calígula, convseraciones con la luna
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Adaptación del texto de Calígula para una reinterpetación escénica del mito de CalígulaTRANSCRIPT
Calígula, conversaciones con la luna Texto y dirección de Juan Cristóbal Castillo.
Paráfrasis teatral inspirada en la vida y obra del personaje histórico según el libro de investigación histórica y arqueológica de María Grazia Siliato “Calígula. Il mistero di due navi sepolte in un lago. Il sogno perduto di un imperatore” y la obra teatral “Calígula” de Albert Camus.
Personajes:
Calígula
Cesonia
Escipión
Quereas
Helikon
Senecto
Lugar:
Un espacio vacío donde existe una mesa, sillas y un espejo. Al fondo, en medio del ciclorama, una antorcha romana.
Tiempo:
Indefinido
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Acto único
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La Luna
LA ESCENA PERMANECE VACÍA1 UNOS INSTANTES. CALÍGULA ENTRA. TIENE EXPRESIÓN TRISTE Y MELANCÓLICA, ESTÁ SUCIO, CON EL
PELO EMPAPADO Y LAS PIERNAS MANCHADAS. SE LLEVA VARIAS VECES
LA MANO A LA BOCA. SE ACERCA AL ESPEJO, DETENIÉNDOSE EN CUANTO
VE SU PROPIA IMAGEN. BALBUCEA PALABRAS CONFUSAS, PAUSA.
HELIKON ENTRA POR LA IZQUIERDA. AL VER A CALÍGULA SE DETIENE EN
EL EXTREMO DEL ESCENARIO Y LO OBSERVA. CALÍGULA SE VUELVE.
AMBOS SE MIRAN POR UN INSTANTE EN SILENCIO.
HELIKON: ¿Nada?
CALÍGULA: ¡Nada!
SILENCIO.
HELIKON: Te ves cansado.
CALÍGULA: He caminado mucho.
HELIKON: Tu ausencia duró largo tiempo.
SILENCIO.
CALÍGULA: Era difícil de encontrar.
1 La obra también puede empezar de otras dos formas: a) Al encenderse las luces, Calígula está ya en el escenario realizando alguna acción. b) La acción empieza con Calígula y Helikon observándose, como si la plática ya hubiera iniciado. El texto se retomaría desde que Helikon dice: Te ves cansado.
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HELIKON: ¿Qué cosa?
CALÍGULA: La luna.
HELIKON: ¿Qué?
CALÍGULA: (NATURAL) La luna.
HELIKON: ¿De qué hablas?
CALÍGULA: ¡La luna! ¡Quería la luna!
SILENCIO.
HELIKON: ¿Para qué?
CALÍGULA: Bueno, es una de las cosas que no tengo.
HELIKON: Claro. (PAUSA) ¿Y qué pasó?
CALÍGULA: No pude conseguirla. (PAUSA) Por eso estoy cansado.
(PAUSA LARGA) ¡Helikon!
HELIKON: ¿Sí, Cayo?
CALÍGULA: Piensas que estoy loco.
HELIKON: Sabes que nunca pienso.
CALÍGULA: Pero no estoy loco. ¿Y sabes qué? Nunca he estado más
cuerdo. Simplemente sentí, de pronto, una necesidad de lo imposible. (PAUSA)
Las cosas tal como son, no me parecen satisfactorias.
HELIKON: Es una idea bastante popular.
CALÍGULA: ¡Es cierto! Pero antes no lo sabía. Ahora lo sé. El mundo tal
como está, resulta insoportable. Por eso necesito la luna, o la dicha o la
inmortalidad, o cualquier cosa absurda pero que no sea de este mundo.
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HELIKON: Es un razonamiento con buenas bases, pero creo que no es
posible sostenerlo hasta el fin.
UN SILENCIO.
CALÍGULA: Sé lo que piensas. Pero no es eso. (PAUSA) Recuerdo que
hace unos días murió una mujer a quien yo amaba. ¿Pero qué es el amor? ¡Poca
cosa! Esa muerte no significa nada, te lo juro: sólo es señal de una verdad que me
hace necesaria la luna. Es una verdad muy simple y muy clara, un poco tonta,
pero difícil de revelarse y pesada de llevar.
HELIKON: ¿Y cuál es esa verdad?
CALÍGULA: Los hombres mueren y no son felices.
HELIKON: Vamos, Cayo, es una verdad a la que nos acomodamos muy
bien. ¡Mira a tu alrededor! No es eso lo que les impide almorzar.
CALÍGULA: (ESTALLANDO) ¡Entonces todo a mi alrededor es mentira! Y
yo quiero que vivamos en la verdad. Y justamente tengo los medios para hacerlos
vivir en la verdad. Porque sé lo que les falta, Helikon. Están privados de
conocimiento y les falta un profesor que sepa lo que dice.
HELIKON: No te ofendas, Cayo, por lo que voy a decirte. Pero deberías
descansar primero.
CALÍGULA: (CON DULZURA). No es posible, Helikon, ya nunca será
posible.
HELIKON: ¿Y por qué no?
SE ESCUCHAN RUIDOS DE PERSONAS QUE SE ACERCAN.
CALÍGULA: ¡Escucha!, guarda silencio y olvida que acabas de verme.
HELIKON: Comprendo.
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CALÍGULA SE DIRIGE HACIA LA SALIDA. SE VUELVE.
CALÍGULA: Y te lo ruego: a partir de ahora, ayúdame.
HELIKON: No tengo razones para no hacerlo, Cayo. Pero sé pocas
cosas y pocas cosas me interesan. ¿En qué puedo ayudarte?
CALÍGULA: En lo imposible.
HELIKON: Haré lo que pueda.
CALÍGULA SALE.
—2—
Cayo, un idealista
ENTRAN RÁPIDAMENTE ESCIPIÓN Y CESONIA.
ESCIPIÓN: No hay nadie. ¿No le viste, Helikon?
HELIKON: No.
CESONIA: (A HELIKON) ¿De verdad no te dijo nada antes de escapar?
HELIKON: No soy su confidente. Soy su espectador. Es más prudente.
CESONIA: (EN SÚPLICA) ¡Por favor!
HELIKON: Querida Cesonia, Cayo es un idealista, todo el mundo lo
sabe. Sigue su idea, eso es todo. Y nadie puede saber a dónde lo llevará. ¡Y si me
lo permites, el almuerzo!
HELIKON SALE. PAUSA. CESONIA CAE EN UNA SILLA.
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CESONIA: Un guardia lo vio pasar. Pero Roma entera ve a Calígula por
todas partes. Y Calígula sólo ve su idea.
ESCIPIÓN: ¿Qué idea?
CESONIA: ¿Cómo puedo saberlo yo, Escipión?
ESCIPIÓN: ¿Drusila?
CESONIA: ¿Quién puede decirlo? Pero en verdad la quería. (PAUSA)
Es duro ver morir hoy lo que ayer estrechábamos en los brazos.
ESCIPIÓN: (PAUSA. TÍMIDO) ¿Y tú?
CESONIA: Soy agua pasada.
ESCIPIÓN: ¡Cesonia, hay que salvarlo!
CESONIA: ¿Así que lo amas?
ESCIPIÓN: Lo amo. Era bueno conmigo. Me alentaba y sé de memoria
ciertas palabras suyas. Me decía que la vida no es fácil, pero que están la religión,
el arte… ¡y el amor que inspiramos! (PAUSA) Repetía a menudo que hacer sufrir
es la única manera de equivocarse. Quería ser un hombre justo.
CESONIA SE LEVANTA Y SE DIRIGE HACIA EL ESPEJO. SE MIRA.
CESONIA: Era un niño. Nunca tuvo otro dios que mi cuerpo y a este dios
quisiera rezar hoy para que Cayo me fuese devuelto.
—3—
El Tesoro
ENTRA CALÍGULA. AL VER A CESONIA Y A ESCIPIÓN, TITUBEA Y
RETROCEDE. CESONIA SE VUELVE. ELLA Y ESCIPIÓN CORREN HACIA
CALÍGULA. EL LOS DETIENE CON UN GESTO. UN SILENCIO. CALÍGULA
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CAMINA LENTAMENTE HACIA UNA SILLA Y SE SIENTA PENSATIVO.
APARECE SENECTO. SU PRESENCIA IMPONE RESPETO A CESONIA Y
ESCIPIÓN.
SENECTO: (INSEGURO) Te… te buscábamos, César.
CALÍGULA: (SECO) Ya lo veo.
SENECTO: Nosotros… es decir…
CALÍGULA: (BRUTAL) ¿Qué quieres?
SENECTO: Estábamos preocupados, César.
CALÍGULA: ¿Con qué derecho?
UN SILENCIO LARGO.
SENECTO: ¡En fin!, de cualquier forma, bien sabes que debes arreglar
algunas cuestiones concernientes al Tesoro Público.
CALÍGULA: (CON UNA CARCAJADA ABIERTA) ¿El Tesoro? ¡Pero es
cierto! ¡Claro! El Tesoro. Es fundamental.
SENECTO: Cierto, César.
CALÍGULA: (SIEMPRE RIENDO, A CESONIA) ¿No es verdad, querida,
que es muy importante el Tesoro?
CESONIA: No, Calígula, es una cuestión secundaria.
CALÍGULA: No entiendes nada. El Tesoro tiene un poderoso interés.
Todo es importante; ¡las finanzas, la moral pública, la política exterior, el
abastecimiento del ejército y las leyes agrarias! Todo es fundamental. Todo está
en el mismo plano: la grandeza de Roma y tus crisis de artritismo. ¡Ah! Me
ocuparé de todo. Escúchame, Senecto.
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SENECTO: Te escucho.
CALÍGULA: Me eres fiel, ¿verdad?
SENECTO: (REPROCHANDO) ¡César!
CALÍGULA: Bueno, pues tengo un plan que proponerte. Vamos a
revolucionar la economía política en dos tiempos. Escúchame bien. Primer tiempo.
Todos los patricios, todas las personas del Imperio que dispongan de cierta
fortuna —pequeña o grande, es exactamente lo mismo— están obligados a
desheredar a sus hijos y ceder todo su patrimonio al Estado.
SENECTO: Pero César…
CALÍGULA: No te he concedido aún la palabra. Conforme a nuestras
necesidades, haremos morir a esas personalidades políticas siguiendo el orden de
una lista establecida arbitrariamente. Llegado el momento podremos modificar ese
orden, siempre arbitrariamente. ¡Y heredaremos! El orden de las ejecuciones no
tiene ninguna importancia. O más bien, esas ejecuciones tienen, todas, la misma
importancia; lo que demuestra que no la tienen. Son tan culpables unos como
otros. (CON RUDEZA.) Ejecutarás esas órdenes sin tardanza. Todos los
habitantes de Roma firmarán los testamentos esta noche. En un mes, a más
tardar, los de provincias. ¡Envía correos!
SENECTO DIRIGE LA MIRADA A ESCIPIÓN Y LUEGO A CESONIA,
ALTERNATIVAMENTE TRATANDO DE ENCONTRAR UNA EXPLICACIÓN. EL
PRIMERO, IMPRESIONADO, NO DA CRÉDITO A LO QUE HA ESCUCHADO. LA
SEGUNDA, DEJÁNDOSE CAER EN UNA SILLA, TRATA DE DOMINARSE EN
UNA ACTITUD NEUTRA QUE OCULTA EL DOLOR Y LA CRECIENTE
ANGUSTIA QUE LE PROVOCAN LAS PALABRAS DE CALÍGULA.
SENECTO: Cesar, no te das cuenta…
CALÍGULA: (AGRESIVO) ¡Escúchame bien, imbécil! Si el Tesoro tiene
importancia, la vida humana no la tiene. Está claro. Todos los que piensan como
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tú deben admitir este razonamiento y considerar que la vida no vale nada, ya que
el dinero lo es todo. Mientras tanto, yo he decidido ser lógico, y como tengo el
poder, verán lo que les costará esa lógica. Exterminaré a los opositores y la
oposición. Si es necesario, empezaré por ti.
SENECTO: (OBEDIENTE) César, mi buena voluntad no admite duda, te
lo juro.
CALÍGULA: Ni la mía, puedes creerme. La prueba es que consiente en
adoptar tu punto de vista y considerar el Tesoro público como un objeto de
meditación. En suma, agradéceme, pues intervengo en tu juego y utilizo tus
cartas. (PAUSA, LUEGO, CON CALMA.) Además, mi plan, por su sencillez, es
genial, lo cual cierra el debate.
CALÍGULA SE LEVANTA Y CAMINA HACIA SENECTO AMENAZANTE.
CALÍGULA: (TONO CARIÑOSO BURLÓN) Tienes tres segundos para
desaparecer, preciosa. Cuento: uno...
SENECTO SALE RÁPIDAMENTE HACIENDO UNA REVERENCIA.
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La Libertad
CESONIA ENFRENTA CON LA MIRADA A CALÍGULA.
CESONIA: (ESTALLANDO) ¡No te reconozco! Es una broma,
¿verdad?
CALÍGULA: No exactamente, Cesonia. Es pedagogía.
ESCIPIÓN: ¡No es posible, Cayo!
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CALÍGULA: ¡Justamente!
UN SILENCIO. ESCIPIÓN, DERROTADO, SE SIENTA EN UNA SILLA
CERCA DE CESONIA. HABLA A CALÍGULA SIN VERLO DIRECTAMENTE.
ESCIPIÓN: No te comprendo.
CALÍGULA: Es muy simple. Se trata de lo que no es posible. O más bien,
de hacer posible lo que no lo es.
ESCIPIÓN: Pero ese juego no tiene límites. Es la diversión de un loco.
CALÍGULA: (SONRIENDO) No, Escipión, es la virtud de un emperador.
CALÍGULA SE COLOCA ATRÁS DE LOS OTROS QUE HUYEN SU
MIRADA. SE INCLINA UN POCO Y LOS RODEA POR LOS HOMBROS EN
ACTITUD PATERNALISTA.
CALÍGULA: ¡Hijos míos! Acabo de comprender por fin la utilidad del
poder. Da oportunidades a lo imposible.De ahora en adelante, mi libertad no
tendrá fronteras.
CESONIA: (TRISTEMENTE). No sé si hay que alegrarse, Cayo.
CALÍGULA SE APARTA DE LOS OTROS. SILENCIO.
CALÍGULA: Yo tampoco lo sé.
ENTRA QUEREAS. CALÍGULA LO MIRA CON EXPRESIÓN NEUTRA.
QUEREAS: Supe de tu regreso. Ruego encarecidamente por tu salud.
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CALÍGULA: Mi salud te lo agradece. (PAUSA) Vete, Quereas, no quiero
verte.
QUEREAS: Me sorprendes, Cayo.
CALÍGULA: No te sorprendas. No me gustan los de tu calaña y no puedo
soportar la mentira.
QUEREAS: Si mentimos, es sin saberlo muchas veces. No me considero
culpable.
CALÍGULA: La mentira nunca es inocente. Y la de ustedes le da
importancia a los seres y a las cosas. Eso es lo que no puedo perdonarles.
QUEREAS: Sin embargo, no hay más remedio que hablar a favor de este
mundo, si queremos vivir en él.
CALÍGULA: No es necesario, la causa está juzgada. Este mundo no tiene
importancia, y quien así lo entienda conquista su libertad. Y en verdad les digo:
¡los detesto porque no son libres! En todo el Imperio romano soy el único libre.
(PAUSA. SONRIENDO) ¡Alégrense!, por fin ha llegado un emperador que les
mostrará la libertad.
CALÍGULA SE DEJA CAER EN UNA SILLA. PAUSA. LLORA
SILENCIOSAMENTE.
CALÍGULA: ¡Vete, Quereas, y tú también, Escipión! ¡Informar a Roma
que le ha sido restituida la libertad y que con ella empieza una gran prueba!
