bruzzone olga - torbellino de horas

273
Torbellino de horas Olga Bruzzone

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  • Torbellino

    de horas

    Olga Bruzzone

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    La realizacin de este libro electrnico ha sido posible gracias al generoso

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    NDICE

    Captulo I ................................................................................................... 3

    Captulo II .................................................................................................. 8

    SEGUNDA PARTE .................................................................................. 77

    TERCERA PARTE................................................................................. 245

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    Captulo I

    El viento despavorido se retuerce. Fustiga exasperante.

    Agresivo hasta los huesos llega.

    La nieve cae sin cesar. Se agita enloquecida por el viento. Se alborota y

    trastorna. Apabullada se acurruca luego en el refugio de los ngulos.

    Los rboles.

    Los rboles. Ottawa es una ciudad de rboles que se apian en bosques.

    Embellecen sus parques y muchas de sus calles. Las rojas llamaradas del

    otoo queman sus hojas que calcinadas crepitan por el suelo encendidas en

    coloridas brasas.

    Los rboles.

    El duro invierno inconcebiblemente desdibuja sus formas. Las desnuda y

    alarga. Les arranca el ltimo vestigio de su vida. Se dira que mueren. El viento

    los zarandea y los sacude con desesperacin demente.

    La tempestad comenzada temprano persiste todo el da.

    Es el momento de las aglomeraciones.

    Las oficinas, las tiendas, los grandes edificios se liberan del hacinamiento

    humano contenido en ellos. Lo derraman sobre las arterias de la ciudad que

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    comienza a vibrar convulsionada. Zumbido de motores en marcha. Congestin

    de vehculos. Sobre los autos que esperan turno para aprovisionarse de

    combustible est la nieve acumulada. Gino y yo la despejamos de los vidrios y

    llenamos los tanques. Larga es la fila. La tempestad arrecia. Multiplicamos el

    esfuerzo. Tenemos la cara y las manos congeladas pese a los guantes.

    Lagrimean los ojos. Las lgrimas se hielan como puntas de agujas, y lastiman.

    El fro perfora atravesando el tutano.

    En la oficina.

    Don Gicomo, el dueo, viejo italiano bonachn se pasea preocupado,

    inquieto. De cuando en cuando llama... Gino... Luis Alberto... Un sorbo de caf

    caliente nos regala.

    Don Gicomo humanamente bueno. Vindolo se dira que no es el

    propietario. Simplemente un bondadoso viejo.

    Amaina poco a poco el viento.

    La nieve cae desolada. Sin persistencia.

    Decrece el nmero de automviles. Relativa calma se apodera de la

    estacin de servicio.

    Un flamante Mercedes Benz se detiene delante de uno de los surtidores.

    Me acerco.

    - Fill it up ordena seco. Cortante.

    Cumplo mecnicamente la orden. Limpio el parabrisas y los vidrios

    laterales.

    - Ten fifty please le digo.

    Abre su billetera. Un grueso anillo de oro de estilo tiahuanacota luce en su

    mano. Atrae enormemente mi atencin. Desvo la mirada para fijarla en el

    rostro del que lo lleva. El asombro me deja paralizado. Apenas atino a

    preguntar trastrabillando...

    - Eduardo! Eres t?

    Al sentirse llamado por su nombre y en su propio idioma l queda ms

    sorprendido todava.

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    Me mira fijamente. Me escudria.

    Llevo un gorro de lana recubierto de nieve que llega hasta mis orejas

    ocultando parte de mi rostro. Pese a este impedimento, su mirada inquisitiva da

    resultado.

    - No me dirs... que eres... Luis Alberto...

    Tartamudea. Est perplejo.

    - Pues te dir que soy el mismo! Respondo emocionado.

    Conmovido. Bruscamente abre la puerta de su auto.

    Un abrazo efusivo. Fuerte. Intenso. Unas recias palmadas a la espalda.

    Mudo y elocuente saludo.

    - Cundo has llegado? Qu haces aqu? pregunto atropelladamente.

    - Llegu hace cuatro das... y ya lo ves... me paso la gran vida... Me

    responde mientras sacude de su elegante abrigo la nieve que le dej mi

    abrazo.

    - Y t?

    - Trabajando hermano... trabajando duro...

    - Cmo has llegado aqu? A este pas tan lejano y distante! Tan

    diferente al nuestro! Cmo has llegado aqu? Qu salto tan enorme has

    dado! Asombrado. Estupefacto me interroga.

    Posa sobre mis hombros sus dos manos. Me aparta un poco de l. Me

    mide con los ojos desde el suelo hasta el rostro.

    - Cmo has llegado... a esto...? Tristemente pregunta.

    - Es largo de contar respondo tratando de eludir su compasin.

    - Y t... con este autazo? Esquivando replico.

    - Tambin es largo de contar hermano moviendo la cabeza me

    responde.

    Gino est atendiendo solo. Varios autos esperan. Gino es un gran

    muchacho, generoso, bueno, trabajador. No s cmo lleg al pas. Slo s que

    haba llegado de Italia trayendo una carta para don Gicomo. S que no tiene

    sus papeles en orden y que trabaja clandestinamente.

    No hace mucho, descubrieron a otro que trabajaba en igual forma. Lo

    sacaron del pas en veinticuatro horas.

    Gino es un buen muchacho, activo. Est atendiendo solo.

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    - Por qu no te das una vuelta y regresas? Estar libre en unos diez

    minutos. No tardan en llegar los del segundo turno, propongo a Eduardo.

    - Lo siento querido. Lo siento en el alma. Tengo una cita urgente.

    Consulta su reloj. Me mira. Se pasa la mano por la frente.

    - No. No puedo, no dispongo de tiempo. Debo irme. Me esperan.

    - Piensa un instante - Qu te parece el sbado? Qu te parece si a

    esta misma hora vengo a buscarte? entusiasmado me consulta.

    - Ok!, el sbado a esta misma hora. Macanudo! Brota espontnea mi

    respuesta.

    En el fondo estoy decepcionado. Dolido. Hubiera querido retenerlo.

    Charlar con l... Preguntarle tantas... y tantas cosas...!

    - El sbado a esta misma hora vengo a buscarte. Convenido. Ahora me

    voy. No puedo demorar.

    Nos estrechamos nuevamente en otro fuerte abrazo. Nos cuesta

    separarnos.

    - Me has dado un enorme gustazo viejo! Le digo mientras toma el

    volante.

    Y lo veo partir.

    Quedo perplejo. Quedo mirando. Veo perderse el auto en la distancia. Lo

    veo confundirse entre tantos otros. Lo veo disolverse entre la bruma. Lo veo

    desaparecer en el lienzo infinito de la nieve.

    Sigo mirando sin despegar los ojos. Es un mirar sin mirar. Mirar en el

    vaco.

    Lo he visto esfumarse. Sin dejar nada. Nada. Ni un rastro.

    Ni una huella.

    Nada.

    Era

    como si su imagen se hubiera desvanecido sin haber estado. No era un

    sueo. No. No se hallaba inmerso en el mbito de lo irreal. Haba sido un breve

    encuentro diluido en la nieve. Difuminado en la lejana. Nada ms que un

    instante sorpresivo. Intenso y fugaz.

    Haba sido como mirar atrs... Como hallar el color preciso. Como volver

    los ojos al pasado y respirar el aire conocido. Como encontrar el camino

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    perdido. Como unir las hebras desatadas. Como echar de menos. Como

    rememorar, y aorar... Como tener entre las manos el recuerdo de lo que haba

    sido... haba sido... y nunca ms ser...

    El fro de la ventisca me perfora el alma metindose en la mdula. El

    viento castiga mis retinas. Se me nublan los ojos.

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    Captulo II

    Eduardo

    su casa frente a la ma. Nuestros caminos haban recorrido el uno junto al

    otro. Nuestras vidas se haban deslizado juntas. Se haban compenetrado en

    tal forma que apenas exista una suposicin que pudiera diferenciarlas.

    Ahora

    se me presentan imprecisas. No puedo identificarlas con claridad. Se

    confunden en un caos borroso de ideas y de sentimientos. Todo haba quedado

    diseminado con el traslado de mi vida a este ajeno pas. Que ahora el mo.

    Tiempo haca que se haba operado en m una ruptura con el pasado.

    Rotos los nexos. Me senta desvinculado. No exista un lazo de conexin. Ni un

    puente de voces difundidas. Sumergidos los aconteceres entre las dos orillas

    de un estanque de aguas desteidas no me era dado asirme a la realidad de lo

    vivido.

    Quebrada la continuidad de mi vida, todo haba cambiado. Ya no era lo

    mismo. Me senta extraamente ajeno.

    No me era posible clasificar mis emociones. Me costaba controlar el

    tumulto de ideas que alteraban mi cerebro. Me senta perdiendo los perfiles de

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    m mismo... y que me... desdibujaba. Me senta resbalando a los profundos

    pliegues del recuerdo donde mi mundo intacto est hundido a rescatar de l el

    tiempo transcurrido, aquella realidad cada vez ms imprecisa. A extraer de la

    memoria ese pasado irrecuperable.

    Eduardo,

    an lo veo a su padre: Don Carlos.

    Minero acaudalado. Rico hacendado. Dueo de inmensas tierras

    productivas situadas en las faldas de los altos nevados donde habitan los

    cndores.

    Donde los vientos libremente transitan veloces y livianos silbando entre

    los pajonales y recorriendo el infinito altiplano inspeccionando los abismos, las

    grietas y los despeaderos. Jugando con el sol sobre el dorado oleaje de los

    cebadales.

    Viento y sol. Sol y viento. En primavera o en invierno. Brillante sol de

    invierno. Incomparable. nico. Sin una nube el cielo inmaculado. Limpio. Azul.

    Intensamente azul. Maravillosos das extraordinariamente azules!

    Inhalar sol y viento. Y sentir... sentir las alas!

    Ah! El Altiplano. El Altiplano! El Al-ti-pla-no!

    Don Carlos.

    S.

    El prototipo del latifundista. Seor feudal inhumano duro altanero

    orgulloso.

    Presuntuoso de la esmerada educacin que brindaba a sus hijos en los

    ms caros colegios de Londres y Pars. Sus hijos: Alfonso y Alfredo, mucho

    mayores a Eduardo.

    Sus hijos.

    Los ms caros colegios. Productiva la hacienda. Lucrativa la cavidad

    oscura de sus minas donde se consuman en condiciones infrahumanas las

    vidas de los mineros.

