canfora - el mundo de atenas

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El «mito» de Atenas se encierra en algunas frases del epitafio de Periclesparafraseado, y al menos en parte inventado, por Tucídides. Son sentencias conpretensiones de eternidad y que legítimamente han desafiado al tiempo, perotambién son fórmulas no del todo comprendidas por los modernos, y acaso por esohan resultado aún más eficaces, y han sido blandidas con trasnochadoengreimiento. Otras partes del epitafio, mientras tanto, son ignoradas, quizáporque molestan el cuadro que los modernos, recortando los pasajes exquisitos deloriginal, quieren agigantar. Baste como ejemplo la exaltación de la violenciaimperial ejercida por los atenienses en cualquier parte de la tierra.[

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    Desde hace ms de dos mil aos, Atenas representa mucho ms que el nombre de una ciudad en el imaginario occidental. Se considera que en Atenas se invent la democracia, es decir el rgimen institucional y de gobierno ms difundido actualmente en el mundo. Este libro reconstruye la historia de la ciudad poniendo en tela de juicio su imagen idealizada, restituyndola tal como emerge de la riqueza de fuentes de aquella poca extraordinaria. Canfora desmonta la mquina retrica acerca de Atenas, demostrando que los crticos ms radicales del sistema fueron precisamente los propios atenienses. Un amplio fresco de la democracia antigua que nos llega en tiempos de grave crisis de los sistemas democrticos contemporneos (Massimo Stella, Il Manifesto).

    Una inmersin en los orgenes de la democracia, en la que el lector es guiado por los historiadores antiguos, los autores de tragedias y de comedias, los poetas, los filsofos (Il Messaggero).

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    Luciano Canfora

    El mundo de Atenas

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    Ttulo original: Il mondo di Atene

    Luciano Canfora, 2011

    Traduccin: Edgardo Dobry

    Editor digital: turolero

    Aporte original: Spleen

    ePub base r1.2

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    Quiero expresar mi agradecimiento a Luciano Bossina, Rosa Otranto, Massimo Pinto, Claudio Schiano, Giuseppe Carlucci y Vanna Maraglino por sus valiosas aportaciones. En el cuidado del texto han contribuido Maria Rosaria Acquafredda, Francesca de Robertis, Elisabetta Grisanzio, Stefano Micunco, Antonietta Russo, Maria Chiara Sallustio. Doy las gracias a Guido Paduano, director de Dioniso, por haberme permitido reformular, dentro de este libro, el ensayo Eurpides en Melos, aparecido en la nueva serie de la revista (1, 2011).

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    Introduccin

    Atenas, entre mito e historia

    The battle of Marathon, even as an event in English history, is more important than the battle of Hastings. If the issue of the day had been different, the Britons and the Saxons might still have been wanderig the woods.

    JOHN STUART MILL

    Early Grecian History and Legend,

    resea de History of Greece de Grote

    (The Edimburg Review, octubre de 1846, p. 343).

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    I. CMO NACE UN MITO

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    El mito de Atenas se encierra en algunas frases del epitafio de Pericles parafraseado, y al menos en parte inventado, por Tucdides. Son sentencias con pretensiones de eternidad y que legtimamente han desafiado al tiempo, pero tambin son frmulas no del todo comprendidas por los modernos, y acaso por eso han resultado an ms eficaces, y han sido blandidas con trasnochado engreimiento. Otras partes del epitafio, mientras tanto, son ignoradas, quiz porque molestan el cuadro que los modernos, recortando los pasajes exquisitos del original, quieren agigantar. Baste como ejemplo la exaltacin de la violencia imperial ejercida por los atenienses en cualquier parte de la tierra.[1]

    Memorable y afortunada entre todas, en cambio, es la serie de valoraciones en torno a la relacin de Atenas, considerada en su conjunto, con el fenmeno del extraordinario florecimiento cultural: En sntesis, afirmo que nuestra ciudad en su conjunto constituye la escuela de Grecia;[2] entre nosotros cada ciudadano puede desarrollar de manera autnoma su persona[3] en los ms diversos campos con gracia y desenvoltura;[4] amamos la belleza pero no la ostentacin; y la filosofa[5] sin inmoralidad.[6]

    Algunas de estas expresiones han sido objeto de amplificaciones posteriores, ya en la Antigedad, como es el caso del epigrama a la muerte de Eurpides atribuido a Tucdides, en el que Atenas se vuelve de escuela de Grecia en Grecia de Grecia.[7] Otros han contribuido a crear un clich perdurable. Por ejemplo: Frente a los peligros, a los otros la ignorancia les da coraje, y el clculo, indecisin;[8] nosotros los atenienses afrontamos los peligros racionalmente, teniendo pleno conocimiento y conciencia; ellos viven para la disciplina y los ejercicios preventivos, nosotros no somos menos aunque vivamos de modo ms relajado;[9] los lacedemonios no nos invaden nunca solos sino que vienen con todos sus aliados, mientras nosotros, cuando invadimos a los vecinos, vencemos[10] (!) aunque combatamos solos casi siempre.

    Si ahora consideramos el clebre captulo que describe el sistema poltico ateniense,[11] la contradiccin entre la realidad y las palabras del orador se vuelve an ms evidente. Baste tener en cuenta que Tucdides, quien sin circunlocuciones melifluas o edulcorantes define el largo gobierno de Pericles como democracia

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    slo de palabras, y en los hechos una forma de principado,[12] precisamente en este epitafio hace hablar a Pericles de modo tal que suscita la impresin (en una lectura superficial) de que el estadista, en su faceta de orador oficial, est describiendo un sistema poltico democrtico y a la vez tejiendo su elogio. Pero no le basta con eso: le hace elogiar el trabajo de los tribunales atenienses en los que en las disputas privadas las leyes garantizan igual tratamiento a todo el mundo.[13] Por no hablar de la visin totalmente idealizada del funcionamiento de la asamblea popular como lugar en el que habla cualquiera que tenga algo til que decir a la ciudad y se es apreciado exclusivamente en funcin del valor, en tanto que la pobreza no es un impedimento.[14]

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    Tucdides era perfectamente consciente de que estaba imitando un discurso de ocasin con todas las falsedades patriticas inherentes a ese gnero de oratoria, cosa que los intrpretes de su obra no deberan olvidar en ningn caso. Tucdides comparaba, intencionadamente, la Atenas imaginaria de la oratoria perclea oficial con la verdadera Atenas perclea; ste es asimismo un supuesto necesario para leer sin equivocaciones el clebre epitafio. Desde nuestro punto de vista, el primero en comprender plenamente el profundo carcter mistificador de este importante discurso fue Platn, quien en el Menxeno parodi ferozmente este epitafio inventando el epitafio de Aspasia la mujer amada por Percicles y perseguida por la mojigatera oscurantista ateniense, elaborado, dice Scrates en ese dilogo, pegando las sobras del epitafio de Pericles.[15] La pointe de la invencin platnica, suscitada probablemente por la reciente aparicin de la obra tuciddea, resulta tanto ms punzante si se considera que el Pericles de Tucdides, en el epitafio, exalta la entrega del ateniense medio a la filosofa, mientras que Aspasia haba sido blanco de una denuncia del comedigrafo Hermipo y Diopites presentaba y haca aprobar un decreto, dirigido contra Anaxgoras, que someta a juicio con procedimiento de urgencia a quienes no creyeran en los dioses o ensearan doctrinas sobre los fenmenos celestes;[16] mientras Menn o Glicn arrastraban a Fidias a los tribunales y despus a la crcel. Anaxgoras, Fidias, Aspasia: es el crculo de Pericles, en cuyo centro est Aspasia. Por eso es cruel, o mejor dicho perfectamente conforme a la falsedad de los epitafios, hacer decir precisamente a Pericles que el ateniense ama la belleza y la filosofa; y particularmente eficaz imaginar como sucede en el Menxeno una parodia de tal oratoria como obra de Aspasia.

    Imposible no detenerse a pensar que tambin la explicacin orgullosa y arrogante que Pericles da en este discurso acerca de por qu los atenienses ganan las guerras sin necesidad de imponerse esa dura disciplina marcial y totalizadora que es caracterstica de Esparta causa un efecto de sorpresa en el lector, que sabe desde el primer momento que la guerra de la que se habla, deseada por el propio Pericles, acab en derrota (y, contra toda su previsin, precisamente en el mar).

    En resumen, la Atenas del mito un mito fecundo pero no por eso menos mtico es la que queda grabada en el epitafio percleo-tuciddeo.

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    Lo cierto es que los caminos de la historia y los del mito estn estrechamente entrelazados. El destino historiogrfico es el ejemplo ms demostrativo. Si se consideran en perspectiva las vicisitudes de su recepcin se puede observar que enseguida fue objeto de discusiones y de rechazos. Iscrates (436-338 a. C.), Platn (428-347 a. C.), Lisias (445/444?370?) aparecen como protagonistas de este episodio. Iscrates en el Panegrico, Lisias en el Epitafio y Platn en el Menxeno, ms o menos contemporneos si se tiene en cuenta el dato de que Iscrates escribi el Panegrico entre 392 y 380, constituyen la primera e iluminadora reaccin a la difusin de la obra completa de Tucdides acontecida en aquel periodo de tiempo. Iscrates defiende el imperio y responde a Tucdides (y a su editor Jenofonte) por haberlo puesto radicalmente en discusin, y precisamente por eso entiende al pie de la letra todo aquello que en elogio de Atenas y de su imperio se lee en el epitafio percleo (retocndolo y parafrasendolo en varios pasajes.)[17] Platn, crtico de toda la tradicin democrtica ateniense fundada en el pacto entre seores y pueblo, que l toma por fuente de corrupcin y de mala poltica, no slo no duda en incluir a Pericles entre los gobernantes que han causado la ruina de la ciudad (Gorgias, 515), sino que en el Menxeno parafrasea crudamente algunos puntos cardinales del epitafio para aplastarlos bajo un manto de sarcasmo. Un ejemplo definitivo es el modo en que el clebre pensamiento percleo-tuciddeo sobre la democracia ateniense[18] se transfigura grotescamente en las palabras de la Aspasia platnica:[19] Hay quien la llama democracia y quien de otra manera, como a cada uno le place, pero en realidad es una aristocracia con el apoyo de la mayora.[20] Las palabras de Aspasia que vienen a continuacin de las que acabamos de citar son extraordinariamente alusivas (dirigidas con claridad al Pericles princeps de Tucdides, II, 65, 9): Porque reyes[21] siempre hemos tenido!. Sin embargo, para que al lector le quede claro que todo el epitafio de Aspasia es pardico, Platn no duda en hacerle decir que la campaa de Sicilia, llevada a cabo por la libertad de los leontinos (!), encaden una serie de xitos aunque termin mal (242e), que en Helesponto (Ccico) hemos apresado en un solo da a toda la flota enemiga (243a), y que la guerra civil del 404/403 ha terminado de manera magnficamente equilibrada (243e), a pesar de que Platn conoca perfectamente la masacre a traicin de oligarcas cometida por la democracia restaurada en 401, en la emboscada de Eleusis.[22] Tampoco renuncia Platn a ridiculizar la frmula que