SALEN QUEREAS Y ESCIPIÓN INCÓMODOS HACIENDO UNA
REVERENCIA. CESONIA OBSERVA A CALÍGULA POR UN MOMENTO CON
EXPRESIÓN NEUTRA.
CESONIA: ¿Lloras?
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CALÍGULA: Sí, Cesonia.
CESONIA: ¿Por qué?, ¿qué ha cambiado? (PAUSA. REFLEXIVA) Es
cierto que amabas a Drusila, la amabas al mismo tiempo que a mí y a muchas
otras. Pero no creo que su muerte te arroje tres días y tres noches al campo y te
devuelva con ese rostro enemigo.
CALÍGULA: (APASIONADO) ¡¿Y quién habla de Drusila?! ¡¿No puedes
imaginar que un hombre llore por algo que no sea amor?!
CESONIA: Perdón, Cayo. Trato de comprender.
CALÍGULA: Los hombres lloran porque las cosas no son lo que deberían
ser.
UN SILENCIO. ELLA SE LE ACERCA, PERO CALÍGULA LA DETIENE
CON UN MOVIMIENTO DE MANO. CESONIA SE DISPONE A IRSE.
CALÍGULA: ¡No te vayas! Quédate cerca.
CESONIA: Haré lo que quieras. A mi edad se sabe que la vida no es
buena. Pero si existe maldad en la tierra, ¿cuál es el motivo de aumentarla?
CALÍGULA: No comprendes. (PAUSA. APASIONADO) Cesonia, yo
sabía que era posible estar desesperado, pero ignoraba el significado de esta
palabra. Creía, como todo el mundo, que era una enfermedad del alma. Pero no,
el cuerpo es el que sufre. Me duele la piel, el pecho, los brazos, las piernas. Tengo
la cabeza vacía y el estómago revuelto. Y lo más terrible es este gusto en la boca.
Ni de sangre, ni de muerte, ni de fiebre, sino de todo a la vez. Basta que mueva la
lengua para que todo se ponga negro y todo me de asco. ¡Qué duro, qué amargo
es hacerse hombre!
CESONIA: Hay que dormir, dormir mucho, dejarse llevar y no pensar.
Velaré tu sueño. Al despertar, el mundo recobrará su sabor para ti. Que tu poder
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sirva entonces para amar lo que aún puede ser amado. Lo posible también
merece una oportunidad.
CALÍGULA: Pero para eso se necesita la despreocupación, la
indiferencia.
CESONIA: Es lo que uno cree cuando está rendido de fatiga. ¡Por favor!
¡Descansa! ¡Busca el sueño!
CALÍGULA: ¡Dime! ¿De qué me sirve todo mi poder si no puedo cambiar
el orden de las cosas, si no puedo hacer que el sol se ponga por el este, que el
sufrimiento se extinga y que los que nacen no mueran? No, Cesonia, me da igual
dormir o permanecer despierto si no tengo influencia sobre el orden de este
mundo.
CESONIA: Pero eso es querer igualarse a los dioses. ¡No conozco
locura peor!
CALÍGULA: (CON DESPRECIO) ¿Qué es un dios para que yo desee
igualarme a él? Lo que deseo hoy con todas mis fuerzas está por encima de los
dioses. Tomo a mi cargo un reino donde lo imposible es rey.
CESONIA: No podrás hacer que el cielo no sea cielo, que un rostro
hermoso se vuelva feo, un corazón humano, insensible.
CALÍGULA: (CON EXALTACIÓN CRECIENTE) Quiero mezclar el cielo
con el mar, confundir fealdad y belleza, hacer brotar la risa del sufrimiento.
CESONIA: (SUPLICANTE) Hay lo bueno y lo malo, lo grande y lo bajo,
lo justo y lo injusto. Te aseguro que todo esto no cambiará.
CALÍGULA: Mi voluntad es cambiarlo. Daré a este siglo el don de la
igualdad. Y cuando todo esté nivelado, lo imposible al fin en la tierra, la luna en
mis manos, entonces quizá yo mismo esté transformado y el mundo conmigo;
entonces, al fin, los hombres no morirán y serán dichosos.
CESONIA: (GRITANDO) No podrás negar el amor.
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CALÍGULA: (ESTALLANDO Y CON VOZ LLENA DE RABIA). ¡El amor,
Cesonia! He aprendido que no es nada. Senecto tiene razón: ¡el Tesoro público!
Lo oíste, ¿verdad? Todo empieza con eso. ¡Dinero, dinero y más dinero! ¡Por fin
voy a vivir ahora! Vivir, Cesonia, vivir es lo contrario de amar. Te lo digo yo y te
invito a una fiesta sin medida, a un proceso gradual de descomposición, al más
bello de los espectáculos. Y necesito gente, espectadores, víctimas y culpables. ¡Sí! ¡Necesito culpables! ¡Y todos lo son! (RIENDO) ¡Les mostraré lo que nunca
han visto, el único hombre libre de este imperio! (CON EUFORIA) Y tú, Cesonia,
me obedecerás. Me ayudarás siempre. Será maravilloso. Jura que me ayudarás,
Cesonia.
CESONIA: (ENAJENADA). No necesito jurar, porque te amo.
CALÍGULA: Harás todo lo que te diga.
CESONIA: Todo, Calígula, pero detente.
CALÍGULA: Serás cruel.
CESONIA: (LLORANDO). Cruel.
CESONIA: Fría e despiadada.
CESONIA: Despiadada.
CALÍGULA: También sufrirás.
CESONIA: Sí, Calígula, pero enloquezco.
UN SILENCIO LARGO. CALÍGULA SE VA ACERCANDO LENTAMENTE
AL ESPEJO. SE OBSERVA DETENIDAMENTE CON TRISTEZA.
CALÍGULA: ¡Ven! ¡Acércate!
CESONIA PERMANECE EN SU SITIO PARALIZADA DE TEMOR.
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CALÍGULA: ¡Te ordeno que te acerques! (GRITA DESAFORADAMENTE)
¡Un emperador exige que te acerques!
CESONIA SE ACERCA LENTAMENTE A ÉL Y SE DETIENE A SUS
ESPALDAS.
CALÍGULA: (DESPUÉS DE UNA PAUSA. RÍE) ¡Nada! ¿Ya ves? Ni un
recuerdo. (PAUSA) Todos los rostros han huido. ¡Nada, nada más! Pero algo
queda. ¿Sabes qué? ¡Acércate un poco más! ¡Mira!
CESONIA SE ACERCA UN POCO MÁS. VIOLENTAMENTE, SIN
VOLVERSE, CALÍGULA LA TOMA DEL CUELLO Y LA OBLIGA A PEGARSE A
SU CUERPO PARA QUE OBSERVE EL ESPEJO.
CALÍGULA: ¿Qué ves?
CESONIA: (CON ESPANTO) ¡Calígula!
CALÍGULA LA SUELTA Y SE ALEJA. CESONIA SIGUE OBSERVANDO
SU REFLEJO CON TERROR. CALÍGULA SE DETIENE. AMBOS SE MIRAN
FIJAMENTE EN EL ESPEJO.
CALÍGULA: (NATURAL) Calígula.
Oscuro.
—5—
Los hombres mueren y no son felices
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AL REGRESAR DEL OSCURO. VEMOS, EN TERCER TÉRMINO, A
SENECTO QUE, DE PIE, FRENTE A UNA SILLA, LANZA UNA MIRADA FÚRICA.
EN PRIMER TÉRMINO, APARECE QUEREAS Y HABLA AL PÚBLICO.
QUEREAS:2 Pasaron tres años en los que Calígula se entregó a la tarea
de demostrarnos su filosofía. Según íbamos comprendiendo, lo que quería
transmitirnos a través de sus actos, aquella visión no era nada sencilla de ver.
(PAUSA) Por otro lado, se debe apuntalar, Calígula había perdido a su amante.
¡Su hermana-amante Drusila! Trágicamente hablando, la muerte de una sola
persona… una persona querida…. es el lugar desde donde se hace visible la
presencia universal del horror en el mundo. Porque las cosas tal como son, no nos
parecen satisfactorias. (PAUSA) Porque los hombres mueren y no son felices.
Calígula entonces tomo conciencia de que la vida humana posee para la realidad
un significado muy concreto: nada. (PAUSA) Comenzó por insultar la dignidad de
todos los patricios. Los hizo correr todas las noches alrededor de su litera mientras
salíamos juntos a pasear por el campo. (BURLÓN) ¿La justificación? El ejercicio
es bueno para salud, de manera que, en su mandato, no había nada que los
perjudicara. (PAUSA) ¡Yo lo apoyé!
APARECE ESCIPIÓN EN OTRO PUNTO DEL ESPACIO.
ESCIPIÓN: Confiscó los bienes de Patricio. Raptó a la mujer de Octavio
y ahora la hace trabajar en su prostíbulo. Mató al hijo de Lépido y… asesinó a mi
padre. (PAUSA) Al hacerlo, eligió por mí.
—6—
El verdadero enemigo
2 Este monólogo se puede ampliar para dar más datos de la existencia trágica de Calígula.
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LA ESCENA ENTRE QUEREAS Y SENECTO SE DESCONGELA, ESTE
ÚLTIMO, ENFURECIDO, ARROJA UNA SILLA Y GOLPEA LA MESA. ESCIPIÓN
SE ACERCA LENTAMENTE A ELLOS.
SENECTO: ¡Me llama mujercita! ¡Me pone en ridículo! Es un cobarde, un
cínico, un comediante, impotente. Yo y los demás patricios estamos dispuestos a
lo que sea. ¡Muera!
QUEREAS: (TRANQUILO) Comprendo. Pero, ¿crees que los dejará
entrar?
SENECTO: No es cuestión de pedir permiso.
UN SILENCIO. ESCIPIÓN LLEGA CERCA DE LOS OTROS. QUEREAS
SE LEVANTA Y SE ALEJA UN POCO DANDO LA ESPALDA.
QUEREAS: No es tan fácil como creen, amigos míos. El miedo que
sienten no les sirve para alimentar su coraje y la sangre fría que se necesita. Todo
esto es prematuro.
SENECTO: Si no estás con nosotros, está bien. Pero cierra la boca.
QUEREAS: Sin embargo, creo que estoy con ustedes. Pero no por las
mismas razones.
ESCIPIÓN: (INSEGURO) ¡Basta de plática!
QUEREAS SE LEVANTA DECIDIDO.
QUEREAS: ¡Sí, basta de plática, quiero las cosas claras! Porque, aunque
estoy con ustedes, no estoy por ustedes. Su método no parece bueno. No han
podido reconocer al verdadero enemigo ya que creen que sus motivos son
pequeños. Pero, en realidad, sus motivos son grandes y los está llevando a la
perdición. Hay que verlo ante todo como es y podremos combatirlo mejor.
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SENECTO: Lo vemos como es: ¡el más desquiciado de los tiranos!
QUEREAS: ¡No! ¡Ya conocimos emperadores locos! ¡Pero este no es tan
loco! Y lo detesto, pues sabe lo que quiere.
SENECTO: Quiere la muerte de todos nosotros.
QUEREAS: No, porque eso es secundario. Pone su poder al servicio de
una pasión más elevada y mortal, nos amenaza en lo más profundo que tenemos.
Y sin duda no es la primera vez que entre nosotros un hombre dispone de poder
sin límites, pero por primera vez lo utiliza sin límites, hasta negar el hombre y el
mundo. Eso es lo que me aterra en él y lo que quiero combatir. Perder la vida es
poca cosa, y no me faltará valor cuando sea necesario. Pero ver cómo desaparece
el sentido de esta vida, la razón de nuestra existencia es insoportable. No se
puede vivir sin razones.
SENECTO: La venganza es una razón.
QUEREAS: Sí, y la compartiré con ustedes. Pero sepan que no lo hago
para ponerme de parte de sus pequeñas humillaciones. Lo hago para luchar
contra una gran idea cuya victoria significaría el fin del mundo. Puedo admitir que
los pongan en ridículo; pero no puedo aceptar que Calígula haga lo que sueña y
todo lo que sueña. Transforma su filosofía en cadáveres, y para desgracia nuestra,
es una filosofía sin objeciones. No queda otro remedio que golpear cuando la
refutación no es posible.
SENECTO: Entonces, hay que obrar.
QUEREAS: Hay que obrar. Pero no destruirán esa potencia injusta tan
sólo afrontándola mientras está en pleno vigor. Se puede combatir la tiranía, pero
hay que emplear astucia con la maldad desinteresada. Es preciso seguirle la
corriente, esperar que la lógica se convierta en demencia. Pero se los repito una, y
le soy muy honesto, estoy con ustedes sólo en esto. No serviré después ninguno
de sus intereses, nada más deseo recobrar la paz en un mundo de nuevo
coherente. No me mueve la ambición, sino un miedo razonable; el miedo a esa
exaltación inhumana ante el cual mi vida no es nada.
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SENECTO: Creo haber comprendido, más o menos. Pero lo esencial es
que, en tu opinión, como en la nuestra, las bases de la sociedad están minadas.
Para nosotros, ¿verdad?, la cuestión es ante todo moral. La familia tiembla, el
respeto al trabajo se pierde, la patria entera está entregada a la blasfemia. La
virtud nos pide socorro: ¿nos negaremos a escucharla? (PAUSA) Has hablado
bien. Es demasiado pronto para obrar, el pueblo aún estaría contra nosotros.
UN SILENCIO.
QUEREAS: Dejemos que Calígula continúe. Es más, ¡alentémoslo!
Edifiquemos su locura. Llegará el día en que esté solo frente a un imperio de
muertos y parientes de muertos.
ENTRAN CALÍGULA Y CESONIA, SEGUIDOS POR HELIKON. ESCENA
MUDA. CALÍGULA SE DETIENE Y MIRA A LOS TRES CONJURADOS. VA DE
UNO A OTRO EN SILENCIO, A UNO LE ARREGLA UN BUCLE, RETROCEDE
PARA CONTEMPLAR A OTRO, LOS MIRA UNA VEZ MÁS, SE PASA LA MANO
POR LOS OJOS Y SALE SIN DECIR UNA PALABRA.
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El Festín
CESONIA CAMINA POR EL ESPACIO. OBSERVA LA SILLA VOLCADA.
CESONIA: (IRÓNICA) ¿Peleaban?
QUEREAS: Peleábamos.
CESONIA: ¿Y por qué peleaban?
QUEREAS: Por nada.
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CESONIA: ¿Entonces no es cierto?
QUEREAS: ¿Qué es lo que no es cierto?
CESONIA: No peleaban.
QUEREAS: Entonces no peleábamos.
CESONIA: Será mejor que ordenen la habitación. Calígula no soporta el
desorden.
HELIKON: (A SENECTO). ¡Acabarán por sacar de sus casillas a ese
hombre!
SENECTO: ¿Qué le hemos hecho?
HELIKON: Nada, justamente. Es inaudito ser insignificantes hasta tal
punto. Termina siendo insoportable. Pónganse en el lugar de Calígula. (PAUSA.)
Conque conspirando un poquito, ¿no?
SENECTO: Eso es falso. ¿Él lo cree así?
HELIKON: ¡No lo cree, lo sabe! Pero supongo que, en el fondo, lo desea
un poco.
ENTRA CALÍGULA Y LOS OBSERVA POR UN INSTANTE. SILENCIO.
CALÍGULA: (A SENECTO) Buenos días, querida. (A LOS OTROS.)
Señores, me espera una ejecución. Pero he decidido cobrar fuerzas en tu casa
antes, Quereas. Espero que en tu recamara encuentre lo que me prometiste.
QUEREAS BAJA EL ROSTRO QUE SIGUE IMPERTURBABLE.
CALÍGULA: (A SENECTO) Podríamos traer algo para saciar nuestro
apetito, ¿no es cierto, preciosa?
SENECTO SALE RÁPIDAMENTE.
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CALÍGULA: Rufio tiene la suerte de que yo siempre esté tan dispuesto a
sentir hambre. (CONFIDENCIAL) Rufio es el caballero que ha de morir. (PAUSA.)
