comparacin ya no entre sociedades diferentes, sino entre periodos sucesivos de la misma sociedad. Habr quien lo considere como una refutacin del modelo propuesto cuyo diagrama, que expone la correspondencia entre el espa- cio de las clases construidas y el espacio de las prcticas, pro- pone una figuracin grfica y sinptica1 por el hecho de que, por ejemplo, el tenis o incluso el golf ya no se asocian en la actualidad de una forma tan exclusiva como antes a las posi- ciones dominantes. Una objecin ms o menos igual de seria como la que consistira en objetarme que los deportes aristo- crticos, como la equitacin o la esgrima (o, en Japn, las ar- tes marciales), ya no son ahora algo tan privativo de los arist- cratas como lo fueron en sus inicios... Una prctica inicial- mente aristocrtica puede ser abandonada por los aristcratas y eso es lo que sucede las ms de las veces cuando empieza a ser adoptada por una fraccin creciente de los burgueses y de los pequeoburgueses, incluso de las clases populares (as ocurri con el boxeo en Francia, que los aristcratas de las postrimeras del siglo XIX solan practicar); inversamente, una prctica inicialmente popular puede ser recuperada en un mo- mento concreto por los aristcratas. Resumiendo, hay que evi- tar transformar en propiedades necesarias e intrnsecas de un grupo (la nobleza, los samurais, y tambin los obreros o los empleados) las propiedades que les incumben en un momento concreto del tiempo debido a su posicin en un espacio social

    1. Vase La Dis inction, Pars, d. de Minuit, 1979, pgs. 140-141. Hay tra- tduccin en castellano, La distincin, Madrid, Taurus, 1991.

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  • determinado, y en un estado determinado de la oferta de los bienes y de las prcticas posibles. Con lo que interviene, en cada momento de cada sociedad, un conjunto de posiciones sociales que va unido por una relacin de homologa a un conjunto de actividades (la prctica del golf o del piano) o de bienes (una residencia secundaria o un cuadro de firma coti- zada), a su vez caracterizados relacionalmente.

    Esta frmula, que puede parecer abstracta y oscura, enun- cia la primera condicin de una lectura adecuada del anlisis de la relacin entre las posiciones sociales (concepto relacio- nal), las disposiciones (o los habitus.) y las tomas de posicin, las elecciones que los agentes sociales llevan a cabo en los m- bitos ms diferentes de la prctica, cocina o deporte, msica o poltica, etc. Recuerda que la comparacin slo es posible de sistema a sistema y que la investigacin de las equivalencias directas entre rasgos tomados en estado aislado, tanto si a pri- mera vista son diferentes pero funcional o tcnicamente equivalentes (como el Pernod y el shochu o el sake.) o nomi- nalmente idnticos (la prctica del golf en Francia y en Japn por ejemplo), puede conducir a identificar indebidamente pro- piedades estructuralmente diferentes o a distinguir equivoca- damente propiedades estructuralmente idnticas. El ttulo mismo de la obra est para recordar que lo que comnmente se suele llamar distincin, es decir una calidad determinada, casi siempre considerada como innata (se habla de distincin natural), del porte y de los modales, de hecho no es ms que diferencia, desviacin, rasgo distintivo, en pocas palabras, pro- piedad relacional que tan slo existe en y a travs de la rela- cin con otras propiedades.

    Esta idea de diferencia, de desviacin, fundamenta la no- cin misma de espacio, conjunto de posiciones distintas y co- existentes, externas unas a otras, definidas en relacin unas de otras, por su exterioridad mutua y por relaciones de proximi- dad, de vecindad o de alejamiento y asimismo por relaciones de orden, como por encima, por debajo y entre.; muchas de las propiedades de los miembros de la pequea burguesa pueden por ejemplo deducirse del hecho de que ocupan una posicin

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  • Espacio de las posiciones sociales y espacio de los estilos de vida

    (Esquema de las pginas 140-141 de La Distincin, simplificado y reducido a unos pocos indicadores significativos referidos a bebidas, deportes, instru- mentos de msica o juegos de sociedad.)

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    Las lneas punteadas indican el lmite entre la orientacin probable hacia la derecha o hacia la izquierda.

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  • intermedia entre las dos posiciones extremas sin ser identifica- bles objetivamente e identificados subjetivamente ni con una ni con otra.

    El espacio social se constituye del tal forma que los agen- tes o los grupos se distribuyen en l en funcin de su posicin en las distribuciones estadsticas segn los dos principios de di- ferenciacin que, en las sociedades ms avanzadas, como Esta- dos Unidos, Japn o Francia, son sin duda los ms eficientes, el capital econmico y el capital cultural. De lo que resulta que los agentes tienen tantas ms cosas en comn cuanto ms prximos estn en ambas dimensiones y tantas menos cuanto ms alejados. Las distancias espaciales sobre el papel equiva- len a distancias sociales. Con mayor exactitud, como expresa el diagrama de La distincin en el que he tratado de represen- tar el espacio social, los agentes estn distribuidos segn el vo- lumen global del capital que poseen bajo sus diferentes espe- cies y en la segunda dimensin segn la estructura de su capital, es decir segn el peso relativo de las diferentes espe- cies de capital, econmico y cultural, en el volumen total de su capital.