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    Don Carlos. S.

    Su rostro estricto. Sus palabras sentenciosas: Si quieres arribar "pisa" y

    "pasa".

    Era su frase favorita.

    Londres. Pars.

    Alfonso y Alfredo. Hijos de acaudalado padre. Mujeres y champagne.

    El vrtigo del mundo delante de sus ojos.

    Productiva la hacienda. La mina lucrativa.

    La opresin pisa.

    El tiempo... pasa.

    Don Carlos. Los domingos. su casa. Sus parientes y amigos. Y mi padre.

    Charlando de poltica o jugando a las cartas. Los domingos. Los dems das de

    la semana su club lo retena. Su club, sitio de distraccin y de negocios.

    Doa Elvira,

    madre de Eduardo. Elegante. Alegre. Despreocupada.

    Amiga ntima de mi madre.

    Mi madre incomparablemente buena.

    Entre las dos programaban diversiones, fiestas, cumpleaos, largas horas

    de juego. Y...

    Las anheladas vacaciones.

    Las vacaciones! La finca!

    Acre olor de las extensas soledades. Noches astilladas de estrellas.

    Tardes de viento.

    La hacienda, la finca!

    Correr bajo la escarcha de las constelaciones. aprisionar entre las manos

    la luz despedazada por la niebla, los colores del da, las sombras, los silencios,

    el desgarrn de atrevidos matices del ocaso. Abarcar la soledad de los grandes

    nevados...

    Las vacaciones...! La finca...!

    La siembra. La cosecha.

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    La siembra, Grandiosa! Fascinante!

    Los indignas llegan desde lejos... desde los ltimos confines de la

    hacienda que linda con las estribaciones de la cordillera. A la hora vacilante del

    tenue claroscuro que vagamente traza la forma de las cosas ellos ya estn en

    el camino. Tienen que llegar temprano para evitar el ltigo.

    Avanzan en grupos diferentes como manchas movibles que convergen a

    un punto. El paso de sus pies desnudos no se percibe sobre el suelo, es un

    rozar de arcillas sobre mudos guijarros.

    Las ltimas estrellas incoloras alumbran indecisas el bullir apagado de

    hombres y de bestias. Bestias y hombres. Los toros cogidos de las astas por el

    lazo. Los hombres portando sobre el hombro el palo del arado. Las mujeres

    llevando en sus aguayos la merienda, consistente en algo de chuo hervido

    y escasos trozos de chalona o de charque. Los nios arreando los famlicos

    borricos cargados de estircol para abonar la tierra, cargados del forraje para

    los animales.

    Cada indgena acude a la faena aportando su esfuerzo. Aportando sus

    implementos de labranza. Sus propias bestias esculidas y flacas y el estircol

    de stas para abonar la tierra... de los amos!

    Esfuerzo. Contribucin. Opresin. Servidumbre. Feudalismo!

    En el hondo silencio que moldean las horas se percibe rebuznos y

    mugidos y voces infantiles, el chasquido de labios alentando a toros y borricos

    alternativamente.

    El aire es cortante, intensamente fro.

    Los jirones helados de la noche; trizados por el alba los helados jirones

    con que aparece el da. Transitorio momento de bruma diluida al asomo de las

    primeras horas.

    De todos los confines van llegando.

    A medida que arriban crece un conglomerado indefinido. Incierta

    confusin de formas y sonidos. Olores. Movimiento. Colorido.

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    Ajetreo de hombres.

    Con el poncho echado hacia atrs para sentirse ms alivianados, ponen

    al descubierto la camisa rada abierta sobre el pecho y la faja de lana tejida en

    colores vivos que sostiene el pantaln de burda contextura.

    Difuminando esbozo de sombras coloreadas figuran las mujeres y los

    nios.

    Se inicia el aparejo de las yuntas.

    Los toros macilentos. Sin brillo. De lomos desollados. Una vez uncidos al

    arado, los decoran con banderitas de colores. Adornan su testuz con cabestros

    de lana que ostentan borlas, espejuelos, flecos... Burda ornamentacin que

    rememora legendarios y grandiosos ritos menguados hoy por el correr del

    tiempo y por las circunstancias adversas.

    Prestas las yuntas.

    Los indgenas tambin se aprestan para la faena.

    En cuclillas y formando crculos ceremoniosamente toman entre sus

    dedos hojas secas de coca. Prolijamente las ordenan una sobre la otra. Se

    santiguan con ellas Son hojas que provienen de plantas cultivadas en las

    ardientes zonas tropicales que se encuentran al otro lado de la cordillera y que

    luego de cosechadas, las secan sobre quemantes piedras calentadas por el

    trrido sol de esas regiones donde naranjos y jazmines regalan sus aromas

    densos.

    Despus de santiguarse las llevan a la boca y las mastican juntamente

    con trozos de ceniza amasada que se la obtiene de los tallos de quinua

    previamente quemados. Estos pequeos trozos de ceniza compacta tienen la

    propiedad de producir el alcaloide con el jugo que la masticacin extrae de las

    hojas. El masticarlas adormece los estmagos vacos. Acalla el hambre!

    El masticarlas los transforma en zombis... en meros instrumentos de

    trabajo.

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    Sobre dos machos: un alazn y un bayo, cmodamente cabalgados estn

    los dos verdugos, capataces y administradores de la hacienda:

    Fulgencio y Cupertino. Dos cholos de la peor especie.

    Fulgencio

    maldito cholo picado de viruelas y cara de asesino.

    Cupertino

    odiador, vengativo, bizco.

    Ambos

    vigilando activos. Observando celosos la falta ms pequea. El ms

    mnimo yerro. Siempre en acecho. Listos para caer sobre el incauto indgena

    sorprendido por sus voraces ojos de serviles mestizos.

    En la mano el ltigo. En la montura el revlver. Sayones inhumanos y

    abusivos. Bestiales violadores de las indefensas indias. Ante cuya crueldad

    tiembla la indiada!

    En la casa de hacienda tambin hay movimiento.

    Don Carlos

    amo, seor y dueo debe iniciar la siembra. Dos jeeps lo esperan. La

    familia anhela tambin participar de aquel interesante acontecimiento.

    Las yuntas prestas aguardan. Con las manos empuando el arado los

    indgenas dciles y apacibles, esperan.

    La polvareda que los jeeps levantan avanzando sobre el suelo spero y

    escabroso anuncia la llegada del patrn. A su arribo se imparte la orden de

    salida y las yuntas arrancan.

    Se escucha el crujir de los lazos de cuero que ajustan el testuz de los

    bovinos mantenindolo en alto. Las pezuas pesadamente hienden el suelo

    levantando turbiedad de tierra seca.

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    Los indgenas

    tensos de brazos de tendones oscuros y nudosos dominando a la yunta

    conducen el arado.

    Las mujeres

    arrojan la semilla sobre los surcos.

    Los mozalbetes

    esparcen el abono.

    El paso de las nuevas yuntas cierra los surcos.

    Transfigurado el tiempo alarga la maana.

    El sudor que brota del esfuerzo chorrea por las frentes. Pegado est el

    cabello al polvoriento rostro. Empapada de sudores fros la rada camisa.

    Extenuados prosiguen la faena.

    Sombra la mirada.

    Ojos vacos de alma. Tensos los brazos.

    Polvo, sudor y coca.

    La coca adormeciendo el hambre. La coca sosteniendo los brazos que

    llevan el arado...

    La coca, la coca.

    El viento helado inclemente y spero castiga los fatigados rostros...

    Don Carlos y nosotros.

    Bebidas fras. Tibia leche. Sabroso pan crujiente recin horneado.

    Rebanadas de carne. Queso fresco de oveja.

    Nosotros

    protegidos del sol. Al abrigo del viento.

    Nosotros cmodamente sentados. Recostados sobre dispares acomodos.

    Siguiendo con los ojos el duro laboreo. Nosotros.

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    - Cupertino! imperiosa resuena la voz vibrante de don Carlos.

    El sayn acude presuroso.

    - Vigilen bien! Son maosos y flojos estos indios! No se descuiden!

    Nosotros ya nos vamos!

    - Es su orden patrn. No desconfe. Estn bien vigilados responde

    Cupertino mostrando en la diestra el ltigo - Estn bien vigilados! recalca.

    Retomamos los jeeps. Estbamos cansados. Cansados? Y de qu? De

    mirar trabajar...

    Cuntos das de sol a sol las yuntas incesantemente van abriendo los

    surcos en la infinita hacienda?

    El amo slo inicia la siembra.

    Despus

    Fulgencio y Cupertino se encargan de hacer cumplir palmo por palmo la

    faena.

    Al terminar la siembra

    l pago por todo aquel trabajo abrumador fatigante y duro, y al que

    aportan su esfuerzo, sus propias herramientas... sus bestias y todo lo dems...

    irrisoriamente consiste en raciones de coca y en abundoso alcohol.

    Coca

    y alcohol. Alcohol y coca.

    Productiva la hacienda!

    En una hondonada protegida de los helados vientos se halla ubicada la

    gran casa de hacienda.

    Es una casa solariega antigua, de gruesos muros de adobe revocado...

    Pintada de un color ya desteido. Desteidas tambin estn las tejas de barro

    cocido que la cubren. Las ventanas estrechas y pequeas se hallan defendidas

    y guarnecidas por rejas de hierro forjado, y estilo colonial. Al lado de la casa la

    infaltable capilla con su pequea torre su cruz y su campana.

    Enfrente de la casa, los cobertizos: bajo su sombra resguardada estn las

    vagonetas que nos trajeron de la ciudad y los jeeps para el uso de la hacienda.

    Colgando de sus vigas, arreos, ensillados, correajes, aperos, bocados,

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    riendas... Interiormente la casa se encuentra conformada por un enorme patio

    cuadrangular prolijamente empedrado. Rodeado en sus cuatro costados por las

    habitaciones espaciosas y amplias. Ese cuadrado patio comunica con el

    exterior por un alargado zagun que finaliza en un macizo portaln que por las

    noches ritualmente se lo aldabonaba.

    En ese patio

    tibio de sol, la familia.

    Humeantes y sabrosas viandas. Diversiones. Juegos. Charlas... Bailes

    folklricos. La servidumbre sin descanso atendiendo.

    En la poca de la cosecha nuevamente se retorna a la hacienda.

    La familia acude entusiasmada a recoger el fructfero rendimiento.

    La indiada se congrega en masa: hombres, mujeres, adolescentes, viejos,

    nios.