¿No me preguntan por qué tiene que morir?
SILENCIO GENERAL. ENTRETANTO, SENECTO HA ARREGLADO LA
MESA Y TRAÍDO COMIDA. CALÍGULA TOMA Y MORDISQUEA UNA
ACEITUNA.
CALÍGULA: (DE BUEN HUMOR) Vaya, se están convirtiendo en
inteligentes. Acabaron por comprender que no es necesario haber hecho algo para
morir.
DEJA DE MORDISQUEAR Y LE ESCUPE EL HUESO EN LA CARA A
SENECTO.
CALÍGULA: (CON AIRE BURLÓN) ¡Preciosa, estoy muy contento
contigo! Haces muy bien el papel de esclava. ¿Acaso la existencia no se habrá
equivocado con tu verdadera naturaleza? Vamos, sentémonos. Al azar. No quiero
formalidades.
TODOS SE SIENTAN.
CALÍGULA: Con todo, ese Rufio tiene suerte. Y estoy seguro de que no
aprecia esta pequeña pausa. Sin embargo, unas horas ganadas a la muerte son
inestimables.
COME, LOS OTROS TAMBIÉN. ES EVIDENTE QUE CALÍGULA SE
COMPORTA MAL EN LA MESA. ARROJA LOS HUESOS DE LAS ACEITUNAS
EN EL PLATO DE SUS VECINOS INMEDIATOS, ESCUPE LOS RESTOS DE
CARNE EN EL PLATO, SE LIMPIA LOS DIENTES CON LAS UÑAS, SE RASCA
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LA CABEZA FRENÉTICAMENTE. SON HAZAÑAS QUE HACE, SIN EMBARGO,
DURANTE LA COMIDA, CON SENCILLEZ. BRUSCAMENTE DEJA DE COMER Y
MIRA A ESCIPIÓN CON INSISTENCIA. ESTE ÚLTIMO ESTÁ ABATIDO.
CALÍGULA: Tu rostro está triste, Escipión. Pero no hables, le diré algo a
tu corazón, no a tu rostro. (RECITANDO) Había una vez un pobre emperador a
quien nadie quería. Él, que amaba Escipión, hizo matar a su padre, para
arrancarse ese amor del corazón. (CAMBIANDO DE TONO.) Naturalmente, no es
cierto. Gracioso, ¿verdad? No te ríes. (PAUSA) ¿Nadie ríe? Escuchen, entonces.
(CON VIOLENTA CÓLERA.) ¡Quiero que todo el mundo ría! Tú, Escipión, y todos
los demás. Levántense, rían.
GOLPEA EN LA MESA.
CALÍGULA: Lo ordeno, ¿escucharon? ¡Los quiero ver reír!
TODOS, SALVO CALÍGULA Y CESONIA, SE LEVANTAN Y RÍEN LO
MEJOR QUE PUEDEN HACERLO.
CALÍGULA: (imperativo) ¡Silencio!
TODOS CALLAN SÚBITAMENTE. UNA PAUSA. CALÍGULA RÍE
ABIERTAMENTE.
CALÍGULA: Míralos, Cesonia. Nada. Nada. La honestidad, la
respetabilidad, el qué dirán, la sabiduría de las naciones, nada significa ya nada.
Todo desaparece ante el miedo. El miedo, ¿eh Cesonia?, ese hermoso
sentimiento, sin mezcla, puro y desinteresado, uno de los pocos que obtienen su
nobleza del vientre.
SE PASA LA MANO POR LA FRENTE Y BEBE. EN TONO AMISTOSO.
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CALÍGULA: Ahora hablemos de otra cosa. Quereas, estás muy
silencioso.
QUEREAS: Estoy dispuesto a hablar, Cayo. En cuanto lo permitas.
CALÍGULA: Bueno, pues háblanos de tu mujer. Sé que en estos
momentos me espera en tu recamara, ¿no es así? (PAUSA) Quereas, te estamos
esperando. ¿Qué piensas de tu mujer?
QUEREAS FIJA LA MIRADA A UN PUNTO CON ROSTRO IMPÁVIDO
CONTENIENDO EL DOLOR QUE EXPERIMENTA.
QUEREAS: Yo quiero a mi mujer.
CALÍGULA: Claro, amigo, por supuesto. (PAUSA. TRANS.) Por cierto,
cuando entré estaban conspirando, ¿no es así? (PAUSA) ¿Y qué? ¿Marchaba la
pequeña intriga?
SENECTO: Cayo, ¿cómo puedes…?
CALÍGULA: No tiene importancia, preciosa. La vejez es así. No tiene
importancia, de veras. Son incapaces de un acto valiente. Ahora recuerdo que
debo resolver algunas cuestiones de Estado. (SONRIENDO MIRA A QUEREAS)
Pero antes demos satisfacción a los deseos imperiosos que nos crea la
naturaleza.
CALÍGULA SE LEVANTA Y SALE SIN DEJAR DE OBSERVAR A
QUEREAS. AL SALIR, QUEREAS SE LEVANTA IMPULSIVAMENTE
DISPUESTO A IR SOBRE CALÍGULA. PERO ESCIPIÓN LO DETIENE CON
UNA MANO SOBRE SU BRAZO.
CESONIA: (AMABLEMENTE) Quereas, sería un placer para mí volver a
probar de ese excelente vino.
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UN SILENCIO. QUEREAS, DOMINADO, LE SIRVE Y LENTAMENTE CAE
EN SU SILLA.
CESONIA: (A QUEREAS) Ahora sí, ¡dime! ¿Por qué discutían antes de
que llegáramos?
QUEREAS: Era sólo un debate sobre si la poesía debe ser asesina o no.
CESONIA: ¡Interesante! (IRÓNICA) Creo que mi condición de mujer no
me permite comprenderlo. (RIENDO) Pero admiro que su pasión por el arte los
lleve casi a los golpes.
QUEREAS: ¡Cierto! Pero Calígula dice que no hay pasión profunda sin
cierta crueldad.
CESONIA: Hay cierta verdad en esa opinión. ¿No les parece?
SENECTO: Calígula es un fino psicólogo.
ESCIPIÓN: Habló con elocuencia del coraje.
QUEREAS: Debería resumir todas sus ideas. Sería muy valioso.
(PAUSA) Además, le proporcionaría una distracción. Es evidente que la necesita.
CESONIA RÍE ABIERTAMENTE.
CESONIA: Les dará un enorme gusto saber que ya lo pensó y se
encuentra escribiendo un gran tratado
ENTRA CALÍGULA.
CALÍGULA: Quereas, tu mujer te espera en la recamara. Les ruego me
perdonen, pero tengo que dar unas instrucciones.
24
QUEREAS, SE LEVANTA, SIN PODER VER AL ROSTRO A CALÍGULA,
CONTIENE EL CORAJE. CALÍGULA SALE RÁPIDAMENTE.
CESONIA: (A QUEREAS) Ese gran tratado igualará a los más célebres,
Quereas; no lo dudamos.
QUEREAS: ¿Y de qué trata, Cesonia?
CESONIA: (CON IRÓNICA INDIFERENCIA) Es superior a mi capacidad
intelectual.
SENECTO: (CON JOVIALIDAD). Bueno, eso lo distraerá, como decía
Quereas.
CESONIA: ¡Sí, preciosa! Pero lo que sin duda les molestará un poco es
el título de la obra.
QUEREAS: ¿Cuál es?
CESONIA: “La Espada”.
ENTRA CALÍGULA RÁPIDAMENTE.
CALÍGULA: Les debo una disculpa, pero los asuntos de Estado son
urgentes. (TRANS.) Senecto, quiero que cierres los graneros públicos. Acabo de
firmar el decreto. Lo encontrarás en la cámara.
SENECTO: Pero…
CALÍGULA: Mañana habrá hambre.
SENECTO: El pueblo va a protestar.
CALÍGULA: (CON FUERZA Y PRECISIÓN) ¡He dicho que mañana habrá
hambre! Todo el mundo conoce el hambre, es una desgracia. Mañana habrá una
desgracia... ¡y detendré la desgracia cuando se me dé la gana! Después de todo,
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no tengo tantas formas de probar que soy libre. Siempre se es libre a costa de
alguien. Es fastidioso, pero normal. (A QUEREAS) Aplica este pensamiento a los
celos y sabrás a qué me refiero. (PENSATIVO) Con todo, ¡qué feo es ser celoso!
¡Sufrir por vanidad y por imaginación! Ver a la mujer que amamos... (RÍE)
QUEREAS APRIETA LOS PUÑOS. ESTÁ A PUNTO DE EXCLAMAR
ALGO, PERO CALÍGULA SE ADELANTA.
CALÍGULA: ¡Comamos, señores!
QUEREAS SE SIENTA Y, AL IGUAL QUE LOS OTROS, TRATA DE
VOLVER A LA COMIDA.
CALÍGULA: ¡¿Saben que trabajó duro con Helikon?! Estamos
perfeccionando un pequeño tratado sobre la ejecución; ya me dirán qué opinan.
HELIKON: Suponiendo, por supuesto, que Calígula les pida la palabra.
CALÍGULA: (CON AMABILIDAD BURLONA) ¡Hay que ser generosos,
Helikon! Vamos, revelemos algunos de nuestros secretitos. Por ejemplo: sección
III, parágrafo primero.
HELIKON SE PONE DE PIE Y RECITA MECÁNICAMENTE.
HELIKON: "La ejecución alivia y libera. Es tan universal, fortalecedora y
justa en sus aplicaciones como en su intención. Muere el que es culpable. Se es
culpable por ser súbdito de Calígula. Ahora bien, todo el mundo es súbdito de
Calígula. Luego todo el mundo es culpable. De donde resulta que todo el mundo
muere. Es cuestión de tiempo y paciencia."
CALÍGULA: (RIENDO). ¿Qué les parece? Paciencia, ¿eh?, qué hallazgo.
¿Quieren que se los diga?: ¡es lo que más admiro de ustedes! (TRANS.) Ahora,
señores, se pueden retirar. Quereas ya no los necesita.
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QUEREAS SE LEVANTA Y MIRA CON SUTIL DESAFÍO A CALÍGULA.
ESTE ÚLTIMO SE LEVANTA Y LE DEVUELVE LA MIRADA ACERCÁNDOSELE.
CALÍGULA: Ni yo tampoco lo necesito a él. (PAUSA) ¡Sin embargo, que
se quede Escipión!
—8—
El Desprecio
TODOS SALEN LENTAMENTE A EXCEPCIÓN DE ESCIPIÓN QUE
REHÚYE LA MIRADA DE CALÍGULA. UN SILENCIO GRANDE.
CALÍGULA: (CON SINCERO CARIÑO) Hace tiempo que no platicamos.
¿Qué haces? ¿Sigues escribiendo? ¿Puedo ver tus últimas obras?
ESCIPIÓN: (INCÓMODO) He escrito poemas, Cesar.
CALÍGULA: ¿Sobre qué?
ESCIPIÓN: No sé. Sobre la naturaleza, supongo.
CALÍGULA: Hermoso tema. ¡Y da para mucho! ¿Qué es lo que te dice la
naturaleza?
ESCIPIÓN: (CON SUTIL IRONÍA) Que es un consuelo no ser Cesar.
CALÍGULA: (CON SONRISA CÁLIDA Y PATERNALISTA) ¿Y si yo le
hablara, me diría que es un consuelo serlo?
ESCIPIÓN: Encontraría la forma de curarte. La naturaleza ha curado
heridas más graves.
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CALÍGULA: ¿Curarme? ¿Heridas? (PAUSA) Percibo un ligero reproche
en tu voz. ¿Es porque he matado a tu padre? (TRANS. JOVIAL) ¡Bueno! No hay
como el odio para que las personas se vuelvan inteligentes.
ESCIPIÓN: He contestado a tu pregunta.
CALÍGULA TOMA EL ROSTRO DE ESCIPIÓN ENTRE SUS MANOS.
CALÍGULA: Recítame un poema tuyo. El que mejor consideres.
ESCIPIÓN: ¡Por favor, Cesar! ¡No!
CALÍGULA: ¿Por qué no?
ESCIPIÓN: No lo he traído.
CALÍGULA: ¿No lo recuerdas?
ESCIPIÓN: No.
CALÍGULA: Dime al menos de qué trata.
ESCIPIÓN: (DESPUÉS DE UNA PAUSA) Hablaba de…
CALÍGULA: ¿Sí?
ESCIPIÓN: ¡No! ¡No puedo!
CALÍGULA: ¡Inténtalo!
ESCIPIÓN: Hablaba de… cierta armonía…
CALÍGULA: (ABSORTO)… entre un píe y la tierra.
ESCIPIÓN: (SORPRENDIDO) ¡Sí! Eso más o menos.
CALÍGULA: ¡Sigue!
ESCIPIÓN: De la línea de las colinas romanas y de ese sosiego fugitivo y
turbador que a ellas lleva la noche...
CALÍGULA: ...Del grito de las aves en el cielo verde.
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ESCIPIÓN: (DEJÁNDOSE LLEVAR POR LA EMOCIÓN) Sí, también. Y
de ese momento sutil en que el cielo aún lleno de oro, bruscamente gira y nos
muestra un instante la otra faz, colmado de estrellas resplandecientes.
CALÍGULA: De ese olor a humo, árboles y agua que sube entonces de la
tierra hacia la noche.
ESCIPIÓN: ...El grito de las cigarras y las consecuencias del calor; los
perros, el rodar de los últimos carros, las voces de los granjeros...
CALÍGULA: ... Y los caminos inundados de sombra entre los arbustos y
los olivares...
ESCIPIÓN: (EMOCIONADO) Sí, sí. ¡Todo eso! ¿Pero cómo te has
enterado?
CALÍGULA SE ACERCA AL OTRO, POR LA ESPALDA, CON AIRE
HUMILDE Y VULNERABLE.
CALÍGULA: No sé. Quizá porque nos gustan las mismas verdades.
ESCIPIÓN SE VUELVE. OBSERVA POR UN MOMENTO A CALÍGULA E,
IMPULSIVAMENTE LO ABRAZA.
ESCIPIÓN: (CON LÁGRIMAS EN LOS OJOS) ¡Qué importa! ¡Qué
importa! Si todo adopta en mí el rostro del amor.
CALÍGULA: Es la virtud de los grandes corazones, Escipión. ¡Si por lo
menos pudiera conocer tu pureza! Pero conozco demasiado la fuerza de mi pasión
por la vida; no se conforma con la naturaleza. Tú no puedes comprenderlo. Eres
de otro mundo. Eres puro en el bien, así como yo soy puro en el mal.
ESCIPIÓN: Puedo comprender.
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CALÍGULA SE SEPARA UN POCO, PERO SIGUE HABLANDO EN EL
MISMO TONO CONMOVIDO.
CALÍGULA: No. Me refiero eso que hay en mí, ese lago de silencio, esas
hierbas podridas... (CAMBIANDO BRUSCAMENTE DE TONO.) Tu poema debe
ser hermoso. Pero si quieres mi opinión...
ESCIPIÓN: Sí.
CALÍGULA: (CON DESCARADA SONRISA) A todo eso le falta sangre.
ESCIPIÓN, COMO PICADO POR UNA VÍBORA, SE ECHA
BRUSCAMENTE HACIA ATRÁS Y MIRA A CALÍGULA CON HORROR. HABLA
CON VOZ SORDA FRENTE A CALÍGULA, A QUIEN MIRA CON INTENSIDAD.
ESCIPIÓN: ¡Desgraciado animal! Otra vez has estado fingiendo.
Acabas de representar una comedia, ¿no es cierto? ¿Ya estarás satisfecho
contento?
CALÍGULA: (CON TRISTEZA) Hay algo de verdad en lo que dices. Hice
teatro.
ESCIPIÓN: ¡Tienes un corazón podrido y sangriento! ¡Cómo deben de
torturarte tanto mal y tanto odio!