    As, en la primera dimensin, sin duda la ms importante, los poseedores de un volumen de capital considerable, como los empresarios, los miembros de las profesiones liberales y los catedrticos de universidad se oponen globalmente a los que carecen de capital econmico y de capital cultural, como los obreros sin calificacin; pero desde otra perspectiva, es decir desde el punto de vista del peso relativo del capital econ- mico y del capital cultural en su patrimonio, los catedrticos (ms ricos, relativamente, en capital cultural que en capital econmico) se oponen con mucha fuerza a los empresarios (ms ricos, relativamente, en capital econmico que en capital cultural), y ello sin duda tanto en Japn como en Francia ha- bra que comprobarlo.

    Esta segunda oposicin, igual que la primera, es causa de diferencias en las disposiciones y, con ello, en las tomas de posicin: es el caso de la oposicin entre los intelectuales y los empresarios o, en un nivel inferior de la jerarqua social, entre

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  • los maestros y los pequeos empresarios del comercio que, en la Francia y en el Japn de posguerra, se traduce, en poltica, en una oposicin entre la izquierda y la derecha (como se ha sugerido en el diagrama, la probabilidad de inclinarse, polti- camente, hacia la derecha o hacia la izquierda depende por lo menos tanto de la posicin en la dimensin vertical, es decir del peso relativo del capital cultural y del capital econmico en el volumen del capital posedo como de este mismo vo- lumen).

    Ms generalmente, el espacio de las posiciones sociales se retraduce en un espacio de tomas de posicin a travs del es- pacio de las disposiciones (o de los habitus.); o, dicho de otro modo, al sistema de desviaciones diferenciales que define las diferentes posiciones en las dimensiones mayores del espacio social corresponde un sistema de desviaciones diferenciales en las propiedades de los agentes (o de las clases construidas de agentes), es decir en sus prcticas y en los bienes que poseen. A cada clase de posicin corresponde una clase de habitus (o de aficiones.) producidos por los condicionamientos sociales asociados a la condicin correspondiente y, a travs de estos habitus y de sus capacidades generativas, un conjunto sistem- tico de bienes y de propiedades, unidos entre s por una afini- dad de estilo.

    Una de las funciones de la nocin de habitus estriba en dar cuenta de la unidad de estilo que une las prcticas y los bienes de un agente singular o de una clase de agentes (como sugieren Balzac o Flaubert a travs de las descripciones del marco la pensin Vauquer en Pap Goriot o los platos y las bebidas que consumen los diferentes protagonistas de La edu- cacin sentimental que constituyen una forma de evocar al personaje que vive en este marco). El habitus es ese principio generador y unificador que retraduce las caractersticas intrn- secas y relacionales de una posicin en un estilo de vida uni- tario, es decir un conjunto unitario de eleccin de personas, de bienes y de prcticas.

    Como las posiciones de las que son producto, los habitus se diferencian; pero asimismo son diferenciantes. Distintos y

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  • distinguidos, tambin llevan a cabo distinciones: ponen en marcha principios de diferenciacin diferentes o utilizan de forma diferente los principios de diferenciacin comunes.

    Los habitus son principios generadores de prcticas distin- tas y distintivas lo que come el obrero y sobre todo su forma de comerlo, el deporte que practica y su manera de practi- carlo, sus opiniones polticas y su manera de expresarlas difie- ren sistemticamente de lo que consume o de las actividades correspondientes del empresario industrial; pero tambin son esquemas clasificatorios, principios de clasificacin, prin- cipios de visin y de divisin, aficiones, diferentes. Establecen diferencias entre lo que es bueno y lo que es malo, entre lo que est bien y lo que est mal, entre lo que es distinguido y lo que es vulgar, etc., pero no son las mismas diferencias para unos y otros. De este modo, por ejemplo, el mismo comporta- miento o el mismo bien puede parecerle distinguido a uno, pretencioso u ostentoso a otro, vulgar a un tercero.

    Pero lo esencial consiste en que, cuando son percibidas a travs de estas categoras sociales de percepcin, de estos prin- cipios de visin y de divisin, las diferencias en las prcticas, en los bienes posedos, en las opiniones expresadas, se con- vierten en diferencias simblicas y constituyen un autntico lenguaje. Las diferencias asociadas a las diferentes posiciones, es decir los bienes, las prcticas y sobre todo las maneras, fun- cionan, en cada sociedad, a la manera de las diferencias cons- titutivas de sistemas simblicos, como el conjunto de los fen- menos de una lengua o el conjunto de los rasgos distintivos y de las desviaciones diferenciales que son constitutivos de un sistema mtico, es decir como signos distintivos.