    Despus que ponen al descubierto el fruto de la tierra, hormiguean los

    incansables brazos recolectando, transportando, acumulando, pirmides y

    pirmides de diversas calidades de papas, de colores y formas diferentes.

    Quintales y quintales llenan los depsitos que se van haciendo estrechos.

    Pero todo est previsto. Arriban los camiones para la compra y para el

    transporte a los mercados de la ciudad.

    En la siega

    las innumeras parvas de cebada en horizontes de oro reverberan.

    Y...

    en las noches...

    cuando la sombra y la oscuridad se extienden cmplices sobre la

    hacienda.

    Cuando el silencio lo silencia todo. Formas humanas acuden con cautela

    a los terrenos que en el da han sido cosechados, pues en medio de esa tierra

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    removida... han quedado escondidas algunas papas burlando la vigilancia de

    los malditos capataces.

    Con manos desesperadas los indgenas escarban la cosecha del hambre.

    No es un robo.

    No. Nooo! Es la vindicacin. Es el impulso de la supervivencia que los

    alienta a realizar aquella accin. Es una lgica reaccin contra la inhumana

    explotacin de que son vctimas.

    Los dueos de la hacienda se encuentran satisfechos. Fructfera y

    abundante ha sido la cosecha.

    Los indios

    si no fuera por aquellas pocas papas desenterradas con desesperacin, y

    con premura, y con temor y espanto... pereceran de hambre bajo el techo de

    paja de las chozas de barro.

    Sudor. Cansancio. Coca.

    Coca y alcohol.

    Londres. Pars.

    Productiva la hacienda.

    Satuco, Eduardo y yo. Un tro formidable.

    - Nio Eduardo, nio Luis Alberto, conozco un sitio lleno de vizcachas.

    - Nio Eduardo, nio Luis Alberto, si maana madrugan podramos ir a

    cazar perdices.

    - Nio Eduardo, nio Luis Alberto, detrs de aquella loma hay un lago con

    patos.

    Cada da algo nuevo nos propone Satuco. Y cada da nos dejamos

    conducir por aquel indiecillo vivaz.

    - Qu buenas cosas tienen ustedes para comer! le digo mientras nos

    dirigimos a una de nuestras caceras.

    - Nosotros? No nio Luis Alberto. Nosotros no podemos cazar nada.

    Todo lo que hay pertenece a la hacienda. Ay de nosotros si tocamos algo!

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    Pero ustedes s pueden cazar lo que quieran... y a m... ustedes, pueden

    regalarme... lo que cazamos.

    Satuco,

    hijo de Manuel.

    Satuco, un llocalla vivsimo de ojillos negros, dulces y vivaces.

    Listo sagaz activo astuto.

    Inteligente. Cmo capta todo! Para cada obstculo encuentra una salida.

    Ligero como el viento. Sus pies desnudos, giles y rpidos nos aventajan.

    Los tres

    disfrutamos del tiempo. Lo empleamos en correr, saltar, subir, rodar,

    descender, caer, bajar, ir, retornar, brincar, jugar... y cazar...

    Cerros, barrancos y despeaderos. Atajos y senderos, nos miran transitar.

    No nos detiene el viento ni la lluvia, ni el fro, ni el granizo.

    El mundo es nuestro. Nuestro!

    Debajo de los pies infinita la hacienda. Sobre nuestras cabezas el cielo

    azul y el sol. Nos cie el viento. Nos satura el olor de la tierra.

    Somos dueos de la inmensidad!

    Abrupta la quebrada. Profundo el abismo.

    - Cuidado! - nos advierte Satuco viene hacia nosotros. Duro es su pico.

    Temibles son sus alas. Su aleteo es funesto. Ocltense detrs de aquella

    grieta. No se muevan ni tengan miedo. Su voz era una orden.

    Eduardo y yo quedamos pegados a la grieta.

    Satuco mira el suelo. Busca una piedra entre las mil que estn

    diseminadas... Recoge una, la sopesa. La coloca en su honda. Gira la honda

    en su brazo seguro lanzndola al aire. Certero ha sido el golpe. Partida la

    cabeza. Tambaleantes las alas, de tumbo en tumbo al abismo cae. Arrancando

    al caer un peculiar sonido de piedras desprendidas. Macabro tableteo de

    proyectiles ptreos. Despus... slo el silencio.

    - Satuco! Eres valiente! A nadie temes le digo al recobrarme del susto y

    del asombro.

    - No creas nio Luis Alberto, temo a los capataces... y a los... - no termina

    la frase.

    Los tres quedamos en silencio contemplando el abismo.

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    - Tenemos que regresar. No es prudente permanecer ms tiempo dice

    mostrndonos en lo alto unas oscuras alas Mejor si nos vamos por el

    despeadero, recomienda.

    Comienza a descender y lo seguimos. Llegamos sin tropiezos al cruce del

    camino.

    - Aqu los dejo nos dice Tengo que ir a consultar con el yatiri... con el

    adivino... Tengo que darle cuenta de lo sucedido.

    Era temible. Nadie lo enfrentaba. Era el terror de la regin y de sus

    alrededores. Y... mi honda le ha partido la cabeza... Esto tiene que tener algn

    significado. No es as no ms... y estbamos los tres... El yatiri ha de leer en las

    hojas de coca... Anuncia lo que ha de suceder. Y dice la verdad. No se

    equivoca...

    Cambia el tono de su voz y nos pregunta:

    - Saben por dnde tiene que regresar? No tienen miedo de perderse?

    Los dos afirmamos con la cabeza.

    - Cmo nos vamos a perder! replica Eduardo.

    - Al pasar, dganle a mi padre que maana he de volver temprano, que

    voy a pernoctar en casa del yatiri.

    Y sin esperar nuestra respuesta gira sobre sus pies desnudos y se pierde

    en las grietas.

    La casa de hacienda queda lejos, pero estamos habituados a recorrer la

    finca.

    Empezamos a caminar.

    - Estoy seguro que los indios nos odian. Satuco ha querido decirlo y lo ha

    callado.

    - Odio? No s. Pero s, estoy seguro que nos temen... sobre todo a los

    malditos capataces. Satuco no lo ha expresado plenamente, y sea como fuere

    no podemos negar que los indios son los dueos de las tierras y que los

    blancos...

    - Comprendo lo que quieres decir. Yo pienso igual que t...las tierras... el

    indio... Una injusticia inconcebible! No s cmo nosotros, los blancos,

    aceptamos y permitimos, que vivan en la miseria en que viven. Mimetizados al

    suelo hostil de esta inclemente planicie. Parecen hechos de piedra. Slo as se

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    entiende que puedan resistir toda la adversidad que los rodea... Es raro que

    Satuco sea vivaz y espontneo, pues los indios son mudos y sombros.

    - Ah! Es que a l le damos nosotros la oportunidad. Lo tratamos de igual

    a igual. No le hacemos sentir su condicin.

    - Su condicin de esclavo es lo que quieres decir? Y son no ms

    esclavos...! Siendo ellos los dueos de las tierras! Desposedos por la

    injusticia de los blancos... Desposedos ya... por las huestes del tirano

    Melgarejo que despus de hacer una matanza de indios les quitaron las tierras,

    repartindola entre esbirros y sayones... No quiero juzgar a mi padre, pero

    tampoco estoy de acuerdo con l. Hay cosas que no se pueden aceptar...

    - Entiendo que la injusticia te rebele. Pero qu puedes hacer t? Eres el

    menor de tus hermanos. Ellos disfrutan en Europa el beneficio que aporta el

    sudor y la miseria de estos infelices que no son otra cosa... que terrones de

    tierra seca... que son la propiedad raz. Y que como lo ha dicho no recuerdo

    quin el indio es el nico terrn no cultivado, es el adobe mudo Qu frases

    tan cabales! No se puede negar que son adobes resecos a la intemperie y

    apisonados por la esclavitud. Adems, son los semovientes. Acaso no los

    venden como a animales cuando anuncian en la prensa: Se vende una finca

    con 100 indios, 80 vacas, 300 carneros...?

    No encuentras inhumano e irracional este proceder tan comn y habitual

    en nuestro medio? Y nadie levanta la voz en su defensa!

    - Nadie? Muy al contrario. Si parece que percutiera an el eco de esos

    hipcritas ensotanados como ese fray Trrez de Ortiz que deca que los indios

    carecan de alma y que eran bestias y no seres humanos.

    - Tambin hemos ledo en nuestra historia que el dictador Linares uno

    de esos raros gobernantes inteligentes que hemos tenido comentaba,

    diciendo: que haba observado la sevicia a que se encuentran sometidos los

    hijos de la tierra por curas y patrones...

    - Pero si el Gran Libertador Simn Bolivar al dejar la presidencia de

    nuestro pas haba recomendado devolver las tierras a los indios.

    - Est visto que en todas las pocas se las han quitado y que los dueos

    actuales son slo resabios de aquellos lejanos usurpadores...

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    - En este momento me viene a la memoria aquella obra que lemos

    recuerdas?, en la que el autor refutaba las teoras de algunos escolsticos

    espaoles que sostenan que los indgenas por su condicin sub-humana

    deban ser mantenidos en la esclavitud...

    - Escolsticos... Frailes... Ensotanados... Qu calaa! Qu calaa...

    - Manuel, tu Satuco ha ido a consultar con el yatiri. Dice que ha de

    regresar maana temprano.

    - Est bien, nio.

    Responde lacnico. Sin preguntar. Sin aadir nada, ni siquiera el motivo

    que lo haba llevado.

    Inmutable. Delante de la puerta de su msera vivienda y aprovechando de

    los ltimos resplandores de la tarde, se encuentra entregado a la tarea de

    enderezar unos alambres oxidados cuyo objetivo ni lo imaginamos sin otras

    herramientas que sus callosas y endurecidas manos. Cerca de l, sentada en

    el suelo, su mujer hila lana de oveja en su tpica rueca que gira

    vertiginosamente entre sus habilsimos dedos. Ambos se encuentran acullando

    coca.

    - Ya ves? Qu diferencia entre el padre y el hijo! Manuel casi no habla.

    Parece que un silencio de piedra pesara sobre l y su raza. - No crees que

    podramos hacer algo por ellos si un da nos proponemos empezar?

    - Empezar! Empezar qu? Un da... No te comprendo. Luego como si

    hubiera alcanzado el sentido de mis palabras dice en voz tan baja que pareca

    hablar consigo mismo:

    - Creo que hay deseos en la vida que nunca se realizan...