CALÍGULA: (SUAVEMENTE) Guarda silencio.
ESCIPIÓN: Te compadezco y te odio.
CALÍGULA: (IMPERATIVO) ¡Cállate!
ESCIPIÓN: ¡Qué soledad inmunda debe ser la tuya!
CALÍGULA ESTALLA Y SE ARROJA SOBRE ESCIPIÓN. LO SACUDE
SUJETÁNDOLE DEL CUELLO.
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CALÍGULA: ¿Soledad? ¿Acaso tú conoces la soledad? La de los poetas
y la de los impotentes. ¿Soledad? ¿Pero cuál? Acaso no sabes que nunca se
está solo. Y que a todas partes nos acompaña el mismo peso de porvenir y
pasado. Los seres que hemos matado están con nosotros. Y con ésos el asunto
sería sencillo. ¡Pero no! Están también los que hemos querido, los que no hemos
querido y que nos quisieron, los pesares, el deseo, la amargura y la dulzura, las
prostitutas y la pandilla de los dioses.
CALÍGULA LO SUELTA Y SE ALEJA DANDO LA ESPALDA AL OTRO.
UN SILENCIO.
CALÍGULA: (CON SINCERO Y PROFUNDO DOLOR) ¡Solo! ¡Si por lo
menos en lugar de esta soledad envenenada de presencias que es la mía, pudiera
saborear la verdadera: el silencio y el temblor de un árbol!
CALÍGULA CAE SENTADO SIEMPRE DÁNDOLE LA ESPALDA AL
OTRO. SU ROSTRO REFLEJA UN SÚBITO CANSANCIO.
CALÍGULA: ¡La soledad! No, Escipión. Ella misma está poblada de un
crujir de dientes, así como de la resonancia de ruidos y clamores perdidos. Y junto
a las mujeres que acaricio, cuando la noche se cierra sobre nosotros y, lejos por
fin de mi carne satisfecha, creo asir un poco de mí mismo entre la vida y la muerte;
mi soledad entera se llena del agrio olor del placer en las axilas de la mujer que
aún naufraga a mi lado.
LARGO SILENCIO. ESCIPIÓN PASA DETRÁS DE CALÍGULA Y SE
ACERCA, INDECISO. TIENDE UNA MANO HACIA CALÍGULA Y LA APOYA EN
SU HOMBRO. CALÍGULA, SIN VOLVERSE, LA CUBRE CON UNA DE LAS
SUYAS.
31
ESCIPIÓN: Todos los hombres tienen una dulzura en la vida. Eso les
ayuda a continuar. A ella recurren cuando se sienten demasiado gastados.
CALÍGULA: Es verdad.
ESCIPIÓN: ¿No hay, pues, en la tuya, nada semejante? ¿La proximidad
de las lágrimas? ¿Un refugio silencioso?
CALÍGULA: Sí, a pesar de todo.
ESCIPIÓN: ¿Y cuál es?
CALÍGULA: (LENTAMENTE. CON INFINITA TRISTEZA) El desprecio.
—9—
Germánico
CALÍGULA Y ESCIPIÓN QUEDAN CONGELADOS EN SU POSICIONES.
EN PRIMER TÉRMINO, APARECE HELICÓN. DURANTE EL SIGUIENTE
MONÓLOGO, LA ESCENA SE IRÁ OSCURECIENDO LENTAMENTE,
QUEDANDO SÓLO HELIKON.
HELIKON: (AL PÚBLICO) Algunas veces pude observar a Cayo en el
silencio de su soledad adivinando sus pensamientos. Posiblemente el recuerdo de
su padre cuando él era apenas un niño. De aquellos días en Alejandría donde,
Germánico disfrazado de mercader griego, olvidó por completo la prudencia y,
obedeciendo a un impulso fuera de toda lógica, reveló su grado y su nombre. Se
jugó el futuro ordenando a los magistrados de la ciudad que abrieran a la gente de
Alejandría los inmensos almacenes de grano. Y Calígula fue arrastrado por
aquella emoción revolucionaria. (PAUSA. EMOCIONADO) La población de
Alejandría aclamó a Germánico por las calles, las autoridades locales se alinearon
a su alrededor con entusiasmo, le regalaron un pesado anillo sigillarius de oro que
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había pertenecido a un antiguo faraón y llevaba grabado, en una cara de la
incrustación móvil, el escarabajo sagrado, y en la otra, el ojo de Horus. (PAUSA)
Sin embargo, al representante de Tiberio, no le sorprendió en absoluto la llegada
inesperada de Germánico; ni siquiera reaccionó ante el clamoroso reparto del
grano. Y alguno de los compañeros de Germánico sintió un miedo anticipado por
aquella extraña indiferencia. Solo mucho tiempo después se sabría que los
speculatores, los informadores de Calpurnio Pisón habían seguido a prudente
distancia a Germánico en aquel viaje prohibido. Y la noticia había llegado hasta
Tiberio por mar; de Alejandría a las costas de Italia y desde allí, mediante señales
ópticas, hasta Roma. La atenta mente de Livia Drusila, madre del emperador y
abuela del mismo Germánico, vio inmediatamente que el viaje prohibido y el
clamoroso reparto del grano eran el pretexto esperado para destruir, al peligroso
rival de Tiberio. (RECITA CON INTRIGA) Germánico está preparando un plan de
insurrección —advirtió—. Esto es el comienzo de una guerra. E inspiró en la
mente del hijo emperador una idea que no concedía tregua: Quien ha tomado en
sus manos los graneros de Egipto, tiene en su mano Roma. Los nobles más
poderosos estuvieron de acuerdo. No hacen falta muchas armas para dirigir un
ataque contra el imperio que parta de Egipto. Para inmovilizar las naves
mercantes en el puerto de Alejandría, bastan doscientos legionarios. E Italia,
privada del grano egipcio, se sometería sin luchar. (PAUSA) Uno a quien le
convenía recordarlo denunció que Germánico llevaba la peligrosa sangre de
Marco Antonio. Otro gritó: ¡Está resurgiendo el proyecto de trasladar la capital a
Alejandría! Una acusación que desencadenaba un terremoto, que podía sacar
visceralmente a la calle a todo el pueblo de Roma, y que ya le había costado la
vida a Julio César.
UN SILENCIO. HELIKON CAMBIA DE POSICIÓN EN EL ESPACIO. LA
ESCENA SE ILUMINA LENTAMENTE Y VEMOS A SENECTO, QUEREAS Y
ESCIPIÓN FORMADOS EN PRIMER TÉRMINO MIRANDO AL PÚBLICO EN
ACTITUD SUMISA. EN SEGUNDO TÉRMINO, IZQUIERDA Y DERECHA
VEMOS, RESPECTIVAMENTE, DOS PODIOS.
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HELIKON: (AL PÚBLICO) Tiberio no habló en público. Pero, con su
madre, se felicitó por la previsión de haber enviado a tiempo a Antioquía al hombre
que podía sostener aquel juego feroz mejor que nadie: Calpurnio Pisón. Y un
implacable mensaje imperial viajó de Roma a Antioquía, adonde Germánico, tras
haber embarcado en Pelusio, estaba regresando sin perder tiempo.
HELIKON VA Y SE COLOCA EN EL PODIO IZQUIERDO. APARECE
CESONIA EN PRIMER TÉRMINO.
CESONIA: (AL PÚBLICO, DIVERTIDA) Los emperadores de la dinastía
Julio-Claudiana tuvieron la cautela de escribir solo documentos y oraciones
oficiales, solemnes autobiografías, obras en cierto modo literarias. El olímpico
Octaviano Augusto, por ejemplo, además de las obras políticas, apenas había
compuesto algún ejercicio literario y poemillas pornográficos que sus severos
descendientes se apresuraron a destruir.
UN SILENCIO. CESONIA VA HACIA EL PODIO DERECHO. ANTES DE
SUBIR SE VUELVE AL PÚBLICO.
CESONIA: (EN TONO SERIO) Pero la orden de matar a Germánico,
secretamente enviada por Tiberio al senador Calpurnio Pisón, fue una clamorosa
excepción.
—10—
Venus
CESONIA SUBE AL PODIO. LOS SIGUIENTES TEXTOS LOS DIRÁN
RECITANDO EN TONO CHARLATÁN DE FERIA.
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HELIKON: ¡Acérquense! ¡Acérquense! Una vez más, los dioses han
bajado a la tierra. Cayo, Cesar y dios, llamado Calígula, les ha prestado su forma
humana. Acérquense, burdos y vulgares mortales, el milagro sagrado se
encuentra ante sus ojos. Por un favor especial al reino puro de Calígula, los
secretos divinos se ofrecen a todas las miradas.
CESONIA: ¡Acérquense, señores! Adoren y denos su retribución. ¡El
misterio celestial hoy está al alcance de todos los bolsillos!
HELIKON: El Olimpo y sus entretelones, sus intrigas, sus calzones y sus
lágrimas. ¡Acérquense! ¡Acérquense! ¡Toda la verdad sobre los dioses!
CESONIA: Adoren y denos su retribución. ¡Acérquense, señores! La
función va a comenzar.
HELIKON: Una reconstrucción de impresionante veracidad, una
realización sin precedentes. ¡Acérquense y contemplen el rostro de la verdad!
AL FONDO, TERCER TÉRMINO APARECE CALÍGULA, DISFRAZADO
DE VENUS GROTESCA. SUBE A UNA SILLA. HELIKON BAJA DE SU SILLA Y
SE COLOCA DONDE LOS DE PRIMER TÉRMINO EN ACTITUD SUMISA.
CALÍGULA: (AMABLE) Hoy soy Venus.
CESONIA: La adoración comienza. ¡Hincados!
TODOS, SALVO ESCIPIÓN SE ARRODILLAN. SILENCIO.
CALÍGULA: Ahora, repitan conmigo la oración sagrada a Calígula-Venus:
“Diosa de los dolores y la danza…”
TODOS REPITEN, MENOS ESCIPIÓN QUE MIRA AL FRENTE CON
DIGNIDAD.
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PATRICIOS: “Diosa de los dolores y la danza…”
CESONIA: "Nacida de las olas, toda viscosa y amarga entre la sal y la
espuma..."
PATRICIOS: "Nacida de las olas, toda viscosa y amarga entre la sal y la
espuma..."
CESONIA: "Tú, que eres como la risa y el pesar..."
PATRICIOS: "Tú, que eres como la risa y el pesar..."
CESONIA: "El rencor y la fuerza vital…"
PATRICIOS: "El rencor y la fuerza vital…"
CESONIA: "Enséñanos la indiferencia que hace renacer los amores..."
PATRICIOS: "Enséñanos la indiferencia que hace renacer los amores..."
CESONIA: "Instrúyenos sobre la verdad de este mundo, que consiste en
no tenerla..."
PATRICIOS: "Instrúyenos sobre la verdad de este mundo, que consiste en
no tenerla..."
CESONIA: "Y concédenos fuerzas para vivir a la altura de esta verdad
sin igual..."
PATRICIOS: "Y concédenos fuerzas para vivir a la altura de esta verdad
sin igual..."
CESONIA: “Pausa”
PATRICIOS: “Pausa”
UN SILENCIO.
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CESONIA: "Cólmanos de tus dones, extiende sobre nuestros rostros tu
crueldad imparcial, tu odio objetivo; abre por encima de nuestros ojos tus manos
llenas de flores y de crímenes".
LOS PATRICIOS REPITEN.
CESONIA: "Acoge a tus hijos extraviados. Recíbelos en el desnudo asilo
de tu amor indiferente y doloroso. Danos tus pasiones sin objeto, tus dolores
privados de razón y tus alegrías sin porvenir..."
LOS PATRICIOS REPITEN.
CESONIA: "Tú, tan vacía y tan ardiente, inhumana pero tan terrenal,
embriáganos con el vino de tu equivalencia y sácianos para siempre en tu corazón
agrio y negro".
CUANDO LOS PATRICIO ESTÁN POR EXCLAMAR LA ÚLTIMA FRASE
CALÍGULA RESOPLA INDIFERENTE E INTERRUMPE.
CALÍGULA: Concedido, hijos míos; sus ruegos serán cumplidos.
CALÍGULA TOMA UNA SILLA Y SE SIENTA. CESONIA BAJA DE SU
PEDESTAL Y SE COLOCA A LADO DERECHO DE CALÍGULA. HELIKON SE
COLOCA DEL LADO IZQUIERDO. LOS TRES PATRICIOS SE VUELVEN Y (A
EXCEPCIÓN DE ESCIPIÓN QUE SIGUE EN EL FRENTE DANDO LA ESPALDA
A CALÍGULA) SE PROSTERNAN ANTE EL EMPERADOR. DEPOSITAN EL
DONATIVO. UNA PAUSA.
CALÍGULA: Y ahora, señores, se pueden marchar y divulgar por la ciudad
el asombroso milagro que han presenciado: contemplar a Venus, lo que se dice
ver, con sus propios ojos, y Venus les ha hablado. ¡Vayan, señores!
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SENECTO Y QUEREAS ESTÁN A PUNTO DE SALIR POR LA
DERECHA, PERO CALÍGULA LOS DETIENE.
CALÍGULA: ¡Un momento! Será mejor que vayan por el pasillo de la
izquierda. En el de la derecha me tome la molestia de poner guardias para que los
asesinen.
SENECTO Y QUEREAS SALEN POR LA DERECHA.
—11—
El Rostro de los Dioses
HELIKON VA HACIA ESCIPIÓN Y LO AMENAZA POR LA ESPALDA
CON EL DEDO.
HELIKON: ¡Escipión, otra vez haciéndote el anarquista!
ESCIPIÓN SE VUELVE, PERO ENFRENTA DIRECTAMENTE A
CALÍGULA.
ESCIPIÓN: Has blasfemado, Cayo.
CALÍGULA: (BURLÓN) ¿Qué quieres decir?
ESCIPIÓN: Te burlas del cielo después de ensangrentar la tierra.
HELIKON: Este muchacho está enamorado de las grandes palabras.
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CESONIA: Hay en este momento, en Roma, hombres que mueren por
discursos menos elocuentes.
ESCIPIÓN: (GRITA, CON DESAFÍO) ¡Le diré la verdad a Calígula! No
me importa lo que me suceda.
CESONIA: (CON UNA RISITA) Bueno, Calígula, era lo que faltaba a tu
reinado; ¡una bella figura moral!
CALÍGULA: (INTERESADO). ¿Así que crees en los dioses, Escipión?
ESCIPIÓN: No.
CALÍGULA: ¿Y por qué tan preocupado por las blasfemias, entonces?
ESCIPIÓN: Puedo negar una cosa sin creerme obligado a mancharla o a
quitar a los demás el derecho de creer en ella.
CALÍGULA: (RIENDO ABIERTAMENTE) ¡Eso es ser humilde! ¡Humilde,
en verdad! Querido Escipión, estoy muy contento contigo. ¡Y envidioso también! Y
te lo agradezco, porque este último es, acaso, el único sentimiento que no había
experimentado hasta ahorita.
ESCIPIÓN: No me envidias a mí, sino a los dioses.
CALÍGULA: Si lo permites, eso será el gran secreto de mi reinado. Todo
lo que se me puede reprochar hoy es haber hecho otro pequeño progreso en la
vía del poder y de la libertad. Para un hombre que ama el poder, hay en la
rivalidad de los dioses algo irritante. La he suprimido. He demostrado que un
hombre, si se lo propone, puede ejercer, sin aprendizaje, el ridículo oficio que ellos
desempeñan.
ESCIPIÓN: Esa es la blasfemia, Cayo.
CALÍGULA: No, Escipión, es percepción. ¡Claridad de pensamiento!
Simplemente he comprendido que hay una sola manera de igualarse a los dioses:
basta ser tan cruel como ellos.
ESCIPIÓN: Convertirse en tirano.
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CALÍGULA: ¿Qué es un tirano?
ESCIPIÓN: Un espíritu ciego.