    Abro en este punto un parntesis para despejar un malen- tendido muy frecuente y muy funesto a propsito del ttulo, La distincin, que ha propiciado la creencia de que todo el contenido del libro se reduca a decir que el motor de todas las conductas humanas persegua la distincin. Cosa que ca- rece de sentido y que, para colmo, ni siquiera sera nada nuevo si se piensa, por ejemplo, en Veblen y en su consu- mo ostentoso (conspicuous consumption). De hecho, la idea

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  • central consiste en que existir en un espacio, ser un punto, un individuo en un espacio, significa diferir, ser diferente; ahora bien, segn la sentencia de Benveniste referida al lenguaje, ser distintivo y ser significativo es lo mismo. Significativo por oposicin a insignificante en sus diferentes sentidos. Con mayor precisin Benveniste va un poco demasiado depri- sa..., una diferencia, una propiedad distintiva, color de la piel blanco o negro, esbeltez o gordura, Volvo o 2 CV, vino tinto o champn, Pernod o whisky, golf o ftbol, piano o acorden, bridge o mus (procedo por oposiciones porque, las ms de las veces, as es como funciona, pero es ms compli- cado), slo se convierte en diferencia visible, perceptible y no indiferente, socialmente pertinente, si es percibida por alguien que sea capaz de establecer la diferencia porque, estando ins- crito en el espacio en cuestin, no es indiferente y est dotado de categoras de percepcin, de esquemas clasificatorios, de un gusto, que le permiten establecer diferencias, discernir, dis- tinguir entre un cromo y un cuadro o entre Van Gogh y Gauguin. La diferencia slo se convierte en signo y en signo de distincin (o de vulgaridad) si se le aplica un principio de visin y de divisin que, al ser producto de la incorporacin de la estructura de las diferencias objetivas (por ejemplo la es- tructura de la distribucin en el espacio social del piano o del acorden o de los aficionados a uno y a otro), est presente en todos los agentes, propietarios de pianos o aficionados al acor- den, y estructure sus percepciones de los propietarios o de los aficionados a los pianos o a los acordeones (habra que precisar este anlisis de la lgica el de la violencia simbli- ca que exige que las artes de vivir dominadas casi siempre sean percibidas, por sus propios portadores, desde el punto de vista destructor y reductor de la esttica dominante).

    LA LGICA DE LAS CLASES

    Elaborar el espacio social, esa realidad invisible, que no se puede mostrar ni tocar con el dedo, y que organiza las prcti-

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  • cas y las representaciones de los agentes significa concederse al mismo tiempo la posibilidad de elaborar unas clases tericas lo ms homogneas posible desde la perspectiva de los dos de- terminantes mayores de las prcticas y de todas las propieda- des que resultan de ello. El principio de clasificacin as acti- vado es verdaderamente explicativo.: no se limita a describir el conjunto de las realidades clasificadas sino que, como las bue- nas taxonomas de las ciencias naturales, se ocupa de unas propiedades determinantes que, por oposicin a las diferen- cias aparentes de las malas clasificaciones, permiten predecir las dems propiedades y que distinguen y agrupan a unos agentes lo ms semejantes posible entre ellos y lo ms diferen- tes posible de los miembros de las otras clases, prximas o le- janas.

    Pero la validez misma de la clasificacin amenaza con in- citar a percibir las clases tericas, agrupaciones ficticias que slo existen en la hoja de papel, por decisin intelectual del investigador, como clases reales, grupos reales, constituidos como tales en la realidad. Una amenaza tanto mayor cuanto que la investigacin pone de manifiesto que las divisiones tra- zadas en La distincin corresponden efectivamente a unas di- ferencias reales en los mbitos ms diversos, incluso ms ines- perados, de la prctica. As, tomando el ejemplo de una propiedad curiosa, la distribucin de los propietarios de perros y de gatos se organiza segn el modelo, pues el amor por los primeros resulta ms probable entre los empresarios del co- mercio (a la derecha en el esquema) mientras que el afecto por los segundos resulta ms frecuente entre los intelectuales (a la izquierda en el esquema).

    El modelo define pues unas distancias que son predictivas de encuentros, afinidades, simpatas o incluso deseos: en con- creto eso significa que las personas que se sitan en la parte alta del espacio tienen pocas posibilidades de casarse con per- sonas que se han situado en la parte de abajo, en primer lugar porque tienen pocas posibilidades de encontrarse fsicamente (salvo en lo que se llama los sitios de mala nota, es decir a costa de una transgresin de los lmites sociales que vienen a

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  • multiplicar las distancias espaciales); despus, porque si se en- cuentran de paso, ocasionalmente y como por accidente, no se entendern, no se comprendern de verdad y no se gusta- rn mutuamente. A la inversa, la proximidad en el espacio so- cial predispone al acercamiento: las personas inscritas en un sector restringido del espacio estarn a la vez ms prximas (por sus propiedades y sus disposiciones, sus gustos y aficiones.) y ms inclinadas al acercamiento; tambin resultar ms fcil acercarlas, movilizarlas. Pero ello no significa que constituyan una clase en el sentido de Marx, es decir un grupo movilizado en pos de unos objetivos comunes y en particular contra otra clase.