    - No hay que desalentarse. Todo est en que la idea no se pierda.

    - Ah! Si yo fuera el nico dueo de la finca. Qu diferente sera!

    - Los aos pasan.

    - Hoy, o maana, el hacer algo por ellos significara una hazaa de titanes

    o de Quijotes. Quin se atrevera a hacer algo en beneficio de ellos? Quin

    se atreve a tocar la fortuna de los oligarcas? Quin pondra un dedo sobre los

    gamonales, sobre los seores feudales? Cualquier innovacin se estrellara

    contra su omnmodo poder. Acaso no conoces a mi padre?

    Ambos callamos.

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    Cada uno se encuentra en sus propias reflexiones.

    El sol se hunda en la tarde. Se abismaba en otros mundos.

    Dejando en la profundidad del horizonte una sangrante huella sobre la

    que se arrastraba el moribundo da.

    La noche, lentamente se descuelga agrandando el silencio. Nuestros

    pasos se haban retardado... Nuestra charla se haba prolongado ms all de la

    hora y la casa de hacienda distaba todava.

    - Creyeras... sin el Satuco me siento como perdido... desorientado - Qu

    te parece si trotamos? Estamos con retraso. Un dejo de temor envuelve sus

    palabras.

    - Buena tu idea.

    Nuestros pies devoran la distancia.

    - Por qu llegan tan tarde?

    Exclama la voz inconfundible de alguien que en el umbral del portaln nos

    espera angustiada. Impaciente. Preocupada y temerosa Don Carlos est

    enojadsimo. Colrico. Este largo retraso lo ha disgustado. Mejor ni que los vea.

    Pasen por el corredor, coman algo y vyanse a acostar sin hacer ruido.

    Atravesamos el zagun de puntillas. En el oscuro patio la luna dibujaba,

    indiferente, blancas figuras sobre el fondo negro.

    - Satuco! Satuco! Qu te ha dicho el yatiri?

    Preguntamos a do. Nuestra curiosidad era enorme. Qu le habr dicho

    el adivino?

    - Satuco! Qu te ha dicho?

    - Muchas cosas... ha dicho...

    - A ver... cuntanos:

    - Es muy... difcil...

    - Difcil? Por qu?

    - No me van a creer... se pueden enojar...

    - Satuco! No seas as. Cundo nos hemos enojado contigo?

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    - Diinos lo que te ha dicho!

    Piensa un momento. Duda. Tartamudea indeciso... y por fin habla...

    - De vos... nio Luis Alberto ha dicho... que te ha visto muy lejos y solo...

    lejos de aqu. Ha dicho que tu padre... nos ha ayudado...

    - Mi padre?

    - Y de m? Y de m? Qu te ha dicho? interrumpe Eduardo.

    - De vos... ha dicho... que no te ve muy claro... que tienes una mancha

    como oscuridad... Y ha dicho que sera mejor que se vayan...

    - Qu se vayan...? Quines? No entiendo!

    - Todos ustedes nio Eduardo... todos ustedes...

    - Y por qu vamos a tener que irnos? No faltaba ms!

    - No te enojes conmigo... nio Eduardo... As ha dicho la coca...

    - No entiendo por qu tenemos que irnos.

    - Porque dice que hay un peligro muy grande... que los est

    amenazando... que mejor sera que se vayan... No me pregunten ms...

    - Un peligro? Qu clase de peligro?

    - No s... pero ha dicho que mejor sera que se vayan... no me pregunten

    ms...

    Diciendo esto se alej corriendo.

    En el cuadrado patio de la casa de hacienda la indiada est reunida.

    Haban arribado desde el alba acudiendo al llamado insistente del

    pututu, sonoro cuerno, que en las primeras horas del da haba resonado

    convocando a los jefes de familia.

    Todos ya estn all.

    Estn all con sus rostros amontonados en un temor agnico. Estn

    mudos. Sombros. Con sus marcas de miedo inconfundibles bajo el signo

    indeleble de un terror ancestral. En sus rostros de arcilla el espanto imprime su

    alarido.

    En el centro del patio est Manuel arrodillado.

    A pocos pasos de su padre y frente a nosotros se encuentra Satuco semi-

    escondido entre los adultos.

    Nos mira. Brilla en sus ojos la muda llamarada de una ansiedad febril.

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    Hay desesperacin en sus pupilas. Hay rencor. Hay asombro. Un

    interrogante manifiesto. Un prematuro encuentro con la vida que de cuajo le

    arranca su infancia soadora... Nio Eduardo, nio Luis Alberto si maana

    madrugan... podramos cazar vizcachas... conozco una laguna... temibles sus

    alas... no tengan miedo... Su valenta est despedazada ante la realidad de

    aquel momento... Sus ojos miran con rencor adulto.

    Eduardo y yo con miedo. Un miedo visceral. Un miedo que corre sobre la

    epidermis. Un miedo electrizante que enfra y paraliza. Un miedo autntico. Un

    miedo que aumenta y agranda con el miedo mismo. Un miedo de nosotros

    mismos. Que nos hace sentir el propio desatino. Un miedo que va creciendo

    dentro de tantos miedos que van llegando sin saber de dnde.

    No hallamos la respuesta cabal a lo que llega presentido. Imposible

    detener lo que ya est all. Algo espantoso est en el aire suspendido. Todo se

    hace incomprensiblemente torturante.

    Duro est el aire y huele a presagio. El tiempo est petrificado. El da se

    estremece. Algo tiene que suceder. Esto ya debe terminar. No se puede

    soportar ms. Que termine de una vez. Tiene que pasar pronto... o jams... Mi

    cabeza da vueltas. Me siento confundido.

    En el centro del patio est el padre de Satuco de rodillas. Cupertino le

    arranca el poncho. Le rasga la camisa y pone al descubierto el espinazo oscuro

    y macilento marcado por transcurridas huellas denunciadoras de la crueldad de

    otros castigos.

    Un csmico designio gravita adverso y despiadado sobre su dorso

    abyecto y sometido.

    Fulgencio se encuentra impaciente de actuar. El ltigo en su mano se

    retuerce.

    No lejos de nosotros est don Carlos. Detrs de l acodada sobre la

    balaustrada de su propia curiosidad se encuentra la familia interesada en el

    espectculo que les iba a ser dado presenciar.

    No est su madre. No la veo.

    Don Carlos de la orden... y comienza la escena que tena que suceder.

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    -Indio atrevido! Pretender que se vayan los amos, los patrones! Los

    dueos de la hacienda! Pagars con tu sangre tu insolencia.

    La alocucin la pronuncia en aymara, en la lengua nativa para que toda la

    indiada all presente se d cuenta del por qu de aquel castigo, y escarmiento...

    - No ha sido l... la coca es la que ha hablado! resuena firme la

    vocecilla de Satuco.

    Restalla el ltigo en el aire.

    Satuco, Eduardo y yo, un tro formidable.

    Un proceder inexplicable. Un solo pensamiento. Una actitud inslita...

    Fugaz.

    Tres saltos simultneos. Tres brazos levantados se interponen. El ltigo

    ha sido desviado. Se enrosca enloquecido en el brazo de Eduardo. La manga

    de su gruesa chamarra resta eficacia al golpe.

    Un murmullo apagado y spero recorre por el patio.

    - Hijo! grita su madre.

    - No te preocupes! No es nada! el tono de su voz es zumbn... suena

    a desafo...

    Fulgencio iracundo intenta un nuevo golpe.

    - Basta!!! grita don Carlos con voz enronquecida por la ira.

    - Qu despejen el patio!!

    Manuel de rodillas an no atina a levantarse. No puede comprender lo

    sucedido. Lo que no ha sucedido!

    Es un trozo de reseca arcilla. Es un adobe mudo. Atnito nos mira.

    Quiere decirnos algo. Algo que no llega a pronunciar. Las palabras se hallan

    refugiadas en el interior de sus prpados. Su voz calla. Es un callar de siglos.

    Sus pupilas fulguran como una luz astral... evanescente. Como el reflejo de un

    planeta muerto. Quiere decirnos algo... y no puede. Sus resecados labios

    besan alternativamente las manos de Eduardo y las mas...

    Satuco no sabe si rer o llorar. Slo acierta a balbucir... nio Eduardo, nio

    Luis Alberto...

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    - Fuera de aqu so indio Fuera de aqu carajo! vocea Fulgencio

    empujando brutalmente a Manuel que alza su poncho. Retazos de camisa le

    cuelgan...

    - Fuera de aqu vociferan los sayones arrendolos como si fueran

    bestias.

    Manuel y Satuco atraviesan el zagun. Los dos cruzan bajo el umbral del

    portaln...

    Se han ido.

    Tengo la impresin, que de aquel patio el tiempo se ha salido, que todo

    est vaco. Que el aire ha terminado, que slo se respira lo que asfixia y

    enajena. Tengo el alma erizada. Un no s qu inexplicable se derrumba...

    destruyendo mi ser...

    Quedamos Eduardo y yo en aquel patio escuchando el silencio con los

    ojos.

    En las habitaciones resuenan pasos en un ir y venir deshabituado. Se

    oyen golpes de cajones y de puertas que se abren y cierran.

    Haba un movimiento inusitado.

    Callados retornamos a nuestra habitacin. La encontramos

    completamente recogida, desmantelada. Los armarios desocupados.

    Nos sentamos al borde de las camas a comentar lo acaecido. No

    llegamos a pronunciar palabra. Nos limitamos a escuchar.

    En la sala inmediata don Carlos y su esposa dialogan. Dialogan? Slo la

    voz alterada de don Carlos domina el ambiente. Doa Mercedes escucha y

    calla. Don Carlos se pasea por la espaciosa habitacin. Sus pasos firmes se

    acercan y se alejan. Sus palabras vienen y van. Llegan hasta nosotros por la

    entornada puerta que haban omitido ajustar.

    - T tienes toda la culpa de esto... t, que siempre encuentras la palabra

    adecuada para disculpar la indisciplina de estos mierditas que hacen lo que les

    da la gana... su proceder insolente desmoraliza a la indiada que ya est medio

    alzada desde que se ha abolido el pongueaje... y estos indios son capaces de

    todo.

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    Hay que someterlos a tiempo!.. No he querido arriesgar a toda la familia.

    De lo contrario no s lo que hubiera ocurrido si yo no me contengo...

    No s a qu nos van a exponer estos porqueras...