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    tanto conmueve a los modernos (Atenas escuela de Grecia) hacindola banalizar por Aspasia del modo siguiente: en Maratn y en Salamina hemos enseado a todos los griegos ( ) cmo se combate por tierra y cmo se combate por mar.[23]

    Pero no debe olvidarse que el verdadero antiepitafio contemporneo del monumento percleo-tuciddeo es el opsculo dialgico de Critias Sobre el sistema poltico ateniense, en el que cada uno de los puntos principales que Pericles toca en su discurso de Estado son invertidos y presentados bajo la cruda luz del abuso cotidiano sobre la que, segn el autor, se sostiene el sistema poltico-social ateniense.[24] No se limita a mostrar que la democracia sera en realidad violencia de clase, mal gobierno, reino de la corrupcin y del abuso de los tribunales, reino del derroche y del parasitismo, sino que remacha con firmeza que las formas de arte elevado (gimnstica y msica en su visin ostentosamente ancien rgime) han sido pisoteadas por la democracia con la eliminacin misma de los hombres que encarnan tales artes.[25]

    Agrguese a esto un dato que se suele ignorar. Hubo mucha literatura y muchos panfletos antiatenienses, pero se perdieron. Plutarco (que escriba en los tiempos de Nerva y Trajano) an la lea y la utilizaba en las Vidas de los atenienses del siglo V. Haba, en ese tipo de produccin, acusaciones y datos (con seguridad sesgadas o sesgadamente enunciadas) de todo gnero, incluida la noticia, que Idomeneo de Lmpsaco daba por cierta, de que a Efialtes lo habra hecho matar el propio Pericles, su aliado poltico.[26] Muchos de estos materiales debieron confluir en el dcimo libro Sobre demagogos atenienses, de las Filpicas de Teopompo.[27] Pero el mito de Atenas, gracias sobre todo a la mediacin de las selecciones de las bibliotecarias de Alejandra y a la fuerza de la cultura romana que neutraliz la peligrosa poltica de Atenas y, en cambio, enfatiz su papel cultural universal y emblemtico, por fin se impuso. No se comprendera de otro modo el esfuerzo ingente de las escuelas de retrica de todo el imperio, en las cuales se volva continuamente a contar en forma de exercitationes la gran historia de Atenas, ni la gigantesca rplica de Elio Arstides (II d. C.) a Platn en el precioso aunque pedantesco discurso En defensa de los cuatro, es decir, de los cuatro grandes de la poltica ateniense del gran siglo, a quienes Platn acusa en el Gorgias. Ni se explicara tampoco la operacin misma de Plutarco, en las Vidas paralelas, que pone a Atenas y a Roma (es decir, de un lado Atenas y del otro los amos del mundo!) al mismo nivel. Sin embargo, Plutarco conoca bien toda esa literatura demoledora y la utilizaba cuando era preciso. El mito, para l, estaba definitivamente consolidado.

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    La fuerza de ese mito est en la duplicidad de los planos sobre los que es posible y justo leer el epitafio percleo. Es evidente, en efecto, que desvinculado de la situacin concreta (el epitafio como discurso falso por excelencia) y de la experiencia concreta de los protagonistas (Pericles princeps en primer lugar), esa imagen de Atenas sigue teniendo fundamento, y por eso pudo ser erigida y finalmente se impuso. Pero la paradoja reside en que esa grandeza que traza el Pericles tuciddeo y que rega ya entonces era esencialmente obra de las clases altas y dominantes a las que el pueblo de Atenas, en cuanto les resultaba posible, derrocaba y persegua. El verdadero Pericles lo saba muy bien y lo haba vivido y padecido en primera persona. La grandeza de esa clase consista en el hecho de haber aceptado el desafo de la democracia, es decir, la convivencia conflictiva con el control obsesivamente atento y con frecuencia oscurantista por parte del poder popular; es decir, de haberlo aceptado a pesar de detestarlo, como queda claro en las palabras de Alcibades, exiliado en Esparta desde haca breve tiempo, cuando define la democracia como una locura universalmente reconocida como tal.[28]

    La fuga de Anaxgoras, perseguido por la acusacin de atesmo, o el llanto en pblico, humillacin extrema, de Pericles frente a un jurado de millares de atenienses (en el encomiable esfuerzo por salvar a Aspasia)[29] no bastaron para desplazar esa extraordinaria lite dispuesta a aceptar la democracia para as poder gobernarla. Una lite descreda que eligi ponerse a la cabeza de una masa popular mojigata pero dispuesta a tener peso poltico a travs del mecanismo delicado e imprevisible de la asamblea. Los dos sujetos enfrentados se modificaron recprocamente a lo largo del conflicto. El estilo de vida del ateniense medio[30] se deja ver de manera veraz en la comedia de Aristfanes, que, por el hecho mismo de haber adoptado esa forma y haber obtenido un xito nada efmero, demuestra de por s que ese pueblo mojigato era a la vez capaz de rerse de s mismo y de su propia caricatura. El estilo de vida de la lite dominante es puesto en escena por Platn en la ambientacin de los dilogos en los que proliferan, entre otros personajes, los polticos empeados contra la democracia (Clitofonte, Crmides, Critias, Menn, etc.); dilogos no siempre tan ajetreados como El banquete pero animados por esa curiosidad intelectual libre de condicionamientos, esa pasin por la duda, por el divertimento de la inteligencia y la libertad de costumbres que se advierte por doquier en los dilogos, con

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    excepcin de las Leyes. No se trata, por tanto, necesariamente de la vida inmoral de Alcibades[31] o de la turbia voluntad de profanacin de lo sagrado que advertimos tras los escndalos de 415 a. C., sino de la escena del Fedro, la escena del Protgoras, la plcida escena en que se desarrolla el que es acaso el dilogo ms importante de todos, la Repblica. The People of Aristophanes frente a The People of Plato.

    La causticidad con la que Aristfanes, en Las nubes, representa ese mundo elitista, con Scrates en el centro, frente a su pblico, en el que prevaleca ciertamente el tipo de ateniense medio, demuestra como, por otra parte, el Scrates platnico declara abiertamente en la Apologa que el ateniense medio detestaba y miraba con sospecha ese mundo, del que por lo general provenan las personas que se ponan (por turnos y ganndose el consenso) al frente de la ciudad. Aristfanes est en un equilibrio inestable entre estos dos importantes asuntos sociales: es el oficio que ha elegido el que lo ha llevado a esa situacin; si no hubiera sido as, su trabajo artstico habra fracasado. Por eso es tan complicado definir cul es el partido de Aristfanes.

    El blanco de los cmicos se lee en el pamphlet dialgico de Critias no son casi nunca las personas que estn con el pueblo o pertenecen a la masa popular, sino por lo general personas ricas, o nobles, o poderosas,[32] es decir, gente de nivel social alto, comprometida con la poltica. Despus, sin embargo, agrega que son blanco tambin algunos pobres o algunos demcratas[33] cuando intentan adjudicarse demasiadas obligaciones o ponerse por encima del demo;[34] cuando son stos los atacados dice el pueblo est contento. Todo este desarrollo es valioso no slo porque demuestra que el teatro cmico es en verdad el termmetro poltico de la ciudad, sino porque arroja luz sobre las articulaciones en el interior de la clase dirigente. sta se compone tambin de personas que se inclinan abiertamente por la parte popular, secundando sus aspiraciones y pulsiones, evitando, por tanto, la actitud hbilmente paidutica (como Pericles o Nicias); se trata, en definitiva, de personajes como Clen, por mencionar un gran nombre, adems de gran objetivo de Aristfanes. Las palabras del opsculo parecen recortadas sobre el caso Clen, sobre el feroz martilleo de Aristfanes contra l. Se podran recordar asimismo los ataques a Cleofonte en las comedias de la dcada de 410, hasta Las ranas. Con la advertencia de que tambin en el caso de Cleofonte (llamado fabricante de instrumentos musicales ) el clich de la extraccin popular[35] es tomado con cautela, dado que sabemos que su padre era un (Cleipides), quiz estratego en 428,[36] y cuyo relieve, en todo caso, est confirmado por el intento de iniciarle un proceso de ostracismo.[37]

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    En efecto, sera un error considerar a la lite que acepta dirigir la democracia afrontando sus desafos un bloque unitario. Existen en su interior divisiones de clanes y de familias, hay rivalidades y maniobras de todo gnero. Es emblemtico el episodio del ostracismo de Hiprbolo (quiz en 418 a. C.),[38] lder popular cuya liquidacin poltica se realiz gracias a una repentina, e instrumental, alianza entre los clanes opuestos de Nicias y de Alcibades, que se disputaban en diversos campos la herencia de Pericles despus de la entrada en escena de Clen (421). Episodios de este tipo demuestran cun vulnerable y voluble era la mayora popular en la asamblea, y cun manipulable era la masa popular por parte de los lderes bien nacidos y de sus agentes polticos.[39]

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    El milagro que esa extraordinaria lite supo cumplir, gobernando bajo la presin no precisamente agradable de la masa popular, es el de haber hecho funcionar la comunidad poltica ms relevante del orbe de las ciudades griegas y, a la vez, haberse modificado al menos en parte, en el corazn del conflicto, a s misma y a su antagonista. Esto se comprende bien estudiando la oratoria tica, donde se puede observar cmo la palabra de los seores los nicos cuya palabra conocemos[40] se impregna de valores polticos que estn en la base de la mentalidad combativa y reivindicativa de la masa popular: ante todo , lo que es igual y, por tanto, justo. Lo hemos visto al principio recorriendo los motivos cardinales del epitafio percleo. Del cual se capta el sentido slo parcialmente si nos limitamos a constatar hasta qu punto es limtrofe del discurso demaggico.[41]