CALÍGULA: No estoy muy seguro de eso. Pero sí te puedo asegurar que
una de las cualidades de un tirano es la de sacrificar pueblos enteros a sus ideales
o a su ambición. (PAUSA) Yo no tengo ideales. Y no puedo pedirle más al honor y
al poder. (RÍE) ¡No, no y no! Sí practico este último es sólo para compensar.
ESCIPIÓN: ¿Qué?
CALÍGULA: La estupidez y el odio de los dioses.
ESCIPIÓN: El odio no compensa el odio. El poder no es una solución. Y
conozco una manera de contrabalancear la hostilidad del mundo.
CALÍGULA: ¿Cuál?
ESCIPIÓN: La pobreza.
CALÍGULA: Algún día tendré que probarla.
ESCIPIÓN: Mientras tanto, muchos hombres mueren a tu alrededor.
CALÍGULA: En realidad, muy pocos. ¿Sabes cuántas guerras he
rechazado?
ESCIPIÓN: No.
CALÍGULA: Tres. ¿Y sabes por qué?
ESCIPIÓN: Porque te importa un bledo la grandeza de Roma.
CALÍGULA: (SOLTANDO UNA CARCAJADA. MUY EMOCIONADO) ¡No!
¡Por supuesto que no! Es sólo que respeto la vida humana. (PAUSA) O por lo
menos la respeto más que a un ideal de conquista. Pero es cierto que no la
respeto más que a mi propia vida. Y si me resulta tan fácil matar, es porque no me
resultaría difícil morir. (PAUSA) ¡No!, cuanto más lo pienso más me convenzo de
que no soy un tirano.
40
ESCIPIÓN: ¡Qué importa que no lo seas! ¡Resultas muy caro!
CALÍGULA: Si supieras contar sabrías que la menor guerra emprendida
por un tirano razonable les costaría mil veces más cara que los caprichos de mi
fantasía.
ESCIPIÓN: Pero por lo menos sería razonable y lo esencial es
comprender.
CALÍGULA: Nadie comprende el destino y por eso he decidido
convertirme en destino. He adoptado el rostro estúpido e incomprensible de los
dioses. Eso es los hombres han aprendido a adorar.
ESCIPIÓN: Y esa es la blasfemia, Cayo.
CALÍGULA: ¡No, Escipión, es arte dramático! El error de los hombres
reside en no creer en el teatro. Si no fuera por eso, sabrían que a todo hombre le
está permitido representar las tragedias celestiales y convertirse en dios. Basta
con endurecer el corazón.
ESCIPIÓN: Tal vez. Pero si eso es cierto, creo que has hecho lo
necesario para que un día, a tu alrededor, legiones de dioses humanos se
levanten, implacables también, y ahoguen en sangre tu divinidad.
CESONIA: ¡Escipión!
CALÍGULA: (PRECISO Y DURO) No, Cesonia. ¡Déjalo! (PAUSA) No
sabes cuánta verdad dices, Escipión: he hecho lo necesario. Apenas imagino el
día de que hablas. Pero lo sueño a veces. Y en todos los rostros que avanzan
entonces desde el fondo de la noche amarga, en sus facciones torcidas por el odio
y la angustia, reconozco el único dios que adoré en este mundo: miserable y
cobarde como el corazón humano. (IRRITADO.) Y ahora, vete. Y tú también
Cesonia. (CAMBIANDO DE TONO.) Todavía tengo que pintarme los dedos de los
pies. Tengo prisa.
CESONIA Y ESCIPIÓN SALEN.
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—12—
El Dios Salvaje
CALÍGULA Y HELIKON PERMANECEN UN INSTANTE SÓLO EN
SILENCIO. CALÍGULA COMIENZA A PINTARSE LAS UÑAS.
CALÍGULA: (SIN MIRARLO) ¡Helikon!
HELIKON: ¡Cesar!
CALÍGULA: ¿Y bien?
HELIKON: ¿Qué cosa?
CALÍGULA: La luna.
HELIKON: Hay que tener paciencia. (PAUSA) Cayo, ¿me permites una
palabra?
CALÍGULA: Puede ser que tenga paciencia, pero no dispongo de mucho
tiempo. ¡Hay que darse prisa, Helikon!
HELIKON: Ya te lo dije, haré lo que pueda. Pero antes tengo cosas
graves que anunciarte.
CALÍGULA: Ha sido mía.
HELIKON: ¿Quién?
CALÍGULA: La luna.
HELIKON: ¡Sí, por supuesto! ¿Pero comprendes que conspiran en tu
contra? ¡Claman por tu sangre!
CALÍGULA: ¡Ha sido para mí! Completamente. Es verdad que, tan sólo,
unas dos o tres veces. ¡Pero ha sido mía!
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HELIKON: ¡Tienes que escucharme!
CALÍGULA: Fue el verano pasado. Después de mirarla y acariciarla
mucho sobre las columnas del jardín, acabó por comprender.
HELIKON: Terminemos con ese juego, Cayo. Mi obligación es hablar,
aunque no quieras escucharme. Peor para ti si no oyes.
CALÍGULA SIGUE PINTÁNDOSE LAS UÑAS.
CALÍGULA: Este barniz no vale nada. (PAUSA) Pero volviendo a la luna,
fue una hermosa noche de agosto.
HELIKON SE APARTA CON DESPECHO Y CALLA INMÓVIL.
CALÍGULA: Yo ya me había acostado. Al principio, ella estaba
ensangrentada, sobre el horizonte. Luego empezó a subir, cada vez más ligera,
con rapidez creciente. Cuanto más subía, más clara iba haciéndose. Llegó a ser
un lago de agua lechosa en medio de aquella noche llena de estrellas apretadas.
Llegó entonces con el calor, dulce, ligera y desnuda. Cruzó el umbral del aposento
y con segura lentitud llegó hasta mi cama. (TRANS.) ¡Decididamente, este barniz
no vale nada! Pero ya ves, Helicón, puedo decir, sin ninguna presunción, que la he
poseído.
HELIKON: (DESESPERADO) ¡¿Quieres escucharme y enterarte de lo
que te amenaza?!
CALÍGULA TERMINA SU LABOR. POR UN MOMENTO, MIRA
FIJAMENTE A HELIKON. VA HACIA ÉL.
CALÍGULA: Sólo quiero la luna, Helikon. Sé de antemano quién me
matará. Todavía no he agotado todo lo que me permite vivir. (PAUSA) Por eso
quiero la luna.
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CALÍGULA Y HELIKON SE MIRAN UN INSTANTE EN SILENCIO.
DESPUÉS, CALÍGULA LE DA LA ESPALDA.
CALÍGULA: ¡Y no vuelvas antes de habérmela conseguido!
HELIKON: Cumpliré con mi deber y diré lo que tengo que decir. Han
organizado una conspiración contra ti. Quereas es el jefe. Encontré esta tablilla
que puede enterarte de lo esencial.
HELIKON DEJA LA TABLILLA EN UNO DE LOS ASIENTOS Y SE
RETIRA.
CALÍGULA: ¿A dónde vas?
HELIKON: (DESDE FUERA) A buscarte la luna.
CALÍGULA: Muy bien, pero antes solicito la presencia de Quereas.
¡Inmediatamente!
UNA PAUSA. SENECTO APARECE EN EL FONDO.
SENECTO: (TÍMIDO) ¿Me permites, Cayo?
CALÍGULA SE VUELVE CON BRUSQUEDAD Y VE AL OTRO. HACE UN
GESTO DE IRRITACIÓN. LUEGO, SONRÍE DIVERTIDO.
CALÍGULA: (CON GALANTERÍA BURLONA) ¡Preciosa! ¿Quieres
contemplar de nuevo a Venus?
SENECTO: No, no es eso. (PAUSA) Perdón, Cayo... Quiero decir... Tú
sabes que te quiero mucho... y además lo único que deseo es terminar tranquilo
mis últimos días...
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CALÍGULA: ¡Date prisa! Dime qué quieres.
SENECTO: En fin... (HABLANDO MUY RÁPIDO) Es muy grave, eso es
todo.
CALÍGULA: No, no es grave.
SENECTO: (NERVIOSO) ¿A qué te refieres, Cayo?
CALÍGULA: No sé… ¿de qué hablamos, amor mío?
SENECTO: Existe una… una… conspiración contra ti.
CALÍGULA: (BURLONAMENTE TRANQUILIZADOR) Ya lo ves, es lo que
yo decía, nada grave.
SENECTO: Quieren matarte, Cayo.
CALÍGULA SE ACERCA Y LO TOMA DE LOS HOMBROS.
CALÍGULA: ¿Sabes por qué no puedo creerte?
SENECTO: ¡Te lo juro por todos los dioses!
CALÍGULA LO RODEA EN AMISTOSA BURLA Y CAMINAN
LENTAMENTE HACIA LA SALIDA.
CALÍGULA: ¡No jures! Más bien, escucha. (PAUSA) Si lo que dices fuera
cierto, tendría que suponer que traicionas a tus amigos, ¿no es así?
SENECTO: Cayo, mi amor por ti…
CALÍGULA: Me es imposible creerlo. Desprecio tanto la cobardía que
nunca podría evitar la muerte de un traidor. Bien sé lo que vales. ¿Y seguramente
no querrás traicionar ni morir?
UNA PAUSA. CALÍGULA Y SENECTO SE MIRAN POR UN MOMENTO.
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SENECTO: Sí, Cayo. Seguramente.
CALÍGULA: ¡Ya ves! Tenía razón al no creerte. No eres un cobarde,
¿verdad?
SENECTO: (DUDOSO) No…
CALÍGULA: Ni un traidor.
SENECTO: Ni qué decirlo, Cayo.
CALÍGULA: Por lo tanto, si no existe conspiración, dime, ¿sólo era una
broma?
SENECTO: (DERROTADO) Una broma. Una simple broma.
CALÍGULA: Nadie quiere matarme. ¿No es evidente?
SENECTO: Nadie, claro está. (PAUSA) Nadie.
CALÍGULA MIRA FIJAMENTE A SENECTO. INHALA
PROFUNDAMENTE.
CALÍGULA: (VIOLENTO) ¡Entonces lárgate, preciosa! Un hombre
honorable es un animal tan raro en este mundo que no podría soportar su vista
demasiado tiempo. Necesito quedarme solo para saborear este gran momento.
SENECTO SALE. UNA PAUSA. CALÍGULA CONTEMPLA UN INSTANTE
LA TABLILLA DESDE SU SITIO. LA TOMA, SE SIENTA Y LA LEE. AL
ESCUCHAR QUE ALGUIEN SE ACERCA, LA OCULTA BAJO SU MANTO.
ENTRA QUEREAS.
QUEREAS: Me has llamado.
CALÍGULA: Sí.
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QUEREAS: ¿Tienes algo especial que decirme?
CALÍGULA: No.
QUEREAS: ¿Estás seguro que mi presencia es necesaria?
CALÍGULA: Absolutamente seguro.
SILENCIO.
CALÍGULA: (SÚBITAMENTE SOLÍCITO). Pero discúlpame. Estoy
distraído y te recibo muy mal. Siéntate y conversemos como amigos. Necesito
hablar un poco con alguien inteligente.
QUEREAS SE SIENTA.
CALÍGULA: (NATURAL). Quereas, ¿crees que dos hombres de alma y
orgullo semejantes pueden hablarse, por lo menos una vez en la vida, con el
corazón en la mano, como si estuvieran desnudos uno frente al otro, liberados de
los prejuicios, de los intereses particulares y de las mentiras de que viven?
QUEREAS: Pienso que es posible, Cayo. Pero creo que tú eres incapaz.
CALÍGULA: Tienes razón. Sólo quería saber si pensabas como yo.
Regresemos a las máscaras. Utilicemos las mentiras. Hablemos como se
combate, cubiertos de pies a cabeza. (PAUSA) Quereas, ¿por qué no me quieres?
QUEREAS: Porque no hay nada amable en ti. Porque estas cosas no se
decretan. Y, además, porque te comprendo demasiado bien y no se puede querer
ese rostro que tratamos de enmascarar en nosotros mismos.
CALÍGULA: ¿Por qué me odias?
QUEREAS: En eso te equivocas. No te odio. Te juzgo nocivo y cruel,
egoísta y vanidoso. Pero no puedo odiarte porque no te creo feliz. Y no puedo
despreciarte porque sé que no eres cobarde.
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CALÍGULA: Entonces, ¿por qué quieres matarme?
QUEREAS: Ya te lo dije: te juzgo nocivo. Me gusta la seguridad y la
necesito. La mayoría de los hombres son como yo. Son incapaces de vivir en un
universo donde el pensamiento más descabellado puede en un segundo entrar en
la realidad; donde, la mayoría de las veces, entra en ella como el cuchillo en el
corazón. Tampoco yo quiero vivir en semejante universo. Prefiero la seguridad.
CALÍGULA: ¿La seguridad y la lógica no marchan juntas?
QUEREAS: Es cierto. No es lógico, pero es sano.
CALÍGULA: Continúa.
QUEREAS: No tengo nada más que decirte. No quiero entrar en tus
razonamientos. Tengo otra idea de mis deberes de hombre. Sé que la mayoría de
tus súbditos piensa como yo. Eres molesto para todos. Es natural que
desaparezcas.
CALÍGULA: Todo eso es muy claro y muy legítimo. Para la mayoría de
los hombres hasta sería evidente. No para ti, sin embargo. Eres inteligente y la
inteligencia se paga caro o se niega. Yo pago, pero tú, ¿por qué no la niegas y no
quieres pagar?
QUEREAS: Porque tengo ganas de vivir y de ser feliz. Creo que no es
posible ni lo uno ni lo otro llevando lo absurdo hasta sus últimas consecuencias.
Soy como todo el mundo. Para sentirme liberado de ello, deseo a veces la muerte
de aquellos a quienes amo, codicio mujeres que las leyes de la familia o de la
amistad me prohíben. Para ser lógico, debería entonces matar o poseer. Pero
juzgo que esas ideas vagas no tienen importancia. Si todo el mundo se metiera a
realizarlas, no podríamos vivir ni ser felices. Una vez más lo digo: eso es lo que
me importa.
CALÍGULA: Así que necesitas creer en una idea superior.
QUEREAS: Creo que unas acciones son más bellas que otras.
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CALÍGULA: Yo creo que todas son equivalentes.
QUEREAS: Lo sé, Cayo, y por eso no te odio. Pero te convierte en un
gran problema y tienes que desaparecer.
CALÍGULA: Es justo. No obstante, ¿cuál es el motivo de revelármelo? Tu
vida corre peligro.
QUEREAS: Porque, de todas formas, otros actuarán por mí. Además, no
me gusta mentir.
UN SILENCIO. QUEREAS SE LEVANTA DISPUESTO A IRSE.
CALÍGULA: ¡Quereas!
QUEREAS: Sí, Cayo.
CALÍGULA: ¿Crees que dos hombres de alma y orgullo semejantes
pueden hablarse, por lo menos una vez en la vida, con el corazón en la mano?
QUEREAS: Creo que es lo que acabamos de hacer.
CALÍGULA: Sin embargo, tú me juzgabas incapaz de aquello.
QUEREAS: Me equivocaba, lo reconozco y te doy las gracias. Ahora
espero tu sentencia.
CALÍGULA: ¿Mi sentencia? (PAUSA) ¡Ah! Ya entiendo.
CALÍGULA SACA DE SU MANTO LA TABLILLA. SE PONE EN PIE Y SE
LA EXTIENDE AL OTRO. QUEREAS LA TOMA.
QUEREAS: Sabía que estaba en tus manos.
CALÍGULA: Sí, Quereas, y tu franqueza era falsa. Los dos hombres no se
han hablado con el corazón en la mano. Pero no importa. Ahora vamos a
interrumpir el juego de la sinceridad y reanudaremos la vida del pasado. Aún
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debes tratar de comprender lo que voy a decirte, aún debes soportar mis ofensas
y mi mal humor. (PAUSA. SONRIENDO EMOCIONADO) ¡Mira bien, Quereas!