    Ese Luis Alberto le mete cada idea en la cabeza a tu hijo y ste ya se

    pinta... He de frenarlo a tiempo, no s cmo me contuve de darles con el ltigo

    destinado a los indios... Y ese llocalla insolente!!! El y su padre maana

    recibirn su merecido... Fulgencio y Cupertino van a dar cuenta de ellos...

    saben cmo tienen que silenciarlos... Y te advierto, que en las prximas

    vacaciones ninguno de estos dos mierditas vendrn a la finca... No estoy

    dispuesto a perdonar lo que han hecho hoy... no s cul ha sido el instigador,

    seguramente ese llocalla mugriento que se ha permitido asistir a la reunin de

    los mayores y a levantar la voz, pero maana ese llocalla va a saber lo que es

    bueno... Y a tu hijo... A tu hijo si que no se lo voy a perdonar nunca!...

    Nunca! Me oyes?

    Alguien llama a la puerta y penetra a la sala.

    Cambia la conversacin. Ya no llega a nuestros odos.

    Permanecemos callados sin saber qu decir.

    Pensativamente en mi interior repito: Fulgencio y Cupertino van a dar

    cuenta de ellos... saben cmo tienen que silenciarlos... y ese llocalla va a saber

    lo que es bueno... No puedo separar lo posible de lo imposible. La

    incertidumbre roe mi ser como un cido destruyendo mi alma. Estoy deshecho.

    La angustia me oprime. Me siento caer por la pendiente del desaliento. La

    inquietud se hace en m cada vez ms profunda. No puedo definir lo que

    experimento en aquel momento inexplicablemente expresivo. Palabras

    impronunciables entre mis labios tiemblan. Me encuentro incapacitado de atinar

    a la vocalizacin.

    Mis ojos recorren desesperadamente la habitacin entre los latidos de mis

    sienes prximas a estallar.

    Me siento afrontando situaciones que me proyectaron por encima de

    estos acontecimientos mostrndome la ineficacia y el fracaso de nuestra

    intervencin que slo ha logrado exasperar a don Carlos y precipitar a Manuel

    y a su hijo... Sabe Dios a qu situacin peor...!

    Sostengo la cabeza entre mis manos.

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    - Qu tienes? Qu te pasa? alterado me pregunta Eduardo que

    tambin se encuentra intranquilo y nervioso.

    - Creo que ha sido una imprudencia tuya el haber transmitido a tu padre lo

    que Satuco nos ha confiado. Debas haber callado. Te das cuenta de las

    consecuencias? Has odo lo que acaba de decir tu padre?

    - Por favor no me reproches! Y qu otra cosa poda hacer? Yo cre que

    mi deber era advertirle sobre un posible peligro que pudiera cernirse sobre

    nosotros... No me imagin que reaccionara en semejante forma. Lo que pasa

    es que... es soberbio y orgulloso y no tolera que nadie le advierta y menos que

    se le aconseje... Ha querido hacer sentir, como es habitual en l, su predominio

    y su poder... significativo. Nuestro pensamiento es el mismo: Los indios,

    Eduardo y yo en silencio cambiamos un apretn de manos, ya son dueos de

    su tierra! No ms ltigo sobre sus espaldas!

    No se ha soado que nosotros, ni nosotros mismos lo hemos soado, que

    pudiramos haber actuado en forma conjunta sin que nos hubiramos puesto

    de acuerdo. Esto, como se lo has odo decir, no me lo va a perdonar nunca. Lo

    conozco. Pero l no me conoce a m...

    En ese instante sentimos que nos llaman.

    Todo ya estaba dispuesto para partir sin que nosotros nos hubiramos

    dado cuenta. Nuestra pena y nuestra contrariedad eran enormes. No habamos

    pensado que los acontecimientos se precipitaran tan rpidamente...

    Las dos vagonetas que nos trajeron a la finca estaban ya listas delante

    del gran portaln. Tomamos asiento sin proferir palabra en la misma forma en

    que habamos arribado. Nos sentamos uno junto al otro. Intilmente

    recorremos con la mirada a travs de las ventanillas con la esperanza de ver a

    Satuco y despedirnos. En vano recorremos la estril soledad con ojos

    desesperados. Ningn indgena asoma. Parecera que la tierra hubiera

    absorbido sus formas.

    Un silencio pesado cubre la extensa planicie. Un silencio de piedra.

    El silencio del insondable yermo... Silencio desolado y total. La soledad

    nos mira. Silencio y soledad se adentran en m, apoderndose de mi alma...

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    Todos ocupan sus lugares.

    Don Carlos imparte las ltimas disposiciones a sus dos esbirros que

    prestamente le escuchan.

    Hubiera querido captar lo que les dice. Mejor que no!

    Don Carlos toma el volante. Un sobrino suyo conduce la otra vagoneta,

    una Volkswagen amplia.

    Partimos.

    Mis ojos quedan enredados en los guijarros, en las grietas, en los

    senderos, en el despeadero. En los techos de paja. En las chozas de barro.

    En los desnudos pies que caminan infatigables. Que transitan mudos. Que

    acuden temerosos.

    Mis ojos quedan enredados en las imgenes de Satuco y Manuel.

    Quedan en el cuadrado patio.

    Quedan en cualquier sitio. Un nudo oprime mi garganta. La vocecilla de

    Satuco resuena en mis odos. Me parece mirar sus ojillos dulces y vivaces.

    Mis prpados atrapan la fuga de una lgrima.

    Mis ltimos recuerdos se convierten en presentimientos.

    Me quiebro. Estoy roto. Desarticulado.

    De cuando en cuando observo a travs de la ventanilla queriendo

    interrogar al inmenso Altiplano el enigma que encierra aquella raza milenaria.

    Slo la soledad y el silencio responden en la llanura extensa. Inconmovible.

    rida... Donde el spero viento solloza entre el hirsuto e inabarcable pajonal,

    como una queja inmensa.

    Se alarga pesadamente el tiempo. La polvareda que levantan las veloces

    ruedas al rodar lo hacen intolerable y aplastante. Estoy intranquilo. El ruido del

    motor me hace sentir que tiemblo. El paisaje pasa borroso delante de los ojos.

    Turbio de polvo el sol se arrastra por el camino. La lejana desoladamente

    crece. Duele la tarde. Duele la distancia en un all que de hora en hora va

    quedando ms lejos. La finca va convirtindose irremediablemente en

    recuerdo.

    Las sombras del anochecer devoran el colorido grandioso de las

    matizaciones del ocaso que derrama lentamente un intenso escarlata,

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    cubriendo los promontorios y las piedras de la altiplanicie, otorgndoles un

    reflejo rojizo, fuertemente encarnado, que les da el aspecto de ensangrentados

    dorsos.

    Satuco y Manuel se convierten en una obsesin alucinante.... que me

    tortura. La angustia me domina. Un grito sube a mi garganta. Cierro

    fuertemente los puos hasta clavar las uas en mis manos y silenciar mi grito.

    El cielo ha ennegrecido.

    Embozada en su oscuro rebozo llega la noche.

    En unos minutos ms har su aparicin la ciudad.

    Al transponer el prximo recodo del camino el rutilante reverbero de sus

    luces se presentar a nuestra vista alumbrando la oquedad profunda, rodeada

    de montaas, donde se halla situada. En unos minutos ms har su aparicin

    la ciudad. En unos minutos ms el Altiplano se habr desdibujado hundindose

    en la profunda oscuridad.

    En unos minutos ms...

    Inusitado tiroteo nos sobrecoge.

    Emergen de la curva del camino varios camiones cargados de hombres

    armados de fusiles que disparan al aire en un estruendo belicoso.

    Instintivamente don Carlos vira a la derecha, apaga las luces y se arrima a un

    costado. Igual actitud asume la Volkswagen eludiendo aquella irrupcin

    intempestiva. Los camiones sin apercibir nuestra presencia prosiguen por su

    ruta como una tromba de ponchos, de fusiles y de gritos. Son en su mayora

    indgenas campesinos alentados por remarcadas voces sediciosas. Pese a la

    confusin y la alboroto se pueden escuchar frases. Viva la Reforma Agraria

    Viva el Movimiento Nacionalista Revolucionario! Mueran las latifundistas! La

    tierra es de los que la trabajan!

    Viva el M.N.R. Mueran los gamonales!

    Era un grito indiscutiblemente liberador!

    Satuco... Manuel... Maana ser un nuevo y bello da!

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    Viva la Reforma Agraria... Viva el M.N.R... Mueran los latifundistas...

    Mueran los esclavizadores de los campesinos... Varios nombres de los

    principales hacendados de la regin se escuchan. Entre ellos el de don Carlos.

    Un sbito estremecimiento se concentra en el interior de la vagoneta. La

    respiracin parece cortada.

    Mueran los explotadores de los campesinos... viva el M.N.R.

    Vivaaaa... Mueeeeraaan... Vivaaaa... Mueeeeraan

    Cada minuto que trascurre dibuja las aristas de la historia. En la densa

    oscuridad del altiplano el mbito irradia. Una sospecha de alborada asoma. Se

    extinguen los contornos opresores de las tierras al yugo sometidas. La

    esclavitud se difumina.

    Me siento abrumado por el peso de la emocin. Busco el futuro a travs

    de aquel tumulto de voces y de gritos.

    Los gritos desgarran el aire con una sed oscura. El tiroteo rueda en las

    tinieblas tragado por la noche. Un centellear catico se aleja devorando

    distancias. Surcos de sombras y de luz rasgan el cielo enloquecido. La

    ansiedad sube como fuego arrasando el silencio. La esperanza y la

    desesperacin estn en los gatillos de sus armas. Las voces crecen como ro

    turbulento que los arrastra hacia su propio destino... Viva...!

    Mueeeraaan...! Vivaaaa...!

    - Caramba!! Tena razn Satuco! De buena nos hemos librado! Habra

    que agradecerle! - comenta en voz sonora Eduardo con una entonacin que

    pareca un reto mezclado de irona.

    Nadie le responde.

    Pretende decir algo ms. Le doy un codazo para que se calle.

    No del todo tranquilos comenzamos a descender por la carretera hacia la

    ciudad. El reflejo de las luces que se percibe es ya un signo de alivio, sin

    embargo, el temor de una nueva sorpresa no est descartado del todo. El

    inslito acontecimiento que acabamos de presenciar est fijo en las mentes.