    El Pericles de Tucdides describe con extraordinaria eficacia el estilo de vida ateniense (aunque hace reverberar sobre el demo las caractersticas que son, por el contrario, exclusivas de la lite),[42] y es tambin sumamente eficaz en la descripcin antittica de la cada del modelo Esparta.[43] No est simplemente redimensionando, o demoliendo, la imagen del enemigo; al romper en pedazos ese modelo, el Pericles tuciddeo liquida como impracticable el modelo idolatrado por la parte de las clases altas no dispuesta a aceptar (como Pericles y sus antepasados Alcmenidas) el desafo de la democracia; modelo que, con furor ideolgico, intentaba trasplantar e instaurar en Atenas. (Cosa que, aprovechando la circunstancia beneficiosa, para ellos, de la derrota de 404, intentaron efectivamente,[44] fracasando). Tucdides es, en este sentido, como Zeus que mira desde lo alto a la vez a ambas formaciones;[45] es capaz de ver y de destacar al mismo tiempo (para quien tenga ojos para apreciarlo) el carcter deformador y por desgracia sustancialmente verdadero de la exaltacin de Atenas proferida en el epitafio. Pero el juego inherente al objetivo y a la estructura del gnero epitafio consiste precisamente en hacer decir, a quien habla, que esa grandeza de obras y de realizacin es obra vuestra. Ah est el juego sutil de lo verdadero y lo falso que convergen y en cierto sentido coinciden. Por eso, anlogamente, el imperio es, para Tucdides, al mismo tiempo necesario, innegociable, pero intrnsecamente culpable y prepotente y por tanto, se podra decir, destinado a sucumbir (aunque sobre este punto el ltimo Tucdides[46] no est de acuerdo y parece casi optar por el carcter

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    no inevitable de la derrota).

    De esta duplicidad de planos descienden los dos tiempos de la historia de Atenas: de un lado el tiempo histrico y contingente, que es el de una experiencia poltica que tal como era en su contingente historicidadse ha autodestruido,[47] y del otro lado el tiempo prolongado, que es el de la persistencia a lo largo de milenios de las conquistas de esa edad frentica. Se nos podra impulsar ms lejos, observando que si Atenas funcion de ese modo fue tanto porque una lite abierta acept la democracia, es decir, el conflicto y el riesgo constante del abuso, entonces eso significa que, a su vez, tambin ese mecanismo poltico, en cuya definicin tanto se afanaron e inquietaron los intrpretes (de Cicern[48] a George Grote o a Eduard Meyer), llevaba dentro de s dos tiempos histricos: el ut nunc del que el opsculo de Critias es slo en parte una caricatura y, de otro lado, el valor inestimable del conflicto como detonante de energa intelectual y de creatividad duradera,[49] que es quiz el verdadero legado de Atenas y el alimento legtimo de su mito.

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    II. LUCHA EN TORNO A UN MITO

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    Como es sabido, el imperio ateniense tuvo su origen en una iniciativa de los insulares que haban colaborado, en la medida de sus respectivas fuerzas, en la victoria de la guerra naval contra los persas (480 a. C.). Creacin de la flota, impulsada previsoramente por Temstocles, construccin tumultuosa de las grandes murallas con el propsito de transformar Atenas en una fortaleza con una magnfica salida al mar, y nacimiento de una liga inicialmente de tipo paritario (Atenas y sus aliados con el tesoro federal emplazado en la isla de Delos) son acciones concomitantes que sealan el inicio del siglo ateniense; la victoria en Maratn, diez aos antes, era slo uno de los antecedentes (susceptible, entonces, de otros desarrollos). Tal como el siglo XX empieza en 1914, as el siglo V a. C. empieza con Salamina y el nacimiento del imperio ateniense, destinado a durar poco ms de setenta aos, hasta el colapso de 404 y la reduccin de Atenas, ya privada de muralla y sin flota, a mero satlite de Esparta.[50]

    Pero el estado de cosas creado por la derrota fue progresivamente desmantelado. Los idelogos extremistas, admiradores del modelo de Esparta, permanecieron poco tiempo en el gobierno, consumidos y arrollados por la guerra civil. Con el creciente empeo lacedemonio contra Persia se produjo el inevitable cambio de estrategia de la gran monarqua asitica (directora de la poltica griega, segn una feliz intuicin de Demstenes)[51] y el pndulo persa oscil hacia Atenas: diez aos despus de 404, un estratego ateniense, Conn (que haba tenido un papel protagonista en la victoriosa batalla de las Arginusas en 406), al mando de una flota persa, destrua la flota espartana cerca de Cnido, y con dinero persa resurgan las grandes murallas de Atenas (394/393). De este modo, los efectos de la derrota y de la capitulacin quedaban anulados y se creaban las premisas para el renacimiento, bajo otra forma y con diferentes condiciones sancionadas en el pacto, de una nueva liga martima con mando en Atenas. Se conserva la lpida sobre la que se inscribi el decreto, presentado por un tal Aristteles del demo de Maratn, buen orador segn Demetrio de Magnesia,[52] que estableca las condiciones para la nueva liga.[53]

    Entre la primera y la segunda liga, entre las cuales transcurre exactamente un siglo (478-378 a. C.), hay diferencias sustanciales en lo que respecta a cuestiones neurlgicas y puntos significativos. La primera liga tena un objetivo declarado

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    inherente a la razn misma por la que haba surgido: continuar la guerra contra el invasor persa y liberar a los griegos de Asia (objetivo del que Esparta, a pesar de estar siempre a la cabeza de la liga panhelnica que haba derrotado a los persas, se haba desentendido); la segunda liga que es sucesiva a la paz general o paz del Rey (386 a. C.) establece que los griegos y el Gran Rey deben estar en paz recproca.[54] La primera liga comportaba una contribucin de todos los firmantes, que enseguida pas de militar (naves) a financiero (el tributo);[55] la segunda liga relanza explcitamente, en su acto constitutivo, el principio del tributo.[56] La primera liga haba visto enseguida proliferar los gobiernos homlogos, es decir las democracias de tipo ateniense, en las ciudades aliadas. (Critias daba una explicacin lcida de este automatismo: el demo ateniense sabe que, si en las ciudades aliadas cobraban fuerza los ricos y buenos, el imperio del pueblo de Atenas durara bien poco.)[57] El documento fundacional de la segunda liga sanciona explcitamente que cada uno de los miembros de la alianza tenga el tipo de rgimen poltico que prefiera.[58] Por el contrario, cuando en 431 se iba ya inevitablemente hacia el conflicto, que se extendera por largo tiempo, el ultimtum transmitido por Esparta a Atenas, y rechazado por Pericles, fue una orden formal de dejar libres a los griegos,[59] es decir, de disolver la liga y desmantelar el imperio; y cuando en 404 vencieron, los lacedemonios anunciaron el principio de la libertad para los griegos.[60] La segunda liga nace en el seno de una firme exigencia a los lacedemonios de dejar libres y autnomos a los griegos.[61] En medio sucedi el terrible decenio 404-394, de completo y directo predominio lacedemonio en gran parte de las ciudades e islas que haban sido aliadas-sbditas de Atenas, el desastroso conflicto contra el Gran Rey conducido por Agesilao rey de Esparta y la paz general de 386 que dejaba a Esparta va libre en Grecia. ste es, en fin, el sentido de la apelacin, ateniense esta vez, a la libertad de los griegos.

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    Cmo se explica la convergencia, una vez ms, a un siglo de distancia y a pesar de la ferocidad de la guerra peloponesia y la dureza creciente del primer imperio, de tantas comunidades (c. 75) nuevamente hacia Atenas como eje de una alianza panhelnica? El idelogo de tal proceso fue Iscrates, buen amigo de Timoteo, el hijo de Conn, es decir, de quien, con dinero persa, haba llevado, como escribe Plutarco, a Atenas al mar.[62] El manifiesto de esta operacin fue el Panegrico, en el que Iscrates trabaj durante ms de diez aos y que dara a conocer en 380. En ese escrito, sin duda influyente entre las lites y no slo las atenienses, el uso poltico de la historia alcanza uno de sus vrtices: Atenas ha derrotado a los invasores persas, y esto ha legitimado su imperio; el imperio fue violento dentro de los lmites de la estricta necesidad;[63] Esparta en su decenio de dominio incontestado lo hizo mucho peor; ahora se trata de proyectar de nuevo una guerra por la libertad de los griegos contra Persia y, por tanto, naturaliter es que a Atenas le toca ser punto de referencia. La legitimacin es por tanto una vez ms la victoria sobre los persas conseguida un siglo antes. Esta actitud, que sin embargo no existe en la letra del decreto de Aristteles, est en el origen de una interpretacin del nuevo pacto de alianza que tiene su eje en Atenas como reconocimiento de un primado adquirido por la victoria con la que cien aos antes Atenas haba salvado la libertad de los griegos.[64] Esto no se dice en el decreto de Aristteles; alguien ha extirpado, de ese decreto, precisamente las lneas en las que se reconoca y aceptaba la paz del Rey, es decir, el acuerdo que sancionaba la renuncia por parte de las potencias griegas a perseguir los objetivos por los cuales haba nacido la primera liga.

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    La justificacin del imperio en razn de la victoria sobre los persas he tenido una larga historia. Cuando Iscrates la retoma es ya pura ideologa: el ataque a Oriente est fuera del alcance de Atenas (y de cualquier otra potencia griega). La segunda liga naufragar despus de treinta aos de una guerra extenuante entre Atenas y sus aliados (la guerra social: 357-355); algunos aos ms tarde, guiada por Demstenes, Atenas buscar la ayuda persa contra Macedonia y al fin ser precisamente Macedonia la que desencadene el ataque decisivo a Oriente, que producir en pocos aos la disolucin del imperio persa (344-331 a. C.). El mito de Atenas como liberadora de los griegos debido a su victoria sobre los persas funcionaba an cuando Demstenes en 340/339 intentaba jugar, con desenvoltura realpoltica, la carta persa, chocando en la asamblea, todava en la vigilia de Queronea, contra el arraigado mito de enemigo tradicional de los griegos y por tanto perpetuo adversario histrico de Atenas.[65]

    Pero ese mito, que haba sido el aglutinante poltico-propagandstico del imperio, en la segunda liga era ya slo un fantasma.