    Las clases tericas que construyo estn, ms que cualquier otra distribucin terica, ms por ejemplo que las distribucio- nes segn el sexo, la etnia, etc, predispuestas a convertirse en clases en el sentido marxista del trmino. Si soy un lder pol- tico y me propongo formar un gran partido que agrupe por ejemplo a la vez a empresarios y obreros, tengo pocas posibili- dades de alcanzar el xito porque estn muy alejados en el es- pacio social; en una coyuntura concreta, aprovechando una crisis nacional, sobre la base del nacionalismo o del chovi- nismo, podrn acercarse, pero se tratar de un acercamiento que se mantendr bastante superficial, y muy provisional. Lo que no significa que la proximidad en el espacio social, a la inversa, engendre automticamente la unidad: define una po- tencialidad objetiva de unidad o, hablando como Leibniz, una pretensin a existir en tanto que grupo, una clase probable. La teora marxista comete un error muy parecido al que Kant denunciaba en el argumento ontolgico o al que el propio Marx echaba en cara a Hegel: lleva a cabo un salto mortal de la existencia en teora a la existencia en prctica, o, segn la frase de Marx, de las cosas de la lgica a la lgica de las cosas.

    Paradjicamente, Marx que, ms que cualquier otro te- rico, ejerci el efecto de teora, efecto propiamente poltico que consiste en mostrar (theorein) una realidad que no existe completamente mientras no se la conozca y reconozca,

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  • omiti inscribir este efecto en su teora... Slo se pasa de la clasesobreelpapel a la clase real a costa de una labor pol- tica de movilizacin. La clase real, suponiendo que haya existido realmente alguna vez, tan slo es la clase realizada, es decir movilizada, desenlace de la lucha de clasificaciones como lucha propiamente simblica (y poltica), para imponer una visin del mundo social, o, mejor an, una manera de construirlo, en la percepcin y en la realidad, y de construir las clases segn las cuales puede ser distribuido.

    La existencia de clases, en la teora y sobre todo en la rea- lidad, es, como todos sabemos por experiencia, una apuesta de luchas. Y ah reside el obstculo principal para un conoci- miento cientfico del mundo social y para la solucin (porque hay una...) del problema de las clases sociales. Negar la exis- tencia de las clases, como se ha empeado en hacerlo la tradi- cin conservadora en nombre de unos argumentos que no son todos ni siempre absurdos (cualquier investigacin de buena fe tropezar con ellos por el camino), es en ltima instancia negar la existencia de diferencias, y de principios de diferen- ciacin. Eso es lo que hacen, de forma ms bien paradjica, puesto que conservan el trmino de clase, quienes afirman que hoy las sociedades estadounidense, japonesa o incluso francesa ya no son ms que una inmensa clase media (he visto que, segn una encuesta, el 80 % de los japoneses afir- maba pertenecer a las clases medias). Posicin evidente- mente insostenible. Todo mi trabajo muestra cmo en un pas del que asimismo se deca que se estaba homogeneizando, que se estaba democratizando, etc., la diferencia abunda por do- quier. Y no hay da en el que, actualmente, en Estados Uni- dos, no aparezca una nueva investigacin que muestre la di- versidad donde antes se pretenda ver la homogeneidad, el conflicto donde antes se quera ver el consenso, la reproduc- cin y la conservacin donde antes se pretenda ver la movili- dad. As pues la diferencia (lo que expreso hablando de espacio social) existe, y persiste. Pero basta con ello para aceptar o afirmar la existencia de clases? No. Las clases sociales no exis- ten (aun cuando la labor poltica orientada por la teora de

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  • Marx haya podido contribuir, en algunos casos, a hacerlas existir por lo menos a travs de las instancias de movilizacin y de los mandatarios). Lo que existe es un espacio social, un espacio de diferencias, en el que las clases existen en cierto modo en estado virtual, en punteado, no como algo dado sino como algo que se trata de construir.

    Una vez dicho esto, aunque el mundo social, con sus divi- siones, sea algo que los agentes sociales tienen que hacer, que construir, individual y sobre todo colectivamente, en la coope- racin y en el conflicto, sigue siendo cierto que estas construc- ciones no tienen lugar en el vaco social, como parecen creer algunos etnometodlogos: la posicin ocupada en el espacio social, es decir en la estructura de la distribucin de las dife- rentes especies de capital, que asimismo son armas, ordena las representaciones de este espacio y las tomas de posicin en las luchas para conservarlo o transformarlo.