    Esto le impide contemplar la magnfica y grandiosa visin que ofrece la

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    topografa accidentada de nuestra ciudad encajada en medio de un cinturn de

    montaas que a esa hora - toma el aspecto de un inmenso nido de insectos

    luminosos ubicado en el fondo de un profundo abismo.

    El temor que los domina tampoco les permite contemplar la aparicin de

    la luna que derrama su plateada fosforescencia sobre la nieve incorruptible del

    grandioso Illimani.

    La suave brillantez del astro, como si lo puliera el helado silencio del altivo

    nevado cae baando de ncares y lila la esttica blancura.

    A pocos kilmetros de haber avanzado por la carretera tropezamos con la

    dificultad de proseguir por ella. En aquel momento se encuentra interrumpida

    por trabajos de reparacin, hecho que desva el trnsito de los vehculos hacia

    un viejo camino polvoriento que conduce a los barrios donde se apia la

    abigarrada sustancia del pueblo: obreros y campesinos, trabajadores y

    desocupados, gente humilde y gente peligrosa, compradores y vendedores,

    comerciantes y especuladores, contrabandistas, mercachifles y gente de toda

    laya y de toda condicin bulle en un conglomerado ondulante, colorido y

    espeso.

    En medio de esa masa humana el paso de los autos es menos que

    imposible.

    Para colmo

    las vendedoras de carne, de fruta y de verduras, exponen sobre el suelo

    su mercanca extendida sobre retazos de tocuyo o sobre sacos de yute. Sobre

    el suelo tambin exponen sus productos las que venden panes, pescados y

    diversidad de comestibles. Hormiguea la gente que compra y la que vende. La

    que prepara comidas y fritadas ocupando el espacio de las aceras. Las que

    ofrecen a los viandantes refrescos coloreados en vasos de dudosa opacidad, o

    caf caliente en jarros de fierro enlosado, casi siempre desportillados. Los que

    expenden baratijas aturdiendo con el anuncio de la calidad y el precio de su

    mercanca pregonada a gritos. Los que venden herramientas e implementos

    de labranza. Los que trafican con objetos robados. Los que ofrecen chapas,

    picaportes, candados, aldabas, llaves y otros artculos similares, producto de la

    habilidad del latrocinio... All tienen tambin sus puestos de venta los que

    negocian con telas, tejidos y prendas de vestir, calzados, sombreros, etc. Los

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    que venden ponchos y gorros y toda clase de artculos tpicos y de artesana.

    Los que venden productos de tocador, jabones perfumes. Los que venden

    especias de toda clase, los baratilleros, los ropavejeros y... hasta los que

    negocian con productos de la Alianza para el Progreso y de C.A.R.E., siendo

    estos productos destinados a otros fines que a los turbios negociados... en fin,

    tampoco faltan licores ni conservas trados de contrabando... En esas calles, se

    vende y se compra todo lo imaginable y tambin todo aquello que se escapa a

    la imaginacin. Se escuchan voces, regateos, insultos, risas, disputas,

    carcajadas y palabrotas de todo calibre y dimensin. El aire est impregnado

    de apetitosos olores de comidas criollas incitantes. Olores de frituras y de

    grasas. Olores de sudores resudados. De suciedad. De aguas detenidas... de

    letrinas improvisadas en cualquier rincn.

    Y msica

    Msica aqu y all en ensordecedor bullicio! En una incoherente

    diversidad de ritmos y armonas. Y todo aquel concierto multiplicado por la

    euforia de los ltimos acontecimientos que alborotan y entusiasman al pueblo.

    Nos es materialmente imposible avanzar.

    Una fortuita coyuntura viene en ayuda nuestra. Sale de una de esas

    callejas un taxi. El taxista... a bocinazo limpio y con el pie en el acelerador se

    abre paso sin consideraciones ni temores entre aquella muchedumbre que

    aturdida y sorprendida semeja un rebao de ovejas en desbandada que ni mira

    dnde pisa, ni a quin empuja, ni sobre quines cae... Pues, el prepotente

    taxista.... Que, como todos ellos goza de privilegios y se permite cometer toda

    clase de arbitrariedades y contravenciones a la leyes de trnsito... se abre paso

    sin temor...!

    As

    detrs de aquel irresponsable y atrevido contraventor del orden pblico

    establecido... pudimos proseguir sin dificultad hasta salir del populoso bario y

    encaminarnos hacia las calles del centro de la ciudad para luego dirigirnos a

    nuestros domicilios ubicados en el marco principal y aristocrtico de la urbe.

    Mi padre, y Luz Mara mi hermana mayor, nos reciben con muestras de

    alegra. Los acontecimientos del momento los haban tenido preocupados pero,

    al vernos todo quedaba despejado...

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    Pgina 34 de 273 Torbellino de horas Olga Bruzzone de Bloch

    El rostro de mi padre resplandeca. No poda ser de otra manera. S, el

    Decreto de la Reforma Agraria vibraba en el aire como hoja de acero recin

    clavada!

    Mi padre.

    Caballeroso. Integro. Correcto.

    Obsesionado por obtener la promocin del indio a un nivel humano. Se

    haba sentido identificado con el M.N.R. cuya lnea y postulados lo convencan.

    Afiliado a ese nuevo partido contravena a su propio pensar y a sus principios...

    Ajenos a inmiscuirse en poltica. La poltica hasta ese momento slo haba

    servido para estancar al pas en una economa personalista manteniendo al

    pueblo en la miseria y en la ignorancia. Ahora, es diferente. El Movimiento

    Nacionalista Revolucionario surga alentador y como una consecuencia y una

    experiencia de la derrota sufrida en la guerra del Chaco.

    Mi padre. Sus palabras:

    el proceso revolucionario en que nos hallamos empeados es el ms

    trascendental de nuestra historia. Estamos asentando las bases poltico-

    revolucionarias de nuestra liberacin econmica haca metas sociales de

    insospechado alcance. El M.N.R. arrasar con la oligarqua y con el feudalismo

    y se sacudir del imperialismo internacional cuyas races obstructoras atentan,

    desde aos atrs contra nuestro desarrollo econmico como nacin... y como

    pueblo.

    El pueblo

    un pueblo de contrastes incomprensibles. Sufrido y convulso. Crdulo y

    desconfiado. Pervertido por el despotismo. Explotado por los curas y por la

    demagogia de los oportunistas. Envilecido por la abyecta poltica, por la pugna

    de los partidos y por el caciquismo. Desquiciado. eternamente descontento.

    Estancado en una parlisis econmica. Obsesionado por su adverso destino.

    Mantenido en la ignorancia por la conveniencia de sus opresores y

    explotadores.

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    El M.N.R., integrado por una generacin joven y renovadora haba

    derrotado al ejrcito vibrando en los gatillos de las armas:

    Vencimos porque no podan vencernos

    Sobre la sangre de los cados se alzaba un gran destino en marcha. Los

    postulados de la Liberacin Econmica... pronto seran una realidad!

    El pueblo alzaba la cabeza avizorando nuevos horizontes. Inslito

    amanecer se dibujaba sobre su suelo indito. Irrumpa un tumulto de

    voluntades enardecidas.

    La antorcha de la libertad llameaba al viento. La llama encendida

    alumbraba las pocilgas, reverberando en las charcas. La luz borraba la

    oscuridad. La fiebre quemaba el pensamiento.

    Las nuevas voces sembraban mil promesas en las absortas pupilas que

    se llenaban de esperanza. El grito propalaba hasta los lmites de la percepcin

    la sublimidad de la hora......

    - Es verdad que la Reforma Agraria es un error y es un fracaso? -

    pregunt un da a mi padre.

    - Hijo. No pretendo saber a quin lo has escuchado. Pero quiero que

    sepas, que los que la desvirtan presentndola como un fracaso son aquellos

    que se han sentido afectados por ella, aquellos que han tenido que aceptar y

    reconocer que las tierras no son ya su feudo porque han sido devueltas a sus

    legtimos propietarios: los indios; a los que inhumanamente los han explotado.

    Pero error o fracaso, o como quieran denominarla es la promocin del indio a

    un nivel humano. Es el primer peldao que la incorpora a la vida nacional. Es la

    brecha abierta por donde pasarn las nuevas generaciones libres, que

    laborarn su propia tierra, esa tierra que nuestra revolucin les est

    devolviendo.

    Hijo, en toda revolucin se cometen errores. La revolucin es paradojal

    destruye y construye a la vez. Se justifica si logra beneficiar a las mayoras

    oprimidas y explotadas. En este momento no podemos ver los resultados de la

    Reforma Agraria. No se puede medir la dimensin que entraa la transicin de

    siglos de esclavitud al momento de libertad que hoy tienen en las manos. El

    tiempo se encargar de ello. Pero, todos los errores, que nuestra revolucin

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    Pgina 36 de 273 Torbellino de horas Olga Bruzzone de Bloch

    entraaren, no sern suficientes para restar la grandeza de sus postulados, ni

    podrn apagar la antorcha que ya flamea en el agro. Slo este hecho basta

    para darle inmortalidad porque significa la liberacin del hombre que labora la

    tierra, la liberacin de esa gran mayora que con el esfuerzo y el sudor de su

    cuerpo, con su miseria y con su hambre, con su pobreza y suciedad han

    sostenido el lucro de una minora privilegiada y explotadora...

    - Yo no pens que hubiera podido ser tan fcil derrotar a la oligarqua, a

    los gamonales... a los grandes latifundistas...

    - Hijo, cuando el pueblo se alza... no hay fuerza que lo detenga... su

    voluntad es poderosa, es arrasante y nuestra revolucin est identificada con

    ese pueblo que anhela sacudirse de sus explotadores y vivir en paz, vivir

    tranquilamente de su trabajo...

    - Vivir en paz y tranquilamente... Has dicho? Crees t que nuestro pas

    podr vivir algn da tranquilamente en paz? T crees? Si en los ciento

    cincuenta aos de nuestra vida republicana no se ha conocido ni paz ni

    tranquilidad... pues nuestra historia es... tan slo una trayectoria de lodo y de

    sangre donde han imperado los cuartelazos, la traicin, el vandalismo, la

    conspiracin y los crmenes... y las venganzas...

    - No s que responderte. No se puede negar que lo que afirmas es la

    verdad... Somos un pueblo muy especial... Sacudido por el infortunio.

    Despedazado en su estructura geogrfica. Dominado y aherrojado por el

    fanatismo. Iglesia, Militarismo y Oligarqua lo han sometido y explotado cada

    cual a su manera. Somos un pueblo dislocado tnicamente, es largo el camino

    que hay que recorrer entre una raza y otra. Un pueblo de culturas encontradas.