    En torno a ese mito se desarroll una batalla historiogrfica de tipo revisionista (como se dice ahora) que es instructivo recorrer sumariamente. Los protagonistas son Herdoto y Tucdides. Herdoto, nacido en Halicarnaso, y por tanto sbdito del Gran Rey, emigrado muy joven, eligi Atenas; all difundi, en lecturas pblicas, parte de su obra,[66] particip en la fundacin de la colonia panhelnica de Turios impulsada por Pericles y tom ciudadana en ella. No se sabe hasta qu ao ni dnde vivi. Conoci, y coment, el creciente malhumor contra Atenas, agudizado en la vigilia de 431. Todo hace pensar que asisti por lo menos al principio del conflicto. Su opinin, historiogrfica y poltica a la vez, consiste en insertar una pgina de polmica muy actual contra esas reticencias justo all donde emprende la narracin de la tremenda y destructiva invasin persa de 480: aqu, escribe, me veo obligado a manifestar una opinin que ser odiosa a la mayora de la gente.[67] Declaracin muy comprometida, que hace evidente, de modo simple y directo, la vastedad del odio ateniense a la difundida voluntad, por parte de una gran mayora, de no seguir escuchando que Salamina legitima el imperio. No obstante, prosigue, como me parece verdadera, no la callar. Dice sin ms demora la palabra odiosa a la mayora de la gente: si los atenienses se

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    hubieran rendido a Jerjes nadie ms habra osado enfrentarse al Gran Rey. Pero el razonamiento no se detiene all, sino que es desarrollado mediante una cuidadosa casustica y culmina con la hiptesis de que incluso los lacedemonios, abandonados por sus aliados, habran muerto noblemente [] o viendo antes que los dems griegos favorecan a Jerjes, habran pactado con l. En conclusin: As pues, quien diga que los atenienses fueron los salvadores de Grecia no faltar a la verdad, pues la balanza se habra inclinado a cualquiera de los lados que ellos se hubieran vuelto. Habiendo decidido mantener libre a Grecia, ellos fueron quienes despertaron a todo el resto de Grecia que no favoreci a los persas y quienes, con ayuda de los dioses, rechazaron al Gran Rey. Los orculos espantables y terrorficos que venan de Delfos no los persuadieron y osaron aguardar al invasor de su pas.

    Ms que para la memoria futura, esta pgina parece escrita para ser disfrutada de inmediato. Es la respuesta a una polmica actual, viva. No debe descuidarse el hecho ms evidente: la introduccin, al principio del relato referido a la epopeya de medio siglo antes, de una pgina que tiene como objetivo declarado el de replicar la hostilidad que hoy, en el momento en el que Herdoto se apresta a narrar esa epopeya, inevitable y casi universalmente ( ), sorprende a quien intente evocar aquellos hechos.

    El ataque es preparado, pocas lneas antes, por un cuadro crudamente realista de las reacciones de las diversas ciudades griegas a la invasin:[68] hubo quien crey salvarse haciendo inmediatamente acto de sumisin, dando al persa tierra y agua; otros, que no pretendan hacerlo, eran presa del terror pues no haba en Grecia naves en nmero suficiente para resistir al invasor, y de stos no queran emprender la guerra y favorecan al medo de buen grado ( ); la campaa del Rey nominalmente se diriga contra Atenas, pero se lanzaba en realidad contra toda Grecia. Aqu hay una acusacin que envuelve a muchos que ahora son intolerantes respecto de Atenas y de su dominio; y hay tambin una valoracin militar: 1) haca falta una flota adecuada (y slo Atenas sabra ponerla en juego); 2) la derrota de Atenas, objetivo declarado, habra comportado la sumisin de todos los dems griegos.

    De las palabras de Herdoto deducimos indirectamente otro dato: que la consigna espartana (Atenas deja que los griegos sean autnomos),[69] que circulaba en el momento en que el historiador ateniense de adopcin escriba esa pgina, tena un gran xito, puesto que como l mismo reconoce sin eufemismos recordar que Atenas haba decidido que sobreviviese la libertad de los griegos suscitaba odio por parte de casi todos los griegos. No hay quien no vea

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    que fue Atenas quien quiso que Grecia quedara libre suena como una rplica directa a la consigna Atenas, deja que los griegos sean autnomos. Tampoco puede pasar inadvertido el tono asertivo y apasionadamente polmico que invade toda la pgina, alejada del habitual tono equilibradamente objetivo que es usual en Herdoto. Ni dejar de verse que el sacrificio, poco ms que simblico, de los espartanos en las Termpilas queda fuera del balance de conjunto contenido en esta pgina.

    Herdoto sabe adems y no lo esconde al referirse a la primera invasin persa, contenida por los atenienses en Maratn que en esa ocasin corrieron voces inquietantes acerca del comportamiento de los Alcmenidas, es decir, de la familia de Pericles, sospechosos de complicidad con el enemigo.[70] Antes incluso Herdoto rindi cuenta del paso cumplido por el mismo Clstenes, despus de la expulsin de Isgoras (apoyado por los espartanos) de la Acrpolis y de su definitiva afirmacin (508/507 a. C.): presentarse en Persia para suscribir una alianza que contena las condiciones usuales para quien pretendiese establecer relaciones con Persia: tierra y agua deban ser concedidos al Gran Rey.[71] Esparta fue una ayuda importante para echar a Hipias (510 a. C.), sucesor de su padre Pisstrato, de la tirana; e Hipias se refugi en Persia, y fue visto por los griegos como un instigador de la invasin persa. En la lucha de las facciones atenienses, los espartanos se alinearon con Isgoras contra Clstenes; el demo se levant contra Isgoras y los espartanos, y Clstenes se apoy en Persia. En Maratn, los Alcmenidas lanzaron seales de entendimiento a los persas. Herdoto intenta exculparlos de esa acusacin infame, y su argumentacin apologtica desemboca en el gran nombre de Pericles. La victoria contra esa primera invasin la haba obtenido el clan poltico-familiar (Milcades, padre de Cimn) adversaria de los Alcmenidas. Pero un jovencsimo Pericles pagar el coro para Esquilo, para la tetraloga que comprende Los persas. Desde finales del siglo VI a. C., entonces, Persia es la gran directora, en palabras de Demstenes, y alterna invasiones con cambios repentinos de alianzas, y es respondida, por parte griega, con igual desenvoltura: Esparta derrotar a Atenas con ayuda de los persas en la larga guerra del Peloponeso.

    Sin embargo, entrelazado en esta andadura real de los hechos poltico-militares, coexiste y vive el mito: el mito de la victoria sobre los persas, debido esencialmente a Atenas. El imperio se basa en el presupuesto, el prestigio y la fuerza militar derivada de aquella victoria. Y es dirigido con puo de hierro por Pericles durante su largo gobierno principesco, en el supuesto realpoltico de que el imperio es una tirana,[72] mientras aumenta la oposicin ms radical contra el imperio y el propio Pericles manda a sus emisarios a Esparta, en la vigilia

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    de la gran guerra (432/431 a. C.), a declarar el derecho al imperio con estas palabras:

    al enterarnos de que un considerable clamor se haba levantado contra nosotros []. Queremos dejar claro, a propsito de toda la cuestin suscitada respecto de nosotros, que no tenemos nuestras posesiones indebidamente, y que nuestra ciudad es digna de consideracin. Para qu hablar de hechos muy antiguos, atestiguados por los relatos a los que se presta odo ms que por la vista del auditorio? En cambio, de las guerras persas y de hechos que vosotros mismos conocis, aunque pueda resultar un tanto enojoso que los aduzcamos siempre como argumento, es preciso que hablemos. Pues lo cierto es que, en el curso de aquellas acciones, se corri un riesgo para prestar un servicio, y si vosotros participasteis de los efectos de ese servicio, nosotros no debemos ser privados de toda posibilidad de hablar de ello, si nos resulta til. Nuestro discurso no ser tanto un discurso de justificacin como de testimonio y de aclaracin, para que os deis cuenta de contra qu ciudad tendr lugar la contienda si no deliberis bien. Afirmamos, ciertamente, que en Maratn nosotros solos afrontamos el peligro ante los brbaros, y que cuando ms tarde volvieron, al no poder defendernos por tierra, nos embarcamos con todo el pueblo en las naves y participamos en la batalla de Salamina; esto fue, precisamente, lo que impidi que aqullos atacaran por mar y saquearan, ciudad tras ciudad, el Peloponeso,[73] pues no hubiera sido posible una ayuda mutua contra tantas naves. Y la mayor prueba de esto la dieron los mismos brbaros: al ser vencidos por mar, consideraron que sus fuerzas ya no eran iguales y se retiraron a toda prisa con el grueso de su ejrcito.[74]

    Mitologa poltica y realpoltica se entretejen. En el centro estn siempre los Alcmenidas, no casualmente implicados por los espartanos, en el frentico lanzamiento de exigencias cada vez ms inaceptables intercambiadas entre ambas potencias cuando ya se haba decidido que habra guerra. La exigencia fue expulsar de Atenas a los descendientes de la familia (los Alcmenidas) que dos siglos antes haban masacrado al atleta golpista Ciln (636 o 632 a. C.); es decir, echar de Atenas al alcmenida Pericles! Nunca un uso poltico de la historia fue ms intensa y abiertamente instrumental. Sin embargo, el mito no era mera creacin ideolgica. Exista el verdadero sentimiento, incluso por parte de los adversarios ms tenaces, de que Atenas era la ciudad que haba salvado la libertad de los griegos de la invasin. Cuando Tebas, Corinto y varias otras, en abril de 404, sucedida ya la capitulacin de Atenas, exijan su destruccin, es decir, aplicarle el mismo tratamiento que Atenas haba infligido a quienes se rebelaban contra su imperio, sern los espartanos quienes lo veten con un argumento memorable: No se puede hacer esclava a una ciudad griega que ha hecho grandes cosas en el

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    momento en que Grecia corra el mximo peligro.[75]

    Hay argumentos para pensar que Esparta haba adoptado esta posicin para no consentir que los ms poderosos de sus aliados (Tebas y Corinto) cobraran suficiente fuerza como para anular a Atenas como ellas mismas se proponan. Pero quin podr separar el inters poltico de la palabra poltica y de la mitologa histrico poltica? En ningn caso uno solo de esos factores funciona en estado puro y aislado de los dems.[76]

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    Tucdides combati ese mito o, mejor dicho, consider parte de su bsqueda de verdad[77] el desvelar el sentido de ese mito, su fuerza como instrumento imperial y su progresivo debilitamiento. Lo cual hace hbilmente, sin utilizar nunca la primera persona sino hablando a travs de los mismos atenienses. stos hablan al congreso de Esparta, en la vigilia misma del conflicto, en el modo en que acabamos de mostrar; pero en otras dos ocasiones muy significativas los omos hablar de ese mito, y hacen la desconcertante declaracin de que ellos son los primeros en no crerselo. Esto sucede en dos ocasiones en las cuales los atenienses son presentados como promotores de guerras injustas: en el coloquio a puerta cerrada con los representantes de Melos, en la vigilia del ataque contra la isla rebelde (V, 89), y en el choque dialctico entre Hermcrates de Siracusa y el embajador ateniense Eufemo, poco antes de comenzar el asedio ateniense de Siracusa (VI, 83).