    Para resumir esta relacin compleja entre las estructuras objetivas y las construcciones subjetivas, que se sitan ms all de las alternativas habituales del objetivismo y del subjeti- vismo, del estructuralismo y del constructivismo y hasta del materialismo y del idealismo, suelo citar, deformndola ligera- mente, una clebre frase de Pascal: El mundo me comprende y me engulle como un punto, pero yo lo comprendo. El es- pacio social me engulle como un punto. Pero este punto es un punto de vista, el principio de una visin tomada a partir de un punto situado en el espacio social, de una perspectiva defi- nida en su forma y en su contenido por la posicin objetiva a partir de la cual ha sido tomada. El espacio social es en efecto la realidad primera y ltima, puesto que sigue ordenando las representaciones que los agentes sociales puedan tener de l.

    He llegado al trmino de esta especie de introduccin a la lectura de La distincin en la que he tratado de enunciar los principios de una lectura relacional, estructural, adecuada para conferir todo su alcance al modelo que propongo. Lec- tura relacional, pero asimismo generativa. Quiero decir con ello que deseo que mis lectores traten de hacer funcionar el modelo en ese otro caso particular de lo posible que es la

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  • sociedad japonesa, que traten de elaborar el espacio social y el espacio simblico japons, de definir los principios de diferen- ciacin fundamentales (pienso que son los mismos, pero hay que comprobar si, por ejemplo, no tienen pesos relativos dife- rentes lo que no creo, dada la importancia excepcional tradi- cionalmente otorgada aqu a la educacin) y sobre todo los principios de distincin, los signos distintivos especficos en cuanto a deportes, cocina, bebidas, etc., los rasgos pertinentes que conforman las diferencias significativas en los diferentes subespacios simblicos. As es en mi opinin la condicin del comparatismo de lo esencial que deseaba ardientemente al em- pezar y, al mismo tiempo, del conocimiento universal de los invariantes y de las variaciones que la sociologa puede y debe producir.

    Por mi parte, maana tratar de exponer cules son los mecanismos que, tanto en Francia como en Japn, como en todos los pases avanzados, se encargan de la reproduccin del espacio social y del espacio simblico, sin ignorar las contra- dicciones y los conflictos que pueden originar las transforma- ciones de estos dos espacios y de sus relaciones.

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  • ANEXO La variante sovitica y el capital poltico1

    S que algunos de ustedes han hecho una lectura en pro- fundidad de Die Feinen Unterschiede (La distincin.). Quisiera recorrer nuevamente este libro con ustedes, tratando de res- ponder a la pregunta que no habrn dejado de plantearse: el modelo propuesto en l sigue siendo vlido ms all del caso particular de Francia? Es aplicable tambin al caso de la RDA, y en qu condiciones?

    Si se pretende demostrar que se trata de un modelo uni- versal, que permite dar cuenta de las variaciones histricas a costa de algunas transformaciones de las variables que hay que tener en cuenta universalmente (o, por lo menos, en el con- junto de las sociedades diferenciadas), para explicar la diferen- ciacin constitutiva del espacio social, hay que empezar por romper con la propensin al pensamiento sustancialista e in- genuamente realista que, en vez de ocuparse de las relaciones, se limita a las realidades fenomenolgicas en las que se mani- fiestan; y que impide de este modo reconocer la misma oposi- cin entre dominantes y dominados cuando, en pases dife- rentes o, en el mismo pas, en momentos diferentes, se inscribe en unas prcticas fenomenolgicamente diferentes: por ejemplo, la prctica del tenis que, hasta una poca re- ciente (y todava en la poca en que se llev a cabo la investi- gacin que sirvi de base para La distincin.), estaba reservada

    1. Conferencia pronunciada en Berln Oriental el 25 de octubre de 1989.

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  • (por lo menos en Francia) a los ocupantes de las posiciones ms elevadas del espacio social, se ha vuelto mucho ms co- rriente, aunque las diferencias se hayan mantenido, pero en lo que respecta a los lugares, a los momentos y a las formas de la prctica. Cabra multiplicar los ejemplos semejantes, sacados de todos los universos de prctica o de consumo.

    Por lo tanto hay que elaborar el espacio social como una estructura de posiciones diferenciadas, definidas, en cada caso, por el lugar que ocupan en la distribucin de una especie par- ticular de capital. (Las clases sociales, en esta lgica, son slo clases lgicas, determinadas, en teora y, si decirse puede, so- bre el papel, por la delimitacin de un conjunto homogneo relativamente homogneo de agentes que ocupan una posi- cin idntica en el espacio social; y slo pueden convertirse en clases movilizadas y actuantes, en el sentido de la tradicin marxista, a costa de una labor propiamente poltica de cons- truccin, de fabricacin en el sentido de E. P. Thompson hablando de The Making of English Working Class,1 cuyo xito puede ser propiciado, pero no determinado, por la perte- nencia a la misma clase sociolgica.)