Esta tablilla es la única prueba, ¿no es cierto?
QUEREAS: Me voy, Cayo. Estoy cansado de todo este juego grotesco.
Lo conozco demasiado y no quiero verlo más. Después de todo, no creo que
necesites pruebas para hacer morir a un hombre.
CALÍGULA: Es cierto. Pero por una vez quiero contradecirme. A nadie le
molesta. Y es tan placentero contradecirse de vez en cuando. Es un descanso.
Necesito descanso.
QUEREAS: No comprendo y no me gusta complicarme la vida.
CALÍGULA: Por supuesto. Tú eres un hombre sano. ¡No deseas nada
extraordinario! (RÍE A CARCAJADAS) ¡Quieres vivir y ser feliz! ¡Sólo eso!
QUEREAS: Es preferible que me vaya.
CALÍGULA: Todavía no. Un poco de paciencia, ¿quieres? Tengo esta
prueba, mírala. Quiero pensar que me será imposible condenarte sin ella. Es lo
que liberará mi mente de cualquier remordimiento. Bueno, ¡mira cómo terminan las
pruebas en manos de un emperador!
CALÍGULA ACERCA LA TABLILLA A LA ANTORCHA. QUEREAS SE LE
ACERCA. LA ANTORCHA LOS SEPARA. LA TABLILLA SE DERRITE.
CALÍGULA: ¡Ya lo ves, conspirador! Se derrite, y a medida que
desaparece esta prueba, un amanecer de inocencia se levanta sobre tu rostro.
¡Qué admirable frente pura tienes, Quereas! ¡Qué hermoso, qué hermoso es un
inocente! Admira mi poder. Ni los mismos dioses pueden restituir la inocencia sin
castigar antes. Y a tu emperador le basta una llama para absolverte y alentarte.
CALÍGULA LE LANZA UNA MIRADA PENETRANTE A QUEREAS. DEJA
LA TABLILLA EN LA ANTORCHA QUE TERMINA CONSUMIÉNDOLA,
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CALÍGULA CAMINA UNOS PASOS AL FRENTE DANDO LA ESPALDA A
QUEREAS.
CALÍGULA: ¡Continúa, Quereas! Prosigue hasta el fin el magnífico
razonamiento que expusiste. Tu emperador aguarda el descanso. Es su manera
de vivir y de ser feliz.
―13―
¡Las uñas en la palma de la mano!
LA ESCENA SE OSCURECE Y SÓLO QUEDA EN PENUMBRA DEBIDO
AL FUEGO DE LA ANTORCHA. CALÍGULA SALE Y QUEREAS SE CONGELA.
DESDE OTRO PUNTO, DIRIGIÉNDOSE A PRIMER TÉRMINO, APARECE
ESCIPIÓN.
ESCIPIÓN: (AL PÚBLICO) Sólo un pensamiento obsesiona: ¡Vivir! ¡Vivir
a toda costa! (PAUSA) ¿Alguien conoce la verdadera vida de Livia Drusila, la
Noverca? Noverca en latín significa madrastra. Aunque Livia, en realidad, era
madre de Tiberio, así como abuela de Germánico y bisabuela de Calígula.
(PAUSA) Bueno, volviendo a los hechos: cuando la Noverca, que terminó por
destruir a la familia juliana, entró en la vida de Augusto, tenía diecisiete años, otro
marido y un hijo pequeño. Se llamaba Tiberio y en esos momentos nadie
pronosticaba que sería el futuro emperador. Pero, además de eso, ella estaba
embarazada. Y de ese futuro hijo nadie se atrevía a aventurar quién era el padre.
El escándalo fue mayúsculo, porque el primer marido de la Noverca pertenecía a
la histórica línea Claudiana y había sido un enemigo declarado de Augusto
durante el brutal asedio de Perusa. La amnistía le había permitido volver a Roma,
pero los vencedores no le habían dispensado una buena acogida y se había visto
relegado a un rincón y sin dinero. En tales condiciones, cuando Augusto intentó
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quitarle también a la mujer, solo pudo decir, con la tradicional soberbia de la
familia Claudia, que se la llevara porque él no sabía qué hacer con ella, y es que
sólo un pensamiento obsesiona: ¡Vivir! ¡Vivir a toda costa! (PAUSA) Claudio tenía
razón. Porque la hermosa y jovencísima Livia, había pasado rápidamente de los
débiles brazos del exiliado derrotado a los fuertes del amo de Roma.
Afortunadamente para él y para Livia, aún no había escrito la ley contra el
adulterio. Es más, había pedido una opinión oficial a las máximas autoridades
religiosas: ¿era legítimo el tempestuoso divorcio de una mujer embarazada y su
posterior e inmediato matrimonio? Y el niño que iba a nacer, y del que, como he
dicho, nadie se atrevía a decir quién era el padre, ¿qué status tendría? Tratándose
en cierto modo de un tema teológico, la respuesta de los sabios religiosos había
sido cauta y abierta a varias interpretaciones. (PAUSA) En cualquier caso,
insatisfactoria para todos. Como el caso de Escribonio Libo, joven de veintidós
años. Y para quien me comprenda dentro de un siglo o veinte, añado que es el
nieto de Escribonia, la primera mujer de Augusto, la madre de la pobre Julia, la
que acompañó a esta en su exilio. El infeliz muchacho fue acusado de complot
contra la República. El juicio fue proclamado con pasión, pero era anónimo,
además de débil y confuso. Estaban a punto de absolverlo, pero entonces
aparecieron nuevos testigos que hablaron de ritos mágicos y encantamientos
contra el emperador. Un juego fácil, en vista de la cantidad de supersticiones sirias
y caldeas que Tiberio trajo de sus viajes. Parecía una acusación estúpida. Sin
embargo, fundamentada, porque los ritos mágicos son, evidentemente,
operaciones secretas. ¿Cómo puedes encontrar a alguien que garantice que no
los has realizado nunca? (PAUSA) El proceso de Escribonio fue horrible:
declaraciones de esclavos arrancadas bajo tortura, denuncias de falsos amigos,
aterrorizadas asambleas de senadores. Y Tiberio, con su despiadada presencia en
la sala, inspiró tal miedo que el acusado, pese a haber suplicado de puerta en
puerta entre sus poderosos amigos de antes, no encontró un solo abogado que lo
defendiera. Desesperado y aterrado, una noche, primera de la sentencia, se cortó
el cuello. (PAUSA) El joven Calígula comprendió, que el poder que había matado
a su padre y a varios parientes a los que no había conocido, era una bestia negra,
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agazapada en no se sabía qué rincón. Ser joven e inocente, estar indefenso no
tenía ningún valor; solo cuenta la calidad de la sangre que corre por tus venas.
(PAUSA) Sólo un pensamiento obsesiona, mientras se clava las uñas en la palma
de la mano: ¡Vivir! ¡Vivir a toda costa!
―14―
Identidad
ESCIPIÓN SE VUELVE A QUEREAS Y VA HACIA ÉL. QUEREAS SE
MUEVE DE IZQUIERDA A DERECHA CON ACTITUD DE INTRIGA.
FINALMENTE REGRESA CON ESCIPIÓN.
ESCIPIÓN: (HERMÉTICO) ¿Qué quieres de mí?
QUEREAS: No tenemos tiempo. Debemos estar seguros de lo que
haremos.
ESCIPIÓN: ¿Quién te dijo que no estoy seguro?
QUEREAS: No viniste a nuestra reunión de ayer.
UN SILENCIO. ESCIPIÓN EVITA LA MIRADA DE QUEREAS.
QUEREAS: Escipión, tengo más años que tú y no acostumbro pedir
ayuda. Pero lo cierto es que te necesito. Este asesinato exige de gente sensata.
En medio de tanta vanidad herida y temor, los únicos juicios razonables son el
tuyo y el mío. Sé que, si nos abandonas, no traicionarás nada. Pero eso es
indiferente. Lo que deseo es que te quedes con nosotros.
ESCIPIÓN: Comprendo. Pero te juro que no puedo.
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QUEREAS: ¿Entonces estás con él?
ESCIPIÓN: No. Pero no puedo estar contra él. (UNA PAUSA) Si lo
matara, mi corazón estaría con él.
QUEREAS: ¡Mató a tu padre!
ESCIPIÓN: Sí, ahí empieza todo. Pero también ahí todo termina.
QUEREAS: Niega lo que tú crees. Insulta lo que veneras.
ESCIPIÓN: Es cierto. Pero hay algo en mí idéntico a él. La misma llama
nos quema el corazón.
QUEREAS: Hay momentos en que es preciso elegir. He ahogado en mí
todo lo que se le parece.
ESCIPIÓN: No puedo elegir porque, aparte de mi sufrimiento, sufro
porque el sufre. Mi desgracia es comprenderlo todo.
QUEREAS: (INDIGNADO) Eliges darle la razón
ESCIPIÓN: (LO MIRA DIRECTAMENTE A LOS OJOS) Para mí, ya nadie
tendrá razón.
QUEREAS: (CON PASIÓN) ¡Entonces quiero que sepas que lo odio
mucho más por lo que ha hecho de ti!
ESCIPIÓN: Me enseñó a ser exigente en todo.
QUEREAS: No, Escipión, te ha enloquecido. Y volver loca a un alma
joven es un crimen que supera todos los que ha cometido hasta ahora. ¡Para mí
es suficiente para rebanarle el cuello con saña!
QUEREAS SE DISPONE A SALIR, PERO SE TOPA CON HELIKON. UN
SILENCIO. SE MIRAN DE FORMA RETADORA.
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HELIKON: Te buscaba, Quereas. Calígula organiza aquí una pequeña
reunión amistosa. Debes esperarlo. (A ESCIPIÓN.) A ti nadie te necesita,
muchacho. Puedes marcharte.
ESCIPIÓN SE DIRIGE A UNA SALIDA. ANTES DE SALIR, SE DETIENE
Y SE VUELVE A QUEREAS.
ESCIPIÓN: ¡Quereas!
QUEREAS: (CARIÑOSO) ¿Sí?
ESCIPIÓN: Trata de comprender.
QUEREAS: No, Escipión.
HELIKON Y ESCIPIÓN SALEN. QUEREAS SE SIENTA PENSATIVO EN
ALGÚN LUGAR DEL TERCER TÉRMINO.
―15―
El Tercer día del Triumphus de Augusto
APARECE CESONIA EN PRIMER TÉRMINO3.
CESONIA: (AL PÚBLICO) Antonia le contó una vez esta historia a su
nieto en aquello días en que Tiberio, despiadadamente, había hecho desaparecer
a toda su familia. Fue el día, decía, en que cambió su vida, llamado también el día
más grande en toda la historia de Roma: el tercer día del triumphus de Augusto
tras la conquista de Egipto.
SILENCIO. CESONIA PARECE TRANSFORMARSE EN ANTONIA
3 Al final del monólogo de Cesonia sobre Antonia, poco antes de que termine, en tercer término, aparecerá Senecto como si lo arrojaran a escena, se colocara sentado a un lado de Quereas. Sobre el ciclorama se tenderá una cortina en donde se reflejará la sombra de Calígula bailando.
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CESONIA: (CON EMOCIÓN) Atados con finas cadenas de oro en el
cuello y en las muñecas, vestidos con largas túnicas de seda que rozaban el
polvo…, yo no había visto nunca túnicas de seda…, los dos adolescentes
prisioneros caminaban inseguros en la cabeza del cortejo. Eran mis hermanos, y
era la primera vez que los veía. Eran los hijos de mi padre, Marco Antonio, que se
había suicidado, y de su amiga, muerta con él, Cleopatra, la reina por cuya causa
él había repudiado a mi madre. Éramos contemporáneos. Mi padre había
conseguido dejar rastro de sí mismo en las dos mujeres de su vida casi al mismo
tiempo. Mi madre lloró mientras yo nacía. Después nos contaron que la otra, allí,
también había llorado mucho. (PAUSA) ¿No crees que para mí todo eso fue
insoportable? ¿Quizá tanto como lo que tú estás viviendo ahora? Las esclavas
egipcias me dijeron que, en los últimos tiempos, Marco Antonio, cuando la
angustia aumentaba, le pedía a su reina que lo acariciara.
CESONIA SE ACERCA A ALGUIEN DEL PÚBLICO Y, LIGERAMENTE,
LE TOCA LA MEJILLA.
CESONIA: Así. (PAUSA. TRANS.) Mi padre tenía treinta años cuando
habló por primera vez con la reina Cleopatra y fue el día que mataron a Julio
César. Cleopatra vivía entonces en Roma los días de su clamoroso amor con él y
del hijo de ambos, el pequeño Tolomeo César, el heredero que, por el simple
hecho de existir, había aterrorizado políticamente a casi todos los senadores. Así
pues, aquella mañana de marzo, Marco Antonio, fiel partidario de Julio César, se
había presentado en la residencia y había tenido que decirle sin rodeos que su
jefe había sido asesinado en plena Curia y que ella también corría un gran peligro.
El carácter trágico de aquel momento no había permitido enmascaramientos de
tipo psicológico o seductor a ninguno de los dos: se habían conocido como si
llevaran tratándose toda una vida. Él la había visto tan bella que daba vértigo,
increíblemente valiente, sin lágrimas, de mente rápida; ella había visto en él al
único hombre de Roma que se había preocupado de salvarla, de hacerla huir con
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su hijo, al que toda Roma odiaba. (PAUSA) Era inevitable que volvieran a
encontrarse. Poco después la vio en Oriente y nada pudo separarlos, nada, ni
siquiera el matrimonio con mi madre, la hermana de Augusto. Toda Roma sabía
que Marco Antonio había llevado aquel insoportable matrimonio con Octavia como
una cadena de esclavo. De hecho, la había dejado en Roma para regresar
inmediatamente con su reina. La estrategia de los matrimonios inventada por
Augusto había sufrido la más hiriente humillación. Pero los senadores habían
recordado que, unos años antes, aquella egipcia incluso había logrado nublar el
juicio de un hombre experto y duro como Julio César, hasta el punto de que
matarlo, y en pleno Senado, había parecido el único remedio. Y ahora también
Marco Antonio cedía a Cleopatra, en un pacto de alianza, la isla de Chipre y una
parte de Siria y de la provincia de África, alrededor de Cirene. Al igual que para
Julio César, además de un amor inevitable era un proyecto de imperio a escala
planetaria. En Roma se habían enfurecido. Está regalando ciudades y provincias
romanas como si fueran objetos personales, gritaban los senadores. Mi madre lo
quería. Él lo tenía todo para ser amado por una mujer tan sumisa: celebridad
guerrera, inquietud, fama de libertino. Y mi madre esperó hasta el último día que
volviese. Pero, a pesar de las intimaciones de Augusto, a pesar de las lágrimas y
los convulsos viajes en vano de mi madre, él no aguantó lejos de la egipcia, como
la llamaban los senadores más viejos. Algunos incluso fueron a visitarlo allí y
volvieron indignados, contaron que estaba irreconocible, que ya no tenía nada de
romano. E hicieron llorar mucho a mi madre… Y al final él le mandó aquella carta
de repudio para casarse con Cleopatra, una carta tan cruel que mi madre dijo que
no podía haberla escrito él. Pero Augusto le ordenó que no llorara. «Esa carta
pensada en la ebriedad del vino no hiere a una mujer, insulta a Roma», dijo. Y así
empezó la guerra en la que Marco Antonio moriría. Así llegó el día que me
aterraba, el día del triumphus de Augusto. Vi el cortejo desde lo alto de la tribuna
imperial. Vi los carros y las fercula donde iba expuesto el resplandeciente botín de
oro. Era un río de oro: estatuas de dioses, leones, esfinges y esparavanes,
candelabros, vasos. La muchedumbre se embriagaba viéndolo. Y de repente, la
enorme pintura de la reina de Egipto en su cama, casi desnuda, ofreciendo el
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pecho a la mordedura de la cobra. Al verla avanzar, los gritos del pueblo se
interrumpieron. Pero después de la imagen de la reina muerta llegaron los
prisioneros vivos, los hijos de ella y de mi padre. A lo largo de toda la calle, la
multitud había gritado sin parar insultos contra aquellos chiquillos, y pese a los
guardias algunos intentaban agarrarlos. El varón no veía a nadie; ella, como una
gacela, saltaba si la tocaban. Iban con las manos colgando entre las cadenas,
pero mantenían la cabeza alta. Los seguía, desorientado, un niño más pequeño,
debía de tener siete años, y también lo habían encadenado. Yo miraba desde lo
alto de la tribuna, al lado de mi madre, porque, aunque el derrotado era mi padre,
era la sobrina del vencedor. Alguien consiguió asir a la niña por el vestido de seda
y se lo rasgó a la altura del delgado hombro. Los guardias lo obligaron a
retroceder. Vi la piel de ella; era más oscura que la nuestra, de color miel. Le
corrían pequeñas lágrimas por las mejillas. El cortejo se detuvo bajo nuestra
tribuna. Vi los toros blancos destinados al sacrificio, a los músicos, a los lictores.