    Las palabras que Tucdides hace pronunciar a los representantes atenienses en Melo son particularmente desmitificadoras: No recurriremos a una extensa y poco convincente retahla de argumentos ( ), un largo discurso no creble, engaoso, sosteniendo que nuestro imperio es justo porque vencimos a los persas en su momento. Eufemo es menos cruel pero no menos elocuente: No queremos construir bellas frases () diciendo que ejercemos el imperio con toda razn porque nosotros solos derrotamos a los brbaros. Bellas frases es menos tajante que extensa y poco convincente retahla de argumentos. Pero hay una circunstancia distinta que explica la diferencia de tono: Melos haba sido una de las promotoras de la liga delio-tica en 478; Sicilia, Siracusa en particular, haba sido apenas rozada por la guerra entre griegos y persas al principio del siglo.

    Tucdides, que naci cuando el mito ya se apagaba, puede ser framente revisionista. Pero la fuerza de ese mito se percibe an en el reproche que, en los tiempos de Augusto, Dionisio de Halicarnaso pronuncia a propsito de ese dilogo entre los melios y los atenienses:

    Tucdides dice el historiador y retrico hace hablar a esos embajadores de manera indigna acerca de la ciudad de Atenas.[78]

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    Hasta cundo fue Atenas, y hasta qu momento fue considerada, una gran potencia? La cada del segundo imperio fue compensada, desde el punto de vista de las relaciones de fuerza en la pennsula, por el recproco desgaste de las potencias antao aliadas y ahora rivales, Tebas y Esparta, entre los aos 371 (Leuctra) y 362 a. C. (Mantinea). En ese mundo griego cada vez ms desordenado, del que Jenofonte se despide en las ltimas frases de las Helnicas,[79] Atenas es todava la mayor potencia naval. En este supuesto material se basa la poltica demostnica de contraposicin con Macedonia, es decir, con la monarqua militar gobernada por una dinasta que, a partir de Arquelao, haba mirado hacia Grecia: hacia Atenas como faro de la modernizacin y hacia Tebas como modelo para un aparato militar esencialmente terrestre, como era, hasta entonces, el macedonio.

    Para Filipo, Atenas es an la gran antagonista. Demstenes no deja de repetirlo: habr vencido cuando nos haya derrotado, habr paz cuando nos haya subyugado tambin a nosotros. Despus de la victoria de Queronea sobre la coalicin panhelnica creada por Demstenes (agosto de 338 a. C.), Filipo, ebrio, improvisar una escena histrica de komos,[80] anloga al ballet improvisado por Hitler ante la noticia de la cada de Francia e inmortalizado por camargrafos alemanes en una pelcula que ha dado la vuelta al mundo. La escena de Filipo ponindose a bailar descompuesto, pisndose los pies al ritmo de la msica y recitando grotescamente el decreto de Demstenes que haba determinado la declaracin de guerra, significa muchas cosas: que la campaa de Queronea no haba sido un paseo; pero tambin que Filipo tena suficientes espas en Atenas para disponer, en una guerra ya desencadenada, de copias de documentos oficiales del pas enemigo; que Demstenes como personaje era para l, ms all del enemigo, un antagonista percibido como de igual peso y relevo. Plutarco relata el momento posterior a la borrachera: cuando volvi a estar sobrio, y comprendi plenamente la enormidad de la batalla que se haba desarrollado, tuvo un escalofro[81] pensando en la habilidad () y la fuerza () de Demstenes, y considerando que haba sido obligado () por l a ponerlo todo en juego la hegemona y su propia vida en una fraccin de un nico da. Incluso un enemigo interno de Demstenes y fiel quinta columna de Filipo en Atenas es decir, Esquines, durante el juicio contra Ctesifonte, que fue

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    de hecho un proceso contra la poltica antimacedonia llevada a cabo por Demstenes y finalmente derrotada, declar que Filipo no era en absoluto un necio y no ignoraba que haba arriesgado su entera fortuna en una pequea fraccin de jornada.[82]

    Atenas segua siendo, a los ojos de un realpoltico sin parangn como Filipo, a todos los efectos una gran potencia.[83] Precisamente en el terreno de la tctica militar, Filipo traz las necesarias consecuencias de tal constatacin. De ah la percepcin del riesgo extremo de verse obligado a una gran batalla campal.[84] De donde surge toda su tctica oblicua, ejecutada durante aos, a partir de la conclusin de la tercera guerra sacra y de la paz de Filcrates (346), de progresivo acercamiento a Atenas sin llegar nunca al choque directo, sin soltar jams una mordaza que iba progresivamente a apretarse en torno a la ciudad enemiga, nica potencia temible de la pennsula. Una tctica perfecta para adormecer la opinin pblica ateniense y preciosa para dotar de argumentos a quienes lo apoyaban en el interior de la potencia adversaria. Por eso Demstenes insiste incesantemente en la tctica indita adoptada por Filipo, en el truco de la guerra no declarada,[85] en el nuevo modo de hacer la guerra, fundado esencialmente en la quinta columna, en el programtico rechazo del choque directo, y en el uso hbil de tropas ligeras para acciones rpidas y siempre colaterales respecto del verdadero objetivo: una guerra de hecho permanente, nunca declarada y nunca cuerpo a cuerpo, en los antpodas de las invasiones estacionales espartanas del siglo anterior.[86] La genialidad tctica de Demstenes consisti en comprender el cambio y en poner en juego una suerte de estrategia perclea adaptada al nuevo siglo: nada de choque campal en el que jugrselo todo, sino conducir de lejos la guerra corriendo directamente al territorio enemigo.[87] Igual que Pericles en su primer discurso,[88] Demstenes enumera los recursos, los puntos fuertes de los atenienses y los puntos dbiles del adversario.[89] Slo despus de haber tejido una gran alianza, una temible (al menos sobre el papel) coalicin panhelnica, decidi lanzarse a la batalla. Y perdi.

    Pero Filipo no invadi el tica, como se haba temido al conocerse la derrota; busc el acuerdo. Dio cuerpo a una paz comn con el tratado de Corinto (336). Era consciente de haber vencido pero no estaba seguro de haber reducido definitivamente a Atenas. No debe por tanto sorprendernos el hecho de que, algunos decenios ms tarde, cuando el fin del imperio persa a manos de Alejandro haba cambiado la faz del mundo, sin embargo, a la noticia de la muerte de Alejandro, Atenas estuviera en condiciones de movilizar nuevamente una coalicin panhelnica que durante algunos meses (323-322, la denominada guerra lamiaca) puso en peligro el predominio macedonio de Europa. Con el final de la

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    guerra lamiaca, ms que con Queronea, termina la historia de Atenas como gran potencia.

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    El tema de la grandeza y del ejemplo de los antepasados es obviamente un ingrediente fundamental en la oratoria poltica ateniense, a pesar de que no era fcil encontrar tantas victorias para evocar, con excepcin de aquellas sobre los persas y aquellas mticas de Teseo contra las amazonas. Era un tema de epitafio, y es obviamente un tema que fortalece de por s la oratoria ficticia o, mejor dicho, la propaganda histrico-poltica de Iscrates. En los discursos de Demstenes a la asamblea este tema toma cuerpo de otra forma: se convierte en una confrontacin comparativa entre las diversas hegemonas sucesivas en la pennsula a lo largo del siglo V, un panorama historiogrfico en escorzo, apuntado como un arma en la batalla en curso. Es un ejemplo perfecto del uso poltico de la historia de Atenas:

    Voy a deciros acto seguido por qu me inspira la situacin tan serios temores, para que, si son acertados mis razonamientos, os hagis cargo de ellos y os preocupis algo al menos de vosotros mismos, ya que, segn se ve, los dems no os importan; pero si mis palabras os parecen las de un estpido o un charlatn, no me tengis en lo sucesivo por persona normal ni volvis ahora ni nunca a hacerme caso.

    Que Filipo, de modesto y dbil que era en un principio, se ha engrandecido y hecho poderoso; que los helenos estn divididos y desconfan unos de otros; que, si bien es sorprendente que haya llegado a donde est, habiendo sido quien fue, no lo sera tanto que ahora, dueo de tantos pases, extendiera su poder sobre los restantes, y todos los razonamientos semejantes a estos que podra exponer, los dejar a un lado; pero veo que todo el mundo, comenzando por vosotros, le tolera lo que ha sido eterna causa de las guerras entre los helenos. Qu es ello? Su libertad para hacer lo que quiera, expoliar y saquear de este modo a todos los griegos uno por uno, y atacar a las ciudades para reducirlas a la servidumbre. Sin embargo, vosotros ejercisteis la hegemona helnica durante setenta y tres aos, y durante veintinueve los espartanos.[90] Tambin los tebanos tuvieron algn poder en estos ltimos tiempos a partir de la batalla de Leuctra; pero, no obstante, ni a vosotros ni a los tebanos ni a los lacedemonios os fue jams, oh atenienses!, permitido por los helenos obrar como quisierais ni mucho menos; al contrario, cuando les pareci que vosotros, o mejor dicho, los atenienses de entonces, no se comportaban moderadamente con respecto a alguno de ellos, todos, incluso los

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    que nada podan reprocharse, se creyeron obligados a luchar contra ellos en defensa de los ofendidos; y de nuevo, cuando los espartanos, dueos del poder y sucesores de vuestra primaca, intentaron abusar y violaron largamente el equilibrio, todos les declararon la guerra, hasta los que nada tenan contra ellos. Pero por qu hablar de los dems? Nosotros mismos y los espartanos, que en un principio no tenamos motivo alguno para quejarnos los unos de los otros, nos creamos, sin embargo, en el deber de hacernos la guerra a causa de las tropelas que veamos cometer contra otros. Pues bien, todas las faltas en que incurrieron los troyanos durante aquellos treinta aos y nuestros mayores en los setenta, eran menores, oh atenienses!, que las injurias inferidas por Filipo a los helenos en los trece aos mal contados que lleva en primera lnea; o, por mejor decir, no eran nada en comparacin con ellas.[91]

    La verdad histrica cede el paso a la necesidad, inmediata, urgente, de dibujar con claridad el retrato del enemigo. En este punto, la lucha salvaje por la hegemona, que se extiende durante ms de un siglo, se convierte en una carrera de caballos en la que las potencias chocan aunque al principio no haba agravios recprocos de los que dolerse, slo por el deber de reparar agravios infligidos a los otros. En esta carrera Atenas tom la delantera, porque su hegemona fue la ms larga, en tanto que la tebana se difumina casi en la nada;[92] y porque Esparta, como ya argumentaba Iscrates en el Panegrico, cometi ms injusticias en su breve hegemona que Atenas en sus ms de setenta aos.