    Para elaborar el espacio social, en el caso de Francia, era necesario y bastaba con tomar en cuenta las diferentes espe- cies de capital cuya distribucin determina la estructura del espacio social. Debido a que el capital econmico y el capital cultural poseen, en este caso, un peso muy importante, el es- pacio social se organiza segn tres dimensiones fundamenta- les: en la primera dimensin, los agentes se distribuyen segn el volumen global del capital que poseen, mezclando todas las especies de capital; en la segunda, segn la estructura de este capital, es decir segn el peso relativo del capital econmico y del capital cultural en el conjunto de su patrimonio; en la ter- cera, segn la evolucin en el tiempo del volumen y de la es- tructura de su capital. Debido a la correspondencia que se establece entre el espacio de las posiciones ocupadas en el

    1. Hay traduccin en castellano, La formacin de la clase obrera, Barce- lona, Crtica, 1989.

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  • espacio social y el espacio de las disposiciones (o de los habi- tus.) de sus ocupantes y tambin, por mediacin de estos lti- mos, el espacio de las tomas de posicin, el modelo funciona como principio de clasificacin adecuado: las clases que cabe producir separando regiones del espacio social agrupan a unos agentes lo ms homogneos posible no slo desde el punto de vista de sus condiciones de existencia sino tambin desde la perspectiva de sus prcticas culturales, de sus consumos, de sus opiniones polticas, etc.

    Para responder a la pregunta planteada al empezar y com- probar que el modelo puede aplicarse al caso de la RDA, hay que examinar cules son los principios de diferenciacin ca- ractersticos de esta sociedad (lo que equivale a admitir que, contrariamente al mito de la sociedad sin clases, es decir sin diferencias, existen principios de esta ndole como atestiguan por lo dems, de forma absolutamente manifiesta, los movi- mientos de protesta actualmente presentes en el pas); o, ms sencillamente, si, en el caso de la RDA, tambin encontramos todos los principios de diferenciacin (y slo stos) que hemos visto en el caso francs, y dotados del mismo peso relativo. Se ve de entrada que una de las grandes diferencias entre ambos espacios y entre los principios de diferenciacin que los defi- nen reside en que el capital econmico la propiedad privada de los medios de produccin est oficialmente (y, en gran medida, realmente) fuera de juego (incluso aunque una forma de acceso a las ventajas proporcionadas en otros sitios por el capital econmico pueda quedar garantizada por otras vas). El peso relativo del capital cultural (del que cabe suponer que, en la tradicin alemana, como en la tradicin francesa o en la tradicin japonesa, est muy valorado) crece en pro- porcin.

    Pero resulta evidente que, aunque una ideologa oficial de tipo meritocrtico pueda tratar de hacerlo creer as, todas las diferencias en las posibilidades de apropiacin de bienes y ser- vicios escasos no pueden razonablemente referirse a unas dife- rencias en el capital cultural y en el capital escolar posedos. Por lo tanto, hay que emitir la hiptesis de que existe otro

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  • principio de diferenciacin, otra especie de capital, cuya dis- tribucin desigual origina diferencias constatadas, particular- mente en los consumos y en los estilos de vida. Estoy pen- sando de hecho en lo que cabe llamar capital poltico y que proporciona a sus poseedores una forma de apropiacin pri- vada de bienes y de servicios pblicos (residencias, automvi- les, hospitales, escuelas, etc.). Esta patrimonializacin de los recursos colectivos tambin aparece cuando, como ocurre en los pases escandinavos, una lite socialdemcrata ocupa el poder desde hace varias generaciones: se ve entonces que el capital social de tipo poltico que se adquiere en los aparatos de los sindicatos y de los partidos se transmite a travs de la red de las relaciones familiares, y lleva a la constitucin de verdaderas dinastas polticas. Los regmenes que hay que lla- mar soviticos (antes que comunistas) han llevado al lmite la tendencia a la apropiacin privada de los bienes y de los servi- cios pblicos (que asimismo se manifiesta, aunque de forma menos intensa, en el socialismo francs).

    Cuando las otras formas de acumulacin estn ms o me- nos completamente controladas, el capital poltico se con- vierte entonces en el principio de diferenciacin primordial y los miembros de la Nomenklatura poltica prcticamente no tienen ms adversarios, en la lucha por el principio de domi- nacin dominante cuya sede es el campo de poder, que los poseedores del capital escolar (todo permite suponer en efecto que los cambios acaecidos recientemente en Rusia y en otros lugares se basan en las rivalidades entre los poseedores del ca- pital poltico, de primera y sobre todo de segunda generacin, y los poseedores del capital escolar, tecncratas y sobre todo investigadores o intelectuales, a su vez procedentes en parte de miembros de la Nomenklatura poltica).