Augusto, desde la cuadriga, levantó el brazo para saludarnos y la multitud lo
aclamó. Porque mi madre, abandonada y humillada, era su hermana. Y esa era la
venganza. Pero el vencido, la víctima, para mí seguía siendo mi padre. Los niños,
los hijos de la otra, también tuvieron que detenerse delante de nosotros, pero no
levantaron la vista. Los gritos eran ensordecedores. “¿Y para esto se ha hecho la
guerra?”, dijo mi madre. El cortejo se puso de nuevo en marcha. ¡Qué
combinación de nombres grandiosos había puesto Marco Antonio a aquellos
preciosos niños, los hijos de la otra, en comparación con el simple y republicano
nombre de Antonia que me habían puesto a mí! Él, Alejandro Helios, llevaba el
nombre del conquistador de Babilonia y el nombre divino del Sol; ella, Cleopatra
Selene, el nombre de la reina de Egipto y el de la divinidad lunar. Eran gemelos.
Los astrólogos habían encontrado signos maravillosos en su nacimiento, en el
semen del padre y en el vientre de la madre, y en todos los astros del zodíaco.
Pero resultó que todos eran signos de desgracia. Detrás de ellos iba, encadenado
y aterrorizado, el cortejo más deslumbrante que Roma hubiese visto nunca:
cientos de artistas, médicos, arquitectos, poetas, sacerdotes, músicos, siervos,
cocineros, acróbatas…, la corte entera de la reina de Egipto con sus vestiduras de
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todos los colores. Augusto los había traído como si fueran animales exóticos, para
echarlos como pasto a la gente de Roma. Mi madre miraba, atónita, y en ese
momento, me contó más tarde, empezó a comprender por qué su amado Marco
Antonio había quedado atrapado por aquella tierra y aquella mujer, hasta el
extremo de tener que morir allí. Y empezó a sentir un dolor más leve. Augusto
había hecho lo que había querido de la vida de mi madre, como con todas las
mujeres de la familia, y ella nunca le había pedido nada. Pero, después del
espeluznante cortejo de aquel triumphus, le pidió que dejara en sus manos a los
tres hijos de Marco Antonio y de la reina de Egipto. Augusto se los entregó de
inmediato, con todos sus esclavos; pensó que quería concederse el placer de la
venganza. Recuerdo que, cuando estábamos esperándolos, yo temblaba. Y
mientras aquellos chiquillos aterrorizados y aquel enjambre de esclavos sin
esperanza se acercaban, escoltados por los pretorianos, mi madre me susurró:
«Quiero entender». Estábamos en el atrio. Los prisioneros avanzaban despacio,
en silencio, seguros de encontrar en el palacio de la mujer traicionada la más cruel
de las muertes. Y mi madre me dijo: «Mira cuánto sufren». El primer paso lo dio
hacia la niña, mi hermana, desconocida hasta el día anterior, la llamada Cleopatra
Selene. Era alta, espigada, permanecía inmóvil, con los brazos colgando a ambos
lados del cuerpo, tenía unos grandes ojos oscuros. Mi madre abrió un poco los
brazos, puso las manos sobre sus hombros, la atrajo hacia sí. De pronto, al
unísono, sin mediar palabra, las dos se abrazaron. En ese momento miré a
aquellos esclavos que deberían haber muerto y vi lo que significa decirle a alguien:
puedes vivir. Se precipitaron sobre mí, que era casi una niña, me cubrieron las
manos de besos, hombres y mujeres lloraban y besaban el vestido de mi madre, y
también yo lloré, más que ellos, y todos sonreíamos, con las mejillas húmedas,
hablando distintas lenguas, diciéndonos palabras que no comprendíamos.
Después, mi madre hizo el primer gesto autoritario de su vida, llamó al
comandante de los pretorianos y le dijo que se fuera. Y Egipto entró en nuestra
casa.
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―16―
La Danza
CESONIA SALE DE ESCENA.
QUEREAS: (EN VOZ BAJA) ¿Qué ha sucedido?
SENECTO: Nos han descubierto.
QUEREAS: ¿Y qué?
SENECTO: Nos van a torturar.
QUEREAS: (NEUTRO) Recuerdo que Calígula dio una enorme cantidad
de dinero a un esclavo ladrón que no confesó, a pesar de la tortura.
SENECTO: ¿Qué ganamos con eso?
QUEREAS: No mucho, pero es prueba de su valor. Deberían tomarlo en
cuenta. (PAUSA) ¡Quieres dejar de hacer ese ruido con las manos, me pone
nervioso!
SENECTO: ¿Conoces la frase favorita de Calígula? (PAUSA) Se la dice
al verdugo: Hiérelo lentamente para que experimente la muerte.
QUEREAS: (BURLÓN) ¡Mejor aún! Después de una ejecución bosteza y
dice: Lo que más admiro es mi insensibilidad.
SE ESCUCHAN RUIDOS DE ARMAS.
SENECTO: (INQUIETO) ¿Escuchas?
QUEREAS: Esa frase revela una debilidad.
SENECTO: (NERVIOSO) ¡¿Quieres dejar de filosofar?!
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QUEREAS: Hay que reconocer que este hombre, por lo menos, ejerce
una influencia innegable. Obliga a pensar. Obliga a todo mundo a pensar. La
inseguridad hace pensar. ¡Por eso lo persiguen tantos odios!
SE ESCUCHA UNA EXTRAÑA MÚSICA, AGRIA, SALTARINA, DE
SISTROS Y CÍMBALOS, IRRUMPE EN EL FONDO. LOS DOS PATRICIOS
GUARDAN SE LEVANTAN Y MIRAN AL FONDO. CALÍGULA, CON VESTIDO
COMO DE BAILARINA Y FLORES EN LA CABEZA, APARECE COMO SOMBRA
CHINESCA DETRÁS DE LA CORTINA DEL FONDO, REMEDA ALGUNOS
RIDÍCULOS MOVIMIENTOS DE LA DANZA Y DESAPARECE. POCO DESPUÉS
UN GUARDIA DICE DESDE AFUERA CON VOZ SOLEMNE: EL ESPECTÁCULO
HA TERMINADO" ENTRETANTO, CESONIA ENTRA SILENCIOSAMENTE POR
PRIMER TÉRMINO.
CESONIA: Calígula me ha encargado decirles que los citaba por
asuntos de Estado, pero primero están invitados a participar en una actividad
artística
LOS PATRICIOS SE VUELVEN SOBRESALTADOS HACIA ELLA.
SILENCIO.
CESONIA: (SONRIENDO) Agregó, además, que a quien no hubiera
participado, se le cortaría la cabeza.
UN SILENCIO.
CESONIA: Discúlpenme si insisto. Pero debo preguntarles si les ha
parecido hermosa esta danza.
SENECTO: Fue… hermosa, Cesonia.
CESONIA: ¿Y tú, Quereas? ¿Qué piensas?
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QUEREAS: Arte elevado, indudablemente.
CESONIA: ¡Perfecto! Ahora podré informar a Calígula.
CESONIA SALE.
QUEREAS: (EN VOZ BAJA, RÁPIDAMENTE) Hay que darse prisa.
¡Quédate aquí! Esta noche seremos un centenar.
QUEREAS SALE POR OTRO LADO.
SENECTO: (REMEDANDO) ¡Quédate aquí! ¡Quédate aquí! Lo que
quiero es irme y no volver. (PAUSA) Este lugar huele a muerte. (PAUSA) O por lo
menos, a mentira. (PAUSA. CON TRISTEZA) Dije que la danza era hermosa.
(PAUSA) ¡Y lo era! En cierto sentido, lo era.
CESONIA REGRESA CON EL ROSTRO ABATIDO.
CESONIA: He mandado traer a todos los Patricios. (PAUSA. CON
LÁGRIMAS EN LOS OJOS) Calígula ha muerto.
CESONIA SE TAPA LA CARA Y FINGE, DE FORMA MUY NATURAL,
QUE LLORA. SENECTO PARECE CONSTERNADO.
SENECTO: ¿Estás segura de esa desgracia? No es posible, acaba de
danzar.
CESONIA: Justamente. El esfuerzo acabó con él.
QUEREAS Y ESCIPIÓN ENTRAN APRESURADOS. LOS SIGUE, MÁS
DESPACIO, HELIKON, QUE GUARDA LA CALMA Y LIGERAMENTE SONRÍE.
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ESCIPIÓN: (PREOCUPADO) ¿Qué sucede?
SENECTO: Cesar… ha muerto.
UN SILENCIO LARGO.
CESONIA: ¿No dices nada, Quereas?
QUEREAS: (INVADIDO POR LA ATMÓSFERA DE PESADUMBRE. CON
DOLOR) Es una gran desgracia, Cesonia.
SORPRESIVAMENTE, SE ARRANCA LA CORTINA DEL FONDO Y NOS
DAMOS CUENTA QUE ES CALÍGULA HACIENDO UNA ENTRADA TRIUNFAL.
SE PONE LA CORTINA DE CAPA Y SE ACERCA A QUEREAS EN ACTITUD
BROMISTA.
CALÍGULA: ¡Muy bien! ¡Muy bien, Quereas! ¡Estuviste excelente!
CALÍGULA APLAUDE Y RÍE ABIERTAMENTE. SE DIRIGE A UNA
SALIDA.
SE DETIENE Y SE VUELVE A CESONIA.
CALÍGULA: ¡No olvides lo que te dije!
CALÍGULA SALE. CESONIA LO OBSERVA MARCHARSE.
SENECTO: (CON SINCERA PREOCUPACIÓN. A CESONIA) ¿Acaso
está enfermo?
CESONIA: No preciosa. Lo que ignoras es que este hombre duerme dos
horas todas las noches; y el resto del tiempo, incapaz de descansar, deambula por
las galerías del palacio. (PAUSA) Lo que ignoras, lo que nunca te has preguntado
es en qué piensa este hombre durante las horas mortales que van desde la
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medianoche hasta la salida del sol. ¿Enfermo? ¡No, no lo está! A menos que
inventes un nombre para las úlceras que cubren su alma.
QUEREAS: (CONMOVIDO) Tienes razón, Cesonia. No ignoramos que…
CESONIA: (VIOLENTA) No, no lo ignoras. Pero como todos los que no
aman, no puedes soportar a los que lo hacen demasiado. (PAUSA) ¡Demasiado!
(PAUSA) Eso es lo que molesta, ¿verdad? Entonces se le llama enfermedad; los
imbéciles quedan justificados y contentos. (EN OTRO TONO) ¿Alguna vez has
amado, Quereas?
QUEREAS: (EN TONO OBJETIVO) Ya somos demasiado viejos para
eso, Cesonia. Y, además, no es seguro que Calígula nos dé tiempo.
CESONIA: ¡Es cierto! Casi olvido las recomendaciones de Calígula.
(TRANS.) Todos ya saben que hoy es un día consagrado al arte.
SENECTO: ¿Según el calendario?
CESONIA: No, según Calígula. (PAUSA) Les propondrá una
composición improvisada sobre un tema determinado. (SENTENCIOSA) Todos
deberemos… participar.
UN SILENCIO EN QUE TOMAN CONCIENCIA DE LAS PALABRAS DE
CESONIA.
CESONIA: (TRANS. JOVIAL) Espera mucho del joven Escipión y de ti,
preciosa.
SENECTO: Pero no estamos preparados…
CESONIA: Naturalmente, habrá recompensas. (PAUSA) También habrá
castigos. Pero les diré, en confianza, que no son tan graves, siempre y cuando…
participen.
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―17―
La Muerte
CALÍGULA, EN ACTITUD SOMBRÍA, ENTRA LENTAMENTE Y SE
SIENTA A FORO EN UNA SILLA SOBRE UN PODIO QUE LE HA PREPARADO
CESONIA, Y ESTA SE COLOCA AL FRENTE, HINCADA CON UNA TABLILLA.
LOS OTROS, A EXCEPCIÓN DE ESCIPIÓN, TOMAN DE UN RINCÓN UNAS
TABLILLAS Y LÁPICES. SE COLOCAN HINCADOS, A LADO DE CESONIA, EN
FILA EN PRIMER TÉRMINO FRENTE AL PÚBLICO.
CALÍGULA: ¿Está todo listo?
CESONIA: Todo.
CALÍGULA: Tema: la muerte. Plazo: un minuto.
TODOS ESCRIBEN PRECIPITADAMENTE EN LAS TABLILLAS.
CALÍGULA LOS OBSERVA CON UNA LIGERA SONRISA. DESPUÉS DE UN
SILENCIO LARGO, CALÍGULA HACE SONAR UN SILBATO.
CALÍGULA: ¿Listos?
TODOS: (CADA UNO A SU TIEMPO) ¡Sí!
CALÍGULA: ¡Bueno, presten atención! Se levantarán por turnos. Yo
tocaré el silbato. El primero empezará la lectura. Al oír el silbato se detendrá y
empezará el segundo. Y así sucesivamente. El vencedor, naturalmente, será
aquel cuya composición no haya interrumpido el silbato. ¡Prepárense!
CALÍGULA PITA EL SILBATO. CESONIA SE LEVANTA.
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CESONIA: Muerte, cuando más allá de las negras orillas...
CALÍGULA PITA EL SILBATO. CESONIA SE AGACHA. QUEREAS SE
LEVANTA.
QUEREAS: Las tres parcas en su antro. (PAUSA) Te llamo, oh muerte...
CALÍGULA PITA EL SILBATO RABIOSO. QUEREAS SE SIENTA.
HELIKON SE LEVANTA Y ADOPTA UNA ACTITUD DECLAMATORIA. EL
SILBATO RESUENA ANTES DE QUE HAYA HABLADO. HELIKON SE SIENTA.
SENECTO SE LEVANTA.
SENECTO: Cuando era un niñito...
CALÍGULA: (GRITANDO). ¡No! ¿Qué relación puede tener con el tema la
infancia de un imbécil? ¿Quieres decirme dónde está la relación?
SENECTO: Pero, Cayo, no he terminado...
CALÍGULA PITA EL SILBATO ESTRIDENTEMENTE. SENECTO SE
SIENTA. ESCIPIÓN SE LEVANTA.
CALÍGULA: ¿No tienes tablillas?
ESCIPIÓN: No las necesito.
CALÍGULA SOPLA EL SILBATO.
ESCIPIÓN: ¡Caza de la dicha que purifica a los seres, cielo en que el sol
chorrea, fiestas únicas y salvajes, delirio mío sin esperanza!...
CALÍGULA: (SUAVEMENTE). ¡Basta! (PAUSA) Eres muy joven para
conocer las verdaderas lecciones de la muerte.
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ESCIPIÓN: (MIRANDO FIJO A CALÍGULA). Era muy joven para perder
a mi padre.