    El lector corre el riesgo de creernos. En esta pgina parece que la historia conocida comenzase con la hegemona ateniense, con el imperio, y no hubiera habido en cambio una muy larga fase precedente en la cual la potencia reguladora fue Esparta. Pero Esparta no haba sabido, o querido, exportar su mito.

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    III. UN MITO ENTRE LOS MODERNOS

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    El 19 de enero de 1891 el Times de Londres anuncia el descubrimiento de la Constitucin de los atenienses ( ) de Aristteles. Se trataba de cuatro fragmentos de rollo adquiridos, en representacin del British Museum, por E. A. T. W. Budge, durante la campaa de adquisiciones 1888/1889. Las primeras cinco columnas de texto, escritas sobre el reverso del papiro, fueron advertidas enseguida; el 30 de enero, es decir diez das despus del anuncio oficial, aparece la editio princeps del fundamental tratado histrico-anticuario, al cuidado de Sir Frederic George Kenyon. En julio del mismo 1891 sala en Berln la edicin, con amplio aparato crtico al cuidado de Ulrico von Wilamowitz-Moellendorff y de Georg Kaibel. Al mismo tiempo aparecan numerosas ediciones en otros pases (la de Haussoullier en Pars, la de Ferrini en Miln, etc.).

    A partir de ese momento gran parte de los libros sobre Atenas debieron ser profundamente actualizados cuando no reescritos. Incluso el gran comentario de Johannes Classen a Tucdides, es decir la obra ms importante sobre historia de Atenas, fue rehecha la actualizacin se debi a Julius Steup a la luz de los nuevos conocimientos. El fruto ms importante de esta poca fue Aristteles und Athen de Wilamowitz (1893).

    Por primera vez un libro proveniente de la forja intelectual ms fecunda de la Atenas clsica, la escuela de Aristteles, vena a llenar aquellas lagunas que Guicciardini lamentaba como habituales y casi inevitables en nuestro conocimiento de la Antigedad, los datos de hecho:

    Creo que todos los historiadores, sin excepcin, se han equivocado en este punto, ya que han dejado de escribir muchas cosas que en sus tiempos eran ya conocidas, dndolas como conocidas por todos; por eso en las historias de los romanos, de los griegos y de todos los dems, se espera hoy la noticia en muchos mbitos; por ejemplo acerca de la autoridad y diversidad de los magistrados, del orden del gobierno, de los modos de la milicia, de la grandeza de las ciudades y de muchas cosas similares, que en tiempos de quien escribi eran muy conocidas, y fueron omitidas por ellos.[93]

    Con un poco de humor se podra decir que, por lo que respecta a la Atenas

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    clsica, el hallazgo del tratado histrico-anticuario de Aristteles ha ido al encuentro precisamente de esta precisa constatacin de Giucciardini.

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    Acerca del nacimiento y desarrollo del imperio ateniense, tenamos una descripcin sinttica y sobria en el primer libro de Tucdides, al principio de su excursus sobre el medio siglo que transcurre entre la victoria de Salamina (480) y el estallido de la larga guerra contra Esparta y sus aliados (431). All Tucdides explica, en pocas palabras, cmo se haba producido la deriva imperial de la alianza surgida en la estela de la victoria ateniense contra Persia.[94] Pero la atencin del historiador y poltico se dirige sobre todo a la relacin cada vez ms desigual entre Atenas y sus aliados, y no a la paralela y consecuente transformacin de pueblo de Atenas en clase privilegiada dentro de la realidad imperial, considerada en su funcionamiento complejo y orgnico.

    Tucdides da eso por sobrentendido. S se refiere a ello, en cambio, en diversos puntos de su pamphlet dialogado, el autor del Sistema poltico ateniense. Su mirada se centra en el parasitismo del pueblo ateniense respecto de los recursos de la ciudad; los aliados, en cuanto vctimas, aparecen repetidamente, pero lo hacen sobre todo a propsito de la maquinaria judicial ateniense.[95] No falta una referencia al tributo pagado anualmente por los aliados,[96] pero la ventaja clara y concreta que el pueblo ateniense extrae de ello queda sobrentendida, como un dato obvio.

    Esta extraordinaria y lcida visin de un mundo desigual, en el que el botn derivado de la explotacin de los aliados se reparte entre seores y pueblo, aparece como un largo parlamento, un verdadero tratado de sociologa de la Atenas imperial, que Bdeliclen (Despreciaclen) pronuncia en Las avispas de Aristfanes (422 a. C.).[97] La cuestin haba estado en el centro de la comedia de Aristfanes titulada Los babilonios (426 a. C.), que haba dado al autor un pblico dominado por el temor hacia el poderoso Clen, y cierto riesgo personal. Los aliados eran presentados como esclavos del pueblo ateniense. No conocemos los detalles porque la comedia se perdi. En Las avispas, el anlisis aparece diversificado segn el distinto grado de ventaja que los grupos sociales extraen del imperio: al pueblo ateniense van las migajas; los privilegios mayores van a los grandes,[98] a los que ya son ricos.

    Bdeliclen. Considera, pues, que t y todos tus colegas podrais enriqueceros

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    sin dificultad, si no os dejaseis arrastrar por esos aduladores que estn siempre alardeando de amor al pueblo. T, que imperas sobre mil ciudades desde la Cerdea al Ponto, slo disfrutas del miserable sueldo que te dan, y aun eso te lo pagan poco a poco, gota a gota, como aceite que se exprime de un velln de lana; en fin, lo preciso para que no te mueras de hambre. Quieren que seas pobre, y te dir la razn: para que, reconocindoles por tus bienhechores, ests dispuesto, a la menor instigacin, a lanzarte como un perro furioso sobre cualquiera de sus enemigos. Como quieran, nada les ser ms fcil que alimentar al pueblo. No tenemos mil ciudades tributarias? Pues impngase a cada una la carga de mantener a veinte hombres y veinte mil ciudadanos vivirn deliciosamente, comiendo carne de liebre, llenos de toda clase de coronas, bebiendo la leche ms pura, gozando, en una palabra, de todas las ventajas a que les dan derecho nuestra patria y el triunfo de Maratn. En vez de eso, como si fuerais jornaleros ocupados en recoger la aceituna, vais corriendo detrs de quien os paga el salario.[99]

    Es un pasaje capital desde muchos puntos de vista. La mentalidad parasitaria del pueblo ateniense, su frrea conviccin de tener derecho a vivir a costa del imperio, de los sbditos, se manifiesta aqu con toda su brutalidad: No tenemos mil ciudades tributarias? Pues impngase a cada una la carga de mantener a veinte hombres y veinte mil ciudadanos vivirn deliciosamente, comiendo carne de liebre, etc.. Es muy significativa tambin la concepcin segn la cual el ciudadano singular ateniense es amo de las ciudades-aliadas-sbditas: T, que imperas () sobre mil ciudades, etc.; as como la visin del salario, garantizado como un derecho, como efecto directo tambin reducido al mnimo vital de la voracidad de los ricos: el miserable sueldo que te dan. Persuasin profundamente arraigada de un derecho adquirido, que es el homlogo de la persuasin no menos arraigada de un emblemtico representante de la clase de los seores, Alcibades, acerca del natural derecho al mando. Las primeras palabras que pronuncia, en la Historia de Tucdides, son: Ciertamente, atenienses, me corresponde a m ms que a otros tener el mando [] y adems creo que lo merezco.[100] Y contina: En efecto, los griegos se han formado una idea de nuestra ciudad superior a su potencia real gracias a la magnificencia de la delegacin que yo envi a Olimpia []. Por otra parte, todo el brillo de que hago gala en la ciudad con mis coregias o con cualquier otro servicio, etc.. Al hacerle decir esto, Tucdides describe el sistema poltico ateniense mejor que cualquiera de las teoras generales sobre la democracia. A lo largo de su intervencin, Alcibades lanza un ataque frontal a las pretensiones de igualdad con un argumento brutal: aquel a quien le van mal las cosas no halla a nadie con quien dividir a partes iguales su infortunio;[101] por tanto la divisin igualitaria es un concepto errado desde su raz. Precisamente a esto se refiere Bdeliclen cuando

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    intenta abrir los ojos de su padre, entregado seguidor del poderoso del momento (Clen): te lo pagan [el salario] poco a poco, gota a gota, como aceite que se exprime de un velln de lana. Y explica: Quieren que seas pobre, y te dir la razn: para que, reconocindoles por tus bienhechores, ests dispuesto, a la menor instigacin, a lanzarte como un perro furioso sobre cualquiera de sus enemigos. Es la lcida descripcin de un mecanismo, de la circularidad seores/pueblo que se ver en la obra cuando Alcibades empuje al pueblo ya predispuesto a la campaa colonial-imperial contra Siracusa.[102]

    En el parlamento de Bdeliclen destaca una cifra: veinte mil ciudadanos vivirn deliciosamente, comiendo carne de liebre. Es la misma cifra que se ha podido leer, tras el hallazgo de la Constitucin de los atenienses de Aristteles, en referencia precisamente al uso del tributo aliado como alimento del Estado social ateniense: Como haba sugerido Arstides, dieron a la mayora de los ciudadanos ( ) un fcil acceso al sustento ( ). Suceda en efecto que de los tributos y de las tasas derivadas de los aliados fueron alimentadas ms de veinte mil personas ( ).[103]