    La introduccin de un ndice de capital poltico especfico de tipo sovitico (que habra que elaborar cuidadosamente te- niendo en cuenta no slo la posicin en la jerarqua de los aparatos polticos, y en primer lugar del Partido Comunista, sino tambin la antigedad de cada agente y de su linaje en las dinastas polticas) permitira sin duda elaborar una represen-

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  • tacin del espacio social capaz de mostrar la distribucin de los poderes y los privilegios y tambin de los estilos de vida. Pero en este caso, una vez ms, para dar cuenta de la particu- laridad del caso alemn, en especial de la tonalidad algo gris e uniforme de las formas de la sociabilidad pblica, habra que considerar, antes que la tradicin puritana, el hecho de que las categoras capaces de proporcionar modelos culturales fue- ron diezmadas por la emigracin y sobre todo y principal- mente por el control poltico y moral que, debido a las pre- tensiones igualitarias del rgimen, se ejerce sobre las manifes- taciones externas de la diferencia.

    Cabra, a ttulo de comprobacin, plantearse en qu me- dida el modelo del espacio social as conseguido sera capaz de presentar, por lo menos a grandes rasgos, los conflictos que hoy en da se desarrollan en la RDA. No hay la menor duda de que, como ya he sugerido, los poseedores del capital es- colar son sin duda ms propensos a la impaciencia y a la su- blevacin contra los privilegios de los poseedores de capital poltico, y tambin los ms capaces de esgrimir contra la No- menklatura las profesiones de fe igualitarias o meritocrticas que conforman el fundamento de la legitimidad que sa rei- vindica. Pero cabe preguntarse si aquellos intelectuales que suean con oponer un socialismo verdadero a la caricatura de socialismo que han producido e impuesto los hombres del aparato (y muy especialmente aquellos que, no siendo nada fuera del aparato, estn dispuestos a darlo todo a un aparato que se lo ha dado todo a ellos), estarn capacitados para esta- blecer una alianza verdadera, y sobre todo duradera, con los dominados, y en particular con los trabajadores manuales, que no tienen ms remedio que ser sensibles al efecto de demostracin ejercido por el capitalismo corriente, el de la nevera, la lavadora y el Volkswagen, o incluso con los em- pleados subalternos de las burocracias de Estado que no pue- den encontrar en las garantas mediocres, y llenas de caren- cias clamorosas, de un Estado del bienestar (Welfare State) de tercer orden, razones suficientes para rechazar las satisfac- ciones inmediatas, aunque cargadas de peligros evidentes (de

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  • desempleo en especial), que les propone una economa liberal suavizada por la accin del Estado y de los movimientos so- ciales.

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  • 2. EL NUEVO CAPITAL1

    Me gustara aludir hoy aqu a los mecanismos, extremada- mente complejos, a travs de los cuales la institucin escolar contribuye (insisto sobre este trmino) a reproducir la distribu- cin del capital cultural y, con ello, la estructura del espacio social. A las dos dimensiones fundamentales de este espacio, de las que me ocup ayer, corresponden dos conjuntos de me- canismos de reproduccin diferentes cuya combinacin define el modo de reproduccin y que hacen que el capital vaya al ca- pital y que la estructura social tienda a perpetuarse (no sin ex- perimentar unas deformaciones ms o menos importantes). La reproduccin de la estructura de la distribucin del capital cultural se lleva a cabo en la relacin de las estrategias de las familias y la lgica especfica de la institucin escolar.

    Las familias son cuerpos (corporate bodies.) impulsados por una especie de conatus, en el sentido de Spinoza, es decir por una tendencia a perpetuar su ser social, con todos sus poderes y privilegios, que origina unas estrategias de reproduccin, es- trategias de fecundidad, estrategias matrimoniales, estrategias sucesorias, estrategias econmicas y por ltimo y principal- mente estrategias educativas. Invierten tanto ms en la educa- cin escolar (en tiempo de transmisin, en ayudas de todo tipo y, en algunos casos, en dinero, como hoy en Japn, con esos centros de cursos intensivos que son las clases preparato-

    1. Conferencia pronunciada en la Universidad de Todai en octubre de 1989.

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  • rias de ingreso, juku y yobiko.) cuanto que su capital cultural es ms importante y que el peso relativo de su capital cultu- ral en relacin con su capital econmico es mayor y tambin que las otras estrategias de reproduccin (particularmente las estrategias sucesorias con el propsito de la transmisin di- recta del capital econmico) resultan menos eficaces o menos rentables relativamente (como sucede en la actualidad en Ja- pn, desde la ltima guerra mundial y, en menor medida, en Francia).

    Este modelo, que puede parecer muy abstracto, permite comprender el creciente inters que las familias, y sobre todo las familias privilegiadas y, entre stas, las familias de intelec- tuales, de docentes o de miembros de profesiones liberales, otorgan a la educacin en todos los pases avanzados, y sin duda ms en Japn que en cualquier otro lugar; asimismo per- mite comprender que las ms altas instituciones escolares, las que conducen a las posiciones sociales ms elevadas, estn cada vez ms y ms completamente monopolizadas por los vstagos de las categoras privilegiadas, tanto en Japn como en Estados Unidos o en Francia. Ms ampliamente, permite comprender no slo cmo las sociedades avanzadas se perpe- tan, sino cmo cambian bajo el efecto de las contradicciones especficas del modo de reproduccin escolar.