CALÍGULA: (EN VOZ MUY BAJA). Salgan todos.
TODOS COMIENZAN A SALIR LENTAMENTE A EXCEPCIÓN DE
SENECTO QUE SE DESPLAZA, UNOS PASOS, HACIA EL PÚBLICO.
CALÍGULA: (A CESONIA) No te vayas.
CESONIA SE COLOCA A CIERTA DISTANCIA. ESCIPIÓN SE DETIENE
ANTES DE SALIR. QUEREAS, AL PASAR JUNTO A ÉL, LO MIRA DE FORMA
SIGNIFICATIVA, EL OTRO LE REHÚYE LA MIRADA. TODOS HAN SALIDO HA
EXCEPCIÓN DE LOS MENCIONADOS. UN SILENCIO. ESCIPIÓN DA UNOS
PASOS HACIA CALÍGULA.
CALÍGULA: ¿No puedes dejarme en paz, como lo hace ahora tu padre?
ESCIPIÓN: Todo es inútil ya. Has elegido.
CALÍGULA: ¡Déjame!
ESCIPIÓN: Te dejaré porque creo haberte comprendido. Ni para ti ni
para mí hay ya salida. Voy a marcharme muy lejos a buscar las razones de todo
esto. (PAUSA) Adiós, querido Cayo. Cuando todo haya terminado, no olvides que
te he admirado y querido.
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Las feroces divinidades de la muerte
CALÍGULA LO MIRA. TODOS SE CONGELAN A EXCEPCIÓN DE
SENECTO.
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SENECTO: (AL PÚBLICO) A todo esto, creo que no está mal contar aquí
esta anécdota. Calígula había crecido en medio de la guerra, con hombres
despiadadamente divididos entre amigos de confianza y enemigos traidores; había
visto cómo mataban y eran matados racionalmente. (PAUSA) Los animales no.
Los animales recibían la muerte dominados por un puro terror psíquico, sin
entender nada. Le había resultado insoportable mirarlos durante los clamorosos
sacrificios de los cultos imperiales. De pequeño, su madre le tapaba la cara con el
manto porque si no vomitaba. (PAUSA) Los animales notaban el olor de la
violencia. La violencia huele, decía Germánico. El insoportable pero embriagador
olor acre de una legión cuando avanzaba, dirigida por los centuriones, contra el
enemigo, bajo el sol, sin una voz, sólo el aterrador ruido metálico de las placas de
las armaduras, el golpeteo de las armas contra los escudos. El horrible olor de los
prisioneros germanos encadenados a montones por el suelo, que te miraban —a
ti, general romano— con un mudo y peligrosísimo odio. (PAUSA) El olor de la
violencia, olor de la sangre que sale de las venas y mancha la tierra, aterrorizaba a
los animales. Él lo había visto muchas veces de pequeño. Uno de los ejercicios
más difíciles de la poderosa caballería romana consistía en acostumbrar a las
monturas a soportar, con total impasibilidad, el olor de la sangre, y peor aún, el de
la sangre que va descomponiéndose bajo el sol. (PAUSA) Los animales solo
percibían eso de la muerte. Su olor. Se acercaba con sus feroces divinidades de la
muerte, los hombres. (PAUSA) El animal te miraban con ojos dóciles. Incluso un
tigre lo había mirado con las pupilas inmóviles, desesperadamente dóciles, cuando
él, en Augusta Treverorum, se había acercado a su jaula. Aquel tigre había llegado
de Sarmacia y tenía un tupido pelaje casi blanco, muy distinto de los rojizos tigres
indios; había viajado semanas en la jaula montada en un carro a través de
interminables llanuras, bordeando inmensos ríos, hasta llegar por fin a Augusta
Treverorum para los espectaculares y sanguinarios juegos en el anfiteatro. Cayo,
que era pequeño, había metido una mano entre los barrotes sin conseguir tocarlo.
El tigre, desde su rincón, había gemido desesperado mirando al cachorro de
hombre; él le había susurrado que era precioso y el animal había comenzado a
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levantar lentamente sobre las patas, cuyas zarpas habían crecido mucho durante
el cautiverio, su poderoso cuerpo apoltronado. Cayo había esperado
ansiosamente que se acercara para acariciarle el hocico, y el tigre estaba
aproximándose sin dejar de emitir aquel gemido ronco y doliente. Estaba a punto
de tocarlo cuando alguien, sin hacer ruido y sin decir una sola palabra, se le había
echado encima y en un abrir y cerrar de ojos lo había apartado de allí levantándolo
del suelo. Había sido un tribuno de su padre. Él se había rebelado llorando de
rabia y pataleando contra el fortísimo torso del oficial. Lo habían llevado con su
madre, que había reído. Y entre las legiones se había extendido la leyenda del
niño que jugaba con el tigre. Pero el gran tigre había seguido allí, en su reducida
jaula, tambaleándose, humillado, sobre las patas debilitadas, con los ojos dorados
clavados en él. Le habían dicho que lo llevarían a los juegos del anfiteatro al día
siguiente.
—19—
La soledad eterna
SENECTO SALE DE ESCENA. LOS OTROS SE DESCONGELAN.
ESCIPIÓN SALE. CESONIA SE ACERCA A CALÍGULA
CESONIA: ¿Qué dijo?
CALÍGULA: No está a tu alcance.
CESONIA: ¿En qué piensas?
CALÍGULA: En aquél. Y en ti también. Pero es lo mismo.
CESONIA: ¿Qué pasa?
CALÍGULA: (MIRÁNDOLA). Escipión se ha marchado. He terminado con
la amistad. Pero me pregunto por qué estás tú todavía....
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CESONIA: Porque te gusto.
CALÍGULA: No. Si te hiciera matar, creo que comprendería.
CESONIA: Sería una solución. Hazlo, pues. ¿Pero no puedes, siquiera
por un minuto, despreocuparte y vivir libremente?
CALÍGULA: Hace ya varios años que me entreno en vivir libremente.
CESONIA: No es así como lo entiendo. Compréndeme. Puede ser tan
bueno vivir y amar en la pureza del propio corazón.
CALÍGULA: Cada uno se gana la pureza como puede. Yo, persiguiendo
lo esencial. Nada de eso me impide, por lo demás, hacerte matar. (RÍE) Sería la
coronación de mi carrera. (PAUSA) Es curioso. Cuando no mato, me siento solo.
Los vivos no bastan para poblar el universo y alejar el tedio. Cuando están todos
aquí, me hacen sentir un vacío sin medida donde no puedo fijar la mirada. Sólo
estoy bien entre mis muertos. Ellos son verdaderos. Son como yo. Me esperan
ansiosos. (PAUSA) Tengo largos diálogos con este y aquel que me gritó pidiendo
clemencia y a quien hice cortar la lengua.
CESONIA: Ven. Acuéstate a mi lado. Apoya la cabeza en mis rodillas.
CALÍGULA OBEDECE.
CESONIA: Estás bien. Todo está en silencio.
CALÍGULA: ¡En silencio! Exageras. ¿No oyes ese ruido a hierros? ¿No
percibes esos mil ligeros rumores que revelan el odio en acecho?
CESONIA: Nadie se atrevería...
CALÍGULA: Sí: la estupidez.
CESONIA: La estupidez no mata. Da cordura.
CALÍGULA: Es asesina, Cesonia. Es asesina cuando se considera
ofendida. (RÍE. CON LUCIDEZ) No me asesinarán aquellos a los cuales he
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matado a sus padres, o a sus hijos. Ellos han comprendido. Están conmigo, tienen
el mismo gusto en la boca. Pero estoy indefenso contra la vanidad de los otros:
aquellos de quienes me he burlado, a quienes he puesto en ridículo.
CESONIA: (CON VEHEMENCIA). Te defenderemos nosotros; todavía
somos muchos los que te queremos.
CALÍGULA: Cada vez son menos. Hice todo lo posible para que así fuera.
Y, además, seamos justos, no sólo está contra mí la estupidez; también lo están la
lealtad y el coraje de los que quieren ser felices.
CESONIA: (SIEMPRE VEHEMENTE) ¡No, no te matarán! Porque
entonces algo venido del cielo los aniquilará antes de que te hayan tocado.
CALÍGULA: ¡Del cielo! No hay cielo, hermosa mujer. (PAUSA) ¿Pero por
qué tanto amor, de pronto? No estaba en nuestras convenciones.
CESONIA: ¿No basta entonces verte matar a los demás; hay que saber
también que te matarán? ¿No basta recibirte cruel y desgarrado, sentir tu olor a
crimen cuando te apoyas en mi vientre? Cada día veo morir un poco más en ti la
apariencia humana. (PAUSA) Pero tanto me preocupas, que a mi alma no le
importa ya que no me ames. Sólo quisiera verte sano, a ti que aún eres un niño en
tu corazón.
UN SILENCIO.
CALÍGULA: Hace ya mucho que estás aquí.
CESONIA: Es cierto. Pero me conservarás a tu lado, ¿verdad?
CALÍGULA: No lo sé. Sólo sé por qué estás aquí: por todas aquellas
noches en que el placer era agudo y sin alegría, y por todo lo que conoces de mí.
LA TOMA EN SUS BRAZOS Y CON LA MANO LE ECHA LA CABEZA UN
POCO HACIA ATRÁS.
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CALÍGULA: En esta hora en que mi vida me parece tan larga, tan
cargada de despojos, en fin, tan correcta, eres el último testigo. Y no puedo evitar
cierta ternura vergonzante por la vieja que serás dentro de unos años.
CESONIA: ¡Dime que quieres conservarme a tu lado!
CALÍGULA: No lo sé. Sólo tengo conciencia, y esto es lo más terrible, de
que esta ternura vergonzante es el único sentimiento puro que la vida me haya
dado hasta ahora.
CESONIA SE DESPRENDE DE SUS BRAZOS, CALÍGULA LA SIGUE. ELLA
PEGA LA ESPALDA CONTRA ÉL, QUE LA ABRAZA.
CALÍGULA: ¿No sería mejor que el último testigo desapareciera?
CESONIA: Eso no tiene importancia. Me hace feliz lo que me has dicho.
¿Pero por qué no puedo compartir esta felicidad contigo?
CALÍGULA: ¿Quién te dijo que no soy feliz?
CESONIA: La dicha es generosa. No vive de destrucciones.
CALÍGULA: Entonces hay dos clases de dicha y yo elegí la de los
asesinos. Porque soy feliz. Hace tiempo creí alcanzar el límite del dolor. Pero me
doy cuenta que es posible ir más lejos. En el confín de esta comarca hay una
felicidad estéril y magnífica. Mírame.
CESONIA SE VUELVE HACIA ÉL.
CALÍGULA: Me río, Cesonia, cuando pienso que durante varios años
Roma entera evitó pronunciar el nombre de Drusila. Porque Roma se equivocó
durante esos años. El amor no me basta: eso es lo que comprendí entonces. Es lo
que comprendo también hoy, al mirarte. Porque amar a una persona es aceptar
envejecer con ella. (PAUSA) No soy capaz de este amor. Drusila vieja habría sido
algo mucho peor que Drusila muerta. Es habitual la creencia de que un hombre
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sufre porque la persona a quien amaba muere un día. Pero su verdadero
sufrimiento es más profundo: es advertir que tampoco la pena dura. Hasta el dolor
carece de sentido. Ya ves, no tenía excusas; ni siquiera la sombra de un amor, ni
la amargura de la melancolía. No tengo coartada. Pero hoy soy más libre que hace
años, libre del recuerdo y de la ilusión. (RÍE APASIONADAMENTE) ¡Sé que nada
dura! ¡Saber esto! Sólo dos o tres en la historia hemos hecho esta experiencia,
hemos realizado esta felicidad demente. Cesonia, has seguido hasta el fin una
tragedia muy curiosa. Es hora de que caiga el telón para ti.
PASA DE NUEVO TRAS ELLA Y DESLIZA EL ANTEBRAZO EN TORNO
AL CUELLO DE CESONIA.
CESONIA: (CON ESPANTO). ¿La felicidad esa libertad espantosa?
CALÍGULA: Tenlo por seguro, Cesonia. Sin ella hubiera sido un hombre
satisfecho. Gracias a ella, he conquistado la divina clarividencia del solitario.
CALÍGULA SE EXALTA CADA VEZ MÁS, ESTRANGULANDO POCO A
POCO A CESONIA, QUIEN SE ENTREGA SIN RESISTENCIA, CON LAS
MANOS UN POCO TENDIDAS HACIA ADELANTE.
CALÍGULA: (LE HABLA AL OÍDO) Vivo, mato, practico el poder delirante
del destructor, comparado con el cual el del creador parece una parodia. Eso es
ser feliz. Esa es la felicidad: esta insoportable liberación, este universal desprecio,
la sangre, el odio a mi alrededor; este aislamiento sin igual del hombre que tiene
toda su vida bajo la mirada, la alegría desmedida del asesino impune; esta lógica
implacable que tritura vidas humanas (Ríe) Que te tritura, Cesonia, para lograr por
fin la soledad eterna que deseo.
CESONIA AGONIZA, CALÍGULA LA ARRASTRA HASTA EL LECHO
DONDE LA DEJA CAER.
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—20—
¡Todavía estoy vivo!
CALÍGULA MIRA CON OJOS EXTRAVIADOS EL CADÁVER DE
CESONIA.
CALÍGULA: Y tú también eras culpable. Pero matar no es la solución.
SE ACERCA AL ESPEJO.
CALÍGULA: ¡Calígula! Tú también, tú también eres culpable ¡Entonces,
¿no es verdad?, ¡un poco más, un poco menos! ¿Pero quién se atrevería a
condenarme en este mundo sin juez, donde nadie es inocente? (CON ANGUSTIA)
Ya lo ves, Helicón no ha venido. No tendré la luna. Pero qué amargo es estar en lo
cierto y llegar sin remedio a la consumación. Porque temo la consumación.
(PARANOICO) ¡Ruido de armas! La inocencia prepara su triunfo. ¡Por qué no
estaré en su lugar! Tengo miedo. (PAUSA) Qué asco, después de haber
despreciado a los demás, sentir la misma cobardía en el alma. Pero no importa.
Tampoco el miedo dura. Encontraré ese gran vacío donde el corazón encuentra su
tranquilidad. Todo parece tan complicado. Sin embargo, todo es tan sencillo. Si yo
hubiera conseguido la luna, si el amor bastara, todo habría cambiado. ¿Pero
dónde apagar esta sed? ¿Qué corazón, qué dios tendría para mí la profundidad de
un lago? (LLORA) Nada hay, en este mundo ni en el otro, que esté a mi altura. Sin
embargo, sé, y tú también lo sabes, que bastaría que lo imposible fuera. ¡Lo
imposible! Lo busqué en los límites del mundo, en los confines de mí mismo.
Tendí mis manos (GRITANDO), tiendo mis manos y te encuentro, siempre frente a
mí, y por ti estoy lleno de odio. No tomé el camino verdadero, no llego a nada. Mi
libertad no es la buena. ¡Nada! Siempre nada. ¡Ah, cómo pesa esta noche! Helicón
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no ha venido; ¡seremos culpables para siempre! Esta noche pesa como el dolor
humano.
UN SILENCIO. CALÍGULA SE ALEJA DEL ESPEJO Y PARECIERA
ENFRENTAR AL PÚBLICO CON UNA MIRADA DULCE Y MELANCÓLICA. POR
DIFERENTES ENTRADAS APARECEN SENECTO Y QUEREAS CARGADOS
CON ESPADAS. AVANZAN LENTAMENTE HACIA CALÍGULA MIENTRAS LA
ESCENA SE VA OSCURECIENDO. CALÍGULA SONRÍE INTUYENDO LA
PRESENCIA DE LOS OTROS QUE SE ACERCAN CON LA INTENCIÓN DE
HERIRLO.
CALÍGULA: (RIENDO, EN UN SUSURRO, AL PÚBLICO): ¡Todavía estoy
vivo!
OSCURO. FINAL
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