    Aristteles prosigue aportando los detalles que justifican y articulan esa cifra (20 000): de los 6000 jueces a los 1600 arqueros, de los 1200 jinetes a los 500 buleutas, de los 500 guardianes de los arsenales a los 50 guardianes de la Acrpolis, etc. Este memorable cuadro del Estado social ateniense ha sido relacionado con la prensa antiateniense;[104] del habitual Estesmbroto de Tasos que fue el autor emblemtico de la crtica aliada del sistema ateniense al libro dcimo de las Filpicas de Teopompo. No se puede pasar por alto la coincidencia sustancial con el genial parlamento de Bdeliclen. El nexo entre explotacin del imperio y bienestar mnimo y generalizado del pueblo ateniense (es decir, su naturaleza de colectivo privilegiado de aquello que aparece tambin en la tradicin antigua y moderna como el sujeto colectivo de la democracia) queda definitivamente confirmado. Una camarilla que se reparte el botn, segn la cruda definicin que Max Weber dio de la democracia antigua.[105]

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    Antes de que fueran descubiertos los papiros de la Constitucin de los atenienses de Aristteles, Alexis de Tocqueville haba formulado la definicin ms opuesta a la retrica y ms sustancialmente verdica, as como levemente irnica, del sistema ateniense. Parta para ello simplemente del dato demogrfico: Todos los ciudadanos participaban de los asuntos pblicos, pero no eran ms que 20 000 ciudadanos sobre ms de 350 000 habitantes: todos los dems eran esclavos y desarrollaban la mayor parte de los trabajos y de las funciones que en nuestro tiempo corresponden al pueblo y a las clases medias. Este cuadro se basa, probablemente, en otro gnero de fuentes de informacin ms que en el parlamento de Bdeliclen. En la base est la noticia de Ateneo[106] sobre el censo ateniense realizado en los tiempos de Demetrio de Falero (316-306 a. C.) conocida quiz a travs de Hume o, mejor, de las lecciones de Volney en la cole Normale.[107]

    Tocqueville hace esta deduccin: Atenas, por lo tanto, con su suffrage universel,[108] no era, en el fondo (aprs tout), ms que una repblica aristocrtica en la que todos los nobles[109] tenan igual derecho al gobierno.[110]

    Esta original y fundamentada presentacin de los datos implica un importante punto de encuentro con una parte de la historiografa de inspiracin marxista que se desarroll sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, particularmente atenta a poner de relieve, contra la idealizacin acrtica de la antigedad, la naturaleza esclavista de aquellas sociedades. Era una visin que ayudaba a poner en una perspectiva ms ajustada el anlisis de las dinmicas sociales y polticas de la sociedad de los libres, evitando cortocircuitos, por ejemplo entre pueblo de Atenas, plebs urbana de la Roma republicana y clase obrera europea de los siglos XIX y XX.[111]

    Esta actitud crtica no fue vista favorablemente sino en todo caso con afectada suficiencia por parte de los estudiosos de la Antigedad occidental, sacudida de su serenidad habitual por los efectos de la guerra fra, sublevada por el escolasticismo de los colegas soviticos (para decirlo con unas clebres palabras de Arnaldo Momigliano). La necesidad de contrastar esa historiografa impuls entonces a mejorar el nivel crtico (los meritorios estudios de Moses Finley

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    y de tantos otros sobre muchas articulaciones y sobre diferentes estatutos de la condicin esclavista en el mundo grecorromano), pero trajo adems mucha palabrera sobre la intrnseca humanitas que habra civilizado incluso la relacin amoesclavo. Sklaverei und Humanitt es el ttulo de un libro famoso del exracista Joseph Vogt, que pretenda ser la respuesta alemana-federal a la historiografa alemana-sovitica; hoy, con justicia, ha cado en el olvido.

    No nos aventuraremos a una reconstruccin analtica de esta apasionante pgina de la historia de la historiografa. Daremos, en todo caso, un perfil esquemtico de las corrientes y de las opciones interpretativas ms fecundas. Esta historia puede comenzar con los efectos historiogrficos de las apropiaciones girondino-jacobinas (no slo jacobinas!) de la Antigedad clsica, y ms especficamente con la inclinacin jacobina por la ciudad antigua como sede emblemtica del pouvoir social (adems, obviamente, del aspecto tico: modelo de virtud, de elocuencia, etc.). La reaccin a tal recuperacin que naca, entre otras cosas, de la falta de otros modelos fuertes, tiles para dar un remoto fundamento histrico a la prctica y a la mentalidad revolucionaria fue benfica en el plano historiogrfico; impuls la direccin de una lectura no mitologizante y falsa de aquel mundo. Se comprende esto en las lecciones de Volney, que ya hemos evocado, y por otra parte en la historiografa britnica tory, cuyo libro ms importante, en este mbito, es la History of Greece de William Mitford (1784-1810). Para Mitford, la democracia ateniense se basaba en el despotismo de la clase pobre, que volva insegura incluso la propiedad privada y pona en peligro el bienestar y la serenidad individual. Sintomtico de los efectos desorientadores derivados de la recuperacin jacobina, pero tambin de la carga polmica de los antagonistas, es el paralelo que Mitford institua entre el Comit de Salud pblica jacobino y el gobierno de los Treinta (Critias y compaa, lderes de la segunda oligarqua) en la Atenas de 404/403.[112]

    La reaccin ms importante a la History of Greece de Mitford surgi de una operacin no menos marcada por su tiempo, como fue la History of Greece de George Grote [1846-1856, pero el impulso para emprender el importante trabajo (12 volmenes) se remontaba a la dcada de 1820]. Grote provena de una familia de banqueros y su trabajo de historiador precioso para nosotros, todava hoy se juzgara, con los mezquinos parmetros acadmicos en boga en nuestros tiempos, como obra de un buen diletante.[113] Su mundo intelectual era el del ala liberal ms avanzada (whigs): fue diputado en la Cmara Baja desde 1832 hasta 1841 (naci en 1794); pero no menos importante es su cercana al pensamiento utilitarista de Jeremy Bentham (y de los reformadores sociales) y fue muy cercano a los dos Mill, padre e hijo, James y John Stuart. Memorables son sus

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    batallas para hacer efectivamente significativo si no propiamente democrtico el sufragio electoral. Batallas perdidas si se considera lo tardo de la fecha (1872) en que el mecanismo del voto se volvi efectivamente secreto en Gran Bretaa (Grote muri en 1871). Toda la reconstruccin de Grote, basada en un gran conocimiento de las fuentes antiguas, se sostiene sobre una orientacin poltica favorable a la democracia: la Atenas de Pericles, pero tambin la de Clen, son los hechos histricos a los que da mayor relevancia.

    Los liberales radicales (en el umbral, en cierto modo, de la reapropiacin jacobina) reivindican Atenas, y su modelo, en cuanto democrtica. Los conservadores al estilo de Mitford la rechazan por la misma razn.

    En posicin ms reservada estn los liberales antijacobinos, como el ltimo Benjamin Constant, el del excesivamente valorado discurso De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos (1819). Su presupuesto, como queda claro ya en el ttulo y en todo el aparato comparativo, es que la antigua idea de libertad, cualquiera que fuera la forma que asumiera, fue limitativa de los derechos individuales (en el centro de los cuales Constant pone, en posicin preeminente, el derecho a disfrutar de la riqueza),[114] si no totalmente liberticida. Es clebre la pgina final sobre el choque que plantea entre gobierno y riqueza, que culmina en la complaciente profeca: vencer la riqueza.[115] Pero Atenas le crea algunos problemas (es mucho ms fcil disparar sobre la Espartacuartel del abate Mably). Por una parte, Constant es muy consciente de la crtica a lo Volney: Sin los esclavos, veinte mil atenienses no hubieran podido deliberar todos los das en la plaza pblica.[116]

    Al mismo tiempo, Constant tiene bien presente la consideracin de Montesquieu (Esprit des Lois, libro II, cap. 6) de Atenas como repblica comercial, que por tanto no educa en el ocio, como Esparta, sino en el trabajo. Por consiguiente, Atenas representa una excepcin respecto del esquema que Constant est planteando, porque all circula riqueza, y por eso escribe entre todos los Estados antiguos, Atenas es el que resulta ms semejante a los modernos. Pero Atenas es adems la ciudad que condena a muerte a Scrates, que encuentra culpables a los generales de las Arginusas e impone a Pericles la rendicin de cuentas [!], y es por aadidura la ciudad donde rige el ostracismo. Aqu Constant evoca con horror: Recuerdo que en 1802 se insinu, en una ley sobre los tribunales especiales, un artculo que introduca en Francia el ostracismo griego; y Dios sabe cuntos elocuentes oradores, para que se aceptara este artculo, que sin embargo fue rechazado, nos hablaron de la libertad de Atenas![117] Es la ciudad en que se practica la censura; y la vctima es nada menos que Scrates. Dfions-nous,

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    Messieurs, de cette admiration pour certaines rminiscences antiques![118] En definitiva, la polaridad que pretende instituir entre una libertad opresiva (es decir, la democracia antigua) y la libertad libre de los modernos (auspiciada por l y que, ingenuamente, crey ver realizada en la Francia de Luis XVIII) se descompone cuando se trata de Atenas. All su teorema se desbarata, porque Atenas es las dos cosas a la vez, como se deduce, por otra parte, del epitafio percleo-tuciddeo, si se sabe leerlo.

    Sera interesante, aunque no es el tema que nos ocupa, seguir sistemticamente los destinos historiogrficos de estas lecturas opuestas.[119] La paradoja es que la opcin pro o contra Atenas haya seguido manifestndose como contraposicin poltico-ideal entre derecha e izquierda. La crtica conservadora ha seguido insistiendo sobre la peligrosidad de la democracia ateniense, rozando incluso aspectos concretos como el funcionamiento parasitario de la soberana popular ateniense, pero sin perder nunca de vista el radicalismo poltico moderno como proyeccin actual de ese modelo y verificacin viviente de su negatividad (Eduard Meyer en la Geschichte des Altertums [1884119072]; Beloch, Attische Politik seit Perikles [1884] y, ms tarde, en la Griechische Geschichte [19162]; Wilamowitz en Staat und Gesellschaft der Griechen [19232] pero tambin en su apasionada adhesin a la visin y la crtica platnica de la poltica).[120] La crtica progresista al estilo de Grote o Glotz [1929-1938][121] ha provocado, por su parte, el mismo cortocircuito pero con opuesto espritu. Incluso un Max Pohlenz formul, reseando el Platn de Wilamowitz, la imputacin al gran libro de haber subvaluado el liberalismo percleo;[122] una grieta en el victorioso y consolidado equvoco sobre el epitafio.