    LA ESCUELA, DEMONIO DE MAXWELL?

    Para facilitar una visin global del funcionamiento de los mecanismos de reproduccin escolar, cabe, en un primer mo- mento, recurrir a una imagen que empleaba el fsico Maxwell para hacer comprender cmo se podra suspender la eficacia de la segunda ley de la termodinmica: Maxwell imagina un demonio que, entre las partculas en movimiento ms o me- nos calientes, es decir ms o menos rpidas que pasan por de- lante de l, lleva a cabo una seleccin, mandando a las ms rpidas a un recipiente, cuya temperatura se eleva, a las ms lentas a otro, cuya temperatura baja. Actuando de este modo,

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  • mantiene la diferencia, el orden que, de otro modo, tendera a desaparecer. El sistema escolar acta como el demonio de Maxwell: a costa del gasto de la energa necesaria para llevar a cabo la operacin de seleccin, mantiene el orden preexis- tente, es decir la separacin entre los alumnos dotados de can- tidades desiguales de capital cultural. Con mayor precisin, mediante toda una serie de operaciones de seleccin, separa a los poseedores de capital cultural heredado de los que carecen de l. Como las diferencias de aptitud son inseparables de di- ferencias sociales segn el capital heredado, tiende a mante- ner las diferencias sociales preexistentes.

    Pero adems produce dos efectos de los que slo se puede dar cuenta si se abandona el lenguaje (peligroso) del meca- nismo. Al instaurar un corte entre los alumnos de los centros muy selectivos y los alumnos de las facultades, la institucin escolar instituye unas fronteras sociales anlogas a las que se- paraban a la gran nobleza de la pequea nobleza, y a stos de los meros plebeyos. Esta separacin es patente, en primer lu- gar, en las propias condiciones de vida, con la oposicin entre la vida recluida del internado y la vida libre del estudiante, y a continuacin en el contenido y sobre todo en la organiza- cin del trabajo de preparacin a las pruebas; por un lado, un marco muy estricto y unas formas de aprendizaje muy escola- res, y sobre todo un ambiente de urgencia y de competicin que impone la docilidad y que presenta una analoga evidente con el mundo de la empresa; por el otro, la vida del estu- diante que, prxima a la tradicin de la vida bohemia, com- porta muchas menos disciplinas y obligaciones, incluso en el tiempo dedicado al trabajo; por ltimo, es evidente en y por la prueba en s y por el corte ritual, verdadera frontera m- gica, que instituye, al separar al ltimo alumno aprobado del primer suspendido por una diferencia de naturaleza, indicada por el derecho a llevar un nombre, un ttulo. Este corte consti- tuye una verdadera operacin mgica, cuyo paradigma es la separacin entre lo sagrado y lo profano tal como lo analiza Durkheim.

    El acto de clasificacin escolar es siempre, pero muy parti-

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  • cularmente en este caso, un acto de ordenacin en el doble sentido de la palabra. Instituye una diferencia social de rango, una relacin de orden definitiva.: los elegidos quedan marca- dos, de por vida, por su pertenencia (antiguo alumno de...); son miembros de un orden, en el sentido medieval del tr- mino, y de un orden nobiliario, conjunto claramente delimi- tado (se pertenece a l o no) de personas que estn separadas del comn de los mortales por una diferencia de esencia y le- gitimadas, por ello, para dominar. Por eso la separacin reali- zada por la escuela es asimismo una ordenacin en el sentido de consagracin, de entronizacin en una categora sagrada, una nobleza.

    La familiaridad nos impide ver todo lo que ocultan los ac- tos en apariencia puramente tcnicos que pone en prctica la institucin escolar. As, el anlisis weberiano del diploma como Bildungspatent y del examen como proceso de seleccin racional, sin ser falso, no deja de resultar muy parcial.: no im- pide en efecto que se esfume el aspecto mgico de las opera- ciones escolares que cumplen asimismo unas funciones de ra- cionalizacin, pero no en el sentido de Max Weber... Los exmenes o las oposiciones justifican de forma razonable las divisiones que no forzosamente responden a principios de ra- cionalidad, y los ttulos que sancionan su resultado presentan como garantas de competencia tcnica certificados de compe- tencia social, muy prximos en esto a los ttulos de nobleza. En todas las sociedades avanzadas, en Francia, en Estados Unidos, en Japn, el xito social depende ahora muy estrecha- mente de un acto de nominacin inicial (la imposicin de un nombre, habitualmente el de una institucin educativa, uni- versidad de Todai o de Harvard, Escuela Politcnica) que consagra escolarmente una diferencia social preexistente.

    La entrega de los diplomas, que suele dar pie a celebracio- nes solemnes, es perfectamente comparable con las ceremo- nias de armadura de los caballeros. La funcin tcnica evi- dente, demasiado evidente, de formacin, de transmisin de una competencia tcnica y de seleccin de los ms competen- tes tcnicamente oculta una funcin social, concretamente la

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