    Falto de educacin y de madurez. Somos un conglomerado de odios y

    rencores, de envidias y venganzas. Un pueblo ignorante que sabe rezar y

    temer pero que no sabe leer... el que lee es un peligro... leer... el privilegio de

    los explotadores.

    Un pueblo que como todos los pueblos de nuestro Continente ha logrado

    su Independencia... In-de-pen-den-cia. Irrisorio vocablo... Si slo hemos

    cambiado de amos. Del imperialismo Hispnico hemos pasado a la oligarqua

    resabio de aquel y sin salir de sta estamos sometidos a otros imperialismos...

    Desde nuestra seudo-Independencia hemos sido vctimas de la ambicin

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    desmedida de los de adentro... de los nuestros y de la ambicin tambin

    desmedida de los de afuera, de los vecinos... el Brasil nos ha arrebatado el

    Acre... Chile y la hegemona britnica nos han privado de nuestro Litoral,

    encerrndonos en la mediterraneidad... los consorcios Multinacionales de la

    Standard Oil y de la Shell en pugna por imponer su predominio econmico nos

    han lanzado a una guerra injusta con el Paraguay en la que perdimos el

    Chaco... Y como siempre! Como siempre...! En cada uno de estos casos,

    las fronteras lejanas, abandonadas, ignoradas, sin caminos de penetracin.

    Guerras conducidas por un militarismo apto para escalar los peldaos del

    poder y asaltar el gobierno pero incapaz de defender al pas de sus agresores.

    Militarismo venal y corrompido, con pocas excepciones... Militarismo que

    ignorando su misin especfica de defender la integridad nacional slo se

    caracteriza por realizar hazaas que embadurnan la Historia... Y por aadidura

    una oligarqua, ocupada en precautelar sus propios intereses cerrando los ojos

    ante las situaciones difciles del pas importndole un rbano las mutilaciones

    territoriales... de las que slo ha sacado sus propias tajadas... El rememorar

    nuestra Historia me deprime. Me enferma! Tienes razn! Nuestra Historia... es

    una trayectoria de lodo... de lodo... y de sangre...

    Un da de esos comentamos con Eduardo.

    - Sabes? He quedado intrigado con la prediccin del yatiri y con la

    insistencia del Satuco en que abandonemos la finca... No s por qu.

    - Yo tambin. No se podra creer que los indgenas ya tenan

    conocimiento de lo que iba a suceder...?

    - Bien pudiera ser...

    - Crees en la premonicin?

    - Y t?

    - Slo te puedo responder que el que se ha quedado sentado sin poder

    retornar ms... a su finca a sido mi padre. Quin hubiera pensado en aquel

    momento lo que iba a ocurrir! De todos modos, estoy seguro que mi padre no

    me va a perdonar nunca... nunca... lo que ha pasado en el patio de la casa de

    hacienda. S que no me lo va a perdonar... pero... me importa un bledo, lo

    conozco carajo! Lo conozco... Pero l no me conoce a m...!

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    (Pero l no me conoce a m. Era la segunda vez que escuchaba decir a

    Eduardo esta frase).

    Los que han sido derrotados por el M.N.R. no se resignan. La hiedra

    parsita que estrangulaba el crecimiento de la nacin pretende recuperar el

    poder para seguir succionando... Obstinada la obstinacin en la retina de los

    conjurados... En contraposicin el aparato de represin agranda amenazante,

    aterrador.

    Agria es la noche que germina en pugna y tremenda la cara encendida de

    odio de los adversarios cuyos alientos encontrados chocan.

    Irritada es la faz de la violencia y turbio el desvaro que la agita. Furia y

    clamor se arrastran confundidos.

    El terror rueda por las calles. Polvo de sangre en el aire crece. Acre sabor

    se expande en el ambiente. Los rencores ascienden hasta alcanzar alturas de

    tormenta. Despiadado el encono y la venganza.

    Noches de incertidumbre. Noches envilecidas de lamentos. La luz

    siniestra horada y escudria. Rastrea los escondrijos.

    El cielo temeroso se estremece.

    La ciudad se repliega dolida.

    La oligarqua descorre los cortinajes de sus ventanas. Las cierra

    hermticamente ignorando lo que pasa afuera.

    Despreocupados y ajenos a la situacin poltica proseguimos nuestro ciclo

    escolar. Integramos un club socio-deportivo en el que la competencia no slo

    radica en patear la pelota sino que Eduardo y yo nos vemos obligados a

    realizar muchas veces demostraciones de hombra pues los deportes

    degeneraban en trompeaduras.

    Parecera que la idiosincrasia de nuestro pueblo estuviera conforme con

    la violencia.

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    Violencia en la poltica. Violencia en los deportes. En el aire que se

    respira. Violencia en el ambiente que nos rodea.

    Hasta los cadetes se ven envueltos en ella. Pues los jvenes cadetes del

    Colegio Militar y los de las fuerzas policiarias estn en abierta beligerancia. Al

    cruzarse en el camino se fulminan con miradas iracundas, agresivas y si las

    circunstancias lo permiten se lanzan al pasar insultos indignos y soeces...

    Todo, porque las fuerzas policiarias haban contribuido con el M.N.R. al

    derrocamiento del Ejrcito... Y ahora los jvenes cadetes de las fuerzas

    policiarias gozaban de grandes privilegios... uniformes brillantes, etc. etc. En

    cambio los cadetes del ejrcito se encontraban subestimados,

    menospreciados... y esto no lo soportaban y as los cadetes de ambos bandos

    eran enemigos irreconciliables... Violencia en el remanso que se quiebra.

    Violencia en los cristales que se trizan. Nadie escapa a su influencia.

    Los que, por el momento... se encuentran en el poder... imaginan que son

    dueos del poder. Del poder!

    Pero en realidad

    el poder es el que se incauta de ellos crendoles tentaciones, imperativos,

    exigencias que los violentan, que los dominan los ensaan y los ofuscan.

    El poder! El poder!

    Embriaguez seductora del poder. Fascinante fascinacin del poder. Ayer.

    Como hoy. Como maana. Como siempre. El poder exacerba a los que lo

    detentan y los induce a cometer errores...

    De tal suerte

    que el peculado se impone a la integridad y al patriotismo.

    Proliferan los lderes venales. Los polticos prevaricadores. Los

    acaparadores voraces...

    Surge una nueva clase... una nueva oligarqua. Una nueva forma de

    latrocinio y de saqueo...

    Ya no existe opinin pblica.

    Es decepcionante ver cmo el momento va revelando lo que sucede sin

    que nadie pueda rebelarse ni reaccionar....

    Los que estn en el poder se imponen por la fuerza y por el terror...

    Los aos nos empujan.

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    Eduardo y yo nos hacemos hombres. Los amigos... las primeras farras...

    Nuestros pasos nos llevan con frecuencia por las alejadas y sinuosas callejas

    del placer.

    La vida bulle en las arterias con su latido intenso y misterioso que nos

    impulsa y nos arrebata inexplicablemente. Nos arrastra en su loco torbellino.

    Descubrimos la nueva cara de la vida!

    Nuestra adolescencia haba quedado atrs.

    Y de la infancia, qu nos quedaba?

    Ni el osito. Ni el payaso. Ni los cajones de juguetes.

    Todo se iba diluyendo. Se dilua la finca en la obstinada bruma del

    recuerdo como pluma flotando en el vaco... La finca!

    La infancia haba dejado paso a la vida...

    La infancia replegada en su profunda orilla con sus encantos y con sus

    hechizos que todo lo subliman cobrando dimensiones de acuerdo a su

    imaginacin y fantasa... agrandando el regao... la represin de algn

    capricho... la privacin de una golosina... las injusticias... Cada cosa se hace

    susceptible a la intensidad de sus efluvios... la alegra el temor de lgrimas las

    risas los das la oscuridad... El pequeo jardn adquiere la magnitud de una

    arboleda o de un bosque sombro y misterioso... Ah! La infancia soadora...

    sublime...!

    Perdida nuestra infancia nos encontramos enredados en turbadoras

    emociones... sorpresivas... Inconsistentes...!

    La situacin actual tambin todo lo cambiaba.

    Hasta los domingos ya no eran los mismos... Mi padre no frecuentaba

    como antes la casa de don Carlos. Ni charlaba de poltica.

    Las grandes fiestas haban quedado relegadas... slo se mantenan las

    tardes familiares, mesuradas, discretas, una que otra tenida de pker o de

    rummy y las veladas ntimas veladamente quietas.

    La ciudad se habituaba a la nueva situacin. Se replegaba en s misma,

    en sus contornos, en su periferia, escuchando el chapoteo de las manos que

    escarbaban en las oscuras y cenagosas charcas donde pululan las ambiciones

    personales de los que estn arriba.

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    Pgina 41 de 273 Torbellino de horas Olga Bruzzone de Bloch

    Mi padre

    ya no es el mismo. Lo veo desalentado. Abatido.

    - Qu tienes?

    - Algo inexplicable. Algo que me lastima y que me duele aqu, aqu, aqu!

    Al decirlo oprime con angustia y con la mano crispada sobre su corazn.

    - El corazn! Habr que consultar con el mdico!

    - No hijo. No es asunto de mdicos afirma con honda conviccin Lo

    que tengo, es algo que muy pocos lo sienten... pocos... muy, muy pocos... es la

    Hora la que me lastima y me duele...

    Su voz adquiere una sonoridad extraa. Una resonancia sobrecogedora

    que enmarca su singular figura en el cuadro rectangular de la ventana junto a la

    cual se encuentra ubicado. Sus ojos buscan dolorosamente un punto donde

    posar la triste fijeza de su mirada que mira sin mirar.

    Me doy cuenta de que una inquietud enorme lo atormenta.

    - La Hora? le pregunto desconcertado y confundido.

    - S... La Hora!...

    El tono de su voz es profundo. Penetrante.

    Pesadamente sus palabras caen...

    - La Hora! La Hora! La nica! La nica aprehendida ntegra! Contenida

    en su todo y apresada en el instante mismo! Esa Hora amasada con desvelos,

    inquietudes y esperanzas... y con sangre... Esa Hora, estaba en nuestras

    manos y las manos no han sido capaces de retenerla. Esa Hora se ha perdido

    cuando cobraba forma. Cuando se converta en imagen imperecedera. Esa

    Hora...! La nica...! Tal vez la ltima! Estaba en nuestras manos y de ellas se

    ha escurrido como se escurre el agua o se escurre la arena... Como se

    dispersan las hebras que se desatan. Algo irreparable se ha perdido en esa

    Hora. Algo que la acerca a su propia muerte...