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    En el clima de Weimar, la divergencia se acenta y se tie de colores an ms modernos. Hans Bogner, escritor de derechas, que se adherir al nazismo, publica en 1930 un libro sobre Atenas, La democracia realizada (Die verwirklichte Demokratie), en el que las referencias a Wilamowitz (con el fin de ennoblecer su operacin) son frecuentes, y cuyo sentido es en definitiva y al amparo del ejemplo ateniense que la democracia conduce, en su realizacin concreta, a la dictadura del proletariado. En el polo opuesto, Democracia y lucha de clases en la Antigedad (Demokratie und Klassenkampf im Altertum, 1921) de Arthur Rosenberg, exponente notorio del socialismo de izquierdas que ms tarde confluira en el partido comunista, traza un perfil de la democracia ateniense en trminos de victoria del partido del proletariado y la consecuente instauracin de un Estado social muy avanzado. Es suya la observacin segn la cual el proletariado ateniense, una vez en el poder, opta por la lnea de exprimir (la imagen a la que recurre es la de la vaca) a los ricos a travs de las liturgias (financiacin a cargo de los privados de iniciativas de relevancia y utilidad pblica) en lugar de confiscarles los bienes (los medios de produccin). Se puede pensar tambin que, en Rosenberg, esta relectura en trminos positivos de los elementos que llevaban a los historiadores de inspiracin conservadora a hablar a propsito de Atenas de antiguo jacobinismo (Mitford) o de antigua troisime Rpublique (por ejemplo Meyer o tambin Drerup, Aus einer alten Advokatenrepublik. Demosthenes und seine Zeit, Schningh, Paderborn, 1916) o de antiguo para-bolchevismo (Bogner), nace asimismo de una reaccin intencionada contra sus propias races de discpulo de Meyer y, ms tarde, profesor independiente en la rbita de la Universidad de Berln.

    En esta reaccin, que es tambin un ajuste de cuentas con el propio pasado, Rosenberg realiza esfuerzos notables para cuadrar la visin positivamente progresista de la democracia ateniense con la realidad, que sin duda no le era en absoluto ajena, de la explotacin imperial como fundamento del bienestar, y por tanto tambin de los experimentos sociales de la ciudad. No resulta superfluo dar aqu una idea de este intento de reconstruccin, del cual no es difcil captar los puntos dbiles, que siempre va acompaado de solidez y capacidad divulgativa.[123]

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    Pero tambin se consideraba no propietarios a los niveles ms bajos de la burguesa: artesanos pobres que se ganaban la vida sin aprendices, o bien campesinos pauprrimos cuya finca era apenas suficiente para sostener a la propia familia. En una comedia de la poca sale como personaje popular un vendedor ambulante de salchichas. Quien conoce las condiciones del Sur en la actualidad sabe que incluso hoy abundan los buhoneros y vendedores ambulantes de este tipo. En la antigua Atenas, por descontado, esta gente era considerada no propietaria, aunque no se viese forzada a vender su propia fuerza de trabajo a cambio de remuneracin. Ya antes hemos destacado que la divisin entre no propietarios y propietarios se basaba en el criterio de la posibilidad mayor o menor que el ciudadano tena de procurarse el equipo para el servicio en el ejrcito. Con el trmino proletario en lo que se refiere a Roma, y su equivalente tetes, en lo que hace a Atenas, los antiguos no comprendan exclusivamente a los jornaleros, sino a los no propietarios.

    Hay un escritor antiguo que nos informa exhaustivamente sobre las actividades de la Atenas de su tiempo. Nos referimos a Plutarco y a su Vida de Pericles. Por Plutarco sabemos que una parte considerable del pueblo obtena su remuneracin de las grandes construcciones levantadas en tiempos de Pericles (445-432). Se trataba de albailes, escultores, canteros, fundidores, tintoreros, orfebres, talladores de marfil, pintores, decoradores, grabadores; adems de todos aquellos que se encargaban de la bsqueda de los materiales de construccin, es decir, mercaderes, marineros y contramaestres, para la va martima, y despus cocheros, carreteros, postillones, cordeleros, tejedores de lino, curtidores, constructores de carreteras. Cada una de esas actividades, a su vez, al igual que el capitn de un ejrcito, pona en accin masas de jornaleros y obreros manuales para su propio servicio, por lo cual, personas de toda edad y de cualquier oficio tomaban parte en el trabajo, compartiendo el bienestar que se consegua. Y, como si lo tuvisemos ante los ojos, podemos imaginarnos las masas de jornaleros y obreros manuales atenienses despertar paulatinamente tambin a la poltica empujados por todo lo que bulla a su alrededor. El grado de instruccin de los trabajadores era relativamente elevado. Ya hacia 500 a. C. casi todos los atenienses, incluidos los pobres, saban leer y escribir. Es verdad que no existan escuelas estatales, pero las escuelas privadas eran muy baratas y por poco dinero todo el mundo mandaba a sus propios hijos a un maestro para que les enseara a escribir. La participacin en las asambleas populares, en las que, con absoluta publicidad, se discutan los asuntos polticos que estaban a la orden del da, contribua a instruir tambin a los pobres, y cuando los maestros artesanos, miembros del Consejo o de las comisiones, relataban en casa o en la barbera sus actividades o sus impresiones, los trabajadores se ponan a escuchar y se formaban

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    su propia idea. Tambin el desarrollo de la escuadra contribuy considerablemente al crecimiento de la autoconciencia proletaria. Durante el periodo de la aristocracia tan slo los caballeros llevaban armas y tambin la repblica burguesa se haba pronunciado por un ejrcito basado en los propietarios. Pero ao tras aos se advirti, cada vez ms, que la fuerza de Atenas se basaba en la marina y no en el ejrcito de tierra. Sin el apoyo de la escuadra, el imperio se habra hundido de inmediato y junto con l su capacidad de traer el bienestar. Los treinta mil remeros necesarios para movilizar la escuadra no podan ser todos suministrados por el proletariado ateniense. No existan tantos proletarios. Por tanto, para cada salida en misin de la escuadra era necesario contratar una gran cantidad de remeros no atenienses. De todas formas el ncleo central de las tripulaciones estaba formado por los miles de ciudadanos pobres, y en particular por aquellos que ya en tiempo de paz faenaban en la mar: marineros y contramaestres, etc. Todos ellos podran considerarse los autnticos fundadores y el sostn del imperio ateniense, desde el momento que, en tiempo de paz, eran ellos mismos quienes creaban el bienestar de los ricos mediante el trabajo de sus manos y, durante la guerra, lo defendan. Y as fue desarrollndose, en estas masas, la aspiracin a gobernar directamente el Estado que les deba su existencia.

    Durante los aos sesenta del siglo V toda la poblacin de Atenas se aglutin alrededor de un partido unitario con el fin de apoderarse del poder poltico. Al frente est Efialtes, un hombre sobre cuya personalidad sabemos desgraciadamente bastante poco, pero que ciertamente debe ser considerado una de las mayores inteligencias polticas de la Antigedad. Bastaba, en el fondo, con una sola disposicin para derrocar el orden existente y sustituir con el poder del proletariado el de la burguesa. Se deba eliminar el principio segn el cual la actividad desarrollada por el Consejo y los tribunales se consideraba meramente honorfica. En cuanto a un miembro del Consejo o a un juez popular le fuese asignada una paga diaria que le permitiese vivir, habran cado las barreras que hasta entonces haban mantenido a los proletarios alejados de una participacin activa en la vida pblica. Slo as se haba salvaguardado, verdaderamente, el principio de la eleccin por sorteo, introducido por la repblica burguesa. Pues, en todas las circunscripciones del Estado, los ciudadanos pobres eran ms numerosos que los ricos, y la mera aplicacin del sorteo habra impuesto necesariamente en el Consejo y en los tribunales una mayora de pobres. Una vez alcanzado este objetivo, todo lo dems habra cado por su propio peso.

    Llegados a este punto, debemos aclarar de inmediato los contenidos reales de las aspiraciones polticas del proletariado ateniense; no es concebible, en este caso, una voluntad de realizar el socialismo. La exigencia de un sistema socialista

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    slo puede aparecer en presencia de la gran empresa industrializada, por completo inexistente en Atenas. All, muchos centenares de pequeas empresas que empleaban de uno a veinte obreros no podan ser puestas en manos de la colectividad, ya que no se habra podido crear ninguna organizacin que estuviese capacitada para dirigir estas pequeas empresas despus de su adquisicin por parte del Estado. Y qu habra sido de los muchos maestros artesanos a los que tal medida habra convertido en parados? La idea de la socializacin de las empresas y de las industrias habra sido irrealizable, por lo tanto, en Atenas, y nunca fue aventurada por ningn estadista ateniense. Slo las minas eran desde tiempos inmemoriales propiedad del Estado, que la arrendaba a empresarios. Por tanto, la conquista del poder poltico no poda tener como consecuencia directa la socializacin, sino que aspiraba a mejorar indirectamente la situacin econmica de los trabajadores. Qu caminos recorri el proletariado ateniense para alcanzar este fin es algo que trataremos ms adelante. Por lo que respecta, en fin, a la economa agrcola, la gran propiedad no estaba muy extendida dentro del Estado ateniense; predominaba sin duda la pequea y mediana propiedad agrcola; por tanto, en las particulares condiciones de Atenas, ni una socializacin ni una divisin del latifundio habran producido cambios sustanciales. Se daban en cambio condiciones que, precisamente en la Antigedad, suscitaron con frecuencia poderosas aspiraciones a revolucionar las relaciones de propiedad en los campos.

    Si no aspiraban al socialismo, los proletarios atenienses pensaban an menos en la abolicin de la esclavitud. Ya antes hemos destacado que no exista ms que de manera muy irrelevante un sentimiento de solidaridad entre los griegos libres y los esclavos importados de pases brbaros. De todos modos, el proletariado ateniense, apenas hubo asumido el poder, se preocup de garantizar por ley a los esclavos un trato ms humano, y esta medida queda para gloria perenne de los ciudadanos pobres de Atenas. La total abolicin de la esclavitud habra sido de escasa utilidad prctica para los ciudadanos pobres. Por lo que respecta a Atenas no tenemos noticia de que existiese paro entre los libres y, como explicaremos ms adelante, los salarios de los trabajadores libres cualificados fueron suficientemente elevados durante el periodo de la dictadura del proletariado; por tanto, no se puede suponer que con una eventual abolicin de la esclavitud hubiesen aumentado.[124]

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    Las interpretaciones menos modernizadoras de Vo