    Corta sus frases, cierra los ojos y queda pensativo. Su silencio se

    aposenta en los ngulos de la habitacin.

    Me da la impresin de que a sus pies se abriera un abismo de siglos o

    que un mundo abyecto lo aplastara.

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    Se refugia en su aliento y contina. Sus palabras son un reproche

    amargo.

    - Lo que se pierde ya no se encuentra ms. Lo que una vez sucede no

    vuelve a suceder. La Hora...! Esa hora! Esa misma Hora no se repetir

    jams...! No se repetir nunca ms. Nunca ms! Esa Hora era algo que

    hubiera tenido nombre sino se hubiera malogrado en el preciso instante. Esa

    Hora se ha soltado del borde y ha resbalado...

    Esa Hora ha naufragado bajo las estrellas!

    Sus labios tiemblan y nuevamente calla. Se lleva la mano a la frente como

    si quisiera borrar lo que en ella bulle. Su silencio es una resonancia.

    Quedamente sus palabras vuelven. Amargamente se desprenden...

    - Es imposible poner lmite a la ambicin desmedida que existe! A la

    ambicin de esos que desprestigian la revolucin. El ansia irresistible del poder

    los ha cegado y los extrava... El poder los ofusca, los trastorna... Parece que

    el tiempo se hubiera revertido y que la historia se repitiera...! Hemos censurado

    la corrupcin... y ahora... se medra al amparo de la corrupcin... estamos

    cayendo en todo lo que hemos reprobado... Hemos condenado la venalidad

    poltica y giramos dentro de una poltica venal... que conduce al soborno, a la

    coima, a los negociados especulativos e inescrupulosos... negociados nada

    limpios... inducidos por el descaro, la turbiedad, la desfachatez...

    Cambia el tono de su voz y exclama: Cuntos muertos

    desconsoladamente sacrificados! Qu desesperacin saber que nada queda

    por hacer...!

    La sombra expresin de su mirada me conmueve.

    - Soy testigo de mi tiempo! exclama - Soy testigo de su

    desgarramiento! Vivo posedo de lo nuestro... de nuestras ideas y de nuestros

    anhelos y de todo lo imaginable que no ha alcanzado a concretar su forma.

    Sufriendo por lo irrealizable de lo ideado. La Hora destinada a manipular y

    conducir un destino... un gran destino ha sido alterado, trastrocado... por esos...

    por esos que desprestigian la revolucin... Ahora es tarde, como casi siempre...

    Se haba necesitado ms de una voluntad para enderezar el cauce del ro, que

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    hoy, retoma su antiguo re-ho-yo... Se ha revertido el tiempo! Es un retorno a

    todo aquello que hemos censurado... Es triste ver como cae ms bajo que aos

    atrs...

    La decepcin destrua su noble espritu. Se hallaba ensimismado en sus

    ideas.

    Luego como si despejara de su mente esas ideas en los ojos me mira. En

    los suyos fulgura un extrao reflejo. Sus pupilas irradian.

    Posa sobre mis hombros sus dos manos

    Puntualiza en el aire algunas frases.

    - Hijo! No te has equivocado. Nuestra historia es una trayectoria de

    lodo... y de sangre... Esa es nuestra historia... es... y seguir siendo...

    Pero existe una historia limpia, transparente... la historia de mi vida...

    Tienes motivo de levantar la frente... tienes motivo...

    Sus manos abandonan mis hombros. Sus brazos pesadamente se

    descuelgan.

    Nuevamente se hunde en sus pensamientos. No me atrevo a quebrar su

    silencio.

    Me doy cuenta del desgarramiento de su espritu.

    Los ltimos reflejos de la tarde destacan su figura en el claro oscuro de la

    penumbra de la habitacin y en la tenue luz que plida se filtra atravesando los

    cristales de la ventana. Debajo del dintel se dibuja su forma.

    Lo miro largamente. Contemplo su figura: La imagen del orgullo... pero

    con la cabeza gacha.

    Lo intuyo. Lo comprendo. Lo admiro.

    Despus de algn tiempo renuncia al M.N.R. Deja la poltica

    completamente decepcionado.

    Cuelgo el auricular del telfono terminando de hablar.

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    - No comprendo por qu a ltimo momento ha cambiado de idea. No

    entiendo protesto en alta voz golpendome la frente.

    - Qu es lo que no entiendes? me pregunta mi padre que acierta a

    pasar junto a m y escucha mi exclamacin...

    - No entiendo por qu Eduardo a ltimo momento se ha decidido por el

    estudio de las Finanzas si ambos habamos acordado ingresar a la universidad

    optando por el estudio de Las Leyes... No me entra a la cabeza este su

    proceder... Es una deslealtad!

    - No lo tomes as. Es muy probable que a ltimo momento se haya dado

    cuenta de que no tiene disposiciones para estudiar Derecho y que ms le

    conviene Finanzas. Es lgico y razonable que hubiera cambiado de parecer

    antes de decidirse por algo a lo que no se halla predispuesto... No lo tomes

    como una deslealtad.

    - En realidad, lo que no me agrada de todo esto, es, que por primera vez

    en la vida nuestras ideas no coinciden... y esto me decepciona.

    -Tampoco lo tomes por ese lado. Ustedes ya son hombres y las cosas

    cambian. Cada uno tiene su propia personalidad. Tienes que convencerte que

    todos somos mundos diferentes y Eduardo y t son totalmente distintos...

    - Eso s que no! le interrumpo T no nos conoces, tenemos las

    mismas inquietudes, nos animan los mismos sentimientos. Esta es la nica vez

    que nuestras ideas no coinciden.

    - La nica? no querido hijo la primera.

    - Por qu lo afirmas con tanta seguridad?

    - La experiencia habla por m. Y a ti, el tiempo te convencer. Pero no te

    preocupes, es un asunto sin importancia. Cada uno tiene sus propios puntos de

    vista, esto no quiere decir que van a dejar de ser amigos. Todo cambia en la

    vida hijo, todos cambiamos.

    Dndome unas amigables palmadas en la espalda deja el dilogo

    cortado.

    Sus palabras me dejan desconcertado. Siento como si algo se

    desprendiera sin que pudiera definir de qu lugar de mi ser se desprenda.

    Present un no s qu... que se alejaba o que se encontraba prximo a

    caer.

    No puede ser, me dije, como alejando de mi mente ese pensamiento.

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    Mi padre se diriga a su escritorio.

    Yo qued pensativo colocado en un punto esttico sin poder avanzar ni

    retroceder.

    La universidad

    producto del propio ambiente entraa una problemtica de continuas

    contradicciones. Cada hecho inmerso en el momento actual crea una confusin

    que se hace difcil clarificar. El pueblo no tiene las luces suficientes para captar

    lo que sucede. La universidad constituye el centro de gravedad de las

    circunstancias por la que atraviesa el pueblo. La juventud, conciente de su

    fuerza, abiertamente la manifiesta y por ser metafsica no puede prever las

    consecuencias de sus actos y al pretender remediar algunos desaciertos de los

    gobernantes slo consigue intensificar el caos y el desorden.

    Pretender reprimir las ideas de los universitarios usando la violencia es un

    desatino.

    A la fuerza violenta de la represin, la juventud responde con la violencia.

    Se suscitan disturbios. Huelgas que adquieren proporciones inesperadas,

    que se prolongan ms all de lo previsto.

    La situacin en las universidades se torna delicada.

    Semanas y semanas de estudios suspendidos que se prolongan hasta no

    se sabe cundo.

    Los estudiantes que tienen las posibilidades econmicas para salir del

    pas a continuar sus estudios en colegios y universidades del exterior...

    emigran...

    Ha sido ste el momento en que por primera vez se ha realizado un

    xodo de juventud hacia otros pases. Drenando y trasegando posteriormente

    ao tras ao, la savia vivificadora de las nuevas generaciones, restando as, el

    concurso al propio suelo que no haba sido capaz de entenderlos ni retenerlos.

    (Las consecuencias de ese proceso emigratorio se vern en las elecciones de

    la poltica de 1979-1980 a las que se presentaron nicamente polticos

    gastados).

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    El xodo se lleva a muchos de nuestros compaeros de estudio.

    Eduardo y yo quedamos. Por qu?

    Hay leyes de la casualidad que no podemos discernir.

    Alguien ha dicho: LA REVOLUCIN DEVORA A SUS HIJOS.

    Los hijos de la grandiosa Revolucin de Abril... se devoran entre ellos.

    Qu final! Que final! Para tan gran designio!

    Sobreviene el ocaso de los astros fugaces. Asoma el tiempo de la

    desercin. Se anticipa la accin de las ocultas disidencias. Se precipita el

    drama. Se decapitan las figuras, los smbolos, la metfora. En las paredes

    escupe el insulto que se lanzan recprocamente los altos jerarcas del partido.

    El aire se enturbia. Est podrido. Todo est mancillado.

    El alba lacerada se estremece estampada en los muros.

    Fragmentos de victoria se desparraman por el suelo.

    La incertidumbre asoma. La duda crece expectante.

    Inconexa la realidad. Trastornados el comienzo y el fin. El tiempo gira

    incontenible.

    Se difuminan los contornos del da. Se vaca la luz. Demasiado tarde para

    mirar claro.

    Todo se desmorona. Nada est en su lugar.

    El horizonte se tie de negro.

    El cielo ensombrecido y bajo el peso de una lpida.

    El partido ms popular. Ms potente. Ms representativo. Ms fuerte:

    Vencimos porque no podan vencernos. Se viene abajo. Se fracciona. Se

    desintegra. Se descompone. Se auto elimina. Se autodestruye. Se au-to-des-

    tru-ye!

    Su armazn, su estructura levantada con el impulso de las voluntades,

    con el mpetu de construir... se tambalea. El andamiaje cruje, oscila, se viene

    abajo.

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    El alto batiente del rbol queda de pie. De pie. Solo y sin amigos. El rbol

    que no afronta su destino se desgaja. Se abate. Se aniquila.

    De pie escucha el desgajarse de sus ramas, el caer y el revolcarse de sus

    hojas.

    De pie. Solo y sin amigos. Como una talla oscura.

    Surge lo que l se negaba a mirar. Lo que se obstinaba en no admitir.

    Se alza el que ya estaba all. El